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Ponencia Alesde David Quitián 1

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Ponencia presentada en el Encuentro de la Asociación Latinoamericana de Estudios Socioculturales del Deporte- ALESDE

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NOS VEMOS EN COLOMBIA 86: LA RENUNCIA DEL MUNDIAL COMO UN PENALTI ERRADO

Tema: Deporte y procesos socioeconómicos Por: David Leonardo Quitián Roldán1

ResumenCon la realización del Mundial de Sudáfrica 2010 los economistas parecen haber encontrado un nuevo axioma disciplinar: el deporte oficia como trampolín de procesos culturales, sociales y económicos. Se precisaba de la experiencia africana para ratificar una verdad que se había probado en los juegos olímpicos y los mundiales de fútbol desarrollados en las llamadas sociedades del primer mundo. La conclusión entonces, es que fungir como sede de un evento de estas proporciones contribuye en la “marca país”. Esa es la razón para que haya competencia y pujas de gran calibre en procura de quedarse con la designación de país sede. Por ello resulta exótico que, en la historia de la FIFA, exista un caso de renuncia a esa dignidad. Colombia lo hizo en 1986. Por esa razón ese año el torneo se celebró en México. Cualquier análisis que indague sobre los beneficios y perjuicios de esa declinación suena extemporánea y podría situarse en el campo de las especulaciones. Sin embargo, reflexionar sobre las causas de la renuncia contribuye en la comprensión no sólo de la sociedad de la época, sino también de la actual. Reflexiones que surgen luego de que el país tenga el contentillo del Mundial sub- 20 en 2011 y en el marco de la propuesta peruana de realizar el Mundial de 2026, junto a Colombia y Ecuador. Radiografía de un suceso con cariz de penalti errado.

Síntesis Una semana después de que España levantara su primera copa mundo de fútbol y pocos días antes de terminar su segundo y último periodo de gobierno, el presidente de Colombia, Álvaro Uribe Vélez, anunció su simpatía con el deseo de su homólogo peruano, Alan García, quien manifestó desde “La Casa Pizarro” en Lima, el deseo de realizar la Copa Mundo de 2026 en compañía de Ecuador y Colombia. La solidaridad del mandatario colombiano hacía eco de su propio interés de efectuar la Copa Mundo de 2014, asignada a Brasil desde 2006, por parte de la Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA). Recordemos que ese inusitado interés del presidente Uribe se había hecho manifiesto en la clausura de los XII Juegos Centroamericanos y del Caribe que se realizaron en la ciudad de Cartagena de Indias en el año 2008. En esa oportunidad el jefe de Estado colombiano expresó que “el país está preparado para el desafío y pedirá a la Fifa que considere la opción de Colombia” (cita). Su discurso revestía todo el acervo populista al considerar la voluntad del pueblo –que épicamente había logrado realizar unas justas del ciclo olímpico como los Juegos Centroamericanos y del Caribe- como característica suficiente para candidatizar al país ante el ente rector del balompié orbital. Claro, esa virtud de la nación era presentada por Uribe como un resultado lógico de su gestión ejecutiva que estaba acaballada en tres pilares de gobierno: “Seguridad democrática”, “Confianza inversionista” y “Cohesión social” por lo que habrá que tomar sus palabras más como propaganda política que como proyecto de gobierno.

¿Qué hizo que el presidente formulara su deseo de disputarle la sede a un peso pesado de la región como Brasil? Probablemente las mismas razones que lo impulsaron a proponer, casi dos años después, a Medellín como sede de los Juegos Olímpicos de la Juventud, luego de que la capital antioqueña realizara la IX edición de los Juegos Suramericanos. Toda una euforia emanada de la espuma propia de las reuniones políticas y las clausuras deportivas. Cabe, entonces, preguntarse ¿cuánto hay de realidad y cuánto de ilusión en esas aspiraciones? Quizá el país ya esté preparado para asumir esos compromisos

1 Sociólogo y Magister en Antropología. Docente Universidad Pedagógica Nacional. Miembro de la Asociación Colombiana de Investigación y Estudios Sociales del Deporte “Asciende”.

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como ya lo ha hecho en el pasado con ocasión, por ejemplo, de los Juegos Panamericanos en 1971, del mundial de ciclismo de 1996, de la copa mundo de patinaje sobre ruedas en 2002 y –para hablar de fútbol- de la Copa América de 2001. Sin embargo la realización de una Copa Mundo Fifa es otra cosa. El sólo hecho de postularse requiere de una inversión económica considerable y debe ser una apuesta que concite unidad entre los estamentos político, económico, los medios de comunicación y la opinión pública.

Unidad que no existió en el año de 1982 cuando el entonces presidente de Colombia, Belisario Betancur Cuartas, en su segundo mensaje más recordado (el otro sería televisado después de la retoma sangrienta del Palacio de Justicia en 1985) comunicó en 99 palabras la dimisión del compromiso asignado a Colombia en 1974, argumentando que “no se cumplió la regla de oro consistente que el Mundial debería servir a Colombia, no Colombia a las multinacionales del Mundial”. Una afirmación rotunda, aunque discutible, como los propios acontecimientos históricos se han encargado de rebatir.

Varias parecen ser las causas de la renuncia colombiana a ser organizadora de la Copa Mundo 86: el atraso de las obras (construcción y refacción de estadios de fútbol, lugares de concentración y entrenamiento, salas de prensa y VIP para invitados especiales), la precaria infraestructura en materia vial, tecnológica (producción y emisión de datos vía satélite para radio y televisión), aeroportuaria y hotelera.

“Pensar con el deseo no vale sólo para el presente o el futuro, sino también para el pasado. Es fácil decir que Colombia careció de coraje y de estrategia. Pero en mayo de 1982 se inició la crisis de la deuda externa en México que arrastró como castillo de naipes en picada al resto de América Latina. No había plata, ni siquiera para vendas o analgésicos: la remodelación de El Campin ha tomado más de treinta años y toda la infraestructura de comunicaciones era entonces precaria y vulnerable” (Testimonio radial de Gabriel Restrepo, “UN Radio”, mayo de 2010).

La tambaleante economía nacional agravada con la caída del Pacto cafetero, el advenimiento de los carteles de la droga (particularmente los de Medellín y Cali) y la prioridad que el gobierno nacional le dio al proceso de Paz con las guerrillas del M-19, las FARC y el ELN.

“Por otra parte, el país era cosa de locos. ¿Alguien puede imaginar un mundial de fútbol a siete meses de las tragedias del Palacio de Justicia y de Armero y en el contexto del crecimiento del narcotráfico y en plena prepotencia de los distintos movimientos armados? El fútbol puede mucho, incluso como mejoral, como cuando se suspendió la trasmisión de los eventos del Palacio de Justicia para pasar un partido mediocre. Pero no es una panacea, y tampoco el pan y circo sirve cuando el mal es grave. Estamos en Colombia y no en México ni en Francia. Por otra parte, el fútbol colombiano todavía estaba en pañales. Es cierto, tenía entonces su loco Marroquín y venían ya Maturana y el Bolillo, pero estábamos aún en la incubadora, a donde hemos regresado, no se sabe si con los mismos fantasmas del pasado. No imagino un mundial en Colombia antes de que la paz halle un mínimo asidero. ¿Para el 2050?” (Ibíd., Gabriel Restrepo).

Razones que se exacerbaron con la disposición de Joao Havelange, zar de entonces de la Fifa, que decidió aumentar el número de selecciones participantes en la fase final del Mundial: de 16 equipos de “Argentina 78”, se pasó a 24 desde “España 82”, por lo que la Copa de “Colombia 86” debía realizar 52 partidos, que implicarían un 25% de esfuerzo adicional expresado en –al menos- dos nuevas ciudades-sede con sus respectivas condiciones mundialistas.

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Colombia solicitó oficialmente la sede del Campeonato Mundial de 1986, previo lleno de todos los requisitos que para esos casos se exigen, incluyendo el respaldo del gobierno, en tres administraciones sucesivas: el presidente Carlos Lleras Restrepo formuló la solicitud inicial en México 1970; el presidente Misael Pastrana Borrero pidió oficialmente la sede y la obtuvo en Frankfur en 1974 (en la Asamblea Fifa de “Alemania 74”) y el presidente Alfonso López Michelsen designó la comisión evaluadora que presidía el entonces ministro de Educación Rodrigo Lloreda, quien con estas palabras resumió el resultado de su estudio:

Eventos como el Mundial son oportunidades para desatar la acción conjunta del gobierno y los particulares, despertar el espíritu cívico y realizar, en un plazo perentorio, lo que en otras circunstancias demoraría muchos años más. Conviene resarcir la mala imagen del país en el exterior. Durante varios meses Colombia se convertiría en epicentro de la atención mundial; y en la etapa de realización más de tres mil millones de personas verían a diario y en directo el desarrollo del campeonato, a la par que la visión de un país que para muchos ni siquiera figuraba en el mapa. No existe ningún acontecimiento en el mundo de hoy que pueda sustituir un campeonato de fútbol como posibilidad de llegar a tantas personas. Ha dejado de ser un espectáculo cerrado para algunos miles de espectadores directos en un estadio, y se ha convertido, gracias a la televisión, en un espectáculo planetario (De la Torre, 1982: 16).

El estudio, avalado por el Instituto Colombiano del deporte (Coldeportes), agregaba que “en términos económicos, el costo de una promoción de esta naturaleza, resulta invaluable” (ídem: 16). El informe también ponderaba el intercambio cultural y comercial, incluido el turismo, que generaría divisas para la economía nacional. Finalmente, indicaba que el campo de la estrategia para el desarrollo, el mundial ayudaría en la remodelación urbana de las ciudades más populosas y fomentaría la construcción de escenarios populares para la recreación y el deporte. Todo ello con la respectiva contribución sustancial a la creación de empleo coyuntural y permanente.

Esa era el favorable ambiente que hizo que Julio César Turbay Ayala (presidente entre 1978 y 1982) continuara la tradición de sus predecesores de apoyar la realización del XIII Mundial, como también lo prometiera -en periodo de elecciones- el renunciante Belisario Betancur, elegido para el periodo 1982- 1986.

Las razones de Betancur se fundamentaban en los apocalípticos estudios de la Universidad Nacional que sentenciaban que se requerirían, para las 12 sedes exigidas por Fifa, de sesenta y siete mil millones de pesos (unos US 1.055), de las consejas de funcionarios del Departamento de Planeación Nacional y de una decena de editorialistas que haciéndole honor a ese viejo axioma de la intelectualidad de izquierda latinoamericana que reza que el “fútbol es el opio del pueblo”, cuyo corolario es la ironía de Eduardo Galeano que afirma que “el fútbol y Dios se parecen porque son populares, pero despreciados por los intelectuales”, pregonaban en los medios de comunicación su animadversión por el evento, por no decir que por el deporte de masas. Entre ellos, el más célebre es el periodista Daniel Samper Pizano quien en una columna publicada el 23 de septiembre de 1982 en El Tiempo, sintetizó las razones por las que el Mundial no debía realizarse en suelo colombiano al escribir que hacerlo equivalía a “sacrificar los programas de educación y salud por la vanidad de un Mundial”. Palabras subrayadas por el ministro de educación de la época, Arias Ramírez, quien justificó la renuncia afirmando que “no hay tiempo de atender las extravagancias de la Fifa”. Queda para estudios posteriores indagar si, en efecto, hubo un peligro inminente para la inversión social con la realización de “Colombia 86” y si en el cuatrienio de Betancur se registró una mejora en salud y educación que se mostraron como las victimas del eventual Mundial.

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Para reflexión está el hecho de que diecinueve años después Colombia logró, por fin, realizar un torneo internacional: la Copa América de 2001 en la que resultó campeona. Lo sintomático de ese hecho es que ese certamen se hizo después de efectuar la más intensa campaña diplomática que la historia del país recuerde. Las Farc y los carteles de la droga asustaron a los vecinos. Al final Argentina no participó y Brasil envió a su equipo Sub- 23. Tres décadas después de la renuncia, el país parece ser compensado con la sede del Mundial sub- 20 de 2011. Y en estos días se ventila la posibilidad de pedir la sede de 2026 y/o de compartirla con Perú y Ecuador ¿Otra cortina de nuestros políticos? La historia juzgará.

Que la Fifa se arrepintió de elegir a Colombia como sede de la Copa Mundo, que los europeos (principalmente Alemania) presionaron el cambio de sede, que el expresidente estadounidense Henry Kissinger incidió impulsando la sede de Estados Unidos, que Alfonso Senior (dirigente que logró la sede para Colombia) y el propio presidente Betancur fueron sobornados… especulaciones van y vienen. La realidad es que a Colombia se le hizo un clima difícil desde afuera: Blatter, entonces secretario de Fifa, impuso el ‘Cuaderno de cargos’, un documento leonino plagado de exigencias estrafalarias; y también desde adentro: se posicionó en la opinión pública la idea de que el Mundial era enemigo del desarrollo del país. Al final, claro, las razones que justificaron su no realización se apoyaron en esa mezcla tan colombiana de inocencia y folclor: Betancur remató su negativa diciendo sin ningún atisbo de rubor: “García Márquez nos compensa totalmente lo que perdamos de vitrina internacional”.