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PARTICIPANTES

Sarita Valladares

Charo Acera

Rafael Saravia

Máximo Cayón Diéguez

Mercedes G. Rojo

Grupo de teatro Diadres

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INTRODUCCIÓN

Por Sarita Valladares

Una vez más, vamos a comenzar el “Recorrido Romántico” por diversos lugares históricos de la ciudad; en esta ocasión lo hemos dedicado a conmemorar el 700 aniversario de la muerte de Guzmán el Bueno, ocurrida el 19 de Septiembre de 1309, cuando Don Alonso Pérez de Guzmán se encaminó a perseguir las razias de granadinos que hostigaban las plazas fronterizas en este momento. Al llegar al lugar denominado “Prados de León”, en la Sierra de Gaucín, lo asaetearon. Los valientes soldados que le acompañaban lo trasladaron al Real de Algeciras, a Tarifa, a Medina Sidonia y luego a Sanlúcar; desde aquí por el río Guadalquivir le condujeron a Sevilla, para celebrar la misa de honras fúnebres.

Posteriormente fue conducido al monasterio de Santiponce, su definitiva morada desde entonces. Es un monasterio de arquitectura gótica y mudéjar, fundado en 1301 para panteón familiar por Guzmán y su esposa Doña María Coronel y donado al Cister. Junto a sus restos figuran sus esculturas orantes, obra de Martínez Montañés, recientemente restauradas.

Una exposición de cuadros sobre sus hazañas y gestas y un ciclo de conferencias le recordaran en este monasterio como homenaje en este 700 aniversario de su muerte.

Este héroe leonés tuvo la suerte de nacer en el histórico barrio de Santa Marina de la ciudad de León, circundado en gran parte por las murallas y la Puerta del Castillo, única de la ciudad que ha perdurado a través de los tiempos, encontrándose inmediatos los sepulcros de los reyes en San Isidoro, y el Corral de San Guisan, donde se defendieron valientes vecinos de los invasores franceses.

En este momento nos encontramos ante lo que fue casa palacio familiar de Guzmán. No queda nada de lo que fue su morada primitiva. Algunos conocimos, cuando éramos niños, restos de sus edificaciones. El último propietario particular de su casa palacio fue Don Casiano Fernández Villaverde, familiar de Don Luis Fernández Picón, fallecido hace pocos años, al cual, varios de los aquí presentes, le ha escuchado en alguno de nuestros recorridos. A Don Casiano se la adquirió el Ayuntamiento de León el 29 de Agosto de 1894 y el 7 de marzo de 1944 lo vendió al Ministerio de Justicia por la suma de 607.798,90 pesetas. Hoy, como podéis observar, se levanta aquí el edificio de La Audiencia.

Al lado izquierdo de la fachada el Excmo. Ayuntamiento de León, en otro recorrido, instaló en 1994 una placa conmemorativa del VII centenario de la Gesta de Tarifa, siendo este el único signo externo de lo que fue la casa

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familiar. Asistieron al acto el concejal de Cultura y Don Jesús Terán Gil, cronista de la ciudad de Tarifa (fallecido en 2007), que ensalzó a nuestro héroe en aquel acto.

No quiero extenderme más, pues queda constancia más extensa en el libro editado por este Ayuntamiento de León en esta fecha. Sin embargo, quiero recordar los brillantísimos actos conmemorativos que en León se organizaron en el 700 aniversario de su nacimiento, en el año 1956. Hubo un concurso literario. La entrega de los premios a los galardonados se efectuó en el Teatro Emperador. El discurso de exaltación de Guzmán estuvo a cargo del Académico Federico García Sanchíz.

Instituciones académicas y universitarias conmemoraron también la efeméride. En la Facultad de Veterinaria pronunció una conferencia el director de la Biblioteca nacional Don Luis Morales Oliver sobre “La interpretación literaria y heroica de Guzmán el Bueno “. Presentó al conferenciante Don Luis López Santos, director del Instituto Padre Isla. Asistieron al acto todas las autoridades de la ciudad: Alcalde, Presidente de la Diputación, Gobernador, el Presidente de la Comisión de Monumentos, Don Justiniano Rodríguez, eminente historiador. El pueblo de León asistió en masa a estos actos. El mal tiempo impidió la celebración de la misa de campaña.

Hoy, 23 de junio de 2009, el tiempo nos ha brindado con un día veraniego para dedicarle este acto.

Se realizarán varias paradas en el recorrido, acompañados por la Concejala de Cultura, Doña Evelia Fernández, que despedirá el acto.

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RECORRIDO ROMANTICO A DON ALONSO PÉREZ DE GUZMÁN.

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EL PASEO DE DON ALONSO PÉREZ DE GUZMÁN

Por Charo Acera

A GUZMÁN EL BUENO

¡Ay! Mi señor Guzmán,/ he de escribir sobre vos/ y no puedo contar/ ni andanzas, ni aventuras; solo,/ de la hermosa escultura he de hablar.

Me siento ignorante de vuestra existencia/ y vos de la mía, / larga y corta vida,/ para poder mirar con los ojos de la experiencia,/ por ello he de buscar/ a otros que saben y que os conocen / y que a vuestro lado siempre están.

Hace unos días, / cuando me hicieron esta propuesta, /vine a veros y observaros y miré, / quién cerca puede contar,/ qué ocurrió cuando erais barro,/ cuando se hicieron los moldes/ y cuando trozo a trozo fue fundiéndose la estructura en bronce/ qué soldada cacho a cacho os dio esa enorme presencia/ de cuerpo entero/ , erguido, fornido y austero,/ de vuestro cuerpo vestido con ropajes de otras épocas,/ que si bien, en invierno os cobijan, /en verano con el calor y el color, /os asfixian.

Quién queda para contar, / en los libros de la Historia, /si además de barro, fuisteis también escayola;/ si la mano triste que el puñal suelta,/ dice de vuestra tristeza o de vuestro valor, / quién conoció al escultor… Sr. Don Guzmán el Bueno,/ el de la cara inclinada,/ es posible que cualquier viajero/ haya visto en vuestro rostro,/ en un frío amanecer de hielo,/ una lágrima por vuestro hijo,/ pero, segura estoy que del bronce nadie pudo veros, / una sonrisa,/ porque el oscuro color del semblante, / hace oscura la faz, de ese material/ que, con los años ennegrece por la pátina del viento y del hielo.

No hay sonrisa en vuestro rostro/ porque os hicieron triste y quisieron que vuestro dolor se manifestara para siempre en el tiempo.

Cuando vine,/ un fiel compañero encontré, / en vuestro hombro, / en el izquierdo, / hacia donde vuestra cabeza apoya la tristeza y los desvelos/ de cuidar de esta ciudad que ha ido creciendo;/ hacia el dedo,/ donde vuestra mano derecha lanza ese puñal carnicero,/ un palomo rechoncho os dice que,/ muchas familias habitan a ese lado del puente / y a vuestra espalda /, os cuenta el palomo/ como hasta San Marcos los jardines llegan / y de reojo,/ vuestro ojo, ve/ la plaza de toros y más/ pues/ a esa altura y con un poco de imaginación y de cuento,/ el palomo cuenta/ que en su vuelo ha visto miles de casas, / altas y bajas, por todos los puntos cardinales,/ y lo que fue pequeño,/ ese León de vuestro momento, /ahora, en éste,/ es inmenso.

Y el palomo os cuenta que/ en la plaza, / donde el pedestal que os soporta, / en las noches de San Juan,/ siempre hay fuego para quemar los malos sueños del pasado/ y pedir suerte y felicidad / y, que en las terrazas del café,/ que vuestros ojos

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no ven,/ hay muchos que en su descanso sueñan/ con ser vos,/ con esa gran espada,/ con los guantes que cuelgan de vuestra cota de malla,/ malla de cota de cuerpo entero, cuan guerrero/ y que año tras año soporta el gran peso de sus nudos metálicos que ahora solo le protegen del viento. Quien pudiera contar con ese manto que cubre vuestro cuerpo en los inviernos fríos de esta tierra, / quien, / cuando el palomo dormido se acurruca en ese hueco y escucha como el viento sopla/ y como las palabras que vos queréis hacer llegar al pueblo, salen volando hacia el río/ porque, / a vuestros pies/ sereno pasa y coqueto os saluda soñando rozar vuestra postura de caballero.

¡Ay! Don Guzmán, / aquí/ a vuestros pies observo/ y busco las huellas del tiempo/ y he de decir que os conserváis perfecto/ aunque os hicieran de bronce/ del de desecho. Es increíble/ que ni las inclemencias del tiempo, / ni el sol/ ni el viento, / ni las huellas de las palomas/ que tanto daño hacen a ese material vuestro/ han podido con el porte, / con vuestro señorío y con vuestro semblante austero.

Quiero pedirle a los sueños que me dejen estar dentro/ de esta escultura para mirar,/ para mirar dentro/ para ver vuestro espíritu y leer en vuestro pensamiento/ y preguntaros:/ ¿qué os parece este mundo nuestro?/ Y contaros/ que mis manos y mi alma son caricias que sin poder alcanzaros rozan vuestro paño, vuestra malla, vuestra espada y ese puñal / , que todos confunden con una prolongación de la mano que se alarga/ y manda al viajero inconforme/ a la estación si no le gusta León.

Eso es un puñal, para acabar con el tiempo,/ con el dolor, con las lágrimas que vuestro rostro echa cada mañana/ cuando al abrir los ojos os veis de nuevo,/ subido en las alturas,/ con todo el peso del cuerpo, de bronce/ que el Señor Aniceto Marinas hizo para recordaros en el tiempo/ para recordaros que vuestro hijo murió en Tarifa/ y que vuestro cuerpo de bronce os mantiene de pie,/ fornido en el tiempo interminable del olvido,/ de los homenajes y festejos/ de estas guerras que no son las vuestras / de este incansable paso del tiempo.

En el pedestal subido, / hecho por un arquitecto, Gabriel Abreu y Barreda, / de granito y piedra, / con inscripciones que recuerdan las frases de la Historia, / aquellas que aún se recuerdan al contar quien sois vos, / quien os hizo, / cual vuestra hazaña y cual vuestro dolor.

Cuan morbosa es la Historia y sus recuerdos. / No se hizo la estatua por vuestras riquezas, ni tampoco por vuestra guapura,/ ni tampoco por vuestra andadura de marido, con vuestra noble esposa María Alonso Coronel por las tierras andaluzas,/ ni por vuestros triunfos como orador o, como político negociador, / ni como gestor./

Se hizo una escultura al aprieto de la vida / a ese que te agarra las entrañas y te va estrujando el alma; / representa el aguante y el dolor ,/ del orgullo, del honor de esa palabra que alguien inventó,/ para destrozar la lógica de la vida/ y defender la tierra y al pueblo/ y defender el puesto que ocupas en el gremio de los que construyen la sociedad, / en vez del de la vida, / la vida de un hombre,/

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esa que a un hombre levanta del cansancio de los años para ver / el regalo de la herencia / y el lujo de tener un hijo.

Dios mío,/ quien aguanta que le maten a un hijo,/ solo los locos,/ solo los hombres de hierro o de bronce,/ solo los de aquellos tiempos ,/ aquellos hombres de aquel honor, / qué eso sí que el tiempo ha cambiado y a borrado,/ porque ahora/ ya en otro tiempo,/ es más fuerte el amor que el honor,/ y uno se rendiría antes de ver a un hijo muerto.

Por eso la representación del dolor es lo bueno que dejó el escultor, / sabias manos que, no solo pusieron empeño en construir un guerrero para el orgullo del pueblo,/ sino un guerrero de alma rota/ de orgullo intacto/ de honor firme/ de dolor de padre que oculta de tristeza eterna/ y de bronce, para mayor pena de aquella hazaña que el pueblo no ve.

El guerrero llora cada día y cada instante/ la muerte de su infante/ y su honor de caballero, por Tarifa, por el Rey y por el Pueblo.

El Maestro esculpió un semblante/ y su mano al viento y su puño izquierdo prieto, / nos dan la fuerza, las historias de todos los que en Guzmán se miran,/ de todas las historias escritas,/ de la tuya, de la tuya y de la mía.

Escultura de las alturas, / este León te honra, con el tiempo y en el tiempo, / te honra la fiereza, con que defendiste una tierra, /que ni siquiera era la tuya/ y esto es un nuevo aspecto de honor que nos recuerda el carácter de los hombres de León, / aquellos hombres errantes que por todo el mundo están, / llevan a León en el alma y defienden la tierra donde habitan /, con el puño y con la espada.

Para León y no en Tarifa, / para la historia de palabras no escritas, / este Don Guzmán el Bueno, es bueno en material / y en semblante/ y es bueno en historias para contarle en sus sueños al palomo adormilado/ que en su silencio ve/ la lágrima de hielo que Don Guzmán el Bueno/ suelta cada mañana/ lejos de un fin que nunca dejara de serlo,/ lejos de una historia que se acabe como un cuento.

Don Guzmán, aquí quieto, / por los siglos de los siglos, León te honra/ y mi corazón se ahoga cuando tu mano, tu cuerpo, tu manto, tu cara y tu pelo/ me cuentan esta triste historia que represento el Maestro, triste muy triste y con final eterno.

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No se trata de conquistar...

Por Rafael Saravia González

No se trata de conquistar...

por conquista entiendo la luz y su frescura

en las playas de tarifa,

concibo conquista en la hermosura que complace mi ojo

al pasar por la tez de María Alfonso

y al por menor, concibo inmensa la conquista

que me hace cómplice de este frío y su estertor.

No se trata de conquistar,

otros vendrán con resultas mayores

y sólo habrá reposo si la paz es regalada.

Mi función ancestral es guiar en el viaje,

la estación de la incertidumbre quedará impregnada

del olor que los siglos traen conmigo.

Pero yo insisto...

mi conquista es otra;

con la luz, el mar y los ojos que te presentan en mis cadencias

tengo más que lo soñado por los ancestros de Yusuf.

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La libertad me fuerza a seguir,

la voluntad del que no se doblega a la extorsión del terrorista,

el ninguneo del tiempo hecho presa del propio tiempo,

la desazón de vivir la muerte de tu sangre más viva y joven...

No se trata de conquistar,

tan sólo requiero la paz y su don.

Por ella lucharé en la vigilia de mis días,

por ella ofreceré mi vida y la de los míos

en pro del nombre que nos libere.

Sólo la bondad

del que amamanta a un hijo con la muerte

se puede recubrir de gloria futura.

Por eso os digo...

no se trata de conquistar...

en mi gesto perpetuo,

se sobreentiende la respuesta:

Basta Ya!

dé paso mi nombre a la proclama de la libertad.

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CALLE LEGIÓN VII

Por Máximo Cayón Diéguez

Buenas noches, señoras y señores:

Bienvenidos a este espacio urbano, y gracias por acompañarnos en este recorrido histórico y literario. La evocación ha situado nuestros pasos en esta calle que lleva el nombre de la ‘Legión VII’, ‘la más española de las legiones romanas’, en feliz afirmación del eminente historiador y arqueólogo D. Antonio García Bellido, y, naturalmente, remembranza pública del origen de nuestra querida ciudad de León.

Como saben ustedes, el protagonista de este itinerario romántico es D. Alonso Pérez de Guzmán, hijo bastardo de D. Pedro Núñez de Guzmán, nacido en nuestra ciudad el 24 de enero de 1256, festividad litúrgica de San Ildefonso. Manuel José Quintana, poeta próximo al romanticismo español y ayo instructor de la reina Isabel II, en su obra ‘Vidas de españoles célebres’ relata que Guzmán se casó ‘con Doña María Alonso Coronel, doncella noble de Sevilla, por su hermosura, riqueza y virtudes el mejor partido de toda Andalucía. Tenía entonces Guzmán veintiséis años y la boda se celebró en Sevilla, haciendo el rey, [Alfonso X], donación de Alcalá de los Gazules a los desposados’. Sancho IV le otorgó el sobrenombre de ‘Guzmán el Bueno’ por el valor demostrado durante los sucesos acontecidos en Tarifa el 24 de septiembre de 1294. La muerte quebró su aliento en la sierra andaluza de Gaucín, el 19 de septiembre de 1309. En el monasterio de San Isidoro del Campo, en Santiponce, muy cerca de Sevilla, en un sepulcro tallado por Martínez Montañés, este ilustre leonés aguarda la resurrección de la carne.

Hasta aquí una escueta data del héroe de la gesta tarifeña. Pero, nuestro compromiso esta noche va más allá, implica el acercamiento a los elementos más visibles que delimitaban este entorno que ocupamos ahora tanto cuando ve la luz primera, en la antigua calle de Santisidro, actualmente del Cid, D. Alonso Pérez de Guzmán, como durante la época de su infancia. Por ello, para cumplir el encargo encomendado, a guisa de prólogo, digamos que entonces el espacio urbano donde nos encontramos no era otra cosa que un lugar extramuros de la Puerta Cauriense, acceso a esta Antigua Corte de Reyes por el lado del poniente, situado al final de la calle Ancha, a la altura del

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Palacio que siglos después levantarían los Guzmanes. Dicha arteria urbana, vía de la romanidad, entre otros, llevó el nombre de Herrería de la Cruz, Santo Cristo de la Victoria y también de Fernando Merino, de quien hablaremos más adelante.

En esta terrosa superficie se alzaban tres edificios principales: la antigua iglesia de San Marcelo, el desaparecido Hospital de San Antonio Abad, y, un poco más allá, en la actual plaza de Santo Domingo, el Monasterio de Santo Domingo el Real, cenobio que se hallaba bajo la custodia y administración de la Orden de Predicadores, y de donde toma dicha ágora denominación oficial.

Las primeras referencias de la antigua iglesia de San Marcelo datan de mediados del siglo IX. Destruida por Almanzor, al igual que toda la ciudad, reedificada por el obispo D. Pedro en 1096, y refundida con los monasterios de San Miguel y de los santos Adrián y Natalia, dicha iglesia estaba unida al hospital fundado para albergue de pobres y peregrinos. Tiene consignado D. Antonio Viñayo que Santo Martino ‘niño aún, se refugió con su padre viudo en el monasterio de San Marcelo, cenobio que tenía un hospital anejo (...) y [que] allí recibió el sagrado orden del subdiaconado, entre los dieciocho y los veinticinco años, edad exigida para la recepción de tal orden (...) Finalizadas sus romerías - se refiere D. Antonio al desplazamiento de Martino a los Santos Lugares - nuevamente volvió al monasterio de San Marcelo, y en él recibió las sagradas órdenes del diaconado y presbiteriado’.

El 29 de marzo de 1493, Sábado Santo, procedentes de Tánger, donde fue martirizado el 29 de octubre de 298, llegaron a León los restos del centurión Marcelo. Presidía la comitiva el rey católico Fernando V. Este acontecimiento incardinó en el ánimo de los leoneses el laudable propósito de erigir una iglesia digna del Patrón de la Ciudad. Si sobre el antiguo templo, cuyo deterioro era manifiesto, ya ejercía patronato nuestro Ayuntamiento, por documento del archivo episcopal sabemos que el 15 de mayo de 1588, el obispo legionense D. Francisco Trujillo, el Cabildo Catedralicio y la Corporación Municipal aceptaron las trazas de la nueva iglesia que presentaron conjuntamente los famosos arquitectos Juan de Ribero Rada y Baltasar Gutiérrez. Dos meses después, el 19 de julio, el antedicho obispo Trujillo puso la primera piedra de la nueva construcción, culminada en 1627. De estilo herreriano, Berrueta la define ‘sencilla y fuerte, de limpias y robustas pilastras toscanas’. En el retablo mayor, fechado en el primer tercio del siglo XVIII, recibe culto y devoción la imagen del centurión Marcelo, obra de Gregorio Fernández.

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La fundación del Monasterio de Santo Domingo el Real se sitúa en la mitad del siglo XIII, apenas cinco años después del nacimiento de D. Alonso Pérez Guzmán, protagonista de este recorrido lírico y sentimental. El P. Risco dice a este respecto: ‘Las historias de la Orden de Santo Domingo no traen relación cierta del año de la fundación de su Convento de León, y sólo consta, dice el Obispo de Monopoli, por el libro que los Provinciales tienen de las fundaciones (...) que el de León se fundó el año de 1261. Los privilegios que se conservan de este convento muestran que su fábrica se debe a la real generosidad de los reyes Alfonso X, Sancho IV y Fernando IV...’

Su estructura se extendía por la avenida de Ordoño II, Gran Vía de San Marcos y la avenida del Padre Isla, y entre sus muros se impartían enseñanzas de teología, filosofía y otras ciencias del espíritu. Aquí se fundaron, en los siglos XVI y XVII, las cofradías penitenciales de Angustias y Soledad y Dulce Nombre de Jesús Nazareno.

Los Guzmanes fueron protectores del Convento de Santo Domingo, que, como dije antes, hoy presta topónimo a la plaza más céntrica de la ciudad. Ocupado y saqueado por las tropas francesas durante la Guerra de la Independencia, un enorme incendio acontecido el 1 de enero de 1809 arrasó una parte muy importante de su fábrica. En 1814 su estado era ruinoso y desolador. Y así se mantuvo hasta finales del siglo XIX.

Como es sabido, el 30 de noviembre de 1868, a raíz del triunfo de ‘La Gloriosa’, las Recoletas, obligadas a exclaustrarse, dejaron su primitiva sede de la calle del Cid, donde hoy se halla el Jardín Romántico. Tras soportar un rosario de contrariedades y desdichas, en las postrimerías del citado siglo XIX, las religiosas agustinas adquirieron el maltrecho monasterio de Santo Domingo, y levantaron allí el nuevo Convento de Nuestra Señora del Milagro y la Encarnación, que, en 1965, vendieron al Banco Industrial de León, luego Banco de Fomento, y ahora Caja España.

De los escasos vestigios que han llegado hasta nosotros provenientes del Convento de Santo Domingo el Real, subrayemos que en la Casa de la Poridad, edificación que culminó Juan del Ribero y Rada en 1585, siendo ésta su primera y más bella obra conocida, pueden verse, tal y como advierte Gómez Moreno, ‘dos columnas puestas en la escalera, que proceden del sepulcro de D. Martín de Guzmán, en la capilla mayor de Santo Domingo, y que se hizo antes de 1576’. Y puntualiza D. Manuel: ‘Son de caliza fina, de

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orden corintio, acanaladas en sus dos tercios, y abajo llevan águilas esculpidas, de raro estilo’. Las columnas mencionadas se colocaron en 1867 en la escalera interior de la puerta norte del edificio municipal. Por otro lado, anotemos que la escalinata prioral de la Real Colegiata de San Isidoro, la capilla de las Concepciones o la Casa de las Carnicerías, entre otras obras, llevan también el sello de Juan del Ribero y Rada.

La tradición hospitalaria de León se remonta a muy lejanos tiempos. Antes, cuando hablé de la antigua iglesia de San Marcelo, cité al obispo D. Pedro, que ocupó la sede legionense durante veinticinco años, desde 1087 hasta 1112. Una escritura de 6 de marzo de 1096 acredita que D. Pedro, llevado por su celo evangélico, fundó el Hospital de San Marcelo, donde, como dice una referencia, ‘los pobres, débiles, cojos, desnudos y peregrinos hallaban sustento y alivio’. De su sostenimiento se hizo cargo un patronato presidido por el citado prelado y del que formaba parte el Cabildo catedralicio, que también aportó sus rentas.

Mucho tiempo después, el 13 de enero de 1302, D. Gonzalo, obispo de León, estableció en la Catedral una dignidad con el título de Abadía de la iglesia de San Marcelo, la cual aparejaba la administración del Hospital. En 1305, se dotó a éste de sus primeros estatutos, reformados en 1406 por el famoso canonista Clemente Sánchez Barcial, arcediano de Valderas. Por un documento de junio de 1461, que se conserva en el archivo catedralicio, sabemos que ya a mediados del siglo XV se conocía a este establecimiento sanitario como ‘Hospital de San Antonio Abad’. La invasión francesa y las leyes desamortizadoras pusieron en precario su existencia. Las Hijas de la Caridad se encargaron, en 1863, de su servicio y funcionamiento, y la Diputación Provincial comenzó a prestar las pertinentes ayudas económicas para su mantenimiento.

El Ensanche de la ciudad de León puso fin al edificio en 1919. Entonces, se remodeló la plaza de Santo Domingo, se abrió la calle Legión VII, y se amplió el edificio del Ayuntamiento. Curiosamente, este año se cumple el cuadragésimo aniversario de la última ampliación llevada a cabo en la sede oficial de nuestro Ayuntamiento sobre la superficie del desaparecido Teatro Principal. El centro hospitalario se trasladó a las nuevas instalaciones situadas en los altos de Navatejera.

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La calle del Hospital, antorcha evocadora que alimenta el nomenclátor callejero, está situada entre el templo dedicado al Santo Centurión Marcelo y la popular Casa de Roldán, inmueble que se alza en el ángulo que conforman la plaza de Santo Domingo y la calle de la Independencia. A modo de curiosidad, recordemos que en este solar se alzaba ‘La Torre de Almanzor,’ demolida en 1922.

El crecimiento espacial de la ciudad tuvo su eje extramuros de la antigua muralla romana. El llamado ‘Burgo Nuevo’ de León tenía uno de sus núcleos de expansión en esta zona de San Marcelo. Por estos contornos situaron sus industrias determinados gremios y en las amplias praderas circundantes se desarrollaron actividades agrícolas y ganaderas. Por vía de ejemplo, digamos que los ‘fajeros’ o tejedores, que fabricaban toda una variedad de prendas, utilizando, como materias primas, el cáñamo, el lino, la lana y, alguna vez, la seda, vivían en torno a la iglesia de San Marcelo. La puerta de San Marciel o de Fajeros se alzaba en medio de la actual plaza de Santo Domingo. Al lado del monasterio que regía la Orden de Predicadores, tenían los fajeros leoneses capilla propia.

Este año se conmemora el VII Centenario de la muerte de Guzmán el Bueno, acaecida, como he dicho, el 19 de septiembre de 1309, en una de sus correrías por tierras del antiguo Reino de Granada. La estatua leonesa del héroe de Tarifa es obra de Aniceto Marinas, escultor segoviano, que tiene una calle dedicada en el barrio de San Lorenzo. El promotor de dicha estatua fue Gabriel Fernández Cadórniga, bañezano singular y senador del Reino. Honra su memoria una arteria urbana en el barrio del Mercado, que anteriormente se titulaba de Cuchilleros.

Los desvelos de Fernández Cadórniga alcanzaron cúspide y cima el 18 de julio de 1894. Una Real Orden, expedida en San Sebastián, en su artículo I, hace saber que ‘se erigirá en León una estatua representando la figura de Don Alonso Pérez de Guzmán el Bueno, hijo de aquella ciudad’. Y continúa el texto de este modo: ‘Se fundirá por cuenta del Estado, en la fábrica de cañones de Artillería de Sevilla, facilitando el Ministerio de la Guerra para el expresado objeto el bronce necesario considerado como inútil o procedente de desecho’. Sancionaba con su firma dicha disposición Dª María Cristina de Habsburgo-Lorena, reina regente dada la minoría de edad de su hijo D. Alfonso XIII, nacido el 17 de mayo de 1886. Era presidente del Consejo de Ministerio D. Práxedes Mateo Sagasta.

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Sagasta, ilustre político español, fue el suegro del farmacéutico leonés D. Fernando Merino, Ministro de la Gobernación con el citado Alfonso XIII, y, asimismo, Gobernador Civil de Madrid y Gobernador del Banco de España. Uno de los paseos más populares de nuestra ciudad lleva el nombre de su esposa, la Condesa de Sagasta, Dña. Esperanza Mateo Sagasta y Vidal, y, como dije al comienzo, la calle Ancha, en su momento, llevó también el nombre de Fernando Merino.

El pedestal que soporta la estatua de Guzmán el Bueno fue obra del arquitecto Gabriel Abreu. Y en sus costados figuran cuatro inscripciones. Son éstas: ‘A Guzmán el Bueno, la provincia de León ’MDCCCXCV’ [1895]; ‘Los buenos caballeros ni compran ni venden la victoria’; ‘No engendré yo mi hijo para que fuese contra mi tierra’; y ‘Ca justo es el que face bondad tenga el nombre de Bueno’.

La ubicación del monumento, donde Alonso Pérez de Guzmán exhibe en su mano derecha un puñal, y en su izquierda, un escudo, propugnó también la expansión de la ciudad por el oeste y, con ello, el trazado de Ordoño II, la primera calle modernista de esta antigua Capital del Viejo Reino.

A grandes rasgos, y en torno a la figura de Guzmán el Bueno, hemos recordado los perfiles de este espacio urbano próximo a San Marcelo en la mitad del siglo XIII, así como sus cambios y transformaciones. Cumplido, pues, el encargo encomendado, aquí rinden destino mis palabras. Gracias por su atención y feliz noche de San Juan a todos.

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GUZMÁN EL BUENO, ENTRE LA REALIDAD Y

LA LEYENDA.

Por Mercedes G. Rojo

Nos encontramos frente a este hermoso Palacio de los Guzmanes, del que hoy

podemos disfrutar gracias a que en su momento fue recuperado para albergar

la Diputación Provincial, con el fin de insistir de nuevo en la figura de Guzmán

el Bueno, personaje ligado a la historia de nuestra ciudad, de nuestra provincia

y, en su momento, del reino de León, aunque sea más conocido desde la

leyenda que desde la propia historia.

Hemos de comenzar diciendo que, a pesar del nombre que ostenta el

palacio y a pesar de las armas que campean en las mensulillas del piso inferior

y que son sin duda las armas de los Guzmanes, poco tiene que ver este edificio

con la propia figura de Guzmán el Bueno. No sólo por el hecho de que el

edificio fuese construido 400 años después de la existencia de este personaje,

es que además fue mandado construir, supuestamente, por el obispo de

Calahorra Juan de Quiñones y Guzmán, perteneciente al linaje leonés de los

Guzmanes pero muy alejado de la línea sucesoria del propio protagonista de la

noche de hoy. Tampoco le une a la figura de Alonso Pérez de Guzmán el

hecho de que se construyese sobre la antigua fábrica de la que fuera la casa

de su nacimiento, tal como a veces se nos ha hecho creer, puesto que ésta

estuvo situada bastantes metros más allá, en la Calle del Cid, y de la que sólo

nos queda como recuerdo la placa que en su día se puso como

conmemoración de este hecho histórico.

Pero volvamos al personaje que es el verdadero protagonista de este

evento permitiéndome que, antes de comenzar, plantee una pregunta retórica

al respecto. Si hoy preguntásemos al conjunto de la ciudadanía leonesa

cuántas personas conocen algún dato histórico sobre la vida de Guzmán el

Bueno más allá del transmitido por la leyenda construida sobre la muerte de su

hijo pequeño, y cuál es su relación con nuestra ciudad también más allá del

dicho popular unido a la actitud que presenta la estatua en la que iniciamos hoy

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nuestro recorrido, ¿cuál creen que sería la respuesta?. Seguramente no nos

sorprendería ver como una inmensa mayoría lo desconoce todo, tal como

ocurriría con tantos otros nombres ligados a nuestra ciudad a lo largo de los

siglos y de cuyo recuerdo apenas nos queda, en ocasiones, el nombre de una

calle dedicada y en otras ni siquiera eso. Guzmán el Bueno es un

personaje que la Historia trata muy de pasada, puesto que más que en ella

encontramos referencias a su persona a través de la leyenda que se creó con

motivo de lo acaecido en el sitio de Tarifa, hecho sobre el que volveremos con

posterioridad. Vivió este personaje en una época llena de intrigas donde eran

habituales las relaciones extramatrimoniales (sobre todo entre nobles), donde

las luchas por el poder se sucedían entre las distintas ramas de las familias

nobiliarias, todo ello unido a un momento en el que se buscaban alianzas con

los pueblos musulmanes para conseguir mayores parcelas de poder. En estas

circunstancias, no es raro que Guzmán se convirtiera en uno de esos

personajes de nuestra historia cargado de luces y sombras, más sombras que

luces, precisamente porque su imagen ha llegado hasta hoy en una mezcla de

leyenda y realidad entre la que es difícil seguir el verdadero trazado de su vida.

Gran parte de su existencia la pasó Guzmán entre campañas bélicas, en

un momento en que España era un mosaico de nobles cristianos y pueblos

musulmanes que lo mismo se aliaban para conquistar nuevos territorios y

obtener más poder que luchaban entre sí. Gracias a esas luchas Guzmán el

Bueno fue ganando posición y poder en las cortes españolas, hasta convertirse

en una de las fortunas más importantes de la España de aquella época en

quien tuvo origen la casa de los Medina – Sidonia, uno de los linajes nobiliarios

que más poder e influencia alcanzaron en la España de los siglos venideros,

aunque él no llegó a ostentar el título que sí fueron heredando sus

descendientes. No es fácil seguir la pista a este personaje durante los años que

vivió, la mayor parte de ellos ligados a esas luchas a las que hemos aludido,

encontrándose, cuando se trata de bucear en los detalles de su vida, muchas

más referencias a su persona y sus actos en las crónicas musulmanas que en

las cristianas, sobre todo si se pretende permanecer al margen de lo que la

leyenda ha dejado traslucir

Pero comencemos su historia por el principio. Corría el año 1256 cuando

un seguramente frío día de enero, el 24 por más señas, nació Alonso Pérez de

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Guzmán en esta ciudad nuestra, muy cerca del lugar donde ahora nos

encontramos, en el antiguo palacio de los Guzmanes, situado junto a San

Isidoro, del que hoy no queda más vestigio que la placa que lo recuerda. Ya

desde ese mismo momento su origen se tiñe de leyenda pues si bien parece

ser cierto que fuera hijo de Pedro Núñez de Guzmán, militar y noble

perteneciente a la rama de los Guzmanes asentada en León con propiedades y

señoríos en la montaña, el nombre de su madre se alterna – según las fuentes

– entre el de Isabel, doncella leonesa (seguramente noble) que fallecería en el

parto; y el de Urraca Alfonso, hija ilegítima del rey leonés Alfonso IX, según los

genealogistas que allá por el siglo XVI escribieron para los Duques de Medina

Sidonia su árbol genealógico tratando de dotas sus orígenes de dignidad y

legitimidad. A esta última se la consideraría supuestamente casada por breve

tiempo con Pedro Núñez de Guzmán, padre de nuestro personaje.

Cualquiera que fuera la situación, el caso es que – segundón de la casa

o hijo ilegítimo - en 1275 Guzmán abandona León y se asienta en tierras

andaluzas donde tenía familia, hay fuentes que dicen (de nuevo la leyenda)

que por desavenencias con sus hermanos. En cualquier caso, las hubiera o no,

lo habitual era que como todo segundón de la época buscara hacer fortuna de

la forma más oportuna para un noble de aquellos tiempos, empuñar las armas

en cuantas campañas bélicas pudieran ofrecerle poder y gloria. Así, con 22

años se incorpora al ejército de Alfonso X el Sabio, luchando como adelantado

de los ejércitos cristianos en Andalucía. A partir de ese momento combatirá

unas veces en España, del lado de las tropas cristianas y otras en África, junto

al rey de Fez (Abu Yusuf), enfrentándose a otros grupos musulmanes y

obteniendo con ello importantes beneficios económicos, que serían el origen de

su fortuna y de sus posesiones.

Pero es esta época una etapa sumamente revuelta en el solar español,

ya que diferentes reinos tratan de disputarse ciudades y territorios, enfrentando

a padres, hijos y otros posibles descendientes en continuas luchas internas

para las que en no pocas ocasiones piden ayuda a los reyes y caudillos

musulmanes. No se trata pues de una lucha exclusiva entre moros y cristianos

sino una lucha de poderes en la que todos quieren hacerse con todo. Es en

este marco histórico en el que vive y lucha Guzmán el Bueno. A veces en

España, a veces en África. En España, lo hará siempre a favor de los cristianos

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aunque luche junto a los ejércitos musulmanes que acuden en ayuda de estos

y elegirá a los reyes “oficiales” frente a quienes se sublevan contra ellos.

Primero será a favor de Alfonso X el Sabio frente a su hijo Sancho IV, y a su

muerte apoyará a éste como legítimo heredero del anterior frente al infante don

Juan, su hermano, enfrentado a él por cuestiones de linaje. Y es precisamente

en esta etapa cuando tiene lugar el suceso que dio pie a la conocida “leyenda

de Guzmán el Bueno” que lo convirtió en héroe de la cristiandad y que ha

servido de argumento a romances, tragedias, comedias, poemas e incluso una

ópera.

Gobernaba Alonso Pérez de Guzmán la plaza de Tarifa de la que el rey

Sancho IV le había nombrado alcaide tras serle arrebatada por su ejército a los

benimerines en el año 1292, cuando un año después vuelven estos mismos a

sitiar la ciudad que valerosamente defienden los hombres de Guzmán. Si

conocemos la leyenda y toda la literatura que la misma ha generado a lo largo

de los tiempos, nos queda la impresión de que se trata de una lucha de

musulmanes frente a cristianos, cosa que no es así puesto que en el bando

sitiador se encuentra el infante don Juan que se ha aliado a los benimerines en

una lucha de poder contra su propio hermano el rey Sancho IV, a quien

pretende arrebatarle el trono. Y tampoco son los musulmanes quienes se

hacen con el hijo de Alonso Pérez de Guzmán, de 10 años, y quienes le

amenazan con degollarlo si no rinde la plaza, sino el propio infante quien

propone la treta seguro de que ante tal exigencia, el alcaide cederá y rendirá

Tarifa.

¿Se trataba pues de una auténtica amenaza o de un “farol” ante el que

se espera la lógica renuncia al juego? Nunca lo sabremos porque ni estábamos

allí ni ninguno de los dos protagonistas de la historia dejaron dicho o escrito lo

que en aquel momento pensaron.

Lo que sí sabemos es que la reacción fue seguramente la menos

esperada. El Alcaide de Tarifa puso por encima de la vida de su hijo su deber

para defender una plaza que le había sido entregada por el legítimo rey. Tal

vez en la creencia de que su rival no cumpliría su amenaza, pues no dejaba de

ser un noble cristiano. ¿Y qué supuso el hecho de lanzarles su propio puñal?

Quizá un “farol” aún más grande que el propio chantaje, en un juego de poder

que seguramente terminó yéndosele de las manos a ambos jugadores

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observados por un público espectador frente al que no podían permitirse la

posibilidad de quedar por debajo del otro. Un peligroso juego en el que D.

Juan, aliado de los benimerines que querían para sí la plaza a cambio de su

apoyo para lograr el poder, trataba de ganar tiempo frente a la inminente

llegada de la flota que acudía en ayuda de Alonso, y en el que el principal

perdedor resultó ser el inocente hijo de Guzmán, Pedro Alonso Pérez de

Guzmán.

La hazaña realizada por nuestro personaje frente al asedio de Tarifa, si

verdaderamente puede llamarse hazaña a consentir el sacrificio de un hijo

menor de edad, marca el paso de esta figura al elenco de héroes de nuestra

Historia, pero lo hace pasado el tiempo lo que tal vez justifique la necesidad de

poner el asesinato del menor en manos de los musulmanes. ¿Acaso había algo

que esconder ante la Historia? ¿Es más justificable el degollamiento de un

menor por parte de un ejército de “infieles” que por parte de un noble

“cristiano”? ¿Había que justificar la “fiereza” de unos frente a la “nobleza” del

otro? En cualquier caso, lo que es cierto es que Guzmán el Bueno ha

trascendido la Historia de la mano de su leyenda. Siendo retorcidos, y llegados

a este punto, me pregunto qué hubiera sucedido si Guzmán hubiera claudicado

ante la amenaza de matar a su hijo pequeño, si hubiera antepuesto la

seguridad de su retoño a la defensa de la ciudad que le había sido confiada.

¿Le hubiera tratado igual la Historia? ¿Lo hubiera reconocido León como hijo

de uno de sus más ilustres linajes? ¿O se habría perdido para siempre en el

silencio como lo hicieron antes o después de él tantos otros? No intento, por

supuesto, poner respuesta a estas preguntas, solamente abrir una vía a la

reflexión en un momento histórico en el que el discurso entre la vida y la muerte

de seres inocentes en todo el mundo sigue estando lleno de incongruencias y

contradicciones.

La Historia está llena de personajes anónimos que con sus gestos

ganaron o perdieron batallas, pero sólo unos pocos tuvieron la suerte o la

desgracia de ser convertidos en héroes. Hablo de suerte si “suerte” es quedar

para siempre unido a tantas páginas como se han escrito con su historia y con

su nombre. Hablo de “desgracia” si consideramos que lo único que trasciende

de ellos es un breve momento de su vida – seguramente no el más importante

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– tergiversado en la mayoría de las ocasiones y manipulado hasta esconder

tras el mismo la verdadera trayectoria de toda una vida.

No sé si este es el caso de Guzmán el Bueno, del que, por otro lado, hay

quien considera cómo puede ser que se haya apodado como “el Bueno” a un

padre que permitió tamaño sacrificio de su hijo, por mucho que venga a

recordarnos el sacrificio bíblico del hijo de Abraham (que en aquella ocasión no

llegó a hacerse efectivo). Sin embargo, hay fuentes que establecen que este

apelativo no se une a la renuncia de la defensa filial frente a la defensa de la

ciudad, sino al hecho de su fortuna, ya que en aquella época medieval “el

bueno” significaría “el rico”, aspecto que sí se adaptaría a la propia condición

del personaje que amasó una de las fortunas más importantes de aquella

época. Mi invitación tras esta participación es a que indaguen ustedes, a que

buceen en la historia un poco más allá de las apariencias que la leyenda nos

transmite, analicen la época en la que vivió, y juzguen por sí mismos. Sin

olvidar que también es cierto que somos el producto de la sociedad de una

época y que no se puede analizar una vida única y exclusivamente desde la

perspectiva de 700 años más acá.

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EDIFICIO DE LA AUDIENCIA, LUGAR QUE OCUPÓ LA CASA PALACIO DONDE NACIÓ GUZMÁN.

Recita Sarita Valladares

A LA MUERTE DE GUZMÁN

Cuando ruge la tempestad

En el monte solitario

Oscuro el horizonte

Sólo los destellos de los relámpagos

Iluminan la esperanza.

Un día alguien recordará

Sus ecos en lontananza

Y resonará su nombre

Tal vez cubierto

De granizo o nieve,

Pero refulgente

Al sol de mediodía.

Bellos los pueblos

Que recuerdan su historia.

Admirables

Los que no olvidan

A sus hombres

Sus virtudes

Sus hazañas

Y sus nombres.

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El Paseo de Don Alonso Pérez de Guzmán

Por Grupo Diadres de Teatro

PERSONAJES

Don Alonso Pérez de Guzmán

Doña María Alonso Coronel (Esposa de Don Guzmán)

Pascuala (Criada)

Sebastiana (Criada)

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(Frente a la estatua de Don Alonso Pérez de Guzmán)

GUZMÁN: Bien arribado a mi tierra

de la plaza de Tarifa,

me dicen que es engañifa

hacerme una estatua en piedra.

PASCUALA: La estatua de referencia

vela ahí vuesa merced.

SEBASTIANA: Y al buen pueblo agradeced

que no haya habido pendencia.

PASCUALA: ¡Que lleva días plantada

encima del pedestal

y a nadie le sabe mal

que no sea inaugurada!

GUZMÁN: ¡Vive Dios que no lo entiendo!

DOÑA MARÍA: Servicios habéis prestado

y a cambio sois denostado.

GUZMÁN: ¿Y el alcalde, qué está haciendo?

DOÑA MARÍA: Mi señor Guzmán, veréis:

diéronse a la fundición

fondos de Diputación.

Y la estatua, ahí la veis.

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GUZMÁN: Puesto veo el monumento.

SEBASTIANA: ¡Sí; de bronce de desecho!

GUZMÁN: ¡De piedra a bronce hay un trecho!

DOÑA MARÍA: Cuenta es del Ayuntamiento

pagar ya la instalación.

Y a fin de honrar vuestra gesta,

con gratitud y gran fiesta,

hacer la inauguración.

SEBASTIANA: Con juicio más que certero

dicen que el Ayuntamiento

ya no paga el monumento

porque no tiene dinero.

GUZMÁN: Pues vayamos a indagar

cómo se encuentra este asunto.

SEBASTIANA: ¡Ay! yo mucho me barrunto

que no se va a inaugurar.

(Se ponen en marcha y se dirigen hacia el Ayuntamiento. La comitiva llega

frente a las puertas)

PASCUALA: Cerrado está a cal y canto

como ya era de esperar.

SEBASTIANA: No iban aquí a aguardar

cuando a todos deben tanto.

GUZMÁN: Que tenga yo que ceder

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cuando no le rendí al moro

mi Tarifa con decoro,

y ahora tenga yo que ver

cómo me cierran el portón

delante de mis narices

PASCUALA: ¿Por qué hacen nos infelices

si tenemos la razón?

DOÑA MARÍA: Porque está muy demostrado

que contra la burocracia

no vale ni real gracia,

ni gesta, ni héroe esforzado.

(Se van e inician el camino en dirección al viejo Ayuntamiento de la ciudad.

Llegan a la puerta lateral del antiguo Ayuntamiento en la C/ Legión VII)

SEBASTIANA: El convento dominico,

donde las tumbas moraban

y a Guzmanes albergaban,

estaba en Santo Domingo.

GUZMÁN: Aquí están estos pilares

que traídos de los nichos

de Guzmanes antedichos

decoran estos lugares.

DOÑA MARÍA: Patrimonio de linaje

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donado a nuestra ciudad.

PASCUALA: ¿Quizá fue por caridad?

DOÑA MARÍA: Quién sabe si por ultraje.

PASCUALA: De leyendas sobre ultraje

sabe muy bien mi señora.

DOÑA MARÍA: Sí, y no es momento ahora

de contar aquel pasaje.

GUZMÁN: Tiempo habrá más adelante

de referir esa historia

que a mi esposa trajo gloria,

virtud y nombre importante.

(Inician el camino hacia el Palacio De los Guzmanes hasta situarse frente a las

puertas del suntuoso Palacio)

GUZMÁN: Aquí mis antepasados

intentaron su predominio

cuando ya era un condominio

con los Quiñones, ¡ya osados!

Y aunque venidos a menos

reside aquí el esplendor.

DOÑA MARÍA: ¡Y las pruebas del honor

que descansan en mis senos!

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PASCUALA: La mujer siempre es objeto

del deseo masculino.

Y con mucho desatino

no se la tiene respeto.

DOÑA MARÍA: Si sabré yo la leyenda

que corre en boca de todos.

SEBASTIANA: Pero si, de todos modos,

ha de saberse, entienda

mi señora, que es mejor

dar el hecho a conocer

a fin de reconocer

cómo protegió su honor.

GUZMÁN: Necio será entorpecer

que este pueblo de León

conozca sin dilación

lo que hubo de acontecer.

PASCUALA: Pretendida por el Rey

peligra su honestidad

pero no está en la ciudad

Don Guzmán, según la ley

de la guerra y del servicio.

SEBASTIANA: Muy bella es Doña María

pero el Rey más que porfía

DOÑA MARÍA: Y me empuja al sacrificio.

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PASCUALA: ¿Cómo preservó su honor?

GUZMÁN: Como mujer de León

resistió la tentación

con martirio y con dolor.

SEBASTIANA: Con carbones encendidos

se abrasó brazos y pechos.

DOÑA MARÍA: También lugares estrechos

bien íntimos y escondidos.

PASCUALA: Como ella quedó maltrecha,

fea y en carne a pudrir,

tuvo el Rey que desistir;

aunque hablan que aún la acecha.

SEBASTIANA: Dichas las cosas están.

De esta forma sin igual

salvó su honra conyugal

María Alonso Guzmán.

GUZMÁN: ¿Son, pues, bulos de la gente?

¡Quién sabe! Sí es cierto, ahora,

que una auténtica señora

ni lo afirma ni desmiente,

FIN