Paul Fran Ois Groussac - La Divisa Punzo - V1.0

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  • La divisa punz:

    (Entre rosas)

    Drama histrico

    Paul Franois Groussac

  • Estrenado en el teatro Oden, de Buenos Aires, la noche del 6 de julio de 1923, con el siguiente reparto:

    PERSONAJES MANUELA DE ROSAS Y EZCURRA. MARA JOSEFA DE EZCURRA. ROSITA FUENTES DE MAZA. AGUSTINA ROSAS DE MANSILLA. MERCEDES ROSAS DE RIVERA. MERCEDES FUENTES DE ORTIZ DE RO-

    SAS. JUANA SOSA. MERCEDITAS ARANA. A CARMELA, sirvienta de MAZA. JUAN MANUEL DE ROSAS. JAIME THOMPSON. RAMN MAZA. JOHN HENRY MANDEVILLE. GENERAL MANUEL CORVALN. JACINTO R. PEA.

  • BERNARDO VICTORICA. JUAN NEPOMUCENO TERRERO. CAPITN LVAREZ MONTES. ENRIQUE LAFUENTE. Mr. THOMAS G. LOVE. GENERAL LUCIO MANSILLA. GENERAL LA MADRID. CORONEL FRANCISCO CRESPO. Joven PASTOR LACASA. CORONEL VICENTE GONZLEZ. TO BENITO. CAPITN GAETN. CABO CEJAS, asistente. LUZ DE SOUZA DAZ. Tte. DAZ, oficial de guardia en Palermo. P. BIGU, bufn de Rosas. ABDN, gaucho guitarrista. OFICIAL, del navo ingls Acteon. PEDRO DE ANGELIS. OFICIALES, ORDENANZAS, SOLDADOS,

    etc.

  • La accin en Buenos Aires: el 24 de junio de 1839 los dos primeros actos, el 28 del mismo mes, el tercero. El cuarto, en la noche del 25 de mayo de 1840.

    Advertencia. Salvo Thompson y, a ratos

    Manuela, los personajes argentinos hablan generalmente el castellano incorrecto ms usual en Buenos Aires, an entre la gente culta que suele emplearlo a sabiendas. De estas alteraciones idiomticas algo se dice en el Prefacio. [IX]

    PREFACIO:

    Hoy 12 de septiembre de 1923, da en que me pongo a escribir unas lneas de prefacio para esta obra, cuya impresin toca a su trmino, veo en un cartel que se anuncia pa-ra esta noche la 90 representacin de La divisa punz. As las cosas, no creo que sea temerario calcular, sin auxilio de la tabla de logaritmos, que la salida a luz del drama im-preso podr coincidir, la semana prxima,

  • con la centsima de sus representaciones consecutivas, durante los dos meses y medio contados desde el estreno (6 de julio ltimo) por la compaa Quiroga, en el teatro Oden, de Buenos Aires. El feliz xito teatral no es discutible, sin que, para afirmarlo, sea nece-sario acudir a las exageraciones reclamato-rias que le pregonan como un triunfo sin precedente. Por lo dems, para mostrar que al autor no se le han subido a la cabeza los humos triunfales, y, sobre todo, para cumplir el acto de estricta justicia debida a mis [X] colaboradores, as en la preparacin escnica de la obra como en su ejecucin, me es grato reconocer la parte positiva que a unos y otros, respectivamente, les corresponde.

    La empresa Quiroga, desde luego, es acreedora a mi agradecimiento por la acogida entusiasta, el trmino no es excesivo, que sus directores tributaron a la pieza a raz de la primera lectura, dndose cuenta inmediata, con su experiencia profesional, del hondo inters que para un pblico argentino presen-ta el asunto, y, como ellos dicen, de su inten-

  • sa teatralidad. Sin prdida de momento pusieron manos a la obra, con toda dili-gencia, no ahorrando gastos ni esfuerzos en vista de la mejor preparacin del drama y su ms pronta realizacin escnica. Por cierto que, a este respecto, Buenos Aires no es Pa-rs, ni siquiera ofrece los recursos utileros de Miln o Viena. Es tanto ms meritorio haber improvisado todo el complejo aparato escnico que este drama histrico requiere, decoraciones, moblaje, indumentaria para un elenco de cuarenta personajes, los mil deta-lles de mise en scne que huelga mencionar, logrndose, en pocas semanas de febril acti-vidad, vencer las enormes dificultades in-herentes a la situacin, desde la escasez de buenos actores nacionales hasta la exigidad del escenario, totalmente inadecuado a [XI] piezas de espectculo, para realizar, como se ha hecho, una ejecucin si no perfecta, por lo menos excelente bajo muchos aspectos y en conjunto satisfactoria a juicio de los ms exi-gentes.

  • Otro factor concurrente para el xito, y por cierto de capital importancia, era el de la in-terpretacin artstica. Acabo de aludir a la escasez de verdaderos actores nacionales aqu, donde la carrera teatral ha sido, hasta hace pocos aos, profesin extica, faltando todos los elementos para implantarla seria-mente, desde la educacin general de los aspirantes hasta la preparatoria y tcnica que se adquiere en los conservatorios de decla-macin. En condiciones tales y agregndose a ellas ciertos vestigios an subsistentes de la antigua preocupacin social adversa a esta carrera, no cabe esperar todava la formacin espontnea de un verdadero gremio histrini-co, anlogo al existente en las naciones euro-peas. Es fuerza contentarnos con que, del grupo de medianas annimas, surja tal o cual individualidad interesante, hija de una vocacin irresistible, y tanto ms digna de aplauso cuanto que el medio en que regular-mente acta no es el ms propio para incul-carle sanas nociones estticas. Este prefacio no es una crnica, ni desempeo aqu funcio-

  • nes de crtico teatral. [XII] No me toca, pues, pasar revista a los estimables actores que han estudiado con laudable celo sus respecti-vos papeles, algunos bastante difciles, en La divisa punz, desempendolos en general con una buena voluntad y un acierto que el pblico ha sabido recompensar. No dejar, sin embargo, de destacar del grupo masculi-no al primer actor, don Enrique Arellano, que ha creado con autoridad el importantsimo papel de Rosas, poniendo en relieve los ml-tiples aspectos del complejo personaje, y acentuando tan magistralmente la histrica figura, que no haba de tardar en desvane-cerse la impresin desfavorable, que en el primer momento produjeron ciertas deficien-cias fsicas del intrprete. En cuanto al papel de Manuela Rosas, la otra protagonista del drama, sabamos de antemano que al asu-mirlo la seora de Quiroga, nos presentara una fina y encantadora silueta del hada bue-na de Palermo (Luciendo con personal ele-gancia los ricos trajes de una gran faiseuse parisiense) pero no esperbamos que su gra-

  • cia natural y risuea del primer acto se trans-formara, en el tercero, en un despliegue tal de pattica energa que, cada noche, arranca al pblico entusiastas aplausos, llegando lue-go a su colmo la emocin general durante la tierna despedida del eplogo. [XIII]

    Con el concurso de tan valiosos elementos es como La divisa punz ha podido realizarse teatralmente en sus aspectos esenciales, sino en su integralidad. Pero, en suma, aqullos son factores extrnsecos a la obra. En cambio, el factor verdaderamente intrnseco, si tiene entrada la terminologa didctica en los do-minios de las Musas, es el que constituye el asunto mismo del drama. La vspera del es-treno expliqu al reporter de un importante diario de la tarde cmo, privado de mis habi-tuales lecturas con luz artificial por el debili-tamiento de mi vista, me haba sido forzoso substituirlas con la composicin mental, de literatura imaginativa, por supuesto, a guisa de sucedneo durante mis insomnios noctur-nos. Era lgico que en este devaneo me incli-nara a la forma dramtica, como ms concre-

  • ta y fcilmente recordable, para escribir al da siguiente lo inventado en la vigilia y tambin que, una vez instalado en mi cerebro aquel retablo de Maese Pedro, me atrajera, des-de luego, el drama histrico argentino, como ms afn a mis estudios. As las cosas, par-ceme hoy inevitable que, dentro del marco local, se presentara a mi alcance inmediato la poca de Rosas, que conoca suficientemente por haberle dedicado un largo ensayo y, de-ntro de ella, el episodio clebre de la llamada conjuracin de Maza, [XIV] no slo por su intensidad trgica, sino tambin por corres-ponder a un momento crtico de la dictadura. Tal sucedi, en efecto y no de otro modo pre-ludi a su venida al mundo literario La divisa punz.

    Con respecto al procedimiento observado en la preparacin constructiva de la obra y a las circunstancias en que se produjo su ela-boracin, nada encuentro ms tpico que recordar los datos y razones que formul horas antes del estreno, y a los que la larga e inequvoca aceptacin del pblico confiere

  • hoy una suerte de sancin o visto bueno re-trospectivo.

    La primera precisin del asunto me ocurri en Buenos Aires, a fines del ao 1921. Inme-diatamente me puse a trazar el scenario de la pieza, alrededor del complot de Maza como episodio central, al mismo tiempo que com-pletaba mi documentacin con la consulta de ciertos diarios de la poca, cuyos extractos no figuraban en mis fichas. Sin ms bagaje que el cuaderno as formado, empec en la manera arriba indicada la escritura del texto, de primera intencin, sin borrador, segn tengo costumbre, dejando en blanco una mi-tad de la pgina para las enmiendas y adicio-nes. As se redact la obra entera, en su for-ma casi definitiva, durante el verano de 1922: el primer acto, en Carhu, el segundo [XV] lo mismo que el cuarto o eplogo, en Buenos Aires, el tercero, en la estancia del sur de la provincia a que se refiere la dedica-toria y no deja de ser curioso, como efecto de contraste, que este acto, el ms sombro y trgico de la pieza, se haya escrito al aire

  • libre, en un ambiente de flores, a la sombra de las enramadas que tamizaban sobre mi mesita porttil los rayos del sol, entre el ru-mor de los follajes y los gritos de los nios, ms alegres que los gorjeos de los pjaros. Ya tengo indicado mi modus operandi que consista y consiste todava, en reproducir cada maana en el papel la escena represen-tada por mis fantocci nocturnos, con gestos y dilogos en el tablado ideal de mi reciente vigilia. De aquellas tinieblas sucesivas ha sa-lido a luz el drama que hoy imprimo.

    Volviendo a mi tema de los factores concu-rrentes al buen xito de La divisa punz, tan lejos estoy de querer disimular o aminorar la parte que en l corresponde principalmente a la feliz eleccin del asunto, que antes, sobre-ponindose el historiador al dramaturgo, me sentira inclinado a exagerarla. Todos los que de cerca me tratan, me han visto y odo, siempre que se admita la posibilidad de re-novar mi experimento teatral (Tan tardo que parece extemporneo), revelar mi escepti-cismo, repitiendo: Non bis in dem. Aunque

  • [XVI] mi segunda pieza, hipottica, resultase artsticamente superior a la primera, nunca jams alcanzara la suerte de aqulla. Y la razn, que a veces omita por evidente, es que no puede existir para un pblico argenti-no, un sujeto teatral que, como fuente de inters y palpitante emocin, se compare al drama histrico que pone en escena, como protagonistas, a Rosas y su hija Manuela, durante el lapso climatrico de los aos 39 y 40. Comprender lo que aqu indico, sin ne-cesidad de insistir, quien haya presenciado y sentido, especialmente en las primeras repre-sentaciones de La divisa punz, el estreme-cimiento que por momentos sacuda al pbli-co entero ante la potencia evocadora de cier-tas escenas, en que la honda verdad humana de la situacin apareca realzada por el inten-so colorido de la realidad histrica. Y declara-do todo ello con franca y sincera ingenuidad, no afectar agregar, con una falsa modestia que fuera hipocresa, que en mi opinin la estructura y el estilo de la pieza hayan tenido una parte insignificante en el xito. Pero lo

  • que en esto haya de cierto, otros se han en-cargado de decirlo con una autoridad benvo-la que nunca me correspondera usar en cau-sa propia, as que, sin una palabra ms sobre este punto, paso a tocar otros menos perso-nales de la presente produccin. [XVII]

    Al intitularla drama histrico, he preten-dido definirla, sin pasar, segn entiendo, un punto ms all de su caracterstica. Creo que La divisa punz sea histrica en la propor-cin extrema que admite una composicin teatral y cuyos lmites, segn ya dije, no po-dra exceder sin salir del dominio artstico, degenerando en simple crnica dialogada. Bien seguro estoy de haberme ceido a la historia en esta pieza, ms estrechamente que lo hicieran en cualquiera de las suyas los grandes maestros del teatro histrico, desde Shakespeare y Lope hasta Schiller y Hugo, sin que en esta comprobacin pueda caber la ms lejana idea de un paralelo entre trminos que no lo admiten. El consenso universal, por otra parte, se aviene ms y ms a no consi-derar en este gnero teatral los datos y ras-

  • gos propiamente histricos ms que como materiales accesorios, destinados a realzar, ya la verdad y vida de los caracteres, ya la pintura del ambiente local. A ese criterio me he conformado y si he procurado adaptar a mi obra dramtica los conocimientos y resul-tados adquiridos en mis anteriores estudios sobre Rosas y su poca, es porque he credo y sigo creyendo, que esta slida, aunque invi-sible, armazn documental constituye la me-jor condicin y garanta de exactitud para la reconstruccin artstica del pasado. Pero [XVIII] dicho est que esta exactitud no es sino relativa y no debe en ningn caso trabar la plena libertad evocadora del artista. As, para limitarme a los dos personajes centra-les, si el modelado de una figura histrica, tan acentuada y familiar a los espectadores como la del Restaurador, tena que ser el re-sumen y resultado concreto de cien rasgos autnticos y significativos, dispersos en su biografa: no ocurre lo mismo con la evoca-cin de su hija Manuela, el numen templador de la tirana, cuya imagen ha quedado por

  • siempre idealizada en la memoria de este pueblo. Con todo, gracias a lo vago y flou de aquella personalidad juvenil (Pues hasta des-pus de los veinte aos poco se exterioriz la accin de Manuelita en la poltica paterna) he podido humanizar su gracia patricia, presen-tndola como sujeta ella tambin a la fatali-dad de la pasin que todo lo vence, omnia vincit amor, hasta transformar en leona aira-da, cual otra Doa Sol, la mansa cordera de ayer, y mostrarla, en esos minutos de or-gasmo psquico, capaz de alzarse ante el dspota paterno para defender la vida del que ama.

    En esta pintura episdica de la tirana he evitado el fcil recurso de los cuadros horrfi-cos y reducido a su mnimum la presentacin de personajes odiosos que harto se conocen, aqu mismo, por referencias de Maza, [XIX] Love, Mandeville y otros testigos. Slo apare-ce un instante el sayn Gaetn, instrumento brutal del crimen, repugnante para el mismo tirano que lo empleara. Era tambin inevita-ble la exhibicin del traidor Martnez Fontes,

  • pero, cediendo a consideraciones sociales que se explican por s solas, he preferido cambiar-le el nombre en la pieza, y no convertir el escenario en picota de vergenza para algn deudo, acaso sentado entre los espectadores.

    Alguna vez hice tocar las dificultades de la historia contempornea, comparndola con esa selva pavorosa del Infierno dantesco, compuesta de troncos que salpican con san-gre la mano que intenta herirlos. Mucho ma-yor, por cierto, aparece el impedimento, tra-tndose de la viva y palpitante exhibicin teatral. Y no necesito disculparme por haber quitado todo viso antiptico a ciertos deudos del tirano o familiares de su casa, siendo as que este aspecto se conforma con la realidad. No calumniemos la naturaleza humana, pre-sentndola ms perversa de lo que es, cuan-do las ms de las veces es slo dbil y pusi-lnime. As he mostrado al inofensivo anciano Corvaln, legendario sfrelo todo de Rosas, que lo haca vctima de sus groseros atrope-llos, mal rescatados por minutos de benevo-lencia. Buen administrador militar [XX] bajo

  • San Martn, y generalizado por el mismo Rosas, no fue Corvaln un carcter ni un gran guerrero, empero, por su notoria honradez (De la que tengo a la vista un curioso y au-tntico comprobante, acusador de otro pala-ciego), ya que no por sus talentos ni hazaas, merecer el juicio indulgente de la historia.

    En el momento de ponerme a escribir el texto de La divisa punz, he tenido mis hesi-taciones respecto del lenguaje o estilo ms adecuado para el dilogo, vacilando entre el castellano castizo y el adulterado que aqu se usa, entre la gente culta que no ignora el espaol correcto. Invenciblemente, al erguir, en el nocturno retablo que he descrito, a mis fantoches imaginarios, hacales emplear (Siendo ellos argentinos, se entiende) las formas y locuciones corrientes de nuestra jerga criolla. Parecime ver en ella una indi-cacin imperativa a la que me he sometido, no haciendo excepcin sino en favor de Jaime Thompson, hijo de extranjero casi educado en Europa, a quien suele remedar Manuela en los momentos patticos. Consigno aqu, para

  • los lectores o espectadores extraos, que nuestras principales desviaciones lingsticas consisten: para la fontica, en la confusin andaluza de la z o c (ante e o i) con la s [XXI] as como de la ll con la y, pronunciadas en Buenos Aires como ge o gi francesas y, para la analoga, en la conjugacin viciosa de los verbos en la segunda persona del singular, debida a la substitucin pecaminosa de t por vos, de ah las formas hbridas: quers, pon, ven, etc. que son simples arcasmos, encon-trndose en los primeros siglos del idioma, especialmente en el lenguaje rstico. Otras locuciones (Recin, no ms, etc.), mereceran una discusin aparte, an despus del estu-dio que les han dedicado lexiclogos tan avi-sados como Maspero, Menndez Pidal, Cuer-vo, Joret y otros. A pesar de lo dicho, en momentos de imprimir este drama, y para no aparecer pagando tambin mi tributo a este trasnochado criollismo, tuve intencin de presentar a los lectores del exterior un texto expurgado: cuando repar en ello, era ya tarde, hallndose muy adelantada la impre-

  • sin y distribuido el tipo de los primeros plie-gos. Queda, pues, el texto conforme a la re-presentacin, aunque restablecidos los pasa-jes que hube de suprimir para someterme a las exigencias procustianas del tiempo mximo que impone nuestro pblico.

    No cerrar este prefacio sin expresar mi agradecimiento por la benvola acogida que mi obra ha recibido del pblico, no menos [XXII] que de la crtica teatral, as argentina como extranjera. Me es doblemente grato haber dado ocasin a que salieran a luz va-rios artculos tan notables por su elevacin de pensamiento y doctrina como por su belleza de estilo, permitindome decir que tales ma-nifestaciones de alta cultura literaria honran ms an a sus autores que al favorecido por ellas. Y por cierto que no dejar de mencio-nar aparte, last not least, la preciosa ayuda que me ha prestado, en este noviciado dra-mtico, mi talentoso amigo don Joaqun de Vedia, quien desde su primera lectura de La divisa punz, puso espontnea e incansable-mente al servicio de la mejor adaptacin tea-

  • tral de la obra, el inapreciable concurso de su experiencia y habilidad escnica.

    P. G. Buenos Aires, 13 de septiembre de 1923. (1)

    - ACTO I -

    En casa de RAMN MAZA. Una salita senci-

    lla pero decentemente puesta, a la moda de la poca, con ciertos detalles de elegancia en el moblaje de recin casados. Alfombra, sof y sillones de caoba forrados de crin, sillas doradas de esterilla, una mesa central y otras de arrimo (Volantes) floreros con flores, un espejo de pared sobre una repisa, lmparas, rinconeras con chucheras. Puerta en el fondo que da al zagun, frente a otra puerta sim-trica que conduce al escritorio de Ramn Ma-za. Puerta a la izquierda (Todas las indicacio-nes corresponden a la derecha o izquierda del

  • espectador) que da a las habitaciones interio-res. A la derecha, dos ventanas de reja vola-da mirando al este. La casa est situada en la calle de Las Piedras (Acera oeste), entre las del Restaurador (MORENO) y la de BELGRA-NO. Cuando se abre la ventana penetran los rumores callejeros.

    Escena I

    A CARMELA, luego el TO BENITO, des-

    pus CEJAS. (A CARMELA es una mulatilla avispada y

    muy emperifollada, vestido de percal, gran-des aros de cobre dorado, collar de cuentas coloradas, moo punz en la cabeza, sacude los muebles, flojamente, atenta al trfico de fuera. Habla a lo criollo usual, como nacida en el pas) (2)

    CARMELA. Ya las doce y nada todava del to Benito y sus pasteles! (Abre la ventana y entra una rfaga de gritos callejeros. Acei-tuna, una! Ricos tamales federales! Alfajo-

  • res! Pastelitos calientes! Al or este grito, CARMELA corre a la ventana, donde asoma por la reja la cabeza del negro BENITO.) Al fin apareci, to Benito!

    BENITO. (Con su risa ancha que muestra la blanca dentadura, sobre el cutis de holln.) Aqu estoy, pela fina, siempre listo pala selvir a las buenas mozas. (El TO BENITO habla a lo africano de comparsa carnavalesca.)

    CARMELA. Entre, to Benito, no hay nadie en casa.

    (Entra el TO BENITO, con su bandeja de

    pastelitos. Viste chaquetn de bayeta obscura con enorme divisa, chirip punz y calzonci-llos blancos de fleco, calza ojotas y lleva en-casquetado, sobre las motas de astracn, un sombrero de paja con ancho cintillo rojo.)

    Todos estn fuera: la seora doa Rosita

    en misa: En San Juan y da del santo, hay [3] para rato! El comandante ha ido a la quinta del seor don Manuel Vicente, hasta el

  • asistente Cejas sali de maana para Flores, pero no tardar en volver.

    BENITO. Plimelo que todo, el negocio. Cuntas me toma hoy? Y mile que son de lechupete.

    CARMELA. Le tomar una docena. Tene-mos un convidado a comer. Un joven Tonson, o cosa as, pariente de doa Rosita, recin llegado de Uropa.

    BENITO. Geno, pues, le elijo los mejores. (CARMELA recibe los pasteles en un plato

    y le da el dinero.) Y ahora (Va a cerrar la ventana.) Qu te-

    nemos de nuevo en casa? Cunteme ligelo, no sea que nos solplendan.

    CARMELA. Anoche, nueva reunin aqu: los

    cinco de siempre con don Ramn: don Jacinto Rodrguez Pea, don Enrique Lafuente, don Carlos Tejedor y don Avelino Balcarce. Pero el amo tuvo que dejarlos luego, por un mensaje del seor don Manuel Vicente, desde [4] su

  • quinta de la plaza Lorea. Slo faltaba en la reunin aquel otro nuevo, vestido de oficial, de noches pasadas, que le dicen el paraguayo lvarez Montes.

    BENITO. Oa bien? CARMELA. No del todo, conversaban a

    puertas cerradas y no muy fuerte. Pero luego se acaloraron, y como uno de ellos me gol-peara las manos pidiendo un vaso de agua, entr por este cuarto obscuro (Ensea la puerta de la izquierda.), teniendo cuidado, al retirarme de dejar abierta una hendija para or mejor.

    BENITO. Y qu sac en limpio? CARMELA. No puedo explicarlo bien por no

    haber odo el principio. Se trata de dar un golpe esta tarde. No s qu golpe ser, pero han de entenderlo en la secin. Lo que s he pescado, es que esta noche sale el patrn para el sud, dijo que a sublevar una fuerza. [5]

    BENITO. Geno es eso. Aunque no sea mucho lo que ha pillado esta vez, segulo que el comisalio ha de sacal lo que senifica. Y esta

  • talde puede pasal pol la secin a lecibil la paga semanal.

    CARMELA. Cmo cunto se le hace que ser esta vez, to Benito?

    BENITO. Quin sabe? Cuitio es tan aga-lao! Pero no menos de cincuenta.

    CARMELA. Nada ms? Ay! Que el platero de Buen Orden me pide doscientos y tantos pesos por unas caravanas de oro que tiene en la vidriera y me sacan los ojos.

    BENITO. Hijita, todo se andal juntando de a poco en una alcanca, como hago yo. Pero, estas muchachas, Todo es pala pelifollo! (En esto aparece el asistente CEJAS en el zagun, se detiene unos segundos para escuchar, pero TO BENITO, que lo ha visto, muda la conversacin, despus de una guiada a CARMELA.) [6] (En voz alta.) As, pues, a Calmela, no faltal esta noche al baile de San Juan en la Concecin, donde estal la flol y nata de las naciones, aunque pol su luto di-cen que este ao doa Manuela no podl asistil.

  • (CARMELA se acerca al zagun y vuelve.) CARMELA. Es el asistente que ha entrado

    al escritorio del amo, esa mala sarna que nos viene espiando y no nos puede pasar. Pero no hay cuidado, no ha odo nada.

    BENITO. (A media voz.) Si algo nuevo sol-plende, avisal a la comisala, Y hasta maa-na!

    CEJAS. (Entra teniendo en las manos unas espuelas que est bruendo. Vestuario de cuartel con el galn de cabo.) Otra vez aqu! (A TO BENITO.) Ya le tengo dicho, de orden del comandante, que no pise del umbral adentro. Vamos ligero, a la calle con su ca-nasta! Y vos A la cocina!

    (Salen por la puerta del zagun, mientras

    el TO BENITO toma la calle, CARMELA se dirige al interior, refunfuando.) [7]

    CARMELA. Tampoco es cosa de tratar co-

    mo perros a los pobres negros.

  • CEJAS. Bueno sera que algunos negros aprendiesen del perro a ser fieles a sus amos! (Divisando un oficio puesto sobre la mesa.) Oiga, Carmela A qu hora han trado este oficio?

    CARMELA. (Vuelve malhumorada.) No s! Har una hora. (Sale golpeando la puerta.)

    CEJAS. (Rindose.) A la conguita, yo s dnde le aprieta la chancleta. Pero es de bal-de hijita: nunca me dio por el candombe. (Contempla las espuelas de su jefe y sigue lustrndolas.) Ya relumbran como nuevas! Si sospecharan estas espuelitas qu bonito galope van a dar! (Contina su operacin, tarareando en falsete, a lo gaucho.):

    Cuando te estoy mirando nia, las piernas, se me ponen los ojos como linternas (BIS), [8]

  • Escena II RAMN MAZA, CEJAS. MAZA. (Aparece en la puerta, viste uni-

    forme de diario. Cejas se cuadra.) Ya ests de vuelta? Hicistes todo como te lo mand?

    CEJAS. Todo, mi comandante. Est avisado el caballerizo Otero, de Montserrat: su bayo estar ensillado desde la oracin. [En la quin-ta de Flores, tendrn en el corral, adems del congo, un parejero ms y otros dos para m(1).] Podremos emprender marcha al mi-nuto.

    MAZA. Bien. No necesito repetirte, Cejas, que nada debes chistar sobre estos prepara-tivos, pues una palabra de ms podra per-dernos.

    CEJAS. No necesita repetrmelo, mi co-mandante. Pero debo avisarle que desconfo de la cocinera [9] Carmela, a quien varias veces he sorprendido en secreteos con el mo-reno pastelero, espa conocido de la seccin.

    MAZA. No me extraa la noticia: hace das que sospecho este espionaje domstico. Pero

  • no es momento de remediarlo: mejor ser cuidarnos de ellos sin alerta. No atropelles, pues, a esa gente que nos cree dormidos.

    CEJAS. As har, mi comandante. Ah! Tra-jeron hace un rato este oficio del gobierno. (Le entrega un sobre lacrado de negro.)

    MAZA. (Despus de leer la nota de pocas lneas y reflexionar unos segundos.) O: te vas a casa de don Jacinto Rodrguez Pea, y le decs que necesito hablar con l urgente-mente, que aqu lo espero.

    CEJAS. (Sale y vuelve desde el zagun.) Casualmente est entrando don Jacinto. [10]

    MAZA. (A CEJAS.) Mejor: dejanos solos, y vel porque no entren a interrumpirnos, no siendo don Jaime Thompson, que come con nosotros.

    Escena III MAZA, JACINTO PEA, se dan la mano.

  • MAZA. Bienvenido, Jacinto. Estaba man-dando a Cejas por usted, y supongo que lo trae algo relacionado con mi propio llamado, pues en este da decisivo slo un asunto pue-de preocuparnos.

    PEA. Me trae en efecto, el deseo de que no ignore ninguna novedad relativa al com-plot. Esta maana me busc el amigo Enrique Lafuente, cuyo concurso nos es tan precioso por estar adscrito a la secretara de Rosas. Como no me hallara, me dej en casa unas lneas, comunicndome que, a pesar de ser hoy da de fiesta, concurrira a Palermo para terminar una copia urgente. Con esto ha que-rido avisarnos que no faltar all. [11]

    MAZA. Perfectamente. He aqu ahora el motivo de mi consulta. En mi ausencia, hace una hora, me lleg esta nota (La lee.): De orden de Su Excelencia el seor Gobernador, ruego a usted quiera concurrir a la quinta de Palermo esta misma tarde. MANUEL CORVA-LN Qu piensa usted que debo hacer? Acudir a la cita, o desorla, a riesgo de pre-cipitar el estallido?

  • PEA. (Despus de unos segundos de re-flexin.) Ante todo, recapitulemos juntos las condiciones de nuestra empresa. En ella, no slo juega usted la vida, como todos noso-tros, y por cierto que ha de apreciarla indeci-blemente en plena luna de miel,

    (MAZA, involuntariamente, cierra los ojos.) sino que mira comprometida la de un pa-

    dre venerado, a quien ya vienen apuntando los sicarios del tirano.

    MAZA. Tiene usted razn, Jacinto. Con to-do, y aunque hoy aparezco como el motor del golpe que se intentar esta tarde, le consta que no he sido sino un adherente tardo. [12]

    PEA. Bien, pues. Como tuvo usted que dejarnos anoche en plena conferencia para acudir al llamado de su padre, le resumir en pocas palabras lo acordado en su ausencia. Sabe usted que con la comisin argentina de Montevideo est convenido que esta tarde, a las 4, se desprender de la corbeta bloquea-dora Ariadne un bote tripulado por seis mari-

  • neros franceses y que trae otros tantos ami-gos nuestros, siendo materia entendida que los extranjeros no tomarn parte en el ata-que. A las 5 en punto, el bote atracar en el ancn prximo al conocido sesteadero de Rosas. Ahora bien: si debe o no efectuarse la intentona, nos lo avisar una seal de fuego que queda a cargo del amigo Lafuente, como empleado del tirano y familiar de la casa.

    MAZA. Ahora me explico su aviso de esta maana.

    PEA. La seal consistir en cohetes vola-dores disparados desde la torre de la ermita de San Benito: uno solo, si conviene el des-embarco, [13] dos, si es intil o peligroso. Logrado el golpe y asegurada la persona del dictador, ste ser entregado, sin atentar a su vida, al comandante de dicha nave france-sa, que lo transportar a lugar seguro mien-tras se desarrollen los sucesos polticos y mi-litares. Aqu entra usted en escena, mi queri-do Ramn, con arreglo al plan de campaa elaborado en Montevideo.

  • MAZA. Nunca fui partidario del atentado personal como medio de reforma poltica. Sin embargo, dados los visos plausibles de la tentativa de Palermo, no cabe desconocer que su xito favorable acarreara, sin efusin de sangre, una solucin inmediata del pro-blema poltico.

    PEA. No es dudoso. [Aprehendido Rosas, recaera naturalmente en su padre de usted, como presidente de la Junta, el gobierno pro-visional para convocar a elecciones de ver-dad. Y entonces, despus de diez aos de pruebas y sacrificios, quiz una designacin feliz abrira a la Repblica la era de repara-cin a que es acreedora por su largo sufri-miento, ya que no por su prudencia.] [14]

    MAZA. Dios lo oiga, amigo. Entre tanto, vuelvo al objeto de mi consulta y deseo or su parecer.

    PEA. A ello voy. Lafuente est persuadido de que Rosas tiene conocimiento de nuestro complot. Habr sido puesto sobre aviso por alguna vaga revelacin de la polica, precisa-da, acaso ayer, por la delegacin de alguien

  • prximo a nosotros. Quin puede ser el de-lator?

    (MAZA le mira fijamente.) Leo en su mirada el nombre que tengo en

    la punta de la lengua. Es el de lvarez Mon-tes, que asisti a uno de nuestros concilibu-los, trado por el atolondrado de Avelino Bal-carce.

    MAZA. Yo desaprob la ligereza de Balcar-ce al introducir entre nosotros al tal lvarez Montes, que se estren pidindonos cinco mil pesos como gaje de su concurso.

    PEA. [Estaba usted probablemente en lo cierto, el soldado leal venteaba al traidor. Feliz, mente, no asisti sino a esa reunin, en la [15] que, segn lo establecido, todos lle-vbamos careta, llamndonos por nombres convencionales. Ha sido tambin otro rasgo de prudencia no citar a lvarez Montes para nuestra conferencia de anoche, donde toma-mos las ltimas disposiciones.] De ah el que Rosas pueda estar enterado del complot,

  • aunque no de sus datos ms esenciales, co-mo ser la fecha exacta de la ejecucin y los nombres de los ejecutores. Al natural afn de arrancrselos ha de responder este llamado urgente, siendo as que poda verlo maana en la casa de gobierno.

    MAZA. Cmo piensa usted que, conocin-dome, pueda Rosas incurrir en tal torpeza?

    PEA. No dude usted que su antigua pers-picacia para conocer a los hombres se ha ve-nido embotando por el trato diario con servi-les y cobardes. En todo caso, creo que el hecho de citarlo en este da de fiesta a su quinta de Palermo, llena de parentela y visi-tas, aleja toda idea de propsito violento. [As, pues, para otro que no fuera Ramn Maza, no habra riesgo inminente en la entre-vista, bastando [16] que el interrogado con-siderase de buena guerra contestar con disi-mulo a quien pregunta con perfidia.] Pero, entre el dspota que domina por el terror y el soldado que no conoce el miedo, miro el cho-que tan inevitable, como fatales para usted sus consecuencias. Sin desconocer, pues, qu

  • factor importante podra significar su presen-cia en Palermo, en el momento crtico, con-templo tan desastrosa la eventualidad de su prisin, vale decir de su ausencia en el sud el da del levantamiento general, que lejos de aconsejarle ese paso, estara, al contrario, porque anticipara esta tarde su marcha a Tapalqu.

    MAZA. Esto, no. Me es indispensable cono-cer primero el resultado de la intentona. De su xito depender mi actitud all con el co-ronel Granada que, como usted sabe, me ha reemplazado en el mando de la divisin. Adems (Su frente se anubla.), tengo que hacer mis ltimos arreglos con Rosita, para los das que dure mi ausencia.

    PEA. (Moviendo tristemente la cabeza.) Pobre Rosita! [No quisiera, amigo, agravar su angustia ni debilitar su energa, que en esta hora solemne le hace falta toda [17] entera. Pero, Ramn, (Despus de vacilar un momento.) Cmo ha podido usted casarse, asumir tal responsabilidad casi la vspera de precipitarse la tragedia en que tena designa-

  • do tan tremendo papel? Perdneme si toco con dedo indiscreto su herida ntima.]

    MAZA. (Sombro.) [Le explicar, sin justifi-carla, esta conducta ma que, en efecto, mi-rada desde afuera, mucho se asemeja a una mala accin. Bien sabe usted cmo, a fines del ao pasado, me encontr de golpe rele-vado de mi mando en la frontera del sud. Ante suceso tan imprevisto, que entorpeca mi carrera, cumpl un deber de lealtad expo-niendo el caso a mi novia Rosita. No slo no logr conmover sus sentimientos, sino que apenas quiso esperar a que se formalizara un establecimiento de campo que tengo em-prendido. Ced al impulso del corazn, que no calcula. Nos casamos hace tres semanas: a los pocos das vino a despertarme del em-briagado sueo la cruel campanada de la rea-lidad, recordndome que otro compromiso solemne, el militar y el patriota tena contra-do.] Por suerte, Rosita slo se da cuenta muy vaga del riesgo que corre su frgil felici-dad! Para ella, mi proyectado viaje de esta noche es a esos [18] campos que estoy po-

  • blando en el sud. Ahora, amigo, puede usted medir cunta debilidad interna se oculta a veces debajo de un exterior viril!

    PEA. (Apretndole la mano.) Es usted un hroe. (Aparte.) Pobre Rosita!

    MAZA. As y todo, debo agregar que de otra parte, es de donde me llegan a lo ntimo del corazn las heridas ms punzantes que lo hacen sangrar.

    PEA. Ya entiendo: la situacin de su pa-dre.

    MAZA. (Seal afirmativa.) Por el solo hecho de habrsele interceptado unas cartas de Montevideo, en que mi cuado Valentn Alsina le pintaba sus anhelos de unitario emi-grado, mi padre se ve perseguido como afi-liado a una conjuracin de cuyos propsitos y medios nada sabe, Oye usted? Nada absolu-tamente. Anoche, una partida de la Sociedad popular se junt en la plaza Lorea para asal-tar su quinta: intent romper a pedradas las puertas y ventanas, [19] profiriendo gritos de muerte que son el anuncio certero del crimen en incubacin. Se da usted cuenta de mi

  • suprema angustia? A mi padre, hace tres das que se le ofrece trasladarlo a Montevideo, l se resiste, temiendo comprometerme, del propio modo que no quisiera yo lanzarme a la revolucin hasta saber que no puede descar-garse en l la venganza del tirano.

    PEA. S, Ramn: tiempos de hierro son los que oprimen nuestra generacin y acaso ser el mayor crimen de Rosas ante la histo-ria el haber perturbado las conciencias, sem-brando la discordia en los hogares.

    MAZA. Qu mayor ejemplo de tales con-flictos, que el de mi propia casa? Rosita, mi mujer, tiene hoy el mismo estrecho parentes-co con el unitario Alsina y con el hijo del tira-no Sobre ser, ms que amiga, hermana de Manuelita Rosas!

    PEA. S, en efecto, el caso es caractersti-co. Y por supuesto que nada hay que recelar de este trato familiar? [20]

    MAZA. Con Manuelita? Si es un dechado de nobleza y lealtad: un argumento vivo co-ntra la supuesta fatalidad de las herencias paternas, pues sta a ninguno de los suyos

  • se parece. Qu ms le dir? Manuela podra estar aqu presente y ornos atacar al Restau-rador, sin que, a pesar de sufrir intensamente en su amor filial, le ocurriera el pensamiento de delatarnos.

    PEA. Enhorabuena. Y, finalmente, des-pus de tanto deliberar, Quedamos en que usted?

    (Abre la puerta del foro el asistente CEJAS,

    que se retira despus de anunciar.) CEJAS. El seor don Jaime Thompson. MAZA. Que entre. (Se adelanta a recibir-

    lo.)

    Escena IV Dichos, THOMPSON. (ste viene en traje de calle, moda ingle-

    sa, en el lado izquierdo de la solapa trae una

  • cinta punz que puede pasar por divisa fede-ral.) [21]

    MAZA. Adelante, Jaime. Te encuentras con

    un amigo. (Apretones de manos.) THOMPSON. (Mira el reloj de pared.) Creo,

    Ramn, que me he adelantado un poco a la hora del almuerzo.

    MAZA. Ests aqu en tu casa. Rosita ha ido a la misa de once en San Juan, pero no ha de tardar. Quieres sentarte? Nosotros queda-mos en pie por comodidad.

    THOMPSON. Gracias, no quiero interrum-pirlos. Y ya que dispongo de algunos instan-tes libres, los aprovechar, si me permites, pasando a tu escritorio para formular una solicitud de pasaporte al seor jefe de polica.

    PEA. Cmo as? Llegado de Europa hace ocho das, Pensara ya en regresar?

    THOMPSON. Nada de eso. Se trata de un pasaporte para Chilecito, donde tengo que

  • realizar algunos [22] estudios mineros, pues sabrn ustedes, o no sabrn, que les est hablando todo un ingeniero de minas.

    PEA. Pues, yo lo crea a usted dedicado exclusivamente a la carrera diplomtica. Y a propsito de diplomacia (Enseando con una sonrisa la cinta roja de THOMPSON.) sin que esto importe la ms leve intencin de crtica, veo que no ha tardado usted en adaptarse a nuestros hbitos.

    THOMPSON. (Con buen humor.) Mi cinta punz? Diplomacia pura, en efecto. Lo que usted y muchos otros toman por una divisa federal, muy parecida a la que sin duda guar-dan en el bolsillo, es sencillamente la insignia de la orden belga de Leopoldo, otorgada a este pichn de diplomtico argentino por la hazaa, verdaderamente diplomtica, de haber asistido a la conclusin de un tratado comercial. Volviendo a mi carrera, es cierto que, hasta hace algunos meses, he estado desempeando las poco recargadas funciones de segundo secretario, ad honorem, de nues-tra legacin en Londres. All, gracias a la be-

  • nevolencia del ministro [23] don Manuel Mo-reno, amigo de mi padre, pude dedicarme, durante aos, en King's College, a los estu-dios cientficos de mi aficin hasta recibir el ao pasado el diploma de ingeniero de minas.

    PEA. No ser precisamente en su pas donde espera ejercitar la profesin?

    THOMPSON. Pues no crea usted. Por lo pronto, un grupo de capitalistas ingleses ha resuelto resucitar la difunta sociedad rivada-viana de Los minerables de Famatina. De ah el que, siempre por recomendacin del ministro Moreno, se me propusiera, en condi-ciones muy ventajosas, una misin de estudio de esas minas. Heme aqu, pues, en vsperas de dejar sin gran sentimiento este ttrico Buenos Aires y partir para Chilecito a desem-pear mi cometido. Y con esto los dejo a us-tedes entregados a su politiquera y discl-penme que los haya interrumpido, hablndo-les de lo que slo a m puede interesar.

    MAZA. Pero, Jaime, creo interpretar el pa-recer de Jacinto, dicindote que no ests de ms en [24] nuestra conversacin.

  • (PEA hace una seal de asentimiento.) THOMPSON. (Dirigindose a PEA.) Gra-

    cias, amigos mos, por su confianza, pero permtanme no aceptarla. [No es un misterio para m que est urdindose una conspiracin cuyos lineamientos, si bien conjeturales, an-dan en boca de la gente. No debo saber ms.] Y permtanme agregar, correspondien-do a su honrosa demostracin, que tal vez se hayan mostrado algo ligeros con ciertas ad-hesiones recientes. Conque Hasta ahora! No estar ms que algunos minutos, y supongo que todava encontrar aqu a mi amigo Pe-a. (Sale por la puerta del fondo.)

    Escena V

    MAZA, PEA. PEA. Qu simptico sujeto! MAZA. S, y algo ms, segn sus directo-

    res ingleses que colocan en el mismo nivel superior la personalidad moral de Thompson,

  • y su talento. Qu signo de los tiempos, Ja-cinto, el que nosotros, sus amigos, estemos en el [25] caso de deplorar su vuelta al pas, y hacer votos por su pronto regreso al ex-tranjero! Y dgame: Supongo que a usted, lo mismo que a m, no se le habr escapado la alusin contenida en su ltima frase? (Con ira reconcentrada.) Si ello fuera cierto, y que por obra de un traidor se sacrificaran en vano nuestros amigos y corriera peligro la vida de Enrique Lafuente, voto a Dios que el misera-ble no haba de llevar al infierno el castigo de su traicin!

    PEA. Esperemos que eso no suceder. Entre tanto (Mirando el reloj.) ya van a dar las doce. Creo que por ahora nada ms te-nemos que decirnos. Y si est usted decidido a esperar aqu hasta la noche.

    MAZA. No estoy decidido, y las ltimas pa-labras de Thompson aumentan mi perpleji-dad. (Se interrumpe para escuchar. Hace un momento que viene llegando desde la calle un rumor de tropel de gente y de tambor que bate marcha. Se acerca gradualmente. Ya se

  • perciben gritos Viva! y Muera! lanzados por una voz sola y repetidos por la muchedumbre callejera. Ha abierto la ventana y mira por la reja volada.) Qu algarada ser esa? [26]

    UNA VOZ. Viva el ilustre Restaurador de las leyes, brigadier don Juan Manuel de Ro-sas!

    EL PUEBLO. Vivaaa! OTRA VOZ. Viva su digna hija, doa Ma-

    nuelita de Rosas y Ezcurra! EL PUEBLO. Vivaaa! PEA. (Que se ha acercado y mira tam-

    bin.) Es una manifestacin de la distinguida Sociedad popular que sale de San Juan, ama-drinada por el benemrito comisario Laguna, Gracias a Dios que, sin llegar hasta aqu do-bla por la esquina del Restaurador! Segn parece, ha venido escoltando el coche de Ma-nuela Rosas, que sin duda sala de misa.

    OTRA VOZ. Muera el pcaro viejo Maza, renegado de la Santa Federacin!

    EL PUEBLO. Mueraaa! [27]

  • MAZA. (Haciendo un gesto violento hacia la calle.) Ganas me dan de dispersar a cinta-razos a esa canalla.

    LA VOZ DEL COMISARIO LAGUNA. Amigos y compaeros federales: me manifiesta la seorita Manuela que prefiere no or hoy sino vivas patriticos. Viva, pues, la Santa Fede-racin!

    EL PUEBLO. Vivaaa! (Poco a poco se va debilitando el rumor, y

    el tropel se aleja, pero antes de extinguirse, se perciben los mismos gritos de antes, que se repiten: Muera el viejo pcaro Maza!)

    PEA. (Desde la ventana.) El coche se de-

    tiene aqu. Toma! si trae tambin a Rosita con Manuela y la inseparable Mara Josefa, que se reconoce a la cuadra por su monu-mental moo punz. (Se retiran cerrando la ventana.)

    MAZA. Esa indecente saturnal me ha deci-dido. Ir a Palermo esta tarde para intentar,

  • a cualquier riesgo, arrancar a mi pobre padre de los colmillos de esa jaura. [28]

    PEA. A fe que, pensndolo bien, puede que sea lo ms acertado. Si es que no sugie-re otra cosa esta visita de Manuela con su amable ta. Y a propsito, No convendra prevenir a Thompson de la visita, por si pre-fera no entrar en relacin con la augusta familia restauradora?

    MAZA. Pero si Manuela y Jaime son ami-gos de infancia!

    Escena VI

    Dichos, MANUELA, ROSITA, MARA JOSEFA

    y luego THOMPSON. (Las seoras visten de negro, MANUELA y

    MARA JOSEFA, de luto, con manto, ROSITA, de mantilla: todas con el moo federal, que ROSITA se quita al entrar. Tras ellas, se ve pasar para adentro al negrito portador de la alfombra de ROSITA.)

  • MARA JOSEFA. Unos minutos no ms: en-trada por salida. Qu hermosa manifesta-cin! Ojal pudieran presenciarla los salvajes de Montevideo que niegan la popularidad del Restaurador! (Saludos, apretones de manos.) [29]

    MANUELA. (Muy afable, a RAMN.) Dicho-sos los ojos! Y tambin a usted, Pea, tan perdido.

    (ste saluda con una fra inclinacin.) MAZA. Eso dirn los mos. Pero lo que es

    hoy, creo que tendr usted ocasin de saciar-se. Pienso ir a Palermo despus de comer, correspondiendo a una invitacin del gober-nador.

    MANUELA. Cunto me alegro! No es cier-to, Mara Josefa, que es buena noticia para todos?

    MARA JOSEFA. Seguramente. (Entre dien-tes.) Segn y conforme.

  • MANUELA. Y por supuesto, con Rosita?. All estar tambin su hermana Mercedes, aunque Juan qued en el Salado.

    MAZA. (A ROSITA.) Qu te parece? [30] ROSITA. (Alegre.) De mil amores! La tar-

    de va a estar esplndida con este tibio sol de junio. Iremos y volveremos a caballo, sin darnos prisa.

    MANUELA. Por qu no se vienen a comer con nosotros? El coche es de cuatro asientos. Y ya saben que tatita no come hasta las dos.

    MAZA. Muchas gracias, pero hoy me es imposible: tenemos un convidado.

    ROSITA. [Y es un viejo amigo tuyo: tu an-tiguo compaero de juegos y paseos en la estancia del Pino.]

    MANUELA. (Procurando disimular su emo-cin.) Jaime Thompson, Verdad? Qu gusto tendr en verlo. Supe que haba vuelto de Europa hace unas semanas, y extraamos no recibir su visita, ni en casa ni en Palermo.

    MARA JOSEFA. De veras que ha tenido tiempo sobrado y ms siendo hasta ayer em-

  • pleado del gobierno. [31] Pero, ya se ve: se nos vendr hecho un inguilis mnguilis.

    MANUELA. (Sin parar atencin en la charla de su ta.) Y dnde est el viajero?

    MAZA. (Dirigindose al fondo.) Estaba es-cribiendo unas lneas, un pedido de pasapor-te. Voy a ver si ha terminado. (Al salir al za-gun, da con THOMPSON, que estaba por entrar.)

    THOMPSON. (Aparece con un pliego cerra-do, que luego dejar sobre la mesa.) Ya est mi nota al seor Victorica. Y no me ha costa-do poco redactarla en medio de esa infernal batahola. Qu era eso, una revolucin? (MAZA le hace seas de callar mientras en-tran al proscenio.) Oh, Manuela! Cunto celebro el feliz encuentro! (Le da la mano y despus a MARA JOSEFA.) Y lo mismo le digo a usted, doa Mara Josefa.

    MARA JOSEFA. (Agridulce, mirndolo.) Y vos siempre buen mozo, aunque tan agringa-do como te me haban pintado. [32]

    THOMPSON. En cambio, usted nada ha va-riado en cinco aos. Y la supongo tan poco

  • cambiada en lo moral como en lo fsico. Mis felicitaciones.

    MARA JOSEFA. Me encontrars como me conocistes: pan, pan, vino, vino.

    MAZA. (Entre dientes.) Y vinagre, vinagre. PEA. (Se acerca a despedirse.) Estaba

    saliendo cuando ustedes entraron. Seoras. (Da la mano.)

    MAZA. Te acompaar para que me des esos papeles. (A MANUELA.) Son dos cua-dras, vuelvo al momento. (A ROSITA, que ha ido con l hasta la puerta del zagun, ense-ando a MANUELA y THOMPSON que estn cambiando algunas palabras a media voz, y a quienes visiblemente estorba la presencia de la ta.) Procura quitar de en medio al mama-rracho: estos chicos se desviven por cantar a solas su duettino. [33]

    ROSITA. (Rindose.) Descuid: me encar-go de eso. (Salen RAMN y JACINTO, y RO-SITA vuelve al proscenio.) Necesito pedirte un favor, Mara Josefa. Tengo preparado un fiambre, y para no quedar mal con este con-vidado de tono, quisiera que me ensearas

  • aquella salsa fra que tanto nos gust en tu casa. Ya me distes la receta, pero no me animo si no me la muestras otra vez.

    MARA JOSEFA. (Halagada.) Hija, con mu-cho gusto. Vamos all, vamos all. (Deja so-bre la mesa tapado, mantilla, abanico, mito-nes, rosario, etc. mientras sigue hablando:) Me permitirn dejarlos solos un momento?

    THOMPSON Y MANUELA. (A do.) S, s. MARA JOSEFA. (A ROSITA, al marcharse

    juntas.) Tienes en la cocina todo lo necesa-rio: grasa de chancho, hongos, zanahoria, cebolla, puerros, perejil? Vamos ligero que es tarde. Ah! Me olvidaba de lo mejor: un vaso de vino blanco, de los nuestros, con preferen-cia de Mendoza o La Rioja. Pero (volvindose desde la puerta a los jvenes, con algo de [34] sorna.) No se resentirn si los dejamos solos unos minutos?

    THOMPSON Y MANUELA(2). (Juntos, mien-tras ROSITA se re sin disimulo.) No, no!

    (Salen MARA JOSEFA y ROSITA.)

  • Escena VII(3)

    THOMPSON, MANUELITA ROSAS. THOMPSON. Qu criatura tan simptica.

    (Aparte, refirindose a ROSITA que ha salido con la ta MARA JOSEFA.) sobre todo cuando se lleva a la otra! Es tan graciosa, que resul-ta hasta bonita!

    MANUELA. (Sonrindose.) A quin se re-fiere usted?

    THOMPSON. (Irnicamente.) No le parece que ha de ser a Mara Josefa?

    MANUELA. (Con reproche bondadoso.) Pobre Mara Josefa! Sera crueldad poco dig-na de usted perseguir a una infeliz vieja en quien penetran las burlas como los alfileres en un acerico, Pronto se convencer, Jaime, [35] de que esos rasgos ridculos son todos de superficie y no afectan el fondo, que es excelente. Es una penca espinosa llena de agua fresca en su cogollo. Si supiera usted cunto la prefiero a otras tas ms vistosas! A usted, que ha de ser siempre tan generoso

  • como lo conoc, le bastar, para que todo le perdone, desde sus tropezones de lenguaje hasta su exaltado federalismo de pacotilla, saber que me quiere ms que a nadie y a nada en el mundo.

    THOMPSON. (Con acento sincero.) Que sea ste su mrito mayor y le valga en ade-lante para merecer mi profunda simpata! Pero, volviendo a Rosita Fuentes No es cier-to que es una alma exquisita?

    MANUELA. Encantadora y digna segura-mente de la dicha ms completa y que quiz la suerte no le depare.

    THOMPSON. Qu quiere usted decir? Acaso Ramn Maza no posee todas las pren-das de un caballero y de un excelente espo-so? No la quiere entraablemente? [36]

    MANUELA. Ramn la quiere y la merece, pero le sospecho embarcado en una aventura terrible, y que tal vez cueste a la pobre Rosita ms lgrimas que si fuera Ramn malo o de-samorado.

  • (Despus de un silencio, THOMPSON muda la conversacin.)

    THOMPSON. Somos algo parientes, y nos

    vemos a menudo, en confianza fraternal. El ambiente de este hogar, joven y risueo, me refresca el alma. Me permitir usted confiar-le que, con Rosita hablamos mucho de usted? Ayer me estuvo refiriendo la cariosa solici-tud con que usted haba rodeado a mi pobre madre, el ao pasado, durante su ltima en-fermedad. Algo de ello saba yo por cartas de la misma enferma, pero, naturalmente, no poda estar informado de lo que sigui des-pus. (Con sencillez conmovida.) S ahora que usted la acompa en sus ltimos mo-mentos y que sus ojos fueron cerrados por esa blanca mano que le pido permiso para besar. (Se inclina y le besa largamente la mano.) [37]

    MANUELA. (Desviando el tema para ocultar su emocin.) Igual cosa me pasa con Rosita respecto de usted. Le aprecia y quiere real-mente como a un hermano. Hace un rato, en

  • el atrio de San Juan, a la salida de misa, mientras Mara Josefa haca su colecta de chismes parroquiales, Rosita me contaba al-gunos detalles de su existencia en Inglaterra, tan interesantes y honrosos que, se lo confo con algn rubor, estoy aqu, en realidad, yo, Manuela Rosas, haciendo una visita a quien no se ha dignado hasta ahora, hacrmela a m.

    THOMPSON. (Confuso.) Oh! Manuelita, no me hable usted as. Bien lo adivina usted, son consideraciones extraas a su persona las que me han hecho diferir el cumplimiento de esa obligacin, ella, perdneme la franqueza, quiz no tenga de cmoda y grata sino la parte que, por adelantado, estoy ahora dis-frutando. Adems (Con una pausa de vacila-cin.), no estaba yo seguro de que la actitud de usted conmigo sera lo que es: Tan extra-os rumores me llegaban all!

    MANUELA. (Vivamente.) Rumores de qu gnero? [38]

    THOMPSON. Oh! nada ofensivo a su per-sona. Pero algunos la describan como repre-

  • sentando en Buenos Aires no s qu papel de infanta. Hasta lleg a propalarse que figura-ba usted en los proyectos de la Junta legisla-tiva como presunta heredera de la dictadura paterna!

    MANUELA. (Alzando los hombros.) Y esa ridiculez es todo lo que ha sabido de m?

    THOMPSON. No. He sabido tambin que entre los excesos y violencias de un poder sin freno, su influencia no dejaba un instante de interponerse para atenuar en lo posible el peso de las iniquidades, y poner un poco de bien junto a tanto mal. Con todo, confieso que, hasta hoy, me he sentido renitente para cumplir con un deber que reconozco impres-cindible.

    MANUELA. (Con una punta de melancola.) Ay! Demasiado me hago cargo de su desvo, quiz fundado en prejuicios o informes exa-gerados y que no quiero discutir con usted. [39] Pero en su inters propio, comprender que esa visita oficial no puede diferirse ms y agrego, guiada por motivos especiales, que le aconsejo aprovechar la bella tarde de hoy

  • para realizar un paseo a Palermo, el cual se-r, por cierto, en la ms agradable compaa que pudiera usted desear.

    THOMPSON. Con Ramn y Rosita? No puede imaginarse mejor, en efecto, y le doy las gracias por su insistencia.

    MANUELA. (Sbitamente alegrada.) Y aho-ra, para no hablar sino de los gratos recuer-dos de otro tiempo. Nada le trae a la memo-ria la fecha de hoy, ni la fiesta que se celebra en la iglesia vecina?

    THOMPSON. (Queda buscando unos se-gundos, luego, golpendose la frente.) La fecha de hoy? Oh! qu abobado estaba! Si no tengo recuerdo ms presente y vivo! No agregue usted una palabra, Manuelita, y d-jeme volver solo por mi crdito comprometi-do. El da de San Juan del ao 34! [40] Ha podido pasrseme por un momento la fecha del almanaque, pero ese recuerdo nunca se ha separado de m! Hace cinco aos, en tal da como hoy, una nia primaveral y un tmi-do adolescente deletrearon juntos en el libro

  • del corazn, la primera pgina, la ms dulce de todas porque es la ms pura.

    MANUELA. (Algo inquieta, sonriendo para disimular.) Ahora voy temiendo que tenga usted demasiada memoria.

    THOMPSON. Cmo olvidar las ltimas y exquisitas horas que juntos saboreamos en su estancia del Pino, donde viva yo mucho ms que en la nuestra del Manantial? Era la vspera de mi regreso a Buenos Aires, donde tena que embarcarme para Inglaterra. Quiso la suerte que disfrutramos sin estorbo toda aquella tarde, que marcaba el trmino de tres semanas de deliciosa intimidad. Brillaba un tibio y radiante sol de invierno, como el de hoy. Nos dirigimos a caballo, solos, a un puesto donde sabamos que se haba armado un baile campestre por la boda de una hija de su capataz. [41]

    MANUELA. La Casilda, mi hermana de crianza.

    THOMPSON. Nos mezclamos a esa gente sencilla, hasta recuerdo que bailamos juntos

  • un baile criollo, al son de la guitarra y con sendas relaciones improvisadas.

    MANUELA. (Sonriendo.) Un pericn en cuadro con los novios. Y a fe que lo haca usted muy bien, y me pareca elegante con su poncho recogido y su pauelo de seda al cuello.

    THOMPSON. Y qu decir de usted, fresca y pura como una flor, con su cabeza de ca-mafeo, ms perfumada que el clavel rojo, nico adorno que ese da llevaba en la sien?

    MANUELA. (Desprende furtivamente su moo y lo deja en la mesa, luego, cual hablando consigo misma.) S, aquellos con-tactos eran sanos en su rusticidad, no como otros rozamientos arrabaleros y nauseabun-dos que me he visto obligada a sufrir des-pus. [42]

    THOMPSON. (Evocando a media voz la es-cena lejana, que MANUELA, con los ojos ba-jos, sigue con avidez.) Volvimos algo tarde, en el breve crepsculo, pero riendo y cantan-do a la par de los pjaros que ya se recogan en los ramajes. Yo, de muy antes, conoca su

  • gracia intrpida de precoz amazona portea, pero ese da, a ratos me quedaba atrs para admirar su esbelta silueta en el ajustado ves-tidito claro, con sus trenzas atadas de la pun-ta y la boina punz, cuyo reflejo palideca un poco su delicado perfil. bamos recorriendo as, al corto galope de campo, las dos leguas que nos separaban del Pino, cuando de re-pente, al arrancar su caballo para trepar la barranca del arroyo de Morales, se rompi una hebilla de la montura y en ese despobla-do, con la noche cercana, no hubo ms re-medio que dejar el caballo suelto y subir us-ted en ancas del mo para la legua que falta-ba. El fresco arreciaba y como sintiera yo sus manos fras, la obligu a que las metiera so-bre mis hombros, bajo de mi poncho. A ve-ces, para calentarlas, posaba sobre una de ellas mi derecha libre, parecindome tener all unas charreteras de seda. Pero desde ese momento ya no nos hablamos con la soltura de [43] antes y fue casi en silencio como, ya cerrada la noche, llegamos a su casa. Al sal-tar al suelo, se desprendi el clavel de sus

  • cabellos, y usted fue quien, ms ligera que yo, lo recogi para regalrmelo. Helo aqu. (De su cartera saca un sobrecito que contiene la flor seca.) All, en mi cuarto de Londres, en medio del estudio nocturno, cada vez que me volva la aoranza del pasado, extraa de su relicario la flor marchita y, de pronto, pa-recame que trascenda en el ambiente una fragancia sutil emanada del inmortal recuer-do. (Lentamente y bajando la voz.) Es as, Manuela, cmo he olvidado aquel 24 de junio.

    MANUELA. (Profundamente conmovida.) Si usted, en el bullicio de la gran metrpoli eu-ropea, no ha olvidado el idilio de nuestra ju-ventud, Qu mrito tengo yo en haber con-servado su recuerdo, volviendo cada ao al sitio mismo donde ocurri y subsiste intacto su marco de frescura? As han pasado cinco aos, con la mezcla de tristezas y alegras que componen la existencia ms feliz, pero, sin duda, lo que menos ha cambiado, es el sentimiento de quien los ha vivido en presen-cia de la inmutable naturaleza.

  • (Silencio, interrumpido por la entrada de MARA JOSEFA y ROSITA.) [44]

    Escena VIII Dichos, MARA JOSEFA, ROSITA, luego

    MAZA. MARA JOSEFA. He tardado mucho? THOMPSON. Un siglo, que nos ha parecido

    un minuto. No (Corrigindose al mirar a MA-NUELA.), quise decir lo contrario.

    MARA JOSEFA. S, eh? Buen farsante! Pero, vamos, Manuelita, que ya son ms de las doce y media. (Mientras se ponen el man-to, los guantes, etc. MARA JOSEFA refunfua a media voz, delante del espejo.) As, el bo-quirrubio como la mosquita muerta, muy credos estn de que me la pegan! Falta sa-ber cmo a Juan Manuel le sentarn estos revuelos. (Fuerte.) Ya estamos? Hasta lue-go! Au rebuar!

  • MANUELA. (Que ya sala, vuelve sobre sus pasos, a THOMPSON.) Ah! Deme usted esa solicitud de pasaporte para que se la haga tramitar. [45]

    THOMPSON. (Se la da.) Cunta bondad! MANUELA. (Despidindose, con besos, de

    ROSITA.) Qu contenta estoy! ROSITA. (Rindose.) Ya lo veo, Manuelita. MAZA. (En la puerta.) Hasta luego! MARA JOSEFA. (Con irona a THOMPSON,

    que se dispone a acompaarlas hasta el ca-rruaje.) No te incomodes por m. Sin cumpli-mann.

    THOMPSON. (Siguindolas.) Usted pronun-cia el francs como un nativo.

    MARA JOSEFA. (Que husmea la burla.) Eh!

    THOMPSON. Formal. Como un nativo (Aparte.) de la Corua.

    (Desaparecen.) [46]

  • ROSITA. (A RAMN.) Qu preciosa pareja haran! Si esto pudiera cuajar, sera una di-cha para todos nosotros, y acaso para el pas.

    RAMN. (Incrdulo.) Muy difcil. Ni l que-rr ser yerno del Restaurador, ni ella acepta-r jams abandonar a su tatita.

    (Vuelve THOMPSON.) Vamos a la mesa, que va a dar la una y

    tenemos que estar en Palermo antes de las tres, si no queremos volver de noche, aunque hoy habr luna casi llena. A propsito (A RO-SITA.) te propondra, para no perder tiempo en buscar caballo, que Jaime fuera en tu zai-no. A no ser que te repugne ir en ancas, como cuando novios?

    ROSITA. (Afectando gazmoera.) S, mu-cho me repugna ir en ancas de este marido tan horroroso y antiptico. Vamos al come-dor. (Toma el brazo a JAIME.)

    RAMN. (Que los sigue, quedando un poco atrs.) Tu marido, pobre criatura. Sabe, Dios cunto tiempo te durar!

  • (Teln.) [47]

    ACTO II

    La quinta de ROSAS en Palermo, hacia

    1839 (antes de la transformacin operada durante su permanencia, que desde 1842 fue all casi estable). El escenario representa el patio trasero de la casa, lleno de rboles y plantas de adorno, mesas volantes y asientos rsticos. Se yergue en segundo trmino un corpulento omb, cuyo ramaje, formando cenador, entolda esta parte central de la es-cena. La espaciosa casa baja desarrolla casi de perfil, a la izquierda del espectador, su galera de pilares a la que se accede por unas gradas, de la fachada lateral que cuadra el frente y se pierde entre bastidores, slo que-da visible una ventana, a unas dos varas del suelo. A la derecha, la entrada de una glorie-ta entapizada de enredaderas, en el fondo,

  • perdida en la espesura, una ermita ruinosa, cuya torrecilla en cubo surge de la arboleda, del mismo lado, en primer trmino, el arran-que de la calle que conduce al cuerpo de guardia y portn de entrada. Empieza el acto poco despus de las tres de la tarde (Habien-do transcurrido menos de dos horas desde el final del primer acto y terminar al anoche-cer, despus del corto crepsculo de invierno, a la luz de los faroles encendidos en la galera y los follajes.

    Escena I

    TENIENTE DAZ, GENERAL CORVALN,

    despus el CAPITN LVAREZ MONTES. (El TENIENTE DAZ, sentado en un banco

    cerca de la gradera, se pone de pie al ver llegar al GENERAL CORVALN y, despus de la venia, escucha sus rdenes.) [48]

    CORVALN. Teniente Daz: avise al capitn

    lvarez Montes, en el cuerpo de guardia, que

  • le llama el general Corvaln. Y puede usted quedar a comer all. (Vase el TENIENTE DAZ, y CORVALN queda pasendose en el escena-rio, meditabundo.) Qu cosas van a suceder aqu esta tarde? (Se presenta el CAPITN LVAREZ MONTES: traje de cuartel, hace la venia y espera rdenes.) Capitn lvarez Montes, aunque de hecho queda usted rele-vado de este servicio por haber vuelto a to-marlo el teniente Daz, que se haba ausenta-do en comisin, dispone Su Excelencia que no se aleje de la quinta hasta segunda orden. (Mirando hacia la derecha.) Toma! Qu no es el comandante Maza quien all se apea, con su mujer y el joven Thompson?

    LVAREZ MONTES. Ellos son, mi general. (Hace ademn de retirarse hacia el fondo.)

    CORVALN. Qu es eso? No tiene usted relacin con Ramn Maza?

    LVAREZ MONTES. (Algo corrido.) Como no viene solo. Por discrecin. [49]

    CORVALN. (Aparte.) Dijeras por ver-genza, bellaco!

  • Escena II Dichos, MAZA, ROSITA, THOMPSON. (Los recin llegados se han desmontado

    entre bastidores, los hombres han conserva-do en la mano su ltigo. Saludos, venias de los militares.)

    ROSITA. Buenas tardes, general. (Despus

    de una fra inclinacin a MARTNEZ presenta THOMPSON a CORVALN.) No se conocen? Mi amigo y pariente Jaime Thompson, el ge-neral Corvaln. Todava estn en la mesa?

    CORVALN. Estn terminando. Pero uste-des, si gustan.

    ROSITA. Qu te parece, Ramn? MAZA. Vos que sos de la casa, es natural

    que entres. Yo he sido llamado por el Gober-nador: [50] quedar aqu con Thompson, esperando que aqul se levante de la mesa para anunciarle mi presencia.

    CORVALN. Si usted me permite, Rosita, la acompaar. Est en la sala su hermanita

  • Mercedes, que no ha venido a la mesa. (Sub-en las gradas y desaparecen por la galera.)

    Escena III Dichos, menos CORVALN y ROSITA. (Durante el breve dilogo de MAZA y L-

    VAREZ MONTES, THOMPSON se mantiene alejado, observando el sitio.)

    MAZA. (Con frialdad.) Algo me sorprende

    encontrarlo aqu, capitn. LVAREZ MONTES. (Sonriendo forzada-

    mente.) Lo mismo podra decir yo, coman-dante.

    MAZA. Yo vengo llamado por un oficio del Gobernador.

    LVAREZ MONTES. Y yo por orden del edecn general. Desde anteayer estoy substi-tuyendo al ayudante Daz. [51]

    MAZA. Bien, pero como no nos hizo saber este cambio de servicio, despus de la reu-

  • nin a que asisti en casa. Y por ac (Echan-do una sonda.) No ha ocurrido novedad?

    LVAREZ MONTES. (Con deseo visible de no prolongar el dilogo.) Nada comandante, que yo sepa, al menos.

    MAZA. (Con desconfianza.) Si nada sabe usted. Est bien, capitn. No le detengo ms.

    (Se retira LVAREZ MONTES, haciendo

    una venia a MAZA y una ligera inclinacin a THOMPSON.)

    THOMPSON. (Que le ha mirado alejarse.)

    Es ese el nuevo afiliado a que de odas me refera ayer? No me gusta y sentira saberlo depositario de un secreto mo.

    MAZA. [Qu fundamento tienes para hablar as?]

    THOMPSON. [Fundamento? Ninguno. Es una simple [52] impresin. Le encuentro un aspecto sospechoso, lo que en su estilo un torero definira: un bicho de mirada sucia. Pero, Qu diantre los ha inducido a anexarse ese individuo?]

  • MAZA. (Con violencia.) Eh! A m tampoco nunca me gust y menos hoy, que lo encuen-tro rondando las cercanas del tirano. (Miran-do hacia la izquierda.) Pero all diviso al ami-go Enrique Lafuente, que sin duda me est buscando. Seguramente, como oficial de se-cretara, ha de estar al tanto de cualquier novedad.

    THOMPSON. (Disponindose a apartarse.) Voy a dar un paseto por la quinta mientras ustedes conversan de su asunto.

    MAZA. Por qu no te quedas, Jaime? Po-dra ser til que conocieras la situacin.

    THOMPSON. Te expliqu hace unas horas mis motivos para abstenerme. Ahora tendra quiz otros ms en apoyo de esta actitud. Escucha. Si hoy o maana llegaras a necesi-tar de un amigo para secundarte en cualquier lance o [53] proteger a Rosita: cuenta con-migo. Si, ms tarde, me encuentro aqu cuando despliegues la bandera liberal para combatir la tirana en el campo de batalla, estar al lado tuyo. Pero no me pidas que entre hoy en un complot a que t mismo no

  • has adherido con entusiasmo. No insistas ms. (Saluda a LAFUENTE, dndole un apre-tn de manos.) Los dejo hablar a solas, de-sendoles buen xito! (Se va.)

    Escena IV

    MAZA, LAFUENTE. (Despus de darse la mano se retiran

    hacia la izquierda.) LAFUENTE. (Con gravedad.) Al ver entrar a

    Rosita en el comedor, comprend que estabas aqu y me escabull sin ser notado. Hoy en-contrars al tirano desbordante de regocijo por [dos acontecimientos a cul ms fausto para l. Es el primero la noticia de haber sido fusilado anteayer en el Arroyo del Medio,, por su orden, naturalmente, el ex gobernador de Santa Fe, don Domingo Cullen, acusado de inteligencia con la escuadra francesa. El se-gundo motivo de regocijo, para el Restaura-

  • dor, no es otro (Sombro.) que] la revelacin de nuestro [54] complot, con todos los deta-lles del da, hora y forma de la tentativa.

    MAZA. (Abrumado.) Qu desastre! LAFUENTE. S, todo est perdido. Estn ya

    tomadas todas las medidas de defensa, y, como vers, con la parte de bufonera mez-clada a la tragedia que es caracterstica de Rosas. Hemos sido vendidos.

    MAZA. Un traidor! No necesito que me lo nombres.

    LAFUENTE. Acabo de verlo rondar por aqu, sin duda tras de algn hilo ms para su trama.

    MAZA. Perd cuidado Enrique: te juro que si de sta escapo con vida, l no escapar de la justa expiacin.

    LAFUENTE. Todo vendr a su tiempo. Por ahora, slo pensemos, [Antes que en el cas-tigo del criminal,] [55] en la salvacin de las amenazadas vctimas. Dentro de una hora, a no recibir aviso contrario, nuestros amigos desembarcarn aqu cerca, dispuestos a apo-derarse de la persona del tirano, a quien su-

  • pondrn descansando en su sesteadero. Aho-ra bien: gracias a los informes suministrados por el traidor, he aqu lo que encontrarn. Los desembarcados divisarn, en efecto el bulto de un hombre sentado entre el follaje, vesti-do como el tirano y que no ser sino uno de sus bufones: esta vez le toca al idiota Don Eusebio servir de aagaza a nuestros caza-dores. Conforme a nuestro plan, el esperpen-to no corre en realidad peligro alguno, pero esto, lo ignora su amo, que no ha vacilado un segundo en sacrificar eventualmente al infe-liz. Rosas prevenido, tendr apostados unos veinte soldados que, a un grito, rodearn a los asaltantes, con orden de hacer fuego ante el menor conato de resistencia. Tal es el drama que se prepara. Ahora bien: frustrada nuestra intentona, Cmo impedir la cats-trofe? (LAFUENTE, girando una mirada en derredor, ve, hacia el fondo, a LVAREZ MONTES, que se ha acercado con disimulo, hasta ocultarse tras el omb para or la con-versacin. LAFUENTE, sin hablar, lo indica a MAZA que da un paso hacia el espa.) [56]

  • MAZA. No ves a ese miserable que se atreve todava?

    LAFUENTE. (Detenindole.) Calma, Ramn, nada de alboroto por ahora. (Dan vuelta al omb. LVAREZ MONTES ha desaparecido.) Tal vez estuviera ah por casualidad: creo que estaba de guardia. Pero ganemos este repa-ro, donde nadie nos puede ver ni or. (Se co-locan contra el ala izquierda del edificio, de-bajo de la ventana. Se ve a LVAREZ MON-TES doblar por el fondo de la casa.)

    MAZA. Y esa ventana? LAFUENTE. Cerrada, como ves, Por lo de-

    ms, cabe en cuatro palabras lo que necesi-tas saber. No has olvidado que a las cinco en punto nuestros amigos desembarcarn del bote francs, a no recibir desde tierra una seal contraria. Esta seal convenida ya la conoces. (Asentimiento de MAZA.)

    (Mientras estaba hablando LAFUENTE, se

    ha visto la ventana entreabrirse y aparecer la cabeza de LVAREZ MONTES en la abertura. [57] En este momento MAZA, que ha alzado

  • los ojos, nota la ventana entreabierta, y con un ademn impone silencio a LAFUENTE. Despus se sube vivamente en una silla para echar una mirada al interior, donde no ve a nadie.)

    MAZA. Me parece que esta ventana no es-

    taba as. De todos modos volvamos al des-campado y habla despacio, es ms seguro. (Vuelven a colocarse en medio del proscenio.)

    LAFUENTE. (A media voz, apenas percepti-ble para el pblico.) Termino. Quin, al mi-nuto fijado, encender los dos fuegos salva-dores? Yo, sin duda, pues los tengo prepara-dos y me encuentro en el sitio. Pero algo po-dra acontecerme que me inutilizara.

    MAZA. Aqu estoy para substituirte. LAFUENTE. Por eso he querido informarte.

    Los cohetes se encuentran en la capilla, tras del altar. [58] Ahora separmonos. Para ale-jar toda sospecha de mi presencia en el sitio, voy a despedirme ostensiblemente de Corva-ln. Subo a caballo, camino de la ciudad, y vuelvo sin ser visto a ganar mi escondrijo de

  • la ermita y esperar la hora. Adis! (Se aleja LAFUENTE hacia la galera, mientras se ve pasar en el fondo a LVAREZ MONTES, que de lo ltimo nada ha podido pescar y se diri-ge hacia el cuerpo de guardia.)

    Escena V MAZA, THOMPSON. THOMPSON. (Que llega del fondo.) Ya

    concluy la conferencia? (MAZA asiente con la cabeza.) Pues, seor, este camino de sauces, hasta

    la lengua de agua y del barco varado, es un encanto. [Por suerte, el monte ha quedado como lo conoc hace aos, sin embellecimien-tos de parque mal rozado.] Pero cunto tar-da ahora en restaurarse nuestro ilustre Restaurador!

  • MAZA. Ha de ser por los convidados. l si-gue siendo muy frugal. All veo salir al negro [59] Adolfo, ordenanza favorito, que sin duda viene por nosotros.

    EL ORDENANZA. (Baja las gradas, diri-gindose a Maza.) Manda decir Su Excelencia que si el seor coronel gusta pasar a su salita particular.

    MAZA. All voy. (A THOMPSON.) Si quieres que te anuncie.

    THOMPSON. No hay prisa. Aqu veo una glorieta deliciosa para fumar un puro y digerir tu excelente comida.

    MAZA. No seas prosaico: confes ms bien que vas a soar con la Diana de este boscaje. Hasta luego!

    (Se siente un tropel por la derecha.) Pero no te van a dejar tranquilo. All llega

    el ministro Mandeville con su fiel escudero, Mr. Love, editor del British Packet. (Se va por la galera, guiado por EL ORDENANZA.) [60]

  • Escena VI THOMPSON, en la glorieta, luego MANDE-

    VILLE, LOVE, despus CORVALN. THOMPSON. (Se dirige a la glorieta y, ten-

    dido en un silln rstico, enciende un ciga-rro.) Diana! S, el nombre mitolgico no sen-tara mal a tanta gracia y esbeltez, si no tra-jera aparejada la imagen de un Jpiter pater-no tan bellaco y cerril.

    (MANDEVILLE y LOVE entran por la dere-cha despus de dejar atados sus caballos al palenque, invisible para el espectador. Visten traje de montar a la inglesa, de esmerada correccin el primero. El segundo, en si es no es grotesco con su calva absoluta coronando una cara lampia de clown. Por el acento, adems de una que otra exclamacin inglesa sembrada en el dilogo, el pblico imaginar que los dos interlocutores se expresan, natu-ralmente, en su lengua.)

  • MANDEVILLE. (Habla con la pausa impasi-ble que se ha dado en llamar flema britni-ca.) Well, querido Love, henos ya en la cue-va del tigre de las Pampas, que no tiene [61] tigres. Este galopecito de una legua, en el tibio ambiente, me ha sentado a maravilla. (Pasando hacia la galera.) Parece que estn todava en la mesa: esperemos aqu, char-lando al aire libre. Debo confesarle a usted que, aparte de la reserva que por mi puesto debo observar en mis relaciones con el Jefe del Estado, me sentira muy poco llamado a visitarlo en su casa, a no hacer los honores de ella su hija Manuela.

    LOVE. Comparto su opinin, seor minis-tro, respecto del grado muy diverso de sim-pata que una y otra persona inspiran. Pero, dicho esto (Se interrumpe sealando la glo-rieta.) Me parece que alguien est sentado all.

    MANDEVILLE. (Tranquilamente.) Ha de ser algn sesteador criollo, alguien incapaz, en todo caso, de entender una palabra de ingls. Siga usted.

  • LOVE. Iba a caracterizar ese como dalto-nismo que, a mi entender, afecta nuestra visin de las cosas argentinas, achacndolo precisamente a la escasa simpata que les tenemos. Quiero [62] decir que para apreciar este pas con equidad completa, nos falta, como forasteros, el indispensable elemento psicolgico, entindase, todo lo que agrega al conocimiento ntimo de las cosas, nuestro amor por ellas.

    MANDEVILLE. De acuerdo, excelente Love, siempre que ese sentimiento de simpata o antipata no llegue a la pasin suscitadora de ilusiones [y s exprese un promedio de juicio parciales, e imparciales] sugeridos por otros tantos actos pblicos. Aceptando, pues, la parte de verdad contenida en su observacin, me permito pensar que en mis opiniones ge-nerales sobre el pas, y en particular sobre el dictador, ya que de l estamos tratando, se combinan en dosis razonable la relativa sim-pata y la razn crtica para que me atreva a tenerlas por aproximadamente justas. Para m, por ejemplo, Rosas no es una fiera, ni

  • siquiera un monstruo integral a lo Nern o Calgula, sino un brbaro, doblemente anor-mal por ndole y por destino. En su ndole veo amalgamados los ms contrarios elementos, y que todos subsisten, si bien con actuacin alternativa: Estirpe noble, pero cargada de vicios ancestrales, educacin domstica y escolar casi nula, instintos de dominacin [63] criados sin freno en la campaa selvti-ca, para luego prosperar y conquistar absolu-to predominio, gracias a este medio de con-vulsa anarqua polticosocial. Lo que de tan varias influencias ha resultado, es lo que ve-mos: un vistoso y vicioso ejemplar de dspo-ta sudamericano, dotado de complexin a la vez robusta y neurtica, cuya crueldad felina o brutal, segn el caso y la hora, alterna con rasgos sbitos de mansedumbre: un impulsi-vo de actividad morbosa en quien, a los lci-dos intervalos suceden accesos de verdadera demencia: un contraste chocante de urbano en la pampa y de rstico en la ciudad, a quien, sin embargo, se hara agravio desco-nociendo que cruzan la noche de su ignoran-

  • cia relmpagos geniales. En suma, salvo error u omisin, veo en Rosas el producto hbrido de una semicivilizacin, que, aqu mismo, no hubiera, en tiempos regulares, dado mucho ms de un gaucho malo enriquecido, pero a quien las circunstancias anmalas y el pnico de sus conciudadanos han encaramado a la dictadura, que l exigi con insistencia per-versa, para ejercerla sin freno ni control.

    LOVE. (Sonriendo.) Muy bien, seor mi-nistro! Encuentro el [64] retrato muy vivo y sugerente, aunque quiz un tanto favorecido.

    MANDEVILLE. Se contenta usted con poco. Acaso le sorprenda lo que al dspota concedo a trueque de lo que le quito. Pero me es im-posible no reconocer algunos rasgos de gran-deza y altura de vistas, entremezclados como hilos de oro en la burda trama de su desati-nada o criminal poltica. As, lo que en su po-bre cerebro, nutrido con frmulas de gacetas sectarias, l denomina federalismo y propaga a sangre y fuego, no es sino un concepto ru-dimental del verdadero unitarismo, malogra-do por el noble Rivadavia y sus actuales dis-

  • cpulos. Es igualmente un impulso obscuro pero soberano hacia la Mayor Argentina, con una vaga reconstitucin del virreinato, lo que lo mueve instintivamente en su guerra a Bolivia y su resistencia al bloqueo francs. Y por eso, su imposicin sangrienta del rosis-mo en Buenos Aires y las provincias, lgica en el fondo, si brbara en los medios, saca del suelo, como el gigante mitolgico, una fuerza al parecer invencible, porque brota del ms profundo sentimiento popular, que es el de la patria. [65]

    LOVE. De acuerdo, pero aquella fuerza, si no invencible, por lo menos indiscutible, no es, en manos de Rosas, harto lo vemos, lo que ella representa, sino su disfraz y parodia sangrienta. [Sea como fuere, no dejar usted de concederme que cualquier designio as perseguido, aunque tendiera a un bien pro-blemtico, resultara malogrado por el vicio incurable del instrumento. Qu esperar de un ideal poltico que se exterioriza con mas-caradas callejeras y charreras de trapos y cintillos, por entre alaridos salvajes de muer-

  • te y exterminio?] Y cuenta que lo visto y su-frido hasta ahora no es sino el preludio de lo que vendr despus [siendo fatal que esa mazorca, expresamente creada para el terror poltico, exija cebarse ms y ms en el pillaje y el asesinato].

    MANDEVILLE. El pronstico es siniestro, felizmente basta cualquier accidente o dete-rioro imprevisto del instrumento aqul para que cesen sus estragos. En todo caso, yo espero estar lejos cuando se produzca tal paroxismo. [66]

    LOVE. [As lo preveo yo tambin, y con sincero sentimiento personal de verle partir, seor ministro.

    (Inclinacin amable del MINISTRO.) Y, supuesto que la indiscrecin es la pri-

    mera virtud del periodista, me permitir pre-guntarle si en la actual discusin del convenio entre los dos pases sobre trfico de esclavos Es cierto que se haya visto en el caso de soportar del gobierno los desaires personales

  • que se complace en denunciar la prensa mon-tevideana?]

    MANDEVILLE. [Hay en aquello mucha exa-geracin, cuando no mentira pura. Desde luego, est de ms decir que con el cultsimo ministro Arana, mis relaciones no han dejado un instante de ser corteses, hasta cordiales. En lo tocante al dictador, que es a quien, sin duda, alude su pregunta: siendo notoria su falta de civilidad, sera tan poco razonable enojarse por su rudeza gauchesca como por el pataleo de un bagual: lo que corresponde es no poner nuestro pie al alcance de su piso-tn. Es lo que espero ver definitivamente rea-lizado [67] en un ao ms, si mi gobierno atribuye a la conclusin del tratado bastante importancia para ascender a su negociador] y entonces le entregar al ilustre Restaurador, sin rencor ni acrimonia, el finiquito y descar-go de todas sus groseras.

    LOVE. Por lo visto, seor ministro, la di-plomacia es una buena escuela de filosofa prctica.

  • MANDEVILLE. Particularmente la nuestra, que impone como regla a sus agentes de cualquier jerarqua el perseguir la poltica de los resultados, posponindole, como futilezas accesorias, las frmulas protocolares y hasta las personales comodidades. [A usted que como literato gusta del color local, le citar un rasgo de mi aprendizaje diplomtico. Hace veinte aos era yo vicecnsul en Ianina de Albania, cuando la dominaba aquel terrible Al Baj, celebrado por Byron. Sola el viejo ds-pota invitar a tal o cual de los agentes occi-dentales all acreditados a uno de sus al-muerzos campestres. ste consista, sentados en el suelo los comensales, al rededor de un cordero asado en su piel y condimentado con [68] azafrn, en servirse cada cual un pedazo de la pieza con su cuchillo y comerlo, cho-rreando la grasa entre los dedos, como nico cubierto. Recuerdo que a uno de esos festines habamos sido invitados el cnsul francs y yo, como representantes de los dos pases que a la sazn se disputaban las buenas gra-cias de Al Baj. Mi colega parisiense, a la

  • vista de ese manjar de cclope, se declar indispuesto, yo repet mi racin con heroico apetito. La consecuencia fue quedarme dueo del sitio, en tanto que, a las pocas semanas volva mi delicado rival a saborear los finos mens parisienses. No encuentra usted con la variante del asado al asador, cierta analo-ga entre aquella situacin y la actual de los dos mismos gobiernos europeos respecto del Al Baj pampeano?] Sea de ello lo que fuere, salgo esta noche para Montevideo en nuestro buque de guerra Calliope, llamado para dis-cutir con el agente francs Martigny un punto relativo al bloqueo. No tiene ms objeto mi visita a Palermo que despedirme del ilustre Restaurador. Y si le he pedido a usted que me hiciera agradable compaa, es porque, adems de alguna vislumbre sobre la situa-cin presente, que, a m para el gobierno ingls y a usted para su peridico, puede igualmente interesarnos, s que no envuelve usted a la hija de [69] Rosas en su antipata por el rosismo.

  • LOVE. (Sbitamente refocilado.) Qu he de envolver, seor ministro! Si me atrevo a confesarle, contando con su indulgencia, por-que s que cojea del mismo pie, que no se me hace soportable la tediosa permanencia en Buenos Aires sino por la contemplacin, la fervorosa admiracin Ay platnica! De las porteas. [Y por cierto que entre el fragante ramillete se destaca Manuela Rosas, no por una soberana hermosura, como su ta Agusti-na, pero s por su exquisita elegancia y esa gracia que alguien dijo ser ms bella que la beldad.]

    MANDEVILLE. Bravo, mi excelente Love! Veo que justifica usted su ertico apellido, segn la teora de Tristn Shandy.

    LOVE. (Con buen humor.) S, poco ms o menos como justificara el suyo el coronel Masculino que, hace cinco aos, conquist incomparable prestigio entre el bello sexo porteo, inventando aquellos monstruosos peinetones y creo que fuera la [70] nica hazaa masculina de ese guerrero de toca-dor.

  • MANDEVILLE. (Rindose.) Oh, muy gra-cioso, ja, ja, ja!

    THOMPSON. (Haciendo eco desde su es-condite.) Oh, yes, very funny, indeed! (Se aleja por el fondo. MANDEVILLE queda estu-pefacto, con la boca abierta.)

    LOVE. (Aparte.) Creo que como resbaln diplomtico no se puede pedir ms.

    Escena VII Dichos, CORVALN. CORVALN. (Baja de la galera y, despus

    de los saludos, dirigindose a MANDEVILLE.) El seor Gobernador, informado de la presen-cia del seor Ministro, me manda decirle que si gusta pasar a su despacho. [71]

    MANDEVILLE. Voy al instante. (Al irse con CORVALN, le pregunta, indicndole a THOMPSON, a quien se divisa todava por entre la espesura.) Dgame general, Quin es ese joven que estaba sentado all?

  • CORVALN. Es el seor don Jaime Thomp-son, segundo secretario de nuestra legacin en Londres.

    MANDEVILLE. (Entre inquieto y satisfe-cho.) Ah! Tendr mucho gusto en conocerlo.

    (CORVALN, despus de entregarlo a un

    edecn, en la galera, vuelve a la escena, a tiempo que, por la derecha, entra el CORO-NEL CRESPO.)

    Escena VIII(4)

    CORVALN, LOVE, el CORONEL CRESPO,

    capitn del puerto. CRESPO. (De uniforme.) Muy buenos das

    mi querido general. (Apretones de manos.) [72]

    CORVALN. Mucho gusto de verle, coronel. No se conocen? (Presentando.) El seor Lo-ve, redactor del British Packet, el coronel Crespo, capitn del puerto. (CORVALN, mi-rando a Crespo, exclama.) Pero, qu veo?

  • O no veo? Presentarte as, todo afeitado! Ests loco?

    CRESPO. (Golpendose la frente.) Qu cabeza la ma! Sabrs que no pudiendo usar bigote natural porque me salen unos fogajes en las ternillas de la nariz, me he resuelto a llevarlo postizo. Aqu lo tengo en el bolsillo, pues se me caa al venir a galope. (Saca su bigote postizo.) Cunto te agradezco la ad-vertencia! Si tuviera un espejito.

    LOVE. (Sacando un espejo de bolsillo.) Aqu tiene usted uno, coronel, muy chiquito. Pero, ya se ve Para mi pelambre!

    (CRESPO se arregla, presentndole LOVE

    el espejo.) CRESPO. Un milln de gracias. Ustedes me

    salvan de una catstrofe. Ahora puedo pre-sentarme decentemente ante Su Excelencia. [73]

    CORVALN. (A media voz.) Que usa la ca-ra afeitada para diferenciarse de sus sbdi-tos. (Con admiracin chacotona.) Ests

  • hecho un ogro federal! Tengo orgullo en ir con vos. (Se alejan juntos.) Ah! Mi viejo Pancho: Cuando pienso que para llegar a estas mojigangas hemos cruzado la cordillera con San Martn!

    Escena IX LOVE, despus MAZA y THOMPSON. LOVE. (Aparte.) Yo me divierto soberana-

    mente. (Se dirige hacia la derecha, pero se detiene al ver llegar a MAZA por la galera y a THOMPSON por el fondo, stos se juntan al pie de las gradas.)

    THOMPSON. Cmo te ha ido de conferen-cia?

    MAZA. Muy bien, pero hasta ahora no ha pasado del introito, bamos llegando al grano cuando nos interrumpi el ministro Mandevi-lle. [Hemos [74] quedado en conversar a so-las un poco ms tarde.] Y vos, no quers

  • acercarte? Te aviso que el momento es propi-cio, pues el hombre est de excelente humor.

    THOMPSON. (Meneando la cabeza.) Po-bres de los que le han dado motivo para tal regocijo! No. Prefiero esperar que sea Manue-la quien me indique el momento. Pero, estoy viendo ah a un medio compatriota. No lo conoces bastante para presentarme?

    MAZA. Cmo no? (Se acerca a LOVE, que tambin da un paso hacia MAZA. Presenta-cin.) El seor Love, el seor Thompson. (In-clinaciones, very glad, etc.) y ahora los dejo un momento para ir a decir una palabra a Rosita. (Vase.)

    THOMPSON. (Con buena gracia.) Debo ex-cusarme, as ante usted como ante el seor ministro Mandeville, por haber sido involunta-riamente indiscreto, hace unos minutos, es-cuchando su conversacin.

    LOVE. Una charla al aire libre? No podra haber [75] indiscrecin aunque el oyente no fuera discreto y sabemos que lo es.

    THOMPSON. Demasiado amable. [Soy uno de sus lectores asiduos, sir y para que no lo

  • tome como una simple frmula de cortesa (Saca de su bolsillo un peridico doblado.) He aqu la lectura con que me deleitaba en esa glorieta cuando ustedes entraron. Y a fe que su suelto de hoy sobre el beso, The Kiss, tie-ne toda la gracia festiva y sabor del asunto.] Me gusta, pues, poder dirigirle en persona la pregunta de Almaviva a Fgaro, el travieso patrn de los periodistas: Qu es lo que le ha dotado de una filosofa tan alegre?

    LOVE. Y le contestar como el jocoso bar-bero de Beaumarchais: El hbito de la des-gracia, me apresuro a rer de todo, para no verme obligado a llorar.

    (Se siente un tumulto de voces y risas, y

    se ve salir en la galera a los invitados que acaban de comer.)

    THOMPSON. Ya viene derramndose la

    comilonitiva, [76] No quiere que nos des-viemos de la primera oleada? Enseguida nos mezclaremos a ella sin ser notados. (Se reti-ran a la glorieta.)

  • Escena X Dichos, ROSAS, MANDEVILLE, CORVALN.

    MAZA, los generales LUCIO MANSILLA y LA MADRID, los coroneles CRESPO y GONZLEZ, MANUELA, MARA JOSEFA, ROSITA, AGUSTI-NA ROSAS DE MANSILLA, MERCEDES R. DE RIVERA, MERCEDES FUENTES O. DE ROSAS, JUANA SOSA, MERCEDITAS ARANA, entre las nias, PASTORCITO LACASA y otros lechu-guinos, personajes mudos o tartamudos.

    (Bajan de dos en dos por la gradera y

    forman en el escenario grupos de tres o cua-tro, cuya chchara llega al pblico por jirones intermitentes. ROSAS viste chaqueta obscu-ra, chaleco punz y pantaln azul con franja colorada. Los militares, de uniforme. Todos los hombres llevan la divisa y las seoras el moo federal.)

    JUANA SOSA. De veras, che? No me di-

    gs! Le dio bolsa al novio por haberse pre-

  • sentado a comer con una divisa de media cuarta?

    MERCEDITAS ARANA. Lo que os, che y eso que el pobrecito [77] juraba no haberlo hecho por celo federal sino por miedo cerval.

    MARA JOSEFA. (Que va de un grupo a otro.) Lindo moo punz haba yo de pegarle a ella en la cabeza y con alquitrn, para en-searle a ser gente!

    AGUSTINA ROSAS. (En otro grupo.) Cre-rn ustedes que el brbaro de Juan Manuel quiere prohibirnos llevar gorras francesas, calificndolas de salvajes unitarias?

    JUANA SOSA. (Escandaliza