Pereyra, Carlos. Sobre La Democracia

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    PRLOgO

    LuiS SALAzAR CARRiN

    Carlos

    Pereyra

    Sobre lademocracia

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    CarlosPereyra

    Sobre lademocracia

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    institutoelectoralydeparticipacinciudadanadelestadodejalisco

    consejeropresidenteJos Toms Figueroa Padilla

    consejeroselectorales

    Juan Jos Alcal DueasVctor Hugo Bernal HernndezNauhcatzin Tonatiuh Bravo AguilarSergio Castaeda CarrilloRubn Hernndez CabreraEverardo Vargas Jimnez

    secretarioejecutivoJess Pablo Barajas Solrzano

    directorgeneralLuis Rafael Montes de Oca Valadez

    directordelaunidadeditorialMoiss Prez Vega

    comiteditorialAdrin Acosta SilvaAlfonso Hernndez ValdezDiego Petersen Farah

    Jade Ramrez CuevasAvelino Sordo Vilchis

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    SERIE

    PENSAMIENTODEMOCRTICOEN MXICO

    MXICO, 2012

    prlogo

    lUIS SAlAZAr CArrIN

    CarlosPereyra

    Sobre lademocracia

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    presentacin

    Mxico ha tenido a lo largo del sigloxx e inicios del siglo

    xxi una relacin ambigua, por decir lo menos, con la de-mocracia. Si bien es cierto que el texto constitucional de 1917se inspir en los ideales democrticos de la Ilustracin francesa

    y de los constituyentes de Filadelaespecialmente en la ideade soberana popular de Jean Jacques Rousseau, en la teorasobre la divisin y el equilibrio de poderes de Charles de Mon-

    tesquieu y en la teora del gobierno representativo y la necesariaoperacin de frenos y contrapesos en las relaciones entre las ins-tituciones fundamentales del Estado deLos Federalistas (Alexan-der Hamilton, James Madison y John Jay), tambin es ciertoque el sistema poltico que emergi de la Revolucin mexicanade 1910, y en el que nacieron y se desarrollaron sus piezas prin-cipales (partido ocial y presidencialismo) durante la primeramitad del siglo xx, sigui caminos diferentes, y muchas veces

    encontrados, a los modelos democrticos francs y estaduniden-se. El sueo republicano y democrtico del texto constitucionalfue desmentido de manera sistemtica por relaciones de podermarcadas por el faccionalismo y el clientelismo, los dos principa-les tumores que acaban por corroer el cuerpo de cualquier re-pblica democrtica digna de ese nombre. La democracia, portanto, ha sido una forma de gobierno quea nuestro pesarno

    ha terminado por adquirir carta de naturalidad en el Mxicocontemporneo. Su realizacin histrica ha sido episdica y escasa:

    SERIE

    PENSAMIENTO

    DEMOCRTICOEN MXICO

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    la Repblica restaurada (1867-1876), el gobierno de Francis-

    co Ignacio Madero (noviembre de 1911 a febrero de 1913) yla novel e incipiente democracia electoral (1997 a la fecha); elpeso de los acontecimientos ha acabado por ocultar las huellasde su memoria.

    Sin embargo, no todo qued sepultado en los laberintos dela larga noche mexicana. Por el contrario, los sueos liberta-rios y democrticos del pueblo mexicano y los esfuerzos muchasveces estoicos de algunas lites culturales e intelectuales libera-les, republicanas o socialistas, consiguieronentre otras cosasmantener vivos los ideales de libertad e igualdad y los principiosinstitucionales de representacin, participacin y rendicin decuentas de la doctrina democrtica. En efecto, la democraciaen Mxico sobrevivi a su largo naufragio histrico gracias a laaccin colectiva de movimientos sociales como el de los maes-tros en 1958, los ferrocarrileros en 1958-1959, los mdicos en

    1964-1965 y los estudiantes en 1968; el orecimiento de ener-gas cvicas en distintas localidades y entidades federativas delpas; la emergencia de la sociedad civil en el terremoto de laciudad de Mxico de 1985; la vitalidad de un periodismo crticoe independiente del caudillo o gobierno en turno; y la negocia-cin y el acuerdo entre el gobierno imperante y las oposicionespartidarias que se reejaron en las distintas generaciones de re-formas electorales instrumentadas a nivel federal y local a partir

    del ao de 1977.La serie Pensamiento democrtico en Mxico busca rastrear las

    huellas y seguir los pasos del pensamiento democrtico reali-zado en Mxico por mexicanos y exiliados excepcionales queasumieron a nuestro pas como su segunda patria. Desde dis-tintos orgenes, trayectorias y banderas ideolgicas, diferenteshombres de letras, polticos culturales, intelectuales orgnicos e

    inorgnicos, diplomticos, periodistas, profesores universitariosy ciudadanos ilustres defendieron a contracorriente las reglas,

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    instituciones, principios y valores distintivos de la democracia,

    en momentos en los que esta forma de gobierno no gozaba demucha simpata entre las lites gobernantes. Su esfuerzo polticoy ejemplo moral no fueron en vano. Hoy la democracia, parafortuna de las nuevas generaciones de mexicanos y mexicanas,goza de una legitimidad que no tena antao.

    Una manera generosa de reconocer y retribuir el legado c-vico de estos hombres y mujeres excepcionales es, entre otras,la de no condenar al olvido su obra y pensamiento. Se trata, enpocas palabras, de rescatar de los viejos y empolvados anaquelesde bibliotecas y libreras antiguas (y no tan antiguas), obras deautores clave del siglo xx e inicios del xxi que pueden ayudara recuperar y reconstruir la memoria democrtica de Mxico,con el n de divulgarlas entre el pblico jalisciense. Con ello, elInstituto Electoral y de Participacin Ciudadana del Estado de

    Jalisco devuelve a los ciudadanos lo mejor de su propia historia

    y, de paso, cumple una de sus ms importantes pero menos vis-tosas funciones pblicas: la pedagoga democrtica.

    Instituto Electoral y de ParticipacinCiudadana del Estado de Jalisco

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    P .................................................................................. xiii

    I.T ..................................... 25Sobre la democracia en sociedades capitalistasy poscapitalistas .................................................................. 27Democracia y socialismo .................................................... 39

    La construccin del sujeto poltico ..................................... 47La democracia suspendida ................................................. 55Democracia y revolucin .................................................... 63Democracia y gobernabilidad ............................................ 75El viraje hacia la democracia i ........................................... 79El viraje hacia la democracia ii .......................................... 93La cuestin de la democracia ............................................. 99Democracia poltica y transformacin social ..................... 107

    II.HMx: E............................................... 125

    Los lmites del reformismo ................................................. 127La tarea mexicana de los setenta ........................................ 161Los sectores del pri ............................................................. 177El desgaste de 49 aos obliga a reformar al pri.................. 187

    Fortalecer la sociedad civil .................................................. 197Deslavamiento revolucionario: del pnr al pri ..................... 207

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    Estado y sociedad ............................................................... 217

    Proyecto nacional y fuerzas populares................................ 239Proyecto nacional: Estado y sociedad civil ........................ 247Estado y movimiento obrero en Mxico ............................ 267La democratizacin del Estado .......................................... 287La perspectiva socialista en Mxico ................................... 297Sectores medios y democracia ............................................ 317Sociedad civil y poder poltico en Mxico.......................... 323

    III.CMx.............................. 341El problema de la hegemona ............................................. 343Efectos polticos de la crisis................................................. 357Las perspectivas de la democracia en Mxico.................... 377Democracia y desarrollo en Mxico................................... 387Crisis y democracia en Mxico .......................................... 393La crisis de la hegemona priista ........................................ 399

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    P

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    Prlogo XV

    E l presente libro fue publicado en 1990, dos aos despus delfallecimiento prematuro de su autor, Carlos Pereyra, aca-so el ms destacado intelectual de la izquierda mexicana de lasegunda mitad del siglo xx. Se trata de una recopilacin de losensayos escritos en las dcadas de los setenta y los ochenta queabordan el problema de la democracia tanto desde una perspec-tiva rigurosamente terica como desde la perspectiva concreta

    de las dicultades, obstculos y posibilidades de la democrati-zacin del Estado y de la sociedad mexicanos. Estos escritos sesitan en consecuencia en un contexto terico y poltico queparece haber sufrido enormes transformaciones. Pertenecen auna poca marcada, en el nivel internacional, por la GuerraFra y sus consecuencias en el debate ideolgico entre marxistas

    y antimarxistas, entre una izquierda todava fuertemente com-prometida con visiones revolucionarias y una derecha antico-

    munista que denunciaba como totalitaria cualquier iniciativa dereducir las desigualdades y la pobreza; y en el nivel nacional porla aparentemente insuperable hegemona priista, que convertalos procesos electorales, a pesar de las reformas ya acordadas, enun mero trmite para legitimar un rgimen autocrtico.

    Nadie poda imaginar que en pocos aos viviramos cam-bios tan espectaculares que trastocaran buena parte de esos

    referentes de la poca: el imperio sovitico se desplomara ver-tiginosamente, las polticas de corte neoliberal se impondran a

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    SOBRE LA DEMOCRACIAXVI

    nivel planetario y el marxismo, como ideologa poltica y acad-

    mica, prcticamente se extinguira. Por su parte, la hegemonapriista se vera cimbrada, primero, por el inesperado terremo-to electoral generado por el Frente Democrtico Nacional y lacandidatura del ingeniero Cuauhtmoc Crdenas, y despus,paradjicamente, por las propias reformas modernizadorasde los gobiernos de Carlos Salinas y Ernesto Zedillo, as comopor la creacin de leyes e instituciones que hicieron posible elsurgimiento de un verdadero pluralismo poltico competitivo ynalmente la alternancia en el nivel presidencial. Apenas doceaos despus de aquel clebre 2 de julio de 1988, el 4 de julio del2000, el triunfo del abanderado panista, Vicente Fox, pondra demaniesto la plena vigencia de las reglas electorales del juegodemocrtico en Mxico.

    Qu inters, aparte del puramente historiogrco, pue-den tener entonces la reedicin y la relectura de textos escritos

    antes de estas grandes transformaciones? Pues bien, me atre-vo a armar que no obstante los cambios ocurridos y la con-siguiente modicacin de los trminos del debate, los ensayosaqu reunidos siguen siendo inmensamente tiles para pensar lasdicultades y rezagos actuales de nuestra incipiente y precariademocracia. Como seala Norberto Bobbio, el comunismo y elmarxismo pueden haber fracasado como alternativa terica ypoltica, pero los problemas que les dieron vida siguen muy lejos

    de resolverse: las desigualdades, la marginacin y la pobreza nosolo no se han superado sino que, con todo y democracia, sehan agudizado enormemente bajo un capitalismo depredador,globalizado y desregulado. Y por su parte los rasgos esencialesde lo que fue la hegemona priista sobre la sociedad mexicanaen buena medida permanecen, aunque reformulados por unpluralismo poltico partidario. Las elecciones son hoy realmente

    competitivas, los votos cuentan y se cuentan adecuadamente, la al-ternancia en los diferentes niveles de gobierno se ha generalizado,

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    Prlogo XVII

    pero los partidos, todos, siguen manteniendo una relacin clien-

    telar con la poblacin y patrimonialista con las instituciones es-tatales. Siguen siendo, si se me permite el juego de palabras,partidos de Estado y no partidos de la sociedad civil. Lo quepermite entender no solo el triunfal retorno del pri a Los Pinos,sino de manera ms importante, el desencanto ciudadano conla democracia. Por ello, los ensayos de Pereyra, tanto los dedica-dos a esclarecer tericamente la democracia y sus condiciones,como los que abordan la muy peculiar naturaleza de la hege-mona priista sobre una sociedad civil dramticamente desigual

    y por ende autoritaria, continan ofreciendo perspectivas y re-exiones extremadamente tiles para comprender la realidadactual y sus desafos.

    En la primera parte del libro, titulada Teora poltica y de-mocracia, se recogen los trabajos escritos en la dcada de losochenta en los que el autor discute las diversas deniciones de

    democracia y su relacin con el socialismo.1

    Contra lo postula-do entonces por muchos, para Pereyra las sociedades surgidasde rupturas revolucionarias anticapitalistas de ninguna maneramerecen ser llamadas socialistas, dado que han generado Es-tados autoritarios basados en la cancelacin de las libertades yderechos esenciales que son la condicin sine que non de la demo-cracia como forma de gobierno. De ah la necesidad de criticarlas dicotomas tradicionales que oponen la democracia formal a

    la democracia sustancial, la democracia representativa a la de-mocracia directa, la democracia poltica a la democracia social

    y peor an, la democracia burguesa a la democracia proletaria.De hecho, todas estas oposiciones conceptuales surgen de la con-fusin creada por el no reconocimiento de que la democracia noes equivalente ni a igualdad o justicia social, ni a eliminacin de1 Estos estudios tericos son parte de un trabajo losco ms amplio. Por ortuna hoy conta-

    mos con una edicin casi completa del mismo gracias a la compilacin realizada por CorinaYturbey Gustavo Ortiz y publicada por la unam y el Fondo de Cultura Econmica con el ttulo Filosoa,historia y poltica, Ensayos flosfcos (1974-1988), en 2010.

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    SOBRE LA DEMOCRACIAXX

    el ltimo artculo de esta seccin, titulado Democracia poltica

    y transformacin social, formul con rigor terico lo que po-demos llamar la gran paradoja histrica consistente en que, ahdonde la democracia ha logrado establecerse y consolidarse, nose ha logrado la gran transformacin socialista, mientras queah donde se han realizado intentos revolucionarios de llevar acabo esa transformacin, la democracia no ha podido instaurar-se. En todo caso, este divorcio entre las fuerzas polticas orien-tadas a superar por la va revolucionaria al sistema capitalista ylas reglas, valores y principios de la democracia dejaba en claroque esa va, por sus propios mtodos violentos, solo poda des-embocar en los callejones sin salida del totalitarismo y que soloel compromiso estricto y sin concesiones con los procedimientospaccos y reformistas de la democracia hara posible la forma-cin de fuerzas polticas de izquierda capaces de promover losideales de la equidad y la justicia social.

    Los ensayos recogidos en la segunda parte bajo el ttulo deHegemona y democracia en Mxico: sociedad civil y Estadopueden verse como un continuado esfuerzo por entender y des-cifrar los enigmas de lo que Octavio Paz llamara el ogro lantrpico,esto es las peculiaridades de un Estado surgido de una revolu-cin popular que haba logrado armar su hegemona sobre lasociedad civil mediante la construccin de un verdadero parti-do de Estado. Un partido, entonces, capaz de incorporar a la

    inmensa mayora de las fuerzas polticas y sociales del pas enun complejo sistema corporativo y clientelar de corte autorita-rio, y que converta al presidente en turno en el rbitro absolu-to e indiscutible de la poltica nacional, anulando de hecho lapretendida separacin de los poderes y el supuesto federalismoestablecidos en la constitucin. Contra lo que proponan tan-tos analistas de aquellos aos, para Pereyra el Estado mexicano

    difcilmente poda pensarse como un mero Estado burgus,como un mero instrumento de la clase dominante. A pesar de

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    SOBRE LA DEMOCRACIAXXII

    Pero para Pereyra este autoritario sistema hegemnico no

    poda desmontarse, como quera la derecha de aquel entonces(y tambin la de ahora), debilitando al Estado para, supuesta-mente, fortalecer a la sociedad civil. En sus propias palabras:

    Que no vengan los tardos descubridores de la sociedad civil a manipularel fantasma de la falsa identidad Estado fuerte = totalitarismo. Lo que hacefalta en Mxico es democratizar el Estado, no debilitarlo. Un Estado fuerteno es necesariamente un Estado autoritario; nada impide construir un

    Estado fuerte y democrtico. De igual modo, hace falta el fortalecimientodel polo dominado de la sociedad civil y no el fortalecimiento tout courtdeesta. No es la tonicacin de Televisa y del Consejo Coordinador Em-presarial, por ejemplo, lo que permitir a la sociedad mexicana salir dela crisis y eliminar las condiciones estructurales que condujeron a ella,como tampoco permitir avanzar en el proceso democratizador (p. 295).

    De esta manera Pereyra sala al paso de las visiones simplistas(e interesadas) de las tareas que implicaba la construccin de unautntico orden democrtico en Mxico. Visiones que, hay quereconocerlo, habran de prevalecer en el trnsito democrticomexicano, en parte a causa de la debilidad ideolgica y progra-mtica de las fuerzas de izquierda, en parte debido a la propiadescomposicin y descredito de la hegemona priista, y en parteen razn del nuevo modelo econmico, de corte neoliberal, que

    se impondra para salir de la crisis a costa precisamente de lasclases populares.

    Del impacto y las consecuencias polticas de las crisis econ-micas recurrentes que sufri el pas desde la dcada de los setenta,tratan los ensayos de la tercera parte titulada Crisis y democra-cia en Mxico. En ellos, el autor expresa su creciente preocu-pacin por el hecho de que dichas crisis, si bien generaron un

    descrdito acumulativo del rgimen priista y de la institucinpresidencial, no favorecieron sino que impidieron la autonoma

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    de una nueva hegemona de la derecha empresarial y tradicio-

    nalista que impondra su visin no solo simplista sino irresponsa-ble de la democracia y la democratizacin como equivalente areduccin y debilitamiento del Estado y sus instituciones esen-ciales. Lo que en cambio solo pudo sospechar es que en las pro-pias fuerzas de izquierda terminara por predominar igualmenteuna concepcin no menos simplista (y en algunos casos cnica) dela democracia como sinnimo de alternancia en todos los nivelesde gobierno, como mera lucha por los cargos y recursos pblicos,as como por las clientelas y sus no pocas veces impresentablesdirigentes.

    En este sentido, el libro que hoy vuelve a editar el iepc Jalisco nosofrece una inmejorable oportunidad e inspiracin para repen-sar las limitaciones y retos de la novel e imperfecta democraciamexicana. Nada mejor para probarlo que el siguiente prrafoque puede considerarse un verdadero programa para superar

    esas dicultades y enfrentar esos desafos desde un autntica po-sicin socialista y democrtica:

    La democratizacin de Mxico no podr ir muy lejos sin una profundareforma del Estado que ponga n al presidencialismo y al predominioincontrastado del Ejecutivo, conera existencia real a los poderes legisla-tivo y judicial, establezca un verdadero juego electoral abierto, constitu-ya ayuntamientos amplios con presencia de las diversas fuerzas polticas

    para que cobre sentido efectivo la gura mtica del municipio libre (p. 300).

    Luis Salazar Carrin

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    I.T

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    Democracia y soberana popular

    E conceptodemocracia no se reere a una ideologa especca di-

    ferenciable de otras, sino a formas y mecanismos reguladoresdel ejercicio del poder poltico. La descripcin de tales formas y me-canismos puede resumirse en los siguientes trminos: los rganosde gobierno han de ser elegidos en una libre contienda de grupospolticos que compiten por obtener la representacin popular y porun electorado compuesto por la totalidad de la poblacin adulta,

    cuyos votos tienen igual valor para escoger entre opciones diversassin intimidacin del aparato estatal. Dos aspectos fundamentales:representacin popular y sufragio libre, igual y universal. El funcio-namiento de un rgimen democrtico supone, adems, el conjuntode libertades polticas: de opinin, reunin, organizacin y prensa.

    La democracia representativa, tal como es sostenida por elliberalismo, lejos de impulsar la participacin popular en la so-ciedad poltica y en la sociedad civil, tiende a inhibirla. No es

    por azar que los defensores de la democracia liberal se muestranrenuentes a aceptar modalidades de democracia popular parti-cipante. La representacin es pensada desde esta ptica comoun sustituto de la participacin.

    El sufragio libre y universal, mxima expresin de la demo-cracia representativa propugnada por el liberalismo, constituyeen verdad solo un aspectosi bien esencialen la democratiza-

    cin de las relaciones sociales.1 Nexos, nm. 57, septiembre de 1982.

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    El control democrtico del ejercicio del poder estatal no puede

    restringirse a los procedimientos electorales por ptimo que seasu funcionamiento. La formacin de un gobierno representativo esms una va para lograr la delegacin de la soberana popularque para garantizar su realizacin efectiva. El control del poderpor parte de la sociedad no se agota en la vigilancia de los rga-nos de decisin poltica: ha de incluir tambin el control de lasempresas y de las instituciones de la sociedad civil.

    La dictadura del desdn formal

    Lenin escribe enEl Estado y la revolucin: Las formas de los esta-dos burgueses son extraordinariamente diversas, pero su esenciaes la misma: todos estos estados, bajo una forma u otra, pero enltima instancia, necesariamente, son una dictadura de la bur-guesa. Por su parte, enLas luchas de clases en Francia, Marx ar-

    ma: La burguesa, al rechazar el sufragio universal, con cuyoropaje se haba vestido hasta ahora, del que extraa su omnipo-tencia, conesa sin rebozo: nuestra dictadura ha existido hastaahora por la voluntad del pueblo; ahora hay que consolidarlacontra la voluntad del pueblo. En ambos pasajes el trminodictadura ocupa de modo infundado el lugar correspondiente alconcepto dominacin de clase.

    La tendencia a subestimar la cuestin de la democracia tiene

    su origen en el economicismo arraigado del pensamiento so-cialista. En tanto la produccin capitalista requiri la abolicinde privilegios estamentales, igualdad jurdica de los individuos,formacin de una fuerza de trabajo libre, etc., se concluye quela democracia en el capitalismo es la traduccin directa e inme-diata de los requerimientos econmicos de la burguesa. Ciertoque el contrato salarial y el intercambio mercantil suponen li-

    bertad e igualdad jurdicas de los contratantes y la eliminacinde las trabas sociales que obstruyen la compra-venta de fuerza

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    de trabajo y, en general, de mercancas en un mercado abierto.

    Pero de ah no se sigue que la democracia poltica sea el colofnnecesario de la produccin capitalista.En las sociedades capitalistas la democracia no puede reali-

    zar en plenitud la soberana popular porque, junto a la presuntaigualdad jurdico-poltica de los ciudadanos, subyace la inelimi-nable desigualdad econmico-social de los productores que im-pide, en denitiva, la igualacin estricta de los ciudadanos. Elloconduce a sobreponer al signicado antes descrito del conceptodemocracia (conjunto de formas y mecanismos reguladores delejercicio del poder poltico), otro signicado donde se destacala cuestin de la igualdad econmico-social de los individuos.Se desemboca as en la conocida contraposicin entre democracia

    formaly democracia sustancial, fuente de innumerables equvocos.No hace falta insistir en que el menosprecio de las liberta-

    des polticas, adscritas a la democracia formal, en aras de una vo-

    cacin igualitaria, orientada a la democracia sustancial, es la vams segura no solo para bloquear el control pblico o socialde las decisiones ociales, sino tambin para impedir el propiocumplimiento de la vocacin igualitaria, como lo muestra cadavez con mayor claridad la experiencia de lospases poscapitalistas.Ninguna democracia sustancial es posible sin el respeto rigurosoa los mecanismos de la democracia formal.

    Sobre/contra la democracia burguesa

    Se ha difundido en la literatura socialista un concepto mons-truoso: democracia burguesa. Dicho concepto esconde una circuns-tancia decisiva de la historia contempornea: la democraciaha sido obtenida y preservada en mayor o menor medida endistintas latitudes contra la burguesa: El concepto democracia burguesa

    sugiere que el componente democrtico nace de la dinmica pro-pia de los intereses de la burguesa como si no fuera, precisamente

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    SOBRE LA DEMOCRACIA30

    al revs, un fenmeno impuesto a esta clase por la lucha de los

    dominados. Desde el sufragio universal hasta el conjunto de li-bertades polticas y derechos sociales han sido resultado de lalucha de clases.

    Lejos de ser un mecanismo de sustitucin o de ocultamiento,las libertades polticas incorporadas por la democracia repre-sentativa, regateadas y recortadas sistemticamente por el capi-tal, son producto de la intervencin de las clases populares; unresultado alcanzado en un penoso proceso de acumulacin dederechos, respecto de los cuales el capitalismo ha sido obligadoa procurar adecuarse o a colocarse de manera abierta en unterreno antidemocrtico.

    En las formaciones sociales precapitalistas no se dieron for-mas democrticas y la posterior aparicin de estas no puede ex-plicarse invocando solo la lucha de los dominados. Concurrierontambin otras condiciones que hicieron posible la relativa demo-

    cratizacin de las relaciones sociales en el capitalismo: competen-cia entre diversas fracciones del capital, ideas y valores en tornoa la libertad promovidos por el liberalismo, intervencin polticade la pequea burguesa y, sobre todo, de los sectores mediosilustrados, incrementos exponenciales de la productividad y, portanto, ampliacin de los mrgenes para atender demandas dela poblacin, etctera. Nada de ello elimina, sin embargo, elhecho de que las clases dominadas han sido la fuerza motriz de

    la democratizacin. Por ello, hablar de democracia burguesa es unsinsentido.

    No hay argumentos que permitan fundar la tesis de que en-tre capitalismo y democracia existe una conexin necesaria. Porel contrario, todo conrma hasta qu grado el dominio de unaminora de propietarios tiende a ser incompatible con el desplie-gue de la democracia.

    Ni siquiera es cierto que la tendencia a la democratizacinsea inherente al proceso de desarrollo capitalista. Sin duda, su

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    capacidad de generar una creciente riqueza social facilita el au-

    mento de los ingresos reales de las masas, extiende el campode maniobra para hacer frente a sus demandas, dota al sistemapoltico de mayor ecacia integradora y de mayores facultadespara institucionalizar los conictos. Pero no se anula nunca lacontradiccin bsica entre el principio de la soberana popular yla lgica de la acumulacin capitalista. Esto se advierte con faci-lidad en los pases del Tercer Mundo donde abrumadores obst-culos han impedido la apertura regular del juego democrtico:menor productividad, inmadurez relativa en la formacin de lasclases y canalizacin del excedente hacia la metrpoli imperialrestringen la posibilidad de una absorcin integradora de lasdemandas sociales, las cuales casi de inmediato tienden a des-bordar el umbral de democracia aceptable para la reproduccin delsistema.

    La contradiccin bsica se advierte tambin en el tema de

    la crisis de gobernabilidadque el pensamiento neoconservador hapuesto en los ltimos aos sobre el tapete en las sociedades ca-pitalistas industrializadas. Sin ningn pudor, la nueva derechaadmite que para el Estado es inmanejable el aumento de expec-tativas y el exceso de demandas que se producen en circunstanciasdemocrticas de concurrencia partidaria. No hay otra opcin,segn el esquema neoconservador, que transitar hacia formasde democracia viable o democracia restringida, eufemismos con los que

    se alude a la contraofensiva orientada a cancelar los espaciosdemocrticos producidos por la lucha de las clases populares, elpluralismo poltico y cultural, etctera.

    Sobre/contra el socialismo real

    La experiencia histrica de los pases donde los grupos go-

    bernantes dirigen la cosa pblica en nombre de un proyectosocialista muestra que tampoco hay conexin necesaria entre

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    estatizacin de los medios de produccin y democracia. Por

    el contrario, la experiencia del llamado socialismo real indica laincompatibilidad plena de tal estatizacin con el mnimo fun-cionamiento de formas y mecanismos democrticos de controldel poder poltico.

    Durante largos aos la creencia de que en las sociedades pos-capitalistas estaba en vas de realizarse la igualacin econmico-social de los productores y con ello la democracia sustancial, condujoa la izquierda de todo el mundo (con excepcin de voces aisla-das) a silenciar el cmulo de hechos que evidenciaban los ries-gos inherentes al desprecio de la democracia formal. Cada vez esms claro, sin embargo, que si en las sociedades capitalistas lademocracia formal est siempre amenazada y es muchas vecesdestruida por la ausencia de democracia sustancial, en los pasesposcapitalistas la falta de democracia formal se levanta comoun obstculo irrebasable para la efectiva realizacin de la de-

    mocracia sustancial. Sin libertades polticas puede construirsecualquier cosa, pero nunca una sociedad socialista.No se puede hablar de socialismo realpara caracterizar estruc-

    turas sociales y polticas en lugares donde no hay un rgimensocialista. A nadie se le ha ocurrido jams postular que socialismo

    y estatizacinde los medios de produccin son una y la misma cosa.Debiera ser obvio que para aplicar con legitimidad la categorasocialismo a determinada realidad sociopoltica, esta debe presen-

    tar algn rasgo adicional a la mera estatizacin de la economa yque no basta la autoproclamacin del grupo gobernante, ni queel poder del Estado lo detente un partido que dice guiarse porlos principios del socialismo. Es preciso reconocer de una vezpor todas que sin libertades polticas no hay socialismo y que,ms all de la eliminacin de la propiedad privada, la cons-truccin del socialismo exige la libre organizacin sindical de

    los trabajadores, el pluralismo ideolgico, cultural y poltico,la participacin de los miembros de la sociedad en el control

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    de la cosa pblica, la descentralizacin del poder, el despliegue

    autnomo de la sociedad civil... en n, la democracia.El trmino socialismo realtiene una inadmisible connotacinque obliga a quienes se le oponen crticamente a colocarse en laptica de un libresco socialismo ideal, o segn las ridculas preten-siones del dogmatismo, a identicarse objetivamente con la ideolo-ga burguesa antisovitica.

    Poscapitalismo y socialismo

    La formacin de un campo poscapitalista produce antagonismosirreconciliables con el sistema capitalista y, sobre todo, entre laspotencias hegemnicas de ambos bloques. Aunque la literaturasocialista presenta casi siempre esos antagonismos como expresinde la lucha de clases en escala mundial, lo cierto es que tales an-tagonismos promueven intereses de Estado e intereses particula-

    res de la burocracia gobernante que tienden a sobreponerse a losintereses de clase hasta prcticamente anularlos.La confrontacin entre la urss y eeuu o entre bloques no

    es reductible a la oposicin entre burguesa y proletariado, ni alenfrentamiento entre socialismo y capitalismo. Si bien fue com-prensible y justo que el movimiento socialista internacional hayatenido entre sus prioridades fundamentales la identicacin y lasolidaridad con los estados surgidos de las rupturas anticapita-

    listas, en tanto de estas experiencias reciba un impulso para supropio desarrollo, aunque con frecuencia ello condujo a supedi-tar los objetivos polticos propios en aras de la defensa del cam-po poscapitalista, hace ya mucho tiempo que esa identicacinse ha vuelto un lastre cuyo peso muerto frena el despliegue delmovimiento socialista internacional.

    Quienes se apresuran a consignar el fracaso del socialismo

    sin incorporar en el anlisis las condiciones de atraso econ-mico, poltico y cultural de las sociedades donde se produjo

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    llevada a cabo por la camarilla dirigente. Aunque no ha sido infre-

    cuente en la literatura socialista el uso de la invectiva como sus-tituto del argumento, pocas veces se haba cado tan bajo comoen el caso de la tediosa repeticin durante aos de este slogan porparte de los comunistas chinos, hasta que su propia catstrofepoltica los llev a abandonarlo.

    La idea de que las clases sociales son sujetos ya constituidosde los cuales emanan teoras, partidos, formas de organizacindel poder poltico, etctera. (habra que pensar en las expre-sionesEstado burgus, revolucin burguesa, democracia burguesa, cienciaburguesa, arte burgus, nacionalismo burgus, partido de la burguesa yen las expresiones simtricas Estado proletario, revolucin proletaria,democracia proletaria, ciencia proletaria, arte proletario, nacionalismo pro-

    letario, partido de la clase obrera), tiende a cercenar el mbito de lapoltica en la medida en que supone ya conformado y resueltolo que en rigor constituye un proceso histrico.

    La tesis del partido-vanguardia ha sido otro postulado tericoque facilita el fenmeno de la burocratizacin. Enfrentadas lasfuerzas revolucionarias a la doble tarea de conquistar el poderpoltico y transformar las relaciones sociales, objetivos articula-dos pero que no constituyen una y la misma cosa, esa tesis haprivilegiado la formacin de un cuerpo cerrado que procuraconcentrar en s mismo la produccin poltica de las masas ytiende a desconocer la pluralidad del movimiento social. Aho-

    ra bien, la transformacin profunda de las relaciones socialesno ser nunca obra de una vanguardia que dirige al conjunto dela sociedad por un camino que ella conoce de antemano, ilu-minada por un saber-verdadero-de-una-vez-para-siempre. Latransformacin y la democratizacin de las relaciones socialessolo pueden ser obra de las fuerzas sociales, donde lospartidosdesempean un papel organizador insustituible.

    La burocratizacin de los estados poscapitalistas es, en denitiva,la contrapartida puntual del sofocamiento de la actividad poltica

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    y cultural de las masas. El convencimiento de que el partido ex-

    presa o representa a la clase est en el origen de ese sofocamiento: sila prctica del partido y, en consecuencia, de su direccin, con-tiene ya tales virtudes de expresividady de representatividad, paraqu habra de promoverse la actividad poltica de los miembrosde la sociedad?, qu sentido tendra exigir autonoma sindical,confrontacin de ideas, libre ujo de la sociedad civil? Si se partedel supuesto falso de que el partido es de la clase obrera, entoncesno habr duda de que las decisiones de esteno importa culesseanno pueden menos que reejar(la teora del reejo ha hechoestragos no solo en el terreno epistemolgico) los intereses ltimosde la clase. El burocratismo conduce a la disolucin de la poltica

    y a circunstancias concomitantes de esta disolucin: desinforma-cin y rgido control sobre la produccin cultural, desaparicin detoda forma de organizacin independiente y de autogestin. Nopuede extraar, as, que las sociedades poscapitalistas destaquen

    por su despolitizacin.Solo hay una alternativa: o estas fuerzas sociales actan en unmarco de libertades polticas, pluralidad orgnica sindical y par-tidaria, libre debate de ideas y abierta produccin cultural quepermita la transformacin democrtica de la estructura social, o latoma del poder poltico por la vanguardia apenas conduce a la esta-tizacin de los medios de produccin y a la negacin de la democra-cia o, lo que es igual, del socialismo. El proyecto socialista implica

    socializacin de la economa y del poder poltico no, como ocurreen el poscapitalismo, estatizacin de la sociedad.

    Democracia y socialismo

    En el debate de la izquierda con frecuencia tiende a contrapo-nerse lucha por la democracia y lucha por el socialismo. Tal contra-

    posicin resulta de un doble empobrecimiento conceptual yterico: por un lado la democracia se reduce al funcionamiento

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    de ciertos mecanismos de representacin y se reduce tam-

    bin, por otro lado, la cuestin del socialismo a la toma delpoder por un partido comprometido con la abolicin de lapropiedad privada. Se concluye, por tanto, que los esfuerzosorientados a garantizar el funcionamiento de aquellos meca-nismos nada tienen que ver con las tareas inherentes al cumpli-miento de este objetivo. Adems de ese doble empobrecimien-to, tal contraposicin se apoya en un supuesto falso: la claseobrera y el conjunto de clases dominadas son ya socialistaspor el mero efecto del lugar que ocupan en las relaciones deproduccin... si no actan en consecuencia es porque vivenenajenadas por la inuencia de la ideologa burguesa y opri-midas por aparatos represivos, pero basta la labor pedaggi-ca y revolucionaria de una vanguardia iluminada para quelas cosas adquieran su orden natural. Con base en este esque-ma se ve en el mantenimiento de las relaciones de explotacin

    un asunto de simple dominacin y no un complejo problema dehegemona social.Hay que insistir en que la clase obrera y las dems cla-

    ses dominadas no son, por efecto de quin sabe qu efectosmgicos del modo capitalista de produccin, un sujeto socia-lista ya constituido. Son fuerzas sociales con potencialidadpara convertirse en fuerza poltica transformadora, pero esapotencialidad solo puede desplegarse en espacios democrti-

    cos ganados antes y despus de la toma del poder. Es de laconfrontacin con mundos ideolgicos, culturales y polticosdiversos y antagnicos de donde el sujeto popular se nutrepara poder desarrollar su alternativa (Moulian). Democra-tizacin y socializacin son dos caras de un mismo y nicoproceso.

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    D1

    La primera confusin de quienes se niegan a plantear la cues-tin de la democracia como aspecto fundamental de la luchapor el socialismo radica en la creencia de que las preocupacio-nes democratizadoras constituyen la antesala de un esfuerzoposterior de transformacin radical del orden social. De ah ladifundida objecin segn la cual propugnar por la democracia

    y el socialismo conduce al etapismo, es decir, a una concepcin

    del cambio histrico como proceso dividido en etapas, dondeprimero se buscara establecer un sistema democrtico de rela-ciones sociales y despus se procurara la restructuracin socia-lista de la sociedad. La objecin supone que las dos etapas sonprocesos separados entre s, ajenos uno respecto del otro y porello concluye que proponer objetivos democrticos equivale aposponer los objetivos socialistas. La objecin carece de fuer-za porque confunde una distincin analtica con una diferen-

    cia real. En efecto, por motivos de ecacia en el anlisis puededistinguirse entre lucha social por la democracia y lucha por elsocialismo, pero en la historia real no cabe duda de que ambasluchas forman parte de un mismo y nico proceso. Si bien en unmomento dado la correlacin de fuerzas obliga a subrayar demanera prioritaria ciertos objetivos (ya que en ninguna sociedadse puede proponer cualquier objetivo en cualquier momento), ello

    no autoriza a creer que luchar por la democracia y el socialismo1 Intervencin en un acto organizado por el psum (?). 1983.

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    equivale a instituir etapas diferentes. Las crticas al etapismo son

    tan difundidas como infundadas.La segunda confusin que redunda en una subestimacin delpapel histrico de la lucha por la democracia estriba en creer quela democratizacin de la sociedad es tarea e inters de la bur-guesa. La utilizacin frecuente en la literatura socialista de unanocin tan equvoca como la de democracia burguesa ha llevado aperder de vista que la apertura de espacios democrticos en lasociedad nunca fue resultado de la iniciativa burguesa y, por elcontrario, ha sido fruto de las luchas sociales de las clases domi-nadas y de los afanes polticos de los partidos de izquierda. Ciertoque en los albores del capitalismo sectores medios ilustrados for-mularon propsitos democrticos, pero la realizacin efectiva detales propsitos exigi en todos los casos la accin decidida desdela base misma de la sociedad. La creencia de que el modo de pro-duccin capitalista demanda de suyo la democratizacin de la so-

    ciedad carece de sustento histrico. En las sociedades capitalistaslas formas democrticas, no han sido impuestasporsino contra laclase dominante. No tiene apoyo emprico la tesis de que la de-mocracia formal es un invento de la burguesa para enmascararla explotacin de clase. La produccin capitalista requiere libretrnsito de mercancas, fuerza de trabajo, capital, etc., pero ellono signica que sea inherente a ese tipo de produccin la exis-tencia de formas democrticas de participacin social. Por otra

    parte, no es cierto que las condiciones de vida de las clases tra-bajadoras estn determinadas exclusivamente por las relacionessociales de produccin y que la posicin relativa de esas clasesno pueda variar signicativamente dependiendo de la manera enque se estructura el sistema poltico. La democratizacin de lasociedad capitalista no elimina la explotacin, pero s crea con-diciones que dicultan sus modalidades ms despiadadas y, sobre

    todo, establece circunstancias ms favorables para luchar contrala explotacin.

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    La tercera confusin en virtud de la cual algunos tienden a

    menospreciar el signicado del binomio democracia y socialismotiene su origen en el convencimiento ingenuo de que la aboli-cin de la propiedad privada conlleva en s misma la democra-cia social y vuelve intil el sealamiento explcito de metas re-lacionadas con la democracia poltica. La experiencia histricade los pases en que se dio la ruptura anticapitalista muestra quela desprivatizacin de la economa no implica por s sola la ins-tauracin del socialismo en el sentido ms estricto del trmino.

    Ni la tesis idealista segn la cual las dicultades observablesen las sociedades que han vivido esa ruptura se deben a errores dedireccin, ni la tesis materialista estrecha que atribuye esas dicul-tades a las condiciones histricas que existan en esas sociedadesantes de la ruptura anticapitalista, pueden explicar los fenme-nos que all ocurren. Es preciso reconocer de una vez por todasque un despliegue de la sociedad en direccin al socialismo exige

    tanto la desprivatizacin de los medios de produccin como lademocratizacin del sistema poltico. Cualesquiera sean los obs-tculos que crea la amenaza de las potencias capitalistas, en ellargo plazo la subsistencia misma de los estados que proclamansu vocacin socialista depende de que logren construir relacio-nes sociales democrticas lo que, por lo dems, vuelve efectivala posibilidad de construir un rgimen socialista. Tal experien-cia no tiene que ver solo con aquellos pases donde ya se dio la

    ruptura anticapitalista sino que, por supuesto, constituye unallamada de atencin sobre la necesidad de que en las sociedadestodava capitalistas la lucha por el socialismo vaya acompaadadel esfuerzo democratizador.

    La cuarta confusin que a veces impide ver el formidableimpulso que la democratizacin progresiva da a la transfor-macin de la sociedad en una direccin socialista, resulta de

    la creencia insostenible de que las clases trabajadoras, por supropia ubicacin en la estructura productiva, son ya un sujeto

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    revolucionario en potencia al que solo basta llevar la luz de la

    verdad de las ideas socialistas para que esa potencia se vuelvarealidad inmediata. Algn da ser preciso examinar con cuida-do hasta qu punto es prisionera del idealismo ms rampln laconcepcin pedaggica de una vanguardia conada en que elejemplo de su accin producir el estallido social, como idealistaes tambin el convencimiento de que la va para el cambio pro-fundo del orden social queda abierta por el radicalismo verbalque solo sabe propagandizar (del modo ms abstracto y general)las bondades del socialismo y denunciar con acritud el sistemaestablecido. Las masas no se forman como sujeto revolucionariomediante la pura propaganda sino a travs de su accin coti-diana en la que se plantean objetivos especcos viables en lascircunstancias vigentes. La confusin elemental entre reformismo

    y lucha por reformas pretende estimular un espritu revolucio-nario consecuente y, sin embargo, solo logra generar parlisis y

    estancamiento. El sujeto revolucionario no es algo dado por lasrelaciones de clase prevalecientes, sino que se forja en los suce-sivos conictos en los que la preocupacin por ampliar espaciosdemocrticos desempea un papel esencial.

    Las refomas democrticas no son una alternativa a la revolu-cin social sino una dimensin fundamental de esta.

    La quinta confusin sobre el vnculo entre democracia y so-cialismo est ligada a la comprensin insuciente y romntica

    de qu es la revolucin. Esta se entiende a veces como si consis-tiera solo en la toma del poder poltico central y no tambin entodo el proceso previo y posterior de organizacin de la sociedadpara que esta adquiera la capacidad de transformar de arribaabajo el sistema de relaciones sociales. Si no se hace de la tomadel poder una posibilidad abstracta que ocurrir algn da-cero,sino el resultado y la condicin, al mismo tiempo, de un proceso

    histrico de organizacin social; si no se ve la revolucin como unmero acto que pone n a un rgimen de dominacin sino como

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    el arduo trabajo de construir un nuevo sistema hegemnico; si

    se entiende que la clase obrera ha de articular a sus interesespropios los intereses de las dems clases y capas no privilegiadaspara lograr la formacin de ese nuevo sistema hegemnico, en-tonces se ver con mayor claridad que la lucha por una demo-cracia cada vez ms amplia y la lucha por el socialismo son dosfacetas de un mismo proceso histrico. Esto es particularmentecierto para un pas, como es el caso de Mxico, donde el poderpoltico no est connado en una aparato estatal desvinculadode la sociedad, sino que ese poder poltico conserva numerososlazos con (y control sobre) diversos sectores sociales.

    En Mxico hemos tenido avances signicativos en los ltimosaos en el camino de normalizar e institucionalizar el pluralis-mo poltico e ideolgico, tanto en el sistema poltico como enmedios de comunicacin, centros de enseanza e investigacin,etctera. Cierto que todava es enorme la distancia por recorrer:

    los habitantes del Distrito Federal continan sin derechos ciu-dadanos, la Comisin Federal Electoral sigue siendo un rganogubernamental, el predominio del poder ejecutivo sobre los po-deres legislativo y judicial casi no ha sido tocado, se mantienenlas trampas en las elecciones, radio y televisin son feudos enbuena medida exclusivos del gobierno y la derecha. La lista deinsuciencias democrticas en este terreno podra alargarse. Encualquier caso, no es en el sistema poltico donde las carencias

    democrticas son ms sensibles sino en los organismos socia-les populares, cuya frecuente sujecin al partido del Estado losconvierte ms en correas de transmisin del poder poltico queen lugares de organizacin y participacin de las clases traba-

    jadoras.El principal obstculo para el desarrollo democrtico del pas

    y para la formacin de una fuerza socialista masiva se encuen-

    tra, precisamente, en el modo de funcionamiento actual de lamayora de los organismos sociales. La barrera esencial para

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    superar tal obstculo est dada, por supuesto, por la complici-

    dad de intereses entre burocracia poltica y burocracia dirigentede organismos sociales, sobre todo, la burocracia sindical. Esacomplicidad mediante la cual la burocracia gobernante garanti-za considerable estabilidad en su base social de apoyo y la buro-cracia dirigente de los organismos sociales conserva posicionesde mando y control, llega al extremo de constituir no solo unfreno para la democratizacin de las relaciones sociales, sinoinclusive un elemento deformante de la estructura econmicadel pas, al inhibir la capacidad negociadora de los trabajadoresen la determinacin del reparto de la riqueza producida. Entodo caso, la cuestin de la democracia y el socialismo no seresolver en nuestro pas sin profundas modicaciones en el fun-cionamiento de los organismos sociales, las cuales pasan, sobretodo, por la eliminacin de su carcter de prolongaciones delaparato estatal.

    La modicacin del funcionamiento de los organismos so-ciales es tambin responsabilidad del psum, por lo menos en tressentidos: evitando que su indispensable actividad como parti-do nacional preocupado por avanzar soluciones alternativas alos problemas del pas y por ocupar el lugar que necesita enel sistema poltico, implique el debilitamiento de sus esfuerzosorientados a tener presencia creciente en las movilizaciones quese gestan en la base misma de la sociedad. No hay razn al-

    guna por la que el afn de lograr una proyeccin decisiva enel escenario poltico nacional, reste energa para situarse comofuerza organizadora, articuladora y dinamizadora de los proce-sos sociales. Por otra parte, es tambin responsabilidad del psumevitar que la progresiva construccin de un programa polticopropio entre en contradiccin con el impulso a las ms ampliasformas de convergencia. La bsqueda de identidad poltica y

    de las vas para alcanzar los objetivos programticos propios noson antagnicas a la participacin convergente en los distintos

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    niveles de la lucha social. Por ltimo, tambin es responsabi-

    lidad del psum la confrontacin ideolgico-poltica con otrasfuerzas de izquierda, sobre todo, combatiendo la tendencia aescindir la lucha social de la lucha poltica. Cierta tradicin dela izquierda mexicana se inclina a estimular la actividad social,pero se niega a insertar esa movilizacin en una perspectiva po-ltica ms amplia. El mero antigobiernismo no inscrito en unproyecto poltico nacional poco contribuye al desarrollo de lademocracia y a la formacin de una fuerza socialista en Mxico.

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    L1

    C ien aos despus de la muerte de Marx, la tarea del pen-samiento socialista no se agota, ni consiste en lo funda-mental, en la interminable exgesis del discurso marxiano. Elverdadero desafo para ese pensamiento se encuentra en suaptitud para problematizar aquellas formulaciones tericasde Marx as como de sus continuadorescuya validez parececuestionable a la luz de la experiencia histrica acumulada.

    Una de las innumerables tesis del discurso marxista que recla-ma examen riguroso y reformulacin en trminos ms precisos,es la que conere a la clase obrera el papel de sujeto polticorevolucionario. No se trata de sugerir, como lo hicieron otros,que la clase obrera ha sufrido un proceso de integracin en el sis-tema capitalista que la inhabilita para desempear ese papel,por lo que sera necesario localizar otro grupo social capaz decumplir la misin histrica de encabezar el proceso de transfor-

    macin del orden existente. Se trata, ms bien, de reexionarsobre la pertinencia de pensar los procesos polticos como sifueran susceptibles de ser realizados por fuerzas sociales. Enotras palabras, se trata de analizar hasta qu grado los sujetos

    polticos son irreductibles a sujetos de clase y, en consecuencia,hasta qu punto es convenientetanto para la explicacin de lahistoria como para la prctica polticaconcebir a los sujetos

    polticos como diferentes de las clases y mucho ms amplios1 Intervencin en un acto organizado por el psum (?). 1983.

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    que estas y como constituidos a travs de una multitud de

    contradicciones.2

    Las ideas de Marx sobre el papel de la clase obrera comosujeto revolucionario se elaboran en torno a dos ejes concep-tuales. El primero de ellos aparece en sus obras de juventud ydescansa en una concepcin antropolgica especulativa. As,por ejemplo, en el breve opsculo tituladoEn torno a la crtica dela losofa del derecho de Hegel, Marx pretende que la emancipacinalemana tiene su condicin de posibilidad en la formacin deuna clase... que es, en una palabra, la prdida total del hombre yque, por tanto, solo puede ganarse a s misma mediante la recu-peracin total del hombre. As pues, en la sociedad capitalistael proletariado es una clase con cadenas radicales que nopuede apelar al ttulo humano y constituye una esfera queposee un carcter universal por sus sufrimientos universales.La argumentacin se inserta en una concepcin teleolgica de

    la historia: el n del proceso

    la realizacin de la esencia hu-manase conoce por adelantado y otorga inteligibilidad a lasvicisitudes del proceso. En tanto el proletariado es la expresinms acabada de la negacin del hombre, encarna su potencialliberador. Su misin histrica proviene, precisamente, de que en-cierra la capacidad de negar esa negacin extrema del hombre.Si bien Marx no reincide en esa argumentacin, no cabe dudade que su huella es visible en el desarrollo posterior del pensa-

    miento socialista.El segundo eje conceptual en la determinacin de la clase

    obrera como sujeto poltico revolucionario se apoya en el an-lisis del modo de produccin capitalista, cuyo mecanismo fun-damental es la generacin de plusvalor. El funcionamiento deeste mecanismo supone, a la vez, la apropiacin privada de losmedios de produccin y la socializacin creciente de las fuerzas

    2 Ernesto Laclau y Chantal Moufe. La estrategia socialista: Hacia dnde ahora?, en ZonaAbierta, 28, Madrid, abril-junio de 1983, p. 57.

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    sociales al carcter especco que esas luchas adquieren en su

    dimensin ideolgico-poltica. La lucha de clases es un efectonecesario de la estructura capitalista, pero el sentido poltico deesa lucha no est denido de antemano por la propia dinmicaestructural. No puede armarse lgicamente que una ideolo-ga socialista est implcita en la existencia de la clase obrera yque por ello forme parte de su ideologa. Kautsky y Lenin es-taban en lo cierto al observar la diferencia entre ideologa de laclase obrera e ideologa socialista.5

    Como se recordar, enQu hacer?Lenin introduce una pro-funda revisin de las tesis predominantes en Marx sobre la re-lacin de clase y partido as como de clase y conciencia. Cita elconocido pasaje de Kautsky donde este considera completa-mente falso el enunciado de que la conciencia socialista serael resultado necesario, directo, de la lucha de clases proletaria.Lenin hace suyo este punto de vista y subraya la idea de que la

    clase obrera, librada a su propia fuerza, solo est en condicionesde elaborar conciencia sindicalista. Ms all de la discusin quepueda suscitar esta formulacin taxativa, la armacin leninistade que la conciencia poltica de clase no se le puede aportaral obrero ms que desde el exterior, esto es, desde fuera de lalucha econmica, desde fuera de la esfera de las relaciones entreobreros y patrones, impide la identicacin automtica de su-

    jetos sociales y sujetos polticos. La pretensin, por lo dems, de

    que cierta adscripcin poltica es atributo inherente a las clasessociales se encuentra desmentida por la propia historia.

    As pues, la vocacin socialista del proletariado plantea unproblema en tanto no es un predicado que pueda atriburse-le en forma inequvoca. Si bien la clase obrera es una fuerzadecisiva sin cuyo concurso no puede haber transformacin so-cialista, su papel en ese proceso no puede ser conceptualizado

    5 Gran Therborn, The ideology o power and the power o ideology, Londres, Verso, 1980,p. 65. [La ideologa del poder y el poder de la ideologa, Madrid, Siglo XXI, 1987, p. 54.]

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    como un privilegio histrico, garantizado de antemano por su

    lugar en las relaciones de produccin. Ese papel depende, porel contrario, de la emergencia de una entidad poltica capazde desarrollar un proyecto en el cual se reconozca esa fuerzasocial, pero no solo ella. Lo que separa a Lenin de Marx es elconvencimiento de que el partido jams es expresin de unsujeto poltico, el proletariado, ya constituido como tal. Ahorabien, ello no puede signicar, por supuesto, que el partido es,en s mismo, ese sujeto poltico. La nocin de vanguardia, quele atribuye al partido la virtud mgica de encarnar el papel desujeto revolucionario, da por resuelto lo que, en denitiva, esel problema bsico por resolver. Si la organizacin partidariano es representante directo de la clase, se abre la posibilidad deque esa entidad poltica no logre articular a las fuerzas socialesexistentes. Cuando esto ocurre, es obvio que su autoproclama-do carcter de vanguardia no justica su pretensin de ser el

    sujeto transformador. Aqu radica tambin la posibilidad, tan-tas veces observada, de que haciendo caso omiso de su inca-pacidad para articular fuerzas sociales, el partido opere comosustituto de tales fuerzas.

    La tradicin marxista ofrece una respuesta insuciente a lapregunta de cmo se constituyen los sujetos polticos. El discur-so tradicional tiende a visualizar esa construccin como simpleresultado de la divisin social, es decir, dado que todo modo de

    produccin distribuye a los individuos en diferentes lugares delsistema de relaciones sociales y una determinada ideologa seasocia a cada uno de esos lugares, se inere que la constitucinde los sujetos es un fenmeno superestructural derivado. Todose plantea como si dada cierta estructura social, la ideologa es-pecca de cada una de las clases componentes de esa estructuraprocediera a conformar los sujetos correspondientes en funcin

    de los intereses propios de cada clase. Se admite, claro est, laposibilidad de que la ideologa dominante constituya de manera

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    deformada a los sujetos de las clases dominadas, por la va de

    ocultar sus intereses especcos mediante la distorsin produci-da por la falsa conciencia. Basta entonces con el desplazamientode esa ideologa dominante y su sustitucin por mecanismosideolgicos idneos para que las clases dominadas se constitu-

    yan como sujeto poltico revolucionario. El planteamiento supo-ne que la clase es ya el sujeto poltico, o que puede serlo a travsde la adquisicin de los elementos doctrinarios pertinentes. Elsegundo supuesto inadmisible en la base del planteamiento, esel de que las nicas ideologas existentes en la sociedad son lasideologas de clase.

    Los sujetos polticos se constituyen en torno a una multipli-cidad de antagonismos sociales. Si bien el antagonismo funda-mental en la sociedad capitalista es el de clase, ello no excluyela presencia de otros antagonismos con mayor o menor peso encada situacin concreta. Ninguna coyuntura histrica se dene

    de modo exclusivo por la contradiccin de clase. Esto no debeentenderse como si se sugiriera la sustitucin del esquema ana-ltico que solo contempla el antagonismo de clase por otro enel que se registrara una suma de contradicciones desvinculadasentre s. Se trata, por el contrario, de proponer una visin dela realidad social donde las diversas contradicciones conguranun conjunto articulado. No es necesario, pero si frecuente, queel principio articulador de ese conjunto sea el antagonismo de

    clase. En cualquier caso, toda vez que est en juego una multi-plicidad de antagonismos sociales, los sujetos polticos a que estada lugar jams son las clases en cuanto tales. En ningn aconte-cimiento histrico intervienen sujetos polticos cuya taxonomasea la traduccin puntual y simtrica de las clases existentes. Ental virtud, el sujeto poltico nunca es la clase en cuanto tal ni unsector de la clase, sino un sujeto pluriclasista aun cuando en su

    interior pueda discriminarse la fuerza relativa con que intervie-nen actores de una u otra clase.

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    Por otra parte, el universo ideolgico nunca es reducible a

    ideologas de clase. Inclusive en las sociedades con mayor pola-rizacin y conciencia de clase, otras formas fundamentales dela subjetividad humana coexisten con subjetividades de clase.6El anlisis del concepto ideologa de clase mostrara que la ecaciade esta solo alcanza para constituir formas de la subjetividadnecesarias para que los individuos estn en condiciones de llevara cabo las tareas que se derivan de su adscripcin de clase. Sinembargo, la ideologa de clase no dene por s sola la posicinpoltica que adoptarn los miembros de una clase determinada

    y, por tanto, no es elemento suciente para constituir sujetos po-lticos. Ni siquiera la articulacin de la ideologa socialista con laideologa de clase basta para esa constitucin de la subjetividadpoltica. Se requiere, adems, la articulacin de elementos per-tenecientes a otras ideologas no clasistas (de carcter nacional,popular y democrtico), cuya ecacia est en funcin del con-

    junto de antagonismos sociales, para que se d la constitucinde sujetos polticos.

    6 lbid., p. 26.

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    L1

    Nadie hubiera podido prever a nales del sigloxix y comien-

    zos de este, las excepcionales dicultades que se levanta-ran como obstculos entorpecedores en el desenvolvimiento dela tendencia histrica orientada a la restructuracin democrti-ca y socialista del mundo contemporneo. El obstculo menosprevisible de todos era el que emergera de la formacin socialen la que cristalizaron las rupturas anticapitalistas ocurridas en

    diversos pases del orbe, el llamado socialismo real. En efecto, a lavuelta del siglo a nadie se le hubiera ocurrido disociar proyectosocialista y programa de democratizacin social. No es casua-lidad que los primeros agrupamientos polticos en los que seconcret la mencionada tendencia histrica se conocieran conel nombre de socialdemocracia. Para todos era evidente que el so-cialismo no sera sino la democracia llevada hasta sus ltimasconsecuencias y que la eliminacin de la propiedad privada se-

    ra solo un aspecto de un proceso ms amplio cuyo eje centralestara constituido por la socializacin del poder. Transcurridocasi todo el siglo xx, sin embargo, socialismo y democracia han ter-minado por ser vocablos excluyentes.

    El socialismo real, con su pretensin de ser la realidad del socia-lismo, aparece como la conrmacin cotidiana de esta contra-diccin. Frente a la prueba brutal de los hechos en el socialismo

    real, cmo sostener que al socialismo le es ajena la eliminacin1 Nexos, nm. 75, marzo de 1984.

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    ndole de esa formacin social no es resultado directo e inme-

    diato de la abrogacin de la propiedad privada. No hay socialis-mo por la mera circunstancia de la desaparicin de esta formade propiedad, si ella no va acompaada de la socializacin delpoder.

    Ahora bien, las rupturas anticapitalistas no dieron lugar ala formacin de sociedades socialistas, no solo porque ocurrie-ron en los eslabones dbiles del sistema mundial capitalista, pasesagrarios sin hegemona obrera, sino tambin porque los nue-vos regmenes nacieron y se desarrollaron, desde Rusia en 1917hasta Nicaragua en nuestros das, bajo el permanente asedio eintervencin militar de las potencias imperialistas. No es fciltener una idea precisa de lo que ha signicado la necesidad dedesplazar una enorme masa de recursos materiales y humanosa la construccin de una fuerza militar capaz de hacer fren-te a la amenaza constante de un enemigo dispuesto a destruir

    mediante la violencia la gestacin del nuevo orden social. Msdifcil an es pensar con claridad en qu medida la agresividadde las potencias imperialistas estableci una cultura de guerra dondela apertura de espacios democrticos hasta entonces, vale lapena insistir, inexistentesse volva ms improbable. Los esta-dos posrevolucionarios en el socialismo real devinieron estadosantidemocrticos no solo porque se constituyeron en socieda-des atrasadas, sino tambin porque tuvieron muy pronto que

    vivir para el combate contra el enemigo exterior. No solo habaque desatar un rpido proceso de sobre acumulacin (con laconsiguiente explotacin del trabajo) para subsanar gigantes-cos dcit en la satisfaccin de necesidades elementales sino,adems, para crear la base industrial que permitiera organizaruna defensa militar ecaz.

    Sera insuciente, en cualquier caso, pretender que el atraso

    de las sociedades agrarias en las que fueron factibles rupturasanticapitalistas y el acoso exterior al que fueron sometidos los

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    estados posrevolucionarios, bastan para explicar la ausencia de

    vida democrtica en el socialismo real. Habra que admitir has-ta qu grado en la propia elaboracin terica del movimien-to socialista se encuentran elementos cuya contribucin no hasido menor en la generacin de esa ausencia. As, por ejemplo,atraso y peligro externo estn en la base de la centralizacindel poder, pero el monstruoso Leviatn que ha emergido en esaregin del mundo tiene tambin mucho que ver con el funcio-namiento prctico del centralismo democrtico, binomio que remitea una concepcin del partido donde el sustantivo se acentahasta la completa eliminacin del adjetivo. El centralismo excluyela libre circulacin de ideas y traba la formacin de corrientes ytendencias hasta conformar una estructura vertical que refuerzala concentracin del poder en la cspide del aparato. El verti-calismo inherente a esa gura de la forma orgnica partido seexacerba cuando se conjuga con modos de gobierno que oclu-

    yen cualquier otra forma de organizacin social ajena al estrictocontrol partidario.En los pases del campo socialista el centralismo ahog el libre

    debate interno en el partido, pero otros elementos tericos hanintervenido para inhibir, adems, la formacin y despliegue deuna vigorosa sociedad civil. La idea, por ejemplo, de que el par-tido es expresin o representacin de la clase, est en el origen delapabullamiento de los aparatos sindicales y dems formas de

    organizacin social. En tanto el partido se presenta a s mismocomo expresin de la clase, la actuacin de esta (y del pueblo ensu conjunto) es sustituida por la actividad del supuesto partido-representante. Toda la iniciativa poltica queda reducida a laque emana de la direccin partidaria. Esta concepcin desem-boca en la hostilidad a cualquier perspectiva ideolgica distintaa la ocial, pues fuera de los horizontes establecidos por el par-

    tido todo es catalogado como ideologa burguesa. No es extraosi para preservar la unidad sin guras en tales condiciones se

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    vuelve imprescindible lograr la ms amplia desinformacin de

    la sociedad mediante el control riguroso de la produccin dis-cursiva.La izquierda de los pases capitalistas ha tenido que recorrer

    un largo camino para estar en posibilidad de apreciar en formacrtica lo que sucede en el socialismo real. Esa distancia ha sidocubierta de manera desigual por los diferentes segmentos de laizquierda en los diversos pases del mundo occidental. Era natu-ral y previsible que las rupturas anticapitalistas recabaran demodo inmediato y automtico la adhesin entusiasta e incon-dicional de parte de quienes en el resto del mundo pugnabanpor rupturas semejantes. Ese apoyo solidario no poda desapa-recer, por supuesto, de la noche a la maana y menos cuandolas visiones crticas eran impulsadas casi siempre por quienesno tenan otra nalidad que mantener la forma capitalista deorganizacin social. En efecto, la idea falsa de que toda evalua-

    cin crtica de la experiencia histrica del socialismo real es unasimple modalidad del pensamiento anticomunista, arraig encrculos de izquierda no solo por las inclinaciones dogmticasque estos desarrollaron, sino tambin por la reiterada compro-bacin de que con frecuencia se trataba ms bien de fortalecerla defensa del orden constituido. Todava hoy la derecha ilustradade nuestro pas (para no hablar ya de los sectores empresariales

    y de los publicistas reaccionarios), a la vez que se muestra alta-

    mente preocupada por la falta de democracia en el campo socia-lista, se siente obligada a formular juicios ridculos como, porejemplo, que Estados Unidos no es una potencia militarista! Enotras palabras, dado que la derecha de los pases capitalistas sedesentiende de las perspectivas democrticas en sus respectivassociedades y est atenta solo a la negacin de la democracia alldonde se ha eliminado la propiedad privada, contribuye a refor-

    zar la identicacin que la izquierda primaria suele establecerentre defensa del capital y defensa de la democracia. El discurso

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    democrtico pierde credibilidad por las numerosas veces en que

    es formulado por quienes a la vez promueven mecanismos des-pticos para la reproduccin de los privilegios vigentes.La poltica internacional estadunidense es la mejor ilustra-

    cin de lo anterior. Junto a la rme denuncia de la antidemo-cracia reinante en el socialismo real, Washington es desde hacemucho tiempo el respaldo fundamental de los gobiernos msbrbaros y genocidas del Tercer Mundo. Detrs de casi todaslas tiranas del capitalismo dependiente est la ayuda de la CasaBlanca. Serian impensables las formas brutales de ejercicio delpoder, en el rea centroamericana por ejemplo, sin la interven-cin militar estadunidense. Washington participa de manera de-cidida en el aplastamiento de la democracia chilena y a la vezpretende erigirse en el ms severo juez de la conducta del go-bierno cubano. Los sostenedores de la dictadura somocista apa-recen ahora como los crticos ms implacables del sandinismo.

    No sera preciso recordar hechos elementales de la vida polticacontempornea, si no fuera porque la farisaica derecha ilustradaomite aspectos decisivos de la realidad actual. Las clases domi-nantes solo exhiben preocupaciones democrticas cuando esten juego su sistema de dominacin, pero es insensato respondercon el mismo rasero y alimentar demandas democrticas nadams donde prevalece el rgimen de propiedad privada.

    La idea de que el enfrentamiento de bloques es manifestacin

    de la lucha de clases en escala mundial peca del mismo espritureduccionista presente en la tesis reaganiana segn la cual todoslos conictos sociales y polticos constituyen una manifestacindel antagonismo Este-Oeste. El pensamiento de izquierda que-da embotado si en aras de aquella idea cancela o suspende su

    juicio crtico respecto al socialismo real. Es comprensible que quie-nes despliegan la lucha social en el Tercer Mundo, con frecuen-

    cia en condiciones de terrible opresin, concedan poca atencinal debate en torno al carcter de las sociedades surgidas de las

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    rupturas anticapitalistas. El futuro del movimiento social depen-

    de, sin embargo, de su capacidad para no disociar el esfuerzode transformar la sociedad en una direccin tendencialmentesocialista y la preocupacin por una verdadera consolidacinde la democracia. La expropiacin de los medios de produc-cin, pero sin libertad de expresin, autonoma sindical, plura-lismo poltico e ideolgico, informacin uida, colectivizacinde las decisiones y socializacin del poder, podr constituir so-ciedades ms igualitarias pero ah no cristalizar una sociedadsocialista.

    El asunto de la democracia es inseparable de la cuestin delsocialismo.

    Justo porque en las sociedades capitalistas la democraciaes siempre restringida o de plano erradicada, es preciso con-cederle un lugar central en todo proyecto de cambio socialen la direccin mencionada. Si bien en los pases capitalistas

    del centro, la prolongada lucha de las clases dominadas y lasfavorables condiciones creadas por la capacidad de arrancarexcedente producido en el resto del mundo, han conducido asignicativos avances en la democratizacin social, una abun-dante experiencia histrica muestra que la dinmica propiadel capitalismo perifrico es profundamente hostil a los meno-res resquicios democrticos. Aqu la democracia ser resultadodel movimiento popular o no ser. Una preocupacin conse-

    cuente por las perspectivas democrticas en el Tercer Mundono excluye, todo lo contrario, la preocupacin similar respectoa tales perspectivas en el socialismo real. La circunstancia de queel neoconservadurismo haya hecho del asunto de la democra-cia en el campo socialista una plataforma publicitaria, no eximea la izquierda de reexionar crticamente sobre su actitud anteel problema de la democracia, no solo en referencia a su trata-

    miento terico de la cuestin, sino tambin en relacin con losefectos de su prctica poltica.

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    D1

    Quienes imprimen intencionalidad socialista a su actividadpoltica mantienen con frecuencia una relacin problem-tica y conictiva con los propsitos democrticos. Tal arma-cin es recibida, sin embargo, con sorpresa y molestia por lamayor parte de la izquierda, la cual parte del supuesto de quesus aspiraciones socialistas se identican, por denicin, con elms estricto sentido de las preocupaciones democrticas. Toda

    vez que muchos militantes de izquierda estn convencidos deque su accin poltica se desenvuelve en nombre de las clasestrabajadoras que constituyen la aplastante mayora de la socie-dad, no les cabe la menor duda de que esa accin es de suyodemocrtica. Plantear objetivos socialistas signica, desde estaperspectiva, actuar en funcin de los intereses populares ma-

    yoritarios contra la propiedad y privilegios de una minora re-ducida. Qu puede ser ms democrtico que esta vinculacin

    voluntaria y consciente de la actividad propia con los interesesmayoritarios de la poblacin?

    La identicacin automtica de mayora y democracia es justi-cada, en este contexto, inclusive si las mayoras en cuyo nombrese acta, permanecen ajenas e indiferentes a esa actuacin. As,puede llegarse al extremo aberrante de suponer que asaltar unbanco o secuestrar a una persona no son delitos, sino actos po-

    lticos en virtud de la intencionalidad de quienes ejecutan tales1 Nexos, nm. 97, enero de 1987.

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    actos y, ms an, actos democrticos debido a que se realizan

    en nombre de la lucha contra el capitalismo. Si bien, dadala vocinglera publicitaria orientada a identicar libre empresa,libre mercado y democracia, tal vez deba hacerse explcito que ladefensa del capitalismo no es en s misma democrtica y, porel contrario, las ms de las veces esa defensa conduce a las po-siciones ms antidemocrticas, debe subrayarse con la mismafuerza que la lucha contra la propiedad privada tampoco es ens misma democrtica. En efecto, la eliminacin de la propie-dad privada no equivale por s misma a la democratizacin dela sociedad.

    Rgimen de propiedad privada y democracia poltica tien-den a ser incompatibles en el sentido de que la preservacin deaquelen circunstancias difciles para ellomuy probablementeconduce a la destruccin de esta: es de esperar que las clases do-minantes en la sociedad capitalista recurran a cuanta prueba de

    fuerza y medida antidemocrtica sean posibles, antes de tolerarque la vigencia del sistema poltico democrtico ponga en peli-gro la subsistencia misma del principio de su dominacin. Estono signica, sin embargo, que sea impensable la construccinde amplios espacios democrticos en las sociedades capitalistas.Una abundante experiencia histrica (concentrada ms bien enpases de capitalismo temprano y endgeno) muestra la viabi-lidad de la construccindemocrtica en el capitalismo. Ni siquiera

    podra armarse que sea impensable el fracaso de las clases do-minantes en su eventual intento de anular la democracia parapreservar por medios represivos el principio de la propiedadprivada.

    En nuestros pases de capitalismo tardo y dependiente estms o menos difundido el mito de que el poder solo puede arre-batarse por la fuerza y que una poltica democrtica de izquier-

    da est de antemano condenada al fracaso. Ese mito descansaen una falacia monstruosa e incompatible con tesis fundamentales

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    del materialismo histrico, es decir, la idea de que el poder es

    una cosa que alguien detenta por la fuerza y a quien, por tanto,le debe ser arrebatada con los mismos procedimientos. El poderes una relacin social, no una cosa. No est en la punta del fusilni en el cajn de un escritorio. Si bien las relaciones de poderse condensan en el Estado y, particularmente, en los rganos degobierno, por lo que surge la apariencia de que quienes con-trolan esas instituciones tienen por ello solo el poder, lo ciertoes que se trata de relaciones sociales. Concebir el poder como unacosa que puede ser tomada conduce al abandono de la poltica,es decir, de la actividad orientada a conservar o modicar elsistema de relaciones sociales con base en la voluntad organizadade los miembros de la sociedad. En condiciones excepcionales dequiebra profunda del aparato estatal (que histricamente se pre-sentan muy de tarde en tarde), una minora organizada puedederrocar mediante un golpe de fuerza a las autoridades estable-

    cidas y plantearse el propsito de incorporar a la mayora dela sociedad a la tarea de construir un nuevo sistema de relacionessociales. En estos casos la minora tiene la capacidad de desplazara las antiguas autoridades ms por el resquebrajamiento del an-tiguo Estado que por la construccin democrtica de hegemonasocialista, por lo que el nuevo sistema de relaciones sociales solopodr adquirir carcter efectivamente socialista si despus delgolpe de fuerza se procede a esa construccin democrtica de la

    que pudo prescindirsepor las circunstancias excepcionales alu-didasantes de la toma del poder. En caso contrario, esa minorams all de la bondad de sus intencionesestar en posibilidadde estatizar la propiedad, pero no podr abrir paso a la organi-zacin socialista de la sociedad.

    As pues, si en la sociedad no se ha logrado acumulacin de-mocrtica antes de que una fuerza poltica de orientacin socia-

    lista se haga cargo del gobierno, entonces esa acumulacin esindispensable ex post. Ahora bien, de qu democracia se trata?

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    En nuestros paises de capitalismo atrasado, no obstante las po-

    sibilidades abiertas por el potencial desarrollo de las fuerzasproductivas, grandes segmentos de la poblacin permanecen almargen de mnimas condiciones de bienestarprerrequisito delfuncionamiento democrtico del sistema poltico. En nuestrospases la realidad social est marcada ante todo por la miseriade muchos. Millones de personas viven su existencia toda enmedio de la presencia dramtica del hambre y la desnutricin,sin empleo regular, al margen de las instituciones de salud, sinacceso a vivienda, con mnimos servicios de agua, drenaje, luz,etc., sin posibilidad de ir, en el mejor de los casos, ms all de ni-veles bsicos de escolaridad que apenas permiten mal insertarseen el tejido laboral. En estas circunstancias, no puede extraarque los socialistas desarrollen una visin de las cosas donde lademocracia desempea un papel de segundo orden, pues resul-ta prioritario luchar por un orden social que garantice igualdad

    y justicia social.Entonces, no es motivo de sorpresa si el concepto democracia aca-ba perdiendo su contenido propio. Termina por considerarse queuna lucha poltica empeada en lograr un rgimen social dondeempleo, educacin, salud, vivienda y alimentacin sean realidaduniversal es, de manera automtica, una lucha por la democracia.Desde siempre hay la tentacin de asociar el signicado estrictodel concepto democracia con las ideas de igualdad y justicia social,

    por lo que no parece demasiado arbitrario denominar democrticauna poltica que, sin embargo, no se preocupa por la democraciapoltica sino solo por eliminar propiedad privada, explotacin y,en general, el orden social sustentado en dramticas injusticias yabismal desigualdad en la distribucin de la riqueza producidacon el trabajo conjunto de la poblacin. La experiencia histricaha dejado claro, en cualquier caso, que la lucha contra el capital

    no va acompaada de manera automtica del espritu democr-tico. El igualitarismo prescinde sin dicultad de la democracia.

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    Puede invocarse con razn una amplia gama de factores y

    circunstancias histricas especcas en virtud de las cuales eltriunfo de fuerzas polticas que actuaron conforme a un pro-yecto socialista, no desemboc en construccin democrticadel nuevo orden social. Ms all de los factores y circunstanciasque intervinieron para conformar de cierta manera el sistema quesurge de los despojos de la autocracia zarista en Rusia, del ani-quilamiento del ejrcito nazi en Europa Oriental, de las suble-vaciones campesinas en China, del derrumbe de la estructuracolonial en ciertas regiones de frica y el sureste asitico y de laincapacidad para constituir un Estado nacional en Cuba; msall, pues, de las particularidades histricas concretas de cadacaso, el nuevo orden social excluye la democracia tambin porrazones imputables a la propia ideologa de quienes dirigieronla lucha poltica en esos lugares.

    En efecto, la ideologa del socialismo revolucionario con frecuen-

    cia cree descubrir en la democracia poltica una forma sin otrafuncin que edulcorar el rgimen de propiedad privada. Unrazonamiento descabellado pero muy difundido pretende quecomo la democracia no ha eliminado la explotacin o la acumu-lacin privada, entonces es su aliada. Se opone por ello la demo-cracia sustanciala la democracia formal. En los hechos, sin embargo,la democracia sustancial consiste en la innegable preocupacinpor las necesidades sociales, pero acompaada de la despreo-

    cupacin por cualquier institucin democrtica, aun si a vecesoperan ciertos mecanismos de participacin para atender asun-tos locales inmediatos en un espectro muy estrecho. La sustitu-cin de la democracia formal representativa por la democraciasustancial directa ha sido un juego de palabras para ignorarpluripartidismo, autonoma de las organizaciones sociales, libredifusin de ideas e informacin, libertades polticas, garantas

    individuales, es decir, el contenido efectivo de la democracia,cuya realidad no desaparece porque se le llameformal.

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    Sin duda alguna las formas propias de la democracia repre-

    sentativa no son sucientes para obtener la participacin de lasociedad en la gestin de la cosa pblica. Esas formas tampocodenen canales idneos para que la poblacin vigile la actua-cin de los rganos de gobierno. Parecen indispensables al ladode esas formas, mecanismos que propicien la participacin dela gente, en su calidad de productores, consumidores, usuarios,etctera. En cualquier caso, por amplia que sea la red de orga-nismos autogestionarios y por extendido que est el mbito dela democracia directa, no hay razn alguna para que la ideolo-ga socialista se oponga a la democracia formal representativa.En vez de excluirla para dar paso a una pretendida democraciadirecta sustancial, habra que orientar los esfuerzos tericos ypolticos en la va de pensar y construir su complementariedad.

    Es falsa la tesis reiterada de manera abusiva por el discursode izquierda, en el sentido de quepara decirlo con palabras de

    Agustn Cueva

    la democracia no es un cascarn vaco, sino uncontinente que vale en funcin de determinados contenidos. Sibien es obvio que no se trata de un cascarn vaco, en cambiopara nada es evidente de suyo que se trata de un continente quevale en funcin de determinados contenidos. Por el contrario,es una forma de relacin poltica que vale en y por s misma. Sepuede armar que un rgimen democrtico no resuelve por ssolo determinados problemas econmicos y sociales; se puede

    decir tambin que por s solo no supone la consecucin de de-terminados objetivos socialistas, pero la