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Miguel Pérez de Laborda El más sabio de los atenienses Vida y muerte de Sócrates

Pérez de Laborda, Miguel - El Más Sabio de Los Atenienses

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Miguel Pérez de LabordaEl más sabio de los ateniensesVida y muerte de SócratesEste ensayo quiere ser una explicación de lo que es en realidad la filosofía; y toma como referente al "más sabio de los atenienses": Sócrates.Conocer a Sócrates significa descubrir a un filósofo que habla de cosas importantes y vitales, de la vida de cada uno. Significa también descubrir una filosofía que no ha renunciado a buscar la verdad, y que no se queda en la forma. Sócrates concibe la filosofía como un modo de vida, que le lleva a querer purificar su propia alma de todo lo superfluo.¿Cómo es posible, entonces, que quien es presentado como un maestro del filosofar fuera condenado a muerte por un legítimo tribunal de Atenas, la ciudad por antonomasia de los filósofos?En este libro se aportan interesantes datos para responder a esa cuestión, y para defender al filósofo de las acusaciones por las que se le condenó; aunque, como el propio Sócrates dijo entonces: "A lo largo de toda mi vida no he cometido ninguna acción injusta, que es precisamente lo que yo considero la mejor manera de preparar una defensa". Miguel Pérez de Laborda (Bilbao, 1963) es Doctor en Filosofía por la Universidad de Navarra (1991) y por la Pontificia Universidad de la Santa Cruz, Roma (1994). Ha sido profesor de Lógica y Filosofía del Lenguaje en la Universidad de Navarra, y actualmente es profesor de Metafísica en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz.Entre sus publicaciones destacan La razón frente al insensato. Dialéctica y fe en el argumento del Proslogion de San Anselmo (1995), la traducción, introducción y comentario del Proslogion de San Anselmo de Canterbury (publicación en curso), y los artículos Sujeto propio y esencia: el fundamento de la distinción aristotélica de modos de predicar (1996) y È possibile negare il principio di contraddizione? (1997).IndicePrólogo 1. El Sócrates platónico2. Descubrimiento de su vocación a «vivir filosofando» 3. Puesta en práctica de su misión: la educación de los jóvenes 4. La educación del filósofo5. Los grandes sofistas y sus consecuencias 6. Los falsos filósofos 7. Amigo de los dioses y de los hombres 8. Motivos de la condena9. El canto del cisne10. Muerte de un justoEpílogo

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  • Miguel Prez de Laborda

    El ms sabio de los ateniensesVida y muerte de Scrates

  • Este ensayo quiere ser una explicacin de lo que es en realidad la filosofa; y toma como referente al "ms sabio de los atenienses": Scrates.

    Conocer a Scrates significa descubrir a un filsofo que habla de cosas importantes y vitales, de la vida de cada uno. Significa tambin descubrir una filosofa que no ha renunciado a buscar la verdad, y que no se queda en la forma. Scrates concibe la filosofa como un modo de vida, que le lleva a querer purificar su propia alma de todo lo superfluo.

    Cmo es posible, entonces, que quien es presentado- como un maestro del filosofar fuera condenado a muerte por un legtimo tribunal de Atenas, la ciudad por antonomasia de los filsofos?

    En este libro se aportan interesantes datos para responder a esa cuestin, y para defender al filsofo de las acusaciones por las que se le conden; aunque, como el propio Scrates dijo entonces: "A lo largo de toda mi vida no he cometido ninguna accin injusta, que es precisamente lo que yo considero la mejor manera de preparar una defensa".

    ArmauirumqueArmauirumque

  • Miguel Prez de Laborda (Bilbao,. 1963) es Doctor en Filosofa por la Universidad de Navarra (1991) y por la Pontificia Universidad de la Santa Cruz, Roma (1994). Ha sido profesor de Lgica y Filosofa del Lenguaje en la Universidad de Navarra, y actualmente es profesor de Metafsica en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz.

    Entre sus publicaciones destacan La razn frente al insensato. Dialctica y fe en el argumento del Proslogion de San Anselmo (1995), la traduccin, introduccin y comentario del Proslogion de San Anselmo de Canterbury (publicacin en curso), y los artculos Sujeto propio y esencia: el fundamento de la distincin aristotlica de modos de predicar (1996) y possibile negare il principio di contraddizione? (1997).

    Cubierta: Dufresnoy, Ch. A., Muerte de Scrates (detalle). Galena Palatina, Florencia. Scala.

  • MIGUEL PREZ DE LABORDA

    EL MS SABIO DE LOS ATENIENSES

    Vida y muerte de Scrates, maestro del filosofar

    EDICIONES RIALP, S. A. MADRID

  • 2001 by M iguel Prez de Laborda 2001 by EDICIONES RIALP, S. A., Alcal, 290, 28027 Madrid

    N o est p erm itid a la reproduccin total o parcial de este libro, ni su tratam iento inform tico, ni la transm isin de ninguna form a o por cualquier m edio, ya sea electrnico, m ecnico, por fotocopia, por registro u otros m todos, sin el perm iso previo y por escrito de los titulares del Copyright. El editor est a disposicin efe los titulares de derechos de autor con los que no haya podido ponerse en contacto.

    Fotocomposicin. M. T. S. L.

    ISBN: 84-321-3331-0 Depsito legal: M. 47.686-2000

    Printed in Spain Impreso en Espaa

    Grficas Rogar, S. A., Navalcarnero (Madrid)

  • Indice

    Prlogo ............................................................................ 11

    1. El Scrates platnico............................................. 152. Descubrimiento de su vocacin a vivir filoso

    fando ..................................................................... 453. Puesta en prctica de su misin: la educacin de

    los jvenes .............................................................. 754. La educacin del filsofo .................................. 995. Los grandes sofistas y sus consecuencias ............ 1276. Los falsos filsofos ................................................ 1537. Amigo de los dioses y de los hombres ............. 1838. Motivos de la condena......................................... 2039. El canto del c isn e ................................................... 227

    10. Muerte de un justo ............................................... 245

    E plogo ............................................................................ 263

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  • Abreviaturas

    AlciApolBanqCarmCratCritEutidEutifFilGorgHip MenHip MayParmPolProtRepSofTeet

    Alcibiades IApologaBanqueteCrmidesCrtiloCritnEutidemoEutifrnFileboGorgiasHipias MenorHipias MayorParmnidesPolticoProtgorasRepblicaSofistaTeeteto

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  • Prlogo

    Este libro pretende ser una exhortacin a la filosofa y una explicacin de lo que ella es en realidad dejando de lado las apariencias .

    Cuando las personas que todava no se han acercado a la filosofa oyen hablar de ella, suelen pensar que es algo abstracto, muy lejano de la vida corriente y de los problemas que realmente les interesan. Para ellos, la filosofa no es ms que una ocupacin curiosa, a la que se dedican algunos sujetos un poco extraos, que andan todo el da por las nubes.

    Otras veces, en cambio, se piensa en personajes de esos que aparecen todos los das en la televisin en los programas de ms audiencia y que escriben en los peridicos artculos de opinin sobre temas de actualidad. Son personas estimadas y ledas viven de eso; y bien que viven ; pero lo son sobre todo porque saben recoger el sentir popular, estn siempre informados sobre los temas de moda y saben decir de un modo elegante lo que todo el mundo piensa.

    Puede haber personas a quienes les guste estar en las nubes; y supongo que es importante que haya otros que

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  • sepan recoger y formular las opiniones populares. Pero si esto es todo lo que hay, no faltar algo que es verdaderamente importante: la filosofa entendida tal como en su origen algunos filsofos griegos la entendieron?

    Contemplar la persona de Scrates significa descubrir un filsofo que habla de cosas mximamente importantes y vitales, porque habla precisamente de la vida, de la vida de cada uno (y pocas cosas hay ms interesantes que nuestra propia vida); al mismo tiempo significa descubrir una filosofa que no ha renunciado a tratar de alcanzar la verdad (la verdad sobre la vida), que no es un mero amontonamiento indiscriminado de conocimientos (un gran dominio de la historia de la filosofa) y que no se queda con la pura forma, habiendo prescindido de todo contenido.

    Scrates es adems alguien que no concibe la filosofa como una simple profesin, una pura ocupacin, sino como una form a de vida, el deseo de percibir cul es la verdad sobre la propia vida le lleva a poner de lado todo aquello que pudiera impedrselo o dificultrselo; y tratar de vivir conforme a tal verdad, es decir, purificar su propia alma de todo aquello que le pueda impedir o dificultar vivir el tipo de vida ms perfecto.

    Pero podramos preguntarnos: cmo es posible que quien es presentado como maestro del filosofar haya sido condenado a muerte por un legtimo tribunal de Atenas, que es por antonomasia la ciudad de los filsofos?

    En este libro tendr que responder a esta pregunta, pues quin puede presentar a Scrates como un maestro del filosofar sin defenderle contra las acusaciones por las que se le conden? Para hacerlo, presentar otros personajes contemporneos a Scrates, a los que ste parece que se parece sera demasiado decir simplemente que se p arece . Son diversos tipos de falsos filsofos, con los que

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  • los miembros del tribunal que lo juzg confundieron a Scrates, engaados por algunas personas que por motivos polticos la verdadera filosofa es necesariamente incmoda para la poltica queran acabar con l.

    La mejor defensa de Scrates, de todos modos, es presentar su vida. l mismo era consciente de ello; y, en consecuencia, cuando poco antes de tener que responder ante el Tribunal un amigo suyo le pregunt: No deberas examinar, Scrates, los argumentos de tu defensa?, l contest: No crees que me he pasado toda la vida preparando mi defensa? Porque a lo largo de toda mi vida no he cometido ninguna accin injusta, que es precisamente lo que yo considero la mejor manera de preparar una defensa1.

    1 J eno fo n te , Apologa de Scrates, 3. Para todas las obras citadas de Jenofonte he utilizado la traduccin de Juan Zaragoza, Gredos, Madrid 1993. Tambin para las obras de Platn he usado las traducciones publicadas por Gredos.

  • 1. El Scrates platnico

    Meleto, hijo de Meleto, del demo de Piteo, contra Scrates, hijo de Sofronisco, del demo de Alpece, present esta acusacin y la jur: Scrates es culpable de no reconocer los dioses que la ciudad reconoce y de introducir otras nuevas divinidades; y es tambin culpable de corromper a los jvenes (D igenes Laercio, Vida de filsofos, L. II, c. V, n. 40).

    Condena a muerte de un ateniense

    Cuando se tiene que presentar ante el tribunal de Atenas que le habra de condenar a muerte, Scrates tena unos 70 aos. Despus de una larga vida dedicada de lleno a la filosofa, debe responder a una acusacin criminal delante del arconte rey (el magistrado bajo cuya jurisdiccin caan las causas religiosas). El juicio, como todos aquellos procesos en los que se peda la pena de muerte, se tena que desarrollar en el arco de una sola jomada.

    Se sostuvo en primer lugar el discurso de la acusacin, del que poco sabemos. Slo Platn, al inicio de su Apologa de Scrates, hace decir a ste que tal discurso ha sido sin duda persuasivo, pero que en realidad no se ha dicho nada verdadero. Y aade Scrates:

    De las muchas mentiras que han urdido, una me caus especial extraeza, aquella en la que decan que tenais que precaveros de ser engaados por m porque, dicen ellos, soy hbil para hablar (Apol 17a).

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  • Por lo que parece, Scrates haba sido presentado como un hbil sofista, un especialista en deformar la realidad con sus discursos. Los acusadores, no queriendo que con sus palabras los miembros del tribunal pudiesen ser engaados, les ponen sobre aviso del peligro que corren.

    Por diversas fuentes sabemos los nombres de los que intervinieron en la acusacin. Segn los testimonios que recoge Digenes Laercio1, la acusacin fue presentada por Meleto, el discurso fue redactado por nito o por el sofista Polcrates y pronunciado por Polieucto, y todos los preparativos procesales corrieron a cargo del demagogo Licn.

    Puede parecer, segn tal testimonio, que fue Meleto el principal instigador de la acusacin, sirvindose de especialistas que le pudiesen ayudar en los diversos menesteres, sobre todo el redactar el escrito y el leerlo delante del tribunal. Pero en el 399, cuando se produce la condena de Scrates, Meleto era un personaje prcticamente desconocido en la ciudad de Atenas; lo era incluso para el propio Scrates, a juzgar por la descripcin de su acusador que da en el Eutifrn (2b):

    Parece que es joven y poco conocido. Segn creo, se llama Meleto y es del demo de Piteo [...], de pelos largos, poca barba y nariz aguilea.

    N o parece por tanto que su acusacin fuese consecuencia de un profundo conocimiento de la persona de Scrates y la doctrina por l enseada. Ms bien parece

    1 D i g en es La ercio , Vidas de filsofos ilustres, Iberia, Barcelona 1986, L. II, c. V, n. 38.

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  • ser una persona ansiosa de darse a conocer, de tener sus primeros xitos brillantes delante de sus conciudadanos, para llegar a ser uno de los personajes de fama. No es de extraar, por ello, que Scrates dirija contra l palabras ciertamente duras:

    Me parece que este hombre, atenienses, es descarado e intemperante y que, sin ms, ha presentado esta acusacin con cierta insolencia, intemperancia y temeridad juvenil (Apol26).

    En verdad, Meleto era slo un pen movido desde la sombra por Anito. Hijo del rico Antemin, Anito fue a finales del siglo V uno de los polticos ms importantes del partido democrtico; y era, segn parece, hombre poco religioso. En el 409 es enviado al frente de una expedicin para socorrer la ciudad de Pilos contra los lace- demonios. Pero habiendo fracasado el intento como consecuencia de un temporal, es acusado en Atenas de traicin. Segn el testimonio de Aristteles en su Constitucin de los atenienses, Anito compr el tribunal y logr ser absuelto (episodio que, segn el Estagirita, da origen a la poca de corrupcin de los jueces). Anito, por tanto, tena ya una cierta experiencia en cuestin de manipulacin de los tribunales y de la opinin pblica. Por ello, no era buena cosa para Scrates el tenerlo como enemigo. Adems, gracias a su empeo personal en la cada de los Treinta (gobierno partidario de Esparta), poco tiempo antes del proceso a Scrates volvi a ser una de las personas ms influyentes de la ciudad.

    La acusacin, de todos modos, no fue simplemente idea de unas pocas personas enemigas de Scrates. Si en el juicio se hubiesen dado a conocer episodios secretos de

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  • la vida de Scrates por los que ste mereca la muerte, se podra comprender que unas pocas personas convenciesen de la culpabilidad a todos los miembros del tribunal. Pero nada se dice que no fuese ya previamente de todos conocido. La acusacin, por tanto, estaba en el ambiente; y muchos podan sin dificultad ser convencidos de que Scrates era peligroso para la ciudad. De hecho, el propio Scrates se refiere a un ms amplio grupo de acusadores cuando afirma que los que le han acusado han sido: Meleto, irritado en nombre de los poetas; nito, en el de los artistas y de los polticos, y Licn, en el de los oradores (Apol23e). Poetas, artistas, polticos y oradores: estn aqu representadas todas las personas que tenan un cierto peso en la vida pblica de la ciudad.

    Despus del discurso de la acusacin, tena lugar el de defensa, que fue pronunciado por el propio Scrates. Tras rechazar cada una de las acusaciones, se pone en manos de los jueces, no mendigando de ellos piedad, sino exigiendo justicia. A continuacin los jueces hacen una primera votacin, en la cual deben decidir si el acusado es o no culpable. De los 501 jueces, 281 le declaran culpable y 220 inocente.

    En el caso de que el reo fuese declarado culpable, como ocurri con Scrates, el procedimiento prevea que tuviese lugar un segundo discurso de la defensa, con el que se ofreca una pena alternativa a la pedida por la acusacin. Los jueces deban despus elegir una de las dos penas propuestas.

    Si Scrates hubiese propuesto una pena suficientemente grave (el exilio o una multa elevada), probablemente los jueces le hubieran perdonado la vida a cambio

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  • de tal pena. Pero Scrates se comport de modo desconcertante: en vez de intentar a toda costa salvar la vida, insiste en su inocencia de un modo que parece provocativo, afirmando que si debe proponer una pena proporcionada a su culpa, cree que debera ser ms bien un premio; por ejemplo, el ser alimentado el resto de su vida en el Prita- neo, como se haca con las personas que haban dado gloria a la ciudad, y como convena a una persona que, como l, es pobre y necesita tener mucho tiempo de ocio para poder cumplir mejor su cometido: exhortar a los atenienses a vivir una vida mejor (Apol36d).

    De todos modos, para evitar que sus discpulos pudiesen un da ser criticados por no haber querido salvar a su maestro, afirma:

    Platn, Critn, Critobulo y Apolodoro me piden que proponga treinta minas y que ellos salen fiadores. As pues, propongo esa cantidad. Estos sern para vosotros fiadores dignos de crdito (Apol36d).

    Tal pena poda haber sido por s misma suficiente para salvar la vida, pero despus de la provocacin a ellos dirigida, los jueces no se mostraron indulgentes. Por ello, mientras en la primera votacin slo 280 le haban declarado culpable, ahora son 360 los que piden la pena de muerte. Con gran satisfaccin de nito, el segundo discurso de Scrates haba sido interpretado como una prueba de su orgullo, y los jueces haban quedado mejor dispuestos a creer en la culpabilidad de Scrates.

    Tres son los motivos de la acusacin: no reconocer los dioses en los que la ciudad cree, introducir nuevas divini

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  • dades y corromper a los jvenes. El propio Platn establece la conexin entre estos aspectos diversos al inicio del Eutifrw. cuando el protagonista de este dilogo se entera de la acusacin formulada contra Scrates, pregunta lleno de estupor: Qu dice [Meleto] que haces para corromper a los jvenes?. A lo cual responde Scrates: Cosas absurdas, amigo mo, para orlas sin ms. En efecto, dice que soy hacedor de dioses, y, segn l, present esta acusacin contra m porque hago nuevos dioses y no creo en los antiguos (Eutif 3a-b).

    A juzgar por los diversos testimonios, la acusacin no present testigos para corroborar los cargos en contra de Scrates. Pero no parece siquiera que ello hiciera falta, tanto eran conocidas las noticias sobre la persona y la actividad pblica de Scrates, y tan lejano era el origen de las primeras acusaciones contra l. Por ello Scrates afirma que

    desde antiguo y durante ya muchos aos, han surgido ante vosotros muchos acusadores mos, sin decir verdad alguna, a quienes temo yo ms que a Anito y los suyos, aun siendo tambin stos temibles (Apol 18b).

    Y son tan temibles porque los propios jueces han crecido oyendo tales acusaciones desde nios, y se han habituado a creerlas sin siquiera preguntarse si tienen fundamento. Creen sin dudarlo que Scrates se ocupa de las cosas celestes, que investiga todo lo que hay bajo la tierra y que hace ms fuerte el argumento ms dbil, y dan por supuesto que los que investigan eso no creen en los dioses (Apol 18c-d).

    En el momento de la condena, Jenofonte que haba sido durante un tiempo discpulo de Scrates es

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  • taba fuera de Grecia, ocupado en la expedicin de Ciro que narrara posteriormente en la Anbasis. Su conocimiento de Scrates, aunque no profundo, era suficiente para tener de l una alta estima. Y es grande por tanto su perplejidad cuando tiene noticia de la decisin del tribunal. Aos despus no haba todava disminuido su incredulidad, a juzgar por sus palabras:

    A menudo me he preguntado sorprendido con qu razones pudieron convencer a los atenienses quienes acusaron a Scrates de merecer la muerte2.

    Aunque nosotros no hemos conocido personalmente a Scrates, el hecho de que, a lo largo de la historia, su persona y su muerte hayan tenido tan gran importancia puede tambin despertar en nosotros el asombro. Cmo es posible que una persona como l fuese condenada a muerte por sus conciudadanos? Quines eran esos enemigos suyos, capaces de tender una trampa tan eficaz?

    Pero alguien podra pensar que tales preguntas surgen de una actitud que es a priori favorable a Scrates, y podra sostener en cambio la actitud contraria, fundada en el supuesto de que el Scrates de los filsofos es una invencin mtica, que tiene su origen en los escritos platnicos; en tal caso podra formular preguntas bien diversas a las primeras: por qu una persona que ha merecido ser condenada a muerte por sus conciudadanos ha sido despus ensalzada por los filsofos? Qu oscuros intereses de grupo hay detrs de esta exaltacin? Parece que el propio Scrates de la Apologa las entrev cuando afirma que quiz alguien diga: No te da vergenza, Scrates, ha

    2 Je n o fo n te , Recuerdos de Scrates, L. I, 1 ,1 .

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  • berte dedicado a una ocupacin tal por la que ahora corres peligro de morir? (Apollb).

    El objetivo de los captulos que siguen no es slo mostrar la injusticia de la condena y presentar los motivos que la explican. Quiero tambin resaltar que Scrates es, todava hoy, un verdadero maestro de la filosofa; o mejor: irn verdadero maestro del filosofar. Contemplar su actividad al servicio de Atenas, la fidelidad a la vocacin que cree haber recibido y que le lleva a ofrecer conscientemente su vida como testigo de la verdad , puede ayudar tambin al hombre de hoy a percatarse del poder del pensamiento, un pensamiento con tal fuerza revolucionaria como para hacer temblar toda una sociedad. Entonces, los buenos deseos de transformar una sociedad se podrn concretar ms eficazmente, usando como Scrates todos los medios que la inteligencia pone a nuestra disposicin. Un resultado de todo ello ser sin duda el choque con los nitos y meletos de nuestra cultura. Pero quiz esto es inevitable: Scrates, siendo un personaje incmodo para el poder establecido, muestra una caracterstica que es frecuente compaera del verdadero filsofo.

    Las diversas fuentes: Aristfanes y Jenofonte

    El primer problema que se presenta a quien se acerca a la persona de Scrates es el de la multiplicidad de fuentes y las substanciales diferencias entre ellas. Sabemos con seguridad que su muerte se produjo en el 399 a.C., y que entonces tena ya unos 70 aos. No hay motivos tam poco para dudar de algunos otros datos que nos transmite Platn: es hijo de Sofronisco (Laques 180d) y de Fe- nreta, una excelente y vigorosa partera ( Teet 149a),

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  • miembro de la tribu Antiquide (Apol 32b) y del demo deAlpece (Gorg495d).

    Los problemas se presentan ms graves, en cambio, cuando intentamos conciliar lo que las diversas fuentes dicen de su personalidad y su filosofa. Esta multiplicidad de fuentes, unida al hecho de la diversidad de interpretaciones que en ellas encontramos de la persona y la doctrina socrtica, ha dado lugar a la llamada cuestin socrtica. qu debemos creer del Scrates verdaderamente existido?; es alguna de las versiones transmitidas suficientemente atendible? Tras una breve consideracin de las obras de Aristfanes y Jenofonte, expondr los motivos que me han llevado en esta obra a centrar mi atencin en los escritos platnicos.

    Al inicio de su primera defensa, segn nos cuenta Platn, Scrates se refiere a las acusaciones contra l que desde hace muchos aos han surgido en la ciudad. Y aade:

    Estos acusadores son muchos y me han acusado durante ya muchos aos, y adems hablaban ante vosotros en la edad en la que ms podais darles crdito, porque algunos de vosotros erais nios o jvenes y porque acusaban in absentis, sin defensor presente. Lo ms absurdo de todo es que ni siquiera es posible conocer y decir sus nombres, si no es precisamente el de cierto comedigrafo {Apol Iftc-).

    Tal comedigrafo no es otro que Aristfanes, que en el 423 (es decir, 24 aos antes del proceso) haba representado su comedia Las Nubes, anticipando la caracterizacin de Scrates que despus encontramos en la acusacin: que se ha dedicado a investigar las cosas subterrneas y celestes:

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  • En efecto, tambin en la comedia de Aristfanes verais vosotros a cierto Scrates que era llevado de un lado a otro afirmando que volaba y diciendo otras muchas necedades {Apol 19c).

    El calificativo necedades es verdaderamente adecuado para referirse a las cosas que hace el Scrates descrito en la comedia Las Nubes. La trama de esta obra es sencilla: Es- trepsades lleva a su hijo Fidpides a Scrates para que lo convierta, a cambio de un precio justo, en una persona tan hbil en sostener las razones contrarias a la justicia que sea capaz de vencer en cualquier discusin o pleito3. De este modo, pretende no tener que pagar las numerosas deudas causadas por la desenfrenada vida del hijo. El resultado obtenido despus de las enseanzas socrticas, por desgracia para Estrepsades, es bien diverso al esperado: recibe abundantes bofetadas de manos de su propio hijo, que llega incluso a probarle racionalmente que lo que est haciendo abofetear a su padre es un acto de justicia. Con lo cual Estrepsades decide pegar fuego al Pensatorio, es decir, la casa de los charlatanes, el lugar donde se rene Scrates con sus discpulos; y lo hace por muchas razones, pero sobre todo por vilipendio contra los dioses (1508-1509).

    En la comedia aparecen claramente varios aspectos que ahora interesa resaltar. Por un lado, Scrates es descrito como un sofista, que ensea a hacer fuerte el razonamiento dbil, y como un filsofo de la naturaleza, que se dedica a estudiar las cosas del cielo. En ella, adems, Scrates corrompe a Fidpides, que se rebela contra el padre; y le ensea a negar la existencia de Zeus, introduciendo nuevas divinidades (1471).

    3 Cfr. Aristfanes, Las Nubes, 1313-1318.

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  • Para entender qu es lo que intenta decir Aristfanes con su obra es necesario tener en cuenta, en primer lugar, que se trata de una comedia. Aunque parece que Aristfanes mismo era un reaccionario, enemigo de toda novedad, no hay que tomarse muy en serio lo que afirma acerca de Scrates: l mismo no lo pretende, pues intenta simplemente hacer rer al pblico. Para ello, y con una intencin de fondo de criticar en general a los sofistas, elige al ms conocido de entre los filsofos de la poca, consciente de que los espectadores probablemente no seran capaces de hacer grandes distinciones entre unos y otros filsofos. Introduciendo como personaje a alguien conocido, lo adorna de propiedades a l ajenas: unas simplemente inventadas, otras ms propias de otro tipo de filsofos.

    A los ojos del propio Aristfanes probablemente Scrates era bien diverso de la caricatura que de l haba elaborado. Y Scrates mismo interpretara la comedia como lo que era: una comedia. Las relaciones entre ambos, en efecto, no parece que fueran malas: Platn los presenta juntos, como buenos amigos, en el Banquete, que viene datado unos 7 aos despus de la representacin de Las Nubes. Pero, aunque no necesariamente fuese intencin de Aristfanes criticar al propio Scrates, al lector le resultan evidentes los peligros de la actitud que viene caricaturizada: a travs de las enseanzas de los sofistas, los ciudadanos aprenden a evitar sus deberes cvicos, y los hijos a despreciar a sus padres; tanto la familia como la polis sufren, por tanto, las consecuencias de tales enseanzas.

    La segunda de las fuentes que debemos citar es Jenofonte (he hecho ya mencin de la extraeza que este es

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  • critor manifest cuando supo la suerte corrida por Scrates). De las relaciones entre ambos sabemos poco. En cualquier caso, si es verdad que el Jenofonte que tanto habla de Scrates es el mismo que el que escribi la An- basis, era todava un joven discpulo del maestro cuando sale de Atenas para participar en la expedicin de Ciro contra el rey de Persia (en el 401), narrada en esa obra. Su carcter, astucia y ambicin, as como sus cualidades narrativas, son evidentes a lo largo de toda la crnica. Pero la lectura de los diversos dilogos que dedica a Scrates muestra, al contrario, que en el tiempo de permanencia junto a l no haba conseguido adquirir por completo el espritu filosfico de su maestro.

    Cuatro son los dilogos de Jenofonte centrados en la persona de Scrates: Recuerdos de Scrates, Apologa, Banquete y Econmico. Mientras que estos dos ltimos tratan de cuestiones ms particulares, los dos primeros son explcitamente una defensa del maestro. En Recuerdos de Scrates intenta, a travs de la narracin de diversas ancdotas de su vida, mostrar que era una persona verdaderamente justa. En la primera parte de la obra, rechaza la acusacin que se haba hecho contra Scrates; en la segunda, muestra cmo todos los que a l se acercaban se beneficiaban de sus enseanzas4. Y la intencin con la que escribi la Apologa la expone l mismo al inicio de esta obra: Otros han escrito sobre ello, y todos han coincidido en la altanera (megalegora) de su lenguaje, lo que demuestra evidentemente que es as como se expres, pero una cosa no dejaron suficientemente clara, y es que haba llegado a la conclusin de que para l la muerte era

    4 Cfr. L. Strauss, The Problem o f Socrates, en The Rebirth o f Classical Political Rationalism, The University o f Chicago Press, 1989, p. 135.

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  • ya en aquel momento preferible a la vida; con esta omisin resulta que la altanera de su lenguaje parece bastante insensata5.

    A pesar de que el intento de Jenofonte en sus dilogos es claramente apologtico, el juicio que los especialistas en la filosofa socrtica le reservan suele ser ms bien duro. Sirvan como ejemplo estas palabras de Vlastos: Uno difcilmente se puede imaginar un hombre que en gustos, temperamento y bagaje crtico (o falta de l) se distinga de los miembros principales del crculo ntimo socrtico tanto como Jenofonte6. No es de extraar, por ello, que en muchos aspectos la descripcin que hace de Scrates no sea ms que un dbil reflejo de la que hace el ms grande representante de este crculo ntimo socrtico: Platn.

    El Scrates platnico

    Aunque son pocos los lugares del Corpus platnico donde Platn mismo aparece junto a Scrates, es indudable la huella dejada en l por su maestro. Si es grande la influencia que tuvo sobre la juventud de su tiempo, ello es especialmente cierto por lo que se refiere al ms grande de sus discpulos, Platn. Por ello, el pensamiento de ste no se puede entender, en ninguna de sus etapas, al margen de tal huella.

    De todos modos, la presencia de Scrates en los dilogos platnicos y, por tanto, la influencia sobre el modo

    5 J en o fo n te , Apologa de Scrates, 1.6 G. VLASTOS, Socrates: ironist and moral philosopher, Cam bridge

    University Press, 1991, p. 99.

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  • de pensar de cada uno de los perodos es bien diversa: en los primeros dilogos estn siempre presentes tanto la persona de Scrates como su modo concreto de hacer filosofa; en cambio, en los dilogos escritos en su periodo de madurez, Platn tiende cada vez ms a poner en boca de Scrates discursos que no pudieron ser pronunciados por l, pues contienen doctrinas claramente platnicas; y al final de su vida, Scrates comienza a ocupar un papel cada vez ms secundario (como en el Timeo), e incluso desaparece en algunos dilogos {Las Leyes) .

    Como el pensamiento de todo filsofo, tambin el de Platn evolucion, y fue pasando poco a poco de una casi total dependencia del de su maestro, a un alejamiento progresivo, tanto porque aparecen algunos mbitos de inters no presentes en Scrates, como por la diversidad de respuestas dadas a algunas cuestiones. As, poco a poco la doctrina del rriaestro trat de ser perfeccionada y superada; no por el prurito de corregirle, sino con el deseo de proseguir la especulacin all donde haba sido interrumpida.

    La cuestin no tendra mayor importancia si muchos de estos discursos originales del propio Platn no hubiesen sido puestos en labios de Scrates mismo. Este hecho, para nosotros quiz desconcertante, ha dado lugar a muchas interpretaciones bien diversas. Hay quien le acusa de haber querido alterar substancialmente la imagen de Scrates; quien piensa, en cambio, que no hizo nada de esto, sino que las doctrinas que pone en boca de Scrates se pueden considerar como efectivamente propias de ste, al menos en gran parte. No intentar yo entrar en esta discusin; no porque piense que carece de inters, sino porque es mi intencin hablar exclusivamente del Scrates platnico.

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  • Mi postura podra ser ciertamente calificada de poco cientfica; pero creo que est claramente justificada en un libro que, como ste, no pretende otra cosa que presentar la figura de Scrates, para animar a algn lector a seguir su ejemplo. Puede ser que algn da la crtica se ponga de acuerdo sobre cmo era y qu dijo el Scrates realmente existente; pero en tal caso difcilmente vendra a la luz un personaje ms interesante para el filsofo que aquel que nos describe Platn; y, adems, no dejara de ser cierto que es sobre todo el Scrates platnico el que ha marcado la historia de la filosofa posterior, y el que ha puesto las bases para el desarrollo de las filosofas de Platn y de Aristteles, sin las cuales no se puede entender la historia de la filosofa ni, por tanto, la cultura occidental.

    Es tambin el Scrates platnico aquel a quien muchos cristianos, ya desde los Padres de la Iglesia, han alabado y admirado. Sirva como ejemplo el testimonio de San Justino, que incluso piensa en Scrates como en alguien que ha muerto en lucha contra los demonios: Antiguamente los malos demonios, cuando se hacan presentes, estupraban a las mujeres y corrompan a los nios y mostraban a los hombres cosas terribles, hasta tal punto que se llenaban de terror los que juzgaban de estas cosas no por la razn sino sobrecogidos por el miedo; e ignorando la existencia de malos demonios los llamaban dioses y designaban a cada uno con el nombre que el demonio le haba impuesto. Mas despus que Scrates se esforz por sacar estas cosas a la luz con palabra verdadera y con toda diligencia, y por apartar a los hombres de los demonios, estos mismos, gozosos con la maldad de los hombres, trabajaron para que fuese muerto como ateo e impo, y dijeron que l introduca nuevos

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  • demonios. Y de igual manera maquinan esto contra nosotros7.

    Y ms recientemente, Juan Pablo II ha hecho una interesante comparacin entre las personas de Cristo y de Scrates sealando al mismo tiempo la distancia entre ambos : Cristo tampoco es simplemente un sabio en el sentido en que lo fue Scrates, cuya libre aceptacin de la muerte en nombre de la verdad tiene, sin embargo, rasgos que se asemejan al sacrificio de la Cruz8.

    Por lo que se refiere a las intenciones de este libro, he de hacer otra observacin. Es indudable que en los diversos dilogos platnicos se describe un Scrates que difcilmente podra haber dicho a la vez todo lo que se le hace decir a no ser, claro est, que se pudiesen distinguir diversas etapas en la evolucin de su pensamiento . Como afirma Vlastos, las filosofas diversas que se ponen en su boca difcilmente podran cohabitar en un cerebro que no fuese esquizofrnico9.

    Pero, aunque las filosofas presentadas sean diversas, podemos afirmar sin sombra de duda que el personaje descrito permanece idntico en su carcter y en el espritu con que filosofa. Tal coherencia interna del personaje

    7 S. J u stino M rtir, Primera Apologa, n. 5 (en Apologas, Apostolado Mariano, Sevilla 1990). He modificado un poco la traduccin.

    8 Cruzando el umbral de la esperanza, Plaza & Jans, Barcelona 1994, p. 62.

    9 Cfr. G. V lastos, Socrates: ironist and moral philosopher, p. 46. En las pp. 47-49 da una lista de 10 tesis en las que se percibe con claridad la diferencias entre los dilogos de cada una de las etapas. Y en las pp. 115ss pone de relieve el papel que tuvo el descubrimiento de la ciencia matem tica en el desarrollo del pensamiento platnico y, por tanto, en la transformacin del Scrates platnico.

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  • ha llevado a algunos a afirmar sin ambages que no hay motivos suficientes para sostener una gran diferencia entre el verdadero Scrates y el que conocemos a travs de Platn. As es, por ejemplo, para Taylor, quien afirma que si el Scrates platnico es la libre invencin de un artista ansioso de trazar la pintura imaginaria del sabio ideal, entonces resulta inexplicable por qu hubo de imaginar Platn una hueste tal de detalles biogrficos mnimos, y los imagin tan bien, que por dispersos que puedan estar en una serie de libros cuya composicin (no hay quien lo niegue) llev alrededor de medio siglo, con todo esto no hay discrepancias entre los diferentes trozos10.

    Sea o no una libre invencin, podemos estar seguros de que es una magistral descripcin de un personaje sorprendente. Y siendo mi propsito presentarlo, no dejar de mencionar todos los testimonios que sean tiles para describirlo: tanto las obras de Jenofonte, como los dilogos platnicos de dudosa autenticidad o incluso probadamente inautnticos (que, no hay que olvidarlo, seran en todo caso obra de platnicos de la primera poca). Y lo har siempre que ayuden a presentar una imagen ms elaborada del Scrates platnico, es decir, que aadan algn color al boceto: triste sera que por falta de colorido quedase desdibujado o apagado el retrato del ms vivaz de los filsofos.

    El problema de la escritura

    Si es necesario explicar por qu a lo largo de los escritos platnicos aparece un Scrates siempre coherente en su

    10 Alfred E. T a y lo r , Varia Socratica, U N A M , Mxico 1990, p. 108.

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  • modo de actuar, no es menos necesario explicar tambin por qu Platn no se limita simplemente a narrar los hechos y los dichos socrticos, hacindole decir, al contrario, cosas que seguro que no ha dicho. Ms en general, podemos preguntarnos: qu pretende Platn con su Scrates? Pero antes de entrar en tal cuestin hemos de tener en cuenta que nos ha transmitido sus noticias a travs de unos escritos. A nosotros, probablemente, nos dara igual que lo hubiese hecho de ese o de otro modo; pero la actitud que respecto a la palabra hablada y a la palabra escrita se tena en los siglos V y IV a.C. era muy diversa de la actual11.

    En diversos pasajes del Corpus12 hay un reflejo de la opinin que Platn tiene de la escritura; pero yo me limitar a presentar algunos especialmente significativos. En primer lugar, la parte final del Fedro13, que, segn los interpretes que leen los dilogos platnicos a la luz de las doctrinas no escritas que en Italia tiene a Giovanni Reale como su figura ms destacada , es uno de los ms importantes autotestimonios de Platn, clave para entender que los escritos son por s mismos siempre insuficientes.

    Despus de la lectura que hace Fedro de un discurso de Lisias sobre el amor, y despus tambin de los discursos del propio Scrates sobre el mismo tema, se entabla

    11 Ideas muy interesantes al respecto se pueden encontrar en T . A. Szlezk, Come leggere Platone, Rusconi, Milano 1991.

    12 Com o se sabe, la llamada Escuela de Tbingen (Krmer, Gaiser, Szlezk) ha puesto de relieve la importancia que las doctrinas no escritas (conocidas a travs de testimonios de otros autores, as como de referen- cias indirectas del propio Platn) tienen para la interpretacin de los escritos platnicos.

    13 Un excelente anlisis de este dilogo se puede encontrar en J. PlE- P E R , Entusiasmo y delirio divino. Sobre el dilogo platnico Fedro, Rialp, M adrid 1965.

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  • una conversacin entre ambos sobre la retrica. Al final de esta conversacin, Scrates se propone determinar en cules casos el escrito puede ser un instrumento til, y cundo, al contrario, no resulta ms que un inconveniente. Para ello narra el mito de Theuth, dios egipcio de la invencin (el Hermes de los griegos). Despus de haber inventado diversas artes, se presenta delante del rey de Egipto Thamus con la intencin de que puedan ser enseadas a todos los egipcios. El rey acepta algunas y rechaza otras de las que le presenta. Cuando llega el turno de la escritura, da Theuth algunos argumentos a su favor: Este conocimiento, oh rey, har ms sabios a los egipcios y ms memoriosos, pues se ha inventado como un frmaco de la memoria y de la sabidura (Fedro 274e). Pero el rey no se muestra en absoluto de acuerdo: Ahora t, precisamente, padre que eres de las letras, por apego a ellas, les atribuyes poderes contrarios a los que tienen. Porque es olvido lo que producirn en las almas de quienes las aprendan, al descuidar la memoria, ya que, findose de lo escrito, llegarn al recuerdo desde fuera, a travs de caracteres ajenos, no desde dentro, desde ellos mismos y por s mismos. No es, pues, un frmaco de la memoria lo que has hallado, sino un simple recordatorio (Fedro 274e-275a).

    Uno de los problemas principales del escrito es que, al igual que sucede con las pinturas que nos estn delante como si estuviesen vivas, si les queremos hacer una pregunta no sern capaces de respondernos (Fedro 275d-e). Por ello ensean slo una apariencia de sabidura, pues no por escuchar o leer los escritos las palabras son aprendidas. necesitan siempre la ayuda de quien los ha generado, ya que por s mismos no son capaces de defenderse ni de ayudarse (Fedro 275e). El verdadero discurso, capaz de

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  • defenderse a s mismo, es en cambio el que est vivo, por estar impreso en el alma del que aprende (Fedro 276a).

    Por tanto, al juzgar las obras de alguno de los autores que han puesto sus composiciones por escrito, habr que ver si sabiendo cmo es la verdad, compuso esas cosas, pudiendo acudir en su ayuda cuando tiene que pasar a probar aquello que ha escrito, y es capaz con sus palabras de mostrar lo pobre que quedan las letras: en tal caso les convendr el calificativo de filsofos. El que, al contrario, no tiene cosas de mayor mrito que las que compuso o escribi, recibir en cambio el nombre de poeta, compositor de discursos o escritor de leyes (Fedro 278c-e).

    Para intentar profundizar en la doctrina que con este mito pretende sostener Platn podemos poner un ejemplo relativo a sus propios escritos. Cualquiera de sus lectores est familiarizado con la tesis: Es mejor sufrir una injusticia que cometerla; pero no todos los que han odo tal tesis verdaderamente la comprenden. Quien simplemente la conserva en la memoria, cuando se enfrente a las dudas u objeciones que un interlocutor le puede presentar, no podr hacer otra cosa que repetir la tesis, cambiando quiz un poco su formulacin o aadindole ms colorido: Pero no te das cuenta de que es evidente que es mejor sufrirla? Est claro. Yo desde luego prefiero no cometer la injusticia; t vers si la cometes: atente a las consecuencias. Las diversas objeciones, en efecto, slo podrn ser rebatidas por quien haya comprendido verdaderamente las palabras platnicas, hacindolas vivas en su propia alma y, por tanto, capaces de desarrollarse con firmeza, venciendo todos los obstculos que se quieran interponer.

    Otro ejemplo claro de esta actitud de no querer o no poder poner por escrito las cosas de mayor valor la

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  • encontramos en la Carta V II. La carta est dirigida a los amigos y familiares de Din, discpulo y amigo de Platn, con quien haba compartido ideales polticos y el deseo de transformar de acuerdo con tales ideales la ciudad de Siracusa. En ella narra las diversas incomprensiones sufridas por ambos de manos del tirano Dionisio I y de su hijo Dionisio II. En el primero de sus viajes a esa ciudad, Platn haba esperado poder convertir a Dionisio en un autntico filsofo; pero sus expectativas iban a ser defraudadas, porque pronto el nuevo discpulo crey saber ya suficiente, a pesar de que las explicaciones de Platn no haban sido todava ni mucho menos completas. Pero lo que ms molest a Platn fue el que, segn lleg a sus odos, Dionisio se atrevi a poner por escrito un tratado acerca de algunas de las cuestiones que haba odo de labios de Platn: precisamente las cuestiones ms difciles, para cuya comprensin se necesita mucho tiempo y gran dedicacin. Con ello, muestra claramente que no ha comprendido nada: ni las materias tratadas ni, especialmente, el espritu que anima la escuela platnica. El mismo Platn nos informa de cul es su opinin sobre la posibilidad de tales escritos:

    No hay ni habr nunca una obra ma que trate de estos temas; no se pueden, en efecto, precisar como se hace con otras ciencias, sino que despus de una larga convivencia con el problema y despus de haber intimado con l, de repente, como la luz que salta de la chispa, surge la verdad en el alma y crece ya espontneamente (Carta sptima 34le).

    La filosofa es para Platn, como haba aprendido de su maestro, sobre todo un modo de vivir; y se puede aprender slo tras una larga convivencia con las personas

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  • y con las cuestiones. En tal caso, pueden las obras escritas servir de algn modo a la enseanza de la filosofa? Si la transmisin de unos contenidos en s mismos muertos no parece posible, acaso se puede transmitir un modo de vida a travs de los escritos?14. La solucin que encuentra Platn es la caracterstica ms propia de su obra: el dilogo.

    El intento de Platn con sus dilogos

    En los dilogos, por una parte, las palabras se vuelven vivas, son capaces de resolver dudas, responder a objeciones, aclarar formulaciones precedentes, retocar definiciones previas a raz de las observaciones hechas por el interlocutor. Con ello se imita de algn modo el dilogo que Platn mismo querra tener con cada uno de los lectores. Por otra parte, estn provistos de una tcnica narrativa muy desarrollada, y magistralmente empleada. Para presentar de un modo vivo su concepcin de la filosofa, las

    14 Es interesante la comparacin que hace Santo Tom s entre las figuras de Cristo y de Scrates. En un artculo de la tercera parte de su Summa theologiae (q. 42, a. 4) se pregunta si Cristo debera haber trasmitido su doctrina por escrito. Su respuesta es negativa: A ms excelente doctor corresponde ms excelente modo de ensear. Y, por eso, a Cristo, como a doctor supremo, le competa este modo, para que imprimiese su doctrina en los corazones de los oyentes [...] Por esto, tambin entre los gentiles, Pitgoras y Scrates, que fueron doctores excepcionales, no quisieron escribir nada. A continuacin aade unas palabras que son de excepcional actualidad, tanto para la interpretacin del pensamiento platnico a la luz de las doctrinas no escritas como para, ms en general, la interpretacin de los textos escritos: Si Cristo hubiera consignado su doctrina por escrito, los hombres hubiesen pensado que no tena otra ms alta que la escrita.

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  • ideas que componen el hilo de la discusin son slo una parte del dilogo; la otra es la actuacin de los diversos personajes y la presentacin de sus diversos caracteres y temperamentos15.

    A travs de tal tcnica, adems de servir como recordatorio a los que ya previamente haban participado en la comunidad de vida, los dilogos podan resultar tiles tambin a un ms amplio crculo de lectores, que podran aprender la tcnica de la dialctica16 y el estilo de vida propio del verdadero fdsofo.

    Y tal objetivo propuesto se puede llevar a trmino en buena parte gracias a la presencia en los dilogos del personaje Scrates, ejemplo paradigmtico del verdadero filsofo. No se puede negar que toda la obra platnica est empapada de un deseo explcito de justificar la actividad de Scrates y defenderle de los ataques sufridos incluso despus de su muerte. Pero su defensa se convierte en ataque frontal al presentar la figura de Scrates como el modelo de filsofo, caricaturizando otros muchos personajes secundarios, ridculos imitadores de l o interesados falsificadores de la verdadera filosofa.

    15 Cfr. L. Str a u ss , On the Euthyphron, en The Rebirth o f Classical Political Rationalism, p. 188; T . A. SZLEZK, Come leggere Platone, p. 126ss. Szlezk muestra como est presente en muchos dilogos una accin dominante. En el Eutidemo, por ejemplo, sera el desenmascaramiento de los dos hermanos falsos filsofos; en el Crmides, una especie de conversin del joven Crmides.

    16 Es indudable que muchos de los dilogos se proponen como ejercicios dialcticos: de ah la especial dificultad de algunas de sus partes para el lector actual, ajeno habitualmente a intereses lgicos. T . A. SZLEZK, Come leggere Platone, p. 49ss llama la atencin sobre cmo en algunos de los grandes dilogos, que parecen tener algo de escolstico, los interlocutores son jvenes deseosos y necesitados de una formacin dialctica.

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  • Desde esta perspectiva, la obra platnica se puede ver como una apologa de la vida autnticamente filosfica, acompaada de la presentacin de un paradigma: el propio Scrates. Una parte no despreciable del objetivo de Platn al redactar sus escritos es precisamente transmitir el amor a la sabidura (la filo-sofa) y convencer de que sta es la vida ms perfecta: es la nica capaz de resolver todos los problemas vitales, dar sentido a la existencia y hacer verdaderamente feliz al hombre17.

    Junto a la exposicin de la vida propia del filsofo, y para darle realce confrontndola con su contrario, presenta tambin Platn una despiadada crtica de la sofstica (y de otros fenmenos a ella asimilables). Como ha sealado Strauss, ms que a sus doctrinas filosficas, Platn se enfrenta a su especfico modo de vida: el propio del intelectual19,, diramos hoy con una expresin ciertamente ambigua.

    Esta defensa de la actividad de Scrates que en buena parte de sus escritos se realiza a travs de la presentacin de su vida plenamente filosfica es uno de los aspectos que da unidad a la obra platnica. Ocupa, desde luego, un lugar central en los libros que narran (o representan) los ltimos das de su vida: su condena, su muerte y las conversaciones mantenidas durante esos das con discpulos y conocidos. Tales son los dilogos Eutifrn, Apologa, Critn y Fedn, escritos en pocas diversas de la vida de Platn, pues aunque los tres primeros suelen ponerse entre las obras de juventud, el Fedn es considerado ms bien obra de madurez. En l, adems, hace uso

    17 Cfr. L. S tr a u ss , The Problem o f Socrates, p. 182-3.18 Cfr. L. St r a u ss , The Problem o f Socrates, p. 170.

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  • de la teora platnica de las ideas para demostrar la inmortalidad del alma; es decir, usa la mscara de Scrates para presentar los puntos claves de su propia doctrina, que, aunque desarrollan algunos elementos del maestro, van mucho ms all de l19. Segn la opinin ms comn, el propio Platn hace referencia a este hecho cuando afirma en el Fedn que l mismo no estaba presente el da de la muerte de Scrates, es decir, cuando pone en boca suya el discurso sobre las ideas. Las palabras del dilogo, por tanto, se presentan sin pretender ser una reproduccin fidedigna de lo que en tal ocasin fue dicho por Scrates20.

    Otro pasaje paradigmtico respecto al intento platnico de defender la actividad filosfica de su maestro lo encontramos en la Repblica (que es tambin obra de madurez), y en especial al inicio del libro sptimo, donde narra el conocido mito de la caverna.

    El mito de la caverna

    En cuanto que una de las cuestiones que me propongo examinar en esta obra es el porqu de la muerte de Scrates, este pasaje adquiere un mayor relieve, pues en l Platn habla explcitamente de la posibilidad de que quien ha visto ya la luz que brilla en el exterior de la ca-

    19 G. REALE, Introduzione, en PLATONE, Apologia di Socrate, Rus- coni, Milano 19942, p. 7.

    20 El hecho de que en la Apologa 34a y 38b se haga mencin explcita de la presencia de Platn en el juicio parece querer decir, por el contrario, que el dilogo intenta ser una reproduccin ms o menos fiel de las palabras de Scrates.

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  • verna (el filsofo) sea matado cuando, volviendo al fondo de ella, quiera sacar de all a los que todava no han tenido oportunidad de salir a la luz del sol.

    Al inicio del libro VII de la Repblica, para explicar la importancia que tiene la buena educacin de los que algn da sern los gobernantes de la ciudad, Scrates pone el grfico ejemplo de una caverna subterrnea, al fondo de la cual algunos hombres estn desde nios encadenados de tal modo que deben mirar siempre a la pared del fondo, sin poder girar la cabeza. Aunque la caverna tiene una abertura a la luz, a los prisioneros no les llega ms que el reflejo de un fuego que hay ms arriba, tambin dentro de la cueva. Entre el fuego y los prisioneros hay un camino ms alto, junto al cual imagnate un tabique construido de lado a lado, como el biombo que los titiriteros levantan delante del pblico para mostrar, por encima del biombo, los muecos; e imaginemos tambin, nos pide Scrates, que, del otro lado del tabique, pasan hombres que llevan toda clase de utensilios y figurillas de hombres y otros animales, hechos en piedra y madera y de diversas clases; y entre los que pasan unos hablan y otros callan (Rep 5l4b-515a).

    Los habitantes de la caverna, por tanto, no ven los hombres o los animales, ni siquiera sus sombras, sino slo las sombras de las figuras que llevan sobre ellos que son, adems, producidas por la tenue luz de un fuego, y no por la propia luz del sol . A pesar de ello, creen que lo que ven es la verdadera realidad, y hay entre ellos algunos que tienen fama de sabios; e incluso habra honores y elogios reservados para aquel que con mayor agudeza divisara las sombras de los objetos que pasaban detrs del tabique, y para el que mejor se acordase de cules haban desfilado habitualmente antes y cules despus, y para

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  • aquel de ellos que fuese capaz de adivinar lo que iba a pasar (Rep 516c-d).

    Imaginemos ahora que uno de esos prisioneros fuese liberado, y obligado a girarse y a comenzar a ascender hacia la luz: primero ver las cosas mismas de las que antes slo vea las sombras, despus podr mirar al fuego, y finalmente podr subir la cuesta empinada que le conduce a la luz del sol. Tras el tiempo necesario para que sus ojos se habiten a ella, podr comenzar a ver la verdadera realidad, mientras que antes slo vea las sombras de las figuras de las cosas.

    Aunque ciertamente no envidiar ya los honores de la morada precedente, ni el vivir de aquel modo, imaginemos que quiere volver al fondo de la caverna para liberar a sus antiguos compaeros, y llevarles a la luz. Una vez que haya vuelto a entrar, sus ojos no estarn ya acostumbrados a la oscuridad; entonces, no se expondra al ridculo y a que se dijera de l que, por haber subido hasta lo alto, se haba estropeado los ojos, y que ni siquiera valdra la pena intentar marchar hacia arriba? Y si intentase desatarlos y conducirlos hacia la luz, no lo mataran, si pudieran tenerlo en sus manos y matarlo? (Rep 516e-517a).

    Sabiendo lo que sucedi a Scrates, y visto que el mito aparece en medio de la explicacin que Platn hace de la educacin del filsofo, no es aventurado interpretar que con este pasaje se refiere al maestro. Pero, adems, el propio Platn interpreta a continuacin el mito de un modo suficientemente claro.

    La prisin se puede comparar al mundo sensible (la regin que se manifiesta por medio de la vista. Rep

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  • 517b), y el ascenso hacia las cosas de fuera es comparable con el camino del alma hacia el mbito inteligible (Rep 517b), en el que la Idea del Bien destaca como el sol en nuestro mundo.

    Este camino ascendente hasta el mundo inteligible no es fcil; y no es ni mucho menos un camino meramente intelectual: as como el ojo no puede volverse hacia la luz y dejar las tinieblas si no gira todo el cuerpo (Rep 518c), el hombre necesita una renovacin radical en todo su modo de ser para volverse capaz de contemplar tanta luz. La propia inteligencia, adems, no es algo necesariamente beneficioso de cara a la contemplacin de la verdadera realidad. Es sin duda un don divino, pero se puede usar de dos modos diversos, uno provechoso y otro perjudicial: junto a la inteligencia propia del verdadero filsofo, participan tambin de una cierta inteligencia los astutos, que poseen un alma que mira penetrantemente y ve con agudeza aquellas cosas a las que se dirige (Rep 519a), especialmente la glotonera, lujuria y placeres de esa ndole, que inclinan hacia abajo la vista del alma. Es sta una mirada penetrante, en cuanto percibe con claridad todo lo que se refiere a la realidad deseada; pero tal realidad no es ms que una sombra de la verdadera realidad, a la cual no se puede acceder sin desembarazarse del peso de tales pasiones. Con ellas, por tanto, es imposible poder subir la cuesta empinada que lleva hacia la luz del sol.

    Aplicando el mito a la cuestin que se estaba estudiando, se acaba afirmando que, de cara al gobierno de la ciudad, son igualmente intiles los que no tienen experiencia alguna de la verdadera realidad y aquellos a los que se permita pasar todo su tiempo en el estudio. Es natural, para Platn, que estos segundos no tengan nin

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  • gn inters en volver a las tinieblas de la caverna para liberar a sus compaeros, y que por s mismos no tomen ninguna iniciativa por el bien de sus conciudadanos: No hay que asombrarse de que quienes han llegado all no estn dispuestos a ocuparse de los asuntos humanos, sino que sus almas aspiran a pasar el tiempo arriba {Rep. 517c). De todos modos, no habra que permitirles quedarse en el exterior, y no estar dispuestos a descender junto a aquellos prisioneros, ni participar en sus trabajos y recompensas; a pesar de que tal retorno puede significar un vivir peor para ellos mismos ( Rep 519d).

    Pero no sera de extraar, una vez vuelto a ocuparse de las cosas de la ciudad, que su inteligencia al inicio sufriese dificultades para habituarse de nuevo al modo de hablar y de argumentar que all se usa, pudiendo incluso quedar en ridculo delante de los dems al disputar en los tribunales (Rep 517d) ; sin lograr ser convincente a pesar de tener toda la razn, podramos aadir, pensando en el caso de Scrates.

    Platn es bien consciente de las dificultades de todo tipo que encontrar el filsofo en su retorno a la caverna. Pero ello no es razn suficiente para no querer volver. ciertamente no encontrar motivos personales para hacerlo, pero hay uno que puede justificar el que se le pueda incluso obligar: el bien de todos sus conciudadanos. A Platn ciertamente le basta acordarse de Scrates para convencerse de que tal retorno puede hacer mucho bien a la ciudad. Y le resulta tambin evidente que Scrates, a pesar de todo, fue el ms feliz de los hombres, es decir, que el filsofo no necesariamente pierde, al volver al interior de la caverna, la verdadera felicidad que es consecuencia de la contemplacin de la verdad. Ms que una vuelta permanente al interior de la caverna, se

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  • puede considerar la de Scrates como una vida a caballo entre dos mundos: el mundo de sus iguales, que desea transformar, y el mundo de la verdadera realidad, ideal segn el cual desea transformar la vida de sus conciudadanos.

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  • 2 . Descubrimiento de su vocacin a vivir filosofando

    Si me condenis a muerte, no encontraris fcilmente aunque sea un tanto ridculo decirlo a otro semejante colocado en la ciudad por el dios del mismo modo que, junto a un caballo grande y noble pero un poco lento por su tamao; y que necesita ser aguijoneado por una especie de tbano. Segn creo, el dios me ha colocado junto a la ciudad para una funcin semejante, y como tal, despertndoos, persuadindoos y reprochndoos uno a uno, no cesar durante todo el da de posarme en todas partes (Apol 30e).

    La primera formacin

    Todo lo relativo a la juventud y los primeros aos de la madurez de Scrates est sumido en un cierto misterio, por la escasez de datos con que contamos y por la difcil interpretacin de algunos de ellos. La primera obra que habla explcitamente de l la comedia de Aristfanes fue escrita cuando se acercaba la edad de nuestro filsofo a los cincuenta aos. No es de extraar, porque tardara algunos aos en ser un conocido personaje pblico, y porque aquellos aos la edad de Pericles fueron una poca en la que se escribieron sobre todo grandes tragedias.

    El testimonio platnico sobre la educacin del maestro no es tampoco claro. En diversos lugares hace decir a Scrates que fue instruido por el sofista Prdico1, que na

    1 Menn 96d, Prot34 la , Carm 163d.

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  • turalmente reciba substanciosos pagos a cambio de sus cursos. Pero a la vez, parece que habra que rechazar que Scrates haya participado en uno de estos cursos, a tenor de las palabras del Laques, a pesar del inters que siempre ha tenido por la educacin, Scrates se lamenta de que nunca ha podido l mismo tener un maestro, diciendo:

    No puedo pagar sueldos a los sofistas, que son los nicos que se pregonaban capaces de hacerme una persona honorable (186c).

    N o hay que pensar, ciertamente, que Scrates crea que los sofistas son realmente buenos maestros de la juventud; pero no cabe duda, y los testimonios al respecto son abundantes, que Scrates estimaba una parte de la actividad propia de los sofistas. Y probablemente tuvo desde su juventud oportunidad de conocer a varios de ellos. En la Repblica, por ello, Platn lo representa en dilogo con Protgoras, Hipias y Prdico; y aparece tambin conversando con Gorgias en el dilogo a l dedicado.

    De todos modos, las frecuentes referencias a la sabidura de los sofistas no estn exentas de la famosa irona socrtica. Y as, en mi opinin, hay que interpretar sus referencias al haber sido en juventud discpulo de Prdico. Ello es especialmente claro al inicio del Crtilo, que trata de la exactitud de los nombres. Cuando Hermgenes le pide su opinin sobre el tema, Scrates responde:

    Si hubiera escuchado ya de labios de Prdico el curso de cincuenta dragmas que, segn ste, es la base para la formacin del oyente sobre el tema, no habra nada que impidiera que t conocieras en este instante la verdad so

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  • bre la exactitud de los nombres. Pero, hoy por hoy, no he escuchado ms que el de una dragma (Crat384b).

    Siendo el curso de cincuenta dragmas la base para llegar a conocer la materia, es difcil pensar que pudiese haber un curso por slo una dragma; y aunque nosotros no podamos captar la irona de la afirmacin, probablemente Platn hace referencia a algn hecho que supone conocido por todo posible lector.

    Adems de este posible contacto con los sofistas, se narran de los primeros aos de Scrates muchas otras cosas. Digenes Laercio, por ejemplo, afirma que de l se contaba que haba escrito algunas tragedias, y que fue escultor. Pero el pasaje que ms me interesa ahora destacar se encuentra en el Fedn, dilogo escrito por Platn en su madurez, y en el que expone con cierta amplitud su teora de las ideas. En esta obra, Scrates cuenta a Cebes lo siguiente:

    Cuando era joven estuve asombrosamente ansioso de ese saber que ahora llaman investigacin de la naturaleza. Porque me pareca algo sublime conocer las causas de las cosas, por qu nace cada cosa y por qu es (Fedn 96a).

    Estaba interesado en el modo de hacer filosofa de los que nosotros hoy llamamos presocrticos, y se ocupaba de cuestiones como el modo de desarrollo de los seres vivos o cul es el elemento con el que pensamos: la sangre, el aire o el fuego. El resultado de tal investigacin no fue ni mucho menos satisfactoria:

    Me qued tan enceguecido que desaprend las cosas que, antes de eso, crea saber, por ejemplo, entre otras cosas, por qu crece un ser humano (Fedn 96c).

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  • Perdi todas las convicciones que posea, sin que la investigacin le diera nuevas certezas.

    Pero un buen da oy hablar del libro de Anaxgoras, en el que afirmaba que es la mente la que lo ordena todo y es la causa de todo. Tras la lectura del libro, de todos modos, qued tambin defraudado: se maravilla de que, a pesar de su afirmacin inicial sobre la inteligencia ordenadora que es causa de todo, de hecho no le atribuya ninguna causalidad en la ordenacin de las cosas, sino que aduce como causas aires, teres, aguas y otras muchas cosas absurdas (Fedn 98b).

    No le queda ms remedio, por tanto, que emprender la segunda navegacin a la bsqueda de las causas verdaderas de la realidad. Tal expresin est tomada del lenguaje martimo, y se usaba para denominar la navegacin que se emprenda a fuerza de remos, cuando, habiendo desaparecido el viento, las velas no servan ya para nada. En la imagen platnica, la primera navegacin simboliza el trayecto de la filosofa recorrido siguiendo el viento de la filosofa naturalista; la segunda navegacin representa, en cambio, la aportacin personal de Platn, la navegacin hecha con las propias fuerzas, o sea, dejando de lado la metfora, su contribucin personal2, que en buena parte es la teora de las ideas.

    A pesar de que al inicio del siglo X X Burnet y Taylor sostuvieron lo contrario, es hoy comn entre los especialistas el entender que la teora de las ideas es fundamentalmente de Platn mismo. De todos modos, todo parece indicar que el propio Scrates emprendi ya en parte esta segunda navegacin para superar el naturalismo de los fi

    2 G. R ea le , D. A n t ise r i, 11 pemiero occidentale dalle origini ad oggi, La Scuola, Brescia 1983, vol. I, p. 98.

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  • lsofos precedentes. Su especulacin, como la de cualquier pensador, toma como punto de partida la cultura dominante; la estudia a fondo, la examina para separar lo que es til de lo que no es ms que intil sofstica. Y, como todo pensador genial, intenta con sus propias fuerzas intelectuales superar las dudas, aporas y perplejidades causadas por la insuficiencia de las opiniones dominantes en su cultura.

    Scrates, lgicamente, no es un pensador surgido de la nada. Recibi una educacin similar a la de otros muchos coetneos. Y en alguna poca de su vida parece que se interes por los mismos temas que otros muchos jvenes cultos: las investigaciones de los naturalistas acerca de la naturaleza, y el estudio del hombre, propio de los sofistas. Pero el Scrates que nos ha transmitido Platn es un estudioso exclusivamente de lo que se refiere al hombre, en especial, cuestiones ticas y polticas. Si en su juventud se haba interesado por la naturaleza, tales preferencias parecen haber sido posteriormente abandonadas. Platn, de todos modos, volvindose a interesar por las cuestiones relativas a la naturaleza, en ningn momento cree traicionar el espritu del filosofar transmitido por su maestro: respetando el modo socrtico de vivir filosofando, ampla slo el mbito de las cuestiones sobre las que reflexiona.

    La vida ejemplar de Scrates

    Aunque comparte con los sofistas su inters por el hombre, Scrates est convencido de que a travs de la razn se puede llegar a algunas convicciones firmes sobre la naturaleza humana (lo cual era negado por buena parte

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  • de ellos). ste es, quizs, el rasgo ms importante de su filosofa, que transmitir, a travs de Platn y de Aristteles, a toda la cultura europea.

    Pero hay tambin otros aspectos de su filosofa que se pueden considerar como descubrimientos suyos, y que han pasado al acerbo comn de la filosofa: la nocin de alma3, la necesidad de un mtodo lgico para la bsqueda de la verdad, el descubrimiento del universal y de la conciencia, la nocin de Dios purificada de muchos elementos irracionales y absurdos, etc.

    Pero en Scrates, ms que sus ideas filosficas, llama la atencin la armona que establece entre la doctrina y la vida. Laques, en el dilogo a l dedicado, dice: Cuando oigo dialogar acerca de la virtud o sobre algn tipo de sabidura a un hombre que es verdaderamente un hombre y digno de las palabras que dice, me complazco extraordinariamente al contemplar al que habla y lo que habla en recproca conveniencia y armona. Y me parece, en definitiva, que el hombre de tal clase es un msico que ha conseguido la ms bella armona, no en lira ni en instrumentos de juego, sino al armonizar en la vida real su propio vivir con sus palabras y hechos (Laques 188c-d). Conocer la vida de Scrates a travs del testimonio de Platn es darse cuenta de que se da en l la ms bella de las armonas, de que nada en su vida desentona.

    No podemos pensar lo mismo, al contrario, cuando nos enfrentamos con el testimonio que de l da Jenofonte. Al inicio de su Apologa de Scrates, por ejemplo, afirm que Scrates se expres en su discurso de defensa

    3 Sobre el origen socrtico de la doctrina occidental del alma insisti especialmente J. BURNET en su obra The Socratic Doctrine o f the Soul, Proceedings o f the British Academy, 7 (1916).

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  • con una cierta altanera. Y ms adelante pone en su boca, en efecto, palabras propias de alguien que est plenamente convencido de que posee muchas virtudes: A quin conocis que sea menos esclavo que yo de las pasiones del cuerpo? [...], a quin podrais considerar razonablemente ms justo que a un hombre que est acomodado a lo que tiene y que no necesita ningn bien ajeno4; y contina mencionando sus muchas virtudes. Tal Scrates poseera ciertamente muchas de ellas, pero carecera de la ms fundamental: la humildad. Mas entonces no se entendera cmo ha podido pasar a la historia de la filosofa como el ms justo de los hombres.

    A mi entender, tal altanera no sera ms que un lapsus del propio Jenofonte. El es ciertamente un gran historiador, pero a lo largo de su obra en diversas ocasiones muestra que no es un profundo filsofo, de modo que las palabras que pone en boca de Scrates no siempre estn a la altura del modo de ser del maestro. A pesar de los modos de decir que a veces se le escapan, Jenofonte no quiere nunca criticar a Scrates, sino todo lo contrario, como lo demuestran las palabras con que acaban sus Recuerdos de Scrates.

    Para m, siendo tal como lo he descrito, tan piadoso que no haca nada sin el asentimiento de los dioses, tan justo que no habra hecho el ms pequeo dao a nadie, sino que ayudaba muchsimo a los que le trataban, con tal dominio de s mismo que nunca pudo preferir lo ms agradable a lo mejor, tan prudente que nunca se equivocaba cuando juzgaba lo mejor y lo peor, sin necesitar ayuda alguna, sino que se bastaba para el conocimiento de estas nociones, capaz de expre-

    4 J e n o f o n t e , Apologa de Scrates, 16.

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  • sarias de palabra y definirlas, hbil para examinar a los dems, refutarles en sus errores y dirigirlos hacia la virtud y la bondad, a m, como digo, me pareca todo lo mejor que podra ser un hombre y el ms feliz del mundo. Y si a alguien no le gusta as, que compare con la manera de ser de otros y que ante esa comparacin juzgue.

    La peculiar armona de vida que, por el contrario, est presente en el Scrates platnico queda bien reflejada en la oracin que, al final del Fedro, dirige a Pan: Oh querido Pan, y todos los otros dioses que aqu habitis, concededme que llegue a ser bello por dentro, y todo lo que tengo por fuera se enlace en amistad con lo de dentro; que considere rico al sabio; que todo el dinero que tenga slo sea el que puede llevar y transportar consigo un hombre sensato, y no otro. Y a continuacin le pregunta a Fedro: Necesitamos de alguna otra cosa, Fedro? A m me basta con lo que he pedido (Fedro 279b-c). Me parece que las peticiones contenidas en esta oracin son un buen resumen de lo que fue la vida de Scrates, como si Pan hubiese efectivamente concedido a ste lo que le haba pedido.

    Slo quien considera como nica cosa verdaderamente importante el ser bello por dentro ser capaz de armonizar todos sus impulsos y sus pasiones; al menos, se esforzar por conseguirlo. La coherencia de exterioridad e interioridad slo es posible cuando el aspecto racional del alma impone su dominio sobre las otras partes de ella: irascible y concupiscible.

    El carcter de Scrates era por naturaleza el de una persona ciertamente racional. Aunque no es amigo de las multitudes, le gusta pasar el tiempo discurriendo con sus amigos, con los que es sencillo, sincero y leal. Amigo de

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  • la belleza, est dispuesto a hacer una excepcin a su huida de toda aglomeracin si ello le permite participar en una ceremonia bella (Rep 327a).

    Es ejemplo tambin de ciudadano ateniense enamorado de su ciudad, de la que sale casi exclusivamente con ocasin de algunas expediciones militares (cfr. ApoUSe). Aunque por naturaleza es persona tranquila, es de gran resistencia fsica y valeroso en las batallas: no por afn de recibir honores, sino por lealtad hacia la patria. Al respecto son claros los testimonios de Alcibiades en el Banquete (220d-221a): en la batalla de Potidea (hacia el 431 a. C.) Scrates le salv la vida cuando cay herido, y despus hizo todo lo posible para que fuese el propio Alcibiades el que recibiese el premio al valor; y en la batalla de Delin, en el 424, cuando el ejrcito hua en retirada, Scrates se retiraba junto a Laques con pleno dominio de s mismo: observando tranquilamente a amigos y enemigos y haciendo ver a todo el mundo, incluso desde muy lejos, que si alguno tocaba a este hombre, se defendera muy enrgicamente. Por esto se retiraban seguros l y su compaero, pues, por lo general, a los que tienen tal disposicin en la guerra ni siquiera los tocan y slo persiguen a los que huyen en desorden (Banq 221b-c). El propio Laques corrobora el testimonio en otro lugar: Yo te aseguro que, si los dems se hubieran comportado como l, nuestra ciudad se habra mantenido firme y no hubiera sufrido entonces semejante fracaso (Laques 181b).

    A pesar de que en esta batalla de Delin haba participado como hoplita signo de ser una persona de cierta posicin econmica, que le permita al menos proveerse de un armamento completo, incluso una armadura , al final de su vida sostiene no tener dinero ni si

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  • quiera para pagar una pena alternativa a la pena de muerte. La causa de este cambio es explicada por el propio Scrates en el proceso: He abandonado las cosas de las que la mayora se preocupa: los negocios, la hacienda familiar... {Apol36b). De todos modos, parece que dispuso durante toda su vida de lo suficiente para poder vivir, tambin porque no necesitaba de mucho para poder hacerlo.

    No se preocupaba demasiado del aspecto exterior, y habitualmente andaba descalzo (cfr. Fedro 229a). Por ello, cuando al inicio del Banquete Aristodemo se encuentra a Scrates bien aseado y con sandalias nuevas, le sale natural el preguntarle: Dnde vas tan elegante?. A lo cual Scrates contesta que se dirige al banquete que tendr lugar en casa de Agatn: Esa es la razn por la que me he arreglado as, para ir elegante junto a un hombre elegante (174a).

    De su gran resistencia al fro son significativas estas palabras de Alcibiades, referidas a la expedicin de Poti- dea: En una ocasin en que hubo la ms terrible helada y mientras todos, o no salan del interior de sus tiendas o, si sala alguno, iban vestidos con las prendas ms raras, con los pies calzados y envueltos con fieltro y pieles de cordero, l, en cambio, en estas circunstancias, sali con el mismo manto que sola llevar siempre y marchaba descalzo sobre el hielo con ms soltura que los dems calzados, y los soldados le miraban de reojo creyendo que los desafiaba {Banq 220a-b).

    Grande es tambin su sobriedad en las comidas y en la posesin de bienes. Digenes Laercio ha recogido dos ancdotas al respecto: Ms de una vez, observando la gran cantidad de mercancas expuestas a la venta, deca para s mismo: de cuantas cosas no siento la necesi

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  • dad5. Y esta otra: Deca que los otros hombres viven para comer, pero l coma para vivir6.

    Similar es el testimonio de Jenofonte. Por una parte, afirma: Era tan frugal que no s si alguien habra podido trabajar tan poco como para cobrar lo que le bastaba a Scrates7. Y recoge tambin las palabras de recriminacin que Antifonte dirige a Scrates en presencia de los discpulos de ste, y con la intencin de quitrselos: Ests viviendo de una manera que ni un esclavo le aguantara a su amo un rgimen como se: comes los manjares y bebes las bebidas ms pobres, y la ropa que llevas no slo es miserable sino que te sirve lo mismo para invierno que para el verano. No llevas calzado ni usas tnica. Encima, no aceptas dinero, que da alegra al recibirlo y cuya posesin permite vivir con ms libertad y ms agradablemente8.

    De todos modos, no hay que sacar de Scrates una idea equivocada. No es que l despreciase por principio todos los placeres, pues acepta aquellos verdaderos y puros, y que sean compatibles con el pensamiento (Fil 63d-e). No acepta, al contrario aquellos que aprisionan al alma en sus pasiones, y le quitan la libertad. Su perfecto dominio al respecto queda tambin reflejado en otro testimonio de Jenofonte: Solo coma lo necesario para comer a gusto y se diriga a las comidas dispuesto de tal modo que el apetito le serva de golosina. En cuanto a la bebida, toda le resultaba agradable, porque no beba si no tena sed. Y si alguna vez le invitaban y se mostraba dis

    5 D igenes Laercio , Vidas de filsofos ilustres, L. II, c. V, n. 25.6 D igenes Laercio , Vidas de filsofos ilustres, L. II, c. V, n. 34.7 JENOFONTE, Recuerdos de Scrates, L. I, 3, 5.8 J en o fo n te , Recuerdos de Scrates, L. I, 6, 2-3.

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  • puesto a acudir a una cena, lo que para la mayora es ms difcil, a saber, evitar llenarse hasta la saciedad, l lo resista con la mayor facilidad9.

    Era adems bien consciente de que la fuerte intensidad de los placeres sexuales los hacen especialmente difciles de dominar. De todos modos, segn el testimonio de Alcibiades al final del Banquete, parece que Scrates haba conseguido dominarlos de modo completo. Y aconseja a todos sus discpulos que hagan lo mismo: por un lado, dndoles oportunos consejos, como el que da a Critobulo: huir precipitadamente ante las situaciones peligrosas10, por otro lado, avisndoles de los peligros de dejarse arrastrar hacia tales amoros: No seras al punto esclavo en vez de libre, derrocharas mucho dinero en placeres funestos, no te quedara tiempo para pensar en nada noble y hermoso?11.

    El descubrimiento de su misin

    La perfecta armona entre doctrina y vida, adems de reflejarse en el dominio completo del alma irascible y del alma concupiscible, se refleja tambin en la dedicacin de toda su vida a lo que considera que es su misin: vivir filosofando.

    G. Vlastos12 ha llamado la atencin sobre dos textos de los primeros dilogos platnicos, es decir, los que ms fielmente reflejan el pensamiento de su maestro Scrates.

    9 J e n o f o n t e , Recuerdos de Scrates, L. I, 3, 5-6.10 Cfr. J e n o f o n t e , Recuerdos de Scrates, L. I, 3, 13.11 J e n o f o n t e , Recuerdos de Scrates, L. I, 3, 11.12 G. V la st o s , Socrates: ironist and moral philosopher, p. 6.

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  • En el primero, Scrates responde a Critn, que quiere hacerle salir de la crcel recurriendo a medios poco legales:

    Yo, no slo ahora sino siempre, soy de condicin de no prestar atencin a ninguna otra cosa que al razonamiento que, al reflexionar, me parece el mejor (Crit 46b).

    En el segundo, Scrates se dirige al tribunal que lo juzga; refirindose a su actividad, afirma que l ha hecho slo lo que le ha sido encomendado por el dios por medio de orculos, de sueos y de todos los dems medios con los que alguna vez alguien, de condicin divina, orden a un hombre hacer algo {Apol 33c).

    Cmo es posible que quien declara no querer seguir un criterio diverso del que le indique su propia razn, afirme al mismo tiempo que no hace otra cosa que obedecer lo que cree que son mandatos divinos? Es claro, en primer lugar, que para Scrates no hay contraposicin alguna entre la propia razn y los mandatos divinos, como si la Divinidad no fuera inteligente o sus mandatos pudiesen ser de algn modo irracionales. Pero la clave para comprender la actitud socrtica a este respecto est en darse cuenta de que el puesto que cree que le ha sido asignado por el dios ha sido precisamente el vivir filosofando y examinando a s mismo y a los dems (cfr. Apol 28e).

    Scrates narra en la Apologa el descubrimiento de su misin. Un amigo suyo desde la juventud, Querefonte, fue al santuario de Apolo en Delfos para preguntar a la pitonisa si haba algn hombre ms sabio que Scrates. La adivina, como era de esperar ante semejante pregunta, dio la contestacin que Querefonte esperaba: nadie haba ms sabio que l.

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  • Ciertamente no se debe pensar que Scrates creyese en tales adivinaciones; pero, siendo un hombre de naturaleza reflexiva, quiz tal episodio fue para l ocasin de meditar, de tal modo que, segn algunos intrpretes, se fue el detonante para que Scrates se diese cuenta de la necesidad de cultivar su propia alma, y de aconsejar a otras personas hacer lo mismo.

    Es difcil saber si el orculo fue causa en Scrates de una crisis espiritual, en cualquier caso, es plausible pensar que sta haya realmente existido, bien repentina con ocasin del orculo o de otro episodio similar, o bien ms progresiva, durante varios aos. Tal crisis no sera otra cosa que el paso del modo de pensar propio de sus contemporneos a su modo personal de hacerlo.

    Segn la Apologa platnica, Scrates se esforz por confutar el orculo encontrando una persona que fuese ms sabia que l (o, si preferimos, se esforz por interpretarlo en un modo que no fuese literal). Y lo busc entre los polticos, los poetas y los artesanos, con resultado en todos los casos negativo. Hay entre ellos algunos que se creen sabios y que aparentan serlo; pero realmente no lo son. Es cierto que tienen un conocimiento extenso de algunos mbitos, pero ello, segn cree Scrates, les llevara a caer en un mismo error:

    Me pareci a m que tambin los buenos artesanos incurran en el mismo error que los poetas: por el hecho de que realizaban adecuadamente su arte, cada uno de ellos estimaba que era muy sabio tambin respecto a las dems cosas, incluso las ms importantes, y ese error velaba su sabidura (Apol 22d).

    Scrates, por tanto, se da cuenta de que, mientras que l es consciente de no poseer la verdadera sabidura, otros

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  • muchos creen poseerla, pero en realidad carecen de ella. La autntica interpretacin del orculo, por tanto, sera sta: Es el ms sabio el que, de entre vosotros, hombres, conoce, como Scrates, que en verdad es digno de nada respecto a la sabidura (Apol 23b), es decir, el que es consciente de que est muy lejos de ser sabio.

    En tal caso, demostrar a alguien que no es sabio sera ciertamente hacerle un favor. Por ello, Scrates no duda de la utilidad de su actividad, tambin para aquellos que son interrogados. As, por ejemplo, en el famoso pasaje del Menn en el que Scrates interroga a un esclavo para demostrar que conocer es recordar, afirma: el esclavo al principio, no saba cul era la lnea de la superficie de ocho pies, como tampoco ahora lo sabe an; sin embargo, crea entonces saberlo y responda con la seguridad propia del que sabe, considerando que no haba problema. Ahora, en cambio, considera que est ya en el problema, y como no sabe la respuesta, tampoco cree saberla (Menn 84a). El esclavo ha descubierto un problema que le ha hecho darse cuenta de que su supuesta seguridad en lo que pensaba no era ms que ausencia de reflexin. Y ahora, evidentemente, se encuentra en una situacin ms favorable: Crees acaso que l hubiera tratado de buscar y aprender esto que crea que saba, pero ignoraba, antes de verse problematizado y convencido de no saber, y de sentir el deseo de saber? (84c).

    De todos modos, muchos interlocutores de Scrates no estaban de acuerdo con su procedimiento. En efecto, una consecuencia de su desenmascarar a los falsos sabios fue el ganarse numerosas enemistades: la de todos aquellos cuya sabidura haba quedado en entredicho delante de un pblico a veces muy numeroso, y que valoraban ms su buena fama que la efectiva sabidura. Y, lo que era

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  • ms peligroso, alguno de estos enemigos eran poetas. As, al igual que se cuenta de Minos (hijo de Zeus y de Europa), Scrates se gan una mala reputacin por haber cometido el mismo error: hacerse odioso a algn poeta: Pues los poetas tienen mucho poder en el prestigio de las personas, segn el sentido en que compongan sus poe- rnas, elogiando o hablando mal de la gente (Minos 320e).

    Esta actividad suya le crea adems la reputacin de ser un sabio (Apol 23a) que s sabe esas cosas por las que pregunta, pero no las quiere manifestar. Su intento, por tanto, no sera otro que el dejar en ridculo a los pobres polticos, poetas y artesanos; opinin que quedara reafirmada por culpa de algunos de los discpulos de Scrates, que juegan a imitarle. Scrates mismo se lamenta de tal comportamiento :

    Los jvenes que me acompaan espontneamente los que disponen de ms tiempo, los hijos de los ms ricos se divierten oyndome examinar a los hombres y, con frecuencia, me imitan e intentan examinar a otros, y, naturalmente, encuentran, creo yo, gran cantidad de hombres que creen saber algo pero que saben poco o nada. En consecuencia, los examinados por ellos se irritan conmigo, y no consigo mismos (Apol 23c).

    Pero es precisamente de esta irritacin de donde surgen las calumnias que llevarn a Scrates a la muerte. l mismo explica como nacen: tales examinados

    dicen que un tal Scrates es malvado y corrompe a los jvenes. Cuando alguien les pregunta qu hace y qu ensea, no pueden decir nada, lo ignoran; pero, para no dar la impresin de que estn confusos, dicen lo que es usual contra todos los que filosofan, es decir: las cosas del cielo y lo

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  • que est bajo la tierra, no creer en los dioses y hacer ms fuerte el argumento ms dbil. Pues creo que no desearan decir la verdad, a saber, que resulta evidente que estn simulando saber sin saber nada. Y como son, pienso yo, susceptibles y vehementes y numerosos, y como, adems, hablan de m apasionada y persuasivamente, os han llenado los odos calumnindome violentamente desde hace mucho tiempo (Apol 23d-e).

    A pesar de ser bien consciente de los peligros que le acechaban, Scrates no quiso, de todos modos, abandonar su actividad. Crea, en efecto, que haba recibido el mandato divino de vivir filosofando (Apol 28e), y que tal m isin era un regalo del dios para la ciudad de Atenas (Apol 30d). Adems de compararse a un tbano que mantiene despierto al caballo de raza (como hemos visto al inicio de este captulo), se compara tambin a un mdico que corta y cauteriza por el bien de los pacientes:

    Ser acusado como lo sera, ante un tribunal de nios, un mdico a quien acusara un cocinero. Piensa, en efecto, de qu modo podra defenderse el mdico puesto en tal situacin, si se le acusara con estas palabras: Nios, este hombre os ha causado muchos males a vosotros; a los ms pequeos de vosotros los destroza cortando y quemando sus miembros, y os hace sufrir enflaquecindoos y sofocndoos; os da las bebidas ms amargas y os obliga a pasar hambre y sed; no como yo, que os hartaba con toda clase de manjares agradables. Qu crees que podra decir el mdico puesto en ese peligro? O bien, si dijera la verdad: Yo haca todo eso, nios, por vuestra salud, cunto crees que protestaran tales jueces? No gritaran con todas sus fuerzas? (Gorg521e-522a).

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  • Platn no es, evidentemente, el nico convencido de que Scrates fue efectivamente un don divino para la ciudad: tambin Jenofonte dedica buena parte de sus Recuerdos de Scrates a mostrarlo. Estas son sus palabras al inicio del libro tercero:

    Voy a explicar ahora cmo ayudaba a quienes aspiraban a conseguir distinciones, hacindoles ejercitarse en lo que pretendan.

    Y a continuacin recoge muchos episodios que muestran cmo intentaba ayudar a sus conciudadanos a que mejorasen, en especial a los que podan ocupar cargos importantes para la ciudad. Y al inicio del cuarto afirma: Tan til era Scrates en toda circunstancia y en todos los sentidos, que para cualquier persona de mediana sensibilidad que lo considerase era evidente que no haba nada ms provechoso que unirse a Scrates y pasar el tiempo con l en cualquier parte y en cualesquiera circunstancias. Incluso su recuerdo cuando no estaba presente era de gran utilidad a los que solan estar con l y recibir sus enseanzas, pues tanto si estaba de broma como si razonaba con seriedad haca bien a los que le trataban.

    La fidelidad a su misin

    Scrates est plenamente convencido de que el dedicarse a la filosofa es algo especialmente sacrificado. De hecho, habla de una especie de conversin (Rep 518d), y del estudio de algunas disciplinas que la facilitan (Rep 525c). Era consciente de las dificultades, de tal modo que su fidelidad a la misin que cree haber recibido no es slo

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  • consecuencia de sus gustos personales, como si a Scrates le gustase tanto el fdosofar que no estuviese dispuesto a abandonarlo. Se manifiesta, por el contrario, una ctitud de fondo, que Jenofonte ha expuesto bellamente con estas palabras: Si le pareca que le vena alguna seal de los dioses, se habra dejado convencer para obrar contra sus indicaciones menos que si alguien hubiera tratado de convencerle de que contratara para un viaje a un gua ciego o que no conociera el camino, en vez de uno que viera y lo supiera13.

    Es bien cierto que Scrates era una persona particularmente dotada para la filosofa; no slo por su inteligencia, su amor al dilogo y su honestidad intelectual, sino tambin por su especial capacidad de pararse a pensar en cualquier lugar y tiempo. A veces se le representa reflexionando durante un tiempo en medio de un dilogo, para valorar lo que se acaba de decir, o para encontrar la mejor respuesta a una objecin (Fedn 84c; 95e); y sabemos tambin que en ocasiones se detena a examinar algunos de los poemas ms conocidos (Prot 339b).

    Pero lo que llama ms la atencin son dos episodios narrados por Platn en el Banquete, que muestran la gran capacidad que tena Scrates de permanecer por mucho tiempo meditando; caracterstica que, evidentemente, es propia de todo verdadero filsofo. Ai inicio de este dilogo se narra que cuando Scrates se diriga con Aristodemo hacia la casa de Agatn en la que se iba a celebrar el banquete se qued rezagado por el camino, concentrado en sus propios pensamientos. Una vez que Aristodemo, invitado por Scrates a adelantarse, llega a

    13 JENOFONTE, Recuerdos de Scrates, L. I, 3, 4.

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  • casa de Agatn, ste se extraa de que no llegue acompaado de Scrates. Cuando van a mandar a un esclavo a ver qu le ha sucedido a Scrates, llega otro esclavo anunciando: El Scrates que decs se ha alejado y se ha quedado plantado en el portal de los vecinos. Aunque le estoy llamando no quiere entrar. Ante el mandato dado por Agatn de hacerle entrar, Aristodemo, que le conoce bien, responde: De ninguna manera. Dejadle quieto, pues esto es una de sus costumbres. A veces se aparta y se queda plantado dondequiera que se encuentre (Banq 175a-b).

    Al final de este dilogo se narra otro episodio peculiar. Probablemente es algo exagerado, un simple reflejo de la fama que Scrates se haba ganado con sus frecuentes reflexiones en lugares que a la gente corriente le parecen un poco extraos para pararse a pensar (es la fama de filsofo que hoy da se gana el que es capaz de estar absorto en la lectura de un libro profundo cuando otras personas estn, en la misma habitacin, viendo la final de la Copa de Europa de ftbol).

    El episodio al que me refera lo narra Alcibiades. En una cierta ocasin, durante la expedicin militar contra Potidea, en la que participaron juntos,