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LITERATURA FANTASTICA'TUVENIL Palabras y músicaJuglares, trovadores, lengua y cultura en la Edad Media (ejemplos de novela histórica juvenil a través de sus textos) Anabel Sáiz Ripoll IES Jaume I (Salou) Y tú, espía del mundo que a duras penas vas arañando la esfera negra de una realidad común, en el solitario lector que dentro de un momento cerrará las páginas de este libro para vivir, como el hombre que sueña ser una mariposa o la mariposa que sueña ser un hombre, el sueño de tu vigilia o la realidad de tu sueño{La esfera de humo) A MODO DE PRESENTACIÓN Edad Media sigue siendo una época atractiva para los escritores y para los lectores. Ld Ese largo período de tiempo que solemos dividir en Alta y Baja Edad Media nos resulta fascinante porque, tal vez, los sentimientos y los anhelos de las gentes medievales no están tan lejos de nuestras propias quimeras, de nuestros sueños, de nuestros más es- condidos misterios. La mayoría de las novelas destinadas al público juvenil, y ambientadas en la Edad Media, nos describe a un joven, varón casi siempre, que vive distintas peripecias en una especie de viaje iniciático que hará que entienda mejor el mundo en el que vive y que salga más sabio y fortalecido. Si repasamos los títulos de algunos libros actua- les, veremos que muchos siguen empleando como te- lón de fondo la época medieval. En este momento no nos vamos a referir a libros dedicados, en principio, al público adulto, sino a aquellos otros que han escrito diversos escritores y escritoras pensando en el lector joven e, incluso, niño. La literatura infantil y juvenil goza de muy buena salud y la novela histórica no le es ajena. En este trabajo repasaremos algunos de los títu- los dedicados a la Edad Media, aunque, por supuesto, no será un estudio exhaustivo. De todas maneras, por la bibliografía, se verá que hay una buena selección de autores y autoras nacionales. Nos centraremos única- mente en dos aspectos que se reflejan en los libros leí- dos: los juglares y trovadores y el mundo de la cultura en la Edad Media. Para exponerlo, emplearemos citas textuales de los libros que nos acercarán, directamente, a los temas que analizaremos. En otro momento, qui- podamos hablar de otras cuestiones tan atractivas como la alquimia, la brujería, las hierbas o pócimas y la vida cotidiana en la Edad Media. Cabe decir que en muchos libros se expone ampliamente el aspecto del que se está hablando con fines pedagógicos ya que el joven lector, a menudo, está muy alejado de la Edad Media y no hay que dar por hecho que conoce de lo que se está escribiendo. Dejemos ahora que hablen los autores... Su voz nos traerá el eco de tiempos remotos y aún fascinantes. JUGLARES Y TROVADORES T "[„juglar es, en palabras de uno de ellos, Mar- 1 Itín, alguien que sabe todos los secretos: "... si quieres conocer de verdad lo que es el mundo, todo el mundo, y lo que son los hombres, todos los hombres, pregúntale a un juglar. El juglar conoce al rey mejor que su corona, y al obispo, mejor que su familia, y al labrador, mejor que su tierra. Hay que saberse a todos de memoria para hacerles abrir la bolsa. (...). Porque yo no vendo nada. Nada se llevan los que me pagan. Sólo doy palabras y música: aire, como quien dice. Pero todos se disputan este aire, todos quisieran saber levantarlo. Al juglar se le desea en todas las casas, se le llama desde el palacio y desde la choza(El juglar del Cid, pp. 19-20). Y así se describe una actuación en vivo: ¿Salud, burgaleses! ¡Ha llegado Martín de Me- dina! ¡El juglar trae tantas noticias como puede ape- tecer vuestra curiosidad! ¡Vais a escuchar, amigos, las historias más nuevas y sorprendentes! (...) El cantor comenzó su actuación con un relato heroico, para en- Página 29 Octubre-Diciembre 2009

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LITERATURA FANTASTICA'TUVENIL

“Palabras y música”Juglares, trovadores, lengua y cultura en la Edad Media (ejemplos de novela histórica juvenil a través de sus textos)

Anabel Sáiz Ripoll IES Jaume I (Salou)

“Y tú, espía del mundo que a duras penas vas arañando la esfera negra de una realidad común, en el solitario lector que dentro de un momento cerrará las páginas de este libro para vivir, como el hombre que sueña ser una mariposa o la mariposa que sueña ser un hombre, el sueño de tu vigilia

o la realidad de tu sueño” {La esfera de humo)

A MODO DE PRESENTACIÓN

Edad Media sigue siendo una época atractiva para los escritores y para los lectores. Ld Ese largo período de tiempo que solemos dividir en Alta y Baja Edad Media nos resulta fascinante porque, tal vez, los sentimientos y los anhelos de las gentes medievales no están tan lejos de nuestras propias quimeras, de nuestros sueños, de nuestros más es­condidos misterios. La mayoría de las novelas destinadas al público juvenil, y ambientadas en la Edad Media, nos describe a un joven, varón casi siempre, que vive distintas peripecias en una especie de viaje iniciático que hará que entienda mejor el mundo en el que vive y que salga más sabio y fortalecido.

Si repasamos los títulos de algunos libros actua­les, veremos que muchos siguen empleando como te­lón de fondo la época medieval. En este momento no nos vamos a referir a libros dedicados, en principio, al público adulto, sino a aquellos otros que han escrito diversos escritores y escritoras pensando en el lector joven e, incluso, niño. La literatura infantil y juvenil goza de muy buena salud y la novela histórica no le es ajena. En este trabajo repasaremos algunos de los títu­los dedicados a la Edad Media, aunque, por supuesto, no será un estudio exhaustivo. De todas maneras, por la bibliografía, se verá que hay una buena selección de autores y autoras nacionales. Nos centraremos única­mente en dos aspectos que se reflejan en los libros leí­dos: los juglares y trovadores y el mundo de la cultura en la Edad Media. Para exponerlo, emplearemos citas textuales de los libros que nos acercarán, directamente, a los temas que analizaremos. En otro momento, qui­zá podamos hablar de otras cuestiones tan atractivas como la alquimia, la brujería, las hierbas o pócimas y la vida cotidiana en la Edad Media. Cabe decir que en muchos libros se expone ampliamente el aspecto del que se está hablando con fines pedagógicos ya que el joven lector, a menudo, está muy alejado de la Edad Media y no hay que dar por hecho que conoce de lo

que se está escribiendo. Dejemos ahora que hablen los autores... Su voz nos traerá el eco de tiempos remotos y aún fascinantes.

JUGLARES Y TROVADORES

T "[„juglar es, en palabras de uno de ellos, Mar-1 Itín, alguien que sabe todos los secretos: "... si

quieres conocer de verdad lo que es el mundo, todo el mundo, y lo que son los hombres, todos los hombres, pregúntale a un juglar. El juglar conoce al rey mejor que su corona, y al obispo, mejor que su familia, y al labrador, mejor que su tierra. Hay que saberse a todos de memoria para hacerles abrir la bolsa. (...). Porque yo no vendo nada. Nada se llevan los que me pagan. Sólo doy palabras y música: aire, como quien dice. Pero todos se disputan este aire, todos quisieran saber levantarlo. Al juglar se le desea en todas las casas, se le llama desde el palacio y desde la choza” (El juglar del Cid, pp. 19-20). Y así se describe una actuación en vivo: “¿Salud, burgaleses! ¡Ha llegado Martín de Me­dina! ¡El juglar trae tantas noticias como puede ape­tecer vuestra curiosidad! ¡Vais a escuchar, amigos, las historias más nuevas y sorprendentes! (...) El cantor comenzó su actuación con un relato heroico, para en-

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wLITERATURA FAÑTÁSTICA'jüVENIL

hebrarlo con unas coplillas picaras reídas a carcajadas por el público; pasó en seguida a una historia de amo­res y luego narró terribles sucesos presenciados por él mismo -al menos eso afirmaba la letra- en el reino de Aragón. Cada vez era más numeroso el corro y mayor la atención hacia las palabras del juglar...” (pp. 33-35). Martín decide ser trovador yjuglar: “...yo seré trovador. Y juglar, porque también llevaré canciones de aquí para allá. (...).Seré trovador. He pensado que escribiré un cantar largo, muy largo, sobre algo que llevo aquí, en la cabeza. Un día lo escribiré, sí” (pág. 144). Y añade lo que todos ya conocemos, aunque con otras palabras: “Comienza cuando a Rodrigo Díaz lo destierran de Vi­var y va a Burgos y en Burgos nadie lo recibe. Sólo una niña le habla para decirle que el rey les arrancará los ojos si le dan posada. Y luego contaré todo lo de las ar­cas, para que la gente lo sepa” (pág. 145). Otra versión, interesantísima, de cómo se creó el cantar la leemos en Mío Cid. Recuerdos de mi padre. Doña Mencía, la dama de compañía de la hija del Cid, que ya ha fallecido, mantiene una conversación con un joven clérigo. La transcribimos y seguro que nos sonará: “Mo- sén Pero, sois joven pero me han dicho que sois muy sabio a la hora de escribir canciones”. Ante los titubeos del jo­ven le pregunta si sabe o no escribir canciones. “Sí, y por gracia de Dios, creo que lo hago bien”. Entonces doña Mencía le hace entrega de algo muy importante: “Ten­go aquí los pergaminos que, con los recuerdos de doña Cristina Rodrí­guez de Vivar, mi seño­ra, escribí hace tantos años. Son parte de la vida de su padre, el Cid Campeador; me los dictó para que no se perdiera el recuerdo del que ella decía que era el mejor hombre que jamás ciñó espada. (...) Quiero que hagáis un cantar de gesta con ellos. Creo que es lo que hubiese deseado mi señora, que los conociera el pueblo, que los recitasen por todos los caminos. Ésa será vuestra tarea. ¿La aceptáis? Yo he nacido en Medinaceli, señora. Los juglares cantan romances sobre Mió Cid. ¿Cómo no iba a aceptarlo? Y lo haré lo mejor posible” (pp. 139-140).

En La espada de Liuva el narrador es una especie juglar que muestra la historia como un hecho legen­

dario: “Liuva, señor, el héroe de esta historia, vivió en tiempos de Maricastaña, cuando aún se hablaba de dra­gones y encantamientos, cuando la mar no tenía más orilla que ésta y el sol, según el buen entender de los sabios, iba de un lado a otro por la gracia de un Dios creador, el artífice de los siete días, el que separó la luz de la oscuridad”. Hacia la mitad del relato, el narrador se presenta y esa presentación aporta una novedad al relato, puesto que no es el autor quien cuenta, sino el propio narrador. “Yo, señor, en aquel tiempo, me lla­maba Gandalín y era escudero de Amadís de Gaula” . Similar recurso emplea el protagonista de Balada de un castellano para contar su historia: “No escribiré al estilo de los cronistas del reino o de los abades de los monas­terios. Escribiré como hablan los juglares que recorren los caminos o los trovadores que van de castillo en cas­tillo, con su carga de canciones y romances que tantas veces me hicieron soñar” (pág. 7).

Los titiriteros tam­bién alegraban los ca­minos del medioevo, como nos cuenta Viaje a la Gascuña. Solían llevar un oso que era la atracción principal, aunque era variado el repertorio: "... un ciego arrancaba una melancó­lica música a su zanfoña y le respondía una ale­gre vihuela desde una esquina. Por algún rin­cón sonaba una flauta dulce. Más allá, y al son de panderetas, bailaban las morenas egipcianas; giraban veloces sobre tobillos adornados con cintas de cascabeles; lanzaban al público sus miradas fieras y brillan­tes cada vez que alzaban los vuelos de sus faldas

rojas, verdes, azules; sacudían en el aire sus cabellos sueltos y negros mientras reían con gracias y desver­güenza” (Alba de Montnegre, pág. 41). En cuanto a los juglares, parece que también pudo haber mujeres de­dicadas a este oficio, aunque no estaban bien vistas. Lo leemos en Marcabrú y la hoguera de hielo donde un juglar duda de que la mujer sea “juglaresa”: “Ya te he dicho muchas veces que la llames Soldadera y gracias. ■Juglaresa con esa voz de caldero... incapaz, además, de saber qué es una estrofa...!” (pág. 13). Y más adelan­te encontramos, en boca de un juglar, en qué consiste este oficio: “Nosotros no somos acróbatas, ni mimos,

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ni saltimbanquis, ni prestidigitadores, ni charlatanes... Somos juglares, pero no tragamos sables ni exhibimos animales amaestrados. Viajamos, servimos de mensaje­ros, cantamos las mejores canciones y recibimos oro y ropas como regalo. Los hay que también piden limos­na... son los lisiados, los vagabundos que se refugian en el oficio de juglar y lo desdoran y nos deshonran. Te he explicado mil veces estas cosas: los juglares, a pesar de que muchos también componemos canciones, generalmente nos ganamos la vida cantando los versos que componen los trovadores...(...)” (pág. 15). Y sigue la lección de historia: “...Los trovadores, a pesar de que a veces canten en público, no lo hacen como profesión, sino para llegar, con el ejercicio de la poesía y de la mú­sica, a la plenitud de las cualidades caballerescas. Los juglares cantan las canciones de los trovadores (...)... muchos juglares son también poetas. Y este es nuestro caso. Los trovadores acostumbran a contratar a un ju­glar para que divulgue sus canciones. Ha habido gran­des señores -reyes, prín­cipes, emperadores, baro­nes...- que han cultivado la poesía y se han convertido en trovadores.” (pág. 16). En el mismo libro se nos habla de los goliardos, los poetas vagabundos: “Era una cofradía de escolares que había abandonado los libros, las universidades y los monasterios donde es­tudiaban, para dedicarse a correr mundo y saborear la vida. Era gente joven que llevaba una existencia de des­pilfarro y hacía versos en latín con acompañamiento musical”, (pág. 101). En el libro se alude -e intervie­nen también- trovadores famosos como Jaume Roig o Cerverí de Girona. En El secreto de la dama enjaulada, en algún momento, se alude a otros dos trovadores: Guillem de Cabestany y Guillem de Berguedà de los que se evoca sus vidas amorosas.

Los juglares tienen también una forma especial de vestirse y actuar, al menos así lo leemos en El rescate del pequeño rey: “Llevan los rostros enharinados y van ves­tidos, al uso de los juglares, con ropas de vivos colores, y abundantes cintas les cuelgan de las gorgueras, de la faja colorada y de las perneras de los verdes escarpines, y un cascabel en el extremo de cada cinta. Han entrado gritando y con grandes carcajadas, y brincan constan­temente con el tintineo de sus campanillas. Ya se sabe que a los juglares todo les está permitido y aun las bro­mas más pesadas deben ser toleradas por los más altos caballeros con buen humor, de lo contrario harían el ridículo y un caballero moriría antes que hacer el ridí­culo” (pág. 21). Estos juglares, no obstante, son falsos. Los juglares tenían un repertorio amplio, como bien

Llevan los rostros enharinados y van vestidos, al uso de los juglares,

con ropas de vivos colores, y abundantes cintas les cuelgan de las gorgueras [...] han entrado gritando y con grandes carcajadas, y brincan

constantemente con el tintineo de sus campanillas [...]

deducimos de las palabras de un titiritero: “¿Canción, romance, cuento? ¿Sabes alguna de esas nuevas can­ciones de burlas y escarnio que hacen fruncir el ceño a señores y desternillarse de risa a los lugareños? (...) ¿Tienes alguna canción de escarnio para ser aprendida y recitada por ese juglar, que tan bien sabe imitar a los caballeros? (La piedra y el oro, pág. 79).

Hay otros personajes curiosos como los recitado­res de noticias que llegan a los pueblos y cuentan las novedades sucedidas en otras zonas, una especie de noticieros que a veces se confunden con los juglares ya que a veces distorsionan las noticias: “... servían para amenizar el camino ya que el recitador vocinglero les añadía tantos detalles fantásticos que, en muchos mo­mentos, resultaba difícil reconocerlas” (Marcabrú y la hoguera de hielo, pág. 215). Y, por último, nos hemos encontrado con, como se define en el libro, “...la cate­goría más ínfima de los que vivían a costa de las guerras era la de los vendedores de noticias. Iban de un bando

a otro, de un reino a otro, vendiendo a los señores in­formación que les pudiera servir frente a sus enemi­gos. Pero era un oficio en extremo peligroso ya que el Fuero Viejo los considera­ba como espías y permitía que fueran ahorcados, o decapitados, allá donde se les encontrara” (El vendedor de noticias, pág. 14).

Como vemos, a través de la literatura juvenil se puede enseñar a nuestros jóvenes a entender, de mane­ra plástica y amena, la función de juglares, trovadores y otros personajes medievales.

CULTURA Y LENGUAS

Edad Media también ofrece oasis de paz y mo­mentos espléndidos que hablan del buen en­

tendimiento entre culturas, aunque durase poco. En Fernando el Temerario, en algún pasaje, se alude a la Es­cuela de Traductores con estas palabras: “Aquí, en To­ledo, tenemos el mejor centro de traductores que hay en todos los reinos cristianos. En él trabajan maestros musulmanes, hebreos y castellanos traduciendo obras de sabios antiguos. Las trasladan del árabe al latín...” (pág. 55).

Se pondera a menudo esta labor de la Escuela de Traductores de Toledo: “La magna labor de aquellos tra­ductores judíos o mozárabes había consistido en verter escritos y tratados originales de filosofía, matemáticas, medicina, alquimia, astrologia e incluso cabalística judía -perdidos durante las múltiples contiendas en Occidente, pero conservador en Oriente- al castellano

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romance y, posteriormente, al latín escolástico, lengua de cultura en la Europa de la época. La Escuela de Tra­ductores de Toledo engarzó el conocimiento de Oriente y Occidente, lo que supuso un verdadero renacimiento cultural y un empuje fundamental al desarrollo de la lengua castellana” (Alba de Montnegre, pág. 42).

El abad de Santa María de Ripoll encarga al jo­ven mozárabe acogido que traduzca “esos libros árabes que has traído” y añade, contento: “Estoy seguro de que es Dios el que te ha conducido a este monaste­rio. Tenemos ya sesenta libros en nuestra biblioteca, pero, aparte de los libros religiosos, la mayor parte son de gramática, poesía y filosofía. Necesitamos libros de aritmética y astronomía. Tú nos los vas a proporcio­nar. También puedes escribir resúmenes de lo que tus maestros te enseñaron en Córdoba” (El señor del Cero, pág. 72). En el prólogo a este libro, la autora, Isabel Molina, habla de “La tolerancia de los musulmanes que dejaban practicar su culto tanto a los judíos como a los cristianos” y que “atrajo a los sabios de todo el mundo y produjo una gran expansión cultural, amparada por la gran biblioteca de la ciudad y los centros de estudio del Califato”. Desde los monasterios, se atesoró al lado de las copias de la Biblia “la valiosa cultura árabe, sus traducciones de los antiguos sabios griegos y latinos y se trasmitieron a una Europa de pueblos todavía semi­bárbaros y que, en muchos lugares, adoraban a los dio­ses germánicos, y todavía no estaban muy preparados para comprenderla”. Precisamente, El señor del Cero es la historia de un joven mozárabe que sirve de puente entre la cultura árabe y la occidental. José que es un buen matemático ha de abandonar Córdoba a causa de las envidias y recelos; por eso empieza una nueva vida al Norte, en la zona cristiana.

La cultura se hallaba en los monasterios, entre los clérigos, que son los únicos que saben leer y escri­bir. De Fray Antonio, en Bandido leemos: “La ciencia de Fray Antonio iba desde buscar la ortiga macho y otras mil hierbas útiles, a contar el paso de las estrellas, trazar un arco de medio punto y presentir que podía elevarlo o ojival, medir el oro, leer lo que no estaba escrito, hacer sal del saúco y cantar haciendo que la voz le subiera del estómago” (pág. 74). La lectura y la escritura, pues, estaban en manos de los clérigos, pero algunos nobles -pocos- también sabían leer o tenían interés en que aprendieran sus caballeros, como le ocurre a Fernando que estaba destinado a ser un labrie­go y acaba en la corte de Toledo. Un fraile, Fray Mateo, es el encargado de darle las nociones: “En los cuatro meses que llevaba en el alcázar había progresado mucho y ya podía leer, aunque despacio, algunos pasajes del libro que contaba las hazañas del Cid, un aguerrido ca­ballero castellano que había vivido en tiempos del tata­rabuelo de nuestro rey. Pero lo peor era la escritura. Mis manos, acostumbradas al trabajo del campo, no cogían

la pluma con la finura precisa, me caían borrones en las hojas y el buen trazado de las letras me costaba mucho trabajo” (pág. 56). Por fin, este muchacho, en aparien­cia torpe, acaba dominando la cultura de entonces y valorándola: “Fray Mateo -por el que siempre sentiré un agradecimiento infinito-, se encargó de esclarecer mi pobre mente rústica. Me enseñó a leer y escribir en romance y en latín; aprendí con él la Astronomía, que nos muestra las posiciones sobre el firmamento de los cinco planetas y de las constelaciones, en cuyo centro está la Tierra. Me hizo diestro en la interpretación de mapas y cartas marinas, con lo que pude conocer todo el orbe terráqueo, desde las costas de Portugal hasta las lejanas ínsulas de Cipango. Me instruyó en la Geome­tría y en las virtudes y peligros de toda clase de plantas. E hizo que me aprendiese casi de memoria la Santa Biblia y que leyera a los antiguos sabios griegos, latinos y árabes” (pág. 90). Los azares de la vida hacen que Fernando vive tres años en una abadía porque quiere ser monje. De los frailes aprende mucho del campo, aunque, gracias a su buena disposición para las letras, acaba en el scriptorium como copista de libros. Y nos describe de esta manera su trabajo: “Nos ocupábamos de esta tarea ocho escritores en total, sobre magníficos pupitres y en una torre con buena luz a todas horas. Era un trabajo que me gustaba mucho, y no sólo por la propia faena de escribir con hermosa caligrafía. Ha­bía que hacer, también, otras variadas tareas de mucho entretenimiento. Como cortar las plumas de escribir y dibujar, eligiéndolas entre las mejores de un ganso o de un cisne, o preparar los lápices de plomo y de plata. Hacíamos los pincelillos con pelos de marta y coma­dreja, y nos construíamos nuestras reglas, escuadras y compases. Todo se elaboraba en la abadía, hasta el pergamino y el papel. Los últimos en actuar eran los encuadernadores, que le daban un remate suntuoso a los libros. Los volúmenes que componíamos estaban destinados a los señores y damas de la nobleza cas­tellana, así como a los reyes y sus hijos, los infantes” (pág. 132).

El escritorio de los monasterios, pues, es una pieza que suele gustar a nuestros autores, y se recrean en ella, como en Así van leyes donde quieren Reyes: “El escritorio del monasterio tenía una merecida fama y sus libros litúrgicos, copiados con exactitud, primorosamente miniados y con una limpia caligrafía de enérgico trazo igual en todos ellos, se vendían a buen precio para su uso en las catedrales y otros monasterios y resultaban una partida importante en los ingresos” (pág. 6).

El joven Mingo, en El guardián del paraíso, no oculta su satisfacción por su cultura: “He procurado instruirme todo lo que he podido. Me enseñó a leer un santo monje de cierto monasterio cercano a nuestra hacienda, ya muy viejo... Has visto que siempre estoy con un libro... Y sé escribir bien en latín. Pero carezco

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de dinero para más libros o para otros maestros. Este volumen que llevo me lo regaló el monje, y es el único que tengo. Trata de las propiedades de las hierbas sil­vestres y lo he leído ya tantas veces que casi me sé de memoria. Es El Discórides. También he leído algunas partes de la Biblia y los Soliloquios, de Marco Aurelio” (pág. 46). El padre de Tello, en El moro cristiano, quiere que su hijo reciba una buena educación también: “Te­llo, hijo; he procurado enseñarte a manejar las armas y a combatir. Ahora quiero que aprendas correctamente a leer y escribir latín. No me gustaría que fueses como esos señores que no saben poner su signo al pie de los documentos y han de firmar con una cruz. Quiero que te quedes en el monasterio de San Martín de Castrosie- ro. Luego, podrás entrar a ser paje de algún caballero importante, tal vez conde de Castilla o del mismo rey. Más tarde, cuando tengas dieciocho o veinte años, serás caballero, Hijo, que Dios te guíe. Tu madre y yo iremos a verte a San Martín, y haremos alguna donación” (sin paginar, antes del capítulo IV).

La estancia de un escribano y todos sus artilugios se describen en El manuscrito del godo: “las cuatro pa­redes estaban llenas de estanterías con tarros donde se guardaban pincelillos de marta y comadreja, puntas de plata y plomo en sus pinzas de madera, tizones de bre­zo de varios grosores... También había frascos de tinta, que yo sabía hacer mezclando nuez de agallas con ca­parrosa; una buena porción de plumas de ganso y cisne sin cortar (...). En un espacioso armario, que llegaba hasta el techo, se apilaban cientos de hojas de pergami­nos sin usar y otras enrolladas con dibujos” (pág. 96). También en Alba de Montnegre se habla de los escri­banos que prestaban sus servicios de manera pública: “Unas callejas más adelante se colocaban varias mesas estrechas en las que los escribanos redactaban las car­tas que la gente iletrada del pueblo les dictaba. Muy escasas personas de entre el vulgo sabían leer y escribir en aquellos tiempos, por lo que los servicios de estos hombres eran muy apreciados. Tampoco entre las cla­ses altas brillaban esos conocimientos, pero los nobles solían disponer de sus propios secretarios" (pág. 53).

Catalina, la hija de Martín y Águeda que, “no sa­bían garabatear su nombre”, aprende a leer y escribir porque sus padres, sabedores de que no tiene linaje por nacimiento, buscan “en la cultura un recurso seguro para su futuro”. Eso sucede en Viaje a la Gascuña y así se nos narra su aprendizaje: “Catalina también recibía enseñanza; asistía con otras jóvenes de su edad a las clases que impartía en su casa un antiguo fraile, exce­lente maestro de la lectura, la escritura y la aritmética, que es lo que Catalina necesitaba con más apremio para ayudar a su padre en las cuentas de su oficio. El exfraile se ganaba la vida también como amanuense, por lo que se esmeraba en la enseñanza de la manera de escribir y todos sus discípulos terminaban aprendiendo el bello

arte de los manuscritos, la confección de rótulos, títu­los y orlas que eran una verdadera maravilla. Catalina hacía renglones enteros sin ningún fallo en la puntua­ción y adornaba las letras capitales con gran estilo. Sus compañeras no eran tan hábiles y emborronaban el pliego, lo que encolerizaba tanto al maestro que alguna vez llegó a pegarles un cachete” (pág. 66). Otra mujer, liona, la condesa húngara, demuestra tener cierta cul­tura cuando habla de sus lecturas: “Le gustaba mucho una cosa que no hacía muchos años que existía: los relatos que llamaban “novelas”. La había impresionado mucho una trilogía de dichas novelas: Lancelot, La bús­queda del Santo Grial, Muerte de Arturo..." (El secreto de la dama enjaulada, pág. 46).

En Mío Cid. Recuerdos de mi padre, una joven niña, Mencía Pérez, campesina, es entregada a la hija del Cid por su padre, como sirvienta, con muchas prevencio­nes iniciales porque sabe leer y escribir: “Perdonad, señora, pero vuestra bondad me obliga a deciros algo que he callado porque me avergüenza. La zagala tiene un defecto. Su madre y yo la hemos vigilado atenta­mente; no la hemos dejado ir sola a los campos y ha trabajado siempre al alcance de nuestra vista; pero a pesar de todo ha ocurrido. No sabemos cómo ha sido y ella no quiere confesarlo. No he hablado antes porque no sabía si la ibais a querer a vuestro servicio con esta tara -tomó aire-. ¡Esta moza sabe leer y escribir!” (pp. 11 y 12). Eso gusta a la hija del Cid y le proporcio­na a la niña un buen futuro: “Mis ojos ya no tienen la agudeza de la juventud. Me leerás y escribirás lo que yo te dicte” (pág. 13). La niña acaba explicando cómo aprendió a leer y a escribir: “Iba a limpiar con mi ma­dre a la iglesia. Me gustaban mucho los grandes libros con ilustraciones y letras de colores; un día entendí que unas letras decían: “cielo”. Después fue más fácil. Me llevaba una tiza y las copiaba en el suelo de piedra de la iglesia, y después las borraba -hizo una pausa-. Un día me sorprendió el cura y se lo dijo a mis padres. Guardó silencio. No dijo nada de la insinuación del párroco del lugar de que su camino estaba en el claustro y que, en el convento, el saber leer y escribir sería un mérito, pero no un defecto. Tampoco de la ira de su padre, que la zarandeó agarrándola del pelo mientras le pregunta­ba que quién le había enseñado a leer. Nadie creía que hubiera aprendido sola” (pp. 16 y 17).

El latín era la lengua de cultura, aunque las len­guas romances ya se iban imponiendo. En Fernando el Temario ocurre un hecho gracioso y es que un caste­llano se extraña de que en Montpellier los niños ha­blen francés: “Que hasta los niños pequeños hablan esa endiablada lengua, cuando los niños pequeños sólo pueden saber castellano...” (pág. 104). Las lenguas se mezclaban aún porque no estaban asentadas, lo cual resulta extraño a los oídos de Grau, en La sombra del jabalí: “La mezcolanza de francés y alemán en que se

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V-LITERATURA FANT TICÁWENIL

“Mi padre adoptivo, el barón Sancho de la Bellasuerte, me envió

a París para que estudiara en la Universidad de la Sorbona. Por lo que

a la nobleza se refiere, yo valoro la del corazón por encima de todo,

si me lo permitís”

expresaba el hombre de confianza del conde no dejaba de ser algo confusa...” (pág. 56). Los goliardos, sin ir más lejos, componían en latín y “casi nunca utilizaban la lengua vulgar para sus composiciones,(...) la lengua del pueblo sólo les sirve para entenderse con la gente” (pág. 101).

El latín, pues, como acabamos de decir era la len­gua de cultura, la de los conventos y también la lengua común entre las personas cultas, como bien leemos en El guardián del paraíso en donde los caballeros hún­garos y los religiosos romanos se entienden en latín: “Allí, durante unos momentos, todos los caballeros y un buen número de prelados que les aguardaban de­partieron en un latín de acentos diversos, mientras pi­coteaban en los pastelillos o bebían moderados sorbos de vino” (pág. 19). Renato-Grau aprende latín, aunque a él no le haga mucha gracia. Fray Justo es quien se lo explica: “... por el ancho mundo se usa el latín, porque la lengua que hablamos a diario no se escribe; y el latín tiene muchas palabras que se parecen a las nuestras pero verás otras que son di­ferentes” (pág. 42, La som­bra del jabalí). Ante la por­fía del muchacho, le da esta respuesta: “...si viajas por el mundo encontrarás mu­chas otras clases de lenguas (...). Está, por ejemplo, la gente de Occitania, más al sur están los catalanes, al oeste de éstos, los castellanos, al norte de donde nosotros estamos hablan alemán... Pues bien, para entenderse por escrito todos usan el latín” (pág. 43). Pese a ello, concede que Cristo hablaba arameo y que: “...cada pueblo tiene su lengua, que to­das son buenas y que el latín es la mejor” (pág. 43). El chico, una vez sale del monasterio y visita otro mayor, descubre un mundo lleno de posibilidades y, ante su inteligencia, el abad propone: “Si nos lo dejarais una temporada, nosotros lo podríamos colocar con profe­sores de Trivium y Quadrivium; así, una vez aprendi­das las siete artes liberales, ya estaría en disposición de entrar al servicio de los más grandes señores” (pág. 52). Este chico prospera tanto que acaba estudiando en la Universidad de Boren.

Al joven Marcabrú, un monje le advierte que: “El nombre de poeta sólo está reservado para aquellos que escriben sus versos en latín. Los trovadores son los que componen poesías en lengua vulgar” (Marcabrú y la ho­guera de hielo, 126). Un segundón, que no quiere ser monje sino caballero, desdeña el estudio y dice: “No quiero enmohecerme en esta santa casa, estudiando tres años la Gramática y después otros cuatro la Arit­mética, la Geometría, los Astros y la Música... Y más tarde, Leyes y otras muchas cosas... aquí no se hace

más que rezar y estudiar.” (Marcabrú y la hoguera de hielo, pág. 132). Otro joven que, contra todo pronósti­co sabe latín, es el almogávar Corazón de Hierro quien cuenta que sabe latín porque “Mi padre adoptivo, el barón Sancho de la Bellasuerte, me envió a París para que estudiara en la Universidad de la Sorbona. Por lo que a la nobleza se refiere, yo valoro la del corazón por encima de todo, si me lo permitís” (El secreto de la dama enjaulada, pág. 16). El joven mozárabe, de El señor del Cero, José Ben Alvar, explica qué hacía en Córdoba: “Estudiar, señora; las tres ciencias de la gramática, la retórica y la filosofía y las cuatro ciencias de la aritméti­ca, la geometría, la astronomía y la música” (pág. 57).

En la corte de Isabel la Católica “...doña Isabel ha­bía exigido siempre de sus damas que tuvieran cultura” (La dama de la reina Isabel, pág. 130). Eso lo dice doña Beatriz quien alcanzó gran cultura, aunque su hija no le ve el interés aprender latín, a lo que la madre objeta: “No te imaginas la alegría que sentía yo cuando llegaba

hasta la corte algún clérigo o noble de más allá de los Pirineos y podíamos enten­dernos, porque ambos ha­blábamos latín. Era como si las fronteras hubieran desaparecido, como si no existieran las diferencias entre nosotros... ¡Es algo tan hermoso!” (pág. 131).

El joven Gonzalo,analfabeto, nunca ha sentido deseos de aprender hasta que hace un descubrimiento y entonces daría cualquier cosa por leer: “Hasta ahora, había deseado manejar la espada; dominar un caballo encabritado; luchar en un torneo; vencer en las batallas.... ¿Saber qué hay escrito en unas viejas hojas de pergamino? Se hubiera reído a carcajadas unas semanas antes con semejante supo­sición, pero lo cierto es que, durante los tres últimos días, éste ha sido su más vivo deseo. Largos ratos las ha estado mirando y remirando, por las noches, ali­sándolas al sacarlas de la gorra y antes de esconder­las debajo del jergón. ¿Qué misterios encerraban esos mensajes para él inaccesibles? ¿Qué terribles secretos escondían?” (El fuego y el oro, pág. 46). Y es que real­mente no era algo frecuente que alguien, que no fuera clérigo, supiese leer y escribir. El joven Mir no sabe leer ni siquiera sabe qué son libros y por eso se sorprende cuando en una habitación ve “sobre mesas anchas e inclinadas había unos trozos de piel, pergamino, pues­tos unos sobre otros y unas tapas encima y debajo del montón”. El monje le dice que son libros y ál aún se sorprende más porque ni sabe qué es leer ni escribir. El monje contesta que “Saber de letras -dijo, abriendo uno de los libros con tapa de pergamino reforzado con cartón por dentro- es entender lo que dice aquí. Mir

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Page 7: Palabras y música - Dialnet · 2020. 5. 7. · condidos misterios. La mayoría de las novelas destinadas al público juvenil, y ambientadas en la Edad Media, nos describe a un joven,

LITERATURA FANTASTICÁ'HJVENIL

y sus amigos vieron unos signos en negro, unas líneas llenas como de hormigas y, de vez en cuando, un signo más grande pintado de azul o de rojo o de verde” (pág. 67). Y aún se sorprende más cuando el monje le dice que está escrito en latín.

En El perro de Gudrum el padre del protagonista, Ken, tiene ese afán y así lo recuerda su hijo: “También me acuerdo de una mañana en que logró convencer a un viejo anacoreta para que me enseñara a leer y a escri­bir a cambio de carne y verduras. No debía de ser una petición frecuente en la región porque el monje puso, primero, rostro de sorpresa y, después, aceptó encan­tado la oferta de mi padre. Me costó mucho aprender las letras. Al principio todas me parecían iguales y no lograba distinguir unas de otras. Cuando el monje se empeñó en enseñarme latín, la dificultad me pareció que aumentaba de una manera insoportable. Sin em­bargo, lo que más me costaba, lo que más me sacaba de quicio era que los chicos de los alrededores me lan­zaran piedras sólo porque estaba aprendiendo a leer y a escribir” (pp. 21 y 22).

Es muy interesante el fragmento de Marcabrú y la hoguera de hielo en donde se alude a algunas lenguas ro­mances, a propósito de los trovadores: “El francés, el provenzal, el gallego y el si­ciliano, son las lenguas más cultivadas por los trovado-

“Tres días con sus tres noches duró la discusión de ambos científicos.

Enfrascados en hipótesis y argumentos, axiomas y silogismos, teorías y teoremas,

las horas se hicieron breves como minutos, excitantes como un vino dulce que acabara desembocando en la borrachera del conocimiento”

res. Me han contado que incluso en el reino de Castilla cantan en gallego, porque les parece que suena mejor para la poesía que su lengua castellana. Los trovadores catalanes utilizan el provenzal. ...) El provenzal es una lengua hermana del catalán. (...) Todas proceden del la­tín. Catalanes y provenzales somos, además, vecinos y nuestro lenguaje es muy similar. Pero no hay que con­fundirlo con una sola lengua” (pág. 145). En El rescate del pequeño rey, Jaime I, de niño, se niega a aprender

francés porque tiene muy claro que ése no es su idioma, sino el cata­lán, que aprendió de su madre.

Los avances cientí­ficos, depende del mo­mento en que se sitúen los textos, tienen una u otra perspectiva. En La esfera de humo, el alqui­mista y un astrónomo árabe se enfrascan en una discusión prove­chosa sobre la redondez

MARCABRÚ Y LA HOGUERA DE HIELO Emili Teixídor

Mcriin'

de la Tierra, auspiciada por el propio rey Sabio. Uno dice que es como una naranja y otro que como un plato y “Tres días con sus tres noches duró la discu­sión de ambos científicos. Enfrascados en hipótesis y argumentos, axiomas y silogismos, teorías y teo­remas, las horas se hicieron breves como minutos, excitantes como un vino dulce que acabara desem­bocando en la borrachera del conocimiento” (pág. 81). En El guardián del paraíso ya hay quienes creen en otros mundos: “Más allá de la mar océana, muy lejos de las Columnas de Hércules. Allí hay tierras desconocidas. Ya lo afirmaron los antiguos. Dice Sé­neca: “vendrán al fin, con paso lento, lejanos siglos en que el hombre venza las ondas del mar océano y encuentre al cabo dilatadas tierras. Otro Tiphis descubrirá nuevos mundos y ya no será Tule el fin del mundo” (pág. 130). Sin embargo muchos más son los que no lo creen: “ No hay tierra alguna más allá de la mar océana -intervino entonces el general-

. Sólo se puede navegar al oriente; el mar, en derrota hacia occidente, se hunde en el abismo pasadas unas leguas” (pág. 130).

De Gerberto de Au- rillac, Silvestre II, se alaba su educación y cultura: “Se educó en Ripoll y en Reims y, según se dice, es el más insigne filósofo, teólogo y matemático de nuestro

tiempo. Tiene fama de ser el hombre más culto de esta época” (pág. 16. El guardián del paraíso). El rey Alfredo, en El perro de Gudrum aprecia la cultura y, la víspera de una batalla, “Para sorpresa de todos, el rey Alfredo dedicó el resto del día a leer. Le había visto en otras ocasiones el libro en el que estaba enfrascado y sabía que se trataba de una Biblia” (pág. 152). Es más, encuentra su inspiración en la lectura y “...leer en latín continúa siendo una de mis aficiones más placenteras” (pág. 157).

...Y SEGUIDO

A /Tq -i más se podría decir, por supues-IV_L IVJto, pero el espacio es limitado yhemos querido ofrecer una selección de textos para mostrar que la literatura juvenil puede ser un instru­mento precioso para nuestras clases, para ayudarnos a explicar algunas cuestiones de manera amena, viva y llena de matices. En la bibliografía el lector encontrará los libros y, por supuesto, los autores que son, al fin y al cabo, los artífices de esta aproximación que acaba­mos de realizar al mundo de las lenguas y la cultura medievales. ■

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