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PLÁTICAS MÁGICAS I
Para aligerar al lector de tanta pesadumbre, hemos creído que sería un alivio para él leer las confidencias que le hace la autora a su perra Maga: un monólogo entre dos hem-bras que cargan inexorablemente con la peor parte. Es lo que tiene ser hembra en el «eco-sistema humano» (el formado por las especies que cría el hombre: incluida, claro está, la propia especie humana).
PLÁTICAS MÁGICAS I
Para aligerar al lector de tanta pesadumbre, hemos creído que sería un alivio para él leer las confidencias que le hace la autora a su perra Maga: un monólogo entre dos hem-bras que cargan inexorablemente con la peor parte. Es lo que tiene ser hembra en el «eco-sistema humano» (el formado por las especies que cría el hombre: incluida, claro está, la propia especie humana).
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Seis días en el infierno
Permitidme que nos presentemos: Yo soy He-lena. Mi gran vocación es la vida. Por eso me hice razonadora de la vida, que en griego se dice bióloga; mis amigas me llaman cari-ñosamente bióloca. Les agradezco de corazón este generoso reconocimiento. ¿Qué sería la vida sin esa pizca de locura? El gran Erasmo se hizo famoso por su «Elogio de la locu-ra», que no fue ni con mucho su mejor obra. Y Cervantes dio en el clavo cuando al crear la estampa eterna del hombre, nos presentó a dos locos complementarios: Don Quijote y Sancho Panza, a cuál más digno de admiración y de respeto. Y Maga es mi fiel amiga. No me detendré a cantaros sus cualidades, tan uni-versalmente conocidas y reconocidas. Quien dijo que el perro es el mejor amigo del hom-bre, se olvidó de decir que la perra es la mejor amiga de la mujer. Una obviedad que se silenció alevosamente.
Pues bien, ocurre que cuando hablo de de-terminadas cosas de la vida, como las que han dado pie a este libro, la gente me mira raro. Y en cuanto se percatan de que mis pa-labras se salen del surco que tienen hecho en su cerebro, dictaminan que hablo extrava-gancias. Y tienen razón: mis palabras y mis razones vagan totalmente «extra», fuera de sus surcos mentales. Por eso me han condena-do al silencio. Pero no me resigno porque si no hablo, reviento: así somos las mujeres, y así es bueno que seamos.
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Yo me llamo Helena porque así lo quisieron mis padres, que al verme aparecer en este mundo, se pegaron un buen susto. Pero para estar tan asustados, acertaron a ponerme un hermoso nombre. En efecto, Helena fue antes Selene: la luna. ¿Qué mejor nombre para una mujer? Y encima con el antecedente genial de Helena de Troya. Y en su genealogía, Minerva con todos sus extraordinarios atributos. En fin, expreso aquí mi agradecimiento por tan espléndido nombre: lo llevo con orgullo.
Y a ella le puse el nombre de Maga. Lo esperaba todo de ella, pero no en esta di-mensión real en que vivimos, sino en el de la magia. Como Harry Potter, como la vari-ta mágica, como los Reyes Magos. Maga vino a mi casa para eso: para traspasarme a la dimensión mágica de la vida. Y sí, claro que sí, no podía ser de otro modo: Maga es mágica.
Podéis comprender por tanto que como les ocurre a tantísimos hombres y mujeres y niños, no hay en el mundo persona con la que me lleve mejor que con Maga. Ella me atiende y me entiende de maravilla. Pero lo más im-portante es que ella hace que yo me entienda cada vez mejor. Vaya pues mi hondo agrade-cimiento a mi queridísima Maga. Como podéis entender, ella es mi confidente: inteligente y sensible. ¡Qué sería de mí sin ella!
Y como andan rondándome por la cabeza y por las entrañas cosas que necesito digerir despacio, cosas precisamente de animales, y más precisamente aún de hembras, ¿con quién