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D. José María PEMAN EL SÉNECA El Séneca nació de la imaginación de José MPemán y del estudio profundo de un ambiente y de unas personas del pueblo llano. No olvidemos que en una ocasion se dijo de D. José M.a, que era uno de los pocos escritores cultos, que había sabido escribir por y para el pueblo. El caso de «El Séneca» es el mejor exponente de este acercamiento del escritor hacia la vida cotidiana. La pluma de D. José María aquí se moja en la tinta más popular, para describir a pequeñas pinceladas un retazo de España. Cuando el 5 de Enero de 1970 fallecía en un Hospital de Málaga el actor Antonio Martelo, después de sobrevivir tres días a un fatal accidente de carretera, la gente se transmitía la noticia diciendo «El Séneca ha muerto». Esta publicación es la mejor prueba de lo falso de esta afirmación. «El Séneca» no puede morir porque es un pequeño mito, surgido de la mente de autor. Es cierto que no lo volveremos a ver en nuestra pequeña pantalla, porque la identificación casi física con el malogrado Antonio Martelo es irrepetible. Pero ahí está de nuevo con el formidable poder de la letra impresa que escapa a los dictados del tiempo y el espacio. Tal y cómo lo ideó D. José Mª Pemán 1972

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D. José María PEMAN

EL SÉNECA El Séneca nació de la imaginación de José M.ª Pemán y del

estudio profundo de un ambiente y de unas personas del pueblo llano. No olvidemos que en una ocasion se dijo de D. José M.a, que era uno de los pocos escritores cultos, que había sabido escribir por y para el pueblo.

El caso de «El Séneca» es el mejor exponente de este acercamiento del escritor hacia la vida cotidiana. La pluma de D. José María aquí se moja en la tinta más popular, para describir a pequeñas pinceladas un retazo de España.

Cuando el 5 de Enero de 1970 fallecía en un Hospital de Málaga el actor Antonio Martelo, después de sobrevivir tres días a un fatal accidente de carretera, la gente se transmitía la noticia diciendo «El Séneca ha muerto».

Esta publicación es la mejor prueba de lo falso de esta afirmación. «El Séneca» no puede morir porque es un pequeño mito, surgido de la mente de autor. Es cierto que no lo volveremos a ver en nuestra pequeña pantalla, porque la identificación casi física con el malogrado Antonio Martelo es irrepetible. Pero ahí está de nuevo con el formidable poder de la letra impresa que escapa a los dictados del tiempo y el espacio. Tal y cómo lo ideó D. José Mª Pemán

1972

D. José María PEMAN Nació en Cádiz el 8 de mayo de 1897. Estudió el

bachillerato en el colegio del Oratorio de San Felipe Neri de Cádiz. Cursó la carrera de Derecho en Sevilla y se doctoró en Madrid con la tesis Ensayo sobre las ideas filosófico-jurídicas de La República de Platón. Durante dos años ejerció como penalista, pero comenzó a acreditarse de poeta en obras de tema andaluz (De la vida sencilla, 1923; Nuevas poesías, 1925; A la rueda, rueda, 1929; En el barrio de Santa Cruz, 1931; Las flores del bien, 1946 etcétera). A los veintitrés años fue elegido miembro de la Academia Hispanoamericana de Cádiz. A los veinticuatro contrajo matrimonio con Maria del Carmen Domecq Rivero. En los años 30 empezó a cultivar el periodismo, escribiendo en El Debate con estampas y cuentos andaluces; posteriormente sería una de las firmas más asiduas en la "tercera" del diario monárquico Abc de Madrid. Fue nombrado presidente de Acción Española y se muestra como un activo orador antirrepublicano, monárquico y tradicionalista. Publica su Elegía de la tradición de España (1931), dirige la revista Ellas y colabora en Acción Española. En 1933 estrena ruidosamente El divino impaciente, que obtiene el premio Cortina de la Real Academia. En 1935 obtuvo el premio Mariano de Cavia de periodismo por su artículo "Nieve en Cádiz", publicado en ABC. En 1936 presentó su candidatura por Cádiz y en ese mismo año es elegido miembro numerario de la Real Academia, de la que fue director entre su toma de posesión el 20 de diciembre de 1939 y 1940 y entre 1944 y 1947, cuando renunció a su cargo para que lo ocupara el padre de la Filología española, Ramón Menéndez Pidal. En 1941 recorre Argentina, Chile, Perú etcétera pronunciando conferencias. Volvió a dar conferencias por Hispanoamérica en 1948 y fue elegido miembro de la Academia Argentina de

Letras y Perú le concedió la Gran Cruz de la Orden del Sol. Desde 1947 empezaron a publicarse sus Obras completas.

Cultivó todos los géneros literarios en un estilo equidistante entre el clasicismo y el modernismo. Compuso una letra no oficial del himno nacional español (Marcha Real).

Como autor teatral cultivó el drama histórico-religioso en verso (El divino impaciente, Cuando las Cortes de Cádiz y Cisneros), la temática andaluza (Noche de levante en calma) y la comedia costumbrista (Julieta y Romeo y El viento sobre la tierra).

Realizó adaptaciones de obras clásicas (Antígona, Hamlet y Edipo). Como narrador mostró su ingenio en novelas y cuentos (Historia del fantasma y doña Juanita, Cuentos sin importancia, La novela de San Martín...). También publicó ensayos.

En 1955 recibió el premio de periodismo Mariano de Cavia y en 1957 el premio March de Literatura. Presidió el consejo privado del Conde de Barcelona desde 1969 hasta su disolución.

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EL SÉNECA Y LA PROTESTA Prólogo del autor

El avance de la humanidad, en esta hora tecnocrática, es

impresionante. En los últimos setenta años todo ha variado mucho más que en los últimos treinta siglos. Mi madre todavía, en su juventud, fue a Burdeos en diligencia. Tardó lo mismo que hubiera tardado Julio César. La medida fue el paso de caballo. Ahora, a los setenta años, la medida es el vuelo de un reactor. No es, pues, que este o el otro —políticos, líderes, Con-cilios, obispos— se hayan dedicado a correr y ser voluntaria-mente avanzados y progresistas. Lo que avanza y progresa, que-ramos o no, es el mismo suelo en que estamos: como un tapis roulant de esos que hay en los grandes Almacenes o en las Exposiciones Universales; y en el que, aunque uno esté parado y quieto sobre él, va uno avanzando porque es el tapis el que avanza.

Esto engendra necesariamente un desajuste inevitable de las situaciones sociales: y sobre la humanidad se desencadena una psicosis general o temperamento de «protesta». No ya en la política, en la canción, en el teatro, en el cine, hay hoy día pri-mero la obra de «testimonio» que es la que viene a decir: «esto ocurre». Y luego, un paso más, la de «protesta» que es la que dice: «esto no debiera ocurrir». El Séneca observa que la «protesta», en el fondo, es una actitud civilizada, porque no es ni la guerra, ni la revolución, ni la violencia. Es buscarse un signo pacífico para expresar una disconformidad casi bélica. Por ejemplo, la canción. Antes se decía «coser y cantar». Ahora se dice: «cantar y protestar».

Son infinitos los modos ingeniosos que se busca el ser hu-mano para su protesta. El Séneca alcanzó en su niñez las horas primeras de la protesta social. Así, por ejemplo, la de los «hombres sandwichs». Se puso de moda contratar unos pobres

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hombres que se paseaban por las calles más céntricas de la ciudad emparedados entre dos cartelones, uno amarrado al pe-cho y otro a la espalda, que anunciaban un jabón, una película, un restorán u ordenaban «purguese usted con "laxen-Pérez"». Pero de pronto, los sociólogos cayeron en la cuenta de que esto de los «sandwichs» de la publicidad era depresivo para la dignidad humana. Entonces organizaron una protesta bajo la divisa: «Por la dignidad humana: no más hombres «sand-wichs». Pintan unos cartelones con esta consigna y los intere-sados se pasean por las calles de la ciudad, con un cartelón en la espalda y otro en el pecho, protestando de los «hombres «sandwichs» de la publicidad, pero convertidos en «hombres sandwichs» de la sociología.

Porque la fertilidad de ingeniosos recursos ideados para pro-testar se prestaba a la confusión, y no se sabía bien cuándo al-guno protestaba de la protesta. Séneca alcanzó de niño las pri-meras manifestaciones en favor de la jornada de ocho horas a la que se negaban los patrones y economistas, porque ocho ho-ras les parecían demasiado poco. En la capital una manifestación fluvial, una masa inmensa, llegó hasta el gobierno civil. Allí su-bieron a exponer su petición: «protestamos de la jornada de once horas y pedimos la de ocho horas». Entonces Ezpeleta, un famoso gitano, y otros de su raza y familia, hicieron constar que ellos se habían unido a la masa para protestar de la protesta: porque a ellos ocho horas les seguía pareciendo de-masiado.

La inquietud social se ha extendido tanto que es preciso hilar muy delgado para entender sus matices. Recuerdo una vez que venía yo en automóvil de Bruselas a París. Era el pri-mero de mayo: fiesta socialista del trabajo que se celebraba no trabajando. Como ya me habían pronosticado, todo estaba cerrado y los obreros con sus familias rebosaban por las ca-rreteras merendando en las cunetas y ofreciendo a los tran- seúntes ramitos de ñores silvestres. Paré a almorzar en Sois-

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son, en el único restorán que permanecía abierto. Me chocó que no había ocupada más que una mesa, donde almorzaban unos doce o quince gendarmes. ¿Se esperaba algún acto peli-groso en Soisson? Agucé el oído: los gendarmes hablaban de la hora del mitin y daban prisa a las camareras, iban a llegar tarde al mitin. Empecé a inquietarme. Debía de haber en Soisson un mitin peligroso o revolucionario; puesto que moti-vaba tal concentración de la gendarmería. Di prisa a mi ca-marero. Mi sospecha crecía porque seguían llegando oleadas de gendarmes: ya eran veinte; ya pasaban de treinta. Seguían hablando de la prisa para no llegar tarde al mitin. Hasta que empezaron a decir que ya era la hora; y rápidamente vaciaron el restorán. «Esto va a ser una verdadera batalla campal», pensé yo. Por lo que rápidamente tomé mi automóvil para quitarme de en medio. Pero antes de alcanzar la carretera, desde una esquina de una calle, divisé la plaza mayor de Soisson. Estaba toda ella rebosante de gendarmes. Desde una tribunilla, un gendarme estaba perorando: hablaba de sueldos, de turnos de trabajo, de puntos por familia numerosa... Entonces lo comprendí todo. ¡El mitin era de gendarmes! Habrá que revisar cada vez más las fórmulas de protesta: porque en la difusa atmósfera progresista y disconforme del mundo, los problemas se pasan de mano a mano, se hacen universales. En Villachica, decía el Séneca, por ejemplo, ya se han enterado de que el «Vietnam» no es un cortijo donde no se cumplían las bases, como creyeron al principio. Antes, era todo más fácil. Séneca cuenta que un tío abuelo suyo fue capitán mercante. Una vez, trayendo mercancía de Hong-Kong, se encontró con que se le habían metido en las bodegas tres chinos, de polizones. Según el reglamento, él tenía que entregarlos en el puerto de origen cuando volviera a Hong-Kong. Pero resulta que

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en un puerto intermedio, creo que en Singa-pur, los tres chinos se escaparon. ¿Qué iba a hacer el pobre capitán? El tenía que llegar a Hong-Kong con tres chinos. Si no podía ser expedientado y aun perder la carrera. Entonces mandó una patrulla al muelle y robaron tres chinos de los que andaban pescando en el malecón. Los entregó en Hong- Kong a la vuelta, y nadie notó nada, porque entonces todos los chinos eran iguales. Pero ahora ya no es así; los chinos se han puesto de pronto a tener opiniones, y hambre y libre albedrío

y ¡ alma ! Todo se ha hecho más difícil y más universal. Frente a las técnicas de la protesta, cuando se excedan a sí

mismas, o sean peligrosas o violentas, el Séneca aconseja la técnica del colchón: encojerse y distenderse. La de esos balo-nes colgados que, para entrenarse, golpean los boxeadores. Por fuerte que sea el golpe, el balón lo encaja siempre. Toda protesta violenta se mella y despunta si es encajada en una algodonosa y elástica resistencia de impávida normalidad. El gesto de Guzmán el Bueno, tirando su puñal desde las murallas de Tarifa para que sacrificaran a su hijo, ha pasado a la Historia como un símbolo heroico porque los moros se enrabiaran y lo rodearan de un halo de iracundia. ¿Qué hubiera sucedido si el jefe moro hubiera recogido el puñal del suelo y le hubiera dicho el caudillo cristiano: «Que se le ha caído a Usted esto, D. Guzmán. Ahora se lo mando con un recadero»?

La protesta se hunde siempre en la naturalidad. La atmós-fera de la protesta y de la violencia es otra protesta y otra vio-lencia de signo contrario si no se encuentra a sí misma des-proporcionada y casi humorística. Viene a ser como poner un semáforo en el desierto de Sahara. En las últimas exposiciones universales que he visto, en los países de tras el telón de acero, lo que más les gustaba exhibir eran máquinas enormes. Pero ante una máquina uno piensa que ha tenido que haber un

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capital para pagarla, y unos obreros para hacerla. El socialismo pare industrialismo y el industrialismo pare capitalismo. Del Estado desde luego, pero eso da lo mismo. El Estado no es sino un patrono más gordo y con más automóviles que cualquier otro.

El Séneca os hablará de todas estas cosas.

EL SÉNECA Y LA PROTESTA Estamos en el patinillo del Séneca, en el momento en que éste,

que viene de la calle, entra por la cancela. Va con chaqueta y trae una cartera debajo del brazo. En una mecedora del patio se encuentra a D.a Mati, adormilada. El Séneca, mientras empieza a quitarse la chaqueta, grita: SÉNECA: ¡Doloritas!

(Al advertir que está Dña Mati, se acerca a la puerta del interior, e insiste más bajo, casi con un soplo de voz.)

Doloritas... Doloritas... La chaqueta de casa. (Dña. Mati abre los ojos.)

D.ª MATI: No creas que estaba dormida... Me había quedado un

instante traspuesta. SÉNECA: ¡Que traspuesta ni que ocho cuartos!... En brazos de

Morfeo. D.ª MATI: No seas sátrapa... No he conocido más brazos que los

de Remolino, mi difunto.

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SÉNECA: (Cantureando.) La luna es un pozo chico, las flores no valen nada, lo que vale son tus brazos cuando de noche me abrazas.

D.ª MATI: Que yo procuraba contarle, antes de dormir, a mi difunto, cosas de tormentas y naufragios... Por que entonces soñaba con estas cosas... Y se creía que yo era el palo mayor y me agarraba, me agarraba, como hace años. (Transición.) ¿De dónde vienes con esa cartera?

SÉNECA : Yo paseo todas las mañanas de once a dos la cartera, como quien pasea a un niño o saca a un perro a que despache sus urgencias en los «parterres» municipales...

D.ª MATI: ¿Y qué llevas en la cartera? SÉNECA: La respetabilidá... En esta España del desarrollo y la

industrialización ha cobrado mucho prestigio eso de madrugar. Ya sabes de aquel director que mandaba estar a todos a las nueve en la oficina y le decían: el «abominable hombre de las nueve». Hasta hace poco «madrugar» era un verbo equívoco. Y lo de «madrugadores» podía ser un modo disimulado de decir los aprovechados. Pero ahora el «madrugar» ha ganado mucho prestigio y como al español lo que le gusta es levantarse a las diez, ha ideado un modo de seguir· levantandose a las diez, levantandose a las ocho: que consiste en recuperar, por la tarde, esas dos horas aplazadas. Por eso procuro que me vean desde las nueve correteando las calles con una cartera. Hay que parecer ingleses de nueve a una y media, para. ganarse el derecho a volver a ser españoles de dos a

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seis de la tarde. D.ª MATI: ¿Tu te has fijado que ahora parece que tenemos

todos el pudor de la siesta? Nadie lo confiesa.

(Ha salido Doloritas con chaqueta de casa. Mientras se cambia el Séneca) le informa.)

DOLORITAS: Estuvo a verle D. Nicasio, el médico. Que le llame usted luego. Pero después de las cinco y media, porque antes tiene ¡no sé bien lo que me dijo que tiene!... una cosa romana; algo así como eso del pendón de los «armados» de Semana Santa.

SÉNECA: Ya entiendo... Será una «cesárea»... DOLORITAS: Eso... ¡Ya decía yo! SÉNECA: Gracias, Doloritas....

(Doloritas se va hacia el interior.)

Lo que decimos, el pudor de la siesta. ¡Esa es toda la cesárea!

D.ª MATI: Como si no supiera uno en Villachica la fecha de toda la clientela de D. Nicasio. Las dos Astudillo no salen de cuenta hasta finales de mes. Pepita, la del estanco, se va a la capital, a tenerlo en la clínica, para que no le lleven la cuenta aquí... porque empezó antes de lo que debía... Verónica, la del coronel que está al caer, no va a salimos ahora con cesáreas: que tiene ya doce, le ha cogido el tranquillo y los coloca, como huevos, en las alfombras de los amigos...

SÉNECA: Lo dicho... Ni cesárea ni ná. El pudor de la siesta. Vera usté. Vamos a hacer el experimento. Cada uno se busca su coartada, según su condición de cargo o persona... Verá usté.

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(El Séneca saca una agenda de bolsillo de consulta) antes de marcar un número de teléfono.)

-Tres, siete, dos seis, nueve... D. Félix, el director del Banco Agrícola.

(Se produce una breve pausa.)

VOZ DEL TELÉFONO:¿Quédeseaba? SÉNECA: D. Félix Mendigartua, ¿podría ponerse? VOZ: Está en una comisión, reunido en la Sala de Juntas.

Tiene dicho que no se le pasen avisos... hasta las cinco y media.

SÉNECA: ¿Usted, usted?... De Bilbao... que es él.

(Ha colgado. Consulta otra vez la libreta y marca otro número.)

Tres, ocho, nueve .. D.ª Sonsoles Ribet de Moncó... VOZ EN EL TELÉFONO: ¿Pregunta por la señora? SÉNECA: Sí... D.ª Sonsoles... VOZ: Está de viaje. No llegará hasta las seis. Regresa de la Costa

Brava. ¿Quién le digo que ha llamado? SÉNECA: Un amigo que regresa de Cannes, del campeonato

de golf. (Cuelga.)

-Ya oyó usté... Una cursi. Pero a mí no me achica. (Marca otro número.)

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-Vamos con la iglesia... ¿Convento de los fran-ciscanos? ¿Está Fray Norberto, el padre prior?

VOZ: El padre esta en el coro... Acabará a las cinco y media... ¿De dónde le digo que han llamado? SÉNECA: Del palacio Arzobispal de Sevilla.

(Cuelga. Se ríen. Marca otro número. Se oye en el auricular la señal entrecortada del teléfono que comunica.)

SÉNECA: ¿Ve usté? Descolgado el teléfono, hasta las seis... ¡El Ayuntamiento!

(Séneca aparta un poco el auricular para que D.a Mati oíga bien el «tac-tac» de estar comunicando.)

SÉNECA: Ahora se mete la protesta en todo... Se comprende hasta cierto punto, porque realmente hemos caído en la cuenta de que vivimos en una sociedad injusta que merece protestarse continuamente. Pero ocurre que si todo se convierte en protesta, unas protestas se anulan con otras y ya todo viene a convertirse como en una mansa conformidá, puesto que todos están conformes en no estar conformes: vamos conformes con la protesta. Es como el problema de los negros; donde todos son negros no hay problema. Que es lo que va pasando con la sociedad: que como todos estan negros, pues es como si todos estuvieran felices y conformes. Yo asistí este verano a uno de esos concursos de can-ciones que se hacen ahora. El jurado, por estar al día

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premió una canción de protesta. Al público no le gustó porque realmente resultaba incongruente que protestara de que el jornal no le alcanzaba para vivir y tuviera todavía ganas de cantar. Entonces parte del público empezó a protestar la canción. Pero otra parte, empezó a protestar de los que protestaban, porque parecía que protestaban de la protesta; con lo cual se convertían en burgueses. Entonces el cantante empezó a protestar de los que protestaban la canción. En seguida los otros protestaron de que el cantante protestara y querían hacer comprender que ellos no protestaban de la protesta de la canción sino de la protesta de los que protestaban de la protesta cantada... Total: que entraron los guardias y disolvieron la función. Y a unos cuantos se los llevaron a la Comisaría, donde se dedicaron a protestar de los guardias.

D.ª MATI: ¿Y de qué quieren protestar hoy los que van a manifestarse?

SÉNECA: No se sabe bien. En principio, del jornal. Pero ocu-rre que los economistas hacen sus cuentas y ase-guran que no se puede dar más. ¿Sabe usted lo que yo sospecho, D.ª Mati? Yo sospecho que no existen ni la economía política ni el árabe. Lo que existen son quince arabistas y unos veinte economistas. Ellos se han puesto de acuerdo y se han inventado el árabe y la economía. Y como no lo saben más que ellos ¡cualquiera los discute!

(Se oye un frenazo.)

SÉNECA: ¿ Qué es eso?

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(Se asoma el Séneca. D. José se baja en aquel momento de su automóvil)' o el vehículo no entra en el campo de visión, y nos limitamos a ver la llegada de D. José. Entra en el patio.)

¿Usted, D. José, no estaba en la capital? D. José: Estoy... Estoy en la capital. He venido hasta aquí

buscando aparcamiento. Un poquito más, un poquito más... Total que he tenido que aparcar aquí en Villachica, y ahora vuelvo a pie a la capital.

SÉNECA: O sea, que teóricamente usted está en la ciudad... Aquí está usted porque ha tenido que aparcar aquí su coche. Pero ese aparcamiento es accidental con relación a su persona de usted: que en su propósito y desde ahora está en la ciudad. Lo que importa es la intención.

D. José: A todo esto, buenos días, D.ª Mati. D.ª MATI: Buenos días. Ya oigo lo que le pasa D. José...

¿No dicen ahora que el nuevo alcalde que es joven y progresista va a abrir, aquí en Villachica, una Gran Vía que la atraviese de Sur a Norte para descongestionar el tráfico?

SÉNECA: Sí, eso dicen... Pero resulta que esa intrépida gran vía en proyecto, se llevaría por delante, expropiadas, esta casa y la de usted D. José, y parte de su caserón, D. Mati... Total, que aquí podríamos aparcar los coches. Pero nosotros personalmente habríamos ido a aparcar a los pisitos del barrio de la Asunción. A la vera de la ermita. Que ahora se va a la ermita en peregrinación o a pedirle algo muy difícil a la Virgen. Pero en cuanto vayamos todos los días hasta

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allí para almorzar o acostarnos, la Señora nos va a tomar confianza ¡y ni repará ni echá cuenta de uno! De las ermitas se debe ser devoto, pero no vecino. Que entonces: «buenas noches-buenas noches». ¡Y se acabó!

D. José: Menos mal que eso lo verán nuestros nietos. Porque por larga que sea esa gran vía, más largo será el expediente para hacerla ... Y a todo esto. ¿Qué ocurre hoy en Villachica? Al pasar por la puerta del Instituto, salieron a oleadas los alumnos. ¿Es que había huelga?

SÉNECA: Todo lo contrario. Es que han ido todos a clase... D. José: Explícate... SÉNECA : Verá usté... Pero ahí viene quien nos lo va a explicar mejor...

(Entra Rodríguez Furiol, con su «audífono» o aparato de sordo en el oído.)

R. FURIOL: ¡Lo nunca visto!... Venía a contarte, Séneca, lo ocurrido en el Instituto... A todo esto, buenos días.

SÉNECA: ¿Usted está encargado de la cátedra de Geometría? R. FURIOL: Sí... estoy supliendo a Ruiz Vergés, que está re- cién casado y en viaje de novios... Se ha casado con con Rosarito Perera, la que fue miss Villachica el ve- rano pasado... SÉNECA: ¡Buen teorema esa Rosarito! R. FURIOL: Y mientras Ruiz Vergés estudia a su gusto la

geometría de Rosarito, yo le suplo enseñando la geometría clásica a los chicos, ¡qué se le va a hacer!

D.a MATI: Y, efectivamente, se rumoreó por ahí que hoy no irían a clase los alumnos; para protestar no sé de qué.

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SÉNECA: ¡Para protestar del metro! D. José: ¡Valiente pedantería!... Si en Villachica no tenemos

metro... No tenemos más que autobuses. SÉNECA: D. José; no era del «metro» como transporte... Sino

del metro, como medida, del sistema métrico de-cimal.

R FURIOL: Que ahora parece que el metro que tenemos no mide un metro.

D. José: En mis tiempos era la diezmillonésima parte del cua-drante del meridiano terrestre que pasa por París.

SÉNECA: Pero ahora parece que ése se había quedado corto... En el fondo yo creo que lo que no gustaba era eso de que pasara por París... ¡Qué a lo mejor temían que De Gaulle no lo dejara pasar!

R. FURIOL: Entonces se ha decretado otra definición para el metro.

SÉNECA: Aquí la tengo yo en el «Boletín Oficial».

(Lo toma de la mesa y lee.)

-Agarrarse a las sillas... «El metro es la longitud igual a 1.650.763,73 longitud de onda en el vado de la radiación correspondiente a la transición entre los niveles 2 (sub) P10 y el 5 (sub) D5 del átomo de Criptón 86.»

D.ª MATI: ¡Qué atrocidad! A mí me mide la modista, con un metro así... y me electrocuta.

D. José: Pues parece que los alumnos decidieron no ir a clase para protestar de tenerse que aprender esa definición...

SÉNECA: Pero como yo soy el paño de lágrimas de todo lo que ocurre en el pueblo, vinieron a pedirme consejo sobre la protesta que pensaban organizar...y yo les dije:

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«Nada de huelga, nada de no ir a clase... Al revés. Todo lo contrario. Hagánme caso... Circulen una orden de que absolutamente todos, todos los alumnos matriculados, vayan mañana a clase sin pretexto ni excusa.»

R. FURIOL: Eso, eso... Ahora empieza a estar claro todo... Yo llegué a la hora en punto, que es mi costumbre. Estaban en el aula los puntuales de siempre. Diez o doce empollones; tres hermanitos de Jesús María, un capitán de infantería y una señorita escrupulosa que repite curso por tercera vez, y me pregunta todos los años qué día voy a explicar en clase eso de los «senos» y los «cosenos», para no venir ... Pero hoy, de pronto, empezaron a llegar alumnos y alumnas. Verdaderas oleadas. Chicos que yo no había visto en mi vida. Pero que, por 10 visto, estaban matriculados.

SÉNECA: ¡Lo que les había aconsejado yo! R. FURIOL: A los pocos minutos ya no cabían en el aula... SÉNECA: Porque el aula no está pensada por los arquitectos

para la clase, sino para la huelga. R. FURIOL: Era un espectáculo .. ; Rebosaban. Llegaban más...

Tapiaban las puertas. Llegaban más todavía... Llenaron el campo de fútbol contiguo al aula. Llegaron más. Los últimos se alineaban, allá en el horizonte, en las estribaciones de Sierra Morena.

D. José: ¿Y qué hizo usté? R. FURIOL: No había tiempo de instalar una emisora, que era lo

único posible. Establecer una especie de bachillerato radiofónico. Yo soy un cumplidor de mi deber. Traté por todos los medios de hacerme oír. Me desgañité gritándo1es la definición de la hipotenusa y los

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catetos... Creyeron que los insultaba con lo de catetos. Me subí al pupitre para ver si me oían. Imposible. Chillaban todos. Y estos aparatos de pila son muy Civilizados: sirven para la voz de uno o de dos; pero en cuanto hablaban todos juntos y hay tumulto, se oye como un trueno o un huracán. Estaba a punto de desmayarme. Les rogué que se fueran a sus casas.

SÉNECA: Lo que les pronostiqué... En vez de no ir a clase, vayan todos, y verán como dice el profesor que se vayan.

D. José: Muy ingenioso; porque, además, no pueden castigados por huelga ilegal, porque el profesor les invitó a retirarse.

R. FURIOL: Que es como aplazar el problema... Porque me temo que mañana habrá huelga ...

SÉNECA: Es fácil. Mañana no van a clase, para protestar de que en la clase no se puede dar clase porque no cabe toda la clase...

R. FURIOL: Como que haría falta hacer otro Instituto. SÉNECA: A esto le pasa como al metro ¡qué se ha quedado chico! D. José: ¿Y los trabajadores?... Al venir para acá empezaban a formarse como de a cuatro en fila. R. FURIOL: Pero pacíficos, ¿no? D. JosÉ: Sí. .. Ya no están de moda los alborotos. Ahora la «no violencia». Ya la enseñó Ghandi. SÉNECA: Sí... Algo muy paradógico. No comen para protestar

del hambre y cosas así. D.ª MATI: Buscan algo que, sin ser delito, sea visible y represente

una protesta. D. José: Sí... eso. En la capital, ayer, los taxis durante todo el día

hicieron su servicio con los faros encendidos: para protestar de la guerra del Vietnam.

R. FURIOL: ¿Y usted cree que así se acabará la guerra del

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Vietnam? D. José: No sé... Las baterías de los coches, esas desde luego se

acabarán. Da MATI: Espero que no llegarán a 10 de los bonzos budistas que

se queman vivos. SÉNECA: Ninguna novedad. Que en tiempos de la Dictadura -

como quien dice en tiempo de los godos- ya hubo un precusor: uno de Málaga trató de echarse encima una lata de gasolina y prenderle fuego con una cerilla, en protesta de la tiranía.

D. José: ¿Y murió?· SÉNECA: No: porque no ardieron ni la gasolina ni la cerilla. Lo

salvaron la «Campsa» y la «Arrendataria».

(Doloritas sale del interior, muy agitada.)

DOLORITAS: Ay, señorito ... Y la compañía. Que por la esquina va desmando mucha gente y a mí me da miedo... Van en coches, y muy callados ... Que callado me parece a mi que se piensan cosas peores.

D. José: Es una protesta, Doloritas. DOLORITAS: Vi que iba Tobalo, cojeando con su pierna de

palo... Y me acerqué. «¿No te cansas?» - «No me ha cansado nunca mi obligación» - «¿De qué protestan?» - y él me dice, dijo - «Yo no lo sé bien. A mi me dijeron, únete a las mas porque sino tomaremos represalias.» - Y entonces me uní a ellos. Creo que protestan de la falta de libertad.

SÉNECA: Ya se ve... DOLORITAS: También iba «Manué el de las Peras», con su

reuma a cuestas. Ese sabía mejó la cosas. Me dijo algo de que protestaban por lo del Vietnan... ¿Qué viene a sé

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el Vietnan? SÉNECA: Nada... Un cortijo en el que parece que pagan a la

gente por debajo del mínimo legal... (Bajo.) ¿Se vienen ustedes conmigo? Tengo mis planes trazados. Estas cosas hay que disolverlas por la confusión.

D. José: Vamos... R. FURIOL: Sí, sí... hay que evitar que las cosas se calienten. SÉNECA: (A Mati.) Si usted quiere viene con nosotros. Nos

vendrá bien. Tu, Doloritas, te quedas guardando la casa.

DOLORITAS: Ay, no tardéis ustedes... Que antiguamente estas cosas terminaban siempre rompiendo cristales... ¿No vendrán a romperlos aquí?

D. José: Pero tu señorito, Doloritas, es amigo de ellos; 10 quieren, le piden consejo.

SÉNECA: Pero no va despistá Doloritas: 10 negativo es 10 que se hace siempre... Cinco o seis cristales me faltan entre la montera y el mirador: que se rompieron cuando el granizo de Junio... Los revoltosos y manifestantes de hoy son amigos. ¡Pero a que no vienen a ponerme los cristales!

* * *

El Séneca, con todos los que estaban con él en el patinillo de su casa, menos Doloritas, se encuentra en la calle, mirando a cierta distancia el paso por las esquinas de una muy lenta marcha de cuatro de fondo. El Séneca hace señas a sus amigos. Estos se retiran hacia atrás, procurando apartarse de la esquina con cautela, para no ser vistos. SENECA: Vengan conmigo... Lo tengo todo preparado... Ro-

dearemos por la espalda de la Priora!... ¡ Venga!

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* * * Nos hallamos ahora en la puerta de la sacristía de la Prioral,

que da a la plaza, por la que salen cuatro empleados llevando a hombros un ataúd. El Séneca, R. Furiol y D. José se quitan el sombrero. Todos ponen cara de circunstancia. D.a Mati se lleva el pañuelo a los ojos. En este momento van llegando las primeras filas, de a cuatro, de los manifestantes. Al ver el ataúd, se paran. Todos se quitan las gorras. Uno de ellos se acerca confidencialmente al Séneca.

UNO: Séneca , ¿qué es esto? SÉNECA: Chiss... Cállate. Ya os diré. Es un entierro simbólico. UNO: ¿De quién? SÉNECA: Se supone que entierran al presidente. OTRO: ¿Cómo dice? SÉNECA: ¡Chiss!... OTRO: ¿No íbamos a protestar por el salario mínimo? SÉNECA: Enterramos simbólicamente a uno que no cobró plu-

ses ni horas extraordinarias... OTRO 2.°: ¿A quién entierran? SÉNECA: Al albañil que se cayó del andamio el jueves. OTRO 2.°: No sabía nada... ¿Cuándo ocurrió eso? Pero aquella es

la viuda de Remolinos... ¿ Por qué llora? SÉNECA: Chiss... Era hijo natural de ella, no lo diga. OTRO 2.°: Eso me gusta, pero no veo esto claro.

(En este momento) sale de la puerta D. Anselmo) el párroco) con capa negra de oficio de difuntos. A su lado un sacristán con

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óboe o fagot.) SÉNECA: Venga... ¡los kirieleison!

(Rompe el óboe a tocar unas compases fúnebres) D. Anselmo inició una canturria latina de difuntos. Avanza delante del féretro y el clero y los supuestos «dolientes». Sigue detrás la manifestación. Todos se han quitado la gorra ... Avanzan.)

SÉNECA: Calle usté el fagot...

(Séneca se vuelve a algunos de los de la primera fila.)

SÉNECA: (Confidencial.) Dice D. Anselmo que si rezan una es-tación por el difunto.

(Los obreros se consultan unos con otros.)

UNO: Después de todo... Ahora estamos a bien con la Iglesia. OTRO: Los padres nuestros no hacen daño a nadie. OTRO 2.°: Bien mirado, Cristo era socialista. SÉNECA: Eso. No tenía el carnet... Pero era un socialista de

espíritu... ( Mira a todos, que no ofrecen resistencia.)

Padre Anselmo... ¡Padre nuestro!

(Rumor de «padres nuestros» rezados a coro. Se va apartando el cortejo. Se va alejando el

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rumor.)

* * *

Aparece el Séneca con todos los del cortejo, delante de la

cancela de su patio. Vienen todos riendo. SÉNECA: La confusión es una gran solución de todo. Al despedir

el duelo, me daban la mano iY me daba una cosa! Había rodado de boca en boca lo que les dije ¡Ycualquiera loconocía ya! Unos me dijeron que protestaban, ¡por la guerra de Corea! Otro que era el entierro del mecánico que se ahogó hace dos días bañándose en el río. Otros estaban seguros de que aquí, D.ª Mati, era la viuda de Pablo Iglesias... ¡La repanocha! Pero ahora habrá que ocuparse de verdad de sus protestas, que muchas de ellas son legítimas... ¡para eso no debe haber entierro!...

El Séneca entra en el patio en el momento en que Doloritas

agitada, sale al mismo por la puerta del interior, mientras forcejea con una vendedora que trae varias piezas de tela.

DOLORITAS: ¡Qué no... con dos metros y medio no me sale el

traje! VENDEDORA: Que se lo doy regalao... que he tenido que pasarlo

de Tánger, y he pagado derecho en Algeciras. DOLORITAS: Que con dos metros y medio no me sale el traje...

¡Y estoy enamorá de esta tela que es un jardín!

(Doloritas extiende en la mesa la pieza de tela estampada y floreada. La vendedora quiere aplicar su cinta métrica.)

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SÉNECA: Pero ¿ qué es eso de medir las telas por el metro

prehistórico? .. ¿No se ha enterado usté todavía, D.a Levante, que le llaman a usté así porque viene usté de Africa a Algeciras y tó lo arrasa? ¿No se ha enterado usté de 10 que ahora es el metro?... Agárrese usté.

(Toma otra vez el Boletín Oficial y lee.) -«El metro es la longitud igual a 1.650.763,73

longitud de onda en vado de la radiación corres-pondiente a la transición entre los niveles 2 (sub) PIO y el 5 (sub) D5 del átomo de Criptón 86.» ¿Se ha enterado usté? Guarde esa birria de metro. Que por aquí hay que cortar ahora con el metro tan largo y llenito y bien metidito en carnes que ahora tenemos.

(Corta Séneca con unas largas tijeras, que arrebata a la vendedora.)

-Por aquí... , por aquí... Toma tu corte, Doloritas...

Que yo te lo regalo.

(Ha cortado mucho más alto de lo que pretendía la vendedora. Se lo entrega a Doloritas.)

- iQue hoy se ha vestido de largo el sistema métrico

decimal!