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Partidos, militantes y ciudadanos Pablo Sánchez León y Ariel Jerez Novara Investigadores en ciencias sociales e humanidades vinculados a movimientos sociales. MODERACIÓN Concepción García Herrera Socióloga CONCLUSIÓN DEL DEBATE 26 DE MAYO DEL 2014VER PONENCIA INICIAL »Con las 10 preguntas de la ponencia Partidos, militantes y ciudadanos buscamos cartografiar una serie de problemas que gravitan sobre la crisis de representación y sus dinámicas de despolitización/repolitización en el contexto de movilización post15-M en nuestro país. Dada la extensión de la ponencia las intervenciones de las personas participantes se centraron sólo en algunas de ellas, aunque en su mayoría comparten en buena medida la tesis de partida: la “indignación” es algo más que un reactivo repudio moral de la gente decente porque abre espacios a la repolitización por parte de nuevos sujetos, como movimientos sociales democratizadores (Marisa Revilla, Pedro Ibarra, Tomás Villasante, Antonio Antón, Javier Ramos, Leopoldo Moscoso) (Pregunta1). Y también en buena medida comparten la propuesta con la que concluimos reclamando un nuevo pacto social sobre participación para reconstruir la virtud cívica por parte de una ciudadanía activa que busca incidir, modular y controlar sus propios espacios de participación-representación.Para calibrar el recorrido de los procesos de politización en diferentes estructuras y procesos institucionales sobre los que discurren y se articulan tanto representación como participación, lanzamos una serie de preguntas al conjunto del sistema político, a los imaginarios ideológicos y culturas militantes de los partidos. Y también a las posibilidades abiertas por el nuevo contexto tecnológico comunicacional, con

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Partidos, militantes y ciudadanos

Pablo Snchez Len y Ariel Jerez NovaraInvestigadores en ciencias sociales e humanidades vinculados a movimientos sociales.MODERACINConcepcin Garca HerreraSociloga

CONCLUSIN DEL DEBATE 26 DE MAYO DEL 2014VER PONENCIA INICIAL Con las 10 preguntas de la ponencia Partidos, militantes y ciudadanos buscamos cartografiar una serie de problemas que gravitan sobre la crisis de representacin y sus dinmicas de despolitizacin/repolitizacin en el contexto de movilizacin post15-M en nuestro pas. Dada la extensin de la ponencia las intervenciones de las personas participantes se centraron slo en algunas de ellas, aunque en su mayora comparten en buena medida la tesis de partida: la indignacin es algo ms que un reactivo repudio moral de la gente decente porque abre espacios a la repolitizacin por parte de nuevos sujetos, como movimientos sociales democratizadores (Marisa Revilla, Pedro Ibarra, Toms Villasante, Antonio Antn, Javier Ramos, Leopoldo Moscoso) (Pregunta1). Y tambin en buena medida comparten la propuesta con la que concluimos reclamando un nuevo pacto social sobre participacin para reconstruir la virtud cvica por parte de una ciudadana activa que busca incidir, modular y controlar sus propios espacios de participacin-representacin.Para calibrar el recorrido de los procesos de politizacin en diferentes estructuras y procesos institucionales sobre los que discurren y se articulan tanto representacin como participacin, lanzamos una serie de preguntas al conjunto del sistema poltico, a los imaginarios ideolgicos y culturas militantes de los partidos. Y tambin a las posibilidades abiertas por el nuevo contexto tecnolgico comunicacional, con objeto de indagar sobre las posibles interacciones y articulaciones entre todos estos procesos, los nuevos sujetos movilizados por la crisis y la gran mayora despolitizada-desmovilizada. Dando por evidente la crisis que, en su funcin electoral-parlamentaria, atraviesan los partidos polticos, hoy visualizados como clase poltica alejada de la ciudadana, insistimos en la importancia de stos como ordenadores simblicos, productores de identidad y formuladores de discurso con el que generar mapas cognitivos y emocionales para interpretar la crisis (Pregunta2). Sin duda, del hecho de que sigan jugando este papel depende en buena medida su sobrevivencia. Algunos ponentes hacan hincapi en la importancia de este papel ideolgico discursivo, tanto para sealar la necesidad de mantener en la izquierda un horizonte radical de accin orientado por la autogestin y la desmercantilizacin (Andrs de Francisco), as como por la ineludible renovacin discursiva en temas como la hegemona y la moral, la racionalidad y la emocionalidad, o la clase como nico sujeto: Disputar los intereses sin disputar los imaginarios que los permiten es perder la lucha poltica antes de comenzarla (Javier Franz). Ello implica buscar superar el eje izquierda-derecha reformulndolo desde un eje arriba y abajo (Jorge Moruno) que, en el decir del ltimo libro de Santiago Alba, nos obliga a pensar en nuevos mandamientos laicos para reagrupar las mayoras que comparten el no matar, no robar, no mentir, buscar la igualdad, la fraternidad y la justicia social. Como es obvio, no podamos dejar de sealar que el pluralismo y la alternancia sobre los que tradicionalmente descans la legitimidad de la democracia parlamentaria estn hoy gravemente amenazadas en el contexto de una globalizacin que pervierte la representacin liberal cooptando a los reguladores institucionales y dejando gobernar al mercado en contra de la ciudadana (Pregunta3). Muchas intervenciones se interrogan cmo hemos llegado a esta situacin de blindaje de los poderes, que los impermeabilizan las de las reivindicaciones, demandas, reacciones y cuestionamientos de la ciudadana (Marisa Revilla). Otros subrayan que una de las funciones principales del turno ordenado bipartidista consiste en excluir del debate poltico y el intercambio discursivo que precede a la elaboracin de polticas las demandas de unos movimientos sociales que son a su vez el escenario y el mecanismo de la fragua de identidades cvicas e ideolgicas (Leopoldo Moscoso). Las tensiones entre Capitalismo y Democracia en la sociedad del hiperconsumismo orientada por el pacto corporativo entre poderes financieros, polticos y mediticos que someten la democracia al exclusivo dictado de los mercados slo se resuelven con ms Democracia (Javier Ramos). La nueva desregulacin poltica neoliberal exige la construccin de un nuevo proyecto poltico que apoyndose en la protesta y la propuesta ciudadanas, afronte cuestiones econmicas, fiscales e institucionales fuertes que durante las ltimas dcadas fueron declaradas zonas prohibidas (Maria Jos Fairias).En el contexto de la crisis se reclama una virtud cvica que el sistema poltico no puede ni suministrar ni reproducir por s slo, sin el concurso de la cual se vuelve imposible para las mayoras sociales impedir el poder corruptor del inters general por parte de las oligarquas, reclamando la participacin como clave para activar cualquier agenda de soluciones (muchas de ellas a experimentar) (Pregunta4). Una intervencin nos recordaba que tal virtud no est tan extendida como queremos creer desde la izquierda (Jos Antonio Postigo Martn), y otra que la democracia parlamentaria es solo un punto de partida para construir cultura democrtica (Pedro Ibarra). Con este marco amplio de la crisis de representacin en el sistema poltico, descendimos al papel que juegan militantes y votantes en los partidos polticos, en tanto portadores hacia afuera de cosmovisiones (simpatizantes y votantes) y de costumbres y estilos hacia adentro (cuadros y militantes) (Pregunta5). Indagamos sobre el papel de la militancia a la hora de conectar esos procesos de participacin que abundan en los espacios intersticiales de las polticas pblicas (Joan Subirat), hacia el interior de los partidos y hacia el sistema poltico en su conjunto con objeto de reorganizar la comunidad de referencia de los aparatos partidarios ms all de su lgica electoral. En este caso sealbamos algunas singularidades de nuestra cultura poltica derivadas de los pactos postfranquistas de la transicin que configuraron, en la monarqua juancarlista, un sistema de representacin altamente excluyente que impuso altos costes a la participacin. Confluyen estrategias de desmovilizacin, burocratizacin y profesionalizacin en la lucha por cargos que bloquean los procesos de toma de decisiones, situndolos a espaldas del electorado y de las minoras militantes tanto de los partidos como de otras organizaciones sociales, las cuales, a pesar de sus sacrificios, tienen dificultades para generar trasvases virtuosos de participacin entre distintas estructuras institucionales. Una intervencin en hermoso lenguaje potico nos interrogaba sobre cmo hemos aprendido a tolerar lo intolerable al tiempo que nos recomienda la necesidad de desacostumbrarse y de desaprender (Jorge Riechmann).El estatus quo defendido por la derecha es estructuralmente beneficiario de la cada de la participacin, un problema principalmente para la izquierda, que aspira a reunificarse a travs de ella. Necesitamos una perspectiva histrica para comprender cmo la izquierda se derechiza al generar activamente cortocircuitos en la participacin (Pregunta6). Desde la transicin, el campo progresista ha estado sometido contradictoriamente a la desmovilizacin por parte de sus propias organizaciones partidarias y sindicales, que han intentado controlarla frreamente desde perspectivas vanguardistas muchas veces maniqueas. Por ello en varias intervenciones se apunta la necesidad de tender puentes entre espacios, tradiciones y sensibilidades (Toms Villasante, Pedro Ibarra, Olga Abasolo, Joan Subirats, Jorge Moruno). Es difcil que la renovacin pueda surgir dentro de estos espacios organizativos marcados por la cultura de la exclusin, por lo que es de esperar que en la competencia electoral se consoliden iniciativas dispuestas a impulsar estos cambios se sensibilidad tan postergados como urgentes. Prestamos tambin particular atencin al papel de los activistas abstencionistas, fundamentales para reclamar una interaccin virtuosa entre militantes, simpatizantes y ciudadanos (Pregunta7). Esto obliga a comprender el desencanto ante el supermercado electoral y reiniciar el proceso de reconstruccin de ciudadana al lado de activistas abstencionistas que promueven agendas de compromiso intelectual y poltico. Su importancia es ms cualitativa que cuantitativa, y fuerza a los partidos que busquen representarlos a alejarse de los tics del pasado: menosprecio ciudadano, corrupcin y degeneracin de la vida pblica. En este sentido son significativas las intervenciones de personas que se consideran hasta cierto comprometidas, a menudo anteriormente despolitizadas pero hoy en plena politizacin (Pedro Tena, Agustin Campos Ruiz, Pedro Muoz Moreno). Tambin nos preguntamos sobre el liderazgo, sobre su papel en la ingeniera poltico-discursiva para la construccin de espacios de interaccin social e ideolgica que habiliten a la ciudadana en su potencial recuperacin de voz y accin polticas (Pregunta 8). No est claro si es ms fcil hacer converger formaciones polticas clsicas en torno a programas, o si un liderazgo puede adquirir posibilidades estratgicas extraordinarias en una coyuntura de crisis, como ha sucedido en el ciclo poltico reciente de muchos gobiernos progresistas latinoamericanos. Sin duda, tambin los contextos culturales y las condiciones institucionales (polticas y mediticas) pesan sobre el papel de los liderazgos a la hora de llamar la atencin de pblicos y bases sociales de apoyo, reformulando discursos y relatos y promoviendo nuevos proyectos polticos con nuevas coaliciones entre actores socio-polticos, econmicos y culturales. A pesar de la relevancia del papel liderazgo en la actual coyuntura electoral, esta fue una cuestin eludida en las participaciones, salvo un caso en el que se subraya la necesidad de que la autoridad individual del liderazgo debe ayudar al relato colectivo si quiere contribuir a la emancipacin, mostrndose preocupado por la fascinacin personal y la eventual falta de control sobre el liderazgo carismtico-meditico (Manuel Gari). Evaluamos la propuesta de primarias tan discutida como remedio para la partidocracia en el campo progresista, considerando que si stas son cerradas hacia el interior de la militancia difcilmente pueden rebasar el aislamiento social y la atrofia institucional que atenaza a los partidos clsicos (Pregunta9). Sin resultar una panacea en un contexto ideolgico como el nuestro, slo unas primarias abiertas a la sociedad acompaadas con una generosa voluntad de construir mayoras sociales puede activar dinmicas de reconexin que promuevan la virtud cvica entre los actores de una sociedad civil marcada por el conservadurismo y la fragmentacin. Cabe sealar que, a pesar de su actualidad poltica, esta pregunta no recibi atencin por parte de los intervinientes. Frente las lgicas de participacin y representacin clsicas, tambin nos planteamos la cuestin de cmo est influyendo la recomposicin del campo comunicacional aggiornado por la llamada revolucin digital. Aqu tambin apuntamos cmo el sistema meditico convencional es un producto de una transicin conservadora y tan poco modlica y de la falta de voluntad de renovacin de las fuerzas organizadas de izquierda a lo largo de ms de tres dcadas de democracia. Solo la reconfiguracin forzada por la generalizacin del uso de internet ha posibilitado a los crculos activistas y al nuevo periodismo activar espacios mediticos desde donde intentar disputar la hegemona ideolgica al bipartidismo postfranquista. De hecho, aparecen nuevas propuestas como Podemos o la Red Ciudadana-PartidoX que se apoyan en nuevos capitales mediticos y nuevos recursos metodolgicos-formativos como espacios sociotecnolgicos fundamentales para la experimentacin desde donde los militantes activistas buscan influir en una ciudadana todava mayoritariamente pasiva (Joan Subirats). Nuevos discursos buscan intervenir a travs de la emocionalidad en la emergencia de nuevas subjetividades que reconstruyen identidades y comunidades de referencia, y que se presentan como campos fundamentales para experimentar, primero, al interior de los partidos y, despus, sobre el conjunto del sistema poltico, delineando nuevas comunidades de participacin que buscan incidir en diversos los procesos decisorios que orientan las polticas pblicas sobre una perspectiva de democracia participativa (Pedro Ibarra) o potenciando grupos promotores cuidadores en los tejidos comunitarios (Toms Villasante). Se insta as a un nuevo pacto social por la participacin desde el que incidir en la propia reforma de la representacin hoy ya viciada del sistema poltico liberal, tanto como ampliar en el marco del conjunto estatal los horizontes autogestionarios y desmercantilizadores de la accin colectiva sostenida.PONENCIA INICIAL 2 DE FEBRERO DEL 201410 preguntas sobre participacin polticaEs la indignacin un fenmeno poltico slo reactivo?Con el ciclo de movilizacin ciudadana abierto desde el 15-M, la indignacin centra los discursos procedentes de la sociedad civil. Lo que sigue abierto es el sentido, la amplitud y la perduracin del fenmeno.La crisis ha hundido la credibilidad de las instituciones del gobierno representativo y ello est afectando tambin a las principales organizaciones de canalizacin de demandas polticas, los partidos. La enmienda a la totalidad lanzada contra la denominada clase poltica tiene mucho de explosin visceral frente a la corrupcin y la exhibicin de intereses de poderosos que amenazan la integridad de la gente decente. Pero la impresin es que ms all del repudio moral hay en marcha toda una repolitizacin que no slo fomenta el reencuentro de militantes de izquierda de diversas generaciones sino que alcanza tambin a amplios sectores antes apolticos o con conciencia poltica dbil. En suma, una cuestin elemental es si estamos ante un fenmeno puramente reactivo o ante el comienzo de un nuevo ciclo de mayor implicacin de la ciudadana en la poltica.Veremos desaparecer los partidos polticos?Hay motivos para la indignacin contra los polticos profesionales. Mientras la democracia parlamentaria se muestra incapaz de velar por los derechos sociales de ciudadana, cuando los partidos polticos tradicionales esgrimen defensas del Estado del bienestar stas son cada vez ms percibidas como retricas y puntuales. Lo que no est claro es que la postura aparentemente radical de suprimir o superar los partidos contenga un diagnstico acertado acerca de si es posible otra poltica libre de ellos.Es cierto que por primera vez los partidos evidencian dificultades para lograr mayoras electorales. La cuestin es si esto es seal suficiente de que los partidos polticos vayan a desaparecer. Pues no est claro que su continuidad dependa slo de su funcin en el sistema parlamentario. Los partidos parecen jugar otro papel ms bsico y complejo, del que el bipartidismo postfranquista es un elocuente ejemplo: la estabilizacin de los posicionamientos polticos. Detrs de esta no hay siempre credos ideolgicos muy definidos ni intensos, pero el fenmeno apunta a toda una dimensin situada ms all de la canalizacin poltica de intereses.Ya en origen, en el siglo XIX, partido indicaba a los que toman tal o cual partido ante una determinada encrucijada en la naciente historia del autogobierno ciudadano. Desde esta perspectiva, vinculada a la libertad de adscripcin ideolgica constitutiva del ser ciudadano, los partidos funcionan como comunidades que compiten por el alma poltica de los ciudadanos por mucho que parezca que slo lo hacen por su voto. Desplegando esta actividad de produccin y reproduccin de identidad seleccionan y acumulan valores, smbolos, principios y convicciones (aunque sin duda tambin arraigados prejuicios), imaginarios de memoria y de utopa, tradiciones de pensamiento-accin, procedimientos, estilos y culturas de accin, etc.Aunque incumplan sus programas una vez en el poder, los partidos garantizan que siga existiendo un lenguaje que habla de izquierda y de derecha. El apoltico declarado que deseara la superacin de esas divisorias pierde de vista que, si puede permitirse el lujo de declararse ajeno a la poltica, es precisamente porque existe dicha divisoria izquierda/derecha. Todo indica que mientras sigamos en un mundo en el que las ideas polticas cuentan para el gobierno de la cosa pblica, existirn mapas sobre la organizacin de las afinidades ideolgicas al servicio de esa amplia mayora de habitantes de un pas para quienes en algn tramo de su trayectoria biogrfica el plano poltico ha pesado, o sigue pesando, en sus decisiones vitales.Son el pluralismo y la alternancia garantas de calidad democrtica?No est claro que sean los partidos el principal problema. La pregunta que contiene la crtica a los polticos profesionales es ms bien si, con la eleccin entre opciones de partido, la democracia parlamentaria que se ha establecido en una parte creciente del mundo tiene garantizada por s sola su continuidad en el tiempo. Durante dcadas ha dominado el supuesto de que el pluralismo poltico y la concurrencia de opciones de voto garantizaban la reproduccin, por medio de la alternancia, de un crculo virtuoso entre la ciudadana y la poltica. El problema que se est haciendo manifiesto es que esos principios y mecanismos no son un seguro contra la desafeccin y la corrupcin en el sistema que avanzan en la era de la globalizacin y amenazan con hundir el parlamentarismo democrtico.Visto as, es el sistema que reduce la ciudadana poltica al voto lo que est en crisis. Y lo est en gran medida porque se ha enrocado en s mismo, adems, de manera que lejos de identificar sus debilidades y reinventarse se mantiene aferrado a un ideal normativo que convierte en vicio la virtud de la representacin poltica. El reto de la indignacin social est en cmo canalizar la virtud cvica sin rendirse ante la representacin como ideologa excluyente. Es aqu donde la cuestin de la participacin ciudadana aparece como crucial.Es posible reproducir la virtud cvica desde dentro del sistema poltico?Hay acuerdo en que la nica garanta contra la corrupcin de la vida poltica y el predominio de las oligarquas econmicas sobre las mayoras ciudadanas est en la promocin del inters colectivo por encima de los intereses particulares. El problema es que sabemos poco sobre cmo establecer condiciones institucionales que reproduzcan la virtud cvica. Normalmente se hace hincapi en esferas como la educacin en valores, pero sta, adems de insuficiente, se sita fuera del sistema poltico.Si existe una actividad a la indispensable para la virtud ciudadana, legtima y relativamente interna al sistema pues ejerce como gozne entre las culturas polticas y las instituciones democrticas es la participacin. Ahora bien, lo cierto es que sta permanece como una especie de caja negra que no se sabe bien cmo pone en marcha su mecanismo interno, ni cmo deja de ponerlo. Con todo, si hay algo evidente es que la manera ms segura de aumentar la participacin es por medio de participacin: no conocemos otros recursos fiables para lograr implicarnos polticamente que hacindolo.Esta respuesta puede parecer circular, pero tiene la virtud de dar reconocimiento a la indignacin en lo que esta ha sido hasta el momento capaz de activar y reactivar: un conjunto de prcticas e instituciones asambleas, redes sociales, etc cuyo rasgo comn es el fomento de la participacin. Y de la participacin entendida adems como remedio ante los riesgos de reducir la poltica de los ciudadanos a la representacin.De quin son los partidos polticos, de sus militantes o de sus votantes?Cuando se observan ms all de la rentabilidad electoral, los partidos aparecen como suministradores de cosmovisiones para sus seguidores y de costumbres y estilos para sus miembros. La pregunta es si entre unas y otros se encuentra la participacin.La respuesta es sin duda variada, pero se puede decir que en general no centra sus filosofas ni sus programas. Ni siquiera est claro que los partidos sean conscientes de a quin han de rendir cuentas, es decir, cul es su verdadera comunidad de referencia, si la de dentro o la de fuera de sus fronteras. Por un lado los partidos cuentan con simpatizantes, sus potenciales votantes. Por otro estn sus militantes, un tipo de votante ms identificado con la organizacin y que trabaja en o para ella. En la lgica electoral son los simpatizantes los que marcan los lmites de expansin del partido. Pero en la vida poltica rutinaria dependen de sus cuadros y militantes.A estas afirmaciones se puede contraponer que la militancia puede resultar todava un valor decisivo en la confrontacin electoral y en la reproduccin de la organizacin a largo plazo. Esto vale para democracias de larga trayectoria o con una cultura nacional homognea, como Francia o Suecia. Pero en Espaa, el largo hiato de la dictadura en libertades de asociacin y opinin y el establecimiento de un sistema generalizado de concertacin un buen ejemplo es el sindicalismo hace que en la fisonoma de los partidos prime la representacin sobre la implantacin por medio de cuadros y militantes afiliados. En ese sentido los partidos parecen hechos a imagen y semejanza de un sistema representativo, el postfranquista, que se muestra sumamente excluyente: con altos costes a la participacin y con altos grados de discrecionalidad en el manejo de recursos, funciona como un autntico inhibidor de frecuencias para la participacin ciudadana.Y sin embargo, en la percepcin social no parece dominar la idea de que los partidos representan a sus simpatizantes y potenciales votantes. Esto no quiere decir que, al igual que se dice de los sindicatos y cada vez ms tambin de las asociaciones del tercer sector, estn en manos de una minora de cuadros profesionales. Pues existe tambin toda una cultura de militantes hiperactivos de larga duracin en partidos as como en colectivos y movimientos sociales y en diversas organizaciones extraparlamentarios histricamente marginadas, cuyas bases suelen desconfar abiertamente de la gestin de los recursos institucionales. En su compromiso cotidiano, con gravosos costes personales en una sociedad individualista, los afiliados realizan enormes sacrificios. Al menos cuando se les compara con todo un magma de ciudadanos en general desmovilizados y slo excepcionalmente participantes ms all del voto.Es hasta cierto punto normal que existan culturas con posturas bastante contrarias ante el compromiso poltico. La cuestin es si se da entre ellas una comunicacin capaz de impulsar sinergias de participacin. Hay motivos para pensar que no es as.Los militantes y cuadros trabajan en escenarios dominados por la concertacin entre partidos y administracin y a menudo en contextos de desmovilizacin, consumiendo buena parte de la energa de la organizacin en acuerdos a espaldas del electorado y luchas intestinas que oscurecen el trabajo de sus militantes y su imagen pblica. Cabe preguntarse qu es lo que los ciudadanos con un mnimo de conciencia pueden legtimamente reclamar a los cuadros y militantes de los partidos. Pues frente a la sociedad stos aparecen a menudo como incapaces de anteponer los fines colectivos de la comunidad a los propios de una organizacin percibida como privatizada y que corre el riesgo de cerrarse sobre s misma con un relato que se aleja de la realidad. En suma, lo que el contexto parece pedir a los militantes es una actitud que permita a los que les observan desde fuera comprobar que anteponen el todo a la parte.Por qu no est unida la izquierda espaola y cmo puede lograr su reunificacin?Si los partidos aspiran a beneficiarse de la participacin ciudadana, han de reconocer no slo problemas de comunicacin con una sociedad civil variada y cada vez ms consciente sino tambin desencuentros con otras organizaciones. La compleja rearticulacin del campo de la izquierda espaola en la transicin postfranquista hace que hayan perdurado conflictos entre partidos. La expresin culmen de esto es la histrica incomunicacin entre el PSOE e IU. Cabe preguntarse si ello revela la sensibilidad dominante entre sus respectivos votantes o ms bien la mutua exclusin de sus directivas. Pues desde 1977 llevan competiendo por el mismo espacio poltico entre s pero tambin contra todas las dems opciones ideolgicas a su izquierda, constatando as la mxima de que la identidad propia se construye demonizando las ajenas. Incluso a costa de alejar a potenciales simpatizantes y militantes.Lo singular de la izquierda poltica espaola procede de que el principal baluarte de la lucha contra la dictadura franquista no consigui hacerse con la mayora electoral durante la transicin. La perspectiva histrica nos hace comprender cada vez mejor que ese fracaso se debi en buena medida a que, en la prctica y retricas aparte, el programa poltico del PCE era bastante anlogo al del PSOE durante y despus de la transicin. Conviene recordar que el liderazgo comunista acept entonces el establecimiento de una democracia continuista con los poderes del franquismo y promovi una desmovilizacin estratgica hasta hoy deficientemente explicada a unas bases que se siguen viendo como vanguardistas, mientras que su gestin municipal no ha marcado importantes diferencias con las mayoras socialistas.Por su parte, con las peripecias geopolticas del socialismo espaol en la transicin, a muchos ciudadanos les cuesta creer que el PSOE sea un partido de izquierdas tras el abandono del socialismo como horizonte de expectativa y sobre todo tras liderazgos y polticas de gobierno que han socavado la sostenibilidad del Estado de bienestar que las propias mayoras socialistas permitieron asentar. Sin embargo, este veredicto corre el riesgo de tirar al nio con la bacinilla si se concluye que su base electoral ms fiel no forma ya parte de la comunidad de la izquierda. Porque adems la crisis est demostrando que la ciudadana posfranquista espaola tiene por referentes innegociables los derechos sociales, lo cual anticipa que las polmicas ideolgicas se seguirn jugando en el espacio tradicional de la socialdemocracia en los prximos aos. As planteado el asunto, la recreacin de la utpica casa comn de la izquierda no parece ser slo un problema de programa, sino tambin de comprensin de las condiciones de posibilidad de la unificacin. Cabe reclamar que la evaluacin que se haga del contexto actual incluya una hiptesis acerca del marco organizativo ms adecuado para alcanzar ese objetivo. Lejos de seguir tratando de sealar en el mapa dos orillas para ahondar en ellas, la nica izquierda que merece la pena es una que tenga xito estableciendo puentes entre tradiciones, sensibilidades y formaciones legtimas en el mapa actual. No parece fcil desde luego que algo as salga del interior de unas organizaciones en las que ha arraigado una cultura de exclusin mutua. Pero la competencia electoral puede tener rendimientos inesperados. Qu representan los ciudadanos activistas que no votan, y quin les puede representar? En el contexto de la creciente participacin ciudadana en movilizaciones contra la crisis se est tejiendo una trama conexin concntrica entre crculos de militantes, simpatizantes y ciudadanos sin clara afiliacin poltica. Los partidos, en su doble condicin de engranajes del gobierno representativo y comunidad de adscripcin poltica, pueden aprovecharla o no. Una de las claves para ello est en la comprensin de los fundamentos del desencanto. Del formato partidocrtico que tenemos deriva un fenmeno complejo, pero rastreable desde la transicin, como es el de la abstencin activa. Esa amplia franja del electorado que no vota, en su margen izquierda incluye una minora extensa y cada vez menos desdeable de ciudadanos que no acuden a las urnas porque han dejado de creer que el supermercado de las opciones electorales refleje mnimamente su conciencia poltica. Mantienen no obstante un elevado grado de compromiso con la participacin cvica, sea en campaas o protestas puntuales, colaborando con movimientos, asociaciones y ONGs del tercer sector, o promoviendo debates y agendas intelectuales crticas. Hemos tenido que esperar al 15-M para que se produzca una reivindicacin del valor de los no-votantes participantes. Tal vez este sea el cambio de nfasis que menos esperaban las formaciones polticas exteriores al bipartidismo (IU y UPyD a nivel estatal), confiadas en araar votos a las mayoritarias en su desgaste por su psima gestin de la crisis. La cuestin es si dicha estrategia ha quedado sobrepasada por un nuevo escenario en el que recupera valor la participacin ciudadana. Lo que parece claro es que el espacio histrico de los abstencionistas no sigue ya circunscrito a los mrgenes del escenario. Su relevancia no sera adems de orden meramente cuantitativo, sino sobre todo simblica aunque no por ello menos contante y sonante electoralmente. Pues puede que aquel partido que ms y mejor consiga atraer abstencionistas potenciales sea el que termine presentndose ante la opinin pblica como ms libre de rmoras del pasado de menosprecio ciudadano, corrupcin y degradacin de la vida poltica. Dicho de otra manera, cabe preguntarse si se puede ya producir un vuelco electoral en forma de voto til a favor de ninguna formacin lastrada por prcticas de discriminacin positiva hacia sus militantes y votantes seguros. Qu funcin puede tener el liderazgo en la renovacin de la izquierda? Con la crisis, el mundo de ciudadana social y estatus mesocrtico formateado en la posguerra se encuentra en la encrucijada; mas, lejos de reducir la movilizacin poltica a su defensa, es posible simultanear sta con luchas que apunten hacia otros imaginarios sociales. A este respecto, algunas dinmicas posteriores al 15M dan motivo para tomarse en serio la posibilidad de construir un nuevo imaginario colectivo para mayoras que, por ejemplo, pase por una adaptacin crtica de las coaliciones populares que han promovido el ltimo ciclo poltico de gobiernos progresistas en Amrica latina. Una cuidadosa reflexin en este sentido puede contribuir a la hibridacin selectiva de sus experiencias de gobierno, y sobre todo a llevar a cabo su traduccin a los marcos conceptuales y de praxis de las democracias del Sur de Europa. Esto a su vez podra producir un rearme identitario de la izquierda espaola y activar un recambio ideolgico en la izquierda europea, por el momento incapaz de rearticularse con su propio repositorio de referentes. En este escenario, la cuestin es si ese objetivo ha de ser el resultado de una lenta convergencia de formaciones en torno de un programa consensuado o si el liderazgo adquiere unas posibilidades estratgicas excepcionales de cara a la reunificacin de la izquierda. En cualquier caso, todo indica que la clave sigue estando en establecer condiciones institucionales para que los liderazgos se vean forzados a renovar sus bases de apoyo, innovar en sus propuestas frente a la crisis y a reformular discursos y relatos para ganar la atencin de pblicos internos y externos. Qu tipo de primarias pueden maximizar la participacin? Ante la prdida de legitimidad de la representacin partidocrtica, las diferentes formaciones se plantean las primarias como mtodo para configurar sus listas electorales. El problema es que en general stas se presentan ante todo como una opcin para aumentar la participacin hacia dentro de los partidos. Todas ellas deberan cuando menos plantearse abiertamente la cuestin de si las primarias han de servir tambin para activar y redimensionar esa comunidad que marca los confines de los partidos hacia fuera. Una democratizacin de los partidos a la altura de sus problemas heredados de aislamiento social y atrofia institucional parece pasar por unas primarias abiertas que otorguen derecho de voto no solo a militantes, sino tambin a los ciudadanos con un mnimo de simpata hacia los valores, propuestas y sensibilidades de las formaciones que se plantean vehiculizarlos. Si las primarias no son abiertas, probablemente ahondarn en la desafeccin. Dicho esto, es probable que el modelo de primarias, importado de un contexto como el estadounidense sin marcas significativas de partidos tradicionales de clase, no sea en s mismo garanta para una recomposicin organizativa verdaderamente unificadora. Para remozar esta comunidad de referencia parece obligado actualizar adems los vnculos de relacin de los partidos con otras redes socio-culturales y polticas activas. Es intervenir en poltica desde los medios hacerlo desde afuera o desde arriba?Al igual que el sistema poltico, el sistema meditico construido a la salida de la dictadura pivota sobre los consensos excluyentes de los pactos transicionales. La renuncia del comunismo postfranquista a contar a diferencia de la mayora de sus homlogos europeos con un medio escrito propio, as como la subordinacin estratgica del espacio socialista al grupo comunicacional PRISA forjado en el seno de la esfera de opinin del franquismo desarrollista ha derivado en una abrumadora sobrerrepresentacin meditica del conservadurismo neoliberal en nuestra esfera pblica.Sin embargo, con la progresiva incorporacin a internet por parte de las redes militantes (Nodo50, Rebelin, Diagonal, Sin Permiso, Madrilonia etc), y la reconfiguracin de los medios informativos comerciales tras el cierre de la edicin en papel de Pblico en 2012 (con nuevas cabeceras como eldiario.es, La Marea, , Mongolia, Infolibre, etc) por primera vez se cuenta con un espacio de informacin crtica con suficiente proyeccin pblica como para concurrir en las disputas por las hegemonas discursivas.Los capitales mediticos y los recursos comunicativos son ya herramientas ineludibles para la accin poltica. Cabe preguntarse si podrn rellenar el histrico hueco entre minoras militantes y mayoras ciudadanas pasivas, y hacia dnde se orientarn sus posibles convergencias. Hay una parte de todo esto que sigue siendo de experimentacin. Pero parece que esas nuevas formas de poder estn ya en condiciones de disputar al establishment sus estrategias tambin mediticas de desmovilizacin, o de movilizacin reaccionaria. Lo cierto es que con la nueva configuracin meditica no slo se han roto las divisorias entre dentro y fuera, sino tambin entre hacer poltica desde arriba y desde abajo. Ello pone en evidencia an ms a los partidos y sus fronteras y jerarquas. Una propuesta tecnopoltica como la del Partido X, tras la ciberexperimentacin desarrollada en el marco de las movilizaciones del 15M, intenta dar cuenta de esta nueva lgica activista.Otro interesante ejemplo es el movimiento de ficha realizado por Podemos, apoyado en la trayectoria de compromiso mediactivista de Pablo Iglesias que se ha abierto hueco en el masivo espacio televisivo promoviendo tertulias propias y ajenas. No parece casual que el fenmeno est resultando un revulsivo en el quieto estanque en el que las fuerzas parlamentarias miraban autocomplacientemente su devenir electoral.De la indignacin a un nuevo pacto social de participacinLa reunificacin de la izquierda puede darse o no darse. Tal vez el peor escenario no sera sin embargo el de la continuidad en la desunin sino uno en el que la unificacin lograse una mayora parlamentaria pero a costa de no conseguir detener la erosin de la legitimidad democrtica. Todo parece indicar que, para reunir la izquierda refundando la ciudadana, es imprescindible amalgamar perspectivas ideolgicas diversas con sensibilidades de corte republicano que subrayan el valor de la virtud ciudadana en la vida poltica y econmica. En este contexto, la promocin entre la ciudadana movilizada de la emocin poltica aparece como una baza imprescindible para alcanzar una subjetividad colectiva empoderadora que garantice una salida de la crisis social y polticamente inclusiva.Lo que est en juego tiene que ver con un sueo que otros han vivido ya. Espaa no ha conocido desde los aos treinta, salvo si acaso un breve perodo en la primera mayora absoluta del PSOE hasta el engao del referndum de la OTAN (en la prctica los aos 1983-1984), un escenario en el que unas bases ciudadanas movilizadas orienten su accin colectiva al apoyo crtico de una coalicin por la extensin en clave radical de los derechos ciudadanos y la economa social. Lo que ha conocido ha sido, en el mejor de los casos, movilizaciones puntuales de oposicin ms o menos exitosa seguidas de perodos ms largos de reflujo en la implicacin y la movilizacin ciudadana. Siempre se habla de la capacidad de la derecha de movilizar desde el poder a sus bases, y esta es desde luego la asignatura pendiente de la izquierda espaola posterior a la derrota de la Segunda Repblica. Es aqu donde ms se nota que la ciudadana crtica ha perdido incluso la capacidad de soar.Hacer realidad ese sueo sin duda comporta un cambio en las relaciones entre partidos, militantes y ciudadanos, que podemos definir como un pacto por la participacin que genere un nuevo espacio de encuentro entre la organizacin y la accin polticas. Como todo pacto, ste comporta libertades y obligaciones. Los de los partidos y militantes ya han sido aqu exploradas. Falta decir algo de los de los ciudadanos.Se habla mucho de falta de mecanismos de control y rendimiento de cuentas por parte de los polticos, pero no se seala a continuacin que este reclamo debiera darse en un doble sentido: la responsabilidad de los ciudadanos para con las formaciones que votan o con las que se identifican debiera ir ms all del instante del paso por las urnas. Seguramente esto slo puede plantearse a cambio de algn grado de reconocimiento por parte de las formaciones polticas ms all del pacto de votos a cambio del cumplimiento de los programas.La encrucijada histrica reclama voluntad poltica y virtud cvica para activar nuevas hibridaciones entre formatos de representacin y de participacin ciudadana. Si los partidos quieren estar a la altura de los tiempos, deberan experimentarlas en sus propias carnes organizativas.