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Pasó la época de los archivos muertos; hoy los archivos vivos salen de la gaveta para restaurar nuestra identidad. Culiacán Rosales, Sinaloa Miércoles 18 de abril de 2012 Núm. 367 LaCrónicadeCuliacán Director Cronista Oficial Adrián García Cortés La aviación, pasión y mortaja La aviación fue su pasión y su mortaja. Después de ha- ber sufrido varios accidentes encontró la muerte en el que se registró la mañana del 15 de abril de 1957, al des- plomarse en los alrededores de la ciudad de Mérida, Yu- catán, cuando tripulaba un viejo avión carguero de su propiedad. Atrás quedaba la huella indeleble de una carrera rela- tivamente breve pero intensamente triunfal que lo había elevado al pedestal de ídolo y que se inició con un mo- desto programa radiofónico en la XEB de la ciudad de México, y con un papel de relleno en la película “La Fe- ria de las Flores” Su carrera cinematográfica fue premiada en 1956 por su trabajo actoral en la película “No vale nada la vi- da”, que le valió el Premio Ariel. Sin embargo, fue des- pués de muerto cuando recibió los galardones más signi- ficativos, como fue el “Oso de plata”, en el festival cine- matográfico de 1957, en Berlín, por su trabajo actoral en el que fue su último filme: “Tizoc”. En 1958, en Holly- wood se le concedió un Globo de oro. El reconocimiento póstumo no se detuvo en 1958, si- no que se ha prolongado a lo largo de cinco y media déca- das, según se confirma en el acto de homenaje que, a su memoria, tuvo lugar en la ciudad de México el domingo más reciente y donde quedó de manifiesto que su pre- sencia sigue cobrando vigencia en el recuerdo y en el ca- riño del pueblo. Se despidió con una canción Se comenta que uno de los factores de esa perpetuidad en memoria sea el hecho de que, al igual que Valentino y Gardel, el sinaloense murió joven, en la plenitud de su vi- da y de su carrera, En ese caso habría que reconocer que el destino de Pedro Infante fue una suerte de saber morir. Según el operador de la torre de control del aero- puerto de Mérida, que fue la última persona en escuchar la voz de Pedro Infante, dijo que momentos antes del fa- tal accidente, que se registró a las 07:54 horas, el ídolo se despidió de la vida con una canción, pues iba tarareando “Peregrina”, de Ricardo Palmerín. . Después de 55 años de haber perecido en aquel acci- dente aéreo que conmocionó a México y a América Latina, la memoria de Pedro Infante Cruz sigue rom- piendo brechas generacionales, pues aunque se supo- ne que a esta distancia solamente los adultos muy ma- yores podrían saber de quién se está hablando, los jó- venes de hoy conocen e identifican la imagen y la voz del ídolo sinaloense. Algunos biógrafos comparan el impacto que causó la muerte de Pedro Infante con los que antes habían cau- sado los decesos de Rodolfo Valentino, el ídolo del ci- ne mudo, y de Carlos Gardel, el más grande impulsor del tango en el mundo. Tal vez la apreciación es co- rrecta, pero a los representantes de las nuevas gene- raciones se les pregunta quién fue Valentino, o sobre algún tango que inmortalizara Gardel, es muy proba- ble que surja el desconocimiento como respuesta. Ni Lawrence Olivier ni Pavarotti o mismo pasaría si, por ejemplo, se pregunta a la L generalidad de los jóvenes qué película de Law- rence Olivier les parece mejor, o que interpreta- ción de Umberto Pavarotti les gusta más. Ese no sería el caso con Pedro Infante que, aunque fue un actor laureado, no se podría hablar de un paran- gón con Laurence Olivier por cuanto a dimensión his- triónica. Ahora bien, el guamuchilense de Mazatlán te- nía una voz inconfundiblemente grata, pero no fue lo que podría llamarse un gran cantante; sin embargo, mu- chos jóvenes de hoy estarán en condiciones de hablar so- bre la saga fílmica que sucedió a “Nosotros los pobres”, o “La oveja negra”, y aquella creación inigualable del bo- lero “Amorcito corazón”. ¿En qué estriba entonces esa popularidad? Pues en eso precisamente: en que Pedro Infante prefirió ubicarse en la dimensión del pueblo, con sus alegrías, sus triste- zas, sus debilidades y sus valores. Prefirió ser un vocero del barrio, del rancho, y se identificó estrechamente con un sector de los servidores públicos mediante su afición al motociclismo. Otros ídolos fallecidos han caído en el desconocimiento de los jóvenes de hoy, pero el sinaloense es plenamente identificado En memoria, Pedro Infante rompe brecha generacional Aun cuando no figura entre los íconos más simbñoli- cos de la Revolución Mexicana, el nombre del general Pánfilo Natera goza de gran popularidad, pues se en- vuelve en la narrativa folklórica y coloquial del corri- do y del grito festivo. Estratega natural, acreditado por su astucia, Natera se significó por su participación en las sangrientas ba- tallas de Zacatecas, escenario de los más encarniza- dos combates de la Revolución. A continuación se reproducen algunos párrafos de una semblanza contenida en el libro “Hombres de la Revolución Mexicana”, de Alberto Morales Jiménez (1960) ánfilo Natera es leyenda y realidad de la Revolución P Mexicana. Su resonante nombre figura en las grandes novelas e historias del México desconcertante del si- glo XX. Los poetas tampoco han permanecido al margen: han cantado sus hazañas, y en los corridos se habla de su bra- vura en el combate decisivo de Zacatecas y en otros hechos de armas. Natera es el clásico campesino que un buen día de no- viembre sale a exigir la libertad por el camino de la guerra ci- vil. Toma un rifle y se incorpora a los núcleos sublevados con- tra el régimen del general Porfirio Díaz. Dentro de su escasa preparación intelectual comprende que no basta con derro- car al dictador; estima que la contienda debe alcanzar sus objetivos con el reparto de los latifundios No sabe de política, ni de programas, pero sí de justicia Él no sabe de política, ni de programas escritos ni de discur- sos. Su lucha es concreta: acabar con los tiranos y dar parce- las a los suyos. Para ello será preciso pelear con temeridad, sin sentimentalismos, con hombría. Desde Aguascalientes hacia arriba, Pánfilo Natera es soldado de fama, aureolado por sus triunfos en sangrientos combates. No robará a nadie y, por tanto, morirá con senci- llez. No quería el despojo atrabiliario y soez. Anhelaba, cla- ro es, el rescate de lo que a los indios y campesinos en gene- ral se les había quitado tiempo atrás, y para lograrlo dispa- raba muchas balas, con inminente peligro de perder la vida, porque Natera era todo un valiente. “El lugar de mi nacimiento fue en la población de San Juan de Guadalupe, municipio del mismo nombre, estado de Durango, el 12 de julio de 1882. Mis padres fueron Francisco Natera y Néstora García de Natera” –informaba el legenda- rio general a la Secretaría de la Defensa Nacional–. Sin em- bargo, Natera fue zacatecano por las vibraciones de su cora- Pánfilo Natera, un luchador auténtico zón, zacatecano por la acción y la entrega diaria a la reden- ción de este rincón de la patria, zacatecano por vocación. Ni el polvo se sacudía cuando, otra vez, a tomar las armas Cumplida la orden del Plan de San Luis, en el sentido de le- vantarse en armas en noviembre de 1910, Pánfilo Natera for- ma parte de la columna del coronel Luis Moya, muerto pre- maturamente .De esa fecha, a mayo de 1911, participa en de- finitivos hechos de armas. Desplazado el general Díaz, Natera, al igual que miles de ciudadanos, vuelve a su pueblo natal, Pero aún no termi- na de quitarse el polvo de sus caminatas cuando el deber lo convoca otra vez a la guerra, y lucha contra Pascual Orozco. Levantada la bandera de la legalidad por el gobernador de Coahuila, Venustiano Carranza, por tercera vez se con- gregan los revolucionarios de 1910 para enfrentar al enemi- go. El general Pánfilo Natera es ya un personaje de primera fila en las campañas de Zacatecas, Aguascalientes, Jalisco y Durango. Volvió con Pancho Villa, su viejo compañero de armas La Soberana Convención de Aguascalientes desune a los bra- vos jefes que han conducido a sus huestes al triunfo. Pánfilo Natera se va, pero transitoriamente, con Doroteo Arango. Los viejos compañeros de armas se separan el 3 de agosto de 1915, Finiquitada la campaña, Venustiano Carranza lo de- signa Gobernador Provisional y Comandante Militar del es- tado de Zacatecas. Posteriormente, Natera alcanza el punto más alto de su trayectoria al triunfar como candidato del Partido de la Re- volución Mexicana, en septiembre de 1940, al gobierno de Zacatecas, y durante su mandato acelera el reparto agrario que había postulado en su juventud. Finalizada su gestión gubernamental, se retira a la vida privada. El 28 de diciembre de 1951 fallece en San Miguel de Allende, Guanajuato, acompañado de su esposa, Aurora Sán- chez de Natera. El sepelio que tiene lugar en la ciudad de Za- catecas delata la condición económica del respetable difun- to: la pobreza. Estratega natural, cobró prestigio por su bravura

Pasó la época La Crónica de Culiacánlacronica.culiacan.gob.mx/wp-content/uploads/2012/... · el primer rector del seminario, doctor Álvarez Bonilla, acompañaban al obispo que

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Pasó la épocade los archivos muertos;hoy los archivos vivos

salen de la gavetapara restaurar

nuestra identidad.

Culiacán Rosales, SinaloaMiércoles 18 de abril de 2012 Núm. 367

Terminada la fiesta, el novel matrimonio pasó a su residencia, ubicada por la calle Rosa-les, entre Donato Guerra y Morelos, casa hoy en ruinas. Esta casa, Molina la había compra-do al doctor Ramón Ponce de León y constaba, según el Arquitecto de la Ciudad, de una sala, dos recámaras, comedor, cocina y baño, dos pa-ti

Se cumplieron 417 años de su sacrificio

Protomártir de la evangelizaciónen Sinaloa es Gonzalo de Tapia

Su entrega y obra lo hacen acreedor a ser distinguido por la Iglesia

La Crónica de Culiacán

Adrián García Cortés

Benjamín Luna Lujano

Benjamín Luna Lujano

Los yaquis de Gustavo Garmendia

Por Víctor Manuel Díaz de la Vega*

I N V I T A C I Ó NI N V I T A C I Ó N

l Instituto La Crónica de Culiacán hace Euna atenta invitación a los lectores a visi-tar nuestra página WEB (www.lacronica.-

culiacan.gob.mx) donde podrán consultar cual-quier tema relacionado con las publicaciones en este espacio de El Sol de Sinaloa, o en los diferen-tes segmentos de La Gaceta Municipal.

De la manera más atenta comunicamos a las perso-nas que deseen enviar algún comentario relacionado con las publicaciones que aparecen en esta página, que este espacio está abierto a su opinión, la cual siempre será respetable y valiosa. La dirección es:

Esteban Ruiz Martínez.

Desde el 6 de enero

Director Cronista OficialAdrián García Cortés

Adrián García Cortés*

Por Adrián García Cortés*

na procesión religiosa, llevando la imagen de la UVirgen de la Purísima Concepción, caminaba len-tamente por la polvorienta calle de La Iglesia (hoy

avenida Obregón). Las tres campanas en la torre de la pe-queña iglesia parroquial llamaban con su alegre tañido la atención de los ocho mil habitantes que tenía la ciudad, El sonido de los cantos y las oraciones de los peregrinos se mezclaban con el estruendo de los cohetes que, raudos, se elevaban al cielo transformándose en llamas y humo.

El cortejo había comenzado en la casa de don Rafael de la Vega y Rábago, domicilio provisional del Seminario. Ubicado frente a la Plaza de Armas (hoy Plaza Obregón) el cortejo, paso a paso, avanzaba en medio del respeto de una inmensa muchedumbre apostada a los lados de la angosta calle. Encabezaba la procesión el doctor Lázaro de la Gar-za y Ballesteros, séptimo obispo de la Diócesis de Sonora (con sede en Culiacán).

Pasaron por el viejo panteón que desde la colonia espa-ñola se encontraba al frente de la iglesia. Llegaron a la calle del Refugio, hoy calle Hidalgo. La gran multitud llegó a lo que representaba los límites de la ciudad, que luego llama-rían calle del Seminario, actualmente avenida Juárez. Con gran estruendo y repicar de campanas la procesión llegó a las puertas del edificio más grande construido hasta esa fe-cha: el Seminario Nacional y Tridentino de Sonora, actual sede del Ayuntamiento de Culiacán.

Sólo unos cuantos entraron

De la multitud que acudió a la procesión, sólo unos cuantos pudieron entrar al solemne edificio y presenciaron cómo la venerada imagen transportada sobre los hombros de los se-minaristas fundadores Pablo J. Medina, Lucas Verdugo, Pe-dro I. Castro, Cesáreo y Dámaso Sotomayor, Santiago Loai-za, Juan López Portillo y José María Cebada, dirigidos por el primer rector del seminario, doctor Álvarez Bonilla, acompañaban al obispo que arrojaba agua bendita, orando en latín, bendiciendo los corredores y habitaciones del enor-me edificio, hasta que por fin la venerada imagen fue depo-sitada en el altar del adoratorio del seminario, y enseguida se ofreció una misa.

Concluido el solemne ritual religioso se sirvió un rico refresco a los presentes y se celebró una velada literaria. En ella brotaron de los labios del doctor De la Garza las si-guientes palabras:

“Esperar que una cosa no ha de tener dificultades por-que sea buena y provechosa a todos, es esperar contra toda experiencia”.

Las buenas obras son difíciles

Estas palabras resonaron fuertemente en los gruesos muros del seminario y penetraron en los corazones de los culiaca-nenses que habían acudido al magno evento. El señor obis-po había pronunciado esa frase con un sentimiento de re-clamo, y era una dulce amonestación a los incrédulos que cinco años atrás se habían burlado de él cuando anunció su intención de construir ese edificio.

Sin embargo, la incredulidad de los culiacanenses te-nía su fundamento, y si analizamos las condiciones econó-micas, sociales y políticas de aquella época lo comprende-remos mejor. Ya dos obispos anteriores al ilustre neoleo-nés, Fray Bernardo del Espíritu Santo y Fray Francisco de Jesús Rousset, habían tratado infructuosamente de cons-truir un seminario. Desde los tiempos de la colonia el nor-oeste del país había sido casi abandonado por los gobiernos del virreinato, que únicamente se interesaban por las rique-zas extraídas de las minas que había en esta inmensa re-gión, y lo mismo ocurrió con los gobiernos centrales de la República.

Fruto de una indomable voluntad

El doctor Lázaro de la Garza y Ballesteros llegó a Culiacán en 1838, y desde entonces comenzó una serie de activida-des para establecer el seminario. Al año siguiente compró un solar donde antiguamente se encontraba una ermita en honor a San José. Don Antonio de la Vega, síndico del Ayun-tamiento, abogó porque se donara al clero un solar anexo de cien varas cuadradas y se dispensara el pago de los dere-chos de registro por considerarse obra de utilidad pública.

El obispo, de su propio peculio, compró madera a tra-vés de los párrocos de Badiraguato e Imala, y aprovechan-do las corrientes de los ríos Tamazula y Humaya se envia-ron esos volúmenes a Culiacán, proporcionando un espec-táculo que disfrutaron los aburridos habitantes de este lu-gar que entonces era extremadamente tranquilo.

El esforzado obispo neoleonés realizó una titánica la-bor, actuando él mismo como arquitecto, cantero, carpinte-ro, albañil y peón, con la ayuda de los seminaristas funda-dores y parte de la población que en forma voluntaria coo-peró con la magna construcción, contando además con la ayuda de un maestro albañil del que la historia sólo registró el apellido Flores, iniciándose el 30 de junio de 1839 esa obra que con el tiempo habría de dar alojamiento al Gobier-no Municipal de la capital sinaloense.

Leticia Ontiveros Hernández*

Próxima presentación.

(Tomado de “Historia de un edificio”, de Luis Antonio García Sepúlveda.–Edit. COBAES 2007)

Hace 170 años

Adrián García Cortés

José Carlos Aguilar Montoya

Calle por calle se luchó en la toma de Puebla.

Ayer se cumplieron 93 años de aquella maña-na en que Emiliano Zapata fue asesinado en la hacienda de Chinameca, Morelos, crimen con el cual se puso final a la vida de uno de los más genuinos personajes de la Revolución Mexica-na.Legado por excelencia de ese caudillo es el Plan de Ayala que surgió de la necesidad de exponer las demandas que no habían sido atendidas por el gobierno maderista, y por las cuales había lu-chado la gente del campo.A continuación se reproducen algunos párrafos del preámbulo de dicho documento, de acuerdo con la versión de Gildardo Magaña en su libro “Emiliano Zapata y el agrarismo mexicano” (1951):

Al principio, Madero aspiraba aser justo con la lucha zapatista

n los primeros días de su mandato el presidente Ma-Edero abrigaba la firme determinación de hacer jus-ticia a Zapata, en lo cual mucho le ayudaba su her-

mano Gustavo, simpatizador de la causa de los campesi-nos desde la primera hora. Y para buscar nuevamente solu-ción al problema, el Presidente envió al licenciado Ga-briel Robles Domínguez a Villa de Ayala, donde encontró a Zapata, quien todavía conservaba un papel que le dejó es-crito el señor Madero la última vez que se vieron, y en el cual le decía:

“En atención a los servicios que ha prestado usted a la causa durante la Revolución, y la dificultad para mí de re-compensarlo debidamente en los actuales momentos, quiero que sepa que no he dado crédito a las calumnias que han lanzado contra usted sus enemigos; que lo consi-dero un leal servidor mío; que aprecio debidamente los servicios que usted prestó a la Revolución, en atención a lo cual, cuando yo llegue al poder le aseguro que le re-compensaré debidamente sus servicios”.

Después de varias conversaciones, Zapata y Robles Domínguez llegaron a un acuerdo según el cual se rendi-rían las fuerzas de Zapata siempre y cuando dejara el go-bierno de Morelos el general Ambrosio Figueroa; se reti-raran las fuerzas federales; se concediera indulto a los al-zados; se diera una ley agraria procurando mejorar la con-dición del trabajador del campo, y se permitiera que se quedaran quinientos hombres armados, de los de Zapata, hasta que se retiraran las fuerzas del gobierno. Se pedía, fi-

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La aviación, pasión y mortaja

La aviación fue su pasión y su mortaja. Después de ha-ber sufrido varios accidentes encontró la muerte en el que se registró la mañana del 15 de abril de 1957, al des-plomarse en los alrededores de la ciudad de Mérida, Yu-catán, cuando tripulaba un viejo avión carguero de su propiedad.

Atrás quedaba la huella indeleble de una carrera rela-tivamente breve pero intensamente triunfal que lo había elevado al pedestal de ídolo y que se inició con un mo-desto programa radiofónico en la XEB de la ciudad de México, y con un papel de relleno en la película “La Fe-ria de las Flores”

Su carrera cinematográfica fue premiada en 1956 por su trabajo actoral en la película “No vale nada la vi-da”, que le valió el Premio Ariel. Sin embargo, fue des-pués de muerto cuando recibió los galardones más signi-ficativos, como fue el “Oso de plata”, en el festival cine-matográfico de 1957, en Berlín, por su trabajo actoral en el que fue su último filme: “Tizoc”. En 1958, en Holly-wood se le concedió un Globo de oro.

El reconocimiento póstumo no se detuvo en 1958, si-no que se ha prolongado a lo largo de cinco y media déca-das, según se confirma en el acto de homenaje que, a su memoria, tuvo lugar en la ciudad de México el domingo más reciente y donde quedó de manifiesto que su pre-sencia sigue cobrando vigencia en el recuerdo y en el ca-riño del pueblo.

Se despidió con una canción

Se comenta que uno de los factores de esa perpetuidad en memoria sea el hecho de que, al igual que Valentino y Gardel, el sinaloense murió joven, en la plenitud de su vi-da y de su carrera, En ese caso habría que reconocer que el destino de Pedro Infante fue una suerte de saber morir.

Según el operador de la torre de control del aero-puerto de Mérida, que fue la última persona en escuchar la voz de Pedro Infante, dijo que momentos antes del fa-tal accidente, que se registró a las 07:54 horas, el ídolo se despidió de la vida con una canción, pues iba tarareando “Peregrina”, de Ricardo Palmerín. .

Después de 55 años de haber perecido en aquel acci-dente aéreo que conmocionó a México y a América Latina, la memoria de Pedro Infante Cruz sigue rom-piendo brechas generacionales, pues aunque se supo-ne que a esta distancia solamente los adultos muy ma-yores podrían saber de quién se está hablando, los jó-venes de hoy conocen e identifican la imagen y la voz del ídolo sinaloense. Algunos biógrafos comparan el impacto que causó la muerte de Pedro Infante con los que antes habían cau-sado los decesos de Rodolfo Valentino, el ídolo del ci-ne mudo, y de Carlos Gardel, el más grande impulsor del tango en el mundo. Tal vez la apreciación es co-rrecta, pero a los representantes de las nuevas gene-raciones se les pregunta quién fue Valentino, o sobre algún tango que inmortalizara Gardel, es muy proba-ble que surja el desconocimiento como respuesta.

Ni Lawrence Olivier ni Pavarotti

o mismo pasaría si, por ejemplo, se pregunta a la Lgeneralidad de los jóvenes qué película de Law-rence Olivier les parece mejor, o que interpreta-

ción de Umberto Pavarotti les gusta más.Ese no sería el caso con Pedro Infante que, aunque

fue un actor laureado, no se podría hablar de un paran-gón con Laurence Olivier por cuanto a dimensión his-triónica. Ahora bien, el guamuchilense de Mazatlán te-nía una voz inconfundiblemente grata, pero no fue lo que podría llamarse un gran cantante; sin embargo, mu-chos jóvenes de hoy estarán en condiciones de hablar so-bre la saga fílmica que sucedió a “Nosotros los pobres”, o “La oveja negra”, y aquella creación inigualable del bo-lero “Amorcito corazón”.

¿En qué estriba entonces esa popularidad? Pues en eso precisamente: en que Pedro Infante prefirió ubicarse en la dimensión del pueblo, con sus alegrías, sus triste-zas, sus debilidades y sus valores. Prefirió ser un vocero del barrio, del rancho, y se identificó estrechamente con un sector de los servidores públicos mediante su afición al motociclismo.

Otros ídolos fallecidos han caído en el desconocimiento de los jóvenes de hoy, pero el sinaloense es plenamente identificado

nalmente, que el jefe de los rurales en Morelos fuera Raúl Madero o, en su defecto, Eufemio Zapata.

Después, ya como presidente,Madero propuso exiliar a Zapata

Cuando el presidente Madero se enteró de las peticiones de Zapata, consideró que, más que pedir, el guerrillero trataba de imponer su vo-luntad, menoscabando la autoridad del Presidente. Y así envió a Ro-bles Domínguez la siguiente misiva: “Suplico a usted haga saber a Za-pata que lo único que puedo aceptar es que inmediatamente se rinda a discreción y que todos sus soldados depongan inmediatamente las ar-mas. En este caso indultaré a sus soldados del delito de rebelión y a él se le darán pasaportes para que vaya a radicarse temporalmente fuera del Estado.

“Manifiéstele que su actitud de rebeldía está perjudicando mu-cho a mi gobierno y que no puedo tolerar que se prolongue por nin-gún motivo; que si verdaderamente quiere servirme, es el único mo-do como puede hacerlo”.

Zapata se indignó, respondiendo con violencia al emisario con quien Robles Domínguez le había enviado la carta: “Dígale usted al licenciado Robles Domínguez que le diga a Madero que me ha engañado, y que, si no cumple con sus compromisos con el pueblo, no pierdo las esperanzas de verlo colgado en el árbol más alto de Chapultepec.”

Un cura mecanografió el texto del Plan de Ayala

A partir de entonces, Madero acentuó las persecuciones de que era objeto Zapata por parte de las fuerzas federales. Para poner a salvo su vida, el guerrillero, montado en su cuatralbo, carabina en mano, se remontó a lo más intrincado de la serranía, acompañado por el profesor Otilio Montaño. Ambos se encerraron tres días en un jacal del pueblo de Ayoxustla, donde pasaron muchas horas haciendo apuntes a lápiz en papel de estraza. Marcharon luego a una ranche-ría vecina, Ajuchitlán, donde Zapata dijo a uno de sus subordina-dos que ahí le recibieron: —“Ve por el cura de Huautla para que trai-ga su máquina de escribir”.

El cura, que había accedido voluntariamente al llamado, sin pa-rar, sacó muchas copias del escrito que le dio Zapata, y se las entre-gó diciéndole: General, esto está muy bien; era lo que ustedes nece-sitaban. Por algo le decía yo a Huerta, cuando me aseguró enfática-mente que pronto acabaría con ustedes, que a Zapata estaba muy di-fícil agarrarlo.”.

“Esos que no tengan miedo”

Luego, don Emiliano se volvió hacia el puñado de hombres que re-

A 93 años de su muerte, Emiliano Zapataprevalece en el legado del Plan de Ayala

Fue la respuesta agraria ante las demandas sociales no atendidas

En memoria, Pedro Infante rompe brecha generacional

Aun cuando no figura entre los íconos más simbñoli-cos de la Revolución Mexicana, el nombre del general Pánfilo Natera goza de gran popularidad, pues se en-vuelve en la narrativa folklórica y coloquial del corri-do y del grito festivo.Estratega natural, acreditado por su astucia, Natera se significó por su participación en las sangrientas ba-tallas de Zacatecas, escenario de los más encarniza-dos combates de la Revolución. A continuación se reproducen algunos párrafos de una semblanza contenida en el libro “Hombres de la Revolución Mexicana”, de Alberto Morales Jiménez (1960)

ánfilo Natera es leyenda y realidad de la Revolución PMexicana. Su resonante nombre figura en las grandes novelas e historias del México desconcertante del si-

glo XX. Los poetas tampoco han permanecido al margen: han cantado sus hazañas, y en los corridos se habla de su bra-vura en el combate decisivo de Zacatecas y en otros hechos de armas.

Natera es el clásico campesino que un buen día de no-viembre sale a exigir la libertad por el camino de la guerra ci-vil. Toma un rifle y se incorpora a los núcleos sublevados con-tra el régimen del general Porfirio Díaz. Dentro de su escasa preparación intelectual comprende que no basta con derro-car al dictador; estima que la contienda debe alcanzar sus objetivos con el reparto de los latifundios

No sabe de política, ni de programas, pero sí de justicia

Él no sabe de política, ni de programas escritos ni de discur-sos. Su lucha es concreta: acabar con los tiranos y dar parce-las a los suyos. Para ello será preciso pelear con temeridad, sin sentimentalismos, con hombría.

Desde Aguascalientes hacia arriba, Pánfilo Natera es soldado de fama, aureolado por sus triunfos en sangrientos combates. No robará a nadie y, por tanto, morirá con senci-llez. No quería el despojo atrabiliario y soez. Anhelaba, cla-ro es, el rescate de lo que a los indios y campesinos en gene-ral se les había quitado tiempo atrás, y para lograrlo dispa-raba muchas balas, con inminente peligro de perder la vida, porque Natera era todo un valiente.

“El lugar de mi nacimiento fue en la población de San Juan de Guadalupe, municipio del mismo nombre, estado de Durango, el 12 de julio de 1882. Mis padres fueron Francisco Natera y Néstora García de Natera” –informaba el legenda-rio general a la Secretaría de la Defensa Nacional–. Sin em-bargo, Natera fue zacatecano por las vibraciones de su cora-

Pánfilo Natera, un luchador auténtico

zón, zacatecano por la acción y la entrega diaria a la reden-ción de este rincón de la patria, zacatecano por vocación.

Ni el polvo se sacudía cuando, otra vez, a tomar las armas

Cumplida la orden del Plan de San Luis, en el sentido de le-vantarse en armas en noviembre de 1910, Pánfilo Natera for-ma parte de la columna del coronel Luis Moya, muerto pre-maturamente .De esa fecha, a mayo de 1911, participa en de-finitivos hechos de armas.

Desplazado el general Díaz, Natera, al igual que miles de ciudadanos, vuelve a su pueblo natal, Pero aún no termi-na de quitarse el polvo de sus caminatas cuando el deber lo convoca otra vez a la guerra, y lucha contra Pascual Orozco.

Levantada la bandera de la legalidad por el gobernador de Coahuila, Venustiano Carranza, por tercera vez se con-gregan los revolucionarios de 1910 para enfrentar al enemi-go. El general Pánfilo Natera es ya un personaje de primera fila en las campañas de Zacatecas, Aguascalientes, Jalisco y Durango.

Volvió con Pancho Villa, su viejo compañero de armas

La Soberana Convención de Aguascalientes desune a los bra-vos jefes que han conducido a sus huestes al triunfo. Pánfilo Natera se va, pero transitoriamente, con Doroteo Arango. Los viejos compañeros de armas se separan el 3 de agosto de 1915, Finiquitada la campaña, Venustiano Carranza lo de-signa Gobernador Provisional y Comandante Militar del es-tado de Zacatecas.

Posteriormente, Natera alcanza el punto más alto de su trayectoria al triunfar como candidato del Partido de la Re-volución Mexicana, en septiembre de 1940, al gobierno de Zacatecas, y durante su mandato acelera el reparto agrario que había postulado en su juventud.

Finalizada su gestión gubernamental, se retira a la vida privada. El 28 de diciembre de 1951 fallece en San Miguel de Allende, Guanajuato, acompañado de su esposa, Aurora Sán-chez de Natera. El sepelio que tiene lugar en la ciudad de Za-catecas delata la condición económica del respetable difun-to: la pobreza.

Estratega natural, cobró prestigio por su bravura