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AmiEl niño de las estrellas

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Diseño de portada: Editorial Sirio, S.A., sobre una ilustración de Eliana Judith TemperiniIlustraciones de las páginas 19, 27, 47, 53, 78, 96, 105, 107, 117, 125 y 141 de Eliana JudithTemperini.Ilustraciones de las páginas 62, 84, 87, 120, 144, 154, 170, 172, 184 y 186 de Marcela García.

© de la edición originalEnrique Barrios

www.ebarrios.com

© de la presente ediciónEDITORIAL SIRIO, S.A. EDITORIAL SIRIO ED. SIRIO ARGENTINAC/ Panaderos, 14 Nirvana Libros S.A. de C.V. C/ Paracas 59 29005-Málaga Camino a Minas, 501 1275- Capital FederalEspaña Bodega nº 8 , Col. Arvide Buenos Aires

Del.: Alvaro Obregón (Argentina)México D.F., 01280

www.editorialsirio.comE-Mail: [email protected]

I.S.B.N.: 978-84-7808-579-8Depósito Legal:

Impreso en

Printed in Spain

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de estaobra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por laley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita

fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Si este libro le ha interesado y desea que lo mantengamosinformado de nuestras publicaciones, escríbanos indicándonosqué temas son de su interés (Astrología, Autoayuda, Natu-rismo, Nuevas terapias, Espiritualidad, Tradición, Qigong,PNL, Psicología práctica, Tarot...) y gustosamente lo compla-ceremos.

Puede contactar con nosotros en [email protected]

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editorial irio, s.a.

AmiEl niño de las estrellas

Enr ique Bar r ios

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Es difícil, a los trece años, escribir un libro. A esta edadnadie entiende mucho de literatura... ni le interesa especialmen-te; pero tengo que hacerlo porque Ami dijo que si quería volvera verlo debería relatar en un libro todo lo que viví a su lado.

Me advirtió que muy pocas personas iban a entenderme,porque para la gran mayoría es más fácil creer en las cosas horri-bles que en las maravillosas.

Para evitarme problemas me recomendó decir que todo esuna fantasía, imaginación y nada más. Le haré caso: esto es uncuento.

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(Dirigida sólo a quienes creen que el Universo y la vida sonalgo horrendo, y que el Autor de todo seguro que no existe, oque es un malvado...)

No sigas leyendo, no te va a gustar: lo que viene es mara-villoso.

AmiAdvertencia

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Dedicado a los «niños»de cualquier edad

y de cualquier pueblode esta redonda y hermosa Patria,

esos futuros constructores y herederosde una nueva Tierra

sin divisiones entre hermanos

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Algunas profecías, según visión del autor

Cuando los pueblos sean unoy todas las naciones se unanpara servir al Amor... (Salmo 102: 22)

...convertirán sus tanques en tractoressus cuarteles en hospitales; ningún ser humano dañará a otroy olvidarán para siempre la guerra... (Isaías 2: 4)

...y mis escogidos heredarán la nueva tierra y mis servidores habi-tarán allí (Isaías 65: 9).

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Enrique Barrios

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Primera parte

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Todo comenzó un atardecer de verano, en un tranquilo ypequeño pueblo de playa donde vamos de vacaciones con miabuela casi todos los años. Siempre nos quedamos en unapequeña cabaña de madera con varios pinos y arbustos en elpatio, y por delante un jardín lleno de flores. Se encuentra en lasafueras, cerca del mar, en un sendero que lleva hacia la playa.

A mi abuela le gusta salir de vacaciones los últimos días delverano porque es más tranquilo y más barato.

Comenzó a oscurecer. Yo estaba sobre unas rocas altas jun-to a la playa solitaria contemplando el mar. De pronto vi en elcielo una fuerte luz roja sobre mí, que venía descendiendo, cam-biando de colores y arrojando chispas. Al principio pensé quesería una bengala o un cohete de fuegos artificiales, pero cuan-do estuvo más bajo comprendí que no era así porque llegó atener el tamaño de una avioneta, o de algo mayor aún...

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AmiCapítulo 1

Primer encuentro

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Cayó suavemente al mar a unos cincuenta metros de la ori-lla, frente a mí, y sin emitir ningún sonido... A pesar de lo curio-so del hecho, creí haber sido testigo de una especie de desastreaéreo.

Busqué con la mirada algún paracaidista en el cielo; no lohabía, nada perturbaba el silencio y la tranquilidad de la playa.Esperé un poco para ver si divisaba alguna otra cosa, pero no vinada más; entonces pensé que aquello había sido algo así comoun aerolito, aunque igual no me sentí muy tranquilo; una sensa-ción rara flotaba en el ambiente.

Cuando ya me iba apareció algo blanco y movedizo en elpunto en donde había caído el objeto: alguien venía nadandohacia las rocas, lo cual me indicó que aquello sí que había sidoun desastre aéreo, definitivamente.

Me puse muy nervioso, se acercaba un sobreviviente de lacatástrofe y yo no sabía qué hacer; busqué a otros con la mirada,pero no había nadie más. No supe si quedarme allí o tratar debajar hasta las rocas, junto al agua, para ayudarle; pero la alturaera mucha, yo iba a tardar bastante en llegar abajo, y esa perso-na parecía gozar de buena salud, a juzgar por su manera enérgi-ca y veloz de nadar.

Al acercarse más me di cuenta de que se trataba de un chi-co, a pesar de que su pelo era de color blanco. Llegó a las rocas,salió del agua y antes de comenzar a subir me lanzó una miradaamistosa y una sonrisa. Pensé que estaba feliz de haberse salva-do; la situación no parecía dramática para él, y eso me calmó unpoco.

Comenzó a escalar ágilmente. Cuando estuvo en lo alto,frente a mí, se sacudió el agua del abundante cabello y me hizoun alegre guiño de complicidad; entonces me tranquilicé definiti-vamente. Vino a sentarse en un saliente de piedra cercano, suspiró

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con resignación y se puso a mirar las estrellas que comenzaban abrillar en el cielo, como si nada hubiese sucedido.

Parecía más o menos de mi edad, un poco menor y algomás bajito. Pensé que venía disfrazado porque, aparte del colorde su pelo, vestía un traje como de buzo, blanco, ajustado a sucuerpo, hecho de algún material impermeable, deduje, ya queno estaba mojado, y terminaba en un par de botas también blan-cas y de gruesas suelas. Pude haber comprendido que es impo-sible nadar tan ágilmente con unas botas así, pero no lo hice.

En el pecho llevaba un emblema color oro, un corazón ala-do. Entonces pensé que su atuendo no era un disfraz, sino eluniforme de alguna organización o club deportivo juvenil rela-cionado con aviones.

Su cinturón, también dorado, tenía a cada flanco varios ins-trumentos que parecían radios o teléfonos móviles, y en el cen-tro una hebilla grande, brillante y muy vistosa. Me dieron ganasde tener un cinturón igual de llamativo, aunque no supe si mehubiera atrevido a usarlo en la calle, ya que eso era más para unafiesta de disfraces o un carnaval, o un club como el suyo.

Me senté a su lado. Pasamos unos momentos en silencio.Como no hablaba, le pregunté qué le había sucedido.

—Aterrizaje forzoso –contestó sonriendo.Era simpático, tenía un acento bastante extraño, sus ojos

eran grandes y amistosos. Como él era un chico, pensé que elpiloto tendría que ser una persona mayor.

—¿Y el piloto? –le pregunté, mirando hacia el mar.—Aquí está, sentado junto a ti.—¡GUAU! –exclamé, porque aquello me maravilló. ¡Ese

chico era un campeón! ¡A mi edad ya podía pilotar aviones!Aunque luego pensé que no era muy diestro aún, por lo del acci-dente... Como a él parecía no importarle mucho, imaginé quesus padres serían muy ricos.

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—¿No venía nadie más contigo?—No.—Menos mal...Él sonrió y no dijo nada.Fue llegando la noche y tuve frío. Él se dio cuenta, porque

me preguntó: —¿Tienes frío?—Sí, un poco.—La temperatura está agradable –me dijo sonriendo;

entonces sentí que realmente no hacía ningún frío, y ni cuentame di de ese súbito cambio en mí.

Después de unos minutos le pregunté qué iba a hacer.—Cumplir con la misión –respondió, sin dejar de mirar

hacia el cielo.Pensé que estaba frente a un chico importante, no como

yo, un simple estudiante en vacaciones. Él tenía un avión, ununiforme y una misión, tal vez algo secreto... Pero por otro ladono era más que un muchacho... No me atreví a preguntarle a quéclub pertenecía ni de qué se trataba su misión; me infundía algoasí como respeto o temor, a pesar de lo pequeño; era diferente,demasiado silencioso. Tal vez quedó un poco atontado por efec-to del accidente.

—¿Qué pasará ahora que se perdió el avión?—¿Qué?... ¡Pero si no se ha perdido nada! –respondió ale-

gre, y me dejó más confundido aún.—¿No se perdió? ¿No se rompió entero?—No.—¿Es posible sacarlo del agua? –pregunté.—Oh, sí, por supuesto que se puede sacar del agua. –Me

observó con simpatía y agregó:– ¿Cómo te llamas?—Pedro –dije, pero algo comenzaba a no gustarme: apar-

te de estar como en la luna, ese chico no respondía claramente

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a mis preguntas y me cambiaba el tema. Me pareció que se hacíael misterioso, el «mayor que yo», y eso no me estaba haciendoninguna gracia. Él se dio cuenta de mi molestia y le pareciódivertido el asunto.

—Calma, Pedro, calma. ¿Cuántos años tienes?—Trece... casi. ¿Y tú?Rió muy suavemente; su risa me recordó a la de un bebé

cuando le hacen cosquillas, pero sentí que intentaba ponersesobre mí debido a que pilotaba un avión y yo no, y eso no megustaba; sin embargo, era simpático, agradable, no podía moles-tarme seriamente con él.

—Tengo más años de los que tú imaginarías –afirmó entresonrisas. Extrajo del cinturón uno de los aparatos; era una cal-culadora, la encendió y aparecieron unos signos luminosos, des-conocidos para mí. Sacó unas cuentas y al ver el resultado sepuso a reír y dijo–: No, no, si te lo digo no me lo creerías.

Llegó la noche y apareció una bonita luna llena que ilumi-naba el mar y toda la playa. Él permanecía mirando el panorama,el cielo, las estrellas y la luna, siempre en silencio, como si yo noexistiese. Entonces comencé a sospechar que ese chico no era deaquí, que venía de lejos, de quién sabe dónde; pero cada vez meiban gustando menos sus silencios, sus misterios.

Miré su rostro; no podía tener más de once años, pero insi-nuaba ser mucho mayor, y era piloto de avión... ¿No sería unenano?

—Hay gente que cree en los extraterrestres... –expresó demanera casi distraída.

Pensé un buen rato antes de abrir la boca. Él me observa-ba con los ojos llenos de curiosidad y de luz, parecía que lasestrellas de la noche se reflejaban en sus pupilas, se veía dema-siado radiante para ser normal. Recordé su avión en llamascayendo al mar, aunque según él, no estaba roto... Eso era algo

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muy curioso, igual que su manera de aparecer ante mí, y su cal-culadora con signos raros, su acento extraño, su pelo, su traje...Además, seamos sinceros: ¡los-niños-NO-pilotan-aviones!...

—¿E-eres... extra... terrestre?... –le pregunté mientrassentía que el vello de mi nuca amenazaba con erizarse.

—Y si lo fuera, ¿te daría miedo?Fue entonces cuando supe que sí venía de otro mundo. Me

asusté, pero su mirada infundía ánimo.—¿E-eres... malo? –pregunté tímidamente; él rió.—Tal vez tú seas más diablillo que yo.Me sorprendí mucho con su insinuación. Yo era un chico

que no daba problemas a nadie, que sacaba buenas notas, quellegaba a ser más bien aburrido...

—¿Por qué dices eso?—Porque eres terrícola.Comprendí entonces que quiso decir que los terrícolas no

somos muy buenos, y eso me molestó un poco, pero preferíignorarlo por el momento. Decidí ser muy cauteloso con aquelalien que pretendía rebajar mi autoestima planetaria...

Pero ¿era real que yo estaba hablando con un ser de otromundo? Por momentos no lo podía creer.

—¿De verdad eres un alienígena?—Calma, calma, ¡que no cunda el pánico! –me confortó

riendo, bromeando, y señaló hacia las estrellas mientras medecía–: Este Universo está lleno de vida, millones de mundosestán habitados, hay mucha gente buena por allá arriba.

Sus palabras produjeron un extraño efecto en mí. Cuandodijo aquello, casi pude «ver» esos millones de mundos habitadospor gente buena, y se me quitaron el temor y la desconfianza.Decidí aceptar sin más trámite que él era un ser de otro planeta,sobre todo porque parecía amistoso e inofensivo. Pero todavíame seguía molestando algo: ¡había ofendido a mi especie!

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—¿Por qué dices que los terrícolas somos malos? –pre-gunté, mientras él seguía mirando el cielo.

—Qué bárbaro se ve el firmamento desde la Tierra... Estaatmósfera le otorga un brillo, un color...

Volví a sentirme mal, peor ahora porque no me estaba res-pondiendo, otra vez. Además, no me gusta que crean que soymalo porque no es así; al contrario, yo quería ser cazador, perono de animales, pobrecitos, sino de malvados, cazadores de ani-males incluidos, para meterlos a todos en un gran agujero,echarles tierra encima y que así no haya más maldad en el mundo.

—Allá, en las Pléyades, hay una civilización tan avanzadaque... No, no me creerías...

—No todos somos malos aquí.—Mira esa estrella, así era hace un millón de años, pero ya

no existe. Una civilización de esa región colonizó el Cordón deZeta Reticulis y ahora vive en...

—Repito que no todos somos malos aquí. ¿Por qué dijisteque somos unos canallas, eh? –le interrumpí.

—Yo no he dicho eso –respondió sin dejar de mirar el cie-lo; le brillaba la mirada–. Es un milagro...

—¡Sí que lo dijiste!Como levanté la voz, logré sacarlo de sus ensueños; para

mí, se comportaba igual que una vecina mía cuando contemplaa su ídolo de la pantalla; está loquita por él. Me miró con aten-ción, no parecía molesto conmigo.

—Quise decir que, comparado con otros mundos, en esteno hay demasiada bondad ni solidaridad.

—¿Ves? Estás diciendo que somos una porquería...—Tampoco quise decir eso, Pedrito. –Volvió a reír y me

quiso dar unas palmaditas en la cabeza. Aquello me gustó menosaún. Retiré la cabeza; me molesta que me traten como a un niño,sobre todo otro chico, o como a un tonto, porque soy uno de los

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más inteligentes y aplicados de mi colegio, incluso gané un tor-neo estudiantil de ajedrez y salió mi nombre en el periódico, enla sección «El Deporte en los Colegios», en la subsección«Ajedrez», en la sub-subsección «Juvenil». Además, iba a cum-plir ¡trece años!...

—Si este planeta es TAN malo, ¿qué haces aquí entonces, EH? —¿Te has fijado cómo se refleja la luna en el mar?Continuaba ignorándome y cambiando de tema.—¿Viniste a decirme que me fije en el reflejo de la luna?...—Tal vez... ¿Te diste cuenta de que estamos flotando en el

Universo?Cuando dijo eso, con mi disgusto nublándome la cabeza,

creí comprender la verdad, olvidé de un plumazo todas las evi-dencias que tenía y de pronto me pareció que ese mocoso esta-ba loco. ¡Claro! Se creía extraterrestre, por eso decía cosas tanabsurdas. Era un muchacho rico y chiflado, que quería engañara otros con sus historias fantásticas, con ese traje que se habríamandado hacer gracias a sus millones. A lo mejor ni siquieratenía ningún avión el farsante ese, tal vez siempre estuvo en elagua y desde allí lanzó una bengala que me hizo confundir, o quésé yo qué otro truco. Quise irme a casa, me sentí mal por habercreído sus historias fantásticas por unos minutos. O tal vez habíaestado tomándome el pelo para reírse... «Extraterrestre»... ¡y yome lo creí! Me dio vergüenza y rabia, conmigo mismo y con él.Me dieron ganas de darle un buen golpe en la nariz.

—¿Te parece muy fea mi nariz?...Quedé paralizado, sentí temor. ¿Me había leído el pensa-

miento?...Lo miré y me pareció que sonreía victorioso y burlesco, y

eso no me gustó, preferí creer que aquello fue una casualidad,una coincidencia entre lo que yo pensé y lo que él dijo. O tal vezfuera verdad, pero tenía que comprobarlo; quizá sí que estaba

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ante un ser de otro mundo después de todo, un alienígena quepodía leer el pensamiento... ¿O tal vez estaba ante un loco?

Una idea genial me vino a la cabeza:—¡Adivina qué estoy pensando! –dije, y me puse a imagi-

nar un pastel de cumpleaños. —¿Por qué crees que puedo adivinar tus pensamientos?

–preguntó él. —No, por nada...Le hizo gracia mi torpe disimulo.—¿No te basta con las pruebas que ya tienes?Yo no estaba dispuesto a ceder un milímetro. Si no men-

cionaba el pastel de cumple, ¡nada! —¿Pruebas? ¿Qué pruebas? ¿Pruebas de qué?Estiró las piernas y apoyó los codos sobre la roca.—Mira, Pedrito, hay otro tipo de realidades, otros seres,

mundos más sutiles, con puertas sutiles para inteligencias sutiles...—¿Y qué rayos significa sutiles? –pregunté, haciéndome el

tonto.—¿CON CUÁNTAS VELITAS?... –dijo sonriendo.Fue como un golpe en el estómago. Me dieron ganas de llo-

rar, me sentí tonto y torpe.Cuando me repuse le pedí que me disculpara por haber

dudado de él, pero no estaba disgustado, no me hizo ningúncaso y se puso a reír.

Decidí no volver a desconfiar de él.

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—Tengo que irme, ya es tarde. Ven a casa, mi abuela se ale-grará de conocer a un chico de otro mundo.

—No mezclemos personas mayores en nuestra amistadpor ahora –dijo, arrugando la nariz entre sonrisas.

—Pero tengo que irme...—Tu buena y simpática abuela duerme profundamente; no

te echará de menos si conversamos un rato.Otra vez me causaba sorpresa y admiración. ¿Cómo sabía

que mi abuela estaba durmiendo?... Entonces recordé que eraun alienígena que podía conocer los pensamientos ajenos yquién sabe qué más.

—No sólo eso, Pedro –dijo al leer mi mente–; además,desde mi nave la vi a punto de quedarse dormida.

Luego exclamó con entusiasmo:

AmiCapítulo 2

Pedrito volador

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—¡Vamos a pasear por la playa! –Se incorporó de un salto,corrió hasta el borde de la altísima roca y... ¡se lanzó al vacío!

Pensé que se iba a matar. Fui corriendo lleno de angustia aechar un vistazo hacia el abismo. No pude creer lo que vi: ¡éldescendía lentamente, planeando en el aire con los brazos exten-didos, como una gaviota!

Pero de inmediato recordé que no debía sorprendermedemasiado por nada de lo que hiciera aquel alegre y extraordi-nario ser de las estrellas. Bajé de la roca como pude, con grancuidado, y me uní a él en la playa.

—¡¿Cómo hiciste eso?!—Sintiéndome como un ave –respondió, y se puso a

correr alegremente por entre el mar y la arena.Pensé que me hubiera gustado actuar como él, pero yo no

podía sentirme tan libre y alegre así como así.—¡Sí que puedes! –Otra vez me había captado el pensa-

miento. Vino a mi lado intentando animarme y dijo con granentusiasmo–: ¡Vamos a correr y saltar como pájaros!

Me tomó de la mano y sentí una gran energía en el brazo,en todo el cuerpo, y comenzamos a correr por la playa.

—¡Ahora, saltemos!Él lograba elevarse mucho más que yo y me impulsaba hacia

arriba con su mano. Parecía suspenderse en el aire unosmomentos antes de caer sobre la arena. Continuábamoscorriendo y cada cierto trecho saltábamos.

—¡Somos aves; somos aves! –me animaba, me embriagaba.Poco a poco fui dejando de pensar como de costumbre, fui

cambiando; ya no era yo mismo, el de siempre. Animado por elchico de blanco, fui modificando mi forma de pensar, fui deci-diéndome a ser liviano como una pluma, estaba poco a pocoaceptando la idea de ser un ave.

—¡Ahora, arriba!

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Constaté maravillado que comenzábamos a mantenernosen el aire durante algunos instantes, caíamos suavemente y con-tinuábamos corriendo, para luego volver a elevarnos. Cada vez lohacíamos mejor, y eso me sorprendía.

—No te sorprendas, tú puedes. ¡Ahora!Con cada nuevo intento resultaba más fácil lograrlo. Íba-

mos corriendo y saltando como en cámara lenta por la orilla dela playa, bajo la noche llena de luna y de estrellas. Parecía otraforma de existir, otro mundo.

—¡Con amor por el vuelo! –me animaba.Un poco más adelante me soltó la mano.—¡Tú puedes solo, sí que puedes! –No dejaba de transmi-

tirme confianza mientras corría a mi lado.—¡Ahora!Nos elevábamos lentamente, esta vez sin tocarnos, nos

manteníamos en el aire varios segundos con los brazos extendi-dos y comenzábamos a caer de forma muy suave, como si pla-neáramos.

—¡Qué extraordinario!

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—¡Bravo, bravo! –me felicitaba.No sé cuánto tiempo jugamos esa noche. Para mí fue como

un sueño. Cuando me sentí cansado me lancé sobre la arenajadeando y riendo feliz. Había sido algo fabuloso, una experien-cia inolvidable. No se lo dije, pero interiormente le di las graciasa mi fantástico amigo por haberme permitido realizar cosas queyo creía imposibles.

No sabía todavía nada acerca de las sorpresas que me teníapreparadas aquella noche increíble...

Las luces de un pueblo costero, más grande que el nuestro,brillaban al otro lado de la bahía. Mi amigo, tendido sobre laarena bañada por la claridad de nuestro satélite natural, con-templaba con deleite, extasiado, esos movedizos reflejos sobrelas aguas nocturnas; luego se regocijaba mirando la luna llena.

—¡Qué maravilla, no se cae! –reía–. ¡Este mundo tuyo esespectacular!

Yo nunca había pensado que lo fuera, pero ahora que él lodecía... sí, era magnífico tener estrellas, mar, playa y una luna tanredonda y brillante allí suspendida, y además... no se caía.

—¿Tu mundo no es bonito? –pregunté.Suspiró mirando hacia un punto del cielo a nuestra derecha.—Oh, sí, también lo es, pero todos nosotros lo sabemos, y

lo cuidamos...Recordé que me había insinuado que los terrícolas no

somos demasiado buenos, y creí comprender una de las razones:nosotros no valoramos nuestro planeta ni lo cuidamos; ellos síque lo hacen con el suyo.

—¿Cómo te llamas?Le hizo gracia mi pregunta.—No tiene sentido que te lo diga.—¿Por qué, es un secreto?

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—¡Qué va! Es sólo que no existen en tu lengua los sonidosde mi nombre, así que no vas a poder pronunciarlo.

—¿Hablas otro idioma? ¿Cómo aprendiste castellano?—No lo hablo ni lo comprendo, a menos que tenga esto

–respondió mientras tomaba un aparato de su cinturón.—Esto es un «traductor». Este instrumento explora tu

cerebro a la velocidad de la luz y me transmite lo que piensas yquieres decir; así puedo comprenderte, y cuando voy a deciralgo, «traduce» mi intención y me hace mover los labios y la len-gua como lo harías tú, bueno, casi como tú, nada es perfecto.

Guardó el «traductor» y se puso a contemplar el mar mien-tras abrazaba sus rodillas sentado en la arena.

—Entonces es así como te enteras de lo que pienso... Vaya,yo creía que eras telépata.

—Pues no, aunque también estoy haciendo progresos enmis prácticas de telepatía pura, sin «traductor».

—¿Cómo puedo llamarte entonces?—¿Qué tal «Amigo»? Porque eso es lo que soy: un amigo

de todos.Yo pensé un poco y luego se me ocurrió una idea bárbara:—Te llamaré «Ami», es más corto y parece un nombre de

verdad. Me miró con alegría y exclamó:—¡Es un nombre perfecto, Pedro! –y me dio un abrazo. Yo

sentí que en ese momento sellaba una nueva y muy especialamistad, y así iba a ser.

—¿Cómo se llama tu planeta?—¡Puf!... tampoco. No hay equivalencia de sonidos, pero

está por allí. –Apuntó hacia unas estrellas.Mientras Ami observaba el cielo me puse a pensar en las

películas de invasores extraterrestres que había visto tantas vecesen la televisión, en el cine y en Internet.

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—¿Cuándo nos van a invadir?Mi pregunta le hizo gracia.—¿Por qué piensas que vamos a invadirles?—No sé, en las películas los alienígenas siempre lo hacen.

¿Eres tú uno de ésos?Su risa fue tan alegre que me contagió y me hizo sentir ridícu-

lo por mi desconfianza. Después traté de justificarme:—Es que... en la tele...—¡Claro, la televisión terrícola!... ¡Veamos una de invaso-

res! –dijo entusiasmado mientras de la hebilla de su cinturónsacaba otro aparato. Apretó un botón y apareció una pantallaencendida. Era un pequeño televisor en colores y sorprendente-mente claro y nítido. Ami hacía zapping con rapidez. Lo másasombroso era que en esa zona se captaban tres estaciones ynada más, pero en esa pantallita iban apareciendo una multitud:películas, programas en vivo, noticieros, comerciales; todo endiferentes idiomas y por personas de distintas nacionalidades.¿Cómo podía ver tantas estaciones del mundo sin estar abonadoa ningún cable?...

—Las de invasores son muy ridículas –decía divertido.—¿Cuántas estaciones puedes sintonizar?—Todas las que están transmitiendo en este momento en

tu planeta. —¡¿Todas?!...—Todas.—¡¿En todo el mundo?!—Claro, esto recibe las señales que captan nuestros pro-

pios... digamos «satélites», invisibles para ustedes, naturalmente.¡Aquí hay una, en Australia, mira!

Aparecían unos seres con cabezas de pulpo y muchos ojossaltones surcados de venitas rojas. Disparaban rayos verdes contra

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una multitud de aterrorizados seres humanos. Mi amigo parecíadivertirse con ese film.

—¡Qué barbaridad! ¿No te parece cómico?—No, ¿por qué?—¡Porque esos monstruos no existen más que en las

monstruosas imaginaciones de quienes crean esas películas!Me dejó pensando, pero al final no me convenció. Yo me

había pasado la vida entera viendo todo tipo de seres espacialesmalvados y espantosos en la pantalla como para que pudieraborrármelos de un solo golpe.

—Pero si aquí mismo en la Tierra hay iguanas, cocodrilos,pulpos, tiburones, ¿por qué no van a existir seres malvados y feí-simos en otros mundos?

Sonrió y me dijo:—Pedro, date cuenta de que «malvados» es una cosa y

«feos» es otra. No todo lo que a ti te parece feo es malvado nitodo lo que te parece bonito es bueno, pero te aseguro que nohay por allá arriba seres inteligentes, feos o bonitos para ti, inte-resados en hacer algún daño a tu mundo. Es más, quienes por suavance científico son capaces de llegar hasta aquí sólo desean subien.

No le hice caso; era su opinión contra kilómetros de cintacinematográfica que yo había visto antes.

—¿Tú conoces todo el Universo, Ami?—¡Todo el Universo!... Claro que no.—Entonces tal vez existan mundos que tú no conoces, con

seres inteligentes malvados. –Se rió a todo pulmón al escucharaquello.

—¡«Inteligentes-malvados»!... Eso es como decir «buenos-malos» o «gordos-flacos» o «lindos-feos». ¡Son cosas opuestas,Pedro!

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Yo no podía comprender. ¿Y esos científicos locos y per-versos que inventan armas para destruir el mundo, ésos que soncombatidos por los superhéroes?

Ami captó mi pensamiento y me explicó:—Ésos no son inteligentes, son locos; además, son pura

fantasía, películas, cómics, y nada más.—Bueno, pero es posible que exista un mundo de cientí-

ficos locos que podrían destruirnos. —Aparte de los de la Tierra, imposible.—¿Por qué?—Porque quienes son locos destruyen sus propias civiliza-

ciones antes de obtener el nivel científico necesario para aban-donar sus planetas y partir a invadir otros mundos, y eso grába-telo bien en la cabecita. ¿Quieres que te lo repita?

—No.—Entonces no lo haré, pero no olvides que quienes son

locos destruyen sus propias civilizaciones antes de obtener elnivel científico necesario para abandonar sus planetas y partir ainvadir otros mundos.

—¡Ya, ya, no te pongas pesado con eso!—Y quienes lograron ese nivel lo hicieron porque antes

dejaron de ser locos; en consecuencia, ya no desean hacer dañoa nadie, porque sólo los locos quieren hacer daño a quienes nadamalo les hacen... La verdadera inteligencia va de la mano de labondad, o no es inteligencia. Así que quienes pueden llegar has-ta aquí no son «el lobo feroz», Pedrito.

Ami parecía querer pintarme un nuevo Universo, unocolor de rosa, y no le creí demasiado; pensé que podrían existiralgunos planetas habitados por locos que no son tan locos, esdecir, por gente inteligente, fría, científica y eficiente, y al mis-mo tiempo malvada, cruel. Él, por supuesto, pudo ver lo que yoestaba pensando y, como siempre, le hizo mucha gracia.

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—Ahora se trata de «locos-inteligentes»... Eres todo uncaso, Pedrito. ¿Y dónde están esos locos tan locos, tan inteligen-tes, tan fríos, tan feos y tan malvados, que jamás han venido adestruir ninguna civilización terrestre? –me preguntó con cara deinocencia fingida. Yo pensé un poco antes de responder, pero noencontré ninguna señal de maldad alienígena en nuestra historia.

—Bueno, no lo sé...—¡Simple «paranoia cósmica terrícola»! –exclamó, y se

puso a reír.Encontré que podía tener razón, pero de todas maneras no

me sentía tan seguro acerca de la «inocencia» de todos los habi-tantes del espacio exterior. Allá arriba los habría buenos, comoAmi, y también malos, igual que aquí abajo.

Él procuró tranquilizarme:—Créeme, Pedrito, en el Universo hay «coladores» que no

dejan pasar lo inferior a sistemas de existencia superiores, o si nose crearían terribles desastres en el Universo, ¿no te parece?

—Esteee... claro... –Muchas veces yo no le entendía muy bien.—Algunos dicen «como es arriba es abajo», queriendo

indicar que si aquí hay maldad, allá también la habrá; pero alláarriba no es tan igual que aquí abajo, como no es igual un barriotranquilo que otro lleno de maleantes. Cuando las civilizacionesllegan a cierto nivel de desarrollo, ya no hay más horrores, nomás maleantes, la gente ya no es tan dañina. Es muchísimo másfácil llegar a conocer la tecnología necesaria para construir bom-bas que naves intergalácticas, y si una civilización no ha llegado adesarrollar la solidaridad, la sabiduría ni la bondad, y consigueun alto nivel científico, más tarde o más temprano utilizará eseconocimiento contra sí misma, mucho antes de poder partir aotros mundos. El Universo no es «suicida», no permite que loque vaya en contra del sentido superior de la vida, del mismoUniverso, sobreviva o prospere por mucho tiempo.

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—Pero en algún planeta podrían haberse salvado algunosbichos malos, por casualidad...

—¿Casualidad? Nada es casual, Pedro; el Universo es elreflejo de un orden superior perfecto, todo tiene una causa defi-nida y un propósito preciso, hay leyes matemáticas que se cum-plen en todos los terrenos, incluso en la evolución de las civili-zaciones del Universo. Pero, en definitiva, todas las civilizacionesplanetarias insensibles ante la solidaridad universal se autodes-truyen si alcanzan un alto nivel tecnológico y no logran superarsu dureza de entendimiento, su falta de lógica superior. En otraspalabras, cuando el nivel científico de un mundo supera dema-siado su nivel de solidaridad, ese mundo se autodestruye.

—¿Nivel de solidaridad?Yo podía entender claramente lo que es el nivel científico

de una civilización, pero no comprendía qué era ese «nivel desolidaridad».

—La solidaridad tiene sus raíces en el amor, Pedro. Po-demos decir que solidaridad es amor, afecto o cariño. La solida-ridad, el afecto, el cariño o el amor que irradian los seres es unaenergía de cierta clase, una energía muy fina, la más fina queexiste, y puede ser medida por instrumentos como los quenosotros tenemos.

—¿En serio?—Claro, porque el amor es una fuerza, una vibración que

penetra todo el Universo, que hizo posible el Universo, comoverás después; podría decirse que el amor es una «vitamina» quela vida, que los organismos necesitan, y más necesitan mientrasmayor es su evolución.

—¿Cómo es eso?—Un perro o un delfín necesitan más afecto que un gusa-

no o una bacteria. —Ah, seguro.

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—Y un ser humano todavía más.—¡Es verdad!Cuando vi tan claro aquello no me sentí tan mal como antes

por mi temor a que... casi me avergüenza confesarlo... Bueno,esto es secreto, shhh... (el miedo de que nadie me quiera)... Pero aho-ra comprendía que necesitar mayor afecto no es señal de debili-dad, sino de mayor lejanía de la bacteria y del gusano. ¡Qué bien!

—Así es, Pedro; y también de las fieras.—De acuerdo, Ami; gracias por la lección.—De nada. Y las civilizaciones también necesitan de esa

energía llamada solidaridad, amor, afecto o cariño. Si el nivel desolidaridad de un mundo es bajo, hay infelicidad colectiva, odio,violencia, división y guerras; y si hay al mismo tiempo un altonivel de capacidad destructiva... ¿Comprendes lo que podríapasar, Pedrito?

—Claro, que podría originarse un buen desastre... ¿Y quéquieres decirme con eso?

—Debo decirte muchas cosas, pero vamos poco a poco.Sigamos con tus dudas.

Yo todavía no podía creer que no existieran locos o mons-truos invasores en el espacio, siendo infinito de grande. Le habléacerca de una película en la que unos «extraterrestres-lagartos»dominaban muchos planetas porque estaban muy bien organiza-dos. Él dijo:

—Sin solidaridad, ninguna civilización puede sobrevivirpor largo tiempo. Para alcanzar el nivel tecnológico que permi-te llegar a otros mundos en minutos se necesita de muchísimomayor desarrollo científico que el que hay en este planeta. Lesfalta mucho tiempo aún, y para sobrevivir tanto tiempo debennecesariamente alcanzar una forma de organización benevolen-te, afectuosa, justa para todos, equitativa, o terminarán por des-truirse por culpa del mal uso de la ciencia y la tecnología; y ustedes

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ya lo están haciendo, y cada día más, y más rápidamente... por sino te has dado cuenta.

—Tienes razón, le estamos dando una feroz paliza a nues-tro pobre planeta...

—Por falta de solidaridad, Pedro. Todos los males de estemundo están allí por falta de esa «vitamina», nada más. No exis-te un sistema de organización sin solidaridad que permita sobre-vivir mucho tiempo a ninguna civilización, así que... saca tuspropias conclusiones acerca del futuro que le espera a tu plane-ta si todo sigue igual...

—¿Y por qué no puede sobrevivir una civilización sin soli-daridad?

—Porque a nivel universal existe una sola forma perfectade organización, capaz de garantizar la supervivencia y el bienes-tar colectivos. Ninguna otra alternativa existe en todo elUniverso. Se alcanza de manera natural cuando una civilizaciónse acerca a la solidaridad, cuando ya no ignora las necesidadesmateriales, culturales, espirituales y afectivas de todas las perso-nas y de todo su entorno, flora y fauna, tierra, agua y aire, y estosólo sucede cuando una civilización evoluciona.

—¿Y entonces la gente deja de ser mala?—Naturalmente. Los habitantes de los mundos que han

construido civilizaciones planetarias solidarias son pacíficos, nohacen daño a nadie; al contrario, procuran ayudar a quienes pue-dan, porque a mayor crecimiento interior, aumenta la necesidadde ayudar a los demás. Una inteligencia mayor y más amorosaque la nuestra inventó todo esto.

Después logró explicármelo mejor, pero en esos momentosyo seguía con la duda acerca de los monstruos inteligentes y mal-vados, disfrazados de seres pacíficos y hasta con una bella apa-riencia tal vez.

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—¡«Míster Paranoia» ve demasiada televisión! –exclamóAmi riendo, y luego agregó:– Trata de elevar tus pensamientos,Pedrito. Mientras estemos pensando en posibilidades horren-das, no estaremos a la altura necesaria para encontrarnos conrealidades más elevadas, más hermosas y benignas; realidadesque siempre han estado allí, esperando que elevemos nuestramirada para revelarse ante nuestros ojos.

—A veces pareces poeta, Ami, y me cuesta comprenderte.¿Existe otra gente mala en el Universo, aparte de la de la Tierra?

—Bien, para comenzar, nosotros no dividimos a la genteentre «buena» y «mala». Unos están más avanzados y otros notanto, eso es todo.

—Está bien. Entonces, ¿existen en algún lugar seres tanpoco avanzados como los de aquí?

—Claro que sí, y mucho menos también. Existen mundosen los que tú no podrías sobrevivir ni media hora. Aquí mismo enla Tierra hace un millón de años esto era un infierno, bueno, nopara las criaturas que vivían felices ahí, sino que lo sería paranosotros. Hay planetas habitados por terribles monstruos.

—¿Ves, ves? –exclamé triunfante–. Tú mismo lo recono-ces; yo tenía razón: a esos monstruos me refería.

—Pero no te preocupes, ya que ellos viven en mundosmucho más atrasados que éste; sus toscas mentes no les permi-ten siquiera conocer la rueda, así que no van a llegar hasta aquíantes de que dejen de ser peligrosos, si es que no desaparecen enel intento, víctimas de su propia medicina.

Eso era tranquilizador.—Entonces, después de todo, no somos los terrícolas los

más malos del Universo... —No; ¡pero tú eres uno de los más paranoicos de la galaxia!Reímos como buenos amigos.

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—¿Sabes? Aquí «cerquita», en un planeta de Sirio hay unasplayas color violeta, son espléndidas. Ah, si vieras lo que es unatardecer con esos soles gigantes...

—¿Viajas a la velocidad de la luz?Mi pregunta le pareció cómica.—Si viajara tan lento me habría hecho viejo antes de poder

llegar hasta aquí. —¿A qué velocidad viajas entonces?—Nosotros en general no «viajamos»; más bien, nos

«situamos». —¿Qué?...—Nos «situamos», simplemente aparecemos en el lugar al

que deseamos llegar. —¡¿En forma instantánea?!...

AmiCapítulo 3

No te pre-ocupes

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—Bueno, algo hay que esperar, los instrumentos de abor-do deben efectuar cálculos complejos; pero de un lado a otro dela galaxia tardaría... –tomó su calculadora del cinturón e hizounas cuentas– según tus medidas de tiempo... una hora y media,y de una galaxia a otra tardaría un poco más.

—¡Qué bárbaro! ¿Cómo lo consigues?—El tiempo y el espacio se estiiiiiran y se acooortan... Las

cosas no son lo que parecen... —No te entiendo; sé más claro, por favor.—¿Puedes explicar a un bebé por qué dos más dos son cuatro? —No –respondí–. Ni yo mismo lo sé.—Yo tampoco puedo explicarte cosas que tienen que ver

con la contracción y curvatura del espacio-tiempo, ni falta quehace. Fíjate cómo se deslizan esas pequeñas aves por la arena,parecen flotar... ¡Qué extraordinario!

Ami estaba contemplando unas aves que corrían rapidísimopor la arena húmeda recogiendo algún alimento que las olasdepositaban allí. Movían sus patitas de forma tan veloz que no seles veían, y por eso parecían deslizarse o flotar sobre la arena.

Yo recordé que era tarde.—Tengo que irme, mi abuela...—No pasa nada; todavía duerme.—Estoy preocupado.—¿Preocupado? Qué tontería.—¿Por qué?—Pre significa «antes de», así que yo no me pre-ocupo; yo

me ocupo. —No te entiendo, Ami.—No vivas imaginando problemas que no han ocurrido ni

van a suceder; disfruta del presente, la vida hay que aprovechar-la, elige siempre poner en tu mente lo agradable en lugar de lodesagradable. Cuando aparezca un problema real, entonces

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simplemente ocúpate de él, pero no te pre-ocupes cuando todoestá bien.

—Creo que tienes razón, pero...—¿Te parecería bien que estuviésemos preocupados ima-

ginando que podría venir un tsunami y devorarnos? Sería tontono disfrutar de este momento, de esta noche tan bonita.Observa esas aves que corren sin preocuparse. ¿Por qué echar aperder este momento por algo que no existe?

—Pero mi abuela sí que existe...—Sí, y no hay ningún problema con ella. ¿No te parece

más inteligente disfrutar del momento?—Sí, pero... estoy preocupado.—Ah, este incorregible «Míster Paranoia»... Está bien, veá-

mosla.Tomó su aparato televisor y comenzó a manipularlo. En la

pantalla apareció el camino que lleva hacia mi casa. Las imáge-nes iban avanzando por entre los árboles y las rocas del sendero.Todo se veía en colores e iluminado como si fuese de día.Penetramos a través de la pared de la casa y apareció mi abueladurmiendo profundamente en su cama; hasta se oía su respira-ción. ¡Aquel aparato era increíble!

—Duerme como un angelito –comentó Ami riendo.—¿No es una película?—No. Esto es «en vivo y en directo». Vamos al comedor.La imagen atravesó la pared del dormitorio y apareció el

comedor. Allí estaba la mesa con su mantel de cuadros grandes,y en el lugar que yo ocupo estaba servida mi cena. Mi abuela lahabía dejado en un plato cubierto por otro, invertido.

—¡Eso se parece a mi ovni! –bromeó–. Veamos qué te tie-nen para cenar. –Operó algo en el aparato y el plato superior sehizo transparente como el vidrio. Apareció un trozo de carnecon papas fritas.

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—¡Bof! –exclamó Ami con asco–. ¡Cómo pueden comerun cadáver!

—¿Cadáver?—Cadáver de vaca, vaca muerta. ¿Te vas a comer un peda-

zo de vaca muerta?... –Así como él lo pintaba me dio asco a mítambién.

—¿Cómo funciona este aparato? ¿Dónde está la cámara?–le pregunté muy intrigado.

—No necesita cámara. Este cacharro lanza haces, seleccio-na y ordena, filtra, codifica, descodifica, amplifica y proyecta.Sencillo, ¿no?

Al parecer se estaba burlando de mí.—¿Por qué ahí se ve de día, siendo ahora de noche?—Hay otras «luces» que tu ojo no puede ver; este aparato

sí que las capta. —¡Qué complicado!—Para nada. Yo mismo me construí este cachivache.—¡Tú mismo!—Es sumamente anticuado, pero le tengo cariño. Es un

recuerdo, un trabajo de la escuela primaria.—¡Ustedes son unos genios!—Por supuesto que no. ¿Sabes multiplicar?—Claro –respondí.—Entonces tú eres un genio, para uno que no sabe hacer-

lo. Todo es cuestión de grados. Una radio a pilas o una linternaes un milagro para un aborigen de las selvas.

—Tienes razón. ¿Crees tú que algún día podremos teneraquí en la Tierra inventos como el tuyo?

Se puso serio por vez primera. Me dirigió una mirada quedenotaba cierta tristeza y dijo:

—No lo sé.—¿Cómo que no lo sabes? ¡Tú lo sabes todo!

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—No todo. El futuro no lo conoce nadie, afortunadamente.—¿Por qué dices «afortunadamente»?—Imagínate, la vida no tendría ningún sentido si se cono-

ciera el futuro. ¿Te gustaría saber de antemano el resultado delpartido que estás viendo?

—No, se perdería toda la emoción –respondí.—¿Te gusta escuchar un chiste que ya conoces?—Tampoco, eso me aburre.—¿Te gustaría saber qué regalo vas a recibir para tu cum-

pleaños? —Eso menos todavía, se pierde la sorpresa.Me parecía ameno su modo de enseñar, con ejemplos claros.—La vida perdería todo su sentido si se conociera el futu-

ro. Uno puede solamente calcular posibilidades.—¿Cómo es eso?—Por ejemplo, calcular las posibilidades o probabilidades

que tiene la Tierra de salvarse… —¡Salvarse!... ¿Tan en peligro estamos?...—Recuerda la contaminación, el efecto invernadero, las

nuevas epidemias, el clima (que se volvió loco), el terrorismo, lasguerras, las bombas...

—¿O sea, que podemos desaparecer, como sucedió en losmundos de los malvados?...

—Hay muchas posibilidades. La relación entre ciencia ysolidaridad en tu planeta está tremendamente inclinada hacia ellado de la ciencia, de la tecnología, olvidando el corazón, el bie-nestar y la felicidad de la gente y de las demás criaturas, de lanaturaleza entera.

—¿Y eso es muy peligroso?—¡Por supuesto! Muchas civilizaciones como ésta se han

perdido por ese mismo motivo. Ustedes están en un punto crí-tico de su evolución; son momentos delicados, peligrosos.

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Me asusté. Yo no había pensado seriamente en la posibili-dad de una tercera guerra mundial, de una amenaza planetariapor parte del terrorismo o de una catástrofe ecológica. Mequedé largo rato meditando. De pronto se me ocurrió una ideafantástica, capaz de solucionar todos los males de este mundo:

—¡Hagan algo ustedes! –dije entusiasmado.—¿Algo como qué?—¡No sé, bajar mil naves y decirles a los presidentes que

no hagan la guerra y no contaminen, algo así!Ami sonrió.—Imposible.—¿Por qué?—Tenemos varias buenas razones para no interferir en la

evolución de este mundo o de cualquier otro.—Dime una al menos.—Bien. UNA: si hiciéramos algo como eso, en primer lugar

habría mucho terror, infartos, paranoia colectiva, por culpa jus-tamente de esas películas de invasores que nos pintan como sifuésemos unos sapos horribles y malvados, y nosotros no tene-mos corazones de piedra, no podemos provocar algo semejante.

—Bah... No creo que sea para tanto, ya la gente está pre-parada. Pienso que si deciden bajar en un parque de cualquierciudad y emiten una declaración amistosa...

—Bien, es verdad que debido a todo lo que hemos traba-jado para ir facilitando un acercamiento, ya no sería tan grave,pero igual no podemos hacerlo porque todavía existen millonesde personas que serían presa del pánico. Además, en esa decla-ración amistosa tendríamos que decirles que no somos partida-rios de las armas, y, DOS: si les dijésemos por ejemplo: «Trans-formen sus armas en instrumentos de trabajo», pensarían que esun plan extraterrestre para debilitarlos y luego dominar el planeta.

—Creo que... que sí.

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—Y supongamos que lleguen a comprender que somosinofensivos, de todos modos no soltarían las armas.

—¿Por qué?—Porque tendrían temor de los otros países. ¿Quién va a

desarmarse primero? —¡Pero tienen que tener confianza!—Quienes dirigen las naciones de este mundo no pueden

tener demasiada confianza en los demás gobernantes, y conrazón, porque algunos no son muy fraternales ni honestos y tie-nen ganas de dominar todo lo que puedan, así que, TRES: sinosotros colaboramos en el desarme de un país, podríamos estarmetiendo la pata a fondo, dejándolo a merced de vecinos pocofraternales. Mejor no meterse en eso, ¿no te parece?

Yo estaba realmente intranquilo. Seguí buscando una solu-ción para evitar la guerra y salvar a la humanidad...

Después de mucho pensar, lo único que se me ocurrió fueque los extraterrestres podrían por la fuerza tomar el poder enla Tierra, destruir las bombas y las fábricas que contaminan yobligarnos a vivir en paz. Se lo dije.

Cuando terminó de reír aseguró que yo no podía dejar deser terrícola para pensar, y que todavía tenía ganas de sepultarvivos a todos los malvados del mundo, igual que en mis fantasíasinfantiles.

—«Por la fuerza, destruir, obligar», todo eso es prehistoriapara nosotros. La libertad humana es algo sagrado, tanto la nues-tra como la ajena, cada persona es valiosa y su voluntad es res-petada; hacer otra cosa sería violencia, palabra que proviene de«violar», lo cual es algo completamente opuesto a nuestro espíritu.

—¿Entonces ustedes no hacen la guerr...?Todavía no terminaba de hacer esa pregunta cuando me

sentí tonto por haberla hecho. Me miró con cariño y, poniéndo-me la mano sobre el hombro, dijo:

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—Nosotros no podemos hacer ninguna guerra, Pedro.—¿No?... ¿Por qué?—Porque amamos.—No comprendo... ¿A quién aman?—A todos, a todo, a la gente, a la naturaleza, a los anima-

les, a la vida. Quien ama no puede hacer daño a aquello queama, así que olvídate de guerras o invasiones de parte nuestra.Nosotros no estamos aquí para destruir ni para hacer sufrir anadie, sino para construir y ayudar.

Me sorprendió mucho su respuesta; esa gente era increíblede buena. Él se puso a reír al percibir lo que yo pensaba.

—No somos buenos, sino normales; los que no son tannormales son los de por aquí...

—¿Nosotros? ¿Por qué?—Porque están un poco locos, claro; no viven de acuerdo

con las leyes naturales, que son un reflejo de la Voluntad dequien inventó todo esto. ¿Has visto alguna otra especie, apartede la humana, que se dedique a hacer guerras contra otros de sumisma especie?

Luego de pensar un poco dije que no.—¿Ves? Eso es locura, igual que dañar a la naturaleza, cosa

que tampoco ninguna otra criatura hace; pero a ustedes les pare-ce normal porque no viven según las leyes universales o natura-les. Algunos tan locos están que ni siquiera creen que existe unainteligencia y un propósito preciso detrás del Universo.

Supe que hablaba de Dios, y yo era creyente... bueno, unpoco; pero me habían enseñado a tener más miedo que otracosa; además, últimamente estaba dudando, estaba llegando apensar que sólo los religiosos creían en Dios, y también la gentesin mucha cultura, porque tengo un tío que es físico nuclear dela universidad y dice que «a Dios lo mató el intelecto».

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—Es un tonto –insistió–. ¿Puede una manzana matar almanzano? ¿Puede una ola matar al mar?

—Yo había pensado que…—Te equivocaste. Dios existe.Me puse a pensar en Dios un poco arrepentido por haber

puesto en duda su existencia. —¡Oye, quítale la barba y la túnica blanca!Ami reía porque había visto mis imágenes mentales.—Entonces… ¿no tiene barba? ¿Dios se afeita?Mi amigo espacial se regocijaba con mi confusión.

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—Tu tío es un tonto –aseguró Ami sonriendo, después depercibir mis pensamientos.

—No me parece; está considerado como uno de los hom-bres más inteligentes del país.

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—Ése es un dios demasiado terrícola –comentó.—¿Por qué?—Porque tiene la apariencia de un terrícola.¿Qué me estaba queriendo decir, que Dios no tiene apa-

riencia humana sino de alguna raza extraterrestre? Él se enteróde lo que yo pensaba; después de reír tomó una ramita y dibujóuna figura humana sobre la arena.

—En mundos como el tuyo o el mío, y en otros parecidos,el modelo humano básico es el mismo, o sea, cabeza, tronco yextremidades, pero hay pequeñas variaciones en cada uno: altura,color de la piel, forma de las orejas; pequeñas diferencias. Aquímismo las hay entre los distintos tipos humanos de este planeta.

—Es verdad, pero tú pareces un chico terrícola normal.¿Cómo es posible?

—Yo parezco terrestre porque la gente de mi planeta separece mucho a los niños de la Tierra, por eso justamente estoyen misión aquí, para no asustar a nadie con mi aspecto, aunqueya no soy un niño, por eso tengo el pelo blanco. Pero en otrosmundos sus habitantes tienen formas diferentes, de acuerdo conlas características del planeta; por ejemplo, en mundos en losque sólo hay agua, ¿para qué necesitarían piernas? Allí la gentetiene forma de pez, porque es lo que conviene a las circunstan-cias, lo más práctico.

—¡Como las sirenas!—Algo así, pero Dios no tiene la cara ni la forma de un hom-

bre de tu mundo o el mío ni de ningún otro mundo del Universo.—¿No?... ¿Y cara de qué tiene entonces?—Ven, vamos a pasear y te explico.Comenzamos a caminar por el sendero hacia el pueblo. Me

puso el brazo sobre el hombro, y sentí en él al hermano quenunca tuve. Unas aves nocturnas pasaron graznando a lo lejos.

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Ami pareció deleitarse con esos sonidos, aspiró el aire marino ydijo:

—Dios no tiene apariencia humana, no tiene forma alguna,no es una persona como tú o yo. Es un Espíritu, un Ser infinitoque lo penetra todo, que es pura inteligencia creadora, puro amor.

Su rostro brillaba en la noche al hablar del Creador, lo cuallograba emocionarme, a pesar de que no soy del tipo religioso.

—¡Ah!—Por eso el Universo es tan maravilloso.Yo pensé en los habitantes de los mundos atrasados que él

había mencionado antes, y también en la gente mala de estemismo planeta, en esos que habría que echar a un pozo bienhondo, y no me pareció que el Universo fuese algo tan maravi-lloso después de todo.

—¿Y los malos?—Ellos llegarán a ser buenos algún día.—Mejor hubieran nacido buenos desde el principio; así no

habría nada malo por ninguna parte.—Si no se conociera lo malo, ¿cómo se podría disfrutar de

lo bueno; cómo se podría valorar? –preguntó Ami.—No entiendo bien.—¿No te parece magnífico poder mirar, ver?—No sé, nunca lo había pensado... Creo que sí.—Si hubieras sido ciego de nacimiento y de pronto adqui-

rieras la vista, entonces sí que te parecería magnífico poder ver.—¡Ah, claro!—Es igual que quienes han vivido existencias duras, violen-

tas; cuando se superan y alcanzan una vida más armoniosa y pací-fica la valoran mucho más, porque lo que cuesta conseguir se cui-da más que lo que llega sin esfuerzo. Es lindo avanzar, ir superán-dose, aprendiendo a solucionar los problemas y crecer en todo

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sentido; eso produce orgullo sano. En cambio, quienes nacieronsin problemas no pueden valorar adecuadamente lo que tienen.

Íbamos caminando por el sendero iluminado por la luna ybordeado de árboles, plantas y follaje. Pasamos por mi casa.

—Espérame aquí un momento.Entré silenciosamente a buscar una prenda de lana para

abrigarme. Vi mi plato cubierto esperándome sobre la mesa. Mesentí poderoso porque ya sabía lo que había en él sin necesidadde retirar el plato superior, pero me entró una pequeña duda yeché un vistazo para cerciorarme: sí, era lo mismo que había vis-to a través del pequeño televisor de mi amigo, pero no teníahambre todavía. Volví al lado de Ami, y continuamos caminandoy conversando. Aún no aparecían las primeras calles del puebloni las luces del alumbrado público.

Él lo contemplaba todo mientras hablaba.—¿Te das cuenta de lo que estás haciendo? –me preguntó

de improviso. —No, ¿qué?—Estás caminando, puedes caminar.—Ah, sí; claro, ¿y eso qué tiene de extraordinario?—Para ti nada, pero hay quienes han sido inválidos y luego

de meses o años de ejercicios de rehabilitación lograron volver acaminar. Para ellos sí que es extraordinario poder hacerlo, y loagradecen, lo disfrutan; en cambio, tú caminas y miras sin dartecuenta de nada, sin encontrar nada especial cuando lo haces.

—Tienes razón, Ami. Tú me enseñas muchas cosas nuevas,gracias.

—¡De nada, señor! Para eso estamos aquí –dijo alegre-mente mientras me guiñaba un ojo.

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Llegamos a la primera calle iluminada por el alumbradopúblico. Serían las once de la noche. Me parecía una emocio-nante y arriesgada aventura pasear tan tarde por el pueblo, perome sentía protegido al lado de Ami.

Mientras caminábamos, él se detenía a contemplar la lunaentre las hojas de los árboles; a veces me decía que escucháse-mos el croar de las ranas, el canto de los grillos nocturnos, elrumor lejano del oleaje. Se detenía a aspirar el aroma de lospinos, de las cortezas de los árboles, de la tierra; se ponía aobservar una casa que le parecía bonita, una calle o un rincón enuna esquina.

—Mira qué bellos esos farolitos... como para pintarlos.Fíjate cómo cae la luz sobre esa enredadera. Y esas antenitasrecortadas contra la luna... La vida es para disfrutarla sanamen-te, Pedro. Trata de poner atención a todo lo que ella te brinda;

AmiCapítulo 4

¡La policía!

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el lado mágico de las cosas se encuentra a cada instante, pero nosolemos prestar la atención necesaria a las cosas simples. Intentapercibir y sentir, en lugar de pensar. El sentido profundo de lavida se encuentra más allá del pensamiento. ¿Sabes, Pedrito? La vi-da es un cuento de hadas hecho realidad, es un don muy valiosoque se te brinda porque «alguien» te ama...

Su energía, sus palabras, me hicieron ver las cosas desde unnuevo punto de vista. Ahora me parecía increíble que ese mun-do que estaba contemplando fuese el habitual, el de todos losdías, al que jamás prestaba atención; ahora me daba cuenta deque yo era una especie de milagro, que vivía en un lugar pareci-do al paraíso, y que no lo había notado jamás antes porque estu-ve todo el tiempo algo así como «dormido», enfrascado en asun-tos mentales, sin darme cuenta de nada más.

Llegamos a la plaza del pueblo. Unos jóvenes estaban en lapuerta de una discoteca, otros conversaban en el centro de la pla-za. El lugar estaba tranquilo, especialmente ahora que la tempo-rada veraniega había llegado a su fin. Nadie se fijaba en nosotros,a pesar del traje y el pelo de Ami; tal vez pensaban que se trataríade un disfraz inocente. Imaginé qué pasaría si supieran la clasede «niño» que paseaba por allí; nos rodearían, y vendrían losperiodistas y la televisión.

—No, gracias –dijo Ami, leyendo mi mente–. No quierotransformarme en mártir...

No comprendí qué quiso decir.—Primero, me llevarían preso por haber entrado «ilegal-

mente» en este país. Luego pensarían que soy espía y me tortu-rarían para obtener información acerca de nuestros «planes deinvasión» y, sobre todo, de nuestros avances científicos, para vercómo convertirlos en armas... Después de haberme exprimidocomo a un limón, con métodos no muy amorosos, los médicos

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querrían echar un vistazo al interior de mi lindo cuerpecito...No, gracias.

Ami reía mientras relataba una película tan horrible, aun-que reconocí que era posible y me sentí intranquilo por él, ypeor cuando se le ocurrió acercarse muy alegre a conversar conlos chicos de la plaza... Se lo impedí; nos sentamos solos en unlugar más retirado.

—«Míster Paranoia» eternamente pre-ocupado –dijo riendo. No le hice caso y me puse a pensar que los extraterrestres

deberían ir mostrándose poco a poco para que la gente se fuerahabituando a ellos, y luego, un día, presentarse abiertamente.

—Algo parecido estamos haciendo, damos pistas, señales,a veces en gran cantidad, «oleadas de ovnis»; a veces muy poco,de acuerdo con cierto plan, ya te explicaré mejor; pero mos-trarnos abiertamente... Te di tres razones por las que no es con-veniente hacerlo, lo cual indica que eso está prohibido por lasleyes.

—¿Por qué leyes?—Las leyes universales. En los mundos más avanzados hay

normas generales que todos debemos respetar, una de las cualeses la de no interferir en los mundos no evolucionados.

—¿Mundos no evolucionados?...

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—Llamamos así a los mundos que no tienen una civiliza-ción planetaria benigna, y no la tienen porque no viven de acuer-do con la ley fundamental del Universo.

—¿Y qué significa todo eso?—Que los mundos que viven de acuerdo a esa ley ya deja-

ron de estar divididos por fronteras, tienen un solo gobierno ycomparten todo lo que tienen en fraternidad, paz y armonía.Eso es vivir de acuerdo con la ley fundamental del Universo, asíes un mundo evolucionado.

—No entiendo mucho. ¿Cuál es esa ley del fundamento...de qué?

—¿Ves? No la conoces –se burlaba de mí riendo–. ¡Noeres evolucionado!

—Pero yo soy muy joven todavía, creo que los adultos síque la conocen, los científicos, los presidentes...

Ami rió a carcajadas.—¿Adultos, científicos, presidentes?... ¡Ésos menos que nadie! —¿¡Dirigen países y no la conocen!?...—Bueno, así son las cosas en tu mundo, por eso no hay

tanta felicidad en él como debería haber.—¿Cuál es esa ley?—Te la diré más adelante.—¿En serio? –Me entusiasmé al pensar que conocería algo

que casi todos ignoran. —Si te portas bien –bromeó.Comencé a meditar en esa prohibición de intervenir en los

planetas no evolucionados y me di cuenta de que algo no cuadraba:—¡Entonces tú estás violando ese reglamento!... –expresé

con sorpresa–. —¡Bravo! No pasaste por alto ese detalle.

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—Claro que no. Primero dices que está prohibido interve-nir; sin embargo, tú estás hablando conmigo. Eso es intervenir,¿o no?

—Esto no es intervenir en el desarrollo evolutivo de lahumanidad de la Tierra. Mostrarse abiertamente, comunicarsede manera masiva, como quieres tú, eso sí que lo sería. ¿Y sabestú por qué otra razón está prohibido intervenir?

—Ni idea.—CUATRO: si lo hiciéramos, aparte de los desastres que ya

te mencioné, podrían suceder las catástrofes más espantosas dela historia de este mundo.

Me asusté.—¿Qué catástrofes, Ami?—Al enterarse de los sistemas económicos, científicos,

sociales y religiosos que nosotros utilizamos, la gente querríaimitarnos, todos nos verían como el ejemplo a seguir y perderíanel respeto por quienes les dirigen, por sus tradiciones y creen-cias, y por los sistemas que utilizan para organizarse; entonces sepodrían venir abajo todos los poderes de este mundo, y esopondría en peligro la estabilidad de tu civilización. Los poderososse volverían locos al ver que pierden sus privilegios y... sería uncaos, tal vez el fin de todo lo que ha logrado tu gente hasta hoy.

—Y entonces ustedes, que son tan buenos, intervendrianpara evitar ese final tan feo y arreglar todas nuestras cosas –dije,un poco en broma.

—Lo cual sería trampa, como si a un estudiante le hicieraotro el examen. ¿Te gustaría que otro alumno se presentara porti a tus exámenes y los aprobara?

—No, yo perdería la satisfacción de haberlo logrado pormí mismo.

—Y si nosotros les arreglásemos todo, CINCO: sería lahumanidad entera la que perdería la satisfacción legítima de

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haberse superado por sus propios medios hasta alcanzar un nivelsuperior de civilización, ¿no crees?

—Tienes razón, no había pensado en eso.—Por muchos motivos no podemos intervenir más allá de

lo permitido, Pedro. Este contacto mío contigo es parte de unplan de ayuda.

—Explícate mejor, por favor.—El plan de ayuda es una especie de «medicina» que

debemos ir administrando de manera dosificada, suave, sutil-mente, muy sutilmente.

—¿Cuál es esa «medicina»?—Información.—¿Información? ¿Qué información?—Bueno, nosotros siempre hemos estado rondando por

aquí, desde tiempos muy remotos, pero fue sólo después de laprimera bomba atómica cuando permitimos que ustedes tuvie-sen masivamente indicios de nuestra existencia.

—O sea, los «ovnis»...—Correcto. Eso se hizo y se hace para que vayan teniendo

evidencias de que no son los únicos seres inteligentes delUniverso y para que sospechen que estamos al tanto de susrecientes descubrimientos bélicos. Y quien tenga capacidaddeductiva podrá además considerar la idea de que no somos agre-sivos, y que si nosotros, que somos más avanzados, no somosviolentos, ellos tampoco deberían serlo.

—¿Y por qué ustedes se toman tantas molestias? –pre-gunté. Él me miró con afecto y dijo:

—No son molestias, sino un agrado, porque la solidaridades algo natural y universal, y a mayor evolución, mayor solidari-dad. Nosotros no podemos evitar ayudar a quienes lo necesitenporque sentimos que ellos y nosotros somos lo mismo. ¿Te agrada

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la idea de que haya tanta gente pasando hambre y desamparo enlos países pobres de este mundo?

—No, por supuesto.—Pero ellos son gente de otros pueblos, no debería afec-

tarte...—Pero me afecta, aunque tengan otra apariencia física y

hablen otras lenguas, pobre gente...—¿Ves? La solidaridad es algo natural, brota por sí misma.

A muchísima gente tampoco le gusta lo que sucede en esos luga-res y tratan de hacer algo. Algunos se van a esos países pobres aayudar en lo que puedan; lo hacen sólo por solidaridad.Nosotros también estamos aquí motivados por la misma fuerza:solidaridad, así de sencillo. Entre otras cosas, nos gustaría quecomprendan que un gran poder, por ejemplo la energía nuclearu otras mucho más poderosas, es algo muy delicado y peligroso,algo que jamás debe ser empleado para destruir, menos todavíaen contra de la misma especie, y no sólo por ustedes, porque enmanos violentas esas energías podrían afectar incluso a otrosmundos, provocando indeseables desajustes cósmicos, de posi-bles repercusiones a nivel galáctico...

—¡GUAU!—Sí, señor, aunque no por ahora, pero la ciencia avanza, así

que tenemos que estar atentos, por supuesto. ¿No te parece lógico?—Sí, totalmente, voy comprendiendo.—Por otro lado, establecemos pequeños contactos con

algunas personas, como yo contigo; también enviamos «mensa-jes» telepáticamente. Esos «mensajes» están en el aire, como lasondas de radio, llegan a todas las personas, pero algunas tienen«receptores» adecuados para captarlos; otras no tanto. Todo loque hacemos es para entregarles información o ayuda.

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—Vaya, y uno ni se entera... Pienso que podrían mostrarseun poco más, aunque no sea masivamente si no pueden hacerlo,pero un poco más.

—Por ahora no podemos mostrarnos demasiado, Pedro. —¿Por qué?—Porque ya el Universo les ha dado suficiente informa-

ción orientada a la necesidad de un cambio interior y planetario,al aumento de la solidaridad, porque eso es lo único que necesi-tan para que tu mundo cambie favorablemente y se terminen lospeligros que lo amenazan.

—No me he enterado de esa información que mencionaste...—Porque no te has interesado por el tema, pero se han

escrito millones de páginas inspiradas por nosotros, muchoslibros y algunas películas. Por eso, SEIS: ahora habría que poneren práctica lo que ya se sabe, para solucionar los asuntos perso-nales y terrestres, que tan a mal traer están, y no pensar tanto enel fenómeno extraterrestre. No queremos convertirnos en dro-ga de evasión...

—¿Droga de evasión?...—Sí, como si el fenómeno «ovni» fuese una forma de esca-

pe de la realidad, una fantasía. No queremos ser eso, sino todolo contrario, es decir, impulsarles a afrontar sus problemas, asuperarlos.

—Entiendo, eso tiene sentido.—Además, SIETE: en ciertos períodos debemos limitar los

avistamientos colectivos al mínimo indispensable porque noqueremos que algunos gobiernos se vuelvan paranoicos y dedi-quen grandes sumas de dinero a investigarnos, ni que inventenjustificaciones para armarse más, cuando tanta gente pasa ham-bre y todo tipo de necesidades, y hay tanto por resolver.

—Eso sí que lo comprendo muy bien; gracias por tantaconsideración hacia los pobres, Ami.

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—Es nuestro deber, de nada. Y por otra parte, OCHO: conoleadas y retiradas globales esperamos que sean capaces de com-prender que todo lo que se ve o no se ve en sus cielos está bajouna misma autoridad, que nada de lo que puedan ver es casual,que todo obedece a un plan.

—O sea, que no hay «naves independientes» buscandouranio o cosas así...

—Hay investigación científica, por supuesto, pero no«independiente». Nada en nuestros mundos deja de estar supe-ditado al propósito general, y de acuerdo con eso, se coordina lavisibilidad o invisibilidad de todo lo que se mueva en sus cielos.

—¿Y cuándo podrán aparecer abiertamente ante todo elmundo?

—Cuando vivan civilizadamente se producirá ese «granencuentro», si es que lo logran, no puede ser antes. Nuestro res-peto por la libertad ajena se basa en la solidaridad universal, quea su vez tiene sus raíces en el amor.

—Pero ustedes podrían hacer algo para que lleguemosrápido a ese «gran encuentro»...

—Ya te dije que no podemos intervenir más allá de ciertoslímites. Así como sus biólogos no tocan nada que pueda afectarla evolución de muchas especies de la Tierra a las que quierenproteger, excepto procurando quitar la contaminación de origenhumano que pueda rodearlas y afectarlas... Igual; nuestro traba-jo aquí es igual, y aquí la mayor contaminación está en el alma,de ahí nuestros mensajes orientados a una mayor elevación dealma o coherencia interior, personal y colectiva. La evolución esalgo muy delicado, Pedro, se parece un poco a la educación deun niño, no se puede intervenir más allá de ciertos límites, y hayque hacerlo muy cuidadosamente; por eso sólo podemos «suge-rir» cosas, sutilmente y a través de personas «especiales», como tú.

—¿Como yo? ¿Qué tengo yo de especial?

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—Tal vez más adelante te lo diga; por el momento sólodebes saber que tienes cierta «condición», y no necesariamente«cualidad». Yo debo irme pronto, Pedro. ¿Te gustaría volver averme?

—Claro que sí, sería fantástico, me caes muy bien.—Y tú también a mí, eres un compinche bárbaro; pero si

quieres que vuelva debes escribir un libro relatando lo que vivis-te y aprendiste junto a mí; para eso he venido, eso también esparte del plan de ayuda.

—¿Yo escribir un libro?... ¡Pero si no sé escribir libros!–protesté, pero él no me hizo caso.

—Hazlo como si fuese un cuento, una fantasía; porque sino pueden pensar que eres un mentiroso o un loco. Además,otro consejo: debes escribirlo para los jóvenes en general porqueustedes, aparte de ser el futuro de la humanidad, están más pre-dispuestos a realizar los cambios necesarios para comenzar avivir con una nueva consciencia planetaria, la cual posibilitará laexistencia de un mundo mejor, y los jóvenes necesitan orienta-ción para algo tan importante, ¿no te parece? –dijo, guiñándo-me un ojo.

Sí, me pareció, aunque escribir yo solo una obra literariame sonó como una tarea descomunal. Pero él «leyó» mis preo-cupaciones y antes de que yo respondiese, sugirió:

—Pídele ayuda a ese primo tuyo que es aficionado a escri-bir, ese que trabaja en un banco. Tú relatas y él toma nota; asíserá mejor porque él utilizará una redacción y un vocabulariomás preciso que el tuyo.

Al parecer, Ami sabía más de mí que yo mismo.—Ese libro será también información. Más de lo que hace-

mos no nos está permitido, y te diré algo interesante: ¿no teparece bueno que no exista la menor posibilidad de que una

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civilización avanzada, pero de malvados, como tú dices, venga ainvadir la Tierra?

—Sí, claro.—¿Ves? NUEVE: eso se debe a que nunca hemos ayudado a

ningún violento a desarrollarse...Encontré que eso también tenía sentido.—Si aquí en la Tierra no superan la división, el materialis-

mo ciego y la violencia, y nosotros les ayudásemos, prontoestarían utilizando sus nuevos conocimientos científicos paraintentar dominar, explotar y conquistar a otras civilizaciones delespacio, igual como lo han hecho siempre entre ustedes mismos.

—Tienes razón, creo que terminaríamos por llevar nues-tras «lindas costumbres» a todas partes.

—Claro, pero los mundos evolucionados son lugares real-mente civilizados, lugares de confraternidad, de cooperación.Además, hay otro tipo de energías, muy poderosas. La energíaatómica al lado de ellas es como un fósforo al lado del sol.

—¡Guau!—Pues sí, a ella me refería antes cuando hablé de repercu-

siones a nivel galáctico; por eso no podemos correr el riesgo de ayu-dar a que un mundo poco solidario, como el tuyo, llegue a poseeresa energía y a poner en peligro la paz de los mundos evolucionados,y menos que llegue a producir un descalabro cósmico...

—Estoy muy intranquilo, Ami.—¿Por el peligro de descalabro cósmico, Pedro?—No, porque creo que ya es demasiado tarde.—¿Tarde para salvar a la humanidad?—No, para acostarme.Ami se desternilló de la risa.—Tranquilo, Pedro. Vamos a ver a tu abuela.Tomó el pequeño televisor de la hebilla de su cinturón y ella

apareció durmiendo con la boca entreabierta.

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—Disfruta realmentedel sueño –bromeó.—Estoy cansado. Qui-siera dormir yo tam-bién.—Bueno, vamos –di-jo resignado.Caminábamos haciami casa cuando nosencontramos con unvehículo de la policía.Los agentes vieron doschicos solos a esas ho-ras de la noche, de-tuvieron el automóvil,bajaron y vinieron ha-

cia nosotros. Me dio mucho miedo de que capturasen a mi nue-vo amigo, que lo encarcelasen y lo sometiesen a las torturas queél mencionó antes.

—¿Qué hacen ustedes a estas horas por aquí? –dijo uno deellos, alumbrándonos la cara con una linterna.

—Caminar, disfrutar de la vida –contestó muy tranquiloAmi–. ¿Y ustedes? ¿Trabajando? ¿Cazando malandrines? –y riócomo de costumbre.

Yo me asusté aún más de lo que estaba al ver la confianzaque Ami se estaba tomando frente a los policías; sin embargo, aellos les hizo gracia su actitud y rieron con él. Intenté reír yotambién pero debido a mis nervios no pude hacerlo.

—¿De dónde sacaste ese traje?—De mi planeta –respondió con desplante total, delatán-

dose, dejándome muerto de miedo.—Ah, eres un marciano.

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—Marciano no; pero soy extraterrestre.Él respondía con alegría y despreocupación mientras mi

terror aumentaba.—¿Y dónde está tu ovni? –preguntó uno de ellos, obser-

vando a Ami con cierto aire paternal. Creía que se trataba de unjuego infantil; sin embargo, Ami sólo decía toda la verdad.

—Lo tengo oculto bajo el mar. ¿Verdad, Pedro?¡Y ahora me metía a mí en el baile!... Yo no sabía qué hacer.

Procuré sonreír y sólo me salió una mueca bastante idiota, nome atreví a decir la verdad por temor a que lo metiesen preso.

—¿Y no tienes pistola de rayos?Los uniformados disfrutaban del diálogo; Ami también,

pero yo estaba cada vez más desesperado.—No la necesito; nosotros no atacamos a nadie, somos

buenos.—¿Y si te sale un malo con un revólver como éste? –el

policía le mostró el arma fingiendo verse amenazante.—Si me va a atacar, lo paralizo con mi fuerza mental.—¡Qué interesante! A ver, paralízanos a nosotros.—Encantado, ustedes lo pidieron. El efecto les durará

unos diez minutos.Los tres reían muy divertidos. De pronto, Ami se quedó

quieto, se puso muy serio y los miró fijamente. Con una vozextraña, sonora y autoritaria les ordenó:

—Quédense inmóviles durante diez minutos. No pueden, no pue-den moverse... ¡Ya! –Chasqueó los dedos y los polis se quedaronparalizados con una sonrisa en la cara, en la posición en la queestaban.

—¿Ves, Pedrito? Así hay que decir algunas verdades en losmundos no evolucionados, como si fuera un juego o una fantasía–me explicó mientras les tocaba la nariz o les tiraba suavementede los bigotes a los policías; éstos lucían una sonrisa petrificada

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en la cara, que comenzó a parecerme trágica. Todo lo que Amihacía aumentaba mi temor.

—¡Huyamos, alejémonos de aquí, pueden despertar!–expresé, tratando de no hablar muy fuerte.

—No te pre-ocupes, tranquilo, que todavía falta muchopara que se cumplan los diez minutos –dijo, y les intercambió lasgorras para jugar un poco; se las puso con las viseras hacia atrás.

Yo sólo quería estar muy lejos de allí y de ese extraterrestretan loco, tan imprudente.

— ¡Vamos, vamos, Ami!—«Míster Paranoia» pre-ocupado otra vez, en lugar de dis-

frutar del momento –expresó mientras les descargaba las armasy lanzaba las balas lejos–. Bien, vamos –dijo sin entusiasmo, seacercó a los rostros de los sonrientes policías, y con la misma vozanterior les ordenó–: Cuando despierten habrán olvidado para siemprea estos dos chicos.

Al llegar a la primera esquina doblamos hacia la playa y nosalejamos del lugar. Me sentí mucho más tranquilo.

—¡¿Cómo hiciste eso?!—Hipnosis.—¡Hipnosis, qué genial!...—Bah, no es para tanto; cualquiera puede.—No me parece, escuché decir que no todas las personas

son hipnotizables. Pudo haberte tocado una de ellas.—Todo el mundo es hipnotizable –dijo–, y no sólo eso;

además, casi todos están hipnotizados.—¿Qué quieres decir? Yo no estoy hipnotizado, estoy des-

pierto. –Ami se rió bastante de mi afirmación.—¿Recuerdas cuando veníamos por el sendero?—Sí, lo recuerdo.

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—Allí todo te parecía diferente, todo te resultaba bonito,y creíste haber estado dormido por no haberte dado cuentaantes, ¿no?

—Ah, sí... Parece que ahí sí que venía hipnotizado... ¡Talvez tú me hipnotizaste!

—¡Estabas despierto! Ahora estás dormido, creyendo quetodo es peligroso, feo. Estás hipnotizado, no escuchas el mar, nopercibes los aromas de la noche, no tomas consciencia de tucaminar ni de tu vista, no disfrutas de tu respiración. Estás hip-notizado, y lo que es peor, negativamente.

—¿Negativamente?—Hay ideas feas que no tienen base real, son sueños, fan-

tasías, miedos sin justificación; son delirios, locura, y comoademás no son ideas bonitas, ni siquiera son una locura linda,sino una pesadilla.

—¿Como qué ideas, Ami?—Como lo que pasa por la cabeza de tanta gente de este

mundo un millón de veces al día, como tus pre-ocupaciones conlos policías y con tus monstruos espaciales –rió, y me contagió,luego detuvo su caminar, miró hacia el mar y dijo–: Y tambiéncomo las ideas de la gente que cree que la guerra, que asesinar aotros seres humanos es algo que tiene justificación, que es algo«glorioso», ¡incluso que Dios les ordena matar!..., o que matan-do y causando dolor, también a civiles, a niños, mujeres y ancia-nos, Dios estará complacido con ellos, tanto que se irán al quin-to cielo... ¡Eso es hipnosis, Pedro! y del tipo pesadilla; eso eslocura, incoherencia y contradicción total ante la solidaridadhumana y universal, ante cualquier religión y ante Dios, que esAmor.

—Tienes toda la razón, Ami.—Y también hay pesadillas más comunes, Pedro; grandes

contingentes humanos viven aterrorizados ante la existencia,

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temiendo perder la salud, el trabajo, el ser amado, la vida; otrosaseguran que el mundo y hasta el espacio están poblados de ene-migos y, como creen eso, viven armados, llenos de cadenas,cerrojos, perros guardianes y pólizas de seguros. Otros viventemiendo a los espectros, al diablo, a los extraterrestres, a la ideade que la Tierra va a chocar con otro planeta y cosas así de feas.Todo eso es «hipnosis», Pedro, y casi todos aquí están hipnotiza-dos, dormidos de una u otra forma, en un ensueño o en otro,por lo general del color de las pesadillas y con el miedo comomúsica de fondo...

—¿Y no pueden despertar?—Cuando alguien es capaz de ver que su desarmonía u

oscuridad interior le impide el acceso a realidades más gratas,puede que también comprenda que si quiere vivir una realidadmás feliz, deberá emprender el camino del crecimiento perso-nal, buscando la superación de sus defectos, la armonización conel fluir de la vida universal y con sus leyes, todo eso lleva al des-pertar. Una persona relativamente despierta siente que la vida eshermosa, que es una oportunidad extraordinaria para amar, dis-frutar, crecer y ayudar a otros, aunque haya momentos duros.

Sus palabras me hicieron recordar algo muy triste, cuandome quedé sin padres. Yo era un bebé, por suerte, y no los recuer-do. Mi abuela se encargó de mí y me dio su cariño; pero hubie-ra preferido ser un chico corriente, con una familia normal. Quése va a hacer...

Ami continuó explicando:—Una persona en el camino del crecimiento personal

valora también los problemas y adversidades de su vida, porquesabe que las dificultades son pruebas que nos hacen crecer inte-riormente, que son parte del camino del despertar.

Algo me hizo clic por alguna parte cuando Ami dijo aquello.

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—Y no olvida que los momentos amargos son muy pocoscomparados con los momentos gratos; por eso disfruta su vidamuchísimo más, en las buenas y en las malas.

Yo no era así ni había visto a mucha gente así, a nadie enrealidad, a menos que estuviese actuando, posando para una fotoo filmando una película. Él se enteró de lo que yo pensaba.

—No juzgues a los demás por lo que tú les ves por fuera,que de lo que hay por dentro no sabes nada ni es asunto tuyo.Ocúpate de lo que puedas mejorar en ti y no te pre-ocupes porlo que otros hagan o parezcan ser. Deberías aprovechar tu pro-pia vida, que es linda y corta... Y pensar que algunos interrum-pen su proceso evolutivo y se suicidan por cualquier pequeñadificultad. ¿Te das cuenta de qué tremendo? ¡Se suicidan! Enlugar de hacer esfuerzos por encontrar la enseñanza encerradaen una situación límite y tratar de resolver el conflicto...

Ami comenzaba a hablar de una forma difícil de compren-der y todavía me asustaba el recuerdo del encuentro que había-mos tenido momentos antes.

—¿Cómo fue que esos policías no se molestaron con tusbromas?

—Porque les toqué el lado bueno, el lado infantil.—¡Pero ellos son policías!Me miró como si acabara de decir una estupidez.—Toda la gente tiene un lado infantil debajo de sus pesa-

dillas, Pedrito, casi nadie es tan tonto como para no poder salirni un segundo de su «mala onda» –dijo riendo–. Si quieresvamos a una cárcel y buscamos al peor criminal...

—No, muchísimas gracias...—La mayor parte de la gente de este planeta está dormida,

es cierto, pero a pesar de eso es más buena que mala.—¿En serio?...—Claro, hay más amor que odio en ellas.

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—Eso no se nota mucho...—Sucede que todos creen estar en lo correcto cuando

piensan lo que piensan o hacen lo que hacen, y es lógico, no sepuede vivir creyendo que uno está equivocado. Algunos lo estánde manera garrafal, y hacen cosas muy feas, pero no es maldad,es error, ignorancia, sueño, hipnosis. Sin embargo, y a pesar detodo, si les llegas por el lado bueno, en general te devuelven lobueno de ellos; pero si les llegas por el lado malo puedes espe-rar su lado peor.

—Entonces, si las personas no son tan malas, ¿por qué haymás infelicidad que felicidad en este mundo?

—Porque las formas de pensar, de vivir y convivir actualescorresponden a muy antiguas circunstancias históricas, cuandohabía lejanía, desconocimiento, división y desconfianza entre lospueblos; cuando vivían aterrorizados los unos de los otros, amu-rallados, encastillados, pensando sólo en la guerra, en la con-quista o la defensa. En aquel tiempo la consigna era: «El desco-nocido o diferente es un peligro», y muchas veces lo era en rea-lidad. Pero las cosas ahora son muy diferentes, las circunstanciashan evolucionado espectacularmente en poco tiempo, los pue-blos se conocen mejor, ahora están intercomunicados y empren-den iniciativas en pro del bien común, porque se han dado cuen-ta de que estar unidos y en paz es bueno para todos.

—Es verdad, Ami.—Sin embargo, los sistemas mentales de antes, fundamen-

tados en el viejo «el desconocido o diferente es un peligro», con-tinúan presentes en varios terrenos, reflejándose en las leyes, enlas costumbres, en los sistemas sociales y económicos quefomentan o toleran la división, la competencia, el egoísmo, lasuperficialidad, la deshonestidad y la desconfianza entre las per-sonas, organizaciones y pueblos. Esas formas mentales del pasadoobligan a vivir de acuerdo con condiciones que ya no son reales,

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prácticas ni convenientes para los nuevos tiempos; pero si lasvamos evolucionando hacia formas de pensar nuevas, adaptadasa la necesidad global actual, la vida será más grata y más feliz.

—¿Qué formas de pensar nuevas deberíamos adoptar?—Por ejemplo, «el desconocido o diferente podría ser mi

amigo»..., en vez de transformarlo gratuitamente en tu enemigosin conocerlo; a lo mejor por hacer eso te pierdes al amigo másgrande del mundo...

Comprendí que Ami nos proponía un cambio mental muygrande, muy difícil, pero que tenía razón.

—Si elegimos una actitud positiva, generosa, honesta yafectuosa hacia todos, conocidos o no, diferentes o no, en lugarde una actitud automática de rechazo, desconfianza, desafío ofrialdad, eso es capaz de transformar positivamente la sociedady hacer a la gente más feliz, porque simultáneamente irán cam-biando de forma gradual las leyes, las costumbres y los sistemassociales y económicos, todo lo cual finalmente puede llegar aproducir un cambio espectacular en el destino de la humanidad.

En realidad, en esos momentos yo no comprendía condemasiada claridad todo lo que Ami me iba diciendo, pero mástarde, al recordarlo, se me hizo más fácil de entender, muchodespués de su partida; sólo entonces pude orientar a mi primopara que escribiese más o menos como Ami se expresó.

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—Ya llegamos a tu casa. ¿Te vas a dormir?—Sí. Estoy realmente agotado, no puedo más. ¿Y tú, qué

vas a hacer? —Volveré a la nave. Iré a dar una vuelta por las estrellas... —¿Sí?... ¡Qué bieeeeennnn! –exclamé maravillado.—Quería invitarte, pero si estás tan cansado...Ante una posibilidad tan extraordinaria como la de ir a

pasear en un «platillo volador» se me fue todo el cansancio, esta-ba fresco y lleno de vitalidad.

—¡Ahora ya no! ¿En serio?... ¿Me llevarías a dar una vuel-ta en tu «ovni»?...

—Claro, pero ¿tu abuelita?...Allí se me ocurrió inmediatamente la forma de salir sin que

ella me echase de menos.

AmiCapítulo 5

¡¡¡Raptado por los extraterrestres!!!

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—Me serviré la cena, dejaré el plato vacío sobre la mesa,luego pondré mi almohada bajo la ropa de cama, para que si miabuela se levanta crea que estoy durmiendo en casa, dejaré estaropa por ahí y me pondré otra. Lo haré con mucho cuidado y ensilencio.

—Una mentirilla necesaria –dijo él–, porque es imprescin-dible que vengas conmigo para que puedas escribir ese libro;miles de personas te lo agradecerán.

—¡¿Miles?!—Miles, Pedro, por eso es importante que vengas conmi-

go. Estaremos de vuelta antes que ella despierte. No temas nada.Te acompaño adentro, entremos en silencio, shhhh.

Una vez en casa hice todo de acuerdo con lo calculado,pero cuando quise poner el plato en el microondas para calen-tar mi cena, Ami me lo impidió; con el índice en la boca me hizocomprender que mi abuela podría despertar con el ruido delartefacto. Enseguida sacó uno de sus aparatos, lo puso sobre lacomida y ésta se calentó de manera instantánea y sin sonidoalguno...

Cuando traté de comer la carne, la palabra cadáver resona-ba en mis oídos y me dio asco, probé un trozo y me pareció quetenía un sabor horrible, como a zapato viejo; no pude comerla,sólo las paas y una ensalada que saqué del refrigerador. Tambiénme preparé un vaso de leche con chocolate.

—¿Quieres un vaso, Ami? –le pregunté en un susurro.—No, gracias, mi estómago no es capaz de digerir la leche

terrícola, pero dame una cucharadita de chocolate en polvo.Llené una y se la di; se la zampó con deleite mientras excla-

maba «qué rico». Unos minutos más tarde caminábamos hacia laplaya.

—¿Cómo subiré a tu nave?—La traeré hasta la orilla.

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—¿No te dará frío meterte en el agua?—No, este traje resiste mucho más frío y calor de lo que

imaginas. Bien, voy a buscarla. Tú espérame aquí, y cuando apa-rezca no te asustes.

Me hizo gracia su recomendación innecesaria.—Oh, no; ya no les temo a los extraterrestres... ¡Voy a

subir a un ovni, qué bien!La luna se había ocultado tras unas nubes más bien tene-

brosas. Ya no se veía nada más que negrura por todas partes.Ami avanzó hacia las suaves olas, se internó en el agua y desapa-reció del alcance de mi vista en la oscuridad. Fueron pasando losminutos y tuve tiempo para pensar a solas por primera vez des-de la aparición de Ami...

¿Ami?... ¡Un alien!¿Era verdad o había sido un sueño?Esperé largo rato. A cada instante me inquietaba más, has-

ta que el temor comenzó a apoderarse de mí. Yo estaba total-mente solo allí, en una oscura playa, terriblemente solitaria...

Iba a enfrentarme nada menos que a una nave alienígena...La imaginación comenzó a hacerme ver sombras extrañas y

movedizas entre las rocas, en la arena, emergiendo de las aguas...Y así fui llegando a dudar de todo: ¿y si Ami fuera un ser malva-do disfrazado de niño? ¿Hablando de solidaridad para engañar-me y obtener mi confianza?

¡No! No podía ser... ¿O sí?¿Raptado por una nave extraterrestre?En esos momentos apareció ante mis ojos un espectáculo

terrorífico: debajo del agua un resplandor amarillo verdosocomenzaba a ascender lentamente, luego asomó una cúpula quegiraba, con luces de muchos colores. ¡Era verdad! ¡Yo estabacontemplando una nave de otro mundo!

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Después apareció el cuerpo del vehículo espacial, ovalado,con ventanillas iluminadas. Emitía una luz entre plateada y verde.

Fue una visión espantosa, sentí verdadero terror. Una cosaes hablar con un chico, (¿chico?)... con cara de «bueno», (¿más-cara, hipocresía?)... y otra es estar de pie solo en una playa, en laoscuridad de la noche, y ver aparecer una nave de otro mundo,un ovni que viene a buscarte, a llevarte lejos...

Olvidé al «chico» y todo lo que me había dicho. Para mí,aquello se transformó en una maquinaria infernal, venida quiénsabe desde qué sombrío rincón del espacio, llena tal vez de seresmonstruosos y crueles que venían a raptarme. Me pareció de untamaño mucho mayor que el del objeto que había visto caer almar horas antes. Comenzó a acercarse a mí flotando a unos tresmetros sobre las aguas. No emitía ningún sonido, el silencio erahorrible, y se acercaba, se acercaba irremediablemente.

Hubiera deseado volver el tiempo atrás, no haber presen-ciado la caída de ningún objeto espacial, no haber conocidojamás a ningún extraterrestre y estar durmiendo tranquilo cercade mi abuela, a salvo en mi camita. Aquello era una pesadilla. Elterror me había paralizado y ya no podía salir huyendo, perotampoco podía dejar de mirar a ese engendro luminoso quevenía a llevarme, tal vez a un zoológico espacial...

Cuando estuvo inmenso, gigantesco sobre mi cabeza, mesentí perdido, hasta pensé que aquella mole siniestra iba a aplas-tarme sin compasión.

Apareció una luz amarilla en el vientre del monstruo, lue-go un reflector me encandiló y supe que ya estaba muerto.Encomendé mi alma a Dios y decidí abandonarme a su altísimaVoluntad, como decía mi abuela.

Sentí que me subían, que iba en una especie de ascensor,pero mis pies no estaban apoyados sobre nada. Esperé ver apare-cer aquellos seres con cabeza de pulpo y ojos sanguinarios...

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De repente mis plantas se posaron sobre una superficiemullida y me vi de pie sobre un recinto luminoso y agradable,alfombrado y con paredes tapizadas. El niño de las estrellas esta-ba frente a mí sonriendo, con sus grandes ojos amistosos. Sumirada logró calmarme, volviéndome a la realidad, a esa realidadincreíble y benigna que él me había enseñado a conocer.

Me puso una mano sobre el hombro.—Calma, calma; no pasa nada malo.Cuando pude hablar sonreí confortado y le dije:—Me dio mucho miedo.—Me di cuenta, ¡estabas verde! –expresó riendo.—Pensé que... bueno... cosas feas.—Fue la imaginación cabalgando desbocada por entre las

pesadillas que «Míster Paranoia» se iba proyectando a sí mismo...—Es... es verdad...—La imaginación sin control es un gran problema,

Pedrito; te puede matar de terror si no eres capaz de dominar-la, puede inventar un demonio donde sólo hay un buen amigo,pero se trata simplemente de feos pensamientos autoproyecta-dos. Si logramos mantener nuestra mente un poquito más arri-ba de lo negativo, nos encontraremos con una realidad superior,verdadera, sencilla y bella. Recuérdalo.

—De acuerdo. Entonces... ¿estoy en un ovni?—Un ovni es un objeto volador no identificado. Esto está

plenamente identificado: es una nave espacial; pero podemosllamarlo «el ovni» si quieres, y a mí puedes decirme «el marcia-no». –Se me fue toda la tensión cuando reímos.

—Ven, ven a la sala de mando –me invitó.Por una puerta pequeñísima y en arco pasamos a otro

recinto tan bajo de techo como el que abandonábamos. Ante míapareció una sala semicircular rodeada de grandes ventanas cur-vas. En el centro había tres sillones reclinables frente a un tablero

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de control que tenía varias pantallas con signos luminosos. Enuna de ellas pude reconocer un croquis del mapamundi terres-tre. ¡Aquel recinto tan pequeño era como para niños!, tanto lossillones y las pantallas como la altura del salón. Yo podía tocar eltecho levantando el brazo. Allí no hubiera cabido de ningúnmodo una persona mayor.

—¡Esto es fabuloso! –exclamé entusiasmado. Me acerquéa las ventanas mientras Ami se acomodaba en el sillón central,frente a los controles. Tras los vidrios pude ver a lo lejos el res-plandor de las luces del pequeño pueblo. Sentí una leve vibra-ción en el piso y las luces desaparecieron; ahora sólo se veíanestrellas...

—Oye, ¡¿qué hiciste con el pueblo?!—Mira hacia abajo –respondió Ami.Casi me desmayo: estábamos a miles de metros de altura

sobre la bahía. Se veían todos los pueblos costeros de la zona; elmío se encontraba allá abajo, muy abajo. ¡Habíamos ascendidokilómetros en un instante y yo no tuve ninguna sensación demovimiento!

—¡Súper, superbueno!Mi entusiasmo crecía, pero pronto la altura me produjo

vértigo. —Ami...—Dime.—¿Esto no se cae?—Bueno, si a bordo hubiera una persona que ha cometido

algún pecado, entonces estos delicados mecanismos podríanfallar...

—¡Bajemos entonces, bajemos! –dije muerto de miedo,pero por sus carcajadas supe que bromeaba.

—¡Eres un saco de plomo! –exclamé molesto.

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—¡Ja, ja, ja! «Míster Paranoia» se lo creyó, naturalmente,ja, ja, ja.

—Muy graciosito el niño...¡JA, JA, JA!... –lo imité, burlán-dome de él, y cambié el tema–: ¿Oye, nos ven desde abajo?

Cuando terminó de reír me explicó:—Si esta luz se enciende –señaló un óvalo rojo sobre el

tablero de control– quiere decir que somos visibles. Si está apa-gada, como ahora, somos invisibles.

—¿Invisibles?—Sí, igual que este señor de Venus sentado a mi lado

–indicó muy serio hacia un sillón vacío junto a él. Me alarmé,pero sus risas me hicieron comprender que se trataba de otra desus bromas.

—Oye, «saco de plomo», ¿cómo haces para que no nos vean?—Si una rueda de bicicleta está girando rápido, sus rayos

no se ven. Nosotros hacemos que las moléculas de esta nave semuevan rápido.

—Ingenioso, pero me gustaría que nos vieran desde abajo.—No puedo hacerlo. La visibilidad o invisibilidad de nues-

tras naves, cuando están en los mundos no evolucionados, seefectúa de acuerdo con el plan de ayuda. Eso lo decide el «super-cyber» que está situado en el centro de esta galaxia.

—No entiendo bien. ¿El «super...» qué?—«Cyber».—¿Y qué es eso?—Un sistema informático, un cerebro electrónico monu-

mental. Esta nave está conectada a ese «cyber», y él decide cuán-do podemos o no ser vistos.

—¿Y cómo sabe ese «cyber» cuándo...?—Ese «cyber» lo sabe todo porque tiene conexiones con

todo... ¿Quieres que vayamos a algún lugar en especial?

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—¡A mi casa de la ciudad! Me gustaría verla desde el aire,pero no sé si será posible...

—¿Por qué?—Porque está lejos, a cientos de kilómetros...—¡Qué leeeejos! –exclamó Ami, con un rostro como de

estar muy desencantado. Enseguida deslizó un dedo sobre eltablero de control y dijo «ya».

Me preparé para disfrutar del viaje mirando por la ventana.Al asomarme... ¡mi ciudad resplandecía allá abajo!... ¡Cientos dekilómetros en una fracción de segundo! Yo estaba fascinado.

—¡Guau, esto se pasó de rápido para viajar!—Ya te dije que en general no «viajamos», sino que nos

«situamos». Es cosa de coordenadas espacio-temporales, perotambién podemos «viajar».

Miré las grandes avenidas iluminadas. Se veía fantástica laciudad en la noche desde el aire. Localicé mi barrio a la distan-cia, y le pedí que nos dirigiésemos hacia allá.

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—Pero «viajando», lento, por favor. Quiero disfrutar delpaseo.

La luz del tablero estaba apagada, nadie nos veía. Fuimosavanzando suave y silenciosamente por entre las estrellas del cie-lo y las luces de la ciudad. Apareció mi casa. Fue algo extraordi-nario poder verla desde las alturas.

—¿Quieres comprobar si todo está bien allá dentro?—¿Cómo?—Vamos a mirar por aquí.Frente a él, en una pantalla apareció la calle enfocada des-

de la altura. Era el mismo sistema por el que veíamos dormir ami abuela, pero con una gran diferencia: aquí la imagen se veíaen relieve, con profundidad. Parecía que uno podía meter lamano por la pantalla y tocar las cosas. Intenté hacerlo pero unvidrio invisible me lo impidió. Ami se divertía conmigo.

—Todos hacen lo mismo.—¿Todos? ¿Quiénes son esos todos?—No creerás que eres el primer habitante de un mundo

no evolucionado que sale a pasear en una nave extraterrestre.—¿No?... Yo había pensado que sí –dije, desilusionado.—Pues te equivocas, pero para que tu ego no sufra, te diré

que no son muchos quienes han tenido la suerte que tú tienes.—Entonces me alegro, Ami.La imagen de la pantalla atravesó el techo de mi casa y lue-

go la recorrió por cada rincón. Todo estaba en orden.—¿Por qué en tu televisor portátil no se ve en relieve,

como aquí? —Ya te lo dije, aquél es un sistema anticuado.—Si es tan anticuado, ¿me lo regalas?...Él no se esperaba esa solicitud mía.

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—¡¿Qué?! No puedo, Pedro, no nos está permitido dejarmuestras de una tecnología superior en estos mundos; ya sabesque no sería empleada para el bien.

Comprendí inmediatamente que un aparato como aquéliba a ser utilizado para espiar.

— Y adiós a la privacidad de los pobres ciudadanos del pla-neta Tierra –manifestó.

Le pedí que diésemos una vuelta por la ciudad. Pasamossobre mi colegio. Vi el patio, el campo deportivo, mi sala de cla-ses. Me imaginé pavoneándome más tarde frente a mis com-pañeros: «Yo vi esta ciudad desde una nave espacial»... Eso meiba a convertir en la estrella del colegio...

—En el loco del colegio es en lo que te vas a convertir siabres la boca, y pronto irías a parar al manicomio –dijo Ami untanto serio. Entonces imaginé las burlas de todos los alumnos yprofesores, y unos cuantos horrores más.

—Creo que tienes razón, mejor cerraré la boca.—Eso es más prudente, Pedro, más vale que cuentes sólo

en ese libro la verdad, sólo allí, y como si fuera una fantasía juve-nil, un ensueño. ¿Prometido?

—Prometido, Ami.Continuamos paseando sobre mi ciudad.—Lástima que no sea de día — dije.—¿Por qué?—Me hubiera gustado viajar en tu nave también de día, ver

ciudades, paisajes a la luz del sol...Como de costumbre, Ami se estaba riendo de mí.—¿Quieres que sea de día? –me preguntó.—No creo que tus poderes te permitan mover el sol... ¿o sí? —Tanto como mover el sol, no, pero a nosotros sí...Accionó los controles y comenzamos a movernos tremenda-

mente rápido, sobrevolamos unas montañas y luego aparecieron

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varias ciudades que se veían como manchitas luminosas debidoa la gran altitud que habíamos alcanzado; inmediatamente des-pués divisé un enorme océano bañado de luna. Más adelante elcielo se fue aclarando en el horizonte. Llegamos a alguna tierray, lo extraordinario: ¡comenzó a amanecer, el sol iba ascendien-do rápidamente! Para mí, aquello fue algo increíble. En unosinstantes se hizo de día. Hay que ver lo que es contemplar el solelevándose sobre el horizonte a una velocidad impresionante.Pensé que Ami lo iba moviendo, como si fuese un juego electró-nico en la pantalla.

—El sol está donde siempre, pero nosotros nos vamosmoviendo un poquito rápido.

—¡GUAU!... ¿Un poquito?...Le dio risa y dijo:—Para mí, esta velocidad es de tortuga.—Claro, extraterrestres, qué suerte... ¿Sobre qué lugar

vamos? —África.—¡África! ¡Esto es más veloz que una nave espacial!

–bromeé.—Como querías viajar de día en esta nave, vinimos a un

lugar en donde fuese de día. Si la montaña no viene a Mahoma,Mahoma va a la montaña. ¿Qué país de África te gustaría visitar?

—Esteeee... la India.Su risa me indicó que mis conocimientos geográficos no

eran demasiado precisos.—Vamos entonces a Asia, a la India... ¿A qué ciudad de la

India quieres ir?Iba a decir Singapur, porque me sonaba bonito y como si

estuviese en India, pero luego se me ocurrió pensar que esoestaba en África y no quise volver a cometer un error.

—Me da lo mismo, elige tú...

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—¿Te parece bien Bombay?—Sí; fantástico, Ami...Pasamos a gran velocidad y altitud sobre el continente afri-

cano, cruzándolo de lado a lado.Más tarde, después de las vacaciones, mirando un mapa

pude reconstruir aquel viaje. Llegamos desde África al océanoÍndico, lo cruzamos mientras el sol ascendía y ascendía vertigi-nosamente, y en pocos instantes volábamos por los cielos de laIndia.

La nave frenó de golpe y se quedó inmóvil.—¿Cómo es que no nos estrellamos contra las ventanas

con esa frenada? –pregunté muy sorprendido.—Fácil, es cosa de anular la inercia.—Ah; qué sencillo...

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Descendimos sobre la ciudad hasta llegar a unos cien metrosde altura e iniciamos el paseo por los cielos de Bombay.

Me parecía estar viendo una película o soñando: miles ymiles de personas usando túnicas y turbantes de varios colores,vacas por las calles, casas y edificios muy diferentes a los de mipaís, mucha venta callejera; todo eso visto desde el aire...¡Fabuloso! Sobre todo me llamó la atención la enorme cantidadde gente. Para mí, eso era otro mundo.

Nadie nos veía; la luz indicadora estaba apagada.De pronto volví a «la realidad»:—¡Rayos..., mi abuela!—¿Qué pasa con ella ahora?—¡Ya es de día! Se habrá levantado, estará preocupada por

mi ausencia... ¡Volvamos! –Para Ami, yo era un constante moti-vo de diversión.

AmiCapítulo 6

Una cuestiónde medidas

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—Pedrito, ella duerme profundamente, como de costum-bre. Al otro lado del mundo es poco más de media noche; aquíson cerca de las diez de la mañana.

—¿De ayer o de hoy? –pregunté, enredado en el tiempo. —¡De mañana! –respondió, muerto de risa.—En serio, Ami, no estoy tranquilo.

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—¡Qué raro!... –bromeó–. Pero no te inquietes tanto,Pedro, que tenemos mucho tiempo aún. ¿A qué hora se levantaella?

—No sé, yo creía que siempre estaba despierta, bueno, esoes lo que ella dice, que no puede pegar ojo en toda la noche...–reímos.

—Entonces le quedan todavía varias horas «sin poder dor-mir»; tenemos todo ese tiempo por delante, sin contar con quepodemos estiiiiraaaar el tiempo...

—De todas maneras estoy preocupado. ¿Por qué no vamosa ver?

—¿Qué quieres ver?—Puede haber despertado...—Veámosla desde aquí mismo mejor, para que te conven-

zas... (Qué manía eso de amargarse la existencia por todo algunos terrí-colas...) –murmuró entre dientes, con una sonrisa pícara en loslabios. Operó los controles de una pantalla y apareció la costa demi país vista desde muy alto; luego la pantalla mostró una caídaen vertical hacia la tierra a una velocidad fantástica. Pronto dis-tinguí la bahía, el pueblo, la casa de la playa, el techo y a miabuela. Era increíble, parecía estar allí, durmiendo todavía con laboca entreabierta, en la misma posición anterior.

—No se puede decir que tenga mal dormir, ¿eh? –observóAmi con humor: luego agregó–: Haremos algo más para que tequedes tranquilo.

Tomó una especie de micrófono y me indicó que guardarasilencio. Apretó un botón y dijo «psht». Mi abuela escuchóaquello, despertó, se levantó y fue hacia el comedor. Pudimosescuchar sus pasos y su respiración. Vio los restos de mi cenasobre la mesa, ordenó todo y dejó los platos en la cocina; luegose dirigió a mi habitación, abrió la puerta, encendió la luz y miróhacia mi cama; se veía perfecta, parecía que yo estaba allí. Sin

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embargo, algo le llamó la atención, no supe qué fue, pero Ami sí.Tomó el micrófono y se puso a respirar cerca de él. Ella escuchóesa respiración y creyó que era la mía, apagó la luz, cerró lapuerta y se dirigió hacia su dormitorio.

—¿Tranquilo ahora?—Sí, ahora sí, pero es como para no creerlo; ella de noche

allá y nosotros de día aquí, al otro lado del planeta...—Ustedes viven demasiado condicionados por las distan-

cias y por el tiempo, Pedro. —No comprendo.—¿Qué tal te parecería salir de viaje hoy y regresar ayer?—Quieres volverme loco, ¡pero no lo conseguirás, saco de

plomo! ¿No podríamos ir a visitar China?—Claro, ¿qué ciudad te gustaría conocer?Esta vez no iba a pasar vergüenza. Respondí con seguridad

y orgullo: —¡Tokio!—Vamos entonces a Tokio... capital de Japón –dijo, inten-

tando disimular las ganas de reír.Atravesamos todo el territorio de la India viajando hacia el

nordeste. Cuando llegamos a los Himalayas la nave se detuvo.—Tenemos órdenes –dijo Ami. En una pantalla aparecie-

ron signos extraños–. Vamos a dejar una evidencia. El «super-cyber» indica que debemos ser vistos por alguien en algún lugar.

—¡Qué divertido! ¿Dónde y por quién?—No lo sé. Vamos a ser guiados. Ya llegamos.Habíamos utilizado el sistema de teletransportación ins-

tantánea. Estábamos sobre un bosque, detenidos en el aire aunos cincuenta metros de altura. La luz del tablero señalaba queéramos visibles. Había mucha nieve por allí.

—Esto es Alaska –dijo Ami, reconociendo el lugar gracias aun punto destellante en el mapa luminoso de una de las pantallas.

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El sol comenzaba a ocultarse en el mar cercano. Nuestra nave semovía en el cielo dibujando un inmenso triángulo en su trayec-toria, a medida que emitía luces de diversos colores.

—¿Para qué hacemos esto?

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—Para impresionar. Debemos llamar la atención de eseamigo que viene allá.

Ami observaba a un hombre por la pantalla; yo lo busquémirando a través de los vidrios de la ventana y lo encontré a lolejos, entre los árboles. Vestía una chaqueta de cazador, de colorrojo; llevaba una escopeta, parecía muy asustado. Nos apuntócon su arma. Me agaché con temor para evitar ser alcanzado porel posible disparo.

Ami se divertía con mis temores.—No temas, este ovni es a prueba de balas y de mucho más.Nos elevamos y quedamos muy alto, siempre emitiendo

destellos multicolores. —Es necesario que él no olvide jamás este encuentro.Pensé que para que no olvidase nunca el espectáculo basta-

ba con haber pasado por el aire, sin necesidad de asustarlo tan-to. Se lo dije.

—Estás equivocado. Muchas personas han visto pasarnuestras naves, pero no lo recuerdan. Si en el momento de ver-nos estaban muy pre-ocupadas con sus feas historias mentales,nos miraron casi sin prestarnos atención, y luego lo olvidaron.Tenemos estadísticas impresionantes al respecto.

—¿Por qué es necesario que ese hombre nos vea?—No lo sé exactamente; tal vez su testimonio sea impor-

tante para alguna otra persona interesante, especial, o tal vez élmismo lo sea. Voy a enfocarlo con el «sensómetro».

En otra de las pantallas apareció el hombre, pero se veíacasi transparente. En el centro de su pecho brillaba una luz dora-da muy bonita.

—¿Qué es esa luz?—Indica su nivel evolutivo.—¿Nivel evolutivo?

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—Su grado de cercanía a la «bestia» o al «ángel» –expresóAmi. Yo entendí que eso medía el grado de bondad o maldad, ydije «ah».

—Tiene setecientas cincuenta medidas.—¿Y eso qué significa?—Que él es interesante.—¿Interesante por qué?—Porque su nivel evolutivo es bastante alto para ser un

terrícola que se dedica a cazar... —Yo detesto a los cazadores –dije.—No deberías detestar a nadie, Pedro.—Bueno..., no es tanto como detestar sino como rabia,

como indignación. ¿Cómo pueden ser tan canallas?—Eso es un problema de falta de solidaridad, la fiera está

muy cerca en sus psiques. Pero este caso es diferente, con tantasmedidas no es que no tenga solidaridad o evolución, sino que lastiene bloqueadas; seguro que en su familia y en su entorno lascacerías tienen buena reputación, aunque a él mismo no le gus-ten realmente; pero el muy bobo se deja llevar por la opiniónajena... Creo que este avistamiento le ayudará a que alguna vez secomporte de acuerdo con su verdadero nivel evolutivo.

Luego enfocó a un oso en la pantalla, que también se veíatransparente, pero la luz de su pecho brillaba mucho menos quela del hombre.

—Doscientas medidas –precisó. Después enfocó a un pez.Esta vez la luz era mínima–. Cincuenta medidas.

—¿Y tú, cuántas medidas tienes, Ami?—Setecientas sesenta –respondió.—¡Sólo diez más que el cazador! –quedé sorprendido por

la escasa diferencia entre un terrícola y él.—Claro, tenemos un nivel parecido.

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—Pero se supone que tú debes ser mucho más evoluciona-do que los terrícolas...

—En la Tierra hay algunas personas que llegan a las ocho-cientas medidas, Pedrito.

—¡Más que tú!—Por supuesto. La ventaja mía consiste en que yo conoz-

co ciertas cosas que ellos ignoran, pero aquí hay gente muy valio-sa: maestros, artistas, enfermeras, bomberos...

—¡¿Bomberos?!—¿No te parece noble arriesgar la vida por los demás?—Tienes razón, pero mi tío, el físico nuclear, también

debe de ser muy valioso...—¿Ese que dice que «a Dios lo mató el intelecto»?... ¿Va-

lioso?... Famoso tal vez. ¿A qué se dedica tu tío dentro de la física?—Está desarrollando una nueva arma, un rayo de ultraso-

nidos muy destructivo. ¡Es fantástico!—Bueno..., si él no es capaz de comprender que la inteli-

gencia humana es el reflejo de una inteligencia superior, si sucorta visión le hace ser arrogante, torpe y burlesco con respectoa Dios, ofendiendo así a tanta gente creyente, y si además dedi-ca el talento que recibió a la fabricación de armas..., yo creo queno tiene un nivel muy alto. ¿No te parece?

—¡¿Qué?! ¡Pero si es un sabio! –protesté.—Otra vez confundiendo las cosas. Tu tío tiene mucha

información y buena memoria, y además es hábil y rápido pararelacionar datos; pero eso no significa necesariamente que seainteligente ni mucho menos un sabio. Un cerebro electrónicopuede tener un banco impresionante de datos y hacer velocesoperaciones, pero no por eso es inteligente. ¿Te parece muysabio un hombre que cava una fosa en la que él mismo corre elpeligro de caer?

—No, pero...

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—Las armas se vuelven contra aquellos que las favorecen.No me pareció muy evidente esa afirmación de Ami, pero

decidí creerle. Sin embargo, quedé confundido; mi tío era mihéroe..., un hombre tan inteligente...

—Tiene un buen «sistema informático» en la cabeza, esoes todo. Aquí hay un problema de términos: en la Tierra llamaninteligentes o sabios a quienes tienen buena capacidad en unosolo de los cerebros, pero tenemos dos...

—¿¡Qué!? ¿¡Dos cerebros!?—Bueno, digamos mejor dos centros de comprensión, por

llamarlos de alguna manera. Uno es el «sistema informático», lacabeza, las ideas; podemos llamarlo el «centro intelectual». Ésteprocesa información relacionada con la lógica, con las cosasterrenales y prácticas de la vida. El otro es el «centro emocio-nal». Éste se relaciona con los sentimientos, con las cosas pro-fundas de la existencia, con las verdades eternas y universales,con la creatividad y la intuición, con la sabiduría y el amor. Delequilibrio entre los dos centros depende la luz que viste en lapantalla en el pecho del hombre. Buen equilibrio, más luz; dese-quilibrio, menos luz.

—¿No toda la gente tiene bien equilibrados los dos cen-tros? –pregunté.

—No, Pedro, no en tu mundo, y ése es el principal pro-blema; por eso a nosotros no nos parece inteligente mucha gen-te que tú piensas que sí lo es. Para nosotros, inteligente o sabioes aquel que tiene ambos centros en armonía, y armonía quieredecir que el intelecto debe estar al servicio del corazón.

—¿Por qué? –pregunté.—Porque el intelecto es simplemente una herramienta,

pero es en el corazón en donde se encuentran las grandes moti-vaciones humanas, sus realidades más profundas, aquello quemás feliz o infeliz hace a la gente, lo más importante de todo. Por

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eso el intelecto debe servir para ayudar a hacer feliz al ser huma-no, pero muchos de los aquí llamados «inteligentes» creen quees al revés, que el hombre debe servir a los fríos cálculos cere-brales que ellos hacen en base a datos o teorías superficiales, yno pueden ver lo importante, lo transcendente: la felicidadhumana. Eso simplemente lo ignoran.

Como me resultaba más fácil comprender a Ami cuandoponía algún ejemplo, le pedí uno. Él dijo:

—Bueno, unos industriales de la pesca, locos, podríandecir: «Si sacamos diez ballenas, ganamos un millón... ¡Si saca-mos todas las ballenas del mar, ganaríamos miles de millones!»...

Me puse a reír porque Ami estaba poniendo caras como deloco al decir aquello.

—Gente así sólo ve lo superficial: el dinero; pero no ve loprofundo: el daño que causa a los demás, incluso a ellos mismos,y no lo ve o no le importa porque tiene un desequilibrio entre elcentro intelectual y el emocional.

—Ahora entiendo mejor. ¿Y qué pasa con quienes tienenmás desarrollado el centro emocional que el intelectual? –pre-gunté.

—Ése es el extremo opuesto; tú dirías que son «tontosbuenos». Debido a sus limitaciones intelectuales no puedencomprender bien el mundo en el que viven, y eso hace que a finde cuentas no sean tan buenos.

—¿Por qué? –pregunté con mucha curiosidad.—Porque resultaría fácil para uno de tus «inteligentes

malos» lavarles el cerebro y ponerlos a hacerse daño a ellos mis-mos o a otros, mientras creen que hacen el bien. Los afectos dequienes no razonan con claridad no llegan a ser verdadero amor.

—¿Qué les falta?

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—Los sentimientos deben ser alumbrados por el intelectopara convertirse en sabiduría, y el intelecto debe ser alumbradopor las emociones para convertirse en verdadera inteligencia.

Mucho después, pensando en estas cosas comprendí queAmi tenía razón. Recordé las malas noticias de la televisión y vique en todos los casos en los que seres humanos hacen sufrir omatan a otros seres humanos, allí hay un desequilibrio, una fal-ta de comprensión o de sensibilidad, porque una persona equi-librada no podría hacer infeliz a nadie. Hacerlo es cosa sólo dedesequilibrados, de locos, como me explicó él.

—El desarrollo intelectual debe ir armonizado con el desa-rrollo emocional; sólo así podríamos estar hablando de una per-sona verdaderamente inteligente o sabia.

—Ya voy comprendiendo, gracias. ¿Y yo, Ami, cuántasmedidas tengo?

—No te lo puedo decir.—¿Por qué?—Porque si tu nivel es alto te vas a poner vanidosamente

orgulloso...—No entiendo, yo pensaba que el orgullo era bueno...—La satisfacción de superarse a sí mismo o de ser útil a los

demás, eso produce orgullo sano; pero aquello que nos hace serarrogantes y despreciativos, eso es vanidad, orgullo insano,soberbia...

—Comprendo...—Y la soberbia apaga la luz interior...Eso me hizo pensar. Intuí que Ami tenía razón.—Debemos tratar de ser humildes, Pedro. Dios es tan

humilde que, a pesar de haber creado todo para nosotros, no sedeja ver, sólo nos permite ver su creación.

—Qué bonito... Crea océanos, planetas, galaxias... y niaplausos pide...

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—Es que Dios tiene más medidas que nadie –rió Ami.—¿Por qué no me dices de una vez cuántas medidas tengo

y te dejas de historias? Te prometo que si mi nivel es alto no mevoy a poner vanidoso.

—Pero si tu nivel fuera bajo... te vas a sentir muuuy mal... No me gustó esa idea y sólo dije «ah».—Mira, ya nos vamos.Instantáneamente habíamos regresado a los Himalayas,

situados al otro lado del planeta.

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Avanzábamos hacia un mar lejano, al que llegamos en segun-dos, lo cruzamos y aparecieron unas islas: Japón. Bajamos sobrela ciudad de Tokio.

Yo pensé que iba a encontrar casas con techos con las pun-tas hacia arriba, pero lo que más abundaba eran rascacielos, ave-nidas modernas, parques y automóviles.

—Estamos siendo avistados –dijo Ami, señalando la luz deltablero encendida.

En la calle la gente comenzaba a arremolinarse, nos señala-ban con la mano. Nuevamente se encendieron las luces exterio-res de variados colores. Al parecer, cuando la nave de Amidecidía mostrarse lo hacía más bien escandalosamente, comopara asegurarse de que nadie se perdiese el avistamiento.

Estábamos bastante alto. Permanecimos apenas unos dosminutos allí.

AmiCapítulo 7

Luces en el cielo

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—Otro avistamiento –dijo Ami, observando los signos queaparecían en la pantalla–. Vamos a ser trasladados de nuevo.

Súbitamente la luz del día se apagó. Sólo quedaron lasestrellas centelleando tras los vidrios. Abajo no se veía gran cosa,una pequeña ciudad muy lejana, unas pocas luces y un caminopor el que venía un automóvil.

Fui hacia la pantalla que estaba frente a Ami; allí aparecíatodo el panorama perfectamente iluminado. Lo que a simple vis-ta no se distinguía debido a la oscuridad, en el monitor era muyclaro, como si fuese de día; luego Ami hizo un zoom a la imagen,que se agrandó muchísimo, sin perder claridad ni definición; así

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noté que el automóvil era de color verde y que en él venía unapareja joven.

Estábamos a unos veinte metros de altura, éramos visiblessegún el tablero. Decidí en lo sucesivo aprovechar esa pantalla,ya que era más nítida que la misma realidad.

Cuando el vehículo llegó a poca distancia de nosotros sedetuvo, estacionó junto al camino, sus ocupantes descendieron,y comenzaron a gesticular y a gritar mientras nos miraban conojos desencajados.

—¿Qué dicen? –pregunté.—Piden comunicación, contacto. Es una pareja de estu-

diosos de los ovnis, aunque este caso es un poco exagerado. Ellosson más bien algo así como «fanáticos de los extraterrestres».

—Comunícate entonces –le dije, preocupado por lainquietud de esas personas, que luego se arrodillaron y comen-zaron a rezar mirando hacia la nave.

—No puedo, tengo que obedecer las órdenes estrictas delplan de ayuda. La comunicación no se produce cuando a cual-quiera se le antoja, sino cuando desde «arriba» se decide.

—Ah..., claro.—Además, no puedo aprovecharme de la ignorancia de

esta pobre gente. —¿Aprovecharte cómo?—Nos consideran dioses...—¿Y dónde está lo malo?—Lo malo está en que eso es una mentira, porque noso-

tros no somos dioses, por si no te has dado cuenta.—Ya, pero...—Venerar a cualquiera de las criaturas del Universo como

si fuera Dios es confundir el fruto con el árbol.—¿Y eso es grave?

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—No demasiado para quien no sabe mucho acerca de estascosas, pero sería muy grave si nosotros pretendiésemos usurparel lugar de Dios ante la desviada religiosidad de estas personas.Si nos considerasen como hermanos más avanzados, pero nodioses, eso sería otra cosa.

Me pareció que Ami debía sacar de su error a esa pareja ydarles alguna explicación. Él percibió lo que yo pensaba y dijo:

—Pedrito, nosotros no podemos estar sacando de suserrores a cada uno de los habitantes de los mundos no evolucio-nados, sobre todo cuando, aparte de intelecto y corazón, tienenescrituras, religiones, libros espirituales y también psicólogos,que están allí para aclararles muchas cosas. Lo que hace estapareja no es nada comparado con errores mucho peores que secometen en estos mundos, y allí tampoco podemos intervenir,aunque sucedan cosas terribles. En este preciso instante a milesde personas las están matando o torturando en muchos planetas,aquí mismo también.

—¿En serio?...—Muy en serio.—¿Y ustedes no pueden hacer nada?—No, Pedro, no podemos, por nueve buenas razones que

ya conoces, y hay otras más, pero por ahora no te enredaré másla cabecita.

Encontré que ésa era una buena ocasión para comentarlealgunas ideas que siempre, toda la vida, durante laaaaargos treceaños, me habían rondado:

—A veces me parece que Dios no es tan bueno, Ami.¿Cómo puede permitir que pasen esas cosas?

Él se puso de pie, miró por las ventanas y dijo:—Dios no puede amarrarle las manos a nadie...No entendí qué quiso decir con eso y le pedí que fuese más

claro.

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—Quiero decir que Dios no creó títeres ni marionetas,sino seres libres. Así, cada cual puede hacer aquello que tengaganas de hacer, lo que escoja, pero después, que se atenga a lasconsecuencias, porque cada uno cosecha lo que sembró...

—Entiendo, pero todavía no comprendo por qué algunaspersonas eligen cosas tan feas como matar o hacer sufrir a otros.

—Todo es asunto de niveles evolutivos, Pedro; las personasescogen cosas feas o bonitas según su nivel evolutivo, ya enten-derás mejor lo que quiero decirte. Y así como las personas tienendistintos niveles de evolución, también los planetas los tienen.

—¡Los planetas!—Y los soles, y las galaxias; todo va evolucionando porque

todo es parte de un Universo que se va expandiendo, que evolu-ciona, que tiene un objetivo que alcanzar.

—¡Interesante! Nunca había pensado en eso...—En los planetas poco evolucionados, como éste, la gente

por lo general tampoco tiene mucha evolución; debido a eso,hay muchas personas que escogen cosas feas. Pero en los mun-dos más avanzados los seres eligen cosas bonitas. En consecuen-cia, la realidad allí también es más agradable. Pero hay millaresde mundos que están todavía menos avanzados que el tuyo, y lavida en ellos resultaría brutal para nosotros, incluso en este mis-mo planeta, millones de años atrás.

—¿En el tiempo de los dinosaurios?...—Correcto. Debido a la falta de evolución, éste era un

mundo hostil, lleno de peligros. Como la lucha por la supervi-vencia era muy violenta, todo era agresivo y venenoso, todo teníagarras y colmillos, muchas plantas eran carnívoras, los volcanesentraban en erupción constantemente y otras «bellezas»; peroesas criaturas estaban adaptadas a ese ambiente y a ellas no lesparecía especialmente cruel la vida, y tampoco tenían ningúnproblema al despedazar a otras criaturas.

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—¿Y Dios inventó ese sistema tan «amoroso»?...—Ya te dije que sólo podemos valorar la luz cuando hemos

conocido las sombras, y acabo de explicarte que esos seres notenían tu sensibilidad, y por eso tú no vives en un mundo comoaquél, ni ellos vivían en un mundo como éste.

—Hummm... –Ami no lograba convencerme acerca de labondad de Dios.

—Pero hoy, debido a que se alcanzó un nivel de evoluciónmás avanzado en este mundo, la vida resulta más benigna paraustedes, no es algo tan duro como lo era antes, las especies quelo habitan ya no son tan primitivas. Pero todavía no se puededecir que éste sea un mundo evolucionado; en algunos lugareshay niños que mueren de hambre, de abandono...

—¿Ves? Eso no parece ser obra de un Dios muy amoroso...—Eso es obra de los hombres, no de Dios, igual que estas

otras «bellezas» que voy a mostrarte.Ami operó un aparato y en la pantalla aparecieron escenas

de guerra; los soldados lanzaban cohetes contra unos edificios,destruyéndolos, y también a las personas que los habitaban.

—Esto sucede ahora mismo en otro país, pero no pode-mos hacer nada más de lo que estamos haciendo. En la evolu-ción de cada planeta, pueblo o persona no debemos intervenirmás allá de lo permitido.

En la pantalla aparecieron ahora imágenes de fusilamientoscolectivos. No pude soportar lo que vi y le pedí que apagara eso.

—Me afecta ver tanta «bondad divina»...—No seas sarcástico con estas cosas, Pedro; ya te dije que

no es cosa de Dios, no es Dios quien empuña esas armas. Eso esmaldad humana, inconsciencia, ignorancia y locura. No saben lodelicado que es interrumpir violentamente un proyecto evoluti-vo personal, algo tan sagrado...

—¿Un proyecto qué?

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—Evolutivo personal.—¿Y qué es eso?—Quiero decir que ellos no saben lo grave que es matar,

aunque nadie desaparezca para siempre, aunque las almas que seaman se vuelvan a encontrar. La vida es una escuela de muchasetapas, de muchos cursos y niveles educativos, en muchos «tra-jes» diferentes, es decir, cuerpos; pero más allá de esa envolturamaterial está lo que somos de verdad, y con eso nos reencontra-remos luego de cada etapa, y allí comprenderemos que todanuestra vida fue simplemente el paso por una «escuela», por unlugar en donde teníamos que aprender algunas lecciones y reali-zar algunas cosas, para luego seguir avanzando. Nadie aparece dela nada ni desaparece para siempre, Pedro. Nacemos con laherencia del pasado, vivimos, morimos y volvemos a nacer, y sólonos llevamos de cada etapa lo que hemos aprendido, y así segui-mos, siempre aprendiendo.

—Muy bonito, pero a veces no sé si creer que existe algodespués de esta vida...

—Lo lamento. Para ti es cosa de creer o no creer; yo sim-plemente recuerdo que en otras vidas mías, anteriores a ésta, fuifiera y morí muchas veces destrozado por otras fieras; usémuchos cuerpos, morí y nací mil veces; y así fui evolucionando.Más adelante fui ser humano, de bajo nivel evolutivo primero,maté y me mataron; fui cruel, recibí crueldad, y poco a poco fuimejorando, aprendiendo a dominar lo inferior en mí. No siem-pre lo conseguí, pero seguí intentándolo, y aquí estoy.

—Muy interesante. Explícame más, por favor.—Quiero decirte que antes de llegar a ser quien soy, mi

alma ha pasado por muchas existencias, y ha ganado algunaexperiencia y alguna sabiduría. Entre otras cosas ha aprendido ahacer esfuerzos para ser mejor. Como resultado de todo lo que hesido, aquí estoy y soy lo que soy; pero no aparecí de la nada tal

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como soy ahora, ya listo, ready made, instant Ami... No, nada es asíen el Universo; muchísimos esfuerzos previos me permitieronllegar hasta aquí, mucho dominar mis tendencias inferiores. Y tútambién eres el resultado de lo que aprendiste y de los esfuerzosque hiciste antes.

Aquello era una nueva lección para mí, y me gustó porqueme aclaró algo: muchas veces me había parecido inexplicable la«suerte» que tuve de haber nacido humano y no lombriz, porejemplo, o perro. Me había tocado ser un humano especial, per-teneciente a un país civilizado, a una clase media relativamenteculta. Encima era sano, más inteligente que la media y de apa-riencia normal. ¿Por qué tanto privilegio? ¿Suerte? ¿Casualidad?Ami me había dado la gran respuesta: «Soy lo que soy porque melo he ganado gracias a esfuerzos previos; es lo que merezco».

—Lo bueno y lo malo... –me aclaró Ami.—¿Qué?—Que lo que no es tan lindo en tu vida también te lo has

ganado.Eso me hizo recordar algunas quejas mías hacia Dios, hacia

la vida, el destino o el Universo; por ejemplo, por no haberpodido ser el primer alumno de mi clase, o por no haber naci-do rico, o por no tener padres, y cosas así. Pero ahora veía cla-ramente que aquello era muy tonto, que cada uno se ha ganadotodo lo que tiene, lo bueno y lo malo, como dijo Ami. Entoncesvolví a tener ante mí la nueva lección, y la perfeccioné: «Soy loque soy porque me lo he ganado gracias a errores y esfuerzosprevios; es lo que merezco».

—Errores como los que cometen los soldados que vimos,violando una ley universal: «no matarás». Eso es muy grave, y nopodemos intervenir. Pero por otro lado, no creas que quienessufren lo hacen por «crueldad de Dios» ni por «casualidad», no.La Inteligencia Universal se encarga de que cada uno reciba lo

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que necesita para aprender algo nuevo, para sensibilizar sucorazón. Tal vez quienes hoy son alcanzados por bombas o balasen una vida anterior o en esta misma fueron malvados con otros,igual como lo son ahora esos soldados con personas a las que nisiquiera conocen. Ellos, aunque crean que no, también deberánsufrir lo mismo que hicieron a los demás, y quienes dan las órde-nes, también.

—Castigo de Dios –dije.—No, Pedro, no es castigo divino, sino «ley de causa y

efecto», «bumerán». La idea no es castigar sino ayudar a evolu-cionar, a sensibilizar. Alguien dijo que «el sufrimiento es el maes-tro de los tontos». Y tenía razón porque si alguien es tan tontoque se atreve a lanzar balas o bombas contra un semejante, esobvio que no es consciente acerca de lo que se siente al recibir-las, así que necesita una lección en carne propia... ¿Entiendes?

—No.—Que no deja más remedio al Universo que hacerle vivir

lo mismo que hizo, para que sepa lo que se siente y comprendaen carne propia por qué, exactamente por qué, no es lindo cau-sar ese tipo de dolor a nadie, y así, poco a poco, irá aprendien-do a no hacer daño; entonces no recibirá tanto dolor, porque nolo necesitará, porque no lo generará, porque ya no será tan tonto.

—Eso quiere decir que todo el sufrimiento que recibimoses consecuencia de nuestras malas acciones anteriores...

—No todo, Pedro. Algunas veces debemos pasar por situa-ciones duras que tienen la finalidad de ayudar a sensibilizarnos,a aprender ciertas lecciones o a adquirir la fuerza y la experien-cia necesarias para realizar alguna tarea o misión importante enel futuro. Es como, por ejemplo, un estudiante de medicina quehace muchos esfuerzos, pasa algunos sufrimientos y privaciones,noches de insomnio, tener que presenciar imágenes feas y dolo-rosas, acontecimientos graves, hasta endurecerse un poco para

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soportar las cosas duras de su profesión, porque quiere progre-sar y avanzar para ayudar a curar personas lo mejor que pueda.Hay misiones cuya preparación puede requerir toda una vida, oincluso más, Pedrito.

Algo nos llamó la atención en una de las pantallas: la pare-ja seguía en su trance místico con nuestra nave, y ahora elevabansus brazos hacia lo alto, como queriendo que los subiésemos abordo.

—¿Y no podrías explicarles a ellos por un micrófono quepierden su tiempo?

—Ya te dije que no, Pedro. Una persona o un mundo sólopueden recibir ayuda directa de nuestra parte cuando han alcan-zado cierto nivel evolutivo. Si no es así, sería una violación delsistema general de evolución. Pero esa pareja todavía no ha lle-gado a ese nivel; la humanidad de la Tierra tampoco, y debido aello sólo podemos ayudar indirectamente, a través de ti en estecaso; por eso debes escribir el libro, ya que él les aclarará algu-nas cosas interesantes a esta pareja y a mucha otra gente.

La pareja continuaba implorando contacto, pero nosotrosnos estábamos cansando de mirarlos.

—Se les está regalando un avistamiento muy prolongado...–dijo Ami.

—Demasiado... Qué aburrido... ¿Debido a qué se hace eso? —Lo ignoro. Bien, veamos algo más divertido.Sintonizó la televisión japonesa mientras esperábamos a

que el famoso «supercyber» nos sacara de allí. Con su buenhumor habitual, Ami observaba un programa de noticias.Aparecía un periodista que entrevistaba micrófono en mano a lagente en la calle. Una señora hablaba gesticulando y apuntabahacia el cielo. Yo no entendí nada, pero me di cuenta de querelataba su encuentro con un ovni...: el nuestro. Otras personastambién comentaban su versión del fenómeno. Supe que Ami

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entendía aquel lenguaje porque estaba muy entretenido miran-do el programa.

—¿Qué dicen? –pregunté.—Que vieron un ovni... Cada loco... –expresó sonriendo.Luego apareció un señor con anteojos y corbata que hacía

dibujos en un pizarrón mientras daba explicaciones. Represen-taba al sistema solar, la Tierra y los demás planetas. Habló larga-mente. Supe que se trataba de un científico japonés especialistaen astronomía.

—¿Qué dice ahora? –volví a preguntar.—Que considerando todas las evidencias, queda «científi-

camente demostrado» que no hay vida inteligente en toda lagalaxia, excepto en la Tierra... También dijo que la gente que vioel supuesto ovni sufrió una alucinación colectiva, y les reco-mendó una visita al psiquiatra...

—¿En serio? –pregunté.—En serio –respondió riendo.El científico continuó hablando.—¿Qué está diciendo?

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—Que tal vez exista una civilización «tan avanzada» comoésta, pero una cada dos mil galaxias, según sus brillantes cálculos...

—¿Y eso qué significa?—Que cuando sepa que solamente en esta galaxia hay miles

de civilizaciones, y que ésta es prehistórica al lado de muchas deaquéllas, se va a volver loco el pobre, peor de lo que ya está.

Reímos un buen rato. Para mí resultó muy cómico escu-char a un científico diciendo que los ovnis no existen, ¡y yo,mirando el programa desde un ovni!...

Permanecimos unos minutos más en aquel lugar hasta quela luz de la invisibilidad por fin se apagó.

—Estamos libres.—Entonces ¿podemos continuar paseando? –pregunté. —Claro. ¿Adónde te gustaría ir ahora?—Mmmm... esteee... ¡A las pirámides de Egipto!—Todavía no amanece allí, mira. –Ya habíamos llegado. Un

reflector de la nave alumbró hacia tres enormes pirámides depiedra que parecían esperar algo desde hacía milenios.

—¿Egipto?—Efectivamente.—¡Qué rapidez!—¿Te parece rápido? Espera. Ahora observa por las ventanas.Estábamos sobre un desierto muy extraño. Era de noche, el

cielo se veía demasiado oscuro, negro casi, excepto por el brilloazuloso de la luna.

—¿Qué es esto, Arizona, el desierto del Sahara?—Esto es la luna.—¡¿La luna?!—La luna.Miré hacia arriba, hacia aquello que yo había creído que era

la luna. —Entonces eso...

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—Eso es la Tierra.—¡¿La Tierra?!—La Tierra. Allá duerme tu querida abuela.Quedé fascinado. Era en realidad mi planeta, tenía un color

azul claro. Me pareció increíble que algo tan pequeño pudiesecontener tantas cosas grandes, montañas, mares y continentes.Sin saber por qué me llegaron imágenes archivadas en mimemoria, recordé un arroyo de mi niñez, una pared cubierta demusgo, unas abejas en un jardín, unos caballos pastando en elcampo en una tarde veraniega... Todo eso estaba allá, en esepequeño globo azul que flotaba entre las estrellas.

De pronto vi el sol, un astro lejano, casi pálido.—¿Por qué se ve tan pequeño?

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—Porque aquí no hay una atmósfera que actúe como len-te de aumento, como lupa; por eso desde la Tierra se ve másgrande que desde aquí.

No me gustó esa visión de la superficie de la luna; desde laTierra se veía mucho más espectacular. Era un mundo tan deso-lado y tenebroso que me hacía sentir temor.

—¿No podríamos ir a un lugar más bonito?—¿Habitado? –preguntó Ami.—¡Claro! Pero sin monstruos.—Para eso tendremos que ir muy lejos.Movió el dedo sobre el tablero. La nave vibró muy suave-

mente y todo se vio negro; luego, en las ventanas apareció unaneblina blanca y brillante que reverberaba.

—¿Qué pasa? –pregunté un poco asustado.—Estamos situándonos.—¿Situándonos dónde?—En un planeta muy lejano. Tendremos que esperar unos

minutos. Por ahora vamos a escuchar alguna música.Tocó un punto del tablero. Unos suaves y extraños sonidos

llenaron el recinto. Mi amigo cerró los ojos y se dispuso a escu-char con deleite.

Eran unos ruidos muy raros. De pronto una vibración muybaja y sostenida llegaba a remecer la sala de mandos, luego otranota altísima se cortaba de improviso, y el silencio duraba algu-nos segundos. Después se oían notas rápidas que subían y baja-ban; otra vez la más grave se iba agudizando poco a poco, mien-tras unas especies de rugidos y algunas campanillas llevaban unritmo cambiante.

Ami parecía extasiado. Supuse que conocía muy bien aque-lla «melodía», porque con los labios o leves movimientos de sumano se adelantaba a lo que iba a escucharse.

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Lamenté interrumpirlo, pero aquella «música» no megustó nada.

—Ami –le llamé. No respondió; estaba muy concentradoescuchando esa especie de interferencia eléctrica en una radiovieja...

—Ami –insistí.—¡Oh, perdón! ¿Sí?—Discúlpame, pero eso no me gusta.—Ah, claro, es natural; el disfrute de esta música requiere

de una «iniciación» previa. Buscaré algo que te parezca másfamiliar.

Tocó otro punto del tablero. Surgió una melodía que meagradó inmediatamente, tenía un ritmo muy alegre. El instru-mento principal sonaba parecido a la chimenea de un tren avapor a toda velocidad.

—¡Qué bárbaro! ¿Qué instrumento es ese que parece untren?

—¡Dios mío! –exclamó Ami fingiendo horror–, acabas deofender a la garganta más privilegiada de mi planeta, confun-diendo su hermosa voz... ¡con el ruido de un tren! –Sentí muchavergüenza por mi torpeza.

—Discúlpame, por favor... No sabía... ¡Pero resopla muybien! –dije, procurando arreglar mi metida de pata.

—¡Blasfemo! ¡Hereje! –fingía, tirándose de los cabellos–.¡Cómo puedes decir que la gloria de mi mundo... resopla!

Terminamos por estallar en carcajadas.Aquella música lo impulsaba a uno a bailar.—Para eso está hecha –dijo Ami–. ¡Bailemos!Se incorporó de un salto y comenzó a danzar alegremente

haciendo sonar las palmas.—¡Baila, baila! –me animaba–. Suéltate. Tú quieres bailar,

pero eso que no eres tú, tus vergüenzas y timideces, no te lo

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permiten. Aprende a conquistar la libertad de ser tú mismo,libérate de frenos falsos.

Me convenció, dejé mi natural timidez de lado y me lancéa danzar con gran entusiasmo.

—¡Bravo! –me felicitaba.Bailamos largo rato. Me sentí muy alegre yo también, fue

parecido a cuando corríamos y saltábamos en la playa. Amilograba hacerme expresar cosas mías muy auténticas, pero tam-bién muy bloqueadas por mi timidez.

Luego la música terminó.—Algo para relajarnos ahora –dijo, dirigiéndose hacia el

tablero. Oprimió otro punto y se escuchó música clásica. Mepareció familiar esa pieza.

—Oye, eso es terrestre...—Claro, Bach; es magnífico, ¿no te gusta?—Creo que... sí. ¿También a ti te gusta?—Por supuesto, o no lo tendría en la nave.—¡Qué bien!... –Yo estaba llegando a pensar que todo lo

nuestro sería «primitivo» para los extraterrestres.—Estás equivocado –tocó otro punto del tablero.

...imagine there’s no countries, it isn’t hard to do...1

—¡Pero si ése es John Lennon, los Beatles!...Yo estaba muy sorprendido porque había empezado a creer

que en la Tierra no había nada bueno para los extraterrestres,comparado con las maravillas que ellos tendrían.

—Pedrito, cuando la música es buena, lo es universalmen-te. La buena música de la Tierra es coleccionada en varias gala-xias, igual que la música de cualquier mundo y de cualquier época.

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1. Traducción: «Imagina que no hay países, no es difícil hacerlo».

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Lo mismo ocurre con todas las artes. Nosotros guardamos fil-maciones y grabaciones de todo lo bueno que se realiza en tuplaneta. El buen arte es el lenguaje del amor, y el amor es unapresencia universal.

...imagine all the people living life in peace...2

Ami, con los ojos cerrados, parecía disfrutar de cada nota.Cuando John Lennon terminó de cantar, habíamos llegado

por fin a otro mundo habitado.

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2. Traducción: «Imagínate a toda la gente viviendo la vida en paz».

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Segunda parte

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Se disipó la neblina blanca.Me acerqué a las ventanas y vi unas praderas bañadas de un

matiz naranja suave. ¡Estaba en otro mundo! Eso me entusiasmótremendamente.

Comenzamos a descender poco a poco en medio de un lin-do paisaje de apariencia otoñal.

—¡Qué increíble, estoy viendo otro planeta!—Me alegra que disfrutes de este viaje.—¡Además este mundo es muy bonito, Ami!—Mira el sol –me recomendó, sonriendo.Un enorme disco rojizo se destacaba en lo alto. Parecía ser

unas cincuenta veces mayor que el nuestro.—Es cuatrocientas veces más grande –precisó él.—¡Cuatrocientas veces; qué bárbaro! Pero no se ve como si

fuera tan enorme...

AmiCapítulo 8

¡Ophir!

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—Porque está muy lejos.—¿Qué mundo es éste?—Es el planeta Ophir, que se pronuncia «ofír».—Ophir... Me gusta ese nombre. ¿Está habitado?—Claro, y sus habitantes son de origen terrestre, llevan

milenios aquí. —¡¿Quééééé?!Aquello fue un sorpresivo mazazo para mis ideas acerca de

la historia y de la tecnología: ¿los cavernícolas podían viajar hacialas estrellas hace milenios?... Él movió algunos controles y dijo:

—Hay tantas cosas que se desconocen en tu mundo,Pedro... Hubo una vez en un continente de la Tierra, hace milesde años, una civilización semejante a la tuya, ya desaparecida.Entonces...

—¿La Atlántida? –le interrumpí.—Pedro, algunas fábulas encierran partes de verdades

históricas, aunque a veces mutiladas o deformadas –dijo, yretomó lo que estaba explicando antes–: Entonces algo muy feosucedió allí, algo muy desafortunado...

—¿Qué sucedió, Ami?—El nivel científico de quienes dominaban en ese tiempo

se volvió muy superior a su nivel de solidaridad, tanto que setransformaron en «inteligentes malos», como tú dices. El hechode haber conseguido grandes conocimientos tecnológicos y granpoder los hizo llenarse de soberbia, altivez y arrogancia, queda-ron insensibles ante la sabiduría del corazón, ante las cosas esen-ciales y profundas, y con un poder destructivo tan grande en susmanos, ocurrió lo que tenía que suceder.

—Se destruyeron.—Naturalmente, aunque sobrevivieron algunos que huye-

ron a otros continentes; pero llevaron consigo a casi todas partesla locura, el terror, la soberbia y la guerra, y desde entonces tu

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mundo es como es. Tu civilización moderna y tú mismo sois elresultado de todo eso; eres descendiente de quienes sobrevivieron.

—Es increíble que haya existido una civilización anterior...Y la gente de Ophir, ¿cómo llegó a este planeta?

—Nosotros la trajimos. Un poco antes de producirse eldesastre rescatamos a todos aquellos que tenían setecientasmedidas o más, pero se salvaron muy pocos porque el promedioevolutivo de los seres humanos en aquel tiempo era de cienmedidas menos que hoy. La Tierra y sus criaturas han evolucio-nado. Esta vez hay muchas más personas con ese nivel.

—Y si se produjera un desastre, ¿ustedes rescatarían aalgunos nuevamente?

—La idea es que no lo haya, pero si no se puede evitar,habría que rescatar a quienes superen las setecientas medidas.Ellos serían necesarios para construir un mundo diferente. –Mealegré. Di por hecho que yo estaría entre los rescatados.

—¿En serio?... ¡Qué bueno! ¿Y adónde nos van a llevar?

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—Dije que sólo a quienes superen las setecientas medidas.—Ah, claro... ¿Y yo, Ami, tengo setecientas medidas?—Te dije que no puedo responder eso.—¿Cómo se puede saber quiénes tienen setecientas medi-

das o más?—Todos aquellos que trabajan de manera desinteresada

por el bien de los demás, motivados sólo por el espíritu de soli-daridad, tienen esas o más medidas, pero cuando digo «losdemás», no quiero decir sólo la propia familia, el club, el bandopropio. Y cuando digo «bien», me refiero a aquello que no va encontra de la ley fundamental del Universo.

—Otra vez esa famosa ley. ¿Podrías explicármela ahora? —Todavía no. Paciencia.—¿Y por qué es tan importante?—Porque si no se conoce esa ley, no puede saberse la dife-

rencia entre el bien y el mal. Muchos matan creyendo hacer elbien, ignoran las leyes universales. Otros torturan, ponen bom-bas, crean armas, destruyen la naturaleza, hacen sufrir a los másdébiles pensando que hacen un bien. Resulta que hacen un granmal todos ellos, pero no lo saben porque desconocen la ley fun-damental del Universo. Sin embargo, deberán pagar por susofensas a esa ley superior, porque deben aprender que ciertascosas no se hacen.

—Tú dijiste antes que Dios no castiga...—Dios no castiga ni premia, pero todo lo que hacemos

vuelve a nosotros mismos. Si hacemos el bien, recibimos bien acambio; si hacemos el mal, no podemos esperar nada lindo.Repito: causa y efecto, bumerán.

—¿Y eso no puede evitarse, Ami?—Bueno, cuando alguien reconoce con claridad que algu-

na acción suya fue negativa, ya no necesita de un correctivo departe de la ley fundamental del Universo.

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—No me hubiera imaginado que existía una ley tan im-portante.

—Pues existe y es más importante de lo que piensas.Bastaría con que la gente de tu planeta la conociese y la pusieseen práctica para que tu mundo se transformase en un verdade-ro paraíso.

—¿Cuándo me la vas a decir?—Por el momento contempla el mundo de Ophir; tiene

mucho que enseñarte porque aquí todos viven de acuerdo conesa ley.

Me senté en un sillón junto a él para observar por la pan-talla aquel bello planeta. Estaba impaciente por ver a sus habi-tantes.

Íbamos lentamente a unos trescientos metros de altura.Divisé muchos vehículos voladores semejantes al nuestro; cuan-do se acercaron comprobé que tenían formas y tamaños muydiversos.

No vi grandes montañas, tampoco zonas desérticas. Todoestaba tapizado de vegetación de múltiples tonalidades, convarios matices de verde, marrón y naranja en distintos grados.Había muchas colinas, lagunas, ríos y lagos de aguas de un celes-te muy luminoso. Aquella naturaleza tenía algo de paradisíaco.

Comencé a distinguir unas casas semiesféricas que forma-ban círculos alrededor de una construcción principal. Habíabastantes pirámides, unas con escalones, otras lisas, con basestriangulares o cuadradas, pero lo que más abundaba eran esascasas semiesféricas de diversos colores claros, con predominiodel blanco.

Después aparecieron los habitantes de aquel mundo.Desde la altura los vi transitar caminos, retozar en ríos y lagunas.Tenían apariencia humana, al menos desde la distancia; muchosde ellos vestían holgadas túnicas de diversos colores.

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No se veía ninguna ciudad.—No las hay en Ophir ni en ningún otro mundo evolucio-

nado. Las grandes ciudades son formas prehistóricas de convi-vencia –dijo Ami.

—¿Por qué?—Porque tienen muchos defectos; uno de ellos es que

demasiadas personas en un mismo punto producen un desequi-librio que las afecta tanto a ellas como al planeta.

—¿Al planeta?—Los planetas son seres vivientes con mayor o menor evo-

lución. Sólo la vida produce vida; por eso todo está vivo de algu-na manera. Todo es interdependiente, todo está interrelaciona-do. Lo que le ocurre a la Tierra afecta a las personas que la habi-tan, y viceversa.

—¿Por qué demasiadas personas en un mismo punto pro-ducen un desequilibrio?

—Porque no son felices en el hacinamiento, eso lo perci-be la Tierra. Las personas necesitan espacio, árboles, flores,agua, aire libre...

—¿La gente más evolucionada también? –pregunté con-fundido, porque Ami estaba insinuando que las sociedades avan-zadas vivirían en ambientes al estilo «granja», en la naturaleza, yyo pensaba que en el futuro iba a ser todo lo contrario: ciudadesartificiales en órbita, inmensos edificios-ciudadelas, metrópolissubterráneas con millones de personas, plástico y metal portodos lados, igual que en las películas futuristas.

—Sobre todo la gente más evolucionada necesita vivir encontacto con la naturaleza –respondió.

—Yo creía que era al revés, que vivir en la naturaleza erasólo para los salvajes...

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—Si en la Tierra no pensaran todo al revés, no estarían enpeligro de destruirse nuevamente. Se puede vivir civilizadamen-te en la naturaleza, Pedro.

—Y esta gente de Ophir, ¿no quiso volver a la Tierra?—No.—¿Debido a qué?—Dejaron el nido; los adultos no vuelven a la cuna, les

queda estrecha.Al acercarnos a unas blancas construcciones de poca altu-

ra y de un estilo muy moderno comenzamos a descender.—Esto es lo más parecido a una ciudad en un planeta avan-

zado. Es un centro de organización, asistencia social, reunionesy presentación de actos culturales. Las personas vienen ocasio-nalmente a encontrarse con otros, a tener alguna reunión socialo una celebración, también a presenciar alguna manifestaciónartística, espiritual o científica, pero nadie vive aquí. –Detuvo lanave a unos cinco metros de altura y con entusiasmo dijo–:¡Ahora vas a conocer a tus antepasados de hace miles de años!

—¿Vamos a salir de la nave?—Ni lo sueñes.—¿Por...?—Porque tus gérmenes podrían matar a toda la gente de

este mundo. —¿Y por qué a ti no te afectan?—Yo estoy «vacunado», pero antes de volver a mi planeta

debo someterme a un tratamiento purificador.Muchas personas transitaban por ahí. Cuando una de ellas

pasó cerca de las ventanas de nuestra nave me di cuenta de algoespantoso: ¡eran gigantes!

—¡Ami, éstos no son terrícolas; son monstruos!—¿Por qué? –bromeó–. ¿Porque miden apenas el doble

que la gente de tu mundo?

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—¡El doble!—Poco más, poco menos, pero ellos no se sienten espe-

cialmente grandes.—Pero tú dices que provienen de la Tierra, y allá la gente

mide un poco más de la mitad...—Eso se debe a que las condiciones de vida de este plane-

ta son diferentes de las de la Tierra y favorecen una estaturamayor.

Nadie nos prestaba la menor atención. Eran personasesbeltas, de piel más bien bronceada, caderas estrechas y hom-bros levantados, rectos. Todos se veían muy tranquilos, relajadosy amables. Sus ojos denotaban serenidad, los tenían grandes,luminosos y almendrados, parecidos a los de las personas queaparecen en las pinturas egipcias.

—Los antiguos egipcios, mayas, incas, griegos, aztecas yceltas, entre otros, tienen un tronco común con estas personas–me explicó Ami–; esos pueblos surgieron de los restos de esaantigua civilización desaparecida. Estos amigos son descendien-tes directos de aquellos que ustedes llaman atlantes.

En general, la gente no andaba sola, más bien lo hacía engrupos. Se tocaban mucho unos a otros al conversar, algunos sellevaban del brazo o del hombro, otros iban tomados de lasmanos. Cuando se encontraban o despedían manifestaban gran-des expresiones de cariño. Eran muy alegres y despreocupados.

—Te lo dije: son des-pre-ocupados, no se pre-ocupan, seocupan. Ojalá tú aprendieras a hacer lo mismo.

—¿Por qué están tan contentos? –Pregunté eso porque enla Tierra la gente anda muy seria por las calles y nadie mira anadie; en cambio, aquí todos parecían ser amigos y estar en unafiesta.

—Porque están en armonía con la vida, y la vida producefelicidad por el simple hecho de ser vida, siempre que nos

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demos cuenta de ello. Esta gente se da cuenta; la de tu mundono tanto porque, por lo general, vive con la mente en... ya sabesqué clase de pesadillas...

—¿Y no tienen problemas?—Tienen desafíos, no problemas.—Mi tío dice que la vida sólo tiene sentido cuando hay

problemas que solucionar, y que una persona sin problemas sepegaría un tiro.

—Tu tío se refiere a problemas para su intelecto. Lo quepasa es que él tiene actividad en uno solo de los dos centros que temencioné antes; tu tío es simplemente actividad intelectual andan-te. El intelecto es como una máquina de procesar datos que nopuede dejar de funcionar, al menos mientras el centro emocio-nal no está desarrollado. A veces el intelecto no encuentraningún problema que resolver, ningún rompecabezas, ningúnpuzle, y si al mismo tiempo el centro emocional no puede efec-tuar una refrescante y saludable conexión con la vida real, con elmomento presente, con el «aquí y ahora», esa persona puedellegar a enloquecer y hasta pensar en pegarse un tiro.

Pensé que estaba hablando de mí porque yo también estoysiempre pensando sin cesar.

—¿Cómo sería esa conexión con la vida real? ¿Qué máshay, aparte de pensar?

—Dejar la mente en paz y simplemente percibir elmomento presente, disfrutar de lo que se ve, escuchar los soni-dos, palpar, respirar conscientemente, oler, saborear, sentir,emocionarse, observar la vida con una mirada nueva, fresca, ino-cente, amorosa... ¿Eres feliz en este instante?

—No sé...—Si dejaras un momento de pensar serías más feliz.

Imagínate: estás en una nave espacial, en un mundo situado aaños luz de distancia de la Tierra, contemplando un planeta

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avanzado, realmente civilizado, habitado por los antiguos atlan-tes... Eres un chico privilegiado. ¡Cuántos quisieran estar en tulugar! En vez de pensar tonterías mira a tu alrededor, aprovechael momento.

Sentí que Ami tenía razón, pero me quedó una duda y se laexpresé:

—¿Entonces el pensamiento no sirve?—¡Típica conclusión terrícola! –rió–. Si no es blanco,

debe ser obligatoriamente negro. Si no es perfecto, es demonía-co. Si no es Dios, es el Diablo... ¡Extremismo mental! –Se aco-modó en el sillón y agregó–: Claro que sirve el pensamiento; sinél serías un vegetal, pero no es el pensamiento la máxima posi-bilidad humana.

—¿Cuál es entonces, disfrutar?—Para disfrutar necesitas darte cuenta, percibir que estás

disfrutando.

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—¿Y darse cuenta o percibir no es pensar?—No. Darse cuenta es estar consciente, y consciencia es

más que pensamiento.—Entonces la consciencia es lo máximo –concluí, un poco

cansado ya de ese lío en el que yo mismo me había metido gra-cias a mis preguntas.

—Tampoco –dijo Ami con una sonrisa misteriosa–. Tepondré un ejemplo: ¿te diste cuenta de que escuchaste unamúsica extraña hace poco, la primera que seleccioné?

—Sí, pero no me gustó.—Te diste cuenta de que escuchabas una música extraña;

eso fue consciencia, pero no la disfrutaste.—Realmente, no.—Entonces, para disfrutar no basta con la consciencia, no

basta con percibir o darse cuenta de algo...—¡Tienes razón! ¿Qué falta entonces?—Lo principal. La segunda música sí que la disfrutaste,

¿verdad? —Sí, porque me gustó.—¿Ves? Gustar es una forma de amar. Sin amor no hay

disfrute. La consciencia está en el segundo lugar, pero con ellasola no basta para disfrutar de algo. El pensamiento queda en undiscreto tercer lugar como posibilidad humana. El primer lugarlo ocupa el amor. Nosotros procuramos amarlo todo, vivir enamor, así disfrutamos más. A ti no te gustó la luna, a mí sí. Yodisfruto más y soy más feliz que tú.

—Entonces el amor es lo máximo del Universo.—Ahora sí, perfecto, Pedrito.—¿Y eso, lo saben en la Tierra?—¿Lo sabías tú; te lo enseñaron en el colegio?...—No.

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—¿Y no te parece extraño que en la escuela no se enseñenada acerca de lo más importante del Universo y de la vida?...

—Ahora que lo mencionas... ¿Por qué no se enseña nada?—Porque allá están apenas en el tercer peldaño, en el inte-

lecto, en las ideas, la razón, el pensamiento, el raciocinio. Poreso a quienes piensan mucho los llaman sabios, aunque se dedi-quen a inventar instrumentos que sirven para aniquilar a sushermanos, y a veces a quienes realizan genocidios los llamanhéroes.

—Tenías razón cuando decías que en la Tierra pensamoslas cosas al revés...

—Entonces observa un poco el mundo de Ophir; aquí lascosas son más «al derecho».

La falta de sueño, todas las emociones del día y las nuevasenseñanzas de Ami me tenían agotado. Tras los vidrios podía verpersonas gigantescas, edificaciones estilizadas, niños inmensos,vehículos voladores y terrestres, pero mi interés se estaba dilu-yendo debido al cansancio.

—¿Sabes qué edad tiene ese señor?Ami se refería a un hombre que conversaba con alguien

cerca de la nave. Tenía el pelo blanco pero no se veía ancianoporque tenía un aire juvenil.

—¿Unos sesenta años?—Tiene cerca de quinientos años de edad...Sentí un mareo, un cansancio, la cabeza me iba a estallar.—¿Sabes, Ami? Estoy cansado, quiero reposar, dormir,

volver a casa; ya no quiero saber nada más, tengo náuseas, noquiero ver ninguna otra cosa.

—Indigestión informativa –bromeó Ami–. Ven, Pedrito, tién-dete aquí.

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Me llevó hacia uno de los sillones laterales y lo reclinó has-ta transformarlo en un mullido diván. Me acomodé sobre él, eraconfortable. Me puso algo en la nuca y el sueño me venció ins-tantáneamente. Me dejé ir, dormí profundamente varias horas...

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Desperté fresco y descansado, lleno de energía, como nuevo.Mi amigo se encontraba revisando unos controles y me guiñó unojo.

—¿Mejor ahora?—Sí, fantástico. ¡Rayos; mi abuela! ¿Cuántas horas dormí? —Quince segundos –respondió.—¿¡Qué!? –me levanté a mirar por las ventanas. No nos

habíamos movido; tampoco las personas que vi antes. El hombrede cabeza cana todavía estaba allí conversando, no lejos de nues-tra nave. Nada había cambiado.

—¿Cómo lo hiciste?—Necesitabas dormir para «cargar baterías». Nosotros

tenemos «cargadores» que en quince segundos te reponen igualque ocho horas de sueño.

AmiCapítulo 9

La ley fundamental

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—¡Extraordinario! Entonces ¿ustedes jamás se acuestan adormir?

—No tanto como jamás. Es necesario hacerlo de vez encuando. A través del sueño recibimos algo más que «carga». Peronosotros con muy poco tiempo tenemos suficiente; no vivimoscon la mente en lo negativo, sino en lo positivo, y por eso no nos«descargamos» tanto como ustedes...

—¡Vaya; los «evolucionados» le sacan el jugo a la vida!¡Quinientos años... Casi no duermen!...

—De eso se trata, de vivir más, mejor y más felices.—Así que ese señor tiene cinco siglos... ¿Y no se cansa de

tanto vivir? —¿Quieres preguntárselo a él? Ven.Nos sentamos frente a una pantalla; mi amigo tomó el

micrófono y deslizó los dedos sobre unos puntos del tablero.Apareció el rostro del hombre. Ami le habló en un idiomaextrañísimo, con unos sonidos semejantes a variaciones de«shhhs» casi inaudibles, que relacioné inmediatamente con lamúsica que parecía el soplido de un tren a vapor; así supe que deesa forma sonaba el idioma de Ami. El hombre escuchó aquelloy se acercó a la nave, luego nos sonrió... ¡mirándonos por la pan-talla, como si nos viera!, y me dijo claramente:

—¡Hola, Pedro!Comprendí que sus palabras eran sólo una traducción

automática, puesto que los movimientos de sus labios no secorrespondían con los sonidos que yo oía.

—Ho-hola –respondí nervioso.—¿Sabes?, somos casi parientes; mis antepasados vinieron

de una civilización de la Tierra. — Ah... –no se me ocurrió decir nada más interesante. —Esa civilización se destruyó por falta de solidaridad... —Ah...

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—¿Qué edad tienes?—Tre... digo, doce años. ¿Y usted?—Unos quinientos años terrestres.—¿Y no se aburre?—Aburre... aburrirse... –tenía cara de no comprender.—Cuando la mente busca actividad y no la encuentra –le

explicó Ami. —Ah, sí; lo había olvidado. No; no me aburro ¿Por qué

habría de hacerlo? —De tanto vivir, por ejemplo...En ese momento se acercó a él una mujer muy bella y joven.

Saludó al hombre con gran ternura. Él la abrazó, la acarició y labesó varias veces. Hablaron, sonrieron. Parecían amarse mucho.Poco después, ella se retiró y él siguió conversando conmigo.

—¿Y?...—La felicidad es el estado natural del ser humano. Cuando

el pensamiento está en sintonía con la vida, con lo natural, con elmomento presente, no existe aburrimiento, sino satisfacción–dijo sonriendo.

Me pareció que estaba enamorado de esa bella mujer y lepregunté:

—¿Está usted enamorado?Suspiró de manera profunda y dijo:—Estoy totalmente enamorado.—¿De la señorita que estaba con usted?Él sonrió comprensivo y dijo:—De la vida, de la gente, del Universo, de este estar exis-

tiendo... del amor.Otra dama venía hacia él; se veía aún más linda que la ante-

rior. Se acariciaron, se besaron en el rostro, se miraron intensa-mente a los ojos, conversaron, rieron y luego se despidieron conun largo abrazo.

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Yo pensé que este señor era algo así como un «Casanovaespacial»...

—¿Ha ido usted alguna vez a visitar la Tierra?—Oh, sí. He ido algunas veces, pero es triste, muy triste... —¿Por qué?—La última vez que fui, la gente se mataba, hambre, millo-

nes de muertos, ciudades destruidas, campos de prisioneros...Es triste.

Me sentí muy mal, como si fuera un cavernario en aquelmundo, como si yo tuviera la culpa de nuestras crueldades ylocuras.

Nos despedimos para ir a visitar otros lugares del mundode Ophir.

—¿Tiene dos esposas ese señor? –le pregunté a Ami mien-tras íbamos volando.

—Claro que no. Tiene una sola –respondió.—Pero... besó a las dos...—¿Y dónde está lo malo de unos besos en el rostro y unas

sanas caricias y abrazos? Ellos se aman, pero ninguna de ambasera su esposa.

—¿Y si la verdadera esposa lo sorprende?... –Ami se rió de mí.—En los mundos evolucionados no existen los celos,

Pedro.Creí comprender.—Ah, libertad total... Entonces uno puede tener muchas

parejas... –dije con malicia.Me respondió con una mirada transparente:—No, nadie desea tener más de una sola, la que le corres-

ponde: el ser amado.Para mí, aquel asunto no estaba del todo claro.—Ami, ese hombre dijo que está enamorado de toda la

gente, de todo.

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—Tú hablas del «ser amado», como si hubiera uno solo...Ese hombre expresó su amor universal, es decir, su amor haciatodos y hacia todo; pero también tenemos nuestros amores per-sonales: hacia nosotros mismos, hacia nuestra pareja, nuestrospadres, hermanos, hijos, amigos, gatos, perros, plantas, loros,tortugas o hipopótamos...

—O hacia nuestra abuela...—Tienes razón, pero alguien que sólo tiene amores perso-

nales no posee un buen nivel de evolución.—¿En cambio alguien que no ama a nadie en especial pero

ama a todo el mundo vendría a ser un campeón?...—Te equivocas; eso es absurdo. Quien no ama a nadie en

especial no puede amar a todo el mundo, no puede conocer elamor universal.

—¿Por qué?—Porque sólo cuando has aprendido a conocer, a cuidar, a

hacerte responsable y a amar tus árboles cercanos, sólo entoncespuedes amar los bosques.

No comprendí, guardé silencio y preferí contemplar elpanorama a través de la pantalla. Íbamos sobre campos delabranza en los que trabajaban máquinas. Cada cierto trechoaparecía un centro como el que habíamos visitado antes, y casassemiesféricas y pirámides salpicadas por aquí y por allá. No seveían grandes extensiones despobladas. Divisé caminos bordea-dos de flores, árboles y adornos de piedra; arroyos, puentecitosy cascadas. Todo aquel mundo parecía un inmenso jardín al esti-lo japonés. No vi ninguna carretera, la gente por lo general tran-sitaba a pie por pequeños senderos; pero también vi minúsculosvehículos parecidos a los que se utilizan en los campos de golfpara transportar a algunas personas.

—No veo automóviles, camiones, trenes...

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—No se necesitan. El transporte de personas se hace porel aire.

—Ah, por eso se ven tantos ovnis... ¿Cómo hacen para nochocar?

—Estamos conectados al «supercyber», que puede inter-venir los mandos de cada aeronave.

Ami accionó algunos controles.—Vamos a intentar estrellarnos contra aquellas rocas. No

te asustes.La nave alcanzó una velocidad tremenda y se lanzó directo

contra las rocas. Antes de chocar nos desviamos y continuamosen sentido horizontal a unos metros de altura. Ami no habíatocado los controles para evitar el desastre.

—Es imposible chocar, el «cyber» no lo permite.—¡Qué increíble! –exclamé aliviado.Más adelante me interesó saber cuál sería el país más

importante de aquel mundo. —¿Cuántos países hay en Ophir?—Ninguno; Ophir es un mundo evolucionado.—¿No hay países?—Claro que no, o tal vez uno solo: Ophir.—¿Y quién es el presidente?—No hay presidente.—¿Quién manda entonces?—Mandar, mandar, no, nadie manda.—Pero ¿quién organiza todo?—Eso es otra cosa. Aquí ya está todo organizado, pero

cuando surge algún imprevisto, los más capacitados se reúnencon los especialistas en el tema y toman las decisiones adecua-das. Todo está planificado y las máquinas realizan casi todo eltrabajo pesado.

—¿Qué hace la gente entonces?

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—Vivir, trabajar, estudiar, crecer interiormente, disfrutar,servir... Destinamos parte de nuestro tiempo a ayudar a losmundos no evolucionados, dentro de los límites del plan de ayu-da, claro. Ya te dije algo de lo que hacemos, pero a veces tambiénrealizamos otras cosas; por ejemplo, damos una mano en el naci-miento de las religiones que llevan hacia el amor.

—¿Cómo es eso?—¿Cómo crees que cayó «maná» del cielo en el desierto

durante el tiempo de Moisés?... —¡¿Ustedes?!—Nosotros.—¡Vaya! Yo creía que Dios...—Bueno, la solidaridad nos envió a nosotros, y la solidari-

dad es amor, y Dios es amor... Así que es casi lo mismo, ya verás;pero también hacemos otras cosas para ayudarles a ustedes.Nuestros científicos colaboran en proyectos biológicos, geológi-cos y de otros tipos, sin que ustedes lo sepan, y a veces intervie-nen «clandestinamente» aportando pistas para que los científicosde sus mundo puedan hacer algún descubrimiento importante.También participamos en el rescate de la gente más evoluciona-da cuando alguna civilización va a destruirse; por eso estamosconstantemente observándoles. –Ami suspiró, se puso más serioy continuó–: Nosotros no podemos descuidar los descubri-mientos científicos que se produzcan en los mundos no evolu-cionados. Te dije que ciertas energías en malas manos puedenalterar el equilibrio de la galaxia, y que eso incluye a nuestrospropios mundos. Todo repercute en todo, y por eso trabajamospara que ustedes se superen. Un poco por ustedes, otro pocopor nosotros mismos y por el resto del Universo, por el biencomún.

—No veo alambradas por ninguna parte. ¿Cómo saben aquién pertenece cada terreno?

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—Aquí, todo pertenece a todos...Al escuchar eso me quedé pensando largo rato y me pare-

ció que aquello sería como una colmena de abejas, como unhormiguero o como un cuartel militar.

—Entonces ¿aquí nadie puede progresar?—Creo que no te comprendo bien, Pedrito.—Progresar, salir del montón, surgir, ser más que los demás.—¿Te refieres a tener mayor nivel de evolución, más medi-

das? Para eso hay ejercicios espirituales.—No hablo de evolución ni de medidas, Ami.—¿A qué te refieres entonces?—A tener más que los demás.—¿A tener más qué, Pedrito?—Más dinero, más riqueza.—Aquí no existe el dinero.—¿No?... ¿Y cómo compran entonces?—Aquí no se compra nada. Quien necesita algo, lo pide a

la sociedad, y ella se lo da. —¿Lo que sea?—Dije lo que necesite.—¿Cualquier cosa? –yo no podía creer lo que estaba escu-

chando. —Si alguien necesita algo y lo hay, ¿por qué no?—Un carrito de esos que se ven, ¿también?—O una nave voladora.Ami hablaba como si lo que me estaba diciendo fuese lo

más natural del mundo. —¿Todos pueden tener una nave?—Todos pueden utilizar una nave.—¿Esta nave es tuya?—No, pero la estoy utilizando, tú también.—Pregunté si es tuya.

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—A ver..., «tuya» indica posesión, pertenencia... Ya te dijeque todo pertenece a todos, a quien lo necesite y mientras loocupe, igual que un banco de una plaza en tu planeta.

—Si yo tomo una nave y la quiero dejar en mi patio cuan-do no la ocupo, ¿puedo?

—¿Por cuánto tiempo no la vas a ocupar?—Digamos... tres días, una semana –respondí.—Entonces es mejor que la dejes en el lugar destinado a

estacionar estas naves, el «navipuerto», y así le sirve a otra per-sona mientras tú no la ocupas. Luego, cuando llegas, tomas ésao la que se encuentre disponible.

—Pero ¿si yo quiero ésa y no otra?—¿Y por qué justamente ésa? Son todas más o menos

parecidas.—Supón que le tengo cariño, como tú a tu «anticuado»

televisor...—Este televisor, como tú lo llamas, es un pequeño recuer-

do, nadie lo necesita porque es anticuado; cuando ya no quieraconservarlo lo entregaré para que quienes trabajan en este tipode instrumentos decidan si lo desarman, lo modifican o lo reci-clan; también puedo conservarlo toda mi vida porque no es algode utilidad pública. Pero querer conservar siempre esa mismanave sería un capricho muy extraño, porque tú no la construis-te, y además hay suficientes para todos; pero si te empecinas enutilizar siempre la misma debes esperar que llegue, que esté dis-ponible.

—Pero ¿si yo quiero utilizar siempre esa nave, para mí ynadie más?

—¿Por qué nadie más? –preguntó Ami.—Supongamos que no me gusta que otra gente utilice las

mismas cosas que yo uso... —Eso sería posesividad enfermiza, egoísmo.

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—No es egoísmo.—¿Qué es entonces, generosidad, solidaridad, espíritu de

cooperación? –Ami reía.—¿Así que tengo que compartir mi cepillo de dientes con

todo el mundo?—¡Extremismo mental otra vez!... No tienes que compar-

tir ni tu cepillo de dientes ni tus objetos personales; aquí hay detodo por montones, por eso nadie se esclaviza a las cosas mate-riales. ¡Pero no querer compartir una nave espacial!... Además,en el «navipuerto» es revisada por las máquinas encargadas de ha-cerlo, es reparada y aseada cuando lo necesita, no tienes quehacerlo tú por tu cuenta.

—Claro, pero...—Es normal querer protegerse en un mundo hostil, sin

solidaridad, donde cada cual debe salvarse como pueda, porqueel dinero y los bienes materiales ayudan; pero en un mundo endonde la sociedad te asegura todo lo que vas a necesitar durantetoda tu vida, ¿qué sentido tiene acumular cosas?... ¡No hace fal-ta, Pedro!

—Suena bien, pero me imagino que todo es un poco alestilo «internado de colegio», todo obligatorio, vigilado...

—Te equivocas. Aquí las personas gozan de la más ampliay total libertad.

—¿Y no hay reglamentos, leyes?—Te dije antes que sí las hay, pero todas ellas están basadas

en la ley fundamental del Universo, en beneficio y protección detodas las personas.

—¿Me vas a decir ahora esa bendita ley?—Más adelante, paciencia –sonreía.—¿Y si violo algún reglamento?—Sufres.—¿Me castigan, me encarcelan?

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—No. Aquí no existen el castigo ni las cárceles, pero sicometes alguna falta, sufres; tú mismo te castigas.

—¿Yo mismo? No entiendo, Ami.—¿Le darías una bofetada a tu abuelita?—¡No, por supuesto que no!... ¡Qué cosas dices!—Imagina que le das una bofetada, ¿qué te pasaría?—¡Me dolería mucho, me arrepentiría, sería muy feo,

insoportable, pobre «abue», que nada malo hace!...—¡Eso es castigarse uno mismo! No necesitas que otros lo

hagan ni que te encarcelen. Hay cosas que nadie hace, y no por-que lo prohíban las leyes. Tú no le harías daño a tu abuela, no laherirías, no le quitarías sus pequeños objetos personales; al con-trario, intentas ayudarla y protegerla.

—Sí, porque la amo.—Aquí, todos nos amamos; todos somos hermanos.Hay ocasiones en las que comprender algo nos produce inte-

riormente el efecto de un estallido de luz. Debido a las explica-ciones de Ami, yo había podido ver de pronto todo lo que élquería decirme. Aquel mundo no era como el mío, no era unlugar de competencia, de temor y desconfianza, de rivalidades niegoísmos, no; aquella humanidad era una gran familia en la quela gente se amaba, y por eso compartía lo que tenía, buscandosiempre la felicidad de cada uno y de todos. Me pareció algomuy sencillo ahora.

—Y así mismo están organizados todos los mundos evolu-cionados del Universo –me explicó Ami, contento de que yohubiese asimilado.

—Entonces la base de la organización es el amor...—Sí, Pedrito; ésa es la ley fundamental del Universo.—¡¿Qué?! ¡¿Cuál?!—El amor –dijo Ami.—¿El amor?

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—El amor.—Yo pensaba que sería algo más complicado...—Es sencillo, simple y natural. Sin embargo, para algunos

no es tan fácil de comprender, experimentar o expresar; para esoes la evolución. Evolución significa acercarse al amor.

Esa frase me produjo otro impacto de luz:

«Evolución significa acercarse al amor»... ¡Claro!

—Los seres más evolucionados experimentan, necesitan yexpresan más amor. La grandeza o pequeñez de los seres depen-de sólo de la medida de su amor.

—¿Y por qué cuesta tanto amar?—Porque tenemos dentro de nosotros una barrera que

impide o frena nuestros mejores sentimientos.—¿Cuál es esa barrera?—El ego.—¿El ego?—El ego. Una falsa idea acerca de nosotros mismos, un yo

falso. Mientras mayor es el ego, más nos aísla e insensibiliza, ynos hace sentir más grandes e importantes que los demás. El ego noshace ser arrogantes y soberbios, crueles, nos hace creer queestamos autorizados para menospreciar, excluir, dañar, dominary utilizar a los demás, para disponer de sus vidas incluso. Comoel ego es una barrera al amor, nos impide sentir solidaridad,compasión, ternura, cariño o afecto. El ego nos vuelve incons-cientes ante la vida. Fíjate: ego-ísta, se interesa por sí mismo y nopor los demás.

—¡Tienes razón!—Egó-latra, se adora a sí mismo y a nadie más. Ego-tista,

se considera a sí mismo como lo único importante en el mundo.

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Ego-céntrico, piensa que el Universo gira alrededor de su per-sona...

—¡Vaya «humildad»!...—La evolución humana consiste en la disminución del ego,

para que crezcan el amor y la sabiduría.—¿Eso quiere decir que los terrícolas tenemos mucho ego?—Depende del nivel de evolución de cada cual. A mayor

evolución menos ego y mayor solidaridad, y viceversa. Continue-mos paseando, Pedrito.

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En una concavidad de los prados había un bonito y pequeñoestadio o anfiteatro en el que muchos y muy extraños seresrepresentaban un espectáculo frente al público.

Al principio pensé que esos especímenes estaban disfraza-dos, pero pronto comprendí que no era así. Los había gigantes-cos, aún más grandes que los de Ophir; otros más bajos, casienanos; algunos eran muy similares a nosotros, pero otros eranbastante diferentes. Pude ver miradas fascinantes y extrañas,grandes ojos, bocas y narices pequeñas, simples hoyuelos enalgunos casos, rostros de piel color oliva, rosada, negra, muyblanca, amarilla, etc.

—Supongo que todos estos seres provienen de otros mundos...—¡Vaya! ¿Cómo te diste cuenta?... –bromeó. Luego me

explicó que cada grupo, formado por cinco humanoides, mos-traba danzas de sus respectivos mundos.

AmiCapítulo 10

Confraternidad interplanetaria

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Avanzaban tomados de las manos al son de una agradablemelodía, formando una ronda general, con otra ronda pequeñaen el centro, compuesta por un grupo de seres diferentes; todosellos jugaban con un enorme balón dorado que subía y bajabasuavemente al compás de la música. Los espectadores aplaudíanalegres y con mucho respeto.

Aparte de los ophirianos, entre el público había tambiénseres de otros mundos. El anfiteatro estaba decorado con ban-deras a todo su alrededor. Naves muy diversas se encontrabanestacionadas fuera del lugar, en un sitio destinado a ellas, y otras,como la nuestra, permanecían en el aire.

—¿Quién va ganando? –pregunté.—¿Quién va ganando qué?—Estamos en un estadio, me parece que esto es una com-

petencia, ¿no? —¿Competencia?—¿No están escogiendo al grupo que danza mejor?—No.—¿De qué se trata entonces?—De mostrar lo que sienten, de agradar con un bonito

espectáculo, de estrechar lazos de amistad, enseñar, divertirse ydisfrutar en compañía.

—Y al grupo que danza mejor que los demás ¿no le danningún premio?

—Nadie está comparando nada. Aprenden, enseñan y sedivierten.

—En la Tierra son premiados los mejores...—Y con eso, los últimos quedan humillados y a los gana-

dores les crece el ego... –dijo Ami sonriendo.—Quien quiera ganar debe esforzarse...—«Ganar», ser más que los demás, otra vez. Competencia,

egoísmo, división...

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—¿Es malo competir?—Debemos competir contra nosotros mismos, superar-

nos. Las competencias entre hermanos no existen en los mun-dos fraternales, evolucionados, porque allí está la semilla de ladivisión, de la guerra y de la destrucción.

Me pareció que Ami estaba exagerando; yo pensaba que lascompetencias eran sanas, deportivas... Él leyó mis pensamientosy dijo:

—No tan sanas. Se enfocan con criterios cavernícolas, ycon mucho dinero como estímulo. Ya se han producido guerrasque comenzaron por un partido de fútbol; incluso se matan aveces en los estadios de la Tierra. Esto que estás viendo es real-mente sano, deportivo, pedagógico, recreativo y artístico.

—Se parece a un juego de niños que hay en mi planeta, lasrondas infantiles.

—Las realizan todos los pueblos, Pedro. Representan launión, la fraternidad y la solidaridad, lo cual se parece mucho alo que significa el símbolo que llevo en el pecho, el corazón alado.

—¿Qué significa?—Significa el amor elevado y libre, un amor alado, que

supera todos los apegos y fronteras.Continuamos observando el espectáculo mientras Ami

explicaba:—Cada movimiento que ejecutan tiene un significado, for-

ma parte de un lenguaje. —¡Qué bien! Mi abuela tendría que ver esto. A propósito,

¿qué hora es en la Tierra? —A ella le quedan cuatro horas de «insomnio»...—¿Podemos verla desde aquí también?—Sí, mediante la conexión con esos «satélites» que te

mencioné antes, espera.

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Accionó los controles de una pantalla y apareció mi plane-ta visto desde mucha altura, después la imagen mostró un des-censo y vimos a mi «abue» dormida.

—¡Qué extraordinario!...—Además, con este aparato podemos sintonizar el pasado

de cualquier mundo. —¡¿El pasado?!... ¿Cómo es posible?—Todo lo que ha hecho cualquier persona queda «graba-

do» para siempre y podemos verlo. –Tragué saliva.—¿Todo?...—¡TODO!...—Esteeee...—Mira, ese globo dorado que está flotando allí abajo reci-

be su luz del sol y llega a tus ojos. Otros rayos salen hacia elespacio y viajan por él eternamente. Si captamos esa luz en cual-quier punto de su trayectoria, estaremos viendo el globo talcomo fue en el pasado.

—¡Increíble!—Más adelante puedo mostrarte a Napoleón, Jesús, Buda,

Platón, Moisés... ¡en acción! —¿En serio?—En serio. Y a ti mismo hace algún tiempo...Recordé algunas maldades mías que prefería olvidar...—Esteee..., no hace falta, Ami...Él se rió de mí.—Las travesuras infantiles no son maldad, Pedrito, y la

curiosidad tampoco. No te censures por cosas que son norma-les, quédate tranquilo y presta atención a este mundo. Quieroque conozcas un poco más de Ophir.

Comenzamos a elevarnos dejando atrás aquel anfiteatro.Una luminosa y veloz nave pasó muy cerca de nosotros haciendo

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un cambio de luces; la nuestra también lo hizo, mientras Amisonreía juguetonamente.

—¿Quién era, algún amigo tuyo?—Era gente alegre y divertida proveniente de un mundo

que visité hace mucho tiempo. —¿Qué significó ese cambio de luces?—Un saludo, amistad, me fueron simpáticos y nosotros a

ellos. —¿Cómo lo sabes?—¿No lo sentiste?—Creo que no.—Eso se debe a que no te observas. ¿No sentiste cierta

alegría cuando se aproximaba esa nave?—No sé, creo que no, estaba pensando que podríamos

chocar...—«Míster Paranoia» estaba pre-ocupado, para variar un

poco –reía Ami–. Mira, esa nave que va allá es de mi mundo;fíjate que es idéntica a ésta.

—Es verdad. ¡Me gustaría conocer tu planeta!—En otro viaje te llevaré; no tenemos tiempo hoy.—¿Prometido?—Si escribes el libro, prometido.—¿Y a las playas de Sirio también?—También –reía el niño espacial–. Tienes buena memoria.

Y también al planeta que estamos preparando para albergar a losque rescatemos en caso de producirse una gran catástrofe en laTierra.

—¿Eso quiere decir que la destrucción es inevitable?—No, pero depende de lo que hagan ustedes para vivir fra-

ternalmente, sin violencia, sin injusticias y sin armas.—Y deberíamos llegar a ser un solo país: la Tierra, igual que

en Ophir, ¿verdad?

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—Claro, y los países se convertirían en provincias o estadosde esa gran patria. Amar al propio pueblo es muy bueno, perolos regionalismos exagerados revelan poca elevación de miras.Un excesivo apego a un lugar no deja espacio para amar el restode los lugares, y el Universo es muy grande, alberga muchas for-mas de vida y de inteligencia, y todo nace del mismo Creador;por eso debemos pensar y amar «en grande», no como aquellosque creen que los vecinos de su calle son mejores que el resto dela gente del mundo.

—Tienes razón, deberíamos vivir sin fronteras. ¡Que sólola atmósfera sea nuestra frontera! –exclamé con entusiasmo.

—Ni siquiera eso. El Universo es libre, no tiene dueños.Nosotros no necesitamos pedir permiso a nadie para venir a estemundo o al que deseemos visitar.

—¿Cualquiera puede llegar a este mundo sin pedir visa niautorización?

—Y a cualquier otro lugar del Universo.—¿Y la gente de aquí no se molesta?—¿Por qué habría de molestarse? Todos somos amigos, y a

los amigos no se los teme. –Ami se regocijaba con nuestro diálogo.—No sé; me cuesta aceptar tanta maravilla...—Trataré de explicarte, Pedro: los mundos evolucionados

forman una confraternidad universal; todos somos hermanos,amigos, aunque tengamos apariencias muy diversas; todos somoslibres de ir o venir mientras no perjudiquemos a nadie. Nada essecreto entre nosotros; al contrario, compartimos todo nuestrosaber. No existen las guerras de las galaxias. Entre nosotros nohay competencia sino cooperación, no hay violencia sino paz yamistad; nadie quiere ser más que nadie, lo único que queremoses ser mejores cada día y disfrutar sanamente de la vida; y comonos gusta la gente, nos satisface mucho ayudar y cooperar conquienes nos necesiten. Todos tenemos la conciencia en paz,

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amamos a nuestro Creador y le agradecemos por darnos la exis-tencia y permitirnos disfrutar de ella.

Me pareció que entre la forma de pensar de Ami y la míahabía galaxias de distancia. A mí no se me había enseñado a coo-perar con los demás, sino a competir o a defenderme de ellos...

—Es que ustedes son santos; nosotros no –dije, bromeando.—Nada de eso, Pedrito, simplemente nos dejamos llevar

por el espíritu de solidaridad, por el bien colectivo, y así nuestravida es muy sencilla, aunque tengamos grandes avances científi-cos. Pero si la humanidad de la Tierra logra sobreponerse a susegoísmos y desconfianzas, nosotros nos haremos presentes paraayudarla, para que se integre a la confraternidad cósmica y reci-ba conocimientos científicos y espirituales maravillosos. Enton-ces la vida ya no será una dura competencia por sobrevivir ycomenzará la dicha para todos ustedes.

—Es muy bonito lo que dices, Ami.—Porque es verdad, y la verdad es más bonita mientras

más verdadera es. Cuando llegues a tu mundo escribe ese libropara que sea una voz más, otro grano de arena, y así, poco apoco, granito a granito, tu mundo cambiará.

—Cuando lo lean, todos me creerán y dejarán sus armaspara vivir en paz... –dije muy convencido. Ami volvió a reírse demí, dándome una palmadita en la cabeza, pero esta vez no memolesté porque ya no lo consideraba un niño como yo, sinomejor que yo, y mayor que yo, aunque pareciese menor.

—No será tan fácil, Pedro; viven como si fuesen enemigosporque están dormidos, soñando feas pesadillas, creyendo men-tiras, alucinaciones, sin saber que el hombre no es el enemigodel hombre, sino la mano que le puede ayudar a realizar sussueños.

—Qué bonito es eso, Ami...

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—Porque las realidades superiores del Universo son boni-tas. ¿Te parece feo un campo tapizado de flores?

—No, es bonito –respondí.—Pero si quienes dirigen los ejércitos fueran los creadores

de las flores, les pondrían balas en lugar de pétalos, y leyes inhu-manas y rígidas en lugar de tallos...

—Entonces... ¿no creerán lo que dirá mi libro?...—Quienes pueden mirar el Universo y la vida con una

mirada positiva y sana, ésos te creerán; pero hay otros que pien-san que sólo las cosas horribles son verdaderas; consideran quela oscuridad es luz y la luz oscuridad. Ésos no se interesarán portu libro; además, no pensarán muy bien de ti... Pero la gentesana y bienintencionada intuye que las verdades superiores sonbellas y pacíficas. Ellos contribuirán en la difusión de nuestromensaje, que llegará a través de ti. Es parte de un proceso.Nosotros cumplimos con brindar nuestra ayuda. Cada uno deustedes deberá ahora hacer un esfuerzo por mejorar, porquecada vez que alguien se supera, su mundo mejora.

—Muy bien, Ami, comprendido. ¿Puedo saber ahora sitengo setecientas medidas?

—Te dije que todo aquel que hace algo por el bien de losdemás tiene buen nivel. Y todo aquel que no hace nada, pudien-do hacerlo, es indiferente, le falta amor, no tiene buen nivel.

—Entonces apenas llegue a casa me pongo a escribir eselibro –dije, un poco asustado.

Ami se rió de mí.

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Nos acercábamos a un inmenso lago de color celeste. Sobre élse deslizaban embarcaciones de vela y de motor; en las orillas lagente se divertía jugando en el agua y en la playa. Sentí deseos desumergirme en ese refrescante mundo cristalino.

—Pero no puedes hacerlo.—Por mis microbios.—Correcto.Había un embarcadero al que la gente llegaba para tomar

libremente cualquier vehículo acuático, yates lujosos, pequeñosbotes de remos, pedal, vela o motor. Había también unas boni-tas esferas transparentes de diversos tamaños, bicicletas y moto-cicletas marinas de muchos tipos. Algunas embarcaciones arras-traban a esquiadores o a personas que volaban en unas grandescometas o parapentes.

AmiCapítulo 11

Bajo las aguas

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—Entonces ¿aquí uno puede utilizar cualquier cosa?...,¿libremente?...

—Claro.—Pienso que la mayoría buscará los yates de lujo.—Estás equivocado; a muchos les gusta remar, a otros

juguetear con una pequeña barca, tener la sensación de cercaníacon el agua, hacer ejercicio físico...

—¿Por qué hay tantas diversiones? ¿Es domingo hoy?—Aquí es «domingo» todos los días –reía Ami.Algunos tomaban equipos de buceo y se sumergían.—¿Qué hacen bajo el agua, pesca submarina?Ami se sorprendió por mi pregunta; luego pareció com-

prender.—¿Perseguir a alguna criatura más débil para matarla? No,

aquí nadie haría una cosa así. Aquí reina el amor, Pedrito.—Claro, debí haberlo imaginado... ¿Y qué hacen entonces

bajo el agua? —Pasear, conocer, disfrutar de la vida. ¿Quieres ir al fon-

do del lago? —Pero dijiste que no puedo salir de la nave...Ami no dijo nada y puso el vehículo con rumbo al lago.

Mientras me guiñaba un ojo, nos sumergimos en él.Fue muy bonito ver aparecer ese mundo subacuático.

Muchas personas y vehículos se desplazaban bajo la superficie delas aguas; la mayoría utilizaba esas esferas transparentes.

Un niño provisto de anteojos para bucear, aletas en los piesy un diminuto tanque de oxígeno pasaba cerca de nosotros; alvernos se aproximó a nuestra nave y pegó su nariz contra elvidrio de una de las ventanas, haciéndonos una divertida mueca.Ami reía. Pensé que si yo hubiera estado buceando en una playade mi mundo no me habría acercado con tanta confianza a un

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ovni submarino... pero, por lo visto, esta gente no era comonosotros, no vivía llena de miedo hacia los desconocidos.

En el fondo del lago apareció una enorme cúpula transpa-rente con luces de diversos colores. En el interior de esa granburbuja había una especie de restaurante. Dentro se veíanmesas, una orquesta, artistas y una pista de baile. Algunas perso-nas danzaban al compás de un ritmo alegre; otras batían las pal-mas mientras observaban desde sus mesas, con helados, alimen-tos o bebidas.

—¿Tampoco se paga allí?—En ninguna parte, Pedrito.—¡Esto es mejor que irse al Cielo!—Estamos «en el cielo»..., ¿no?Yo iba comprendiendo cada vez con mayor claridad lo

magnífico que debía de ser vivir en un mundo como ése.—Este privilegio hay que ganarlo –dijo Ami.Continuamos avanzando lentamente por el fondo de aquel

lago poblado por extraños peces y plantas. Aparecieron unaspirámides que se elevaban entre algas y corales.

— ¿Y eso qué es, la Atlántida hundida? –pregunté asom-brado.

—Son centros de investigación de la vida subacuática.—¿No hay tiburones por aquí?—Ni tiburones, ni serpientes, ni arañas, ni fieras; nada

agresivo o venenoso para el ser humano. Éste es un planeta evo-lucionado, por eso ya no tiene especies demasiado primitivas;ésas sólo existen en los mundos no evolucionados.

—Vaya, qué fino y elegante es todo por aquí...—Pero no es casual; nuestros ingenieros genéticos y nues-

tros ecologistas se han encargado de ayudar a la naturalezadurante milenios.

—¿Ayudar a la naturaleza?...

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—Sí, como cuando en un desierto se crea un lindo jardín,un parque o un vergel. Las criaturas inteligentes tienen el deberde acomodar su medio ambiente de acuerdo con las necesidadesde la vida planetaria.

—Cosa que nosotros no hacemos...—Si no lo hicieran, y nada más, no pasaría nada malo; pero

ustedes están destruyendo aceleradamente su medio ambiente.—Parece que estamos medio locos...—¿«Medio»?... –preguntó Ami, y reímos.—¿Qué comen estos peces TAN evolucionados? –pregunté,

creo que con un poco de envidia.—Lo mismo que las vacas y los caballos de tu planeta: vege-

tales. En mundos como éste nadie mata animalitos para vivir;además, ningún animal se come a otro.

—Por eso tú no comes carne...—¿Qué quisiste decirme?Yo no había querido decir nada ofensivo, pero Ami reía.—No soy un animal justamente..., pero claro que no

comemos cadáveres... Qué asco, qué crueldad matar esos polli-tos, cerditos y vaquitas inocentes... ¿No te parece?

Al escucharlo me pareció una crueldad a mí también.Decidí no volver a comer carne.

—A propósito de comida... –dije, sintiendo el estómagovacío.

—¿Tienes hambre?—Mucha. ¿No habrá alguna rica cosa extraterrestre por ahí?—Claro, busca allá atrás. –Me señaló un armario tras los

sillones de mando. Levanté una tapa que se deslizaba hacia arri-ba. Apareció una pequeña despensa llena de recipientes de unmaterial que parecía madera laminada, marcados con signosextraños.

—Abre el más ancho.

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No supe cómo abrirlo, parecía hermético. Ami reía ante miconfusión.

—Oprime el punto azul.Al hacerlo se levantó suavemente la tapa. Aparecieron unos

frutos secos parecidos a las nueces, de color ambarino claro,algo transparentes.

—¿Qué son estas cosas?—Come una.Así lo hice. Era blanda como una esponja; la probé con la

punta de la lengua. Tenía un sabor más bien dulce.—Come, hombre, come, que no es veneno. –Ami no se

perdía ninguno de mis movimientos.—Pásame una.Le acerqué el envase y tomó una de las frutas, se la echó a

la boca y la comió con deleite. Yo mordí un poquito y lo saboreécon cuidado. Tenía un gusto como a almendra, nuez o avellana.

Su sabor era muy delicado, me gustó. Fui adquiriendo con-fianza. El segundo bocado me pareció exquisito.

—¡Son muy sabrosas!—No comas más de tres o cinco, tienen demasiadas pro-

teínas. —¿Qué cosas son éstas?—Son una especie de miel –reía Ami– de algo así como

abejas –ahora reía más. —Me gustan. ¿Puedo llevarle algunas a mi abuela?—Claro, pero deja aquí el envase. Sólo a tu abuela, a nadie

más se las muestres. Cómanlas todas, no guarden ninguna, ¿pro-metido?

—Prometido... Mmmm... Son deliciosas.—No tanto para mi gusto como unas frutas de la Tierra. —¿Cuáles?—Esas que llaman albaricoques o damascos.

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—¿Te gustan?—Claro, en mi planeta son muy apreciadas. Hemos inten-

tado adaptarlas a nuestros suelos, pero sin obtener todavía esesabor tan especial. Es frecuente la aparición de ovnis en las plan-taciones de albaricoques... –Ami reía con sus carcajaditas debebé.

—Ustedes... ¿los roban? –pregunté con gran sorpresa. —¿Robar? ¿Qué es robar? –fingía no saberlo.—Tomar lo que pertenece a otro.—Ah, «apego a lo material», «pertenencia», «egoísmo», de

nuevo. Entonces no podemos evitar las «malas costumbres» denuestros mundos –reía otra vez– y «robamos» unos cinco o diezalbaricoques...

Me hizo gracia, aunque algo no me gustaba. Robar es robar,ya sea una fruta o un millón de dólares. Se lo dije.

—¿Por qué no dejan en la Tierra que quien necesite algo lotome sin pagar? –preguntó Ami muy divertido, porque sabíamuy bien lo absurda que iba a sonarme su pregunta.

—¿Estás loco? Nadie se tomaría la molestia de trabajar, sino va a ganar nada...

—Entonces no tienen solidaridad, sino egoísmo, no pue-den dar nada si no van a recibir algo a cambio...

Continuaba riéndose de nosotros los terrestres, pero teníaun estilo muy especial para decir cosas ásperas, con buen humory sin condenar.

Imaginé que yo era dueño de una plantación dedicada alcultivo de albaricoques. Llegaba la gente y tomaba mis frutas sinpagar nada; luego aparecía un «vivo» que se aprovechaba de mí:venía con un camión a llevarse todas mis frutas. Yo intentabaprotestar, pero él se alejaba con su vehículo lleno y, burlándose,me decía:

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—¿Por qué te molesta que me lleve todas las frutas? ¿Qué,no hay amor en ti?... Eres egoísta, no te gusta compartir, ja, ja, ja.

Ami vio toda mi «película» mental y dijo:—¡Puf, cuánta desconfianza! En una sociedad evoluciona-

da nadie «se aprovecha» de nadie. ¿Qué va a hacer ese pobrehombre con el camión lleno de frutas?

—Venderlas, claro...—Nada se vende; aquí no hay dinero...Me reí de mi propia bobería. No había recordado que no

existe el dinero en un mundo evolucionado; claro, ¿para qué ibaa querer tantas frutas?

—Está bien, pero ¿por qué voy a trabajar por nada?—Si hay espíritu de solidaridad en ti vas a estar dichoso de

poder cooperar con los demás, y así tienes derecho a que coo-peren contigo. Puedes ir donde el vecino y tomar de su siembralo que necesites, del lechero tomas leche, del panadero el pan, yasí sucesivamente. Pero no es necesario hacer todo eso de mane-ra aislada y desordenada. Una sociedad moderna y altamente tec-nológica es organizada; en ella todo se hace de forma diferente.

—¿Y cómo se hace entonces?—En un mundo evolucionado la gente sabe disfrutar sin

desperdiciar, todo es organizado a través de algo parecido aInternet; los pedidos son hechos ordenadamente, conforme a lanecesidad, y todo queda registrado porque cada cual tiene sucódigo. Luego los productos llegan automáticamente a las casaspor vía molecular, y en lugar de haber trabajo pesado para lagente, las máquinas lo hacen todo.

—¡No me digas que todas esas maravillas suceden aquí!... —Eso y muchas bellezas más.—¡Entonces aquí no es necesario trabajar!—Siempre hay algo que hacer: supervisar las máquinas,

crear otras más perfectas, ayudar a quienes nos necesitan,

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investigar el Universo y la vida, perfeccionar nuestro mundo y anosotros mismos, y también disfrutar del tiempo libre.

—Pero no faltará el que sólo quiera aprovecharse y nohacer nada, el «vivo» –afirmé, recordando al hombre delcamión.

—Ese a quien calificas de «vivo» tiene un bajo nivel de evo-lución, mucho egoísmo y poca solidaridad. En realidad, se creevivo, astuto, inteligente, pero es muy tonto; con ese nivel no sepuede ingresar en los mundos evolucionados. En ellos se consi-dera un privilegio trabajar más, poder ayudar más. Aquí muchagente se divierte, pero la mayoría está estudiando o trabajandoen otros lugares, en fábricas, laboratorios, centros de investiga-ción y universidades; por ejemplo, en algunas de esas pirámidesque ves por aquí. Unos están en misiones de servicio en plane-tas no evolucionados, otros estudian en mundos más avanzados,para luego venir a enseñar aquí. La vida es para ser feliz, Pedro,para disfrutarla, pero la máxima felicidad se obtiene ayudando alos demás.

—Entonces esta gente que se divierte por aquí... ¿es pe-rezosa?

Por la risa de Ami supe que otra vez me equivocaba.—No, no lo es. Por muy útil que sea nuestro trabajo debe-

mos descansar de vez en cuando, tenemos que salir al aire puroa jugar, a mover el cuerpo, a relajar la mente y pensar en otrascosas, igual que en el colegio en los recreos.

—¿Y cuántas horas diarias trabajan aquí?—Cada uno se pone su propio horario en los estudios y en

el trabajo, y se dedica a lo que más le gusta, a lo que elija, deacuerdo a como se sienta mejor.

Aquello me hizo abrir la boca, lleno de sorpresa.—¡Eso es sensacional!

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—Sí lo es, pero nadie aquí desea perder el tiempo, nosdivertimos en lugares como éste sólo lo necesario, aunqueencontramos más divertido todavía dedicarnos a los estudios otrabajos que hayamos elegido libremente, a los cuales podemosdedicar jornadas completas a veces, como yo en este momento.

—¿Tú... trabajando? ¿En qué estás trabajando? Me pareceque sólo estamos paseando –Ami rió al escucharme.

—Yo soy algo así como profesor o mensajero, es lo mismocasi: transmitir conocimiento.

No me pareció que fuese lo mismo. En ese momento vi ados buzos que forzaban la ventana de una pirámide submarinaintentando entrar a robar. Ami captó mis pensamientos y rió.

—¡Están limpiando los vidrios! ¡Tienes la imaginación lle-na de delito!...

Comprendí una vez más que yo era una especie de caverní-cola en aquel avanzado mundo.

—¿Cómo es aquí la policía?—¿Policía? ¿Para qué?—Para cuidar, para evitar que los malos...—¿Qué malos?—¿No hay ningún malo aquí?—Bien, nadie es perfecto, pero con setecientas medidas,

con la información y los estímulos precisos, y dentro de un sis-tema de organización social apropiado, todos dejan de ser noci-vos para sus semejantes; ya nadie necesita ser «malo», no hacefalta, por eso tampoco hace falta la policía.

—¡Es increíble!—Lo increíble y antinatural es lo que sucede en la Tierra,

donde se matan, se hacen sufrir unos a otros y no conviven fra-ternalmente. Egos demasiado fuertes, falta de misericordia y soli-daridad, por no decir nada de falta de la lógica más elemental.

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—Tienes razón, Ami. Ahora que lo pienso, me pareceimposible que algún día en la Tierra lleguemos a vivir comoustedes. Somos malos, nos falta amor; a mí también me falta,hay gente que no me gusta.

Recordé a un compañero de colegio que está siempre serio.Cuando uno está entusiasmado o jugueteando, basta una mira-da suya para que se te venga el ánimo a los pies. También recordéa otro que se cree santo; afirma que los ángeles se le aparecen yle dicen que él se irá al Cielo y nosotros al infierno; siempre estácondenándonos porque hacemos algunas travesuras y bromas...No, definitivamente no me gusta.

—A mí tampoco me resultan extremadamente simpáticastodas las personas de mi mundo o de cualquier otro.

—¿En serio... Entonces ¿tienes defectos? –me entu-siasmé–. Yo pensaba que tú eras perfecto...

—Pero aunque alguien no me parezca tan agradable, de to-das maneras siento afecto por esa persona, y no sería capaz dehacerle daño –expresó, mirándome con una sonrisa en loslabios.

—Yo tampoco les haría daño a ese par de sacos de plomo,pero no me obligues a vivir con ninguno de ellos.

—Debemos intentar amar a todas las personas, aunque nosea fácil; pero a ustedes no se les exige tanto por ahora.

—Entonces ¿no es necesario que los terrícolas seamos per-fectos? –Ahora sí que rió con ganas mi amiguito espacial.

—¡¿Los terrícolas perfectos?!... ¿Sabes tú lo que es ser per-fecto?

—¿Ser como Dios?—Eso mismo. ¿Quién puede? Yo no...—Yo tampoco...—En los mundos no evolucionados son típicos los mitos y

el extremismo mental en el terreno espiritual. La mayoría de la

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gente tiene un bajo nivel de evolución y exige perfección a losdemás... No hacen nada positivo por la humanidad y sólo sededican a buscar pequeños defectos: «Cuelan mosquitos y se tra-gan camellos»... Todos sabemos que debemos ir mejorando, has-ta llegar algún día a encontrarnos definitivamente con Dios. Esoes la perfección; se necesitan muchas vidas para llegar allí, perohay algunos que entienden mal el asunto y creen que deben lle-gar a ser como Dios durante la corta vida terrestre, y eso les qui-ta las ganas de superarse, como si te dijeran que tienes que nadarhasta otro continente.

—¡Puf! Me canso antes de comenzar...—Claro, por eso sería bueno no ponerse metas tan impo-

sibles; es más fácil hacer algo para mejorar poco a poco, hastadonde seamos capaces. Pero eso también implica necesariamen-te colaborar para mejorar nuestro mundo.

Cada vez comprendía mejor que, según Ami, para evolu-cionar es muy importante ayudar a los demás y al mundo, espe-cialmente en tiempos de peligro colectivo, como ahora; y yoantes pensaba que todo se trataba de rezos y de no hacer cosasmalas.

—¿Y si uno se retira a una montaña a buscar a Dios?Ami se acomodó mejor antes de responder.—Eso es muy lindo cuando todo está bien, pero cuando

los demás necesitan de tu ayuda... —¿Mis rezos no los ayudan?—Si alguien se está ahogando en un río y tú decides rezar

en la orilla, en lugar de rescatarle, ¿estará Dios complacido con-tigo? –preguntó él.

—No sé... Tal vez mis oraciones también le complazcan...—Y tal vez te puso a ti allí justamente para salvarle la vida... —No había pensado en eso...—¿Cuál es la ley fundamental del Universo?

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—Amor.—¿En qué actitud tuya hay más amor, rezando indiferente

mientras tu hermano se ahoga, o intentando salvarle la vida?—No sé... Si en mi oración estoy amando a Dios...—No comprendes. Veámoslo de otro modo entonces. Si tú

tienes dos hijos, y uno se está ahogando en un río, mientras elotro se dedica a adorar un retrato tuyo y no hace nada por sal-var la vida de su hermano, ¿te parece correcta esa actitud?

—No, por supuesto que no, preferiría mil veces que salva-ra a mi otro hijo... Pero tal vez Dios no sea como yo.

—¿No? ¿Te lo imaginas vanidoso como un tirano, intere-sado simplemente en que lo adoren, indiferente por la suerte desus otros hijos?... Si tú, que eres imperfecto, no actuarías así,¿cómo podría Él, que es perfecto, ser peor que tú?

—No lo había visto de esa manera...—Dios prefiere una persona no creyente, pero amorosa y

servicial con sus hermanos, que una persona muy religiosa perode corazón seco y duro, inútil para su mundo, interesada sólo ensu ilusoria «salvación», «evolución» o «perfección».

—No lo sabía. ¿Por qué sabes tanto acerca de Dios?—Es muy sencillo, Pedrito, Dios es amor...—¿Y?...—Quien experimenta amor experimenta a Dios. Cuando

el intelecto está iluminado por el amor se capta el sentido pro-fundo de las cosas, se recibe el conocimiento de Dios y se essabio; pero cuando no hay amor, ese conocimiento se esfuma,no queda archivado en la memoria porque no proviene del inte-lecto. El conocimiento de Dios sólo al amor se revela, y sóloante la presencia del amor se revive. Por eso, quienes casi no seacercan al amor cometen tantos errores, pobres...

—¿Por qué dices «pobres»?

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—Por compasión, claro. Recuerda que el daño que hace-mos regresa a nosotros y nos causa dolor, y ellos hacen muchodaño, así que... pobres.

Miré a Ami con mucho respeto. Sentí que era un verdade-ro santo, a pesar de que decía no serlo, y que nosotros somosdespiadados, que el Universo nos da lo que merecemos, por esono hay felicidad en nuestro mundo.

—Pero, por suerte, ustedes no se dan cuenta. DIEZ: tam-bién por eso no podemos mostrarnos abiertamente ni hacerlesconocer las maravillas que se pierden, por COMPASIÓN.

Nuevo mazazo, y tremendo, a mi ego planetario, porquenada duele más que a uno le tengan... ¡compasión!... ¡Qué horror!...

—Lo siento mucho, Pedrito, pero ya es hora de que algu-nos vayan despertando a la realidad, y hagan algo por cambiar ypor ayudar a mejorar su mundo, porque así como van, muypronto...

—Ya sé: ¡bum!...—Correcto, y ya ves que entre ustedes incluso la religión

está siendo usada para fomentar el odio, para dividir, en lugar deunir, o sea, todo lo contrario de lo que debería ser. Fíjate: religiónes una palabra que viene del latín, religare, «ligar de nuevo», «vol-ver a unir», unirte de nuevo con Dios.

—¡Es verdad! Y en mi mundo todos vivimos divididos...—Pero yo no estoy desunido; yo vivo unido a Dios, Pedro,

porque mi corazón está siempre en amor, o lo intento con todasmis fuerzas al menos.

Lo dijo con un tono tan bonito y grato que me hizo sentiramor a mí también.

—Tienes razón, Ami, ésa es la mejor creencia.—¿Cuál, Pedrito?—Bueno, eso de creer que el amor es el Universo funda-

mental de la ley...

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—La ley fundamental del Universo, pero eso no es unacreencia, sino una ley, un principio universal comprobado cientí-fica y espiritualmente, porque ciencia y espiritualidad son lomismo para nosotros, y también lo será para ustedes cuando laciencia terrestre descubra la tremenda energía llamada amor.

—Yo pensé que eso era una...—¿Una superstición? –preguntó Ami riendo.—Algo así.—¿Te parece que es una superstición lo que estás sintien-

do en tu pecho en este momento?...Puse atención a las agradables sensaciones que había en mí

y comprendí que el amor no es algo imaginario, sino una energíamuy real, perceptible, concreta y física.

—Y yo que creía que el amor era sólo una especie de bue-na intención y nada más...

—Estabas equivocado. El amor es una energía, y esa eleva-da energía es la principal necesidad de las personas, de las fami-lias, de los clanes, de los pueblos, de las especies y de los mundos.

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Salimos del agua y nos dirigimos a gran velocidad hacia lasuperficie del planeta Ophir. En pocos minutos llegamos cercade unas edificaciones. Nos detuvimos en el aire y... casi me des-mayo con lo que vi: varias personas... ¡vo-la-ban!

Estaban suspendidas en el aire a gran altura con los brazosabiertos, algunas verticalmente, otras en posición horizontal.Todas tenían los ojos cerrados y sus rostros denotaban gran pla-cer, dulzura, felicidad y concentración. Se deslizaban como águi-las describiendo inmensos círculos.

Ami accionó el «sensómetro» y enfocó a uno de ellos.—Vamos a ver su nivel de evolución.Apareció el hombre muy transparente. La luz de su pecho

era un espectáculo extraordinario; traspasaba los límites de sucuerpo irradiando una esfera de luz que le rodeaba y que seextendía hasta bastante lejos.

AmiCapítulo 12

Nuevos tiempos

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—Experimentan con la fuerza más poderosa del Universo:la fuerza del amor –me explicó.

—¿Cómo pueden volar? –pregunté fascinado.—El amor les eleva.—¡Ah!—Algo así hicimos nosotros en la playa, pero éstos son

campeones en la materia.—Ya lo veo, deben de tener una cantidad bárbara de me-

didas...—Tienen alrededor de mil medidas, pero se concentran y

logran superar las dos mil. Éstos son ejercicios espirituales;cuando terminan la práctica vuelven a su nivel habitual.

—¡Este mundo debe ser el más avanzado del Universo!–exclamé. Ami se rió de mí.

—Te equivocas; esta civilización es bastante común ycorriente, luego hay mundos habitados por seres que tienen cer-ca de mil quinientas medidas, otros en los que tienen dos mil,tres mil, cuatro mil, etcétera. Pero ni tú ni yo podemos llegarpor el momento a otros mundos todavía más elevados; allí habi-tan seres que superan las diez mil medidas: los seres solares, queson amor casi puro.

—¡¿Seres solares?!—Claro, los habitantes de los soles.—¡Jamás lo hubiera imaginado!—Es natural, nadie puede mirar más arriba del escalón

sobre el que se encuentra. —¿Y no se queman?Ami rió.—No, no se queman; sus cuerpos no son de materia sóli-

da, sino de energía radiante. Vamos a ver a ese grupo que estámás allá.

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A lo lejos había unas cincuenta personas sentadas en círcu-lo en el prado. Parecían brillar a simple vista, igual que quienesvolaban. Tenían las piernas cruzadas y las espaldas rectas, medi-taban u oraban.

—¿Qué hacen?—Envían algo así como mensajes telepáticos hacia mundos

menos evolucionados de la galaxia, pero no se perciben sólo conla mente racional; es necesario además utilizar el centro emo-cional.

—¿Qué dicen esos mensajes?—Procura poner atención a tu corazón, calma tus pensa-

mientos y tal vez los percibas. Estamos muy cerca de la fuente deemisión. No, así no; relaja tu cuerpo, cierra los ojos y permane-ce atento.

Así lo hice. Al principio no sentí nada, excepto una emo-ción especial desde que nos acercamos al lugar, pero luego meinvadieron unos «sentimientos-ideas»:

Todo aquello que en Amor no se sustente ha de ser destruido,

olvidado en el tiempo, repudiado...

Una especie de claridad interior me llegaba, y luego mimente ponía palabras a esas sensaciones. Era algo muy extraño ymuy emotivo.

Y todo aquello que en Amor se sustente, amistad o pareja,

familia o agrupación, gobierno o nación,

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alma individual o humanidad, será firme y seguro;

ha de prosperar y fructificar y no conocerá destrucción...

Yo podía casi «ver» al Ser que decía aquello; para mí no setrataba de esas personas, para mí era Dios quien hablaba.

Ése es mi Pacto; ésa es mi Promesa y mi Ley.

—¿Lo captaste, Pedrito? –me preguntó Ami.Abrí los ojos.—Oh, sí... ¿De qué se trata todo esto?—Esos mensajes provienen de las profundidades de lo

sagrado, digamos que desde Dios. Estos amigos que ves aquí losreciben y retransmiten a los mundos menos evolucionados,como el tuyo; allí los captan otras personas sensibles. Esos men-sajes pueden ser utilizados para ayudar a crear un mundo nuevo.

—Un mundo nuevo... Cuando recuerdo cómo son las cosasen la Tierra, eso no me parece sencillo ni rápido de lograr, Ami.

—Pero tampoco lo veas tan difícil, Pedro. Los tiempos estáncambiando de manera muy acelerada, están dándose las condicio-nes para que se produzca un salto evolutivo en tu planeta.

—¿De qué hablas, Ami? –pregunté muy interesado.—De algo que puede poner fin a milenios de barbarie y

dolor, de algo que puede hacer que tu mundo ingrese en un nue-vo tiempo en el que reine el amor... definitivamente...

—¿Es posible tanta maravilla, Ami?...—Sí, porque tu planeta está evolucionando, comienza a

generar energías más sutiles, vibraciones cada vez más elevadas,radiaciones luminosas que favorecen el crecimiento del amor en

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todos los seres. Eso ya está produciendo grandes cambios enmillones de personas. Un poco más, y ustedes estarán prepara-dos para dar ese salto evolutivo y vivir como aquí en Ophir. Peropor ahora no es posible.

—¿Por qué, Ami?—Porque están guiándose por viejos patrones mentales

que no se adaptan a los nuevos tiempos. Esto hace sufrir a lagente, es como cuando se usan zapatos apretados. Pero los sereshan nacido para ser felices, Pedro, no para sufrir; por eso buscaninstintiva o conscientemente un mundo mejor. ¿No has notadoque últimamente se habla mucho de amor?

—Sí, Ami, es verdad, se habla mucho, aunque no se prac-tica demasiado...

—No, no por todos. Algunos escogen hundirse cada díamás; pero por otro lado, más y más personas tratan de elevar sunivel y vivir con más solidaridad y alegría, y eso podría exten-derse todavía más y...

Recordé la alegría y felicidad de la gente de Ophir, y lacomparé con la seriedad, preocupación y tristeza de la pobregente de mi planeta.

—Pero a pesar de eso, me parece que en la Tierra la genteno es más feliz que antes.

—Algunas sí; otras no tanto. Sucede que antes había másviolencia, injusticia, guerras y pobreza, pero las personas eranmenos sensibles, creían más en las guerras, en la ley del másfuerte; eran capaces de soportar vidas muy tristes, pero sin dar-se cuenta; podían vivir permanentemente en peligro de muertecreyendo que eso es lo normal. Hoy ya no, hoy la mayoría sóloquiere ser feliz y vivir en paz. Es una «nueva hornada humana»,producto de radiaciones más finas, de la evolución planetaria.

—Creo que yo pertenezco a esa hornada...

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—Y el cambio positivo continúa día a día, y así como anteslos grandes dinosaurios no pudieron soportar las condicionesplanetarias más elevadas que se produjeron debido a la evoluciónterrestre, y desaparecieron, así mismo terminarán por desapa-recer muy pronto de los corazones esos monstruos interioresque se oponen al reinado de la felicidad en el mundo.

—¿En serio?... ¿Muy pronto?...—Ten fe y esperanza, Pedrito. El Universo en estos tiem-

pos es un poderoso aliado del amor.Nos alejamos a una tremenda velocidad de aquel lugar de

Ophir, impregnado de finas vibraciones.—¿Cuánto tiempo hemos estado en esta nave, Ami?—Unas seis horas.—¡Qué raro! Siento como si hubiéramos estado mucho

más tiempo aquí desde que me subí en la playa...—Te dije que el tiempo se estiiiiiiira... Vamos a ir al «cine».

Mira allá abajo.Habíamos llegado a la zona nocturna del planeta Ophir,

pero todo se veía muy iluminado por multitud de fuentes de luzartificial en los prados y edificaciones. Observé algo como uncine al aire libre, con muchos espectadores. La pantalla era unalámina de cristal sobre la que aparecían movedizas imágenes encolores, juegos de formas y matices al compás de una músicasuave. Frente a la pantalla había un asiento especial, destacadodel resto; sobre él se encontraba una mujer con algo parecido aun casco en la cabeza. Permanecía con los ojos cerrados, muyconcentrada.

—Lo que ella imagina aparece en la pantalla... Es un «cine»que no necesita cámaras ni proyectores.

—¡Pero esto es colosal! –exclamé.—Técnica –dijo Ami–, simple técnica.

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La mujer terminó de presentar su espectáculo y un hombretomó su lugar mientras el público aplaudía.

Comenzó a escucharse otra música, y en la pantalla se vie-ron unas aves esbeltas que volaban al compás de la melodía sobreparajes de cristal o de gigantescas gemas preciosas. Aquello eramuy bonito, como dibujos animados.

Estuvimos largo rato contemplando en silencio aquellamaravilla extraterrestre. Después llegó un niño que presentó unahistoria de amor entre él y una chica de otro mundo; ocurría endiversos y extraños planetas. Las imágenes, menos precisas quelas anteriores, a veces se esfumaban por completo. Pregunté aqué se debía eso.

—Es un niño. No tiene todavía la capacidad de concentra-ción de un adulto, pero lo hace muy bien para su edad.

—¿La música también la imagina?—No. Las imágenes y la música al mismo tiempo, no; no en

este mundo, pero hay otros en los que sí pueden lograr tal proe-za. Pero aquí en Ophir existen salas de conciertos en las que elartista simplemente imagina la música y el público la escucha...

—¡Qué maravilla!—¿Quieres ir a un parque de diversiones?—¡Claro!Llegamos a un mundo de fantasía, con todo tipo de entre-

tenimientos: gigantescas montañas rusas, lugares en los que lagente quedaba levitando y hacía piruetas en el aire mientras semoría de la risa...; otros espacios eran imitación de lugares fabu-losos que contenían seres fantásticos.

—Mientras mayor es la evolución, más se es como un niño–me explicó Ami–. En estos mundos tenemos muchos lugarescomo éste. Un alma avanzada es un alma de niño. Necesitamosjuego, fantasía, creación... Sucede que tenemos la tendencia detratar de imitar a Dios.

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—¿Y Dios juega, Ami?—Es lo que más hace, Pedrito. En otro viaje te mostraré

cómo se van moviendo las galaxias en el cosmos; es una danzafantástica. No hay juego, fantasía o creación mayor que elUniverso, cuyo Creador es el Amor.

—Estábamos hablando de Dios, Ami, no del amor.—El Amor es Dios. En nuestros idiomas tenemos una sola

palabra para referirnos al Creador, a la Divinidad, a Dios; esa pa-labra es Amor... y la escribimos con mayúscula. Ustedes tambiénlo harán algún día.

—Cada vez me doy más cuenta de la importancia del amor.—Y sabes muy poco todavía. Vamos, terminó la visita a

Ophir, este mundo que vive como ustedes podrían hacerlo a par-tir de mañana mismo si tuvieran realmente el propósito de cre-cer como seres humanos y como humanidad; nosotros lesenseñaríamos el resto.

—¿Adónde vamos ahora?—A un mundo que ni tú ni yo podemos alcanzar todavía,

sólo visitar fugazmente con algún propósito noble, como el quetenemos, ya verás. Situarnos en ese lugar nos llevará algunosminutos; aprovecharé ese tiempo para contarte algunas otrascosas.

Ami accionó los controles, la nave vibró con suavidad y traslos vidrios apareció la neblina que indicaba que íbamos hacia unmundo lejano.

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—Dijiste que hay personas a las que te es difícil amar, ¿ver-dad, Pedro?

—Sí.—¿Es malo no amar?—Claro –respondí.—¿Por qué?—Porque tú dijiste que el amor es el fundamento principal

de la ley y todo eso.—Olvídate de lo que yo te dije. Supongamos que te estoy en-

gañando, o que estoy equivocado. Imagina un Universo sin amor.Comencé a imaginar mundos en los que nadie amaba a

nadie. Todos eran fríos y egocéntricos, porque al no haber amor,no hay freno al ego, como decía Ami. Todos luchaban contra todosy se destruían... Recordé las energías que él había mencionado,ésas capaces de producir un descalabro cósmico; imaginé a un

AmiCapítulo 13

Una princesa azul

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tipo muy poderoso, pero con un fanatismo feroz, o con su egoherido hasta el punto de no importarle su propia destrucción,oprimiendo «el botón», sólo por venganza... ¡Estallaban las gala-xias en una reacción en cadena!...

—Si no hubiera amor, creo que ya no existiría el Universo–dije.

—¿Podríamos decir entonces que el amor construye y quela falta de amor destruye?

—Creo que sí.—¿Quién creó el Universo?—Dios.—Si el amor construye y Dios «construyó» el Universo,

¿habrá amor en Dios?—¡Claro! –Me llegó la imagen de un ser gigantesco y res-

plandeciente que creaba galaxias, mundos, estrellas...—Procura quitarle la barba otra vez –rió Ami.Era verdad, nuevamente lo había imaginado con barba y

rostro humano; pero ahora no en las nubes, sino en medio delUniverso.

—Entonces ¿podemos decir que Dios tiene muchoamor?...

—Por supuesto –dije.—Bien, ¿y para qué creó Dios el Universo?Pensé largo rato y no supe la respuesta. Luego protesté:—¿No crees que soy muy joven para responder esa pre-

gunta? –Ami no me hizo caso.—¿Por qué le vas a llevar esas «nueces» a tu abuelita?—Para que las pruebe, se pondrá contenta.—¿Por qué quieres que esté contenta?Pensé un poco, hasta que vi la respuesta:—Porque... ¡Porque la amo!

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Me sorprendí al comprender que otra de las característicasdel amor es desear la felicidad de aquellos a quienes amamos.

—Entonces ¿para qué Dios crea gente, mundos, paisajes,sabores, colores y aromas?

—¡Para que seamos felices! –exclamé, contento por habercomprendido algo que ignoraba.

—Muy bien. Y ahora: ¿por qué Dios desea que seamos felices? —¡Porque nos ama! –exclamé de nuevo.—Perfecto. ¿Hay algo superior al amor?—Tú dijiste que era lo más importante...—Y también dije que olvidaras lo que había dicho –son-

rió–. Hay quienes opinan que es superior el intelecto. ¿Qué vasa hacer para darle esas «nueces» a tu abuelita?

—Veré cómo le preparo una sorpresa con ellas.—Y vas a utilizar tu intelecto para eso, ¿verdad?—Claro, voy a pensar cómo hacer para que ella se alegre más. —Entonces tu intelecto servirá a tu amor, ¿o al revés?—No entiendo.—¿Cuál es el origen de querer que tu abuelita sea dichosa,

tu amor o tu intelecto? —¡Ah! Mi amor, de ahí nace todo.—«De ahí nace todo», tienes mucha razón, porque del

amor divino surge la Creación, y del amor humano nacen lasgrandes motivaciones y logros del hombre.

—¿Sí?—¡Sí, señor! Los sanos y constructivos al menos. Bien, vea-

mos. Primero amas y después utilizas tu intelecto para hacer feliza tu abuela, ¿verdad?

—Tienes razón, pongo mi intelecto al servicio de mi amor;primero está el amor.

—Entonces, ¿qué hay por encima del amor?—¿Nada? –pregunté.

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—Nada –respondió. Se volvió hacia mí con una miradaclara.

—Y si vimos que hay mucho amor en Dios, ¿qué es Él? —No sé.—Si hay algo mayor que el amor, Dios debe de ser eso,

¿verdad? —Ah, creo que sí.—¿Y qué es mayor que el amor?—No sé...—¿Qué dijimos que había por encima del amor?—Dijimos que no había nada.—Entonces, ¿qué es Dios? –preguntó.—¡Ah! «Dios es Amor», tú lo has dicho varias veces, y la

Biblia también lo dice... pero yo pensaba que Dios era una per-sona con mucho amor...

—No, no es una persona con mucho amor. Dios es el amormismo, el amor es Dios, o sea, Amor = Dios.

—Creo que no entiendo, Ami.—Te dije que el amor es una fuerza, una vibración, una

energía cuyos efectos pueden ser medidos con los instrumentosapropiados, como el «sensómetro», por ejemplo.

—Sí, lo recuerdo.—La luz también es una energía o vibración.—Sí, y los rayos X, infrarrojos y ultravioleta, y también el

pensamiento, todo es vibración de la misma «cosa» en diferen-tes frecuencias. Mientras más alta la frecuencia, más fina es lamateria o energía. Una piedra y un pensamiento son la misma«cosa» vibrando en distintas frecuencias...

—¿Qué es esa cosa? –pregunté.—Amor.—¿En serio?—En serio... todo es amor, todo es Dios...

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—Entonces ¿Dios creó el Universo con puro amor?—Dios «creó» es una forma de decir; la verdad es que Dios

«se transforma» en Universo, en piedra, en ti y en mí, en estre-lla y en nube...

—Entonces... ¿yo soy Dios?Ami sonrió y dijo:—Una gota de agua de mar no puede decir que ella sea el

mar, aunque esté compuesta de las mismas sustancias. Tú estáshecho de la misma sustancia que Dios, eres amor, pero vibran-do en una frecuencia no muy alta. La evolución consiste en laelevación de nuestra frecuencia vibratoria.

—¿Frecuencia vibratoria?...—El odio es una vibración muy baja; el amor es la vibra-

ción más alta. Apúntate hacia ti mismo.—No te entiendo, Ami.—Cuando dices «yo», ¿hacia qué lugar te apuntas? ¿Hacia

qué lugar de tu cuerpo? Apunta hacia ti mismo diciendo «yo».Me toqué el centro del pecho con el dedo índice, diciendo

«yo».—¿Por qué no te tocaste la punta de la nariz, o la frente, o

la garganta?Me dio risa pensar en tocarme cualquier otro lugar, dicien-

do «yo».—No sé por qué me apunto hacia el pecho –dije, riendo.—Porque es allí donde estás realmente «tú». Tú eres amor,

y tienes tu morada en tu corazón. Tu cabeza es una especie de«periscopio», como en un submarino. Te sirve para que tú –metocó el pecho– puedas percibir el exterior, es un «periscopio»con un «computador» en su interior: tu cerebro. Con él entien-des cómo son las cosas de tu mundo y organizas tus funcionesvitales. Tus extremidades te sirven para trasladarte de un lugar aotro y para manipular objetos, pero tú estás aquí. –Nuevamente

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tocó un punto en el centro de mi pecho–. Tú eres amor. Portanto, cualquier acción tuya en contra del amor es una acción encontra de ti mismo y en contra de Dios, que es amor. Por eso laley fundamental del Universo es amor, y por eso el amor es lamáxima posibilidad humana. Y, por último, por eso el verdade-ro Nombre de Dios es Amor. La espiritualidad consiste en expe-rimentar y entregar amor, o sea, vibraciones y acciones elevadas.Ésa es mi forma de entender y practicar las cosas de Dios,Pedrito, nada más que eso.

—Ahora lo veo todo más claro, muchas gracias, Ami.Una tonalidad rosa inundó la nave.—Hemos llegado, Pedro, mira por la ven...La sala de mando quedó bañada por el color suave de ese

cielo rosa, más bien lila claro. Mi mente dejó de funcionar de laforma habitual, pero me resulta muy difícil explicar cómo fuecambiando mi consciencia. Comencé a sentir que yo no era «yomismo», que no era el «yo» que soy ahora. Dejé de considerar-me un chico terrestre; me había convertido de pronto en muchomás que eso, como si hubiese olvidado mi verdadera identidaddesde que nací, soñando que era un jovencito llamado Pedro, yde pronto recuperase parcialmente la memoria.

Presentí que aquello que estaba viviendo de alguna formaya lo había vivido antes; no me eran desconocidos aquel mundoni aquel momento.

Ami y la nave desaparecieron. Estaba yo solo, llegando des-de muy lejos a un encuentro largamente esperado. Descendí flo-tando desde las nubes rosadas y luminosas. No había ningún solallí, la claridad era muy suave y atenuada.

Apareció un paisaje idílico: una laguna rosa en la que sedeslizaban unas aves parecidas a cisnes, blancos tal vez, pero ellila del cielo dejaba su matiz en todas las cosas. En torno a la

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laguna había hierbas y juncos de diferentes tonalidades de verde,naranja y amarillo-rosa.

En los alrededores, a lo lejos, se veían suaves colinas tapi-zadas de follajes y de flores que parecían pequeñas gemas bri-llantes de diversos colores y tonalidades. Las nubes presentabantambién variados matices de rosa y lila.

No supe si yo estaba en ese paisaje o si el paisaje estabadentro de mí, o tal vez formábamos una unidad, pero lo quemás me sorprende hoy al recordarlo, aunque no me llamó laatención desde esa otra mente mía, es que el follaje... ¡cantaba!

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Las hierbas y las flores se mecían emitiendo notas musica-les al son de su balanceo, mientras otras lo hacían en un sentidodiferente, emitiendo notas distintas.

¡Aquellas criaturas eran conscientes!Los juncos, las hierbas y las flores cantaban y se mecían a

mi alrededor y en las colinas cercanas; entre todos interpretabanel concierto más extraordinario y colosal que yo haya jamásescuchado: el concierto de la vida en un mundo superior.

Pasé flotando sobre la orilla de las aguas; no necesitabamover las piernas para avanzar. Una pareja de aves parecidas acisnes, con varios polluelos nadando detrás, me miró desde susantifaces azules con finura y respeto; me saludaron doblando conelegancia sus largos cuellos. Correspondí inclinándome apenas,pero les envié mucho cariño desde mi corazón. Los padres orde-naron a sus pequeños que también me saludasen; creo que lohicieron a través de una orden mental o de un levísimo movi-miento. Los pequeños cisnes obedecieron doblando también loscuellos, aunque no con tanta elegancia ni armonía; por unmomento perdieron el equilibrio, pero luego recuperaron laestabilidad, sacudieron nerviosamente las colitas y continuaronavanzando con cierta arrogancia infantil que me produjo ternu-ra. Les respondí con cariño, simulando una gran formalidad.

Proseguí mi marcha flotando. Tenía una cita desde la eter-nidad de los tiempos: iba finalmente a encontrarme con «ella».

Apareció a lo lejos una especie de pagoda o pérgola flotan-do junto a la orilla. Tenía un techo al estilo japonés, sujeto pordelgadas cañas entre las que subían enredaderas de hojas rosadasy flores azules, que hacían de paredes de la pagoda. Sobre el pisode maderas pulidas había almohadones de anchas franjas decolores. Desde el techo y los pilares colgaban pequeños adornos,como incensarios de bronce u oro y jaulitas para unos coloridosinsectos que parecían grillos.

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Sentada sobre los almohadones serenamente estaba «ella».La sentí cercana, inmensamente cercana; sin embargo, era laprimera vez que íbamos a encontrarnos, luego de muchísimasvidas.

No nos miramos a los ojos. Queríamos alargar los momen-tos previos, no había que apresurar nada, tantos eones habíamosesperado ya...

Hice una reverencia, a la que ella respondió sutilmente,con un leve movimiento de su cabeza. Entré, nos comunicamos,pero no con palabras, hubiera sido demasiado vulgar, pocoarmonioso con ese mundo y con aquel encuentro tan anhelado.Nuestro lenguaje consistía en un ritual artístico de levísimos ycasi imperceptibles movimientos de brazos, manos o dedos,acompañado de algún sentimiento que proyectábamos vibrato-riamente, sin mirarnos de manera directa todavía.

Más tarde, Ami me explicó que cuando el lenguaje habladoes insuficiente para expresar lo que sentimos, necesitamos otrasformas de comunicación; entonces recurrimos al arte.

Llegó el momento de mirar aquel rostro ignorado: era unabella mujer de facciones más bien orientales y piel de un colorazul claro, sedosos cabellos muy negros y un lunar en medio dela despejada frente.

Sentí mucho amor por ella y ella por mí.Llegaba el momento culminante. Acerqué mis manos a las

suyas y... todo desapareció. Estaba junto a Ami, en la nave.La neblina luminosa y blanca indicaba que nos íbamos de

aquel mundo. — ...tana...

Oh,ya

regresaste–dijo Ami.

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Supe que todo aquello había ocurrido en una fracción desegundo, entre el ven y el tana de la palabra ventana que Ami pro-nunció apenas apareció el color rosa tras los vidrios.

Sentí angustia, como quien despierta de un sueño hermo-so y se enfrenta a una opaca realidad.

¿O era al revés? ¿No sería esto un mal sueño y lo otro larealidad?...

—¡Quiero volver! –grité.Ami, cruelmente, me había separado de «ella», desgarrán-

dome. No podía hacerme eso.Aún no podía recobrar mi mente habitual; el otro «yo»

estaba sobrepuesto a mi identidad normal. Por un lado eraPedro, un niño de doce años; pero por otro lado era un ser...¿Por qué no podía recordarlo ahora?

—Ya habrá tiempo –me tranquilizó Ami con suavidad–.Vas a volver, pero no todavía.

Logré calmarme. Supe que era verdad, que volvería; re-cordé esa sensación de «no apresurar las cosas» y me quedé tran-quilo.

Poco a poco fui retornando a mi normalidad, pero nuncamás volvería a ser el mismo. Yo era Pedro, pero sólo momentá-neamente; por otro lado era mucho más que eso. Acababa dedescubrir una dimensión de mí mismo que está más allá de laapariencia externa y más allá del tiempo; más allá de mi identi-dad y de mi mente habitual.

—¿En qué mundo estuve?—En un mundo situado fuera del tiempo y del espacio que

tú conoces, en otra dimensión, concretamente.—Yo estaba allí, pero no era el de siempre, era «otro»...—Viste tu futuro, lo que serás cuando completes tu evolu-

ción hasta cierto límite, dos mil medidas, más o menos.—¿Cuándo será eso?

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—Falta tiempo y crecimiento, paciencia.—¿Cómo es posible ver el futuro?—Todo está sucediendo simultáneamente, más allá del

tiempo que conocemos. La «novela» de tu vida se desarrolla enmuchos espacios y tiempos; te saltaste unas cuantas hojas y leís-te otra página, eso fue todo. Era necesario, es un pequeño estí-mulo para que renuncies definitivamente a la idea de que todotermina cuando dejas de respirar, y para que lo escribas y otroslo sepan.

—¿Quién era esa mujer? Siento que nos amamos, inclusoahora.

—Cada alma tiene un único complemento, una «mitad». —¡Ella tenía la piel azul!—Y tú también en esa otra identidad tuya, sólo que no te

miraste en un espejo. –Ami volvió a reírse de mí.—¿Ahora la tengo azul? –me miré las manos intranquilo. —Claro que no; ella tampoco ahora.—¿Dónde está ella en este momento?—Por ahí... –dijo con aire misterioso.—¡Llévame a ella, quiero verla!—¿Y cómo la vas a reconocer?—Tenía rostro de oriental... Aunque no recuerdo sus ras-

gos, tenía un lunar en la frente.—Ella no es así en esta dimensión, igual que tú no eres

como eras en esa visión –reía Ami–. En este tiempo, en este pla-no, ella es una niña común y corriente.

—¿Tú la conoces? ¿Sabes quién es?—Tal vez... pero no te apresures, Pedro, recuerda que la

«paz-ciencia» es la ciencia de la paz, de la paz interior. No quierasabrir antes de tiempo un regalo sorpresa. La vida te irá guiando.Dios está detrás de cada acontecimiento.

—¿Cómo la reconoceré?

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—No con la mente, no con el análisis, no con el prejuicioni con fantasías; sólo con tu corazón en perfecta armonía con tuintelecto, es decir, con sabiduría.

—Pero ¿cómo?—Obsérvate siempre, especialmente cuando conozcas a

alguien que te atraiga, pero no confundas lo externo con lointerno; no confundas las ideas de tu mente, tus deseos, tus fan-tasías, la moda, la conveniencia ni tus prejuicios con lo que sien-te de verdad tu corazón. Nos queda poco tiempo por delante. Tuabuelita va a despertar, debemos volver.

—¿Cuándo regresarás?—Escribe el libro, luego volveré.—¿Pongo lo de la chica de rostro oriental?—Ponlo, pon todo, pero no olvides decir que es un cuento.

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Apareció la atmósfera azul de mi planeta.Estábamos sobre el mar acercándonos a la costa. El sol ya

había asomado sobre el horizonte y extendía sus dorados rayospor entre unas nubes de un blanco radiante. El cielo azul, el marbrillante, unas montañas a lo lejos...

—Mi planeta es magnífico, a pesar de todo...—Te lo dije, es fenomenal, y ustedes no se dan cuenta; no

sólo no se dan cuenta, sino que además lo están destruyendo, ya ustedes mismos también. Si comprenden que el amor es lomás importante de la vida y comienzan a actuar y pensar solida-riamente, lograrán salir adelante. Deberían considerar que todoslos seres humanos del planeta, de todas las etnias y de toda con-dición, son parte de la misma familia, la familia humana, y lue-go deberían vivir igual que las familias fraternales, en donde

AmiCapítulo 14

¡Hasta tu regreso,Ami!

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todos participan de los esfuerzos y de los beneficios equitativa-mente, donde cada uno es protegido, amado y amparado.

—Y eso no puede hacerse por la fuerza, ¿verdad?—Claro que no, eso debe surgir de manera espontánea a

medida que aumenta el nivel de solidaridad y de sabiduría en tumundo, y también a medida que aumentan los problemas que lafalta de amor genera, porque esas cosas hacen recapacitar amucha gente.

—Esperemos...—Debería ser sumamente sencillo comenzar a vivir como

una familia sana, porque es lo natural y lo único que puede per-mitirles sobrevivir y pasar a un nivel superior de existencia. Peroel amor está aumentando en el mundo, Pedrito; por eso debesser optimista.

—Tengo sueño otra vez.—Ven, te daré una nueva «carga», pero esta noche debes

dormir.Me recosté en un sillón. Ami me puso nuevamente el car-

gador en la base de la cabeza y me dormí. Desperté lleno deenergía, contento de estar vivo.

—¿Por qué no te quedas conmigo algunos días, Ami?Iríamos a la playa, a visitar otros mundos...

—Me gustaría –dijo–, pero tengo bastante que hacer,muchos ignoran la importancia del amor, y debido a eso tienencada desastre en sus mundos..., no solamente en la Tierra.

—Eres muy servicial...—Gracias al Amor. Ayuda tú también a difundir sabiduría,

trabaja por la paz y la amistad, supérate y descarta para siemprede tu vida la violencia.

—Así lo haré... aunque hay algunos que se merecen unbuen golpe en la nariz. –Ami rió.

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—Tienes razón, pero ésos se dan el golpe en la nariz ellosmismos. Acuérdate del bumerán...

Apareció el pueblo costero y llegamos a él. Ami puso lanave unos metros por encima de la arena de la playa. Estábamosinvisibles.

Me acompañó hacia la salida, tras la sala de mandos. Nosabrazamos. Yo tenía mucha tristeza, él también.

Se encendieron unas luces amarillas que me encandilaron.—Recuerda que el amor es el camino hacia la felicidad –me dijo

mientras sentí que iba descendiendo por el aire.Llegué a la playa. Arriba ya no se veía nada porque la nave

estaba en la modalidad invisible, pero supe que Ami estabamirándome, tal vez como yo, con lágrimas en las mejillas.

No quise irme todavía. Con una rama dibujé un corazónalado en la arena de la orilla para que él supiera que yo habíaescuchado su mensaje. Inmediatamente después, algo trazó uncírculo alrededor del corazón.

Escuché la voz de Ami cerca de mi oído:—Ésa es la Tierra.Me fui caminando a casa.Todo me parecía bonito; aspiré profundamente el aroma

del mar, acaricié la arena, los árboles, las flores. Si no fuese porAmi, tal vez no hubiese reparado nunca en lo bello que era elsendero; hasta las piedras parecían vibrar llenas de vida.

Antes de entrar en casa miré hacia el cielo, sobre la playa.No había nada. Sentí una pequeña molestia en el pecho, perome repuse pensando que pronto vería a mi abuela, y entré encasa. Cuando lo hice, ella aún dormía...

Lo arreglé todo en mi habitación, hice como si me estuvieralevantando y fui al baño a ducharme. Al salir, mi abuela estaba en pie.

—¿Cómo dormiste, hijito?—Bien, abuela. ¿Y tú?

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—Mal, Pedrito, como siempre. No pegué ojo en toda lanoche... –No pude evitar abrazarla con cariño.

—«Abue», te tengo una sorpresa; te la daré durante eldesayuno. –Ella lo preparó todo y lo sirvió.

Yo había puesto las «nueces» en un plato cubierto por unade las servilletas «elegantes» que tenemos para cuando vienenvisitas. Quedaban unas cinco o seis frutas.

—Prueba esto, abuela –le dije, acercándole el plato.—¿Qué son estas cosas, hijito? –preguntó extrañada al

mirarlas. —Son nueces extraterrestres. Pruébalas, son ricas.—Qué cosas dices, niño, a ver, mmm... ¡Qué rico! ¿Qué son?—Ya te lo dije, nueces extraterrestres. No te comas más de

tres, tienen demasiadas proteínas.Ella no me hizo caso y se las comió todas...—Abuelita, ¿sabes cuál es la ley fundamental del Universo?

–Yo estaba feliz, le iba a dar una clase magistral...—Claro que sí, hijo –contestó.Me preparé para sacarla de su error.—¿Cuál es?—El amor, Pedrito –respondió con mucha naturalidad. Yo

quedé loco; eso no me lo esperaba.—¡¿Y cómo lo sabes?! –exclamé incrédulo.—No sé..., es lo que siento en mi corazón, que el amor es lo

principal, que es la fuente de la vida, el sentido de todo, algo así.—Entonces muchas otras personas deben de haber llegado

también a la misma conclusión –dije, un poco desilusionadoporque comprendí que «la gran novedad» que me había enseña-do Ami no lo era tanto.

—Claro, supongo que sí, Pedrito.—Entonces ¿por qué hay maldad y guerra en el mundo,

«abue»?

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—Porque quienes lo saben son menos por ahora que quie-nes no lo saben, hijito, pero eso no será siempre así.

Salí al pueblo. Al llegar a la plaza me quedé helado: ¡frentea mí venían los dos policías de la noche anterior! Pasaron por milado ignorándome. De pronto miraron hacia arriba, otras per-sonas también lo hacían. Allá, en lo alto, un objeto plateado ybrillante se mecía cambiando luces de colores: rojas, azules,amarillas, verdes. Los policías se comunicaban por sus radiosportátiles con la comisaría.

Yo estaba contento y divertido. Sabía que Ami estabamirándome por la pantalla, y lo saludé alegremente con la mano.

Un señor de edad madura y con bastón venía muy molestopor el alboroto.

—¡Un ovni, un ovni! –decían felices los niños.El señor del bastón miró hacia lo alto y luego retiró la vista

con desagrado.—¡Gente ignorante, supersticiosa! Eso es un globo sonda,

un helicóptero, un avión. Ovnis... ¡QUÉ IGNORANCIA! –sentenció,y se alejó altivo por la calle con su bastón, dándole la espalda alportentoso espectáculo que apareció en el cielo de aquellamañana. Sentí en el oído la voz de Ami, el niño de las estrellas:«Adiós, Pedrito, hasta muy pronto».

—Adiós, Ami –respondí emocionado.El ovni desapareció.Al otro día los periódicos no mencionaron el hecho. Es que

esas «alucinaciones colectivas» han dejado de ser novedad, ya noson noticia. Cada día aumenta el número de gente ignorante ysupersticiosa...

Cerca de un lejano pueblo de playa apareció de pronto uncorazón alado grabado sobre una alta roca. Nadie sabe cómo fuehecho. Parece como si hubieran fundido la piedra para dibujarese signo. Cualquiera que llegue a ese lugar lo puede ver, y a lo

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Enrique Barrios

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mejor, con suerte, podría ver también una luz descendiendo delcielo en la noche y...

Pero no es tan fácil subir hasta allí, especialmente para losseñores con bastón; un niño es mucho más ágil y, sobre todo,más liviano.

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Advertencia.................................................................................. 7

PRIMERA PARTE.............................................................................. 13Primer encuentro......................................................................... 15Pedrito volador ............................................................................ 25No te pre-ocupes......................................................................... 39¡La policía!................................................................................... 51¡¡¡Raptado por los extraterrestres!!!.............................................. 71Una cuestión de medidas ............................................................. 83Luces en el cielo .......................................................................... 95

SEGUNDA PARTE............................................................................. 113¡Ophir! ........................................................................................ 115La ley fundamental....................................................................... 129Confraternidad interplanetaria ..................................................... 143Bajo las aguas ............................................................................... 153Nuevos tiempos ........................................................................... 169Una princesa azul......................................................................... 179¡Hasta tu regreso, Ami! ................................................................ 193

AmiÍndice

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