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Plenitud en Cristo Alejandro Bullon Enero

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Mas yo a Jehová miraré, esperaré al Dios de mi salvación; el Dios mío me oirá. Miqueas 7:7.

¡ESPERARÉ!1º de enero

Melisa despierta sobresaltada, con la frente húmeda y los labios secos. Intenta murmurar algo, pero solo consigue llorar. El dolor de la pérdi-

da es abrumador; siente que el mundo cayó encima de ella. Acaba de salir del hospital, después de recuperarse de un terrible accidente, en el que fallecie-ron sus padres. Ella quedó con marcas horribles en su cuerpo, y se encuentra completamente desorientada. Hija única, de 22 años. No sabe cómo enfrentar la nueva fase de su vida. Se siente sola, abandonada, y mira al futuro con miedo. “En mi corazón ya no hay alegría”, piensa en silencio. Y una lágrima re-belde resbala por los surcos de sus cicatrices. Melisa, ¡no pierdas la esperan-za! La vida sin esperanza no tiene sentido. Es necesario tener esperanza. La noche pasará, y vendrá un día lleno de sol. Aún es posible realizar el sueño que la tragedia despedazó. El dolor pasará, y tu corazón volverá a cantar como cantan las aves celebrando la llegada de un nuevo día. Espera en Jesús, y confía en él aunque los vientos contrarios intenten arrebatar tu fe. Al fi n de cuentas, tú no estás sola en este mundo. Tú, como el profeta Miqueas, en medio de la adversidad tienes un Dios a quien mirar y en quien confi ar. El año se fue. Abre las cortinas de tu corazón; deja entrar al sol de un nuevo día. Confía en las promesas maravillosas de Dios. Él jamás te prome-tió que, en este mundo de dolor, la tristeza pasaría de largo. Las lágrimas son una realidad innegable de este mundo de pecado. Pero, nada está perdido para quienes confían en Jesús. Espera en Dios. La esperanza cristiana no es el simple deseo de que las cosas mejoren, sino la certidumbre de que el sol volverá a brillar, aunque en este momento solo veas nubes que anuncian tormenta. La vida pudo haber-te quitado muchas cosas; puedes tener motivos sufi cientes para creer que el año que pasó fue el más terrible. Pero se fue. Ya es historia. Tú no vives de la historia. Proyéctate hacia el futuro con fe. Comienza un nuevo año, repitién-dote a ti misma la oración de Miqueas: “Mas yo a Jehová miraré, esperaré al Dios de mi salvación; el Dios mío me oirá”.

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En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Génesis 1:1.

EN EL PRINCIPIO, DIOS

2 de enero

Margarita sufre. Las derrotas desfi lan por su mente como hormigas si-niestras, y dan lugar al miedo. Los consecutivos fracasos retornan a

su memoria; invaden su mundo. La llaga sangra otra vez. La joven mestiza cree que no tiene “suerte”. Llegó a los Estados Unidos acariciando el “sueño americano”; pero, los años pasan y nada logra: gana poco dinero; cambia de empleo constantemente; ninguna iniciativa le sale bien. “Todos vencen en este país, menos yo”, comenta con sus amigos, desani-mada. “Simplemente, no tengo suerte”. Margarita es una joven luchadora: se levanta de madrugada, trabaja ca-torce horas por día, en dos empleos diferentes; y regresa a casa de noche, cansada. Tiene apenas fuerzas para darse un baño y dormir. La rutina de su vida es agobiante. ¿Qué futuro la espera? Se mira en el espejo, y empieza a notar algunas líneas marcadas en su rostro. “Estoy envejeciendo, y no logro nada”, se lamenta. ¿Qué tiene que ver el versículo de hoy contigo, Margarita? Enjuga las lágri-mas, y trata de escuchar la voz de tu Padre celestial. En el principio, no había nada. O, tal vez, sí: “La tierra estaba desordenada y vacía y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo”, dice el versículo 2. ¿Te das cuenta? Solo desorden, va-cío y tinieblas. Casi nada. Nada. Pero, entonces aparece Dios, y da forma a los cielos y a la tierra. El escenario universal cambia cuando Dios entra en acción. ¿Qué ocurriría, en tu vida, si colocases en el principio a Dios? ¿Te has preguntado, alguna vez, si no logras lo que tanto anhelas porque en el prin-cipio solo están tus sueños, planes y proyectos? Luchas sola, trabajas sola y vives sola. Por eso, piensas que tus metas son inalcanzables. Atrévete a colocar a Dios en el principio de tu vida, y verás que todo cambia. No por fuera. Las circunstancias que te rodean pueden seguir pare-ciendo adversas; las pruebas y las difi cultades pueden continuar siendo las mismas. Pero, tú no. Dios trabaja primero en ti. Coloca en orden tu mundo interior: llena el vacío de tu corazón y trae luz a tu vida. Te inspira. El temor desaparece. Desaparecen las dudas, el desánimo, y empiezas a ver que las circunstancias adversas, y aparentemente injustas, no son tan atemorizantes como parecen. Haz de este nuevo año un año de victoria. Coloca a Jesús en primer lugar, porque “en el principio creó Dios los cielos y la tierra”.

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VIVIR ES PROSEGUIR

Prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús. Filipenses 3:14.

3 de enero

Con apenas 20 años, Raúl llega a la conclusión de que su vida es un fracaso.“¿Para qué continuar viviendo?”, me pregunta en la carta, después de

contarme las derrotas de su vida. Desde los 16 años, ha estado usando dro-gas. Al principio, solamente para “probar”. O, tal vez, para no sentirse aislado del grupo. “A la hora que quiero, paro”, les decía a los que le aconsejaban abandonar ese camino. El día llegó. Quiso parar. Casi había perdido la vida en un accidente auto-movilístico. Quiso parar, y descubrió que ya no podía. Era un pobre esclavo del vicio. A partir de allí, su vida fue un fracaso tras otro. Abandonó los estu-dios, dejó la casa paterna y empezó a practicar pequeños robos. Acabó pasan-do un tiempo en la prisión. Cierta noche, medio drogado, prendió la televisión del cuartucho inmun-do que compartía con otros drogadictos, y me vio hablando del amor de Dios y de las incontables oportunidades que el Señor da a los seres humanos. El mensaje tocó su corazón. Fue a raíz de eso que escribió una carta a la produc-ción del programa. Al leer el versículo de hoy, tengo la impresión de que el apóstol San Pablo le está hablando a este joven. “Prosigo a la meta”, dice Pablo. El verbo prose-guir, en griego, es lambanó. Literalmente, signifi ca “alcanzar la cumbre de una montaña para descubrir que existe otra montaña más alta”. Proseguir no es simplemente seguir. Es seguir a pesar de las difi cultades, de las derrotas y de las promesas no cumplidas. Proseguir es continuar. Llegar es parar. El día que paras, mueres. La vida es proseguir. Raúl necesita levantarse y proseguir. Todos necesitamos hacerlo. Cada día. A despecho de los errores cometidos. La más grande tragedia del ser humano no es resbalar y caer, sino quedarse caído pensando que una derrota es el fi n de la carrera. En la pasarela de los victoriosos no desfi lan las personas que jamás co-nocieron la derrota. La victoria es fruto de continuar a pesar de los fracasos ocasionales. Un nuevo año se presenta. El desafío es correr detrás del ideal que Dios tie-ne para ti. No te desanimes. Tómate de la mano poderosa del Señor y escribe una nueva página de tu historia. “Prosigue a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”.

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4 de enero

Yo les mostraré maravillas como el día que saliste de Egipto.Miqueas 7:15.

¡MARAVILLAS!

Quisiera escribir un texto que alegre los corazones tristes. Un texto capaz de levantar al caído y de mostrarle que aún hay esperanza. Que la pareja

a punto de divorciarse vea de repente, en el fondo del pozo, un tenue rayo de luz, y sepa que no todo está perdido. Que el padre del joven drogadicto entien-da que su hijo puede ser liberado. ¡Oh! Cómo quisiera tener la capacidad de decir, al desahuciado por la cien-cia médica, que la extrema necesidad del ser humano es la oportunidad de Dios. Quisiera ser el sol de un nuevo día, anunciando que la noche se fue y que ya no hay motivo para tener miedo; que las lágrimas son el recuerdo de un momento difícil, pero lo que realmente importa es el día que está naciendo. Todo eso quisiera. Y solo tengo un pedazo de papel y un lápiz. Solo tengo mis propios miedos, mi humanidad careciente, mis limitaciones. Y aun así, quiero continuar siendo la trompeta que anuncia la victoria. Por eso, acudo a la Biblia y me refugio en la Palabra eterna de un Dios que no cambia; que trasciende el tiempo y gobierna el espacio. Es mi Dios y el tuyo. Y hoy viene a decirte que, aunque las sombras del dolor te envuelvan; aunque en tu cielo no haya estrellas; aunque tu cisterna no tenga agua y tus sueños pa-rezcan desmoronarse como un castillo de arena, él hará maravillas en tu vida, como el día en que sacó a Israel de Egipto. Esa fue la promesa que Dios hizo a Israel, cuando daba la impresión de que las huestes enemigas estaban venciendo: “En ese día”, les había dicho Dios, “vendrán hasta ti desde Asiria y las ciudades fortifi cadas, y desde las ciudades fortifi cadas hasta el río, y de mar a mar, y de monte a monte. Y será asolada la tierra a causa de sus moradores, por el fruto de sus obras” (vers. 12, 13). ¿Qué hacer frente a una situación como esa? La muerte se aproximaba, inexorable; no había salvación, desde la perspectiva humana. Pero entonces, aparece Dios y promete a su pueblo hacer maravillas. ¿Cuál es la maravilla que necesitas que Dios opere hoy, en tu vida? ¿Cuál es el drama que parece no tener solución? ¿Qué es lo que necesitas? Antes de iniciar las actividades de un nuevo día, reconoce tu incapacidad y ve a Dios, como al Padre de amor que él es. Llora a sus pies y, a pesar de las difi cultades que puedan estar aguardándote, escucha su voz que te dice: “Yo te mostraré hoy maravillas como el día en que saqué a Israel de Egipto”.

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En aquellos días él fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios. Lucas 6:12.

¡ORAR!5 de enero

Si tuviese que escribir una biografía de la vida terrenal de Cristo, le pon-dría por título El Hombre del monte. No solo porque murió en un monte,

sino también porque vivió en el monte; solo, buscando a su Padre en ora-ción: ahí estaba el secreto de su vida victoriosa. Después de pasar horas en comunión con la Fuente de su poder, descendía al valle, encontraba a los hombres destruidos por el pecado, y los restauraba; les devolvía la dignidad y las ganas de continuar viviendo. Los seres humanos corremos el peligro de tomar la vida de Jesús solo como un ejemplo de obediencia; y es verdad que nadie obedeció como él. Pero, antes que ser nuestro ejemplo de obediencia, Jesús es nuestro ejemplo de oración y de comunión con el Padre. El Maestro vino a enseñarnos, entre otras cosas, que solo es posible vivir una vida de obediencia en la medida en que vivamos una vida de oración. Un joven me preguntó, cierto día: “¿Qué se puede decir en una hora de oración? Cuando yo oro, acabo todo lo que tengo que decir en cinco minu-tos”. La razón porque la oración de este joven no duraba mucho era que solo oraba con el objeto de pedir, siendo que lo que debía motivarlo no era solo eso; Dios conoce todo antes de que le pidamos: el propósito de la oración es cultivar el compañerismo y la comunión con Jesús. A fi n de cuentas, la vida cristiana consiste en vivir una experiencia diaria de comunión y de compa-ñerismo con él. La vida de Jesús fue una vida de constante oración. A veces, cansado, después de un día extenuante de trabajo arduo, el cuerpo le pedía dormir. Pero, él buscaba tiempo para conversar con su Padre porque sabía que, al día siguiente, lo esperaba otra jornada terrible de tentaciones y de difi cultades, y solo sería posible salir victorioso en la medida en que buscase el poder de parte de su Padre, por medio de la oración. Haz de tu vida una vida de oración. Ora no solo de mañana y por la noche; ora constantemente, cada minuto de tu vida. Relaciona con Jesús todo lo que haces. En vez de concentrarte solo en las difi cultades que enfrentas, direcciona esos pensamientos hacia Dios, y ya estarás en una actitud de oración. Que Dios te conceda muchas victorias. ¡Ah!, y no te olvides de que “en aquellos días él fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios”.

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Nuevas son cada mañana; grande es tu fi delidad. Lamentaciones 3:23.

6 de enero

CADA MAÑANA

Las manecillas del reloj indican las 5 de la mañana. Rosario abre la venta-na, y respira hondo. La rutina de su vida va a empezar; hace tiempo ha

perdido la alegría de vivir. La vida se le antoja monótona, triste, sin sentido. Hay momentos así: todo parece estar cabeza abajo. Intentas, luchas, te arriesgas... Pero, tienes la impresión de estar nadando contra la corriente. Miras al cielo. Ves un avión surcando los aires, y piensas que las personas que están dentro de ese avión sí deben ser felices; después de todo, están allí, viajando, paseando y disfrutando de la vida. Entonces, ¿cuál es el problema contigo? ¿Por qué las cosas nunca funcionan? ¿Qué le sucede a Dios, que da mucho a unos, y nada a otros? El texto de hoy habla acerca de la misericordia divina. La misericordia es el amor elevado a la infi nita potencia; es la plenitud del amor. Jeremías, el autor del libro de Lamentaciones, afi rma que la misericordia de Dios se renueva cada mañana, y que la fi delidad divina a sus promesas es grande. La palabra “grande”, en el original hebreo, es rab, que signifi ca abundante, ilimitada. ¿Ilimitada? ¿Para quién?; porque, para ti, todo sigue igual. El sol sale como todos los días, y tienes que levantarte aunque no estés con ganas de cumplir con tus responsabilidades. ¡Espera, espera! Antes de continuar, va-mos a refl exionar en lo que acabas de pensar: “El sol sale como todos los días”. ¡Ah! El sol sale. ¿Y si no saliera? ¿Qué ocurriría con el planeta si el sol, un día, decidiese no salir? ¿Te has puesto a pensar en esa posibilidad? No, claro que no. ¿Sabes por qué? ¡Porque es obvio que el sol va a salir! Pero, lo que Jeremías está diciendo, en el texto de hoy, es justamente que, a veces, no te das cuenta de cómo el amor de Dios se manifi esta en un detalle tan insig-nifi cante y rutinario como la salida del sol. Cada mañana, cuando las sombras de la noche desaparecen, Dios te está diciendo: “Hijo, la noche se fue; hoy es un nuevo día. Deja de lamentarte. Le-vanta la cabeza, mira el sol: hoy es una nueva oportunidad. Hoy todo puede ser diferente si confías en mí”. Por eso hoy, antes de partir para encarar las luchas del día, recuérdate que las expresiones del amor de Dios, “nuevas son cada mañana y su fi delidad es para siempre”.

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Nosotros llegamos a la tierra a la cual nos enviaste, la que ciertamente fl uye leche y miel; y este es el fruto de ella. Números 13:27.

7 de enero

LLEGAMOS

¿Llegamos? ¡Mentira! Después de esta declaración “optimista”, todavía ne-cesitaron cuarenta años para llegar a la Tierra Prometida. El mensaje de

hoy es un mensaje de advertencia en contra del optimismo exagerado. “Casi” no es “Ya”. Jamás celebres por adelantado la victoria que aún no venciste. Tra-baja hasta el último minuto; lucha incansablemente. Nunca consideres venci-do al enemigo, porque no existe enemigo vencido; cuando menos lo esperes, tendrás que enfrentar nuevas batallas. Es la lucha de todos los días. La declaración de hoy fue pronunciada por los espías que Moisés envió para inspeccionar la tierra antes de entrar y conquistarla. Ellos habían vuel-to radiantes de alegría y de gozo: deberían estar exuberantes, rebosantes de gratitud a Dios, porque al fi n estaban a punto de ver un sueño realizado. Pero, en vez de eso, traían una mezcla de sentimientos muy humanos. El optimismo exagerado por un lado, el deslumbramiento por las riquezas que habían visto; realmente la tierra era tierra que fl uía leche y miel. Pero, el otro sentimiento era de un pesimismo asustador: “No podremos derrotarlos porque ellos son más fuertes que nosotros”. ¿Te das cuenta de cómo, cuando el ser humano se aleja de Dios, sus sen-timientos son como un péndulo, que oscila de un lado al otro? Pierdes el equilibrio; te entusiasmas y te desanimas con facilidad. Inicias un negocio pensando en volverte millonario, y a los dos meses piensas que cometiste el error más grande; te desanimas, no eres constante, no avanzas. Ninguna victoria sucede por acaso. La corona no es fruto de un golpe de suerte. Es necesario persistir, continuar, aunque te dé la impresión de que estás perdiendo el tiempo. La incredulidad de Israel lo llevó a vagar, errante, por el desierto durante casi cuatro décadas, hasta que toda aquella generación fuese consumida por el calor de las inhóspitas arenas. Ellos jamás entraron en la Tierra Prometida, pero nos dejaron el legado de su ejemplo; mal ejemplo. Pero la vida es así: aprendemos de las cosas buenas y de las cosas malas; imitamos lo bueno y evitamos lo malo. Haz de este día un día de lucha y de trabajo. Aquella victoria que te pare-ce ya casi en la mano todavía no llegó. No te vistas de gala antes de tiempo; sigue luchando y confi ando en Dios, hasta el último minuto. Todavía no digas, como Israel: “Nosotros llegamos a la tierra a la cual nos enviaste, la cual ciertamente fl uye leche y miel; y este es el fruto de ella”.

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Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifi qué, te di por profeta a las naciones. Jeremías 1:5.

8 de enero

EL SUEÑO DE DIOS

Debe tener aproximadamente veinte años. Demasiado joven para haber perdido el gusto por la vida y para destruirse, como lo está haciendo.

En pocos meses, ha descendido a las profundidades más oscuras del vicio y de la degradación. Se prostituye para conseguir dinero, a fi n de comprar cocaína. “Es la única manera de olvidar lo que soy”, balbucea, “un poco de basura que alguien encontró en la calle”. Verdad... y mentira. Verdad que la madre biológica la había abandonado en la calle, recién nacida, envuelta en papel de periódico, en un tacho de ba-sura. Mentira que, por eso, ella no tuviese valor, al punto de escoger aquella triste vida. “No tuve otra opción”, farfulla, mordiendo sus labios hasta hacérselos sangrar. Dos lágrimas rebeldes resbalan por su rostro sufrido. Tengo ganas de abrazarla y de decirle: “Hija, no sufras más, estoy aquí; llegué para sal-varte”. Pero, percibo que soy apenas un ser humano, incapaz de calmar los dolores del mundo. Lloro. Ella no lo percibe: mis lágrimas ruedan por den-tro; queman mis entrañas; me provocan el dolor terrible de la incapacidad. Entonces, viene a mi mente el texto de hoy. A veces, golpeado por la vida, llegas a la conclusión de que eres fruto del acaso y de que tu existencia es una casualidad, un simple accidente biológico o una coincidencia. Pero, Dios asegura que, antes de que nacieses, cuando aún estabas en el vientre de tu madre, él ya tenía un plan para tu vida. Nada sucede en este mundo sin el consentimiento divino. Tú eres fruto del amor maravilloso de Dios. Suceda lo que sucediere; a pesar de las circunstancias adversas que te rodean; a despecho de las heridas que la vida te haya abierto, el plan de Dios, para ti, continúa en pie. Lo único que necesitas es descubrirlo y seguirlo. Nadie puede entender lo que sientes; yo sé. Tus dolores son solo tuyos; tus noches interminables, también. Temes que llegue el día. Prefi eres vivir en las sombras, escondiendo tu realidad; lo sé. Pero sé, también, que hay un Dios Todopoderoso esperando que solo le digas: “Señor, estoy cansada de sufrir; por eso te entrego mi vida. ¿Eres capaz de hacer lo que yo no puedo?” Tal vez tu situación no sea, ni por lejos, parecida a la de esta joven pero, ¡en el nombre de Dios!, parte hoy hacia la lucha de la vida seguro de que, “antes que te formases en el vientre de tu madre, Dios ya te conocía”.

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En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación

por nuestros pecados. 1 Juan 4:10.

JESÚS TE AMÓ PRIMERO

9 de enero

Seis de la mañana. Los débiles rayos del sol se fi ltran por entre los cris-tales rotos del restaurante. Su dramático encuentro con Jesús, la noche

anterior, lo ha cambiado. Lo ha convertido en un nuevo hombre: más viejo, tal vez, pero libre de los tormentos de su terrible pasado; feliz, con los ojos radiantes. Sabe lo que debe hacer. Paga su chocolate con tostadas y se dirige, a pie, a la terminal de tren. Toma un boleto al centro de la ciudad, y anda por sus congestionadas calles. Pasado el mediodía, llega a su destino. Sube lenta-mente las escalinatas de las ofi cinas de Policía, y confi esa su crimen. No sale. Queda preso: permanecerá en la prisión durante ocho largos años. Pero, su espíritu está libre: ha encontrado la salvación en Cristo. Lo conocí en Pensilvania, una noche de lluvia, mientras dirigía una cru-zada de evangelización. Me contó su historia. Me habló de sus noches de culpa; de sus días de remordimiento; de sus tardes y mañanas de angustia. –Lo que tocó mi corazón –me dijo sonriendo– fue saber que mis culpas ya habían sido pagadas en la cruz del Calvario. Cuando entendí lo que Jesús hizo por mí, tuve ganas de salir gritando a todo el mundo que yo había sido perdonado. “En esto consiste el amor”, empieza diciendo Pablo. El amor de Dios se escribió con sangre. No fue una declaración romántica, escrita con tinta co-lorida: fue entrega, renuncia, sacrifi cio y muerte. Puede parecer injusto y cruel, pero es eso lo que te garantiza la vida. Tú no lo amaste para que él te salvara; él te amó primero, dejó sus mansiones celestiales y vino a buscarte.Jamás podrás agradecer la dimensión de su amor. Pero, puedes abrir el co-razón y decirle que aceptas su sacrifi cio y estás dispuesto a andar en sus caminos. Hoy es el día de buenas nuevas; hoy es el día de salvación. No interesa lo que hayas hecho ni cómo hayas vivido hasta aquí. Lo único que importa es que aceptes su sacrifi cio y confíes en Jesús. Parte hoy, hacia el cumplimiento de tus deberes diarios, seguro y confi a-do en el amor divino, porque “en esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados”.

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10 de enero

Por tanto, dirás a los hijos de Israel: Yo soy JEHOVÁ; y yo os sacaré de debajo de las tareas pesadas de Egipto, y os libraré de su servidumbre, y os redimiré con brazo extendido, y con juicios grandes. Éxodo 6:6.

TE LIBRARÉ

Hay dos palabras que quiero destacar en el texto de hoy: servidumbre y liberación. Servidumbre es el acto de servir por temor; no es lo mis-

mo que servicio. El servicio es noble; Jesús fue el siervo maestro. Vino para servir, y nos inspiró a vivir para servir. La servidumbre, por el contrario, implica esclavitud; estás obligado a servir. Hay un señor que te fuerza; se considera tu dueño. La vida de Israel era una vida de servidumbre. Se había vendido a Egipto, por un poco de trigo, a causa de la hambruna que asolaba sus tierras. ¿Te diste cuenta de que las necesidades de la carne son las que nos llevan a la esclavitud del espíritu? El problema de Israel no consistía sencillamente en estar “bajo las pesadas tareas de Egipto”; las tareas pesadas se vuelven leves si las realizas por amor. Israel las ejecutaba por miedo. Era un pueblo confor-mado con la situación: servidumbre, esclavitud, complejo de inferioridad, mediocridad... en fi n. Sin embargo, Dios no se conformaba con eso; él tenía un sueño más grande para sus hijos. Por eso, les dijo: “Yo los sacaré, los libra-ré y los redimiré”. Sacar tiene que ver con mostrar lo que está oculto. ¿Cuál es el valor que conservas escondido en los rincones de tu corazón? Librar se relaciona con una vida plena y sin limitaciones; campos vastos, cielo azul y horizontes sin fi n. ¿Qué hay dentro de ti, que necesita ser liber-tado? Observa bien que estoy usando el verbo “libertar”, y no “liberar”. La li-beración implica lucha, conquista. Jesús te ofrece libertad porque te redimió: pagó el precio con su vida. Murió en la cruz del Calvario. Haz de hoy un día de libertad. Echa fuera los complejos; rasga los vicios y arrójalos al basurero. Rompe las cadenas que te oprimen. Sea cual fuere el hábito nocivo que se considera tu dueño o el sentimiento descarriado que te lleva hacia la muerte, acepta la promesa de Dios: “Yo soy JEHOVÁ; y yo os sacaré de debajo de las tareas pesadas de Egipto, y os libraré de su servidum-bre, y os redimiré con brazo extendido, y con juicios grandes”.

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Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fi n que esperáis. Jeremías 29:11.

11 de enero

¿QUIÉN TE HACE SUFRIR?

La mañana en que escribo este mensaje, Macal Nova, autor del libro Na-die ve a Dios [No One See God], comenta, en el periódico USA Today,

el hecho de que, en los últimos meses, muchos cristianos dejaron de creer en la existencia de Dios porque no entienden las razones que él tiene para “provocar” tanto sufrimiento. El ser humano, a lo largo de los tiempos, ha luchado por descifrar el misterio del dolor. ¿De dónde viene el sufrimiento? El otro día, conversé con una persona que creía que el dolor era el castigo divino, debido a algún acto pecaminoso del ser humano. Entre líneas, ella creía que Dios es un ser con los ojos abiertos, que observa la conducta de las personas con la intención de castigarlas si no se portan bien. Esta es una idea diabólica. Fue el diablo que se presentó un día delante de Dios, y lo desafi ó con relación a Job: “Quítale todo lo que tiene”. Sin em-bargo, la Biblia afi rma categóricamente que Dios no quita nada; él jamás envía el dolor. En el texto de hoy, el Señor afi rma que sus pensamientos, con relación a los seres humanos, son “pensamientos de amor y no de odio, de paz y no de guerra”. El dolor es fruto del pecado; no necesariamente del tuyo, sino del pecado como rebeldía universal. Nació en el corazón del enemigo de Dios. El diablo te hace sufrir, y después te lleva a pensar que fue Dios quien te castigó. ¿Para qué? Para que te rebeles contra el Creador y trates de vivir la vida solo, si-guiendo tus propios instintos y provocándote más dolor. Si fuese verdad que Dios es el causante del sufrimiento humano –lo que, según Nova, llevó a muchas personas, en los últimos tiempos, a negar la existencia de Dios–, entonces la no existencia divina signifi caría la ausencia del dolor. Es un asunto de simple lógica, ¿no lo crees? Tal vez, hoy es uno de esos días terribles en tu vida. Tu corazón está a punto de explotar; no sabes qué hacer ni para dónde ir. La vida te dio las espaldas. Cometieron una injusticia horrenda contra ti, y de repente te ves tentado a pensar que, de algún modo, Dios tiene algo que ver con la causa de tu dolor. No lo hagas. Detente, piensa y medita en las intenciones que Dios tiene para ti: “Pensamientos de amor y no de odio, de paz y no de guerra.

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Entonces Caleb hizo callar al pueblo delante de Moisés, y dijo: Subamos luego, y tomemos posesión de ella;

porque más podremos nosotros que ellos. Números 13:30.

12 de enero

OPTIMISMO

Caleb era optimista; un santo optimista. Un hombre con una extraordi-naria visión de futuro. El optimismo de Caleb se basaba en su confi anza

en las promesas divinas. El optimismo está relacionado con la responsabi-lidad que asumes, o no, ante las circunstancias. Es decir, te haces y aceptas ser el responsable por lo que te sucede, y entonces te preguntas qué es lo que puedes hacer, con la ayuda de Dios, a fi n de mejorar o cambiar la situación presente de las cosas. Ese era el caso de Caleb. El pueblo estaba dominado por el miedo: el ene-migo era poderoso; una comparación del armamento de ambos demostraba que Israel no tenía la mínima condición de enfrentar a los cananeos. Pero Caleb veía algo que los demás no veían: su confi anza radicaba en las prome-sas de un Dios que no conoce derrota. El optimista es un hombre lleno de confi anza en Dios; por el contrario, el pesimista se siente impotente frente al mundo o, incluso, frente a sí mismo, y espera a que las circunstancias externas cambien, para hacer alguna cosa. La confi anza en Dios llevaba a Caleb a reconocerse como causa cambian-te de todo lo que lo rodeaba, mientras el pueblo, temeroso y pesimista, se sentía el resultado de las causas exteriores. Mientras vivas en este mundo, los desafíos y las circunstancias difíciles siempre estarán delante de ti. No existe jornada alfombrada solo de fl ores. Dios jamás prometió a sus hijos que los libraría de los problemas: lo que les prometió es que, en los momentos difíciles, él estaría con ellos, sosteniéndo-les frente a los embates de la vida. Con estos pensamientos en la mente y en el corazón, empieza este nuevo día. No importa las barreras que encuentres delante de ti. El enemigo puede ser poderoso y armado hasta los dientes. Desde la lógica humana, es posible que tú no tengas la mínima posibilidad de vencer. Pero enfrenta tus desafíos usando la lógica divina. Confía en el Señor y, como Caleb, di: “Subamos lue-go, y tomemos posesión de ella; porque más podremos nosotros que ellos”.

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19

Los hijos de Israel acamparán, cada uno en su campamento, y cada uno junto a su bandera, por sus ejércitos. Números 1:5.

13 de enero

¡TOMA TU BANDERA!

Julián tenía enormes tatuajes en el cuerpo: espaldas, pecho y brazos exhibían dibujos extraños. Su vida pasada había estado relacionada con el mundo

del rock y de las drogas. Un día, se dejó encontrar por Jesús, y todo cambió: su desesperado corazón que, en otros tiempos, loco y vacío, buscaba un sentido para la vida, encontró la paz y el descanso que Jesús ofrece. Cierto día, se acercó a mí, avergonzado. Sus ojos brillaban con intensi-dad. Quería decir algo, pero no sabía cómo empezar. En pocos minutos, me di cuenta de que la causa de su perturbación era los tatuajes. –Cada vez que veo estos dibujos horribles me acuerdo de mi pasado. ¡Cómo me gustaría que Dios me diese una piel nueva! –se lamentó. –Olvídate de tu piel –le aconsejé–. Dios ya te dio un nuevo corazón. Eso es lo que importa. Con frecuencia, encuentro personas como Julián, atormentadas por los recuerdos del pasado. En otros tiempos, acampaban en territorio enemigo y portaban la bandera de la destrucción. Nada pueden hacer hoy para borrar los recuerdos de aquella triste época; forman parte de su historia. Vivir el presente es aprender a convivir con el pasado. La conversión no provoca amnesia; los recuerdos son las raíces de cada ser humano. Lo que realmente vale es el presente, y el maravilloso futuro que Dios tiene para ti. Has nacido de nuevo; tienes nuevos valores, principios, y una nueva fi losofía de vida. Perteneces al campamento de “Israel”. Entonces, ¡le-vanta la bandera de Jesús! ¡Ocupa tu puesto! Cada día es día de nuevas oportunidades. Los errores de ayer ya fueron cometidos; pero, si aceptaste a Jesús como tu Salvador, y si se los confesaste, también ya fueron perdonados. ¡Vive por Jesús! Hay mucha gente que murió por Cristo; son los mártires de la historia cristiana. Hoy, Jesús no espera de ti que seas despedazado por los leones, en defensa de tu fe; no te pide que seas quemado vivo por tus principios. Lo único que espera es que vivas y revivas los nuevos valores que recibiste de él, porque “los hijos de Israel acamparán, cada uno en su campa-mento, y cada uno junto a su bandera, por sus ejércitos”.

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20

Ni el ojo puede decir a la mano: No te necesito, ni tampoco la cabeza a los pies: No tengo necesidad de vosotros. 1 Corintios 12:21.

14 de enero

INTERDEPENDENCIA

Dios es un Padre de muchos hijos. Se deleita en relacionarse con ellos y en que estos, por su parte, se relacionen entre sí. Es un privilegio perte-

necer a la familia de Dios. Está simbolizada, en la Biblia, por el cuerpo, que no es otra cosa sino el conjunto de órganos, o miembros, que se relacionan entre sí. El cuerpo no existiría sin los órganos; pero, un órgano solo no es el cuer-po. Con este simbolismo, el Señor Jesucristo destaca la lección de la interde-pendencia entre los cristianos: todos necesitamos de todos. Los pies necesi-tan del corazón; el corazón necesita de la cabeza; y la cabeza necesita de los riñones. Nadie es superior a nadie, y nadie es mejor que el otro. El problema es que, en ocasiones, los que más trabajan son los que me-nos aparecen, y los que más aparecen son los que menos trabajan. Por ejem-plo, en las campañas de evangelización que realizo, hay gente que pasa toda la noche instalando el sistema de sonido, la iluminación; o arreglando la plataforma y las sillas. Pero, durante el evento, estas personas ni siquiera son mencionadas; yo, que hice nada, estoy en evidencia durante el tiempo que dura la predicación. Aparentemente es una injusticia, pero Pablo menciona que el ojo no puede decir: porque no soy oído no soy del cuerpo. El éxito de la comunidad depende de la correcta interrelación e interdependencia de los órganos. Hay algo más: somos una iglesia en camino a la perfección, pero todavía no somos perfectos. Por lo tanto, no siempre las cosas funcionan como tú quieres. Pero, la solución no es omitirse, ni quedarse a un lado, criticando al cuerpo. ¿Cuál es tu lugar dentro del cuerpo de Cristo? Este es importantísimo, porque ningún miembro puede vivir por mucho tiempo aislado del cuerpo. No te preocupes si el lugar que ocupas es pequeño o grande, si es prominen-te o no. Asegúrate de estar ocupando un lugar en la iglesia de Dios. Este es un remedio para las personas que creen que no se les presta mu-cha atención. Alguien que cumple su misión dentro del cuerpo no tiene tiempo para sentirse abandonado o rechazado; solo desarrolla su trabajo y no tiene tiempo para lamentaciones. Revisa hoy la manera en que te relacionas con las personas, y sé consciente de tu interdependencia. Porque “ni el ojo puede decir a la mano: No te necesi-to, ni tampoco la cabeza a los pies: No tengo necesidad de vosotros”.

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¡Jehová Dios de vuestros padres os haga mil veces más de lo que ahora sois, y os bendiga como os ha prometido! Deuteronomio 1:11.

15 de enero

EL DIOS DE TUS PADRES

La llamaban Canela, por el color de su piel morena. Cuando sonreía, apa-recían sus dientes, como manada de ovejas blancas en orden. Era bella,

inteligente y perspicaz. Soñaba con ser abogada, y no tuvo difi cultades para realizar su sueño. En la universidad, conoció a un profesor, dueño de uno de los estudios más grandes del país. Se casó con él después de la graduación, y en pocos años se había transformado en una profesional brillante, reconocida y adi-nerada. Al mirar hacia el pasado, recordaba a sus padres, gente sencilla, lleván-dola a la iglesia y contándole historias bíblicas a la hora de dormir. Todo eso le parecía tan distante e ingenuo. Consideraba aquellos tiempos una fase superada de su vida. Su fe había desaparecido, junto con las limitaciones de su infancia. No necesitaba de Dios. Al menos, eso creía... Sus padres fallecieron, tristes, por verla apartada de los caminos de Dios. Ella nunca había deseado herirlos; siempre había sido una buena hija. So-lamente decía no necesitar de Dios. Los años transcurrieron y, un día, la tragedia tocó su vida. Un accidente de tránsito cegó la vida de su esposo, y la dejó condenada a una cama, para el resto de la vida. Puedes imaginar lo que vino después. Casi sin recursos fi nancieros, sin salud, sin amigos, rodeada de gente que solo se había aprovechado de su dinero, se acordó del Dios de sus padres y clamó a él. ¿Percibiste que mucha gente considera a Dios un simple detalle, dis-pensable? El ateísmo negaba la existencia de Dios, pero pasó de moda: ser moderno, hoy, es creer en Dios e incluso concurrir a la iglesia. Pero, eso no afecta la vida. Creer en Dios o ser fanático de un equipo de fútbol no es muy diferente; no infl uye en las decisiones ni modifi ca la conducta. Ese Dios no es “el Dios de nuestros padres”. El mensaje de hoy es un llamado a la renovación de los valores espiritua-les, al compromiso, a una relación viva con el Dios creador del cielo y de la tierra. Permite que ese Dios haga la diferencia en tu vida hoy. Entrégale tu cora-zón. Comprométete con él, y “que Jehová, el Dios de tus padres te haga mil veces más de lo que ahora eres y te bendiga, como lo ha prometido”.

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Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente, no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en dónde quiera que

vayas. Josué 1:19.

16 de enero

¡ESFUÉRZATE!

Fabio tiene un examen difícil delante de sí. Hay más de cinco mil postu-lantes y apenas cincuenta lugares. “Es casi imposible que lo logre”, pien-

sa, “pero es mejor intentar que cruzarse de brazos”. El texto de hoy es el mensaje divino para los Fabio, que cada día enfren-tan desafíos. Desde la entrada del pecado, vivir es enfrentar desafíos: en la vida profesional, personal, fi nanciera, en fi n. Todos los días los desafíos están delante de ti, como fi eras hambrientas, dispuestas a devorarte. Las palabras del texto de hoy fueron expresadas por Dios a Josué, al verlo temeroso frente a la responsabilidad de conducir a Israel hacia su glorioso destino. El joven discípulo de Moisés se consideraba incapaz de ser igual al maestro. Este es uno de los errores de la vida. No necesitas ser igual que nadie: sé tú mismo. Los demás fueron otros; por grandes, extraordinarios, carismáticos y capaces que sean, fueron otros. Tú eres tú; Dios te creó diferente. Josué necesi-taba entender eso, y no temer al enfrentar el desafío que se le presentaba. Lo impresionante del consejo divino no es solo “te mando que te es-fuerces y seas valiente”; lo más importante es la razón para que te esfuerces: “porque Jehová tu Dios está contigo”. La victoria no es solo el resultado del esfuerzo; la confi anza en Dios da sentido al esfuerzo. Hay millones de personas que se esfuerzan y son valientes y, no obstante, lloran sus derrotas y fracasos: el panteón de los derrotados está atestado de gente que murió esforzándose. El simple esfuerzo humano es engañoso y seductor; frágil como la arena; inconstante como la nube. Cuando el esfuerzo es apenas el resultado de la autodisciplina, se trans-forma en frustración. Si es el fruto de la presencia de Dios en la vida, es la llave que abre las puertas de la victoria. No importa cuántos aspiren al puesto que buscas; si ellos son más capa-ces e inteligentes, no es problema. Tú tienes un Dios que no falla. Recuerda el consejo divino: “Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente, no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en donde quiera que vayas.

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17 de enero

LA SENDA DE LA VIDA

Me mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre. Salmo 16:11.

Dora quería ser feliz. Anhelaba desesperadamente ser feliz: caminó por los senderos engañosos de la ilusión; voló en las alucinantes alas de la

drogadicción; nadó por las aguas turbulentas de la promiscuidad. Amó, llo-ró, sufrió, y murió consumida por las enfermedades oportunistas que con-lleva el Sida. Vivió, quiso ser feliz, y murió sintiéndose la mujer más infeliz del mundo. ¿Qué le sucedió a esta joven apasionada por la vida? El texto de hoy presenta tres ideas que muestran dónde erró Dora. Los dos primeros pensamientos son la plenitud de gozo y las delicias para siempre. Gozo y delicia son sinónimos de felicidad. ¿Quién no desea ser feliz? El ser humano es movido a deseo por la felicidad: todo lo que realiza tiene, como objetivo fi nal, la “plenitud de gozo” y las “delicias para siempre”. Esto signifi -ca prosperidad y realización. Pero, el salmista presenta las condiciones para recibir la “plenitud de gozo” y “las delicias para siempre”. Menciona: “Me mostrarás la senda de la vida”. El ser humano, en su sincero deseo de ser feliz, escoge sus propios cami-nos, sigue sus propias ideas, y acaba hiriéndose y provocándose sufrimiento. Existe un camino mejor. El salmista lo denomina: “la senda de la vida”. Es triste cuando el ser humano desea la “plenitud de gozo” y las “delicias para siempre”, pero rechaza la “senda de la vida”. Desde la óptica divina, estos tres elementos forman parte de un mismo paquete; no pueden separarse. Hay más. Cuando el autor bíblico menciona las palabras “presencia” y “diestra”, está refi riéndose a una relación de permanencia en la senda. La sen-da es Jesús. Cuando él estuvo en esta tierra, declaró: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. El Maestro habló de un camino que en verdad te conduce a la vida. La razón por la que Jesús se identifi có con el camino es que existen mu-chos caminos mentirosos. Son caminos de muerte: fascinantes y seductores, pero caminos de muerte. ¿Deseas ser feliz? ¡Busca a Jesús! No empieces las actividades de hoy sin arrodillarte y decirle: “Me mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre”.

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18 de enero

¿Por qué me llamáis Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?Lucas 6:46.

¿POR QUÉ?

En los tiempos apostólicos, no era fácil llamar a Jesús “Señor”. El empera-dor era el único que podía llevar ese título, y no aceptaba que los súbdi-

tos de su imperio llamasen a otra persona Señor. Por lo tanto, aceptar a Jesús como Señor era realmente jugarse la cabeza; un asunto de vida o muerte. Reunirse en un lugar público y cantar loores a Jesús como Señor era afrentar al emperador. Mucha gente era encarcelada y moría en los circos, despedaza-da por los leones, como resultado de su desobediencia a la orden del César. Sin embargo, la historia muestra que había cristianos fi eles y valerosos que, a pesar de las amenazas de muerte, continuaron adorando al Señor Jesús. En la actualidad, las cosas han cambiado: hoy, nadie es amenazado por reconocer a Jesús como Señor. Pero, el diablo usa otra estrategia con la gene-ración de nuestros días: ha hecho que la profesión de la fe no vaya más allá que un asunto teórico. Multitudes cantan a Jesús. Miles se reúnen en estadios y auditorios gi-gantescos, levantando las manos al cielo y tributando hosannas al nombre de Jesús; pero, ¿cuántos están dispuestos a obedecerlo? Aceptar a Jesús como Señor es aceptar su soberanía. Su voluntad, expre-sada en su Palabra, está por encima de mis creencias, preferencias o gustos. Mi humanidad debe caer postrada a los pies de Cristo y, en humildad, debo aceptar sus enseñanzas. No cuenta lo que yo deseo o lo que a mí me parece, sino lo que dice la Palabra de Dios: eso es aceptar su señorío y su soberanía. La pregunta que debo hacerme es: ¿Hasta qué punto Jesús es el Señor de mi vida? ¿Hasta qué punto estoy dispuesto a serle fi el? Hoy, Jesús no me pide que muera por él. Lo que Jesús desea es que viva por él; en medio de la cul-tura moderna, pero sin contagiarme de ella. No comiences las actividades de este nuevo día sin examinar las moti-vaciones de tu corazón para seguir a Jesús. ¿Por qué lo haces? ¿Porque te conviene? ¿Porque lo amas? ¿O, simplemente, porque naciste en la iglesia y siempre dijiste que eras cristiano? La única seguridad de que andas en los caminos de Dios es conocer su Palabra y obedecer sus enseñanzas. De otro modo, te arriesgas a oír la voz del Maestro, que te dice: “¿Por qué me llamáis Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?”

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Aconteció después de la muerte de Josué, que los hijos de Israel consultaron a Jehová, diciendo: ¿Quién de nosotros subirá primero a

pelear contra los cananeos? Jueces 1:1.

CONSULTA A DIOS

19 de enero

El matrimonio de Marta y Pedro había durado solo dos años. Los pri-meros meses, la joven pareja creía que el paraíso existía en esta tierra.

La convivencia se encargó de mostrar la realidad de cada uno. El carácter mezquino y egoísta de uno, y el temperamento explosivo y celoso del otro transformaron, en poco tiempo, el “paraíso” en infi erno. Cuando conversé con Marta, acababa de salir del segundo matrimonio. Pero, lo que la llevó a buscarme no fue esta segunda decepción. –He perdido doscientos mil dólares en una inversión que prometía lu-cros atrayentes –me dijo, angustiada–. Era todo el dinero que había logrado reunir en mi vida; incluso vendí mi auto, para invertir. La inversión prome-tía retorno rápido, pero me engañé. ¿Por qué nada me sale bien en la vida? Tal vez, el texto de hoy responda a la pregunta de Marta. Israel había llegado a la frontera de la Tierra Prometida, y ahora debería tomar posesión de aquella tierra fructífera. Apoderarse de la tierra signifi caba, para aquel pueblo, luchar. Nada que valga la pena se conquista sin trabajo. Los hijos de Israel tenían una empresa de gigantescas dimensiones delante de sí. ¿Qué hicieron? Fueron a Dios y lo consultaron. ¿Acaso ellos no sabían que Dios los había conducido hasta aquel lugar, en cumplimiento de sus promesas? Lo sabían, sí. A pesar de eso, consultaron una vez más con Dios. Nadie pierde por consultar a Dios. La orientación divina te brinda la seguridad que necesitas en los momentos más difíciles. Si lees el relato completo de las conquistas de Israel, verás solo victorias. No podría haber sido de otro modo, si estaban siguiendo las instrucciones divinas. ¿Qué gran desafío tienes hoy delante de ti? ¿Ya consultaste a Dios y su Palabra, para comprobar si estás siguiendo el camino correcto? ¿Aprueba Dios lo que vas a hacer o te estás dejando seducir por el brillo de las cosas y la belleza de la apariencia? No creas todo lo que tu corazón te dice: consulta con Dios, con tus pa-dres o con tus amigos de más experiencia; siempre hay personas sabias a tu alrededor. Recuerda que Israel fue victorioso porque: “los hijos de Israel consultaron a Jehová diciendo: ¿Quién de nosotros subirá primero a pelear contra los cananeos?”

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Fueron una vez los árboles a elegir rey sobre sí, y dijeron al olivo: Reina sobre nosotros. Mas el olivo respondió: ¿He de dejar mi aceite,

con el cual en mí se honra a Dios y a los hombres, para ir a ser grande sobre los árboles? Jueces 9:8, 9.

20 de enero

TU MISIÓN

Sabiduría es saber para qué sirves y por qué estás en esta tierra. Conozco personas desesperadas por escalar puestos, y no miden consecuencias

para alcanzar sus objetivos. Jamás piensan si tienen talento para realizar el trabajo que ambicionan; lo único que les importa es alcanzar el cargo de-seado, sin preguntarse si Dios los ha llamado para ese trabajo. Después se frustran, y frustran a los demás. En el fondo, se saben derrotados, y tratan de disimular la derrota con manifestaciones de autoritarismo. La parábola de hoy muestra, alegóricamente, la sabiduría del olivo. ¿Ser rey? ¿Para qué? ¿Por qué? ¿Solo porque todo el mundo quiere serlo? No. ¡Déjenme tranquilo en mi misión como olivo! Dios me dio la capacidad de producir aceite, y lo haré bien hecho hasta el fi n de mis días. Una de las bendiciones de vivir en compañerismo diario con Jesús es que te sientes realizado y feliz cumpliendo tu misión. El amor de Jesús llena tu corazón de tal forma que no andas mirando a los lados para ver quién tiene qué o quién llega hasta dónde. Solo miras hacia adelante, y corres en el cum-plimiento de tu misión. El resultado es que todos llegan, y las personas que conviven contigo también son felices porque, cuando todas las piezas de un automóvil funcionan a la perfección, el vehículo marcha bien. Hoy es un día de nuevos desafíos. Tus retos no son los del otro. No quie-ras hacer el trabajo del otro y descuidar el tuyo. Detente, piensa y medita. Sé consciente de tu misión, sin importarte si el trabajo de tu vecino es más bonito o más encantador que el tuyo. No te compares con nadie: Dios te hizo único en el mundo. Simplemente, cumple con tu misión y descubre una dimensión de la vida más signifi cativa y fasci-nante. ¡Ah!, y no te olvides que “Fueron una vez los árboles a elegir rey sobre sí, y dijeron al olivo: Reina sobre nosotros. Mas el olivo respondió: ¿He de dejar mi aceite, con el cual en mí se honra a Dios y a los hombres, para ir a ser grande sobre los árboles?”

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Da pues a tu siervo corazón entendido para juzgar a tu pueblo y para discernir entre lo bueno y lo malo; porque ¿quién podrá gobernar este

tu pueblo tan grande? 1 Reyes 3:9.

21 de enero

CORAZÓN SABIO

Lucía tiene 25 años, y muchas ganas de vivir. Sus cabellos rubios brillan más que nunca esta mañana, iluminados por los rubios rayos del sol. Es

su primer día de trabajo desde que recibió la promoción. Sabe que, entre los compañeros, hay gente herida; personas que se consideran con más derecho a ocupar el cargo que le confi aron a ella. Está feliz, pero una nube de temor aparece en su cielo azul: le preocupa la posibilidad de que sus compañeros no acepten a una persona tan joven como jefe. Salomón también era joven cuando Dios le confi ó un cargo de mucha responsabilidad: su misión sería administrar justicia entre los hijos de Israel. El joven rey, como Lucía hoy, vio también una nube de temor que intentaba nublar su cielo azul. ¿Qué hizo entonces? Fue al Señor en oración, y le suplicó: “Da pues a tu siervo corazón entendido”. La expresión “corazón entendido” en hebreo es Jokmaj, que literalmente signifi ca equilibrio, sabiduría, sentido común. Podría ser defi nido como la ca-pacidad de ser justo y hacer felices a las personas. Todos los días, en todos los lugares, estamos siendo cartas abiertas y leídas por quienes nos rodean. Nadie es una isla; no es posible esconderse ni omitirse. La responsabilidad que Dios te confi ó, mediante la decisión de seres hu-manos, es la oportunidad que te brinda de hacer felices a las personas que te rodean. Si permites que el orgullo y la soberbia se apoderen de tu corazón, comete-rás errores crasos. Pensarás que, porque eres jefe, no puedes equivocarte; que-rrás tener siempre la razón. ¡Mentira! No eres más que un simple ser humano: más observado, más criticado y más condenado, tal vez; pero un ser humano, y nada más. Hay gente que considera que no se debe confi ar grandes responsabilidades a los jóvenes. ¿Por qué no? Ser joven no es un defecto: defecto es permitir que la soberbia te haga pensar que de repente lo sabes todo. Haz como Salomón: ve a Dios, y confi ésale tus temores. Dile que necesitas de un corazón entendido para llevar al pueblo que tienes bajo tu responsabili-dad a su destino glorioso. No partas hoy, para el cumplimiento de tus deberes diarios, sin elevar la oración del sabio: “Da pues a tu siervo, corazón entendido para juzgar a tu pueblo y para discernir entre lo bueno y lo malo, porque ¿quién podrá gober-nar este pueblo tan grande?”

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En Jehová Dios de Israel puso su esperanza; ni después ni antes de él hubo otro como él entre todos los reyes de Judá. 2 Reyes 18:5.

22 de enero

¿EN QUIÉN CONFÍAS?

Francisco miró un día a sus padres, y les dijo:–Siempre respeté la fe de ustedes. Ahora, por favor, les suplico que respeten

ustedes mis convicciones. A los treinta años de edad, el joven ejecutivo, nacido en un hogar cristiano, consideraba parte de sus sueños realizados: hablaba cinco idiomas, y viajaba por el mundo cerrando grandes negocios para la empresa que representaba. Alto, apuesto, atlético, jugaba tenis tres veces por semana. Cargado de dinero y rodeado de bellas mujeres, había llegado a la conclusión de que sus padres eran gente demasiado simple, y que la fe de ellos los había relegado al ostracismo. ¿Alguna vez estuviste disfrutando de un día esplendoroso, de cielo limpio y sol brillante? ¿Ni una nube que quiebre el intenso azul del terciopelo cósmico? Y repentinamente, en cuestión de segundos, todo cambió, y la tormenta tomó a todos desprevenidos? Bien, fue eso lo que sucedió a Francisco. Solo que no había cielo en su vida; por lo menos, no el que infunde esperanza en las horas cruciales. Lo perdió todo. De la noche a la mañana: perdió el empleo, la salud y acabó en prisión... Él nunca supo explicar quién colocó droga en su valija. ¿Podría haber sido víctima de un acto de venganza, si hubiese estado bien con Dios? Claro que podría: quienes confían en el Señor no están libres de traiciones y de maldades. El problema de Francisco fue que, en la hora del dolor, estaba solo. Los cinco idiomas que hablaba, el dinero, la brillante carrera profesional; nada fue capaz de librarlo de aquella situación injusta. Una fría mañana del mes de junio, lo encontraron colgado dentro de la celda. Se había ahorcado. Con Ezequías sucedió diferente. El texto de hoy habla de este extraordina-rio joven rey. El brillo del éxito no lo mareó; la fama y el poder no lo hicieron olvidarse de Dios. Y, en los momentos de mayor difi cultad, él sabía en quién depositar su confi anza. ¿Qué es lo que hace Dios por ti? No siempre te libra del problema como resultado de un acto milagroso. Pero con toda seguridad, coloca paz en tu co-razón, te da una visión diferente de la realidad, te inspira, y emplea tus propios talentos para salir de la hora difícil. Por eso hoy, antes de salir para las luchas de la vida, recuerda a Ezequías, que “en Jehová Dios de Israel, puso su esperanza; ni después ni antes de él hubo otro como él entre los reyes de Judá”.

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¿No eres tú desde el principio, oh Jehová, Dios mío, Santo mío? No moriremos. Oh Jehová, para juicio lo pusiste; y tú, oh Roca, lo

fundaste para castigar. Habacuc 1:12.

23 de enero

¿CORRECCIÓN O CASTIGO?

“Yo solo quería ser feliz. Nunca fue mi intención traer dolor a tanta gen-te”, balbuceaba Patricia, con la cabeza entre las manos, sollozante y

desesperada. Tal vez no quisiese: nadie quiere, en sana conciencia, hacer sufrir a las personas que ama. Pero, la vida es así: entras en un tobogán, y despiertas recién cuando el dolor es una realidad. Patricia es el típico ejemplo de al-guien que no quiso ajustar su vida a las enseñanzas divinas. “No me gusta le religión –decía–, porque no tienes libertad. ¿Por qué Dios tiene que decir todo lo que debo hacer?” El texto de hoy habla de cuatro atributos divinos: su eternidad, su santidad, su justicia y su poder. De estos cuatro, el más difícil de ser aceptado por el ser humano es, tal vez, la justicia. Después de la entrada del pecado, el ser humano se volvió independiente; se apoderó de la vida que le fue confi ada. Se hizo señor de su propio destino. ¿Cuál fue el resultado? Dolor, tristeza, sufrimiento y muerte. Cuando la serpiente se presentó a Eva en el Jardín, llegó con una idea se-ductora: “No necesitas de Dios. La obediencia tiene, como único propósito, conservarte en el plano de una simple criatura. Tú puedes ser más que eso. Puedes decidir lo que es bueno o malo para ti”. Eva cayó; Adán, también. Continuamos cayendo todos los días. En las ho-ras de dolor y de desesperación, acudimos al poder divino. En los momentos de enfermedad y de muerte, pensamos en la eternidad de Dios. Cuando el pecado mancha nuestra vida al punto de asfi xiarnos, recordamos su santidad. Pero, en momento ninguno aceptamos su justicia; por lo menos, no la justicia de la que habla Habacuc en el texto de hoy. El profeta usa la palabra hebrea Mishpat, que signifi ca, literalmente, el he-cho de decidir un caso. Si Dios es justo, es él quien decide. El ser humano tiene el derecho de aceptar o rechazar el camino que Dios le presenta, pero no tiene el derecho de escoger el mal y llamarlo bien: Dios es el único que se atribuye el derecho de decidir lo que es correcto o incorrecto, moral o inmoral. Haz de este día un día de sumisión a la justicia divina. Jamás pierdes al hacerlo. Creces, ganas, y tienes la garantía de la vida eterna. Di, como Habacuc: “¿No eres tú desde el principio, oh Jehová, Dios mío, Santo mío? No morire-mos. Oh Jehová, para juicio lo pusiste”.

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Finalmente, sed todos de un mismo sentir, compasivos, amándoos fraternalmente, misericordiosos, amigables. 1 Pedro 3:8.

24 de enero

¡UNIDOS!

La terminal del ómnibus está colmada de personas, esta mañana fría de invierno, en las calles del barrio Chacarita, en la ciudad de Buenos Aires.

Max no ve a la gente. Su cuerpo está allí, pero su mente vaga sin rumbo, por los agrestes campos minados de los confl ictos familiares. Cree no resistir más; piensa que, tal vez, la separación sea la única salida. Lo que lo incomoda y lo confunde es el hecho de que ama a su esposa, y no entiende por qué dos personas que se aman no pueden vivir en armonía. El confl icto de hoy comenzó porque no había leche para el desayuno: –Te dije que la compraras anoche –casi gritó ella, encolerizada. –¿Y por qué, en lugar de pedirme, no la compraste tú? –respondió él, en el mismo tono. A partir de allí, se dijeron cosas terribles, se echaron en cara errores del pasado y, fi nalmente, él salió de casa golpeando la puerta. En el texto de hoy, Pedro aconseja que los cónyuges deben tener “un mis-mo sentir”; deben ser “compasivos y misericordiosos” el uno con el otro. Parece una meta distante, imposible de ser alcanzada; por lo menos, para Max y su joven esposa. Lo que ellos ignoran es que el matrimonio es la única escuela en que te matriculas, pero nunca te gradúas. La vida en pareja es una vida de constante aprendizaje. Mucha gente se desespera porque no sabe distinguir los problemas de los confl ictos. La vida es la permanente solución de problemas: desde que te levantas hasta que te acuestas por la noche, estás solucionando problemas; cada hora, cada minuto. No existe vida sin problemas. Pero, los problemas no son cataclismos destructores, sino desafíos de crecimiento. Un problema mal resuelto sí se transforma en confl icto. Y los confl ictos pueden ser fatales. Lo que la esposa de Max podría haber hecho esta mañana es preguntar: –Querido, ¿compraste leche? Creo que Max hubiese respondido: –No, mi amor; pero la compro en un minuto. Después, más calmos, podrían sentarse a conversar sobre los constantes “olvidos” de Max. Antes de iniciar tus actividades de hoy, recuerda: “Finalmente, sed todos de un mismo sentir, compasivos, amándoos fraternalmente, misericordio-sos, amigables”.

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Clamaré al Dios Altísimo, al Dios que me favorece. Salmo 57:2.

¡CLAMA!25 de enero

Genaro fue despedido del empleo hace un mes. La esposa, deprimida, fue a parar al hospital: los exámenes médicos revelaron que ella tenía

un cáncer terrible, y no lo sabía. Para completar el cuadro de tragedia, este es el cuarto mes que Genaro no paga al banco el préstamo de la casa, y está amenazado de perder el inmueble. Hay momentos así en la vida. Tú sales a la calle; las personas corren de un lugar a otro, en pos de sus sueños, pero a nadie le importa lo que te sucede a ti. Te sientes solo, y olvidado hasta de Dios. Es natural. El salmista también pasó por momentos difíciles en su vida; todos los pasamos. A veces, el sol brilla esplendoroso, el cielo azul no trae ni una nube que opaque la belleza de tu día; pero de repente, cuando menos lo esperas, parece que todo se pone cabeza abajo y pierdes el control de la situación. Cuando la noche envolvió la vida del salmista, afi rmó: “Clamaré al Dios Altísimo, al Dios que me favorece”. El verbo “favorecer”, en el original he-breo, es Gamar, que literalmente signifi ca realizar todo, hacer todo. El Dios del salmista es un Dios altísimo, que puede hacerlo todo; ese Dios no duerme en las páginas de la Biblia. Es también tu Dios, vivo y ac-tuante. Por tanto, Genaro, clama a tu Dios. El verbo clamar, en hebreo, es qara’. Connota la idea de llorar a gritos; derramar el alma a Dios; reconocer, como un niño indefenso, que necesitas la ayuda del padre. A veces, Dios permite que lleguemos a una situación sin perspectivas, sin salidas, sin ventanas, a fi n de que solos, en la oscuridad de nuestros temores, en el dolor de nuestras heridas y en la desesperación de nuestra incapacidad, aprendamos a depender del Dios altísimo. Amaneció un nuevo día. Mira por la ventana. ¿Solo ves nubes negras y tormenta? No importa: detrás de esas nubes oscuras, brilla un sol indes-tructible; ninguna tormenta será capaz de apagar su llama viva. Pero, el sol es apenas un astro. Más allá de los planetas y de las estrellas; por encima del cosmos inaccesible, está el Creador del sol: es tu Dios Altísimo. Clama a él, sin miedo. Te entenderá y te oirá porque, un día, lo dejó todo y vino a bus-carte en la persona maravillosa de Jesús. Antes de iniciar la carrera de la vida hoy, arrodíllate, y di en tu corazón: “Clamaré al Dios altísimo, al Dios que me favorece”.

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Dijo Dios Jehová: bien he visto la afl icción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus exactores, pues he conocido

sus angustias. Éxodo 3:7.

26 de enero

EL CLAMOR DE MI PUEBLO

Felipe llega temprano al trabajo, todos los días. Realiza más de lo que su responsabilidad demanda. Es siempre el último en salir. Cualquier

empresa disputaría los servicios de Felipe. ¿Quién no desea un empleado inteligente, comedido y listo a ir más allá de sus obligaciones? Sin embargo, el jefe de Felipe le difi culta la vida. Lo provoca y trata de irritarlo, para ver si pierde la paciencia. Últimamente, Felipe anda desanima-do. Cree que, de cierta manera, Dios está siendo injusto con él. –Parece que Dios se olvidó de mí –se queja. Regresa a casa cansado, frustrado y a punto de explotar. Pero, el texto de hoy afi rma que “Dios ve la afl icción de su pueblo”. Siempre. Aunque parezca que no. Siglos atrás, Israel, como Felipe, sufría por causa de sus exactores. ¿Sabes a qué se dedica un exactor? A exacerbar, a irritar y a causar enfado, sin mo-tivo. Tú puedes hacer lo mejor, con la mejor buena voluntad pero, para el exactor, nada de lo que haces está bien. A él no le importa tu trabajo: lo que desea es sacarte de tus casillas; y, si tú reaccionas, él se vale de tu reacción para decir que no vales. Encuentras a los exactores en todos los lugares y en cualquier circunstan-cia. En el lugar donde trabajas, en tu hogar, en la escuela y hasta en la iglesia. Están siempre a tu alrededor, perturbando tu paz. Frente a esas injusticias, haz lo que Israel hacía: clama a tu Dios. No te quejes ni te lamentes; los lamentos satisfacen el hambre del exactor. Dios dijo a Moisés: “Bien he visto la afl icción de mi pueblo y he conocido su clamor y he conocido sus angustias”. Nada está oculto a los ojos de Dios. A veces, te puede dar la impresión de que cerró sus ojos, tapó sus oídos y cruzó los brazos; no es verdad: Dios está siempre atento, esperando el mejor momento para entrar en acción. ¿Cuál es el mejor momento? Cuando hayas crecido, madurado y apren-dido. Nada triste ocurre en tu vida sin un propósito didáctico. Tu exactor quiere destruirte, pero Dios toma las circunstancias difíciles y las transforma en instrumentos de edifi cación y crecimiento. Solo necesitas esperar y aprender. Entonces, Dios declarará: “He visto la afl icción de mi pueblo que está en Egipto y he oído su clamor a causa de sus exactores, pues he conocido sus angustias”.

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Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia. Romanos 6:14.

27 de enero

¡LIBRES!

Ni siquiera el azul esmeralda del mar del Caribe es capaz de arrancar la tristeza de su corazón. Olavo mira al mar, y su visión se pierde en el

infi nito, en aquel punto donde parece que el cielo y el mar se vuelven una sábana de terciopelo que se eleva hacia alturas insondables. ¡Cielo! ¡Ah, cielo! Qué distante le parece; tan ajeno. Él no merece nada de eso. Su vida, llena de errores, lo atormenta de forma implacable. Última-mente, no logra dormir: el martilleo de la conciencia lo golpea de día y de noche. Se siente sucio, pecador, inmundo. Olavo ignora que todos los seres humanos estamos condenados, porque todos pecamos. No hay justo, ni siquiera uno. La paga del pecado es muerte: no hay salida para la tragedia humana. Mejor dicho, no la habría, si no fuese por el amor maravilloso de Dios, que permitió que el Señor Jesucristo se hiciese hombre y viniese a este mundo, a morir en lugar del pecador. En la cruz del Calvario, Jesús pagó, con su muerte, el pecado de todos los tiempos, de todos los seres humanos. Lo único que necesitas hoy es apode-rarte de ese sacrifi cio, y aceptarlo como tuyo. ¿Cuánto pagas por eso? Nada; absolutamente nada. Es de gracia. Gracia es el don de Dios mediante el cual aceptas la salvación, sin merecerla. Por causa de su misericordia, no recibes lo que mereces: la muerte; por su gracia, recibes lo que no mereces: la vida. La ley dictamina: “El que pecare cierta-mente morirá”. La gracia proclama: “Tú pecaste y mereces morir, pero Jesús sufrió la muerte que merecías y, si crees en él, eres salvo”. Cuando no conocías a Jesús, estabas bajo la condenación de la Ley; al aceptar al Señor como tu Salvador, ya no vives más bajo la Ley sino bajo la gracia. La gracia no te libera de la Ley; te libera de las consecuencias del pecado, de la condenación de la Ley. La gracia existe porque existe la Ley; si acabas con la Ley, acabas con la gracia. Hoy puede ser un día diferente en tu vida. Un día de gracia, de amor y de misericordia. Hoy puede ser un día sin el tormento de la culpa; un día de li-bertad, de victoria y de realización. Las cosas viejas pasaron. Con Jesús, todo puede empezar de nuevo. Cada día es una nueva oportunidad de victoria, “porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia”.

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Y tú, Salomón, hijo mío, reconoce al Dios de tu padre, y sírvele con corazón perfecto y con ánimo voluntario; porque Jehová escudriña los corazones de todos, y entiende todo intento de los pensamientos. Si tú le buscares, lo hallarás; mas si lo dejares, él te desechará para siempre.

1 Crónicas 28:9.

28 de enero

¿QUÉ HARÁS CON DIOS?

Brillaba el sol, imponente, en el cielo azul. Miles de personas, reunidas en la plaza de Jerusalén, aguardaban el discurso del rey. Entre ellos, jefes

de las tribus, comandantes de las divisiones de guerra, ministros de estado, ofi ciales poderosos y soldados. Silencio sepulcral; siempre que el rey hablaba era así. ¿Qué tendría para decir? David ya era anciano. Había tenidos momentos de gloria; había pro-bado, también, el sabor amargo de la derrota; había reído, llorado. En fi n, había vivido. Llegó el momento de entregar el reino a su sucesor. El elegido por Dios era Salomón, su hijo. El pueblo estaba reunido en la plaza, con motivo de oír el discurso de sucesión. El texto de hoy fue extraído de esa disertación. El anciano rey miró al joven príncipe, y le recomendó: “Y tú, Salomón, hijo mío, reconoce al Dios de tu padre, y sírvele con corazón perfecto y con ánimo voluntario”. Según David, estos serían los secretos de un reinado feliz. En el hebreo, el verbo “reconocer” es Yadá, que signifi ca “tener consciencia de”. Si Salomón quisiera ser un rey próspero y feliz, debería tener consciencia permanente de Dios. Si, por esas cosas de la vida, el joven rey se olvidase de Dios, comenza-ría su decadencia. El otro secreto era: servir a Dios con corazón perfecto. La palabra hebrea para “perfecto” es Shalem, que connota integridad, totalidad, plenitud; pero, también signifi ca paz. En otras palabras, no es posible tener paz en el corazón ni ser feliz, si no se sirve a Dios de manera completa e íntegra. Un servicio a medias destruye la paz del individuo: o eres o no eres. O lo sirves o no lo sirves. Servirlo por la mitad es destructivo; te roba la paz y la tranquilidad de espíritu. El consejo de David a su hijo Salomón vale también para ti y para mí, hoy. No salgas de tu casa sin la seguridad de que el Señor Jesús va conti-go. Sírvelo de manera íntegra, y sé feliz. Recuerda las palabras de David: “Y tú, Salomón, hijo mío, reconoce al Dios de tu padre, y sírvele con corazón perfecto y con ánimo voluntario; porque Jehová escudriña los corazones de todos, y entiende todo intento de los pensamientos. Si tú le buscares, lo ha-llarás; mas si lo dejares, él te desechará para siempre”.

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Me libró de poderoso enemigo, y de los que me aborrecían, aunque eran más fuertes que yo. 2 Samuel 22:18.

29 de enero

¡ME LIBRÓ!

Virginia pasea por la orilla del río. Mira hacia abajo. Busca alguna cosa. De vez en cuando se agacha, y mete algo en el bolsillo grande del delan-

tal. Dejó su casa temprano, y ha caminado dos horas para llegar al río. Bajo la sombra de un enorme sauce, se detiene a examinar el resultado de su búsqueda, y sonríe con sonrisa de Monalisa. Piedras. Muchas piedras. Grandes y pequeñas. Con el bolsillo lleno, camina, decidida, hacia el agua. Hacia adentro, hacia la corriente, hacia la parte más profunda. Mira hacia el cielo, se hace la señal de la cruz y suspira. Siente el cosqui-lleo del pedregullo en sus pies; el frío, en sus pantorrillas. Sonríe nuevamen-te, al notar que su plan está funcionando: no le sucederá como la otra vez, que se adentró en el río pero salió fl otando. Salió mojada y triste. Mojada de derrota. Y, al regresar a casa, tuvo que mentir al esposo y decirle que se había caído al río. Esta vez, no tendrá que mentir; no fl otará: ahora será defi nitivo. La muerte la espera allá, en el fondo del río. Fue así de simple que Virginia Woolf, una de las más extraordinarias escritoras inglesas del siglo pasado, cometió suicidio en 1941. Su cuerpo, ya en estado de descomposición, fue encontrado a la orilla del río por dos niños que jugaban, distraídos. En la carta de despedida que dejó a su esposo, decía, entre otras cosas: “Me persiguen las voces, y no logro soportarlas”. ¿Quién no se ha sentido perseguido alguna vez? En el lugar de trabajo, en la escuela, en el vecindario y hasta en la familia, ¿no has sentido la mirada sarcástica o hiriente de alguien al que no le simpatizas? La vida de David, el autor del texto de hoy, fue también perseguida. Ene-migos gratuitos aparecían todos los días; voces agresivas, maliciosas, calum-niadoras. Su propio hijo Absalón se sublevó en contra de él, ambicionando el trono; solo que David, al contrario de Virginia, sabía adónde acudir en busca de ayuda. No temas ante las voces que se levantan contra ti. No huyas; no busques salidas fáciles. El Dios de David es también el tuyo. Puede serlo si, en este momento, antes de partir hacia la lucha de la vida, tomas tiempo para arro-dillarte y declarar, con confi anza: “Me libró del poderoso enemigo, y de los que me aborrecían, aunque eran más fuertes que yo”. Sí, la lucha todavía no comenzó, pero Dios ya te libró.

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El Espíritu de Jehová se apartó de Saúl, y le atormentaba un espíritu malo de parte de Jehová. 1 Samuel 16:14.

30 de enero

SE ACABÓ

Saúl dijo no al Señor. Una y otra vez; varias veces, en repetidas ocasiones. Jugó con la misericordia divina: creyó que el Señor estaría siempre a su

lado, que nunca lo dejaría ni lo abandonaría. Saúl, como Sansón o como Judas, pensaba que podía decidir cuándo oír o no oír la voz de Dios. Creía que el amor de Dios siempre estaría a su disposición. Y lo estaba porque, en la Biblia, Dios afi rma: “Con amor eterno te he amado”. Si el amor es eterno, no acaba nunca. Podrán secarse las fuentes de las aguas del mundo, y el amor de Dios continuará siendo el mismo; podrán desaparecer todas las montañas, y el amor de Dios continuará existiendo. Los seres humanos vendrán y se irán, y Dios los continuará amando. El pro-blema no radica en el amor divino, ni en su paciencia ni en su misericordia, sino con el corazón humano. Un día, amaneció como cualquier otro en la vida de Saúl; por lo menos, él pensaba así. Pero, no sabía que su corazón se había endurecido hasta el punto de no escuchar más la voz de Dios. El escritor bíblico, usando una expresión muy propia del ser humano, afi rma: “El Espíritu de Dios se apartó de Saúl”. La verdad era que Saúl había llegado al punto en que el trabajo del Espíritu Santo no tenía más ningún valor para él. Y, como ninguna casa puede estar vacía, vino el enemigo y se apoderó del corazón del hombre que, un día, Dios escogiera para ser el rey de su pueblo. Y “lo atormentaba”. La palabra hebrea para “atormentar” es bawat, que sig-nifi ca aterrorizar, desequilibrar, llenar de miedo. Una vida embargada de miedo está condenada al fracaso. Ve fantasmas donde no existen; encuentra difi cultades donde solo hay oportunidades. El problema de Saúl no era las sombras que aparecían en forma de fi guras mis-teriosas, sino el hecho de que no oía más la voz de Dios. Había jugado tanto con la misericordia divina que, cuando la quiso de nuevo, descubrió que su alocado corazón ya no era capaz de creer en el amor de Dios. Haz de este día un día de meditación y de refl exión. Escucha la voz de Dios, que te habla a través de su Palabra. No dejes a Jesús tocando en vano las puertas de tu rebelde corazón. Y recuerda que “el Espíritu de Jehová se apartó de Saúl, y le atormentaba un espíritu malo de parte de Jehová”.

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Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifi quen a vuestro Padre que está

en los cielos. Mateo 5:16.

31 de enero

VUESTRA LUZ

De todas las órdenes dadas por Jesús, tal vez esta sea una de las que con-funde al ser humano. No es que no le guste brillar; al contrario, vivimos

en un mundo en que todos quedan deslumbrados por las luces. Cada año, miles se inscriben en programas de televisión, soñando con 15 minutos de fama. Multitudes hacen largas fi las en búsqueda del nuevo celular que apare-ció en el mercado; se endeudan a fi n de tener un automóvil último modelo, con la intención de ser vistos. ¿Quién no desea brillar? Desdichadamente, no es de ese tipo de brillo que habla la Biblia. El texto de hoy se refi ere al carácter; a lo que soy cuando las luces se apagan; a lo que hago cuando nadie me ve. El carácter es el sello de la personalidad. Se manifi esta desde adentro hacia afuera. Es el resultado de algo que sucede en el interior. Se nutre de las horas de meditación, estu-dio de la Biblia, y de la oración. Observa al cielo. ¿Qué ves? ¿El sol? El astro rey fue hecho para brillar. Es fuente de calor, luz y energía. Mira otra vez al cielo. ¿Qué ves? ¿La luna? La luna también brilla, y pro-porciona luz. ¿Cuál es la diferencia entre ambos? El sol brilla porque es la fuente; la luna, porque refl eja la luz del sol. Esta es la lección de hoy. Si deseas brillar de verdad, necesitas comprender que eres luna, y no sol; que tu brillo no proviene de ti sino de Dios. Cuando recibes su luz, tu brillo es la consecuencia. De otro modo, tu vida se transforma en una permanente desesperación por aparecer; aunque, para eso, debas transitar caminos peli-grosos que te conduzcan a la muerte. No existe nada más triste que intentar brillar solo por fuera, aparentado y mostrando una faceta que solo existe en público. Hoy, al comenzar un nuevo día, ve a Jesús. Permite que su presencia san-tifi que tu vida; deja que su carácter se reproduzca en tu vida; que tus pen-samientos sean los suyos y que tus acciones sean el resultado natural de tu compañerismo con él. Búscalo de todo tu corazón, para que “así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifi quen a vuestro Padre que está en los cielos”.