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369 LOS PODEROSOS DEL CIELO (poema escenificable) I EN EL MOMENTO DEL ALBA SOLISTA PRIMERO (Hombre): "Entonces vino la palabra; vino aquí de los dominadores, de los poderosos del cielo, en las tinieblas, en la noche; fue dicha por los dominadores, los poderosos del cielo; hablaron; entonces celebraron consejo, entonces pensaron, se comprendieron, unieron sus palabras, sus sabidurías. Entonces se mostraron, meditaron, en el momento del alba; decidieron construir al hombre, mientras celebraban consejo sobre la producción, la existencia de los árboles, de los bejucos, la producción de la vida, de la existencia en las tinieblas, en la noche... Entonces celebraron consejo sobre el alba de la vida, cómo se haría la germinación, cómo se haría el alba... Que la germinación se haga, que el alba se haga en el cielo, en la tierra, porque no tendremos ni adoración ni manifestación por nuestros construidos, nuestros formados, hasta que nazca el hombre construido, el hombre formado; así hablaron...”

(poema escenificable) I · 2015-10-09 · de los Maestros Gigantes hincado de rodillas en la entraña. Además nuncamente las deidades lograron construir los "camellos en edad de

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LOS PODEROSOS DEL CIELO (poema escenificable)

I EN EL MOMENTO DEL ALBA SOLISTA PRIMERO (Hombre): "Entonces vino la palabra; vino aquí de los dominadores, de los poderosos del cielo, en las tinieblas, en la noche; fue dicha por los dominadores, los poderosos del cielo; hablaron; entonces celebraron consejo, entonces pensaron, se comprendieron, unieron sus palabras, sus sabidurías. Entonces se mostraron, meditaron, en el momento del alba; decidieron construir al hombre, mientras celebraban consejo sobre la producción, la existencia de los árboles, de los bejucos, la producción de la vida, de la existencia en las tinieblas, en la noche... Entonces celebraron consejo sobre el alba de la vida, cómo se haría la germinación, cómo se haría el alba... Que la germinación se haga, que el alba se haga en el cielo, en la tierra, porque no tendremos ni adoración ni manifestación por nuestros construidos, nuestros formados, hasta que nazca el hombre construido, el hombre formado; así hablaron...”

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SOLISTA SEGUNDO (Mujer): Dioses hambrientos de ademanes humanos y rodillas piadosas hincadas en su misa de polvo. Dioses amantes de darle el golpe al incienso o al copal y retener la idolatría en el pecho, como una meditación de los pulmones. Dioses que, encaramados en la palabra infinito, sienten que se resbalan y temen la caída. Deidades sin entrañas eternas ni un círculo perfecto cuerpo adentro como el sistema circulatorio donde discurre la sangre del eterno retorno. Pobres diablos sostenidos, en su divinidad, con la estaca de la adoración. Dioses que buscan en sus criaturas la plegaria nuestra de cada día. Dioses aterrados por la soledad que en lugar de vísceras encierran en su cuerpo. Dioses que deciden crear y traen el "hágase la luz" enredado entre los dedos. CORO FEMENINO: Cuando cae el hombre en cuenta de lo pesado que a veces resulta el aire; y siente que sus músculos son almacenes de anemia; cuando advierte que las matemáticas que sabe sólo le sirven para conocer que tienen las horas contadas; cuando se ve asediado por las mandíbulas del cáncer o por el antropófago lecho mortuorio;

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cuando se sabe huérfano, temeroso, solitario, como el niño que se vive el hijo pródigo del vientre materno, entonces se pone de pie, da un salto, conquista el más allá, pierde sus límites, se llama superhombre y se tutea con todos los milagros. CORO MASCULINO: Antes del hombre. A su espalda. Cuando la cola reía, se enojaba, o buscaba un rincón para enroscar su tristeza... Cuando se resistía, larga, velludamente a que el nuevo animal se desgajara de su patria de ramas, nidos, hojas y deseaba que siguiera en el aire encaramado. Cuando la lengua no había hallado aún el sabor de una palabra... CORO MIXTO Hacia el séptimo día de encontrarse creando a las deidades el miedo y la ignorancia descansaron. En la cabeza humana existe un centro, un punto, una neurona clandestina cuya función consiste en hacer dioses

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y envolverlos después en la apariencia de ser nuestros creadores, y en las manos del hombre hay ademanes –llevar, como en el parque lo hace un niño, el aro de lo eterno hacia el poemario, o conducir el mármol al sitio en que, ya siendo una escultura, deja su edad de piedra– que imprimen en la piel de lo divino su huella digital, marca de fábrica de la razón que luce la perpetua calvicie del cerebro. Mas los dioses no son simple factura humana (construida en algún pasadizo secreto de la mente), sino prolongación de los mortales, la instantánea del hombre cuando salta, lugar de aspiraciones realizadas que mira a las criaturas, desde el hombro que le tienden los cielos, como nuestra señora de los Sauces, Patrona de la lástima. Bajo la piel de dioses, desde el altar al cual se les proyecta, los humanos se dieron a buscarse en las cosas, las bestias y los hombres. Salieron en su busca, incluso en aquel mundo imaginario, antes de los ilícitos amores que tuvo una manzana con un áspid, en que Dios era sólo la inmaterial pre-historia de los hombres.

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II GUARDIANES DE TODAS LAS SELVAS SOLISTA PRIMERO (H): "Tal fue en verdad el nacimiento de la tierra existente. 'Tierra', dijeron, y en seguida nació. Solamente una niebla, solamente una nube fue el nacimiento de la materia. Entonces salieron del agua las montañas..., en seguida nacieron simultáneamente en la superficie de la tierra los cipresales, los pinares... Primero nacieron la tierra, los montes, las llanuras, se pusieron en camino las aguas; los arroyos caminaron entre los montes; así tuvo lugar la puesta en marcha de las aguas cuando aparecieron las grandes montañas... En seguida secundaron a los animales, guardianes de todas las selvas, los seres de todas las montañas: venados, pájaros, pumas, jaguares, serpientes..." SOLISTA SEGUNDO (M): Los poderosos del cielo, en su asamblea, deciden, como tema inicial de la orden del día, hacer el día, y en el punto de Asuntos Generales, los cielos y la tierra, las aguas y montañas. No pretenden que de la virginidad de un pesebre salte el infinito; pero sí pasar sus ademanes geométricos por las cosas, y que el orden y la armonía hallen en el Edén las razones suficientes para echar a volar los papalotes de sus hojas de parra. Forman, con el calor, la tibieza (el dulce alrededor de la epidermis) y las grandes temperaturas, las que, cuando tiene incendiada su frente el termómetro,

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no son sino una prolongación de la instalación eléctrica del infierno o las tempestades de rayos, de largos, de infinitos circuitos, que bajan del bombardero místico de un dios. Deciden asimismo helarlo todo, para que se conserve la existencia: la eternidad, si existe, necesita habitar en un témpano de hielo. Deciden congelar hasta el gerundio. Hubo necesidad de un deshielo de su fantasía para soltar las aguas. Y que llevaran la rienda de su carrera suelta. Para encarnar los mares y los lagos, les brotaron en las manos ojos de agua, manantiales en los que se lee la buena ventura de los pueblos. Dinosaurios que emergen de su baño, Las montañas ahogaron su sitio en la laguna y rompieron a andar (mientras dejaban en miles de pedazos destruida la quietud a su espalda) como si acudieran a la voz mahometana de la geología. A cada movimiento de sus manos, aleteo de una cigüeña mágica, resulta una criatura: desde gusanos grotescos que ensayan, bajo el reflector de un delgado rayo de luna, su danza de las siete babas, y estrafalarias arañas (ombligos separados de sus vientres) que apresan la mosca de su cuerpo a la mitad de la telaraña de sus patas; desde aquellas lagartijas que se hallan, jorobadas de sol, a la busca, con su movimiento, de no sé qué orgasmo misterioso; desde el gallo de pelea –nada mejor para agredir la noche– que ve con los ojos llenos de furia,

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que ve con los espolones, la supervivencia terca de un lucero, hasta el jaguar que da tarascadas microscópicas con cada una de las manchas de su piel, o el tigre hecho con luces de Bengala... SOLISTA PRIMERO: "...'Habladnos, invocadnos, adoradnos', se les dijo. Pero no pudieron hablar como hombres; solamente cacarearon, solamente mugieron, solamente graznaron; no se manifestó ninguna forma de lenguaje, hablando cada uno diferentemente... 'No está bien', se respondieron unos a otros los procrea-dores, los engendradores, y dijeron: 'He aquí que seréis cambiados, porque no habréis podido hablar... Vosotros, recibiréis vuestro fardo: será mordida entre los dientes'... Tal fue, pues, el fardo de su carne: así el fardo de ser comidos, de ser matados, fue impuesto, aquí sobre todos los animales de la superficie de la tierra”. SOLISTA SEGUNDO: Mas los ruidos de su lengua, se encontraban a no sé cuántos años-palabra de las oraciones o alimentos que demandaba el estómago de los Maestros Gigantes hincado de rodillas en la entraña. Además nuncamente las deidades lograron construir los "camellos en edad de orar", las hormigas piadosas que en la tierra pasean un rosario y los pobres mortales que corren a esconderse debajo de la cama de un "dios mío". Las bestias entre sí no se entendían, sus vocablos se perdían en el aire, en un polvillo afónico. Y sus lenguas se daban las espaldas. Solamente soltaban por la atmósfera la cesta de huevos del cacareo, el estanque de graznidos donde todo silencio se zambulle o el mugido que pone entre paréntesis la vieja mansedumbre de su testa y embiste la silente muleta de la tarde.

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Los engendradores condenaron a los animales a servir de alimento, los colocaron en la mirada del hambre, les dieron por destino la dentadura humana, y un extenso menú, variado y sin cautela, tendieron en la jungla, en tanto que, estallando su fuete de intestinos, los hombres cazadores intentaban hacer de cada bestia manjar domesticado por el fuego hasta el término medio de la lógica que el gusto les dictaba. CORO FEMENINO: Las hortalizas, las sillas y los puentes, las cápsulas que van de hacia la luna a destruir centurias de poesía, los libros que encuadernan las miradas mejores que tenemos, la flauta que traduce el capullo invisible del aliento en sonidos que aletean su temor de alfileres en el aire. El oro, los perfumes, los teléfonos, las montañas que caminan hacia los hombres que viven en la noche de su fe de carboneros, el lago y su criadero de llanto colectivo para peces apresados. Las entrañas plagadas de poemas de los lápices. El hombre es un armario de proyectos y sus manos, perpetuamente encinta, alzan, en su contorno, sin un claro de reposo, un bosque de criaturas donde sopla ese aire huracanado de familia

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de ser obras humanas. Y el mortal imagina a sus deidades también como hacedores, y a sus manos, divinas, como dotadas del don de ubicuidad, manos que son las pastas de interminables biblias y coranes; dioses tan laboriosos, tan obreros, tan constructores y formadores, que miran al domingo como el día en que, por transformarse sus manos en muñones frente a posibles criaturas, es el día tedioso de lavarse las manos en la nada. CORO MASCULINO: El hombre primitivo levantó sus primeros dioses pulimentados, en los ídolos la edad de piedra de sus creencias. Dividió las alturas y entregó a cada deidad una parcela de firmamento. Y el Olimpo fue poblado por el dios hecho añicos de la mitología. A su primitivismo, hizo corresponder dioses trogloditas, dioses que habitaban en no sé qué cavernas celestes, dioses que sólo sabían deletrear lo finito o que eran practicantes secretos de teofagia hasta quedar con jirones divinos en los dientes.

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El hombre cavernícola edificó una iglesia con la primera piedra de un ídolo. Era la construcción, el monumento con que se recordaba la victoria de Dios contra los dioses antes de que el temblor de las creencias la hiciera derrumbarse y colocar ante nuestras pupilas las Santas Escrituras de la nada. CORO MIXTO: En el oleaje (que arriba a la playa a toda vela, y en la resaca después torna con cansados remos) salta hacia tierra la vida. Como aquella polvareda que con sólo transformar su estado de ánimo es caminante o camino, coacervados, trilobites o medusas son a un tiempo pie y peldaño, tren de albúmina que cada vez que se para hace bajar del convoy las estaciones sucesivas del trayecto. Salta hacia tierra la vida. Ápices de protoplasma grietan sus bocas minúsculas y la larva de un ladrido, del maullar o del gorjeo, va desplegando el reparto de personajes que actúan en el drama.

Del océano salta la vida y la lucha por la vida en que a la postre superviven los colmillos más aptos.

Y los guardianes de las selvas (vigilancia que ejerce la zoología sobre la inerme botánica) son hijos de aquella estirpe.

Chacales, cóndores, pumas, con jaguares y culebras, son el anuncio inocente de la zoológica tribu de víboras que poseen

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la ponzoña del cerebro. Mas la razón no ha llegado:

los animales no ingieren pastura de silogismos ni el intelecto se suelta a llorar en su cerebro. La tierra, de todos: nadie poseía en su choza el tiesto de decir "mi tierra" ni a la cacería de cosas, tendía su red de pronombres posesivos nadie. Era la comuna primitiva. Todos, cincela en la mano, tallaban, tallaban la gran escultura del vocablo nuestro.

Y los individuos –la hormiga cargaba todo el hormiguero cuando caminaba– aún no sufrían las gramaticales jaulas que en primera persona de angustia, hace de los hombres, ya como individuos, personas que cargan al cuello la piedra de sus soledades.

III DE TIERRA HICIERON LA CARNE

SOLISTA PRIMERO: “Entonces fue la construcción, la formación. De tierra hicieron la cerne. Vieron que aquello no estaba bien, sino que se caía, se amontonaba, se ablandaba, se mojaba, se cambiaba en tierra, se fundía; la cabeza no se movía; el rostro quedábase vuelto a un solo lado; la vista estaba velada; no podían mirar detrás de ellos”. SOLISTA SEGUNDO: Los dioses, las manos enlodadas, vieron que su obra era buena. Las criaturas de fango fueron ya, desde el principio,

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su propia sepultura. La circulación de polvo por sus venas las convertía en relojes de sí mismos. No se podían retener en un solo sitio (hasta la inquietud pierde a los árboles). A un hombre que corría se le llamaba polvareda... Cuando un humano deseaba a una mujer, se le iban los ojos y las manos (tras de abordar al viento en la estación más próxima) hasta asimilarse al cuerpo de la amada. No había cotos cerrados ni individuos: cada cuerpo era una árida parcela, en la que nadie podría alzar la cosecha de un yo. Algunos hombres de barro, creían haber conquistado la firmeza como si midieran su tiempo con relojes de lodo que es témpano de tierra; pero entonces se licuaban, convencidos por los razonamientos de las lágrimas, o se quebraban, mostrando que la boca no había sido sino la primera grieta. Se quedaban con los ojos desorbitados, inmóviles, como si el verbo ser hubiera dado un golpe de estado y todas las cárceles estuvieran atestadas de vencidos gerundios. Después se desmoronaron, se les llenaron sus pies con la hojarasca de sus párpados secos, y ni siquiera pudieron retener la caída de su polvo con las manos, las que, ya desde antes, yacían en la tierra,

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como si les hubiese madurado el tacto de repente... La muerte era para ellos el derrumbamiento de un castillo de arena que aplasta a su fantasma. SOLISTA PRIMERO: “Al principio hablaron, pero sin sensatez. En seguida, aquello se licuó, no se sostuvo en pie. Entonces los constructores, los formadores, dijeron otra vez: 'Mientras más se trabaja, menos puede él andar y engendrar.' 'Que se celebre, pues, consejo sobre eso', dijeron..." SOLISTA SEGUNDO: Hablaron. Pero eran insensatos. Perdían la memoria en los sótanos del recuerdo. Y se les atragantaban los puntos suspensivos. Andaban a la búsqueda del rastro que dejó en la prehistoria la primera palabra… Y se licuaron, no pudieron los colosos mantenerse erguidos: el barro de sus pies no era otra cosa que el acuático sueño de su tierra. CORO FEMENINO: En el lomo del hombre, en su cerviz de esclavo, allí donde las alas se marchitan, el mundo arrojaba el sin fin de latigazos de sus leyes naturales.

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CORO MASCULINO: Un pedazo de arcilla, un lodazal de sueños y de angustias, un hombre que se hallaba cargándose a sí mismo como quien carga una piedra... Un hombre que corría a esconderse en la caverna de sus párpados cerrados, y al escuchar el suspiro de un dinosaurio se quedaba pensativo... CORO MIXTO: Todo era indigencia: ni siquiera habían llenado sus arcas de necesidades. El único avaro que existía entonces era el silencioso. Los hombres, desnudos, no tenían bolsas donde una distinta posición guardaran. Todo era indigencia; rebeldes, los hombres pulieron sus manos y, en piedras, su nuevo ser humano mismo, e hicieron un arco –taller en que nacen las horas contadas del ave que cruza cielos imprudentes– para que la flecha del hambre atinase en la bestia ingenua que iba por la jungla sin saber, incauta, que a partir de entonces "hombre" se llamaba su muerte cercana. Todo era indigencia; si al menos formaran su guardarropía de harapos los hombres. Las trojes tribales tenían por fondo la palabra nuestro; pero casi siempre, cuerno de Pandora, se hallaban colmadas por una abundante cosecha de espacio. Todo era indigencia, los hombres sufrían al sentir un hambre que era sedentaria frente al nomadismo de los alimentos.

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Todo era indigencia; pero los humanos tenían las arcas llenas, no de viandas o dinero, sino de pasión, esfuerzo colectivo, manos plagadas de tiempo y hasta, derramándose, de sueños y pasos en la exacta dosis que se necesita para hacer la historia. IV LOS MANIQUÍES SOLISTA PRIMERO: "...¿Se hará, acontecerá que esculpamos en madera su boca, su rostro?, así fue dicho... Al instante fueron hechos los maniquíes, los muñecos construidos de madera; los hombres se produjeron, los hombres hablaron, existió la humanidad en la superficie de la tierra. Pero no tenían ni ingenio ni sabiduría, ningún recuerdo de sus constructores; por eso decayeron. Solamente un ensayo, solamente una tentativa de humanidad. Al principio hablaron, pero sus rostros se desecaron; sus pies, sus manos eran sin consistencia, ni sangre, ni humores, ni humedad, ni grasa... secos sus pies, sus manos. Estos fueron los primeros hombres que existieron en la superficie de la tierra..." SOLISTA SEGUNDO: Más que de tierra, de lodo o de arena –dijeron los engendradores– lo haremos de cedro, roble, pino o del sauce sin consuelo. El árbol es más cielo que la nube cuando está, estrellamente floreciendo, y la germinación, un pacto con los astros, un echar a volar las escaleras, un guardar en el tallo y en el tronco el puñado de pájaros que exige todo crecimiento.

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La madera ve al fango, como el Ángel (que lleva el cielo bajo el brazo) ve a la criatura humana. Seres hechos de madera: ojos, manos y pies son de madera; de ahí el nombre de tronco de su cuerpo o de corteza cerebral bajo su cráneo, y la actitud (herencia, testamento de la biología) de advertir en la cuna si la astilla recién nacida parpadea con los ojos del padre o de la madre. Pero eran los maniquíes defectuosos. No podían amarse: cada caricia los dejaba mutuamente astillados, y estaban silenciosos, sin decir: esta boca es tuya. Eran sólo una tentativa, un bosquejo, un comenzar el ser por su caricatura. Carecían de sentimientos: en su entraña de aserrín una pasión habría provocado un incendio. No sabían hablar: su lengua era una larga y puntiaguda presencia del silencio. Y aunque se enojaban y se les subía la savia a la cabeza, su voz arrodillada no sabía protestar contra los dioses. Sus palabras eran sólo probetas saturadas de incoherencias: sonidos que, mezclados por la química, hacían la explosión de un alarido. No tenían madera de hombres. Se hallaban secos, sin más agua que aquella que aleteaba

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en el borde del ojo. Sus pies, sus manos, eran sin consistencia. Daban constantemente de bruces, como queriendo volver a la madre tierra. SOLISTA PRIMERO: "En seguida llegó el fin, la pérdida, la destrucción, la muerte de aquellos maniquíes, muñecos construidos de madera. Entonces... una gran inundación fue hecha... y su muerte fue esto: fueron sumergidos; vino la inundación..." SOLISTA SEGUNDO: Si los hombres de tierra eran su propia sepultura, los de madera, desde que nacían, eran su propio ataúd. El cielo fue cernido en el molino de viento de las nubes... Un incendiado paje momentáneo habló de la tormenta y tarareó unos compases: el movimiento tercero de la sexta sinfonía. La llovizna, el aguacero, la lluvia torrencial pusieron los peldaños por los que, paso a paso, fue ascendiendo el derrumbe general de las aguas, el fruto ya maduro, del diluvio que llegaba arrasando todos los astilleros de Noé; mas los hombres de madera flotaron un instante agarrados a su propia tabla. Y dieron gracias a sus formadores de que el sexo de su madre hubiera sido picoteado por un ave de oficio carpintero.

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SOLISTA PRIMERO: "El llamado Cavador de Rostros vino a arrancarles los ojos; Murciélago de la Muerte, vino a cortarles la cabeza; Brujo-Pavo vino a comer su carne; Brujo-Búho vino a triturar, a romper sus huesos, sus nervios; fueron triturados, fueron pulverizados, en castigo de sus rostros, porque no habían pensado ante sus madres, ante sus padres, los espíritus del cielo llamados gigantes". SOLISTA SEGUNDO: Como si Saturno hubiera sido el padre de Argos, el Cavador de Rostros –caníbal de miradas – les arrancó los ojos para devorarlos. Murciélago de la Muerte, furioso ante la ausencia de plegarias, perdió la cabeza, e hizo que los humanos, a su imagen y semejanza, la perdieran. Brujo Pavo, un dios de rapiña, vino a comer su carne, tras de ponerse a orillas de la agonía afilando el apetito. Brujo Búho llegó a triturar sus huesos y sus nervios, a pulverizarlos: el polvo que quedó, el aserrín, no era sino un hormiguero de madera, la ceniza reunida por las manos de alta tensión de las deidades crematorias. Los hombres de madera fueron diezmados. Y cómo dejarían de serlo

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si carecían del recuerdo de sus progenitores; cómo, si a sus deidades se les había olvidado ponerles la memoria en la cabeza. Hombres que fueron error de los poderosos, quienes, incrédulos, perdieron la fe de erratas. Eran un arrepentimiento de los dioses, un arrugar las páginas escritas hasta formar en ellas pequeños laberintos donde trata la vergüenza de hallar inútilmente la salida. SOLISTA PRIMERO: "Sus piedras de moler, sus vajillas de barro, sus escudillas... todos hablaron; 'Nos hicisteis daño, nos comisteis; os toca el turno; seréis sacrificados,' les dijeron sus perros, sus pavos. Y he aquí lo que les dijeron sus piedras de moler: 'Teníamos cotidianamente queja de vosotros; cotidianamente, por la noche al alba... Ahora que habéis cesado de ser hombres, probaréis nuestras fuerzas; amasaremos, morderemos, vuestra carne', les dijeron sus piedras de moler... y he aquí que sus ollas, sus vajillas de barro, les hablaron: 'Daño, dolor, nos hicisteis, carbonizando nuestras bocas, carbonizando nuestras faces, poniéndonos siempre ante el fuego. Nos quemabais, sin que nosotros pensáramos mal; vosotros lo sufriréis a vuestro turno, os quemaremos', dijeron todas las ollas... de igual manera las piedras del hogar encendieron fuertemente el fuego puesto cerca de sus cabezas, les hicieron daño". SOLISTA SEGUNDO: Las cosas, fatigadas de ser manipuladas, de encontrar en las manos de los hombres su destino su decálogo; fatigadas de ser arrastradas por arbitrarias huellas digitales hacia el corral de un designio, se rebelaron.

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Comenzaron por formar una guerrilla –un puñado de chispas en el campo– y terminaron por acosar el poder, buscándole al coloso Aquiles su talón de barro. A cada una de ellas –las ollas, las vajillas, los metates– les brotaron mandíbulas y una fila de cóleras incisivas, caninas y molares. La mansedumbre del can (la parte de su cuerpo que esculpen las caricias) se transformó de pronto en una perrera de gruñidos. Cada gruñido era un tigre antes de dar el salto. Un odio tembloroso mordido por la rienda de los dientes. Las cosas tiraban tarascadas. Cada una se defendía como gato espinas arriba. "Os toca el turno", dijeron. SOLISTA PRIMERO: "Los hombres corrieron llenos de desesperación. Quisieron subir a sus mansiones; pero, cayéndose, sus mansiones les hicieron caer. Quisieron subir a los árboles; los árboles los sacudieron a lo lejos. Quisieron entrar en los agujeros, pero los agujeros despreciaron sus rostros". SOLISTA SEGUNDO: Los hombres corrieron, llenos de desesperación. Como si sintieran a su espalda las mordidas de la hidrofobia, al correr sentían que un callejón sin salida les pisaba los talones.

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Entraron en sus chozas; pero les salió a recibir el anfitrión del derrumbe y sus huesos fueron a formar parte de ese rompecabezas para dioses que es el caos. Subieron a los árboles (dejando al pie del tronco el morral, sus pertenencias, la ley de gravedad); mas se sintieron arrojados al suelo como frutos envenenados. Fueron a las cavernas, a los últimos sitios, al refugio antiaéreo contra la ira divina; mas ahí los aguardaba, al centro de la boca de lobo de la gruta, el lobo mismo. SOLISTA PRIMERO: "Hombres formados, hombres para ser destruidos, hombres para ser aniqui-lados". SOLISTA SEGUNDO: Hombres cuyo talón de Aquiles es el tiempo, hombres que tropezaron con un rayo de sol, cuando éste sirve de cronómetro, hombres hechos de muerte, seres-para-la-nada, entes para los buitres microscópicos que aguardan bajo tierra a los cadáveres, en ristre los colmillos...

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SOLISTA PRIMERO: "Se dice que su posteridad son esos monos que viven actualmente en las selvas... Por eso se parece ese mono, posteridad de una generación de hombres construidos". SOLISTA SEGUNDO: Aunque el "hágase la luz" tiene que ocurrir en la prehistoria de su oscuridad, el humano no desciende del simio, ni Adán es un sepulcro de gorilas... Las cosas ocurrieron al revés; los relojes se vieron preñados de pretéritos tictantes. Fueron así las cosas, y es que cuántas veces el hombre ha dado a luz, como padre de abuelos venenosos, serpientes y escorpiones personales. ¿Por qué no iba a crear orangutanes, gorilas y mandriles colectivos, la colección completa de antropoides, todo, en fin, lo que tiene, frente al hombre (que sueña con poseer más luz en el cerebro), más que materia gris, materia negra? CORO FEMENINO: No sólo fuimos esclavos del mundo natural, ilotas en quienes sólo se escuchan los estertores de las cadenas cuando la muerte llega, bestias de carga que llevan en sus hombros, como camellos que cargaran el infinito, un sinfín de necesidades. También la esclavitud fue de los unos para los otros:

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el ergástulo no es otra cosa que un campo de concentración que abre los ojos, que gatea, que le brinda al horror sus mocedades. Primero la naturaleza, después el hombre hacen que la criatura se convierta en el satélite de llanto de un grillete. La edad de piedra, la de hierro, la de bronce, no son sino diversas formas de ser de la edad de los gruñidos. Que Lázaro despierte. Y las alas de la desilusión batan los buitres. Que Lázaro despierte, que le cambie de nombre a su lecho mortuorio, y al hacerlo escupa los colmillos, se sacuda los vellos de las manos, y se arranque la cola, la última liana del árbol, para hacer con ella el tendedero en que se asoleen los trapitos sucios de su animalidad.

CORO MASCULINO: Los días están contados. Inexorablemente. No hay manera de ponerle luz roja al movimiento. Nadie puede frenar: imposible meterle zancadillas a las ruedas de un tractor,

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ingenuo colocarle al tren enloquecido anuncios de estaciones imprevistas. La historia es un caballo desbocado, drogadicto de metas, llevando al devenir en las pezuñas. El incendio se anuncia en el temblor de la cosa inflamable: en el leño, en la choza o en el miedo. Busca furiosamente, en todas partes, dónde está la ceniza... Cuando ya ha tomado posesión de alguna fortaleza, deja como guardián al centinela de humo y prosigue su marcha de pelotón de lenguas. Y ahí se halla el pasado corroído de grietas; los templos se derrumban sin poder las deidades escaparse: se les cae toda su irrealidad en la cabeza. Entre ruinas se mira el orden existente todo carbonizado cubriendo sus vergüenzas con harapos de ceniza. CORO MIXTO: Aquí se halla aquel hombre, rodeado de cosas, acosado. El que, de sol a sol, es un objeto con las tres dimensiones que acaban, con la cuarta, derritiéndose, nimia cosa que suda fatigada de cargar en sus lomos el conjunto

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de leyes naturales. Los entes que circundan a los hombres, les pasan, al tocarlos, su epidemia: su ser mismo de cosas. No importa que alguien piense ingenuamente que tiene la vacuna de un cerebro; todos: el que trabaja con sus manos y busca un pedestal para cristalizar sus ademanes, y el que en cambio se encuentra, ideas a la obra, recostado en un ocio mullido y confortable, todos son cosas, cosas con asombrados ojos y ocultando en la palma cada uno una interrogación por lo que pasa. V LA MAZORCA EN LA EPIDERMIS SOLISTA PRIMERO: "He aquí que se conseguía al fin la substancia que debía entrar en la carne del hombre construido, del hombre formado; esto fue su sangre; esto se volvió la sangre del hombre; esta mazorca entró en fin en el hombre por los Procreadores, los Engendradores." SOLISTA SEGUNDO: En el panal de leche de un elote mamaron su existencia y encontraron su carne. En la mazorca tierna (con los dientes todavía de leche, construidos para gustar de sí) encontraron su patria de caricias. Pisaron carne. Dieron con la sala de espera de la noche.

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SOLISTA PRIMERO: "He aquí los nombres de los primeros hombres… Entonces tuvieron apariencia humana, y hombres fueron; hablaron, dijeron, vieron, oyeron, anduvieron, asieron; hombres buenos, hermosos; su apariencia: rostros de varones. La memoria fue, existió, vieron; al instante su mirada se elevó. Todo lo vieron, conocieron todo el mundo entero; cuando miraban, en el mismo instante su vista miraba alrededor, lo veían todo, en la bóveda del cielo, en la superficie de la tierra. Veían todo lo escondido sin antes moverse. Cuando miraban el mundo veían, igualmente, todo lo que existe en él. Numerosos eran sus conocimientos. Su pensamiento iba mas allá de la madera, la piedra, los lagos, los mares, los montes, los valles... Acabaron de conocerlo todo, de mirar a las cuatro esquinas... Los de lo Formado, no escucharon esto con placer. 'No está bien lo que dicen nuestros construidos, nuestros formados. Lo conocen todo, lo grande, lo pequeño', dijeron". SOLISTA SEGUNDO: Son hombres que perdieron el olvido. La inteligencia les brotaba por los poros. Contra el embate del mundo se ocultaron tras su trinchera de neuronas, combatiendo el misterio a ontología calada. Sabían que el vocablo dialéctica es la primera piedra filosofal para rehacer el universo, y contemplar, a la vuelta de la esquina, las cuatro esquinas. Eran fuertes: un armario de músculos. Piernas que medían un trofeo más que otras. Brazos para cargar un imposible. Eran bellos como la música de las piedras y el aullar de los insectos que sorprendo en estaciones imprevistas

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de mi radio. Bellos como el sol que en el cauce le mete zancadillas a la nieve distraída. Eran el superhombre. Si tiene el helicóptero un motor conformado por miles de libélulas, el superhombre es un amasijo de sujetos, un salir victorioso en el safari de perfecciones. Mas la envidia (ese virus que tiene su caldo de cultivo en bien ajeno) disolvió el parlamento generoso que habitaba en el ánimo divino y se volvió el tirano que germina su cáncer en el trono y para no caer se encuentra sostenido por la estaca del cetro... CORO FEMENINO: No seremos jamás los constructores de un edénico mundo soportado por el Atlas (y sus músculos de nunca acabar) de un hombre con mayúscula y perfecto. Amigo luchador que formas un reguero de pólvora en tu espíritu: no pienses, no, no lo hagas en un "terrestre cielo" o en comunas de ángeles o en una a reforma agraria realizada en el mismo firmamento.

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Seamos claros: la palabra comunismo no huele nunca a incienso... CORO MASCULINO: Sabedlo, soberanos y vasallos, la última religión es la del hombre, la que (final herencia del mandato que en el Edén prohibiera el paraíso) se repliega en su templo hermafrodita en una abstracta indistinción de sexos y anestesia en la mano del amante la insolencia del tacto. Religión en que está el lobo del hombre que los unos destinan a los otros, disfrazado de ausencia, de la hipócrita oveja de la nada. Religión en que todos son hermanos aunque sean los hijos de mentadas de madre diferentes, antagónicas. Sabedlo, pobres hombres con minúscula, con su carne y su hueso singulares, con su pequeño nombre y apellido que adorna el garabato megalómano de fantástica rúbrica: la final religión es la del hombre, la del ser que se eleva en propulsión de incienso, hasta lo abstracto, cambiándole a los ángeles tan sólo las reglas para el tránsito celeste. CORO MIXTO: No se trata de un cielo que prescinda –teniendo por adobes a los ángeles, por cúpula el cerebro del Mesías– de toda fe de erratas. No es tampoco la inmolación final de los relojes, la perfección dormida en sus pañales

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(teniendo el infinito de sonaja), la segunda edición del paraíso o el momento en que Adán se ve obligado a vomitar, cerrando ya la historia, la manzana ingerida en el principio. Este animal precario, este día de fiesta de las llagas, este abrir, al nacer, los ojos a la lepra, este aullar a los lobos que aúllan a la luna, cómo ha de ser divino si no marcha la eternidad al hombro como lo hacen los diferentes dioses. Los mortales saben que el calendario finaliza con la última hoja de una esquela, y saben que su lámpara se tendrá que apagar, aunque le apliquen aquellos santos óleos que pretenden lubricar nuestro tránsito. Ni modo. No puede ser el tiempo, de ningún paraíso el habitante. No tenemos a mano otro infinito que la sierpe que muérdese la cola y pone su corona de espinas sempiternas en las sienes. Claro que enterraremos el desmadre nuestro de cada día. Promoveremos, claro, la redada de perros de los estados de ánimo rabiosos. Cierto que sentaremos en una silla eléctrica la pena de muerte. Cierto que un manicomio –donde el áspid de Ariadna que lleva a la razón, acabe por morder su propia cola– tal vez esconda aún algún anciano, viejo terrateniente, que posee negras las uñas, sucias

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para soñar que tiene todavía en las manos la tierra. Claro que arrojaremos a la fosa común nuestros gruñidos. Pero jamás seremos ciudadanos de alguna perfección ni cargará la palma de la mano (reliquia de infinito) un trozo de absoluto en el que nunca la dialéctica hubiera hincado el diente.

VI LOS OJOS PETRIFICADOS SOLISTA PRIMERO: "Celebraron consejo los Procreadores, los Engendradores. ¿Cómo obraremos ahora para con ellos? ¡Que sus miradas no lleguen sino a poca distancia! ¡Que no vean más que un poco de la faz de la tierra!... Serán como dioses... Deshagamos un poco lo que quisimos que fuesen... Entonces fueron petrificados los ojos... Por los Espíritus del Cielo, lo que los veló como el aliento sobre la faz de un espejo; los ojos se turbaron; no vieron más que lo próximo... Ellos fueron nuestro tronco, de nosotros los hombres Quichés". SOLISTA SEGUNDO: Quiere, sueña, se desvive por tenerlo todo a mano; pero acaba por tenerlo tan sólo a sus muñones. Quiere mirarlo todo, que todos los secretos bajen la guardia... Pero se queda sólo en la piel de durazno de las cosas, a ras de la apariencia; se pierde en el laberinto de su propia manera de marearse y por ver la corteza no puede ver el bosque del árbol en conjunto. Quiere saberlo todo

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mas no puede sino saborear tan sólo el hambre (como quien poseyera un apetito ilimitado en el sencillo nudo del ombligo). En realidad, se encuentra clavado en la cruz de la palabra jodido... Pobre ser limitado: masoquista que en el dolor se encuentra como pez en el llanto; ególatra que piensa que su primer acto de poligamia es amar a una mujer. Pero tiene que protegerse y en la noche el cerebro se le vuelve una fábrica de escudos. Y entonces se le arroja un chaparrón de sueños. No será nunca un dios. De veras: nunca. Una lágrima, una sola, en los ojos de Dios haría que se destruyese en mil pedazos toda la teología.

CORO FEMENINO: Una bestia con alas es el hombre, un ángel con gruñidos, con hilachos de cielo que le cuelgan de las garras. No respira un oxígeno de dioses ni con siete domingos transcurre su semana. No harán nunca los hombres de los templos condominios que sirvan de viviendas

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a su transformación politeísta, ni estarán en el círculo al que gime el lobo temporal de lo finito. No serán ciudadanos de lo eterno ni podrán nunca espiar por el ojo de alguna cerradura la intimidad de Dios. Sólo son hombres. El lodo, la madera, la mazorca son las formas distintas que los dioses emplean para hacer a los humanos, a su eclosión de puños, a su lucha por saltar de la cosa maniatada al nudo de caminos del cerebro. No son bestias tampoco y si se sientan no hay la incomodidad ya de una cola, y si ríen, tan sólo algún poeta maldito nos traería, metafóricamente, a colación la hiena que se embarra en el hocico un gesto que podría compararse a la risa, compararse con ella como el charco, en el que algún demonio se orinara, puede parangonarse con la pila que acuna agua bendita entre sus brazos. CORO MASCULINO: En las manos, las manos, en las manos, en las manos del hombre está la ruta que lleva, que conduce de la jaula con barras de gruñidos, de la cambiante selva de centurias que hicieron la prehistoria (y en que el tiempo lento, amargo, sin fin, era la bestia mayormente dañina), hacia la mente, cuando la libertad es la neurona gigante del cerebro, y la iracundia que está en el corazón a flor de venas contando los latidos (rebaño de corderos liberados del lobo del temor), acaba por dormirse para siempre...

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En las manos, las manos, en las manos, en las manos del hombre está la forma de saltar desde el hoy hasta el mañana (como si hubieran ellas apretado alguna manecilla del reloj de Casandra adelantado). En las manos del hombre está la forma de aleccionar sus puños en la injuria; pero también hablarles al oído del reguero de polvo enamorado que deja en la epidermis la caricia; de ser el buscapleitos de un cerillo en medio de la pólvora; mas también enterrar los pilotes donde pueda levantarse la aurora, y sembrar nuestra tierra de infinidad de minas amorosas que estallen cuando un hombre solitario se interne en sus dominios. CORO MIXTO: No vamos a calzar al paraíso No vamos, no, no vamos, no vamos a calzar el paraíso. Iremos a sufrir, pero como hombres, mientras la historia humana quedará –arrumbada en su olvido– como el final capítulo de un viejo libro de zoología. Iremos a sufrir, pero no como bestias, como bestias que se lamen la jaula de la herida, como bestias que gimen y hacen que cada lágrima aparezca sin ocultar la cola; sufriremos, es cierto, mas como hombres, sufriremos de pie, el dolor adornando nuestras sienes, lanzaremos aullidos poseyendo

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ya mayoría de edad. No vamos a calzar el paraíso, no vamos, no, no vamos, no vamos a calzar el paraíso. El ser, puede decirse, divino de los hombres, es saberse mortales nada más, pequeñamente, animales perfectos, amarrados al collar de la lógica, que pisan el paraíso no, sólo la tierra.

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