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7/18/2019 Poemas Malditos http://slidepdf.com/reader/full/poemas-malditos-56d4d9a730e85 1/19 A Elena. To Helen, Edgar Allan Poe (1809-1849) Te ví una vez, sólo una vez, hace años: no debo decir cuantos, pero no muchos. Era una medianoche de julio, y de luna llena que, como tu alma, cerníase también en el firmamento, y buscaba con afán un sendero a través de él. Caía un plateado velo de luz, con la quietud, la pena y el sopor sobre los rostros vueltos a la bóveda de mil rosas que crecen en aquel jardín encantado, donde el viento sólo deambula sigiloso, en puntas de pie. Caía sobre los rostros vueltos hacia el cielo de estas rosas que exhalaban, a cambio de la tierna luz recibida, sus ardorosas almas en el morir extático. Caía sobre los rostros vueltos hacia la noche de estas rosas que sonreían y morían, hechizadas por ti, y por la poesía de tu presencia. Vestida de blanco, sobre un campo de violetas, te vi medio reclinada, mientras la luna se derramaba sobre los rostros vueltos hacia el firmamento de las rosas, y sobre tu rostro, también vuelto hacia el vacío, ¡Ah! por la Tristeza. ¿No fue el Destino el que esta noche de julio, no fue el Destino, cuyo nombre es también Dolor, el que me detuvo ante la puerta de aquel jardín a respirar el aroma de aquellas rosas dormidas?  No se oía pisada alguna; el odiado mundo entero dormía, salvo tú y yo (¡Oh, Cielos, cómo arde mi corazón al reunir estas dos palabras!). Salvo tú y yo únicamente. Yo me detuve, miré... y en un instante todo desapareció de mi vista (Era de hecho, un Jardín encantado). El resplandor de la luna desapareció, también las blandas hierbas y las veredas sinuosas, desaparecieron los árboles lozanos y las flores venturosas; el mismo perfume de las rosas en el aire expiró.

Poemas Malditos

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POEMAS MALDITOS

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A Elena. To Helen, Edgar Allan Poe (1809-1849) 

Te ví una vez, sólo una vez, hace años:

no debo decir cuantos, pero no muchos.Era una medianoche de julio,

y de luna llena que, como tu alma,

cerníase también en el firmamento,

y buscaba con afán un sendero a través de él.

Caía un plateado velo de luz, con la quietud,

la pena y el sopor sobre los rostros vueltos

a la bóveda de mil rosas que crecen en aquel jardín encantado,

donde el viento sólo deambula sigiloso, en puntas de pie.

Caía sobre los rostros vueltos hacia el cielo

de estas rosas que exhalaban,

a cambio de la tierna luz recibida,

sus ardorosas almas en el morir extático.

Caía sobre los rostros vueltos hacia la noche

de estas rosas que sonreían y morían,

hechizadas por ti,

y por la poesía de tu presencia.

Vestida de blanco, sobre un campo de violetas, te vi medio reclinada,

mientras la luna se derramaba sobre los rostros vueltoshacia el firmamento de las rosas, y sobre tu rostro,

también vuelto hacia el vacío, ¡Ah! por la Tristeza.

¿No fue el Destino el que esta noche de julio,

no fue el Destino, cuyo nombre es también Dolor,

el que me detuvo ante la puerta de aquel jardín

a respirar el aroma de aquellas rosas dormidas?

 No se oía pisada alguna;

el odiado mundo entero dormía,salvo tú y yo (¡Oh, Cielos, cómo arde mi corazón

al reunir estas dos palabras!).

Salvo tú y yo únicamente.

Yo me detuve, miré... y en un instante

todo desapareció de mi vista

(Era de hecho, un Jardín encantado).

El resplandor de la luna desapareció,

también las blandas hierbas y las veredas sinuosas,

desaparecieron los árboles lozanos y las flores venturosas;

el mismo perfume de las rosas en el aire expiró.

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Todo, todo murió, salvo tú;

salvo la divina luz en tus ojos,

el alma de tus ojos alzados hacia el cielo.

Ellos fueron lo único que vi;

ellos fueron el mundo entero para mí:

ellos fueron lo único que vi durante horas,

lo único que vi hasta que la luna se puso.

¡Qué extrañas historias parecen yacer

escritas en esas cristalinas, celestiales esferas!

¡Qué sereno mar vacío de orgullo!

¡Qué osadía de ambición!

Más ¡qué profunda, qué insondable capacidad de amor!

Pero al fin, Diana descendió hacia occidente

envuelta en nubes tempestuosas; y tú,

espectro entre los árboles sepulcrales, te desvaneciste.

Sólo tus ojos quedaron.

Ellos no quisieron irse

(todavía no se han ido).

Alumbraron mi senda solitaria de regreso al hogar.

Ellos no me han abandonado un instante

(como hicieron mis esperanzas) desde entonces.

Me siguen, me conducen a través de los años;

son mis Amos, y yo su esclavo.Su oficio es iluminar y enardecer;

mi deber, ser salvado por su luz resplandeciente,

y ser purificado en su eléctrico fuego,

santificado en su elisíaco fuego.

Ellos colman mi alma de Belleza

(que es esperanza), y resplandecen en lo alto,

estrellas ante las cuales me arrodillo

en las tristes y silenciosas vigilias de la noche.

Aun en medio de fulgor meridiano del día los veo:

dos planetas claros,

centelleantes como Venus,

cuyo dulce brillo no extingue el sol.

AL AARAAF

1a. Parte

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¡Oh, nada terrenal!, solamente el rayo difundido

 por la mirada de la belleza y retornado por las flores,

como en aquellos jardines donde el día

surge de las gemas de Circasia.

¡Oh, nada terrenal!, solamente la emoción

melódica que brota del arroyuelo en el bosque(música de los apasionados),

o el júbilo de la voz exhalada tan apacible,

que como el murmullo en la caracola

su eco perdura y habrá de perdurar…

¡oh, nada de nuestra escoria!,

sino la belleza toda, las flores que orlan

nuestro amor y que nuestros cenadores engalanan,

se muestran en tu mundo tan lejano, tan distante,

¡oh, estrella errante!

Para Nesace todo era dulzura porque allí yacía

su esfera reclinada en el dorado aire,

cerca de cuatro brillantes soles: un temporal descanso,

un oasis en el desierto de los bienaventurados.

En la distancia, entre océanos de rayos que restituyen

el empíreo esplendor al espíritu desencadenado,

a un alma que difícilmente (los oleajes son tan densos)

 puede luchar contra su predestinada grandeza.

Lejos, muy lejos viajó Nesace, en ocasiones, hacia

distantes esferas,

ella, la favorecida de Dios, y viajera reciente a la nuestra.Pero ahora, de un mundo anclado soberana,

se despoja del cetro, abandona el supremo mando

y entre incienso y sublimes himnos espirituales,

 baña en la cuádruple luz sus angelicales alas.

Ahora más feliz, más bella allá en la hermosa Tierra,

donde vio la luz la “idea de la belleza”

(cayendo en guirnaldas sobre más de una sorprendida

estrella,

como cabellera femenina entre perlas, hasta que a lo lejos

encendióse en las colinas aqueas, y ahí moró),miró Nesace hacia el infinito y se arrodilló;

espléndidas nubes como doseles en torno a ella se rizaban,

apropiados emblemas de la evocación de su mundo,

visto solo en la belleza, y que no perturba la

contemplación

de otra rutilante hermosura entre la luz.

Una guirnalda entreteje cada constelación,

y confina en sus colores el opalino aire.

Se postró con urgencia Nesace en su lecho florido,

un lecho de lirios como los que se erguían

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en el bello cabo Deucato y que anhelantes,

 brotaron acá y allá dispuestos a suspenderse

 bajo las etéreas pisadas, profundo orgullo,

de ella que amó a un mortal, y así murió.

Facelia, brotando junto a las delicadas abejas,

su tallo púrpura levanta en torno a sus rodillas;y la resplandeciente flor, mal llamada de Trebizonda,

de las eminentes estrellas huésped, donde antaño

avergonzó

a todas las bellezas; su enmelado rocío

(fabuloso néctar conocido por los paganos),

delirantemente dulce, gota a gota vertido desde el Cielo,

cayó en los jardines de los imperdonables,

en Trebizonda, y sobre una flor bañada por el sol,

tan parecida a la suya,

que aún conserva el néctar, y a la abeja

tortura con exaltación y raro ensueño;

en el Cielo y en sus contornos,

la hoja y la floración de la encantadora planta, penando

con desconsuelo persiste; oh tristeza que le hace inclinar

su cabeza

arrepintiéndose de desatinos idos ha mucho tiempo,

e irguiendo en el fragante aire su blanco pecho,

como una belleza culpable, purificada y más bella;

 Nictanta, tan sagrada como la luz,

teme perfumar perfumando la noche,

y Clitia, meditabunda entre más de un sol,mientras que lágrimas quisquillosas por sus pétalos se

deslizan.

Y aquella ambiciosa flor que brotó sobre la Tierra,

y murió antes de que penosamente se reanimara en su

nacimiento,

estallando en espíritu su fragante corazón, y rauda

viajó al Cielo desde el jardín de un rey.

El loto Valisneria, que hacia allá escapó,

luego de su lucha con las aguas del Ródano.

¡Y tu más encantador perfume púrpura, oh Zante!

¡Isola d’oro!, ¡Fior di Levante!Y el botón de Nelumbo que por siempre flota

con el Cupido de la India allá en el río sagrado;

¡bellas y encantadoras flores!, que a tu custodia se confía

transponer el canto de la Diosa en aras de fragancias al

Cielo:

“¡Espíritu que habitáis

en el profundo cielo,

donde lo terrible y lo perfecto

en belleza rivalizan!

Más allá de la línea del azul,

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  el límite del astro

que se desvía al ver

vuestra barrera y vuestra valla;

esa barrera trascendida

 por los expulsados cometas

de su trono y de su orgullo, para ser esclavos hasta el fin

y portadores del fuego

(el fuego rojo de su corazón)

con velocidad incansable,

y dolor incesante;

oh vos que habitáis, eso lo sabemos,

en la eternidad, y lo sentimos;

 pero la sombra en vuestra frente,

¿qué espíritu la revelará?

Aunque los seres a quienes vuestra Nesace,

vuestra mensajera conoce,

han soñado para vuestra infinidad

como su modelo propio.

¡Vuestra voluntad se ha cumplido, oh Dios!

Por las alturas ha surcado la estrella

entre numerosas tempestades, pero siempre

viajó

delante de vuestra ardiente mirada.

Y aquí, con el pensamiento hacia vos dirigido,

 pensamiento que solo asciende

a vuestra majestad,y es partícipe de vuestro trono,

la fantasía alada

os entrega mi mensaje,

hasta que lo secreto sea conocimiento

en las cercanías del Cielo”.

Concluyó su canto, y hundió sus ardorosas mejillas,

avergonzada, entre el lecho de lirios,

 buscando refugio ante el fervor de su mirada, porque los astros tiemblan en presencia de la deidad.

 No se perturbó, ni respiró, porque ahí mismo había unavoz,

¡cuán solemne impregnaba el apacible aire!,

sonido del silencio en los sobresaltados oídos

al que los soñadores poetas llaman “música de las

esferas”.

Un mundo de palabras es nuestro mundo, y a la quietud

llamamos “silencio”, que es la más simple de todas las

 palabras.

Habla toda la naturaleza, y hasta de las cosas ideales

se desprenden intangibles sonidos por la agitación de

visionarias alas.

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Pero no así, cuando en los dominios de las alturas

escúchase la eterna voz de Dios,

¡y los rojos vientos decaen en el Cielo!

“Aun cuando en los mundos rigen invisibles ciclos

sujetos a un pequeño sistema y a un sol,son mundos en los que todo mi amor es insensatez, y

todavía concibe

la muchedumbre mis terrores, por la ira de la nube del

trueno,

de la tormenta, del terremoto y del océano furioso

(¿se cruzarán conmigo en mi senda iracunda?).

Aun cuando en los mundos poseedores de un solo sol

se atenúan las arenas del tiempo conforme se escapan,

siempre vuestro es mi resplandor, así consagrado

 para preservar a través del Cielo mis secretos.

¡Abandonad vuestro cristalino hogar,

y con vuestro séquito por el lunado cielo volad,

 pero debéis disperaros como luciérnagas en la noche

siciliana,

y que os lleven vuestras alas a otros mundos, con otra luz!

¡Divulgad los secretos de vuestra misión

a los orgullosos orbes titilantes,

y que sean para cada ocasión, barrera y proclama!

¡Qué no se tambaleen las estrellas por la culpa del

hombre!”.

En la ambarina noche irguióse la doncella,

¡el ocaso de una sola luna! (en la Tierra comprometemos

a un amor nuestra fe, y adoramos a una luna),

nada más tenía el sitio donde nació la flamante belleza.

Y cuando emergió el astro de ámbar de las aterciopeladas

horas,

se levantó la doncella de su florido santuario,

y por la brillante montaña y la mortecina planicie inició

su camino, mas no abandonó todavía su reino de Terasia.

2a. Parte

En lo alto de una montaña de cumbre esmaltada,

(el soñoliento pastor en su lecho

de enorme pasto, tranquilo reposa,

levanta sus pesados párpados, se sobresalta y verifica,

murmurando repetidas expresiones de que “espera ser

 perdonado”,

y a qué hora alcanza la luna su culminación en el cielo),

de rosada cúspide que imponente se destaca a lo lejos,adentrándose en el éter iluminado por el sol, y captura los

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rayos

de los soles ocultados al atardecer (a medianoche,

mientras que la luna danzaba con bella y foránea luz),

se erigió un conjunto allí, en esas alturas,

de magníficas columnas en el tenue aire,

fulgurando desde los mármoles de Paros esa simétricasonrisa

sobre las lejanas olas que allí relumbran,

y que protegen a la formidable montaña en su

fundamento.

Pavimentada de estrellas fundidas, como si hubiesen caído

a través del aire de ébano, plateando el manto mortuorio

de su propia disolución, mientras que van muriendo,

las celestes moradas adornan.

Descendida una cúpula desde el Cielo unida por la luz,

delicadamente se posó como una corona sobre las

columnas;

una ventana hecha de circular diamante

ahí mira hacia el exterior, hacia el aire purpúreo,

y los rayos de Dios matizaron aquella cadena de meteoros,

y de nuevo consagraron toda la belleza,

salvo cuando entre el Empíreo y aquel anillo,

sus negras alas batió un ávido espíritu.

Pero en los pilares los ojos de los serafines vieron

de este mundo la oscuridad: ese verde grisáceo,

 preferido color de la naturaleza para la tumba de la

 belleza,oculto en cada cornisa y alrededor de cada arquitrabe…

y los esculpidos querubines que por ahí se hallan,

que atisban desde sus moradas marmóreas,

terrenales parecían en la sombra de sus nichos.

¿Estatuas aqueas en un mundo tan precioso?

¡Frisos de Tadmor y Persépolis,

de Baalbek, y el claro y silencioso abismo

de la bella Gomorra! ¡Ah, sobre ti está ahora la ola,

 pero ya es demasiado tarde para rescatarte!

Ama el sonido deleitarse en la noche estival:testigo del gris crepúsculo es el murmullo

que sigiloso, llegó a los oídos, en Eiraco,

de los visionarios observadores de astros mucho tiempo

ha.

Llega siempre furtivo a los oídos de aquel,

que contemplativo, su mirada fija en la umbrosa distancia,

y ve aproximarse como una nube la oscuridad…

¿No es su forma, su voz, más sonora y palpable?

Pero, ¿qué es esto? Viene y trae

consigo música: hay un agitar de alas,

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una pausa, y luego del espacio surca descendente una

cadencia,

y Nesace está de nuevo en sus salones.

Por la desbordante energía de su jovial urgencia,

encendidas están sus mejillas, entreabiertos sus labios,

y el cinto que ciñe su graciosa cintura por el palpitar de su corazón se ha reventado

En el centro del salón aquel, y para respirar,

se detiene Zante. ¡Y todo bajo el fulgor

de la bella luz que besa su dorada cabellera;

ansiaba ella el descanso, mas solo resplandecer podía!

Delicadas flores susurraban melodías

a algunas flores aquella noche, a los árboles, de uno a

otro,

y fuentes de las que brotaba música mientras que se

derramaban

entre arboledas a la luz de las estrellas, y en los valles a la

luz de la luna.

Pero acalló el silencio las cosas materiales

(bellas flores iridiscentes, cascadas y alas de ángeles)

y solamente el sonido surgido del espíritu,

fue la vibración del encanto que entonó la doncella:

“Debajo de las campanillas, de los arcos

de la aurora, del florido ramaje, o de las cimas

de flores, protégese el soñador

de los rayos lunares.

Seres luminosos, que meditáis

con entornados ojos

en las estrellas atraídas

 por vuestra fantasía de los Cielos,

 brillando ellas a través de las sombras

y que descienden en vuestras frentes,

como los ojos de la doncella

que ahora os llama;

levantáos y abandonad vuestro soñaren violáceos cenadores;

id a vuestras tareas, pues el deber os llama

en estas horas plenas de estelares luces,

y sacudid vuestras cabelleras

 por el rocío abrumadas,

y por el aliento de esos besos,

que también las agobian

(¿cómo podrían, amor, sin ti

ser benditos los ángeles?),

¡besos aquellos de amor sincero

que os han arrullado hasta el reposo!

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  ¡Arriba! Sacudid de vuestras alas

todo estorbo;

el nocturno rocío

lastre sería para vuestro vuelo,

y también las caricias del amor sincero,

esas, dejadlas aparte,son leves en los cabellos

 pero plomo en el corazón.

¡Ligeia! ¡Ligeia!,

 bella mía,

tu idea más desagradable

se transforma en melodía.

¿Es tu voluntad

oscilarte armónicamente en las brisas,

o inmóvil por capricho,

como el solitario albatros,

apoyada en la noche

(como él en el aire)

 para vigilar con deleite

la armonía de este lugar?

¡Ligeia! Dondequiera

que se halle tu imagen,

no hay magia que separe

tu música de ti.

Has atraído infinidad de ojosen un dormir de sueños,

 pero emergen aún las armónicas cadencias

que tu vigilia tutela.

El sonido de la lluvia

que salta en las flores,

y baila nuevamente

al ritmo del chubasco,

el murmullo que brota

del crecer de la hierba,

música de las cosas son,

 pero arquetipos son al fin.Ve, pues, mi amadísima,

date prisa y llega

a los más diáfanos manantiales

 bajo los rayos lunares;

al sonriente lago solitario

en su sueño de sumergido reposo;

a las estelares islas

de enjoyados pechos;

donde las silvestres flores, trepando,

sus sombras tejen,

y en sus bordes duermen

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  infinidad de doncellas;

algunas abandonaron la fría claridad

y con la abeja duermen;

despertadlas, doncella mía,

en el páramo y en la pradera,

¡ve!, susurra en su sueño,suavemente al oído

la armónica cadencia

que soñaron oír,

mas, ¿qué puede despertar,

tan temprano a un ángel,

cuyo sueño ha transcurrido

 bajo la fría luna,

como el conjuro aquel que ningún sueño

de brujería probar puede

aquella armónica cadencia

que le arrulló al reposo?”

Alados espíritus, y ángeles visibles,

serafines mil surgen a través del Empíreo,

donde revolotean sus recientes sueños en su vuelo

soñoliento;

serafines absolutos, salvo en “conocimiento”, la luz viva

que cayó refractada al cruzar por tus límites, lejos,

¡oh muerte!, desde los ojos de Dios hasta esta estrella.

Bella fue aquella transgresión, más dulce aún que la

muerte, bella fue aquella transgresión, y hasta en nosotros el

aliento

de la ciencia opaca el espejo de nuestra alegría…

Para ellos era el simún, una fuerza destructora,

 pero, ¿qué motivo tiene ahora para ellos saber

que la verdad es falsedad, o la felicidad es amargura?

Bella fue su muerte, y el morir para ellos

fue el éxtasis postrero de la plenitud de la vida;

y más allá de aquella muerte, ninguna inmortalidad,solamente el reflexivo sueño y no ha de “ser”.

Y allá, ¡pudiese mi fatigado y débil espíritu habitarlejos de la eternidad del Cielo, y empero cuán lejos del

Infierno!

¿Qué espíritu culpable, y en qué oscuros arbustos

no escuchó la inflamada la exhortación de aquel himno?

Solo dos; y cayeron, porque no concede gracia el Cielo

a quienes no escuchan por el palpitar de sus corazones:

un ángel doncella y su amante serafín.

¿Dónde, (y buscar puedes por los anchurosos cielos)

el ciego amor fue conocido como solemne deber?

El amor, sin guía, cayó entre “lágrimas de perfecto

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gemido”.

Resplandeciente fue el espíritu caído;

caminante por entre fuentes vestidas de musgo,

observador de las luces que en lo alto brillan,

soñador en el ser amado bajo los rayos de la luna.Y, ¿por qué maravillarse?, si toda estrella allí es como un

ojo

que mira tan amorosamente mirando el cabello de la

 belleza;

y ellas, y cada musgoso manantial eran sagrados

 para su corazón poseído por el amor y la melancolía.

La noche encontró al joven Angelo (oh noche de dolor

 para él)

en el risco de una montaña,

que proyectándose a través del solemne cielo,

ofrece un aspecto amenazador a los mundos estrellados

que bajo él yacen.

Aquí permaneció Angelo con su amor y con mirada

aquilina,

dirigidos sus negros ojos en la extensión del firmamento;

los volvió hacia ella, pero entonces se estremecieron

de nuevo al contemplar la esfera de la Tierra.

“¡Ianthe, queridísima, mira, cuán tenue aquel rayo,

y qué bello es mirarlo hacia la lejanía!

 No se mostraba así el orbe, aquella tarde otoñalcuando dejé sus magníficos salones, sin lamentar

ausentarme.

Aquella tarde, oh aquella tarde (debería muy bien

recordarla)

los rayos solares cayeron en Lemnos hechiceramente

en los esculpidos arabescos de un dorado salón

donde permanecí, y en una tapizada pared,

y en mis párpados. ¡Oh, qué luz tan opresiva!

¡Cuán adormecedoramente los fue sumiendo en la noche!

Entre flores, niebla y amor huyeron

con el persa Saadi por su Gulistán.Pero, ¡oh, esa luz! Me dormí; y mientras tanto la muerte

estaba como a la espera de mis sentidos en esa adorable

isla,

tan delicadamente, que ni una asedada cabellera

durmiendo, despertó o supo que ahí permanecía.

El último rincón de la Tierra que pisé

fue un orgulloso templo llamado El Partenón;

más belleza se adhería en sus paredes de columnata

que la que se anida en tu ardoroso pecho latiente;

y cuando el anciano tiempo mis alas liberó,

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desde allí me remonté como el águila de su torre,

y en un instante, años dejé tras de mí.

¡Todo el tiempo en que estuve suspendido sobre sus

aéreos límites,

la mitad del jardín de su esfera surgió,

desplegando ante mi vista, como un mapa,también deshabitadas ciudades del desierto!

Entonces me abrumó la belleza, Ianthe,

y casi deseé otra vez ser hombre”.

“¡Angelo mío!, y, ¿por qué ser uno de ellos?

Existe aquí para ti una morada más feliz y luminosa,

y campos más verdes que en aquel mundo,

y la belleza de la mujer, y el amor apasionado”.

“Pero, ¡escucha Ianthe! Cuando por su liviandad el aire

disminuyó, y al saltar mi alado espíritu hacia el espacio,

quizá mi cerebro se aturdió, porque el mundo

que poco antes abandoné, sumido estaba en el caos;

de su sitio emergió, sobre los vientos separados,

una llama que se desplazó por el ígneo Cielo.

Me pareció, entonces, mi dulce bien, que cesaba de volar,

cayendo no tan raudamente como antes me elevé,

sino con un movimiento trepidante, descendente,

a través de la luz, de los broncíneos rayos, hasta esta

dorada estrella.

 No fue larga la medida de mis horas en mi caída, porque el más cercano de todos los astros, era éste, el

tuyo.

¡Oh temible estrella!, y apareció en medio en una noche

de júbilo,

un rojo Dedalión sobre la tímida Tierra”.

“Llegamos, y a la Tierra tuya, pero a nosotros

no se nos permite discutir el mandato de nuestra dama;

a todos los rincones llegamos, amor mío,

alegres luciérnagas de la noche fuimos y vinimos;

sin demandar razones, salvo el asentimiento angélicoque ella nos confiere, como es conferido por su Dios…

Pero, Angelo, ¡el tiempo gris nunca desplegó

sus alas sobre un mundo más bello que el tuyo!

Tenue era su pequeño disco, y solo los ojos de los ángeles

 podían ver el espectro en los cielos,

cuando supo Al Aaraaf que su curso

era precipitado hacia aquí, sobre el estrellado mar;

¡mas cuando su gloria se expandió en el cielo,

así como el reluciente busto de la Belleza frente a la

mirada humana,

nos detuvimos ante el legado de los hombres,

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y tu astro tembló, tal como entonces tembló la Belleza!”.

Así discurriendo, los amantes se entretuvieron

durante la noche que se acortaba, y se acortaba, y no traía

el día.

Cayeron ellos, porque el Cielo no concede esperanzaa quienes no escuchan por el palpitar de sus corazones.

Al río. 

To the river , Edgar Allan Poe (1809-1849) 

¡Hermoso río! en el resplandor, clara corriente

de cristal, errante agua.

Eres un emblema del brillo,

de la belleza, del corazón que no huye,

la juguetona sombra de arte

en la hija del viejo Alberto;

pero cuando ella mira en tu ola,

que entonces reluce, y tiembla,

pues, entonces, el más bonito de los arroyos

se parece a su adorador;

ya que en su corazón, como en tu corrientela imagen yace profundamente,

el corazón de él que tiembla ante el rayo de luz

de los otros ojos, que barren el alma.

A la Soledad. 

To Solitude, John Keats. 

¡Oh, Soledad! Si contigo debo vivir,Que no sea en el desordenado sufrir

De turbias y sombrías moradas,

Subamos juntos la escalera empinada;

Observatorio de la naturaleza,

Contemplando del valle su delicadeza,

Sus floridas laderas,

Su río cristalino corriendo;

Permitid que vigile, soñoliento,

Bajo el tejado de verdes ramas,

Donde los ciervos pasan como ráfajas,

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Agitando a las abejas en sus campanas.

Pero, aunque con placer imagino

Estas dulces escenas contigo,

El suave conversar de una mente,

Cuyas palabras son imágenes inocentes,

Es el placer de mi alma; y sin duda debe ser

El mayor gozo de la humanidad,

Soñar que tu raza pueda sufrir

Por dos espíritus que juntos deciden huir.

Al lector. 

 Au Lecteur , Charles Baudelaire. 

Afanan nuestras almas, nuestros cuerpos socavan

La mezquindad, la culpa, la estulticia, el error,

y, como los mendigos alimentan sus piojos,

 Nuestros remordimientos, complacientes nutrimos.

Tercos en los pecados, laxos en los propósitos,

Con creces nos hacemos pagar lo confesado

Y tornamos alegres al lodoso camino

Creyendo, en viles lágrimas, enjugar nuestras faltas.

En la almohada del mal, es Satán Trimegisto

Quien con paciencia acuna nuestro arrobado espíritu

y el precioso metal de nuestra voluntad,

íntrego se evapora por obra de ese alquímico.

¡El diablo es quien maneja los hilos que nos mueven!

A los objetos sórdidos les hallamos encanto

E, impávidos, rodeados de tinieblas hediondas,

Bajamos hacia el Orco un diario escalón.

Igual al disoluto que besa y mordisquea

El lacerado seno de una vieja ramera,

Si una ocasión se ofrece de placer clandestino

La exprimimos a fondo como seca naranja.

Denso y hormigueante, como un millón de helmintos,

Un pueblo de demonios danza en nuestras cabezas

Y, cuando respiramos, la Muerte, en los pulmonesDesciende, río invisible, con apagado llanto.

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Si el veneno, el puñal, el incendio, el estupro,

 No adornaron aún con sus raros dibujos

El banal cañamazo de nuestra pobre suerte,

Es porque nuestro espíritu no fue bastante osado.

Mas, entre los chacales, las panteras, los linces,

Los simios, las serpientes, escorpiones y buitres,

Los aulladores monstruos, silbantes y rampantes,

En la, de nuestros vicios, infernal mezcolanza

¡Hay uno más malvado, más lóbrego e inmundo!

Sin que haga feas muecas ni lance toscos gritos

Convertiría, con gusto, a la tierra en escombro

Y, en medio de un bostezo, devoraría al Orbe;

¡Es el Tedio! -Anegado de un llanto involuntario,

Imagina cadalsos, mientras fuma su yerba.

Lector, tu bien conoces al delicado monstruo,

-¡Hipócrita lector -mi prójimo-, mi hermano!

El amor engañoso.  L'Amour du mensonge, Charles Baudelaire (1821-1867) 

Cuando te veo cruzar, oh mi amada indolente,

Paseando el hastío de tu mirar profundo,

Suspendiendo tu paso tan armonioso y lento

Mientras suena la música que se pierde en los tejados.

Cuando veo, en el reflejo de la luz que la acaricia,

tu frente coronada de un mórbido atractivo;

donde las luces últimas del sol traen a la aurora,y, como los de un cuadro, tus fascinantes ojos.

Me digo: ¡qué bella es! ¡qué lozanía extraña!

El ornado recuerdo, pesada y regia torre,

la corona, y su corazón, prensado como fruta,

y su cuerpo, están prestos para el más sabio amor.

¿Serás fruto que en otoño da maduros sabores?

¿Vaso fúnebre que aguarda ser colmado por las lágrimas?

¿Perfume que hace soñar en aromas desconocidos,

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Almohadón acariciante o canasto de flores?

Sé que hay ojos arrasados por la cruel melancolía

Que no guardan escondido ningún precioso secreto,

Bellos arcones sin joyas, medallones sin reliquias;

más vacíos y más lejanos, ¡oh cielos!, que esos dos ojos tuyos.

Pero ¿no basta que seas la más sutil apariencia,

alegrando al corazón que huye de la verdad?

¿Qué más da tontería en ti, o peor aún, la indiferencia?

Te saludo adorno o máscara. Sólo adoro tu belleza.

Amor Profanus. Ernest Christopher Dowson (1867-1900)

Más allá de la pálida memoria,

En algún misterioso bosque oscuro;

Existe un lugar hecho de sombras,

Silencioso bajo la bóveda de árboles,

Un lugar olvidado por el sol:

He soñado que allí nos reuníamos

Para maravillarnos de nuestro antiguo amor.

Reunidos allí por casualidad, largos años habían pasado,

Hemos vagado por la espesura sombría;

Y aquel antiguo lenguaje del corazón

Intentamos en vano evocar: ¡Oh, que melodía furtiva!

Sobre nuestros pálidos labios han corrido

Las aguas del olvido,

Que corona el amor de todos los mortales.

En vano balbuceamos; desde lejos, Nuestro viejo deseo brilló frío y muerto:

Esa vez fue lejano como una estrella,

Cuando los ojos alumbraban y los labios eran carmesí.

Sin embargo fuimos con los ojos abatidos,

Sin encontrar placer en la cercanía,

Como dos pobres sombras desconsoladas.

¡Oh, Amor! Mientras la vida es nuestra,

 No acumules las bellezas rosas y blancas,Pero arranca la hermosura que huye de las flores

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Para que adornen nuestro pequeño sendero de luz:

Pues pronto habremos de ahogarnos

En la amarga hierba de los muertos.

Separados, tristes espectros de la noche.

Anademas de la Belleza. 

 Beauty's Anadems; John Barlas (1760-1814) 

Una daga incrustada con gemas de fuego:

Una reina ricamente envuelta por las garras del tigre;

El guante de una dama o las patas de terciopelo de un gato;

El susurro de un juez cuando condena;

La feroz sombra de las bayas púrpuras en la noche

Entre las lúcidas rosas y sus brazos escarlata;

La serpiente del arcoiris con sus mandíbulas dentadas:

Así son las anademas de la reina de la Belleza.

Pues ella acaricia con una mano envenenada,

Y el veneno cuelga de sus húmedos labios,

El engaño y el asesinato acechan en sus ojos

Que aman de las mujeres su baile y su encanto,

Apuñalando la carne hasta que el cuerpo se seca,

Es tu cuerpo, mi Dulce Dama, y tu suave suspiro.

Annabel Lee.  Annabel Lee, Edgar Allan Poe (1809-1849) 

Fue hace ya muchos, muchos años,

en un reino junto al mar,

habitaba una doncella a quien tal vez conozcan

 por el nombre de Annabel Lee;

y esta dama vivía sin otro deseo

que el de amarme, y de ser amada por mí.

Yo era un niño, y ella una niña

en aquel reino junto al mar;

 Nos amamos con una pasión más grande que el amor,

Yo y mi Annabel Lee;

con tal ternura, que los alados serafines

lloraban rencor desde las alturas.

Y por esta razón, hace mucho, mucho tiempo,

en aquel reino junto al mar,

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un viento sopló de una nube,

helando a mi hermosa Annabel Lee;

sombríos ancestros llegaron de pronto,

y la arrastraron muy lejos de mi,

hasta encerrarla en un oscuro sepulcro,

en aquel reino junto al mar.

Los ángeles, a medias felices en el Cielo,

nos envidiaron, a Ella a mí.

Sí, esa fue la razón (como los hombres saben,

en aquel reino junto al mar),

de que el viento soplase desde las nocturnas nubes,

helando y matando a mi Annabel Lee.

Pero nuestro amor era más fuerte, más intenso

que el de todos nuestros ancestros,

más grande que el de todos los sabios.

Y ningún ángel en su bóveda celeste,

ningún demonio debajo del océano,

 podrá jamás separar mi alma

de mi hermosa Annabel Lee.

Pues la luna nunca brilla sin traerme el sueño

de mi bella compañera.Y las estrellas nunca se elevan sin evocar

sus radiantes ojos.

Aún hoy, cuando en la noche danza la marea,

me acuesto junto a mi querida, a mi amada;

a mi vida y mi adorada,

en su sepulcro junto a las olas,

en su tumba junto al rugiente mar.

La Balada de la Cárcel de Reading (fragmento) 

The ballad of Reading gaol ; Oscar Wilde (1854-1900) 

Sin embargo -¡Y escuchen bien todos!-

Todos los hombres matan lo que aman:

Unos con una mirada de odio,

Otros con una palabra acariciadora;

El cobarde con un beso,

El valiente con la espada.Unos matan su amor cuando son jóvenes,

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Otros cuando ya son viejos,

Unos lo ahogan con las manos de la lujuria,

Otros con las manos del oro;

Los más compasivos se sirven de un cuchillo,

Del cuchillo que mata sin agonía.

El amor de unos es demasiado corto,

Demasiado largo el de otros;

Unos venden y otros compran;

Unos hacen lo que deben hacer con lágrimas,

Otros sin un sólo suspiro;

Pues todos los hombres matan lo que aman,

Aunque no todos tengan que morir por ello.

Canto. 

Song, Edgar Allan Poe (1809-1849) 

En tu día nupcial, te vi encendida

Por un repentino rubor,

Aunque era un cielo para ti la vida,

Y el mundo, en tu presencia, amor.

Un resplandor en tu mirada había,(¿Por qué se avivó?)

Fue cuando mi alma dolorosa

Gozó en el mundo, de glorioso encanto.

“Sólo un pudor de virgen es origen

De tal rubor”, pudo decirse ante él.

Pero ¡ay! reanimó el fuego más vivo

En el pecho de aquél.

Que te miró de novia, cuando quiso

Mostrar aquel rubor,

Aunque tu mundo fuese paraíso,

Y alrededor, la vida, amor.