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Por Susana Velleggia, gentileza de Revista Lezama (*), especial para Causa Popul ar. (FUENTE http://revista-zoom.com.ar/articulo446.htm l La catástrofe social de los 90 golpeó muy particularmente en los distantes archipiélago s que conforman los chicos y los jóvenes. Empobrecimiento, deserción y repitencia es colar, cuadruplicación de la tasa de delitos en los últimos 20 años, muertes por viole ncia policial. Entre 1991 y 2000 se duplicó la tasa de mortalidad por homicidios. Entre los 15 y los 19 la mortalidad por suicidios pasó de 1.8 a 7.4 por cien mil. Atrapados entre la mercantilización de sus deseos y la privación de espacios para su pleno desarrollo, sobre los niños y jóvenes se descarga una guerra silenciosa y atr oz. Algunos científicos afirman que fue la superior capacidad de comunicación del hombre de Cro-Magnon -además de una dieta a base de pescado en lugar de carnes rojas- la que le permitió, hace alrededor de 40.000 años, desplazar al hombre de Neanderthal que había reinado desde el paleolítico medio. Gastronomía al margen, semejante proeza implica formas de sociabilidad y de organi zación social que dieron lugar al desarrollo del universo simbólico -en primer lugar el lenguaje- indisolublemente ligado al trabajo, pero también al ritual de la fie sta. Sobre estos logros se empezaron a construir los cimientos de la historia hu mana. Esto indicaría que hay ciertos rasgos ancestrales del homo sapiens que no es posib le sustraerle sin consecuencias nefastas: entre ellos el trabajo y las formas de sociabilidad y de organización social promotoras del universo simbólico y de su cap acidad de comunicarse, expresarse y crear. Si se practica esta sustracción a quienes -por la etapa evolutiva que atraviesan- más potencialidades y energías tienen para desarrollar estas facultades, y si adicio nalmente se perpetra contra ellos un empobrecimiento progresivo de sus condicion es de vida, se favorecerá una regresión de lo único que se les deja: el ritual de la f iesta. Las miserables condiciones socioeconómicas y culturales asignadas a los chicos arg entinos constituyen, junto con el genocidio de la última dictadura militar, la may or catástrofe no natural. Es decir, provocada por el homo aeconomicus, un descendi ente fallido de aquellos ilustres ancestros. Las estadísticas sobre las condiciones en las que se desenvuelve la vida de la may or parte de los niños, adolescentes y jóvenes de la Argentina son escalofriantes. Un os pocos ejemplos bastan para demostrarlo. El 44,3 de los habitantes del país es p obre y un 17 por ciento indigente. Esto comprende al 33,5 por ciento y al 12,1 p or ciento de los hogares urbanos respectivamente, cuya distribución varía según la zon a del país. Pero la pobreza -que en 2003 alcanzaba al 70,3 por ciento de los menores de 14 año s y la indigencia al 33,4 por ciento de ellos- comprende ahora sólo al 60 por cien to de los chicos con un 26,5 por ciento de indigentes en los aglomerados urbanos y un 29 por ciento en el interior. Esto significa que cinco millones de niños son pobres o indigentes. Según el Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología de la Nación la asistencia a la e nseñanza primaria comprendería al 93 por ciento de los niños, de acuerdo a encuestas d e UNICEF al 78 por ciento. El hecho es que a medida que se asciende en los nivel es educativos desciende la concurrencia y aumentan las tasas de abandono escolar , repitencia y sobreedad. Este problema se acentúa en las zonas de mayor pobreza. En 2001 la población de chicos de entre 12 y 17 años que no asistía a la escuela era d e 494.101. De los que cursan estudios universitarios sólo el 20 por ciento los finaliza, empl eando entre dos veces y dos veces y media más del tiempo estimado como necesario. El porcentaje de aplazos en los exámenes de ingreso a la universidad oscila entre el 40 y el 90 por ciento, de acuerdo a las carreras. El rector de la Universidad Nacional de Buenos Aires, Guillermo Jaim Etcheverry afirma: El secundario no sirve para trabajar ni para la Universidad . El actual sis tema educativo estaría fallando en sus funciones básicas, dado que a los alumnos les  falta habilidad para comprender textos y para hacer abstracciones . Esto debiera i mpulsar a indagar -y remediar- no sólo qué le falta al sistema educativo formal, sin o cuáles son las ausencias y presencias que, fuera de él, inciden de manera decisori

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Por Susana Velleggia, gentileza de Revista Lezama (*), especial para Causa Popular. (FUENTE http://revista-zoom.com.ar/articulo446.htmlLa catástrofe social de los 90 golpeó muy particularmente en los distantes archipiélags que conforman los chicos y los jóvenes. Empobrecimiento, deserción y repitencia escolar, cuadruplicación de la tasa de delitos en los últimos 20 años, muertes por violencia policial. Entre 1991 y 2000 se duplicó la tasa de mortalidad por homicidios.Entre los 15 y los 19 la mortalidad por suicidios pasó de 1.8 a 7.4 por cien mil.Atrapados entre la mercantilización de sus deseos y la privación de espacios para supleno desarrollo, sobre los niños y jóvenes se descarga una guerra silenciosa y atroz.Algunos científicos afirman que fue la superior capacidad de comunicación del hombrede Cro-Magnon -además de una dieta a base de pescado en lugar de carnes rojas- laque le permitió, hace alrededor de 40.000 años, desplazar al hombre de Neanderthalque había reinado desde el paleolítico medio.Gastronomía al margen, semejante proeza implica formas de sociabilidad y de organización social que dieron lugar al desarrollo del universo simbólico -en primer lugarel lenguaje- indisolublemente ligado al trabajo, pero también al ritual de la fiesta. Sobre estos logros se empezaron a construir los cimientos de la historia humana.Esto indicaría que hay ciertos rasgos ancestrales del homo sapiens que no es posible sustraerle sin consecuencias nefastas: entre ellos el trabajo y las formas desociabilidad y de organización social promotoras del universo simbólico y de su capacidad de comunicarse, expresarse y crear.Si se practica esta sustracción a quienes -por la etapa evolutiva que atraviesan-

más potencialidades y energías tienen para desarrollar estas facultades, y si adicionalmente se perpetra contra ellos un empobrecimiento progresivo de sus condiciones de vida, se favorecerá una regresión de lo único que se les deja: el ritual de la fiesta.Las miserables condiciones socioeconómicas y culturales asignadas a los chicos argentinos constituyen, junto con el genocidio de la última dictadura militar, la mayor catástrofe no natural. Es decir, provocada por el homo aeconomicus, un descendiente fallido de aquellos ilustres ancestros.Las estadísticas sobre las condiciones en las que se desenvuelve la vida de la mayor parte de los niños, adolescentes y jóvenes de la Argentina son escalofriantes. Unos pocos ejemplos bastan para demostrarlo. El 44,3 de los habitantes del país es pobre y un 17 por ciento indigente. Esto comprende al 33,5 por ciento y al 12,1 por ciento de los hogares urbanos respectivamente, cuya distribución varía según la zon

a del país.Pero la pobreza -que en 2003 alcanzaba al 70,3 por ciento de los menores de 14 años y la indigencia al 33,4 por ciento de ellos- comprende ahora sólo al 60 por ciento de los chicos con un 26,5 por ciento de indigentes en los aglomerados urbanosy un 29 por ciento en el interior. Esto significa que cinco millones de niños sonpobres o indigentes.Según el Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología de la Nación la asistencia a la nseñanza primaria comprendería al 93 por ciento de los niños, de acuerdo a encuestas de UNICEF al 78 por ciento. El hecho es que a medida que se asciende en los niveles educativos desciende la concurrencia y aumentan las tasas de abandono escolar, repitencia y sobreedad. Este problema se acentúa en las zonas de mayor pobreza.En 2001 la población de chicos de entre 12 y 17 años que no asistía a la escuela era de 494.101.

De los que cursan estudios universitarios sólo el 20 por ciento los finaliza, empleando entre dos veces y dos veces y media más del tiempo estimado como necesario.El porcentaje de aplazos en los exámenes de ingreso a la universidad oscila entreel 40 y el 90 por ciento, de acuerdo a las carreras.El rector de la Universidad Nacional de Buenos Aires, Guillermo Jaim Etcheverryafirma: El secundario no sirve para trabajar ni para la Universidad. El actual sistema educativo estaría fallando en sus funciones básicas, dado que a los alumnos les falta habilidad para comprender textos y para hacer abstracciones. Esto debiera impulsar a indagar -y remediar- no sólo qué le falta al sistema educativo formal, sino cuáles son las ausencias y presencias que, fuera de él, inciden de manera decisori

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a en esta abolición de la capacidad de análisis.Entre los chicos de 10 a 14 años se dan los índices más elevados de víctimas de la violncia. En esa franja etaria se duplicó la tasa de mortalidad por homicidios entre 1991 y 2000, que pasó de 3.6 a 6.7 cada 100.000 habitantes. La muerte violenta entre los más jóvenes, además de asesinatos, incluye accidentes de tránsito, ahogamiento, glpes, intoxicación y suicidios.Entre los 15 y los 19 años la mortalidad por suicidios pasó de 1.8 a 7.4 en el períodoarriba mencionado; se triplicó en las mujeres y se quintuplicó en los varones. Entre las causas inmediatas de los accidentes de tránsito, además del consumo de alcohol, se percibe una disminución de la autoestima y de la atención. El problema no es excusivo de los sectores más desfavorecidos sino que se extiende a las distintas clases sociales, por cierto que con diferentes derivaciones.No obstante, los homicidios de adolescentes y jóvenes como producto de la violencia policial tienen a sus principales víctimas en los sectores más humildes, a razón deun promedio anual de 154.La multiplicación por cuatro de la tasa de delitos en los últimos 20 años señala que elaumento se da, sobre todo, en los solteros de entre 18 y 20 años que delinquen porprimera vez, al tiempo que sube el número de los reincidentes. Los especialistasapuntan que el ingreso al mundo del delito se produce a una edad cada vez más temprana y señalan un cambio en la cultura delictiva vinculado al fácil acceso a las drogas y las armas, aunque sus causas profundas sean mas complejas.La inequitativa distribución de la riqueza material y del capital cultural son lacontracara de una catástrofe social que remite a la mercantilización del espacio público y de las distintas dimensiones de la vida, originada en la delegación de las re

sponsabilidades inherentes al Estado en el mercado, que llegó a su punto culminante en los 90.La expropiación de una ciudadanía aburridaAfinadas estrategias de marketing transforman las genuinas apetencias de descubrimiento, experimentación, sociabilidad y autonomía de los chicos en cuantiosas ganancias, se trate de un film, canciones, un libro, bandas de rock , camisetas, zapatillas, juguetes, o alimento, con prescindencia de toda consideración sobre sus derechos y necesidades de desarrollo. Para aquellos cuyas familias poseen capacidad de consumo, el acceso a estos y otros bienes (computadoras, Internet, autos, motos, cámaras, viajes, idiomas, etc.) tipifican una cualidad que hoy se exige a los niños y jóvenes, so pena de quedar marginados del progreso: prepararse para ser ciudadanos del mundo.Estos chicos construyen una identidad global, más en concordancia con la de sus pa

res de los países centrales que con un compatriota pobre de Jujuy o de los suburbios de la ciudad. La experiencia virtual de vivir en otras culturas no ayuda a crecer si no encuentra puntos de anclaje en la propia, cuando de ella se desconocecasi todo. Para los otros, privados del acceso a estos bienes, el mercado dispone de símiles que mantienen ciertos puntos de contacto con la cultura global, peroimplican experiencias aún más reductivas.La presencia de la cultura que construye el sentido de la vida y del mundo, formando a los chicos para comprender la realidad y actuar de manera transformadoraen relación a ella, la que los impulsa a constituirse en sujetos y a ejercer sus derechos y responsabilidades como ciudadanos reales -que no virtuales- se encuentra disminuida en ambos grupos sociales, aunque son los pobres los que tienen menos oportunidades de acceso a ella.Estos portan el sello de la sospecha como marca de nacimiento. Un racismo social q

ue se extiende en las clases medias y altas, al asociar pobreza con delito, reclama medidas de represión preventiva hacia las principales víctimas de la catástrofe. mplo: la disminución de la edad de imputabilidad a los 14 años.Se ha demostrado, sin embargo, que aunque las carencias materiales atentan contra la salud física y psicológica de la mayor parte de la población infanto-juvenil delpaís, la violencia y las adicciones se articulan con los intensivos procesos de expropiación simbólica y disolución de los lazos familiares y comunitarios que brindan sentido de pertenencia, protección y amparo, antes que con la pobreza en sí.Es preciso diferenciar, entonces, entre pobreza y exclusión social. Esta última deviene, no sólo de la inmersión de vastos sectores sociales en prolongados y profundos

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procesos de deterioro de las condiciones, materiales y simbólicas, de vida, sino también del colapso de las instituciones estructuradoras de la sociedad. Se trata de una privación de la condición de ciudadano cuya lógica consecuencia es la ausencia de los códigos culturales que la tipifican, paralela a la construcción de otros al margen de ellos; o sea de una cultura de la marginalidad.La anterior estructura de relaciones sociales en la que se inscribían los sectorespopulares -con un trabajo que podía ser mejor o peor remunerado- les permitía acceder a ciertos satisfactores materiales y a un universo cultural cuyos valores fundamentales eran compartidos por vastos sectores de la sociedad.Esto les posibilitaba recrear su identidad de obreros o trabajadores, a la cualsubyacían los imaginarios de movilidad social que dieran sentido a la vida de inmigrantes y criollos a lo largo de casi un siglo.En ellos encontraba arraigo el mito del progreso que otorgaba al trabajo y la educación; la familia y el barrio -y también a las organizaciones sociales y políticas-el carácter de instituciones vertebradoras de la vida a través de las cuales se construían la autoestima y el sentido de pertenencia a una comunidad. La apetencia deconocimiento, el saber hacer, el logro mediante el esfuerzo, la solidaridad entrelos débiles para enfrentar a los poderosos, el auxilio a los desvalidos, daban presencia a un ethos social que producía formas de convivencia en las cuales el espacio de los niños y los jóvenes estaba definido y asegurado.Sólo una creencia de orden mágico puede depositar en el sistema de enseñanza formal lasolución a un problema tan complejo, que involucra al conjunto de las políticas públicas y tiene un actor protagónico en los medios masivos de comunicación, hacia los cuales los poderes públicos no logran articular una propuesta cultural mínimamente ace

ptable.Adultos abstenerseAusencia de comunidad, hegemonía del mercado y satanización de la política -esto es; del espacio público como asunto prioritario que concierne a todos los ciudadanos- conforman un menage à trois tan armónico como perverso. La cultura de la diversión es la hija dilecta de este triángulo promiscuo y, como tal, la encargada de naturalizar y reproducir el (des)orden por él instituido.La sociedad que consiente que se expropie la condición de ciudadanos a cinco millones de niños y jóvenes, acepta o alienta su conversión en objeto de una cultura gobera por la lógica voraz del mercado. Ella enmascara esta situación actuando como paliativo a la angustia que tal expropiación provoca. Al mismo tiempo, cunde el escándalofrente a sus consecuencias sólo cuando se transforman en problemas que las instituciones sociales -entre ellas la familia- no logran controlar.

La expansión de los locales nocturnos - pubs, discos o bailantas- y de los de videojuegos, que congregan a una concurrencia cada vez mas masiva, marcha paralela ala ausencia o el raquitismo de espacios culturales para el desarrollo de los niños y jóvenes. Este desequilibrio demuestra el sentido excluyente de negocio adjudicado al tiempo de ocio de aquellos, no sólo atribuible a empresarios inescrupulosos, sino también asumido por la sociedad y el Estado que lo entienden un signo de lostiempos.La calificación, en apariencia neutra, de cultura juvenil alude a un vasto conglomerado de negocios que, además de gigantescas ganancias, da lugar a la construcción de identidades e imaginarios que se expresan en ciertas formas de vida y códigos devestimenta, de relación y de lenguaje.Ellos dan cuenta de un rechazo visceral a las distintas instituciones sociales que representan fuentes de autoridad o poder, así como de la naturalización de la vio

lencia. Desde este imaginario, las apetencias insatisfechas de reconocimiento eigualitarismo, y la frustración consecuente, no desembocan en el impulso juvenil de cambio social de épocas pasadas, sino en solidaridades de nuevo cuño entre pares.A la división que estigmatiza a quienes viven en villas de emergencia o barrios pobres, se superponen las fragmentaciones internas de estos espacios que obstaculizan la organización social más amplia, dirigida a canalizar demandas y reivindicaciones colectivas. El asistencialismo introduce nuevas formas de fragmentación que terminan de quebrantar la trama social comunitaria.Varias manifestaciones culturales dan cuenta del fenómeno, entre ellas el graffiticínico -Hoy todo está mal. Mañana será peor- , los juegos electrónicos a través de Int

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, la moda de los tatuajes y piercings, el rock nihilista, en lugar de contestatario, y, sobre todo, la cumbia villera.Mientras no cese de crecer la brecha entre dos sistemas culturales, el de los medios masivos e industrias culturales y el que los organismos culturales públicos entienden por cultura verdadera, el corpus cultural de la sociedad es sometido a una vivisección de consecuencias devastadoras. Los que Habermas define como mundos dela vida, fuera de los cuales lo que resta es muerte, son excluidos por esta falsa dicotomía. De ello se sigue la incomprensión de los procesos culturales que, en laactualidad, signan la construcción de las identidades e imaginarios de los niños yjóvenes. Como lo incomprensible genera inseguridad y temor, sólo queda abstenerse.Cumbia villera, rock, bailanta, discoUna de las pautas de la cultura de la diversión, no dormir de noche, encaja con laaspiración de los jóvenes de encontrar espacios de sociabilidad fuera del control de los mayores. Los pertenecientes a los sectores medios y altos asisten a discos donde abundan la música de las bandas extranjeras y los tragos de moda.A los pobres el ingreso a estos lugares les está vedado aunque dispongan del dinero para la entrada por el simple hecho de que son identificados por su aspecto yexpulsados. Ciertas reglas no escritas marcan las fronteras sociales de la diversión nocturna. Los pocos que se animan a transgredirlas, en una dirección o en la otra, se exponen a situaciones de violencia.Para los últimos están las bailantas y la cumbia villera, el tetrabrick y la cerveza. No difieren demasiado, en cambio, las drogas que se venden en los dos tipos delugares.La cultura de la diversión exige erradicar el espíritu reflexivo, tanto como la obes

idad y la fatiga. Su propuesta es gozar del instante. El desenchufe, el reinadode lo efímero y la sucesión veloz de fragmentos se presentan como las formas naturales de la cultura para los jóvenes.El goce estético consiste en abolir los procesos simbólicos complejos, en beneficiode la experimentación de sensaciones. El propósito es provocar, y mantener constante, la excitación, algo bien distinto de la emoción.Basadas en el esquema de la música tropical, pegadiza y repetitiva, las letras dela cumbia villera exaltan los nuevos códigos de los excluidos, incorporados en calidad de moda a la cultura de la diversión.El robo como forma de vida, el alcohol, las drogas, el gatillo fácil de la policía,las razzias, la prostitución y una sexualidad despojada de connotaciones amorosasy de ribetes machistas, son los motivos privilegiados de las canciones. Varias de ellas se burlan de los panchos -chicos pobres que no viven del robo ni se drogan

- y ubican como enemigos identificados a los políticos y la policía.Los conjuntos más exitosos de este género producen hits millonarios. Los Pibes Chorros tienen un disco de platino titulado Arriba las manos. Yerba Brava vendió 60.000unidades de Corriendo la coneja en cuatro meses.Uno de los hits alude a la idea que sobrevuela muchas letras: 100 por ciento villero. La pobreza ya no es representada como el sufrimiento del humilde en espera de una ayuda, un golpe de suerte o un cambio revolucionario, de acuerdo al imaginario burgués, sino con un amargo orgullo. Se trata de un cachetazo violento, aunque jocoso, a este imaginario.Apunta Mijail Bajtin en su análisis del carnaval, que la burla y la risa son recursos de las culturas populares para deconstruir simbólicamente los atributos del poder e invertir las jerarquías sociales. Pero esta inversión de los valores que glorifica el robo, el sexo y la droga, disfraza con la ironía y la risa las profundas h

eridas que provoca una realidad violenta, ante la cual los jóvenes se sienten impotentes.Para los nuevos parias, la violencia -destructiva o autodestructiva- constituyeun desafío que se resume en la fortaleza para aguantar: el alcohol, las drogas, lafatiga, las agresiones, las malas condiciones de vida y la habilidad para transgredir las normas y zafar de la yuta. La vida concebida como riesgo, inherente ala pérdida de la autoestima y a la anomia, supone una desjerarquización de los valores que resignifica las conductas.Si bien los desbordes, aunque supongan graves riesgos, son congruentes con la propuesta de la cultura de la diversión, más que hechos fortuitos, la experiencia de l

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a vida como algo efímero, precario y sin horizontes los facilita, asignándoles el significado de simples travesuras.La cultura de la marginalidad y la cultura de la diversión se articulan en un sustrato filosófico nihilista, común a muchos grupos juveniles. El individualismo exacerbado, el consumismo -real o como horizonte imaginario- la antipolítica, la desvalorización de la vida, asumen distintas características en sus prácticas de acuerdo al sector social al que pertenezcan.Los códigos de estas culturas producen sentido de pertenencia al grupo, pero descartan la complejidad de lo social, mientras activan los dispositivos de proyeccióne identificación en torno a los ídolos -musicales, deportivos, etc.- sujetos a una diica de renovación constante. El consumo de objetos materiales y simbólicos al ritmode modas que cambian a un ritmo veloz, no conduce a perfilar un proyecto, individual ni colectivo, capaz de proporcionar otro sentido a la existencia.La barbarie digitalizadaOtros entretenimientos preferidos de los niños y jóvenes son la televisión, el cine ylos videojuegos por Internet, a los que es posible acceder en locales en los quepor unas monedas suelen pasar entre tres y doce horas. El promedio de consumo televisivo oscila entre las tres y seis horas diarias. Son los chicos de menor nivel socioeconómico los que más tiempo le dedican y los más asiduos concurrentes a losvideojuegos.Los videojuegos replican los efectos televisivos de generación digital estructurando relatos cuyo tema es la muerte. La violencia se despliega en dos niveles, elde la diégesis del relato y el de su modulación estética a través de la sucesión de impos, visuales y sonoros, que producen una escalada dirigida a mantener constante

la excitación. La interacción planteada privilegia la psicomotricidad -velocidad derespuesta al estímulo- en desmedro de las operaciones simbólicas más complejas.El lenguaje es reducido a onomatopeyas y los signos, aunque sean palabras, se imprimen en la pantalla como golpes de imágenes.Los filmes que apelan a la acción con técnicas digitales reproducen los códigos de losvideojuegos. En estos discursos, matar o morir carecen de una referencialidad que les otorgue sentido. Las relaciones a través de la violencia física -que reducenla comunicación por medio del lenguaje al mínimo- son legitimadas como la fuente de éxito y poder más expeditiva y sencilla. Se trataría de una democratización de la violea en la que lo omitido potencia lo mostrado.Las marcas de la vida breveLa retórica de la violencia ha pasado a ocupar un lugar importante en la vida cotidiana de los jóvenes. Ella comprende múltiples manifestaciones; desde el habla utili

zada -en la que ciertos términos agresivos cumplen la función fática del lenguaje- y el aguante como signo de fortaleza y poder, hasta los tatuajes y piercings.En este caso, el propio cuerpo adquiere el carácter de objeto estético y texto portador de una filosofía de vida en la que inflingirse dolor constituye una experiencia distintiva.La funciones simplificadoras de la cultura de la diversión involucran tanto al pensamiento como al lenguaje. Se fomenta y reproduce un habla entre pares que remite a los códigos de la población carcelaria mezclados con los de la cultura televisiva chatarra.El empobrecimiento del lenguaje -que es el de la habilidad para comprender textosy para hacer abstracciones- no puede dejar de vincularse con un estado de indigencia simbólica que señala experiencias reductivas de la vida cultural y social, así como una grave indefensión que remite al Neanderthal, antes que al Cro-Magnon.

En los chicos con menos años de escolaridad el vocabulario puede circunscribirse aunas 200 o 300 palabras. Mientras el mundo del afuera impone las condiciones políticas que norman la sociabilidad de los jóvenes en ghettos nocturnos controlados porel mercado, el mundo del adentro toma revancha. Al transgredir las reglas moralesque aquél proclama sostener, los jóvenes logran, al menos, desenmascarar su hipocresía.El relativismo moral, en cuanto código implícito que rige las relaciones sociales modeladas por la lógica del dinero y el poder, adopta distintos caminos. ¿Quién puede decir cuáles son peores o mejores? ¿Cómo determinarlo, si todos ellos se entrelazan?Ante los violentos procesos de privación de la ciudadanía y expropiación de la identid

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ad de la mayor parte de la población infantil y juvenil del país, que la tornan en extremo vulnerable, las prácticas y los sentidos propuestos por las mediaciones culturales prevalecientes reproducen la dinámica de la exclusión, tanto a través de los valores y prácticas que promueven como de aquello que silencian, omiten y tergiversan. Estos fenómenos presentan un desafío inédito a las políticas culturales públicas quermanece sin ser respondido.

* Susana Velleggia es especialista en políticas culturales, ha publicado diversostrabajos relacionados a las culturas juveniles, como El Espacio Audiovisual y los niños en Argentina; cuando la imagen es ausencia, trabajo presentado en la 4º Cumbre Mundial de Medios para Niños y Adolescentes, Río de Janeiro, 2004 o Imágenes e Imagnarios en la tensión global- local, en La dinámica global/local: cultura y comunicación, nuevos desafíos, Ediciones CICCUS- La Crujía, Buenos Aires, 1999.(*) Lezama, es una revista cultural de aparición mensual. Nació en abril de 2004. Sudirector es Luis Bruschtein, Eduardo Blaustein su secretario de redacción. En suConsejo Editorial participan entre otros Horacio González, Nicolás Casullo, Aníbal Ford. Horacio Tarcus, Jorge Boccanera, Laura Bonaparte.