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5 de abril de 2017 9 Ministerio del Poder Popular del Despacho de la Presidencia y Seguimiento de la Gestión de Gobierno José Antonio Páez fue el protector de la oligarquía Néstor Rivero - Diseño y diagramación José Manuel Hernández - Ilustración Edgar Vargas E n su alocución al país con motivo del traspaso de la Prime- ra Magistratura de la nación a José María Vargas, el 20 de enero de 1835, el general José Antonio Páez cinceló ante la posteridad las más íntimas convicciones que guiaron su desempeño como hombre público hasta el final de sus días. “Seré un apóstol de la paz y del orden público, convencido de que con la paz y or- den público se asegura la libertad y prosperidad de la República”, sentenció en aquel discurso. EL HÉROE INSURGENTE Por mérito propio como guerrero, Páez se impuso a oficiales como Rafael Urdaneta, Francisco de Paula Santander, José Félix Blanco, Francisco Aramendi y otros que escalaron galones de la alta oficialidad, entre 1812 y 1816, y combatieron en los llanos de Casanare y Apure. Páez fue elevado por su tropa al mando supremo de las fuerzas republicanas del llano; sus proezas inimi- tables con la lanza en Mucuritas, Mata de la Miel, Queseras del Medio y otros combates tejieron una aureola en torno a quien en la sabana de Carabobo, y dentro de la estrategia trazada por el Libertador, tuvo una actuación decisiva para el triunfo definitivo del 24 de junio de 1821. HOMBRE FUERTE Y ALTOS CÍRCULOS Luego de la partida del Libertador Simón Bolívar a las campañas del Sur y el Perú para culminar la guerra continental contra Espa- ña, la figura del general Páez se eleva como la única que, en ausen- cia del Padre de la Patria, garantiza la intimidación indispensable para contener las amenazas realistas al territorio venezolano y sos- tener las nacientes instituciones republicanas. Esta circunstancia es percibida por los prohombres de la aristocracia territorial, quie- nes empiezan a tejer en torno al Centauro un cerco de halagos que ha de ganarlo para su visión de orden social. Francisco Rodríguez del Toro, antiguo Marqués del Toro, escribió desde sus posesiones de Aragua al hijo de Curpa: “Mi querido general y amigo (...) le tengo preparadas de 15 a veinte peleas de gallos superiores (...). Reitero a Ud. que le espero a esparcirse en estos campos y a dar un buen rato a su mejor amigo” (6 de junio de 1823). Este acercamiento a los altos círculos de Caracas y Valencia se irá anudando hasta hacer de Páez el centro de gravitación de la República desde 1826, con el movimiento separatista de la Cosiata, y, especialmente, a partir de 1830, cuando podrá decir, según pala- bras de Ramón Díaz Sánchez: “Ahora la patria soy yo”. ORDEN Y OLIGARQUÍA De ser un simple soldado en las campañas de Apure y Barinas, entre 1812 y 1821, José Antonio Páez pasó a escalar las supre- mas posiciones públicas de la nación. Se acercó al pensamien- to político y social de la época, en el marco de las corrientes republicanas que moldeaban las convicciones y creencias de los principales grupos de opinión en la Caracas posindependentis- ta. Estos fomentaban el progreso y la prosperidad material de la República concebidos como resultado del éxito de terratenientes, comerciantes y demás notabilidades que integraban la élite de la sociedad. A diferencia de Simón Bolívar, a quien las clases altas comen- zaron a percibir como obstáculo para el ejercicio de la tiranía doméstica, Páez se adhirió con docilidad al ideario de “orden” pregonado por los grandes señores de la tierra y comerciantes canastilleros. El prestigio militar del general llanero constituyó la pieza que les faltaba para sostener el modelo de República nobiliaria establecida en Venezuela a partir de 1830 con la Oligarquía Con- servadora. ORDEN Y REBELIÓN CAMPESINA De este modo, el mantenimiento de un orden dentro del cual su persona es reconocida de modo indisputable como la primera de la República, hará de José Antonio Páez el gran gendarme de las clases poseedoras del país. Así, cuando al grito de “Tierra y Hombres Libres” dado por Ezequiel Zamora estalle la rebelión cam- pesina que ha de sacudir los caseríos y serra- nías de Aragua, Carabobo, Miranda y norte del Guárico, se verá al caudillo llanero ponerse con gusto a la cabeza del ejército centralista. Lo guiará para sofocar las partidas de antiguos soldados de la Independencia, peones, escla- vizados emancipados y pequeños propietarios alzados contra el régimen de la tierra y el orden de quiebras derivado de la Ley de Libertad de Contratos del 10 de Abril de 1834, e impuestos por los círculos pudientes del país. Ese carácter de gendarme será reasumido por el general Páez cuando el 9 de septiembre de 1861 se declare dictador de Venezuela, al frente del ala militarista del Partido Con- servador, para sofocar la Guerra Federal.

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5 de abril de 2017

9

Ministerio del Poder Populardel Despacho de la Presidenciay Seguimiento de la Gestión de Gobierno

José Antonio Páez fue el protector de la oligarquía

Néstor Rivero  - Diseño y diagramación José Manuel Hernández  - Ilustración Edgar Vargas

En su alocución al país con motivo del traspaso de la Prime-ra Magistratura de la nación a José María Vargas, el 20 de enero de 1835, el general José Antonio Páez cinceló ante la

posteridad las más íntimas convicciones que guiaron su desempeño como hombre público hasta el final de sus días. “Seré un apóstol de la paz y del orden público, convencido de que con la paz y or-den público se asegura la libertad y prosperidad de la República”, sentenció en aquel discurso.

EL HÉROE INSURGENTEPor mérito propio como guerrero, Páez se impuso a oficiales como Rafael Urdaneta, Francisco de Paula Santander, José Félix Blanco, Francisco Aramendi y otros que escalaron galones de la alta oficialidad, entre 1812 y 1816, y combatieron en los llanos de Casanare y Apure. Páez fue elevado por su tropa al mando supremo de las fuerzas republicanas del llano; sus proezas inimi-tables con la lanza en Mucuritas, Mata de la Miel, Queseras del Medio y otros combates tejieron una aureola en torno a quien en la sabana de Carabobo, y dentro de la estrategia trazada por el Libertador, tuvo una actuación decisiva para el triunfo definitivo del 24 de junio de 1821.

HOMBRE FUERTE Y ALTOS CÍRCULOSLuego de la partida del Libertador Simón Bolívar a las campañas del Sur y el Perú para culminar la guerra continental contra Espa-ña, la figura del general Páez se eleva como la única que, en ausen-cia del Padre de la Patria, garantiza la intimidación indispensable para contener las amenazas realistas al territorio venezolano y sos-tener las nacientes instituciones republicanas. Esta circunstancia es percibida por los prohombres de la aristocracia territorial, quie-nes empiezan a tejer en torno al Centauro un cerco de halagos que ha de ganarlo para su visión de orden social. Francisco Rodríguez del Toro, antiguo Marqués del Toro, escribió desde sus posesiones de Aragua al hijo de Curpa:

“Mi querido general y amigo (...) le tengo preparadas de 15 a veinte peleas de gallos superiores (...). Reitero a Ud. que le espero a esparcirse en estos campos y a dar un buen rato a su mejor amigo” (6 de junio de 1823).

Este acercamiento a los altos círculos de Caracas y Valencia se irá anudando hasta hacer de Páez el centro de gravitación de la República desde 1826, con el movimiento separatista de la Cosiata, y, especialmente, a partir de 1830, cuando podrá decir, según pala-bras de Ramón Díaz Sánchez: “Ahora la patria soy yo”.

ORDEN Y OLIGARQUÍADe ser un simple soldado en las campañas de Apure y Barinas, entre 1812 y 1821, José Antonio Páez pasó a escalar las supre-mas posiciones públicas de la nación. Se acercó al pensamien-to político y social de la época, en el marco de las corrientes

republicanas que moldeaban las convicciones y creencias de los principales grupos de opinión en la Caracas posindependentis-ta. Estos fomentaban el progreso y la prosperidad material de la República concebidos como resultado del éxito de terratenientes, comerciantes y demás notabilidades que integraban la élite de la sociedad. A diferencia de Simón Bolívar, a quien las clases altas comen-zaron a percibir como obstáculo para el ejercicio de la tiranía doméstica, Páez se adhirió con docilidad al ideario de “orden” pregonado por los grandes señores de la tierra y comerciantes canastilleros. El prestigio militar del general llanero constituyó la pieza que les faltaba para sostener el modelo de República nobiliaria establecida en Venezuela a partir de 1830 con la Oligarquía Con-servadora.

ORDEN Y REBELIÓN CAMPESINADe este modo, el mantenimiento de un orden dentro del cual su persona es reconocida de modo indisputable como la primera de la República, hará de José Antonio Páez el gran gendarme de las clases poseedoras del país. Así, cuando al grito de “Tierra y Hombres Libres” dado por Ezequiel Zamora estalle la rebelión cam-pesina que ha de sacudir los caseríos y serra-nías de Aragua, Carabobo, Miranda y norte del Guárico, se verá al caudillo llanero ponerse con gusto a la cabeza del ejército centralista. Lo guiará para sofocar las partidas de antiguos soldados de la Independencia, peones, escla-vizados emancipados y pequeños propietarios alzados contra el régimen de la tierra y el orden de quiebras derivado de la Ley de Libertad de Contratos del 10 de Abril de 1834, e impuestos por los círculos pudientes del país. Ese carácter de gendarme será reasumido por el general Páez cuando el 9 de septiembre de 1861 se declare dictador de Venezuela, al frente del ala militarista del Partido Con-servador, para sofocar la Guerra Federal.