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* publicada en revista Noticias - 2010 Si Carlo Collodi hubiera escrito Pinocho hoy, con cada mentira, en lugar de crecerle la nariz, se le iluminaría el cerebro. Este es el camino que está tomando la ciencia para descubrir a los mentirosos: el uso de estudios de neuroimágenes funcionales que detectan la activación de determinadas zonas del cerebro cuando la persona miente. Una técnica que está generando un fuerte debate entre neurólogos, psiquiatras y psicólogos no sólo por su cuestionable eficacia, sino por sus aplicaciones. El servicio, que ya está patentado, se ofrece tanto como prueba en casos judiciales - un objetivo, digamos, asociado al bien común – como para detectar si un aspirante a un puesto laboral dice la verdad o no sobre sus capacidades. Un uso privado y de límites poco claros que, así y todo, no termina de contestar ¿por qué mentimos?, un interrogante que todos nos hacemos…sobre los demás, pero no sobre nosotros mismos. Porque todos mentimos. Y mucho. Según el psicólogo Robert Feldman, profesor de la Universidad de Massachussetts (Estados Unidos), que dedicó gran parte de su carrera al rol del engaño en las relaciones humanas, mentimos en promedio tres veces cada 10 minutos. Visto en un tomógrafo, vivimos con el cerebro prendido fuego. “Existen estudios cuyos resultados sugerirían que se activan áreas cerebrales diferentes cuando una persona miente y cuando dice la verdad”, dice Facundo Manes, director del Instituto de Neurología Cognitiva (INECO) y del Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro. Estas zonas son la corteza prefrontal ventrolateral y dorsolateral, y una región llamada del cíngulo anterior, ubicadas en la corteza prefrontal, una zona que, en comparación con otras especies, tiene su mayor desarrollo en el ser humano. Entre lo que está establecido, se sabe que el cerebro activa esas zonas porque la mentira demanda un mayor esfuerzo mental, y por lo tanto, exige mayor provisión de sangre a esas zonas. Esa fluidez de sangre extra es detectada por el estudio. NoLieMRI es una de las empresas que patentó un sistema para detectar “engaños y otras informaciones almacenadas en el cerebro” basado en resonancias magnéticas. Con base en California, vende su servicio como una garantía de “reducir

Por qué mentimos

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* publicada en revista Noticias - 2010

Si Carlo Collodi hubiera escrito Pinocho hoy, con cada mentira, en lugar de crecerle la nariz, se le iluminaría el cerebro. Este es el camino que está tomando la ciencia para descubrir a los mentirosos: el uso de estudios de neuroimágenes funcionales que detectan la activación de determinadas zonas del cerebro cuando la persona miente. Una técnica que está generando un fuerte debate entre neurólogos, psiquiatras y psicólogos no sólo por su cuestionable eficacia, sino por sus aplicaciones. El servicio, que ya está patentado, se ofrece tanto como prueba en casos judiciales - un objetivo, digamos, asociado al bien común – como para detectar si un aspirante a un puesto laboral dice la verdad o no sobre sus capacidades. Un uso privado y de límites poco claros que, así y todo, no termina de contestar ¿por qué mentimos?, un interrogante que todos nos hacemos…sobre los demás, pero no sobre nosotros mismos.Porque todos mentimos. Y mucho. Según el psicólogo Robert Feldman, profesor de la Universidad de Massachussetts (Estados Unidos), que dedicó gran parte de su carrera al rol del engaño en las relaciones humanas, mentimos en promedio tres veces cada 10 minutos. Visto en un tomógrafo, vivimos con el cerebro prendido fuego. “Existen estudios cuyos resultados sugerirían que se activan áreas cerebrales diferentes cuando una persona miente y cuando dice la verdad”, dice Facundo Manes, director del Instituto de Neurología Cognitiva (INECO) y del Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro. Estas zonas son la corteza prefrontal ventrolateral y dorsolateral, y una región llamada del cíngulo anterior, ubicadas en la corteza prefrontal, una zona que, en comparación con otras especies, tiene su mayor desarrollo en el ser humano. Entre lo que está establecido, se sabe que el cerebro activa esas zonas porque la mentira demanda un mayor esfuerzo mental, y por lo tanto, exige mayor provisión de sangre a esas zonas. Esa fluidez de sangre extra es detectada por el estudio. NoLieMRI es una de las empresas que patentó un sistema para detectar “engaños y otras informaciones almacenadas en el cerebro” basado en resonancias magnéticas. Con base en California, vende su servicio como una garantía de “reducir riesgos” para una contratación en una compañía o como evidencia, similar a un análisis de ADN, en un juicio. Ah, ofrece franquicias. Cephos es su principal competidor. En web se jacta de haber influido, a través de un mapeo cerebral, para que un jurado sentencie en noviembre de 2009 a pena de muerte a un convicto de Illinois acusado de secuestrar y matar en 1983 a una niña de 10 años. Pero según parte de la comunidad científica, estas técnicas no pueden ser tomadas como concluyentes. “Hasta el momento no se ha detectado una firma cerebral de la mentira, un patrón que es propio del sujeto que está mintiendo y que no se observa en otras condiciones. La activación cerebral al mentir se asemeja a otros modelos de inhibición de respuesta: hay una respuesta que sale naturalmente y que el sujeto debe intentar inhibir, lo cual demanda esfuerzo. Biológicamente mentir demanda más trabajo cerebral que decir la verdad”, señala Salvador Guinjoan, psiquiatra de la Sección de Neurología Cognitiva y Neuropsiquiatría del FLENI e investigador del CONICET. Guinjoan aporta cuatro argumentos para rebatir la confiabilidad de estos exámenes. Primero, las condiciones del estudio pueden no ser aplicables a situaciones de la vida real. De hecho, el test adentro del resonador consiste en apretar un botón de “sí” o “no”, lo cual puede generar una actividad cerebral muy distinta a una mentira más compleja, enunciada verbalmente. En segundo lugar, dice Guinjoan, actualmente

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se sostiene que los rasgos piscopáticos atenúan las activaciones cerebrales características de la acción de mentir. Así, un mentiroso profesional es más difícil de detectar. Además, es posible que si una persona ensaya una y otra vez la mentira, la misma salga espontáneamente y que el cerebro ya no tenga necesidad de producir una inhibición de respuesta. Y por último, dado que los paradigmas de detección de mentiras que usan resonancia magnética emplean sujetos sanos y jóvenes, “los resultados pueden no ser generalizables a personas de edad, con problemas cardiovasculares y que abusan drogas”, aclara el especialista. Tanto NoLieMRI como Cephos aclaran que los estudios se realizan sólo con el consentimiento de la persona a estudiar. Para quien ha vivido la claustrofóbica experiencia de entrar a un resonador magnético, cuesta pensar en que alguien se someta voluntariamente a hacerlo. Y para ser compulsivo, necesitará consenso científico…y algo más: lo cierto es que es un estudio que el paciente (o asesino, ladrón de joyas, o aspirante a ejecutivo) puede arruinar con sólo mover la cabeza una vez adentro. El resultado serán imágenes distorsionadas imposibles de usar.Confiables o no, éticas o inmorales, lo que las fotos del cerebro todavía no pueden decirnos es por qué mentimos, y si lo aprendemos o ya venimos programados para hacerlo. “La mentira es una función cognitiva del cerebro humano como planificar o decidir. Todos venimos predeterminados para estas funciones cognitivas. Pero la experiencia, el entorno y el ambiente son críticos. La conducta humana es el resultado de la interacción de lo neurobiológico con la experiencia, el entorno y ambiente”, explica Manes. Para el psicoanálisis, mentimos para que nos quieran. “La primera causa de la mentira es el miedo a perder amor, a las consecuencias que sobre mi imagen tenga la verdad. Tiene que ver con el temor de que yo, en realidad, soy diferente al ideal que el otro tiene sobre mí. Esto va a generar mentira durante toda la vida, porque es una forma de proteger la autoestima”, dice el médico psiquiatra y psicoanalista miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) Pedro Horvat. Ese miedo a ser distinto al ideal del otro es más grande que la posibilidad de decir la verdad. Entonces mentimos. Esto, en caso de pacientes sanos. Como dice el psiquiatra y psicoanalista Harry Campos Cervera, “la mentira como argumento de convivencia es éticamente aceptable, que no es lo mismo que aquellos que la utilizan como herramienta de poder narcisista, los psicópatas que manejan a los demás en beneficio personal basándose en la mentira”. Psicópatas: la mentira como enfermedad. Para la psicoanalista Laura Orsi, la mentira es causa y efecto de enfermedad. “Si bien la mentira en sí no es un motivo de consulta, sí se detecta a través de otras formas, como enfermedades psicosomáticas en los niños, o los casos de doble vida en los adultos. Aunque la verdad puede ser más dolorosa al principio, hay que destacar su valor”. Desde la neurociencia se explica que el origen de la mentira está en una función cognitiva llamada teoría de la mente, que es la capacidad de entender que otras personas tienen sus propios pensamientos, creencias, sentimientos o puntos de vista y que, en función de esto, los humanos inhibimos o frenamos la verdad. “La adquisición de esta función sigue un programa bastante definido desde el nacimiento hasta la adultez. Por ejemplo, la comprensión cabal de lo que implica una metida de pata social no se adquiere hasta los 9 a 11 años de edad, y por eso suele decirse que los chicos siempre dicen la verdad o incluso “que pueden ser crueles” al señalar un defecto o error en otra persona. En realidad esto se debe a que aún no han alcanzado un desarrollo cognitivo que les permita ponerse en el lugar del otro e inferir cómo se

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sentirá la otra persona cuando se le diga lo que uno piensa”, explica Guinjoan. Así, entre el psicoanálisis y la neurociencia coinciden en que mentimos para adaptarnos al entorno social, ser reconocidos y ser queridos. No basta con lo que somos: mentimos para sobrevivir.Es que mientras todos aseguramos odiar la mentira, también somos muy hábiles para no percibir o hacernos los distraídos cuando nos están mintiendo. “Somos incapaces de cuestionar al otro cuando nos dice cosas que nosotros queremos oír. Si le preguntamos a alguien cómo estas y nos dice bien, tomamos esa respuesta como verdad porque no queremos saber acerca de sus pesares. Vivimos en un tiempo y una cultura en la cual es más fácil mentir que lo que era en otras épocas”, dice Feldman, que sostiene, sin embargo, que se puede ser mejor. Por eso propone un modelo basado en la verdad absoluta, que consiste en estar atentos a la posibilidad de que el otro nos esté mintiendo, para poder así demandarle honestidad. Al mismo tiempo, dice, tenemos que ser una de esas personas que no dicen mentiras piadosas. “La paradoja, sostiene Feldman, es que si eres 100% honesto, no serás una persona popular”. Como el Dr. House. En el primer capítulo de toda la saga, le preguntan a Gregory House – un personaje bestial y fascinante, sin filtro, que llegó muy tarde al reparto de tacto - por qué nunca quiere ver a sus pacientes. “Porque así evito que me mientan", dijo. "Y porque así no tengo que mentirle yo a ellos”.