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Pimiento largo, cebolla

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Relato de Catalogo de excusas para seguir vivo (o para estar muerto).

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CATÁLOGO DE EXCUSAS PARA SEGUIR VIVO (O PARA ESTAR MUERTO)

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A Valeria, Adriana y Laura, mis tres excusas.

A mis padres y a mi hermano, por apoyarme siempre.

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Este libro es un recopilatorio de relatos que explora los motivos a los que nos aferramos para hacer frente a nuestra realidad cotidiana o con los que justifi camos nuestra rendición. Se puede leer de varias maneras. Desde luego, una es comen-zar por el primer relato y terminar por el último. Para los amantes de lo aleatorio lo mejor sería que acudiesen al listado de excusas que aparece a continuación y escogieran una al azar. También puede ser entreteni-do establecer un juego, enfrentándose a los relatos sin mirar la excusa que representan y una vez leídos intentar adivinarla. En cualquiera de las opciones anteriores, el lector descubrirá que algunos relatos tienen personajes que se repiten y establecen vín-culos familiares o afectivos. En estos relatos, como en la vida, una misma historia se vive desde múltiples puntos de vista, generando dife-rentes motivos para seguir vivo (o para estar muerto). Por último, el libro ofrece la posibilidad de ser utilizado como una herramienta pedagógica para trabajar las desigualdades sociales, las injusticias, etc. En la página web del libro (catalogodeexcusas.wordpress.com) se puede encontrar una propuesta didáctica.

Instrucciones de uso

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Excusas para seguir vivo

Excusas para estar muerto

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AMISTAD ..........................Alba y Carlota ................................. 16

AMOR ..................................Amor volátil ..................................... 18

ARTE ...................................La pompa que me cautivó ........... 21

AUDACIA ...........................Mis ojos azules ................................ 32

AUTODESTRUCCIÓN ....El árbol de Navidad ....................... 42

AVENTURA ......................El viajero ........................................... 45

AZAR ..................................El jamonero ....................................... 46

BELLEZA...........................Barro ................................................... 50

CASTIGO ............................Testigo protegido ............................. 57

COMER ................................Pimiento largo, cebolla dulce,

tomate verde .................................... 60

COMPASIÓN .....................Ramiro y Ascensión ...................... 65

CULPABILIDAD .............El despertador ................................. 73

DESENGAÑO ...................Medianoche ....................................... 74

DESOLACIÓN....................Pan ....................................................... 76

DIGNIDAD ........................La joven, el cura y el guardia civil ......... 77

ENFERMEDAD ...............La podredumbre ............................ 78

ENVEJECER ....................La bruja ............................................. 81

ESPERANZA ...................El regalo ............................................. 82

GUERRA ............................La trinchera ...................................... 84

HAMBRE ...........................La tierra de los hombres hambrientos...... 85

HIJOS ..................................La última sonrisa ........................... 86

Índice10

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HUMILLACIÓN ..............Pelo revuelto, labios emborronados ... 87

ILUSIÓN ............................La beca .............................................. 90

INERCIA ...........................El autómata ...................................... 92

JUSTICIA ..........................El discurso ........................................ 95

LIBERTAD .......................Mariposas ........................................ 100

MADURAR .......................La soledad del samurái ............. 102

MAGNICIDIO ....................Cadillac descapotable ................ 106

MISERIA............................Caminar a ningún lugar............... 108

MISTERIO..........................El temblor de los reflectores..... 110

NATURALEZA ................Informe final ................................. 111

OBSESIÓN..........................Rita .................................................... 114

PARADOJA ......................El final de la incógnita .............. 117

PAZ ......................................El muro ............................................ 118

PERDÓN ...........................Ausencia .......................................... 120

REBELARSE ...................Teñida en fucsia ............................ 122

RECONOCIMIENTO ......La sinfonía ..................................... 124

SINRAZÓN .......................La lista ............................................. 128

SOBREVIVIR ..................Semáforo rojo ................................. 129

SOLIDARIDAD ...............Una pecera sin peces .................. 132

SOÑAR ...............................Tinto de verano ............................. 136

SUPERACIÓN .................La colina naranja ......................... 138

TRABAJO .........................Impasible ......................................... 146

UTOPÍA .............................¿Espejismo? ..................................... 148

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La reproducción total o parcial de este libro, no autorizada por los autores, viola los derechos reservados. Cualquier utilización debe ser previamiente solicitada.

© del texto, Miguel Torija Martí© de las ilustraciones, Teresa Herrador Bravo de Soto© del gato en Impasible, Adriana Torija Palacios

Diseño gráfi co Teresa Herrador

Contacto: [email protected]

Primera edición, abril de 2011Segunda edición, agosto de 2011

Depósito legal: SE-3185-2011ISBN: 978-84-614-8259-7

Printed by Publidisa

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Pimiento largo, cebolla dulce, tomate verde

El crepitar del aceite hirviendo asciende pisoteando al guitarreo desafi ante de Los Coronas sin que Mario se dé por aludido. Está absorto mirando, desde la ventana de la cocina, como los gorriones acuden a la terraza, formando una perfecta cadena de relevos, para llevarse las bolas de pienso que acaba de poner en el plato de Crato. El perro permanece encogido en el fondo de su caseta ajeno al expolio. A fuerza de estar durante años confi nado en aquella amplia terraza, su orgullo de cazador ha ido marchitándose hasta convertirse en apenas una indolencia altiva. Mario deja la escena y vuelve a los fogones. Tiene que darse prisa si no quiere que el aceite se queme. Baja el fuego y, sin miedo a las salpicaduras, deposita, sobre el lecho chisporroteante, los trozos de carne. Minúsculos. Tienen que ser así para disimular el pato entre el conejo y la costilla. Deja pasar unos segundos viendo como se contraen y entonces, metódicamente, comienza a darle la vuelta a todos los trozos. Uno a uno. Cuando termina llena un cuenco con agua, pone un puñado de sal y lo mete en el microondas, hace girar el temporizador hasta que en la pantalla luminosa aparece un tres. Start. Sobre el banco descubre un grueso grano de sal que no ha llegado a su destino. Con la yema del dedo índice lo presiona y se lo lleva a la boca. Abre la nevera y del primer estante coge una cebolla dulce y un pimiento, después su mirada recorre el resto de estantes. Desplaza los botes de cerveza, apila unos yogures, abre los cajones transparentes. Nada. Frunce el ceño y repite las mismas operaciones en sentido inverso. Cierra los cajones, desperdiga los yogures y vuelve a alinear los botes de cerveza. Misteriosamente frente a él aparecen tres tomates. Los palpa concienzudamente y la cara de fastidio le delata. Piip.

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El microondas ha terminado, pero él lo ignora procediendo a una segunda ronda de reconocimiento. Por fi n escoge uno de los to-mates. Lo observa. Pequeñas incursiones rosáceas ascienden desde su base como presagio de una madurez inconclusa. Cierra el frigorífi co y deja las tres hortalizas alineadas sobre el banco. Pimiento, cebolla, tomate. Sonríe. Le da la vuelta al tomate. Ahora sí. Italia. Vuelve a abrir la nevera y observa los dos tomates mientras coge una cerveza. «¿Cómo no los he visto?» dice con la reciente cos-tumbre de hablar solo. Hoy no está solo. –¿Dices algo papá? –pregunta desde el comedor el niño. –Nada hijo –contesta Mario. Olvida el misterio de los tomates y saca del congelador una bolsa sin mirarla. No hace falta. Sabe que son judías. En el congelador solo hay judías. Un día de estos tiene que convencerle de que no le trai-ga más. «No será fácil» piensa mientras con siete violentas cuchilladas troncha la cebolla. Piiip. La carne. El microondas tendrá que seguir esperando. Otra vuelta más y podrá dar la carne por rehogada. Golpe sutil en la parte superior y el trozo de carne, obediente, voltea mostrando su dorada y reluciente cara oculta, sin dejar de retorcerse y sin dejar de desprender el olor dulzón de la grasa al disolverse. Ejecuta la operación rutina-riamente mientras recuerda la última vez que intentó hacer compren-der a su padre que no era un devorador de judías. «Que sí, que están muy buenas. Que sí papá, que ya lo sé, que no les pones herbicida ni nada, pero es que no doy abasto. Que estoy yo solo y el niño cuando viene pues no... Que sí, que se lo digo pero... Que... Vale papá, pero una bolsa solo. Una. Bueno dos.» Ha terminado con la carne. Le añade la cebolla y la remueve vigorosamente. El tomate no le entretiene mucho, su rigidez es el me-jor cómplice para pelar y trocear. Lo del pimiento es diferente. Es por su forma alargada y curvada. Le trae el regusto amargo de la humilla-ción. El recuerdo del aparato genital descomunal que le robó a su mujer. Se ensaña hasta convertirlo en fi lamentos. Al terminar, coge la tabla de madera y vierte su contenido repartiéndolo por la paella. Las judías. Rompe la bolsa con cuidado y las deja sobre la pae-

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lla. Las judías, convertidas en un meteorito de jade, se rinden ante el magma multicolor que las engulle y las disgrega expeliendo una densa columna de vapor. «Descongélalas primero» diría su madre. Él tiene su propia forma de hacer las cosas. Enciende el extractor justo un segundo más tarde de lo que hubiese sido necesario para no escuchar el último pitido. Piiiip. –¡Voy, coño! –¿Qué quieres papá? –grita desde el comedor el niño. –¡Que vengas a poner la mesa! –contesta Mario mientras saca del microondas el cuenco con agua caliente. Con la cuchara de madera dispersa las judías, ya totalmente derrotadas, por la paella. Echa en falta los garrofons y la alcachofa pero no siempre se puede estar espléndido. A pesar de eso, no puede evitar acercar la cara, el vaho inunda sus fosas nasales con la combina-ción de olores que, no por más esperada, la hace menos agradable. Abre el armario alto de su izquierda. Coge un pequeño sobre encarnado y una caja amarilla con una gallina retro dibujada en el lomo. Saca de la caja una pastilla de caldo de carne, con los dedos la desmenuza y la espolvorea sobre el agua. El tomillo. Falta el tomillo. Mario sale de la cocina y entra en el comedor. Tumbado en el sofá, Diego, absorto con las evoluciones de Bob Esponja, no se ha percatado de la presencia de su padre. Ni siquiera cuando le habla parece escuchar. –Te he dicho que ya puedes venir a poner la mesa –ha repetido. «Eumpff» ha contestado Diego. Con una ramita en la mano Mario vuelve a la cocina sin tener claro si su hijo le ha contestado, le ha entendido, le ha escuchado. Con una mano deshace el tomillo sobre la paella y con la otra agita con la cuchara de madera. Diego aparece a su lado. Se pone de puntillas pero no alcanza a ver lo que se cuece. Aspira profundamente y acierta. –¿Otra vez paella papá? –pregunta el niño. –Sí –contesta Mario sin dejar de remover. –Estoy harto, alguna vez podrías ir al súper y hacer como la mamá, que compra las cosas normales que come la gente. Y seguro que encima has vuelto a poner pato y caracoles.

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–¿Y qué se supone que son esas cosas normales que come la gente y que te hace tu madre? A ver que me entere yo –dice Mario mientras maldice por dentro. Los caracoles. Ha olvidado los caracoles. –Pues tortillas precocinadas, croquetas de pollo, sopas de so-bre, patatas fritas congeladas, ensaladas envasadas con su sobrecito de salsa y todo... esas cosas papá son las normales, no tu cordero al horno, tu potaje de garbanzos, tu olla de patata, arroz y judías, tu sopa con pelotas, tu merluza con cocochas, tu quiche de jamón y queso, tus crêpes vegetales y todas esas asquerosidades que cocinas. Mario deja de escuchar a su hijo y de remover. El agua. Vierte el agua sobre la paella, se retira de los fogones y se acerca a la puerta de la terraza. Crato por fi n se ha levantado y se acerca a terminar lo que los gorriones han comenzado. Más por hábito que por hambre, come para demostrar que él es el que manda. Un gorrión rezagado le mira comer desde la balaustrada. Ha llegado tarde. Hoy tendrá que con-formarse con algún gusano, con una mosca si hay suerte. Mario sigue el vuelo del gorrión hasta que su fi gura se confunde entre los setos, le da un sorbo a la cerveza y vuelve a mirar a Diego. –Hijo, ya que estás ahí, acércame los caracoles –dice mientras el gemido de una trompeta avecina, con melancolía, el fi nal de una canción.

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