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Me quema el sabor

de tus ojosSegunda parte de la trilogía

“Celesto y la Luna”

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Idea original: Daniel Sancet Cueto

Primera edición: Septiembre 2011

© Insolenzia, 2011

© Daniel Sancet Cueto, 2011

Diseño y fotografía portada: Dejavú Rock

Grabados interiores: Mariano Castillo

Maquetación interior: Marian Latorre Abete

Edita: Carcajada Records

Depósito Legal: Z-3195-2011

Impresión: Gráficas Jalón, S.L.

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita del titular del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tra-tamiento informático. Sin embargo, el autor y titular del dichoso copyright autoriza a usar el contenido de esta obra siempre que se haga constar de forma clara y concreta su autoría.

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No cuenten nunca nada a nadie. Si lo hacen, empeza-

rán a echar de menos a todo el mundo.

J. D. Salinger

Yo sentía calor, sentía que mi sexo se hinchaba, se hinchaba cada vez más, era como si se cerrara solo, de su propia hinchazón, y se ponía rojo, cada vez más rojo, se volvía morado y la piel estaba brillante, pegajosa, gorda, mi sexo engordaba ante algo que no era placer, nada que ver con el placer fácil, el viejo placer doméstico, esto no se parecía a ese placer, era más bien una sensación enervante, insoportable, nueva, incluso molesta, a la que sin embargo no era posible renunciar.

Almudena Grandes

Es cierto que hay fotografías que no puedo mirar. Y can-sancios que no se alivian con unas cuantas horas de sue-ño. Y también hay recuerdos que no quieren irse, dolores que regresan siempre, fantasmas carniceros.

Carlos Castán

Aprendemos a tener miedo. Existe toda una pedagogía que desde el nacimiento nos enseña a qué debemos temer.

Isaac Rosa

- ¿Qué hiciste, Sabino? – le preguntó el cabo.

- Lo menos que puede hacer un hombre. Marcharme. ¿Es que no tengo las piernas para irme a donde quiera? Un día me dio el barrunto. Y me fui.

Ramón J. Sender

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PEZONESJoder, con las prisas. Dani me llamó ayer cuatro veces. Yo no

me enteré. Estaría pasando el aspirador o bañando a los niños. Esta mañana he visto las llamadas perdidas, y justo cuando iba devolver-las, suena el móvil. Hay otro hilo invisible, además del teléfono, que nos conecta a cientocincuenta kilómetros. Después de todo los dos somos Ilundain.

—Primo, te llamo para meterte en un marrón… Necesito el prólogo para mañana…

Joder, con las putas prisas.Aunque yo sabía que eso iba a pasar, cuando me invitó a escri-

birlo, a escribir este prólogo: —Por mí, encantado, pásame la novela y eso está hecho.—¿La novela? No, es que todavía no la he escrito.Todo esto en mitad de un agosto frío como la mano de un es-

quimal muerto, cuando vinieron a Artica a grabar.—¿Y cuando sacáis el disco?—A finales de septiembre…Dani me ha explicado cómo trabaja varias veces, cuál es el

proceso creativo para escribir, primero las canciones y después, a partir de ellas, los capítulos de la novela; o quizás sea al revés, pri-mero imagina la novela, la retiene en la cabeza, y una vez que ha es-crito las canciones, suelta de una tacada la novela, no sé, todavía no lo he entendido muy bien. Lo que sí sé es que tiene todo eso dentro de él, ni siquiera diría que dentro de su cabeza, sino en las tripas, o en los pulmones, o en el forro de los cojones, y un día lo expulsa,

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como una polución nocturna, la bocanada de un luckiestrai, una vomitona…Lo hizo con “La boca del volcán” y lo ha vuelto a hacer con “Me quema el sabor de tus ojos”. Que me parece muy bien, pero yo ya estoy mayor, necesito más tiempo, yo escribía así hace años, cuando la cerveza entraba fácil y a porrillo, a oleadas, hasta que sentía el sabor de la espuma y de la sangre debajo de la lengua, y lo echaba todo, y en el suelo quedaban restos de tinta china. Qué tiempos. Qué cabrón, Dani, que todavía puedes hacerlo, divertirte, pintar con un palo en la arena, mientras a tu lado pasan chicas en bikini apuntándote con sus pezones duros.

—Vale, tendrás tu prólogo, a ver qué sale —siento húmedas las bragas de mis musas, y me comprometo.

Me comprometo, aunque tenga mil cosas pendientes. Esta mañana toca hacer la compra, así que de camino al súper pongo “Me quema el sabor de tus ojos” a toda hostia en el coche. Me saqué el carnet solo para eso. Para poder oír música. Y para berrearla. Todo lo demás, conducir, los talleres mecánicos, las conversaciones masculinas sobre coches, me da puto asco. La gente se sube a los co-ches y se convierte en bestias, depredadores, defensores de la pena de muerte. Conducir es una cuestión de educación, y las carreteras están llenas de maleducados, de listillos, de asesinos en potencia… Pero también hay gente que canta en el coche. Sin dejar hueco ni aire para la mala sangre. Yo pensaba que era un bicho raro, pero el día que Dani me llevó a casa, después de escuchar en el estudio de Iker Piedrafita por primera vez cómo habían quedado las dos primeras canciones del disco, vi que él también cantaba mientras conducía. A toda hostia. A pleno pulmón. Como un Ilundain.

A mí, ese día, se me puso la corteza del corazón en piel de gallina. Un ratico antes, me sentí un privilegiado acompañando al grupo en el estudio, mientras escuchaban la mezcla definitiva de las canciones. Sonaban como un trueno. Y ellos lo sabían. Escuchaban sus temas como si los hubieran escrito y tocado otros. Se sentían pequeñitos al lado de ellos. Y yo todavía más pequeñito, a su lado, un insecto, una mosca quieta en un cenicero. Yo era un intruso, un profanador, no tenía ni idea, nunca había oído una canción conver-tida en chóped, en lonchas, la batería por aquí, la voz de Isabel, a capella, por allá (qué bien canta Isabel siempre, y en este disco en particular, su voz suena como una flor desgarrando unas bragas de

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seda, o una mano blanquísima abriendo el corazón de un pájaro con los ojos del color de la miel… Y qué bien se araña la piel con las or-tigas en la garganta de Dani. Dani e Isabel, bella y bestia, bailando un vals, sin pisarse los pies).

Después, al salir del estudio, nos tomamos una cerveza en un bar, a los pies del monte Ezkaba y a la salud de todos los huesos sin nombre enterrados en él, y Miguel no rompió ni tiró nada, y alguien del grupo dijo “A ver ahora cómo superamos esto”, y luego fue cuando Dani me llevó a casa, en coche, con la música atronando, y cuando empezó a cantar, sobre su propia voz, “A pleno pulmón”, y yo sentí cómo el asiento de copiloto me tragaba, como mi propio corazón convertido en una hoja de papel me envolvía, y sobre él la vida era un dictado con estribillos para corear con el puño en alto (que los hay por arrobas en el disco), y jarras de cerveza fría una tarde de verano, y risas despreocupadas… Puro rocanrol. Pura vida.

—Bueno, pues cuando tengas la novela, mándamela— fue sin embargo, lo único que pude decir, cuando Dani me dejó a la puerta de casa. Como una mosca muerta, ahogada en cenizas, incapaz de zumbar con un poco de entusiasmo.

La novela fue llegando después, también como ruedas de chó-ped: un día Dani me trajo dos capítulos, otros me los envió por email… Y al final el prólogo lo he tenido que hacer pintando sobre la arena, del tirón, contra el reloj… Al estilo Sancet. Escribiendo como cuando escribir era lo único que había. Cuando te jugabas la vida con ello (eso sigue igual, pero entonces tenía menos miedo y, aunque dejaba más flancos descubiertos, la inconsciencia me hacía más peligroso). Cuando pasar la aspiradora era escribir. Y cuando te daba lo mismo si los demás la tenían más larga.

Jean Dubuffet, escritor y pintor francés (para qué voy a es-cribir un prólogo si no puedo pegar un moco dentro de él), dijo que “la literatura lleva un retraso de cien años con respecto a la pintura. Hace varios siglos que no se alimenta de los frutos inmediatos que ofrece la vida, sino de obras anteriores”. Y tiene razón, pero eso no va con Dani ni con el libro que tienes en tus manos. En este libro no vas a encontrarte citas de Rimbaud, de Marcel Proust, ni siquiera de Bukowski (como mucho de Barricada, o de Cicatriz) sino bares, habitaciones con gente que se siente sola, se hace pajas, tiendas de

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discos, más bares… Pura vida. Puro rocanrol. Y muchos pezones. A Dani le vuelven loco los pezones. Pezones con forma de fresa, o pezones que te apuntan como recortadas, y tú levantas las manos y algo más, y ofreces el botín de tu alma a cambio. Pezones nutri-cionales, por los que fluye la existencia. Dani acaricia pezones con sus manos y se pone tetas, es capaz de desdoblarse, de cambiarse de sexo sin que se note, de meterse bajo la piel tanto de Alex, como de Selene, los dos protagonistas, de darse de hostias en un bar y de probarse un tanga delante de una amiga y preguntarle si le hace el culo demasiado gordo. Y mucho más: Dani retrata, mirando desde muy cerca, a dos jóvenes que echan a andar en dirección contraria al dedo que señala y acusa.

Dani Sancet es, en definitiva fiel a la Insolenzia, con zeta, y cuando es necesario muerde hasta la mano que le da de comer y le deja la cicatriz, la marca del zorro, un beso de antifaz, algo que dicen que no se debe hacer, mentira puta, detrás de esa mano hay siempre un brazo, una mente a veces peligrosa y otra mano con la que a menudo nos tienen agarrados por los huevos. Este es un disco, y un libro, escrito con los dientes apretados, a pleno pulmón, con la voz rota de tanto gritar –eso y los, luckystrais-, contra el tiempo, viudo de reloj, contra todos y a favor de los que todavía se atreven a danzar el baile de la libertad.

Patxi IrurzunSarriguren, 16 de septiembre de 2011http://ajustedecuentos.blogspot.com

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Acércate a mi enredadera, ven,que quiero descarrilaracertando a ver la sombra que llegaa acariciar;no hay desmanes ni rinconesque duerman en paz,atrincherando oraciones soy verbocrepuscular.

Atraviesa ya la puerta,quiero ser tu piel,voy colocando desiertos de tierraen la pared;tiembla el pulso, tiembla el suelo,tiembla el ajedrezen el que tú y yo bailamos la danzade los porqués.

Mil vueltasde tuerca,desvelo a contraluz,deseosal vuelo,sonrisa a cara o cruz.

Lanzo al cielo una moneda en la oscuridadcomo quien busca y no haya respuestasal masticarlos suspiros que son roncosde tanto cargarel aguijón que pertrecha la tumbadel alacrán.

Mil vueltasde tuerca,desvelo a contraluz,deseosal vuelo,sonrisa a cara o cruz.

De mi rabia mi alimento,en mi pecho crecen larvas,la piel se torna pellejo,las palabras cucarachas.

Tras nueve semanas y mediaa pleno pulmónretorno al ombligovencido y cansaode dar volteretas,de andar despeinao.

Mil vueltasde tuerca,desvelo a contraluz,deseosal vuelo,sonrisa a cara o cruz.

A Pleno Pulmón

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Parece mentira que le demos tanta importancia al tiempo cuando en realidad no vale nada. Absolutamente nada. Puede que nos convenzamos a nosotros mismos de la necesidad de que el tiem-po transcurra lento para poder estirar más nuestras vidas, que no se agoten antes de lo que nosotros mismos deseamos; pero lo que en realidad anhelamos es manejar su velocidad a nuestro antojo como si de un video se tratase, darle al botón de acelerar o de ralentizar según nos interese. Sin embargo, si lo pensamos con detenimiento, estaríamos continuamente pasando hacia adelante y, en contadas ocasiones, pararíamos la imagen y examinaríamos la secuencia foto-grama a fotograma para poder alargar el instante al máximo. Yo así lo veo. Borraría todo lo que no me interesa y me quedaría solo con lo realmente bueno. Diez minutos. Un cortometraje de mi vida. Pero un cortometraje de los buenos, de los que se te quedan grabados a fuego, como aquél del metro de Madrid y la pareja de desconocidos que pierden su oportunidad por gilipollas. Puede que ese mínimo instante de cinco segundos en el que se descubren, sea el único que merezca la pena en las vidas de ambos. Eso estaría bien. Únicamen-te lo que merece la pena. Y que le den por el culo a todo lo demás.

Aquella noche tampoco podía dormir. Estaba cansado, pero no podía dormir. Si no hubiese sido tan tarde me habría levantado, si mi prima hubiese estado despierta, o si me hubiese quedado algo de costo, o si no tuviese siempre tanta pereza, lo habría hecho, de verdad, me habría levantado. Pero no lo hice. No importa, de todas

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formas ya me había acostumbrado a eso de pegarme un buen rato mirando al techo; por las mañanas no me levantaban ni a tiros, pero cuando todos dormían nada de nada, no había manera. No tenía pesadillas ni mierdas de esas, simplemente por la noche estaba más despierto, quizá porque las cosas que había a mi alrededor no solían interesarme, quizá porque me aburría ver que todos los días eran iguales, o quizá simplemente era que me gustaba demasiado salir de bares y hubiese deseado que siempre fuese viernes o sábado por la noche. Qué más da.

El curso había finalizado. Misteriosamente había aprobado todas las asignaturas, no había dado un palo al agua en todo el cur-so, pero había conseguido sacarlo adelante. En realidad me daba absolutamente igual el curso, y a la selectividad había ido porque mi Tía y mi Prima se habían puesto todavía más pesadas que de costumbre. Ahora solo quedaba esperar la nota de la dichosa se-lectividad y, a tumbarme a la bartola todo el tiempo del mundo. Si suspendía no pensaba presentarme en septiembre y, si aprobaba, no pensaba empezar ninguna carrera. Después del verano buscaría trabajo en algún bar o supermercado o en lo que fuese. Ya se vería.

Supongo que mi madre estaría orgullosa de mí y todas esas cosas, pero lo cierto es que yo simplemente hacía lo que me daba la gana. Dejaba pasar el tiempo. Eso es, dejaba que los minutos transcurriesen hasta que llegase mi momento. No sabría explicar qué es lo que entendía por mi momento, supongo que sería el mismo instante en el que mis sueños se hacen realidad y soy el centro del universo, y no hay nada más que felicidad en cada poro de mi ser ya que todas las inquietudes han sido destruidas. Supongo. Ni puta idea. Pero a mí los días me la sudaban, solo deseaba que pasase la semana para que llegase el viernes, y el sábado, y el domingo; y de casa a El Agujero, y de El Agujero a la caseta del tío del Perca, y de allí a El Agujero de nuevo. Tampoco había mucho donde elegir en este jodido pueblo y prisa por volver a casa nunca había.

En realidad no creo que estuviese orgullosa. Entraba y salía de casa sin importarme lo que dijese o pensase mi Tía. Bebía y fu-maba hasta no poder más, cada vez que salía regresaba a casa con un ciego del quince y al día siguiente no salía de mi cuarto salvo para volver a marcharme de nuevo. Nunca estudiaba, me levantaba

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un par de horas antes de los exámenes y con eso me apañaba, y si no me apañaba pues me daba igual. Y, además, había viajado a Ca-labrez el verano pasado, había conocido a mi padre, sabía todo lo que ella nunca me contó de mi abuelo y de Caudé y, desde entonces, me había carteado cuatro o cinco veces con mi padre. Era lo mismo que hacía ella, pero seguro que no le hacía ni puta gracia todo lo que había hecho sin su consentimiento. De no ser así, nunca me lo habría ocultado. Orgullosa no estaría, eso fijo.

Este curso se me había pasado volando. Con eso de dejar ro-dar los días sin darles ninguna importancia, era como si solo hubiese vivido los fines de semana y el resto del tiempo hubiese permane-cido durmiendo. O pensando en Selene. La segunda vez que me escribió mi padre encontré dentro del sobre otro sobre más peque-ño con una carta de Selene. No me decía nada del otro mundo, pero cuando la leí sentí una extraña presión en la boca del estómago que me provocaba una excitante sensación de nerviosismo. La leí muchas veces y tardé en responderle unas tres semanas. Le envié siete folios y medio en los que le ponía todo lo que pensaba, así, en general. Lo que pensaba de la vida. Lo que pensaba de la muerte. Lo que pensaba de mi padre. Lo que pensaba de las historias de la Guerra Civil. Lo que pensaba de la familia. Y, por supuesto, lo que pensaba de aquel intenso fin de semana en el que la conocí, la besé, la desnudé y ya nunca pude quitármela de la cabeza. Desde aque-llas dos primeras cartas nos escribíamos con frecuencia. Al menos dos o tres veces al mes. A mi Tía le preocupaba todo aquello, no me decía nada, pero yo sabía que le preocupaba; supongo que pensaría que me marcharía a Calabrez con mi padre para poder estar con Selene. Ella no quería que me marchase, era como si hubiese here-dado el carácter protector de mi madre y se aferrase con fuerza al expreso deseo que ella tenía de mantenerme alejado de él. Mierda puta. Cómo me reventaba que fuese así. Yo quería hacer lo que me diese la gana, como siempre. Mi Prima se divertía con todo esto, se reía de mí y me imitaba con voz aflautada hablando del amor en la distancia. Qué cabrona, yo nunca hubiera usado la palabra amor, eso no iba conmigo; pero me daba igual que me torease, así yo tenía una buena excusa para agarrarla por la cintura, tirarla en el sofá y meterle mano sin mucho disimulo al mismo tiempo que le hacía cos-quillas para contrarrestar y que no me soltase una hostia.

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Esa misma noche Selene me había llamado por teléfono. No solía llamarme porque le daba vergüenza tener que hablar con mi Tía o mi Prima, siempre llegaba una de las dos primero, por muy rápido que uno fuese, siempre llegaban primero. Yo nunca la llama-ba, a ella le decía que no me gustaba hablar por teléfono, pero en realidad eran los mismos miedos los que me lo impedían. Miedos a los suyos, a lo que pensarían los suyos de mí. Como me jodía sen-tir aquello. No solía llamarme, pero aquella noche lo hizo, al día siguiente tenía la Selectividad, en Asturias la hacían un par de días después. Estaba nerviosa, a ella sí que le importaba la Selectividad y la carrera que hiciese después y todas esas cosas. Estaba preocu-pada y me llamaba, quería hablar conmigo, me dijo que eso la tran-quilizaba. Nunca lo habíamos hablado, pero supongo que éramos novios o algo por el estilo. Yo la quería, eso lo tenía claro, y ella también a mí. Me daba igual lo que fuéramos.

Lo mejor del verano es que no era necesario esperar al vier-nes, todos salían a dar una vuelta y si no salían todos no importaba, a mí no me hacía falta mucha compañía. Lo de las obligaciones es un coñazo, quisiera ser rico para no tener obligaciones, no tener que estudiar, no tener que trabajar, no tener que preocuparme por nada. Aunque la verdad es que yo no solía preocuparme por nada, por nada de lo que suele preocuparse la gente normal, a mí me preocu-paban otras cosas. No recibir cartas de Selene. No volver a ver-la. No tener ganas de levantarme de la cama nunca más. A veces ocurre, te despiertas por la mañana y descubres que no necesitas levantarte, que no hay ningún motivo para levantarte, que no de-seas hacer absolutamente nada, que deseas ser una planta o, mejor todavía, una piedra incapaz de sentir, incapaz de sufrir. Sí. Yo es-tuve así un tiempo, bastante tiempo. Unos días después de regresar de Calabrez. Fue como de repente, al principio no, al principio les contaba todo a mi Tía y a mi Prima, todo lo que me había pasado; bueno, en realidad se lo contaba a mi Prima, a mi Tía solo lo de mi padre y poco más, pero a mi Prima se lo conté todo, absolutamente todo, y fue como vivirlo de nuevo. Pero luego se fue a la mierda, como si aquello ya no tuviese importancia, como si yo ya no tuviese importancia. Ya no tenía nada que buscar, ya no tenía que bajar

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al trastero, ya no tenía que viajar a Calabrez, ya no tenía que des-cubrir quién era mi padre, ya no tenía que averiguar qué sucedió en Caudé. Ya lo sabía todo. Me sentí tan vacío que las fuerzas me abandonaron. Y fue en ese mismo instante en el que comprendí que no iba a volver a ver a mi madre, fue entonces cuando me di cuenta de que jamás podría volver a hablar con ella. Había muerto. Hasta ese momento no lo había asimilado del todo. Ya no existía. La psi-cóloga del instituto me dijo que era normal que me sucediese esto, que había ocupado mis pensamientos con otras cosas, que no había querido aceptar su muerte y me había buscado mil historias con las que mantener mi cabeza ocupada. Hostia puta. ¿Cómo cojones se mete en mi cerebro la cabrona esa? No me gustan los psicólogos y sus jodidas preguntas, aunque la de este año me pilló el punto a la media vuelta, no sé qué cojones hace, pero siempre sabe lo que pienso; eso me revienta, me revienta tanto que después digo que no pienso hablar con ella nunca más, aunque luego siempre vuelvo. Yo creo que es porque está buena. La cabrona está más buena que el copón, y encima viene con faldas cortas, y camisetas ajustadas, y sujetadores de esos que ponen las tetas en bandeja para que los ojos puedan tener siempre un aperitivo a su alcance. Siempre consigue convencerme para que largue todo lo que me pide y yo, como un imbécil, a decirle cómo me siento. Seré mierda. Un día marqué el te-léfono del trabajo de mi madre, siempre le llamaba al curro cuando me había ido bien un examen o alguna cosa de esas que a ella le gus-taban. La llamé y cuando sonó otra voz, colgué sin decir nada. No lloré ni le dije nada a nadie, tan solo me encerré en mi cuarto y sentí un vacío tan profundo, que quise dejar de sentir. No tenía ninguna opción, a veces discutes con alguien al que quieres mucho y siempre tienes la posibilidad de pedir perdón, o de volver a hablarle como si nada, o de llamarle e invitarle a tomar algo. Esta vez no. No podría hablar con mi madre nunca más. Aunque lo quisiese hacer por mis santos cojones y fuese más cabezón que en toda mi vida. No había nada que hacer. Ya no estaba. Ya no volvería a estar. Y yo sí. Yo estaba solo y no tenía a quien contarle mis cosas. Me importaba una puta mierda mi Tía, mi Prima, mi cuadrilla, la psicóloga o la santa polla en vinagre. Si no estaba ella no tenía a quien contarle nada. Y me encerré en mi cuarto a ver si mi vida pasaba de una jodida vez y ponían otra película mejor.

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Debían ser cerca de las dos. Mi Tía me estaba llamando a voz en grito y eso significaba que no le quedaba mucho tiempo para irse a trabajar. Me desperecé ruidosamente, me levanté y me desnudé. Mi Prima no tardaría en aparecer por mi habitación a despertarme y me apetecía que me pillase en bolas y con la polla más elegante que el copón. De vez en cuando lo hacía, me tocaba un poco para ponerla a tono sin que llegase a empalmarse del todo hasta que An-drea aparecía por la puerta, fingía que se escandalizaba o sorpren-día y me pedía que me vistiese y fuese a comer. Todo ello sin salir del cuarto y sin dejar de lanzar alguna que otra mirada hacia abajo. No lo hacía siempre, solo de vez en cuando, cuando me apetecía que me calentase un poco para luego poder hacerme una paja mañanera pensando en ella o en lo que cuadrase. Suena su risa por el pasillo, se abre la puerta y ¡¡tachán!!

- Vístete anda, es la hora de comer – no falla. Joder y hoy aparece en bikini, me acabo de empalmar del todo – ya han abierto la piscina y he quedado.

- Valeeeee – con una mano me rasco la cabeza y con la otra cojo unos calzoncillos del cajón, miro hacia abajo a ver qué tal me he levantado esta mañana. De puta madre. Mi prima acaba de salir de la habitación, así que no tengo ni que ir al baño.

Pensé en darme una ducha, pero lo dejé para después de comer, me daba pereza y mi Tía gritaba desesperada en la cocina. Le di al play, no me apetecía escuchar su estridente voz. EN LAS CALLES DE BELFAST O EN LA JUNGLA DE EL SALVADOR, EN LA ÁFRICA PROFUNDA O HASTA EN TU HABITACIÓN. Cuando terminó la canción ya me había vestido y lavado, nunca me peinaba. Y A LA SANGRE SAL, Y A LA MIERDA VUESTRA PAZ, YA NO LLUEVE EN ESTA CIUDAD. Llegué a la cocina, mi Tía ya se había marchado a trabajar, mi prima había esperado para comer conmigo. PERDÓNAME POR NO DEJARTE, POR QUERERTE Y HABERTE QUERIDO, AMOR INVENTO DEL DIABLO, QUERER BURLA DEL DESTINO.

- Apaga ese maldito ruido de una vez – mi Prima no tenía ni puta idea de música, yo intentaba enseñarle, pero no había manera – en cuanto enchufas la minicadena esta casa es una locura.

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- Venga, anda, no te mosquees – a veces me ponía un poco pelota con ella, pero solo a veces.

- Hoy salen tus notas de la selectividad, si quieres te llevo en coche al instituto antes de irme a la piscina – joder, ya no me acordaba; no me importaba demasiado, pero seguro que Selene me preguntaba cuando me llamase o me escribiese para contarme qué tal le había ido a ella.

- Vale.

Cuando recibí la primera carta de mi padre no sentí nada, de hecho tardé varios días en abrirla y más de dos semanas en contes-tarle. Nada ni nadie me importaban y menos que nada mi padre, que había renunciado a saber de mi existencia y había puesto tie-rra de por medio entre él y nosotros. Por aquel entonces me había enganchado a Julio Llamazares, primero me leí Luna de lobos, me lo había nombrado mi padre y me lo pillé en la biblioteca por cu-riosidad. Estaba de puta madre, iba de los maquis y tal, de cómo se escapaban de los guardiaciviles y cómo las pasaban putas por el monte. Cuando llegó la primera carta de mi padre llevaba a mitad La lluvia amarilla, era otro libro del Julio Llamazares este. Cómo escribía el hijoputa. Yo no es que fuese un entendido, más bien todo lo contrario, pero este tío molaba, molaba un huevo. Parecía que te lo estaba contando al oído y que si te despistabas te pellizcaba entre el pecho y las entrañas. Este segundo no tenía nada que ver con el de los maquis, pero casi me gustó más. Hablaba de un tío que era el único habitante de una aldea del Pirineo, que había ido viendo cómo se morían todos a su alrededor. Bueno, básicamente hablaba de la soledad. Yo me sentía así, como el pavo de la novela de Llamazares, así que lo que me escribiese mi padre me la traía floja. Cuando leí su carta me quedé igual que estaba, me decía que le había hecho feliz que fuese en su busca, que había hecho el mismo viaje que hizo él años atrás y nosécuantas mierdas más de esas. Sin embargo, hubo una frase, justo al final de la carta, que me quemó por dentro: “Selene te manda un beso”. Hijo de la gran puta. Yo aquí a tomar por el culo y él al lado de ella escribiéndome una carta con la que pretendía limpiar su jodida conciencia. La rompí y le mandé una breve nota en la que, básicamente, le decía que no hacía falta que

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me volviese a escribir ni que me contase su vida. A estas alturas no necesitaba un padre, y menos uno a distancia.

Llegamos al instituto a eso de las cinco. Ya habían pasado to-dos por ahí, así que no tuvimos que buscar sitio para aparcar ni esperar a que se quitase de en medio nadie para poder ver la lista con las notas. Definitivamente era mucho mejor no preocuparse por esas cosas, las notas no iban a cambiar por llegar antes a mirarlas. Y mucho menos tu futuro. Nos bajamos del coche y andamos hacia el instituto sin dirigirnos la palabra. Yo estaba empanado porque me había quedado sopa en el sofá y mi prima estaba mosqueada porque llegaba tarde a la piscina.

- Un cincoconcinco, has aprobado – todavía no me había dado tiempo a encontrar la puta lista entre tanto folio pegado con celo y mi prima ya sabía la nota que me habían puesto.

- Guay. Te invito a un café en el bar de la piscina – no necesi-taba saber nada más, bueno, en realidad ni siquiera necesitaba saber lo del cincoconcinco, el café me lo iba a tomar igual.

Lo guapo del bar de la piscina es que tenía un enorme ventanal lateral que daba a la zona de hamacas y podías ver a todas las tías del pueblo en bikini sin tener que entrar a hacer el gilipollas, ni un-tarte todo el cuerpo con crema, ni tirarte ruidosamente al agua para que todas te mirasen. Yo era más de mirar que de que me mirasen. Me pedí un caféconbeilis y mi prima un Pirulo de fresa. Empezó a hablarme de nosequé movida que le había pasado a una amiga suya que había probado nosequé mierda y que la habían llevado toda cie-ga a casa. Yo no la escuchaba. Había descubierto un grupete de tías que no estaba nada mal, tendrían unos dieciséis años y ya había tres o cuatro a las que no me importaría espiar tranquilamente mientras se ponen sus diminutos bikinis triangulares. ¿Cómo tendrían los pe-zones? Siempre me hago esa pregunta cuando me llama la atención una tía y creo que casi siempre acierto, es la experiencia de tantas revistas manoseadas. Aunque con Selene no me dio tiempo a ima-ginármelos, todo fue muy deprisa… y me tocó la lotería, vaya pe-zones, completamente perfectos, de aureola bien gorda e hinchada, como una fruta madura, una fruta rosa y jugosa… Dejé de pensar

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en esas cosas y giré la cabeza hacia mi prima. Continuaba hablando sin parar, esta vez de un tío que le gustaba pero que no le hacía caso. Mierda. Ahora mi prima arrastrando la lengua por la parte superior del Pirulo para luego metérselo hasta el fondo de la boca. ¿Quién cojones inventaría este helado? Una mente más sucia que la madre que lo parió. Un genio, un auténtico genio. Me gustaría conocer al pavo que lo inventó, o igual fue una pava, eso sí que estaría de puta madre… que el Pirulo lo hubiese inventado una pava…

- ¿Me estás escuchando?, estás siempre en las nubes – creo que mi prima había escuchado mis pensamientos, yo no podía apar-tar la mirada del Pirulo entrando y saliendo de su boca.

- Sí, sí, joder Andrea, cómo te va a hacer caso – a punto estu-ve de terminar la frase: “con lo pesada que eres” – a los tíos nos dan miedo las chicas que son mejores que nosotros.

- Eres un cielo – cómo odiaba que me dijese eso, si supiese cuánto lo odiaba…

- Y además estás más buena que el copón. Bueno, me voy, pagas tú, ¿vale? No sé si iré a cenar, se lo dices a la Tía.

Hacía un calor de la hostia y tenía una buena caminata hasta la caseta del tío del Perca, así que lo mejor sería fumarme un canuto en el parque antes de arrancar. No me quedaban porros, ya no me acordaba. Joder. Pues a conformarse con un Lucky, le arranqué la boquilla para engañarme a mí mismo, aunque se me daba peor que engañar a los demás. Definitivamente tenía que ir a la caseta del tío del Perca, por un momento pensé en irme de nuevo a casa, hacía demasiado calor, pero en la caseta siempre había alguien con porros y necesitaba subir un rato a las nubes, a poder ser acompa-ñado, que me apetecía que cayesen unas risas de las buenas. Así que me armé de valor, dejé que el sol cayese a plomo sobre mi, cada vez más peluda y despeinada cabeza, enchufé el walkman y comen-cé a andar. ARRASTRANDO MI CUERPO POR LA CALLE, COMO UNA CADENA DE PRESIDIARIO, SU SOMBRA EN EL SUELO SIEMPRE CERCA DE ÉL, UNA COLILLA EN LA MANO, CENIZA EN EL JERSEY.

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Recuerdo perfectamente cuando llevaron al hospital a mi ma-dre. Era sábado. Yo estaba en casa. Ella trabajando. Sonó el teléfo-no, era mi Tía. Mi madre iba en ambulancia hacia el hospital. Me dijo que no me preocupara, que no era nada, algo del estómago sin importancia. Me mentía, fijo que me mentía, si no era importante ¿para qué cojones me llamaba? Algo iba mal, sabía que algo iba mal; no podía explicarlo, pero algo iba mal. Sin embargo, mi Tía me había dicho que no debía preocuparme. Y no me preocupé.

Me fui a jugar al fútbol, había quedado para echar un partido en el parque y me pegué toda la tarde dándole al balón. Hasta las once de la noche no aparecí por el hospital. Me llevó un vecino que pasó para ver si estaba bien. Claro que estaba bien, casi me había pasado el Sonic y mañana no había que madrugar, ¿por qué no iba a estar bien?

Al llegar al hospital esa mala señal de la tarde se multiplicó por millones. Mi madre estaba en una camilla en uno de los pasillos del sótano, amontonada entre muchos otros pacientes de urgencias. No sé por qué cojones llaman así a esa zona del hospital, deberían lla-marla paciencias, sería más adecuado. Cuando llegué estaba ador-milada, pero en seguida abrió los ojos y sonrío, me preguntó si había cenado y me cogió la mano con suavidad. Fue la última vez que escuché su voz.

La caseta del tío del Perca estaba en mitad de ninguna parte, para llegar había que pillar el camino de la Mejana Baja y andar hasta casadios. Por eso cuando se iba era para estar todo el tiem-po que hiciese falta, sin prisas. Como para tener prisas con lo lejos que estaba. Llegué y el Kiko había empezado a liarse un canuto de maría. El don de la oportunidad, sí señor, olé mis huevos. El Perca y el Movidas estaban viendo la tele, se estaban partiendo el culo de risa, supongo que ya se habían fumado un par de canelos, lo mismo habían comido allí y todo, el Movidas llevaba varios días sin ir por casa y el Perca le hacía compañía. Ese sitio era como nuestra segun-da casa.

- Siéntate aquí Alex, tienes que ver esto, este programa es la hostia – el Perca se flipaba en seguida con las cosas, no tardaría en

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decirme que era lo mejor que había visto en su vida – es lo mejor que he visto en mi vida.

- Anda, hacedme un hueco, colgaos, y dadme algo que fumar que estoy de celebración.

- Espera cansao que se lo está currando Kiko – el Movidas ni me miró, ni abrió la boca, para mí que se había quedado dormido hacía rato – ya verás, ahora van a empezar con una coña del Boyer o de nosequién, estos tíos son la hostia.

- Y la rubia está buena de verdad – pues no, el Movidas no estaba dormido, estaría pensando en movidas de las suyas; o sea, en tías, o en juergas, o en ralladas mentales. Vamos, como todos – tiene un morbazo que hipnotiza, yo me estoy quedando lelo de mirarle las tetas.

- Tú te estás quedando lelo de tanto fumar porros. Toma Alex, que te tenemos a dos velas.

- Así da gusto Kiko, tú te lo curras y yo le doy vida – primera calada a pleno pulmón. Era una maría cojonuda, de las que te sube en globo para descojonarte del mundo entero – pues sí que está bue-na, y ¿cómo dices que se llama?

- La tía, ni puta idea, el programa “El Informal” – el Perca nos hablaba sin apartar la vista de la tele, se había hecho devoto del programa y este era de los que se agarraban a una idea hasta el final, como pillasen a muchos más como el Perca el programa triunfaba seguro.

- Inma del Moral, ¿no veis que lo pone debajo? – al Movidas en cambio solo le interesaba la tía – Sois unos pringaos.

Antes de terminar el programa aparecieron por ahí la Vero y la Inés, que siempre iban juntas y siempre estaban con ganas de calentar al personal. El Perca se quedó en el sofá viendo la tele y los demás cogimos unas Ambar y nos salimos a la calle a seguir fu-mando. El Perca les dijo a éstas que no les dejaba estar en su caseta si no se quitaban el sujetador, que allí las tías tenían que ir como la Valle de Compañeros. La Inés se lo quitó sin ningún problema y se lo colocó en la cabeza al Perca, que se puso como una moto trucada. La Vero no se quitó el sujetador, pero se sentó encima del Kiko, le

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quitó el porro y empezó a darle profundas caladas expulsando luego el humo a pocos centímetros de su boca. Estas dos siempre igual, siempre calentándonos a todos, pero luego nada de nada, a la hora de la verdad preferían a cualquiera que no fuese de la cuadrilla. La madre que las parió.

Un rato después el Perca se salió con nosotros, se había estado partiendo la caja él solo y empezó a contarnos que uno de los pre-sentadores se había vestido de sevillana para nosequé. El Kiko entró y enchufó la minicadena. GAS, ES COMO UN GAS, A PUNTO DE EXPLOTAR, NO TE EXTRAÑE QUE SALTE LA CHIS-PA. Hablamos de cuando al Movidas y al Claquetas casi les dan de hostias un montón de peña en Zaragoza, y de cuando hicimos la güija, y de aquella vez que nos colamos en el corral del cuartel de los guardiaciviles y casi se nos comen los perros. Hablamos de un montón de cosas. Y cayeron dos o tres porros, o más, no sé; el caso es que entre risas e historias el rato se nos pasó echando hostias. Estaba oscureciendo y no quedaban cervezas en la nevera. Lo mejor sería acercarnos a El Agujero; era un poco pronto, pero seguro que no tardaba en llenarse.

Lo que más jodía era que no perteneciese a mi mundo, que no conociese a mi gente, que no estuviese conmigo para las cosas más insignificantes. Y la certeza de saber que nunca estaría aquí en los días en los que no pasa nada, en las noches iguales, en cada uno de los momentos en los que descarrilo, en todos los rincones del tiem-po en los que siento el miedo, la soledad y la apatía abriéndome los párpados para impedirme dormir. Ella nunca está porque está de-masiado lejos. Mecagüen mi puta vida, en la distancia, en el deseo y en todo aquello que nos ata a cualquier lugar. Desearía pedirle que viniese hasta mí, que abandonase todo, que saliese de su casa para siempre. Pero no lo hago. Yo podría ser su techo, su luz y su piel. Podría serlo todo… si ella quisiera.

A veces, cuando le escribo, pienso en ponerle cuánto la necesi-to, en explicarle que mi felicidad pende de un hilo y solo ella puede moverlo. Pero tengo miedo. Sé que no lo entendería, sé que no se atrevería a venir hasta aquí a devorar noches a mi lado. Yo en su lugar tampoco me atrevería. Yo no sabría hacerlo.

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Me jode, me jode una barbaridad pensar en todas estas mari-conadas. Esto no va conmigo, yo no pienso en mierdas de estas, yo nunca he sentido la necesidad de nadie, yo nunca he creído en eso de las mariposas en el estómago, en la intranquilidad constante, en el saber que algo no va bien si ella no está cerca. Además, no puede ser. No puedo estar pensando toda esta basura por unos putos días. Solo fue un puto fin de semana. Lo único que me pasa es que está muy buena, la culpa es de su culo, y de sus tetas, y de sus pezones, y de su forma de moverse, y de sus ojos… ¿Pero qué coño digo? ¿De sus ojos? ¿Quién cojones mezcla pezones con ojos? Un puto mierda, eso es lo que soy. Mecagüen mi estampa, estoy más gilipo-llas que el copón. Igual me he convencido a mí mismo de que siento todas estas cosas porque necesito tener la cabeza ocupada con al-guien, un poco como a las tías cuando dicen que les entra el instinto maternal y esas cosas. Eso es, me lo he metido yo solico en la cabeza y me lo voy a sacar a base de desvelos. Eso es, todas las noches son buenas para sacarles el jugo, para fumármelas a caraperro sin mirar a nada ni a nadie. Eso es, ya verás qué pronto me curo, todo es una puta mentira que me he inventado para no pensar en mi madre y en la mierda puta, y en que un día todos la palmamos y a tomar por el culo todo.

Sin embargo, siempre estoy esperando su carta, siempre me pongo nervioso cuando la tengo en la mano y no la puedo abrir todavía porque necesito estar solo; siempre que la leo siento la ur-gencia de salir corriendo hacia Asturias, parar cien horas después para poder hablar un rato con ella y volverme con el rabo entre las piernas a esta puta enredadera que tengo en la cabeza y que no me deja descansar.

SACRIFICAN TUS ERRORES, DIGNIFICAN TU DES-TINO, ¿QUIÉN ESTÁ IMPLICADO EN ESTE FRAUDE COLECTIVO? En El Agujero siempre ponían la música que nos gustaba. Y la cerveza era barata. Y si te tapabas un poco, podías echarte un canelo sin que nadie te dijese nada. Un lujazo, vamos. SOLO FUI A MEAR Y CASI ACABO EN LA COMISARÍA, SOLO FUI A MEAR Y ME METÍ EN UN COCHE POLICÍA. No podía ver casi nada, nunca había mucha luz y el humo acababa

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concentrándose al final del bar, al lado de los baños, justo donde siempre nos poníamos nosotros. Además, iba con una fumada del quince, así que cuando empezaron a llover hostias yo debía encon-trarme subido en la parra, o en alguna luna lejana, o en los mundos de Yupi. Fijo. TODO POR EL SUELO, LO ÚLTIMO QUE SÉ, EL TECHO NO SE PARA DE MOVER. La primera me cogió desprevenido, alguien me dio con la mano abierta entre la oreja y la nuca. No fue un gran golpe, pero sí lo suficientemente fuerte como para tirarme al suelo. Desde allí abajo pude sentir un agudo piti-do que me ensordecía y ver los pies embarullados de unos y otros. Mientras me intentaba levantar me cayó la segunda hostia, esta vez en forma de patada entre las costillas y el estómago. Aquí ya se me hincharon los huevos, me habían cabreado y, en lo que tardé en recuperar la respiración, pensé diferentes formas de tortura lenta y dolorosa y unas cuantas ejecuciones rápidas y efectivas. TU CHU-PA DE CUERO CLAVETEADA DE NAVAJAZOS ESTÁ RAS-GADA, TU VIDA ES UN HUECO EN EL TIEMPO Y VIVES COMO VIVE UN MUERTO. Junté toda mi rabia y mi mala hos-tia, me lancé como un camicace al cuello del primero que se cruzó en mi camino y comencé a lanzar golpes a un lado y a otro desean-do destrozar a mi paso todo cuanto encontrase. Que no volviese a crecer la hierba por el camino que yo recorriese. En lugar de eso terminé en el suelo, una vez más, con una brecha pequeña pero do-lorosa y un botellín a mi lado que parecía querer decirme que él solo pasaba por allí y yo me había cruzado en su camino. Cuando recu-peré el conocimiento todo había terminado. Los míos me ayudaban a levantarme y los otros se habían marchado a otro bar. No sé quién resultó derrotado, tampoco me importaba, la rabia seguía anidando en la boca de mi estómago. Sospeché que no sería por la pelea de los cojones, aquella rabia llevaba tiempo en el mismo lugar, el lugar des-de donde nacen todos nuestros actos. Y ES QUE PASO DE TÓ QUIERO VIVIR MI VIDA EN PAZ, PASA DE MÍ, SOY UN INSECTO DE CIUDAD. Salí a la calle. Me apetecía fumarme un cigarro sentado en el banco de la puerta. Necesitaba estar solo. El Movidas salió detrás de mí y, cuando me senté en el banco, se puso a mi lado. Me tocaba los cojones que se hubiese venido a acompa-ñarme, pero no le dije nada.

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- Lo siento tío, ha sido culpa mía, es que la semana pasada eran fiestas en el pueblo de esos subnormales y la líe, la líe Alex, ya ves, ya me conoces – siempre igual, es que el cabezón del Movidas no aprendía ni a hostias.

- Déjame en paz, no me rayes – era lo último que me apetecía, un colgao sobándome la oreja con cualquier mierda.

- Es que me querían tangar, ¿sabes?, a mí, tronco, me querían tangar a mí que sé más que todos ellos juntos.

- Vete a tomar por el culo Movidas – ya no podía más – tira para adentro. O te vas tú o me voy yo.

- Vale, vale – me miró como quien no comprende absoluta-mente nada – das por el culo, eres un puto rayao. Que te follen.

El Movidas no era un mal tío. Todos eran buena gente. Pero en ese momento hubiese querido que desapareciesen, que el bar se quedase vacío, que solo estuviese yo y pudiese tomarme una caña fumándome tranquilamente un Lucky y escuchando la música que me apeteciese en ese preciso momento. MI CORAZÓN, COMO UNA LATA DE CERVEZA QUE TE LA BEBES Y AL FINAL LE DAS PATADAS SIN PENSAR QUE ME DESQUICIAS LA CABEZA. Esa estaba bien. No podía hacer que todos desaparecie-sen, así que me metí para adentro, fui hasta el fondo, me senté con los demás y alguien me pasó una jarra de kalimotxo. A esas alturas de la noche ya íbamos todos bastante pedo, aunque algunos lo lle-vaban peor; el Iker y el Calvo habían llegado tarde, pero se habían puesto a beber como cosacos, además, pretendían que todos siguié-semos su ritmo desenfrenado. VAMOS MUY BIEN, BORRA-CHOS COMO CUBAS Y QUÉ, AÚN NOS MANTENEMOS EN PIE Y NO PARAREMOS HASTA NO PODER VER. Algu-no de estos sacó una ronda de chupitos para todos. Gladis los colocó con sumo cuidado uno junto a otro, qué buena estaba la cabrona de ella, nos tenía a todos locos, yo creo que por eso no salíamos nunca de su bar; bueno, por eso y por más cosas, en El Agujero se estaba a gusto. Cogió la botella y comenzó a verter el néctar etílico en cues-tión, yo no podía apartar la vista de un escote que siempre dejaba mucho a la vista, pero que nunca nos permitía ver aquello que todos anhelábamos. Mala suerte, era como lo del “sigue buscando”, habría

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que esperar a otra ocasión. Las manos a los vasos de chupito, todos a la vez como si de un ritual perfectamente ensayado se tratase y para dentro, de un solo trago, abriendo bien la garganta y sin pen-sárselo dos veces. Mierda. Eran de whisky. ¿Quién cojones había sido el desgraciado que había pedido los chupitos de whisky? No puedo con el whisky. Tuve que entrar corriendo al baño y echar la pota. La bilis cubriéndome la boca, los ojos llorosos, la garganta do-lorida y allí mismo, de cuclillas y con la cabeza metida en la taza del váter, supe que no había respuestas para las preguntas que ronda-ban mi cabeza, supe que mi camino no llevaba a ningún sitio, supe que yo mismo estaba encerrándome en un callejón sin salida. Y con la última arcada todavía resonando en mi interior, me incorporé y salí del baño. LOS HUMILLADOS, LOS DESHEREDADOS, VIVEN MEJOR DESPUÉS DE MUERTOS, POR ESO LA SOMBRA DEL CUERVO LLAMA A SU PUERTA CON UN SOLO DEDO. Necesitaba seguir bebiendo.

No servía de nada darle tantas vueltas a las cosas, pero no podía evitarlo, siempre igual, siempre a pensar demasiado, siempre a querer comprenderlo todo cuando casi nada tiene explicación. Me merecía todos esos putos dolores de cabeza que tanto me atormen-taban. Me los merecía por gilipollas. En realidad, aunque me jodiese admitirlo, lo que me pasaba era que pensaba que el Mundo giraba a mi alrededor, que yo era el ombligo del Universo y que todo lo que me sucediese a mí era lo más importante que sucedía en ese instante en el Planeta Tierra.

Por no hablar de lo que me rayaba saber que estaba haciendo algo mal y, al mismo tiempo, sentir la necesidad de seguir haciéndo-lo aunque solo fuese para llevar la contraria a esa puta voz de la con-ciencia que solo escuchamos cuando ya no hay nada que hacer. Que le den por el culo. Como no tenía a nadie más a quien desobedecer, me desobedecía a mí mismo. Que llevo más de dos meses de juerga en juerga, pues que le jodan a quien piense que algo va mal. Y si me tienen que joder a mí o a mi voz de la conciencia, pues a poner el culo en pompa. Me cagüen la vida puta. De todas formas eso de pensar en plan meapilas no va conmigo, yo mejor sigo para adelante

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que ya encontraré a alguien que me acompañe. Y si no, pues solo, que tampoco se camina mal en compañía de uno mismo.

- Ponme un tubo, anda – tuve que repetirlo un par de veces, puede que ya no vocalizase demasiado bien. Estos se partían el culo, aunque no sé de qué.

NO TENGO MIEDO AL PASO DEL TIEMPO MIEN-TRAS SEPA QUE VIVIRLO ES LO QUE CUENTA. La Inés se acercó más zalamera que de costumbre y me empezó a enredar con su goma del pelo; quería cogerme una coleta, pero a mí no me hacía ni puta gracia; ni llevaba el pelo tan largo como para eso, ni me gus-taba que me lo sobasen. Me senté en una de las banquetas que había más al fondo, pero se me olvidó coger el tubo de cerveza. SER EL REY DEL HORMIGUERO NO ES MOTIVO DE ENVIDIAR COMO SI FUERA EL GUARDA DEL REDIL, VEN PA´ACÁ QUE PARECE QUE TE HAS VUELTO A CONFUNDIR. Me acercó el tubo y se sentó encima de mí. Mentiría si dijese que la Inés no me ponía cachondo, era una calientapollas de las buenas, de las que te deja con la miel en los labios pero casi rozando el néctar. Aunque esta vez venía con otras intenciones. SALIR A FOLLAR PAGANDO CON CUALQUIERA QUE NO SEA TU MUJER, IR A LA PEÑA CUBATEAR Y EL FÚTBOL COMO FUENTE DE LUCIDEZ. Todos se volvieron locos y empezaron a saltar y a empujarse cantando a voz en grito. Yo iba a hacer lo mismo, pero en lugar de eso me encontré con la lengua de la Inés metida en mi boca y todo su cuerpo pegado a mí. Me sorprendió, pero me dejé hacer, nadie puede hacer un feo ante algo así. Alguno de estos se perca-tó de la jugada y todos empezaron a saltar alrededor nuestro. Yo no hacía nada, seguía con la Inés recorriendo mi boca y permanecí quieto, completamente estático. Alguien cogió mi mano y la puso en su culo. No estaba mal, nada mal. Recordé que seguía sin sujetador, o se lo había dejado en la caseta, o había pasado de ponérselo. Dejé de besarla para mirarle las tetas y comprobar que sus pezones pun-tiagudos me señalaban sin disimulo. Fue en ese instante cuando me di cuenta de que sus besos sabían mal. Su boca sabía a cenicero. Me daba vergüenza estar pensando aquello justo en ese momento, ni antes ni después, sino cuando su lengua se encontraba recorriendo

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con ansiedad cada milímetro de mi boca. Me daba vergüenza pen-sarlo, pero era la jodida verdad. Por un instante mi lengua cobró vida, buscó entrelazarse a la suya intentando frenar en seco a mi cerebro. No había nada que hacer. Mi lengua se dio por vencida, que me besase ella si le daba la gana, pero que terminase pronto, por favor. Yo, cada vez lo tenía más claro. No me gustaba, aún diría más, me daba un poco de asco.

Gilipollas. Gilipollas perdido. Eso es lo que era. Fingí que me mareaba y la aparté un poco. Me levanté. Puede que le dijese que necesitaba ir al baño. Puede que no le dijese nada. Solo sé que volví a potar de nuevo. LA NOCHE SE ESTÁ CAYENDO Y CON ELLA CAE EL TIEMPO, EL DÍA NO SIRVIÓ DE NADA, TARDE DE NUBES SIN AGUA. Volvió a acercarse, pero me puse a hablar con el Kiko. No sabía qué hacer, ni qué decir, ni nada de nada. Hice como si no hubiese pasado nada.

Tenía que quitármela de la cabeza. Necesitaba quitármela de la cabeza. Por mi salud y por la de todos los que me rodeaban. Ya no me aguantaba ni a mí mismo. Estaba cansado de estar siempre en-fadado, siempre de mala hostia, siempre mandando a todo el mundo a la mierda. Podría decir que había perdido el apetito, pero no se-ría verdad; comía como una lima, parecía un esqueleto pero comía como una lima. Supongo que sería de la vida que llevaba o que se me había metido una bicha dentro que se zampaba todo lo que en-traba por la boca. Eso estaría bien. Menudo pedo llevaría la bicha, se estaría poniendo bien a gusto a mi costa. No quería seguir más así, no soportaba estar pensando constantemente en una chica que apenas existía. Estaba cansado de dar volteretas de un lado a otro sin nadie que me esperase, cansado y derrotado. Selene no existía. Estaba tan lejos que no existía. Y nunca existiría. Abandonaba con la misma facilidad con la que cada mañana decidía no peinar mis greñas de perro callejero.

Dos o tres cervezas después vi que el Movidas se marchaba del bar con la Inés, llevaba la mano metida en el bolsillo trasero de

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ella, magreándole bien el culo. Me alegro por el Movidas. Es buena gente. Un poco loco, pero buena gente.

Y EN UN MERCEDES BLANCO LLEGÓ A LA FERIA DEL GANAO, DIEZ DUROS DE PAPEL ALBAL Y EL CIE-LO SE HA ILUMINAO. Todo el mundo a dar palmas, olé el arte de los borrachos. Todavía quedaba bastante gente, otras noches a estas horas el bar estaba casi chapao. Hoy había jaleo para rato. VOY A EMBORRACHARME A LA TUMBA DE MI VIEJA, ELLA QUE POR MÍ TANTO SUFRIÓ. Vaya chungazo. Me vino un bajón de la hostia. El Kiko debió vérmelo en la cara porque apa-reció con un litro de cerveza que acababa de sacar. Igual fue casua-lidad.

- Déjalo Kiko, me voy a sobar.

Y allí estaba de nuevo en mi habitación, tumbado en la cama sin poder dormir, dándole vueltas a las mismas historias, con el mis-mo miedo a dormirme y no despertarme, con la misma angustia de saber que al día siguiente tampoco estaría mi madre para contarle que había una chica y que era la que andaba esperando. Otra vez los ojos de par en par abiertos para poder seguir soñando que su sonrisa no estaba tan lejos como pensaba. Mejor así, mucho mejor soñar con los ojos bien abiertos. Si los cerraba aparecían, una vez más, los problemas de los que nunca puedo escapar.

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Estáatenta y preparadaquizáserála puerta que le haga salir,asíserá como el azul al añilya vade nuevo en un tobogán.

La redque extiende cuando quierepodertraerála estela que le hará naufragar,detrásdel pecio llegará el carnaval,con élel cebo que ha de morder.

Desenmaraña miradas,se cuelga el sol de sus legañasy de tanto hacer trampasdesnuda baila de rama en rama;atrinchera cerrojos,sus ojos son bocas de pozoy de hacer vuelos cortossus plumas huelen a despojos.

No, no, no se escapa,la noche se hace sombra con el vuelo de su falda.

Negarno es verbo para hacerlasoñarsin máscon paraísos de cachemirsin fin,ni con destellos de maniquí,ahí va,volando hacia tu voluntad.

Satén,sonrisas de cigarra en la piely sereclipse, luna y antifaz,da iguallos clavos de la soledad,ya ves,se oxidan en un anaquel.

Colecciona migajasatrapa a quien le viene en gana,y con cada palabraderriban sus labios barricadas;alimenta devotos,sus nalgas son sueños de todosy en un calabozosu boca ataca deseos sordos. No, no, no se escapa,la noche se hace sombra con el vuelo de su falda.

Besos de Antifaz

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La historia de Alex y Selene nunca hubiese avanzado de no ser por una chica que hasta ahora no ha sido mencionada. Quizá ella fue la puerta que necesitaba atravesar Selene. Quizá ella fue quien hizo ver a Alex el horizonte que tanto buscaba. Aunque lo más probable es que ninguno de los tres fuese consciente de ello en su momento. Y, sin duda, ni Alex ni Selene piensan en ella cuando miran atrás y observan aquellos comienzos en los que la noche cu-bría los días y parecía querer invitarles a dormir en su regazo. Creen haber sido siempre dueños de su destino, creen haber tenido en todo momento el control de sus vidas, creen ser los únicos protagonis-tas de su historia. Se equivocan. Dominando la noche, haciéndola bailar a su antojo, escondiendo secretos bajo su falda, estaba ella. Aunque nadie lo sabía. Únicamente ella. Su nombre era Eli. Y solía conseguir todo lo que deseaba.

Eli llegó a Ribadesella al comienzo del curso pasado. Llevaba poco menos de dos años, pero todo el mundo parecía buscarla con la mirada, como si no fuese posible comprender nada sin su presencia. Especialmente por la noche. Por la noche brillaba con más fuerza. Ella lo sabía mejor que nadie.

Desde el primer día en que llegó al instituto se sentó junto a Selene. Podría parecer casualidad, pero no lo fue. Eli era una gran observadora y tan solo le bastaban unos minutos para obtener una radiografía fidedigna del nuevo paisaje. Un perfecto mosaico men-

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tal en el que dibujaba con precisión la característica principal de la mayoría de las personas. Simpatía, agresividad, dulzura, estupidez, gracia, engreimiento, inteligencia, timidez. Le resultaba extremada-mente fácil. Había cambiado tantas veces de colegio e instituto que no había tardado en comprobar que los grupos humanos siempre contienen una serie de elementos comunes fácilmente reconocibles, casi siempre, a primera vista. Al menos para quien desea saberlo con tanta fuerza que pone toda su atención en descifrar las pistas que necesita. Miradas, gestos, palabras, movimientos. Cuando lle-gas por primera vez a un lugar posees unos minutos de invisibilidad antes de que alguien repare en tu presencia y todo el mundo te ob-serve sin disimulo. Cuanta mayor sea tu habilidad para la invisibi-lidad, mayor será tu tiempo de análisis y tus posibilidades de error se reducirán progresivamente. Eli tan solo necesitaba eso, unos mi-nutos, y el nuevo campo de juego se abría ante ella con infinidad de posibilidades. Conocía a la perfección el mecanismo y sabía ponerlo en práctica con cautela y sin llamar la atención.

Con este sistema puedes llegar a saber mucho de las prime-ras reacciones de tus nuevos compañeros. Aunque también puedes equivocarte con facilidad. Sin embargo, Eli no tenía problemas para buscar un tipo concreto de persona, alguien con quien intimar sin perder su autonomía y sin dejar de ser el centro de atención en todo momento. Alguien silencioso, observador, tímido. Que se conforma-se con poco. Atractivo, pero sin llegar a saberlo a ciencia cierta. Con inseguridades. Capaz de sorprenderse con facilidad. Desconocedor de casi todo lo relacionado con la noche, la fiesta, los chicos, las drogas, lo prohibido, lo deseado. De natural imaginativo y solitario. Inocente, pero despierto. Y, a poder ser, sin demasiados amigos. Al-guien como Selene.

La mesa de al lado de Selene estaba todavía vacía y Eli ya ha-bía elegido. El comienzo no sería difícil. Sonrió, saludó y preguntó si podía sentarse allí. Le dijo que tenía un pelo muy bonito; que se había venido a vivir a Ribadesella porque habían trasladado a su padre; que no lo llevaba nada bien porque se sentía muy sola; que en casa nadie le hacía caso; que le gustaba cerrar los ojos y pensar que

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se convertía en un pájaro y escapaba a otro lugar, un lugar lejano que nadie podría encontrar jamás. Todo eso se lo dijo poco a poco, durante toda la mañana, conforme los profesores y las asignaturas iban cambiando; se lo fue diciendo con sumo cuidado, calculando los tiempos, manejando el cuentagotas con sabiduría científica. Cuando sonó la sirena y todos comenzaron a recoger para marcharse a casa a comer, Eli sacó un libro de su mochila y lo dejó encima de la mesa de Selene; le dijo que se lo prestaba, que ella lo acababa de terminar y que era impresionante. Era El Señor de los Anillos. Selene ya se lo había leído, pero no le dijo nada. Quedaron en que por la tarde se verían, los padres de Selene tenían que bajar a Ribadesella. Eli son-rió, sabía que había encontrado a la amiga que necesitaba.

Pronto comenzó a ser tan habitual ver a Selene y a Eli jun-tas que lo que resultaba complicado era imaginárselas por separado. No solo en el instituto, eran inseparables en todo momento, siempre que alguien veía a una de ellas la otra iba a su lado. Casi todas las tardes Selene bajaba con su padre a Ribadesella, aunque solo fuese un rato. Antes no solía acompañarle, pero ahora las cosas habían cambiado, ahora tenía a Eli y con ella se sentía bien. Los padres de Eli se habían instalado en un viejo piso de la Calle Comercio, en pleno centro de Ribadesella, y solía estar sola casi todo el día ya que ambos trabajaban. A pesar de poseer una fuerte independencia, durante la mayor parte del tiempo no salía a la calle y, cuando no le quedaba más remedio que ir a comprar algo, lo hacía lo más rápido que podía y siempre intentando evitar los lugares más frecuentados. En cambio, cuando estaban las dos juntas, Eli ansiaba que Selene le enseñase todos los rincones de Ribadesella. Planificaban, en el piso de Eli, lo que verían esa tarde e imaginaban posibles anécdotas que nunca ocurrían. Incluso llegaron a dibujar sobre un mapa una minuciosa ruta dividida en treinta y siete jornadas a través de la cual Eli se sentaría en todos los bancos de Ribadesella, tocaría to-dos los árboles, entraría en todos los bares a tomarse algo, pasearía por todas las calles y callejones, dejaría pasar el tiempo en todos los parques y, por supuesto, recorrería centímetro a centímetro sus dos

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playas. Cumplieron el plan a rajatabla. Lo cumplieron y, se divirtie-ron tanto, que decidieron dar una segunda vuelta.

Selene había descubierto a alguien que la comprendía a la perfección. Alguien a quien poder confesarle todos sus secretos, a quien contarle aquello que nunca pensó decir en voz alta, a quien pedir cualquier cosa sin miedo a la negación o al rechazo. Además, le encantaba mirar a Eli, verla hacer cualquiera de las miles de cosas que sabía hacer. Eli parecía ser experta en todo. Pintaba, hacía ma-labares, montaba en monopatín, jugaba al ajedrez, esquiaba, hacía punto de cruz, tocaba el piano, pescaba y sabía liar porros. Eli era capaz de hacer cualquier cosa y Selene era feliz observándola. Ob-servándola y compartiéndolo todo.

Una de las primeras cosas que les unió fue su pasión por salir a correr. Antes Selene siempre salía a correr por Calabrez, lo hacía todos los días, cuando tenía que subir al monte, cuando tenía que ir a ordeñar, cuando tenía que ir a la cuadra de L´Ería, cuando tenía que hacer cualquier recado. No importaba que la distancia fuese de cien metros o de cinco kilómetros, Selene iba corriendo a todos lados. Tenía un cuerpo menudo y fibroso que parecía volar en cuanto daba la primera zancada. Al decirle a Eli que esa era la mayor de sus aficiones el rostro de ésta se iluminó. A ella también le gustaba salir a correr. A Selene en un principio le extrañó, no lo hu-biese imaginado; no sabía por qué motivo, pero no lo hubiese imagi-nado. Uno de los días que bajó a Ribadesella, Eli le había preparado unas mallas y un top deportivo, quería que corriesen juntas. Selene nunca había tenido ese tipo de ropa y no supo qué decir. Se la probó y, al mirarse al espejo, le gustó mucho el aspecto que tenía. Ese día salieron a correr. Y al día siguiente también. Desde entonces, tres días a la semana corrían juntas durante una hora, se duchaban en el piso de Eli y salían a tomar algo por Ribadesella.

También iban muy a menudo a la playa de la Atalaya y al acantilado de debajo de Guía. Eran lugares apartados a los que so-lían ir al atardecer, antes de que Selene tuviese que acudir al muelle para subir con su padre a Calabrez. Allí miraban el mar, hablaban

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de todo y de nada y fumaban. Selene nunca había fumado porros, no le llamaban la atención. Le dijo a Eli que cigarros sí que se había fumado unos cuantos, todos a escondidas. El primero se lo había dado Víctor el Llocu, tuvo que explicarle que era un amigo de su pa-dre que vivía en la casa de al lado – de momento Alex no había apa-recido en escena así que no hablaba de él como “el padre de Alex”, sino como alguien interesante que le escuchaba y le hablaba de la vida como nunca nadie le había hablado. Antes de llegar Eli, Víctor era la persona más importante para ella. Al decirle esto último, Eli sonrío, Selene no entendió su sonrisa, pero no quiso preguntar. A veces no quería preguntar las cosas para no parecer demasiado es-túpida. Con Eli comenzó a fumar algún porro, tan solo uno de vez en cuando, normalmente antes de subir para Calabrez. Le gustó esa sensación volátil y feliz. Le gustó sentirse libre y le gustó estar al lado de Eli compartiendo esa felicidad. Nunca se había sentido mejor.

Debía empezar a maquillarse, dejar de ponerse esas camisetas anchas de chico, comprarse ropa ajustada, lucir el cuerpo que tenía. Eli se lo había dicho muy seriamente, era su amiga y sabía muy bien qué era lo mejor para ella. Selene le hizo caso.

Una tarde cogieron el autobús a Oviedo y se marcharon de compras. Hasta entonces Selene no se había preocupado de esas cosas, casi toda su ropa era heredada. Camisetas de su hermano, pantalones de una prima un poco mayor que ella… Faldas nunca llevaba, tampoco vestidos. Alguna vez había ido de compras con su madre, por alguna boda o compromiso social, pero se cansaba enseguida y acababa comprando lo que decía su madre. Pero esa no era su ropa, era ropa para ocasiones especiales, para ir disfrazada e intentar seguir alimentando su invisibilidad. Esta vez era diferente, iba a comprar su ropa y lo iba a hacer con Eli.

Desde el día en el que se conocieron Selene pensó que Eli tenía muy buen gusto vistiendo. Era atrevida sin llegar a rozar el mal gusto. Tenía gran cantidad de ropa y parecía que nunca repetía

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vestuario. Siempre llevaba algo que llamaba la atención y siempre conseguía que todas las miradas se detuviesen, al menos por un ins-tante, en ella. Muchas tardes, cuando se quedaban en el piso de los padres de Eli, ésta empezaba a sacar ropa para que Selene se la pro-base. Tenían la misma talla, eran casi el mismo cuerpo reflejado en un espejo. Pequeñas de estatura. Delgadas. Con el pecho firme, del tamaño exacto para colocar una mano en cada seno, así lo describió Eli. El culo bien definido, ideal para lucir pantalones apretados, o mallas, o faldas muy cortas. Cintura fina. Las piernas de Selene eran perfectas, Eli siempre se quejaba de sus piernas, aunque su amiga no lo entendía… Siempre acababan igual. Eli diciéndole que nunca había visto una chica más guapa y que escondiese tanto su belleza. Tenía que dejarse ver, tenía que descubrir el potente imán del que parecía avergonzarse, tenía que salir a la calle sabiendo que era una tía buena. Eli se lo repetía una y otra vez. Selene callaba, pero que-ría transformarse, quería descubrir todo lo que estaba escuchando.

Recorrieron todas y cada una de las tiendas de Oviedo. No importaba que Eli nunca hubiese estado en esa ciudad. Era una ex-perta en eso de moverse de tienda en tienda. Entraba ella primero, Selene la seguía metro y medio más atrás, en solo un vistazo a las diferentes secciones sabía qué era lo que les convenía de esa tienda, lo cogía e iban a los probadores. Nunca se equivocaba con la talla. Nunca cogía algo que no les gustase a las dos. A las ocho en punto, cuando las tiendas iban preparando el cierre, tenían tal cantidad de bolsas en su poder que no pudieron evitar un ataque de risa desen-frenado al verse reflejadas en uno de los escaparates. Corrieron al autobús y regresaron a Ribadesella. Al día siguiente se probarían de nuevo todo en casa de Eli y decidirían la ropa que se quedaba cada una.

A Selene le encantaba pasar las horas en el piso de los padres de Eli. Siempre estaban solas, nadie las molestaba, podían hacer y decir lo que les viniese en gana y, para cuando los padres de Eli regresaban, ella ya estaba de camino a Calabrez. De camino al abu-rrimiento, y a las órdenes, y a la invisibilidad cotidiana. Pero ahora estaban allí y estaban solas, tenían un montón de cosas para probar-

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se y estaba a punto de comenzar su transformación. Lo demás no le importaba. Tenía ganas de reír.

Había que empezar por el principio. Eli dirigía la función como si del más sagrado ritual se tratase. Lo primero era desnudar-se. Se desprendió de la ropa con celeridad, Selene lo hizo lentamen-te. Aunque ya se había cambiado de ropa miles de veces delante de su amiga, todavía no podía evitar cierto rubor que intentaba disi-mular sin demasiado éxito. Se quedaron en ropa interior una frente a la otra.

- Hay que cambiarlo absolutamente todo – dijo Eli con fir-meza – siempre llevas unas bragas y unos sujetadores horrorosos. Pruébate ese, el negro. Te sentará genial. Yo me probaré el rosa; son parecidos, pero a ti no te pega este color.

Selene se empezó a desnudar sin apartar la mirada del suelo, dejó caer su viejo sujetador y cogió el que le ofrecía Eli. Levantó la vista y la observó. Después se observó a si misma en el espejo. Es-taba ligeramente encogida, como queriéndo hacerse más pequeña, como buscando su invisibilidad. Miró de nuevo a su amiga. Tenían la misma talla de sujetador, pero sus pechos eran muy diferentes. Los de Eli tenían una forma menos redonda, miraban ligeramente hacia abajo y su piel era menos blanca que la de Selene. Sin embargo, la di-ferencia que más saltaba a la vista eran sus pezones. Los de Eli eran más pequeños, de punta afilada y erecta; mientras que los de Sele-ne eran grandes y con una aureola rosácea y abultada que llamaba poderosamente la atención. Selene siempre había pensado que sus pezones eran feos, eran diferentes a los de la mayoría de las chicas que había visto desnudas. Su aureola no era plana, era como si una nueva protuberancia naciese de la misma teta, como si se encontrase todavía en ese instante de cambio hormonal. Sus pezones la hacían más fea. Por eso siempre evitaba desnudarse delante de otras chicas, para que no mirasen sus pezones abultados a punto de explotar. Pero estaba equivocada. Eli le dijo que estaba muy equivocada.

- Son como unos fresones. A todo el mundo le gustan los fre-sones. Si vas a una tienda y ves unos fresones bien gordos, te entran unas ganas inmensas de darles un buen mordisco.

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Cuando Eli decía esas cosas, Selene se desternillaba de risa. Perdía todos sus miedos y miraba todo de otra manera. Miraba a través de los ojos de Eli. Como si fuese Eli. Así que se puso delante del espejo y se agarró las tetas. Eli hizo lo mismo, como imitándola; y después le dio un lametón en el pezón. Selene no se lo esperaba, pero a ambas les dio un gran ataque de risa y siguieron probándose ropa. Al final de la tarde ya se habían repartido todas las compras.

Selene se quedó la mayor parte del botín. Ella no quería, pero Eli no había consentido que se negase. Necesitaba cambiar su ves-tuario, necesitaba vestirse como una chica.

- Pero tú has pagado todo.

- No importa, somos amigas. Ya me lo devolverás.

A Eli le daban dinero para ropa. A Selene no, sus padres pen-saban que el dinero no se podía malgastar en presumir, que primero había que pensar en otras cosas, en cosas importantes de verdad: trabajo, estudios, familia... Cuando llegase a casa seguro que tenía bronca, pero no le importaba lo más mínimo.

Sus vidas habían sido muy diferentes. Era como si Eli hubiese vivido diez vidas más, sabía todo lo que había que saber y le gus-taba contarlo. Podía pasarse horas hablándole a Selene de una sola noche de desenfreno en la que se había liado con tres tíos diferentes sin que ninguno de ellos se enterase. Eso era lo que a ella le gustaba, tener el control absoluto de la situación y hacer lo que le viniese en gana. Nunca fallaba. Si quería pegarse el lote con un chico se lo pegaba y no le importaba nada más. Ella ponía los límites. Ella to-maba las decisiones. Y ella decidía cuando se ponía el punto y final. Luego pasaba página y listo. Nunca había tenido novio, le parecía demasiado aburrido eso de quedar siempre con la misma persona. Tampoco solía quedar con nadie. Ella era más de improvisar, de ver lo que le deparaba la noche y de vivirlo todo al máximo.

Selene era la primera amiga que tenía. La primera amiga de verdad. Era diferente a cualquier persona que se había cruzado en

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su vida. Alguien a quien contarle todo, que ponía constantemente los cinco sentidos en su persona. Una persona con la que podía ha-blar de todo sabiendo a ciencia cierta que sus pensamientos iban de la mano. Nunca antes se había sentido tan unida a nadie. Y eso era algo que ambas sentían.

La transformación de Selene, como a Eli le gustaba decir, es-taba dando sus primeros frutos. Había aparcado sus viejas camise-tas de Metallica y de Offspring, sus viejos pantalones azul marino y su ropa interior blanca inmaculada y los había cambiado por cami-setas de licra muy ajustadas, vaqueros que resaltaban las formas de su culo, sujetadores que juntaban sus pechos dándoles una impor-tancia hasta entonces insospechada y hasta dos minúsculos tangas de los que su madre nunca supo entender el porqué de tan poca tela. Su madre. Ese era un tema aparte. Ni la comprendía, ni la quería comprender. Criticaba su forma de sentarse, criticaba el pelo cu-briéndole parte de la cara, criticaba su forma de hablar, criticaba su nueva forma de vestirse, criticaba que fuese todos los días a Riba-desella, criticaba que cada vez le gustase más salir los viernes y los sábados por la noche. Y, por todo ello, estaban siempre discutiendo. Su padre simplemente no le prestaba atención, nunca lo había he-cho, aunque cuando las cosas se ponían feas era él el que imponía los castigos. No importaba. Ahora nada de eso importaba.

Aquella noche habían salido a dar una vuelta por el Dover y el Alboroto, pero en seguida se aburrieron. A Selene no le entu-siasmaban las discotecas y Eli había decidido pasar de los tíos esa noche.

- Están demasiado babosos, cuando están así es mejor pasar de ellos Selene, cuando están así me pongo a bailar cerca de ellos para ponerlos a mil, pero luego prefiero marcharme. Vámonos.

Dirigieron sus pasos hacia la Atalaya. A esas horas no habría nadie en la playa, más tarde sí, pero de momento estarían solas. A Eli le apetecía estar con Selene, solo con Selene; se lo dijo y, des-pués, se cogieron de la mano y siguieron caminando. Además, había conseguido que un tío le diese una china y tenían para un par de porros.

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La luna parecía brillar con una fuerza desproporcionada, todo cuanto veían estaba cubierto por un manto de luz azulado y las dos amigas, sentadas en las piedras de la playa, contemplaban en silen-cio la fuerza del mar. Seguían cogidas de la mano.

- Este pueblo es bastante aburrido. Nunca pasa nada.

- No sé… no está mal… pasan más cosas que en Calabrez…

- Joder Selene, esto está muerto. ¿Sabes lo que es salir de fiesta y que se te haga de día en un abrir y cerrar de ojos? Eso sí mola.

Eli le habló de las noches de desenfreno en las que nada se le ponía por delante. Nunca le importó ser una niñata a la que nadie conocía. No se comportaba como tal. Ella era el centro del universo y la misma noche se ponía a sus pies. Si movía la cintura, los ojos que la rodeaban acababan soñando con sus nalgas, deseándola con tanta fuerza que un solo gesto bastaba para conseguir lo que bus-caba. Placer. Siempre buscaba placer y el conseguirlo era el único de los objetivos que perseguía cada noche. Y siempre lo conseguía.

Tan sólo tienes que tener seguridad en ti misma. Le dijo en cierta ocasión a Selene. Seguridad en ti misma y ganas de pasarlo bien. Todo lo demás viene solo. Nuestras armas son tan poderosas que podemos atrapar a quien nos venga en gana, retenerlo mientras nos divierta y después olvidarlo para siempre. Son solo migajas, fie-les devotos de nuestro cuerpo, juguetes de usar y tirar. Nada más. Mira Selene, tienes que empezar a entender de qué va esto, tienes que empezar a saber pisar con paso firme y que todos se mueran por estar a tu lado. Es muy sencillo. Tan sólo tienes que ser plenamente consciente del cuerpo que tienes y utilizarlo para conseguir todo lo que te apetezca. Y créeme, tú lo tienes sencillísimo; estás muy bue-na, lástima que todavía no te hayas enterado. Antes de venir aquí aprendí todo lo que se necesita saber de la noche y no solo lo hice sin ayuda, sino que no tuve que soportar ni un solo desengaño. El día es mucho peor, ahí se descubre todo, caminamos desnudas de alma para fuera, se nos ven las intenciones y no podemos caminar por encima de las cabezas de todos los mortales. Si pudiera, yo solo viviría de noche. Seguro que termino haciéndolo.

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Selene estaba segura de que su amiga hablaba completamente en serio. La escuchaba y podía imaginarla rodeada de chicos que la adoraban, de miradas furtivas desde todas las distancias. La veía moverse entre la escasa luz de las discotecas superpobladas de la gran ciudad, moverse con aplomo buscando una presa y después, la veía desnuda rodeada de cuerpos desnudos que la besaban y la toca-ban, la veía explotando en millones de orgasmos, la veía sonriendo sudorosa tras la fuerte sacudida del placer. Sin embargo, los negros ojos de Eli no solo escondían placer, también escondían una profun-da soledad que nadie veía. Una soledad que necesitaba ocultar a los demás, pero que sobre todo necesitaba alejar de si misma.

Eli no necesitaba a nadie porque no tenía a nadie. Era invisi-ble. Como Selene. Pero detestaba esa invisibilidad y luchaba contra ella con uñas y dientes. O, más bien, con placer y deseo.

Las experiencias sexuales de Eli eran tantas y de tan diversos tipos que Selene no podía dejar de sorprenderse. La admiraba y, al mismo tiempo, le era difícil llegar a comprenderla del todo. Perdió la virginidad a los catorce años con un vecino de dieciocho; esta-ba sola en casa, como casi siempre, e invitó a su vecino a ver una película con ella; le gustaba como la miraba, se sentía deseada. No guardaba muy buen recuerdo de aquella primera vez, pero decidió seguir probando, el sexo tenía que ser mucho mejor. Y no tardó en descubrirlo; tan solo unos días después, en una fiesta, se lió con un amigo de su vecino. Esta vez ella puso las normas y todo fue mucho mejor.

- A ellos les gusta que tengamos el control, les pone vernos como niñas buenas, pero quieren que nos comportemos como las chicas malas que somos.

Así fue como empezó a salir con gente bastante mayor que ella, y para no ser invisible, comenzó a vestirse con la única intención de que todos la mirasen nada más llegar. Ella siempre elegía, nunca había sido de otra manera. Después cambió de ciudad, el trabajo de sus padres marcaba el ritmo de sus estudios y de sus amistades,

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pero ya sabía cuales eran los pasos a seguir. Nunca fallaba. Llegaba y dejaba claro, con un par de gestos, que había extendido una red en la que debía caer todo aquel que la desease, no había más opciones. Nunca tuvo miedo a nada y siempre quiso probarlo todo. Luego ella elegía, pero necesitaba probarlo todo. Las drogas siempre estu-vieron presentes y, aunque no las necesitaba, disfrutaba usándolas para llegar a aquello que anhelaba. Eran un instrumento más para llegar al placer. El placer. Y, sin embargo, no era eso lo que buscaba.

- Alguna vez me lo he montado con dos tíos a la vez. Si no son torpes puede resultar de lo más excitante.

Sus historias no dejaban de sorprender a Selene. No era una mojigata, pero su amiga le hablaba de cosas que ella ni siquiera ha-bía imaginado. No lo había hecho con un chico, como para poder pensar en dos al mismo tiempo. Escuchaba con la atención de quien necesita aprenderlo todo. Era cuestión de supervivencia. Tenía que estar a la altura de lo que Eli esperaba de ella.

No podría elegir una sola de sus aventuras. Se quedaba con todas. Estaba orgullosa de todas. Las recordaba con tanta precisión que podía narrarlas con todo tipo de detalles. Y lo hacía. Aquello in-comodaba en cierta medida a Selene, no decía nada pero le incomo-daba. Empezaba a hablar de los cuerpos de los chicos y los describía como si los estuviese viendo allí mismo. Pero cuando más incómoda se sentía Selene, era cuando su amiga comenzaba a hablar de pollas. Eli lo sabía, pero no dejaba de hacerlo; no solo no se callaba, sino que seguía y seguía con tanto fervor que llegaba a excitarse. Y se lo decía a Selene, le decía que estaba empezando a mojar las bragas. Eso todavía le incomodaba más. Y al mismo tiempo deseaba seguir escuchando.

- No me puedo creer que nunca hayas visto a un chico des-nudo. No me lo puedo creer. ¿No deseas tener una polla entre tus manos y sentir como crece hasta que tus movimientos marquen el ritmo de sus palpitaciones? Arriba y abajo. Arriba y abajo. Hasta que explote.

A Eli le encantaba ruborizarla. Le divertía. Y era parte del aprendizaje, eso le decía cada vez que el silencio de Selene se torna-

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ba más denso de lo normal. Justo en ese momento, Eli le daba un cariñoso beso en la mejilla y cambiaba de tema. Selene se quedaba pensativa, asimilando todo lo aprendido.

La noche de San Juan Eli supo con certeza que Selene esta-ba en pleno proceso de transformación. Las hogueras, la música, el alcohol, la euforia de todo un verano por delante. El caldo de cultivo estaba preparado. Le pidió a Selene que le demostrase que había aprendido algo, que de verdad era capaz de conseguir todo lo que se propusiese. Selene llevaba algún trago, bueno, más bien, iba bastante borracha. Eli se encargó de casi todo. Hizo que se pusiese a bailar como nunca antes lo había hecho. Se colocó enfrente suyo y le pidió que imitase sus movimientos. Selene aprendía rápido, y lo que frenaba la vergüenza lo aceleraba el alcohol. Todas las mira-das terminaron pegadas a su cuerpo, Eli experimentó una extraña sensación a medio camino entre la envidia y la satisfacción, pero al fin y al cabo había conseguido lo que pretendía. Pero no había ter-minado la lección, todavía quedaba lo más interesante. Consiguió que Selene se besase con un chico de clase que andaba por ahí, con-siguió llevarse a todos a la playa, consiguió que se desnudasen y se bañasen desnudos y, finalmente, consiguió que Selene le hiciese una paja al chico al que había besado y que se marchase llorando a casa. Consiguió todo lo que quería conseguir. Como siempre.

Selene se sentía cansada, se sentía extraña, se sentía sucia. La noche anterior habían pasado demasiadas cosas, aunque no tenía claro si habían sido buenas o malas. Tenía ganas de ver a Eli y, ade-más, por fin tenía moto, lo cual significaba independencia. Bajó a Ribadesella nada más comer.

- Es normal que te sientas así. No te preocupes. El caso es que estabas preciosa, y bailas genial, no sé por qué no bailas siempre.

- No sé…

- Por cierto, te marchaste de repente… - Eli sabía perfecta-mente por qué se había marchado, Eli lo sabía todo.

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Puede que ahora muchos de nosotros pensemos que Selene debería tomar sus propias decisiones, o que Eli estaba jugando con ella, o que ambas eran demasiado amigas como para hacerse daño. No. Nosotros no sabemos nada. Solo ellas. Solo ellas saben lo solas que se sentían y lo mucho que lo ocultaban.

Selene supo ponerse a la altura. Desde aquel día supo que podía conseguir lo que quisiese con el chico que quisiese. O al me-nos eso le decía a Eli. La verdad era mucho más compleja, alber-gaba muchas más dudas. Bailaba, seducía, jugaba. Pero no quería avanzar más. En otra ocasión acabó morreándose con un tío, pero no quiso seguir. No sentía la misma necesidad que Eli. No ansiaba coleccionar chicos que pasasen por su cuerpo sin dejar huella. Ella buscaba otra cosa. Aunque nunca se lo dijo a su amiga.

Eli comenzó a trabajar de camarera en el Alboroto. No necesi-taba dinero, sus padres le daban todo lo que les pedía, pero la barra del bar era un estupendo escaparate desde donde hacer perder el sentido a todo el que se acercase. Sentirse constantemente desea-da… Pero llegaba a casa y se sentía vacía y sola, llamaba a Selene y comenzaba a contarle cualquier cosa de cualquier chico, no impor-taba la hora que fuese. Sola. Y afirmaba sentirse constantemente feliz, como en un constante carnaval en el que todos bailaban para ella. Feliz y sin miedo a que nadie le diese las buenas noches, le es-perase para desayunar o le preguntase por las notas. Sola.

Así que las cosas fueron cambiando sin que ninguna de las dos fuese demasiado consciente de ello. Selene había apartado muchas de sus dudas y la libertad de movimiento le había hecho más fuer-te. La moto y el trabajo de Eli le permitieron salir con otra gente. No había ningún problema. Podía hacer lo que quisiese, era fuerte, dueña de sus actos, era otra persona. Tenía el mundo a sus pies y el verano por delante. Al final de cada noche terminaba en la barra con Eli, había bailado, había bebido, había reído, pero siempre termina-ba junto a su amiga. Se marchaban juntas y, a la mañana siguiente, volvían a verse. Eli sentía como ya no era necesario esforzarse en

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explicarle las cosas a Selene, ya había aprendido lo más importante; ahora Eli marcaba los ritmos del juego con solo una mirada. Y Sele-ne parecía necesitarlo.

Si Eli no aparecía o tenía demasiado trabajo, las dudas de Se-lene se multiplicaban y ya no sabía cómo comportarse. Incluso se iba a casa en caso de que Eli dejase de hacerle caso. A veces, Eli se liaba con algún chico y Selene se sentía abandonada, perdida, y un profundo agujero se le instalaba en mitad del pecho. Se marchaba. Huía a su casa con ganas de llorar y sintiéndose pequeña, diminu-ta, insignificante. Cuando Eli llamaba horas después, todo pasaba y volvía a sentirse segura de sí misma. Siempre sucedía lo mismo. Pero Eli solo trabajaba los viernes y los sábados, el resto del tiem-po permanecían constantemente una al lado de la otra. Las cosas no habían cambiado, Selene se había transformado y, sin embargo, todo seguía igual. Eli continuaba relatando miles de aventuras en las que la noche terminaba rindiéndose antes que ella y el sol de la mañana la llenaba de luz. Noches en las que creía conseguir todo lo que quería, pero que terminaba volando hacia la voluntad codiciosa de cualquier desconocido. Ella no quería nada más, tampoco nadie quería nada más de ella. La verdad dolía, por eso no la compartía con nadie. Ni siquiera con Selene.

- ¿Quién era ese chico con el que te marchaste el sábado? No me dijiste nada, casi ni te acercaste a la barra y luego no hubo mane-ra de encontrarte por ningún lado. Y llevas dos días sin llamarme y sin coger el teléfono – Eli parecía molesta.

- Se llama Alex.

Selene le contó todo lo sucedido. Le habló de las miradas que se buscaban y se encontraban, le habló de sus juegos de seducción y también de los besos, las caricias, las manos por todo su cuerpo, del muelle, de la moto, de la Atalaya, del Hostal Derby y de Cala-brez. Quiso contarle todo tipo de detalles, pero Eli parecía distraída cuando le hablaba de la escalera y la mano en la entrepierna, de la cama y sus cuerpos desnudos. En cambio, parecía muy interesada

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en lo demás, en la historia de Alex y de su padre – ahora el Llocu ya era el padre de Alex, ahora ya todo se sabía – y, por supuesto, los sentimientos de su amiga. Le brillaban los ojos, ahora sí que estaba más cambiada que nunca, ahora sí que era otra persona. Se lo pre-guntó varias veces, pero Selene evadió la respuesta con maestría, dejó abiertos los interrogantes más apetitosos. No quiso decirle que seguía siendo virgen.

Estaba enamorada, habían pasado varios meses y la cosa ha-bía ido a peor, no había ninguna duda, Eli lo sabía. Selene estaba perdidamente enamorada. Las cartas, las llamadas, la distancia y una atracción desmesurada hacia alguien que apenas conocía eran suficientes motivos para revolver todo un mundo interior sediento de emociones. Necesitaba sentirse enamorada y se había agarrado a ese sentimiento con tanta intensidad, que Eli parecía desplazada a uno de los laterales de la escena. Y eso no le gustaba.

- Tienes que ir a verlo, no se puede amar a alguien desde la distancia, no puedes decir todo eso que dices que sientes con tan solo un fin de semana perdido en el tiempo.

- No es solo un fin de semana, es todo lo demás, todo lo que hemos ido descubriendo juntos.

- ¿Juntos?, no me hagas reír Selene, esto parece una teleno-vela, déjate de cartas y de llamaditas y ve allí. Viaja hasta Zaragoza y sal de dudas de una vez. El amor es una ficción que nos montamos en nuestra cabeza. Y no es bueno para la salud.

Todavía seguía teniendo una potente influencia sobre ella, to-davía podía manejar sus pensamientos para conseguir que buscase lo mejor para ella. ¿Lo mejor para ella? ¿Y qué pensaba Selene? Que su amiga le escuchaba, le ayudaba, le aconsejaba. Que su ami-ga podía leer sus pensamientos y podía interpretarlos incluso mejor que ella misma.

Eli se aburría profundamente en Ribadesella. Le faltaba ac-ción. Lo de meterse de camarera fue un entretenimiento del que

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pronto se cansó. Así que tenía que buscarse nuevas emociones. Pa-sar el tiempo junto a Selene estaba bien, le divertía tener una discí-pula a su cargo, pero necesitaba algo más. Y era capaz de cualquier cosa para conseguirlo. Fue a partir de entonces cuando Selene vio a su amiga tal y como se la había imaginado tras numerosas historias relatadas a viva voz.

La primera vez que la vio meterse una raya, la observó con curiosidad, con detenimiento, analizando cada paso de la operación. Nunca antes lo había visto tan de cerca. A su alrededor varios chicos reían, uno le decía algo al oído a Eli y otro le metía mano disimulada-mente a Selene. Después Eli se marchó. Cuando le ofrecieron a ella y dijo que no, cuando uno de ellos le puso la mano bien abierta sobre su culo y le preguntó su nombre, cuando todos rieron; se montó en su Suzuki Maxi y se marchó. Después hubo muchas más veces, tan-tas que Selene pasó a verlo como una rutina más que formaba parte de la vida nocturna de Eli. La noche buscaba la sombra cuando Eli aparecía, eso lo sabía todo el mundo. También aquellos que acaba-ban de conocerla.

Pero aquello no era Madrid ni Barcelona, aquello era un pue-blo del oriente asturiano en el que se sabía todo de todos. Y el deseo pasó a convertirse en vulgaridad cuando la negación nunca existía. Eli nunca decía no, siempre quería más, siempre quería seguir so-ñando y seguir acumulando un placer que parecía lujoso, pero que se tornaba pobre y silencioso en cuanto se quedaba sola en su habita-ción. Nadie quería más de ella. Todo eran antifaces de los que se des-prendían a la mañana siguiente. Y nadie le decía nada, no era nece-sario. El naufragio estaba cerca, el naufragio que siempre terminaba por asolarla y del que solo escapaba cuando cambiaba de ciudad y la fiesta volvía y el cebo estaba listo. Tan solo ella misma se preguntaba quién mordía realmente el anzuelo… ¿Ella, o los demás?

- He sacado dos billetes. Uno para ti y otro para mí. Es vera-no, tenemos vacaciones y hace un año de aquel dichoso fin de sema-na. Vámonos. Nada te lo impide.

Nada se lo impedía, pero le aterraba lo que pudiesen decirle sus padres. Había aprobado el curso, había sacado una nota exce-

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lente en la Selectividad, iba a empezar una carrera. Sus padres no tenían de qué quejarse. Bueno, tal vez de que su hija hubiese elegido Filosofía en lugar de Derecho, como ellos querían; aunque lo cierto es que cada vez estaban más acostumbrados a que su hija hiciese lo que le viniese en gana. Además, estaban más preocupados por otras cosas. Cosas más importantes. Cuando Selene les dijo que quería irse de vacaciones con Eli, no reaccionaron todo lo mal que ella pu-diera esperarse. Hicieron algunas preguntas y poco más. Puede que pensasen que se lo merecía, o puede que no le diesen importancia, o puede que creyesen que era un caso perdido. No importaba. Tenía los billetes, el consentimiento paterno y la compañía de Eli. Pensó en llamar a Alex para contárselo, pero no lo hizo. Quizá durante el viaje. Quizá le diese una sorpresa. Faltaban tres días.

Sabía que Eli y ella siempre estarían juntas. Siempre serían amigas. Siempre podrían contar la una con la otra. Lo sabía y era feliz sabiéndolo. Eli podía saber cómo se sentía con solo mirarla y, además, podía sacarle de cualquier problema, de cualquier tristeza, de cualquier mal rollo. Eli sabía hacerlo. Y lo hacía.

Podía pedirle cualquier cosa sabiendo de antemano que Eli se lo daría o le indicaría la forma para conseguirlo. Desde el más oscu-ro de los miedos hasta los enfados más insignificantes. Con Eli todo era mucho más fácil. Así que viajar con ella, ir en busca de Alex a su lado, le parecía el mejor regalo que nunca nadie le había hecho. Se sentía segura, segura y feliz. Y se fueron a celebrarlo.

Compraron bebidas, fueron al piso de los padres de Eli, pu-sieron música, bailaron, bebieron, fumaron. No necesitaban a nadie más. No era necesario. Incluso sobraban. Selene siempre lo pensa-ba, le sobraban los demás, cuando mejor se lo pasaba era cuando estaban Eli y ella solas. Nadie más.

- Nunca he besado a una chica. Mira que he hecho guarra-das, pero nunca he besado a una chica.

- Me has besado a mí – ambas reían a carcajadas, las frases eran entrecortadas y balbuceantes, iban bastante fumadas – me has besado a mí un montón de veces.

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- Digo besos de verdad. Voy a besarte.

Y la besó agarrándola suavemente de la cara y atrayéndola hacia sus labios. Introdujo suavemente su lengua en la boca de Se-lene y comenzó a recorrerla con serenidad. Selene tardó un segundo y medio en reaccionar. Después comenzó a mover la lengua, entre-lazada ya con la de su amiga. Se besaron pausadamente, sin prisas pero con pasión, sin ansias pero con deseo. Eli fue quien finalizó el beso separando poco a poco la cara de Selene con el mismo gesto con el que empezó todo. Se miraron. Ambas estaban muy excitadas. Lo decían sus respiraciones, lo decían sus pupilas, lo decía la gota de sudor que nacía de la frente de Selene y el vello erizado en los brazos de Eli. Se abrazaron y siguieron bebiendo.

- Va a ser un viaje genial – dijo Eli poniéndole la mano sobre el hombro. Selene no sabía qué pensar. Sabía que le esperaba un viaje lleno de emociones, que iba a volver a ver a Alex, que se sentía verdaderamente libre y dueña de su destino. Y, sin embargo, en ese momento, no sabía qué pensar.

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Dime que tienestatuado en las estrellas

que zigzagueanriéndose entre dientes,

¿seránlos sueños que no crecen?

Arráncate a cantar cien mil cancionesque retuerzan el morro a la tristeza,

coge con fuerza el lápiz asesinodonde descansa la luz de la caverna.

Un mar de cristales rotosy yo en el medio sonriendo.

Amanecerescubiertos de tenazas

y la montañarogándote que vueles

alcielo que tu sueñes.

Despréndete del barro consentido,que el fuego arrase la calma canina,

para guardar la lengua entre algodonesmejor soltarla, que busque la salida.

Un mar de cristales rotosy yo en el medio sonriendo.

Las horas se me escapan,no tienen más valor

que el de las cien patadasque escriben mi ficción.

Un mar de cristales rotosy yo en el medio sonriendo.

Barro Consentido

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No me puedo creer que ya haya terminado el curso. No me puedo creer que ya no vuelva a ir al instituto. No me lo puedo creer. Punto y aparte. Borrón y cuenta nueva. Tiene gracia.

Lo que de verdad tiene gracia es lo de mis padres. No sé como me las arreglo, pero siempre acabamos discutiendo. Mira que yo quiero ir de buenas y eso, pero nada. Empezamos bien, pero sale algo del sábado anterior, o de cómo voy vestida, o de la moto, o de la música que escucho. Y si no sale nada pues ya se encarga mi hermano de que salga. Tiene una habilidad especial para eso, para lo de ponerlos en mi contra, digo. A veces pienso en salir corriendo hacia ninguna parte, correr y correr sin parar buscando un lugar en el que me dejen en paz con mis cosas, un lugar en el que nadie me moleste. Después huelo a eucalipto y se me pasan las ganas de huir. No sé por qué, pero eso es lo que me ocurre siempre.

El otro día empezaron otra vez con lo de que las camisetas que llevo ahora son demasiado cortas y los pantalones demasiado ajus-tados y blablabla. Me aburren. Yo estaba a punto de irme a dormir, bueno, en realidad me estaba probando uno de los sujetadores que me compré el otro día con Eli, pues eso, que estaba en mi habitación y escucho la cantinela que se acerca. Mi madre y detrás mi padre. ¿Qué mosca les habrá picado? Pues la de siempre, la mosca de ha-cerme la vida imposible. Lo peor de todo es que me pongo el pijama, salgo al comedor para ver un rato la tele con ellos y siguen con la misma monserga. No se cansan nunca. De todas formas tengo una

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habilidad pasmosa para permanecer impasible sin escucharles, an-tes lo hacía concentrándome en la tele, o en una revista, o en una canción que tarareaba de memoria, o en cualquier cosa; ahora ya no me hace falta ni eso. Estoy tan acostumbrada que desconecto con una facilidad asombrosa. Cuidado que vienen a calentarme los cascos, eso es lo que me digo, y ya está, desconexión total. Es una de esas cosas geniales que me ha enseñado Eli.

A Eli no la pueden ver. Mis padres, digo. Dicen que es una mala influencia, que no hay quien me aguante desde que esa chica ha llegado, que me domina como quiere, que a veces ni me conocen. No tienen ni idea. Bueno, igual en lo último sí. En lo de que no me cono-cen, digo. Pero vamos, que ni me conocen ahora ni me han conocido nunca. Lo que yo decía, que no tienen ni idea. Para saber algo de mí no deberían mirarme con esa cara cuando me tumbo en la hierba a mirar las estrellas y se para el tiempo, y no me importa que me lla-men o que me digan lo que sea. Ni tampoco deberían hacer como si no estuviera cuando hablan de mí en mi presencia, ni cambiarme de tema como si tal cosa cuando lo que necesito es que me escuchen, ni ponerse a preguntarme cosas cuando estoy leyendo. Si me conocie-ran sabrían que nunca soy feliz del todo. No lo soy. Pero ellos no lo saben, ellos se piensan que todo va bien, que apruebo y soy buena chica, que hago las faenas que me mandan y no suelo enfadarme con demasiada frecuencia, que no llego borracha a casa y sé compor-tarme cuando hay que comportarse. Se piensan todo eso porque les interesa pensarlo. Porque en su mundo de ficción no hay lugar para todas las cosas que pasan por mi cabeza. Si las supieran probable-mente empezarían a conocerme, aunque quizá eso fuese mucho peor.

Eli dice que son como todos los padres, pero en realidad no piensa eso, estoy convencida de que no lo piensa. Si yo fuese a casa de una amiga y viese lo que ella ve cuando viene a mi casa no pensa-ría eso. Pensaría que no merecen la pena, que son de otro siglo, que piensan como si todo siguiera igual que hace cincuenta años. Unos fachas, esa es la palabra que utilizaría Eli, si se atreviera a decírme-lo, digo. Pero me quiere demasiado, no lo dice por no hacerme daño, seguro. Y yo también la quiero. Por ser como es.

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El que no sabe nada de mis padres es Alex, ni sabe ni quiero que sepa. Qué horror. Tiemblo solo de pensarlo. Menos mal que está lejos y probablemente nunca les conozca. Desde que se marchó no he parado de pensar en él, cualquier cosa me lleva al mismo pun-to, a la misma noche, al mismo deseo. Nunca me había pasado algo así. Sí que me han gustado chicos y eso, pero lo de no poder pensar en otra cosa no, creo que no. Y, además tampoco es para tanto; es lo que dice Eli, que total solo fue un fin de semana, no sé, supongo que será más fácil así, lo de no verlo, digo. Hablamos por teléfono. Y por carta. Bueno, por carta no hablamos, escribimos. Y me gusta. Me gusta tener alguien a quien contarle mis cosas, alguien al que solo le interesan mis cosas. También tengo a Eli, pero eso es diferen-te. A ella no solo le interesan mis cosas. En realidad le interesa casi cualquier cosa, y lo que más le interesa del mundo son sus cosas. Es genial. Eli, digo. Cuando estoy con ella es como si ya no tuviese miedo a lo que piensen los demás. Ella nunca tiene miedo, ni a los demás ni a nada. Se le nota en la forma de andar, en la forma de mirar, en la forma de hablar. Incluso podría decirse que los demás no le importan lo más mínimo. Puede ser. No sé, nunca se lo he pre-guntado. Hay muchas cosas que no le pregunto, me siento segura con ella, pero todavía hay cosas que no puedo evitar. No quiero que piense que soy tonta, o una pardilla, o algo parecido; por eso a veces no le pregunto algunas cosas. Las cosas que son obvias. Las cosas que ella dice como si todo el mundo las supiese. Entonces me callo. Me callo y la observo, para aprender. Tampoco le cuento todas las veces que hablamos por teléfono, Alex y yo, digo. No se lo cuento porque se ríe de mí y eso no me gusta. Odio que se rían de mí. Mi hermano lleva riéndose de mí toda su vida, desde muy pequeños, siempre riéndose hasta hacerme llorar. Ese es el recuerdo más fuerte que tengo de mi infancia: mi hermano riéndose de mí y yo llorando. Es un manipulador, un maquiavélico y un mentiroso, mi hermano, digo. Pero a mí me da igual. Antes me importaba y esas cosas, pero he aprendido a hacer como si no existiese. Me enseñó Eli. Tan sólo hay que ignorarlo. A mí él me volvió invisible. Ese ha sido el logro más importante de su vida, volverme invisible. Y seguro que ya no vuelve a lograr algo tan importante. Sus mayores logros en orden

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de importancia serán: volverme invisible, convivir con una chica de la que no estará enamorado e ir cada día a un trabajo mediocre para poder tener un jefe del que quejarse, unos compañeros con los que hablar de cualquier tontada y un sueldo para soñar con al-gún capricho ridículo. Básicamente esos serán los logros de toda su vida. Fijo. Y lo de volverme invisible, pues le salió perfecto; con un esfuerzo diario hizo que mis padres paseasen la atención por toda la casa saltándose a la más pequeña, a la que llamaron Selene como si adivinasen que siempre estaría en la luna. Tan solo tuvo que ser el centro de atención durante unos doce o quince años, después ya pudo relajarse, ya que mis padres automatizaron todo. A Selene no le hace falta nada, se vale por si misma; eso piensan ellos, mis padres digo. Lo que yo decía, no me conocen lo más mínimo. Claro que ten-go necesidades, como todo el mundo. No le deseo a nadie volverse invisible para sus padres. Duele. Te acostumbras, pero duele.

El otro día Alex me dijo que me quería. Te quiero, eso fue lo que dijo. Creo que se le escapó. Luego se quedó callado. Yo también me quedé callada. A veces lo hacemos, lo de quedarnos callados durante varios minutos, digo. A quinientos kilómetros de distancia, unidos por un par de teléfonos y callados durante varios minutos. Escuchando nuestras respiraciones pausadas. Pensando. Me gusta. Me gusta que nos callemos, es como hacernos compañía, acompa-ñar nuestra soledad. Porque los dos nos sentimos solos. Cada uno a su manera, pero solos. Alex dice que lo mejor para ahuyentar la soledad es cantar. Cantar cualquier cosa. Cantar imaginándote la música. Cantar escuchando el walkman a todo volumen. Cantar. Se lo enseñó su madre. Dice que siempre está cantando cuando está solo, o cuando está haciendo alguna faena, o cuando está nervioso y el tiempo parece no querer avanzar. Yo he probado y funciona. Me pongo a cantar y elimino la tristeza, o anulo la rabia, o lo que sea. Lo que pasa es que cantamos cosas distintas. Yo canto Nirvana y él Barricada, yo los Héroes y él La Polla Records, yo los Doors y él los Leño. Pero vamos, que da igual, que los dos llegamos al mismo pun-to. Por distintos caminos, pero al mismo punto. Tengo una canción para cuando sé que estoy a punto de hablar con Alex, es una manía que me ha entrado. Antes no solía llamarle, me daba vergüenza, no

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por él, me moría de ganas de hablar con Alex, pero no quería que cogiese su tía el teléfono y tenerle que decir quién era e imaginarme sus pensamientos y todo eso. Pero desde lo de la Selectividad lo llamo casi todos los días. Está a punto de terminar el mes de julio y es como si durante estas semanas nuestras distancias hubiesen men-guado. Yo creo que es por las llamadas. Necesitábamos hablar. Nos necesitábamos. No me lo ha dicho nunca, pero sé que a él le pasa lo mismo. Así que antes de marcar el número de su casa tarareo esa canción de Tahúres Zurdos que habla del mundo de los sueños y del país del algodón, la tarareo y sé que voy hablar con Alex, y que me voy a sentir bien, y que le voy a querer un poco más. Esa canción, la de Tahúres, es una de las que había en una cinta que grabó para mí y que me envío junto a una de sus cartas. Dice que cuando la oye se acuerda de mí. Por eso la canto. Por eso y porque me gusta.

Si no llega a ser por Eli nunca habría conocido a Alex. Nunca me habría atrevido a acercarme a él. No habría bailado para que me mirase. No habría tonteado con él. No le habría besado y todo lo demás. Y lo de la ropa, seguro que él ni se fija en mí si me ve con las pintas que llevaba antes. En cambio, cuando lo vi en el Río, él ya se me estaba comiendo con la mirada. Lo sé. Eli siempre sabe qué es lo mejor para mí. Con la ropa lo mismo. Sabe qué es lo que me sienta bien y todo eso. Ahora ya he aprendido, bueno, quizá antes también lo imaginase, pero me daba vergüenza. No sé. El caso es que Eli no conoce a Alex. Ella estaba de camarera y ese día tenía bastante trabajo. No lo vió y si lo vio no se fijó en él. Mejor, mejor que no se fijase, si se hubiera fijado en Alex y lo hubiera querido para ella, a mí se me habría abierto la tierra bajo los pies y se me habría tragado. Porque Eli todo lo que quiere lo consigue. Todo. Es increíble. No sé cómo lo hace. A veces he intentado comportarme como ella, pero nunca lo consigo, siempre hay algo en lo que me equivoco y todo sale mal. La mayoría de las veces que quiero algo suelo quedarme callada y siempre hay alguien que se me adelanta, cuando esto sucede yo sigo callada, me conformo y sigo callada. Con Eli es más fácil, ella me pregunta y no me queda más remedio que contestar. Si no le digo nada porque me imagino que ella tam-bién lo quiere – no importa que sea un vestido, una película o un

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trozo de pizza – Eli insiste e insiste hasta que por fin le digo lo que realmente quiero. Ella es así. Y me gusta. Cuando la conocí me ponía un poco nerviosa porque hablaba conmigo como si me conociese de toda la vida, pero esa sensación pronto se esfumó. Teníamos muchas cosas en común, más de las que nunca pensé tener con ninguna per-sona. Y nos hicimos amigas. Yo nunca había tenido una amiga, una de verdad, digo. Lo de vivir en Calabrez es un problema porque a la gente de clase solo la veo en clase, luego me subo para arriba y se acabó, todos quedan para ir a algún lado, y se ven por las tardes. Todos menos yo. No es que me haya importado mucho, pero siempre me he preguntado cómo sería mi vida si viviese en Ribadesella. Son tonterías que se me ocurren, supongo que todo sería más o menos igual. Ahora bajo todos los días. Cuando quieres algo lo consigues. Eso dice Eli siempre, lo de conseguir lo que quieres, digo. Y yo con-seguí convencer a mi padre para bajarme con él todas las tardes. Él siempre tiene algo que hacer en Ribadesella, eso le dice a mi madre, aunque lo que de verdad hace es irse al Gaspar a tomarse unas sidras con sus amigos. Yo me callo, eso no va conmigo, que se las apañen ellos. Pues eso, que empezó a bajarme todos los días y así podía estar con Eli. Y luego vino lo de la moto, eso sí que fue una sorpresa, no sé porqué quiso hacerme ese regalo Víctor. Víctor. El padre de Alex. Es de telenovela. Aquel fin de semana mi cabeza casi se vuelve loca. Más todavía.

A mi me gusta Calabrez. Me gusta mi casa. Me gusta mi fa-milia. Pero estoy cansada. Me he dado cuenta poco a poco. Ha sido como una idea apartada en un rincón y que poco a poco ha ido creciendo hasta ser plenamente consciente de ella. Estoy cansada. Cansada de todo esto que me rodea, digo. Todos los días son igua-les. Todos iguales desde que tengo uso de razón. Bueno, no son exactamente iguales, no es como en la película esa que el mismo día se repite una y otra vez, pero como si lo fuesen. En realidad, lo que más me agobia es saber que no creen en mí. Saber que les da igual lo que haga. Saber que soy mejor de lo que ellos piensan que puedo ser. Lo sé, pero me da miedo saberlo.

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He empezado a saberlo un poco más al lado de Eli. Ella siem-pre me lo dice. Lo de que soy capaz de hacer grandes cosas, digo. A todos nos gusta soñar y eso, pero es que yo solo soy completamente feliz cuando cierro los ojos y me imagino en mil y una situaciones distintas. Todas perfectamente posibles. Eli cree en mí y dice que algún día seré actriz o algo parecido, me parto cuando dice esas cosas. No sé por qué las dice, pero me gusta escucharla. Después nos cambiamos de ropa y hacemos como que desfilamos en una pa-sarela o estamos grabando un videoclip o estamos en una escena de una película. Lo pasamos genial. Las dos juntas, digo. Siempre nos estamos riendo. Aunque lo cierto es que hay días en los que Eli está distinta, le pasa algo aunque nunca me quiere decir lo que es. Tiene como una sombra dentro de los ojos, una sombra triste. Y no se ríe, hace esfuerzos por sonreír, pero no se ríe. Es entonces cuando más cosas me cuenta de su vida en Madrid, o en Barcelona, o en Bilbao. De la gente que ha conocido. De todo lo que ha vivido. Y también me habla de viajes que tenemos que hacer juntas, de sitios por co-nocer, de vivir en alguna ciudad europea… Me habla y me coge la mano y nunca la suelta. Cuando es uno de esos días en los que tiene una sombra en la mirada, digo. Supongo que nos pasa a todos. Yo también hay días en los que querría dejar todo atrás. Arrancarme todas esas obligaciones que me imponen y que me atenazan para no dejarme ni respirar. Hay que trabajar duro para tener un futuro mejor. Hay que ser buena chica para poder encontrar un marido bueno. Hay que querer a tu familia hagan lo que hagan, piensen lo que piensen. Quisiera saber dónde están escritas todas esas reglas. Querría saberlo para ir hasta allí y prenderles fuego.

Alex escribe poemas. Él dice que no sabe muy bien si son poe-mas o simplemente cosas que le vienen a la cabeza y las va escri-biendo sin orden ni sentido. Yo sé que son poemas. Los he leído. Al menos los que me ha mandado. No habla de amor ni nada de eso. Más bien habla de miedos, aunque los disfraza para que no se noten demasiado. Pero son miedos. Nunca hablamos de las cosas que escribe. Yo en las cartas le digo cuáles me han gustado más, o le menciono alguna frase que me ha parecido especialmente buena. Él nunca dice nada. Alguna vez se lo he dicho por teléfono, pero él

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cambia de tema, o entramos en uno de esos silencios en los que es-cuchamos nuestros propios pensamientos. Nunca escribe de amor, pero un día me dijo que me quería. Fue la semana pasada.

Me gusta mirarme en el espejo de mi habitación. La puerta bien cerrada para que no entre nadie. Pongo música y bailo. No la música que ponen en el Alboroto o en el Dover. Esa no me gusta, la bailo cuando salgo por ahí porque Eli dice que tengo que hacerlo, que cuando lo hago todos me desean. Me gusta saberme deseada. Me da vergüenza, pero me gusta. Cuando estoy sola en mi habi-tación pongo a los Doors y dejo que mi cuerpo se vaya moviendo lentamente. Me quito la ropa poco a poco, al ritmo que marca la voz de Jim Morrison, y me contemplo desnuda. Me gusta mi cuer-po. Me gusta acariciarlo y pensar que son otras manos las que lo recorren. Antes no pensaba en nadie en concreto, tan solo en unas manos acariciando mi piel. Ahora, a veces, me viene a la cabeza el Hostal Derby y nuestros cuerpos en la cama. Entonces me tumbo y empiezo a tocarme lentamente allá donde más placer encuentro. Hasta que me corro.

No hay voz más erótica que la de Jim Morrison. Eli también piensa lo mismo. Aunque siempre decimos que estamos enamoradas de Kurt Cobain; bueno, en realidad es Eli quien lo dice; a mí me gusta, pero no estoy enamorada de él. Ella dice que sí, que sueña con él y se pone a mil y esas cosas. A mí me gusta Nirvana y ya está, aunque a Eli le sigo la corriente con eso de que estamos enamoradas de Kurt Cobain. A ella le gustan las historias de compartir, siem-pre dice que tenemos que compartirlo todo y que de mayores será igual, que compartiremos la casa, el dinero, el marido y los hijos. Y entonces empieza a filosofar acerca de la vida, y a decir que lo importante es ser felices, y que no hay normas sobre la felicidad y que nosotras lo seremos compartiéndolo absolutamente todo. Em-pieza a hablar de ese futuro que hay en su cabeza y lo describe con detalle. Lo tiene pensado con precisión. Los colores de las paredes de cada habitación de nuestra casa, las comidas que cocinaremos, los trabajos que tendremos, hasta la enorme cama redonda en la que

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dormiremos todos. No sé a quién se refiere cuando dice todos, pero me río a carcajadas con ella. Tiene una risa contagiosa y una forma de contarlo todo que acabas creyendo en lo que defiende como si tú misma lo hubieras pensado. No importa que en tu cabeza el futuro sea de otra forma. No importa.

Una playa desierta, la noche, un fuego. Eli, Alex y yo bailando desnudos. Ayer soñé eso. No sé por qué. Quizá porque ayer estaba con ese punto melancólico y Eli me hablaba de irnos a vivir a un lugar tan lejano que nadie supiese de su existencia. Quizá. Después, en el sueño, yo me metía en el agua, deseaba zambullirme en el agua salada, pero aquél no era un mar como los demás, no era un mar de agua, sino un mar de cristales rotos que iban haciéndome heridas por todo el cuerpo, heridas que no paraban de sangrar. Desde la orilla Alex gritaba mi nombre, pidiéndome que saliese y regresase a su lado. Eli había desaparecido. Yo estaba feliz, las heridas no me dolían, sangraban sin parar, pero no me dolían. Y en cada uno de los cristales veía a mi madre, a mi padre, a mi hermano, al profesor de inglés, a Víctor, al camarero del Río, a un par de chicos de clase, a mis abuelos. Estaban dentro de los cristales y sus voces resultaban inaudibles. Se reían. Todos se reían, pero me daba igual. Entonces dejaba de escuchar la voz de Alex. Miraba a la orilla y Eli lo había tumbado y se había subido encima de él. Continuaban completa-mente desnudos. Entonces me desperté gritando y mi madre apare-ció en mi habitación asustada.

En casa de Eli huele a vacío. Yo con los olores soy muy espe-cial. Es como si el olfato fuese el mejor de mis sentidos. Eli dice que eso es porque soy más felina que humana. Cosas de Eli. El caso es que en su piso huele como a coche sin estrenar. Y es raro. Muy raro. Porque el piso es muy viejo, han pasado un montón de familias por allí. Y Eli no es una chica que no huela. Todo lo contrario. Siempre desprende un olor muy característico, tenue pero con fuerza; es un olor con cierto dulzor afrutado que no llega a empalagar. Un olor que atrapa poco a poco y que despierta tus sentidos. Es un olor que excita. Si lo hueles en otra persona, inmediatamente piensas en Eli

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y un latigazo excitante te golpea y te acelera las pulsaciones aunque solo sea por un instante. Lo sé porque me ha pasado. Y sin embar-go, entras en su casa y no huele a ella. Sí que hay olor, y es un olor muy peculiar, muy difícil de definir. Un olor impersonal que acaba anulando los olores de las personas. Incluso el de alguien como Eli.

Puede que sea porque no están nunca allí, lo del olor imper-sonal de su piso, digo. Nunca están. Y Eli es como si no viviera allí. El piso siempre está perfectamente ordenado, nunca hay un libro ni una cinta de video ni nada fuera de su sitio. Tampoco hay fotos. Ni una sola fotografía en toda la casa. La cocina nunca está sucia, yo creo que no la usan. Aunque lo más raro es lo de Eli, con lo desor-denada que es y, en cambio, su cuarto siempre está igual. Cuando vamos a su casa siempre nos metemos en un cuarto pequeño que hay junto al comedor, es como una salita que tiene un pequeño sofá, una mini-cadena, un armario enorme con toda la ropa de Eli y un espejo que cubre una de las paredes. Es la única estancia de la casa que huele diferente, huele a Eli. También es el único espacio don-de el desorden está mucho más presente; encuentras migas de pan, tropiezas con algún trasto y puedes hacer cualquier cosa sin miedo a que te expulsen del museo. Porque es eso lo que parece el resto de la casa, un museo. Un museo en el que importan todos los ob-jetos decorativos, en el que tiene importancia hasta el más mínimo e impoluto de los detalles. Un museo sin personas. Un museo de la soledad. Todo menos las personas. Da igual. Nosotras nos metemos en esa pequeña salita y allí es donde se abre nuestro mundo.

A veces me pone un poco nerviosa. Bueno, en realidad me saca un poco de mis casillas. Eli, digo. Pero solo es cuando se pone muy pesada. Solo alguna vez. Y se me pasa en seguida. Es que em-pieza con sus historias y hay que seguirla porque sino la sigues se enfada, se pone arisca y quiere quedarse sola. Sus historias siem-pre giran alrededor de nosotras, de nuestro futuro, de estar siempre juntas. A mí me gusta, me gusta pensar que siempre seremos amigas y eso. Pero a veces se pasa. Y me agobia. Me agobia un poco su manía de querer controlarlo todo. Necesita saber en todo momento lo que pienso, lo que quiero hacer, lo que necesito. Y está bien, eso

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está genial, nunca nadie se había preocupado tanto por mí. Pero me agobia. Y me da una rabia tremenda sentir esa sensación de agobio porque sé que ella lo hace por mí, que es mi mejor amiga, que me quiere y quiere lo mejor para mí. Me agobio. Lo siento.

Nunca se lo he dicho. Lo de que me marea la cabeza y que me molesta que quiera meterse en mis pensamientos y planificar cada microsegundo de nuestras vidas como si estuviera escribiendo una novela y yo solo fuera un personaje. El personaje principal, pero solo un personaje. Un personaje sin capacidad de decisión, sumiso ante las decisiones del escritor, creado por él y para él. No se lo digo. No lo hago porque sé que solo es un momento, que luego vuelven las risas, y vuelve a ayudarme en todo, y me hace olvidar las cosas que no me gusta pensar. Como lo de decirles a mis padres todo lo que pienso. Ese es uno de esos pensamientos que se cruzan como una ráfaga de viento pero que luego se marchan. Se alejan porque Eli me hace ver la parte buena de las cosas. Bueno, en realidad me habla de otras cosas y ya está, eliminamos lo que no me gusta de mi vida y empieza a dibujar una nueva vida en la que lo malo deja de existir. Si no estuviera Eli la rabia se me comería por dentro. Eso era lo que me pasaba antes. Siempre estaba rabiosa. Y en lugar de sacarla al exterior con gritos y mal humor, como hacen ellos, yo la guardaba dentro y me iba devorando poco a poco, haciéndome más y más pequeña. Si a ello le añadimos los malévolos caprichos de mi hermano, en los que yo era el centro de las burlas y el ejemplo de todo lo negativo, ya tenemos mi invisibilidad. Soy invisible por una rabia que me viene de dentro y que nace de aquello que no me gus-ta, y de una rutina constante en la que se me bombardea con men-sajes negativos. Pero Eli sabe cómo quitarme la invisibilidad, sabe cómo decirle al mundo que existo. Por eso me callo algunas cosas, porque todo lo demás es perfecto.

Odio perder el tiempo. Creo que es el bien más valioso que te-nemos. Cuando pasa ya no vuelve jamás. No podemos desperdiciar-lo. Somos estúpidos si lo hacemos. Y, sin embargo, todos tiramos a la basura una cantidad de tiempo increíble. Todos.

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Mi casa es una pérdida de tiempo constante. No encuentro una verdadera razón de ser en nada. Todo es demasiado básico. Su-pongo que es como todas las casas, imagino, no sé. Para mis padres lo importante es aquello que se puede tocar, aquello que tiene im-portancia en un mundo de cosas materiales. Por eso creo que siem-pre pierden el tiempo. No sirve de nada ahorrar durante años, pen-sar en el mañana, guardar para tener, tener para aparentar. No sirve de nada. Y alrededor de todo eso gira cada día mi casa, mi mundo, mi gente. Me aburren tanto… Yo hago todo lo que me mandan, es lo que me han enseñado. Lo de obedecer, trabajar, ser respon-sable y eso. Lo hago, pero estoy constantemente pensando en que estaría mucho mejor dibujando, o leyendo, o escuchando música… o hablando con Alex. Ayer le conté lo del sueño en el que los tres bailábamos desnudos y ellos dos acababan juntos. Se rió. Le hizo mucha gracia. A mí no, ni la más mínima. Claro, él no conoce a Eli y no sabe que puede conseguir todo lo que se le antoje. Tampoco sabe que es muy de apetecerle algo y quererlo de forma inmediata, sin pensar en nada más. No lo sabe y por eso se ríe. Por eso y porque, al fin y al cabo, la que salgo perdiendo soy yo. Con lo del sueño, digo. Luego hablamos de más cosas. Me dijo que había aprobado la selectividad, pero que no quería seguir estudiando. Sabía la nota hacía días, pero se le había olvidado decírmelo; vamos, que si no le pregunto tampoco me lo hubiera dicho… Alex no le da importancia a los estudios, yo creo que se equivoca, y se lo digo; creo que tendría que estudiar algo, lo que le apeteciese, pero algo… No sé. Igual al final me hace caso. Ayer dijo que se lo pensaría. La que no se lo está pensando es Eli, lo tiene claro, se iba a matricular en Filosofía en Oviedo. Igual que yo. Así seguiríamos juntas. Ya se lo había dicho a sus padres y si tenían que mudarse otra vez ella se alquilaría un piso en Oviedo. Y podríamos vivir juntas. Eso me dijo.

A veces me pregunto en qué trabajarán los padres de Eli. Ella nunca lo dice. Siempre rehuye ese tema de conversación. Es como si se avergonzase de ello o no quisiese compartirlo con nadie. Ni si-quiera conmigo. No sé. A lo mejor son tonterías mías. Eli comparte todo conmigo, lo que tiene y lo que piensa. Todo. Víctor dice que no

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hay que fiarse de la gente, que a la hora de la verdad somos seres in-dividuales y que la mentira es el camino más rápido para conseguir lo que queremos. Víctor suele ser muy así, muy de exagerarlo todo, digo. Desde que sé que es el padre de Alex me siento todavía más unida a Víctor. Es como si compartiésemos algo muy importante. Bueno, en realidad siempre hemos compartido cosas. Él me habla-ba y me escuchaba… ocupaba un sitio muy importante… eso antes de que llegase Eli, ahora le cuento menos cosas, no sé, me da más vergüenza. Es que es el padre de Alex, no voy a estar contándole lo que siento o lo que pienso, si lo hago acabaré todo el rato hablando de Alex… y es su hijo. Su hijo. Qué raro. Me siento más unida a él, pero le cuento menos cosas… no sé. Últimamente habla mucho del pasado. Víctor, digo. Habla del pasado y lo hace como si lo sintiese tan lejano que tiene que hacer un enorme esfuerzo para llegar hasta él. Me habla de los años en los que la calle era suya, se sentía dueño de la calle, vivía en ella; y de la lucha, y de la madre de Alex, y del nacimiento de su hijo, y de las complicaciones. Cuando llega a este punto, todo se vuelve más difuso, deja de dar detalles, comienza a titubear y siempre finaliza diciendo que todo se fue a la mierda y tuvo que marcharse de allí para siempre. Si le pregunto el porqué no responde. Por eso he dejado de hacerlo.

Alex nunca habla de su padre. Tampoco quiere que yo le ha-ble de él. Se enfada. Se enfada mucho y me cuelga el teléfono. No es que le hable mucho de él, lo he hecho un par de veces. Una fue por carta, la única carta que no me ha contestado. Y la otra hace un par de semanas, por teléfono, y me colgó sin despedirse ni nada. Víctor le ha escrito unas cuantas cartas a Alex, pero nunca ha obtenido res-puesta. No sé muy bien lo que les pasa… Supongo que es normal, en realidad son dos desconocidos.

Eli cree que le pongo. Al padre de Alex, digo. No sé en qué se basa para decir eso si no lo ha visto nunca. Es típico de Eli, algo le viene a la cabeza y si se empeña en que es verdad, pues tiene que serlo. No importa que hable de algo de lo que no tiene datos sufi-cientes. Como lo de Víctor. Ella dice que es por lo que yo le cuento. A veces empiezo a hablarle de algo y si, por casualidad, resulta que

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en lo que le cuento sale una conversación que tuve con Víctor, em-pieza a preguntarme todos los detalles. Dónde miraba, como ponía las manos, cuál era la entonación de sus frases. Cosas así. Cosas de Eli.

Eli nunca se calla lo que piensa. Siempre lo dice. Yo no. Yo no sé hacerlo. De hecho me suelo callar la mayoría de las cosas que pienso. Es mejor decirlo que callártelo. Eli siempre me lo está repitiendo. Que es mejor para mí, que deje las cosas claras. Por ejemplo, en mi casa. Allí es donde más cosas me callo. En mi casa, digo. Debería arrancarme y decirles que me tienen harta, que no les soporto, que quiero vivir mi vida, que quiero marcharme. Todo a mi alrededor va en la misma dirección: la lejanía. Los árboles, las plantas, las hormigas, la montaña, las vacas, el río. Hablo con todos y todos me dicen lo mismo. Que tengo que ir en la dirección que yo quiera tomar, elegir mis sueños y luchar por ellos, hacer lo que yo quiero hacer, no lo que tienen pensado para mí mis padres, eso no. Me lo dice Eli. También me lo dice Alex. Él es menos persuasivo, no intenta convencerme, solo me dice lo que piensa. Y piensa que cada uno debe caminar por sí mismo, que los lazos que nos unen son invisibles y los alimentamos nosotros mismos. Y, sin embargo, quisiera tener al lado a su madre. Me lo ha dicho. Lo está pasando mal. Lo está pasando realmente mal. Creo que se ha dado cuenta de lo mucho que la echa de menos mucho después de que muriese. Creo que lo ha ido asimilando poco a poco y que cada vez que se acuerda de ella se le cae el mundo abajo. Yo quiero estar a su lado para ayudarle a construir su mundo. Eso es lo que quiero.

Ya está decidido. Eli ha comprado los billetes, y ha reservado el hotel; y ha hecho todo lo que hacía falta. Yo con mis padres he sido muy clara. Bueno, en realidad les he dicho que me voy de vaca-ciones con Eli. Nada más. No me han dicho nada. Incluso mi padre me ha dado algo de dinero. El resto lo he cogido de mis ahorros.

Hemos ido de compras, hemos pensado mil cosas que hacer cuando lleguemos, hemos incluso celebrado el viaje. Mañana es el

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gran día. A las ocho y treinta y cinco de la mañana sale el Alsa de Oviedo. Dirección: Zaragoza. Estoy muy nerviosa. Voy a ver a Alex. Voy a verle. Voy a volver a estar a su lado. Voy… Voy… Nueve, siete, seis, sesenta y uno, sesenta, dieciséis. Voy a hablar con Alex, tengo que decirle que voy para allá. Me muero por besarlo.

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Como una boca hambrienta voy a ti,como una gata maullando en los tejados,no hay nada que pueda paliar este elixir,

mojo los sueños donde te has columpiado.

Va a estallar,es fuegoanimal,excitar

todo mi cuerpo va a estallar.

Mi lengua dulce y hábil quiere querer,mis piernas son la puerta a todos los salmos,

mi pelo es donde ahogarás tu hambre y tu sed,mi pecho blanco y rosáceo es pecado.

y al caminar buscando el placerque se esconde donde mandan los dados

encontrarás que en la paredcuelgo los gritos que robo a los gusanos.

Va a estallar,es fuegoanimal,excitar

todo mi cuerpo va a estallar.

Tacón de aguja,seda en la piel,

ojos que pueden morder,reina del tanga,inocente rubor,

labios de rojo pasión.

Voy a morder y a tornar carmesíla quintaesencia de tus pantalones,

fuego y sudor dentro de mí,cabalgaremos doblegando estaciones.

Va a estallar,

es fuegoanimal,excitar

todo mi cuerpo va a estallar.

Va a Estallar

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Estamos de camino. Es increíble. Eli y yo camino de Zara-goza. Y luego al pueblo de Alex. Todavía no me lo puedo creer. Quedan más de cuatro horas por delante, pero ya puedo sentirme a su lado. Mi cabeza no puede parar quieta. Eli me ha dicho que duerma un poco, que si me duermo el viaje se me hará más corto. Pero no puedo. Ella duerme. Está a mi lado, con los ojos cerrados en un estado de tranquilidad absoluta, su respiración es pausada y se ha dormido abrazada a mí. Lo he intentado varias veces. Dormir, digo. Es imposible.

Me daba miedo decirle que iba a visitarle, que viajaba para es-tar con él. Me daba miedo porque quizá el no quisiese verme. Quizá no quisiese tenerme tan cerca. Quizá tuviese novia y todo, las cartas y llamadas, era mentira. Tenía miedo. Los miedos que se anudan en la boca de mi estómago suelen deshacerse con gran facilidad. Des-aparecen en cuanto sé la verdad. Es como si permaneciesen aga-zapados, dándome pequeños mordiscos de forma constante, hasta que descubro que existen porque yo misma los he creado. Entonces desaparecen, así sin más. Lo malo es que muchas veces han dejado heridas que tardo mucho en curar. Y, a veces, vuelven a aparecer. Los miedos, digo.

Me gusta viajar en autobús. Bueno, en realidad no lo he he-cho demasiadas veces. A Oviedo sí que he ido unas cuantas veces en autobús, pero viajes largos no he hecho demasiados, alguna ex-cursión con el instituto. Un par de veces o así. Puede que éste sea

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el viaje más largo que he hecho. Eli sigue durmiendo. Nunca había podido contemplarla mientras dormía. Está tranquila, muy guapa, llena de luz y, al mismo tiempo, distante, como en una pintura del renacimiento, como en una fotografía amarillenta guardada en un viejo libro descubierta años después. Eli. Han cambiado tantas co-sas desde que apareció…

Voy avanzando poco a poco por un largo pasillo. A gatas. En uno de mis sueños despiertos mientras el autobús avanza, digo. Lle-vo puesto un tanga morado, de esos que son un fino hilo y un peque-ño triángulo; también llevo uno de los sujetadores que me compró Eli, el negro y rojo. Nada más. Gateo lentamente, arqueando la es-palda en cada movimiento, con la boca ligeramente abierta. Felina. A punto de saltar a por mi presa. Así lo hubiera descrito Eli, así lo describo yo en mis adentros. Alex me observa apoyado en el quicio de la puerta, está desnudo, completamente desnudo. Y excitado. Yo también. Llegó hasta él, estoy hambrienta. Beso uno de sus pies des-calzos, saco ligeramente la lengua y comienzo a subir por su pierna izquierda. Me gusta el cosquilleo que me provoca su lanoso y tenue vello. Sigo subiendo. La rodilla. El muslo. La ingle. Y me detengo abriendo la boca todo lo que puedo. Deseo con todas mis fuerzas que explote y moje todos los sueños en los que me buscaba como un animal.

El autobús se detiene. Hemos llegado a alguna ciudad, tienen que subir y bajar pasajeros. Gente que seguirá con sus vidas y que ya nunca más se cruzarán con la mía. Personas que caminan con problemas y miedos a sus espaldas, pero que siguen avanzando, no se detienen. Como todos. Porque si nos detenemos nos vamos apa-gando y ya solo nos queda esperar. Esperar al único de los miedos verdaderos. El miedo que llama a tu puerta solo una vez, pero que muestra su presencia en todos y cada uno de los días que vivimos. El miedo al final. Eli acaba de despertarse. Preferiría que hubiese seguido dormida. Todavía estoy muy excitada y seguro que me lo nota. Siempre nota esas cosas. Sonríe. Ya lo sabe. Y pregunta. No quiero contarle nada, pero termino contándoselo todo con pelos y señales. Es muy insistente y es mejor darse por vencida. No hay más opciones. Me escucha con los ojos muy abiertos, siempre sonriendo

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y, de vez en cuando, veo como su lengua parece querer mostrarse entre sus dientes, como queriendo participar. Cuando termino de narrar mis fantasías ella también está excitada. Eso me dice. El au-tobús arranca de nuevo.

Seguimos el viaje hablando sin parar. Eli está muy animada, muy contenta. Repite continuamente que es el primer viaje que ha-cemos juntas, el primero de muchos, eso dice. Ella ya conoce Za-ragoza, comienza a enumerar bares y discotecas, nombres extraños que no me dicen nada. A mí no me importa Zaragoza, a mí lo único que me importa es el pueblo de Alex. Lo único que quiero es estar con Alex. Cuando lleguemos a Zaragoza el autobús no parará en ninguna estación, solo hay una parada en una marquesina al lado de la plaza de toros, nos tenemos que bajar y coger un taxi que nos lleve a una estación de autobuses que hay en la Avenida Valencia. Allí tendremos que mirar cuando sale el primer autobús que nos lleve al pueblo de Alex. Esas han sido sus instrucciones. Eli cree que hubiese sido mejor llegar por sorpresa, que hubiese sido más bonito. A mí me da igual lo que ella piensa, yo quería que Alex supiese que iba para allá, que fuese contando las horas, que notase cómo me iba acercando poco a poco y que fuese ardiendo en deseos por verme de nuevo. Por eso le llamé y le avisé. Por eso y porque me gusta contarle todo.

Estoy un poco cansada, cierro los ojos e intento dormir. Eli no para de hablar. No le importa que mire por la ventana o que finja es-tar dormida, ella sigue hablando. Su padre tiene un amigo en Ovie-do que le va a alquilar un piso durante el próximo curso. Un piso para ella sola, no tiene necesidad de compartirlo con nadie. Para ella y para mí. Eso ha dicho. Sus padres están muy contentos de que haya encontrado una amiga con la que compartirlo todo. También ha pensado que podría casarse con mi hermano para que las dos seamos familia. Cuando dice esto me enfado. Me enfado mucho, aunque no lo exteriorizo todo lo que debiera. Eli lo nota enseguida, no es necesario que grite o que le diga todo lo que pienso. Lo nota y me dice que es broma. Y me da un beso, un inocente beso de per-

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dón. Pero sigue con sus cosas. Sus cosa,s esta vez, hablan de irnos a Madrid; tengo que conocer lo que es la noche con mayúsculas, eso dice. Yo quisiera estar dormida, pero es imposible. Está pensando en escribir un libro sobre una chica que se enamora de su profesor y que, cuando le trasladan a otra ciudad, ella se escapa para estar con él; a mí me parece una historia malísima, pero le digo que lo escriba. Sé que nunca lo hará. Faltan diez minutos para llegar a Zaragoza.

Hemos cambiado de autobús. Este es mucho más viejo y va completamente lleno. Acaba de arrancar. Treinta minutos más y po-dré besar a Alex. Hace diez horas que salimos de Oviedo.

Un cartel anuncia la llegada a su pueblo. Desde la carretera podemos ver su perfil, el del pueblo, digo. Casi todo son casas de una planta, apenas hay edificios altos. Puedo distinguir una torre, un par de iglesias, una fábrica con una chimenea de ladrillos muy alta. Parece un pueblo con bastante vida. Al llegar a la parada se baja la mayoría de la gente que viaja en el autobús, pocos siguen a los siguientes pueblos. Nosotras también bajamos. Nos abren el portón del maletero y cogemos nuestras maletas. Al darme la vuelta veo a Alex sonriendo, acercándose hacia mí.

Nos devoramos. Literalmente. Como suena. Nos besamos con fuerza, nuestros dientes chocan, nuestras lenguas se enredan. Nada existe a nuestro alrededor. Sus manos recorren cada centímetro de mi ser, se meten bajo mi camiseta. Yo le agarro el culo y, al mismo tiempo, introduzco mis dedos entre su pelo. Lo lleva más largo que la otra vez. Me gustan sus greñas rizadas. Nos besamos, nos be-samos, nos besamos. Hasta que Eli se abraza a nosotros y reparte besos diciendo que estaba deseando ver este momento. Se presenta, a Alex, digo. Y yo veo a dos señoras mayores que se marchan cu-chicheando escandalizadas. Alex vuelve a besarme, esta vez durante menos tiempo. Y comenzamos a andar hacia el único hotel que hay en el pueblo.

Tenemos tantas cosas que contarnos que no decimos nada. Solo habla Eli. Alex me ha cogido por la cintura y avanzamos por

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una estrecha calle empedrada. Dice que cuando dejemos nuestras cosas iremos a comer algo y, después, saldremos a dar una vuelta. Son más de las nueve. Yo estoy de acuerdo. Estoy de acuerdo con todo. Me lleva agarrada por la cintura y vuelo, vuelo y, al mismo tiempo, estoy a punto de estallar. Estallar de felicidad y deseo. Es-tallar.

Una vez en el hotel Alex se queda esperándonos tomándo-se una caña en el bar de abajo. Nosotras subimos a dejar nuestras cosas en la habitación. Es una habitación pequeña, con dos camas pegadas, un par de mesillas y un armario en el que vamos colocan-do nuestra ropa. Nos damos una ducha, nos cambiamos y bajamos. Antes, Eli me dice que no se imaginaba a Alex tan guapo. No sé que quiere decir con eso, pero me molesta. También me dice que está enamorado de mí, que no hay ninguna duda, que se le ve en los ojos, y en todo. Eso me gusta. Estoy muy contenta. Abrazo y beso a Eli mientras bajamos en el ascensor, ella me coge las tetas con fuerza y me llama tía buena. Las dos reímos a carcajada limpia. Yo debería subir a cambiarme de nuevo la ropa interior, pero no lo hago. Pre-fiero correr a la barra, colgarme del cuello de Alex y besarnos con la necesidad del tiempo no compartido. Me arrimo a él con tanta fuerza que noto su entrepierna palpitando, lleva unos pantalones elásticos que marcan con descaro un enorme bulto del que no puedo apartar los ojos. Llevo una falda muy corta, Alex me ha agarrado y comienza a levantarme, creo que se me está viendo todo. Cuando Eli sale del baño me dice al oído reina del tanga. Me muero de ver-güenza. Le pido a Alex que me baje y me coloco la falda. Es de esas faldas cortas y estrechas que con solo agacharte pueden dejar todo a la vista. El bar entero nos está mirando, deben estar mirando desde hace siglos. Les digo a Alex y Eli que tengo que subir de nuevo a la habitación. Me quito la falda, cojo un tanga limpio y un pantalón de pitillo. Así mucho mejor, no quiero tener que estar pendiente de nada. Solo de Alex. Cuando llego a la barra Alex y Eli se están rien-do, Eli bebe del tubo de cerveza de Alex y Alex le está diciendo que tenía ganas de conocerla, que yo le había hablado mucho de ella. Salimos a la calle y empezamos a andar.

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Alex ha pillado costo y nos dice que antes de ir a comer algo vamos a acercarnos al parque a fumarnos un petardo. Allí estare-mos tranquilos. Nada más llegar Eli le pide la piedra y empieza a liar. Alex me sienta en sus rodillas y comienza a besarme el cuello, yo no aguanto más, le giro la cara e introduzco mi lengua en su boca. Podría desnudarlo allí mismo y empezar a hacerle el amor sin que nada ni nadie me importase. Tampoco Eli.

He pensado muchas veces en eso, en lo de hacer el amor, digo. Nunca antes había estado tan segura de perder la virginidad que la noche que pasé con Alex en el Hostal Derby y, sin embargo, el miedo pudo conmigo. Miedo a no saber darle placer, miedo a que no le gustase, miedo a quedarme embarazada, miedo a que me do-liese… eran tantos miedos, que me bloquearon por completo. No le dije que nunca lo había hecho, me daba vergüenza, seguro que él lo había hecho con muchas chicas y no quería que me viese como un bicho raro. Le dije que prefería no hacerlo. Se lo dije con miedo, por si se enfadaba o por si ya no quería seguir conmigo. Pero no pasó nada. Bueno sí, que nos corrimos. Yo varias veces. Muchas. Desde aquel día sigo pensando en lo de hacer el amor, quiero hacerlo con Alex y quiero hacerlo ya. Lo haría en este mismo banco. ¿Para qué esperar más? Pero Eli se había hecho el porro, le había dado unas cuantas caladas mirando cómo nos liábamos y, ahora nos lo ofrecía sonriendo. Sonriendo y hablando de una noche en la que conoció a un chico de Zaragoza que la tenía tan pequeña que cuando se la metía no sentía nada. Todos reímos. ¿Qué otra cosa hacer?

Nos levantamos para ir a cenar a un bar que se llamaba Riga. Alex conoce al dueño, nos atenderán pronto y es muy barato. Eso dice. Nos sentamos en una mesa al final del bar, justo debajo de la tele. Unos bocadillos y una ración de patatas bravas, esa iba a ser nuestra cena. Eli no paraba de hablar de sexo. Siempre lo hacía, pero habitualmente estábamos las dos solas y a mí me daba igual. Ahora era diferente. Estábamos con Alex y ella todo el rato hablaba de todos los tipos de pollas, de todos los tipos de tetas, de todos los tipos de polvos. Yo no sabía ni dónde meterme, me daba vergüenza. Vergüenza por lo que pensase Alex. Aunque él parecía estar pasán-

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doselo muy bien; le seguía las bromas, le daba la razón e incluso cuando se callaba la provocaba para que siguiese con alguna de sus historias. Yo no sabía qué pensar. Si a Alex le gustaba que Eli fuese así, quizá pensase que yo era una aburrida. Pensé en seguir yo tam-bién hablando de esas cosas. Pero no sabía nada. Nada de nada. Y no quería meter la pata. Mejor me callo y río a carcajadas cuando hay que reírse. Eli empalma historia con historia, se sabía el centro de atención y eso era lo que más le gustaba. Alex me coge la mano por debajo de la mesa y la aprieta con fuerza, ya hemos terminado de cenar y ha llegado la hora de marcharse. Cuando Eli va al baño Alex aprovecha para besarme, casi me tumba encima de la mesa y Eli, al vernos, comienza a silbar. Todo el bar nos mira. Parece que esa va a ser la tónica de la noche.

Resulta extraño salir a la calle con Alex y Eli. Caminar por un pueblo desconocido. Los tres juntos. Es raro. Es como si estuviese dentro de mi imaginación, pero es real. Estoy con Alex, con Alex y con Eli, a quinientos kilómetros de mi casa y con un montón de tiempo por delante. Acabamos de cenar y ahora nos vamos a ir al bar donde suele ir Alex. Se llama El Agujero. Vamos a conocer a sus amigos, a su gente. Ese cosquilleo a medio camino entre nervios y felicidad sigue acompañándome, lo lleva haciendo desde que bajé del autobús. Supongo que será cuestión de acostumbrarme. En la calle hay bastante gente, parece que aquí salen más que en Ribade-sella. Nos miran raro, supongo que es porque no nos conocen. Por eso y porque vamos con Eli. Eli siempre llama la atención.

Hemos llegado. La música se escucha desde fuera. Eli se mues-tra entusiasmada y empieza a pegar saltos antes de entrar. Dice que esa canción le encanta, yo nunca le había visto ninguna cinta de Extremoduro por casa. No importa. Antes de entrar al bar Alex me coge la cintura, gira completamente mi cuerpo hasta ponerme frente a él, yo me pongo de puntillas y volvemos a enrollarnos desafora-damente. Hay gente esperando para entrar y nosotros estamos en mitad de la puerta. Alguien llama a Alex desde dentro y él me dice que Eli ya está pidiendo. Me empieza a presentar a mucha gente.

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Los nombres bailan en mi cabeza. Eli parece ser amiga de todo el bar, amiga desde hace tiempo.

Los amigos de Alex parecen simpáticos. En seguida hablan con nosotras y nos pasan sus litros y sus porros. La noche promete. Me gusta este sitio. Este bar, digo. Hay buena música, todo rock en castellano. Por eso Alex está siempre aquí metido. Yo estoy algo cansada, por tantas horas de viaje, por tantas emociones, pero no digo nada, lo estoy pasando genial. Alex y yo nos hemos sentado en un par de taburetes en la barra, vamos bebiendo jarras de cerveza, y fumando, y riendo, pero lo que hacemos continuamente es besar-nos, besarnos y besarnos. Eli parece estar en su salsa, habla con unos y con otros, el bar es pequeño y ella lo ha recorrido varias ve-ces. Alex se ríe, le hace gracia. Yo sigo besándole. No quiero saber qué hora es. De vez en cuando se acerca alguno de los amigos de Alex a decirnos algo. Los más simpáticos son uno que se llama Kiko y otro que le llaman el Movidas, me parto con ellos. Eli hace mucho que no se acerca a nosotros. Mejor. Creo que ha puesto sus ojos en uno de los amigos de Alex, uno que se llama Iker. Es el más guapito de cara, como suele decir Eli, lleva mechas rubias y es el que parece más diferente, el único que no va con la camiseta de algún grupo o algo así. Alex me ha dicho que a Iker le gustan más las discotecas y esas cosas, pero que siempre se pasa por El Agujero porque todos los de la cuadrilla van por aquí. También hay alguna chica, una que se llama Vero, otra que se llama Inés, otra que se llama Raquel y otras dos que no me acuerdo. Todas eran muy majas. Nos dijeron de ir a dormir a su casa y tal. Yo no las escuchaba mucho, tenía bastan-te con besar a Alex. A ellas parecía no importarles, lo que sí que les importaba era lo de Eli. Estaba bailando encima de la barra. Todos la miraban. Alex me dijo que habitualmente los ojos siempre se iban detrás de ellas. Puede que tuviesen envidia, o puede que simple-mente Eli les cayese mal. Era habitual que las chicas no soportasen a Eli, siempre le pasaba lo mismo. No importaba.

La mano de Alex se acaba de colar dentro de mi pantalón, ha empezado a masturbarme. Nuestras lenguas llevan tantísimo tiem-po buceando juntas que no resultaba extraño estar en mitad de un

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bar lleno de gente recibiendo una descarga de tanto placer. Yo aca-bo de bajarle la bragueta y le he cogido la polla con mi mano. La tiene enorme. Alex me propone meternos en el baño. Yo ni contesto. Estoy deseando cerrar la puerta y devorarlo.

No es necesario hablar, de hecho llevamos casi toda la noche sin hacerlo. Nuestros cuerpos son zonas húmedas puestas al servi-cio del otro. No hay mayor placer que dar placer. Y en eso estamos los dos. Echamos el pestillo y empezamos a desnudarnos. Me sienta en el váter y él se sienta en el suelo. Su lengua empieza a jugar con mi clítoris con tal habilidad que no tardo en correrme una primera vez. Luego vienen otras más. Continuamente roza mis pezones con la yema de sus dedos y acaricia mis labios menores con cariño, como quien juega con algo deseado durante tiempo. Exploto una y mil veces. Le digo que podría estar corriéndome toda la noche y, acto seguido lo levanto del suelo, me pongo de rodillas y me lleno la boca de él. Mi lengua recorre su miembro para después introducirlo en mi boca y abrazar la punta de su cetro. Nadie me ha enseñado nada, lo voy aprendiendo sobre la marcha. Me dice que tenga cuidado, que se va a correr. No me importa. Se corre en mi boca con tal po-tencia que no puedo evitar tragarme parte de su semen. Me da un poco de asco, pero no digo nada. Lo escupo en el váter y lo contem-plo en el suelo. Se ha dejado caer y me dice que ha sido lo mejor que le ha pasado en la vida. Nos vestimos y salimos afuera. Creo que voy bastante pedo, eso o estoy flotando de puro placer. O ambas cosas.

Al salir vemos a Eli apoyada en la máquina tragaperras. Se está liando con Iker. Vaya noche. Nosotros nos vamos con los de-más y seguimos bebiendo. Alguno de los de la cuadrilla de Alex ya se ha ido a casa. Debe ser tarde porque en el bar hay mucha menos gente de la que recordaba antes de entrar al baño con Alex. Yo soy feliz, tremendamente feliz.

Me cuesta mucho expresar todo lo que siento. Con Alex no es diferente. Me gustaría saber decirle lo mucho que le quiero. Saber explicarle que nunca nadie me había hecho lo que él me ha hecho. Pero no sé. Lo que sí sé es que quiero disfrutar del momento. Eso es lo único que importa, el momento presente. Eso es. Puedes cons-

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truir castillos en el aire pensando en el mañana, no sirve de nada. Yo así lo veo. Lo he aprendido con el tiempo, con el tiempo y con Eli. Y Alex ha terminado de confirmármelo. De nada sirve esperar, al final del camino solo hay gusanos que nos devorarán mientras nuestros cuerpos se pudren en la tierra. Yo no quiero eso. Esperar, digo. Yo voy a disfrutar de mi cuerpo, disfrutar del placer, y que disfruten de él aquellos a quienes yo quiera. No los gusanos. A los gusanos no voy a dejarles nada.

Alex me dice que podíamos irnos a la una caseta que tiene un amigo suyo, que allí podemos fumarnos unos petarnos, y poner música, y estar más tranquilos. A mí me parece una idea estupenda. Alex va a hablar con Iker y con Eli. Cuando llega hasta ellos Eli le da un beso en la mejilla y se olvida de Iker por un momento, Alex se ríe, le dice algo a Iker y vuelve conmigo. Ellos también se van a venir. Salimos del bar. Eli lleva un pedo de los de campeonato.

La caseta del tío del Perca, así es como llaman al sitio este. El Perca es uno de los de la cuadrilla de Alex, creo que es uno con mu-chos granos. Y la caseta es de un tío suyo, pero la usan como si fuera la peña de todos. Esta guapa. La caseta, digo. Son casi las seis de la mañana, llevo veinticuatro horas sin dormir, pero no tengo sueño. Tan solo tengo ganas de estar con Alex. Y este es un buen lugar. Un lugar perfecto. Un lugar sin la música a todo volumen, sin gente que se acerca para hablarnos, sin ojos que nos miran. Un lugar donde poder sentarnos cómodamente en un sofá, donde mirarnos, donde hablar. Nos tumbamos y empezamos a enrollarnos.

Eli me ha hablado muchas veces de las cosas que hace con los chicos. A veces me incomoda, pero ha sido como una enciclopedia del sexo para mí. Como haber hecho un curso intensivo en la mejor de las universidades. Del sexo, digo. Mi cuerpo lo conozco muy bien, sé lo que me gusta y lo que no, lo sé desde hace tiempo, desde muy pequeña. Del cuerpo de los demás no sabía nada. Fue Eli la que empezó a hablarme de las cosas que les gustan a los chicos, de lo que les da más placer. Pero al fin y al cabo eso es sólo teoría. Las

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veces que he estado con Alex, hace un año en la pensión y hace un rato en el baño, no me he acordado para nada de las cosas que me ha contado Eli, simplemente he hecho lo que me apetecía. A lo mejor es que tenía sus clases magistrales muy interiorizadas. No sé. Ni me importa. Lo que sí que tengo que decir es que tiene toda la razón cuando dice que no hay mayor placer que dar placer. Me siento genial. Con una sensación que me hace volar. Es como si fuera ca-paz de cualquier cosa. Muchas noches el miedo a este momento me impedía dormir. El miedo a estar a solas con Alex de nuevo y saber hacer lo que hay que hacer. Eli siempre decía que el sexo es la base de toda relación. Y eso me daba pánico. Yo no sabía nada de sexo. Y quería estar con Alex. Tenía que saber darle placer. Eli decía que no me preocupase, que si no iba bien la cosa siempre podía intentarlo más veces. Eso todavía me preocupaba más. Puede que no hubiese más veces. Al menos no con Alex. Y yo quería estar con él, solo con él. Eso Eli no lo entendía, siempre me decía que practicase con otros antes de venir hasta aquí. Me sacaba de mis casillas cuando se ponía así, cuando se empeñaba en que follase con cualquiera para ir cogiendo práctica. No me entendía, no me entendía en absoluto. Cuando me hablaba de eso yo simplemente me callaba y me que-daba mirándola como quien mira al infinito. Quizá yo tampoco la entendiese a ella.

Iker y Eli se han tumbado en el sofá que hay frente a nosotros. Están fuera de sí. Nosotros también, pero no puedo evitar mirarlos. Van mucho más rápido. De hecho Eli se acaba de quitar el sujeta-dor y ha dejado sus tetas al aire, Iker le está bajando los pantalones mientras chupa y muerde sus oscuros pezones puntiagudos. Alex también está mirando. Yo empiezo a besarle y le quito la camiseta. Parece incómodo, pero se deja hacer, ninguno de los dos apartamos la mirada de Eli y de Iker. Bueno, en realidad yo solo miro a Eli, creo que Alex también. Eli se pone de pie, ya solo lleva puestas unas bragas rosas que dejan la mitad de sus nalgas al aire. Le da la espal-da a Iker para que le toque el culo. Ahora está mirando hacia noso-tros. Sonríe. Aparta las manos de su acompañante y da tres pasos hacia delante. Ahora está con nosotros. Desnuda. Alex y yo hemos

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parado por completo, tan solo la miramos. Ella se agacha, me quita la camiseta y me besa en la boca. Muy despacio, introduciendo poco a poco su lengua en mi boca. Yo me dejo hacer. Después se levanta con la misma naturalidad, se da la vuelta, coge a Iker de la mano y se meten en una de las habitaciones. Estamos solos.

Alex no dice nada, tan solo empieza a besarme con pasión en la boca. Me quita el sujetador y comienza a lamer mis pezones. Dice que le gustan más los míos. No me lo esperaba. Lo de que se pusiese a comparar, digo. Pero me gusta. Me gusta y me excita. Le pregunto por qué. Y me dice que le gusta más su color rosáceo y su tamaño y que sean abultados. Los de Eli son todo botón, casi sin aureola, un botón muy puntiagudo, casi como una lanza, de esos que siempre señalan cuando va sin sujetador. Los míos no. Los míos, cuando voy sin sujetador, se marcan enteros; una gran aureola del tamaño de una castaña empujando la camiseta y provocando un efecto de doble abultamiento. Como una doble teta. Tiene gracia. A Alex le vuelven loco. Mis pezones, digo. Centra toda su atención en ellos y eso me encanta. Con él he descubierto que mis pezones pueden llevarme al más alto de los placeres, de hecho la primera vez que me corrí en el baño fue por las yemas de sus dedos en mis pezones. Me levanto y me quito el pantalón. Alex hace lo mismo. Estamos muy excitados, a punto de explotar. Me da la vuelta y me pide que pose para él. Yo me muero de vergüenza, pero lo hago. Entonces me dice que soy la reina del tanga, lo mismo que Eli me dijo al oído en el bar. Está claro que la oyó, o que ella se lo dijo cuando yo subí a la habitación. No importa. Me estoy balanceando al ritmo de una música que solo suena en mi cabeza, ahora soy capaz de cualquier cosa, soy el centro del universo, la reina del tanga, la de los pezones más sabrosos que jamás nadie ha probado. Y me quito poco a poco la única prenda que me queda, como en uno de esos striptease de película. Me pongo delante de Alex, le dejo que chupe una vez más mis pezones, esta vez mientras me coge las tetas con ambas manos. Lo aparto y me tumbo en el sofá, me abro de piernas, le cojo por la nuca y lo acerco con seguridad a mi monte de Venus. Quiero que me devore.

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Cuando era pequeña siempre imaginaba que aparecería al-guien en mi vida que me hiciese feliz. Tan solo eso. Que me hiciese feliz, digo. Otras chicas piensan en un chico alto, guapo, deportista, rico, simpático. Yo simplemente deseaba que me hiciese feliz. Y, en realidad, era yo la que más pedía, la que más alto ponía el listón. Porque la felicidad es lo más difícil de conseguir. La felicidad de verdad, la plena. De hecho creo sinceramente que pocas personas pueden presumir de disfrutarla. Es fácil descubrir la felicidad plena, pero puede durar un instante, unos días, algunos meses. Lo com-plicado es conseguir esa felicidad durante toda la vida. Encontrar a alguien que fusile a quemarropa todos tus miedos y que, con solo estar ahí, pueda hacerte feliz. Si consigues eso, has conseguido el mejor de los bienes de este mundo. Eso creo.

Exploto sin remedio en un alarido que llena toda la estancia. Arqueo mi espalda hasta casi partirme mientras me corro sin que Alex deje de mover mi clítoris con la punta de su lengua. Sin tiempo a recuperar la respiración la montaña rusa ha empezado de nuevo. Le pido que se incorpore y le quito los calzoncillos. Antes de salir del bar me he vuelto a pintar los labios, Eli siempre está atenta a esas cosas y solo una mirada es suficiente para saber que debo ha-cerlo. Así que cuando empiezo a chupársela un rastro de carmín tiñe su miembro de rojo provocando un curioso efecto a medio ca-mino entre la sangre y el fetichismo. Me gusta. Y sigo chupando y mirando. Estoy empapada. Alex me tumba en el sofá y se pone encima mío. Mi cabeza hace tiempo que no me pertenece, que vuela a su antojo. Y, en ese mismo instante, noto como poco a poco se va introduciendo dentro de mí. El placer me desboca y empujo con fuerza hasta que no puedo más, noto la sangre que se escurre entre mis piernas, grito, grito con fuerza, pero no siento dolor. Me corro una vez más, dos, tres. Y sigo empujando. Miro a Alex a los ojos, los tiene en blanco y esta vez es él el que grita. Intenta levantarse, pero no le dejo, le clavo las uñas en la espalda y lo aprieto con fuer-za hacia mi cuerpo. Quiero estar unida con a él para siempre. Esta vez hemos explotado los dos juntos y ha sido indescriptible. Nos quedamos completamente quietos. Tumbados. El cuerpo inerte de

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Alex sobre mi diminuta figura. Nuestras respiraciones caminan de la mano. Tengo los ojos cerrados y soy tremendamente feliz.

Todo ha cambiado. Acabo de hacer el amor por primera vez en la vida. Acabo de tocar el cielo. Acabo de experimentar una fuer-za sobrenatural que no sé muy bien de dónde ha salido ni hasta donde me ha llevado. Entonces abro los ojos y veo a Eli a unos metros nuestro, detrás del sofá. Observando y sonriendo.

Estoy mareada. Intento incorporarme, pero todo me da vueltas. He bebido durante toda la noche, he fumado más que nunca y mi cuerpo está derrotado. Miro a Alex y me besa. Me pregunta si estoy con la regla y le digo que no al oído. Me abraza con suavidad, noto sus sentimientos, los siento tan su-yos como míos. Le beso con suavidad en los labios. Y entonces lo dice. Dice que se nos ha ido la olla, que lo hemos hecho sin condón. Mierda. Ni siquiera había pensado en eso. Mierda, mierda, mierda. Rompo a llorar sin aspavientos, dejando que las lágrimas broten por si solas. Eli ya no está, ha debido vol-ver con Iker. Mejor así. Mucho mejor así.

Alex me besa las lágrimas conforme resbalan por mi me-jilla, las absorbe y me dice que no me preocupe, que no va a pasar nada. Que él lo va a solucionar, que el padre de un amigo es farmacéutico y que le dará una pastilla y que ya está. Después me abraza con fuerza y me dice al oído que también ha sido su primera vez. Eso sí que me deja fuera de juego. No me da tiempo a asimilarlo ya que Eli se acaba de sentar frente a nosotros. No le importa que todavía estemos desnudos, no le importa que estemos abrazados y hablando, no le importa que queramos estar solos. No le importa absolutamente nada.

Comienza a decir que hay que marcharse, que es muy tarde y que está agotada. Que necesita dormir. Yo también estoy cansada, pero solo quiero estar con Alex. Me acaba de suceder lo más importante de mi vida y no quiero que nadie me lo interrumpa. Sin embargo, no le digo nada. Empiezo a vestirme poco a poco. Alex se acaba de encender un cigarro y

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se lo fuma a mi lado, su brazo derecho pasa por encima de mis hombros y me atrae hacia él sin hacer ningún tipo de fuerza. Yo me acurruco en su pecho y cierro los ojos. Quisiera dormir a su lado.

De camino al hotel, Eli se pone a mi lado y me coge la mano. Comienza a interrogarme sin disimulo. Yo no quiero contestarle, pero le dejo que siga preguntando. No la escucho. Iker se ha marchado a su casa, pero Alex camina con nosotras, nos está acompañando. El sol ha salido por completo, ya hay gente por la calle, gente que madruga, que sale a por el pan, que pasea su perro o que va en bicicleta. Gente que nos mira sabiendo que nuestra noche se ha alargado, pero desconocien-do todos los mundos que se han abierto ante nuestros ojos. Los míos están repletos de color y, sin embargo, una niebla grisácea los tiñe. Es la preocupación. Alex me besa en la puer-ta del hotel. Me besa en los ojos, en las mejillas, en los labios y en mitad de mi ser. Ahora sé que le quiero de verdad, aunque no se lo digo. Él sí lo dice, lo dice antes de marcharse, me lo dice al oído y me lo dice de verdad. Te quiero. La niebla ya no existe.

En la habitación le cuento todo a Eli. Lo de que ha sido mi primera vez. Lo de que también ha sido la primera vez de Alex. Lo de que no hemos usado condón. Lo de que mañana me tengo que tomar una pastilla. Y lo de que lo amo. Después rompo a llorar. No sé porqué, pero esta vez lloro sin medida, a trompicones, dejando que los mocos se me escapen y ensu-cien las sábanas, saboreando cada lágrima que se cuela en mi boca. Lloro y Eli me abraza y me besa. Nos quitamos la ropa. Eli me pide que no me ponga el pijama. Nos metemos las dos desnudas en la misma cama. Se coloca detrás de mí y me cubre con sus brazos. Segundos después ambas hemos caído en un profundo sueño. Hoy han pasado demasiadas cosas.

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Despréndemede todas mis extremidades,

arráncame la luz,mortifica mi lengua

y póstrame en un rincóndonde sólo huela a podre

pero no me quites,no,

el pensamiento.

Desgrano minutos en la oscuridadmalabarista,

huyendo contigo de la realidadconcupiscente,

tropiezo y recojo las migas de pan,islas perdidas,

ya sólo me queda volverte a soñarluna caliente.

Y, al descansar, mis tripassuenan a cuarto vacío,y al despertar mis risas

suenan las piedras del río.

Puedes llamarme si tienesrevuelto el corazóno el hatillo repletode incertidumbres;

puedes hablarme si quieresdel fuego intestinal

o de la lengua de aceroque te destruye.

Acierto al ver como te vasy al discurrir de los demásme enciendo más y más;desfallecer para perder,

contar las piedras y a correr,caer de pie.

Caer de Pie

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No es fácil hablar desde el silencio, desde la oscuridad profun-da de mi habitación, desde el olvido. El olvido. Todos tendríamos que tener una nueva oportunidad para decir aquello que nunca di-jimos, pero no es así, la vida es mucho más cruel, mucho más hija-deputa que todo eso. En realidad no merece la pena creer en algo que sabes que tarde o temprano finalizará, no merece la pena poner tus sueños al servicio de una idea ficticia que siempre depende de alguien más. Y todas las ideas son ficticias. Y no merece la pena casi nada.

Somos veneno. Desde nuestra misma vida, desde nuestra misma muerte, somos veneno y poco más. Fabricantes de daño al por mayor. Aunque no lo queramos. Aunque luchemos contra ello. Siempre acabamos golpeando con fuerza contra los que más quere-mos. Golpes que no dejan moratones. Golpes que duelen por dentro y nos envejecen por fuera. Recuerdo aquella vez que le dije a mi madre que no la soportaba, que iba a marcharme de casa, que mi vida con ella era un infierno. Yo tendría catorce o quince años y un fuego de rabia me quemaba por dentro. Así que la golpeé. La golpeé con palabras envenenadas que muchas noches regresan para devol-verme los golpes y robarme el sueño.

Debían de ser cerca de las tres de la tarde. Mi prima ya había venido a despertarme un par de veces, pero yo no le había hecho ni caso. Tenía mucho sueño. Se me había hecho de día en la calle, una

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vez más. Desde que llegó Selene sentía la necesidad de exprimir el tiempo al máximo, de aprovechar cada segundo. A ella le pasaba lo mismo. Así que no importaban la hora ni el día. Ya llevaba demasia-do tiempo en la cama, no tenía hambre, pero cuanto antes me levan-tase antes podría ir al hotel y despertarla. Abrí los ojos y dejé que el sol me cegase. Siempre duermo con la persiana levantada. Me acerqué a la minicadena y le di al play. QUIERO COMER DON-DE ME ENTRE HAMBRE, QUIERO DORMIR DONDE ME ENTRE SUEÑO, HUYES DE MÍ COMO DE UN ENJAM-BRE Y HARTO QUE ESTOY DE FOLLARTE EN SUEÑOS. Me puse un pantalón corto y fui hasta la cocina.

- Pareces un pordiosero – acabo de levantarme y mi prima ya empieza a tocarme los huevos, si sigue por ese camino tendré que mandarla a la mierda a la primera de cambio – y ponte una camiseta que van a venir a buscarme.

- A mí qué cojones me importa que vengan a buscarte.

- Pero a mí sí – seguro que venía su nuevo novio, uno que lle-vaba toda la vida detrás de ella y que cada día era más insoportable – mírate en el espejo, estás esquelético y con esas greñas pareces un quinqui.

- Me la suda lo que parezca. ¿Viene a buscarte el pichaflo-ja? – mi prima me había contado que su nuevo novio se ponía muy nervioso y no era capaz de ponerse un condón – a ver si hoy tienes suerte y no tienes que darte una ducha de agua fría al llegar a casa.

- Vete a la mierda – justo en ese momento sonó el timbre de la puerta.

Era el Pichafloja. Nunca he entendido muy bien de dónde saca mi prima a sus novios. Parece que les hace un casting. Antes de que le abriese la puerta cogí un fuet, un poco de queso y una barra de pan, y me fui a mi habitación. No me apetecía hablar con ese gilipo-llas. VOY DE ASPIRANTE A DEBUTANTE Y NO DOY MÁS, LLEGARÁ MI OPORTUNIDAD. Un rato después escuché que mi prima me decía algo desde el pasillo y que después se cerraba la

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puerta de casa. Salí al comedor y encendí la tele. Ya estaban otra vez con el puto gol de Zidane. Me tenían hasta los huevos de tanto mundial, tanto Francia campeona y tanto Balón de Oro. Siempre igual. El fútbol es siempre igual. No sé por qué mierda pierden el tiempo con eso si España nunca pasará de cuartos. Me metí en la boca todo el queso que me quedaba, me levanté, cogí una camiseta y salí de casa masticando pausadamente.

Hacía un calor insoportable. Cuarenta grados a la sombra por lo menos. Llegué al hotel empapado en sudor y con las fuerzas jus-tas para subir hasta la habitación. Todos los días iba a despertarlas. Me habían dejado una llave, así que no tenía que llamar a la puerta. Siempre las pillaba durmiendo. Cerré la puerta con suavidad y me quedé observándolas a media luz. Dormían. Estaban las dos sobre la misma cama, en tanga una y en bragas la otra, Selene bocabajo y Eli de costado. Era una imagen preciosa, excitante, difícil de ol-vidar. Me acerqué de puntillas, las contemplé de cerca, recorrí sus cuerpos con la yema de uno de mis dedos, todo lo inocentemente que pude. Después me agaché y besé con suavidad los labios de Selene. Poco a poco fue abriendo los ojos.

- Buenos días – le dije en un susurro casi inaudible.

- Te quiero – respondió ella desde su sueño interrumpido.

Finalmente conseguí despertarlas. Se ducharon, se vistieron y recogieron toda la ropa en sus maletas. Llevábamos una semana compartiendo cada minuto del día, pero todavía no me acostum-braba a la naturalidad con la que se cambiaban delante de mí, el nulo pudor que mostraba Eli o la constante insistencia de ambas por mostrar lo abierto de una relación que a mí no dejaba de des-concertarme. No me molestaba, pero resultaba extraño que algunas veces Eli besase a Selene con deseo, o que siempre durmiesen en la misma cama, o que muchas veces Eli comenzase un juego sexual que siempre tenía a Selene o a mí como protagonistas. Alguna vez le comenté algo a Selene, ella siempre decía que eran cosas de Eli, que ella era así, que no me preocupase. Yo no me preocupaba, pero me incomodaba. No voy a negar que me gustase verla desnuda. La pri-

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mera vez, en la Caseta del Tío del Perca, casi me corro allí mismo. Yo liándome con Selene y Eli desnudándose para nosotros, porque esa es la realidad, se estaba desnudando para que la contempláse-mos. Flipante. Y tampoco puedo decir que no me excitase ver cómo su lengua se introducía en la boca de Selene en un prolongado beso. Fue la hostia. Pero después vinieron muchas otras veces. Y tampo-co me gustaba que nos interrumpiese constantemente, que siempre estuviese metiéndose en todo. Me tocaba los cojones. Yo no decía nada. Era la amiga de Selene y lo último que quería es que Selene se enfadase conmigo por no saber tratar a su amiga. Eran insepa-rables. Demasiado inseparables. Y, para ser sincero, estaba hasta la punta de la polla de la dichosa Eli. Aunque me callase.

Lo de escribir cada vez me gusta más. Empecé con lo que me mandó el psicólogo el año pasado, pero me he enganchado a eso de poner mis pensamientos por escrito. Es como vaciarse. A veces ni yo mismo sé a ciencia cierta lo que quiero decir. Desprende de mi cuerpo, una a una, todas sus extremidades; arranca la luz de mis ojos; mortifica mi lengua y póstrame en un rincón oscuro donde solo huela a podre. Hazlo, si quieres, si es tu deseo, pero no anules mi pensamiento, ni la escritura, ni la posibilidad permanente de oír tu voz. Te lo suplico.

No puedo soportar que me digan lo que tengo que hacer. No lo aguanto. De hecho si alguien lo hace, yo suelo hacer lo contrario. Aunque solo sea por tocar los cojones. Aunque no sea lo que quiero hacer. Soy así. Por eso no podría imaginarme estar con alguien que me controlase, o que hiciese conmigo lo que ella quisiera, o que qui-siese cambiarme. Eso no funcionaría. Fijo que no funcionaría. Me-nos mal que Selene no es así. Con su amiga es con la que no duraría ni un día. Eli no podría ser mi novia en la puta vida, no aguantaría sus continuos planes de futuro en los que ella decide absolutamente todo. No podría. Si Selene desaparece me muero. Así, como suena, a la mierda todo si ella no está. Y no me refiero a que esté físicamen-te, sé que eso es imposible, sé que se tiene que marchar y tendremos que volver a las llamadas y todo eso. Lo sé. Me jode, pero lo sé. Pero

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necesito saber que ella está allí, esperándome, soñándome, desean-do escucharme. Lo necesito.

Podría aguantar perfectamente sin nada. Yo solo sin nada a mi alrededor. Tan solo necesito mi imaginación y la seguridad de saber que Selene está allí. Allí. En cualquier lado. Deseando volar hacía mí y juntarnos donde sea. Puede que esto sea estar enamorado. Yo que siempre me descojoné de estas cosas. Seguro. Nunca había ne-cesitado a alguien con tanta ansiedad. Así, sin más ni más, como por arte de magia. Y ya no puedo pensar en otra cosa. Y todo lo demás no importa. Nunca me había sentido así. Es una sensación extraña, como de felicidad y mierdas de esas y, al mismo tiempo, como de mala hostia por la seguridad de que se va a terminar. Mucho antes de lo que me espero.

Al salir del hotel fuimos a mi casa a dejar sus maletas. Era su último día aquí. Se tenían que marchar. Su autobús salía a las tres de la mañana de Zaragoza. Tan sólo nos quedaban unas horas por delante. Mierda puta.

En mi casa solo paramos a dejar las maletas, eran más de las cinco de la tarde y estas no habían comido nada. Fuimos al Riga y se pidieron un par de platos combinados, yo me bebí tres tubos. Después nos fuimos al parque a fumarnos unos canutos.

- Se me ha pasado la semana volando – era Eli la que hablaba, nosotros permanecíamos callados – ha estado genial.

- Sí – contesté sin hacerle demasiado caso, estaba concentra-do en la mano de Selene, su mano entrelazada con la mía.

- A ver cuando vienes a visitarnos tú.

- Eli… - Selene miró a su amiga con mala cara. Sé que detes-taba que siempre se adelantase a todo el mundo, sé que no le gus-taba que hablase antes que ella dejando entrever que Selene no se acordase de esas cosas… de las cosas importantes. Sé que todo eso no le gustaba. Aunque ella nunca lo dijese.

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- Claro que iré… cuando pueda… no sé…

- Déjala Alex, no le hagas caso, lo dice para picarte.

- No, no, lo digo de verdad – Eli nos miraba con esa sonrisa suya tan forzada – ahora le toca a él ir a verte, ¿no?

- Ya vale Eli – Selene no quería seguir hablando de esto. Yo tampoco.

Las cosas no siempre salen como nosotros queremos. Casi nunca salen como nosotros queremos. Eso es así. Nos despertamos con la esperanza de cumplir los planes en los que llevamos tiempo pensando y, sin más ni más, se va todo a la mierda. Por eso yo nun-ca hago planes. ¿Para qué? Un día te llaman por teléfono y horas después tu madre está muerta y toda tu vida se ha ido a tomar por el culo. Por eso no sirve de nada pensar en lo que vas a hacer mañana, ni pasado mañana, ni nunca. Por eso me tocan tanto la polla las per-sonas que empiezan a hablar y a hablar de un montón de gilipolleces acerca de sus vidas futuras. Y no solo de sus vidas, de las vidas de los demás, de las vidas de todo el mundo, de las vidas de los que nos la suda lo que nos pase en la jodida vida. Por eso me revienta la gente como Eli. Por eso y porque no me deja decirle a Selene todo lo que siento. No es fácil decirlo. Y si ella está siempre delante, siempre interrumpiendo, siempre dando su opinión, es mucho más difícil. Me cago en mi puta estampa.

Eli parecía muy contenta, quizá fuera efecto de los canutos, o quizá fuera así de gilipollas por sí misma. Empezó a bailar alrededor de los columpios y luego se subió en el tobogán y se lanzó con las piernas bien abiertas. Llevaba falda, así que nosotros y todos los padres con sus hijos vieron las braguitas rojas de Eli. Estaba como una puta cabra. Les propuse ir a la Caseta del Tío del Perca a ver si estaban el Kiko o el primo del Rober, eran los únicos que tenían carnet y prefería que nos bajase alguien a Zaragoza que tener que ir los tres en un jodido autobús. Eli era capaz de cualquier cosa y no

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me apetecía que la liase con alguna vieja del pueblo o algo parecido. Les pareció genial.

Cuando llegamos eran poco más de las siete y, de puta casua-lidad, el Kiko estaba por ahí, jugando al Fifa y bebiéndose una lata de Ambar.

- Yo os llevo, no hay problema – Kiko era un tío de puta ma-dre, siempre podías contar con él cuando necesitabas un favor – pero nos tenemos que pirar ya. He quedado con la Vero en su casa, dice que no están sus padres. Tú ya me entiendes.

Pues nada, no había más que hablar. A casa a por las maletas y rumbo a Zaragoza. La despedida cada vez estaba más cerca. Nos subimos en el Clío de Kiko, Eli no paraba de hablar, así que cogí la primera cinta que encontré y subí el volumen a tope. YO TOLERO, TÚ TOLERAS, TODOS TOLERAMOS, Y AL QUE NO TO-LERE, CIEN AÑOS DE CÁRCEL. De puta madre, a berrear, lo mejor contra la mala hostia. QUÉ FELICES TODOS, CIEGOS, MUDOS, SORDOS. Justo cuando íbamos a salir del pueblo, al pasar por el Paradero, vimos al Iker en la puerta del Casino. Cuan-do nos vio empezó a hacer gestos y salió a la calle corriendo. Quería que parásemos. Eli le dijo a Kiko que siguiese. Por supuesto, le hizo caso. NADIE ES VALIENTE, PERO LO TUYO ES PASARSE, TIEMBLAS TANTO QUE DA RISA, DE VERDAD QUE ES PA CAGARSE. El viaje se pasó echando hostias, un par de Luckys y ya habíamos llegado. El Kiko nos dejó en la Plaza de España. Aprovecharíamos para dar una vuelta por Zaragoza.

Durante toda esta semana no he escrito absolutamente nada. Estaba más entretenido en vivir. Supongo que cuando escribo es porque lo que vivo me parece tan superfluo que no llega siquiera a llamarme la atención. Hay quien juega a la videoconsola para no pensar en otras movidas. Yo junto palabras y lo hago sin tener ni puta idea de lo que hay que hacer. No sé lo que se necesita. Los hue-

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vos suficientes como para poner por escrito que todo es una mierda. Poco más.

He pensado muchas veces en todas las personas que mueren cada día sin que les demos ninguna importancia. Nombres anóni-mos que ni siquiera son mencionados en un periódico. Ni una es-quela, ni un funeral, ni una lágrima. Al menos algunos podemos pensar en que algún día alguien llorará nuestra ausencia, podemos pensar en el recuerdo de los nuestros. Otros ni eso. Silencio absolu-to. Como si no hubieran existido. De esos hubo muchos cuando la guerra, cuando lo de Caudé, y todas las fosas comunes, y todas las cunetas, y todos los agujeros en las paredes de los cementerios. Me ha llegado a obsesionar. Es una obsesión cuando lo sabes y, antes de saber, en la ignorancia, no es ni siquiera una sospecha. Es como un silencio pactado desde hace años que nadie puede saltarse. No hay buenos ni malos, tan solo víctimas. Víctimas de las balas y del silencio. Víctimas como mi abuelo que vivió del recuerdo de una obsesión. Víctimas como mi padre que luchó por una verdad que nunca termina de nacer. Víctimas, como yo, que durante años viven en la ignorancia y cuando abren los ojos se encuentran muertos en su mismo pueblo, en su misma calle, en su misma familia. ¿Y dónde está la libertad en todo esto? Quizá también muriese en alguna de aquellas sacas, quizá ya solo sea un viejo recuerdo, quizá ya nunca regrese, pues la realidad es una sucia mentira. Escribo de todo esto y nunca sé pasar de la primera página, aquella que dice que necesito correr para huir de un pasado que yace muerto. Después vuelvo a abrir los ojos y quiero saber más. Quizá me matricule en Historia, la nota me llega y total, tampoco pierdo nada.

Allí estábamos los tres, en mitad de la Plaza España de Za-ragoza con unas cinco horas por delante. Yo sentía un nudo en el estómago que no sabía muy bien de dónde cojones salía. Eli dijo de ir a tomar algo a un bar que había todo de madera y que tenía pinta de estar guapo. Nos pegaron una sableada de la hostia por tres cer-vezas, pero al menos Eli se cameló al camarero para que guardase las dos maletas hasta que tuvieran que ir a coger el autobús. Esta tía

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me deja flipado, no sé cómo se las arregla, pero siempre engatusa a alguien para que le haga uno de esos favores que es imposible que te haga un desconocido. Se despidió de él con un beso en los labios y salimos de nuevo a la calle.

- Vamos hasta la Tienda Tipo, quiero mirarme un par de dis-cos – no había nada que hacer, además Selene recibía la revista, pero nunca había estado en una Tipo.

- Vale, pero después vamos al Tubo que recuerdo un par de sitios que… - y empezó una nueva perorata de las de Eli en las que cuenta lo bien que se lo pasó con nosequién en nosedónde. Yo paré en un portal, agarré a Selene con fuerza y comencé a besarla como si mi vida fuese en ello – dejarlo ya que sois unos pesados, os vais a desgastar. Además Selene es mía.

Y la cogió por el brazo y le plantó un beso en los morros. Me cago en su puta madre. No sabía si darle dos hostias o mandarla a la mierda. En lugar de eso me reí, Selene se estaba riendo y, una vez más siguió su juego. No entiendía nada.

Una de las noches en las que nos quedábamos los tres hasta que se nos hacía de día, Eli se puso a cantar un tango o algo así. La letra decía que la prefiero compartida a perderla para siempre. Lo cantaba mirándome fijamente a los ojos. La muy hijadeputa. Iba pedo, o eso parecía, pero eso no es eximente del delito. Después se sentó en mis rodillas y siguió cantando. No sé qué cojones cantaba, pero entre frase y frase iba jugando con mi pelo y acercándose cada vez más a mis labios. En la última frase me besó muy despacio, tan solo posando sus labios en los míos. Y se levantó de repente, y dijo que la cantaba un argentino, y que era feliz con nosotros. Los tres. Eso dijo. Los tres. ¿Pero de qué mierdas estaba hablando? Eli se acercó a mí y me besó. Yo estaba excitado y no sabía qué pensar. No sabía si decirle a Selene que su amiga era gilipollas o proponerle un trío en condiciones. No sabía.

Lo de los tríos siempre ha sido una de las fantasías sexuales de todo pajillero en condiciones. Pajillero y no pajillero, que las fanta-

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sías sexuales duran toda la vida. Lo que pasa es que cuando tienes pareja se suelen esconder. Eso dicen. Yo cuando tenga pareja le voy a contar todo lo que pasa por mi cabeza, a ver si hay suerte y por la suya pasa lo mismo.

Por mi cabeza pasan tantas cosas que a veces pienso que estoy más zumacado que el copón. Y no me refiero solo a temas de follar y esas cosas. Me refiero a todo de todo. Hace un tiempo vimos la de Trainspotting en la Caseta del Tío del Perca. Qué película más guapa. Joder. Nos moló un huevo. A mí a veces me gustaría hacer como el pavo del bigote, al que se le cruza el cable en cualquier mo-mento y se lía a hostias con cualquiera. A mí me pasa. No me lío a hostias, pero lo pienso. Estaría guapo hacerlo. Te mira alguien mal y coges y le revientas una botella en la cabeza. O alguien te insulta porque tienes la moto mal aparcada y tú vas tranquilamente, colocas bien la moto, te acercas al tío en cuestión le coges tranquilamente la cabeza y se la chafas contra una farola. Cosas de esas. El Iker dice que, para él, su hermano es el no va más, que sería capaz de hacer cualquier cosa por su hermano, que si un día lo ve en una terraza pegándole tiros a la gente, él se subiría y se pondría a pegar tiros sin preguntarle el por qué lo hace, simplemente porque es su hermano y si su hermano lo hace es que está bien. A mí eso me parece la gilipo-llez más grande que he escuchado en mi vida. A mí la familia me la suda. Pero le dije que si un día les veo a él y a su hermano pegando tiros desde una terraza, yo también me subo con ellos y tampoco les pregunto nada. Me pongo a disparar solo por ver cómo la gente cae al suelo con las tripas fuera. A mí no me gusta la gente. Cada vez me gusta menos. Pero cuando pienso estas cosas me doy miedo; me des-cojono, pero también me acojono un poco. Porque de momento no me ha dado por hacer estas idas de pelota, pero a lo mejor un día me da el puntazo y a tomar por el culo. Si alguien escuchase mis pensa-mientos de fijo que me metían en un manicomio o algo así. Menos mal que Selene no escucha lo que pienso. Bueno, si estoy con ella no pienso estas cosas, si estoy con ella solo pienso en ella. Y, de vez en cuando, en decirle a su amiga que se vaya a follarse a cualquiera y que nos deje a nosotros en paz.

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En la Tienda Tipo me pillé el disco homenaje a Rosendo, ese en el que salen un montón de grupos de puta madre, un discazo. El tío de la tienda era bastante enrollao y me recomendó algunos discos. Al final cogí también la primera parte de La Ruta del Ché, de los Boikot. Selene se pilló uno de unos que se llaman The Black Crowes y La Danza de la Araña de los Buenas Noches. Mucho me-jor la segunda elección que la primera. Eli no se compró nada, sólo miró unas camisetas que no le convencieron y se sentó a esperarnos en un rincón de la tienda poniendo cara de aburrida. Al final nos fuimos al Tubo antes de lo que a mí me hubiera gustado.

En el Tubo recorrimos unos cuantos bares, pero pronto nos dimos cuenta de que nuestra paupérrima economía no iba a dar para mucho más. Así que, finalmente, entramos en un Eco-Dagesa, pillamos unos litros de cerveza fría y nos fuimos a la Plaza de la Magdalena. Se estaba haciendo de noche.

- Espero que no nos roben las maletas – a Selene no le había gustado la idea de dejar su maleta en manos de un desconocido, pero Eli había dicho que era lo mejor que podían hacer.

- Seguro que no – Eli estaba muy segura, confiaba en sus armas de mujer más que en cualquier otra cosa del mundo - ¿qué te pasa Alex? Estás muy callado.

No me apetecía hablar. Sencillamente eso. Estaba como au-sente, como si todos estos minutos de espera no fueran conmigo. El tiempo se me estaba escapando y deseaba coger a Selene de la mano y salir corriendo. Huir de una absurda realidad que iba a se-pararnos de nuevo. Una realidad que hablaba de compartir algo que quería únicamente para mí. Selene se iba a marchar con Eli, iban a poner quinientos kilómetros entre nosotros y yo me iba a que-dar con las migajas, con el recuerdo de sus besos y poco más. Ellas podrían seguir compartiéndolo todo mientras yo miraba desde la distancia. Compartiendo algo que no entendía y que me confundía constantemente. No sabía lo que pensaba Eli. No podía saberlo. La observaba en silencio cuando bailaba y cantaba, cuando le hablaba a Selene, cuando la besaba. Las veía a las dos y veía a dos amigas,

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pero también veía a una persona que quería robarme a Selene. Que quería compartirla. Y Selene no parecía darse cuenta, o no recono-cía mis pensamientos, o le gustaba poder tenernos a los dos y dis-frutarnos a cada uno en su momento. Selene no sentía una atracción sexual hacia Eli, eso seguro. Sé muy bien cuando su cuerpo está ardiendo y cuando desea el cuerpo del otro. Lo sé muy bien. Pero sí que existía una atracción de otro tipo que no sabría explicar. No era solo amistad. Era como si Selene la necesitase, no sé muy bien para qué, pero era como si la necesitase.

No sé si Selene siente lo que yo siento. Estaría bien saberlo, pero no es posible. Si lo supiese no existiría ningún miedo. Lo de los miedos es como lo de las sorpresas, solo existen mientras los interro-gantes permanecen inmutables. Después se olvidan. Aunque nacen otros miedos, y otras sorpresas. Puede que si no sintiésemos miedo terminásemos volviéndonos locos, o matándonos a garrotazos unos a otros, o puede que el mundo fuese perfecto y entonces explotase y dejase paso a otro mundo plagado de imperfecciones.

Aún no se había marchado y ya empezaba a soñarla. A verla entre la neblina de la soledad. A asomarme a la ventana y recordarla como una luna roja y caliente que se acerca para que la devores a bocados grandes y placenteros. Ya solo me quedaba eso. Soñarla. Y, sin embargo, todavía no se había marchado.

Tiramos los cascos de las litronas a una papelera y nos pusi-mos a andar sin rumbo fijo. Yo tenía la mirada clavada en el suelo y Selene no se separaba de mi lado. Abrazaba mi brazo con fuerza y, de vez en cuando, se estiraba para besarme en la mejilla. Sabía que estaba triste. Muy triste.

- Puede que algún día todo esto cambie – empecé a hablar sin estar muy seguro de lo que decía – esto no va a ser siempre así. Yo puedo irme a vivir allá o, yo que sé… ahora tú vas a empezar la carrera y eso, pero después… además en vacaciones intentaré ir siempre… siempre…

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- Claro, hombre, no te preocupes – pero ¿qué coño tenía que decir Eli?, ¿qué coño le importaba a ella?, ¿qué cojones hacía opi-nando sobre nosotros? – podemos irnos a vivir los tres a París, o mejor, mucho mejor, viviremos en Venecia. Eso es. Viviremos en Venecia y tendremos hijos y será la hostia. Todo será la hostia.

Preferí no contestar. Si le hubiese dicho lo que pensaba, Sele-ne me habría dejado. Seguro que me dejaba. Era su amiga. Era muy importante para ella. Así que seguimos caminando hasta llegar a la Plaza España. Ninguno de los tres había marcado una dirección concreta, pero habíamos aparecido allí. No había remedio. El tiem-po se nos acababa. En media hora salía el autobús.

Los malos tragos siempre he preferido pasarlos lo más rápi-damente posible y a poder ser solo, en soledad, en silencio. Con Eli eso era imposible. No me quedaba más remedio que aguantarme. No iba a poder despedirme de Selene como a mí me gustaría, decir-le aquello que me quemaba en la boca, apretarla con fuerza hasta casi meterla dentro de mí. Quedarme con su esencia. Y no iba a poder hacerlo porque Eli me bloqueaba. Me pasa con la gente que no me gusta. Me quedo en tensión absoluta, pendiente de todo lo que hacen o dicen, serio, distante. No es algo racional. Si lo fuera me comportaría de otra forma. Disfrutaría de cada segundo que me quedaba de Selene. Ignoraría. Pero no sé ignorar, aborrecer se me da mucho mejor.

Eli entró en el bar a por las maletas. Dijo que era mejor que entrase ella sola. Mejor así. Aproveché para emborracharme de Se-lene. Besarla y abrazarla, pero sobre todo, para hablarle. Le dije que siempre iba a estar allí. Que me llamase siempre que lo necesitase, siempre que algo le preocupase, siempre que le sucediese cualquier cosa. Le dije que era lo mejor que me había pasado en la vida. Que sabía de sus miedos y los compartía. Que era capaz de conseguir cualquier cosa. Que no hiciese caso de nadie, que solo creyese en sí misma, y en lo que le dictase su corazón. Que lo que pensasen en su

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casa, fuese lo que fuese, no importaba, que nada podía destruirla y mucho menos palabras. Que eran solo palabras y que siendo invisi-ble se disfrutaba mejor de la vida. Que la quería, le dije que la que-ría. Vamos, un montón de gilipolleces que nunca pensé que saldrían de mi boca, un montón de frases hechas de las que me avergonzaba nada más pronunciarlas. Una colección de palabras que solo servían para dejar a las claras que estaba perdidamente enamorado. Cuan-do terminé me dí cuenta de que estaba llorando. Selene me miraba asustada. Y, justo cuando iba a decir algo, salió Eli del bar sonrien-do y diciéndonos que pidiésemos un taxi cuanto antes.

Y se marcharon. Las dos. Con la misma facilidad con la que habían llegado, se marcharon. Y allí me quedé yo, sentado en una acera de la Plaza de Toros durante horas. Con la mente en blanco. Vencido y desarmado.

Llegué al pueblo cerca de las cinco. El Kiko vino a buscarme y nada más llegar nos fuimos a El Agujero. Estaban a punto de cerrar, pero el cuerpo me pedía echar un trago. Y al entrar me encontré con el Iker, estaba ciego como un perro y tuvo que venir hasta mí y pre-guntarme si ya se habían marchado mis novias. Los demás se rieron y yo le solté dos hostias. La primera a mano abierta y la segunda con el puño cerrado. Su puta gorra del Madrid salió por los aires y su nariz empezó a sangrar de forma desproporcionada. Alguien vino a sujetarme y lo aparté. Estaba de mala hostia. De muy mala hostia. Y me fui del bar dejándolos a todos en su puto agujero de los cojones.

Eché a correr como un animal. No quería ir a ningún sitio. Solo correr. Sentir toda la velocidad que mis piernas me permitían. Quedarme sin aliento. Y romper a llorar, esta vez solo, sin nadie que me viese, sin necesidad de contener el llanto. Y me detuve. Y empe-cé a golpear la pared. Iba a explotar, la rabia me comía por dentro, no podía más.

Al llegar a casa todos dormían. Me encerré en mi habitación y me tumbé en la cama sin desvestirme. No podía dejar de ver la ima-gen de Selene marchándose lejos. Muy lejos. No podía dejar de pen-

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sar en Eli y sus jodidas maquinaciones. No podía dejar de escuchar las voces de todos los demás hablando de mí, de nosotros. No podía.

Esa noche tampoco pude dormir. Pero me levanté con una idea muy clara en la cabeza: no pasaba nada, nada me afectaba, todo seguía igual. Si una cosa tengo clara es que por muy grande que sea la caída, siempre caigo de pie. Por mis huevos que caigo de pie. Metí un cd en la minicadena, me puse los cascos y la puse a toda hostia: NO PIENSES QUE ESTOY MUY TRISTE, SI NO ME VES SONREÍR, ES SIMPLEMENTE DESPISTE, MANERAS DE VIVIR.

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Todos de pie ya no hay quien me destrone,soy yo la lluvia que apaga sus mentiras,

nadie podrá cercarme el horizonteni detendrá el eco de mis tripas.

Bailad un baile de libertadUo uo de libertad

Cantad un cante de libertadUo uo de libertad.

Lejos de mí, no entenderé a razones,no tendrán tiempo ni de tragar saliva,

caminaré por encima de sus vocesy volveré a reírme de sus risas.

Bailad un baile de libertadUo uo de libertad

Cantad un cante de libertadUo uo de libertad.

De rodillas me tienela voz que iracunda me advierteque de cada pregunta que asfixio

renace indeleble

el susurro martillarde las canas y los callos,

el bolsillo agujereado que huelea tiempo malgastado.

El Baile de la Libertad

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Si tuviera que elegir un color para definir cómo me siento sería el azul. Azul. Perdida en mitad de la nada con la mente en cualquier sitio menos pegada a mi cuerpo. Dejando que el orvallo me cale poco a poco, como una verdad que no quieres aceptar aunque te vaya de-jando sin argumentos. Decidida a mirar hacia delante, a hacer caso únicamente a lo que vean mis ojos, a lanzar dentelladas a quienes me vean como quien no soy. Inundada de su frío, de su soledad, de su tristeza. La del color azul, digo.

Hace más de dos semanas que todo terminó. Y no pasa nada. Todo ha vuelto a su lugar. El lugar donde nadie puede hacer nada más que ver pasar el tiempo. Es como una vieja casa de muñecas que contemplas día a día sin poder jugar. No puedes jugar porque tu ma-dre te lo tiene prohibido. Podrías romperla. Y no juegas. Te sientas delante de ella y la observas. Sabes de memoria hasta el más mínimo detalle, pero la observas. La pequeña mesita, las sillas, el juego de té que si pudieras coger se sostendría en la yema de uno de tus dedos. Y deseas que el polvo cumpla su papel para que, al menos, tengas que limpiarla y puedas sostener sus preciosos componentes. Eso nunca sucede. Cuando llegas a tu habitación la casita siempre está relucien-te, perfectamente limpia. Siempre lista para que lleguen las visitas y se queden boquiabiertas ante tanta belleza, tanta limpieza, tanta perfec-ción. Yo tengo una casita de muñecas así. Ayer la cogí y la puse en la habitación de mis padres. La casita, digo. Mi madre no tardó en pre-guntarme. Le dije que no me gustaba, que nunca me había gustado. Ella no contestó. Ahora la casita luce sus preciados bienes intocables en un destacado lugar del comedor.

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Tengo la sensación de que algo importante ha sucedido, de que algo ha cambiado. Lo noto en los ojos de los demás. Me miran diferente. No dicen nada, pero sé que ven que algo ha cambiado. A lo mejor ya no soy invisible. Quizá acaban de descubrir que existo. O puede que simplemente piensen que estoy más rara todavía.

Las cosas que no se dicen es como si en realidad no fuesen verdad. Yo no le dije a Alex que le iba a echar tanto de menos que ya me estaba empezando a partir por la mitad. No se lo dije cuando nos despedíamos. Tampoco se lo dije después, cuando hemos hablado por teléfono todos estos días. Hemos vuelto a hablar casi todos los días. Pero está raro. No sé qué le pasa. Me cuenta cosas de lo que hace, pero no me dice nada de sus pensamientos, ni de lo que siente, no me dice nada de lo que realmente importa. Y a mí eso me preocu-pa, y me pone nerviosa, y me entristece. Por eso permanezco callada casi todo el tiempo, contesto como desde la lejanía. Alex dice que estoy rara. Puede ser. Puede que ya no me quiera. Puede que nunca me haya querido. Debería habérselo dicho. Lo de que cuando me marché me partí por la mitad, digo.

No puedo aguantar más esa presión que me lleva persiguien-do durante toda mi vida. Siempre tengo la extrema necesidad de no defraudar a mis padres. Nunca he hecho nada malo y nunca ha habido ningún motivo para temer una decepción, un fracaso. Y, sin embargo, siempre que creo que podría equivocarme, siento un pro-fundo pánico a lo que pensarán mis padres cuando se enteren. No lo puedo soportar durante más tiempo. Lo de la presión, digo. Por eso voy a sacarla a patadas de mi cabeza. Eso hubiese dicho Alex. Sacarla a patadas. Y ya está. Se acabó. Ya no me importa lo que piensen o lo que digan. Ahora soy yo y nadie más. Aunque quisiera ser yo y Alex. Y nadie más.

Cuando mis padres me preguntaron por el viaje, por cómo había ido, por cómo lo habíamos pasado, por todo lo que habíamos visto y todas esas cosas, yo les dije que bien. Todo genial. Me pare-ció una buena explicación, no hacía falta más. Tampoco insistieron, tampoco quisieron saber si había hecho fotos, tampoco volvieron

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a sacar el tema. Mi hermano había llegado el día anterior de An-dalucía, se había ido unos de días con unos amigos y había traído millones de fotos, de anécdotas, de recuerdos y de historias. Todas muy interesantes. Para ellos. Yo preferí subirme al monte a oler el aire y la hierba que quedarme formando parte de esa pantomima. Además, era mero decorado. Yo, digo. Es en esos momentos cuando siento la necesidad de gritarles que no saben distinguir nada, que no comprenden nada. Pero me callo. Y les dejo con su mediocridad y sus postales, con su meterse la camisa por dentro y su risas de es-caparate. Les dejo y me voy a otro lugar. Mi lugar está al lado de la montaña, junto a la inmensidad, cerca de todo lo intangible, donde la soledad campa a sus anchas y siempre hay un hueco para llorar en silencio.

La mayoría de las veces que quiero estar sola me voy a la fuente de la Pipa. Está bastante alejada de casa, hay que bajar por un camino lleno de ortigas, acebos y rastrojos; después, al llegar a una curva en la que hay un pequeño abrevadero, tienes que meter-te en la eucaliptera de la izquierda y seguir bajando como puedas durante unos diez minutos. Llegas agotada, pero merece la pena. La Pipa es como un remanso de paz. Un oasis en mitad de la mon-taña. Una boca repleta de sueños envuelta en la más absoluta de las naturalezas. Y por naturaleza entiendo todo aquello que nos hace libres. Si miras a tu alrededor solo ves árboles, piedras, hierbas, matorrales y agua. Porque la Pipa son dos manos que recogen toda el agua que baja del manantial y te la enseñan, toda junta, en un recipiente de piedra ocre y olor metálico. Esa es la fuente a la que antes bajábamos a por agua, cuando yo era pequeña; ahora ya no, ahora ya tenemos agua corriente y teléfono, y esas cosas. Y la Pipa lo prefiere. Que no le robemos el agua, digo. Ahora luce mejor que nunca, se ha hecho más grande, más profunda. Y ahora es solo mía. Muchas veces, en verano, me desnudo y me sumerjo en ella. No es demasiado grande, pero a mí me basta; el agua roza mis pechos y me arrodillo y me introduzco por completo para escucharla solo a ella, para sentirla solo a ella. Aquí es donde acudo cuando quiero estar sola. Aquí no llega nadie. Bueno, alguna vez pasa Víctor porque tiene una cuadra cerca de aquí, una cuadra a la que solo se puede

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llegar por el mismo camino por el que yo bajo a la Pipa. Pero lo es-cucho llegar desde lejos. Oigo sus pisadas, aunque sean pausadas. Además, no me importa que en ocasiones llegue Víctor. Me gusta que se siente a mi lado y saque un par de cigarros y me cuente algo o me pregunte cómo me siento. Siempre me ha preguntado cómo me siento. Mis padres no.

Lo de Alex lo llevo bastante mal. No digo nada a nadie, pero lo llevo bastante mal. Es curioso que cualquier cosa me recuerde a él, o que siempre sienta una apatía constante que me impide hablar con los demás, o que los días me parezcan iguales y extremadamen-te largos. Tengo ganas de que acaben las vacaciones y de empezar el curso de nuevo. La Universidad. Eso sí que va a ser un cambio. Todavía no me he hecho a la idea, pero en realidad es como un paso más, un paso más para salir de aquí.

A mis padres ahora les ha dado por decirle a todo el mundo que voy a estudiar Filosofía porque me lo ha recomendado un pro-fesor del instituto que dice que ahora es una de las carreras con más futuro. Son ridículos. Absolutamente ridículos. No se dan cuenta de que sus mentiras no llevan a ningún lado. No les encuentro sentido, a sus mentiras, digo. Y siempre hacen lo mismo. Si uno de sus hijos hace algo que ellos creen que no es lo correcto, ellos se montan una historia paralela que sirva para explicar dicha acción al resto del mundo. El qué dirán. Siempre están con el qué dirán. Es mucho más importante que nosotros, que ellos, mucho más importante que cualquier otra cosa. Así que inventan una conversación, o una no-ticia, o una persona que les ha dicho, o un suceso misterioso, o lo que sea. Inventan lo que sea con tal de no sentirse avergonzados. No tienen motivos para ello, pero son capaces de avergonzarse por la estupidez más absoluta. Puede que esa sea la explicación a esa opresión que me ahoga cuando sé lo que van a pensar. Esa opresión se llama miedo. También son maestros en el arte del chantaje emo-cional. Cada uno a su manera. No es que tengan papeles definidos, los intercambian en función de la ocasión, lo que hace más difícil todavía saber por dónde van a venir los tiros; crean la tensión nece-saria como para desarmarte y salirse con la suya. Siempre se salen con la suya. Aunque últimamente ya no, al menos conmigo.

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Desde que regresé de mi viaje de ida y vuelta a la felicidad he decidido que no van a conseguir amargarme la vida. Voy a dejar de ser invisible, ahora me voy a vestir con una coraza bien dura, que se vea de lejos y que muestre a todos ellos que por mucho que golpeen no me van a hacer daño. De momento la coraza está formada por si-lencios y huidas estratégicas. Ya la iré perfeccionando con el tiempo.

Ahora ya estoy más tranquila, pero estuve muy preocupada. Con lo de que no me bajaba la regla, digo. Y yo sin saber qué hacer, porque con eso del seguro particular tengo que ir al médico a Ovie-do, y me tiene que llevar mi padre porque tiene que firmar, y a ver qué cara pone cuando el ginecólogo le diga lo que le pasa a su hija desflorada. Pues eso, que me quedé callada y me limité a esperar. A esperar y a darle vueltas a la cabeza. Porque todo podía ser. Que la pastilla esa del día después funcionará muy bien, pero que de sangrar nada de nada. Vaya rallada. A Alex tampoco le dije nada. ¿Para qué? Solo hubiera servido para rallarle a él también. Además, igual ni le importa, igual lo que quiere es olvidarse de mí y ya está. Estamos muy lejos. Demasiado. Al que sí se lo conté fue a Víctor, a veces me olvido de que es el padre de Alex, en realidad es como si no lo fuera. No sé por qué se lo conté. Supongo que porque siempre acabo contándole mis cosas.

Él también me cuenta sus cosas. Víctor, digo. Sus cosas siem-pre miran al pasado, a un pasado en el que Víctor era otra persona. Nadie sabe nada de él. Pero a mí me lo cuenta todo. Me contó lo de cuando dejó morir a su padre por todo lo que había hecho. Eso es asesinato, no hay otra palabra. Pero él tiene la conciencia tranquila y, cuando lo explica, comprendes sus razones y acabas pensando como él. Que se lo merecía. También sé muchas otras cosas de cuan-do conoció a la madre de Alex y de cuando estuvo metido de lleno en la lucha antifranquista, y de cuando nació Alex y le pareció que un abismo se abría ante sus pies, y de lo de la heroína. Pero eso es otra historia.

Siempre tiene una gran habilidad para cambiarme de tema cuando me ve demasiado preocupada. Me dice justo lo que necesito

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oír, me lanza un consejo o un aviso de esos que se quedan grabados a fuego en tu cerebro y, después, pega un enorme salto para arras-trarte con él a un tema completamente distinto. Por ejemplo, Luis, el viejo Luis de la casa de abajo. Ese es uno de sus temas favoritos.

Luis y Víctor pasan muchas horas juntos, hablando, siempre hablando del ayer, siempre hablando de la guerra y la posguerra, de la represión y la libertad. Siempre hablando de todo aquello. Tenían muchas cosas en común, aunque les separasen unos cuarenta años de edad. Eran tercos como mulas, capaces de cualquier cosa con tal de conseguir su objetivo y siempre pensaban en los demás. Víctor me contó muchas veces la historia de Luis.

A Luis le pilló la guerra con veinte años y la paternidad recién estrenada. Con veinte años y los ideales necesarios como para saber por qué merecía la pena luchar. Se alistó en una de las brigadas del Frente Nacional que defendían la Cordillera Cantábrica y se fue de Calabrez dándole un beso a su esposa y pidiéndole que cuidase de la niña, que él se iba a luchar para que su futuro fuese mejor. Ya nunca más volvió a verla. A su esposa, digo. Al parecer, cuando las tropas franquistas entraron en Asturias, unos falangistas de Riba-desella recorrieron las aldeas en busca de las esposas de aquellos que conocían y sabían de su condición de rojos. Las buscaban y las encontraban. Les rapaban el pelo al cero y les obligaban a beber aceite de ricino que les arrancaba las tripas por dentro. Eso, y les pegaban. Les daban unas palizas desalmadas hasta reventarlas en el suelo. Para que aprendiesen sus esposos, les decían. A la mujer de Luis la fusilaron junto a tres milicianos más que habían parado en casa de Luis a comer algo, huían del enemigo y el enemigo les encontró. Luis se enteró meses después.

Cuando llegó a Calabrez subió al monte donde habían fusilado a su mujer y clavó cuatro cruces de hierro. Por su mujer y sus tres compañeros. Cuatro cruces que todavía hoy pueden verse desde la lejanía. Cuatro cruces que piden a gritos que se sepa la verdad, una verdad de la que nadie habla en la aldea, ni los viejos ni los jóvenes. Solo Víctor. Y Luis, si le preguntas.

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Su hija tampoco estaba. Cuando Luis llegó a Calabrez, digo. Una de sus hermanas había huido a Argentina con su esposo y sus hi-jos, se llevó a la diminuta huérfana de su hermano. No lo consultó con nadie, era lo mejor para ella, aunque nunca más volviese a ver a su padre. Luis volvió al frente con rabia, queriendo morir en cada triful-ca, esperando al enemigo sin miedo, sin nada que perder. Ya lo había perdido todo. Y lo cogieron preso, y se escapó, y lo persiguieron, y se escondió con otros compañeros en una de las cuevas de la zona norte de León. Después terminó la guerra, pero no la represión. Querían exterminarlos a todos y hacer como si nada hubiese ocurrido. Luis siguió en el monte, eran más de treinta, alguien trajo instrucciones e intentaron seguir organizados para continuar luchando aunque la guerra hubiese terminado. Tenían que seguir luchando por la liber-tad. Era su deber. Era en lo único en lo que creían.

Eran guerrilleros, o maquis, o emboscados o, simplemente, ban-doleros, como les llamaban los otros, los enemigos. Y pasó veinte años de cueva en cueva, de asalto en asalto, de aldea en aldea, de derrota en derrota. Hasta que algunos huyeron a Francia, otros murieron, otros se entregaron y fueron fusilados y, todos, absolutamente todos, acabaron olvidados. Luis, un buen día, les dijo a sus compañeros que regresaba a Calabrez. No le creyeron, pero comenzó a andar y nunca más supieron nada de él. Tan solo quedaban cinco, tras marcharse Luis, cuatro.

Abrió la puerta de su casa como si no hubiera pasado el tiempo. Todo estaba igual, lleno de polvo, pero igual. Los vecinos de la aldea le miraron asustados, pocos se atrevieron a acercarse a preguntarle y ninguno le ofreció ayuda. Tan solo el hijo pequeño de los de Casa Ave-lino se acercó al caer la noche y le dijo que se marchase, que si no se marchaba ya mismo le matarían. Habían pasado veinte años, pero el odio permanecía vivo, plenamente vivo. Se marchó a Argentina y no regresó hasta 1976, y lo hizo en compañía de su hija, con quien toda-vía vive a día de hoy. Más o menos esa es su historia, la de Luis, digo.

A Víctor le conté que habíamos perdido la virginidad. Los dos. Alex y yo. No se lo conté con detalles. Eso no. Me hubiese muerto

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de vergüenza. Él tampoco preguntó. No faltaba más. Simplemente le dije que había sido genial y que estaba enamorada, perdidamente enamorada de su hijo.

Él no le llama. Alex, digo. No le ha llamado nunca. Y tampoco le escribe. Le escribió un par de cartas al principio, creo. Pero ya no le escribe. Me lo dijo Víctor. Estaba triste. A mí Alex tampoco me ha vuelto a escribir desde que regresé. Me gusta cuando me escribe. Pero se ha debido cansar de hacerlo. Víctor dice que estará confun-dido, que es normal, que seguro que me echa tanto de menos que no puede ni hablar conmigo como hablaba antes. No tiene ni idea, en realidad Víctor no tiene ni idea, habla por hablar. Y para que yo no esté triste. Pero eso no tiene solución, lo de estar triste, digo. Sin embargo, lo que sí sé es que todo lo demás tiene solución.

El otro día me di cuenta de que ya no me importaba lo que pensasen en casa. Me dí cuenta después de una bronca que me echó mi padre. Me dio por reír, no sé por qué, pero me dio por reír. No podía parar, empezó como una sonrisa que se escapaba entre mis labios y, conforme el enfado de mi padre iba en aumento, mi boca iba dejando salir una risa que me desahogaba y me liberaba. Así lo supe. Y también cuando les dije que me dejasen en paz, que no se metiesen en mi vida, que sabía lo que pensaban de mí y que no podrían impedirme hacer lo que me viniese en gana con mi vida. Se lo dije así, del tirón, en una de esas discusiones a la hora de comer. Acabamos todos a gritos, pero vamos, no es algo poco habitual en la mesa de mi casa. Lo raro era que en esa ocasión yo mandaba, yo caminaba por encima de ellos y conseguía superarlo todo. Mi coraza funcionaba. Mis padres seguían sin entenderme; además de no en-tenderme como persona, ahora tampoco entendían mi cambio. Mi profundo cambio. Pero yo no había cambiado. Lo único que había cambiado era lo que ellos veían de mí, ahora yo lo mostraba, ahora decía lo que pensaba. Mi hermano se reía, debía estar disfrutando muchísimo con la situación. No me importaba. Tenía una coraza nueva y funcionaba. Me hubiese gustado contárselo a Alex, pero no le llamé. No quería cansarle.

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En este mismo instante me gustaría salir a la calle y gritar a todo el mundo, pero no gritarles de rabia ni nada de eso. Gritarles para que despierten. Como yo. Gritarles para decirles que la liber-tad de cada uno es lo más importante que tenemos. Que debemos hacer lo que nuestro corazón, o nuestra conciencia, o lo que sea, nos diga. Vamos, que luchemos por nuestros sueños, que llevemos la vida que nosotros queramos llevar. A veces, imagino la cantidad de vidas que se van a la basura por no saber frenar los deseos que unos proyectan sobre los demás. Muchas. Muchísimas. Las obligacio-nes que nos imponen porque es lo correcto. Los miedos que nacen porque nos los susurran desde la cuna. Los errores que cometemos siguiendo los pasos marcados por otros. Son tantas que asustan. Las vidas tiradas a la basura, digo. Los que abandonan todo para cumplir con los designios que la familia les tiene reservados para que todo marche bien, formarían un enorme vertedero que olería a lágrimas resecas, y a soledad, y a fracaso. Hijas que renuncian a todo por cuidar la enorme casa familiar, hijos que renuncian a todo por seguir el tradicional trabajo que empezó su padre o su abue-lo. Quiero romper con todo. Quiero salir a la calle y gritar, gritar para que todos griten conmigo y sepan lo que significa la palabra libertad. Libertad es vivir. Libertad es bailar. Libertad es cantar. Libertad es abrir los ojos y sentir que todo lo que hay a tu alrededor merece la pena.

A Víctor le gustaría ver cómo lo hago. Lo de salir a la calle pidiendo a todo el mundo que luche por su libertad, rogando que comiencen una revolución que nazca de sus mismas entrañas, un cambio que naciese de cada uno y que nos llevaría a un mundo mejor. Todas esas cosas me las ha enseñado él. Por eso sé que sería feliz si me viese en la calle llamando a todo el mundo. Pero no lo hago. Me conformo con saber que yo estoy cambiando, que yo voy a abrazar con fuerza esa libertad y que nadie va a quitármela. A los demás se lo diré más adelante, de momento tengo bastante con lo mío. Las historias de Víctor siempre acaban hablando de la libertad como un fin que lleva siglos persiguiéndose, pero que todavía no se ha alcanzado. Es cierto. Uno de mis cuadros preferidos es La libertad guiando al pueblo, de Delacroix. Tengo una lámina enmarcada y col-

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gada en mi habitación. A mi padre no le gusta porque dice que no es normal tener una mujer medio desnuda en el cuarto de una niña, eso dice; y también dice que si vienen visitas la quita porque vete tú a saber lo que piensan. Me parto, ahora mismo me parto de esas cosas. Muchas noches me quedo con la luz encendida observando el cuadro, me imagino que soy yo quien porta la bandera con los pechos descubiertos y que todo el pueblo me sigue enfervorizado; el del sombrero de copa es Víctor, el niño no sé quién es. Pues eso, que sería genial poder contar a todo el mundo lo que he descubierto, lo que me ha enseñado Víctor, y que todos saliesen a la calle a celebrar su nueva vida. Su verdadera vida. Su vida de libertad absoluta.

Él renunció a muchas cosas al luchar por la libertad. Víctor, digo. Bueno, Luis también, pero ahora me refiero a Víctor. Al luchar por su libertad y la de los demás. Y nunca nadie se lo agradeció. Y solo recibió golpes, encarcelamientos y desesperanzas. No es fácil que te de la espalda la familia de la persona de la que estás enamora-do. Fue muy duro para él. No lo comprendió. Ella también pensaba lo mismo, ella también quería soñar, ella también quería elegir su vida. Pero fue una más de aquel basurero. Una más. Y Víctor siguió peleando. Aunque el verdadero infierno vino después. Y fue la me-jor excusa para que todos se reafirmasen en sus opiniones, para que dijesen que ya se veía venir, para que dijesen que con el camino que llevaba lo más normal era que terminase así. En las drogas. No tuvo nada que ver una cosa con la otra. Simplemente tuvo mala suerte. Mala suerte por caer en una época en la que el que salió con vida fue de casualidad. Mala suerte porque nadie le supo comprender. Mala suerte por ser un perdedor.

Con lo de entrar en la Universidad creo que voy a salir ganan-do en todos los sentidos. Voy a estar mucho menos en casa y, cuando esté, tendré demasiadas cosas que estudiar como para entretenerme en las manías de mi madre. Ya se lo he dicho. A mi padre le he dicho que ya puede ir mentalizando a mi hermano para que se ponga las pilas con las ovejas, que alguien tendrá que subir al monte. Ellos piensan que se me pasará, que volveré a ser su dulce niñita. Su dul-ce niñita solo existía en su cabeza. Yo no soy el reflejo del pensa-

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miento de nadie, creo que ya lo he dejado claro. Ayer llamé a Alex. Le conté todas estas cosas y algunas más. Los dos teníamos ganas de hablar. Bien. Me dijo que me echaba de menos, que me echaba mucho de menos. Yo también se lo dije, y le dije que hubiese querido decírselo cuando nos despedimos. Él me dijo que también quiso de-cirme muchas cosas, pero que no dijo nada porque no estaba cómo-do. No sé por qué dijo esto. Quizá porque le hubiera gustado estar a solas conmigo. Bueno, el caso es que ya estoy mejor, mucho mejor. Y Alex también. Hoy iba a ver un concierto a Zaragoza: Reincidentes, Boikot y Disidencia. Me gustaría estar con él.

Las voces de los que más quieres son las que más daño nos hacen. Esto es así. No es algo que se sepa de antemano, es algo que vamos aprendiendo con el tiempo. Todo debería ser mucho más fácil. Decirnos solo las cosas que nos pueden ayudar. Aunque eso es relativo. Uno puede estar equivocado, bueno, mejor dicho, uno siempre suele equivocarse al decir lo que es mejor para el otro. Eso es lo que deberíamos aprender, a tener la boca cerrada, a no decir nada. Aunque entonces estaríamos muertos.

A veces sueño con muertos. Creo que es por culpa de Víctor y sus historias, pero no se lo digo. Me gustan sus historias. Pero es-tán llenas de muertos. Muertos que no conozco, pero que vienen a visitarme por las noches y me dicen que han perdido sus vidas para nada. Y es verdad. Ellos dieron sus vidas y nosotros no lo sabemos. No lo sabemos porque tenemos bastante con encender la tele y ver una serie, o una película, o el telediario. Y luego tenemos un plato con comida en la mesa. Y si queremos hablar con alguien, le llama-mos por teléfono. Y si queremos ir a un sitio, cogemos la moto y vamos. Podemos hacer lo que queramos. Y no hacemos nada. Tan solo perder el tiempo en estupideces que no nos llevan a ninguna parte. Y la libertad sigue desnuda, perdida y sola en algún lugar de la memoria, en algún viejo libro de historia. O quizá ni siquiera allí. Quizá nunca haya existido. Quizá solo sea una mentira.

Alex me ha escrito de nuevo. Y me hablaba de esas cosas. De las que acabo de decir, digo. De los muertos que no volverán y de la rutina de unas vidas desperdiciadas y de la libertad traicionada. De-bería hablar con su padre. Se llevarían bien. Muy bien. Pero Alex

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no quiere. Dice que nunca ha tenido padre y que ya es demasiado tarde. Se equivoca. También se equivoca con lo de no tomarse en serio lo de escribir. La mayoría de las cosas las tira a la basura. Las que no tira me las manda a mí. Él no guarda nada. Lo guardo yo. Algún día debería decírselo, decirle que se ponga a escribir hasta que le sangren las entrañas. Que escriba de verdad, que sepa que si no escribe se muere. Que lo sepa.

También he hablado con Víctor de mi amiga, de Eli. Él solo la ha visto un par de veces y casi de pasada. Toda la información que tiene es la que yo le he contado. Y, sin embargo, me ha dicho que esa chica no me hace ningún bien. Por un momento he pensado en mis padres y he sentido la necesidad de decirle que me dejase en paz y largarme a mi casa. Pero me ha tocado la mano y me ha dicho que yo valgo mucho más que lo que ella quiera hacer conmigo. Me lo ha dicho muy despacio, midiendo cada palabra. Más de lo que ella quiera hacer conmigo. Como si Eli también quisiese dictarme mi destino, como si ella también quisiese dirigirme la vida y decirme cuál es la mejor opción para mí. No sé qué pensar.

Últimamente está mucho más afectado por el pasado y eso. Los fantasmas de Víctor le rasgan la memoria, pero no para borrarla sino para que no la olvide. Y eso le atormenta. Dice estar agotado. Dice haber cometido tantos errores que es incapaz de resolverlos. Ayer me contó que llevaba un par de noches sin pegar ojo. Que las preguntas le asaltaban la cabeza y que las respuestas siempre le lle-vaban a un mismo punto: el punto de partida. Había desperdiciado su vida, no había avanzado nada, llevaba años remando contraco-rriente y ahora solo le quedaban las canas de la memoria y los callos de los trabajos forzosos. Eso dijo. Me da pena, me da mucha pena. Pero no puedo hacer nada.

Ayer escribí a Alex, respondí a su carta. Y lo hice para decirle por escrito lo mucho que lo necesito. También le hablé de su padre y de lo mal que lo está pasando. Él también lo necesita. Necesita tenerle a su lado para arrancarse de encima una pesada carga que

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va a terminar por hundirle. Sé que Alex no le llamará, sé que no hará nada. Pero tiene que saber que van a ingresarle de nuevo y que dice que ya no tiene fuerzas para seguir luchando. Que no merece la pena porque nada ha tenido sentido. Dice haberse equivocado durante toda su vida, y que todavía lo sigue haciendo. No quiero tener que llamar un día a Alex para decirle que su padre ha muerto. Quiero que venga a visitarle. Quiero que venga para poder estar juntos de nuevo. Alex y yo.

Hoy he salido a la calle sabiendo que ya nada me da miedo. He subido al monte a dar de comer a las ovejas y he bajado corriendo por la otra ladera. Más de quince kilómetros hasta casa. He llegado agotada, pero con una sensación tan satisfactoria que ni siquiera he prestado atención a mi hermano cuando me decía que apestaba a sudor. Él si que apesta, apesta a maldad enlatada. Eli me había llamado por teléfono. Me ha dado el recado mi madre. Me he dado una buena ducha, he ido a mi cuarto, he contemplado mi cuerpo desnudo frente al espejo y me he puesto a leer Las edades de Lulú. Me lo ha prestado Víctor. No tengo ganas de bajar a Ribadesella. Tampoco me apetece llamar a nadie. Tan solo quiero estar encerra-da en mi cuarto leyendo, desnuda sobre la cama. Echo el pestillo y enciendo la luz del cabecero. Tengo todo el tiempo del mundo por delante. Estaré buceando en los sueños de otros. Sueños húmedos. Que nadie me moleste.

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Tal vezme sobra tu sombra al dar

un traspiés,me estorban las normas

y al anochecertatúo demonios

de humo y después

ya vesme quema el sabor de tus ojos

de mielardiendo en la espera

del verbo, al caerdestrono penurias y vuelvo a nacer.

Desnuda de nuevo en mi mentela ninfa de la soledad,

ayer sonreía en la nieblay hoy es un ave rapaz.

El miedo, el veneno, buscarla pared,

el pico que muerde, el rugidodel tren,

hablar con las moscas, saberque no sé.

Despierto rodeado de espejosque escupen miradas de cal,la tierra de los cementeriosesconde mi miedo a esperar.

Detrás de la hojarasca,delante el rocanrol,asfixia mi gargantael eco de tu voz.

Y hacer de la sangre un lienzo,vaciar mi cuerpo de sal,caminar en el desiertomorder la oscuridad.

Detrás de la hojarasca,delante el rocanrol,asfixia mi gargantael eco de tu voz.

Desnudando el Ayer

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Siguen quedando demasiados interrogantes abiertos, muchos de ellos alrededor de Víctor. Al principio podría parecer que el pa-dre de Alex apenas tenía espacio en la historia, tan solo un papel secundario; está claro que no es como Alex y Selene, los verdaderos protagonistas, pero todavía tiene mucho que decir. Sin él, Selene jamás hubiera llegado a ser lo que es, ni habría conseguido mirar el mundo con ojos transparentes, ni hubiese conseguido desprenderse de las cadenas y ahuyentar los miedos. Lo de la relación de Víctor con su hijo estaba más complicado.

Desde que volvió a descubrir al hijo que no veía desde que era un bebé, Víctor había entrado en una montaña rusa de pensamien-tos y preocupaciones. Se sentía culpable. Culpable y solo. Todas las noches encendía el fuego del comedor y se sentaba frente a la chi-menea con la única intención de dejar escapar el tiempo mientras las llamas bailaban. El pasado le atormentaba. Había sufrido mucho.

Corría el año 1974 cuando Víctor entró de lleno en todo un movimiento de protesta estudiantil y lucha antifranquista. La Uni-versidad fue la mejor puerta para experimentar una transformación en la que Víctor descubrió que se podían hacer cosas para conseguir un mundo mejor. No podía quedarse sin hacer nada, había que pa-sar a la acción. Toda una generación recogió el testigo para ansiar de nuevo la libertad robada, para enseñar los dientes y pelear por lo que era de todos. El horizonte que se les abrió a estos jóvenes a

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la llegada a la Universidad de Zaragoza era inabarcable. Ante ellos, todo un abanico de alternativas, un foro de comunicación inimagi-nable. Se convirtieron, unos más que otros, en auténticas esponjas dispuestas a empaparse de todo lo que les rodeaba para luego, en cada pueblo, en cada barrio, contarlo a otros jóvenes como ellos. En esos años en Zaragoza, como en muchas otras ciudades, surgieron un buen número de cine-forums creados por el empuje de jóvenes universitarios; eran centros sociales donde la gente veía películas, participaba en debates después de la emisión de éstas y, sobre todo, hablaba con total libertad. Uno de esos cine-forums de Zaragoza se llamaba Club Cine Mundo y Víctor estuvo implicado en su creación y organización; ese fue el comienzo de todo. Las proyecciones solían tener mayor carga política que las de otras asociaciones de similares características. De hecho, en la práctica, era una forma de usar el cine como instrumento de ataque al Régimen desde la legalidad y mediante películas que habían conseguido pasar la censura; bien porque ésta era más permisiva que antaño, bien por la sutileza mos-trada a la hora de elegir los títulos a proyectar. Cuando el Club Cine Mundo creció más de lo que habían pensado sus fundadores y el nú-mero de socios llegó a alcanzar cifras importantes, decidieron poner en marcha un nuevo sistema que permitiese propagar su actividad antifranquista desde el cine y llegar al mayor número de lugares po-sible de la geografía aragonesa. De modo que comenzaron a hacer filiales del Club Cine Mundo por diversos pueblos aragoneses. Esta tendencia difusora del Club Cine Mundo llevó a Víctor a crear uno de los muchos satélites asociados que surgieron en los pueblos. Jun-tó a varios jóvenes de su pueblo, consiguieron un local y puso en marcha las mismas actividades que desarrollaban en Zaragoza. A lo largo de este proceso fue cuando entró en contacto con la que sería la madre de Alex. Y se enamoraron. La madre de Alex era cuatro años menor que Víctor, venía de una familia bien posicionada que no iba a ver con buenos ojos su relación con alguien al que conside-raban un rojo melenudo que solo buscaba problemas, un revolve-dor. Eso, y que la niña de la casa, con solo dieciséis años, no podía perder la cabeza y hacer cualquier tontería que le arruinase la vida.

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Víctor estaba orgulloso de su nuevo proyecto, satisfecho con el apoyo que había recibido de la mayoría de la gente joven del pue-blo y feliz cada vez que miraba a esa chica risueña a la que ya había besado en un par de ocasiones y que siempre estaba dispuesta a estar a su lado. A este nuevo club lo llamaron Los Revolvedores, el nombre lo puso la madre de Alex, así era como les llamaban en su casa, y a todos los miembros de la asamblea de socios les pareció un nombre estupendo. El Cine-Club Los Revolvedores había naci-do como un club en el que se hacían sesiones de cine siguiendo el mismo esquema que en el resto de cine-forums que se extendían a lo largo y ancho de la geografía estatal, pero en realidad era mucho más que eso. Se trataba de un centro en el que un grupo de personas con una implicación social y política bastante marcada comenzaba a mover sus piezas a todos los niveles. Durante su corto período de vida – con la llegada del primer ayuntamiento democrático dejaría de existir debido a que muchos de sus miembros se implicaron ac-tivamente en política – se realizaron numerosas actividades además de un continuo análisis de la situación del momento que servía como desahogo de ideas y formación de unos jóvenes que acabarían sien-do el núcleo central de una incipiente y joven izquierda que preocu-paba a los caciques y asustaba a todo el mundo. El ambiente rural era denso y, estas nuevas ideas, chocaban de lleno con el carácter inmovilista al que todos estaban acostumbrados.

Los cabezas visibles de este movimiento juvenil eran Víctor y Paco el Trampas, además de la futura madre de Alex que, ya como novia oficial de Víctor, se vio implicada en todas y cada una de las acciones puestas en marcha por éstos y, como no, en todos y cada uno de los problemas surgidos. El Trampas era algo más joven que Víctor, pero habían sido amigos desde muy pequeños; ambos eran de los pocos jóvenes del pueblo que habían podido ir a la Univer-sidad y sus pensamientos e inquietudes iban de la mano. Todos los demás jóvenes del pueblo los idolatraban, se creó una especie de aura revolucionaria a su alrededor, un mito que iba creciendo y que se multiplicó con la primera detención. Les cogieron en Zaragoza y terminaron en la cárcel de Torrero. Cuando se produjo la detención,

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ambos se encontraban cursando estudios universitarios, ambos mantenían una estrecha relación con diferentes organizaciones de izquierdas y acudían a todas las manifestaciones que se convocaban. Ese día iban hacía la antigua Facultad de Medicina con un nume-roso grupo de personas; iban a manifestarse y siempre había algún policía vigilando. En un momento dado se acercó a hablar con ellos uno de los cabecillas de la manifestación al que estaban siguiendo y, justo cuando estaban hablando con él, pasó un coche de la policía secreta que todos los manifestantes conocían a la perfección. No hubo tiempo para reaccionar. Antes de llegar al final de la calle ya estaban detenidos. Directamente los llevaron a comisaría en donde los tuvieron retenidos tres días. La peor parte recayó sobre Víctor debido a que estaba organizado en la clandestinidad y era miembro activo del Movimiento Comunista (MC), por lo que recibió nume-rosas palizas para sacarle información acerca de dicha organización. En cambio, el Trampas, no militaba en ninguna organización, así que sólo conoció la parte menos agria de las detenciones políticas; un par de guantazos y empujones fueron el único recuerdo en forma de represión física que se llevó de dicha experiencia. Víctor terminó lleno de moratones y golpes por todo el cuerpo; le destrozaron, pero no pudieron sacarle ni una palabra. Tras los tres días que estuvieron en comisaría los llevaron a la Cárcel de Torrero en donde permane-cieron encerrados durante otros cincuenta y seis días. Al cabo de este tiempo salieron en libertad condicional bajo fianza, lo que les permitía regresar a casa hasta que se celebrase el juicio. Una vez lle-gado el juicio, al Trampas únicamente se le acusó de manifestación y, en última instancia, le fue eximida la pena debido a que, cuando fue detenido, contaba con diecisiete años y, por lo tanto, era menor de edad (cumplió los dieciocho en prisión). En cambio, Víctor fue acusado de manifestación y de pertenencia a organización ilegal; por aquel entonces tenía veintiún años y fue condenado a un año de prisión. No obstante, pudo atenerse a la revisión condicional de la pena, que estaba disponible para aquellos cuyas penas eran de un año o menores. Esto les permitía estar en su casa con la condición de ir todos los días al Cuartel de la Guardia Civil; pero siempre con el temor de que en cualquier momento les podían quitar ese privile-

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gio. En agosto de 1975, cuando la situación nacional respecto a las organizaciones terroristas pasaba por un momento especialmente delicado, todos los que tenían ese privilegio, tuvieron que ingresar en prisión. Así que Víctor volvió por segunda vez a la cárcel de Torrero en donde estuvo encerrado hasta diciembre, cuando Juan Carlos I, ejerciendo su papel de nuevo Jefe de Estado, dictaminó un indulto que, aunque no fuese total como pedían los partidos políti-cos y sindicatos, sacó de la cárcel a numerosos detenidos por causas políticas. Entre ellos, se encontraba Víctor.

Esta traumática experiencia no hizo sino reforzar sus convic-ciones políticas. Las suyas y las de su pareja. La madre de Alex ha-bía sufrido la detención de Víctor y una represión activa por parte de su familia. Ahora sabían lo que era la lucha política en primera persona y ello, lejos de amilanarles, les insufló carácter y les dio los ánimos suficientes para continuar participando de forma activa en un cambio que tenía que llegar cuanto antes. Nada más obtener el indulto, la madre de Alex se fue de casa y ambos empezaron a con-vivir juntos y a compartir una lucha y unos sueños que rompían con la familia, pero que abrazaban una causa común en la que creían por encima de todo.

Siempre le estorbaron las normas y siempre sintió el peligro como el más fiel de sus acompañantes. Ahora lo recordaba, después de tantos años, y le costaba reconocerse en sus propios recuerdos. Le costaba reconocerse a él, sin embargo, a la madre de Alex la veía con nitidez, y también los sentimientos que entonces le surgían cada vez que aparecía ante él. Conocía muy bien esa sensación. Y había vuelto a experimentarla, aunque no quisiese reconocerlo.

Los pensamientos suelen jugarnos malas pasadas, pueden llevarnos a terrenos farragosos que nunca deseamos pisar, saben caminar de puntillas para abalanzarse sobre nosotros sin que nos demos cuenta. Víctor fue cogiendo cariño a Selene poco a poco, en un principio porque era la única persona que se acercaba a su casa a visitarlo, después porque le escuchaba con la atención de sus cinco sentidos y, más adelante, porque fue descubriendo una chica llena de luz y de alegría, pero que permanecía oculta en un agujero de

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miedos y temores. Y eso no lo podía permitir. Así fue como nació su amistad. Luego los pensamientos iban cambiando las cartas y, cuan-do se quiso dar cuenta, Víctor descubrió a una preciosa joven de los mismos años que aquella niña risueña que se colgaba de su brazo y le besaba sin temer a nada ni a nadie. Ese fue el detonante que hizo que los recuerdos fuesen regresando poco a poco a su cabeza, una cabeza confundida que nunca quiso dejar de ser joven.

La primera vez que se sintió atraído por Selene fue la prima-vera pasada. Era un día con mucho calor y Selene fue a ayudarle con la leña. Llevaba un pantalón vaquero muy corto y una camise-ta recortada. Se pusieron a trabajar y no tardaron en comenzar a sudar sin medida; el calor era asfixiante, un calor pegajoso que se agarraba a la piel y no podías quitártelo de encima. Selene se quitó la camiseta con naturalidad y siguió trabajando en sujetador. No era algo raro, siempre lo hacía cuando trabajaba con su familia en el campo, no había nada que esconder. Víctor no lo vio del mismo modo. Por la noche se sintió sucio y culpable, no quería verse arras-trado por esos pensamientos, pero no lo podía evitar. La imagen de Selene empapada, su sujetador negro resaltando unas tetas firmes que parecían reclamar su atención con cada movimiento. No podía evitarlo. Tendría que acostumbrarse.

La relación entre ambos no cambió. Víctor se esforzaba para que nada se notase. Era una cosa entre él y sus pensamientos. A nadie más le concernía. Tampoco a Selene. Siempre surgían situa-ciones en las que sus deseos rugían por dentro, pero nunca paso nada, siempre supo hacer lo que debía hacer. No iba a cometer más errores. Bastantes había cometido ya. Supo aprender a vivir con ese deseo y a disfrutar en soledad de él. De preciosas imágenes con las que edulcoraba la soledad de cada noche. De esperas minuciosas en las que deseaba que el objeto de su deseo apareciese con su luz y su cuerpo de cervatillo salvaje. Una de esas imágenes, quizá la que más rescataba, era la de la absoluta desnudez de Selene bañándose en la Pipa. Fue la casualidad quien la trajo. Él se agachó con sumo cuidado tras unos arbustos y pudo ver toda la operación. Cómo se quitaba la ropa, cómo dejaba al descubierto unos grandes pezones

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coronando sus pechos pequeños y firmes, cómo se giraba mostrando un culo perfecto de forma y color. Y después, cómo se introdujo en el agua y permaneció durante el tiempo suficiente para que Víctor bañase sus ojos de la lujuria más primitiva. Allí, sin moverse de su escondite, sin emitir ningún ruido, se masturbó en silencio contem-plando el espectáculo más maravilloso que había visto en su vida.

Después le compró una moto, quizá para sentirse menos cul-pable. Y apareció Eli en la vida de Selene y pudo observar cómo ésta iba transformándose. En algunas cosas para bien, en otras to-davía confundida. Y siguió manteniendo largas conversaciones con ella, alejando siempre sus pensamientos nocturnos. Después apare-ció Alex y los vio besarse bajo el eucalipto, los vio desde la lejanía con una humedad en los ojos que le llevaba de nuevo a otro tiempo. Y siguió sabiéndolo todo de Selene, y del hijo que regresaba del pasado. Todo llegaba de labios de Selene. Y los pensamientos se diluyeron. Ya nunca regresaron en la noche solitaria. Ahora le ator-mentaban otros pensamientos.

La convivencia con la madre de Alex no fue fácil. Por un lado estaba la familia de ella y, por el otro, una clandestinidad que le obligaba a moverse rápido y sin dejar huellas. El tiempo pasó y las cosas fueron cambiando. Nunca supo en qué momento la desilusión se apoderó de su pareja, pero poco a poco fue descubriendo que la lucha para ella había perdido toda su importancia. Además, estaba embarazada. A Víctor los problemas se le amontonaban, la situación política avanzaba deprisa y debía tomar decisiones con precipita-ción. Muchos de los miembros del MC fueron virando su forma de lucha; unos entraron en contacto con algunas organizaciones te-rroristas y, otros, con diferentes partidos políticos. Víctor mantuvo conversaciones y reuniones para debatir el futuro de la acción, el futuro estaba en juego. Finalmente, se fue a vivir a Barkaldo, de-jando atrás a su pareja. Nada era igual que al principio. El remo-lino en el que se había convertido su vida comenzó a agobiarle de tal manera que decidió abandonarlo todo. No era tan fácil. Había sido un miembro de primera línea y su salida no era sencilla. Se

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sintió presionado, se sintió amenazado. Y, en una de esas noches de desesperación, alguien le ofreció el primer pico. Luego todo fue un descenso a las profundidades. Un descenso veloz y desafortunado.

Cuando regresó al pueblo, su hijo estaba a punto de nacer y Víctor era otra persona. También su pareja. Durante las siguientes semanas discutieron de forma constante. Discutieron por el cambio de mentalidad de ella, por las nuevas amistades de él, por las jerin-guillas encima de la mesa del comedor, por la falta de dinero, por el abandono al que se había sometido Víctor. No asistió al nacimiento, llevaba horas completamente colocado y no podía ni moverse. Le llamaron a casa para comunicarle la noticia y se fue a celebrarlo. Apareció ocho días después.

La situación era insostenible. Ya no se aguantaban. Y fue por aquel entonces cuando sucedió lo del padre de Víctor, y la interven-ción de su hermano, y su ingreso en un centro de desintoxicación y, después, en un centro de ayuda mental. Todo con tal de no volver a la cárcel. Su hermano se encargó de todo.

Cuando volvieron a verse, el niño ya tenía tres años. Llegó a casa, comió con ellos. No. Ya nada iba a ir a mejor. Ya no se cono-cían. Ya nada tenía sentido. Se despidió de ella con un beso en la mejilla. Le acompañaron a la estación. Cuando el tren arrancó el pe-queño Alex decía adiós con la mano, su madre miraba para otro lado.

No es fácil conciliar el sueño cuando tus recuerdos son esos. Y los recuerdos no pueden cambiarse. Regresaban para atormentarle, para atormentarle y para susurrarle que su vida estaba llegando a su fin. Había que hacer balance.

La enfermedad que le habían diagnosticado avanzaba depri-sa. El tiempo se le acababa. Y lo único que le importaba era que su hijo le comprendiese. Había llegado hasta él siguiendo una de sus cartas. Había llegado con preguntas sobre Caudé y con el mismo veneno revolucionario de la injusticia. Pero eso no era lo importan-te. Lo importante es que supiera que él amó con locura a su madre y que nunca dejó de amarla. Que supiera que huyó de ellos para

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no arruinarles la vida, para que tuviesen la vida que se merecían, la vida que podían obtener con la ayuda de los padres de ella. Huyó, pero nunca dejó de quererlos. Ni de añorarlos. Tenía que contarle lo de la cárcel, lo de la clandestinidad, lo de la organización terrorista contra Franco, lo de la heroína, lo del centro psiquiátrico. Tenía que contárselo todo. Y tenía que hacerlo antes de que la muerte se lo llevase por delante.

Tenía miedo. Un profundo miedo que no compartía con na-die, que lo reservaba para sí mismo. Por eso no quería cerrar los ojos, por miedo a morirse mientras dormía. Y paseaba por desiertos oscuros en los que su cuerpo era un mero guiñapo sin penas y su sangre permanecía constantemente derramada en el suelo jugando a transformarse en figuras cambiantes, como óleos rojos en un lienzo que se mueve y que dibujas figuras informes. Tenía miedo a seguir esperando, miedo a la espera en soledad y a dejar de existir sin que nadie lo supiera. Necesitaba a su hijo. Lo necesitaba a su lado.

Imaginaba a su hijo y se veía a sí mismo. Compartían tantas cosas… cosas que él desconocía. Como lo del rocanrol, aquella no-che que Alex durmió en su casa cogió su walkman y, cuando le dio al play y se puso los cascos, un retorcijón en el pecho le transportó a sus recuerdos, a los buenos. Estaban sonando los Leño. Sus tiempos eran los tiempos de Barón Rojo, de Panzer, de Ñu, de Cuchara-da, de Asfalto, de Bloque, de Banzai y, por supuesto, de Leño. Los tiempos del rocanrol. Miles de recuerdos se le amontonaban, cien-tos de canciones, muchos conciertos… El Cine Club también era un excelente lugar para conocer nueva música, música que hablaba de la calle y para la calle. Fue la música de esa generación, la suya. Y ahora su hijo también compartía eso, eran otros grupos, pero la misma esencia. Y los Leño siempre vivos, siempre vivos. Le gustaría contarle todo aquello, como tantas otras cosas.

- He recibido tu carta – esta vez había llamado Alex – pero no entiendo lo que me dices de mi padre. Ya sabes que paso de él. No te metas en esto Selene, por favor.

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- Ya Alex, ya lo sé pero… solo llámale, o escríbele, solo eso.

- No. ¿Tan mal está?

- Sí, está muy mal. Van a volver a ingresarlo… y dice que no tiene fuerzas para seguir luchando, que no servirá de nada y que no tiene ningún motivo para hacerlo – un silencio largo, pensativo, siguió a las palabras de Selene.

- No me importa. Él no se ha preocupado por mí en todo este tiempo. Nos abandonó Selene, ¿no lo entiendes? Nos abandonó.

- Claro que lo entiendo, no soy tonta. Simplemente digo que no es como tú piensas, es…

- Sí, sí, ya me sé yo todas esas historias que te cuenta. Déjalo. Si es tan bueno quédatelo para ti sola. Yo paso.

Y colgó. Alex colgó el teléfono porque no quería seguir ha-blando. Se encerró en su habitación y, cuando le llamó su tía para cenar, ni salió ni contestó. Necesitaba estar solo.

Puede que sintiese rabia, puede que el perdón no hubiera lle-gado todavía, pero Alex había encontrado a su padre y eso fue lo que buscaba cuando empezó todo esto. Cuando había muerto su madre y se encontraba perdido, cuando las cartas le hablaron de un clavo ardiendo donde agarrarse, cuando hizo lo que le dijo el cora-zón y viajó sin saber muy bien a dónde y por encima de las voces de las únicas personas que conformaban su familia. Su tía y su prima. Y también, por encima de la de su madre. Pero ahora había alguien más. Y no podía arrancarlo como si tal cosa. Existía. Y le quería. Y necesitaba estar con él. Aunque solo fuese un momento. Así que tomó una decisión.

Al día siguiente Alex le volvió a escribir una carta a Selene. No era el método más rápido, pero sí en el que mejor se expresa-ba. Por teléfono siempre acababa enfadándose y diciendo lo que no quería decir. Así que le puso por escrito los motivos que le habían llevado a tomar esa decisión. Iba a viajar de nuevo a Calabrez. Lle-

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garía el lunes. Faltaban cuatro días. Selene no cabía en sí misma. Las vacaciones de verano estaban a punto de finalizar, ya no faltaba nada para que empezase la Universidad, pero lo que menos se espe-raba era una sorpresa de semejante tamaño. Alex de nuevo. Alex en Calabrez. Alex a su lado.

En la carta le explicaba que, por mucho que le enfadase, Víc-tor era su padre, que se habían encontrado y que sería estúpido permanecer enfadados ahora que sabían el uno de la existencia del otro. Bueno, en realidad Alex pensaba que su padre pudo haberle localizado en cualquier momento y con suma facilidad, pero sus mo-tivos tendría. Víctor nunca había pensado que fuese tan fácil, nunca recibió respuesta a sus cartas. No sabía nada de ellos, nunca había vuelto a saber nada de ellos. No buscó. Pero tampoco fue buscado. Hasta que llegó Alex.

Al final de la carta le decía que el verdadero motivo del viaje era el volver a verla. Que todo lo demás no era sino un pretexto, un empujón, la excusa que necesitaba. Ya estaba decidido, ya tenía el billete. De nuevo otro encuentro… lo malo es que también tendrían otra despedida…

- Tienes muy mala cara – Selene, había ido a visitar a Víctor, no pensaba decirle nada de la visita de Alex, pero quería que tuviese el mejor aspecto posible.

- Ya no me puedo ni mover. Me duelen mucho las piernas. Me duelen, pero más me duele el miedo a dejar de sentirlas. ¿Sabes que dicen que lo más probable es que no pueda moverlas más? No sen-tiré nada de cintura para abajo. Eso dicen. Y luego será peor, luego irá poco a poco avanzando. Mira. Mira como me tiembla el pulso. Soy incapaz de tomarme un café sin derramar la mitad encima de mí. ¿Te imaginas? ¿Te imaginas Selene? Más me valía pegarme un tiro…

- No llores Víctor. Ven. Ayer no dormiste, ¿verdad?

- No. Llevo casi una semana sin dormir. Me da miedo. Dame

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un abrazo por favor – Selene se agachó y se acurrucó al lado de Víctor. Le abrazó con fuerza y le dio un beso en la mejilla.

- Hueles mal. ¿Cuánto llevas sin ducharte? No puedes estar así, Víctor. Tienes que meterte en la bañera.

- No puedo Selene. Me duelen las piernas. No puedo. Y, ade-más, ¿para qué?

- Venga, levanta. Yo te ayudaré. No puedes estar así, y si vie-ne alguien a verte, ¿qué?

- Nadie viene a verme. Solo tú.

- Pues te bañas para mí, para no apestarme cuando venga a verte. Si hueles así de mal no vendré más – ya lo había levantado y avanzaban poco a poco por el pasillo.

Le sentó en la taza del váter, puso el tapón de la bañera y abrió el grifo. Empezó a desabrocharle la camisa.

- No Selene. Por favor. Eso no – parecía un niño pequeño – no me hagas pasar más vergüenza. Yo lo haré. Espérame fuera. Si necesito ayuda te llamo.

Alex sabía que hacía lo correcto. Y, cuando le asaltaban las dudas, pensaba en que iba a volver a ver a Selene. Esa era la mejor de las motivaciones. Sería un viaje rápido. El miércoles tenía una entrevista de trabajo en el Alcampo y el jueves debía formalizar la matrícula. Iba a empezar Historia.

Cogería el mismo Alsa que hace poco más de un año le llevó hasta ella, hasta Selene. Pero ahora sabiendo hacia dónde se dirigía. Y con la seguridad del que sabe lo que quiere. Iba a luchar, iba a luchar por ellos. Eso también lo tenía decidido.

Víctor se sintió mucho mejor después de bañarse. Pudo valer-se por sí mismo y no tuvo que pedir a Selene que entrase. No quería. No. No deseaba esos pensamientos de nuevo golpeándole. Ya los había destruido, no quería que regresasen. Así que aguantó el do-lor. Aguantó y decidió sentirse vivo, aunque solo fuese para poder

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seguir hablando con ella. Cuando salió del baño, Selene le estaba esperando para ayudarle a llegar hasta la cocina. Había encendido el fuego y le había preparado una infusión. Después de tomársela le ayudó a llegar hasta la cama y cogió una silla para sentarse a su lado. Víctor no paraba de hablar de su hijo. Minutos después se había quedado profundamente dormido.

Soñó con Alex. Soñó que lo llevaba a hombros, estaban en un concierto de los Leño y Alex tenía cinco o seis años. Soñó con la vida que no tuvo. Soñó con su mujer, la que siempre sería su mujer aunque nunca ejerció como marido. Soñó que todo podía volver a repetirse. Esta vez sin errores.

Todavía asfixiaba su garganta el eco de la voz de su hijo lla-mándole desde el andén y la visión de su mano agitándose mientras él se perdía en la lejanía para siempre. Todavía le dolían las decisio-nes tomadas. Todavía sentía el mismo miedo que aquella noche en la que buscó refugio en la heroína. Todavía podía llorar por todo aquello. La hojarasca de un otoño prematuro se amontonaba en la puerta de su casa, detrás de ella tan solo habitaba el olvido de una vida que nunca quiso tener.

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Tú arañas mis migrañasde arcabuz,

de amargo cancerbero;yo descoso mil cigarros

en tu adiósde trago mañanero.

Esperaré sentadobalanceándome en el péndulo que cuelga

de tu imaginación,buscando un hueco

repleto de canciones y cariciasque hablen de este viaje

viudo de reloj.

Caminaré descalzoclavándome recuerdos en los dedos,

veneno al corazón;pidiendo a gritos

que envuelvas en periódicos las prisasy al infierno aquello

que no sea yo.

Enciendodentro de mí

la mechadel arlequín,mil cataratas

de tinta china y carmín.

Colocando el sol a tu espaldapuedo volverte a mirar,

poblaré de estigmas mis ojos,de niebla el paladar,

y en un atracón de palabrasvuelo y te vuelvo a arropar,

llenaré de escaparates el cielopara poderte escucar.

Enciendodentro de mí

la mechadel arlequín,mil cataratas

de tinta china y carmín.

Esperaré

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Fue un viaje rápido, mucho más rápido de lo que me hubiese gustado. Pero no tenía otra opción. Tenía obligaciones. Sé que eso no va conmigo. No suelo hacer caso a las jodidas obligaciones, pero esta vez era diferente. Le había prometido a Selene que tendría más cabeza, que pensaría mejor las cosas; así sería más fácil que nos encontrásemos de nuevo y que, cuando sea, pudiésemos hacer algo para que ningún puto kilómetro se interpusiese entre nosotros.

Ahora ya estaba de vuelta. La visita a Selene había finalizado y otra vez estaba tumbado en mi casa sin otra cosa que hacer sal-vo esperar. MUERO POR VIVIR, MUERO, POR VIVIR ME MUERO, SOY UNA COLILLA Y EL MUNDO ES UN CENI-CERO. La música me permitía cerrar los ojos y pensar con más cla-ridad. No era fácil de explicar. Nada era fácil de explicar. TENGO UN PUÑADO DE GRANDES IDEAS Y ESTOY PERDIDO EN ESTE DESIERTO, EL VIEJO CLUB DE LOS PERDE-DORES HIZO DE MÍ EL SOCIO PERFECTO. No podía sen-tirme bien, era incapaz de sentirme bien. Y, sin embargo, el viaje había significado todo para mí, me había abierto muchas puertas, muchas que pensaba cerradas para siempre.

Mi padre estaba muy mal. Se moría, de eso no había ninguna duda. Pero necesitaba hablar, hablar conmigo. Y lo hizo. Se des-angró en cada frase, en cada recuerdo, se desangró para sacarse el veneno que llevaba dentro y para mostrarme el camino. El camino que no debía recorrer. El suyo.

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Cuando llegué estaba sentado en el corredor. Seguro que Se-lene le había dicho que se pusiese allí, le diría que estaría más có-modo o alguna chorrada de esas. Él no sabía que yo iba a visitarle. A pesar de ello no esperaba que se lo tomase así. No esperaba que rompiese a llorar nada más verme. Mecagüenlaputa. Cómo me toca los huevos eso de que alguien se emocione tanto sin importarle una mierda lo mucho que incomoda a los demás. A mí me incomoda. Me incomodó y me dieron ganas de mandarlo a la mierda y marcharme con Selene a cualquier otro lugar. Lejos de él. Pero hice un esfuerzo. Hice un esfuerzo por Selene y, aunque me joda admitirlo, porque me dio pena. Al fin y al cabo era mi padre. Puede que no se mere-ciese otra oportunidad, pero ahí estaba yo, a su lado y con las orejas abiertas. Tócate los cojones.

Me habló de todo lo que quería hablarme. Yo escuché en si-lencio. Me emocioné, pero tragué saliva y dejé la mente en blan-co. Una cosa era estar allí con él y otra muy distinta mostrarle mis sentimientos. No te jode. Y así pasamos horas. Los tres sentados. Después cenamos en el comedor, Selene preparó un poco de adobo y unas tortillas. Estaba todo de puta madre. Y, al terminar de cenar, mi padre dijo que iba a tumbarse a descansar.

Esa noche Selene y yo dormimos en la misma cama. Mi padre se había encargado de prepararlo todo. Había hablado con los pa-dres de Selene, les dijo que dormiría en la habitación pequeña y que le vendría bien tenerla cerca. Que no sabía cómo iba reaccionar yo. Eso les dijo el muy cabrón, como si yo fuese un loco o algo así. El caso es que sus movidas funcionaron y Selene y yo pudimos com-partir cama y deseos. Apenas dormimos.

Al día siguiente continuó su relato pormenorizado, su repaso a los errores sin solución. Cuando mi cabeza estaba a punto de esta-llar le dije de parar un poco. Le pregunté si tenía un radiocasete por allí y metí una cinta de las mías. SI TIENES ENTRE LAS CEJAS LIBERTAD, CONFIESO QUE ERES UN MENDA INTERE-SANTE. Selene me había dicho lo de los Leño, así que fue como hacer trampas. No importaba. La emoción en los ojos de mi padre y

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el abrazo de después valían todas las trampas del mundo. No tuvi-mos mucho tiempo, pero lo aprovechamos.

Con Selene fue diferente. Ella estaba esperándome, la vi nada más bajar del autobús. Estaba tan guapa como siempre. No sé si era muy consciente de lo buena que estaba, pero no había más que verla. La hostia puta. Me subí en la moto y la agarré de las tetas, como aquella vez. Salimos zumbando hacia Calabrez. Yo la habría follado allí mismo, sin parar la moto ni nada, en pelotas, a noventa y follando. Hubiese molado.

Todos mis dolores de cabeza, aquellos que me taladraban la sien y me anulaban por completo, todos nacían de mis preocupacio-nes. Preocupaciones que podían nacer de la misma palabra Selene y que con solo su presencia quedaban ahogados. Completamente ahogados. Era como si todo lo malo saliese corriendo atemorizado. Ella no lo sabía. Yo sí. Con ella fue diferente porque no tuvimos casi tiempo para nosotros. Aunque la verdad era extraña. Era como si, aunque apenas habíamos tenido tiempo para nosotros, ese tiempo nos hubiera unido más que todo el tiempo anterior compartido. Este viaje era para mi padre. La primera que lo quería así era Selene. A nosotros nos quedaba todo el tiempo del mundo.

El miedo ya no existía. Sabíamos que estábamos allí y que siempre íbamos a estar. La despedida fue mucho mejor que la an-terior. Esta vez estábamos solos y pudimos decirnos todo lo que deseábamos.

- Te esperaré sentado, balanceándome en el péndulo que cuelga de tu imaginación – le dije sin dejar de mirarla a los ojos, esos ojos que me quemaban, esos ojos de miel que brillaban con la luz de la luna.

- Y yo Alex, y yo.

- Nuestro viaje será un viaje sin reloj, un viaje sin distancias – me había puesto gilipollas, qué le vamos a hacer.

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- Escríbemelo, por favor, escríbemelo todo. Te quiero – el au-tobús ya había arrancado. Me tenía que marchar.

Y le escribí todo. Allí mismo, sentado en el asiento treinta y tres del autobús. Le escribí en una servilleta usada que encontré en el cenicero. Caminaré descalzo clavándome recuerdos en los dedos, veneno al corazón, pidiendo a gritos que envuelvas en periódicos las prisas y que mandes al infierno todo aquello que no sea yo.

Hoy acabo de meter la servilleta en un sobre, he puesto su dirección y la he echado al buzón. Solo la servilleta. Nada más.

Menos mal que Eli no estaba en Calabrez. Era lo único que me tocaba la polla del viaje. Ver a la cansada de Eli. No la soporta-ba. Selene no la nombró en ningún momento. Qué raro.

Selene decía que debía escribir. Escribir así en plan serio y esas cosas. A mí me parecía una gilipollez. No iba a servir para nada. Yo escribía para vaciarme por dentro. Y para conquistarla. Para nada más. Ella decía que merecía la pena intentarlo, que me presentase a un concurso o algo así. Al Un, dos, tres, no te jode. Para concursos estaba yo. Además, odiaba que la gente me juzgase, así que no pensaba mandar ni una puta letra para que cuatro listillos se descojonasen a mi costa. Que les follasen a ellos y a sus putas le-tras. Yo escribía porque me salía de la punta de la polla. Y nada más. Porque haciéndolo me sentía mejor, era como ponerme una máscara de carnaval que me protegía de todo. Podía decir lo que me salie-se de los cojones. Era una sensación de libertad cojonuda. Aunque también dolía. Lo de escribir dolía de la hostia, la tinta sangraba y yo me desangraba con ella. Eso me pasaba por escribir de movidas mías, movidas de verdad. Tendría que ir pensando en inventarme un personaje y que le revienten a patadas a él, que todas las putadas le pasen a él. Pero que tenga una polla enorme, la más grande del mundo. Y que se folle a todas las tías que salgan por la novela. Eso

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es. Voy a inventarme ese jodido personaje. Lo llamaré Patxi. Algún día escribiré sobre él. O igual no, igual estoy a otras cosas más im-portantes. Como desgastar segundos al lado de Selene.

Me hice un petardo y me lo fumé del tirón asomado a la ven-tana pensando una vez más en aquella despedida. Un canuto más para volver a ese adiós. Uno más de tantos. Un adiós que fue una bofetada, como un trago de coñac al punto de la mañana, como un golpe seco en la boca del estómago. Y, sin embargo, sabía que todo iba a ir bien. No importaba lo mucho que sufriese, no importaba. Sabía que existía un horizonte, tan solo tenía que esperar. Además, un par de caladas más y ya estoy volando. Volando por encima de las nubes. Volando hasta donde estés tú. Volando para mirarte des-de el cielo. Estoy como una puta cabra. Lo sé.

- Habéis estado hablando de mí – me dijo Selene cuando nos quedamos solos en la habitación.

- ¿Cómo lo sabes?

- Estaba escucando en la puerta.

- ¿Escucando? ¿Qué coño es eso?

- Perdona, escuchar, pues eso, que he estado escondida a ver si podía ver u oír algo. Y habéis hablado de mí.

- Sí. Hemos hablado de lo guapa que eres.

Desde ese mismo instante decidí que escucar sería nuestra pa-labra secreta. Me gustaba su sonido. Escucar. Por eso, justo antes de subir al autobús, le dije que la estaría escucando en todo mo-mento. Selene me dijo que ya lo sabía. Y que se desnudaría para mí. Cómo me enciende. Joder. Cómo me enciende cuando dice esas cosas. Qué putada que me tuviese que marchar ya.

Mi Tía no quiso saber nada de las historias de mi padre. Qui-se hablar con ella, pero me dijo que respetase su deseo de dejar

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apartado el pasado. Ella respetaba que yo viajase cuando quisiese a ver a mi padre. Mi Prima sí que quería saber.

- Entonces, ¿estuvo metido en la ETA o algo así? – sus ojos estaban abiertos como platos.

- Joder, no te flipes y no mezcles las cosas. Luchaba contra Franco y sí, tuvo varias reuniones con los de ETA y también con otros, yo que sé. No le he preguntado tanto.

- Ya, pero es que es una pasada, tu padre con un pasamonta-ñas y huyendo de la policía. Parece de película.

- Tú sí que pareces de película. Eres gilipollas. Paso de con-tarte nada más.

Salí a tomar algo. Estaban todos en la Caseta del Tío del Per-ca. Al Iker ya se le había pasado el mosqueo de lo de la hostia que le metí. Estaban viendo el fútbol. Había empezado la jodida liga otra vez.

- ¿Por qué no os dejáis de mierdas y ponemos una película?

- Y, ¿por qué no nos cuentas qué tal te ha ido el viaje?, ¿te has follado a las dos o solo a Selene? – a Iker se le había pasado el mos-queo, pero seguía en plan hijoputa, igual se había quedado pillado de la idiota de Eli.

- No me he follado a Eli porque no me la pone dura, tiene las tetas caídas y los pezones diminutos.

- Y una mierda, los tiene puntiagudos y duros como piedras.

- Sí, pero su diámetro es más o menos como el de los tuyos – Iker se levantó la camiseta y se puso a mirarse los pezones. A veces es un poco gilipollas.

- Pero si éste no sabe ni lo que es el diámetro – menos mal que el Kiko se metió por en medio a quitarle hierro al asunto, si no, fijo que acabamos a hostias de nuevo.

- Pues folla de la hostia, se te sube encima y no te deja ni res-pirar, empieza a moverse no sé cómo y…

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- Déjalo Iker, no nos interesa. Mira, el Madrid va perdiendo. Jódete.

Al poco rato me marché a casa. No tenía ganas de nada. Cena-ría y me iría a dormir. Cuando llegué, mi prima estaba en la cocina.

- He estado pensando en eso que me has contado, en lo de tu padre – no tenía putas ganas de hablar de eso.

- Déjalo, de verdad, tengo hambre.

- Mi madre ha hecho una tortilla de patata, caliéntatela si quieres. Yo ya he cenado.

- Vale.

- ¿Sabes? Igual tu padre ha huido de la justicia, igual es un fugitivo, igual todavía lo están buscando.

- No. Y cállate de una jodida vez. Me voy al comedor a ver la tele.

Estaban echando la serie esa de los periodistas. Mucho mejor que escuchar la tabarra de mi prima. Me comí la tortilla y me quedé viendo la serie un rato. Cuando me cansé le dije a mi prima que me iba a dormir y me encerré en mi cuarto.

Saqué de la mochila un libro que me había traído de Calabrez. Era un libro que se acababa de leer Selene, se lo había dejado mi padre. Se llamaba Las Edades de Lulú. Selene me dijo que estaba muy bien, que seguro que me gustaba. Me lo dijo con una de sus sonrisas picantes. Seguro que me gustaba.

Lo malo de los libros es que se terminan y ya está, quiero decir que si te gusta mucho ya no puedes volver a sus historias, a sus per-sonajes. A mí me ha pasado con algunos libros. Con otros no. Con otros sencillamente los acabo y ya está. Es como con las películas, hay algunas que las puedes ver muchas veces y te siguen gustando. Y otras que nunca volverías a ver. También las hay que son una puta mierda y que ni siquiera las terminas.

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El libro era cojonudo. No sé cómo se le ocurrió a mi padre dejárselo a Selene. Acababa de terminar el primer capítulo y estaba completamente empalmado. Joder con la Lulú esta. Entonces me acordé de que también me había traído otro tesoro de Asturias. Fui a cogerlo de la mochila.

La noche que dormimos juntos yo saqué mi cámara de fotos y empecé a hacerle fotos a Selene. Todo lo iniciamos como un juego. Ella comenzó a quitarse la ropa y yo seguí disparando fotos. Cuan-do estaba completamente desnuda empezó a moverse sinuosamente encima de la cama. Cada postura que adoptaba era mejor que la anterior. Al final terminé el carrete. Cuando llegué a Zaragoza lo revelé en una de esas tiendas de fotos que lo hacen en una hora. Y ahora las tenía. Las tenía todas.

Me levanté, coloqué todas las fotos sobre el pupitre. Bien ex-tendidas para que ninguna quedase tapada. Las coloqué en su orden cronológico. Respetando la secuencia de imágenes, la pérdida de ropa, el aumento de la temperatura. Cuando las tuve todas coloca-das, me quité los pantalones y los calzoncillos. Me senté en la silla lo más cerca que pude del pupitre. Y empecé a masturbarme.

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El techo avanza hacia mi colchasilencioso y vil

como una sombra incandescenteque atenaza la cordura que

quise tenery que perdí en el mes de agosto.

Abrazando pesadillasvuelvo a descarrilar

en la misma alcantarilladonde el juego es heridaque empieza a sangrar,donde los errores piden

otra oportunidad.

Deja de serel recuerdo que anida debajo de la piel.

Deja de serel cuchillo afilado que quiere morder.

Maldito invierno desgastado,

vomita y caearrodillado ante un presente de ceniza,

conoce las sombras y los ruidos,golpean la sien

hasta enmudecer el llanto.

El sol masticando tormentas,los sueños no tiemblan,no tiemblan las piernas

y aunque pensé traicionartepor cuatro monedas

acierto a encontrar el divánde noches en vela

y en vez de jugar al descartedescarto las penas.

Deja de serel recuerdo que anida debajo de la piel.

Deja de serel cuchillo afilado que quiere morder.

Deja de Ser

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Ya no queda ni rastro de Alex. Su última visita queda ya tan lejana que apenas puedo recordar su olor. Todo ha seguido su cami-no: la Universidad, mi familia, Eli… todo ha entrado en una espiral que no me lleva a ningún sitio. Creo que ya solo me queda el dolor. Sí, el dolor. No puedo estar con él. Y eso duele.

Ya no lo encuentro ni en sueños. Es extraño. Todos mis sue-ños son ahora pesadillas. Siempre la misma pesadilla. Una en la que me veo a mí misma tumbada en la cama de mi habitación. Abro los ojos y el techo va acercándose más y más. Por un momento lo veo casi normal, pero entonces comprendo que es como en esa peli de Indiana Jones en la que están en una habitación cuyas paredes se mueven poco a poco con el único objetivo de aplastarles. En mi sueño solo se mueve el techo, pero el objetivo es el mismo. Entonces intento levantarme, pero no puedo. Estoy inmovilizada, aunque no hay nada atándome. Quiero gritar pero soy incapaz de emitir nin-gún sonido. Entonces aprieto los dientes con rabia, con todas mis fuerzas. Hasta que los dientes van cediendo a mi fuerza y van rom-piéndose uno a uno provocándome un dolor insoportable. Tengo la boca llena de sangre y, justo en ese momento, vuelvo a mirar al techo… Prácticamente me está rozando. Ha llegado el final. Y me despierto gritando. Es una rayada, el sueño, digo.

Varios meses. Varios meses sin él y sin nada que me llame a perseguir mis sueños. Nada. Tengo dudas. Preguntas que nacen de

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mis más profundos pensamientos y que no me atrevo ni si quiera a pronunciar. Puede que ya no merezca la pena. Puede que tenga que conformarme con lo que me ha tocado vivir. Puede que sea una ilusa. Y, sin embargo, no quiero creerlo. Todo eso, digo. Escucho a Nirvana a todas horas, me hace disfrutar mejor de mi desánimo. Es como si su música fuese acorde con lo que estoy viviendo en este momento. Soledad. Apatía. Rabia. Y no puedo hacer nada. Nada para cambiarlo.

Lo que sí he cambiado es lo de Eli. Lo de ser amigas y eso, digo. Le he dicho que me dejase en paz. Que era insoportable. Se lo dije así, sin más; bueno, después de aguantarle muchas, muchas cosas. Muchos detalles. Muchas historias. Pero al final me cansé de que me manipulara, de que hiciese lo que le daba la gana conmigo. Siempre quería que pensase como ella, pero yo nunca he pensado así. Yo soy como soy. Punto. Ella culpa a Alex. Dice que me ha co-mido el coco. No tiene ni idea. Alex nunca me ha dicho nada, de Eli, digo. Sé que no le caía demasiado bien, pero nunca me dijo nada. Supongo que no me dijo nada porque era mi amiga y esas cosas. No sé. O a lo mejor es que le calentaba. No creo. Eli es una calienta-pollas. Con todos los tíos es igual. Aunque creo que con Alex no le funcionaba. Por eso a ella tampoco le caía bien Alex. Cuando se em-peñó en que me liase con uno de la Universidad porque Alex no me convenía, fue cuando puse punto y final. Lo tenía todo preparado. Todo pensado. Es increíble.

Y nada, ahora ni me habla. Tampoco la veo mucho porque ha dejado de ir a la Universidad. Creo que sus padres se fueron a otra ciudad y ella se cambió la matricula allí. Supongo que estará con sus cosas. No creo que haya conseguido poner a su lado a otra tan tonta como yo. Espero que no. Y seguirá con sus noches, y sus chicos, y sus drogas, y sus absurdos planes. Que le den.

Víctor sí que me avisó. Me lo dijo. Dijo que esa chica no era trigo limpio, que no me dejase liar por ella. Y cuando le conté que la

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había mandado a la mierda se rió, se rió muy a gusto. Hacía mucho que no le veía reír tan a gusto. Sigue muy enfermo. Lo operaron y esas cosas y ya está en casa. Aunque cada día está peor.

A Alex también se lo dije. Lo de Eli, digo. Él me dijo que era una gilipollas. Y que no perdiese el tiempo pensando en ella. Eso me dijo. Estoy de acuerdo, pero no es fácil. A veces me sorprendo a mí misma preguntándome qué estará haciendo Eli en ese momento. Y también aparece cuando estoy dormida, en la pesadilla esa que se repite. Cuando el techo está a punto de alcanzarme oigo su risa y aparece a mi lado y me dice “tú lo has querido”. Es agobiante. Ago-biante como ella. No sé cómo no pude darme cuenta. Fue como un goteo constante que iba provocándome un enorme agujero sin que yo me percatase. Cuando la arranqué de mi vida sentí una libera-ción increíble. Una absoluta y pacífica liberación.

Es difícil querer a alguien sin tenerlo a tu lado. Los sentimien-tos se van desinflando y es como si se marchitasen, como si les fal-tase agua, o aire, o tierra; como si careciesen de lo necesario para continuar vivos. A mí me está pasando. Sigo hablando con Alex, sigo recibiendo sus cartas y, sobre todo sigo queriéndolo con locura. Lo que pasa es que es mayor el daño que me provoca que la recom-pensa que no sé cuándo podrá llevarse a cabo. ¿Quién me dice a mí que volvemos a vernos? ¿Por qué no pensar en que él nunca podrá volver a viajar hasta aquí ni yo hasta su pueblo? Están los estudios, los trabajos, las familias. Son pequeños nudos que nos impiden mo-vernos. Y no los cortamos, no somos capaces de cortarlos. Igual co-noce a alguien y se enamora. O igual lo conozco yo. Tengo un largo y afilado cuchillo clavado en las entrañas. Un cuchillo que me está matando. Me estoy desangrando poco a poco y nadie se da cuenta. Dentro de poco seré solo una sombra.

Sé que él podría cambiarlo todo con solo estar a mi lado. Pero no puedo decírselo. No puedo pedirle algo así. Que renuncie a todo y se venga a vivir conmigo. Que nos vayamos los dos a algún lugar,

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lejos de todo. Que empecemos a trabajar y hagamos algo juntos. Algo grande. Nuestras vidas. Lo que digo no tiene ningún sentido. Lo sé hace tiempo.

Al menos puedo disfrutar de la sensación de tener una pareja. Es como pertenecer a un estatus superior. Los emparejados contra los que buscan desesperadamente pareja. Yo soy de la clase alta. De los emparejados. Aunque nunca estoy con mi pareja… Da igual. En la Universidad puedo decir orgullosa “yo tengo novio”, y ellas me miran con envidia y ellos con deseo. Es divertido. Una diversión de cartulina, de mentira, de ficción absoluta.

Novios. Todavía me cuesta tremendos esfuerzos eso de decir que somos novios. Me suena muy formal. Además, no he tenido tiempo ni de acostumbrarme. Si lo piensas bien es patético. Todo lo mío es patético. Me quedo colgada de un tío al que veo durante un fin de semana. Me pego todo un año pensando en él de forma obsesiva. Luego viajo quinientos kilómetros y me pego una semana de vacaciones compartiéndolo absolutamente todo con él, bueno, y también con Eli, pero sobre todo con él. Después él viene a ver a su padre y estamos una noche y dos días. Resumiendo, puedo afirmar que estoy perdidamente enamorada de un tío con el que he estado un fin de semana, una semana entera, dos días y una noche. Once días y medio. Soy patética. Tremendamente patética. Menos mal que nadie lo sabe. Lo del tiempo que he estado con Alex, digo. A la gente que me pregunta en la Universidad y eso les digo que llevamos año y medio saliendo. No es completamente exacto, pero tampoco es mentira. No sé. Prefiero no pensarlo.

Si sigo así me va a dar un mal. No sé que hacer para remediar-lo, pero no lo puedo soportar. Alex se ha convertido en un recuer-do camuflado debajo de mi piel, un recuerdo que sale al exterior abriéndose paso a dentelladas, un recuerdo que se queda clavado a mí como un cuchillo, un recuerdo doloroso. De buenos momentos,

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pero doloroso. Muy doloroso. Así que puede que la mejor solución sea arrancármelo. Dolerá, pero luego sentiré alivio. Como me pasó con lo de Eli. No es lo mismo, pero sé que voy a estar mejor.

Otra vez tenía ese puto dolor de cabeza tocándome los cojo-nes. Menuda puta mierda. Estaba hasta los huevos del curro, de las jodidas clases, de darle vueltas al tarro. Estaba harto, harto de todo. Los fines de semana eran todos iguales. Hacía casi medio año que no veía a Selene y tenía la puta sensación de que el tiempo se había parado en seco y había empezado a darme hostias en la cara. Y encima el frío insoportable me ponía de una mala hostia del copón, siempre he odiado el invierno. Desde aquel puto día. Me recuerda a cuando se murió mi madre. Y estoy siempre cabreado con todo el mundo. Más que nunca.

Podría haber empezado a tirar todas las cosas que había a mi alrededor, reventarlo todo, hacerlo trizas. Prender fuego hasta el más oscuro rincón de todo aquello que me rodeaba. Comerme a bo-cados a todo aquel que se hubiese cruzado en mi camino, reventarle a hostias. Eso es lo que quería. Y luego gritar. Y salir corriendo. Y escupir en mitad de la boca de aquellos que pensaban que todo iba a salir mal. Nada iba a salir mal.

Me sentía como una puta mierda. CON CADA HISTORIA QUE TERMINA SE MUERE UNA CANCIÓN, UN SECRE-TO PERDIDO, Y YO VIVO AL BORDE DE UN SUEÑO, AL BORDE DEL SUEÑO DEL RÍO DEL OLVIDO. Ya ni las histo-rias que salían de mi vieja minicadena me servían de nada. Solo para hundirme más en el fango. En el denso fango en el que yo mismo me había metido.

Quise sustituirla con cualquier cosa. Los de la cuadrilla. Mil ciento borracheras. Libros. Discos. Nada servía. Al final siempre terminaba en el mismo punto. El punto que hay justo al borde de la locura, el que te mira fijamente y te pide que te lances al vacío. Las noches no me servían de nada, los días tampoco. Pero algo tenía que hacer, tenía que encontrar algo que me arrancase esa mierda de sen-sación de abandono y de impotencia. Algo. Lo que fuera.

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Había encontrado algo que merecía la pena. Si pensaba fría-mente, dejando al lado todas las movidas de mi cabeza, toda mi mala hostia y mis ganas de salir hasta que se me hace de día; si dejaba apartado todo eso, solo Selene merecía la pena. Así que tenía que dejarme de mierdas. Me dolía, me reventaba no poder estar con ella, pero no podía quedarme acurrucado sin hacer nada. Los sueños están para salir a muerte a por ellos, para poner todo tu empeño en cumplirlo. Mi sueño era Selene. Pues al lío.

No era fácil, así que, como no tenía más armas a mi alcance, me puse a escribir. Un trino canoro nace, cubierto de flores, pidién-dote risas y tú se las regalas. Te da la bienvenida la luz inmaculada de una mañana descalza que escarba en las baldosas. Despiertas y saludas con ese bostezo silencioso que acaba en un grito agudo como un gemido. Las paredes se edulcoran al oler tu presencia mientras sube la marea arañando las esquinas. Cantas despacito para que la vieja montaña no se muera de envidia ni se quejen los intrusos. El aire huele a ti cada vez que te toca y estás de primavera, quién pudiera verlo.

Pero el escribir no sirve de nada, es mero entretenimiento, es como un pasatiempo absurdo en el que nos empeñamos en poner nuestra vida. Una estupidez. Tenía que hacer algo de verdad, no esa mierda de encerrarme a garabatear. Eso era engañarme a mí mismo. Como también era engañarme lo del curro en el Alcampo, ¿a qué cojones estaba jugando? Podía repetirme diez millones de veces que la pasta me vendría de puta madre para poder viajar a verla. Mierda puta. Todas las horas que me pasaba poniendo latas en estantes y aguantando a viejas que no encuentran la sal o las galletas, todas esas horas, eran para estar con Selene. Me sentía como si le traicio-nase, como si hubiera renunciado a ella por ganar cuatro duros. Era un traidor. Un traidor y un cobarde.

EL DOLOR QUE SIENTE UN BURRO CUANDO LE TIRAN DEL RABO, ES EL DOLOR QUE SIENTO YO CUANDO DE TI ME SEPARO. Al menos cuando salía de juerga

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me lo pasaba bien, tu recuerdo y mi soledad aparecían en cualquier momento, con cualquier canción, con cualquier frase, con cualquier movida. Pero por lo menos me partía el culo con estos. RABIA ES LA SANGRE QUE HIERVE POR CONSEGUIR LAS METAS DE NUESTRA IMAGINACIÓN, RABIA ES EL ARTE, LA LUCHA POR LA LIBERTAD. Eso es lo que necesitaba, pegar unos brincos y desgañitarme cantando. Quemar la desidia con ac-ción, reventar la apatía a base de diversión. Que el sol se coma las tormentas. Que las piernas no vuelvan a temblar. VIVIO, VICIO.

Como era de esperar llegué a casa con un pedo del quince. Una vez más. Me dejé caer en el sofá del comedor, no podía ni llegar hasta mi habitación; además, en mi habitación siempre terminaban apareciendo los mismos miedos. Los miedos a la vida, los miedos a la muerte. A la mañana siguiente me despertaría mi Tía a gritos. No me importaba.

Tenía que dejar de pensar en ella. Era lo más sano. Lo me-jor para mi cabeza. Cuando hablaba con Selene su voz se clavaba como un punzón en mitad de mi pecho, un cuchillo que cercenaba y arrancaba sin miramientos un pedazo de mi corazón. Sus cartas llegaban con cuentagotas, como un eco que se va apagando; y a mí me mataba el miedo a que se olvidase de mí, a que me convirtiese en un puto recuerdo apartado. Tan solo eso. Tan solo algo bonito que llegó y se fue. Me cagüen mi vida. Me voy a arrancar la piel a tiras y voy a mirar debajo, a ver que encuentro. Si queda rastro de ella me lo quito a bocados, como un perro.

- Tienes mala cara Alex – mi Tía cada vez se mostraba más preocupada, ella siempre hacía alusión a mi aspecto. Mis pelos, mis ropas, mi desaliño generalizado. Aunque lo que de verdad le preocupaba era lo de dentro. Mi silencio – a ti te pasa algo. Es esa chica, ¿verdad?

- Qué más da… no es nada… soy yo…

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- Ya ves Alex, esto es así…

- ¿El qué?, ¿el qué es así?, ¿de qué coño me estás hablando?

- El amor, la vida, los sentimientos – mi Tía se había sentado a mi lado, me hablaba con dulzura. Realmente estaba preocupada – todo lo que importa, Alex, al final todo lo que importa se acaba.

- Eso no es así. No – me levanté, estaba a punto de echarme a llorar, no sé si de rabia o de otra cosa. No quería que me viese. Me encerré en mi habitación.

Otra noche más en vela, otra noche más utilizando un folio en blanco como diván en el que verter mis temores, mis desánimos, mis cavilaciones. Terco infinito de añiles y negros acúname en tu silen-cio para apoderarte de la soledad, ensombrece todos los errores con la luz de tu destierro y abandóname, dueño del tiempo, mientras de-feco palabras huecas con la insignificancia de un ego de mil aumen-tos. Dejé de escribir, me puse las botas de montaña, cogí la chupa y salí a la calle. Necesitaba fumarme un canelo antes de dormir y en casa cantaba demasiado. Al salir del portal metí la mano en la chupa y saqué el walkman. BAJÉ LAS ESCALERAS, SÍ, DE DOS EN DOS, PERDÍ AL BAJAR EL NORTE Y LA RESPIRACIÓN ¿Y POR LAS NOCHES QUÉ HARÁS?

LAS PASO DESCOSIENDO AQUÍ HAY UN ARCO POR TENSAR. Doblé la esquina y puse rumbo al banco de la calle de atrás, por allí nunca pasaba nadie, y menos a esas horas. Empecé a quemar la china, deslicé la lengua por la costura del cigarro, lo destripé en mi mano, lo mezclé todo, coloqué un papelillo, puse una palma sobre la otra, giré y terminé la operación con un par de gestos rápidos y precisos. La primera calada siempre es la mejor. TODO MI CIELO SE OSCURECIÓ Y A MIS OÍDOS VINO UNA VOZ, ME DIJO: MUERTO SE ESTÁ MEJOR QUE ACO-RRALADO EN UN RINCÓN. Así estaba yo. Completamente acorralado en un rincón en el que yo mismo ejercía de carcelero. Yo. Yo era mi propia cárcel. Se acabó. Había que actuar. Ya. No

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iba a dejar que eso terminase muriéndose, no iba a permitir que lo nuestro se convirtiese en un mero recuerdo para los dos. No. Selene no era una herida que sangraba cada vez que la miraba. Selene era mucho más. Tenía que serlo. Me levanté del banco y comencé a an-dar. Me dirigía a mi casa. Lo tenía todo muy claro. Mañana empe-zaría la revolución. El horizonte tampoco estaba tan lejos. Me sentía bien, contento, no me importaba que fuesen las tantas de la mañana. Yo era dueño de todo. Que se jodan los vecinos. LA ÚNICA LUZ ES EL BRILLO DE SUS OJOS, SIENTO COMO SEDUCEN Y MUEVEN MI SANGRE. Todo iba a cambiar a partir de maña-na. No había vuelta atrás, había tomado una decisión. Y a cabezón nadie me gana. DEJA QUE MUERA BUSCANDO GLORIA Y SIGA AQUÍ DE PIE.

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Insolenzia somos:

Daniel Sancet Cueto (voz)

Isabel Marco Bisbal (voz, guitarra y coros)

Félix Ruiz Sangrós (guitarra)

Miguel Lúcia Jiménez (guitarra)

Daniel Benito Álvarez (bajo)

Chuan Pablo Sancho (batería)

Me quema el sabor de tus ojos fue grabado, mezclado y maste-rizado en El Sótano (Artika) por Iker Piedrafita, durante los meses de julio y agosto de 2011.

Alfredo Piedrafita (Barricada) grabó un explosivo solo de guitarra en “Va a estallar”.

Iker Piedrafita grabó órganos, percusiones y cuerdas frotadas.

Miguel Lúcia grabó el piano de “Caer de pie”.

Música y letra de todas las canciones compuestas por Insolen-zia. La novela está escrita por Daniel Sancet Cueto, pero pertenece a partes iguales a todos los miembros de Insolenzia.

Grabados: Mariano Castillo

Ilustración Teta-Luna: Jesús Cobos

Fotografías y diseño gráfico: Dejavú Rock

Maquillaje: Yasmina Ros

Asesoramiento de vestuario: Gemma Cruz y Alfonso Pablo

Webmaster: Diego Castillo

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Manager: Daniel Ilundáin

Road-manager: Cristina Alba

Backliners: Joaquín Roche y Javier Benito

Logística y catering: Pilar Cueto

Prólogo: Patxi Irurzun

Disco producido por Iker Piedrafita

Management y Contratación:

Apdo. Correos 63

50630 Alagón (Zaragoza)

Tfnos. 626 799 035 – 976 61 60 16

Email. [email protected]

www.insolenzia.es

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INSOLENZIA

Querríamos arrancar estos agradecimientos con la persona que nos ha ayudado a subir un importante escalón y que ha conse-guido hacernos sonar como siempre hemos deseado: Iker Piedrafi-ta. Quien no solo ha sabido ser el productor que todo grupo querría tener, sino que su forma de ser, su forma de tratar a las personas, ha conseguido sacar lo mejor de nosotros mismos y nos ha hecho crecer a todos los niveles. La tranquilidad que trasmites al músico y la seguridad que consigues dar es el camino hacia una buena graba-ción. Gracias amigo, gracias por creer en nuestras canciones, a tus pies nos tienes.

A Alfredo Piedrafita (Barricada) por llevar hasta nuestro dis-co, agarrado a un solo de guitarra que no podemos quitarnos de la cabeza, el sonido de nuestros amados Barricada, el sonido del Rocanrol. Gracias por hacernos cumplir un sueño, no imaginas lo importante que es para nosotros tenerte en nuestro disco.

A Karlos y Eva de Dejavú Rock, no solo por hacernos unas fo-tazas impresionantes, también por involucrarse en nuestro proyecto y saber darle imagen. Vuestra visión es la que nos hace grandes. Por otra parte, la complicidad adquirida y las risas en las maratonianas sesiones, no tienen precio. Deseando compartir mil historias con vosotros.

A Yasmina Ros, nuestra maquilladora oficial, por estar siem-pre ahí y aparcar todo compromiso por nosotros. Ya eres del equipo de Insolenzia, así que no tienes escapatoria.

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A Gema y Alfonso por darnos su visión desde el mundo del teatro y asesorarnos con el complicado tema del vestuario.

A Luis Gómez Alegre, nuestro anterior batería y nuestro ami-go de por vida. Por todos los buenos momentos vividos durante la grabación y gran parte de la gira de “La boca del volcán”, por todos los sentimientos compartidos, por las lágrimas sinceras a la hora de la despedida. Gracias por todo. ¡Ah!, y también por prestarnos tu caja para la grabación. Un abrazo, compañero.

A Tini por tener uno de esos gestos propios de un amigo con mayúsculas y prestarle su batería a Chuan (y, por extensión, a Inso-lenzia) para toda la gira de “Me quema el sabor de tus ojos”. Pobre batería, la de kilómetros que se le vienen encima…

A todos aquellos que nos apadrinaron adelantándonos dine-ro para poder sacar adelante este proyecto. Con los tiempos que corren y comprando un disco-novela con meses de antelación… o estáis locos o tenéis mucha fe en nosotros. Cualquiera de las dos opciones nos gusta. Besos a miles, sin vosotros esto no hubiera sido posible.

A esos músicos a los que hemos admirado durante tantos años y de los que ahora podemos disfrutar de su amistad. Enrique Vi-llarreal (Drogas), Kutxi Romero, Kolibrí Díaz, Alfredo Piedrafita, Juankar Boikot, Isma Despistaos, Joaquín Carbonell, Txus Di Fe-llatio, Kike Babas. Gracias por vuestros consejos.

Al equipo de Santo Grial, desde Enrique a Paz pasando por todos y cada uno de sus componentes, por el excelente trato que siempre nos brindáis; pero, especialmente, gracias a Mónica por es-tar siempre pendiente de nosotros, siempre dispuesta a solucionar problemas y siempre comprensiva y paciente con nuestras miles de llamadas telefónicas.

A JuanMi y Jorge de Producciones Sin/Con Pasiones porque todavía nos sentimos como en casa cada vez que vamos a vuestro es-tudio, porque sois parte de nosotros y porque nunca ponéis ningún

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problema para nada. Con vosotros se hizo la preproducción de este disco, con vosotros nacieron estas canciones.

A Carcajada Records – ACR Producciones, aunque todos los miembros de Insolenzia formamos parte de esta cooperativa musi-cal que fundamos con la intención de defender una autogestión que todavía no hemos abandonado, también hay otras personas cuyo trabajo merece la pena resaltarse: Daniel Ilundáin (manager), Cris-tina Alba (road-manager), Pilar Cueto (logística y catering), Joa-quín Roche y Javier Benito (backliners). Gracias a todos.

A Mata (El Garaje Producciones) aunque nunca hemos tra-bajado juntos al cien por cien, hemos vivido tantas cosas y hemos recibido tantos golpes, que te sentimos tan cercano como si estu-viésemos en tu garaje. Sigue creyendo en ti mismo, manager entre managers, al final del camino solo quedan las personas que merecen la pena.

A Pascual Ruiz, el más grande de nuestros seguidores inter-nautas. Nunca podremos agradecerte lo suficiente que, cuando nos vimos duramente atacados y mezclados en temas políticos, tú fueras el único que supo defendernos con pruebas y con razonamientos. Gracias por esa carta y esa campaña de apoyo a Insolenzia, gracias por querernos tanto. Y por inventarte y popularizar nuestro grito de guerra: ¡¡¡Arriba la Insolenzia!!!

A todos los medios de comunicación que nos habéis apoyado y habéis hecho que nuestra música llegue a más gente: HeavyRock, Rock Estatal, Los+Mejores, Kerrang, MetalHammer, Popular1, www.manerasdevivir.com, www.mariskalrock.com, www.garrido-rock.com, www.rockcultura.com, www.rockcircus.com, www.roc-kinspain.es, www.aragonmusical.com, La Fauna de Radio Enlace, RockNación, Carne Cruda, Comunidad Sonora, Golpe de Voz, El Duende del Parque y El Duende en la Keli, Senderos del Rock, Con Fuerza Heavy, Borradores, El Libre Pensador, El Periódico de Aragón, Diario de Teruel, Heraldo de Aragón, La Voz de Asturias, La Nueva España, Mondo Sonoro, Radio Alagón, Radio Zaragoza, Radio Enlace, Radio Vallecas, Aragón Televisión.

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Y todos esos periodistas que han creído en nosotros y nos han dado el apoyo que siempre necesitamos: Juan Destroyer, Juan Palacios, Mariano Muniesa, Jon Marín, Félix el Duende, Che-ma Granados, Matías Uribe, Joaquín Carbonell, Patricia Álvarez Casal, Francisco J. Millán, Miguel Mena, José Antonio Armero, Leonardo Cebrián, Marco Vara, Sergio Falces, Joan Singla, Al-berto Guardiola, Aixa Alonso Gallo, Fernando S. Pérez, Mertxe V. Valero, David Morales, B. Morán, Marta M. Crisol, y muchos otros que seguro nos dejamos, pero a los que agradecemos su ayuda (esperamos nos perdonéis).

Nos quedan muchos kilómetros, esperamos encontraros a lo largo del camino.

Besos mil de la Insolenzia.

DANIEL SANCET CUETONo quiero extenderme en los agradecimientos, bastantes pala-

bras he tenido que juntar en la novela.

A Félix, Benito, Isabel, Miguel y Chuan. No pienso decir nada más. Félix ya lo dice todo en sus agradecimientos y yo soy de lágrima fácil. Ya sabéis todo lo que pienso. Sois una parte muy importante de mi vida. Muy importante.

A Iker por tu sabiduría y profesionalidad pero, sobre todo, por tu trato humano y tu psicología. Nos fuimos sabiendo que no se podía haber hecho mejor y con la seguridad de que volveremos por Artica.

En “La boca del volcán” se me murió mi Yaya con el libro en la imprenta, no pudo verlo, ella que siempre disfrutaba con todo lo que hacía, ella que siempre me decía que lo de estar encima de un escenario lo llevaba en la sangre, ella que cuando yo era un niño ya sabía que me dedicaría a esto o a algo parecido, ella que siempre cantaba. Te sigo echando de menos cada día.

A Charo, porque siempre está allí, desde la distancia o desde el silencio. Sé que crees en este disco más que en ningún otro, pero

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sobre todo sé que crees en mí, y que siempre has creído. Todos ne-cesitamos un norte donde mirar, el mío eres tú.

A mis padres, siempre a mis padres, porque defienden a muer-te todo lo que hago, porque siempre sé que están a mi lado, porque los necesito. Todos necesitamos un refugio donde escondernos si las cosas se ponen mal, el mío está donde estéis vosotros.

A Isabel, por todo, por existir, por ser como es. No es fácil convivir con alguien que no ha dejado de ser un niño, no es fácil aguantar mi mal humor cuando entro en el remolino de la escritura, no es fácil… Pero tú todo lo haces fácil, y siempre sonríes. Nunca a nadie le sentó tan bien una guitarra como a ti. Besos cada día, Reina del Tanga. Todos necesitamos una mitad con la que complementarse para poder cumplir los sueños de ambos. No hace falta decir más.

A todos los que nos han ayudado y apoyado, a todos los que se han dejado liar por este loco (Enrique Garralaga, Yasmina, Nuria y Marian, Mariano y Diego Castillo, Karlos y Eva…), a todos los que nos han escuchado y nos han leído. A aquellos que se convirtieron en piedras en el camino: sois solo viejos recuerdos, que las sombras os devoren.

FÉLIX RUIZ SANGRÓSY se pasó otro año más… otro año más viejos… creía que iba

a ser imposible superar la locura del año anterior con la grabación y la gira de “La boca del Volcán”, pero me equivocaba… creo que estos meses, desde que finalizamos la anterior gira y nos encerramos en el local para componer los temas nuevos, han sido mentalmente los más duros que hemos soportado. A veces parecía una carrera contra reloj porque, como al contrario que otros grupos, teníamos la fecha para entrar a grabar en rojo marcada en el calendario y nos quedaban varios temas por empezar… Así que no nos quedó otra que echarle cojones al asunto y, entre todos, al final lo conseguimos. Así que lo primero agradeceré este disco a sus protagonistas:

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Dani, porque todo comenzó medio en broma medio en serio… ya hace 11 años que nos pillamos aquella borrachera en “El Mesón” y te di (maldita la hora…) la genial idea de montar un grupo… con los años me he dado cuenta de que yo aquel día me puse peor por abrir la boca, pero que las borracheras te sientan peor a ti… porque no he conocido nunca a nadie que le dure la resaca 11 años dando por el culo, llevándose todo lo que se le ponga por delante y con la fuerza de un ciclón para lograr un sueño… Ese sueño es hoy “IN-SOLENZIA” Olé tus huevos!!!

Isabel, porque llegaste para hacer unos coros y ya nunca te soltamos, porque te creías un grano de arena y resultaste ser una montaña, porque abriste tus alas y nos arrastraste en tu vuelo… porque como en el cuento, el patito feo resulto ser un CISNE!!!

Benito, porque eres un colgao, cuantos años, cuantos Km, y te seguiría ostiando con las mismas ganas del primer día… por es-tar siempre al pie del cañón; estamos hasta los huevos de esperarte siempre porque te estés secando el pelo… pero qué coño, ¡¡te que-remos!!!… Porque no hay mejor bajista que tú, sobre todo cuando te acuerdas de enchufar el ampli… jajaja, por unir a este grupo con una sonrisa siempre en la boca y una litrona de “Ambar” siempre en la mano…

Miguel, porque quién nos iba a decir que íbamos a encontrar en Cabañas justo al lado de casa, la pieza que nos faltaba… llegaste con toda la presión del mundo y te la quitaste casi sin inmutarte. Cada día me dejas más flipado y cada día ¡ERES MÁS GRANDE!

Chuan, si el Benito es un colgao tú eres su jodido maestro… una depresión nos entro cuando Luis nos dijo que lo dejaba… im-posible veía poder sustituirle con garantías, ahora veo que nunca hemos tenido tanta suerte como con tu llegada… agarraste las ba-quetas de la Insolenzia con todas tus fuerzas (así les va… un par por ensayo a la mierda…) y lo demuestras en cada bolo como si fuese tu vida en ello… me arrodillo ante ti compañero!!!

Iker, sin palabras me dejaste en el estudio, nunca había visto a nadie con esa capacidad para crear y hacer que todo suene bien a la

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primera…eres un mago y gracias a los cielos nos tocaste con tu ba-rita. Después de verte me río yo de muchos de los que se denominan “músicos”. Gracias a ti, sonamos como nunca.

Y dejando a estos cabrones a un lado:

Cris, por estar en cada momento a mi lado con una sonrisa (hasta cuando duermes), porque es muy duro salir del curro y mon-tarte en una furgoneta fin de semana si, fin de semana también, de una ciudad a otra y más sin alguien que te apoye en lo que haces, tú no solo me apoyaste desde el primer día, sino que quisiste ser parte de ello y te colaste en un hueco de la furgo… Cada día estoy más seguro que no podría hacerlo sin ti. ¡¡¡Gracias Rubia!!!

Joaquín Roche, por las palizas que te metes por echarnos una mano, porque para nosotros eres uno más de Insolenzia, pasan los años y siempre estás ahí. Gracias amigo.

A Pascual y Conchita y Pascu y Conxi,(mi familia, tan origi-nales para poner nombres…); en especial a mi padre, porque eres nuestro más fiel seguidor en la web y nuestro defensor mas acé-rrimo cuando nos han atacado. Algún día me tienes que enseñar a escribir esas jodidas cartas… Gracias!

A toda la peña “El Tocino da Monte (Alagón)” porque sois cojonudos y porque siempre que podéis os hacéis unos Kilómetros para vernos… Jabato, Jorge, Clara, Alicia, Marta, Omaira, David, César, Ale, Toño, Omar, Noe, Alberto…

A los francesitos y mis cuñaitos, por ser así… Jonathan y Bea, Naza e Iván.

A Luis Alegre “Cartucheras” por todos los momentos de rock & roll que nos enseñaste, porque eres la enciclopedia del rock!!! Porque te fuiste, pero siempre serás un insolente más.

A todos los compañeros del curro, porque sin su paciencia para cambiar turnos seria imposible formar parte de esto. En espe-cial a Frutos que le jodí su semana de descanso para poder grabar este disco.

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A todos esos padrinos que nos apoyan incluso antes de que salga el disco sin saber el contenido del mismo… (algún año os co-lamos 10 o 12 coplas…).

Y por último quiero agradecer todos sus esfuerzos a todos aquellos que nos han intentando derribar, gracias de corazón por-que, con vuestras piedras en el camino, vuestros ataques y vuestras mentiras, habéis conseguido que nos levantemos más fuertes. “Lo que no te mata te hace más fuerte”.

¡¡¡Arriba la Insolenzia!!!

ISABEL MARCO BISBAL Ya tenemos un disco más. Nos quema en las manos, ardemos

en deseos de mostrarlo al mundo entero para que remueva emocio-nes y haga saltar hasta a los más acérrimos animales de barra y, una vez más, tengo que agradecer a todos los que nos habéis apoyado y nos seguís apoyando en esta, nuestra locura y obsesión, en nuestro sueño que es INSOLENZIA.

Estos agradecimientos van dirigidos en especial a aquellos que nunca han perdido la fe en nosotros, a aquellos que nos han apoyado incondicionalmente; bien porque siempre se han sentido identificados con nuestra música, o bien porque querían ver cómo, poco a poco, íbamos creciendo con el fin de poder cumplir un sueño, aunque se fuesen a dormir con dolor de oídos.

Estas personas son todos aquellos amigos que no dudan en coger el coche y recorrer unos cuantos kilómetros (a veces no son pocos) para poder asistir a uno de nuestros conciertos; que esperan a pie de escenario que vayan sonando, una a una, esas canciones que ya se saben de memoria y que nos animan al final del concierto con gratas palabras y algún que otro trago.

También para la familia que, cuando puede viene a vernos don-de haga falta y quiere fotografiarnos para guardar el momento en el que nuestros rostros reflejan esa mezcla entre temor y satisfacción.

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Mil gracias, aunque no ponga vuestros nombres, vosotros ya lo sabéis.

También quiero dar las gracias a todos los que, como los seis miembros de Insolenzia, han trabajado para que este disco-novela que tienes en tus manos vea la luz:

JuanMi y Jorge. Muchas gracias por abrirnos siempre la puerta. Ahí dentro dimos un pequeño estirón y nos encanta que to-davía tengamos ahí un huequecico. En especial a Jorge por dejarte convencer para algún que otro bolo.

Gema y Alfonso. Gracias por vuestras ideas y consejos. Espe-ro que los veáis reflejados. Y todavía queda… menos mal que amáis el escenario.

Iker Piedrafita. ¡Qué gozada trabajar contigo! Tu paciencia, tu carácter tranquilo y tus cinco sentidos me han ayudado mucho a poder plasmar en el disco una parte de mí que ha estado escondida durante demasiado tiempo. Sé que no eres consciente de ello, pero lo has hecho amigo. GRACIAS.

Alfredo Piedrafita. Una persona como Iker sólo podía tener un padre como tú. Un sueño cumplido para todos nosotros, tenemos un pedacito de ti. GRACIAS.

Eva y Karlos. Llegáis y nos inmortalizáis, ¿qué más puedo decir? Diría muchas cosas, pero voy a intentar ser breve. Gracias por descubrirme que tengo un lado bueno.

Yasmina. ¿Nunca te cansas de trabajar? Te mereces mil fies-tas. Muchas gracias por estar dispuesta a ponernos guapos sea el día que sea y haga el tiempo que haga, eres la mejor.

Nuria y Marian. ¡Qué paciencia con Insolenzia! Gracias por estar ahí, siempre dispuestas a trabajar a contrarreloj y buscando siempre lo mejor.

Enrique Garralaga. Cuánto mal te damos, yo creo que tiem-blas cada vez que nos ves acercarnos a ti. Gracias por aceptarnos como somos, insolentes hasta la muerte.

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Mil gracias también a ti, Roche. El primero en el local, cargas, descargas, animas al personal, traes la fiesta… Gracias por seguir ahí.

Jabato. Gracias por aguantarnos y ayudarnos cuando nos hace falta. ¡No te canses! ¡Insolente!

Cris. Llegaste y nos enamoraste (a alguno más que a otros, claro está). Nada más y nada menos que te has ganado el título de Road Manager, que no es moco de pavo. Muchas gracias por ser como eres, una insolente.

Pilar. Mamanager. Siempre pendiente y dispuesta a todo. ¿Cuántos olvidos nos has salvado? Y los que te rondaré. Muchas gracias.

Luis. Muchas gracias por tu tiempo, sé que lo necesitabas y estuviste dispuesto a ofrecerlo a Insolenzia y, todavía hoy, nos sal-vas de algún que otro apuro.

Padrinos. Muchas gracias por creer en un proyecto y apoyar-nos a ciegas. Eso sí que tiene mérito.

Y dejo para el final a los más importantes, a los que son parte de mi vida, a los que confiaron en esa vocecilla que se asomaba ver-gonzosa hace ya algunos años.

Félix, miembro fundador, compañero, gracias por confiar en mí. Son muchos años ya… y los que nos quedan. Gracias por seguir al pie del cañón.

Benito, gracias por todo, por poner siempre el hombro para… que pueda atizarte, por las maratones de cine y las pizzas pero, so-bre todo, gracias a tus bajos (¿cuántos van?), tu buen hacer con ellos (¡vacilón!) y tus melenas al viento.

Dani. Qué puedo decirte. Que eres un tozudo y te admiro por eso, que no paras hasta que consigues lo que quieres; y menos mal, qué sería de mí. Muchas gracias por no perder tu tozudez ni tu pa-ciencia conmigo. ¿Sabes que ya no quepo en el agujero? Por si no

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te habías enterado. Gracias por proporcionarme las herramientas para taparlo. Lo que falta... te lo digo luego… que se me escapa la lagrimilla.

Miguel. ¡Qué bueno que viniste! Y sigues tan tranquilo, supe-rando retos como si nada y metido hasta las cejas en este proyecto, gracias por aceptar y por entrar en esta familia.

Chuan. Naciste, no con un pan bajo el brazo, sino con unas baquetas en las manos. Sigue manteniendo esa energía y llenan-do de serrín tu alrededor. Gracias también porque a algunos nos rejuveneces unos cuantos años, da gusto escuchar esas carcajadas, gracias por recuperarlas.

Ilundáin. Gracias por tirar de este pesado carro que, además de seis personas con instrumentos, amplificadores, quejas… lleva mil y un papeleos, no sé cuántas actualizaciones de las redes socia-les, un goteo constante de llamadas telefónicas, mil ochenta gestio-nes, una lista casi interminable de salas y otros mil pitos y flautas. ¿Cómo agradecerte todo esto?

Lo dicho: MIL GRACIAS.

MIGUEL LÚCIA JIMÉNEZ A ti. Sí, sí, a ti que estás leyendo esto, ya sea en el Puerto,

en Cabañas, en Igea, en Allepuz, en un oscuro zulo de Zaragoza, en Grañón... o en cualquier otro lugar oscuro y brillante. A ti que en algún momento me has regalado una sonrisa y una palmada de ánimo en la espalda... y si no me la regalaste, mejor, ya me cobraré el favor cuando me salga de la polla... sé dónde vives...

DANIEL BENITO ÁLVAREZQuiero agradecer y agradezco a todo aquel que me ha aguan-

tado, se lo ha pasado bien conmigo y me lo ha hecho pasar bien a mí durante la gira pasada (familia, amigos, no amigos, insolentes…). Bueno, mas o menos lo que puse el año pasado.

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Pero en especial:

1. Personaje igeano cuyo mayor logro fue arrollar al Pertur con el objetivo de que le cortasen el pelo en Urgencias.

2. Diseñador loco venido de las Américas, especializado en jilgueros zapatilleros y en hacer caso a las idas de pelota de su primo.

3. Aficionado a la Ambar y a las noches de juerga. Fue el único alagonero al que pude engañar para lo de los 20 euros. Todavía piensa que los ha perdido.

4. Única persona en el mundo capaz de romper una taza del váter con solo apo-yarse en ella. Nosotros pensamos que había perdido una lentilla, él quiso disimu-lar el enorme agujero con un poco de papel.

5. Compañero de aventuras de pegada garajera, se marchó como se marcha un amigo.

6. Productor de nuestros sueños, capaz de hacer crecer nuestras canciones y ha-cernos sentir que somos músicos.

7. Anfitriona donostiarra de la Insolenzia. Pudo hacernos reventar a base de lomo con pimientos y después se nos llevó a quemar la noche de Donosti.

8. Mítica sala zaragozana donde arrancamos la gira “La boca del volcán”. La-mentablemente, una absurda legislación impide que a día de hoy pueda continuar haciendo conciertos.

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9. Peña de Alagón que nos apoya de forma incondicional haciendo kilómetros, elaborando pancartas y dándonos calor… y de beber.

10. Localidad riojana de donde proceden muchos de los padrinos de Insolenzia,

algunos de ellos ciudadanos ilustres de la Villa.

También quisiera agradecer a esa palabra ya escrita en verti-cal, la cual me ha dado la oportunidad de recorrer media España y me ha hecho pasar tan buenos ratos con mis compañeros.

No quisiera terminar sin nombrar a mi prima Ana, ya que la vez pasada se chinó conmigo por no salir en el libro anterior, ni del tamborilero oficial (Joni), ya que si no me dará más mal que un hijo tonto.

Por último, voy a poner a mi hermano (Jabato, Chipo o como queráis llamarlo) que lo tengo aquí atrás tumbado diciendo: “pon-me, ponme” y yo: “JaJaJaaaaaaaaaaa”.

Bueno sé que me dejo a muchos, pero no hay letras para to-dos; así que como hice la otra vez, os voy a dejar un trocito en blan-co para que te pongas si te has dado cuenta de que me he olvidado de ti.

(PERO ESO SÍ, PREGUNTADME ANTES SI QUIERO QUE OS PONGÁIS NO ME HAGÁIS COMO LA VEZ PASA-DA, CABRONES. JaJaJaaaaaaaaaaa)

NOS VEMOS EN LOS BARES!!!! O DE FIESTAS!!!!

SOLUCIÓN AL CRUCIGRAMA: 1. PI - 2.NOESTA - 3. CHUSKO - 4. JORGE - 5.

LUIS - 6. IKER- 7. CRISTINA - 8. DEVIZIO - 9. TOCINODAMONTE - 10. IGEA

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CHUAN PABLO SANCHOQuiero dar las gracias a toda mi familia, en especial a mis tíos,

Gema y Alfonso, y a mis padres, Esperanza y Fernando; quienes han arrimado el hombro conmigo en este proyecto en todo momen-to, compartiendo ilusiones y descarrilamientos. También quiero dar las gracias a todos mis amigos (no voy aponer nombres porque son muchos), que me han aguantado dándoles la brasa día tras día, en-sayo tras ensayo, y han estado siempre ahí, dándome un empujón cuando ha sido necesario. Y, sobre todo, a todos los miembros del grupo: Dani, Isabel, Félix, Benito y Miguel; quienes me acogieron como una gran familia desde el primer momento haciendo posible que siga caminando hacia los sueños, entre acordes, risas y rock and roll.

Por último, quiero dar las gracias a todas aquellas personas que nos han escuchado y se han divertido o emocionado con nues-tra música, pues verdaderamente eso es lo que da sentido a lo que estamos haciendo.

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- Miguel Ángel Martínez Díez “П”, Igea (La Rioja)- Raúl Cueto Viñau, Gurrea de Gállego (Huesca)- Laura Gracia Crespo, Huesca- Fernando y Espe, Épila (Zaragoza)- Pepe y Merche, Zaragoza- José David Urricelqui, Zaragoza- Familia Guedea Palomo, Zaragoza- Manuel Salvador Cueva Cueto, Calabrez (Asturias)- Alfonso Sanz Losada, Ermua (Bizkaia)- Rafael Portero de la Concepción, Épila (Zaragoza)- Agustín Marín Lanzas, Linares (Jaén)- Deme Rock Nación, León- Avelina, Zaragoza- Andrea y Manolo, Paracuellos del Jiloca- Patxi y Paula, Gurrea de Gállego (Huesca)- José Luis Sierra Cuartero, Torres de Berrellén (Zaragoza)- Carmen Rodríguez García, Luarca (Asturias)- Mª Pilar Cueto Estrada, Calabrez (Asturias)- Daniel Sancet Nadal, Gurrea de Gállego (Huesca)- Charo Cueto Estrada, Calabrez (Asturias)- Sara Marín Gómez, Zaragoza- Vanessa Cueto Viñau, Gurrea de Gállego (Huesca)- Mª José Viñau Laita, Gurrea de Gállego (Huesca)

Todas estas personas nos ayudaron económicamente comprándonos el presente trabajo con varios meses

de antelación.

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- Chema Perera, Altorricón (Huesca)- Víctor y Lidia Lúcia Jiménez, Cabañas de Ebro (Zaragoza)- Daniel Moreno Corzo, Aldeanueva del Camino (Cáceres)- Manuel Vela y Pili Cubero, Alagón (Zaragoza)- Irene y Manuel Vela Cubero, Alagón (Zaragoza)- Fermín Escribano Espligares, Pedrola (Zaragoza)- Pascual Ruiz Gallardo, Alagón (Zaragoza)- Concepción Sangrós Gracia, Pinseque (Zaragoza)- Conchi Ruiz Sangrós, Alagón (Zaragoza)- Pascual Ruiz Sangrós, Alagón (Zaragoza)- Sandra Sofí Ochoa, Alagón (Zaragoza)- Cristie Alba, Figueruelas (Zaragoza)- Charo Álvarez Arnedo, Igea (La Rioja)- Fco. Javier Benito Jiménez, Cervera del Río Alhama (La Rioja)- Javier Benito Álvarez, Alagón – Igea – Cervera- Judith Orga Benito, Lardero (La Rioja)- Carla Álvarez Benito, Igea (La Rioja)- José Mª Álvarez Arnedo “Pepe”, Igea (La Rioja)- José Mª Álvarez Arnedo “Pepe”, Igea (La Rioja)- Francisco Álvarez Arnedo “Paco”, Igea (La Rioja)- Francisco Álvarez Arnedo “Patxi”, Igea (La Rioja)- Irene Álvarez Arnedo, Igea (La Rioja)- Estrella Jiménez y Gabino Benito, Cervera del Río Alhama (La Rioja)- Carmen Arnedo y Francisco Álvarez, Igea (La Rioja)- Javi González Herce “Caracol”, Igea (La Rioja)- Leonor Bruna, Zaragoza- Juan Sin Tetxo, del programa de radio “Golpe de Voz”, León.- Mª Dolores Tirado, Montalbán (Teruel)- Gerard y Dominique, St. Fargeau (Francia)- Familia Carreras Palacio, Zaragoza- Sonia Platero, Zaragoza- Carlos González Larraga, Zaragoza

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- Min, Jorge, Lurdes y Adolfo, Zaragoza- Los pequeños piratas Javier y Marco, y sus papás- Miguel “Fox” Carpente, Pontedeume (La Coruña)- Jaime Marco Bisbal, Zaragoza- Fernando Sevillano Calvo, Soria- Laura Aniento Marco, Zaragoza- Manuel Marco y Rosi Bisbal, Zaragoza- Rosa Mari Tajahuerce Higueras, Alagón (Zaragoza)- José Luis Pizarro Gavira, Madrid- José Luis Crespo, Zaragoza- Javier Ezquerra Coronas, Fraga (Huesca)- Laura Marín Vivas, Zaragoza- Víctor Rodríguez, Alagón (Zaragoza)- Naroa, Roberto y Pili, Villaba (Navarra) – Igea (La Rioja)- Noelia Ovejas Martínez, Igea (La Rioja)- Rafa Iturriaga Iturriaga, Igea (La Rioja)- Carmen, Paquito y Sora, Igea (La Rioja)- Ángel Martínez Toledo “Geli”, Igea (La Rioja)- Jorge “El Fugas – Guerrillero de Cuba”, Igea (La Rioja)- José Ángel Arévalo Martínez “El Bully”, Igea (La Rioja)- Carlos “El Chopo”, Igea (La Rioja)- Javi Martínez Jiménez “Kaska”, Igea (La Rioja)- Joni Arévalo Martínez “Topo”, Igea (La Rioja)- Asier Valiente, La Muela (Zaragoza)- Bea, Víctor y Miguel, Cuenca- Emiliano Pérez Cabeza, Zaragoza- Santos Albert, Barbastro (Huesca)- Daniel Gea, Barbastro (Huesca)- Rolando Baños, Barbastro (Huesca)- Mapi Terrado, Monreal del Campo (Teruel)- Rafael Fabrega, Zaragoza- Alfonso Pablo, Zaragoza- Gema Cruz, Sevilla

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- Jose Mari Otín, Sabiñánigo (Huesca)- Víctor Julián, Zaragoza- La Jaula del Loro, Cabañas de Ebro (Zaragoza)- Fernando Tovar, Pedrola (Zaragoza)- Ebronautas, Alcalá de Ebro (Zaragoza)- Samuel Guerra, Valtierra (Navarra)- Luis Alfonso Martínez de Baños, Pedrola (Zaragoza)- Irene Gómez, Aliaga (Teruel)- Ángel, Eva, Ángela y Paloma, El Puerto (Valencia)- David Melendo, Alagón (Zaragoza)- Naza e Iván, Figueruelas (Zaragoza)- Javi Ortega y Dani Ortega, Alagón (Zaragoza)- Clara Manzano, Alagón (Zaragoza)- Alicia Vera “Dj Ransho”, Alagón (Zaragoza)- BICISpilarPAULAleyre, Zaragoza- Bizen, Anchel y Mojtar, Épila (Zaragoza)- Sara Enemeté, Alcalá de Ebro (Zaragoza)- Jorge Marín, Alagón (Zaragoza)- Alex Rivas, Alagón (Zaragoza)- Jesús Jiménez Sáez-Benito, “Txutxi el Panadero”, Igea (La Rioja)- José Luis Alfaro Cadarso, Cervera del Río Alhama (La Rioja)- Peña Los Idiotas, Cervera del Río Alhama (La Rioja)- Jesús Manresa Lardiés “Chusco”, Alagón (Zaragoza)- L’Esther, Granollers (Barcelona)- Raül Vera, Granollers (Barcelona)- Abilio Vera y Carmen Jiménez, Granollers (Barcelona)- Laia y Alba Sarda Vera, Tarradel (Barcelona)- Frida - Noesta, ciudadanos del Mundo.- Iñaki Uriarte Arambilet, Bilbao- Ricardo Benito Jiménez, Cervera del Río Alhama (La Rioja)- Concepción Benito Jiménez, Alfaro (La Rioja)- Óscar Gracia (Peña el Pirulo), Cabañas de Ebro (Zaragoza)- Raúl Galdámez, Cabañas de Ebro (Zaragoza)

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- Silvia Sancet Marín, Zaragoza- Raúl Frutos, Zaragoza- Omayra Encinas Benito, Alagón (Zaragoza)- Conchita Bernal, Alagón (Zaragoza)- Jose Mari Izquierdo, Alagón (Zaragoza)- Christian, Igea (La Rioja)- Mariano Gistas (Lírica Vendetta), Alagón (Zaragoza)- Yasmina Ros Cueto, Gurrea de Gállego (Huesca)- Joaquín Carbonell, Zaragoza- Alejandra Ramos Fernández, Alagón (Zaragoza)- Joaquín Roche Calvete “Rotxe”, Alagón (Zaragoza)

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Prólogo

A Pleno Pulmón

Besos de Antifaz

Barro Consentido

Va a Estallar

Caer de Pie

El Baile de la Libertad

Desnundando el Ayer

Esperaré

Deja de Ser

Datos técnicos

Agradecimientos

Los Padrinos de la Insolenzia

Álbum de fotos

11

17

41

65

85

105

125

143

161

173

187

191

207

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