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Plan P 6 º PROG L L a a f f o o r r m m Archidiócesis de Toledo «Jesús entre los doctores», Carolina Espejo Fernández, 2017. Propiedad: Arz 1 Pastoral Diocesano 2012-2021 GRAMA ANUAL 2017-201 m m a a c c i i ó ó n n d d e e l l c c r r i i s s t t i i a a zobispado de Toledo 18 a a n n o o « « C C r r e e c c í í a a e e n n s s a a b b i i d d u u r r í í a a y y g g r r a a c c i i a a » » L L c c . . 2 2 , , 5 5 2 2

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Plan Pastoral Diocesano 2012

6º PROGRAMA ANUAL 2017

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Archidiócesis de Toledo

«Jesús entre los doctores», Carolina Espejo Fernández, 2017. Propiedad: Arzobispado de Toledo 1

Plan Pastoral Diocesano 2012-2021

PROGRAMA ANUAL 2017-2018

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Plan Pastoral Diocesano 2012-2021

6º PROGRAMA ANUAL 2017-2018

TEMAS DE REFLEXIÓN:

LA FORMACIÓN DEL CRISTIANO:

EDUCAR, ACOMPAÑAR,

CRECER

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INTRODUCCIÓN

Un año más, desde la Secretaría para la Coordinación del Plan Pastoral Diocesano ofrecemos unos temas de reflexión que pretenden ayudar a los miembros de la comunidad diocesana a profundizar en la formación acerca del tema central del programa anual. En esta ocasión, bajo el lema “Crecía en sabiduría y en gracia”, los esfuerzos pastorales se centrarán en la formación del cristiano, con tres grandes líneas de acción: promover la colaboración de familia, parroquia y escuela en la evangelización y la transmisión de la fe; potenciar la formación integral y permanente de los fieles laicos para crecer en la fe; y recuperar el sentido de lo sagrado a través del fomento de la piedad cristiana. Como ya es habitual, estos temas de reflexión están pensados para ser trabajados por cualquier persona y en cualquier tipo de grupo, ya sea parroquial o perteneciente a algún movimiento, asociación o congregación religiosa, y son complementarios de los planes de formación propios que todos ellos puedan estar llevando a cabo. El hecho de que las diferentes realidades presentes en la Archidiócesis de Toledo los adopten como instrumento para su reflexión ayuda, igualmente, a crear comunión. Por el enfoque en ellos contenido, se recomienda particularmente que este itinerario formativo sea seguido por quienes trabajan en el ámbito educativo (maestros y profesores de la escuela pública y concertada, equipos docentes de colegios religiosos y diocesanos), pues encontrarán en él pautas concretas y luz para el ejercicio de su misión educativa. En relación con cada uno de ellos, es imprescindible que sus contenidos sean leídos y las preguntas que se plantean respondidas individualmente con carácter previo a cada encuentro, de modo tal que la reunión de grupo se dedique en exclusiva a compartir las inquietudes suscitadas por las reflexiones leídas, a exponer las respuestas a las preguntas que se sugieren y a identificar propuestas concretas de actuación. Aunque, como en años anteriores, se sigue la clásica metodología de Ver, Juzgar y Actuar, en esta ocasión se ha aplicado

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no a cada uno de los temas, sino al conjunto del temario. De este modo, se dedican tres encuentros para Ver, tres para Juzgar y tres para Actuar. Un total de nueve citas que, desde la Palabra de Dios y la ayuda del Magisterio, buscan nuestra reflexión pausada, personal y comunitaria, sobre un tema fundamental, como es la apertura del ser humano a la totalidad de la Verdad.

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VER

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Primer Encuentro: Lectio Divina “Volver de Emaús”

Nota: Sería oportuno llevar a cabo este primer encuentro favoreciendo un clima de oración, sea en una capilla u oratorio, sea en una sala dispuesta a tal efecto. ORACIÓN PREPARATORIA Señor Jesús, discípulo y maestro, que, en obediencia a María y a José en la escuela de Nazaret, creciste en sabiduría, estatura y gracia ante Dios y los hombres. Concede a los educadores y padres de familia la ternura y firmeza para sacar lo mejor que Dios ha sembrado en los niños y jóvenes. Otorga a estos docilidad y obediencia, para que acojan toda enseñanza y corrección, puedan así llevar una vida en paz y religiosa, y respondan con generosidad a tus llamadas. Que nuestra escuela, conducida por el Espíritu Santo, sea reflejo de la tuya, para que el mundo, trasfigurado por la novedad de la sencillez, llegue al Padre, fuente y culmen de la Verdad, el Bien y la Belleza. María y José, rogad por nosotros, rogad con nosotros. Amén. LECTIO (Lc. 24, 13-35) Leer con calma el texto de san Lucas y dejar un momento de silencio para permitir volver a escucharlo interiormente 13 Aquel mismo día, dos de ellos iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos sesenta estadios; 14 iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. 15 Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. 16 Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. 17 Él les dijo: «¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?». Ellos se detuvieron con aire entristecido. 18 Y uno de ellos,

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que se llamaba Cleofás, le respondió: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí estos días?». 19 Él les dijo: «¿Qué?». Ellos le contestaron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; 20 cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. 21 Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. 22 Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana al sepulcro, 23 y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. 24 Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron». 25 Entonces él les dijo: «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! 26 ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?». 27 Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras. 28 Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iban a seguir caminando; 29 pero ellos le apremiaron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída». Y entró para quedarse con ellos. 30 Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. 31 A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista. 32 Y se dijeron el uno al otro: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?». 33 Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, 34 que estaban diciendo: «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón». 35 Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. MEDITATIO Estas pistas para la meditación pueden haber sido leídas previamente o puede hacerse la lectura durante la reunión. En cualquier caso, lo que interesa es que haya tiempo para compartir en voz alta nuestra respuesta personal a las preguntas planteadas al final, a modo de ayuda a la meditación conjunta Encuadrando la escena

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El pasaje de los discípulos de Emaús tiene lugar la tarde del primer día de la semana, la tarde del domingo de Resurrección. Y, como todos los encuentros con Cristo vivo, produce una transformación del corazón con importantes consecuencias para la vida. Esta escena inmortal del evangelio de san Lucas ofrece dos aspectos que probablemente tengan mucho que decirnos hoy. De una parte, está la luz sobre la tentación siempre recurrente del desencanto y la desesperanza que alejan de la Iglesia e impiden reconocer al Señor vivo y presente en medio de nosotros. De otra parte, la crónica de este encuentro manifiesta como pocos la extraordinaria pedagogía de Jesucristo para acompañar y reconducir a los suyos a la comunión de la Iglesia que alienta nuestra misión en el mundo. El desencanto educativo “Dos de ellos iban caminando a una aldea llamada Emaús” (Lc. 24, 13): Esos dos discípulos están representando a los discípulos de todos los tiempos. Probablemente por eso no conozcamos sus nombres. El caminar de estos dos seguidores de Jesús tiene la dirección opuesta a la indicada en todo el evangelio de Lucas, que es un camino a Jerusalén de donde parte la salvación. En cambio, en el caso de estos dos el camino sugiere la fuga del que se aleja de un lugar que les habla de dolor o de aparente derrota y fracaso. Si aplicamos la situación descrita a la que viven muchas familias y educadores en nuestros tiempos, no nos sería difícil constatar que en muchas situaciones se da un verdadero “desencanto educativo”. Las familias experimentan las dificultades de formar a los hijos en un tiempo especialmente convulso y cambiante. Los educadores sufren también de ese virus terrible y letal que se infiltra en tantos ambientes y que apaga el mejor aliado educativo. Decía el filósofo Kierkegaard: “La alegría es comunicativa; y por eso no hay nadie que eduque mejor que quien es alegre”. Así describe un prestigioso educador de nuestro tiempo el virus del desencanto educativo:

“Siento la pasión por educar, pero conozco, también, las sombras de la práctica educativa. En ocasiones experimento la fatiga, la sensación de perder el tiempo, la indignación y la soledad. […] Con frecuencia, el maestro se contempla a sí mismo como un llanero solitario, como David contra Goliat, como el último de Filipinas que lucha a favor de la civilización. Lucha contra los programas demenciales de la televisión que deseducan y destruyen la sensibilidad estética y ética del alumno; lucha

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contra el paternalismo de las familias que habitualmente protegen en extremo al niño; lucha contra las tecnologías de la comunicación y de la información que introducen todo tipo de distorsiones y de dispersión en el proceso educativo; lucha contra la publicidad que, con frecuencia, irradia todo tipo de tópicos y de estereotipos tóxicos sobre la condición femenina y masculina, sobre las edades de la vida, y las razas y las etnias; tópicos que los maestros intentan deconstruir en las aulas”1.

“Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo” (Lc. 24, 15-16): El desaliento suele ser contagioso. Hay quien ha descrito el “síndrome de los de Emaús” como la tendencia a buscar quien me afirme en mis conclusiones negativas cuando vivo en estado crítico. Y cuando aparece alguien afectado del mismo mal, la conversación puede llegar a tomar tintes de discusión, como nos dice el evangelista. De hecho, la aparición del mismo Jesús en medio de ellos les pasa inadvertida, porque sus ojos, dice el texto griego que “estaban retenidos”. La falta de fe genera esa especie de retención espiritual para captar la luz que irradia Jesús resucitado y que permite iluminar de modo nuevo tantas situaciones. No faltan razones en nuestro tiempo para percibir las múltiples crisis que afectan a la transmisión de lo humano a las nuevas generaciones. Y, sin embargo, una de las principales tareas de padres y educadores es aceptar a los hijos como son, y reconocer que en los tiempos que nos ha tocado vivir no falta la guía providente del Señor de la Historia para ofrecer las oportunidades suficientes a todos los hombres de conocer la luz de la fe con que responder a los retos de cada época. También hoy, en la difícil encrucijada en que se encuentra la humanidad, Jesucristo sigue parándose a nuestro lado, para escuchar nuestras dificultades, y, lo que es más importante, para caminar a nuestro lado orientando nuestros pasos. “Él les dijo: «¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?». Ellos se detuvieron con aire entristecido. […]«Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió” (Lc. 24, 17. 19-21): El Señor se interesa por sus problemas, y lejos de presentar directamente una solución les

1 FRANCESC TORRALBA, “Pasión por educar”, Madrid 2015, pp. 7.13.

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escucha y deja que manifiesten su preocupación. El problema, en su caso, parece consistir en que los planes que habían hecho no han salido como esperaban. Las expectativas defraudadas son, muchas veces, el pecado de los justos, que consiste en querer decir al Señor cómo tiene que hacer las cosas. Supone que nosotros esperábamos algo diverso, y que la culpa de que no vaya todo bien la tienen, generalmente, los otros. En el caso de los discípulos de Emaús, que no habían entendido a Jesús plenamente, al perder la fe viva y la visión sobrenatural de los acontecimientos, se separan de la comunidad, y junto a eso suele ir con frecuencia la crítica de los demás. Muy probablemente se sentirían “realistas”, frente a los idealistas que quedaban en Jerusalén, pero lo cierto es que iban desesperanzados bajo la impresión del fracaso de lo que ellos pensaban que eran los planes de Dios. La pedagogía de Jesús “Entonces él les dijo: «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?». Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras. Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iban a seguir caminando; pero ellos le apremiaron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída». Y entró para quedarse con ellos”. (Lc. 24, 25-27): Esa magnífica lección de Escritura que hizo Jesús con los suyos ha quedado oculta a nosotros, pero hemos visto los frutos. No obstante, el acompañamiento pedagógico del Señor no se limita a esa instrucción, sino que supone todo el proceso desde que se pone a caminar a su lado hasta que “entró para quedarse con ellos”. Jesús es un pedagogo excepcional, y se nos manifiesta en este encuentro, como en otros lugares del evangelio (con Nicodemo –Jn. 3, 1-17-, con la samaritana –Jn. 4, 6-21…) como acompañante que coloca el alma en el punto justo para que descubra su dirección hacia Dios y su agrado. En concreto, en el camino de Emaús, se han descrito los siguientes aspectos de la pedagogía del Maestro: “vv. 15-17: de parte Cristo: intuición, simpatía cordial, acercamiento confiado, invitación a abrir el corazón y a proponer las dificultades. vv. 18-24: por parte de los discípulos: manifestación libre de sus dificultades con emoción y afecto, sin formas convencionales.

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vv. 25-27: Jesucristo resucitado les escucha sin intervenir, sin censurar sus palabras, deja que suelten cuanto llevan dentro, aunque hacen discursos desatinados. Cuando se han desahogado del todo, comienza a hablar, por su parte, con espontaneidad, llena de cordialidad bajo la corteza de cariñosa reprensión. Respuesta cordial de Cristo enunciando la verdad apropiada al caso; despertando en el corazón de los discípulos la verdad que ya conocían, pero que no habían penetrado, sino olvidado; trayéndoles a la mente no cosas nuevas, sino recordando las conocidas y descubriéndoles su sentido según las exigencias actuales. v. 29: adhesión afectiva de los discípulos a aquel compañero de camino tan bondadoso, que, de manera consciente o inconsciente, es adhesión al mismo Cristo. vv. 30-31: desaparición de la visibilidad humana del acompañante, para dejar paso a la fe ya excitada y levantada a Jesús, invisiblemente presente. vv. 32-34: conversión entusiasta del corazón a la comunidad de los apóstoles, de la que estaban ya alejándose; efecto singular, carismático, de fervor interior. Y, con todo, Jesucristo no había dado ninguna orden. Simplemente había despertado en el corazón el impulso espontáneo e inflamado hacia lo que quería obtener”2. Esta experiencia de la necesidad de la compañía de Jesús para mirar con verdad los acontecimientos de la propia vida se manifiesta en esa petición: quédate con nosotros. Brota espontáneamente del corazón de los discípulos ante el ademán de Jesús de seguir adelante, y que con el mismo respeto exquisito a nuestra libertad, es permitido por el Señor a cada paso de nuestro camino. No se impone, sino que prefiere que caigamos en la cuenta de cuánta necesidad tenemos de su presencia, de la luz y el optimismo que genera ese quedarse con nosotros. Es el “permaneced en mi y yo en vosotros” (Jn. 15, 49) que busca la unión propia de la vida de la gracia. “Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista. Y se dijeron el uno al otro: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?». Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón». Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan”. (Lc. 24, 30-35):

2 LUIS MARÍA MENDIZÁBAL, “Dirección Espiritual. Teoría y Práctica”. Madrid 19943, p. 63.

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Dice santo Tomás de Aquino que los discípulos recibieron una “oculata fide”3, es decir, que como si cayeran escamas de sus ojos, la fe les permitió ver con nuevos ojos la Verdad profunda ante la que estaban, “lo reconocieron” con una fe que se convierte en llamarada de amor ardiente, despertaron como de un sueño, de una mala pesadilla, y sanaron de su postura anterior. Los Padres de la Iglesia han visto representada en ese encuentro de Emaús una verdadera celebración de la Eucaristía, que incorpora a la comunión de la Iglesia. Y de ahí, que los dos discípulos vuelvan a Jerusalén, hacia el cenáculo, hacia la comunidad. Sucede así que el encuentro con Cristo resucitado trae novedad de vida, un corazón de nuevo, una visión de fe y el entusiasmo necesario para retomar sus vidas con el ímpetu que requiere el anuncio del evangelio. En este curso pastoral afrontamos los retos de la educación en nuestro tiempo, y de la formación del cristiano llamado a dar testimonio de la fe en un entorno complicado. Conviene pararnos ahora a pensar en qué dirección del camino me encuentro para asumir esta nueva llamada de la Iglesia. Si voy de Jerusalén a Emaús o si vuelvo de Emaús a Jerusalén. En cualquier caso, la renovación del encuentro personal con el Señor, la escucha de la Palabra y la celebración eucarística en la comunidad de la Iglesia pueden obrar maravilla en nuestras almas para tomar el impulso apropiado a esta nueva misión que nos disponemos a comenzar. Para la reflexión…

- ¿En qué estado anímico comienzo este nuevo curso? ¿Qué motivos pesan en mí para el desencanto o para la esperanza?

- ¿Cuáles son las cruces que pueden hacernos huir hacia Emaús en la tarea de educar, transmitir la fe, o fomentar la propia formación?

- ¿Qué le pedirías a Jesucristo, puesto a caminar a tu lado, para comenzar esta andadura hacia Jerusalén con esperanza y generosidad?

- ¿Qué actitudes detectas en ti mismo, en tu grupo o comunidad, en el entorno eclesial, respecto del camino de discipulado del Señor? ¿Con qué actitud de las aparecidas en los personajes del relato lo identificas?

3 STO. TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae III q.55, a.2 ad 1

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- ¿Qué aspectos de la pedagogía de Jesús crees más necesario adoptar para acercarse a las sombras y desesperanzas de los hombres de nuestro tiempo?

- ¿Dónde me siento llamado a buscar la fuerza de la fe necesaria para asumir los retos de este curso pastoral?

CONTEMPLATIO La lectura contemplativa de estos textos de la tradición espiritual de la Iglesia puede ayudar a rumiar personalmente los frutos de la meditación realizada. + “Pues bien, hermanos, ¿cuándo se dejó reconocer el Señor? En la fracción del pan. En nosotros no hay ninguna sorpresa: partimos el pan y reconocemos al Señor. (...) Tú, que crees en El, que no llevas en vano el nombre de cristiano; tú, que no entras en la Iglesia por azar; tú, que escuchas la palabra de Dios con temor y esperanza, hallas consuelo en la fracción del pan. La ausencia de Dios no es una ausencia. Ten fe, y Él estará contigo, aunque no lo veas. Estos discípulos durante su conversación con el Señor no tenían fe. No creían que hubiese resucitado y no sabían que podía resucitar. Caminaban, muertos, junto a un viviente; caminaban, muertos, junto a la vida. Junto a ellos caminaba la vida. Pero en sus corazones no había renacido vida alguna. Si tú quieres la vida, imita a los discípulos y reconocerás al Señor. Le ofrecieron su hospitalidad. El Señor parecía decidido a seguir camino, pero lo retuvieron. Cuando llegaron al término de su viaje, le dijeron: Quédate con nosotros, porque es tarde y el día se acaba. Retened con vosotros al extranjero, si queréis reconocer al Señor. La hospitalidad les devolvió lo que la duda les había quitado. El Señor se manifestó en la fracción del pan. Aprended a buscar al Señor, a poseerlo, a reconocerlo cuando coméis. Instruidos en esta verdad, los fieles entienden el sentido de este texto mejor que aquéllos que no son iniciados”.

(San Agustín, Sermón 235, 3)

+ “Los dos discípulos de Emaús, tras haber reconocido al Señor, «se levantaron al momento» (Lc 24,33) para ir a comunicar lo que habían visto y oído. Cuando se ha tenido verdadera experiencia del Resucitado, alimentándose de su cuerpo y de su sangre, no se puede guardar la alegría sólo para uno mismo. El encuentro con Cristo, profundizado continuamente en la intimidad eucarística, suscita en la Iglesia y en cada cristiano la exigencia de evangelizar y dar testimonio. […] «Cada vez que coméis de este pan y bebéis de la

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copa, proclamaréis la muerte del Señor, hasta que vuelva» (1Co 11,26). El Apóstol relaciona íntimamente el banquete y el anuncio: entrar en comunión con Cristo en el memorial de la Pascua significa experimentar al mismo tiempo el deber de ser misioneros del acontecimiento actualizado en el rito. La despedida al finalizar la Misa es como una consigna que impulsa al cristiano a comprometerse en la propagación del Evangelio y en la animación cristiana de la sociedad. La Eucaristía no sólo proporciona la fuerza interior para dicha misión, sino también, en cierto sentido, su proyecto. En efecto, la Eucaristía es un modo de ser que pasa de Jesús al cristiano y, por su testimonio, tiende a irradiarse en la sociedad y en la cultura. Para lograrlo, es necesario que cada fiel asimile, en la meditación personal y comunitaria, los valores que la Eucaristía expresa, las actitudes que inspira, los propósitos de vida que suscita.

(S. Juan Pablo II, Carta Apostólica Mane nobiscum nn. 24-25) ORATIO El encuentro comunitario puede acabar presentando una oración común con las intenciones que siguen y otras que los miembros del grupo puedan añadir

1. Cristo, luz interior que muestra el camino del discípulo, haz que amemos deseando la Verdad para que nuestros caminos sean una constante búsqueda de la fuente de la sabiduría que se manifiesta en el orden de las cosas.

2. Dios creador, que por bondad tuya dotaste a la humanidad con el deseo de conocerte; permite que nuestros centros educativos sean el campo donde germine el amor con el cuidado de la ciencia.

3. Maestro bueno, tu que instruiste a tus discípulos en el amor a la Verdad; haz que todos los seres humanos podamos amar los que nos conviene y aprender de la obra creadora que procede de ti.

4. Espíritu de la Verdad que distribuyes tus dones en la Iglesia suplicante, te pedimos que nos permitas entrar en comunión con la voluntad divina para que aprendamos los preceptos que guían al peregrino hacia la Ciudad de Dios.

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5. Ilumina la mente y el corazón de los que te sirven por medio de la enseñanza y promueve en ellos la humildad necesaria para que sea Cristo, el Maestro interior, el que comunique la verdad en el amor.

6. Te pedimos, Señor, por los frutos de este año dedicado a la educación y la formación del cristiano en nuestra diócesis, para que con la generosa colaboración de todos, se renueve en el mundo el impulso evangelizador de tu Iglesia.

Se pueden añadir otras intenciones libremente Padre Nuestro… Jesús Maestro, ponemos en tu presencia los propósitos de este curso pastoral en nuestra Diócesis. Revitaliza en nosotros por medio de tu Santo Espíritu la invitación a vivir la fe, la esperanza, la caridad, y así cumplir la tarea de impregnar el mundo de Tu Vida. Ayúdanos, Señor, por intercesión de la Santísima Virgen y todos los santos y santas educadores a mirar nuestro interior y derrotar la dispersión y la superficialidad que no nos permiten trascender hacia Ti. Infúndenos tu Espíritu Santo, que nos anime a buscar siempre la Verdad y desnudar la mentira y el relativismo que oscurecen tu Evangelio. Señor Jesús, Maestro de Maestros, imploramos de tu infinita misericordia: Enséñanos lo que tenemos que enseñar. Enséñanos, lo que aun tenemos que aprender. Enséñanos el conocimiento de tu voluntad y la sabiduría para ponerla en práctica. Amén. ACTIO Si se considera oportuno, cada cual puede dedicar un momento a pensar cómo traducir en su vida el fruto de la oración de hoy y compartirlo con el grupo.

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Segundo Encuentro:

“La Emergencia Educativa”

1. OBERTURA: “Recomponer lo humano” “Imaginemos que las ciencias naturales fueran a sufrir los efectos de una catástrofe. La masa del público culpa a los científicos de una serie de desastres ambientales. Por todas partes se producen motines, los laboratorios son incendiados, los físicos son linchados, los libros e instrumentos, destruidos. Por último, el movimiento político «Ningún-Saber» toma el poder y victoriosamente procede a la abolición de la ciencia que se enseña en colegios y universidades apresando y ejecutando a los científicos que restan. Más tarde se produce una reacción contra este movimiento destructivo y la gente ilustrada intenta resucitar la ciencia, aunque han olvidado en gran parte lo que fue. A pesar de ello poseen fragmentos: cierto conocimiento de los experimentos desgajado de cualquier conocimiento del contexto teórico que les daba significado; partes de teorías sin relación tampoco con otro fragmento o parte de teoría que poseen, ni con la experimentación; instrumentos cuyo uso ha sido olvidado; semicapítulos de libros, páginas sueltas de artículos, no siempre del todo legibles porque están rotos y chamuscados. Pese a ello todos esos fragmentos son reincorporados en un conjunto de prácticas que se llevan a cabo bajo los títulos renacidos de física, química y biología. Los adultos disputan entre ellos sobre los méritos respectivos de la teoría de la relatividad, la teoría de la evolución y la teoría del flogisto, aunque poseen solamente un conocimiento muy parcial de cada una. Los niños aprenden de memoria las partes sobrevivientes de la tabla periódica y recitan como ensalmos algunos de los teoremas de Euclides. Nadie, o casi nadie, comprende que lo que están haciendo no es ciencia natural en ningún sentido correcto. Todo lo que hacen y dicen se somete a ciertos cánones de consistencia y coherencia y los contextos que serían necesarios para dar sentido a toda esta actividad se han perdido, quizás irremediablemente. En tal cultura, los hombres usarían expresiones como «neutrino», «masa», «gravedad específica», «peso atómico», de modo sistemático y a menudo con ilación más o menos similar a los modos en que tales expresiones eran usadas en los tiempos anteriores a la pérdida de la mayor parte del patrimonio científico. Pero muchas de las creencias implícitas en el uso de esas expresiones se habrían perdido y se revelaría un elemento de

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arbitrariedad y también de elección fortuita en su aplicación que sin duda nos parecería sorprendente. Abundarían las premisas aparentemente contrarias y excluyentes entre sí, no soportadas por ningún argumento. Aparecerían teorías subjetivistas de la ciencia y serían criticadas por aquellos que sostuvieran que la noción de verdad, incorporada en lo que decían ser ciencia, era incompatible con el subjetivismo. […] Este mundo posible imaginario se aproxima mucho a alguno de los que han construido los escritores de ciencia ficción. Podemos describirlo como un mundo en el que el lenguaje de las ciencias naturales, o por lo menos partes de él, continúa siendo usado, pero en un grave estado de desorden. ¿A qué viene construir este mundo imaginario habitado por pseudocientíficos ficticios y una filosofía real y verdadera? La hipótesis que quiero adelantar es que, en el mundo actual que habitamos, el lenguaje de la moral está en el mismo grave estado de desorden que el lenguaje de las ciencias naturales en el mundo imaginario que he descrito. Lo que poseemos, si este parecer es verdadero, son fragmentos de un esquema conceptual, partes a las que ahora faltan los contextos de los que derivaba su significado. Poseemos, en efecto, simulacros de moral, continuamos usando muchas de las expresiones-clave. Pero hemos perdido —en gran parte, si no enteramente— nuestra comprensión, tanto teórica como práctica, de la moral”4. Con esta distopía comienza el análisis sobre la situación del hombre contemporáneo en la orientación de su acción que ofrece uno de los más lúcidos pensadores recientes. La tesis fundamental es que el hombre contemporáneo ha perdido el sentido de las reglas de su obrar. Para saber qué hacer hay que conocer cuáles son los fines del ser humano, dónde se encuentra su plenitud y felicidad. Y, tras las convulsiones de la edad Moderna, el hombre conoce sólo fragmentos de lo que significa ser hombre. Por ello, hasta las mismas normas morales carecen de sentido para muchos de nuestros contemporáneos. Perdida la visión de conjunto y la verdad profunda de lo que el hombre está llamado a ser, se pierde el sentido de la conveniencia o desconveniencia de optar por los medios que ayuden a conseguir esos fines. Por ejemplo, si se ignora que el ser humano desea naturalmente conocer la verdad, la educación fácilmente se convertirá en un conjunto de técnicas para que se consiga una mejor posición social o una remuneración más proficua. Tendremos una visión puramente utilitarista de la labor educativa

4 ALASDAIR MACINTYRE, “Tras la Virtud”, Barcelona 1984.

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que intentará satisfacer objetivos buenos en sí mismos, pero lejanos de la alta vocación a la que está llamado el ser humano, incapaces por ello de ofrecerle satisfacción y felicidad. Si tenemos en cuenta que el ser humano, a diferencia de los animales, no viene dotado de los mecanismos con que lograr sus fines de forma innata, sino que tiene que aprenderlos. Que es tarea de cada generación enseñar a la siguiente en qué consiste ser hombre, y cómo tener éxito en esa empresa. Nos damos cuenta de que el proceso de transmisión de lo humano, el mapa con que orientarse en esta aventura que despliega el arte de vivir, vive en el momento presente un período de notable confusión que vamos a intentar analizar en sus raíces y manifestaciones más notables. Para la reflexión inicial… + ¿Qué signos de crisis educativa percibo en mi entorno? + ¿Comparto la tesis de que el desacuerdo sobre los fines del ser humano están a la base de la ruptura de la tradición educacional? ¿Vemos ejemplos cercanos?

2. RADIOGRAFÍA DE UNA CRISIS El Papa Benedicto XVI, que vivió toda su vida con una peculiar vocación a la enseñanza, acuñó en uno de sus discursos, un binomio que se hizo posteriormente recurrente en muchas de sus intervenciones. El 11 de junio de 2007, en el discurso de inauguración de los trabajos de la diócesis de Roma, Benedicto XVI dijo lo siguiente:

“Hoy cualquier labor de educación parece cada vez más ardua y precaria. Por eso, se habla de una gran «emergencia educativa», de la creciente dificultad que se encuentra para transmitir a las nuevas generaciones los valores fundamentales de la existencia y de un correcto comportamiento, dificultad que existe tanto en la escuela como en la familia, y se puede decir que en todos los demás organismos que tienen finalidades educativas”.

Desde entonces, en más de cien ocasiones describió el pontífice la situación actual como de “emergencia educativa”. De hecho, la diócesis de Roma primero, y toda la Conferencia Episcopal Italiana después, han dedicado todo un programa pastoral decenal, a

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buscar vías para “educar en la vida buena del Evangelio”. Así reza el título del plan pastoral que va del 2010 al 2020 en toda la Iglesia italiana. Lo delicado de la cuestión educativa es que afecta a un proceso constitutivo de las posibilidades del ser humano, que de generación en generación tiene la tarea de transmitir y recibir de forma absolutamente nueva su propia identidad, el legado del saber y el arte de vivir. Lo expresa magníficamente el Papa emérito: “A diferencia de lo que sucede en el campo técnico o económico, en donde los progresos de hoy pueden sumarse a los del pasado, en el ámbito de la formación y del crecimiento moral de las personas no se da una posibilidad semejante de acumulación, pues la libertad del hombre siempre es nueva y, por tanto, cada persona y cada generación tiene que tomar nueva y personalmente sus decisiones. Incluso los valores más grandes del pasado no pueden ser simplemente heredados, tienen que ser asumidos y renovados a través de una opción personal, que con frecuencia cuesta”5 En varias de sus intervenciones, Benedicto XVI ha hecho un intento de ir a las raíces profundas de la crisis que ha originado esa emergencia educativa. Y, a pesar de que no contamos con una descripción sistemática de las mismas, seguramente puedan agruparse en torno a dos grandes heridas de la cultura de nuestro tiempo. En primer lugar, se ha referido a lo que ya en el final del pontificado de Juan Pablo II designó como “dictadura del relativismo”. Y sus derivaciones en el ámbito del saber y del obrar, un relativismo noético y moral. En segundo lugar, como gran dificultad para la tarea educativa de las familias y la sociedad en general, ha señalado el Papa la falsa concepción de la libertad que se ha dibujado recientemente, entendida sobre todo como autonomía, y desligada de las relaciones y las referencias que orientan al ser humano hacia su bien propio. Podemos detenernos brevemente en cada una de ellas.

a) El relativismo de nuestro tiempo: la era de la “posverdad”

El que fuera todavía cardenal Ratzinger puso el dedo en la llaga al señalar como uno de los grandes dramas de la actualidad la depresión profunda que afectaba al hombre de nuestro tiempo en la

5 BENEDICTO XVI, Carta a la Diócesis y a la ciudad de Roma sobre la tarea urgente de la educación, 21 de enero de 2008.

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búsqueda de la verdad. Se trata de un mal que tiene orígenes remotos, en lo que históricamente se denomina la Modernidad. El hombre que, a raíz de ciertas conquistas de la nueva ciencia de Galileo y Newton, sueña la construcción de una ciencia universal y apodíctica, partiendo del modelo de las Matemáticas, y de ciertas extrapolaciones de su método, diseña un modelo racionalista del conocimiento humano. De la Filosofía, a la Ética, al Derecho, y a la construcción del estado, las grandes ideologías del momento acaban cristalizando en los regímenes totalitarios del siglo XX: comunismo, nacionalsocialismo… El colapso del proyecto racionalista del saber, con todos sus –ismos (cientificismo, pragmatismo,…) y la caída de las ideologías atestiguada por los horrores de los estados totalitarios, ha producido un movimiento de sentido contrario, un sesgo pendular que ha llevado a conclusiones opuestas e igualmente erróneas sobre la capacidad limitada pero real del ser humano de conocer la verdad sobre el mundo, sobre sí mismo y su destino, y, en definitiva, sobre Dios, principio y fin último de todas las cosas. Nos encontramos así lo que han descrito como el hombre líquido, de pensamiento “light”, que ha perdido sus certezas fundamentales, y lo que es peor, la confianza en poder alcanzar alguna. De ahí que algunos señalen que nos encontramos con las consecuencias últimas del nihilismo que algunos filósofos habían propugnado, con sus manifestaciones más devastadoras en forma de individualismo radical, agnosticismo y desarraigo vital.

“La cultura actual, profundamente marcada por un subjetivismo que desemboca muchas veces en el individualismo extremo o en el relativismo, impulsa a los hombres a convertirse en única medida de sí mismos, perdiendo de vista otros objetivos que no estén centrados en su propio yo, transformado en único criterio de valoración de la realidad y de sus propias opciones. De este modo, el hombre tiende a replegarse cada vez más en sí mismo, a encerrarse en un microcosmos existencial social […]la mentalidad hedonista y consumista predominante favorece una tendencia hacia la superficialidad y un egocentrismo”6

La duda fundamental sobre las verdades más elementales se transforma rápidamente en desorientación respecto de los bienes a que aspira el ser humano. Del relativismo cognoscitivo se pasa al relativismo moral. Y así, “una mentalidad y una forma de cultura

6 BENEDICTO XVI, Discurso a la Asamblea Plenaria del Pontificio Consejo de la Cultura, 8 de marzo de 2008.

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que llevan a dudar del valor de la persona humana, del significado mismo de la verdad y del bien, en última instancia, de la bondad de la vida. Se hace difícil, entonces, transmitir de una generación a otra algo válido y cierto, reglas de comportamiento, objetivos creíbles sobre los que se puede construir la propia vida”7. Entre todas las soluciones que se pueden imaginar a esta crisis cultural, el Papa señala algunas recetas sencillas, a modo de consejos genéricos pero que pueden orientar nuestras opciones concretas. En primer lugar, invita Benedicto XVI a llevar a cabo una auténtica “pastoral de la inteligencia”. Confiando en el deseo natural del ser humano de conocer la verdad, en su capacidad para hacerlo, esto significa presentar a los hombres las grandes cuestiones que han conducido siempre hacia las preguntas últimas. El sentido de la vida, el la causa primera de todo lo que existe, el fin de la vida y el destino último de todas las cosas son elementos que siempre han retado la mente y el corazón humanos. «Debemos esforzarnos por responder a la demanda de verdad poniendo sin miedo la propuesta de la fe en confrontación con la razón de nuestro tiempo. Así ayudaremos a los jóvenes a ensanchar los horizontes de su inteligencia, abriéndose al misterio de Dios, en el cual se encuentra el sentido y la dirección de nuestra existencia, y superando los condicionamientos de una racionalidad que solo se fía de lo que puede ser objeto de experimento y de cálculo. Por tanto, es muy importante desarrollar lo que ya el año pasado llamamos la “pastoral de la inteligencia”»8. Frente al emotivismo contemporáneo, que pone el timón de la vida en el afecto ciego, la postura católica es la de la confianza en la razón del ser humano para guiar su existencia, una razón abierta a la trascendencia y consciente de su altísima vocación. En segundo lugar, habla el Papa emérito de la recomposición de la unidad de la verdad y de ésta con el bien. Los clásicos decían que las propiedades trascendentales del ser convierten. Es decir, la verdad brilla junto al bien y viceversa. De ahí que, frente a la fragmentación del saber en tiempos recientes, producida por la hiperespecialización requerida para la eficiencia del trabajo que busca ante todo rendimientos, surja de nuevo una llamada a conseguir una unidad del saber en clave personal, donde las grandes cuestiones sean patrimonio común. Ahí tiene una labor importante

7 BENEDICTO XVI, Carta a la Diócesis y a la ciudad de Roma sobre la tarea urgente de la educación, 21 de enero de 2008. 8 BENEDICTO XVI, Discurso en la inauguración de los trabajos de la asamblea diocesana de Roma, 6 de noviembre de 2007.

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la “universidad”, que toma su nombre precisamente de esa apertura a la universalidad de los saberes, posible por la unidad interna de la Verdad. Pero también tiene sus aplicaciones en las enseñanzas medias, con la insistencia en el valor del estudio de las Humanidades que testimonian el patrimonio perenne de las conquistas de la humanidad. O en la misma educación familiar, donde el adjetivo “integral” es una de las constantes con que se califica la educación, para evitar hipertrofias o atrofias de las distintas dimensiones del ser humano. Hay quien ha descrito el planteamiento de la educación católica como un enseñar a “pensar con el corazón y amar con la cabeza”, para sugerir eficazmente esa perspectiva de conjunto con que el ser humano se relaciona con la realidad desde todas sus potencias, intelectivas, afectivas, y libres en definitiva. En este sentido, dice Benedicto XVI que “verdad significa más que conocimiento”:

«Conocer la verdad nos lleva a descubrir el bien. La verdad se dirige al individuo en su totalidad, invitándonos a responder con todo nuestro ser. Esta visión optimista está fundada en nuestra fe cristiana, ya que en esta fe se ofrece la visión del Logos, la Razón creadora de Dios, que en la Encarnación se ha revelado como divinidad ella misma. Lejos de ser solamente una comunicación de datos fácticos, “informativa”, la verdad amante del Evangelio es creativa y capaz de cambiar la vida, es “performativa” (cf. Spe salvi, 2). Con confianza, los educadores cristianos pueden liberar a los jóvenes de los límites del positivismo y despertar su receptividad con respecto a la verdad, a Dios y a su bondad. De este modo, ustedes ayudarán también a formar su conciencia que, enriquecida por la fe, abre un camino seguro hacia la paz interior y el respeto a los otros. […] En la práctica, la “caridad intelectual” defiende la unidad esencial del conocimiento frente a la fragmentación que surge cuando la razón se aparta de la búsqueda de la verdad»9

Por último, y sin ningún ánimo de exhaustividad, el Papa alemán sugiere otra pista de acción para la actividad educativa. Y es la de unir verdad y libertad en la persona del educador, convirtiéndose así en testigo y no solo un maestro. Pablo VI había popularizado en su exhortación Evangelii Nuntiandi aquello de que el mundo contemporáneo escucha más a los testigos que a los maestros, y si escucha a los maestros es porque son también testigos. Ya antes, el Concilio Vaticano II había insistido en la necesidad de que al anuncio del evangelio acompañen los frutos visibles de la santidad de la Iglesia en forma de testimonio. Y está claro que, sin que el planteamiento sea el de la búsqueda del brillo a

9 BENEDICTO XVI, Discurso en el encuentro con los educadores católicos, en el salón de conferencias de la universidad católica de América (Washington D.C). 17 de abril de 2008.

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los ojos de los hombres, cada uno de nosotros estamos llamados a buscar la coherencia que produce la unidad de vida inspirada por la acción armónica de la gracia en el cristiano. De hecho, es propiamente humano el acceder a la verdad a través del testimonio de otros. Son muchísimas las cosas que conocemos fiándonos de lo que nos han transmitido personas y fuentes dignas de ser atendidas. El testimonio no es una forma de conocimiento de segunda categoría, sino un modo común de acceder a la verdad que otros han experimentado de forma directa y transmiten al patrimonio común. El hombre moderno, que por un deseo de certeza absoluta ha puesto en duda los testimonios de la Tradición precedente para comenzar ex novo el edificio del saber, se ha encontrado al final con la más absoluta indigencia intelectual, con la fragilidad del sujeto que queda desprovisto de las relaciones que le constituyen. Y frente a todo eso, la propuesta de volver a suscitar testigos de la verdad que manifiesten la belleza del bien humano, es un trámite necesario para volver a ofrecer referentes sólidos a los hombres de hoy. Solo así se recuperará esa relación de confianza que debe marcar toda relación educativa.

«Queridos hermanos y hermanas, para hacer aún más concretas mis reflexiones, puede ser útil identificar algunas exigencias comunes de una educación auténtica. Ante todo, necesita la cercanía y la confianza que nacen del amor: pienso en la primera y fundamental experiencia de amor que hacen los niños —o que, por lo menos, deberían hacer— con sus padres. Pero todo verdadero educador sabe que para educar debe dar algo de sí mismo y que solamente así puede ayudar a sus alumnos a superar los egoísmos y capacitarlos para un amor auténtico»10

b) La falsa imagen de la “libertad” y la crisis de

autoridad De forma más sintética, nos referimos a la segunda gran causa de la emergencia educativa señalada por Benedicto XVI. También nacida con la supuesta emancipación de parte de la cultura moderna tras el Medioevo, tuvo lugar una puesta en el centro del ser humano que se caracterizó por la exaltación de su libertad. Tan es así que esta idea de la libertad como absoluta independencia llevó a ver como máximo rival del ser humano al mismo Dios, que vendría a ser el gran enemigo de la libertad del hombre. De ahí a su negación, y al

10 BENEDICTO XVI, Mensaje a la diócesis de Roma sobre la tarea urgente de la educación, 21 de enero de 2008.

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intento de eliminación de la religión del espacio público el proceso es solo cuestión de matices. En cambio, sabemos que el hombre nunca encuentra mayor plenitud que cuando descubre la verdad sobre su origen y destino que ha sido inscrita en lo más profundo de su ser por su Creador, que en un acto de amor y generosidad ha querido poner su imagen y semejanza en cada persona. La libertad es, por tanto, la capacidad del ser humano de auto determinarse hacia el bien que le plenifica. Nos toca, a lo largo de esta vida, descubrir el medio más oportuno para alcanzar ese fin último que todos llevamos en el corazón, y que es la felicidad plena que coincide objetivamente en la vida bienaventurada de la unión con Dios y con los hermanos por toda la eternidad. Por ello, dice Benedicto XVI, “«La libertad no es la facultad para desentenderse de; es la facultad de comprometerse con, una participación en el Ser mismo», que lleva al hombre, por tanto, a ser más y mejor11. Y en otro lugar: «La libertad del “sí” es libertad capaz de asumir algo definitivo. Así, la mayor expresión de la libertad no es la búsqueda del placer, sin llegar nunca a una verdadera decisión. Aparentemente esta apertura permanente parece ser la realización de la libertad, pero no es verdad: la auténtica expresión de la libertad es la capacidad de optar por un don definitivo, en el que la libertad, dándose, se vuelve a encontrar plenamente a sí misma»12. En cambio, esa visión falseada de la libertad ha estado a la base de muchas de las revoluciones modernas. Desde la visión ilustrada de la Revolución francesa, pasando por las revoluciones bolcheviques y llegando hasta la misma revolución sexual que datamos, por poner una fecha clave, en el mayo del 68 francés. En todos los casos, la raíz común está en la idea de libertad como absoluta indeterminación, emancipación de vínculos, sean los de la propia naturaleza, sea el mismo Dios como fundamento último. En los últimos años, y sirva esto como descripción de las consecuencias más próximas para el tema que nos ocupa, esta crisis se ha manifestado en forma de una profunda ruptura generacional. Más allá de los habituales dinamismos de fricción entre una generación y otra, desde hace 50 años para acá, las rápidas

11 BENEDICTO XVI, Discurso en el encuentro con los educadores católicos, en el salón de conferencias de la universidad católica de América, (Washington D.C.), 17 de abril de 2008. 12 BENEDICTO XVI, Discurso en la ceremonia de apertura de la asamblea eclesial de la diócesis de Roma sobre familia y comunidad cristiana, 6 de junio de 2005.

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transformaciones sociales han hecho sentir a padres y educadores un cierto vértigo paralizador que, quitándoles la confianza en la propia educación recibida, les hacía sentir incapaces de educar para la vida de un mundo en continuo cambio. Esa especie de retracción de padres y educadores de los ámbitos esenciales de la vida ha tenido consecuencias perniciosas. Especialmente si la unimos a la actitud refractaria ante la autoridad que han desarrollado generaciones recientes. Si, como señala un famoso psicoterapeuta francés (Tony Anatrella, “La diferencia prohibida”), el 68 supuso la “muerte del padre”, las resistencias a la formación que han venido desde entonces, tienen esta misma raíz que tiende a manifestarse en una relación complicada con las figuras que inspiran autoridad. Urge volver a colocar las relaciones paterno-filiales, las de maestro-discípulo, y, yendo a la raíz, la misma relación de dependencia Creador-criatura que tantas desfiguraciones ha sufrido con la imagen de un Dios tirano o arbitrario. En este sentido hay que leer las invitaciones de Benedicto XVI aplicadas al ámbito educativo:

«Así pues, la educación no puede prescindir del prestigio, que hace creíble el ejercicio de la autoridad. Es fruto de experiencia y competencia, pero se adquiere sobre todo con la coherencia de la propia vida y con la implicación personal, expresión del amor verdadero. Por consiguiente, el educador es un testigo de la verdad y del bien; ciertamente, también él es frágil y puede tener fallos, pero siempre tratará de ponerse de nuevo en sintonía con su misión»13. «… Un verdadero educador pone en juego en primer lugar su persona y sabe unir autoridad y ejemplaridad en la tarea de educar a los que le han sido encomendados»14.

Para ello, un medio concreto que propone el Papa es atender a “encontrar el equilibrio adecuado entre libertad y disciplina. Sin reglas de comportamiento y de vida, aplicadas día tras día en pequeñas cosas, no se forma el carácter y no se prepara para afrontar las pruebas que no faltarán en el futuro”15. Una vez más, la referencia para labrar la verdadera autoridad es la que nace del testimonio que remite al verdadero Maestro

13 BENEDICTO XVI, Mensaje a la diócesis de Roma sobre la tarea urgente de la educación, 21 de enero de 2008.. 14 BENEDICTO XVI, Discurso a la Conferencia Episcopal Italiana, 28 de mayo de 2009. 15 BENEDICTO XVI, Carta a la Diócesis y a la ciudad de Roma sobre la tarea urgente de la educación, 21 de enero de 2008.

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interior: “La labor educativa implica la libertad, pero también necesita autoridad. Por eso, especialmente cuando se trata de educar en la fe, es central la figura del testigo y el papel del testimonio. El testigo de Cristo no transmite sólo informaciones, sino que está comprometido personalmente con la verdad que propone, y con la coherencia de su vida resulta punto de referencia digno de confianza. Pero no remite a sí mismo, sino a Alguien que es infinitamente más grande que él, en quien ha puesto su confianza y cuya bondad fiable ha experimentado”16. Para el diálogo… + ¿Descubro en mí mismo alguna huella de esas raíces de la emergencia educativa: relativismo, falsa visión de la libertad? ¿En qué medida, como hijos de nuestro tiempo, nos dejamos afectar por ese ambiente culturalmente herido? + ¿Se me ocurren antídotos concretos y realizables para afrontar la crisis relativista (“todo es relativo, no hay verdad universal”) en mi ambiente más cercano? + ¿En qué aspectos es más frágil y en cuáles es más potente nuestro testimonio ante la sociedad? ¿Cómo recuperar esa coherencia de vida que hacer brillar la unión de la verdad con el bien y la belleza propiamente humanos? + ¿Cómo ayudar a crear en nuestras familias y comunidades figuras con la verdadera y recta autoridad que ayuda a crecer a otros? + ¿Encuentro algún otro factor que explique la actual “emergencia educativa” aparte de los señalados por Benedicto XVI?

16 BENEDICTO XVI, Discurso en la inauguración de los trabajos de la asamblea diocesana de Roma. 11 de junio de 2007.

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Tercer Encuentro:

“Introducir en la totalidad de la Verdad”

1. OBERTURA: ¿Qué entendemos por educación cristiana?

“Todos los cristianos, en cuanto han sido regenerados por el agua y el Espíritu Santo han sido constituidos nuevas criaturas, y se llaman y son hijos de Dios, tienen derecho a la educación cristiana. La cual no persigue solamente la madurez de la persona humana arriba descrita, sino que busca, sobre todo, que los bautizados se hagan más conscientes cada día del don de la fe, mientras son iniciados gradualmente en el conocimiento del misterio de la salvación; aprendan a adorar a Dios Padre en el espíritu y en verdad, ante todo en la acción litúrgica, adaptándose a vivir según el hombre nuevo en justicia y en santidad de verdad, y así lleguen al hombre perfecto, en la edad de la plenitud de Cristo y contribuyan al crecimiento del Cuerpo Místico. Ellos, además, conscientes de su vocación, acostúmbrense a dar testimonio de la esperanza y a promover la elevación cristiana del mundo, mediante la cual los valores naturales contenidos en la consideración integral del hombre redimido por Cristo contribuyan al bien de toda la sociedad. Por lo cual, este Santo Concilio recuerda a los pastores de almas su gravísima obligación de proveer que todos los fieles disfruten de la educación cristiana y, sobre todo, los jóvenes, que son la esperanza de la Iglesia”.

Declaración “Gravissimum Educationis” sobre la Educación Cristiana

del Concilio Vaticano II, n.2

Para la reflexión inicial… + ¿Podríamos aventurar una definición de lo que entendemos por educación cristiana? + ¿Qué elementos de la formación nos parecen más necesarios en el momento presente para construir la madurez humana y cristiana de la persona?

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2. PRINCIPIOS GENERALES DE LA EDUCACIÓN En el Congreso Mundial de la Educación Católica que se celebró en el Vaticano en el año 2015, el Papa Francisco, tuvo una intervención en la que definió la educación como un “introducir en la totalidad de la verdad”. Lo hacía para superar dicotomías entre lo humano y lo cristiano, y dejar atrás visiones reduccionistas de la educación en clave de pura instrucción doctrinal o concepciones fragmentarias y pragmáticas de la misma. En ese sentido, podemos señalar algunos puntos de partida que tienen que caracterizar todo proceso educativo integral, tal cual nacen de la verdad profunda y armónica del ser humano como imagen y semejanza de Dios17.

a) El sujeto de la educación es el hombre, que ha de ser conducido a su perfección propia: No se educa a los animales ni a los ángeles. A lo sumo se puede adiestrar a los animales para que repitan ciertas conductas, pero están determinados a los bienes inmediatos que satisfacen su instinto. Solo el ser humano necesita de una cierta perfección sobreañadida para tener como suyos los bienes a los que está ordenado. Alcanzar la propia plenitud es una llamada que todos experimentamos interiormente.

b) La perfección del hombre es original: Cada ser humano es

único e irrepetible, y llamado de manera original y única a perfeccionarse. Se educa a una persona humana en cuanto distinta, única, singular, irrepetible.

c) La educación del hombre es integral: El fin último que el

pedagogo estime para la vida humana condicionará todos los medios para conducir a ello. No se puede llamar verdadera educación a la que descuide alguno de los aspectos de la vida humana.

17 Una descripción detallada de los mismos en ANTONIO AMADO, “La Educación Cristiana”. Barcelona 2010, pp. 18-23.

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d) La plenitud o perfección del hombre es esencialmente moral: Al hombre no se le llama bueno ni por su inteligencia, ni por sus deseos o habilidades, sino por la rectitud de su voluntad. Y siempre educamos con una cierta noción implícita de lo que consideramos bueno. Como la perfección moral dice siempre en relación con la felicidad es imposible una educación que no defina en qué consiste la felicidad de la vida humana, y que según esta regula las nociones de bien y mal. La obra moral se caracteriza porque el fin de la acción revierte en el mismo sujeto, es algo interior al hombre. En cambio, la perfección puramente técnica busca el bien de lo que hace el hombre.

e) Educar es enseñar a vivir: Que no es lo mismo que enseñar

para la vida. Sino que se trata de responder a la llamada a vivir en la verdad y el amor. Tiene esa doble dimensión del entendimiento y la voluntad.

f) La persona solo se encuentra a sí misma en la donación de sí

misma a los demás. El auténtico vivir es siempre efusivo, donante. La misma obra educativa es en cuanto tal un encuentro. La vida personal exige como perfección la acogida y apertura al bien del otro.

g) La educación solo se puede realizar en la libertad: Es, por

tanto, contraria a la utilización y manipulación de la persona. Una persona no es educada hasta que quiere libremente para sí un bien del que juzga su carácter perfectivo y amable. Educar simplemente para la ejecución de ciertos actos no es más que amaestrar. No es posible educar mientras el educando perciba como ajeno a él y a su vida lo que se propone como bien para ser asumido. De ahí que digamos que la primacía en el proceso educativo corresponde al educando.

h) La educación es una comunicación de vida íntima: Requiere

una relación personal. El educando sólo se forma ante alguien, y no ante algo. El educador sólo educa a alguien. Si el educador no dice interiormente una verdad, ésta no posee aquella dimensión perfectiva por la que se hace amable al educando.

3. ABRIR EL HORIZONTE TRASCENDENTE DEL SER HUMANO

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En la mencionada intervención del Papa Francisco en el Congreso Mundial de la Educación Católica, éste señalaba como principal dificultad del proceso educativo en nuestro tiempo una marcada clausura a la trascendencia inducida en los procesos formativos de las sociedades hodiernas. Decía así el Pontífice:

“Educar cristianamente es llevar adelante a los jóvenes y niños en los valores humanos en todas las realidades, y una de esas realidades es la trascendencia. Hoy hay una tendencia neopositivista, es decir, de educar en las cosas inmanentes, en el valor de las cosas inmanentes, y esto sea en los países de tradición cristiana o en los de tradición pagana. Y esto no es introducir a los jóvenes y niños en la realidad total: falta la trascendencia. Para mi, la crisis más grande de la educación en la perspectiva cristiana es esa clausura a la trascendencia. Estamos cerrados a la trascendencia. Hace falta preparar los corazones para que el Señor se manifieste, pero en la totalidad; es decir, en la totalidad de la humanidad que tiene también esta dimensión de trascendencia. Educar humanamente, pero con horizontes abiertos. Todo tipo de cerrazón no sirve para la educación”18

Si el horizonte último del ser humano es la comunión con Dios, somos conscientes de que ninguna propuesta no integrable en ese fin podrá satisfacer la mente y el corazón de nuestros niños y jóvenes. De ahí que lo cristiano no sea un añadido extrínseco a lo humano, sino su misma plenitud. Al describir a los hombres de nuestro tiempo, se suele señalar un difuso “retorno de lo sagrado” perceptible en muchas prácticas que atisban espiritualidad. Es un fenómeno ambivalente, pues aun indicando la sed profunda que habita en el alma humana, las propuestas mayoritarias tienden a estar impregnadas de un movimiento hacia pseudo-divinidades que se acaban identificando más o menos con bienes limitados y no con el mismo Dios vivo, personal y trascendente. Así lo diagnosticaban en una carta pastoral reciente los obispos vascos:

“La dimensión trascendente de la persona precisa de un adecuado cuidado y desarrollo. La relación con Dios, inscrita en el corazón humano, conocerle y amarle llena de sentido la propia existencia y fundamenta la fraternidad humana y el desarrollo de una sociedad y un mundo más justo y solidario. La indiferencia religiosa puede hacer que no se valore adecuadamente la formación religiosa e incluso que no se entienda que la asignatura de Religión, libremente asumida, no es un

18 FRANCISCO, Encuentro con educadores católicos en el Congreso Mundial de la Educación Católica, 21 de noviembre de 2015.

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elemento discordante en la tarea educativa, sino que constituye un bien y forma parte de una educación verdaderamente integral. Asistimos a la proliferación de nuevas formas de espiritualidad. Algunas variedades de yoga, de zen o de meditación oriental y otras propuestas análogas de armonización entre meditación cristiana y técnicas orientales deberán ser continuamente cribadas con un cuidadoso discernimiento de contenidos y de métodos, para evitar la caída en un pernicioso sincretismo. El reiki, el chamanismo, el tarot y la videncia, o la nueva era y similares son incompatibles con la auténtica espiritualidad cristiana, por lo que es preciso distinguir claramente estas realidades de una genuina experiencia cristiana. En la sociedad plural y secularizada en la que vivimos y desde la concepción cristiana de la persona en la que creemos, entendemos que el misterio del ser humano encuentra su sentido desde el misterio de Dios y se ilumina por el acontecimiento de Jesús de Nazaret. Este misterio y este acontecimiento iluminan la tarea de educar personas responsables, competentes, compasivas y comprometidas19.

Frente a esas visiones de espiritualidad difusa, es importante insistir sobre los elementos característicos de la fe y la espiritualidad que nos abren al misterio de Dios tal cual nos han sido revelados máximamente en Cristo20. En particular, en lo que afecta al proceso educativo, tenemos luces suficientes para afirmar que:

a) El ser humano, llamado a la comunión con Dios desde el principio, ha sido herido por el pecado y restaurado por la gracia de Jesucristo. La herida del pecado se manifiesta más acusadamente en su voluntad que en su inteligencia, lo que supone en el que tiene que educar una confianza básica en la capacidad de conocer la verdad, y un trabajo específico para que la voluntad del sujeto adquiera la virtud.

b) La Redención de Cristo y la gracia del Espíritu Santo son

eficaces para sanar, perfeccionar y elevar al hombre a su fin último, que es la santidad y la vida íntima con Dios junto a los hermanos. De ahí que solo una visión unitaria e integral de la educación pueda conducir al hombre hacia la perfección que le es propia.

c) La gracia no destruye la naturaleza, sino que la perfecciona.

Todo lo que es un bien natural es asumible desde la fe en Jesucristo. Por ello, la labor educativa conduce en primer lugar a conquistar la propia libertad, frente a la esclavitud que

19 “Me enseñarás el sendero de la vida” (Sal. 15,11) Carta Pastoral Conjunta sobre los desafíos contemporáneos de la educación, n. 19. 20 Vid. CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, “Orationis Formas”. Carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre algunos aspectos de la meditación cristiana.

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genera el pecado divisor del que ya se acusaba san Pablo: “En efecto, no entiendo mi comportamiento, pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco” (Rm. 7,15)

A este fin ha servido la educación católica durante tanto tiempo, encuadrándose en el marco amplio de la labor evangelizadora de la Iglesia. De hecho, la Iglesia actúa como fermento en la masa de una sociedad que participa siempre del proceso educativo que se esfuerza por llevar a la persona humana a su propia plenitud.

“El hombre no sólo es un animal natural, como lo son el oso o la golondrina; es, también, un animal de cultura, cuya especie no puede subsistir sino con el desarrollo de la sociedad y la civilización. Es un animal histórico: de ahí la multiplicidad de tipos culturales o ético-históricos que diversifican a la humanidad; de ahí, igualmente, la importancia de la educación. Por el hecho mismo de que está dotado de un poder de conocimiento ilimitado y que, sin embargo, debe avanzar paso a paso, el hombre no puede progresar en su propia vida específica, tanto intelectual como moral, si no es ayudado por la experiencia colectiva, que las generaciones precedentes han acumulado y conservado, y por una transmisión regular de los conocimientos adquiridos. A fin de alcanzar la libertad en la que se determina a sí mismo y para la cual ha sido hecho, el hombre necesita de la disciplina y de la tradición que pesan sobre él y a la vez lo fortalecen, haciéndolo capaz de luchar contra ellas. Esto enriquecerá la tradición, y la tradición así enriquecida posibilitará nuevos y sucesivos combates. […] A nuestra pregunta -¿qué es el hombre?- podemos, pues, responder como los griegos, los judíos y los cristianos: el hombre es un animal dotado de razón cuya suprema dignidad está en la inteligencia; el hombre es un individuo libre en relación personal con Dios, cuya suprema “justicia” o rectitud es obedecer voluntariamente a la ley de Dios; el hombre es una criatura pecadora y herida llamada a la vida divina y a la libertad de la gracia y cuya perfección suprema consiste en el amor”21.

Los retos que esta tarea implica son tan grandes como el mismo fin al que somos conducidos. Por ello, conviene terminar esta mirada preliminar a la situación y tarea de la educación, con la invitación esperanzada que lanzaba Benedicto XVI tras describir esa emergencia educativa que nos acucia: “Ante esta situación quisiera deciros algo muy sencillo: ¡No tengáis miedo! Todas estas dificultades, de hecho, no son insuperables. Son más bien, por así decir, la otra cara de la moneda de ese don grande y precioso que es nuestra libertad, con la responsabilidad que

21 JACQUES MARITAIN, “Fines de la educación”. Conferencia en la Universidad de Yale en 1943.

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justamente implica. […] Quien cree en Jesucristo tiene, además, un ulterior y más intenso motivo para no tener miedo: sabe que Dios no nos abandona, que su amor nos alcanza allí donde estamos y como estamos, con nuestras miserias y debilidades, para ofrecernos una nueva posibilidad de bien”22. Para el Diálogo… + ¿Qué síntomas de nuestro tiempo apuntan a esa forma fragmentaria de la educación? ¿Cómo promover una visión unitaria de la formación del ser humano, abierta a la plenitud de la verdad? + ¿En qué medida tenemos presentes los principios generales de la labor educativa aquí descritos? + ¿En qué aspectos se manifiesta esa “clausura a la trascendencia” que denuncia el Papa Francisco como principal problema de la educación? ¿Cómo podemos mostrar que Dios no es enemigo de la felicidad del hombre, sino su propio garante? + ¿Descubro a mi alrededor ese recurso ambiguo a formas vagas de espiritualidad que no llevan al Dios vivo y verdadero? Posibles antídotos que conduzcan a la fuente de la genuina espiritualidad cristiana.

22 BENEDICTO XVI, Carta a la Diócesis y a la ciudad de Roma sobre la tarea urgente de la educación, 21 de enero de 2008.

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JUZGAR

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Primer Encuentro:

La Pedagogía Divina

1. OBERTURA

Del libro del Profeta Oseas 11 1 Cuando Israel era joven lo amé y de Egipto llamé a mi hijo. 2 Otros lo llamaban, y ellos marcharon según sus deseos: sacrificaban a los baales, ofrecían incienso a los ídolos. 3 Pero era yo quien había criado a Efraín, tomándolo en mis brazos; y no reconocieron que yo los cuidaba. 4 Con lazos humanos los atraje, con vínculos de amor. Fui para ellos como quien alza un niño hasta sus mejillas. Me incliné hacia él para darle de comer. 5 Volverán a la tierra de Egipto, Asiria será su rey, ya que rehusaron convertirse. 6 Se abatirá la espada sobre sus ciudades, aniquilará sus defensas, los devorará por culpa de sus decisiones. 7 Mi pueblo está sujeto a su apostasía. También claman hacia lo alto pero el ídolo no puede salvarlos. 8 ¿Cómo podría abandonarte, Efraín, entregarte, Israel? ¿Podría entregarte, como a Admá, tratarte como a Seboyín? Mi corazón está perturbado, se conmueven mis entrañas. 9 No actuaré en el ardor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraín, porque yo soy Dios, y no hombre; santo en medio de vosotros, y no me dejo llevar por la ira. Para la reflexión inicial… + ¿Qué rasgos de la pedagogía divina con Israel aparecen en este texto del profeta Oseas? + ¿Nos ofrecen alguna inspiración que aplicar a nuestro modo de proceder?

2. EL PRECEDENTE DE LA “PAIDEIA” GRIEGA: “LOGOS” Y VIRTUD

Si bien es cierto que todas las civilizaciones han tenido su propio modo de comunicar el saber y la tradición de vida a las siguientes generaciones, no podemos ocultar que la civilización griega supone una cota especialmente alta de los logros humanos, de

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forma especial en este ámbito23. Los griegos son un pueblo de educadores, los primeros en comprender toda su cultura como un gran esfuerzo educativo. De hecho, mientras que otros pueblos se sintieron orgullosos de forjar el bronce, el oro, la plata… los griegos pasan a la historia como forjadores de hombres, al educar su mente y forjar su carácter. Entendieron que lo propio del ser hombre era tener que llegar a ser hombre. Y que esto se hacía con ayuda de otros. Probablemente, también entendieron que el instrumento fundamental para la transmisión de lo humano es la palabra, el “logos”, que para ellos representa el orden del concepto, reflejo de lo real. Ya Aristóteles decía que hay algo en el alma del hombre que le asemeja a los dioses, y esto es la Palabra. Es interesante enlazar esta intuición con el inicio del evangelio de san Juan, que precisamente pone en el principio de todas las cosas el Verbo de Dios, la Palabra que se nos revelará en Jesucristo. Desde el helenismo hubo preocupación por transmitir el saber, plasmado en enciclopedias, programas de instrucción… En un primer momento educar es instruir, transmitir el saber. Todo ello pertenece a la obra educativa pero no la agota. Otro pilar importante es la socialización. Los griegos son conscientes de que la escuela tiene que introducir en la sociedad. En Atenas, es fin principal de la educación hacer del hombre un buen ciudadano. En cambio, en Esparta, esta visión se socializa en exceso y se pierde la conciencia de la individualidad del sujeto. Tú no eres tú, tú eres Esparta. Los revolucionarios franceses admiraron ese modelo. Cuenta Plutarco que “los niños espartanos se movían tras el maestro como las abejas tras la miel”. De hecho, es un extremo peligroso adoptado por otros regímenes totalitarios, que suponen que es el Estado el que educa, y que educa para la despersonalización e identificación con un bien común distinto y superior de los bienes de cada individuo. La educación en el “logos” de los griegos, supone que se educa cuando se enseña a descubrir el sentido, el significado, el valor de lo que se aprende por instrucción y de la vida en común. A su vez, presupone la feliz conciencia de que el cosmos puede ser conocido por la razón, y que hay un nexo entre el orden racional y el orden

23 Vid. IGNACIO DE RIVERA MARTÍN, Ayudar a engendrar: la figura del maestro en la Paideia griega en J. GRANADOS, “La Alianza Educativa”. Burgos 20102, pp. 57-74.

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racional y el orden moral. Esto lo asume el hombre en el estado de virtud. El objetivo es “engendrar la sabiduría”. Los griegos comprendieron que el hombre se caracteriza por ser un animal racional, con capacidad de contemplación. Y la sabiduría nacía de ahí, es el arte de vivir bien, y aúna todas las dimensiones de la verdad (contemplativa, práctica, productiva…). Para ello, el maestro tiene que lograr que se produzca es centella24 interior en el alma del alumno y que no depende puramente de técnicas o métodos de estudio. La sabiduría trasciende al hombre, pero le nace dentro. La sabiduría, siendo el fin de la educación, tiene origen divino, no es propiedad del educador, por ello no se convierte nunca en medida de la verdad. De ahí que muchos pensadores hayan conectado la etimología de “educar” (educere: sacar de dentro) con ese movimiento que entiende que lo fundamental del proceso educativo pasa dentro del alma del educando. El maestro es el que hace un discernimiento de la verdad o falsedad de lo engendrado por el educando. En este sentido, la autoridad, fortalecida por la confianza que el discípulo tenga en su maestro, será decisiva para fortalecer lo bueno que engendre y rechazar lo malo. La “paternidad” del maestro sobre el discípulo combina intimidad y distancia, presencia y ausencia. No se fía todo a la autonomía del discípulo, modelo este que rige en gran parte de la pedagogía moderna desde la moral kantiana y el romanticismo de Rousseau, que prima la espontaneidad de forma ingenua. Para ello, los grandes filósofos entendieron que gran parte del éxito de su tarea pasaba por la convivencia estrecha con la verdad a conocer, y que el proceso educativo necesita tiempo compartido. Los mayores enemigos son la impaciencia, la superficialidad, las distracciones… De hecho, la reducción del saber a la técnica conlleva la pérdida de la dimensión contemplativa del saber. Los griegos también dieron una especial importancia dentro del proceso al deporte y a los ejercicios militares, no porque fuesen un fin en sí mismos, sino porque eran escenarios donde el hombre ponía en juego sus virtudes y donde se forjaba como persona.

24 “Desde luego una obra mía referente a estas cuestiones ni existe ni existirá jamás; no se puede, en efecto reducirlas a expresión, como sucede con otras ramas del saber, sino que, como resultado de una prolongada intimidad con el problema mismo, y de la convivencia con él, de repente, cual si brotara una centella, se hace la luz en el alma y ya se alimenta por sí misma”. PLATÓN, Carta VII, 341cd

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No podemos negar que gran parte de lo que la civilización europea ha conseguido, se debe a su arraigamiento en las conquistas del modo de educar de los griegos. Todavía hoy, muchas de estas intuiciones resultan de utilidad. De hecho, en un cierto sentido, constituyeron toda una “preparación evangélica”, al ser el helenismo el clima cultural en que se desarrolla la transición del Antiguo al Nuevo Testamento y en el que nacen las primeras comunidades eclesiales. El encuentro de la razón y la fe tuvieron una sinergia peculiar en el maridaje de la los logros de la luz natural de los griegos y la revelación histórica y sobrenatural con que Dios conduce a Israel.

3. APRENDER EL CAMINO DE LA VIDA EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

Al que se acerca a la Sagrada Escritura, le hace bien entender que gran parte de sus textos son un manual educativo25, la forma con que Dios ha educado a su pueblo. Es así con los Proverbios, una especie de refranes o máximas que se graban como dardos en la memoria y tienen valor de orientación de la vida. Pero también encontramos enseñanza en las narraciones, pues Dios se ha revelado en la historia, en relación con personas concretas y a través de acontecimientos que tejen una vida particular. Frente al “héroe” griego, un mito sin historia e irreal, los personajes bíblicos son modélicos no porque fueran perfectos desde el principio, sino que en ellos encontramos una fragilidad no ocultada por la Biblia (v.gr. el pecado de David, 2 Sam 11). Los protagonistas de la historia sagrada son educables, hombres en camino hacia Dios que van poco a poco progresando en la virtud y en la inteligencia de lo perfecto. El paradigma de todos los “educandos” del Antiguo Testamento es el mismo pueblo de Israel. De ahí que veamos ahora cuál ha sido su proceso de aprendizaje.

A) Etapas de la Educación de Israel Israel nació en Egipto, como leíamos al principio. Ahí le “llamó” Dios, lo que entendido en sentido fuerte significa que la

25 CARLOS GRANADOS GARCÍA, Enseñar el camino de la vida según el Antiguo Testamento en J. GRANADOS, “La Alianza Educativa”. Burgos 2010, pp. 75-90.

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liberación de la esclavitud egipcia es para Oseas el nacimiento de ese “hijo” que es el pueblo de Israel. A partir de ahí, atravesado el estrecho especio uterino abierto en el Mar (Ex. 14), comienzan a desarrollarse las “etapas de la vida” de Israel, que podríamos aglutinar en torno a cuatro grandes momentos: el desierto es tiempo de la infancia, en la montaña del Sinaí donde interviene la ley y se descubre la desobediencia de Israel podemos encontrar su adolescencia, en tercer lugar, con la elección al borde de la tierra prometida (libro del Deuteronomio) Israel debe “elegir la vida” y reconocer su vocación; por último, se puede describir su condición de vida adulta en cuanto pueblo profético.

a) La infancia de Israel “En el desierto, Yahvé tu Dios te ha llevado como un hombre lleva a su hijo, a lo largo de todo el camino” (Dt. 1, 32). Dios se hace muy presente en esta etapa. Nutre al pueblo, lo enseña a caminar y lo guía (cf. Sal. 80,11; Os. 11, 2-3). Por parte de Israel, es el período de la maravilla. El maná les causa asombro y toma su nombre (maná=¿qué es esto?) de la típica pregunta infantil que nace de ese asombro que suele estar a la base de todo verdadero deseo de aprendizaje. No obstante, también es el tiempo de la “murmuración”. Israel se comporta como ese niño que llora y grita cuando ve insatisfechos sus deseos elementales. Yahvé, al principio, “lo rodea de cuidados, lo atiende y lo guarda como a las niñas de sus ojos” (Dt. 32, 10), pero sus cuidados se van haciendo paulatinamente menos intensos. Se trata de que Israel aprenda a elegir y a obrar por propia iniciativa. Con esta finalidad, Dios “pone a prueba” al pueblo (Ex. 15, 25; 16, 4; Dt. 8, 2). No como lo haría un Dios caprichoso y arbitrario, sino como un verdadero padre. La prueba modelo es la del maná. Dios les nutre gratuitamente pero con un ritmo. El sábado no llueve maná, y por ello el día previo hay que recoger el doble. “Para probar al pueblo, para ver si obedecía o no” (Ex. 16, 4), Dios va haciendo que se ponga de manifiesto lo que hay en el corazón, asume así el “riesgo” educativo que nace de tratar con sujetos libres.

b) La adolescencia del pueblo

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La crisis decisiva que se plantea en este momento de la vida se liga fuertemente al tema de la autoafirmación y el rechazo de la autoridad. El episodio del Sinaí es un paradigma de este momento crítico. La autoridad se manifiesta allí bajo la figura del Dios legislador. El afán pertinaz de autoafirmarse se descubre en el episodio del becerro de oro (Ex. 32). Es una desobediencia casi compulsiva. La Pedagogía de Yahvé tiene que ver con el don de la ley. En hebreo se dice Torah, que deberíamos traducir por “enseñanza” o “educación”. Las diez palabras del Monte (Ex. 20; Dt. 5) son un itinerario de Dios a los hombres, de lo interior a lo exterior. Se trata de un camino de sabiduría para Israel. Cada mandamiento es un camino hacia el bien que Dios mismo motiva. (“Te acordarás de que fuiste esclavo en Egipto y Yahvé te liberó, por eso te manda cumplir hoy el sábado” (Dt. 5, 15).

c) La vocación de Israel El lugar de Israel adulto es la tierra. Ahí tendrá que sacar el pan de sus propios campos. El Deuteronomio se sitúa justo antes de entrar en esa nueva etapa, en el momento de cruzar la frontera. “Mira, pongo hoy ante vosotros bendición y maldición…” (Dt. 11, 26). La resistencia a la elección es un rasgo típico del adolescente. La vocación asusta y por eso la tendencia de esta edad es la de objetar a los planes de Dios. Se ve con claridad también en la vocación de Jeremías (“Mira que soy un muchacho y no sé hablar” Jer. 1, 6). Lo que hace posible el paso a la vida adulta y el reconocimiento de la propia vocación es el encuentro personal con alguien que da un nuevo sentido a mi destino (“yo estoy contigo”), abriéndolo a un horizonte de plenitud (“para salvarte”). Esto supone una llamada a mi libertad (“no digas… ve… anuncia… no les tengas miedo”). En la frontera de la tierra prometida al pueblo se le pide elegir una adhesión vital a Dios, u optar por desentenderse y dejar de heredar esa bendición.

d) El pueblo profético adulto El paso a la edad adulta viene acompañado de un cambio de nombre: de ser hijo a ser esposo. El padre tiene ahora que desaparecer para hacerse presente de otro modo en la vida del educando. (“Os conviene que yo ve vaya, si no me voy no vendrá a

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vosotros el Defensor” Jn. 16, 7). Parece como si el Maestro, para poder llegar a ser “maestro interior” tuviera que desaparecer y marcharse exteriormente. El hombre adulto adquiere esa capacidad que le permite interiorizar el camino hacia el bien, grabar a fuego la ley en el fondo del corazón. Es lo anunciado por los profetas, como en la profecía de la Nueva Alianza del capítulo 31 de Jeremías:

31 Ya llegan días –oráculo del Señor– en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. 32 No será una alianza como la que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto, pues quebrantaron mi alianza, aunque yo era su Señor –oráculo del Señor–. 33 Esta será la alianza que haré con ellos después de aquellos días –oráculo del Señor–: Pondré mi ley en su interior y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. 34 Ya no tendrán que enseñarse unos a otros diciendo: «Conoced al Señor», pues todos me conocerán, desde el más pequeño al mayor –oráculo del Señor–, cuando perdone su culpa y no recuerde ya sus pecados.

De hecho, el profeta Joel anhelaba el momento en que “todos profetizarán”, precisamente por haber recibido ese don del conocimiento interior.

B) Algunos rasgos de la pedagogía veterotestamentaria

“Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es único. Amarás, pues, al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Estas palabras que yo te mando hoy estarán en tu corazón, se las repetirás a tus hijos y hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado”. (Dt. 6, 4-7)

La enseñanza de Yahvé tiene como último término conducir a la comunión con Dios, permitir al hombre entrar en relación de profunda intimidad con su Padre y Creador, a través del conocimiento y el amor. Enseñar se dice en hebreo “musar”, que significa a la vez el don de la sabiduría y la corrección necesaria. Para ello, Dios ha querido revelar su misterio al hombre, manifestar su verdadero rostro, desvelar su corazón. Y todo eso ha ocurrido en la revelación histórica que ha transcurrido a lo largo de muchos siglos, con una paciencia infinita por su parte y una confianza verdadera en la criatura que ha hecho a su imagen y semejanza.

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El modo de esta manifestación no ha sido puramente verbal o nocional, sino que ha querido revelarse con obras y palabras26. Dios, en su revelación, es el mejor pedagogo. Esa gradualidad con que ha introducido al pueblo de Israel en la plenitud de la verdad que trae Cristo, sin quemar etapas, con una preparación que permitiese abrir los corazones taponados y endurecidos al don definitivo, es ejemplo permanente27. Si tenemos que calificar de algún modo la acción de Dios en la enseñanza a su pueblo, tenemos que subrayar su condescendencia, entendida como un abajamiento propio que busca elevar al pueblo. Además, guiado siempre por esa máxima pedagógica que es el “suaviter in modo, firmiter in re” (suave en el modo, firme en el fondo, en la sustancia). El rostro de la paternidad con que Dios conduce a su pueblo está lleno de amor, humildad, entrega, misericordia, a la vez que no ahorra verdad para corregir y hacer crecer a sus hijos. La pedagogía de Dios es condescendiente con el hombre, pero no con sus males. Podemos terminar diciendo que, frente a la paideia griega, la gran novedad de la educación en el Antiguo Testamento, es que el padre es en la Biblia el primer y principal transmisor del camino pedagógico querido por Dios para el hombre. Es la familia el lugar fundamental de la educación, antes que la escuela. Y el modelo familiar de la confianza y la autoridad fundada en la verdad y el bien es el que mejor reproduce los rasgos de la pedagogía divina. De hecho, la malla de relaciones que hace crecer al sujeto humano (frente al ideal de la mera autonomía) reproduce la categoría

26 “Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a Sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad, mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina. En consecuencia, por esta revelación, Dios invisible habla a los hombres como amigos, movido por su gran amor y mora con ellos, para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía. Este plan de la revelación se realiza con hechos y palabras intrínsecamente conexos entre sí, de forma que las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y los hechos significados por las palabras, y las palabras, por su parte, proclaman las obras y esclarecen el misterio contenido en ellas”. Constitución Dei Verbum del Concilio Vaticano II, número 2. 27 “Dios, creándolo todo y conservándolo por su Verbo, da a los hombres testimonio perenne de sí en las cosas creadas, y, queriendo abrir el camino de la salvación sobrenatural, se manifestó, además, personalmente a nuestros primeros padres ya desde el principio. Después de su caída alentó en ellos la esperanza de la salvación, con la promesa de la redención, y tuvo incesante cuidado del género humano, para dar la vida eterna a todos los que buscan la salvación con la perseverancia en las buenas obras. En su tiempo llamó a Abraham para hacerlo padre de un gran pueblo, al que luego instruyó por los Patriarcas, por Moisés y por los Profetas para que lo reconocieran Dios único, vivo y verdadero, Padre providente y justo juez, y para que esperaran al Salvador prometido, y de esta forma, a través de los siglos, fue preparando el camino del Evangelio”. Dei Verbum, n. 3

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fundamental de la Alianza que Dios quiere hacer con su pueblo, cosida en la relación con cada uno de sus hijos. Para el diálogo… + ¿Qué rasgos de la pedagogía de los griegos nos parecen especialmente aprovechables aún hoy? + ¿Qué elementos nos parecen más iluminadores de las etapas y rasgos de la educación de Yahvé a su pueblo en el Antiguo Testamento? + ¿Cómo aplicar a nuestras familias, escuelas, grupos de catequesis… estos principios educativos?

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Segundo Encuentro:

“Jesucristo, Verdadero Camino que conduce a la Vida”

1. OBERTURA “Se puede decir que evangelizar es educar, y en cierto sentido, educar es, en definitiva, evangelizar. Precisamente por eso la Iglesia es y será siempre educadora. […] Asistimos hoy al triunfo de una pedagogía des-educadora, que parte de una antropología equivocada, basadas en los axiomas que divulgara Rousseau. Es una visión del hombre en que éste no ha de fraguarse a golpe de libertad y esfuerzo, sino que viene prefabricado: basta dejar que corra el río de la naturaleza, liberar la espontaneidad, no oprimir las fuerzas que se agitan en su interior, para que la educación sea un éxito. El educador, por tanto, no es estrictamente necesario; basta con que sea espectador de lo que sucede naturalmente ante sus ojos. Al educando no se le pide una verdadera formación de su libertad, es suficiente que pierda el miedo a ser libre y se deje llevar por sus deseos. […] Educar es bastante más que enseñar cosas, es enseñar a vivir, enseñar a ser persona, en la verdad y el bien. […] No basta amar a los educandos. Hay que tener muy claro hacia dónde queremos llevarlos, en qué consiste su bien, en qué consisten los deseos y las aspiraciones que queremos despertar en su corazón. Para un cristiano, el modelo educativo no puede ser otro que Jesús, el Maestro, modelo perfecto de hombre y meta a la que hemos sido llamados” (D. Fernando Sebastián, Cardenal Arzobispo Emérito de Pamplona)

Para la reflexión inicial… + ¿Qué lugar ocupa Jesucristo como nuestro modelo a la hora de enseñar o de transmitir la fe? + ¿Hasta qué punto somos conscientes de que “no se nos ha dado otro nombre bajo el que podamos salvarnos”, que no hay otro camino para la plenitud de la vida del hombre, que el de Cristo, Dios y hombre verdadero?

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2. DISCÍPULOS DE CRISTO MAESTRO “Maestro, ¿dónde vives?” (Jn. 1, 38). Esta pregunta de los primeros discípulos a Jesús es muy indicativa. Al maestro no se le pregunta sólo por una técnica, al verdadero maestro se le pregunta por la vida, por una morada que haga la vida auténtica y plena, con la secreta esperanza de que esa morada será también acogedora para uno mismo. Pero la pregunta es, a la vez, respuesta a otra pregunta anterior: “¿Qué buscáis?” (Jn. 1, 38). Con ella se nos manifiesta la gran pedagogía de Cristo, que ayuda a la persona que, preguntándose, sepa buscar, aclarar sus deseos más profundos28. Jesucristo se revela así como Maestro interior sobre todo. San Agustín ha escrito mucho sobre ese modo interior del magisterio de Jesucristo en cada alma. El Señor habla en la voz interior en que reconocemos lo eterno, alumbra con una luz resplandeciente que brilla en el interior del discípulo. Para ello, dice el santo de Hipona que se requiere silencio e interioridad, estar rodeado de belleza y orden que permitan ese chispazo interior, por el que nace la verdad dentro de cada uno. La tarea de todo educador empieza por disponer un corazón de discípulo. Los corazones muchas veces están obturados, bloqueados. La primera tarea es poner en contacto con una sobreabundancia de cosas buenas, verdaderas, bellas… favorecer la mirada interior y contemplativa frente a la superficialidad, la dispersión y la distracción reinantes. El corazón del discípulo se prepara haciendo las preguntas oportunas, dialogando mucho, favoreciendo la interioridad y el recogimiento. El ritmo frenético de la sociedad de la información favorece, en cambio, ambientes hiperactivos. Y bien sabemos que, como decía san Ignacio de Loyola, “no el mucho saber harta y satisface el alma, sino el gustar internamente…”.

3. LA PEDAGOGÍA DE JESÚS Un obispo de la Antigüedad, san Ireneo de Lyon, insistió en un aspecto importante: Cristo solo pudo ser maestro cuando se hizo hombre. Es cierto que Él es la Verdad, la Palabra eterna, que contiene en sí todas las enseñanzas. Pero nosotros no podíamos

28 Vid. LUIS SÁNCHEZ NAVARRO, Vosotros me llamáis maestro. La pedagogía de Jesús en el evangelio de Juan en J. GRANADOS, “La Alianza Educativa”. Burgos 20102, pp. 91-105

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recibirla si no se hacía palabra cercana que nuestros oídos lograsen escuchar. Para guiarnos a buen puerto hubo de surcar nuestros propios mares, hubo de caminar la misma senda de nuestra vida. En todos los relatos evangélicos se subraya que la enseñanza de Cristo a los suyos partía de las experiencias sencillas de la vida cotidiana, y no eran simples discursos abstractos. Iluminan el obrar concreto, y van acompañadas del ejemplo y la plasticidad encarnada del Maestro. Es lo que señala Pedro a Jesús en Cafarnaum: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn. 6, 68). La enseñanza de Jesús tiene los rasgos de una verdadera pedagogía. Prolonga el movimiento de su Encarnación: descender para elevar. Y, en un primer momento, consta sobre todo de parábolas y signos.

“Con las palabras, signos, obras de Jesús, a lo largo de toda su breve pero intensa vida, los discípulos tuvieron la experiencia directa de los rasgos fundamentales de la pedagogía de Jesús, consignándolos después en los Evangelios: la acogida del otro, en especial del pobre, del pequeño, del pecador como persona amada y buscada por Dios; el anuncio genuino del Reino de Dios como buena noticia de la verdad y de la misericordia del Padre; un estilo de amor tierno y fuerte que libera del mal y promueve la vida; la invitación apremiante a un modo de vivir sostenido por la fe en Dios, la esperanza en el Reino y la caridad hacia el prójimo; el empleo de todos los recursos propios de la comunicación interpersonal, como la palabra, el silencio, la metáfora, la imagen, el ejemplo, y otros tantos signos, como era habitual en los profetas bíblicos”29

Más allá de las formas en que manifiesta su enseñanza (los proverbios, las parábolas, las acciones simbólicas, las lecciones de cosas y hechos, los recursos retóricos, el humor y la argumentación lógica…), llama la atención el amor a la Verdad y su compromiso de máxima libertad con ella. Ora por aquellos a quienes educa, habla a todos los hombres en campo abierto, predica una buena noticia que tiene un alcance universal, ofrece una salvación que requiere conversión. Además, enseña a mantener una actitud de sana libertad con los bienes de este mundo, pues la riqueza puede producir sordera y ceguera ante las cosas esenciales y las necesidades del prójimo. Infunde, sobre todo, como enseñanza capital, la vocación al amor. Amor a Dios, al que revela novedosamente como Padre singular, y amor a los hombres que invita a llamar hermanos. Amor

29 CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Directorio General para la Catequesis (1997), n. 140.

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con todas sus manifestaciones y exigencias: compasión, misericordia, perdón, servicio y desarrollo de las virtudes. En el particular itinerario del evangelio de san Juan, que tiene una primera parte compuesta por siete grandes milagros o signos, el libro de los signos, estos prodigios permiten a los suyos entender el Misterio de su persona y su misión, como clave para poder orientar su propia vida. Así, el signo de Caná les da a entender que en Jesús se hace presente la alegría de los tiempos mesiánicos, el gozo –simbolizado en el vino- de los esponsales del Señor con su pueblo. El segundo signo de Caná, la curación del hijo del funcionario real (Jn. 4, 46-54), presenta a Jesús como Señor de la vida; también este signo provoca la fe en quienes lo contemplan. Mediante la curación del paralítico en la piscina de Betesda (Jn. 5, 2-9), Jesús se revela como Señor del sábado que con la liberación de la enfermedad anticipa una liberación más profunda. La multiplicación de los panes y los peces (Jn. 6, 1-15), que tiene como trasfondo el Éxodo, presenta a Jesús como nuevo Moisés que alimentó al pueblo en el desierto, pero que con su misterioso caminar sobre las aguas se revela superior a Moisés. El relato de la curación del ciego de nacimiento (Jn. 9, 1-41) revela a Jesús como verdadera Luz del Mundo. El séptimo y último signo, la resurrección de Lázaro (Jn. 11, 1-46) dará contenido a la afirmación que está en su centro: “Yo soy la resurrección y la vida”. En toda esa revelación está siempre la intención de conducir al secreto de Jesús, que es su relación con el Padre. Para conocer verdaderamente a Jesús, para ser su discípulo, es necesaria la docilidad interior al Padre. En ese estado interior, se puede “permanecer en Él”, que es lo propio del discípulo. Las alegorías de la vid y los sarmientos o de la cabeza y los miembros del cuerpo sugieren esa comunión vital que se hace posible por la presencia del Espíritu Santo, verdadero pedagogo interior del discípulo, que lo conduce a la verdad plena y recuerda cuanto ha sembrado Jesús en su interior. La pedagogía de Jesús se fundamenta en el “peso” de su propia persona: en todo momento, Jesús aparece como aquel que conoce el camino y que, a la vez, está dispuesto a recorrerlo junto con sus discípulos, poniéndose a su misma altura y sin ahorrarse ningún esfuerzo. Esto guarda relación con la finalidad última de toda su actividad, que no es transmitir una certeza de orden intelectual sino comunicar una vida: la que él vive en plenitud de comunión con el Padre y el Espíritu.

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El seguimiento de Jesús se configura por tanto como un camino que comienza con el deseo suscitado por el Maestro y culmina en la comunicación del Espíritu del Maestro, que permite la máxima interiorización de su enseñanza en la comunión personal. Seguir a Jesús es por tanto entrar en su corazón, en su intimidad con el Padre, recibir su Espíritu, convertirse en hijo de su Madre. Todo el proceso es, por fin, obra –escondida pero eficaz– del Padre que, por medio del Hijo, atrae constantemente a todos los hombres hacia Él.

4. LAS LECCIONES DEL AMIGO Jesús no se contentó con decir lo que había que hacer; como perfecto educador mostró con su vida la corroboración de sus palabras. Así, acerca de la pobreza, pues no tenía dónde reposar la cabeza (Mt. 8, 20); sobre la fidelidad a la misión, que le lleva a enfrentarse con los jefes judíos; sobre la caridad fraterna, lavando personalmente los pies a sus discípulos, Él que es el maestro. Pero este ejemplo se lleva todavía más lejos. Jesús se identifica con los que debe educar tomando sobre sí la “corrección”, el castigo que pesa sobre ellos; cargando con sus flaquezas quita el pecado del mundo. “A vosotros no os llamo siervos, a vosotros os llamo amigos” (Jn. 15, 15). En el momento cumbre de su vida, Jesucristo se manifiesta a los suyos en esa confianza propia de la relación íntima que les ha unido hasta entonces y para siempre. Y se dispone a ofrecerles las enseñanzas más grandes de todo el itinerario que ha ido haciendo con sus discípulos. A la base está, por tanto esa relación de cordial confianza, que, aunque sea asimétrica entre el maestro y el discípulo, supone un amor verdadero. De hecho, la maduración de esta relación amorosa con el Señor supone la asimilación que lleva a amar lo que Él ama y como Él lo ama para nosotros. Cristo sella con la ofrenda de su propia vida el don que ha venido a traer a la humanidad. Cuentan que alguien citó delante de Ramiro de Maetzu el adagio “la letra con sangre entra”, y él respondió: Cierto. Pero la letra no ha de entrar con sangre del discípulo, sino con la sangre del maestro”. El Magisterio de Cristo se hace especialmente elocuente en la Cruz.

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De hecho, en el itinerario que nos presenta san Mateo, la confesión de Pedro en Cesarea de Filipo, que viene a mediar el evangelio, marca una inflexión en el itinerario de los discípulos. Hasta entonces, predomina la enseñanza de las parábolas del Reino. Desde entonces, la enseñanza de Jesucristo viene a preparar a los suyos al misterio de la Cruz. Cuando ha sido reconocido como Cristo, puede revelar un misterio más difícil de aceptar: la Cruz Entonces su educación viene a ser cada vez más exigente: corrige a Pedro que quería amonestarle (Mt. 16, 22ss.), se lamenta de la fe de sus discípulos (17, 17), saca lección de sus rencillas (20, 24-28)… Encontramos aquí una de la principales divergencias del ambiente del mundo y de la vida de los discípulos de Cristo, especialmente patente en nuestro tiempo. El tono del mundo invita a vivir como “enemigos de la Cruz de Cristo” (Flp. 3, 18), y orientar hacia la satisfacción de todos los impulsos y la evasión de las dificultades. El hedonismo reinante ofrece, en cambio, un espejismo, que acaba por manifestar su falsedad cuando el hombre se topa de bruces con su limitación, o con realidades tan humanas como la enfermedad y la muerte. Esta alergia a la cruz se ha plasmado también en el modo de educar a las nuevas generaciones, cuando los padres movidos por un falso amor hiperprotector han privado a sus hijos de la confrontación con la tarea de una maduración necesariamente costosa. O cuando los modelos educativos han intentado sublimar el necesario esfuerzo que conlleva el proceso del aprendizaje y el crecimiento de la virtud. Solo desde la fe, con Jesucristo, se puede iluminar el misterio del mal y el sufrimiento. Toda pedagogía debe asumir el justo valor de la cruz. La lección más alta de Jesucristo es la que Él mismo imparte en la cátedra de la cruz: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn. 15, 13). Son señas de la educación cristiana: la formación de la personalidad oblativa, enseñar el valor del don, y que “hay más alegría en dar que en recibir” (Hch. 20, 35). A diferencia de todos los demás, Cristo es el único Maestro que instruye con su ejemplo y alienta desde el mismo centro del alma del discípulo que vive en comunión de amistad con Él. Terminamos con unas palabras alentadoras de Benedicto XVI que invitan a tomar a Cristo como referente e impulso de toda actividad educadora:

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“Educar en la fe, en el seguimiento y en el testimonio quiere decir ayudar a nuestros hermanos, o mejor, ayudarnos mutuamente a entablar una relación viva con Cristo y con el Padre. Esta ha sido desde el inicio la tarea fundamental de la Iglesia, como comunidad de los creyentes, de los discípulos y de los amigos de Jesús. La Iglesia, cuerpo de Cristo y templo del Espíritu Santo, es la compañía fiable en la que hemos sido engendrados y educados para llegar a ser, en Cristo, hijos y herederos de Dios. En ella recibimos al Espíritu, "que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre!" (cf. Rm 8, 14-17). En la homilía de san Agustín hemos escuchado que Dios no está lejos, que se ha hecho "camino" y que el "camino" mismo vino a nosotros. Dice: "Levántate, perezoso, y comienza a caminar". Comenzar a caminar quiere decir emprender el "camino" que es Cristo mismo, en compañía de los creyentes; quiere decir caminar ayudándonos los unos a los otros a ser realmente amigos de Jesucristo e hijos de Dios”30.

Para el diálogo… + ¿Hasta qué punto somos conscientes de la necesidad de la vida espiritual para crecer interiormente? ¿Qué lugar ocupa la oración en nuestra vida de discípulos? + ¿Qué medios concretos pongo para conocer más a Jesucristo? ¿Qué aspectos de mi formación permanente como cristiano debería fortalecer? + ¿Qué aspectos me resultan más inspiradores de la pedagogía de Jesús? + ¿En qué medida abrazamos la Cruz de Cristo como ocasión de crecimiento interior? + Señala algunas pistas concretas para reforzar la identidad cristiana de nuestra manera de comunicarnos

30 BENEDICTO XVI, Discurso en la inauguración de los trabajos de la Asamblea Diocesana de Roma, 11 de junio de 2007.

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Tercer Encuentro:

La Iglesia Madre y Maestra

1. OBERTURA

De los recuerdos del Papa Francisco sobre su educación juvenil: “Quiero completar mi promesa de escribirle algunos recuerdos de mi contacto con los salesianos. No es raro que hable con cariño de los salesianos, pues mi familia se alimentó espiritualmente de los salesianos de san Carlos. Cuando estaba en casa de mi abuela iba al oratorio de san Francisco de Sales. La vida del colegio era un todo. Uno se sumergía en una trama de vida preparada como para que no hubiera tiempo ocioso. El día pasaba como una flecha sin que uno tuviera tiempo de aburrirse. Yo me sentía sumergido en un mundo, el cual si bien era preparado artificialmente (con recursos pedagógicos) no tenía nada de artificial. Lo más natural era ir a Misa a la mañana, como tomar desayuno, estudiar, ir a clases, jugar en los recreos, escuchar las Buenas Noches del padre director. El colegio creaba, a través del despertar de la conciencia en la verdad de las cosas, una cultura católica que nada tenía de beata o despistada. El estudio, los valores sociales de conviencia, las referencias sociales a los más necesitados (recuerdo haber aprendido allí a privarme de cosas para darlas a la gente más pobre que yo), el deporte la competencia, la piedad… todo era real y todo formaba hábitos que, en su conjunto, plasmaban un modo de ser cultural. Se vivía en este mundo pero abierto a la trascendencia del otro mundo. Esta cultura católica es, a mi juicio, lo mejor que he recibido en el colegio. Todas las cosas se hacían con un sentido. No había sin sentidos (al menos en el orden fundamental; porque accidentalmente había impaciencias de algún educador o pequeñas injusticias cotidianas, etc.). Yo aprendí allí, inconscientemente casi, a buscar el sentido a las cosas. Uno de los momentos claves de esto, de aprender a buscar el sentido a las cosas, eran las Buenas Noches que habitualmente daba el P. Director. Al respecto recuerdo una, como si fuera hoy, en la que nos habló de la muerte. Ahora, a los casi 54 años, reconozco que esa platiquita nocturna es el punto de referencia de toda mi vida posterior respecto al problema de la muerte. Esa noche, sin sustos, sentí que algún día yo iba a morir y eso me pareció lo más natural. Otra Buenas Noches que hizo mella fue una que dio el P. Cantarutti

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sobre la necesidad de pedir a la Santísima Virgen para acertar en la propia vocación. Recuerdo que esa noche fui rezando intensamente hasta el dormitorio y, después de esa noche, nunca me dormí si no rezando. Era un momento psicológicamente apto para dar sentido al día y a las cosas. En el Colegio aprendí a estudiar. Las horas de estudio, en silencio, creaban un hábito de concentración, de dominio de la dispersión, bastante fuerte. También, con ayuda de los Profesores, aprendí método de estudio, reglas nemotécnicas, etc. El deporte era un aspecto fundamental de la vida. Se jugaba bien y mucho. Los valores que enseña el deporte (además de la sanidad de vida que crea) ya los conocemos. Tanto en el estudio como en el deporte tenía cierta importancia la dimensión de la competencia: nos enseñaban a competir bien y a competir en cristiano. Una dimensión que creció mucho en mis años posteriores al año de Colegio fue mi capacidad de sentir bien; y me di cuenta que la base fue puesta en el año de internado. Allí me educaron el sentimiento. No me refiero a la sensiblería, sino al sentimiento como valor del corazón. No tener miedo a sentir y a decirse a sí mismo lo que uno está sintiendo. La educación de la piedad era otra dimensión clave. Una piedad varonil, acomodada a la edad. Dentro de la piedad merece una especial mención la devoción a la Santísima Virgen. A mí me la grabaron a fuego… y, por lo que recuerdo, a mis compañeros también. Y el recurso a nuestra Señora es clave para la vida. Va desde la conciencia de tener una Madre en el Cielo, que cuida hasta el rezo de las tres Avemarías o del Rosario. También nos inculcaban, y quedaba grabado un respeto y amor a Papa. Muy unido al amor y a la devoción a la Virgen Santísima estaba el amor a la pureza. Al respecto (y creo que en todo el sistema preventivo de don Bosco) hay una comprensión muy grande. A mí me enseñaron a amar la pureza sin ningún tipo de enseñanza obsesiva. No había obsesión sexual en el Colegio, al menos el año que estuve yo. Más obsesión sexual he encontrado más adelante en otros educadores o psicólogos que hacía ostensiblemente gala de un laissez-passer al respecto (pero que en el fondo interpretaban las conductas con una clave freudiana que olfateaba sexo en todas partes). Existía también lugar para los hobbys, trabajos de artesanía, inquietudes personales. Se nos educaba en la creatividad. ¿Cómo manejaban las crisis nuestros educadores? Nos hacían sentir que podíamos confiar, que nos querían; sabían escuchar, nos daban buenos consejos, oportunos… y nos defendían tanto de la rebeldía como de la melancolía.

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Nunca, al menos en lo que recuerdo, se negociaba una verdad. El caso más típico era el del pecado. Es parte de la cultura católica el sentido del pecado… y allí en el Colegio lo que yo traía de mi casa en ese sentido se fortaleció, tomó cuerpo. Uno después podía hacerse el rebelde, el ateo, pero en el fondo estaba grabado el sentido del pecado; una verdad que no se tiraba por la borda, para hacerlo todo más fácil. Hablo de cultura católica porque todo lo que hacíamos y aprendíamos también tenía una unidad armoniosa. En el colegio hubo fallos, pero la estructura educacional no estaba fallida. Si esos hombres que yo conocí en el colegio pudieron crear una cultura católica fue porque tenían fe. Creían en Jesucristo y se animaban a predicar: con la palabra, con sus vidas, con su trabajo. No tenían vergüenza de cachetearnos con el lenguaje de la cruz de Jesús, que es vergüenza y locura para otros. Me pregunto: cuando una obra languidece y pierde su sabor y su capacidad de leudar la masa, ¿no será más bien porque Jesucristo fue suplido por otro tipo de opciones: psicologistas, sociologistas, pastoralistas? No quiero ser simplista en esto, pero no dejo de preocuparme por el hecho de que se abandone la adhesión a Jesucristo vivo y la consiguiente inserción en cualquier medio ambiental, incluso el educativo, para construir una cultura católica”. (Carta del Card. Bergoglio al salesiano Cayetano Bruno, 20-10-1990) Para la reflexión inicial… + Comentar los recuerdos del entonces card. Bergoglio que nos resultan iluminadores sobre el modelo de escuela católica que vivió + Compartir los recuerdos de nuestra educación infantil y juvenil que han marcado nuestras vidas, y considerar lo que tienen de aprovechable aún hoy

2. LA MISIÓN EDUCADORA DE LA IGLESIA “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra; id, pues, enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado. Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo” ( Mt 28,18-20).

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Estas palabras, que son las últimas de Jesucristo en su peregrinar terreno, constituyen una especie de legado que marca la actividad evangelizadora de la Iglesia. De alguna manera, Jesucristo ha hecho custodia de la verdad revelada a la Iglesia viva, de forma que todo su cuerpo místico, pastores y fieles, se sientan con el honor y el deber de custodiar y transmitir las importantísimas luces y medios de salvación que Él mismo ha venido a traer a todos los hombres. Una característica de la obra de la Redención de Jesús es que no ha querido prescindir de la colaboración humana para llevarla a cabo. Y, por ello, se prolonga en el tiempo y en el espacio con la generosa colaboración de todos los que son incorporados a la vida de este sacramento universal de salvación que es la Iglesia de Cristo. Esta labor, que conlleva el paso de cada cristiano de redimido a co-redentor con Jesucristo, es realizada por la Iglesia en la triple dimensión de su actuar en la historia: santificando principalmente a través de la vida litúrgica y sacramental, enseñando en todo ese desplegarse de la evangelización de los pueblos, y sirviendo al guiar a los hombres hacia su patria definitiva, con una siempre peculiar atención a los más pobres y desvalidos. Por tanto, podemos decir con verdad que la Iglesia, que supone la personalización de todos sus miembros unidos a su cabeza que es Jesucristo, es Madre y Maestra para todos los hombres. Y de ahí que se haya empeñado en iluminar la vida de sus hijos y ofrecer su ayuda a todos los hombres en ese complejo proceso, que conlleva habitualmente cruz, que es la obra educacional de las nuevas generaciones en cada época de la historia. Para custodiar y transmitir la verdad que hemos recibido de Dios, la Iglesia cuenta con la asistencia del Espíritu Santo, que garantiza la perseverancia en la fe verdadera de su pueblo hasta el final de los tiempos31. De forma particular, el Señor ha prometido su

31 “El Pueblo santo de Dios participa también de la función profética de Cristo, difundiendo su testimonio vivo sobre todo con la vida de fe y caridad y ofreciendo a Dios el sacrificio de alabanza, que es fruto de los labios que confiesan su nombre (cf. Hb 13.15). La totalidad de los fieles, que tienen la unción del Santo (cf. 1 Jn 2,20 y 27), no puede equivocarse cuando cree, y esta prerrogativa peculiar suya la manifiesta mediante el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo cuando «desde los Obispos hasta los últimos fieles laicos» presta su consentimiento universal en las cosas de fe y costumbres. Con este sentido de la fe, que el Espíritu de verdad suscita y mantiene, el Pueblo de Dios se adhiere indefectiblemente «a la fe confiada de una vez para siempre a los santos» (Judas 3), penetra más profundamente en ella con juicio certero y le da más plena aplicación en la vida, guiado en todo por el sagrado Magisterio, sometiéndose al

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asistencia al Magisterio de los Pastores de la Iglesia. El colegio de los obispos, sucesores de los Apóstoles, unidos al Papa, ejercen esa labor de esclarecimiento y profundización de la Revelación divina, en intervenciones de diverso rango que suponen una autoridad diversa y se proponen a los fieles con una diversa exigencia de asentimiento. No está de más que recordemos aquí los tres niveles con que el Magisterio puede intervenir para aclarar o proponer interpretaciones de la Palabra de Dios aplicándolo a la vida de sus fieles.

a) Doctrinas divinamente reveladas (propuestas de forma extraordinaria o por el magisterio ordinario universal): Deben ser creídas con fe teologal y negarlas supone la herejía. Son ejemplos las verdades cristológicas de Calcedonia o los dogmas marianos, la institución de los sacramentos por Cristo, la verdad del pecado original, la presencia de Cristo en la Eucaristía y su contenido sacrificial, la doctrina del Primado de Pedro definida en el Concilio Vaticano I, la inmortalidad del alma y la retribución inmediata pos-mortem definidas por Benedicto XII, la inerrancia de la S.E. declarada por León XIII, la gravedad del aborto señalada por JPII…

b) Doctrinas propuestas de forma definitiva (por conexión lógica

o histórica con la Revelación, si bien pueden ulteriormente calificarse como divinamente reveladas): Para ser aceptadas y retenidas firmemente. También ponen en juego la infalibilidad de la Iglesia, y negarlas supondría situarse no en plena comunión con la Iglesia. Son ejemplos de estas verdades: por necesidad lógica la ordenación sacerdotal sólo de varones o la ilicitud de eutanasia-prostitución-fornicación. Por conexión histórica con la revelación, también llamados hechos dogmáticos: la legitimidad de la elección del Papa o de la celebración del concilio, la canonización de los santos, la cuestión histórica de la invalidez de las ordenaciones anglicanas...

c) Doctrina católica (enseñanzas de fe y moral presentadas como

verdaderas según distintas expresiones para una mejor comprensión de la Revelación, llamar la atención sobre la conformidad de una doctrina con las normas de fe o proponer

cual no acepta ya una palabra de hombres, sino la verdadera palabra de Dios (cf. 1 Ts 2,13)”. Constitución Dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium del Concilio Vaticano II, n. 12.

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normas morales derivadas). En este tercer grupo también se sitúan las intervenciones prudenciales y discutibles-contingentes que aplican a una situación concreta algún principio universal. Aunque no son infalibles, implican un voto de confianza prudencial que el Magisterio ha llamado religioso asentimiento de voluntad y entendimiento. En este conjunto están la mayoría de las enseñanzas de la Doctrina Social de la Iglesia, o las enseñanzas del Catecismo de la Iglesia Católica que no han sido dotadas de mayor autoridad.

Este pequeño inciso sobre los grados de autoridad del Magisterio sirve para evitar los dos extremos: tanto el que pretende negar toda su autoridad en materia de fe y moral, como el que sostiene que todo lo que dice el Papa y los obispos es infalible de suyo. El Magisterio tiene una misión concreta, que es la de dar certeza sobre los contenidos de la Revelación. Y, a consecuencia de ello, se convierte en faro potente para los hombres en muchísimas cuestiones que, en medio de las múltiples encrucijadas históricas, reciben la luz de la fe que se manifiesta eficaz para iluminarlas. A lo largo de toda su historia, la Iglesia ha tenido conciencia de que la buena noticia que está llamada a ofrecer a los hombres de todos los tiempos, tiene una resonancia especial en la tarea educativa. De hecho, se ha creado toda una tradición de educación católica, con frutos abundantísimos. El mismo Magisterio se ha ocupado de dar iluminación sobre los principios que deben guiarla. En particular, recordamos la encíclica del papa Pío XII “Divini Illius Magistri”, que ha sido el intento más sistemático de ofrecer una síntesis de los principios educativos que brotan de la fe. Y, junto a ella, tenemos que mencionar también una de las declaraciones del Concilio Vaticano II, la “Gravissimum Educationis” sobre la educación cristiana de la juventud. Posteriormente, son muchos los textos de la Congregación para la Educación Católica y de la misma Conferencia Episcopal Española que han abundado sobre las peculiares exigencias y retos que abordar en diversos momentos de la historia reciente. Entre las ideas guía que ha repetido el Magisterio citado, está, en primer lugar la afirmación contundente de que la educación corresponde en primerísimo lugar a la familia, un dato que pertenece a la misma razón y ley naturales32. Junto a ellos, tiene una

32 “La educación no es una obra de los individuos, es una obra de la sociedad. Ahora bien, tres son las sociedades necesarias, distintas, pero armónicamente unidas por Dios, en el seno de las

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misión imprescindible también la escuela33. Además, se ha empeñado en declarar que corresponde al estado y a la comunidad internacional garantizar el acceso universal a la educación. Y, teniendo en cuenta la dimensión religiosa que configura intrínsecamente a todo ser humano, ha propuesto la suma conveniencia de que en todas las escuelas exista la posibilidad de estudiar la religión católica. Y, por último, junto a muchas otras indicaciones, ha sido una constante el impulso eclesial a la creación y perfeccionamiento de los centros específicamente católicos que se ocupan de tareas educativas, sean escuelas o universidades.

3. ALGUNOS RASGOS DE LA PEDAGOGÍA DE LOS SANTOS

Decía santo Tomás de Aquino que educar es “promoción de la prole hasta el perfecto estado del hombre en cuanto hombre, que es el estado de virtud”34. Concebía esta labor como una prolongación del mismo engendrar paterno y materno de los hijos. A esa tarea han consagrado su vida muchos padres de familia, muchos de los cuales brillan hoy en el firmamento de la santidad precisamente por haber engendrado auténticas familias de santos.

cuales nace el hombre: dos sociedades de orden natural, la familia y el Estado; la tercera, la Iglesia, de orden sobrenatural. En primer lugar, la familia, instituida inmediatamente por Dios para su fin específico, que es la procreación y educación de la prole; sociedad que por esto mismo tiene prioridad de naturaleza y, por consiguiente, prioridad de derechos respecto del Estado. Sin embargo, la familia es una sociedad imperfecta, porque no posee en sí misma todos los medios necesarios para el logro perfecto de su fin propio; en cambio, el Estado es una sociedad perfecta, por tener en sí mismo todos los medios necesarios para su fin propio, que es el bien común temporal; por lo cual, desde este punto de vista, o sea en orden al bien común, el Estado tiene preeminencia sobre la familia, la cual alcanza solamente dentro del Estado su conveniente perfección temporal. La tercera sociedad, en la cual nace el hombre, mediante el bautismo, a la vida de la gracia, es la Iglesia, sociedad de orden sobrenatural y universal, sociedad perfecta, porque tiene en sí misma todos los medios indispensables para su fin, que es la salvación eterna de los hombres, y, por lo tanto, suprema en su orden” PÍO XI, Divini Illius Magistri, n. 8. 33 “Entre todos los medios de educación, el de mayor importancia es la escuela, que, en virtud de su misión, a la vez que cultiva con asiduo cuidado las facultades intelectuales, desarrolla la capacidad del recto juicio, introduce en el patrimonio de la cultura conquistado por las generaciones pasadas, promueve el sentido de los valores, prepara a la vida profesional, fomenta el trato amistoso entre los alumnos de diversa índole y condición, contribuyendo a la mutua comprensión; además, constituye como un centro de cuya laboriosidad y de cuyos beneficios deben participar a un tiempo las familias, los maestros, las diversas asociaciones que promueven la vida cultural, cívica y religiosa, la sociedad civil y toda la comunidad humana. Hermosa es, por tanto, y de suma importancia la vocación de todos los que, ayudando a los padres en el cumplimiento de su deber y en nombre de la comunidad humana, desempeñan la función de educar en las escuelas. Esta vocación requiere dotes especiales de alma y de corazón, una preparación diligentísima y una facilidad constante para renovarse y adaptarse”. Declaración del Concilio Vaticano II Gravissimum Educationis sobre la Educación Cristiana, n. 5. 34 SANTO TOMAS, In IV Sent. dist.26, q.1, a.1 co.

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Merece especial atención una mirada, aunque sea fugaz, a la tradición católica de los santos educadores. Tenemos una larga serie de fundadores de institutos educativos que han dado enormes frutos de vida humana y cristiana en la historia reciente de la Iglesia. Entre ellos, se sitúa toda una tradición educativa que tiene su origen en el mismo Jesucristo y su evangelio, y que configura una fuente de inspiración permanente para familias, escuelas y comunidades cristianas en su labor. Entre todos ellos destaca la figura de san Juan Bosco, “padre de la juventud”, como le llamó san Juan Pablo II en una memorable carta en que glosa su figura y apunta su ejemplo para los educadores de todos los tiempos35. Se trata de una carta que glosa estupendamente el trinomio “razón, religión y amor” que debe caracterizar toda obra educativa integral. En el vasto horizonte de los testimonios de la educación católica brilla también la figura del recientemente canonizado obispo D. Manuel González. Se labor como refinado pedagogo en la catequesis y la formación de niños y jóvenes nos ha dejado joyas como una obrita suya titulada “La gracia en la educación” que describe algunas de las constantes del sujeto de la educación cristiana, y de cómo ayuda en esta labor la gracia natural y sobrenatural del padre, el maestro, el catequista… Él mismo señala que estos principios vienen bien al “autoeducador”, es decir, “a los que recibida la primera educación, se dan cuenta y se persuaden de la necesidad y ventajas, no sólo de dejarse educar, sino de educarse a sí mismos”. Con todo, vamos a proponer brevemente los principios pedagógicos de otro gran santo educador. El fundador de las Escuelas Pías, san José de Calasanz, ha dejado escritos algunos de los ideales que han caracterizado su modelo educacional, y que, sin

35 “Para él, educar lleva consigo una actitud especial del educador y un conjunto de procedimientos, basados en convicciones de razón y de fe que guían la labor pedagógica. En el centro de su visión está la "caridad pastoral", que describe así: "La práctica de este sistema se basa totalmente en la idea de San Pablo: 'la caridad es benigna y paciente, todo lo sufre, todo lo espera y lo soporta todo'". Tal caridad pastoral inclina a amar al joven, sea cual fuere la situación en que se halla, con objeto de llevarlo a la plenitud de humanidad revelada en Cristo y darle la conciencia y posibilidad de vivir como ciudadano ejemplar en cuanto hijo de Dios. Tal caridad hace intuir y alimenta las energías que el Santo sintetiza en el ya célebre trinomio de la fórmula: "razón, religión y amor"”. JUAN PABLO II, Carta Iuvenum Patris en el centenario de la muerte de san Juan Bosco, n. 9.

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duda pueden ser de inspiración para nosotros36. Sin ánimo de exhaustividad, podemos exponer algunos de sus rasgos esenciales en las siguientes afirmaciones:

a) “El educador es cooperador de la verdad” (Proemio de sus Constituciones, número 3): esa expresión de la tercera carta de san Juan (v.8) que ha sido el lema del mismo Benedicto XVI resume muy bien la actitud del que está llamado a engendrar a otros a su plenitud por la verdad y el bien.

b) “El educador es pasante de Jesucristo”: el pasante era el

profesor que sustituía al numerario en sus clases. Esa fidelidad del que se mueve en el mismo plano que el Maestro es una actitud especialmente provechosa.

c) “El educador debe ser siervo de Dios”: y continúa el santo

diciendo que “los que no lo son, son hombres solo de nombre”. La plenitud que aporta a lo humano el ser verdaderamente hijo de Dios permite abrir el horizonte total del educando.

d) “El educador debe ser humilde”: para ello, continúa diciendo

Calasanz que ha de conocer a Dios y conocerse a sí mismo. “Abajarse a dar luz, especialmente a los que son desamparados de todos”. Ese corazón misericordioso que se inclina sobre el más desvalido es reflejo del Buen Pastor.

e) “El educador debe ser pobre en el espíritu”: Pues la pobreza

espiritual es la madre de todas las virtudes. Así el educador no será esclavo del «tener», ni del «poder», ni del «brillar», ni del «gozar» ... Sólo así será auténtico educador.

f) “La educación consiste en dos cosas: en fomentar las

inclinaciones interiores positivas, que son una manifestación de la acción creadora del Espíritu Santo (Constituciones. n. 23) y en controlar las inclinaciones negativas, «muchas veces inconscientes, difíciles de conocer y más difíciles de erradicar» (Const. n.16)”.

g) “La educación debe hacerse con la luz de Dios y con la luz del

mundo (Memorial al Cardenal Tonti n. 9): la luz de la razón y la luz de la fe tienen una misma fuente y deben ser

36 Vid. SALVADOR LÓPEZ, “Las grandes síntesis pedagógicas de san José de Calasanz”, Analecta Calasanctiana, 65 (1991) 49-62.

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armónicamente utilizadas. Ambas son necesarias y nunca se contradicen.

h) “La educación debe hacerse desde los tiernos años”: y debe

contar en cuanto aparezca el uso de razón con las ayudas sobrenaturales que nacen de la oración y los sacramentos, en particular la Penitencia y la Eucaristía.

i) “El ministerio de la educación es: el más digno, el más

meritorio, el más útil, el más natural, el más agradable, el más glorioso, el más noble, el más beneficioso, el más necesario, el más razonable, el más de agradecer”: solo una sociedad que tenga conciencia de ello dedicará los esfuerzos oportunos a esta misión capital. La reforma de la sociedad depende de esta labor fundamental.

A pesar de provenir de un santo del siglo XVI, estas máximas son ejemplares para los educadores en cualquier situación. En general, en la educación católica, ha sido fundamental la atención al maestro cristiano. No solo para darle instrumentos o técnicas para su labor, sino principalmente para ayudarle a convertirse en un sujeto virtuoso, que junto a su competencia técnica, pueda irradiar el testimonio de la verdad y el bien que enseña desde la propia virtud. Para el diálogo… + ¿Cómo vivimos la maternidad de la Iglesia respecto de nuestras vidas, nuestras familias y nuestras comunidades cristianas? ¿De qué forma concreta me ilumina el Magisterio de sus Pastores? + ¿Cómo percibimos en nuestra sociedad la aplicación de las indicaciones del Magisterio en ámbito educativo: principalidad de la labor de la familia, acceso a la clase de religión, actividad de centros específicamente católicos para la formación integral…?

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+ ¿Encuentro luces significativas en el ejemplo de los santos educadores para nuestra labor como padres, educadores, catequistas, en general, para guiarse uno mismo y guiar a otros?

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ACTUAR

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Primer Encuentro:

Agentes de la Educación Cristiana

1. OBERTURA Es tan fácil de demostrar mi tesis de que los singracia no sirven para educadores, que con sólo definir los términos queda demostrada la satisfacción de los más exigentes dialécticos. Qué es educación y qué es gracia. Con que se sepa bien el concepto real, no el que a veces llevan por falso testimonio, se tiene la evidencia de que educación integral sin gracia es algo así como tortilla de huevos sin huevos o chocolate sin cacao. ¿Qué es educar? Educar, según su doble sentido etimológico, es sacar y guiar: sacar las energías que hay dormidas, amorfas, inexplotadas o torcidas en el niño, que como ser inmanente que es tiene dentro de sí el principio y el término de su acción y guiarlas a estado de perfección. Educar es la labor más difícil de todas las labores humanas, por lo honda, transformadora y contrariada. Honda, porque, empezando por lo más exterior, como es el gesto, la pronunciación de la sílaba y de la palabra y la postura, ha de contar con lo más interior puesto que tiene que llegar al fondo del entendimiento para formarle el criterio, de la voluntad para forjarle el carácter, y del corazón y de la sensibilidad, en donde se esconden las raíces de las pasiones, de los gustos e instintos para enseñarles y acostumbrarles a obedecer a la razón. Transformadora, y contrariada porque su fin es siempre hacer pasar de un estado inferior a otro superior, hacer del niño de barro, niño de carne; del niño de carne de bestia, carne espiritualizada; la educación buena debe hacer del niño grosero como de barro, de malos instintos como de fieras, de rebeldías como de carne humana nacida en pecado original, un hombre cabal y a fuer de cabal, con los sentidos y apetitos del cuerpo en desarrollo perfecto y armónico sometidos a las potencias del alma y las potencias del alma en avances perpetuos de perfección, enfrenadas, iluminadas, reformadas y siempre elevadas por la sumisión a Dios. La educación, si ha de merecer con justicia ese nombre, es la acción misteriosa y lenta de unas manos como de hada que de un muñeco de barro sacan un hombre, de un candidato a diablo sacan un ángel, de un mal hijo de la tierra pecadora sacan un hijo bueno de Dios.

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¿El instrumento? La labor del educador es superior a la del más genial escultor. Éste hace de una piedra o leño que no se mueve a sí mismo una figura: aquél no hace sino saca de un ser, que se mueva a donde quiere, un ser que, queriendo, se mueve a donde debe... Para labor tan honda, transformadora y que ha de encontrar tantos obstáculos hace falta un instrumento largo, tenaz, eficaz, flexible; un instrumento, que como ha de obrar sobre un sujeto dotado de libertad, y de libertad más inclinada al mal que al bien, una a todas aquellas cualidades la de ser grato, la de hacerse hasta desear y amar. ¿Cuál será? ¿Métodos, técnica, estímulos morales, razonamientos filosóficos, ambiente, buenos ejemplos, lecciones elocuentes...? Honradamente os confieso, con la experiencia de la historia y de años y de casos sin número, que todos esos podrán ser unos auxiliares del instrumento; pero no el instrumento completo y eficaz de la educación. ¿Cuál será? Aquí de mi tesis: Que todos esos auxiliares con la gracia en su doble sentido natural y sobrenatural, sirven; sin gracia, no. He aquí el gran instrumento de la educación integral del hombre: la gracia. Lo iremos viendo con la gracia de Dios. Teniendo en cuenta que la gracia natural es hija de la bondad y del ingenio, lo primero que hay que pedir al que quiera ganarse a sus educandos es la bondad para con ellos. Bondad sincera (los niños la huelen y la descubren al punto) incansablemente paciente y más propensa a excusar que a acusar y que con esa bondad mire, escuche, pregunte, responda, aguante impertinencias, sin descomponer la cara ni desatar la lengua, en una palabra, que la bondad interior irradie en los ojos, oídos, boca, gestos y modales del educador. Y sobre ese fondo de bondad venga el ingenio poniendo una sonrisa, un gesto de atención, de compasión, una palabra de donaire, un relato que despierte interés, una pregunta o una afirmación de algo que afecte a lo íntimo del niño. Un cambio de tema y de tono en la conversación, de ocupación, de ambiente que rompa monotonías y rutinas y que ponga estrellitas y luceros brillantes en las noches y luz y calor del sol y flores de primavera en los días de invierno del alma del niño, que aun para los niños hay obscuridades y ruidos de noche y fríos de invierno. Pero os he dicho que no se pueden dar reglas de gracia y lo que os llevo dicho tiene mucho parecido a ellas. Prefiero que paréis vuestra atención y vuestros ojos en escenas de educadores graciosos Y el primero de los primeros es el maestro Jesús. ¡Cómo atraía a las muchedumbres de niños, que en tal cantidad y alboroto debían cercarlo y oprimirlo que llegaban a provocar las protestas y hasta la ira de los apóstoles! Para mí, más que la sabiduría de sus sermones y

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el brillo de sus milagros, lo que atraía y arrastraba a los niños en torno de Jesús era su mirada. Es cierto que presentarse Jesús en un pueblo y verse seguido y aclamado por todos los niños era una misma cosa. ¡Cómo miraría Jesús a los niños! Muchos triunfos de Jesús, cuenta o deja entrever el Evangelio, por su sola mirada. ¡Lo que sentirían los corazones sencillos al verse envueltos o bañados por una mirada de Jesús...! Así me explico por qué curaba a muchos mandándoles que lo miraran. «¡Mírame!». Padres, maestros, antes de que se turbe o extravíe vuestra mirada por los arrebatos de la ira contra los niños, acordaos de cómo los miraba Jesús... Os aseguro que muchas veces ellos se contentarían y se os entregarían con que sólo los mirarais con cariñoso interés. He hecho mis ensayos y comprobaciones acerca del poder de una mirada intensamente bondadosa sobre el alma de un niño”.

(San Manuel González, “La gracia en la educación”) Para la reflexión inicial… + ¿Qué cualidades pensamos que debe tener el buen educador: padre, maestro, sacerdote, catequista…? + En nuestro caso particular como agentes educativos y/o pastorales, ¿cuáles son los retos que nos plantea nuestra condición concreta a la hora de educar y evangelizar? ¿qué actitudes, medios… debo cultivar?

2. LOS DIVERSOS PROTAGONISTAS DE LA OBRA EDUCATIVA

Hace ya bastantes años de que Pablo VI pronunciara esa frase que ha sido repetida hasta la saciedad, pero que sigue indicando un principio fundamental en la lógica de la transmisión de lo humano y lo cristiano: “el hombre contemporáneo escucha más a gusto a los testigos que a los maestros o si escucha a los maestros es porque son testigos” (Evangelii Nuntiandi, n. 41). El compromiso y el testimonio del que enseña son elementos irrenunciables en toda obra educativa, y de forma muy especial cuando hablamos de la enseñanza para la vida, que es la que informa la misma transmisión de la fe. De ahí que nuestra reflexión sobre cómo mejorar los procesos educativos tenga que comenzar por la

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reflexión sobre los agentes de educación, y, a ser posible, sobre cada uno de nosotros en particular. Lo que también está claro es que la medida del desafío cultural que afrontamos impide que la respuesta sea puramente individual o de grupos aislados, sino que más bien el reto invita a “formar una red”, como viene señalando el Papa Francisco, que acomune los esfuerzos de familias, escuelas, parroquias y movimientos católicos… En definitiva, que busquemos la forma de crear sinergias que sumen y vayan en la misma dirección, permitiendo coordinar de forma orgánica los esfuerzos de todos los que estamos comprometidos en esta labor. Podemos, no obstante, pararnos un momento a reflexionar sobre algunas de las exigencias más acuciantes que atañen a los diversos protagonistas de la tarea educativa.

A) PADRES Ni que decir tiene que son ellos los protagonistas principales de la educación de los hijos. A ellos pertenece, por derecho natural, la tarea que prolonga, de alguna manera, el mismo engendrar de los hijos como colaboradores del Creador. En su misión de reproducir el hábitat para el crecimiento que nace de su condición de imagen del Amor Trinitario, donde el amor y la donación de sí son el constitutivo determinante de los procesos que allí se desarrollan, los padres tienen el rol más determinante en la educación de sus hijos. El proceso de progresiva especialización, así como la complejidad y rapidez de los cambios sociales vividos en los últimos años ha hecho que muchos padres se hayan sentido superados por las exigencias de su tarea y hayan acabado por abdicar de forma más o menos explícita de la misma. De forma que el primer aspecto que hay que fomentar es la confianza de los mismos padres en la capacidad de realizar una misión a la que han sido llamados, por naturaleza y por gracia. Y proveer los medios oportunos para ayudarles en su misión, sea en la preparación para el matrimonio, sea en la atención permanente a las familias cristianas que debe estar presente en la pastoral de la Iglesia. Una primera dificultad que encuentran los padres en la educación de los hijos es la falta de tiempo para dedicarles. Las exigencias sociales han empujado a una vida laboral intensa a ambos progenitores y, en gran medida, muchas las ocasiones de encuentro familiar se han visto seriamente menguadas. Los abuelos y otras

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instancias han tenido que asumir un protagonismo mucho mayor. Sin dejar de aprovechar la oportunidad que a abuelos se les ofrece de transmitir la sabiduría que nace de la experiencia, así como los valores de fe que encarna su tradición viva, hay que reconocer que la situación ideal pasa por devolver a los padres un mayor protagonismo en la educación de los hijos. Tomar conciencia de la prioridad máxima que supone en su vocación personal la paternidad y la maternidad conllevará, sin duda, la búsqueda de tiempos y espacios en los que la transferencia educativa se haga espontáneamente con el amor, la confianza, el diálogo… Una segunda dificultad de la estructura familiar hoy nace de lo que se ha llamado el “eclipse del padre”. La crisis del ejercicio de la autoridad y ciertos planteamientos en la reivindicación de los derechos de la mujer, han llevado a un oscurecimiento del modo masculino de educar. Tenemos que reconocer que este dato supone habitualmente una disfunción en la estructura educativa de la familia, en la que los hijos necesitan ordinariamente de la madre y del padre, y de sus diferentes y complementarias formas de querer y hacerlos crecer. Sin ánimo de exhaustividad, podemos señalar algunas diferencias y peculiaridades de estas formas que están ancladas en la naturaleza de la familia, y cuyos beneficios importantes no deberíamos menospreciar37. El carácter acogedor y empático de la psicología materna habitualmente siente al hijo parte de sí. En la adolescencia, tiempo especialmente importante para el ejercicio de la paternidad, el padre despega al hijo y lo pone en contacto con la realidad para permitir su maduración. Mientras que la madre te hace sentir protegido, el padre te hace sentir capaz. De ahí que sea más directo y franco en el diálogo con los hijos, esté menos dispuesto a rebajar los obstáculos, ayuda a asumir las responsabilidades propias, a la vez que tiene menos miedo de exigir que sepa adaptarse a las circunstancias. De alguna manera, también la educación paterna ayuda de forma peculiar a creer en valores y seguirlos, a despertar el yo ideal y a asumir el valor pedagógico del sufrimiento y la derrota, aunque para ello tenga que hacer afrontar las pruebas de la vida y las heridas como paso de madurez. En definitiva, el corazón de un padre es un tesoro que evita la perpetuación de la adolescencia. Su ausencia genera fragilidad y complica a la larga los procesos de maduración.

37 Una exposición más amplia y con consejos muy interesantes en OSVALDO POLI, Corazón de Padre, Madrid 2012.

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Señalemos, por último, en este apartado, la importancia creciente que está asumiendo en los procesos de transmisión de la fe la figura de los “padrinos”. Su presencia, muy anclada en tradiciones locales y en la misma tradición de la Iglesia desde antiguo, es una ayuda que no siempre ha sido bien aprovechada. Los tiempos que corren invitan a despejar de la figura de los padrinos un papel de simple compromiso o limitado a las celebraciones sacramentales. El Código de Derecho Canónico invita a su presencia en los momentos de incorporación a la Iglesia (Bautismo, Confirmación) “en la medida de lo posible”. Es decir, no es una figura obligatoria, lo que sí es obligatorio es que, de elegir padrinos, estos tienen que tener un perfil adecuado. La norma de la Iglesia pide que “sea católico, esté confirmado, haya recibido ya el santísimo sacramento de la Eucaristía y lleve, al mismo tiempo, una vida congruente con la fe y con la misión que va a asumir” (CIC, 874). De hecho, ante la proliferación de situaciones que dificultan la celebración canónica del Bautismo de los hijos por ejemplo, la presencia de padrinos adecuados que garanticen el testimonio de la fe puede ser un motivo para no diferir la incorporación a la Iglesia. Cuidar y potenciar el rol de los padrinos, sin rebajar las exigencias de su misión, puede ser una forma concreta con que la comunidad cristiana ayude a los padres en la tarea de la transmisión de la fe.

B) MAESTROS Seguro que todos tenemos experiencia de la importancia en nuestras vidas de haber encontrado verdaderos maestros. Maestros de vocación, que no solo acumulen conocimientos sino que saben comunicarlos y disfrutan de su labor como educadores de la infancia y la juventud. Es, desde luego, toda una vocación que hay que descubrir y cultivar, y que debe tener por parte de todos el reconocimiento y la ayuda necesaria para desarrollar adecuadamente su misión. Las personas dedicadas a la formación de otras personas deben ser capaces y dispuestas, con talento personal especial para el trabajo educativo, conocimientos profundos de la tarea que llevan entre manos y arte para tratar a los seres humanos: en una palabra, educadores, y puros ejecutores de la transmisión de conocimientos. Edith Stein, otra gran educadora, canonizada y proclamada co-patrona de Europa, los define como «educadores verdaderamente paternos y educadoras verdaderamente

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maternas»38. Pues si bien, no sustituyen a los padres en la labor matriz de la educación familiar, resultan una ayuda y prolongación indispensable, y pueden asumir una análoga “paternidad” sobre sus alumnos cuando viven con plenitud su vocación. La filósofa malagueña María Zambrano, de hecho decía: “la vocación de maestro es la vocación más indispensable, la más próxima a la del autor de una vida, puesto que la conduce a su realización plena”39. Como en todo proceso educativo, la ejemplaridad es esencial en la labor del maestro. No puede exigir estudio a sus alumnos si él no prepara las clases, no puede exigir puntualidad si no es puntual, no puede exigir justicia si él no lo es a la hora de examinar, no puede exigir tolerancia si no tolera opiniones contrarias, no puede exigir austeridad y sobriedad, si no vive austera y sobriamente. El lenguaje prescriptivo solo es valioso si el emisor es coherente40. De alguna manera, el maestro en persona supone un catalizador de la relación verdad-libertad, pues ayuda a llevar a la vida concreta muchas de las consecuencias de lo aprendido. Este elemento, no obstante, aparece bastante oscurecido en las consideraciones pedagógicas recientes. Ya lo notaba don Luigi Giussiani hace algunos años:

“Hoy la educación es deficiente a causa de una orientación racionalista que olvida la importancia del compromiso existencial como condición para obtener una genuina experiencia de lo verdadero y, por lo tanto, para alcanzar la convicción. No se puede entender la realidad si no se “está en ella”... con demasiada frecuencia educar significa sólo clarificar ideas. Pero una vez que las razones están delante de la vista, queda aún mucho por hacer, porque tales razones son abstractas, extrañas; son todavía sonidos y palabras. Es necesario que intervenga entonces la energía, la libertad. Con esta energía puedo hacer que todo mi ser se adhiera a la idea y al programa de la inteligencia”41.

Una de las constantes de la tradición católica educativa, ha sido la atención al sujeto en su integridad, en su bondad moral. De ahí que el conocimiento y el ejercicio de las virtudes concretas haya ocupado un papel importante en los proyectos educativos más o menos explícitos de nuestros grandes educadores. Entre ellos, tenemos el magnífico ejemplo de las Escuelas del Ave María, del Padre Manjón, que a finales del siglo XIX aúna las conquistas de la

38 EDITH STEIN, “Cursos Antropológicos” en Obras Completas IV (Escritos antropológicos y pedagógicos), Burgos, 2003, p. 532. 39 MARÍA ZAMBRANO ALARCÓN, Filosofía y Educación, Málaga 2007, p. 114. 40 El libro de FRANCESC TORRALBA, Pasión por educar, Madrid 2015, traza un perfil muy interesante de los rasgos más pertinentes para el educador hoy. 41 LUIGI GIUSSANI, Educar es un riesgo. Apuntes para un método educativo verdadero, Madrid 2012, pp. 81-82.

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pedagogía de su tiempo con las referencias antropológicas y cristianas perennes para fundar una experiencia educativa que mereció las visitas y los reconocimientos de personajes como Miguel de Unamuno o el mismo Alfonso XIII. De alguna manera, el padre Manjón era consciente de que una pedagogía que no tuviese en cuenta la relación del hombre con Dios nunca sería completa. Y desde ahí comenzó a construir al sujeto humano, con los pilares que suponen las virtudes cardinales. Pero aplicados en primer lugar a los maestros. Sus escuelas eran verdaderas escuelas de maestros. Exhortaba a sus maestros a cultivar la prudencia42: “El maestro prudente hace fácil y asequible lo difícil y costoso. Los maestros prudentes instruyen pero no atiborran. Al instruir no mareéis: ni con muchas cosas, ni con mucho saber de cada cosa, sino lo principal, bien sabido y ordenado, en relación con la vida. El maestro prudente maneja la palabra, pero también la intuición. Ha de ser vigilante; primero, de sí mismo: que sus pensamientos no sean erróneos, que su corazón no se incline al odio, que su lengua no falte a la caridad, que su oído no sea dañado con lo que oye; segundo, de sus compañeros: que las murmuraciones y los desaires no perjudiquen la amistad”. Y lo mismo respecto de la justicia43, la fortaleza44 o la templanza45. Los maestros luchan hoy contra muchos enemigos tanto dentro como fuera de las aulas para realizar su tarea. Además de la

42 Vid. CRISTINA RUIZ-ALBERDI FERNÁNDEZ, “Las virtudes en el proyecto educativo del Padre Manjón” en Comunicación y Hombre 10 (2014), 81-93. 43 “El maestro justo guarda el orden y la disciplina en el aula porque debe infundir ese hábito en sus alumnos. Debe hacer hombres ordenados porque se les prepara para la vida. El maestro justo es veraz porque ama la verdad. De una escuela que se amamanta con el error culpable: “saldrá la doblez, el fraude, la astucia, la seducción y corrupción, la hipocresía”. 44 “Más si el maestro es paciente y sufrido, de los males saca bienes, y sabiendo que la vida es lucha, en la prueba se agranda y crece, y siendo cristiano, todo lo mira desde muy alto y con el ojo de la fe, ilustrada por la razón; entiende que por mucho que padezca, más merecen sus culpas, y a más penar mayor gloria le espera; él sabe que todo, menos el pecado, pasa por sus manos. El maestro no debe dejarse llevar por la impaciencia”. 45 “La virtud de la templanza enseña a dominar las inclinaciones que nos apartan del bien. al hablar de templanza sólo se piensa en la comida y la bebida, cuando abarca mucho más, la templanza nos ayuda a experimentar el amor a Dios, raíz y madre de todas las virtudes, no entiende de medidas ni de medianías. La templanza tiene un sentido y una finalidad, que es hacer orden en el interior del hombre. De ese orden, y solamente de él, brotará la tranquilidad de espíritu. Templanza quiere decir, por consiguiente, realizar el orden en el propio yo. El lujurioso no puede ser maestro porque no es libre sino víctima de sus pasiones; le falta voluntad. La castidad, la continencia, la mansedumbre, la sobriedad, la humildad son las partes de la templanza que debemos vivir. Moderar las penas, no infundir tristeza a los alumnos y pesimismo: ¿De qué modo se logrará esto? Apartando el alma de la culpa, que es semillero de remordimientos; practicando la virtud, cuya recompensa es gozo y dicha temporal y eterna; disminuyendo las penas con el alivio y los consuelos; atenuando los males con la esperanza de los bienes, y aun convirtiendo esos males en bienes y esas penas en alegrías”.

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dispersión, producida tantas veces por el uso de los medios digitales y la exposición excesiva a las pantallas, la cultura hodierna ha postergado ciertos elementos que acompañan habitualmente a toda obra de cierta envergadura en la vida: sacrificio, esfuerzo, repetición, abnegación… Todo tiene su secreto y cada arte exige su trabajo. En cambio, hay que reconocer como elemento positivo de la pedagogía reciente la insistencia en la acogida de todos. El maestro está llamado a practicar una acogida incondicional y universal, ser ejemplo de equidad. Ahí se juega la credibilidad también. Cuando solo se acoge a alguien por sus condiciones físicas, mentales, económicas… se cae en el elitismo educativo que se percibe antes o después y tiene malas consecuencias. El reconocimiento y el respeto hacia la labor de los educadores debería ser una preocupación social. Para fomentar la confianza, base de toda actividad educativa, los esfuerzos de familias e instituciones por dar al maestro la formación y el papel que le corresponden, ayudará a que viva su misión con alegría, entusiasmo, competencia y dedicación.

C) EDUCADORES CRISTIANOS: SACERDOTES, CATEQUISTAS Y OTROS ANIMADORES ECLESIALES

Dice un proverbio africano que “es toda la tribu quien educa”, y es cierto que el proceso por el que un hombre configura su identidad, o un cristiano es engendrado a la madurez concierne a toda la Iglesia. Con todo, en su seno, los ministerios y carismas con que es enriquecida por el Espíritu Santo, nos hacen reconocer el papel singular de algunos de sus miembros en esta tarea. A todos los que comparten esta tarea, el Papa Francisco les animaba recientemente a no tener miedo a asumir los riesgos que conlleva.

“Un educador que no sabe arriesgar no sirve para educar. Arriesgar en modo razonable. ¿Qué significa esto? Enseñar a caminar. Cuando enseñas a un niño a caminar, les muestras que una pierna debe estar quieta, sobre el suelo que conoce, y con la otra intenta avanzar. Así, si resbala, se puede defender. Educar es esto. Tú estás seguro en un punto, pero eso no es definitivo. Deber avanzar otro paso. Quizá te resbales, pero te levantarás, y… adelante. El verdadero educador debe ser un maestro del riesgo, pero del riesgo razonable, se entiende. Como he intentado

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explicar ahora”. (Papa Francisco, Discurso al Congreso Mundial de la Educación Católica, 21 de noviembre de 2015).

El ministerio del catequista es fundamental en la transmisión de la fe. Supone todo un discernimiento personal y comunitario el reconocimiento de las aptitudes y la llamada para confiar a los miembros más adecuados de la comunidad esa tarea tan vital para la evangelización. El Directorio General para la Catequesis invita a tener en cuenta lo siguiente:

“El carisma recibido del Espíritu, una sólida espiritualidad, y un testimonio transparente de vida cristiana en el catequista constituyen el alma de todo método; y sus cualidades humanas y cristianas son indispensables para garantizar el uso correcto de los textos y de otros instrumentos de trabajo. El catequista es intrínsecamente un mediador que facilita la comunicación entre las personas y el misterio de Dios, así como la de los hombres entre sí y con la comunidad. Por ello ha de esforzarse para que su formación cultural, su condición social y su estilo de vida no sean obstáculo al camino de la fe, aún más, ha de ser capaz de crear condiciones favorables para que el mensaje cristiano sea buscado, acogido y profundizado”46.

Con las peculiares exigencias de la cultura contemporánea, resulta verdaderamente crucial la formación permanente de nuestros catequistas, además de su vinculación efectiva en la comunión con la Iglesia diocesana. Dejamos para el final, no por ser menos importante, pero sí que más oscurecida en tiempos recientes, la labor educadora de los sacerdotes, como maestros de la fe y padres en la vida espiritual. El sacerdote ejerce este ministerio de forma primordial en la predicación. La iluminación que recibimos de sus palabras en la homilía, la celebración de los otros sacramentos, las charlas o pláticas que acompañan a nuestras reuniones… Se trata de un verdadero ministerio realizado por encargo de la Iglesia que debe reproducir el clima familiar en el que la aceptación, acogida y el voto de confianza de los hijos hacia sus padres son condición para que se dé el crecimiento personal en el ambiente oportuno. No obstante, el potencial educador del sacerdote no se agota en su predicación. Desde muy antiguo, en la vida de la Iglesia el ministerio de los sacerdotes ha fructificado en forma de paternidad espiritual con el consejo y la orientación que desde el confesionario o fuera de él toma la forma de dirección o acompañamiento espiritual.

46 DIRECTORIO GENERAL PARA LA CATEQUESIS, n. 156

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Se trata de una ayuda que surge y se manifiesta, sobre todo, cuando hay búsqueda diligente de la santidad cristiana. Probablemente se trate de uno de los recursos que, en la vida de la Iglesia, hoy se aprovechan menos. A la par que en la sociedad en general se acude crecientemente a maestros de técnicas orientales o a consultas psicoanalíticas, se ha perdido en parte la conciencia de la ayuda que supone la figura del acompañante o director espiritual. La búsqueda de un guía iluminado que ayude a cultivar los dones que el Espíritu Santo pone en cada cual es una ayuda importantísima para el cristiano en todos los órdenes. Muy particularmente en la vida de relación con Dios, pero especialmente útil en los momentos de crisis o crecimiento, en la ayuda del conocimiento de sí y en el mismo discernimiento vocacional. Este último aspecto es determinante en la vida de los jóvenes. El Concilio Vaticano II invitaba a que haya personas bien preparadas que se interesen permanentemente por la formación espiritual de la juventud (Gravissimum Educationis n. 10). Dentro de la Iglesia no puede perderse esa “cultura vocacional” en la que uno se sabe con una misión dentro del pueblo de Dios, a la que el Señor llama desde toda la eternidad y cada cual debe esforzarse por descubrir. Los padres cristianos y todos los educadores deben ayudar a suscitar esa pregunta dentro de cada uno: Señor, ¿qué quieres de mi? Seguramente que una generación de buenos directores y dirigidos o acompañantes y acompañados, en la medida en que la entrevista direccional ayuda a establecer la conversación interior de la gracia, ayudarían enormemente a la renovación espiritual de nuestro tiempo. El Papa Francisco ha dedicado un espacio de su exhortación apostólica programática, Evangelii Gaudium, ha hablar sobre el tema del acompañamiento espiritual como una prioridad de la Nueva Evangelización. Podemos repasarlo en los números 169-173. Para el diálogo final… + ¿Tenemos experiencia de la importancia del “educador” en los diversos procesos de enseñanza de la vida? ¿Hasta qué punto privilegiamos esa figura personal, frente a los métodos, recursos,…? + ¿Cómo ayudar a los padres cristianos a vivir con alegría y generosidad su tarea educativa? ¿De qué manera pueden encontrar

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los padres hoy más y mejores espacios de convivencia con los hijos? Pensemos en modos concretos de potenciar la riqueza que supone el modo masculino y femenino de educar, la complementariedad de paternidad y maternidad + ¿De qué forma pueden ayudar los abuelos y los padrinos a los padres en la tarea de la transmisión de la fe? + ¿Cómo contribuir a potenciar el papel formativo del maestro cristiano? + ¿Se nos ocurren formas de mejorar la preparación y el ejercicio de la misión de nuestros catequistas? + ¿Tenemos experiencia de haber tenido “dirección espiritual”? ¿Qué ventajas o dificultades encontramos en ello?

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Segundo Encuentro:

Ámbitos y Destinatarios de la Educación Cristiana

1. OBERTURA La solución no consiste ciertamente en dejar de lado a la familia y a la escuela, sino en hacerlas más conscientes de su vocación y más dignas de ella; en procurar que tomen consciencia de la necesidad de ayudarse mutuamente, y reconozcan que es inevitable la existencia de una tensión recíproca entre ambas. La familia y la escuela deben comprender también que, desde la infancia, por su condición humana, el hombre soporta y al mismo tiempo se defiende contra ellos, los apoyos más preciosos e indispensables con que la naturaleza ha provisto su existencia. De esa manera, crece a través del conflicto y por medio de él, siempre que la energía, el amor y la buena voluntad animen su corazón. Pero lo que posiblemente sea más paradójico es el hecho de que la esfera extraeducacional ejerce sobre el hombre una acción que es más importante para el perfeccionamiento de su educación que la educación misma. Y al decir esfera extraeducacional nos estamos refiriendo a todo el campo de la actividad humana, particularmente el dolor y el trabajo cotidianos; las duras experiencias de la amistad y el amor; los hábitos sociales; la ley (que es un ‘pedagogo’ según San Pablo); la sabiduría común encarnada en las tradiciones colectivas; la irradiación inspiradora del arte y de la poesía, y la influencia penetrante de las fiestas religiosas y de la liturgia.

(Jacques Maritain, “Fines de la educación”. Conferencia en la Universidad de Yale en 1943)

Para la reflexión inicial… + ¿Dónde pensamos que se juegan las influencias educativas fundamentales en nuestros días? ¿Cómo trabajar en esos ámbitos? + ¿Se nos ocurren modos de unir esfuerzos para sumar capacidad educativa, entre familia, escuela, comunidad cristiana…?

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2. LOS DESTINATARIOS DEL PROCESO FORMATIVO

Las exigencias educativas no terminan propiamente nunca. Por lo cual, todos somos destinatarios de la actividad formativa. De hecho, una de las mayores conquistas de la pedagogía reciente es la difusión de la conciencia de que todos necesitamos la formación permanente. Si esto es válido para cualquier área profesional, no lo es menos para la misma formación del cristiano. La catequesis sacramental de los primeros años de vida no agota la riqueza de lo que el crecimiento hacia la madurez de la fe requiere como una siembra continua que acompaña los diversos procesos vitales en que nos vemos envueltos. En la vida de todo creyente comprometido en la parroquia, participante en apostolado asociado… no debería faltar el cuidado de la formación permanente. Las mismas parroquias y movimientos suelen tener itinerarios apropiados al efecto. El mismo hecho de que te encuentres leyendo estas páginas significa que andas embarcado en uno de ellos. Por tanto, la pregunta es cómo mejorarlo y cómo convocar a toda esa masa de personas que no han descubierto la riqueza de la formación en la comunidad eclesial y se conforman con vivir con los rudimentos de la fe. Con todo, lo cierto es que cuando pensamos en destinatarios de procesos educativos, miramos de forma principal a las nuevas generaciones. Es cierto, por tanto, que ellos viven en el momento en que el proceso formativo tiene una importancia preponderante. Puestos a señalar algunas de la características de la juventud de nuestro tiempo, podemos acudir a lo que dice el Instrumentum Laboris del próximo Sínodo de los Obispos, el documento que sintetiza el panorama sobre “Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional” con el que se pide la colaboración de todas las iglesias antes de la discusión de los padres sinodales. Utilizando algunos medios de verificación social, el documento señala estas notas predominantes:

a) Inmersos en un mundo que cambia rápidamente: la fluidez de las transformaciones genera incertidumbre y vulnerabilidad. El espejismo de oportunidades de nuestra cultura cientificista acaba no pocas veces en desprotección, desocupación y soledad

b) Marcados por la multiculturalidad: como característica de

muchas de nuestras sociedades supone una gran tentación de

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relativismo, si bien, se puede transformar en ocasión de debate y enriquecimiento recíproco

c) Entre la pertenencia y la desvinculación: el deseo de ser parte activa en los cambios del presente contrasta con el rechazo que muchos experimentan y que acaba por engrosar el fenómeno de los NEET (not in education, employment or training –NINI’s decimos en España: ni trabajo ni estudio). La falta de confianza en sí mismos y en sus capacidades puede manifestarse, además de en la pasividad, en una excesiva preocupación por la propia imagen y en un dócil conformismo a las modas del momento.

d) Con necesidad de figuras de referencia: el aprecio por la

familia muchas veces se enfrenta a la propia crisis de las familias que se rompen. Padres ausentes o hiperprotectores hacen a los hijos más frágiles. En la medida en que avanza la juventud, se hace más determinante el referente de los iguales. Tienen un fuerte deseo de diálogo abierto entre pares. En este sentido son muy necesarias las ocasiones de interacción libre, de expresión afectiva, de aprendizaje informal, de experimentación de roles y habilidades sin tensión ni ansiedad.

e) Con difidencia respecto de las instituciones: lo que atañe no

sólo a estructuras de índole política. La desconfianza, indiferencia o indignación afecta a estructuras educativas y, por supuesto, también a la Iglesia. No obstante, los jóvenes no se ponen “contra”, sino que están aprendiendo a vivir “sin” el Dios presentado por el Evangelio y “sin” la Iglesia, apoyándose en formas de religiosidad y espiritualidad alternativas y poco institucionalizadas o refugiándose en sectas o experiencias religiosas con una fuerte matriz de identidad.

f) La experiencia de la “hiper-conexión”: una generación que vive

como nativa digital, y con un acceso facilísimo a una multitud de informaciones y de conexiones con el mundo “virtual” presenta tantas oportunidades como riesgos que hay que saber delimitar.

g) Los jóvenes y las opciones: En el contexto de fluidez y

precariedad que vivimos, la transición a la vida adulta y la construcción de la identidad exigen cada vez más un itinerario “reflexivo”. Se difunde una concepción de la libertad entendida como posibilidad de acceder a nuevas oportunidades. Se niega

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que construir un itinerario personal de vida signifique renunciar a recorrer en el futuro caminos diferentes: «Hoy elijo esto, mañana ya veremos». Tanto en las relaciones afectivas como en el mundo del trabajo el horizonte se compone de opciones siempre reversibles más que de elecciones definitivas. En este contexto los viejos enfoques ya no funcionan y la experiencia transmitida por las generaciones precedentes se vuelve obsoleta rápidamente. En este contexto resulta particularmente urgente promover las capacidades personales poniéndolas al servicio de un sólido proyecto de crecimiento común. Los jóvenes valoran la posibilidad de combinar la acción en proyectos concretos en los que medir su capacidad de obtener resultados, el ejercicio de un protagonismo dirigido a mejorar el contexto en el que viven, la oportunidad de adquirir y perfeccionar sobre el terreno competencias útiles para la vida y el trabajo.

3. ÁMBITOS FUNDAMENTALES DE LA EDUCACIÓN CRISTIANA

A) LA FAMILIA En el contexto socio-político que nos movemos no está de más recordar que los padres son los actores principales de la educación de los hijos por derecho natural. Esta responsabilidad ha quedado recogida en numerosos desarrollos del derecho positivo. Sin ánimo de acumular pronunciamientos legislativos, sí que nos vemos en la obligación de hacer constar al menos dos referentes. El primero es la misma Declaración Universal de los Derechos Humanos, que en su capítulo 26 señala lo siguiente: “Toda persona tiene derecho a la educación. La educación debe ser gratuita, al menos en lo concerniente a la instrucción elemental y fundamental. La instrucción elemental será obligatoria… La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana y el fortalecimiento del respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales… Los padres tendrán derecho preferente a escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos”. En segundo lugar, nos interesa dejar constancia de que la norma fundamental que rige el derecho de nuestro pueblo, la Constitución del 78, tras un debate notable y con un fondo histórico más que agitado, consensuó los siguientes principios de derecho

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educativo en su artículo 27: “Todos tienen el derecho a la educación. Se reconoce la libertad de enseñanza” (§1); “La enseñanza básica es obligatoria y gratuita” (§4); “Los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones” (§3); “Se reconoce a las personas físicas y jurídicas la libertad de creación de centros docentes, dentro del respeto a los principios constitucionales” (§6); “Los poderes públicos ayudarán a los centros docentes que reúnan los requisitos que la ley establezca” (§9). El hogar familiar es, por tanto, el hábitat primario de la educación de los hijos. Y los padres son los responsables de las grandes decisiones respecto de la misma en todo caso. Este derecho es, antes que nada, una responsabilidad. No puede ser delegada ni controlada por otros. Recordaba, al respecto, un profesional de la educación lo siguiente:

“Recientemente un ministro de educación de España afirmaba que no hay asuntos educativos exclusivos de la familia. Estas palabras abren la puerta de los hogares, de todos los hogares a terceras personas que, siendo ajenas a los padres y al niño, es decir a la familia, pretenden influir en el proceso de construcción del ser humano. Pensamos que el error deriva de que dicho ministerio debería llamarse ministerio de la enseñanza o de formación, pero los ministros de educación son en realidad los padres. La estructura política en la que la educación está en manos del estado se denomina dictadura. Esto no significa que los padres no puedan y necesiten apoyarse en terceras personas”47.

Educar a los hijos hace madurar, a su vez. Nos puede hacer más humanos, en la medida en que nos permite desarrollar nuestra propia humanidad. ¿Podemos señalar algunas de las características que se desarrollan en la familia? Sin ánimo de exhaustividad, estas son algunas: el respeto, la libertad (y consecuentemente la responsabilidad), la capacidad para expresar afecto, la reciedumbre, la lealtad, la fraternidad, el sentido del humor, la sinceridad, la coherencia de vida, la honradez, la alegría, la justicia, la gratitud, la generosidad, la perseverancia, la bondad, la honestidad, la cercanía, la empatía, el coraje, valorar el trabajo, la paciencia, la humildad, la disponibilidad, la discreción, el espíritu crítico, el saber estar… Podríamos añadir seguro muchas más. Todo esto debe aprenderse en familia. Un filósofo como Fernando Savater, decía que “cuando la familia educaba, la escuela podía encargarse de enseñar”.

47 NACHO CALDERÓN, Educar con Sentido, Alicante 2010, p. 10. En muchas de las consideraciones siguientes seguimos a este autor.

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Obviamente, no se puede generalizar la apreciación, pero sí que es conveniente recordar esta responsabilidad primaria de los padres. El colegio podrá dar un barniz o una capa de pintura a lo que los padres construyen, pero no podemos esperar que el colegio construya lo que no se hace en casa. No es esa su función. Para ello se necesita tiempo. Algún especialista ha señalado que es importante dedicar diez minutos al día a los hijos. En exclusiva. Solo eso, diez minutos, pero a diario. No vale acumular esos minutos para un mejor momento. Deben ser diarios independientemente del estado de ánimo, de la energía o las ganas que se tengan. Diez Minutos. Diarios. Aunque haya muchos más de dedicación indirecta (hacer comidas, lavar ropa…). Se trata de estar con cada hijo. De hecho, es probable que en los tiempo que corren, si los niños pudieran pedir a los Reyes Magos lo que realmente desean, pedirían sólo una cosa: “un adulto para mi solo”. Junto a los padres, el otro gran elemento educador son los hermanos. Es conveniente recordar esto también en el contexto demográfico en que nos encontramos, donde muchas familias estiman necesitar tantos recursos para cada hijo que se escatima muchas veces la generosidad para dar vida. Los hermanos son necesarios para aprender muchísimas de las actitudes y habilidades que conforman a la persona. Por ejemplo: compartir, hacer turnos, esperar, aceptar al prójimo, respetar, entender las diferencias, solidaridad, empatía, justicia, gratitud,… y por supuesto, la fraternidad. Incluso para encajar la experiencia de los “celos”. Si un niño no aprende a compartir el amor de sus padres, nunca sabrá compartir nada. Los celos son esa emoción, que ayuda a desarrollar sentimiento de diferenciación, y que una vez superados ayudan a entender al niño que el amor es eso que cuanto más se da más se tiene y que cuanto más se comparte más podemos dar. Añadamos, en el último lugar de estas consideraciones, la preocupación por la centralidad que la vida de fe y oración en familia debería ocupar. En un libro reciente, “Los peores siete errores cometidos por los padres”, incluso unos psicólogos clínicos incluyen el “ignorar la vida espiritual” como una de las grandes fallas de la familia moderna. Es irreal pensar que un niño pueda crecer sin recibir ni una sola referencia a Dios. El amor incondicional de nuestro Padre del cielo contribuirá enormemente a la misma autoestima del niño. Por otra parte, la experiencia dice que es más libre para creer en Dios y amarle o no hacerlo en absoluto aquel que ha crecido en una familia donde se practica la religión que el que

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pertenece a una en la que no se practica en absoluto. En nombre de la libertad, no es nada pedagógica la práctica que retrasa el bautismo hasta la propia decisión del infante. No conviene olvidar que la herramienta básica y fundamental de la educación en familia es el ejemplo.

B) LOS CENTROS EDUCATIVOS Si hay algún concepto que se ha puesto de moda últimamente al hablar de educación, ese es el del “pacto educativo”. No sabemos si llegaremos a esa situación de estabilidad legislativa que es la que se invoca cuando se habla en ciertos mentideros de ese pacto, de lo que sí que estamos convencidos es de que esa alianza es mucho más que el acuerdo de los partidos políticos. El mismo Papa Francisco, en el ya citado Congreso Mundial de la Educación Católica, decía lo siguiente:

“El pacto educativo entre la familia y la escuela se ha roto. Se debe re-comenzar. También el pacto educativo entre la familia y el Estado se ha roto. A menos que se trate de un estado ideológico, que quiere aprovecharse de la educación para llevar adelante la propia ideología como en las dictaduras que hemos vivido el siglo pasado. Esto es terrible. Los educadores están entre los trabajadores peor pagados. ¿Qué quiere decir esto? Que el Estado no tiene interés, simplemente. Si lo tuviese, no sería así. El pacto educativo se ha roto. Y aquí viene nuestro trabajo, el de buscar nuevos caminos”.

La escuela nace como proyección de la necesidad de instrucción por parte del hombre, como ser social, en los ámbitos que rebasan la capacidad pertinente de las propias familias. Ha tenido formas diversas a lo largo de la historia, pero lo que está claro en el momento presente es que, por la magnitud de los retos que afrontamos, hoy más que nunca se necesita volver a crear el lazo que une la familia con la escuela y con la misma comunidad eclesial. La educación es una tarea coral. No se puede educar solo. Esta alianza Familia-Escuela, para garantizar la identidad de la educación de matriz católica elegida por los padres, en la medida en que configura toda una cosmovisión del ser humano, debe funcionar en una doble dirección:

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a) El compromiso de las familias en la vida escolar: la libertad de

elección de los padres del centro educativo para sus hijos debe ser tutelada por las autoridades. En ese sentido, la baremación para la admisión a los centros debería priorizar esa libertad paterna al elegir la identidad del centro en cuestión. Por otra parte, deberíamos fomentar el asociacionismo familiar y su presencia en los centros educativos. La presencia comprometida, aunque costosa, en las AMPAS de los colegios supone un medio adecuado de presencia en el punto justo de los padres en la organización de la comunidad educativa escolar. A su vez, seria conveniente verificar la posibilidad de que esas asociaciones se integrasen en redes católicas, como la misma CONCAPA, que ostentaría así la representación efectiva en las negociaciones a nivel nacional del mayor número de padres católicos posible. Allí donde sea necesario, el derecho asiste a los padres en su posibilidad de asociarse también para constituir entidades privadas que promueven centros educativos. Esta modalidad educativa, sea puramente privada, o asistida con concierto de fondos públicos, goza de toda la legitimidad de nuestro ordenamiento jurídico y corresponde de forma efectiva a la libertad de enseñanza que hemos de reconocer como derecho fundamental del hombre. Por último, entre los compromisos de las familias católicas, está el de solicitar la formación religiosa para sus hijos. La educación religiosa contribuye a encontrar respuesta a las preguntas más profundas sobre la vida y el sentido último de nuestra existencia: de dónde vengo, cuál es el sentido de la vida, qué me cabe esperar, qué significa amar, por qué es preciso perdonar, si se puede encontrar sentido al sufrimiento o a la enfermedad, qué significa la muerte, cómo edificar una sociedad justa y solidaria. Se trata de una propuesta enraizada en la verdad y el bien común, acorde a los anhelos profundos del corazón humano. La enseñanza religiosa favorece enormemente el crecimiento personal y contribuye decisivamente a la edificación de una sociedad y un mundo enraizados en la verdad y el bien, el respeto mutuo, el amor y el perdón, la solidaridad y la gratuidad, la justicia y la paz, la compasión y la misericordia, en la ayuda a los más necesitados y en la protección y tutela de los débiles. También nos ayuda a valorar nuestra cultura, de profundas raíces cristianas, y a hacernos partícipes de un legado que ha configurado nuestro modo de ser y se encuentra en el fundamento de nuestra civilización. La aconfesionalidad del Estado no debe

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interpretarse como el destierro del hecho religioso de la educación. Un Estado aconfesional, lejos de oponerse al hecho religioso, debe facilitar y posibilitar el ejercicio del derecho fundamental de las familias y de todos los ciudadanos en materia religiosa, sin discriminación alguna. Una mirada a Europa como referente educativo nos revela que sus instituciones (por ejemplo, el Consejo Europeo de la Educación) insisten en la necesidad de la cultura religiosa en las aulas. Así se constata que la práctica totalidad de los países de la Unión Europea incorporan la Religión al sistema educativo y mantienen acuerdos con distintas confesiones religiosas, con variadas alternativas. Es necesario valorar la cultura religiosa cristiana, y la asignatura de Religión, como un derecho a ejercer dentro de un marco legal respetuoso con las opciones de cada familia y cada alumno. Pedimos por ello a todos los centros que cuiden y formen con especial esmero a los docentes que se han de encargar de impartir esta disciplina fundamental. Que a la titulación requerida les acompañe un amor profundo a la asignatura y un testimonio de vida de fe que dé credibilidad y consolide sus enseñanzas. La asignatura de Religión no debe confundirse con una mera cultura sobre el hecho religioso, ni con una catequesis, ni mucho menos se trata de un adoctrinamiento. La educación religiosa católica evalúa la adquisición de conocimientos, no la fe del alumno. Por lo cual, es una asignatura académicamente equiparable a las demás asignaturas y válida también para los no creyentes48.

b) El compromiso de la escuela por responder al proyecto integral

elegido por los padres49: en este sentido, tiene una peculiar responsabilidad la escuela católica. La pedagogía, la espiritualidad, la pastoral de un centro católico deben remitir al ejemplo de Cristo y a su presentación en su cuerpo vivo que es la Iglesia. Es necesario fomentar la identidad cristiana de forma explícita y propositiva manteniendo su significatividad, relevancia e influencia en un contexto de indiferencia cuando no de hostilidad en algunos casos. El perfil y la elección de las personas que configuran los equipos directivos y la tarea docente son aspectos decisivos para asegurar la identidad y misión de los centros desde una perspectiva netamente

48 Cf. “Me enseñarás el sendero de la vida” (Sal. 15,11) Carta Pastoral Conjunta sobre los desafíos contemporáneos de la educación, nn. 94-97. 49 Encontramos un precioso resumen del fundamento legal y el apoyo jurídico efectivo de este derecho de las familias en EMILIO TACERO, El Derecho de los Padres a elegir la educación religiosa y moral para sus hijos en España, Toledo 2016.

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evangélica. Los centros educativos católicos no deben relegar ni delegar en agentes que no comparten ni testimonian vitalmente el ideario del centro aspectos fundamentales de la educación, como son la dimensión espiritual, la igual dignidad del hombre y la mujer, el valor y dignidad de la vida en todo su recorrido, la dimensión afectivo-sexual, la dimensión de servicio a los pobres, excluidos, inmigrantes, el fomento de la justicia y la misericordia, el perdón y la paz… No han de tener miedo a afrontar la dificultad que supone en nuestro contexto cultural ofrecer una visión cristiana del ser humano de forma positiva y propositiva, evitando el relativismo y la colonización cultural de las ideologías. La Escuela Católica valora y cuida de modo exquisito la persona del educador. En este sentido, es necesario cultivar su identidad para que pueda ser referencia en su tarea educadora y evangelizadora, y para que esté abierto a la innovación y la mejora continua. En este campo estimamos fundamental que el educador católico tenga una experiencia habitual de encuentro con Dios en la oración, los sacramentos y la vida de la Iglesia. La oración personal, encuentro diario con Dios infinito, es la herramienta más eficaz para no sucumbir a la cambiante realidad como una madera más que arrastra el río de lo que está de moda. Dios nos da las claves de lo que permanentemente es válido, bueno y bello. Desde ahí, el educador se convierte en un testigo y maestro de la sabiduría, del bien, de la verdad y la belleza permanentes. La Escuela y Universidad Católica han de ser igualmente un lugar de evangelización y de experiencia eclesial. Es una dimensión fundamental y transversal, no algo secundario: se debe anunciar explícitamente el Evangelio en ella, se ha de procurar vivir en conformidad con él, y se han de promover la iniciación en la fe, la oración, la vida espiritual y sacramental, el discernimiento vocacional, la inserción eclesial, las acciones solidarias, el servicio a los pobres, el compromiso con la justicia. La misión evangelizadora del centro es la propia acción educativa. No se reduce a tener unas celebraciones programadas o unas actividades puntuales diseñadas por el departamento de pastoral. Es una labor de conjunto de todo el centro. La educación integral carece de compartimentos estancos. Promovemos una cosmovisión cristiana de la naturaleza, la historia, la cultura, la biología, etc., suscitando el verdadero deseo por saber y conocer la inteligibilidad de la realidad. Es necesario que la Educación Católica se plantee llegar al núcleo más íntimo de los educandos, proponiéndoles ofertas concretas de cultivo de su

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espiritualidad. Se hace necesario, para ello, realizar propuestas creativas y significativas, que no desconecten de la rica tradición cristiana, ni deriven en fórmulas light que no cuestionan interiormente ni sugieren caminos de fe50.

Somos conscientes de que los centros educativos son una realidad mucho más amplia que la conformada por las escuelas y colegios. A ellos se pueden aplicar con mayor o menor medida las indicaciones precedentes, si bien podemos terminar con una última consideración sobre la Universidad. Para responder a su vocación “universal”, una tarea fundamental frente al riesgo de fragmentación e hiperespecialización, es la atención a la unidad del saber. Estos centros, nacidos al cobijo de la institución eclesial en la Edad Media, no pueden obviar esa necesidad del ser humano de estar abierto al conjunto de la realidad, y por supuesto, a las últimas preguntas que brotan de ella.

C) LA PARROQUIA Y LAS COMUNIDADES ECLESIALES El último eslabón de una alianza educativa que esté a la altura de los tiempos es la misma Iglesia, a través de sus comunidades concretas; entre ellas, la que de forma estable y cercana está junto a cada creyente, es la parroquia. De ella decía Juan XXIII que era “la fuente de la aldea, a la que todos acuden para calmar su sed” y Juan Pablo II la describía como “la misma Iglesia que vive entre las casas de sus hijos y de sus hijas”. Como familia de familias, también la parroquia está llamada a ofrecer una contribución importante a la obra educativa de la infancia y la juventud. En una verdadera “eclesiología de comunión”, los esfuerzos de todos se orientan a promover la comunión efectiva de cada hombre con Dios y de todos los hombres entre sí, a la que sirve el misterio de la Iglesia. Por eso, además de ser un espacio de encuentro que sirve al mismo desarrollo personal por la trabazón de relaciones humanas significativas, la parroquia contribuye al proceso educativo sobre todo con la transmisión, la celebración y la vivencia de la fe cristiana. En otros momentos de nuestro proyecto pastoral hemos reflexionado ya sobre la necesidad de inspirar la catequesis en el modelo clásico del catecumenado, que presupone el anuncio del kerygma y la aceptación de una fe viva que opera por la caridad.

50 Cf. “Me enseñarás el sendero de la vida” (Sal. 15,11) Carta Pastoral Conjunta sobre los desafíos contemporáneos de la educación, nn. 94-97., nn. 77-84.

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En un documento reciente, la Conferencia Episcopal Española ha tratado de dar indicaciones sinfónicas para la armonización de la familia, la parroquia y la escuela en la transmisión de la fe. Al hablar de lo que familia y escuela presuponen que será tarea de la parroquia, indican lo siguiente:

“En este sentido, escuela y familia esperan de la catequesis parroquial la iniciación en la fe, en la vida litúrgica, en la oración personal y comunitaria, la integración en las celebraciones de la comunidad, la manifestación y testimonio de la unión de todos en la misma fe, en el mismo amor y en la acción caritativa y social, en el esfuerzo por servir, mantener y realizar una verdadera comunidad eclesial con Jesucristo como centro. La formación cristiana no tendrá continuidad si no va acompañada de la práctica religiosa. No pueden arraigarse la enseñanza y la catequesis que se presenta a niños y adolescentes si no se encuentran regularmente con Cristo, que transforma desde el interior su ser y su actuar”51

Gran parte de los esfuerzos de nuestras parroquias están ligados a su maternidad espiritual. De ahí que la dimensión evangelizadora y el cuidado de los procesos de iniciación cristiana sean una auténtica prioridad en el tiempo que vivimos. El Papa Francisco ha constatado en su exhortación apostólica programática que le toca a la parroquia realizar esa conversión pastoral para adaptar sus estructuras a la imperiosa necesidad de la nueva evangelización:

“La parroquia no es una estructura caduca; precisamente porque tiene una gran plasticidad, puede tomar formas muy diversas que requieren la docilidad y la creatividad misionera del Pastor y de la comunidad. Aunque ciertamente no es la única institución evangelizadora, si es capaz de reformarse y adaptarse continuamente, seguirá siendo «la misma Iglesia que vive entre las casas de sus hijos y de sus hijas». Esto supone que realmente esté en contacto con los hogares y con la vida del pueblo, y no se convierta en una prolija estructura separada de la gente o en un grupo de selectos que se miran a sí mismos. La parroquia es presencia eclesial en el territorio, ámbito de la escucha de la Palabra, del crecimiento de la vida cristiana, del diálogo, del anuncio, de la caridad generosa, de la adoración y la celebración. A través de todas sus actividades, la parroquia alienta y forma a sus miembros para que sean agentes de evangelización. Es comunidad de comunidades, santuario donde los sedientos van a beber para seguir caminando, y centro de constante envío misionero. Pero tenemos que reconocer que el llamado a la revisión y renovación de las parroquias todavía no ha dado suficientes

51 CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Orientaciones pastorales para la coordinación de la familia, la parroquia y la escuela en la transmisión de la fe. Madrid 2013. Número 113.

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frutos en orden a que estén todavía más cerca de la gente, que sean ámbitos de viva comunión y participación, y se orienten completamente a la misión”52

En ese sentido, la llamada de todo creyente a una participación activa y responsable, en la medida de los carismas recibidos, en la vida parroquial tiene hoy el reto de enmarcarse dentro de un proceso global de formación permanente. Hoy más que nunca, el evangelizador tiene necesidad de ser evangelizado. Y, para ello, seguramente habrá que seguir modelando las estructuras de nuestras comunidades para que sirvan con mayor eficacia al fin propuesto. Para el diálogo final… + ¿Cómo mejorar nuestra formación permanente? ¿Qué necesidades consideramos más imperiosas? ¿Cómo ayudar a difundir la bondad del recurso a la formación de adultos? + ¿Se corresponde el retrato de la juventud trazado por el documento preparatorio del Sínodo de los Obispos con lo que vemos en las nuevas generaciones? ¿Lo podemos completar con la experiencia de nuestro entorno? + ¿Hasta qué punto reconocen los padres su protagonismo en la labor educativa? ¿Cómo fomentar su actividad coordinada con la escuela? + ¿Qué esperamos de la “escuela católica”? ¿Cómo contribuir a ella? + ¿De qué manera podemos hacer de nuestra parroquia una comunidad viva de transmisión de la fe? ¿Qué estamos dispuestos a cambiar en clave de conversión personal y comunitaria?

52 Exhortación Apostólica “Evangelii Gaudium”, n. 28.

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Tercer Encuentro:

Contenidos de la Educación Cristiana

1. OBERTURA De la Conferencia del Cardenal Ratzinger en el Jubileo de Catequistas y Docentes de Religión Estructura y método de la nueva evangelización La vida humana no se realiza por sí misma. Nuestra vida es una cuestión abierta, un proyecto incompleto, que es preciso seguir realizando. La pregunta fundamental de todo hombre es: ¿cómo se lleva a cabo este proyecto de realización del hombre? ¿Cómo se aprende el arte de vivir? ¿Cuál es el camino que lleva a la felicidad? Evangelizar quiere decir mostrar ese camino, enseñar el arte de vivir. El Evangelio está destinado a todos y no sólo a un grupo determinado, y por eso debemos buscar nuevos caminos para llevar el Evangelio a todos. Sin embargo, aquí se oculta también una tentación: la tentación de la impaciencia, la tentación de buscar el gran éxito inmediato, los grandes números. Y este no es el método del reino de Dios. Para el reino de Dios, así como para la evangelización, instrumento y vehículo del reino de Dios, vale siempre la parábola del grano de mostaza (cf. Mc 4, 31-32). […] “No por ser grande te elegí; al contrario, eres el más pequeño de los pueblos; te elegí porque te amo…”, dice Dios al pueblo de Israel en el Antiguo Testamento y así expresa la paradoja fundamental de la historia de la salvación: ciertamente, Dios no cuenta con grandes números; el poder exterior no es el signo de su presencia. Desde luego, san Pablo, al final de su vida, tuvo la impresión de que había llevado el Evangelio hasta los confines de la tierra, pero los cristianos eran pequeñas comunidades dispersas por el mundo, insignificantes según los criterios seculares. En realidad fueron la levadura que penetra en la masa y llevaron en su interior el futuro del mundo (cf. Mt 13, 33). Un antiguo proverbio reza: “Éxito no es un nombre de Dios”. […] En la historia de la salvación siempre es simultáneamente Viernes Santo y Domingo de Pascua.

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“Jesús predicaba de día y oraba de noche”. Con esta breve noticia quería decir: Jesús debía ganar de Dios a sus discípulos. Eso vale siempre. No podemos ganar nosotros a los hombres. Debemos obtenerlos de Dios para Dios. Todos los métodos son ineficaces si no están fundados en la oración. La palabra del anuncio siempre ha de estar impregnada una intensa vida de oración. Debemos dar un paso más. Jesús predicaba de día y oraba de noche, pero eso no es todo. Su vida entera, como demuestra de modo muy hermoso el evangelio de san Lucas, fue un camino hacia la cruz, una ascensión hacia Jerusalén. […] Aquí quisiera recordar solamente el inicio de la evangelización en la vida de san Pablo. El éxito de su misión no fue fruto de la retórica o de la prudencia pastoral; su fecundidad dependió de su sufrimiento, de su unión a la pasión de Cristo. En todas las épocas de la historia se han cumplido siempre las palabras de Tertuliano: la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos. San Agustín dice lo mismo de modo muy hermoso, interpretando el texto de san Juan donde la profecía del martirio de san Pedro y el mandato de apacentar, es decir, la institución de su primado, están íntimamente relacionados (cf. Jn 21, 16). San Agustín lo comenta así: “Apacienta mis ovejas, es decir, sufre por mis ovejas” (Sermón 32: PL 2, 640). Una madre no puede dar a luz un niño sin sufrir. Los contenidos esenciales de la nueva evangelización

A) Conversión El contenido fundamental del Antiguo Testamento está resumido en el mensaje de san Juan Bautista: “Convertíos”. […] La palabra griega para decir “convertirse” significa: cambiar de mentalidad, poner en tela de juicio el propio modo de vivir y el modo común de vivir, dejar entrar a Dios en los criterios de la propia vida, no juzgar ya simplemente según las opiniones corrientes. Por consiguiente, convertirse significa dejar de vivir como viven todos, dejar de obrar como obran todos, dejar de sentirse justificados en actos dudosos, ambiguos, malos, por el hecho de que los demás hacen lo mismo; comenzar a ver la propia vida con los ojos de Dios; por tanto, tratar de hacer el bien, aunque sea incómodo; no estar pendientes del juicio de la mayoría, de los demás, sino del juicio de Dios. En otras palabras, buscar un nuevo estilo de vida, una vida nueva. […] Anunciando la conversión debemos ofrecer también una comunidad de vida, un espacio común

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del nuevo estilo de vida. No se puede evangelizar sólo con palabras. El Evangelio crea vida, crea comunidad de camino. Una conversión puramente individual no tiene consistencia.

B) El reino de Dios En la llamada a la conversión está implícito, como su condición fundamental, el anuncio del Dios vivo. La palabra clave del anuncio de Jesús es: reino de Dios. Pero reino de Dios no es una cosa, una estructura social o política, una utopía. El reino de Dios es Dios. Reino de Dios quiere decir: Dios existe, Dios vive, Dios está presente y actúa en el mundo, en nuestra vida, en mi vida. Dios no es una “causa última” lejana. Dios no es el “gran arquitecto” del deísmo, que montó la máquina del mundo y así estaría fuera. Al contrario, Dios es la realidad más presente y decisiva en cada acto de mi vida, en cada momento de la historia. Por eso, la evangelización ante todo debe hablar de Dios, anunciar al único Dios verdadero: el Creador, el Santificador, el Juez. […] También aquí es preciso tener presente el aspecto práctico. No se puede dar a conocer a Dios únicamente con palabras. No se conoce a una persona cuando sólo se tienen de ella referencias de segunda mano. Anunciar a Dios es introducir en la relación con Dios: enseñar a orar. La oración es fe en acto. Y sólo en la experiencia de la vida también la evidencia de su existencia. Por eso son tan importantes las escuelas de oración, las comunidades de oración. […] Por eso la liturgia (los sacramentos) no es un tema adjunto al de la predicación del Dios vivo, sino la concretización de nuestra relación con Dios. En este contexto desearía hacer una observación general sobre la cuestión litúrgica. Con frecuencia nuestro modo de celebrar la liturgia es demasiado racionalista. La liturgia se convierte en enseñanza, cuyo criterio es que la entiendan. Eso a menudo tiene como consecuencia la banalización del misterio, el predominio de nuestras palabras, la repetición de una serie de palabras que parecen más inteligibles y más gratas a la gente. Pero esto es un error no sólo teológico, sino también psicológico y pastoral. La ola de esoterismo, la difusión de técnicas asiáticas de distensión y de auto-vaciamiento muestran que en nuestras liturgias falta algo. Precisamente en el mundo actual necesitamos el silencio, el misterio supraindividual, la belleza.

C) Jesucristo

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Con esta reflexión el tema de Dios ya se ha extendido y concretado en el tema de Jesucristo. Sólo en Cristo y por Cristo el tema de Dios se hace realmente concreto: Cristo es el Emmanuel, el Dios con nosotros, la concretización del “Yo soy”, la respuesta al deísmo. Hoy es muy fuerte la tentación de reducir a Jesucristo, el Hijo de Dios, sólo a un Jesús histórico, sólo a un hombre. […] Seguimiento de Cristo no significa imitar al hombre Jesús. Ese intento fracasaría necesariamente; sería un anacronismo. El seguimiento de Cristo tiene una meta mucho más elevada: identificarse con Cristo, es decir, llegar a la unión con Dios. Esa palabra tal vez choque a los oídos del hombre moderno. Pero, en realidad todos tenemos sed de infinito, de una libertad infinita, de una felicidad ilimitada. Toda la historia de las revoluciones de los últimos dos siglos sólo se explica así. La droga sólo se explica así. El hombre no se contenta con soluciones que no lleguen a la divinización. Pero todos los caminos ofrecidos por la “serpiente” (cf. Gn 3, 5), es decir, la sabiduría mundana, fracasan. El único camino es la identificación con Cristo, realizable en la vida sacramental. Seguir a Cristo no es un asunto de moralidad, sino un tema “mistérico”, un conjunto de acción divina y respuesta nuestra.

D) La vida eterna Un último elemento central de toda verdadera evangelización es la vida eterna. Hoy, en la vida diaria, debemos anunciar con nueva fuerza nuestra fe. Aquí quisiera sólo aludir a un aspecto a menudo descuidado actualmente de la predicación de Jesús: el anuncio del reino de Dios es anuncio del Dios presente, del Dios que nos conoce, que nos escucha; del Dios que entra en la historia para hacer justicia. Por eso, esta predicación es anuncio del juicio, anuncio de nuestra responsabilidad. El hombre no puede hacer o dejar de hacer lo que le apetezca. Será juzgado. Debe rendir cuentas. Esta certeza vale tanto para los poderosos como para los sencillos. Si se respeta, se trazan los límites de todo poder de este mundo. Dios hace justicia, y en definitiva sólo él puede hacerla. Nosotros lograremos hacer justicia en la medida que seamos capaces de vivir en presencia de Dios y de comunicar al mundo la verdad del juicio. Este es el verdadero contenido del artículo del Credo sobre el juicio, sobre Dios juez: hay justicia. Las injusticias del mundo no son la última palabra de la historia. Hay justicia.

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La bondad de Dios es infinita, pero no la debemos reducir a un empalago sin verdad. Sólo creyendo en el justo juicio de Dios, sólo teniendo hambre y sed de justicia (cf. Mt 5, 6), abrimos nuestro corazón, nuestra vida, a la misericordia divina. No es verdad que la fe en la vida eterna quite importancia a la vida en la tierra. Al contrario, sólo si la medida de nuestra vida es la eternidad, también esta vida en la tierra es grande y su valor inmenso. Dios no es el rival de nuestra vida, sino el garante de nuestra grandeza. Así volvemos a nuestro punto de partida: Dios. Si consideramos bien el mensaje cristiano, no hablamos de un montón de cosas. El mensaje cristiano es en realidad muy sencillo: hablamos de Dios y del hombre, y así lo decimos todo. [Publicado por «L’Osservatore Romano», 19 de enero de 2001] Para la reflexión inicial… + Si tenemos en cuenta que la Nueva Evangelización es el marco en el que se desarrolla toda la vida de la Iglesia de nuestro tiempo, ¿en qué medida nuestra labor educativa está impregnada de los métodos y contenidos de la Nueva Evangelización que señalaba Ratzinger? + ¿Cómo hacer más presente en nuestra labor los grandes contenidos de la Nueva Evangelización: Conversión, Reino de Dios, Jesucristo, Vida Eterna?

2. “ESTAD SIEMPRE DISPUESTOS A DAR RAZÓN DE VUESTRA ESPERANZA” (1Pe. 3, 15)

Esta invitación del apóstol san Pedro ha sido siempre impulso para que cada fiel cristiano tomase en serio la necesidad de estar bien formado para comunicar su propia fe respondiendo a las instancias racionales que nos cuestionan. El texto de esta carta sigue diciendo, también: “pero con delicadeza y con respeto, teniendo buena conciencia, para que, cuando os calumnien, queden en ridículo los que atentan contra vuestra buena conducta en Cristo. Pues es mejor sufrir haciendo el bien, si así lo quiere Dios, que sufrir haciendo el mal” (1Pe. 3, 16-17) dando idea de las actitudes que deben acompañar siempre la predicación de la verdad. Es por ello, que la transmisión de la Verdad sobre Dios, sobre el mundo y el hombre, que es el eje de la predicación cristiana, debe tener forma

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“cristiana”, es decir, pide ser realizada en el amor de Cristo, con caridad hacia los hombres. Benedicto XVI ha hablado de una “pastoral de la inteligencia”, pues en este tiempo, de crisis de certezas y depresión de la razón, el ser humano necesita más que en otros tiempos, ser conducido a la Verdad, punto al que tiende la razón del ser humano por dinamismo propio y sin la cual no alcanza descanso. Para remontarse a la verdad, ya nos recordaba san Juan Pablo II que “la fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad. Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerle a Él para que, conociéndolo y amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo” (Fides et Ratio, preámbulo). Las verdades sobre Dios, el mundo y el mismo hombre que han alcanzado la luz más alta en la revelación de Jesucristo, constituyen el verdadero contenido de la educación cristiana, y por ende, de la misma formación permanente que debería ser una exigencia de todo creyente. No obstante, no es este el lugar para exponer los contenidos de todo el saber adquirido por razón natural, a modo de enciclopedia de las ciencias, ni de compendiar toda la doctrina católica que brota de la Revelación en Cristo, pues para eso ya tenemos el imprescindible instrumento eclesial que es el Catecismo de la Iglesia Católica. La tradición teológica, sin embargo, ha descrito siempre una zona de contacto entre la razón y la fe, que hoy en día se torna de especial relevancia. Se han llamado “preámbulos de la fe” a toda una serie de verdades que, aun pudiendo ser alcanzadas por las fuerzas de la sola razón, han sido también reveladas para que sean fácilmente alcanzadas por todos, y constituyen una especie de puente entre el orden natural y el sobrenatural, entre la cultura y el evangelio. De alguna manera, hoy estos “preámbulos de la fe” son extensibles a todas las condiciones que llevan al ser humano a promover una “antropología adecuada”, capaz de abrirlo a la plenitud que su dimensión trascendente viene plenificada en el encuentro con Cristo, revelador y salvador del hombre. Esta zona de contacto entre razón y fe nos ofrece algunos de los contenidos y tareas más oportunos para la formación cristiana y la educación vista en clave católica. Y por ello, vamos a repasar algunos de los que entendemos pueden constituir vías fructíferas

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para la “preparación evangélica”53, para que en esa labor de tender puentes entre lo humano y lo cristiano, encontremos vías concretas para abonar la tierra para la siembra evangélica. A) RE-EDUCACIÓN DEL SENTIDO METAFÍSICO: La identificación de aquello que trasciende el orden puramente experimental y la posibilidad de reconocer las manifestaciones del Absoluto de Dios pueden realizarse en un sujeto solo en la medida en que se posea un sano sentido que va más allá de lo físico, es decir, “metafísico”. Normalmente esto venía adquirido en modo espontáneo en la infancia y la primera adolescencia. Pero tal sentido está hoy seriamente comprometido por numerosos condicionamientos internos y externos como la superficialidad, la sensualidad, la idolatría o la deriva ideológica de la razón. Algunas pistas para volver a restablecerlo pueden ser:

a) Favorecer el contacto con la naturaleza creada, haciendo reflexionar sobre la propia contingencia, sobre la gratuidad de la vida y sobre el carácter de “don” del universo físico y sus leyes

b) Favorecer la vida relacional, haciendo salir de sí mismos y

buscando fuentes de significado no solo en la propia interioridad, sino también en el rostro y la vida de los otros

c) Educar el sentido del “oído”, para que no sea aplastado por el

tacto y la vista, en cuanto es un sentido capaz de memoria y distensión histórica, capaz de radicar la identidad y la libertad del sujeto

d) Educar a la escucha interior de la propia conciencia, como

indicaba san Agustín respecto del Maestro interior, ayudando a interiorizar experiencia y eventos, sabiendo captar la trascendencia del propio ánimo inmaterial respecto de la naturaleza y las cosas

e) Ayudar a reconocer la verdad de la propia libertad, las

consecuencias buenas o malas de los propios actos

53 Se pueden encontrar algunas de estas pistas más detalladas en GIUSEPPE TANZELLA NITTI, Teología de la Credibilidad, Roma 2015, Vol II, pp. 576-584.

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f) Educar a la humildad del estudio y a la profundidad intelectual, para no conformarse con lugares comunes, opiniones superficiales…

B) EDUCAR PARA UNA “RECTA RAZÓN”: Se trata de formar en el sujeto las claves para facilitar el justo desarrollo de sus facultades intelectuales. Hoy por hoy, el orgullo, la cerrazón ideológica, el materialismo hedonista, los condicionamientos del pensamiento relativista producen una mala salud de la razón que hay que intentar sanar. Pueden contribuir las siguientes actitudes:

a) Humildad: el ser humano no puede ser “medida de todas las cosas”, como ya Protágoras y el antropocentrismo exagerado han pretendido. No puede decir la realidad de modo exhaustivo. A esta conciencia ya han llegado las mismas ciencias formales. La pregunta por el ser de las cosas lleva a abrirse a un fundamento del mundo mucho mayor.

b) Realismo: Una razón sana está dispuesta a aprender de la

realidad, a escuchar y no a tomar las ideas como único punto de partida por su pura coherencia o carácter atrayente.

c) Libertad: para orientarse hacia la verdad, la razón humana debe estar libre de toda ideología. Querer vincularse solo a la verdad, escapando de condicionamientos que seduzcan para agradar al poder económico o político.

d) Esperanza: frente al escepticismo y la desconfianza como regla

del propio método de la investigación. La razonable confianza en el conocimiento que me viene dado por la sana tradición antropológica y cultural es una posición antropológicamente madura y psicológicamente equilibrada.

C) LA EDUCACIÓN DE LOS SENTIMIENTOS Y DESEOS La razón no existe desvinculada del resto del sujeto humano, sino que está vitalmente ligada a la esfera de los sentimientos, de los deseos, de las pasiones. También esta esfera hay que restablecerla orientándola a la verdad, a la bondad y a la belleza. También aquí algunas orientaciones pueden las siguientes:

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a) Saber distinguir el resultado de los distintos deseos, por qué la satisfacción de algunos de ellos hace felices y plenifica, mientras que en otros casos engaña y deja insatisfechos

b) Educar al deseo de los bienes relacionales, a su primado sobre

los bienes de consumo, pues los primeros pueden ser compartidos y enriquecer sin límite, hay una diferencia sustancial entre el ser y el tener

c) Educar al reconocimiento del amor sincero y del altruismo,

hacer de la caridad y la misericordia experiencia genuinamente humana, mostrando que el deseo de felicidad del ser humano puede ser satisfecho tan solo en la relación con otro ser personal, en el dar y en el recibir afecto sincero

d) Saber valorar la dinámica de los propios deseos dentro de un

horizonte social y relacional preguntándose si los deseos que se pretenden satisfacer van al encuentro de los deseos del otro o si solo los obstaculizan y los humillan

e) Educar los sentimientos mediante experiencias que los

orienten hacia el bien y la belleza; para ello cuentan el género de música que se escucha, el tipo de literatura en que uno se sumerge, el valor de las obras artísticas que se aprecian, la calidad de los espectáculos a los que se asiste, la naturaleza de las emociones que se suscitan y se comparten…

f) Señalar la ambivalencia de la “curiosidad”: puede invitar a profundizar en algo, pero también dispersar; educarla para que no se deje llevar por el disfrute superficial del mundo, el flujo de las sensaciones… más bien debe contribuir a que el sujeto pueda poseerse en orden al recto ejercicio de la libertad, a la propia donación

D) SEÑALAR LAS VÍAS ANTROPOLÓGICAS, HISTÓRICAS Y FILOSÓFICAS QUE ABREN A LA REVELACIÓN DE JESUCRISTO Tras algún tiempo de reticencias a la labor “apologética” de la fe cristiana, se vuelve a recuperar la conciencia de la necesidad de usar la razón para disponer al ser humano a la acogida de la fe, desmontar falsos obstáculos y manifestar verdaderas pistas que encaminan a la verdad revelada. Señalaba el Papa Francisco en su primer exhortación apostólica postsinodal: “El anuncio a la cultura implica también un anuncio a las culturas profesionales, científicas y académicas. Se trata del encuentro entre la fe, la razón y las ciencias,

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que procura desarrollar un nuevo discurso de la credibilidad, una original apologética que ayude a crear las disposiciones para que el Evangelio sea escuchado por todos” (Evangelii Gaudium, n. 132). Entre todos esos caminos que pueden ser “preámbulos de la fe” y “motivos de credibilidad”, nos permitimos señalar algunos de especial relevancia:

a) La pregunta por el “sentido” de la vida, que culturalmente desde el origen de la humanidad ha desembocado en la búsqueda de una felicidad ultraterrena y en lo que “todos llaman Dios”

b) La afirmación de la libertad humana y su razonable aspiración

al bien y la justicia. La percepción de una “ley moral natural” que no viene construida por el ser humano sino reconocida como dada, que permite indicar algunos actos como siempre nocivos, intrínsecamente malos, con la consiguiente indicación de hacer el bien y evitar el mal

c) La percepción del sentido de la culpa como llamada a sentirse

responsables interiormente ante Alguien, la significatividad del testimonio que suscita la coherencia de vida, y el amor sincero para apelar a la totalidad del ser humano, y cómo se han dado de forma máxima en Jesús de Nazaret

d) Las preguntas que nacen de la singular posición de la persona humana en el universo, su singularidad respecto del resto de la vida animal, su particular experiencia religiosa

e) La posibilidad de acceder al dato empírico de la existencia

histórica de Jesús de Nazaret, la unicidad de su persona y su mensaje, la autenticidad histórica de las narraciones de los evangelios, la singularidad de los milagros de Cristo, la novedad absoluta del anuncio de la Resurrección

f) Los itinerarios filosóficos que conducen al conocimiento

natural de la existencia de Dios, las cadenas causales que invitan a reconocer un único Principio primero, causa última, ser máximamente perfecto, ordenador del Universo

Con estas pistas no agotamos los contenidos de la educación cristiana, pero sí que remarcamos que debe tener como horizonte último conducir a la verdad sobre Dios y sobre el hombre. Y para ello, como señalaba el Concilio Vaticano II: “en realidad, el misterio

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del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, es decir, Cristo nuestro Señor, Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación. Nada extraño, pues, que todas las verdades hasta aquí expuestas encuentren en Cristo su fuente y su corona” (Constitución Pastoral Gaudium et Spes n. 22).

3. CONDUCIR A LA “VIDA BUENA” DEL EVANGELIO Los desafíos culturales de nuestro tiempo hablan de una “volatilidad de lo humano”. La fragilidad a la que han conducido la desestructuración familiar, la deconstrucción de los vínculos interpersonales por las nuevas tecnologías y culturales por la globalización, la “licuefacción de la naturaleza” que imponen el relativismo imperante o sus versiones culturales como la misma “ideología de género”… dan lugar a un estado de falta de certezas y seguridades que desarraigan al ser humano y coartan su desarrollo. Aparte de lo ya señalado, proponemos en este último apartado algunas otras vías que, recorridas a fondo en las distintas comunidades cristianas, pueden contribuir a volver a mostrar el Evangelio como camino de plenitud de la persona humana. Los obispos italianos han desarrollado su plan pastoral decenal sobre la indicación de mostrar al mundo “la vida buena del Evangelio”, que es algo muy distinto de la “buena vida” que nos propone el mundo.

A) EDUCAR PARA EL AMOR: LA INTEGRACIÓN AFECTIVA Y EL ACOMPAÑAMIENTO DE LA VIRTUD

La construcción de una “antropología adecuada”, como viene pidiendo el Magisterio de la Iglesia de los últimos tiempos, no se limita a la transmisión de una serie de verdades, no es cuestión de mera instrucción doctrinal. Tampoco podemos caer en el extremo contrario, el de menospreciar lo que supone la dimensión noética, sin la cual el ser humano permanecería ciego y desorientado. Sin embargo, cada días somos más conscientes de que al ser humano no basta con abrirle al camino de la verdad, sino que hay que mostrarle la íntima conexión que tiene la verdad conocida con el bien elegido. Es aquí donde entran en juego otras dos dimensiones específicamente humanas: la tendencias apetitivas sensibles e

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inteligibles, lo que hoy solemos llamar la dimensión afectiva y la voluntad. La voluntad, como facultad de elegir el bien que construye al sujeto, lo determina y es susceptible de cualificarlo como bueno o malo, virtuoso o vicioso. La tradición cristiana ha asumido la descripción del hombre virtuoso que ha configurado la cultura occidental. De tal manera que las virtudes que llamamos teologales (fe, esperanza y caridad) informan a todo el cuerpo de las virtudes morales, que se aglutinan en torno a las cuatro cardinales (prudencia, justicia, fortaleza y templanza). Santo Tomás de Aquino, en la Suma Teológica, ha descrito cerca de una treintena de virtudes propias del ser humano que describen la norma moral, el medio virtuoso con el que el ser humano adquiere, mediante repetición de actos buenos, unas disposiciones estables que facilitan su perfeccionamiento, que le dan esa segunda naturaleza que completa y estabiliza su orientación al bien. En cambio, el vicio, en cuanto reforzamiento de las inclinaciones peyorativas, constituye toda una forma de esclavitud que incapacita al ser humano para hacer el bien y corrobora, en negativo, la máxima evangélica que nos enseña que solo “la Verdad os hará libres” (Jn. 8, 32). El conocimiento de los bienes particulares que contribuyen a alcanzar el bien último para el ser humano pasa por conocer las disposiciones y bienes que persiguen cada una de las virtudes. De alguna manera, el individuo que cualquier psicología recta describiría como “sano” es el individuo virtuoso. Por ello, conocer las virtudes humanas y cristianas54, debe ser el primer paso para intentar llevarlas a la práctica vital con ingenio y discernimiento. Sabemos, por otra parte, del peso determinante que la psicología y pedagogía recientes están atribuyendo a las emociones como condicionantes del obrar humano. Se habla de inteligencia emocional como de uno de los elementos a desarrollar en el abanico de las “inteligencias múltiples” que se manifiestan en la pluriforme actividad del ser humano. Ciertamente, la tradición cristiana ha tenido siempre en cuenta el rol de las pasiones y las emociones, entendidas en su dinamismo específicamente humano, en cuanto cremallera del orden corporal y espiritual, y por tanto con la

54 Un clásico en este sentido es ya la obra de Josef Pieper titulada “Las virtudes fundamentales”. Y otro subsidio interesante para padres y educadores puede ser: DAVID ISAACS, La educación de las virtudes humanas y su evaluación, Pamplona 200314.

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necesidad de ser integradas en relación a los fines más altos que persigue la persona humana respecto del mundo meramente animal. Hay que evitar los extremos que suponen tanto el desconocimiento y la postergación de la importancia del rol de las emociones (analfabetismo afectivo), como la pretensión de que sea su pura y espontánea expresión la que rija el obrar humano. La dimensión emocional de la persona es una fuerza potentísima que lo vincula al bien por el amor y el gozo, y lo despega del mal por el temor, la tristeza o la ira. El conocimiento y encauzamiento de las pasiones forma parte de esa labor de educación integral que orienta al ser humano en su totalidad a la verdad y al bien conocidos y elegidos libremente. En los tiempos que corren, que han seguido a la llamada revolución sexual del 68, se hace particularmente urgente la denominada educación afectivo-sexual. Esta esfera del ser humano está integrada en su llamada al amor y a la comunión interpersonal. Es necesario señalar que la virtud que integra todos los dinamismos afectivo-sexuales y la misma sexualidad como lenguaje corporal del amor para una vivencia plena de la vocación fundamental a amar y ser amado, es la castidad. Esta virtud realiza “la integración lograda de la sexualidad en la persona, y por ello en la unidad interior del hombre en su ser corporal y espiritual. La sexualidad, en la que se expresa la pertenencia del hombre al mundo corporal y biológico, se hace personal y verdaderamente humana cuando está integrada en la relación de persona a persona, en el don mutuo total y temporalmente ilimitado del hombre y de la mujer” (CIC 2337). Así mismo, “la castidad implica un aprendizaje del dominio de sí, que es una pedagogía de la libertad humana” (CIC 2339). Uno de los grandes retos de la educación cristiana en este ámbito es el desafío que presenta la llamada “ideología de género”. Con palabras del propio Papa Francisco: “niega la diferencia y la reciprocidad natural de hombre y de mujer. Esta presenta una sociedad sin diferencias de sexo, y vacía el fundamento antropológico de la familia. Esta ideología lleva a proyectos educativos y directrices legislativas que promueven una identidad personal y una intimidad afectiva radicalmente desvinculadas de la diversidad biológica entre hombre y mujer. La identidad humana viene determinada por una opción individualista, que también cambia con el tiempo. Es inquietante que algunas ideologías de este tipo, que pretenden responder a ciertas aspiraciones a veces comprensibles, procuren imponerse como un pensamiento único

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que determine incluso la educación de los niños. No hay que ignorar que el sexo biológico (sex) y el papel sociocultural del sexo (gender), se pueden distinguir pero no separar. Por otra parte, la revolución biotecnológica en el campo de la procreación humana ha introducido la posibilidad de manipular el acto generativo, convirtiéndolo en independiente de la relación sexual entre hombre y mujer. De este modo, la vida humana, así como la paternidad y la maternidad, se han convertido en realidades componibles y descomponibles, sujetas principalmente a los deseos de los individuos o de las parejas. Una cosa es comprender la fragilidad humana o la complejidad de la vida, y otra cosa es aceptar ideologías que pretenden partir en dos los aspectos inseparables de la realidad. No caigamos en el pecado de pretender sustituir al Creador. Somos creaturas, no somos omnipotentes. Lo creado nos precede y debe ser recibido como don. Al mismo tiempo, somos llamados a custodiar nuestra humanidad, y eso significa ante todo aceptarla y respetarla como ha sido creada” (Exhortación Apostólica Amoris Laetitia, n. 56)

B) ALGUNOS ASPECTOS “INFORMALES” DE LA EDUCACIÓN Decía el Papa Francisco en el Congreso Mundial de la Educación Católica lo siguiente: “Hay que apuntar a la educación informal, pues la educación formal se ha empobrecido a causa de la herencia del positivismo. Y hay experiencias, con el arte, con el deporte… El arte, el deporte, ¡educan! Hay que abrirse a nuevos horizontes, crear nuevos modelos. Hay tres lenguajes: el lenguaje de la cabeza, el lenguaje del corazón, el lenguaje de las manos. La educación debe moverse sobre estos tres caminos. Enseñar a pensar, ayudar a sentir bien y acompañar en el hacer, es decir, que los tres lenguajes estén en armonía. Que el niño pensé lo que siente y lo que hace, siente lo que piensa y lo que hace, y haga lo que piensa y siente (Discurso del 21 de noviembre de 2015). En este ámbito de la educación “informal”, hay numerosos aspectos que pueden ayudar a buscar esa integralidad de la educación cristiana. Señalemos, a modo de ejemplo, algunos de los más significativos:

a) Tradición, rito, celebración: el desafío de la mistagogia. La liturgia y la celebración cristiana ha hecho cristalizar de forma admirable el encuentro entre fe y cultura que permite el arraigo en el tiempo y el espacio del hombre concreto con

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sus referencias fundamentales. El ritmo celebrativo del calendario cristiano, de hecho, “cristifica” el tiempo y permite abrir el ritmo de los hombres a la eternidad que da plenitud a sus anhelos más íntimos. Reivindicar y aprovechar el valor de las tradiciones celebrativas cristianas como medio de transmisión de nuestra fe y nuestra cultura es, seguramente una tarea en la que se puede hacer mucho más. En el ámbito de la piedad popular, con todas sus deficiencias e imperfecciones, nuestro pueblo ha encontrado uno de los paraguas más eficaces contra la secularización y el laicismo imperados. Y, más allá, en la misma liturgia como obra de Dios en su Iglesia, la comunidad cristiana tiene una responsabilidad enorme para hacer que sus ritos y celebraciones no queden vacíos de sentido por falta de conocimiento de aquellos que van siendo incorporados a la vida de la Iglesia. La catequesis debe tener un componente mistagógico importante, es decir, continuar toda la labor que de generación en generación, han hecho los hombres de Iglesia por explicar a sus hijos y catecúmenos el sentido de los ritos y acciones sagradas, hasta el punto de hacer de ellos un verdadero medio para el encuentro con Dios Trinidad. Cultivar el silencio sagrado y los espacios de oración, introducir en el arte de la escucha del Otro y de la relación personal con el Dios vivo y verdadero, son una verdadera prioridad educativa que se reparten familia, escuela y comunidad cristiana.

b) La cultura difundida: medios de comunicación y nuevas

tecnologías. Baste con recoger aquí algunas de las indicaciones de la citada carta reciente de los obispos vascos: “En el momento actual, la utilización de las nuevas tecnologías de la información y comunicación (conocidas como TICs), de modo particular las redes sociales, constituyen un desafío para el desarrollo de la persona. Por esto se debe promover una atención educativa específica para un acceso bien orientado a los medios informáticos y al uso seguro y responsable de los contenidos en red, especialmente de las redes sociales. Uno de los grandes retos actuales de la educación es el de la integración del humanismo y las nuevas tecnologías. La fuerza con la que están proliferando exige un esfuerzo de adaptación y de formación para un uso adecuado de las mismas. Mirando de modo retrospectivo, descubrimos que las nuevas

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tecnologías no están cumpliendo con su promesa de liberar al ser humano. Paradójicamente, nos facilitan muchas labores, pero las personas viven cada vez más estresadas, más ocupadas y tienen más dificultades para dedicar tiempo a aspectos tan importantes de la vida como la familia, la práctica religiosa o el cultivo de las amistades. Se trata, por tanto, no solo de enseñar a utilizar las herramientas tecnológicas e informáticas desde un punto de vista técnico, sino también de educar en criterios para usarlas de modo humano y responsable. […] En un contexto social caracterizado por un gran individualismo, se hace especialmente necesario educar en la socialización, para que la relación interpersonal no quede mermada por la utilización de nuevas tecnologías de la comunicación y la información (TICs) que pueden absorber de modo desmesurado el tiempo de niños, jóvenes y adolescentes (cfr. Papa Francisco, AL 276, 278). Así mismo, en una sociedad consumista, del usar y tirar, es necesaria la educación del consumo responsable, de la austeridad, de la responsabilidad (cfr. AL, 277). En un ambiente donde se quiere todo de modo inmediato, se necesita aprender a gestionar la espera, a madurar los procesos, a educar en el esfuerzo, la constancia y la perseverancia (cfr. AL, 275). Todos estos elementos eminentemente educativos deben estar presentes no sólo en los ámbitos formales educativos, sino en todos los demás ambientes que educan e influyen en el desarrollo de la personalidad de nuestros niños, adolescentes y jóvenes”. (Carta Pastoral Obispos Vascos, nn. 73 y 87)

c) Otros aspectos culturales: patrimonio artístico, deporte, turismo, ciudadanía responsable... En la vida de los hombres, uno de los espacios que han servido con más connaturalidad a la configuración de la persona y de la cultura ha sido el ámbito en que se desarrolla el ocio y el tiempo libre. Junto al empeño por un trabajo digno y estable para todos los hombres, que ennoblecen su actividad al colaborar con la misma acción del Creador y del Redentor, la Iglesia ha defendido que la actividad laborar pueda dejar espacio suficiente para encontrarse con las propias raíces personales, familiares, espirituales. Especialmente en la cultura occidental, el ocio en forma de deporte, turismo, celebraciones festivas ha ido adquiriendo

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un espacio muy relevante. En todos esos ámbitos, las experiencias genuinamente humanas pueden ser una verdadera ocasión para el desarrollo integral de la persona. Ni que decir tiene que el patrimonio artístico ha servido desde siempre a la misma expresión, celebración y transmisión de la fe. Multitud de conjuntos arquitectónicos, obras de las diversas artes escultóricas y pictóricas, no se entenderían en absoluto sin la fe que han querido expresar y contagiar en una verdadera experiencia de asombro y gratitud ante el misterio del Dios que ha querido entrar en la historia de los hombres. En todos estos ámbitos, la comunidad cristiana está llamada a valorar las potencialidades educativas del asociacionismo ligado a las profesiones, al tiempo libre, al deporte o al turismo. Vivir en la “polis” significa, asimismo, promover una ciudadanía responsable. La actual dinámica social, con fuerte tendencia individualista, debe ser contrarrestada con la visión cristiana que sostiene que la dimensión social no es una constricción necesaria o un precio a pagar para obtener un resultado ventajoso, sino el medio oportuno para que el hombre se realice, gracias a la colaboración con los otros y la búsqueda del bien común. La difusión de los principios de la Doctrina Social de la Iglesia, las experiencias de voluntariado caritativo, el acompañamiento de los laicos que se comprometan al nivel político y social son también objetivo del trabajo formativo de la comunidad eclesial.

Para el diálogo final… + ¿Qué contenidos de la educación cristiana nos parecen más urgentes para el momento presente? ¿Cómo trabajar toda esa dimensión que supone un preámbulo o preparación a la fe? + ¿En qué medida hacemos presentes en nuestras actividades educativas toda esa dimensión que excede la pura instrucción doctrinal: formación de la virtud, educación para el amor? + ¿Cómo afrontar el reto de la “ideología de género” en nuestros espacios formativos? + ¿De qué manera podemos mejorar la introducción a la vida litúrgica y celebrativa de las nuevas generaciones? ¿Cómo llevar a cabo una verdadera mistagogia de los tiempos, lugares y acciones sagrados?

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+ ¿Qué dificultades y oportunidades nos plantea el uso de los medios de comunicación y redes sociales para la labor educativa y evangelizadora? + ¿Cómo aprovechar algunos de los espacios en que se mueve el hombre hoy (patrimonio artístico, trabajo, ocio, deporte,…) para hacerlos cauce hacia la verdad, el bien la belleza?

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