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PORTALES POR CARLOS WALKER MARTINEZ PARIS IMPRENTA DE A. LAHURE 9, CALLE DE FLEURUS, 9 1879

Portales

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Portales escrito por Carlos Walker Martínez. 1879.

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PORTALES POR

C A R L O S W A L K E R M A R T I N E Z

P A R I S

I M P R E N T A D E A. L A H U R E

9 , CALLE DE FLEURUS, 9

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L I B R O P R I M E R O

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I

« El mundo camina a impulsos de ciertos hombres » ha dicho un escritor notable-, i esta aseveración profun­damente filosófica se halla plenamente justificada en las pajinas de la historia. Todos los pueblos de la tierra i todas las civilizaciones que han ido sucesivamente sucediéndose en el largo camino de los siglos, desde la mas remota antigüedad hasta los dias que alcanzamos, tienen, o un lejislador, o un guerrero, o un estadista, que los han creado o redimido; i los grandes aconteci­mientos que no se han perdido en la noche de los tiem­pos, i los imperios poderosos que se han formado en dilatadísimas rejiones, i las creencias i las razas que alternativamente han sojuzgado a la especie humana, todos, sin escepcion, han nacido i se han desarrollado a su alrededor, llegando hasta el estremo de que las épocas mas famosas de la historia universal van marca­das con el nombre de algunos de esos jenios.

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J - 4 -Los hombres providenciales han existido i existirán

siempre. Son grandes caracteres de que la humanidad necesita

en todos los ramos de la vida social; i así como en la guerra, brillan en la paz i en la ciencia, i, sobre todo, en la organización de los pueblos. Su espíritu superior tiene una especie de don profético para adivinar el por­venir, que desprendiéndose de los aparentes intereses del momento, descubre el mas allá negado al común de los mortales. Por eso se les vé ir a veces de lleno contra el torrente de ideas estraviadas que amenazan invadirlo todo, i a veces ponerse al frente del movimiento ajitador de los espíritus que se trasforma, modificándose dia a dia en pos de lo bueno i lo desconocido. Su robusta voluntad no se sujeta a reglas precisas, matemáticas, inflexibles, i el ímpetu de su vuelo tampoco se los'permitiera; i por eso donde el vulgo suele hallar falta de lójica existe en toda su fuerza la lójica estricta de su jenio. Las profundas convicciones traen necesariamente consigo las nobles i ardientes resoluciones: i de aquí es que en ellos lo que parece fanatismo por la causa que defienden o las ideas que propagan es valor, enerjía i firmeza incontrastable de principios.

¿ Dónde el secreto de la elevación de su carácter ? En su propia conciencia: porque tienen fé cuando los demás dudan i no tiemblan cuando los demás vacilan.

Porque estoi persuadido de que el estudio de esta clase de hombres es siempre conveniente, pues son una lección al mismo tiempo que un ejemplo elocuente para

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la posteridad, tomo sobre mí la tarea de escribir la vida de uno de ellos, que ha nacido entre nosotros i que es el único personaje de nuestra historia que tiene derecho a ser contado en ese número.

He aquí porqué mi libro lleva en su título el nom­bre de Portales.

Me preparo a llenar el compromiso que voluntaria­mente me impongo, libre de odios i de afecciones pre­vias, i sin otro móvil que el deseo de darlo a conocer a mis compatriotas bajo su verdadero punto de vista. Parecería escusado mi empeño, puesto que otros han escrito sobre él, i la novedad, primera condición del interés de un libro, faltaría al mió, si el hecho mismo de ser tan discutida la personalidad de mi héroe no me alentara a este trabajo. ¿Quién mas combatido i defendido en Chile? Salvador de la patria para los unos, tirano para los otros; semidiós de aquellos, verdugo de estos-, políticos, escritores, estadistas, lejisladores, han apreciado de diversa i opuesta manera sus actos, con la especial circunstancia de que todos, aun sus mismos detractores postumos, lo han tratado de imitar, los unos con noble franqueza, los otros con el disimulo miserable del charlatán i del copista. -Quienes lo han enaltecido hasta las nubes, quienes le han negado aun aquellas cualidades que constituyen a un mediano hombre de estado, i ¡ cuántos lo han tratado con descompuesta pasión de partido, i hasta con indigna saña! Y esto se comprende: fué el brazo i el alma de una poderosa facción política que dominó largos años la República, llevó a cabo trascendentales reformas, tuvo odios que

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arrostrar, dificultades que vencer, resistencias que dominar; i naturalmente, sobreviviéndole tantos años su obra, siguió siendo su nombre después de sus dias lo que fué en ellos, bandera de combate, símbolo de gobierno, palabra de aliento en unos, grito de insulto en otros.

No hai duda que entre todos los hombres públicos de Chile es el que ha visto rujir a su alrededor mas fuertes i encontradas pasiones; i aun en el dia, después que han corrido cuarenta años sobre su sepulcro, todo lo que tiene alguna relación con su vida despierta el mas vivo interés, i se exhuma, i se analiza, i se estudia. Se recojen sus palabras, se cuentan sus jenialidades, se repiten sus chistes i se trata de penetrar en el fondo de sus proyectos i pensamientos. La historia ha pronunciado su fallo-, pero el pueblo parece que pretende todavía derramar flores sobre sus pasos de jigante.

Mi propósito es estudiar su carácter, su política, su sistema de gobierno, el influjo que ejerció con su pres-tijio i sus actos en sus dias i después de su muerte. Pondré de manifiesto cuanta parte tuvo en la organiza­ción definitiva de nuestro pais, i cuanto le debieron la libertad i la democracia, lo seguiré en su camino en medio de contrariedades sin número, de inmensos precipicios, de iras desbordadas, siempre incontras­table, altamente superior a esas iras, a esas contrariedades i a esos precipicios. A la luz de documentos fidedignos alumbraré los puntos oscuros de su escenario político; i espero que el entusiasmo del admirador no hará dudar

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— 7 — de la imparcialidad severa del escritor, que debe hacerse siempre el eco de la verdad i la justicia.

Pero los héroes i los hombres de estado deben juz­garse con ánimo superior i desapasionado, no conforme a lo que nosotros haríamos en el dia presente, sino de acuerdo con las ideas i las necesidades de la época en que les cupo figurar. Desgraciadamente esta regla de buen criterio se olvida a menudo, i de ahí tantos errores i falsas apreciaciones en muchos libros, por otra parte notables. Yo quiero evitarlos en el mió, i me apresuro a dar a conocer a mis lectores, desde luego, el teatro i los personajes de la escena en que tocó aparecer a mi protagonista. La claridad que arrojen sobre su frente los hechos contemporáneos que lo envolvieron en sus múltiples anillos servirá para hacer destacar su figura sobre el fondo de ese pasado que se presenta todavía a media sombra a las investigaciones de la historia.

Destinadas, por eso, son las primeras pajinas de esta obra a dibujar el cuadro que presentaba la República en los momentos en que Portales se adueñaba del poder i dirijía el curso de los acontecimientos: narración tanto mas necesaria, cuanto que muchos de los que han escrito sobre aquellos dias han sido involuntariamente mal informados o voluntariamente inexactos apreciadores de los hechos.

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II

Los años corridos de 1 8 2 3 a 183o son el período de la desorganización de Chile. El dominio de los Pipiólos representa en nuestra corta existencia de pueblo libre una enfermedad social i política que afortunadamente se curó a tiempo : de otra suerte, sin la revolución del año 2 9 , habríamos llegado al abismo.

Chile, como las demás repúblicas de la América Española no supo al principio aprovechar de los bene­ficios de la libertad que, a costa de inmensos dolores, alcanzó en los campos de batalla. Rindió también a la inexperiencia ese tristísimo tributo de sangre i muerte que rindieron las otras ; pero no es de estrañarlo, si se atiende a la ninguna educación política que habian recibido durante la dominación de la madre-patria. Se hallaban en una postración completa i no tenían la mas remota idea de lo que era la vida pública, al contrario de lo que sucedió a las colonias inglesas, que desde luego i sin grandes afanes se constituyeron. No fué

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— 9 — la raza, como lo han querido algunos, fué la diferente escuela en que se criaron, lo que obró de tan diverso modo sobre unas i otras : las últimas se gobernaron, durante el período de la dominación británica, casi con entera independencia de la corona, tuvieron leyes propias, administración nacional, congresos, i, en una palabra, prácticas de libertad; al paso que las colonias españolas privadas de toda iniciativa, impotentes para darse una sola lei o ejercer un solo acto de autonomía nacional, no alcanzaron a vislumbrar jamas los rayos de la libertad, ni a apreciar en su justo valor los dere­chos i deberes que la vida pública impone. De aquí es que el pasaje de una condición a otra en aquéllas fué tranquilo i ordenado, al paso que nuestros paises se han ajitado largos años, i aún se ajitan, en rabiosas convulsiones, sin acabar algunas de constituirse medianamente.

El primer fruto, de nuestra triste i mala educación fuá el entronizamiento del militarismo, i de consi­guiente, las revoluciones continuas. Los caudillos se creyeron los únicos capaces de dirijir, como jefes irresponsables i absolutos, las nuevas repúblicas, i en todas partes se disputaron el poder como presa que de derecho les perteneciera. Aunque Chile no sufrió tanto como sus demás hermanas , porque afortuna­damente la mayor parte de nuestros jefes fueron hombres morales e ilustres, sin embargo, lo que es natural que suceda, lo que sucederá donde quiera en iguales circunstancias, cualesquiera que sean los méritos personales de los hombres, sucedió también en

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nuestro pais. No son los soldados, de ordinario, los mejor preparados para la vida pública : fácilmente su gobierno se hace dictadura, pues habituados a mandar con las intransijentes leyes de la ordenanza, descuidan a menudo los principios del derecho constitucional, i su ambición, cuando se despierta, es tanto mas terrible cuanto disponen de mas medios para satisfacerla, pues con solo seducir a algunos subalternos les es posible trastornar el orden i apoderarse por asalto del mando : déspotas por natural tendencia, fáciles de impresio­narse violentamente, demasiado dóciles a los estímulos de las aventuras, esclavos de su consigna i excesiva­mente expuestos a los arranques de la emulación son, si no un mal permanente i positivo, a lo menos un per­petuo peligro para las libertades públicas.

La confirmación de estas ideas es nuestra historia durante aquellos años de 1 8 2 3 a i83o.

La anárquica inquietud de J. Miguel Carrera echó abajo cuatro veces a los gobiernos nombrados en los primeros dias de la revolución. A favor de un movimiento atrevido se puso al frente de una parte del ejército i dio el primer mal ejemplo entre nosotros de una guerra civil, que afortunadamente duró poco, aunque lo bastante para debilitar las fuerzas nacionales i preparar de esta suerte la segunda dominación española.

Con el triunfo de las armas insurjentes,la ambición, o mas exacto tal vez, el espíritu de insubordinación de nuestros militares, llegó a ser tan jeneral, que es raro el jefe de cuerpo que no se sublevara alguna vez, sin

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causar por eso grave escándalo. I tan natural parecía todo esto , que los sublevados eran jeneralmente absueltos de su delito; i así nadie extrañó que al coronel don Pedro Urriola i a los oficiales del batallón Maipú i del Tejimiento de Dragones, que se alzaron contra el gobierno de Pinto, se les dejara completa­mente libres i sin castigo alguno. ¿Qué es de admirar que este mismo cuerpo de Dragones volviera a sublevarse un mes mas tarde, si estaba seguro de obtener un nuevo i completo perdón ?

Entonces las ideas no se abrían paso en la opinión pública hasta llegar a determinar la marcha política de los gobiernos que eran las espadas las que dirijian los destinos de la nación. Los políticos sin charreteras figuraban en segundo término, i pareció el poder como una prerogativa de los entorchados de oro de las casacas : los pocos hombres de frac que llegaron hasta él tuvieron que abandonarlo pronto porque carecían de fuerza i de prestijio para sostenerse : el título de jeneral era un pasaporte suficiente para aspirar con derecho a otro título mas alto, el de presidente de la República. Hubo vez, por ejemplo, que un coronel, sin otra razón que la de tener a sus órdenes a un batallón aguerrido, fué elevado al poder supremo por la asamblea de representantes de la provincia de Santiago : afortuna­damente, el caudillo no gozó de los halagos del mando más que el breve término de un dia. I hubo también ocasión (1829) en que la franqueza de los sublevados llegó hasta el punto de cruzar tranquilamente las calles de la capital i salir al campo, con su jefe a la cabeza i

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( i ) B. Vicuña Mackena.

a banderas desplegadas, ante los ojos mismos del gobierno de la República i en presencia de todo el pueblo, que era testigo impasible i acaso indiferente de semejante grotesca escena.

En razón directa de la frecuencia de aquellas revueltas militares estaba desgraciadamente la debilidad de aquellos gobiernos.

Desde que O'Higgins, con una abnegación verda­deramente elevada, hizo renuncia de su puesto de dictador ante el pueblo de Santiago, convocado por sus enemigos políticos en la víspera, parecieron la revolu­ción armada i las tumultuosas asambleas populares la cosa mas admitida, i mas propia de la vida republi­cana. Cualquiera habria dicho que la turbulenta democracia de la antigua Atenas servia de ejemplo al pueblo de Chile para elevar i deponer a su antojo a las primeras autoridades. El edificio del Consulado, donde solian tener lugar estas reuniones insolentes i anárqui­cas, <i se habia convertido, según la feliz expresión de un escritor nacional, en el monte Aventino de los santiaguinos (i). »

Hubo necesidad algunas veces de usar de la fuerza de las bayonetas para disolverlas : pero, jeneralmente, ellas triunfaban de la autoridad, la imponían condi­ciones i llegó la ocasión en que la destituyeron.

Se puede afirmar con exactísima verdad que las revueltas constituyeron la vida normal de aquellos años. Al principio, desórdenes mas o menos terribles,

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ajitaciones mas o menos borrascosas, fuéronse después, como sucede siempre en casos en que no se opone al mal atajo oportuno, convirtiendo en revoluciones formales que amenazaron sepultar al pais entre sus ruinas : solo durante el período de la administración Pinto (de 5 de mayo de 1 8 2 7 a 1 7 de julio de 1829) estallaron cinco de cierta importancia, fuera de otros muchos i atolondrados pequeños motines de cuartel que no merecieron llamar especialmente la atención. Una de ellas se atribuyó, no sé si con fundamento, al mismo gobierno para precipitar la caida del ministro don Carlos Rodríguez. Basta, sin embargo, la sos­pecha para caracterizar la época.

En tal extremo, hasta se llegó a ver a gobernadores locales de diferentes departamentos hostilizarse entre sí, de igual manera que aquellos antiguos señores feudales que se movian guerra talando sus campos, matando sus vasallos i poniendo sitio a sus castillos. ¿ Qué mas? El gobernador de San Felipe, don Pedro Antonio Ramirez, invadió el departamento de los Andes para atacar al intendente de la provincia, el jeneral Calderón, i tuvo que intervenir el Ejecutivo para restablecer el orden i poner paz entre los combatientes.

De esta suerte seguían eslabonándose los anillos de esa fatal cadena, hasta el punto de llegar el escándalo a tocar en los términos del ridículo, pues hubo dia en que las calles de Santiago vieron flotar al viento la bandera de la insurrección (6 de junio de 1829) levantada por los brazos de los inválidos... Los infelices pagaron harto cara su temeridad, pues fueron ejecutados cinco

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de los mas comprometidos : ejemplo de terror que desgraciadamente cayó en esta, como en otras ocasiones, sobre los mas humildes i nunca sobre los mas elevados, que eran justamente los mas criminales. Los grandes quedaban impunes o eran premiados : los pequeños siempre eran las víctimas del odio de aquellos o de la cobarde aplicación de las leyes. ' Contribuye, sobre manera, mas que la misma

relación que vengo haciendo, a dar una idea exacta de la desorganización de aquel período la enumeración de los diferentes gobiernos que tuvo la República en esos siete años.

Cayo O'Higgins el 28 de enero de 1 8 2 3 , i fué en su lugar elejida una junta compuesta de don Agustín Eyzaguirre, don José Miguel Infante i don Fernando Errázuriz. Esta junta duró en sus funciones poco mas de un mes, hasta el 3 i de marzo, dia en que fuéelejido director supremo el jeneral Freiré. Durante el tiempo que este jefe estuvo ausente de Santiago en la primera campaña de Chiloé, lo reemplazó por elección del Senado, don Fernando Errázuriz (del 3 de enero al 1 4 de junio). Freiré, vuelto de la campaña, no alcanzó a permanecer mucho tiempo en el mando, pues hizo su renuncia ante el Congreso, i fué sustituido por el jeneral don Manuel Blanco Encalada el 9 de julio de 1 8 2 6 , qiuen a su vez renunció el 7 de setiembre del mismo año. Don Agustín Eyzaguirre, que le sucedió, no fué mas feliz, porque el movimiento revolucionario de Campino lo hizo bajar el 24 de enero de 1^27 : en su lugar elijió el Congreso nuevamente, después de

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sofocada la revolución, al jeneral Freiré, que fué sustituido, apenas levantado, por el jeneral Pinto el 5 de mayo. Renuncia éste el 1 7 de julio de 1829 i le sucede el presidente del Congreso , don Francisco Ramón Vicuña, que a su vez deja el mando al mismo jeneral Pinto. Vuelve luego a sucederle Vicuña, a éste una junta gubernativa, después un presidente provisorio i en seguida otro, como mas adelante veremos.

I aquí, naturalmente, uno se pregunta la razón histórica de estos cambios. En ese oscuro laberinto ¿ cómo explicarse la conducta de esos gobiernos , sus tropiezos, sus caidas, sino buscando la razón filosófica en su debilidad misma ? Porque, en fin, por mas que el gobierno quisiese ser fuerte, ¿ qué podia hacer para detener la corriente poderosa que arrastraba al pais a su ruina, cuando ese mismo desorden daba armas a sus enemigos para hundirlo ? ¿ Qué podia hacer cuando talvez sus mismos amigos, celosos de su poder, o ambiciosos de conquistarlo para sí propios contribuian a arrancárselo ? Sin contar, de esta suerte, con el apoyo de los suyos, rodeados de emulaciones i desnudos de prestijio, la fuerza de los acontecimientos los obligaba a dejarse llevar por la corriente sin poner el brazo vigoroso para atajarla; i si algunas veces el deber les hacia oir su voz en medio de aquel confuso clamor de pasiones encontradas, la propia impotencia hablaba mas alto i venia a ser su escollo primero i su defensa después. Por eso todos aquellos mandatarios concluían simplemente por renunciar el puesto, que unas veces con intrigas i otras por elección de los suyos habían

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obtenido, pero en el cual nunca habian llegado a afirmarse en nombre de la lei i del derecho. Apenas tocaban de cerca la llaga que consumía al pais desesperaban del remedio: asilados en su nulidad para hacer el bien i evitar el mal, creían mejor (¡ tanto estaba ya extraviada su conciencia !) huir, esquivar el combate tranquilo i solemne de los principios, que son los únicos que afianzan la organización democrática de un pueblo: las luchas en ese terreno habrían sido para la patria ¡ cuánto mas convenientes que esas retiradas tímidas que traían siempre en pos de sí dias de dolor, heridas profundas i olas de sangre!

Con tales ejemplos, el pueblo no alcanzó a com­prender dónde concluye la libertad i empieza la licencia, i se entregó a los excesos, sin que hubiera, entre tantos tribunos i caudillos que se empeñaban en ponerse a su frente, ni una conciencia que lo dominara, ni una voluntad poderosa que lo dirijiera. Aun a aquellos hombres, que por su valor reconocido i probado cien veces en el campo de batalla parecían dar garantías de seguridad i de orden en el poder, se les veia huir al primer asomo de la tormenta : no porque fueran en realidad cobardes, sino porque carecían de ese valor moral que da el hábito de la vida pública i de esa fé republicana que muchas veces reviste de heroica fortaleza a los caracteres en apariencia débiles. Pero, en el ánimo de todos parecía estar fija esta triste resignación de esperar el remedio de lo alto sin trabajar mucho para buscarlo en los medios naturales i propios de un pueblo viril i culto; i esa tristísima resignación,

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— i 7 -esa desconfianza mísera, esa falta de coraje para afrontar de lleno las dificultades se revelan en todos los documentos públicos que consignan aquellas renuncias que hemos venido recordando.

Freiré dice en una ocasión (nota dirijida al Senado el 4 de julio de 1824) : « Solo pude decidirme a aceptar el mando supremo para probar si estaba a mis alcances hacer la felicidad de la patria, por cuya independencia he sacrificado mis mejores años. He empleado mis mayores esfuerzos i conatos por proporcionarme el cumplimiento de mis votos, i hoi toco el desengaño viendo que el pais marcha precipitadamente a su diso­lución. He procurado rodearme de hombres que creo de probidad i luces, para que me ayudasen a poner en ejecución la Constitución del Estado; pero sus esfuerzos i los mios no son bastantes a conseguirlo. Mi conciencia me aconseja renunciar la autoridad suprema en manos de V. E. , i me dice que un dia de demora me haría criminal ante Dios i la patria. Quedo esperando su admisión para noticiarlo a los pueblos, que en este último paso verán la relijiosidad i respeto con que venero sus instituciones, i el deseo que tengo de que otra administración, que conozca mejor sus ventajas, haga en ellas la felicidad pública. » I mas adelante (1827) suplica al Congreso Nacional que « le permita volver a su retiro dejando el espinoso cargo que ejerce a otro ciudadano a quien las tareas del gobierno le sean mas soportables. Después de algunos años de expe­riencia en la administración pública, el presidente que suscribe dejó el supremo mando por haber conocido

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que su carácter no era el mas aparente para hacer la organización del pais en circunstancias tan complicadas. Se creyó responsable a la patria si continuaba ocupando un destino de la primera importancia, que le era imposible llenar cumplidamente, e impulsado por tan sagrado deber, lo dimitió en julio pasado. »

Blanco, (setiembre 7 de 1826) después de describir, el penoso estado del pais i de hacer su renuncia, agrega: « Otro mas feliz o que posea la ciencia i el poder de hacer algo de la nada, podrá suceder a quien solo ha tenido la fatal suerte de tropezar con insuperables inconvenientes, ora luchando contra peligrosas inno­vaciones, ora contra ideas Jas mas inexplicables i peregrinas i ora también contra las artes de la intriga, i el fervor de pasiones nada elevadas i jenerosas. » I el honrado i pusilánime Eyzaguirre, con una modestia mas propia de un humilde ciudadano que de un alto mandatario, después de caido, i desde el sosegado retiro de su casa de campo, dice a sus conciudadanos: « No tengo victorias que ofreceros, i al cabo los triunfos son la obra de la fortuna i del vajor del soldado: solo os ofrezco i recibo el placer de no haber hecho verter lágrimas a algún chileno. »

Mas adelante veremos cómo el jeneral P in to , en 1 8 2 9 , encontrándose impotente para resistir a la revolución que estallaba en Concepción, elevó repetidas veces su renuncia al Congreso, i cómo tristemente se dejó arrebatar el poder el presidente Vicuña en una violenta asonada que con diez soldados pudo haber sido completamente pulverizada.

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III

Los congresos no corrían mejor fortuna ni hacían mejor papel que los gobiernos; i el ánimo imparcial casi se inclina a disculpar a éstos cuando pone los ojos en aquellos. Lejos de hacerse la salvaguardia de los intereses nacionales i de mantenerse a la altura de su misión sobre las pasiones mezquinas de secta i bande­ría, se convertían voluntariamente en la víctima mas inmediata de los extravíos de la multitud, de suerte que los revoltosos, que, como hemos visto, imponían la lei a los mas altos funcionarios i al mismo presidente de la República, la imponían también, i de una manera mas insolente todavía, a los representantes del pueblo. No era con una discusión razonada i tranquila, sino con una violencia terrible de ataques i recriminaciones personales, la manera cómo en su recinto se ventilaban

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los negocios públicos. La ciega pasión tomaba el lugar del raciocinio i atizaba desde allí el fuego de las discordias civiles, puesta la intelijencia al servicio de la ambición i la palabra convertida en instrumento de demagojia i revuelta.

Tan poco respeto llegaron a infundir con este modo de proceder, que les fué necesario alguna vez, para verse libres de las dañadas influencias de los bandos políticos i de los atropellados desórdenes de la barra, ir a otra ciudad a celebrar sus sesiones. Así fué cómo la Constitución de 1828 se discutió en Valparaíso.

H é aquí cómo un testigo de la época, refiriéndose al Congreso de 1 8 2 4 , dibuja el cuadro que voi bosque­jando : » El espíritu de desorden, dice, la contradicción i estúpida perplejidad fué tal en aquel cuerpo, que en el término de cerca de cuatro meses, a que llegan mis apuntes, i en la constante reunión de sus individuos, jamas han acordado ni resuelto una sola lei, ni orga­nizado algún negocio, si no es la derogación de la Constitución luego que se instalaron. La posteridad se asombrará de esta inacción, pero deberá creerla pol­los archivos del Congreso i el testimonio de sus mismos d ipu tados . . . » « Sus turbulentos odios llegaron al extremo que, no satisfechos de los atroces i groseros insultos con que se ofendían, apelaron a los hechos. M U Í ruidosa ha sido la causa del asesinato emprendido por dos diputados contra otros dos, delatados por los asesinos encargados, i acusados solamente por el gobierno, i aunque no ha sido completamente probado 1 se supone en parte calumnia de ios ministros i de los

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delatores, pero su mutua odiosidad daba márjen a todo ... (i) »

No fueron menos infecundos que el congreso del año 24 los siguientes hasta el del 29-, sobre todo, el del 26 se hizo famoso por las extravagantes doctrinas que proclamó. Se perdió en discusiones extériles i ame-nudo enojosas, llegando hasta las mas extrañas puerilidades, i, aunque investido del carácter de consti­tuyente, no alcanzó siquiera a formular una constitución. ¿ No había en ellos hombres hábiles ? Lejos de eso: los había i muchos. Lo que faltaban eran ideas, principios, escuela de vida política; i de esta suerte, si no por uno, por otro lado les venia el pretexto para anarqui­zarse i perder miserablemente el tiempo. Cuando no eran choques en su seno mismo, eran las rivalidades con el Ejecutivo las que tiraban la manzana de Ja discordia en su ajitado recinto : ellas trajeron la renuncia del jeneral Blanco de la presidencia de la República; por ellas, a consecuencia del rechazo que recibieron las medidas propuestas por el jeneral Pinto para domeñar la revolución del sur, dejó éste su alto puesto en 1 8 2 9 , i de ellas nació últimamente la misma revolución de Prieto, con ocasión de las elecciones para presidente i vice-presidente de la República, en cuya resolución mostraron los miembros de aquel Congreso una falta absoluta de tino político. Pocas pajinas, en verdad, pueden arrancarse a los libros de

( 1 ) Manuscrito de d o n j u á n Egaña, citado porüon Domingo Santa-María.

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nuestros lejisladores de aquellos años que merezcan con algún interés ser recojidas por la posteridad. Nada notable , ni siquiera hábitos parlamentarios.

Agregúese a estos antecedentes el cambio violento con que jeneralmente eran los unos sustituidos por los otros, sin elecciones libres ni verdaderamente populares, i se acabará de comprender por que los Congresos no merecieron nunca el respeto a que en su carácter de cuerpos lejislativos tenían cumplido derecho. Desde la cuna los rodeaba el desprestijio. Sus actos, de ordinario, no desdecían de su oríjen. El pueblo se acostumbró a tenerlos en poco i a no hacer mucho caso de sus resoluciones.

Un buen dia amaneció con el espíritu mas inquieto que de costumbre un jefe de cuerpo de nuestro ejército, ,untó a su alrededor algunos soldados, desenvainó la espada, i a la vista i paciencia de todo el mundo llegó a caballo hasta las puertas del Congreso Nacional, entró a la sala de sesiones i en voz alta le intimó disolución, remedando la acción de Cromwell con el Largo Parlamento: ¿Qué pensáramos i qué hiciéramos hoi dia si fuésemos testigos de semejante escena? . . . Tamaño escándalo dá una idea exacta del desconcierto que reinaba; i para colmo de espanto, si hemos de creer a voces autorizadas de la época, el presidente i algunos miembros de ese mismo Congreso así ultrajado, estuvieron de acuerdo con el coronel Campino, autor de tan incalificable tropelía. ¡Qué ejemplo para un pais nuevo que daba sus primeros pasos en el camino de la libertad !

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Lójico es que tales Congresos carecieran de los elementos necesarios para obrar el bien.

I en realidad así fué: porque, ¿qué hicieron? ¿qué obra buena ha quedado de ellos fuera de la letra muerta de unas cuantas constituciones que nunca se pusieron en práctica? Todas esas leyes, esas proclamas, esas públicas manifestaciones de principios exajerados, no han sido sino sistemas mas o menos curiosos, escritos sobre un papel que el tiempo i el buen juicio del pais han olvidado después. Un dia liberales, al siguiente conservadores, en la víspera federales, nadie tuvo ideas firmes i propias.

Natural es que aquellas constituciones que dictaron no duraran mas que algunos breves dias, no tanto por su valor intrínseco mismo, cuanto por el pecado orijinal de su oríjen. Egaña, autor de una de ellas, fué, no hai duda, un hombre distinguido; Mora, el verdadero creador de la del 28 , fué igualmente una notabilidad literaria, i sin embargo, ni la del 2 3 , ni la del 28 , pudieron labrar la felicidad del pais. Nadie hoi se acuerda de las utopias del fanático Infante, i raro es en el dia el que va a rejistrar" los archivos de esa época para saber qué principios sostenían Pinto, Campino, Benavente, Rodríguez, etc., etc.

Inútil es traer a la memoria las escenas de otro jénero que allí se representaban: ¡qué pequeneces! ¡qué inutilidades 1 ¡qué ocuparse de cosas nimias e insignificantes! ¡ qué abandono de los negocios verdade­ramente graves i trascendentales! Se me dirá que en nuestros dias suele suceder lo mismo i que es ese

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justamente el lado flaco del sistema representativo: convenido. Pero, yo añado una reflexión, i es la siguiente. Los desórdenes, sea en la plaza pública, en las "urnas electorales, en los congresos, etc., que presenciamos 'de vez en cuando en los dias que alcanzamos, son excepciones a nuestro estado normal, a nuestro modo de ser diario, común; al paso que aquellos errores i extravíos de esa época en los congresos, en las urnas electorales, en la plaza pública, etc., eran lo ordinario, lo común, lo normal; i aun mas, era la situación legal delpais, que tales eran las leyes! Hé ahí la diferencia que media entre el año santo de los liberales, el 28 , i los que siguieron del 3o para adelante.

No quisieron ser menos que los congresos de la capital los pequeños congresos, que con el título de asambleas provinciales, se instalaron en las demás ciudades de la República. Reflejo exacto se hicieron los segundos de los primeros, i la bomba, cuya mecha habia sido prendida aquí, iba a estallar allá de una manera todavía mas violenta; que mientras mas chico es el mar mas brava es la tempestad que lo sacude. Quedan aún las tradiciones en nuestras provincias de esos ajitadísimos dias i no son por cierto los recuerdos mas gloriosos de nuestra historia. Siguieron el ejemplo de las asambleas provinciales las municipalidades: i a éstas imitaron todos los demás pequeños cuerpos colejiados de la República, formándose una jeneral revuelta desde la escala superior hasta la ínfima, que, a no terminar a tiempo, como felizmente sucedió, llevaba

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visos de no dejar piedra sobre piedra del edificio social de nuestra pobre patria.

No parecía haber esperanzas de remedio: muchos empezaban a desesperar del éxito: no pocos se retiraban al rincón de sus casas, cansados de la vida pública: i los Congresos con este estado de cosas se iban inutilizando cada vez mas, perdiendo hombres, resolución i prestijio.

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I V

Igual suerte perseguía a los demás ramos del servicio público.

En el seno de la administración de justicia habian ido las mal aconsejadas pasiones políticas a sembrar también su semilla de discordia i de odios. Los altos puestos de los tribunales se confiaban a los mas violentos sectarios i todo el personal de este importantísimo ramo del servicio público, obedecía al mismo fatal principio de buscar para el empleo la amistad mas que la compe­tencia, entronizándose de esta suerte el mas absurdo favoritismo. Agregúense a estas circunstancias, de por sí solas funestas, para una recta i severa administración de justicia, la aflictiva situación del erario, que dejaba a nuestros jueces, que ordinariamente no eran hombres de fortuna, sin el pago de sus sueldos por años enteros •, i habrá sobrada razón para admirarse de que no llegara la corrupción hasta la venalidad, i de que sean

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mui contados los casos en que las sombras de algunas sospechas hayan nublado un instante la rectitud de alguno de nuestros majistrados. Sin embargo, si el mal no habia aún tomado las creces que eran de temer, la pendiente era rapidísima i sumo el peligro que se corría de descender a los mas irritantes abusos.

Nuestros tribunales entendieron la aplicación del sistema republicano del mismo modo que nuestros congresos. Creyeron que era de la esencia de esta forma de gobierno la rivalidad constante entre todos los poderes públicos, i se juzgaron tanto mas patriotas, tanto mas independientes, cuanto mas dificultades i tropiezos se ponían en su camino los unos a los otros. Llegó el caso que un gobierno fué acusado por la Corte de Apelaciones ante la Corte Suprema como infractor de las garantías constitucionales, i no mucho después se empeñaba una odiosísima controversia éntrela Corte Suprema i el Gobierno, con motivo de una resolución de aquella que conmutaba en destierro la última pena impuesta a ciertos reos políticos. Después de algunas notas amargas que se cambiaron por ambas partes, terminaba el último con estas impropias i amenazadoras palabras: «que en lo succesivo no miraría esto con el desprecio usado hasta el presente, sino que usaría de las atribuciones que el art. 83 de la Constitución le daba, de destituir a los empleados por ineptitud, omisión o cualquier otro delito (i). »

(0 « Chile bajo el imperio de la Constitución del 28, » por F. Errazuriz.

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Si tales cosas sucedían en la capital, donde la opinión pública tenia alguna influencia siquiera sobre los individuos, i en el seno del mas alto tribunal del pais ¿qué no seria lo que pasaba en las provincias, donde los jueces políticos podían a sus anchas hacer todo el mal que se les ocurriese? Allá era donde se hacían sentir de una manera mas terrible los efectos de la desorganización social, i sabido es que no hai plaga mas funesta que el dominio de las pasiones de partido en la administración de la justicia.

Mal atendidos los juzgados, faltos de enerjía los jueces para proceder en el desempeño de sus cargos, i mas dados a las intrigas de las facciones que al estudio de sus causas i a la corrección de los criminales, lójico fué el vandalaje que se desarrolló en toda la República de una manera amenazante. La seguridad individual no existia. La policía en las ciudades era inútil para evitar los multiplicados robos. Los campos se veian infectados de salteadores. Se asesinaba impunemente. Los ricos propietarios tenían su vida en sumo peligro i los viajeros no podían ir de un pueblo a otro sin estar expuestos a ser víctimas el momento menos pensado, al volver del primer camino, pues cada cuesta llegó a ser un lugar de asechanza i cada montaña una guarida de bandidos. ¿ Qué mucho que se hicieran terribles i memorables los Cerrillos de T e ñ o , ya por aquellos tiempos de fama antigua, si hasta el camino que media entre Valparaíso i Santiago no podia amenudo ser cruzado sin una escolta respetable i armas de fuego para defenderse? ¿Qué mucho que los famosos

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Pincheiras, que llegaron a contar hasta tres mil hombres a su servicio, llevaran sus depredaciones a todas las provincias del sur , saqueando nuestros pueblos, talando nuestros campos, combatiendo en batallas formales a nuestros ejércitos, si la lenidad de nuestros jueces i la impotencia de nuestros hombres de Estado les permitían engrosar sus filas diariamente con todos los desertores de nuestro ejército i los presidiarios de nuestras cárceles? ; I qué mucho, en fin, que en aquellas provincias quedaran impunes estos facinerosos, si sucedía lo mismo con las otras muchas gabillas que asolaban al pais en todas direcciones i en los alrededores mismos de nuestra capital ?

La tradición guarda aun vivas las tristes memorias de aquellos dias aciagos-, i aún recuerdan los hombres que los alcanzaron aquellas asquerosas escenas del pórtico de la cárcel pública de la plaza de armas convertido en la Morgue de las desgraciadas víctimas de nuestra inepcia. Amanecían allí todas las mañanas algunos cadáveres de infelices que habían sido asesinados la noche anterior en las calles de la capital o en sus alrededores. ¡ Las familias iban a reconocerlos i el pueblo a comprender la pobre nulidad de sus hombres de gobierno!

El canónigo Navarro en plena cámara aseguró que el número de las personas asesinadas en la sola ciudad de Santiago el año de 1828 ascendió a la enorme suma de ochocientos. No hubo una voz que se atreviera a desmentirlo: que tan terriblemente cierta era la aseveración.

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¿En qué situación, dados estos antecedentes, se encontraría el comercio interior de la República ? Casi en una paralización absoluta: pues mal podia existir sin garantías de seguridad i sin caminos. De éstos apenas habia algunos medianamente transitables: excusado es decir que no habia ninguno bueno. « La carretera de Santiago a Valparaiso, principal arteria del comercio interior, se hallaba en un estado tan lastimoso, a pesar de los veinte o veintidós mil pesos de rendimiento que dejaba al fisco, que los fletes de muías se pagaban tres veces mas caros, i que los de carreteras antes a dieziseis pesos, costaban entonces cuarenta i siete pesos. El tiempo que empleaban en hacer este viaje era de cinco a seis veces superior al que debían gastar, i a causa de los profundos carriles o baches que con el aban­dono aumentaban de dia en día , los carruajes estaban sujetos a frecuentes roturas i otros contratiempos ( i) . »

Los demás caminos de la República habían desme­jorado en idénticas proporciones, con la diferencia que en los del sur los peligros que corrían los viajeros eran mucho mayores, pues allí siendo las lluvias mas frecuentes i considerables, los ríos, convertidos en inmensos torrentes en los meses de invierno, sin puentes i amenudo sin balsas para ser cruzados, eran casi segura muerte de los audaces que se atrevían a afrontarlos. Así no era extraño que meses enteros se vieran incomunicadas unas provincias con las otras.

Al mismo nivel se hallaba todo lo demás; la industria

(i) Gay, « Historia de Chile. »

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postrada; la educación pública en lastimoso atraso; el servicio de los correos descuidadísimo ; nuestra marina de guerra, que a tan gloriosa altura alcanzara en los dias de Cochrane, completamente abatidas, i menos aun que en mantillas la marina mercante, sin protección ni estímulo; la moralidad privada, bajando con tristísima rapidez en la pendiente fatal de las malas costumbres, que iban siguiendo el impulso de la desorganización política; los lazos de la familia relajados; el respeto social perdido; el pais entero, en fin, privado, abatido, presa de la fiebre de la anarquía i jadeante en la agonía de sus convulsiones de muerte.

I la prensa, entre tanto, ¿qué hacia? Lejos de llenar la misión civilizadora que le cumple, correspondía a la época i recargaba los negros colores del cuadro. En ella encontraban eco las malas pasiones, tribuna de propaganda las falsas doctrinas, publicidad irritante los odios i las calumnias. A veces privada por completo de toda libertad, a veces entregada a la licencia mas descompuesta, siempre irrespetuosa i procaz, andúvose durante todos aquellos años arrastrando en el fango sin levantar nunca el vuelo a la rejion de los principios puros de la discusión razonada i sensata. Su espíritu, su literatura, su lenguaje, con cortísimas excepciones, fueron de lo mas triste i rastrero que es dado imajinar. El Hambriento, que algunos escritores liberales han intentado presentar como el único desfachatado de aquellos papeles, se quedó a medio camino en comparación de los otros que veían la luz pública, como El Canalla, El Descamisado, etc., etc.

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Para que juzguen los lectores de este libro del tono de aquella prensa, allá van algunos ejemplos recojidos al acaso.

Es el tribuno Orjera la víctima de los ataques de un periódico, i recoje esta andanada de versos satíricos :

Decidle que todos Los que tienen juicio Le tratan de aleve, De impostor maldito, De necio imprudente, De pérfido amigo, De feroz esposo I de un forajido... etc.

El Verdadero Liberal hace blanco de sus iras a don José Miguel Infante i se vale de estos términos (número 67 , i 3 de mayo de 1 8 2 9 ) : « Todo es posible en este mundo. El hombre de bien se deja engañar por el picaro, i muchas veces vemos que un necio manda a un hombre entendido. El hecho siguiente es jene-ralmente conocido en Buenos-Aires. La España habia enviado tropas a América (la revolución, la buena, habia ya empezado). Durante la travesía, un rejimiento se subleva, i obliga al comandante del navio a echar el ancla en Buenos Aires. La tropa sublevada baja a tierra. Su jefe era un tambor mayor, (del reji­miento Cantabria, si no nos engaña la memoria). La jente saluda a los recien venidos, los felicita, i sobre todo al tambor mayor, que una facción pone en se­guida a la cabeza del gobierno. Este buen hombre

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conservó el poder por espacio de seis d ias ; después vino abajo. Luego, todo es posible, i si un tambor mayor fué presidente de la República de Buenos Aires, ¿porqué don J. M. Infante u otro cualquiera de su catadura no podra serlo de la de Chile.»

Para anunciar la salida de uno de estos periódicos, dice un testigo de vista (i) , se ponia en los lugares públicos un aviso que empezaba así, con referencia a don M. Gandarillas :

« Tuerto, borracho, ladrón... »

Rejistrar en nuestros archivos los folletos i las hojas sueltas de aquella misma época es sentirse contristado con la ingrata lectura que ofrecen : rara vez ideas, siempre personalidades e insultos. Parece que aquellas plumas mojaban sus puntos en hiél para tratar de los negocios del Estado, i que aquellas producciones literarias nacían, no del ingenio del alma, sino del fuego irracional de los odios de bandería.

A tanto extremo llegaron estas liviandades periodís­ticas, que el gobierno liberal de 1 8 2 9 creyó necesario intervenir para ponerles coto, i dictó un decreto por el cual quedó suspendida la libertad de imprenta hasta nueva, orden. « En consecuencia, dice el art. 2 . 0

del decreto, no se imprimirá papel alguno sin la revisión del ministro del Interior, bajo la pena de perdimiento de la imprenta si lo contrario se hiciere. » Se resistió a darle cumplimiento don Ramón Renjifo

( 1 ) José Zapiola, « Recuerdos de treinta años, J 3

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con notable enerjía, i eso le valió un asalto violento de que fué víctima en las altas horas de la noche, ejecutado por una partida de policía i por orden del Gobierno mismo. ¡ Qué escuela para levantar el nivel de la prensa i moralizar al pais!

Consiguiente a este estado de cosas era la situación en que se hallaban el crédito nacional i la hacienda pública. Las fluctuaciones de la política influyeron de tal modo sobre ellos, que aquél era nulo, i ésta la imájen de la mas estrecha miseria. En el mercado de Londres nos miraban como a especuladores de mala fé, i el rendimiento de nuestras aduanas no subia de una ínfima i despreciable escala. El 3 i de enero de 1 8 2 5 las existencias de la tesorería no pasaban de cincuenta pesos en dinero i i3 .3oo, pesos en pagarés vencidos de difícil cobro ( 1 ) , En 1 8 2 6 , cuando la conducta de O'Higgins en el Perú inspiró temores de que intentara un movimiento revolucionario sobre Chiloé, no pudo el gobierno obtener de los capitalistas y comerciantes de toda la República la suma de 3oo .ooo pesos que exijió como empréstito forzoso ; i esto que ofrecia subidos intereses e hipotecaba a favor de los acreedores los bienes arrebatados a los regulares dos años antes.

No se pagaban con regularidad los sueldos de los empleados civiles i militares ; i llegó la guarnición de Santiago a ser acreedora por mas de sesenta mil pesos de atrasos. Mas tarde, el ejército del sur, según la exactísima expresión del presidente Pinto, se hallaba

(1) Concha y Toro, « Chile durante los años de 1824 a 1828. »

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en cueros. Nuestros empleados públicos parecian men­digos, i nuestros soldados, medio desnudos i armados, pandillas de salteadores. « Frescos están los recuerdos de aquellas turbas de empleados, ha dicho un orador nacional ( i ) , que asediaban diariamente la casa de gobierno, pidiendo, como los Suizos en la Bicoca, dinero, licencia o batalla.» Cuentan testigos de vista, que era un espectáculo horriblemente triste el ver tanto número de infelices inválidos, esperando un dia i otro dia para conseguir, después de muchos, sus míseros sueldos, no en dinero efectivo, sino en papel que valia un treinta o cuarenta por ciento menos del valor que representaba. Hubo ocasión que el Congreso se vio invadido por una poblada de viudas hambrientas que pedían a voces sus pensiones i montepíos.

I, cosa curiosa, al mismo tiempo, la empleomanía era una plaga que empezaba a invadirnos, i la sombra del gobierno era buscada por los politiqueros de oficio para recojer las migajas del presupuesto oficial. Es una observación digna de nota : al paso que mas pobre es un gobierno i mas míseros los recursos de un pais, mayor es el número que busca en la empleomanía sus medios de subsistencia.

Inútiles fueron las tentativas de algunos de los ministros de hacienda, entre los cuales se contaron hombres competentes, para poner remedio al mal i salvar al pais de esta situación penosa : todas ellas se estrella­ron en el éxito mas desgraciado. La prohibición que

(i) Abdon Cifuentes, agosto de 1867.

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el presidente Eyzaguirre decretó en 1826 de emitir nuevos vales no trajo en definitiva ningún resultado •, menos la creación del estanco, que, después de haber sido suprimido i vuelto a crear en años anteriores, quedó definitivamente establecido por lei de 23 de agosto de 1 8 2 4 , i después de diversas dificultades e inconvenientes, que no es del caso recordar, rescindido dos años mas tarde, el 1 6 de agosto de 1 8 2 6 .

El dinero obtenido con la venta de las propiedades fiscales i de los bienes de los regulares, se desperdició sin aprovecharse casi n a d a ; i de aquí nació aquella amarga frase de Benavente : « que los dos tercios de lo que la nación contribuía para los gastos públicos se evaporaban antes de ingresar en las arcas nacionales. »

I antes de seguir adelante, es el caso de agregar dos palabras sobre este acto del gobierno de los liberales. La lei que arrebató sus bienes a los frailes es de lo mas injusto i atropellado que cabe: ¿ de dónde el derecho para tomar lo ajeno ? ¿ acaso los frailes habian perdido su carácter de dueños ? ¿ dónde, pues, el título justificativo de esa medida ? ¿ en la penuria de las arcas fiscales ? La fuerza no es derecho i la escasez no puede aceptarse jamas como justo título para apro­piarse violentamente, llámese gobierno, sociedad, pueblo, cualquiera el que sea, de lo que no es suyo. Los gobiernos, cerno los individuos i las sociedades, están obligados a saber que el delito siempre es indigno i feo, por mas que se le quiera revestir con dorados reflejos o disculpar con falsos raciocinios. Pobreza que recurre al fraude mal aboga en favor

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del que la sufre i mui poco en favor del gobierno que la alega como justificativo de su conducta.

Mas, no solo es lícito hacer por este acto a aquel gobierno el cargo de injusticia; fué, ademas, una gran torpeza política, pues se enajenó desde ese instante la voluntad del clero, siempre influyente en todas partes, de la porción mas honrada de la sociedad chilena profundamente relijiosa i sensata, i del pais entero, que vio en ello ademas de un ataque a sus sentimientos católicos, una incapacidad vergonzosa para proporcio­narse fondos por medios lejítimos. Desde ese dia, el dominio de los Pipiólos fué rápidamente a su fin, i esa lei fué una de las causas mas eficaces de su desprestijio : ¡ lección para los gobiernos futuros !

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V

El país parecía un libro desencuadernado, cuyas desparramadas pajinas no pueden prestarse a la lectura, en medio de este extraño torbellino de desgracias i de abusos. El horizonte cada vez se ennegrecia mas : nadie atinaba a comprender la situación i menos a do­minarla : el contajio del mal tomaba horribles creces i solo el esfuerzo de una esperanza demasiado enérjica podia sostener a los pocos espíritus que aun no habian perdido por completo su fé en el porvenir de la Repú­blica. El nivel moral habia descendido de una manera dolorosa sobre todas las clases sociales, i la corrupción política nada habia perdonado. Si algunos hombres jenerosos intentaron alguna vez contener el desborde-sus voces se perdieron entre los gritos confusos de la multitud.. La escena estaba llena de personajes mediocres, i no habia ni una cabeza bastante alta, ni una voluntad bastante fuerte para dominar a la

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- 3 9 — muchedumbre, imponiéndose sobre las circunstancias fatales del momento. Era , en fin, aquello una plena crisis social i política.

No es dado, sin embargo, acusar de mala fé a la mayoría de aquellos hombres públicos, ni desconocer que algunos de ellos estaban dotados de excelentes cualidades personales : los habia, i muí dignos, i mui honrados, i mui patriotas. Pero, no eran hombres de estado : hé ahí su falta. Si aspiraron al bien de la patria, no tuvieron ni la fortuna ni el vigor suficiente para dar cumplido término a sus aspiraciones ; i para rejir los destinos de un pais no basta tener buenos deseos, que es necesario saberlos realizar. Se necesita ante todo, i sobre todo, carácter, i carecieron de él los hombres del 28 . Por eso si sus faltas no los hacen reos de censura personal, los hacen, sí, merecedores de amarga censura respecto de su conducta en la vida pública. Las intenciones honradas disculpan; pero, no justifican : i si en alguna cosa el éxito absuelve o condena con alguna justicia, es en la política, en la cual los resultados se presentan de ordinario como la consecuencia lójica, natural, imprescindible, de los medios que se han puesto en acción para obtenerlos.

Preciso es confesar que el mal venia de mas lejos. Los personajes que figuraron en el escenario del 26 i del 28 eran los mismos que se habían educado en el modo de ser de los años de la colonia, Todos ellos trabajaron bien por la libertad; pero, no educados en ella, no la supieron comprender : la confundieron siempre con la debilidad o la licencia, llegaron hasta

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— 4o -creer que el respeto a la soberanía del pueblo consistía en obedecer ciegamente los caprichos de la multitud, i en consecuencia, se hicieron reos de la gran falta de mostrarse siempre débiles, sino cobardes, en las esplosiones déla anarquía. La multitud, A su turno, indócil, ignorante, con el entusiasmo inconsciente que de ordinario tiene por las palabras mas que por las cosas mismas que ellas representan, al grito de libertad corria ala plaza a dar pábulo a sus arranques de malas pasiones mas que a representar dignamente el honroso papel que le asignan los dogmas de la democracia moderna. Las elecciones eran tumultos i los meetings se convertian en asonadas. Ser ciudadano era tener justo título para conspirar, i ejercer los derechos de tal equivalía a estar constantemente mezclado i tomar armas en todas las revoluciones. Así se entendía nuestra democracia en aquellos dichosos tiempos.

Verdad es que se habían proclamado algunos buenos principios i llevado a cabo algunas empresas impor­tantes, como la conclusión de la guerra de España; pero, quedaba tanto por hacer, tanto por organizar, que la obra revolucionaria del año 10 estaba todavía en estado embrionario. Apenas si habíamos salido de la cuna en nuestro carácter de pueblo libre. El último supremo esfuerzo hecho por los liberales para fijar el rumbo a la nave del Estado e imprimir el sello a nuestra nacionalidad, fué la Constitución del 2 8 : pero, si sanas fueron las intenciones de los Constituyentes i nobles los móviles a que pudieron obedecer, su obra fué por demás incompleta, i la menos apropósito

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para poner término al malestar que aflijia a la República.

Así las cosas i tales las circunstancias, no faltaba mas que la chispa para producir el incendio. Un accidente cualquiera, un arranque de audacia, una de tantas casualidades podia cambiar las cosas i despertar al pueblo, haciéndole ver el abismo que iba abriéndose a sus pies desde siete años atrás. Se necesitaba una ocasión i un hombre, i ellos vinieron; i hé aquí cómo.

El Congreso, que se había instalado en Valparaiso el 6 de setiembre de 1 8 2 9 , tenia pendiente sóbre la carpeta de su discusión una cuestión de altísima impor­tancia : se trataba nada menos que de hacer el escru­tinio i rectificar la elección que acababa de tener lugar para los altos puestos de la presidencia i vice-presi-dencia de la República. Los diversos partidos habían luchado con ardor i el resultado habia sido el siguiente : por el jeneral Pinto 1 2 2 votos, por don Francisco Ruiz Tagle 98, por el jeneral Prieto 6 1 , por don Joaquín Vicuña 48 , dispersado el resto de los sufrajios entre otras personas. La Constitución disponía en su art. 7 1 que el que hubiera obtenido mayoría absoluta seria declarado presidente de República; i en consecuencia, lo fué el jeneral Pinto, sobre el cual no cabia ninguna d u d a ; pero, respecto a los tres siguientes como ninguno llegaba a la mayoría absoluta, se suscitaron dificultades serias.

El Congreso, en vez de reducir la votación a los nombres de Tagle i Prieto, como era su deber, aten­dida la notable superioridad numérica alcanzada en

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todo el pais sobre Vicuña, la extendió a este último, violentando audazmente el espíritu de la lei, atrepe­llando con desenfado a la opinión nacional i sin otra razón para disculpar su errado proceder, que la de ser el protejido uno de los mas ardientes sectarios del bando dominante. El resultado de la votación no podia ser dudoso para nadie : todo el mundo conoció de ante­mano a dónde iba dirijido el golpe : en la conciencia pública quedó desde el principio perfectamente definida la situación. Don Joaquin Vicuña obtuvo, en efecto, mas votos que Tagle, i por un golpe de mayoría fué proclamado vice-presidente de la República.

En vano algunas voces sensatas se levantaron para manifestar la ilegalidad del acto con la lectura de las disposiciones terminantes de la Constitución, que ordenaba la elección del vice-presidente entre los de la mayoría inmediata a la del presidente : inútilmente se dejaron oir protestas llenas de patriotismo i enerjía contra una interpretación tan absurda i un abuso tan injustificable del número: cayeron en terreno estéril las observaciones desapasionadas i previsoras de algunos hombres de bien que veian las cosas desde lejos i por consiguiente con mas claridad que los actores de tan tristes acontecimientos : nada valió la circunstancia especial del exiguo número de sufrajios que en el escrutinio de la elección jeneral obtuvo Vicuña, nota­blemente inferior al que alcanzaron Ruiz Tagle i Prieto : toda discusión fué inútil, vano todo empeño en obsequio del buen sentido, i nada se respetó, a trueque de obtener el éxito.

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El mismo jeneral Pinto encontró abusivo el proce­der del Congreso ; i de allí su renuncia.

Mas, no hai que buscar la razón de esta conducta de los liberales en la interpretación de la lei, ni en su letra, ni en su espíritu. Estaban ellos perfectamente convencidos i penetrados del falso papel que represen­taban i de la injusticia con que procedían. Justificá­banse con otra razón : la de no ser Ruiz Tagle del todo de ellos i haberle sorprendido en relaciones mas o menos peligrosas con los Pelucones. I en efecto, ministro de Hacienda de Pinto, gozaba de crédito entre los liberales, i al mismo tiempo, relacionado con vínculos de familia i de amistad estrecha a algunos de los personajes mas conspicuos del partido conservador, no era mal recibido por los Pelucones : aprovechán­dose de esta especial posición que le daba doble ventaja sobre los que pudieran presentársele como émulos, su candidatura a la vice-presidencia de la República no encontró oposición ni entre los unos ni entre los otros, logrando en los primeros momentos casi unanimidad en las urnas electorales : todo parecía contribuir al brillante resultado de esta elección, cuando en el bando pipiólo entró la desconfianza a su respecto, i se impar­tieron órdenes perentorias a las provincias para hacerle la guerra mas decidida, i cambiar su nombre por el de don Joaquín Vicuña, intendente a la sazón de Coquimbo : esto explica por qué éste obtuvo solo cuarenta i ocho sufrajios, al paso que aquél alcanzó a noventa i ocho en el escrutinio nacional, i el por qué se cambiaron los papeles en la elección verificada por

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— 44 — el Congreso, apareciendo Vicuña como el candidato de los Pipiólos i Ruiz Tagle de los Pelucones.

No fueron, pues, razones filosóficas o legales; fueron móviles de interés personal, de secta, de partido, los que inclinaron el ánimo del Congreso para obrar como lo hizo. Quitados los disfraces i las caretas, ¡ qué feos i repugnantes son los rostros de los juglares de la escena! Penetrando en el fondo de la historia, ¡ qué pequeños i miserables se ven ante los ojos de la posteridad las intrigas de bastidores de los políticos que no se inspiran en los altos consejos de la justicia !

No necesitaba mas el pais para convulsionarse : la última gota habia hecho derramar el vaso, que ya estaba lleno ; i era el mismo Pipiolismo el que con sus propias manos se daba el golpe de gracia.

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VI

Apenas se supo la noticia de lo que habia pasado en el Congreso de Valparaiso, se reunió la Asamblea provincial de Concepción i suscribió la siguiente acta:

« En la ciudad de la Concepción, en cuatro dias del mes de octubre de 1 8 2 9 , reunida la Asamblea en sesión extraordinaria con motivo de la nota dirijida al intendente de la provincia por el ministerio del Interior en 1 7 de septiembre último, relativa a que se exija de los pueblos de su comprehension el reconocimiento de presidente i vice-presidente de la República : para el primer destino, al señor jeneral don Francisco Antonio Pinto, i para el segundo, al ciudadano don Joaquin Vicuña, según el escrutinio verificado por el Congreso jeneral, i notando este cuerpo provincial la escandalosa infracción de la Constitución sostenida por las Cámaras de Representantes nacionales, que han traicionado abiertamente la voluntad de sus comitentes, en el hecho de excluir a los que la mayoría respectiva llamaba a la

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vice-presidencia, interpretando arbitrariamente la lei constitucional, para consumar el meditado plan de dal­la muerte a la patria : notando otra multitud de actos de absolutismo, así en las citadas cámaras como en el ejecutivo jeneral, que no ha querido aprobar hasta ahora las propuestas legales que ha dirijido esta representación : desechando asimismo la Cámara de Senadores, los que nombró a pretextos insustanciales e insignificantes; i viendo, por fin, que todo es emanado por un complot para que triunfe una facción ominosa i desorganizadora que ataca con impudencia los mas sacrosantos derechos. La Asamblea, en consecuencia de sus atribuciones i del deber de sostener a todo trance la gran Carta Constitucional, ha decretado i declarado : « Art. 1 .° Que habiendo habido infracción de Cons­titución por la lejislatura nacional, son nulos todos los actos que han emanado de este cuerpo; que no se reconoce por el mismo hecho su autoridad, i que por consiguiente se imparta orden a todos los partidos de la comprehension para que inmediatamente retiren los poderes a sus diputados en Congreso : 2 . 0 Que, conse­cuente a aquel principio, no se obedece al presidente i vice-presidente, que acaba de declarar por tales el Congreso, pero sí a las autoridades que funcionaban antes de la lei constitucional : 3.° Que aunque parece lejítima la elección del señor jeneral Pinto, sin embargo, se le niega el obedecimiento por exijirlo así el imperio de las circunstancias, la salvación del pais, i por otros motivos que la moderación manda callar : 4 . 0 Que el presente decreto se publique por bando en toda la

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provincia pasándose al efecto copia legalizada al ejecutivo provincial. »

La Asamblea provincial del Maule se unió a la de Concepción, i el ejército, cuyo jefe era el jeneral Prieto, aceptó con entusiasmo el movimiento revolucionario.

La nueva de estos sucesos cayó como un rayo en medio del partido Pipiólo de la capital, que se sintió víctima del desconcierto mas completo. Atropellada­mente se reunió el Congreso el 1 7 ; no acertó a tomar medida ninguna de provecho, perdió el tiempo en inútiles discusiones sóbrela aceptación o rechazo de tres renuncias sucesivas que le presentó el presidente electo; probó, en fin, lo que todo el mundo sabia : que le faltaba la primera condición para mandar en circunstancias difíciles, el carácter. La última resolución de Pinto, que cedió al cabo a sus amigos, ciñéndose la banda tricolor, lejos de mejorar la situación respecto de los Pipiólos, contribuyó a empeorarla, llevando al campo de la publicidad su palabra, que venia a dar la razón a los revolucionarios del sur. Pinto, en realidad, creia ilegal la elección del vice-presidente Vicuña, i así lo manifestó repetidas veces. « N o insisto en mis enfer­medades habituales, decia en su tercera renuncia; no invoco el principio incontestable de que toda grave responsalidad debe ser voluntariamente contraída. En otras circunstancias hubiera renunciado gustoso este derecho. Motivos de un orden superior me hacen imposible hacerlo. Algunas de las primeras operaciones del Congreso adolecen, en mi concepto, de un vicio de ilegalidad que, extendiéndose necesariamente a la

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- 4 8 -administración que obrase en virtud de ellas o que pareciere reconocerlas, la harían vacilar desde los primeros pasos i la despojarían de la confianza pública. No me erijo en juez del Congreso. Lo respeto dema­siado. La intelijencia que doi a la Carta Constitu­cional será talvez errónea, pero basta que en un punto de tanta importancia difieran mis opiniones de las del Congreso; basta que entre los principios que le dirijen i los mios, no exista aquella armonía, sin la cual no concibo que ninguna administración pueda ser útil; basta, sobre todo, la imposibilidad de aceptar la presidencia sin aparecer partícipe en actos que no juzgo conformes a la lei i de una tendencia perniciosa, para que me sea, no solo lícito, sino obligatorio el renunciarle. »

I al dia siguiente de aceptar su alto cargo, conse­cuente con estas ideas, proponía al Congreso, en nota de 20 de octubre, las siguientes bases de transacción con la opinión del pais, que los oprimía bajo el peso de su severidad lejítima : « La separación espon­tánea del Congreso, la convocación de los cuerpos electorales i la renovación de las elecciones constitu­cionales para el año venidero en las épocas que la lei fundamental señala, tales son, en la opinión del Gobierno, las solas medidas que pueden salvar de un naufrajio inminente el bajel del Estado. »

La hoja que daba a la publicidad el primero de estos documentos agregaba algunas frases hábil i expresa­mente calculadas para producir todo el efecto a que se prestaban. « El documento que antecede, decía, no

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- 49 -puede menos que ser honroso a su autor porque en él demuestra que si tuvo la desgracia de errar el camino que debió seguir, conserva todavía bastante rectitud para prestarse al convencimiento i someterse a la voz de la verdad. Constituyéndose el jeneral Pinto órgano de la opinión pública, para hacer saber a las Cámaras sus sentimientos acerca de las operaciones refractarias con que esos cuerpos abrieron su carrera, ha vindicado su reputación en el concepto de los hombres sensatos, i ha hecho nacer positivas esperanzas de que los males que amenazan a la República van a tocar su término. Los mismos que por una casualidad dieron la Consti­tución, han tenido la osadía de violarla, i han alarmado con su conducta a todos los buenos ciudadanos. Desde un extremo de Chile hasta el otro se ha alzado un grito de indignación contra los infractores de la lei. Toda la masa de la nación se ha conmovido i el jeneral Pinto ha manifestado en su resolución que no se ha sustraido del dominio délos principios, i ha reunido sus votos a los de los amantes del orden. Conozcan los atrevidos que las virtudes de los chilenos no sufren el yugo de los vicios, i que, fieles a sus deberes, saben usar de sus recursos para castigar a los ofensores de sus derechos (i). »

La fracción de los liberales, que se hallaba dividida en el seno del Congreso, se dividió también en la apre­ciación de la conducta del presidente. Los menos aplaudieron; los mas condenándola, no tuvieron, sin

(i) Imprenta de don Ramón Renjifo, Octubre 19 de 1S29.

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embargo, valor suficiente para dominar francamente la situación, i la abordaron con miedo. Entre éstos aparece el hermano del vice-presidente Vicuña, i hé aquí un documento que acaba de arrojar completa luz sobre los sucesos de la época :

« S. S. : El presidente del Senado, hermano del intendente de Coquimbo, coronel don Joaquín Vicuña, ocurre respetuosamente al Congreso poniendo en ejercicio el derecho de petición que la Constitución le concede, i por él encarecidamente suplica se le admita la renuncia de la vice-presidencia de la República a que le ha promovido la elección del Congreso. La gratitud queda impresa en su corazón. Los motivos que le impelen a ésta es el bien mismo de la nación : poco importa a ésta que una mayoría del Congreso ha3'a dado la preferencia a sus cortos servicios i méritos, si otra porción considerable queda descontenta con su nombramiento, atacado en el papel público titulado El Sufragante por nula. El ha recorrido los artículos de la Constitución i encuentra que si la letra de la lei no le excluye, al menos el espíritu de ella impele a su conciencia i sentido íntimo a no recibir un empleo cuya nulidad o iejitimidad es un problema. Una minoría numerosa, protejida por el poder es una mina fuerte de la opinión sin la cual ningún gobierno puede marchar con seguridad. En esta atención, espera de la gracia del ¡Congreso acceda a su súplica i petición.—Santiago, octubre 24 de 1 829 . Francisco R. Vicuña »

La revolución con estos antecedentes triunfaba sin

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luchar : no necesitaba disparar un tiro de fusil para sentar sus reales en la misma plaza de armas de Santiago, desde que los mismos corifeos de los liberales eran los primeros en reconocer la justicia de sus derechos.

Entre tanto, los pequeños medios, las intrigas de familia, los influjos de amistad, las concesiones condi­cionales, las promesas jenerosas, los conciliábulos secretos, los cuchicheos, la chismografía, todo, en fin, cuanto en estas ocasiones se acostumbra, se puso en juego para apartar el peligro de parte de los unos, i de parte de los otros para precipitar el conflicto de la tempestad que ya estaba encima. Se movieron con febril actividad todos los círculos políticos i se cruzaron entre sus jefes innumerables proyectos de alianzas, que, en último resultado, no hicieron otra cosa que enredar mas la desentrañable madeja. Cada facción quería sacar provecho de la situación, i a ese objetivo tendían todos sus empeños : los O'Higginistas veian en pers­pectiva la vuelta a la patria de su ilustre caudillo; los Liberales se hallaban divididos entre sí i buscaban con mas interés acaso que la ruina de sus adversarios, la ruina de sus amigos de la víspera, émulos del momento; los Federales soñaban con plantear su quimérica república sobre los escombros de los caidos; los Estan­queros, que eran los menos, pero los mas audaces, se unian a los Pelucones, que, con semejante vanguardia, se arrojaban a tambor batiente i marchas forzadas sobre la destrozada fortaleza de los Pipiólos, haciendo ambos grupos causa común contra el Gobierno, que

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bamboleaba en sus cimientos. De aquí es que era difícil entender a donde iban a parar aquellos manejos con­fusos, algunas veces tímidos, francos i valientes otras. Todos los partidos estaban en plena ebullición de ideas i de pasiones.

Centro de todas estas intrigas era el jeneral Freiré i a su alrededor se ajitaban los hombres de la situación : en él se iban a estrellar todas las seducciones de los ajitadores: su influjo pesaba mucho en la balanza i era prenda de triunfo conquistarlo : era realmente popular, i su popularidad cada cual deseaba explotarla en favor de sus intereses. Freiré se mostraba indeciso: por un lado algunas afecciones antiguas en las filas de los Pipiólos; por otra cierta emulación mal encubierta en contra de Pinto, de quien se quejaba amargamente; de aquí la palabra ardiente, insinuante de Rodríguez Aldea; de allá el justo temor de lanzarse a la revuelta : por do quiera incertidumbre , oscuridad , vacilación profunda, que no le permitían tomar partido alguno, resuelto i franco. No tenia entereza de ánimo bastante para decir « nó » a los revolucionarios, ni enerjía suficiente para decirles « s í » ; el soldado no comprendía su papel de hombre político.

Así las cosas, vuelve Pinto a renunciar su puesto : se le acepta su renuncia; le sucede el vice-presidente del Senado don Francisco R. Vicuña: se clausura el Congreso.

Una conferencia secreta, pero apasionada, impetuosa, viene a despejar el horizonte en aquellos momentos : muere en ella la indecisión de Freiré, i el derrocador

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de O'Higgins promete ser el salvador de la República. Se dice que acabó por decidirlo una carta escrita de puño i letra del jeneral Prieto, cuyo portador fué don José Antonio Alemparte. Se agrega que el redactor de la contestación de Freiré fué el mismo Rodríguez Aldea, el alma de todo ese movimiento. Quedó entonces convenido todo lo que se realizó mas tarde, i este es un hecho histórico incuestionable.

Creció con esta adquisición la audacia de los enemigos del Gobierno, i a los ataques solapados se sucedieron los movimientos sediciosos mas atrevidos i públicos. El 7 de noviembre se celebró un meeting en el Consulado, que ha dejado rastros imperecederos en nuestra historia. La concurrencia, compuesta de doscientas personas, después de una discusión mas o menos ajitada, dirijida por los personajes mas prominentes de la opinión -, llegó a las conclusiones siguientes : « i." No reconoce la autoridad del Cabildo, ni de la Asamblea, ni la de ningún funcionario ciryo nombramiento haya emanado de alguna de estas corporaciones -, 2 . a Declara nulas las elecciones de diputados i senadores de esta ciudad, i por la inter­vención que han tenido en las Cámaras , insubsistentes los nombramientos que estos cuerpos hayan hecho en cualesquiera empleados -, 3 . " Niega la autoridad al que actualmente obtiene el mando de la República, i a las Cámaras que se han puesto en receso. »

Esto era hacerla revolución en Santiago mismo, bajo los ojos de la autoridad : equivalía a decretarse la victoria antes de combatir. I así fué , en efecto, porque

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quedó, en lugar del presidente de la República, elejida una junta de gobierno que desde el principio asumió la actitud de verdadero jefe del Estado. La componían Freiré, Ruiz Tagle i Alcalde. Su primer paso fué dirijirse a Vicuña, exijirle en su propio palacio su abdicación i obligarlo a huir a Valparaíso. Ipso facto, el mando cambió de dueño.

Pero merece notarse siempre, como rasgo caracte-rístiico de la época, el tono que usó el triunvirato revolucionario con el presidente destronado. No lo trató de igual a igual, sino de grande a chico, de jefe a subalterno : que a tal descrédito habían llegado aquellos desgraciados mandatarios. Hé aquí este curioso documento : «. Noviembre 12 de 1 8 2 9 . — La junta nombrada por el pueblo en la reunión del 7 del que rije observa con dolor que este vecindario se halla angustiado por las inquietudes i zozobras que son consiguientes a la dislocación en que se halla toda la República. Los individuos que componen la junta se decidieron a aceptar este difícil encargo, creyendo que V. E. contri­buyese también por su parte a restablecer la perdida tranquilidad; mas hemos tenido el sentimiento de no poder corresponder a la confianza que se nos hizo por no habérsenos dado a reconocer. En esta situación vemos que se aumentan las inquietudes, porque la resistencia de V. E. , infundiendo desconfianza aun contra su misma persona, nos ha imposibilitado para tomar la mas pequeña medida. La manifestación del sentimiento público es una expresa desobediencia a la autoridad jeneral que se depositó en sus manos i por mas empeños

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que se hagan para conservarla, solo se conseguirá irritar mas los ánimos, i que se apele a medios que la prudencia del pueblo i la justicia de su causa consi­deran como indecorosos. Las medidas indiscretas en lugar de conseguir la paz, hacen que ciudadanos se precipiten, y que públicamente burlen a un gobierno que en su concepto, no tiene ya dignidad que perder. Recomendamos a V. E. que considere un momento el estado del pais, i después de una madura reflexión, conceptúe si con los elementos que tiene en su mano puede salvarlo del peligro que le amenaza. El pueblo de Santiago no ha hecho mas que seguir el grito de la justicia con que se anticiparon otros, i la resolución que tomó el dia 7 merece mas acatamiento que el que se le ha dado. Ante él mismo nos hemos hecho respon­sables de apagar el fuego de la anarquía que las infrac­ciones de la Constitución encendieron por todo el pais, i para salvar nuestro decoro, es necesario que hoi mismo dé V. E. las órdenes para que se lleve a debida ejecución la deliberación del pueblo que se le comunicó por su comisión en acta del 7 . Su negativa o dilación hará responsable a V. E. de los males que resulten i de la sangre que pueda derramarse, i la junta cubrirá su responsabilidad, publicando esta nota, para manifestar a sus comitentes la nulidad a que V. E. la ha reducido. Considerando que V. E. no debe desconocer el estado del pueblo por las ocurrencias de estos últimos dias, esperamos que sin dilación se resuelva a fallar, o sobre • la continuación de los disturbios, o sobre el restableci­miento de la paz. — Dios guarde a V. E. muchos

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(1) « Anuncio al Pueblo , » imprenta de R. Renjifo.

años.—Sant iago, noviembre 1 1 de 1 829 . — Ramón Freiré, Francisco Rui\ Tagle, Juan Agustín Alcalde. — Señor presidente interino, don Francisco Ramón Vicuña ( 1 ) . »

La mala estrella del anciano presidente lo llevó de Valparaíso, de donde se vio precisado a huir, porque esa plaza cayó en poder de los revolucionarios, a Coquimbo, donde, para colmo de sus desgracias, fué a caer prisionero en poder de sus enemigos que acababan de alzar el estandarte de la rebelión en aquella provincia.

Mas no quedó por eso, sin embargo, la capital de la República en posesión de los ajitadores triuníantes del Consulado. El ejército se mantuvo fiel al gobierno, i la junta del Consulado, aunque contaba con el pueblo i la opinión, se estrelló en los cuarteles que, si no eran la opinión, eran la fuerza, que en tales casos, aunque sea momentáneamente, triunfa de ordinario. Así sucedió en el caso actual, i Santiago, después de haber visto en la plaza, arrojado de su palacio al presidente de la República, tuvo el desconsuelo de presenciar la reacción de las bayonetas a favor de la causa que condenaba i a cuyo abatimiento acababa de contribuir. No es del caso en el rápido bosquejo de estas pajinas referir cómo se desenvolvieron estas escenas de cuartel: basta consignar el hecho.

El jeneral Prieto, entre tanto, llegaba a las puertas de Santiago. El jeneral Lastra, jefe de las fuerzas de los Pipiólos, le salió al encuentro. El 1 4 de diciembre

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se encontraron frente a frente en los campos de Ocha-gavia ; el cañoneo empezó muy de mañana: el éxito se mantuvo algunas horas indeciso, sin embargo, que a medio dia parecía inclinarse del lado de Las t ra ; entonces, lo que las armas no obtuvieron, lo obtuvo la diplomacia, terminando la batalla i evitando un inútil derramamiento de sangre. A propuesta de Prieto hubo una breve suspensión de armas, i los parlamentarios de uno i otro campo entraron a ajustar un convenio que diera fin a la anarquía, sacrificando en aras de la felicidad pública los encontrados intereses de los partidos políticos en que se hallaba dividida la República; pensamiento altamente patriótico, i cuya realización pareció posible en aquellos momentos. Que los conservadores estaban vencidos, se ha dicho, i que por eso buscaron ese camino para salvarse ; posible es que así fuera. Pero esta circunstancia no quita que el camino elejido fuera decoroso i noble ; i, lejos de ser una acusación contra los hombres de ese partido que en este negociado intervinieron, es un testimonio rendido, en obsequio de su talento, para salvar de uha manera digna en una situación difícil, i de su tacto político para salvar su bandera de una derrota que la habría desprestijiado ante la opinión pública. Derrotados o nó, el hecho es que los jefes del ejército revolucionario levantaron bandera de parlamento, i lo obtuvieron.

Resultado de la entrevista entre ambos jenerales fué un convenio, por el cual se acordó poner ambos ejércitos bajo las órdenes i mando del jeneral Freiré, nombrar una comisión gubernativa provisoria, com-

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puesta de don Francisco Antonio Pinto, don Francisco Ruiz Tagle i don Agustín E}'zaguirre, i dar por terminada la guerra civil. Tal es, en resumen, lo contenido en este convenio.

Las pasiones políticas han querido mas tarde revestir de ciertos colores sombríos este episodio de nuestros anales históricos, inventando patrañas que no tienen fundamento alguno. Han llegado hasta asegurar que Prieto hizo desarmar violenta i alevosa­mente a Lastra i a los jefes que lo acompañaban, i que fiados en su buena fé habían ido a su propio campamento a tratar: estoes de todo punto falso. Lo que hubo de verdad fué que cuando los caudillos pipiólos compren­dieron cuan crítica era la situación del ejército del sur en los momentos en que ellos suspendieron el fuego del combate, se sintieron vivamente contrariados; i a falta de humildad para confesar paladinamente su error, echaron mano de otros medios para explicar su conducta i vindicarse ante sus amigos que los habrían podido acusar de candorosos. Su falta de astucia quisieron cubrirla con la antojadiza suposición de traiciones i celadas ignominiosas que no hubo. Puede ser astucia, ardid de guerra, golpe político, la conducta de Prieto •, deslealtad, alevosía, infamia, de ninguna manera.

El convenio, es cierto, fué un verdadero triunfo para los Pelucones i una cruel derrota para los Pipiólos: . pero i cómo éstos lo aceptaron ? La simple aceptación por su parte de cualquiera de sus artículos ¿ no era confesar el derecho i reconocer la justicia de la revolución

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de octubre ? El hecho mismo de dar el carácter de arbitro al jeneral Freiré, poniendo bajo sus órdenes uno i otro ejército, equivalía por sí solo a entregarse a merced de sus enemigos. Freiré habia sido el elejido en el Consulado para reemplazar a Vicuña; sus prefe­rencias en favor de los Pelucones no habían podido ser mas marcadas que lo fueron en aquellos últimos dias : públicas eran sus enojosas prevenciones contra el ex-presidente Pinto, su complicidad en la revolución del sur, sus compromisos con el jeneral P r ie to ; esto estaba en la conciencia de todo el pais i con evidencia constaba a los combatientes de Ochagavía.

Con estos antecedentes, no se comprende la acepta­ción de ese pacto por parte de los liberales, sino bajo el supuesto de lo que hubo en realidad, es a saber, de que, lejos de considerarse Lastra vencedor en el campo de batalla, creyó que el éxito estaba mui comprometido, o que en realidad las fuerzas revolucionarias eran supe­riores a lo que aparecían. I esto se explica, porque hasta los momentos en que trataron, la caballería de Prieto, bajo las órdenes del coronel Búlnes se mantenía intacta i se habia mostrado superior a la del Gobierno -, el principio de derrota que parecía pronunciarse en las filas del primero no habia pasado de algunos cuerpos de infantería i aun no habia trascendido al resto del ejército. No alcanzaron a ver con claridad estos hechos los jefes liberales, i de ahí la suspensión de armas aceptada.

Que los Pelucones obraran de otra suerte i en un sentido diametralmente opuesto desde luego es de

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facilísima explicación: eran revolucionarios, i cualquiera transacción les equivalía a una victoria arrancada a la debilidad de sus adversarios. Hallándose, como se hallaban, en parte destrozados, unas cuantas horas de tregua les importaba la reorganización de sus fuerzas, el mantenimiento de su disciplina, el provecho inmediato i efectivo que podían sacar de su caballería, el gran efecto moral que su actitud de dictar condiciones les alcanzaba en toda la República, sobre todo, impuestas esas condiciones en las puertas mismas de la capital i a los jefes mas distinguidos i de mas nombradía del bando Pipiólo. La designación de Freiré, por su parte, estaba también dentro de la lójica: era uno de los suyos, i ellos tenían prendas seguras de su futura conducta : era hasta el candidato en que algunos pensaban como el mas aceptable en aquellos momentos.

Pero, sea de ello lo que fuere, mediando estas circunstancias, el convenio de Ochagavía fué, como dejo dicho, un verdadero triunfo para los revolucionarios. No podían esperar ni desear mas. Ardid de guerra, mostró que sus caudillos midieron en un instante i con ojos de águila la situación tal como era-, intriga diplomática, descubrió en los que la idearon i llevaron a efecto sobrada audacia i aventajado talento •, juego de partido, nada dejó que desear porque los llevó al poder, apenas puestas las firmas de los jenerales al pié de a ]uel documento.

Queda todavía que "aclarar un punto oscuro, sobre el cual aún no se ha hecho bastante luz en medio de esa tempestad de acontecimientos : la actitud que posterior-

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mente asumió el jeneral Freiré. I , sin embargo, no hay cosa mas clara. Gran corazón, dotado de bellas cualidades como soldado, era inconstante, candoroso hasta tocar en la inocencia i no tenia ninguna de las grandes cualidades que necesita un hombre público. Siempre víctima de las intrigas que surjian a su alrededor, nunca supo ni hacerse superior a ellas, ni dominarlas : las pasiones encontradas en que se veia envuelto lo arrastraban en opuestas direcciones y lo aturdían; cambiaba de afecciones y de ideas, según los influjos que alternativamente lo dominaban, i en vez de principios tenia impresiones ; a veces pelucon, a veces pipiólo, no se puede afirmar con certeza lo que era en realidad, i después de un maduro estudio de su vida i de su carácter, se adquiere la opinión de que como soldado siempre fué mucho i como político siempre poco. Por eso lo vemos haciendo en su pais un papel inferior al que le correspondía; juguete de encontradas ambiciones, no pasó de ser un instrumento mas o menos glorioso i afortunado ; honrado i valiente, pero desprovisto de aventajadas dotes de injenio, su fama de guerrero vuela a la historia con un rastro de luz inmarcesible •, su reputación de hombre público es ante los ojos de la posteridad una sombra oscura, sin fascinación ni reflejos. Brazo fuerte para resistir al choque de las caballerías enemigas en los campos de batalla, pecho débil para contrarestar el empuje del torrente de las pasiones políticas; buen hombre, pero no en la amplitud de la palabra, buen ciudadano,* merece tributo de veneración como uno de los padres

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de la independencia, pero está lejos de ser digno de colocarse en la primera línea de nuestros majistrados. I Qué de extrañar entonces que volviera a figurar en primer término en las filas de los Pipiólos hasta llevarlos al desgraciado desenlace de Lircai, si antes, en mas de una ocasión, habia estado con ellos, i contra ellos ?

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VII

Desgraciadamente los acontecimientos se precipitaron de tal manera que la anarquía pareció reventar de nuevo con esplosion violenta. Desde los primeros dias empezaron a tocarse las serias dificultades de la situación. Se suscitaron diversas i pequeñas cuestiones entre el jen eral Freiré i la junta gubernativa, que quedó defini­tivamente compuesta de los señores José Tomas O valle, Isidoro Errázuriz i José M. Guzman, este último en reemplazo de don Pedro Trujillo. Aquél se escudaba en su título de jeneral en jefe del ejército, ésta invocaba en su apoyo su carácter de Gobierno de la República. Influencias opuestas se ponían en juego por ambos lados: los Pelucones apoyaron con calor a la junta, los Pipiólos al jeneral. Con motivo de una solicitud de aquélla para retirar de Vaiparaiso al teniente coronel Amunátegui, a la cual éste se negó en términos agrios, juzgó oportuno la Junta « explicarse franca­mente, » i en nota de 20 de enero de i83o le contestó

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( i ) Imprenta Republicana.

con estas palabras al jeneral Freiré: «Nuestras diferencias, le dice, serán interminables mientras V. E. esté en la persuasión que es independiente del Gobierno en cuyo territorio reside, porque el ejército i V. E. se titulan nacionales: este es un equívoco que degrada a V. E . i trastorna el Estado entero : degrada a V. E . , porque un ejército que no pertenece a gobierno alguno seria un pirata en tierra; ¿ i se honrará V. E. de mandar con este título? Los ejércitos son creados para mantener la tranquilidad interior i defender al Estado de los enemigos exteriores; i si no hai Estado sin gobierno, tampoco puede existir, sin él, ejército que lo asegure i defienda: ese error trastorna al Estado i trastornaría al universo; si fuera admitido una vez, ¿ qué significaría un Gobierno sin fuerza? ¿ Qué seria el Gobierno con una soberanía militar dentro del Estado ? ¿Cómo concilia V. E. esa libertad, de que se titula defensor, con la soberanía militar i un ejército indepen­diente de todo gobierno dentro de un Estado libre? V. E. invoca la Constitución; pues lea en ella, si hai un principio que no sea eminentemente popular; ¿ i se concilia igual Constitución con una soberanía militar independiente ? Persuádase V. E. que mientras no se abjure este equívoco, V. E. solo será reponsable a la posteridad i a la nación de los desastres en que va a envolverla (i). »

Como se ve, esta actitud equivalía a arrojar resuel­tamente el guante.

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Prieto, entretanto, acuartelado fuera de Santiago, se negaba a entregar todas las fuerzas de que disponía al jeneral Freiré, i con pretextos mas o menos fundados perseguía en realidad dilaciones, incomprensibles para la multitud, perfectamente claras para los que hacian su papel dentro de bastidores. La razón de esta falta aparente del cumplimiento del art. i.° del convenio de üchagavía no era otra que el conocimiento que tenían los Pelucones del cambio de frente que habia dado Freiré bajo la influencia de los liberales. El que habían elejido como amigo era ahora su adversario, i no lo aceptaban. Pero la manera cómo sucedió esto perte­nece a la crónica délos pequeños medios, de las intrigas de la hora que pasa, de las sospechas infundidas en ocasión oportuna, de la mala fé de la política, en una palabra : la historia no tiene para qué echar la sonda de la verdad sobre el mar de los misterios de círculo, de ambiciones personales, de influjos momentáneos.

Ante el nuevo peligro redoblaron sus esfuerzos con increíble actividad los Pelucones, apuraron el desenlace, multiplicaron sus reuniones*, i el resultado fué que Prieto hizo su entrada en Santiago al frente de su ejércitoi puso su brazo a disposición de la junta gubernativa, que era en verdad el gobierno lejítimo déla República. Se introdujo entonces el desorden en las filas délos Pipiólos, ganaron en audacia sus émulos, i Freiré, a la media noche i el dia menos pensado, huyó a Valparaíso. Tomaba el mismo camino que meses antes habia obligado a seguir al anciano Vicuña, bajo circunstancias mui parecidas; i la coincidencia era de mal agüero! ( 18 de enero de 183o.)

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La Junta con la ausencia de Freiré, quedó sin contra­peso en el poder, i nombró jeneral en jefe de las fuerzas militares de Chile al jeneral Prieto.

No mucho después (12 de febrero), se reunía el Congreso de Plenipotenciarios por elección de los pueblos, conforme a lo acordado en el art. 8.° del Pacto de Ochagavía, i nombraba presidente i vice­presidente provisorios de la República. De esta suerte la legalidad se establecía, i pasaban los secuaces del Gobierno caido a ser revolucionarios. Quedaron elej idos don Francisco Ruiz Tagle para el primer cargo i don José Tomás Ovalle para el segundo ( 17 de febrero). Por renuncia de Tagle (marzo 3i) entró a reemplazarle Ovalle.

El drama llegaba (en estos momentos a su punto mas crítico: la lejitimidad se asilaba en Santiago con el Gobierno elegido: Freiré en las provincias del sur buscaba los dispersos elementos de los Pipiólos para oponer una resistencia armada al nuevo orden de cosas: los antiguos caudillos de aquel bando que se habían batido en Ochagavía, formaban a su alrededor un brillante estado mayor i ansiaban volver por su honor eclipsado: el país dividido en facciones que se disputaban la presa del poder con verdadero encarni­zamiento: juntos por un lado los Estanqueros, los Pelucones i los O'higginistas, por el otro los Pipiolios i los amigos de Freiré : en todas partes la ajitacion i el desorden consiguiente a este estado de cosas que aumentaban las desgracias de la patria hasta un punto exajeradísimo; los pueblos convertidos en campamentos,

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- 6 7 -los ciudadanos en soldados, los campos sin cultivo, la industria muerta, el comercio paralizado, i los dos prin cipios constitucionales, buscándose con las armas en la mano para sentar el predominio en la fuerza de sus armas: hé ahí lo que era Chile a principios del año de i83o.

No habia tiempo que perder, i mas que palabras se necesitaban actos i resoluciones prontas: una debilidad de minutos valia la muerte de la causa: era preciso obrar con enerjía i no discutir: una voluntad única, una sola cabeza convenia, i no muchas voluntades que imponerse, ni muchas voces de mando que hacerse oir: a grandes males grandes remedios, a la anarquía la acción rápida, a la lucha de ataques i defensa a medias el recurso de los golpes extremos •, i eso era lo que el pais comprendía i quería. Le faltaba el hombre para el caso, i el pais lo buscaba.

Pero i dónde hallarlo, tan lleno de abnegación, de virilidad, de aliento, como era menester en medio de esaborrasca desencadenada, para hacer brotar la luz de ese caos i reunir los elementos confusos de ese abismo i dar ser, sangre i vida, a ese cuerpo abatido i moribundo ? I Dónde hallar a ese nuevo Colon, que con el brazo tendido sobre el negro misterio de la noche, mostrara allá a lo lejos en el horizonte invisible el mundo prometido, a cuyas playas debia tocar para reparar sus tablas la destrozada nave del Estado?...

Cuenta la tradición que en una reunión en la cual se hallaban presentes casi todos los prohombres del partido Conservador se buscaban con ansiedad medios

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de salvar a la República i de dominar la anarquía que la azotaba-, se agrega queno se atinaba con ninguno,porque todos los que se proponían se encontraban incompletos, desnudos de toda probabilidad de éxito. Uno de los asistentes propuso, como tantos otros, el plan que juzgaba oportuno; halláronlo excelente, hábil, acertado, etc., etc., i sin embargo, lo rechazaron-, i las razones que tuvieron en vista fueron, poco mas o menos, del tono de las breves reflexiones escritas en las líneas anteriores. Sostuvo el proponente con cierto calor la opinión manifestada, combatiéndola otros con igual tezon, hasta que al fin dijo alguno :

— Pueden ser mui buenas, pero las medidas pro­puestas son demasiado enérjicas (se refería, dicen, a la destitución de los jefes liberales que después fué llevada a efecto) i yo las rechazo, porque no hai ninguno que sea capaz de realizarlas.

— ; P o r qué ninguno? replicó con impaciencia el iniciador de la idea.

— Porque no se atrevería nadie, contestó el impug­nador.

— ¡Pues yo me atrevo!... repuso poniéndose de pié el primero...

I el que esto decia era don Diego Portales. El problema estaba resuelto-, i sin necesidad de la

linterna de Diójenes se habia encontrado al hombre que la Providencia destinaba al efecto.

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L I B R O S E G U N D O

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I

Los jefes de partido no se elijen, se imponen. Las circunstancias no los forman, como vulgarmente se cree: los descubren. Las convulsiones políticas en sus horas mas difíciles los hacen aparecer en lo que valen, i las facciones entonces se apoderan de ellos: i ellos a su turno por una lei de lójica incomprensible se confunden en ellas, hacen suya su causa i se les entregan por completo, al mismo tiempo dominados por ellas i dominándolas. Esa especie de asimilación, de imperio recíproco, de mutuo instintivo apoyo, es lo que forma al verdadero jefe de partido, que surje del seno de los suyos espontáneamente i sin esfuerzo, i acaso en el momento en que menos se piensa.

No de otra suerte Portales quedó convertido, de la noche a la mañana, en caudillo del movimiento popular de i83o.

Habia en las facciones políticas que hacian la revo-

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lucion al gobierno de los liberales otros hombres que con lejítimo derecho podian disputarle ese puesto : algunos que eran mas ventajosamente conocidos en el pais i muchos que tenían mas largos años de experiencia en la cosa pública.

Portales era, puede decirse, un soldado de la víspera: no habia desempeñado ningún puesto administrativo de importancia, no era ni militar, ni hombre de letras, ni siquiera diputado. I sin embargo, la fuerza irresistible de los acontecimientos lo alzó sobre los demás, de tal manera, que a los pocos dias de la escena que queda referida en las pajinas anteriores, ninguno de sus corre-lijionariospolíticos le hacia sombra i todos le obedecían. La superioridad de su jenio triunfó sobre las pequeñas emulaciones i las temerosas extrañezas. Si llegó por asalto al timón para dirijir el rumbo de la nave, quedó justificado con su enérjíca i acertada conducta posterior, que le dio el derecho de seguir siendo el piloto, como el mejor de los tripulantes.

Pocos hombres públicos han hecho en menos tiempo una carrera mas rápida en el seno de su círculo: no hacia sino tres años que terciaba como guerrillero, i ya era caudillo: admira cómo adquirió en tan breve tiempo influjo tan poderoso: no se explica su prestijio sino con el conocimiento de su alto carácter. Sus servicios, por lo demás, a la causa conservadora no habían sido estrepitosos; habia hecho un papel secundario; entre los mismos revolucionarios era apenas conocido; pero su acción, si modesta i un tanto subterránea, permítaseme la palabra, habia sido acertada; si el pais no lo conocía,

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sus amigos de círculo tenian ya formada aventajada opinion de su talento; i sobretodo, su jenerosidad admirable le habia acabado de conquistar la voluntad de los suyos. Medidas oportunas que habia indicado, actos rapidísimos de que habia sido elinspirador, golpes de audacia que se habían llevado á cabo por su consejo, lo habían puesto en exhibición. Contaba, ademas, con algunos amigos íntimos que le tenian profunda afección, i estos que habían leído de tiempo atrás en el fondo de su alma eran otros tantos apóstoles que revelaban de lo que él era capaz. Así fué que, aunque el país no comprendió al principio la razón de por qué el partido conservador se entregaba al improvisado jefe, los miembros del partido lo aceptaron con confianza sobre sus mas conspicuos i antiguos directores.

Portales se hallaba, a la sazón, en aquella edad en que están en su completo desarrollo todas las faculta­des, las pasiones moderadas, pero aún no amortiguadas por los años, i el espíritu, al mismo tiempo que lejos de la inquieta turbulencia de la juventud, distante de la egoísta indiferencia que suele dominar en la tarde de la vida : edad la mas adecuada para las grandes acciones i la mas propia para los negocios públicos, pues en ella el hombre se halla en el justo medio de esperanzas i desengaños, de ilusiones i desencantos, extremos igual­mente fatales para el político. Por un lado mas pruden­cia que vigor, mas consejo que acción, mas calma que iniciativa; por el otro actividad que peca en atolondra­miento, enerjía que es imprudencia i entusiasmo fácil para dejenerar en espíritu de secta; ambos excesos

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llenos de graves peligros. Las diferentes épocas de la vida, según sea el primero o el último tercio en que nos hallamos, nos arrastran a uno u otro escollo: la edad viril nos aleja de ambas orillas, i entonces es cuando mejor se puede, i es justamente entonces cuando se debe pensar con la madurez de los viejos i obrar con la impetuosidad de los jóvenes. I hé ahí el momento de la plenitud de nuestro ser, que pareció haber sido expre­samente fijado por el dedo de Dios para la aparición de nuestro héroe en la escena pública. Contaba a la sazón treinta i seis años.

Aunque en su frente ya escaseaban los cabellos, no representaba mas edad que la que realmente tenia. Su andar, ordinariamente de prisa, sus movimientos fáciles, i la vehemencia con que solían precipitarse sus palabras, desmentían la prematura vejez de su cabeza. Era de estatura mediana, esbelto, bien formado de pecho i espalda, la cabeza admirablemente colocada sobre sus hombros, i estaba dotado de un conjunto tan simpático que tenia, sin pretenderlo, ese precioso privilejio de hacer favorables las primeras impresiones. Verlo era amarlo. El color de sus ojos era azul oscuro -, su mirada proíunda, i cuando se irritaba, terrible como el r ayo ; sus mejillas lijeramente hundidas i pálidas, su rostro ovalado i su nariz recta i un poco larga •, en sus delgados labios se dibujaba de ordinario una sonrisa amable, a veces sarcástica, i entonces amarga e hiriente como el acero. Su actitud retrataba esa mezcla de orgullosa confianza que suele dar la conciencia de] propio valer, i no era difícil desde luego conocer en él

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al hombre que está mas acostumbrado a mandar que a obedecer. No era, en una palabra, lo que podría llamarse un hombre bello; pero era una figura que atraia la atención, en cualquiera parte donde se encon­trara, perfectamente modelada i con la línea de la estatuaria romana antigua.

Pero lo notable de su persona estaba en su cabeza. Los médicos de la escuadra inglesa que hicieron la anatomía de su cadáver, se admiraron de hallarla tan hermosa i declararon que no habían conocido otra mejor. ¡ I asi se necesitaba para que en ella cupieran tan grandes concepciones!

Aunque de físico en apariencia débil, su voluntad era tan fuerte que jamás lo rendía el peso de los negocios por excesivo que fuese, hasta llegar en algunas épocas de su vida a trabajar en el ejercicio de sus deberes políticos diez i ocho horas diarias: i lo que es mas curioso todavia, siempre, aun en medio de esos ardientes i tempestuosos afanes, supo darse tiempo para conceder algunas horas a sus placeres favoritos de sociedad i a la charla íntima de sus amigos.

Era hombre de mundo i de jénio, i no incurría en la puerilidad de medir el nivel de la grandeza del alma por la despreciable hojarasca de los figurones de la escena social que se revisten de una seriedad afectada para echarla de personajes de importancia. Antes, al contrario, trataba con alegría i hasta con chiste, de las mas altas cuestiones que se ajitaron en su tiempo, administración, política, literatura, etc., etc.,pasando con una facilidad extraordinaria de una cuestión a otra, de lo mas difícil

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a lo mas sencillo, i haciendo de esta suerte que su conversación fuera siempre amena, ilustrada i prove­chosa. Su lenguaje era sencillo, franco a veces, hasta la ruda familiaridad del soldado, enemigo de expresiones bombásticas i de frases almibaradas. No era orador; pero, sí, uno de los mas hábiles conversadores que ha tenido Chile. Su elocuencia nacia de su corazón, no de sus palabras: en vez de discursos hizo decretos : su parlamento fué el país, i su público la posteridad que aún lo escucha i aplaude.

Poseía todas aquellas cualidades que fascinan a la multitud i arrastran partidarios, aquellas virtudes varoniles, propias de almas robustas, que al pueblo le place hallar en sus favoritos i que son la aureola del hombre de estado. Era audaz i jeneroso como pocos, abnegado hasta el heroísmo, i sobre todo, eminente­mente patriota. Pero este patriotismo que en el fondo de su corazón era una especie de fanatismo singular, lo arrastraba mas lejos de lo que él mismo pensaba. Tenia una convicción profunda del brillante porvenir de Chile, i cuentan los que lo trataron de cerca, que cuando hablaba sobre este punto brotaban a sus ojos las lágrimas, se enardecía su semblante i se sentía vivamente impresionado. Era para él su patria lo que para el misionero cristiano es la fé, lo qué el calor para la vida de la naturaleza. Las cartas que de él tenemos nos lo revelan a cada paso.

« Cuando reflexiono, decia en una de ellas, dirijida a un amigo, sobre un conjunto de circunstancias que a Vd. no se ocultan, me persuado que la mano invisible

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— 77 — que gobierna a los hombres i a los pueblos tiene respecto del nuestro sus designios secretos, de cuyo desarrollo debemos estar a la expectación. »

I estos designios a que alude, en mas de una ocasión creyó comprenderlos, i conforme a ellos dirijió siempre sus acciones en el curso de su carrera pública. Creia firmemente que a su patria estaba reservado el mas bello papel entre los pueblos de la América española • i esa especie de superstición jenerosa i fantástica dá luz sobre muchos de los actos de su vida que aún aparecen oscuros, porque no se ha comprendido bien el carácter del hombre. Era antes que todo, i sobre todo, eminen­temente chileno.

¿ Cómo no levantarse a una altura considerable el hombre que personificaba como ninguno el carácter, el sentimiento i los instintos mismos del pueblo en cuyo seno vivia ? ¿ I cómo no entregarse a ese hombre con entera confianza un pueblo tan exageradamente patriota i exclusivo como el chileno ?

La fuerza misma de las cosas, añadida a estas circunstancias especiales de raza, de carácter, de situación especialísima, empujó los acontecimientos hasta el punto en que aparece Portales en la escena. Levantado el telón, el personaje quedó en trasparencia, i los menos aplaudieron i los mas se preguntaron, l quién es? ¿ de dónde viene ? ¿ A dónde nos lleva ?

Nos lleva a la organización del pais, dijeron unos cuantos; pero, los mas dudaron, i con razón: habían visto aparecer en el mismo teatro a tantos otros actores que habian fracasado lastimosamente, i tenían

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_ ? 8 -derecho para desconfiar del último... ¡ Cuántas buenas voluntades puestas al servicio de la misma causa, rendidas de cansancio en la mitad del camino, o estre­lladas entre las rocas de los innumerables escollos de la ajitada vida pública de esos dias! ¡ Cuántos leales, aunque extraviados obreros de la libertad, aplastados por las ruinas mismas del edificio que piedra sobre piedra se habían empeñado en construir! ¡ Cuántas hermosas esperanzas disipadas entre los gritos salvajes de la demagojia, los sarcasmos de los egoístas, los jemidos de los cobardes i los clamores de los campos de batalla! Pinto, Freiré, los Pelucones, los Federales, los Pipiólos, los O'higginistas, nada habían hecho; nada sus,congresos, sus periódicos, sus asambleas, sus sueños constitucionales; loca impremeditación del advenedizo intentar hacer lo que los otros no alcanzaron !... De la experiencia del pasado nacia el desencanto del presente i el miedo del porvenir; i con razón decían: ¿quién es? ¿ de dónde viene ? ¿ a dónde nos lleva ?

Ahora dos palabras retrospectivas para referir brevemente la vida de don Diego Portales hasta el momento en que lo exhibimos como jefe del partido conservador.

Nacido en Santiago en 1 7 9 3 , medianamente educado, dejó trascurrir en el comercio los años mas floridos de su juventud: sus especulaciones mercantiles i la amargura de una viudez prematura, a la cual buscaba lenitivo en la distracción de los negocios i délos viajes, lo llevaron después a las playas del Perú, donde perma­neció dos años : vuelto a Chile en 1 8 2 2 , fijó su

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residencia en Valparaíso, dedicado siempre a su misma profesión, sin tomar parte activa en las luchas políticas de la época.

Entre las diferentes especulaciones que emprendió en aquellos dias, la que mas llama la atención, porque fué en realidad el orijen de su vida pública, es el célebre contrato que celebró con el ministro Benavente. Con el nombre de Portales, Cea i Ca., le fué adjudicado el monopolio de tabaco, té, naipes i licores por el término de diez años, quedando comprometida la casa a pagar, en Londres los dividendos e intereses del empréstito chileno, i en Santiago, a la caja de descuentos, la suma de 5 .000 pesos anuales.

• El negocio era de vastas proporciones i en grande escala, i podia ser inmenso, aunque aventurado. Los contratistas echaron sobre sus hombros una grave responsabilidad, necesitaban de una esmerada vijilancia para evitar los contrabandos que, en caso de existir, les traerían su ruina, i de una atención prolija para satisfacer los fuertes compromisos a que se habían obligado. El Gobierno aceptó las propuestas, porque juzgó que le presentaban Condiciones sumamente ven­tajosas, atendidos los apuros en que se encontraba el erario i la garantía que se le ofrecía. Pero es fácil de comprender que por la misma condición del negocio, las dificultades que se suscitaban diariamente eran de todo jénero: por una parte los especuladores, interesados en que los contrabandos no les arrebataran toda la utilidad que podrían reportar, aumentaban su vijilancia i se valían para ello de numerosos empleados desparramados

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en toda la república con este objeto; i por otra parte, el pueblo, contrabandista por instinto en todas partes i entre nosotros por hábito, se sentia fastidiado i se irritaba con una vijllancia que a sus ojos era un espionaje injusto, vejatorio de su dignidad, i a veces de sus derechos. De aquí nacieron el descontento'que se sus­citó en todo el país, el encono con que se miró a los contratistas, la hostilidad jeneral de que fueron éstos víctimas, i las quejas que se elevaron al Gobierno i que se dejaron oir en el seno mismo del Congreso. Merced a estas causas no se pagaron en Londres en las épocas señaladas los dividendos e intereses adeudados; se aumentaron las dificultades nacidas de la situación misma de las cosas; el negocio cada dia se presentaba bajo peor aspecto. Por último, sucedió lo que era natural que sucediera : ^después de ardientes debates i ásperas recriminaciones, el Congreso acordó arrancar el estanco de manos de los contratistas. Al efecto, se nombró un tribunal, compuesto de cuatro jueces, dos por cada una de las partes litigantes, con la facultad de liquidar, sin ulterior recurso, las cuentas pendientes entre el fisco i la casa de Portales, Cea i Ca. Desem­peñado su cometido por los arbitros, el resultado fué un alcance afavor déla última de 8 7 . 2 6 0 pesosimedio real.

Este es, en breves palabras, el negocio del Estanco, que ha dado oríjen a tan diversas i ardientes interpre­taciones que no es de oportunidad recordar, i que no puede, sin embargo, ser mas sencillo. Fué, sin duda, un error del gobierno celebrarlo; pero no hubo

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favoritismo, ni innoble mercancía de parte de los contratantes, ni mala fé de nadie. En el día, a la luz de mas aventajados conocimientos económicos, es fácil comprender cuan extraviado es el criterio científico que acepta i proteje los monopolios : no así, sin embargo, en aquellos años en que la ciencia no habia aún pronun­ciado su última palabra sobre el particular, ni nuestro pueblo se habia habituado a la vida de libertad en todas las esferas de la actividad humana que ahora forma su modo de ser natural i diario.

Portales, celoso de su honra, no quedó satisfecho con el fallo de los jueces, aun que éstos le daban un saldo no despreciable a su favor : de sobra sabia las hablillas del vulgo i no quería dejarlas sin respuesta : sobre el especulador estaba el ciudadano, i el corazón del uno pesaba mas en la balanza del alto respeto de la concien­cia pública que el cálculo frió, metalizado, del otro. Pidió, suplicó, exijió, por fin, que a la sentencia se agregara la siguiente cláusula: «Art. 1 0 . Otorgarán (los contratistas) asimismo fianzas por la cantidad de cien mil pesos que se adjudican al que los descubra i les pruebe suplantación de partida, inexactitud, dolo o fraude en los libros, sin perjuicio de condenarlos al lasto que corresponda por el error malicioso que apareciese. »

Era, en verdad, un reto caballeresco lanzado a la mordacidad de los malos por el hombre de bien que estaba seguro de su honradez acrisolada!

El resultado práctico del negocio del estanco para Portales fué que lo que perdió en bienes de fortuna lo

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ganó en reputación de hábil i prudente. No sufrió menoscabo alguno su crédito de comerciante i dio a conocer su enérjica perseverancia para realizar arduos propósitos i llevar a cabo difíciles empresas. Su misma especulación, ademas, puso a su servicio otra arma poderosa, que, bien manejada, le fué mas tarde de una inmensa ventaja. Me refiero al gran número de empleados que dependieron directamente de él, i que acostumbrados a obedecerle i a respetarle en la vida privada, aumentaron su respeto i su adhesión en la vida pública hasta hacerse adeptos celosos i sostenedores sinceros de su política. De entre ellos sacó sus mas decididos partidarios, lo que dio oríjen al nombre de « Estanqueros » con que fueron bautizados después los afiliados al bando de que él era jefe.

Desde este momento la personalidad política de Pór­tales quedó acentuada. El contacto inmediato de los hombres i de las cosas lo inició en un mundo, en el cual no se habia probado hasta entonces. Sin pretenderlo, ni darse él mismo cuenta de ello, se encontró de repente en medio de la tempestuosa escena en que se ajitaban tantas i tan encontradas pasiones, i hombre de corazón no pudo eximirse, ni estaba en su carácter proceder de otra suerte, de manifestar sus opiniones con franqueza i de sentirse impresionado con lo que pasaba a su alrededor. Por simpadas de ideas conservador, lo hicieron profundamente antipipiolo los acontecimientos de la época. Estaba en manos de éstos la madeja tan enredada, sus prohombres mostraban tan poco tino para dirijir el Estado, que en su espíritu organizador i sereno

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no pudo menos que adherirse a aquéllas, quien sabe si tanto movido por sus principios, cuanto por la antipatia a los últimos. Si hasta aquí su modesta posición de comerciante le permitía mantenerse lejos de la cosa pública, ahora no le era posible conservar ese aleja­miento, desde que su influjo pesaba en la balanza i su palabra arrastraba la opinión de algunos amigos. Sus mismos compromisos mercantiles habían subido de la escala individual i privada a la condición social i pública, i esta circunstancia lo hacia, mal de su grado, personaje en el campo déla opinión. Le era imposible desprenderse de ese nuevo papel que habia nacido con su especulación del estanco, i hé ahí cómo tenia que aceptarlo necesariamente.

En conclusión, Portales entró a terciar en la política militante arrastrado por los acontecimientos : su puerta de entrada fué su especulación con el gobierno de 1 8 2 4 , i su bandera la enseña de los Pelucones, a cuya sombra peleó las batallas de la libertad desde los primeros tiros que disparó sobre las filas enemigas.

Que Portales era conservador, no cabe duda : era la encarnación, por decirlo asi, de las ideas de ese partido. Todas sus virtudes son de esa escuela: su enerjia, sus creencias, su constancia, su desprendi­miento, su patriotismo.

Su concurso, sin embargo, en los años 27 i 28 no fué de mayor importancia. Se dijo por aquel tiempo que era uno de los redactores de El Hambriento, periódico satírico que tuvo tres meses de vida i dio golpes crueles al bando liberal: pero no hai prueba alguna que acre-

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- 8 4 -dite la verdad del hecho, i si no es posible desmentirlo de una manera absoluta, seria lijereza asegurarlo. Lo que hai de cierto es que era amigo íntimo de los que se batían en sus columnas. Mas, sea de esto lo que fuere, no traería ello ni honra ni descrédito a su reputación literaria, porque el tal periódico no fué de notable mérito, si bien gozó de una aura popular estraordinaria.

Ya en el año 29 vemos a Portales haciendo un papel mas activo e importante. Asistia a todas las reuniones i juntas secretas que celebraban los Pelucones, i en ellas su opinión era favorablemente acojida. Le hacían círculo Benavente, Gandarillas i Renjifo; i a la cabeza de ellos i a su nombre se comunicaba con Pr ie to ; proyectaba planes con Rodríguez Aldea, i en odio al enemigo común hacia momentánea alianza con Infante. No era raro verlo en conversaciones sospechosas con algunos militares peligrosos para el gobierno de Pinto. Se le acusaba de conspirador i se espiaban sus pasos. El horizonte se iba poco a poco dilatando i bosqueján­dose su figura en él rápida i distintamente.

Llamó la atención su conducta con motivo de la poblada del Consulado que destituyó al presidente Vicuña. Se reunían fondos en la víspera: faltaban éstos i estaba a punto de fracasar la revolución : Portales depuso en la caja común la suma de cuarenta mil pesos : toda su fortuna al triunfo de la causa! Yo he recojido esta anécdota de labios de la misma persona que manejó esos fondos.

Vinieron los úlíimos acontecimientos, en cuyo punto suspendí el hilo de esta narración en el libro anterior; i

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en ellos Portales fué, a veces el alma, siempre uno de los colaboradores mas importantes. Se encontró en Ochagavia, i en los momentos en que se creyó perdida la batalla, fué él comisionado para preparar la retirada del Ejército revolucionario. Con este objeto se adelantó hasta la Calera, donde alcanzó a tomar algunas medidas oportunas para el caso de la probable derrota. Entró con Prieto en la capital •, i fué entonces, en medio de ese laberinto de intrigas i escaramuzas políticas, cuando se mostró de lo que era capaz. En la enerjía de los Pelucones'se trasluce el influjo de su carácter; la actitud franca de la revolución, a medias triunfante i a medias vencida, que le dio al fin la victoria, a él en gran parte se debe; la espresion neta de las pretensiones de Prieto i del Congreso de Plenipotenciarios que vino a definir la situación, es el reflejo de su alma de fuego; sin necesidad de penetrar en' el secreto de aquellos dias, en las íntimas reuniones, en los misteriosos influjos, en los cubileteos de círculo, no es difícil adivinar la mano que dirijia i obraba. Las pulsaciones del corazón de Portales son los actos de aquellos dias, hermosos para nuestra historia, porque fueron los de la rejeneracionde la República.

Así fué como el hombre descubrió su jenio, i hé ahí en pocas palabras los antecedentes con que se presentó en primera linea en la hora del peligro.

El decreto que lo nombró ministro de estado (6 de abril de i 8 3 o ) dice así : « No sufriendo ya demoras la actual crisis del estado, i hallándose retardado el despa­cho del gobierno por falta de los ministros nombrados,

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que han hecho presente no hallarse todavía en estado de encargarse de los respectivos ministerios, nombro ministro de estado en los departamentos de relaciones exteriores, del interior i de guerra i marina, a don Diego Portales, de cuya actitud me hallo plenamente satisfecho, esperando de su amor patrio este nuevo e importante servicio a la causa pública. — Tómese razón i comuniqúese. — Ovalle. — Meneses. »

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La anarquía, entre tanto, tomaba cuerpo en las provincias del sur. El jeneral Freiré, a la cabeza del ejército liberal, tenia establecido su cuartel jeneral en Talca; i allí se le habían unido los coroneles Viel i Tupper, con las fuerzas de que disponían en Chillan i el coronel Rondizonni con las que habían desembarcado en la costa de Colchagua. Ascendía el número de su ejército a mas de mil hombres de infantería i seiscientos de caballería, con cinco piezas de artillería, toda tropa disciplinada i perfectamenta equipada. Lo acompa­ñaban ademas, a titulo de auxiliares, dos o trescientos indios araucanos de caballería armados de largas lanzas; i ocupaba una escelente posición militar al lado del norte de la ciudad de Talca.

El ejército del partido conservador, bajo las órdenes del jeneral Prieto, no hacia mucho que había llegado

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de Santiago i se hallaba acampado a tres o cuatro leguas de la misma ciudad.

Tales eran sus posiciones respectivas en la mañana del memorable 17 de abril de 1 8 3 9 . Pronta estaba a decidirse en pocas horas la suerte del pais, e iban a resolver con las armas en la mano los dos grandes partidos que habían hasta entonces dividido a los chilenos desde los primeros dias de la independencia, cuál de ellos era el destinado a quedar al frente de los negocios públicos. El uno habia hecho su ensa3^o de gobierno i dado la medida délo que era capaz: el otro aun no habia, sino por momentos, dominado, sin dar pruebas suficientes todavía de lo que de él podia prometerse el país. Se jugaba una gruesa partida, i el duelo tenia que ser necesariamente tremendo, de inmensas consecuencias para el uno i el otro : de él dependía la vida o la muerte del mas afortunado: la República entera esperaba con ansia, i las almas patriotas seguían con vivísimo sobresalto la marcha de los acontecimientos que con tanta rapidez se iban desarrollando i que llegaban en aquel momento a la hora de la crisis: los jefes mismos de ambos ejércitos parecían sentir sobre sus cabezas la grave carga que sobre ellos pesaba, porque tres largos dias pasaron ambos, et uno al frente del otro, en el mismo campo, sin atreverse a dar la batalla: ninguno quería ser el primero en echarse encímala responsabilidad del primer tiro que iba a ser la señal de sangre para la posteridad : ¡ nunca una mañana mas solemne en las ajitaciones de nuestra existencia política!

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Freiré movió sus tropas. Víctima de una impru­dencia incomprensible, abandonó las magníficas, posiciones que ocupaba i fué a colocarse en la mitad del llano de Cancharayada, de fatales recuerdos para Chile, dejando a su retaguardia el estero de Lircai: torpe movimiento, porque iba a ocupar un campo abierto i completamente llano donde la caballería de Prieto, veterana i superior en número a la suya, podia obrar con libertad i con ventaja. ¡ Cuánto mejor le habria sido sostenerse en sus posiciones primitivas i es­perar el ataque, o seguir la opinión que se dice manifestó Tupper, de dar una sorpresa al enemigo sin abandonar un instante las posiciones que tenían ocupadas! De esta suerte la formidable caballería de Prieto se habria hallado impedida para moverse con prontitud por los accidentes del terreno i las murallas de las propiedades de los alrededores de la ciudad misma, i solo se habria batido la infantería, en la cual la superioridad, a no dudarlo, estaba de parte de Freiré, pues eran reclutas en la mayor parte los soldados de aquél. Prieto, que comprendió este error lo aprovechó en el acto, i sacó de él todo el partido que le dejaba su adversario. Sin aventurar inmediatamente la batalla movió su campo, siguiendo las riberas del rio Claro, hacia el sur, hasta colocarse entre la ciudad de Talca i el ejército enemigo •, i solo cuando ya se halló asegurado en esta posición dio la orden de ataque.

Estos movimientos duraron casi cuatro horas •, y eran ya las diez i media del dia.

No pasó mucho tiempo sin que la caballería del

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— go — ejército conservador, mandada por el valiente coronel Búlnes, se lanzara a todo escape sobre la del ejército liberal i la rompiera en pedazos. Inútilmente el coronel Viel, al frente de ésta, hizo prodijios por contenerla, que sus esfuerzos fueron vanos i no pudo evitar que se desparramara por el campo i llevara el desorden a sus propias filas. Entretanto, la artillería de Prieto, mui superior a la contraria, maniobraba a campo abierto i destrozaba a mansalva a la infantería de los Pipiólos, que por. mas que combatía heroicamente se veia horriblemente diezmada, lo que aumentaba el pánico que empezaba a pronunciarse. Formada en cuadros erizados de bayonetas, podia mui bien resistir a la caballería de Búlnes que cargaba sobre ella; pero le era imposible resistir a los cañones que desde lejos la combatían. Tupper que estaba a su frente la mantenía en sus lineas -, pero para su angustiosa situación no contaba con elementos de resistencia suficientes para vencer el común ataque de que era víctima. En un desesperado arranque de enerjía cargó a la bayoneta sobre la caballería; pero, si con tan atrevido movimiento salvar pudo su honor, no logró arrancar la victoria de manos de sus émulos que ya la tenían conquistada. El éxito le fué contrario, i pagó con su sangre su temerario arrojo.

A las dos de la tarde el cañoneo habia cesado, i seiscientos cadáveres cubrían el campo de batalla.

La mala estrella con que Freiré habia empezado esta campaña, se manifestó de una manera terrible en este tristísimo desenlace. Nadie le ha negado jamás a este

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— 9 i — caudillo su título de valiente a toda prueba; i sin embargo, en Lircai es incomprensible su conducta. Perdió su tranquilidad de soldado, i no acertó a tomar medida alguna de oportunidad para mantener, siquiera algunos minutos, la incierta balanza del éxito : sus movimientos, sus escaramuzas, todas sus dispo­siciones fueron contrarias a toda extratejia: careció en aquel dia fatal para su gloria de enerjía i de pruden­cia, que , a tener la una o la otra , o no habria abandonado su posición ventajosísima o habria cargado con mas ímpetu i denuedo. Se mostró inferior a su reputación i a sus antecedentes militares. Prieto , por el contrario, tuvo la felicidad de proceder de una manera enteramente diversa: prudente para buscar la posición que le favorecía, no se empeñó en la batalla hasta tener la seguridad de su ventaja, i después de ver colocadas sus piezas en alturas convenientes i sus caballerías en terreno adecuado, i enérjico para arrebatar con un golpe de mano el triunfo, dio la voz de carga a sus tenientes i los lanzó con la rapidez del rayo sobre las filas enemigas, antes que éstos pensaran siquiera que el combate estaba tan seriamente comprometido. Aprovechó la superioridad de su caballería para este fin con notable acierto, sacando todo el provecho que era posible de la impremeditada conducta de su émulo haciendo de sus faltas su arma de victoria. Se mostró, en fin, como jefe a una altura superior a Freiré, a pesar que Freiré, salvo Búlnes, es hasta el dia el mas brillante soldado de la república. Era el destino que perseguía a este mal aconsejado caudillo...

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Tal fué la muerte del partido Pipiólo en los anales de nuestra historia. Lircai es su sepulcro.

No por eso, sin embargo, quedó el pais del todo tranquilo. La enfermedad revolucionaria se habia hecho demasiado crónica para que no quedaran rastros i jérmenes peligrosos que aún era necesario estirpar. El coronel Viel, retirado hacia el norte, después de la derrota, con una parte de la caballería que habia logrado salvar, amenazaba a Santiago. Se dice que animó mucho a Freiré para llevarlo consigo i tentar un último esfuerzo; pero que este jeneral desalentado se negó a seguirlo, prefiriendo buscar su salvación en la capital misma, a donde llegó disfrazado en las altas horas de la noche, con el ánimo de permanecer oculto hasta mejores tiempos.

Viel siguió adelante: mas no intentó el movimiento que se le suponía, sea porque no creyera que tenia fuerzas suficientes para lanzarse sobre el corazón mismo del gobierno, sea porque recibiese órdenes o avisos que lo obligaran a desistir de su propósito. El hecho es que, después de un corto e insignificante tiroteo en Melipilla con una tropa de milicias improvisadas, fué a dar a la provincia de Coquimbo en busca de don Pedro Uñarte , que al propio tiempo venia con rumbo al sur a engrosar las filas de los Pipiólos. Juntas ambas fuerzas, pensaron los dos caudillos en el primer proyecto de Viel i se lanzaron a realizarlo: la capital fué el objeto de sus esperanzas.

El gobierno les salió al encuentro, i para atacarlos mandó una expedición de trescientos hombres bajo las

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órdenes del jeneral Aldunate. En las cercanías del pueblo de Illapel se vieron las caras los contendores, i en vez de batirse entraron a tratar: no con gran trabajo se pusieron de acuerdo en las bases de la negociación i firmaron un convenio en un lugarejo denominado Cuzcuz el 17 de mayo (i83o). En su virtud Viel deponía las armas, i Aldunate dejaba en libertad a los soldados revolucionarios para que se retiraran a sus hogares i reconocía a los jefes i oficiales sus grados respectivos: i de esta suerte quedó completamente dominada la anarquía i apagada la última chispa de su incendio. •

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III

Portales llevó al poder una sola i grande idea: la or­ganización de Chile.

Para realizar su levantado propósito necesitaba reves­tirse de una enerjia incontrastable, i no respetar nada, ni transijir con nadie: destruirlo todo para reedificarlo todo, hé ahí lo único que le correspondía hacer, i eso fué lo que hizo. Desde luego aceptar toda la responsa­bilidad de sus actos, hacer sistema de una inflexibilidad heroica i arrostrar los odios mas encarnizados: mirar siempre adelante, nunca volver los ojos atrás, dejando en la mitad del camino a los cansados i a los tímidos, siguiendo con los valientes: i por último, ofrecerse él mismo en sacrificio, él mismo, a trueque de coronar la obra que en sus ensueños de patriotismo vislumbraba i perseguía. Tal fué su resolución.

La época era de actos i no de palabras, i para impo­nerse al pais convenia herir lo mas alto para dominar por completo a lo de mas abajo. Por eso empezó con

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un golpe de audacia que en unos cuantos minutos lo dio a conocer tal como era. El mismo 17 de abril, cuando estábamos en plena revolución, sin que aun se -pudiera saber en Santiago el desenlace de la campaña del Sur, puesto que en ese mismo dia se libraba la batalla de Lircai, dictó el mas formidable decreto que ha salido de nuestros ministerios, i, atendidas las circunstancias del momento, el mas atrevido que rejistra nuestro Boletín de leyes. De una plumada dio de baja al jeneral Freiré i a los ciento treinta i seis jefes i oficiales que con él hacían armas contra el orden de cosas establecido.

Medida de persecución se ha llamado a este acto: nó; fué perfectamente justo i legal. Temeraria habría sido, i atropellada sin duda, si el gobierno que la dictaba no hubiese sido ya reconocido de hecho i de derecho como el único lejítimo por el pueblo, cuyos destinos rejia: injusta i arbitraria, si en medio de la guerra hubiese podido ponerse en duda cuál era la autoridad constituida conforme a la voluntad i al voto de la nación. Mas como no era esto así, porque el Congreso de Plenipo­tenciarios, nombrado en elección popular, con el objeto de organizar la República, habia elejido digna i libre­mente a su gobierno, que lo era a la sazón don José Tomás Ovalle, que estaba en posesión de las que de derecho le correspondían, i que se hallaba definitiva­mente constituido, era el ejército vencido en Lircai el anárquico, i por consiguiente, no tenia derecho a exijir, no digo la conservación de sus grados, ni siquiera garantías de ninguna clase.

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Es desconocer por completo las mas triviales nocio­nes de los principios de autoridad el condenar con estos antecedentes a un gobierno, que, para sostener el orden i destruir la guerra civil, dicta providencias enérjicas i eficaces en obsequio de su propia conservación i de su propia vida. Negarle la facultad de dar de baja a los militares que con las armas en las manos vienen a arro­jarle del poder, equivale a consagrar el militarismo mas absurdo i a arrojar a los pies de los caballos de los sa­bleadores los sagrados derechos del pueblo, los títulos mas reconocidos de la soberanía nacional. Porque, sino, ¿qué medio le queda para mantener incólume el respeto de la lei i a la autoridad de que está inves­tido?...

Triste, no hai duda, fué que en el decreto en cuestión estuviesen comprendidos valientes capitanes quehabian derramado su sangre en mas de un campo de batalla por la libertad de la patria. Pero, ¿que hacerle? esa misma libertad exijia la medida estrema que tomaba Portales, i cuanto mas altas las cabezas, mas noble la acción. No hubo allí odio a tal o cual persona, como falsamente se ha supuesto: lejos de eso, fueron el amor a la patria, la aplicación del sistema, el servicio de la causa del orden, los móviles del acto. Pudieron en aquellas horas de calor caber malas interpretaciones, i esto es natural: pero hoi, lejano el rumor de aquellas batallas, apagadas las pasiones de aquellos tiempos, la historia levanta francamente el velo que cubre a aquellos hombres i aquellos acontecimientos, i revela la verdad i la muestra palpable, clara i evidente. Por -

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— 97 — tales queda justificado; i aún mas : este su primer arran­que de poder es el mas valiente eslabón de su cadena de heroismo. Que por lo que toca al efecto político que produjo la medida, no pudo ser mas lisonjero para los que la dictaron. El país comprendió que tenia gobierno, i los revolucionarios de oficio que eranhom-bres a las derechas los que mandaban. Tan cierto es que el mayor de los peligros es la cobardía, i la audacia el mas prudente consejero en los grandes conflictos.

Inspirado en las mismas ideas que lo movió a lanzar el decreto de 1 7 de abril, procedió el gobierno en el conocimiento de los tratados de Cuzcuz que celebró Aldunate. Los desaprobó de una manera terminante»

Esta resolución ha dado oríjen a violentos ataques que sin criterio i con pasión se han ido sucediendo desde aquel tiempo hasta la fecha. Pero, bajo el punto de vista jurídico, ¿ se puede negar que obró dentro de la esfera del mas estricto derecho al negar su ratificación al convenio de Cuzcuz, acordado i firmado por uno de sus jenerales sin poderes ad hoc i sin instrucciones especiales para proceder en el sentido que lo hizo? Basta tener un mediano conocimiento de derecho público para resolver la cuestión. Todo tratado necesita como complemento necesario para solemnizarse la ratificación del gobierno a cuyo nombre se efectúa; i esta ratifica­ción depende única i exclusivamente de la voluntad de este último. Es un absurdo sostener la doctrina contraria respecto a la ratificación de los tratados celebrados a su nombre por sus jenerales, diplomáticos o subalternos de cualquiera condición que sean, i ¡ con

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- 9 8 -cuánta mayor razón si éstos han procedido sin instruc­ciones relativas al objeto de su convenio! Ademas, por lo que toca al aspecto político de a cuestión, para formarse una conciencia exacta i justa del proceder de Portales, conviene tomar en cuenta la época, el estado de desorganización que existia, el cansancio que aflijia al país con la larga i desastrosa guerra civil que habia sufrido, i el miedo que todos abrigaban de que la anarquía se prolongara sin término si los hombres del poder no reaccionaban de una manera enérjica contra el antiguo estado de cosas : era de una evidencia incues­tionable el que si los jefes i oficiales de la revolución quedaban impunes, el orden no se afianzaba, i se repetirían los mismos excesos i los mismos abusos de antes: los militares estaban acostumbrados a quedar sin castigo después de sus motines de cuartel, i esta situación se hacia insostenible, i era de absoluta necesidad ponerle de una vez i para siempre atajo: a seguir el ejemplo de los gobiernos anteriores, de'perdonar por debilidad i de proceder siempre a medias i nunca de frente contra los anarquistas, no habia medios humanos de constituir la República sobre bases sólidas i permanentes en medio délas borrascosasi desbordadas pasiones que la ajítaban; proceder de otra suerte que como procedieron los pelucones en esta ocasión, era consumar por sus propias manos el suicidio político de su propio part ido, desprestijiarse ante los ojos de la opinión, caer en las mismas faltas que echaban en cara a sus émulos, dar el golpe de gracia a su sistema en los momentos mismos en que lo ponian en planta: corolario imprescindible,

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inmediato del decreto de 1 7 de abril, era la desapro­bación de los tratados de Cuzcuz, i la lójica inflexible de las ideas i de los hechos tenia que llevar necesa­riamente las cosas hasta este último estremo.

Hubo allí, si se quiere, algo de severidad rigorosa, de terquedad inflexible: pero de deslealtad nada ; de ilegalidad mucho menos.

Los escritores liberales han procedido con lijereza en la apreciación de este acto, i se han extraviado por consiguiente de una manera lastimosa: no han apreciado en su justo valor la conducta de Portales i los suyos, juzgándola bajo el falso supuesto de encontrar torcidos móviles donde hubo ardiente patriotismo, i espíritu de odio mezquino donde únicamente ambición jenerosa del engrandecimiento de la patria, i hé ahí su error. En cambio, no han faltado escritores distinguidos que se han inspirado para formar su juicio en el recto criterio de la justicia i del conocimiento histórico de la época. « No fué una venganza de partido, dice Sotomayor Valdes, ni menos una venganza personal, sino la sanción de un sistema con que el nuevo gobierno creyó poder -asegurar su existencia i dar mas sólidas garantías a la tranquilidad déla nación (1). »

Que Portales obedecía en este acto como en todos los demás de su vida pública, a un sistema de inflexi-bilidad incontrastable, no cabe duda; i tan cierto es esto, que no puede citarse uno solo de inconsecuencia o contradicción a este respecto en todo el período que

( 1 ) « Historia de Chile. » — De I 8 3 I a 187 1 .

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abraza su época de poder desde el primero hasta el último día. No se desvió jamas un punto de esta marcha que fué la aplicación lójica de sus convicciones profun­das, sin dejarse doblegar en lo mas mínimo ni por el temor de los que lo amenazaban, ni por las súplicas de los caídos, ni por las influencias de los amigos o favoritos. No hai un ejemplo en su vida de un proce­der contrario. La inflexibilidad en el cumplimiento del deber i en el castigo fué su lema de gobierno; i como empezaba por aplicarlo a los suyos, no tuvieron razón los enemigos para quejarse de que sobre ellos pesara el brazo de hierro del ministro omnipotente. Animado como se hallaba de un patriotismo ardiente, todos sus otros sentimientos los sacrificó en estas aras, i de aquí es que siendo de carácter mas inclinado a perdonar que a he r i r , se ostentó siempre excesivamente severo. Creyó que así cumplía su deber i que una política tirante i enérjica, igual para todos, era la que convenia en las circunstancias difíciles que el país atravesaba; i una vez formada en su conciencia esa convicción profunda, sin volver los ojos atrás, sin dar lugar a indecisiones mas o menos poderosas, se lanzó con resolución a poner en práctica su idea, dotado como estaba de una escepcio-nal enerjía.

Podría traer al caso mil pequeñas anécdotas que prueban esta aseveración. En una ocasión que se trataba del indulto de un reo, en que innumerables empeños se ponían en juego para obligarlo a ceder, respondió con estas solemnes palabras: «Si mi padre se metiera en una revolución, a mi padre fusilara.» «Diga

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Vd. al Presidente, dijo en otra ocasión no menos nota­ble i de no menor interés público que la primera, que ha hecho mui bien en dar su palabra de honor para el indulto, puesto que la Constitución le da esta facultad; pero que nombre otro ministro de la guerra que auto­rice ese decreto. » Llamaba a la lentitud del gobierno para tomar las medidas enérjicas que él creía oportunas, « marcha a medias, creadora de revoluciones i oríjen exclusivo del descontento de los buenos i de sus des­fallecimientos, i de la audacia de los malos ( i ) . »

Por otra parte , decia en carta confidencial en 1833 a Cavareda, hablando de ciertas conspiraciones contra el gobierno, « por otra parte me alegro, para que nuestro Presidente se convenza alguna vez de lo que le he dicho mil, a saber, que solo puede tenerse confianza en el hombre de honor, i que toda distincio al malo es lo mismo que criar cuervos, i solo sirve par hacer desmayar al bueno. Si Vd. examina bien e oríjen de los males que nos amenazan, lo encontrará en las consideraciones indebidas que han merecido a nuestro presidente muchas personas que solo merecían un presidio, i, sobre todo, en su .conducta tan poco pronunciada. » I pasando del tono serio al tono de la burla que él acostumbraba usar entre sus amigos íntimos, escribía estas orijinales palabras: « Palo i bizcochuelo juntos i oportunamente administrados, son los específicos con que se cura cualquier pueblo por inveteradas que sean sus malas costumbres (2).»

( 1 ) Carta del i 3 de marzo de 1833 a D. Ramón Cavareda. (2) Carta del i . " de abril de i 8 3 7 a D . F . Urizar Garfias.

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Mas no era una violencia inconsciente i salvaje como la de los tiranos la que él predicaba como la mejor política: era la justicia rigorosa i concienzudamente aplicada. El mismo se e "¡carga de explicar su pen­samiento : hé aqui sus palabras, tomadas de una carta íntima: « Yo he estado, dice, i estoi mui lejos de querer medidas violentas; soi mui decidido por los trámites legales cuando las circunstancias lo permiten: lo que he querido decir es que desalienta ver castigar a los picaros por sediciosos, i ver al mismo tiempo al gobierno acompañándose del coronel L. . . , que no es menos picaro ni menos sedicioso que los demás (i). »

Los mismos enemigos de Portales han convenido en que su alma no era cruel, i si obró con rigor fué nada mas que por servir mejor a su sistema. I esto, comprendiendo que su inflexibilidad podia dañarlo a él mismo, que atraía sobre sí los odios encarnizados de ios que, heridos por el brazo de la leí, iban a hallar en él un juez implacable, i que se abría a sus pies un abismo preñado de la ira de los vencidos i de la venganza de sus enemigos: i esto, ademas, conociendo mas que cualquiera otro el país en que vivía, la clase de odiosi­dades que despertaba a su alrededor i el contraste entre la conducta conciliadora, tolerante hasta la debilidad, prudente hasta el miedo, de sus predecesores en el poder, i la que él observaba, fría, inflexible, casi aterradora Mas no por eso se doblegó atemorizado, ni se sintió desfallecer un instante en su noble propósito de salvar

( i ) Carta a D . Ramón Cavareda. — Marzo i 5 de i 8 3 3 .

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a la patria por esos medios i a la luz de esa inspiración, que era a su juicio la única honrada i justa.

Cumple, empero, preguntar: ¿era bueno el sistema ? ¿ era el mas conveniente para el fin que Portales se habia propuesto obtener, el mas adecuado paralas con­diciones morales de la república, los hombres de la época i las ideas que dominaban entre nosotros? El criterio histórico responde afirmativamente en presencia de los antecedentes recojidos en medio del desbarajuste de los años anteriores,porque ¿qué habian obtenido los gobiernos con dejar sin castigo a los revo­lucionarios que turbaban diariamente la tranquilidad pública ? ¿ se habia logrado por ventura dar el golpe de gracia a los abusos de demagojia o a los motines de cuartel? ¿o se habia, acaso, con ese sistema de mal entendida clemencia, restablecido definitivamente el orden social i afianzado sobre bases sólidas la prospe­ridad del Estado? Todo, menos que eso: las revoluciones seguian, la anarquía era el estado ordinario, los caudi­llos, contando con la impunidad, se hacian cada vez mas temibles y mas audaces; los ciudadanos pacíficos abandonaban la cosa pública i se encerraban en sus casas; en fin, la decadencia era cierta, la postración de los ánimos inmensa, la ruina de la república inminente.

Con el ejemplo de los tristes resultados que habian dado la induljencia o la debilidad de los gobiernos Pipiólos, ¿ podría obrar de otra suerte cualquier hombre de entereza i juicio que se hallara en la escepcional situación en que se encontraba Portales, que acababa de echar sobre sus hombros la inmensa carga, llena de

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reponsabilidad, de salvar i organizar la República? ¿ podia adoptarse otro camino para anular el pasado con el fin de inaugurar una nueva era de paz, de grandeza i de progreso? N ó : i los sucesos posteriores, i la marcha que desde entonces ha seguido la República lo probaron de una manera incontestable, dejando com­pletamente justificada su conducta i mui en alto su tacto político; i si es lícito juzgar de las acciones de los hombres por sus resultados, lo que hai razón para admitir tratándose de negocios políticos, que se escapan a la previsión del momento i tienden a los acontecimientos del porvenir , queda aquel hombre ilustre vindicado ante la posteridad de los ataques que mereció, cuando aun estaban frescas las heridas que abrió i palpitantes las pasiones que despertó con la invariable aplicación de su sistema.

Se comprende que en una época de paz, cuando el respeto de la ley está encarnado en los ciudadanos, i la tranquilidad suficientemente garantida por la fuerza misma del tiempo i de las cosas; cuando las facciones de secta i de partido no se han irritado en los campos de batalla ni recrudecido con el fragor sangriento de las armas; cuando se discuten los grandes intereses nacionales i los altos principios en las luchas tranquilas i nobles de la libertad, que abre vasto campo a todos en la prensa, en la tribuna i en las urnas electorales, se comprende que entonces la autoridad, que debe estar mas arriba de las pasiones ardientes, no necesite hacerse sentir, i que, lejos de robustecer su fuerza con medidas vigorosas, deba depositar plenamente su

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confianza en el pueblo i no poner restricción de j enero alguno, ni a los ciudadanos, ni a las aspiraciones lejítimas de los círculos, ni aun a los conciliábulos de los parti­dos. Pero, cuando la situación es distinta, cuando la máquina de la administración pública está gastada i sus resortes inutilizados por el abuso de los unos i la insolencia de los otros; cuando las leyes no son mas que letra muerta, sin merecer ni alcanzar el respeto de los gobernados ni délos gobernantes; cuando un pueblo, a fuerza de querer vivir aprisa, se ha postrado, i ha pasado de un golpe del estado de la infancia a una vejez prematura, perdido el vigor, apagado el estímulo, muerta la fe en un porvenir mas claro; entonces no hai duda que la autoridad necesita robustecer su acción, i detener al mismo tiempo con un brazo el empuje de los que se lanzan ciegos a las represalias de la violencia, i con el otro la deserción de los hombres tímidos que huyen i que siempre desgraciadamente son los mas en los aciagos tiempos i en las horas del peligro.

La autoridad en estos casos tiene el deber de alzarla fe de los unos, despertar a los otros e inspirar a todos el interés por la cosa pública, para que todos se consti­tuyan por sí mismos en guardianes de su propia libertad. « Hai épocas, dice un distinguido escritor ( i ) , en las cuales el deber de los ciudadanos consiste en de­fender la libertad, épocas en las cuales hay exceso de poder : pero en otras es también una necesidad el de­fender al poder cuando la libertad se desborda corrien­do a perderse en la licencia. »

( i ) Laboulaye-

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El error de los que condenan a Portales consiste en juzgar con falso criterio su época i sus actos. Su época, porque la aprecian desde una gran distancia que no toman en consideración ; desde 1829 hasta la fecha hemos avanzado mucho para olvidarnos de que lo que puede ser muy malo ahora, como aplicación política, pudo haber sido, i fué en realidad, lo absolutamente necesario, prudente, bueno en aquel tiempo. El mun­do marcha de prisa, i con él las pasiones, las costum­bres i los caracteres. El exceso de autoridad que en 183o fué la salvación del país, ahora seria su ruina : i esto ¿ por qué ? porque hai medio s ;glo de distancia. Idéntica cosa sucede respecto a sus actos; entonces todo el mundo aceptaba como racional i equitativo, lo que a nuestro juicio actual parecería tal vez monstruoso, tiránico. ¿ A qué traer ejemplos en apoyo de este raciocinio? Los tenemos a la mano en número infinito sacados de nuestra historia, de las evoluciones de nuestros partidos, de muchos de los hombres públicos que aun viven. I esto no sólo sucede en Chile; es ley universal a que obedecen todas las sociedades humanas, por mas que los utopistas que viven en las nubes i no en la realidad de las cosas, sostengan lo contrario, sin tomar en cuenta que la naturaleza de los gobiernos forzosamente tiene que variar según sea la naturaleza especial de los males que están llamados a remediar. Pensar de otra suerte es el mayor de los sofismas i el mas perjudicial para la recta apreciación histórica.

Debemos considerar a Chile tal como era en aquellos tiempos i pronunciar entonces nuestro fallo, sin olvidar

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tampoco que los gobiernos incapaces de tomar medidas prontas i decisivas están irremediablemente perdidos : i conviene recordar que el del año 3o nacia del seno del caos, se hallaba rodeado de peligros de todo jénero, i <c venia, usando de las mismas palabras de uno de los prohombres de la época, después de unas prolongadas saturnales que habian invertido los principios de la moral política i erijido en dogmas las máximas de una desenfrenada licencia. »

Propiedad, dicen, es de los jenios abarcar con una sola mirada lo que la multitud va viendo i conociendo paso a paso, detalle por detalle : hé ahí a Portales !

Midió la inmensidad del mal, llevó sus ojos de fuego hasta el porvenir mas lejano, i conforme al daño aplicó el remedio. Fué amargo, ciertamente ; pero dio la salud.

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IV

De los males que aflijian a Chile, el peor de todos era el militarismo. En pajinas anteriores he dado alguna idea de lo que él importaba para la felicidad del país; era su peligro perpetuo, cuando no su verdugo.

Portales empezó por allí su obra de reconstrucción, i el decreto del 17 de abril fué la estocada a fondo que le dirijió para herirlo de muerte ; i tan acertada anduvo, que desde esa fecha ya no hubo caudillos en la República; nuestros jenerales desde entonces fueron servidores i no señores del pueblo ; la espada cedió el paso a la virtud i al talento, i los ilustres capitanes que se sentaron después en el solio del poder no fué en consideración a llevar entorchados de oro sobre sus hombros, sino en atención a sus méritos cívicos de ciudadanos; desde aquel dia las revueltas de cuartel concluyeron en Chile, i en el trascurso de tantos años que hasta aquí han corrido solo una ha habido que

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tuviera ese oríjen; tan bien puesta e inamovible fué la primera piedra del edificio de i83o, que no la han logrado conmover medio siglo de tempestuosos episo­dios que sobre sus robustos muros han pesado.

Pero en el ánimo de nuestro héroe no se abriga­ba el bajo pensamiento de desprestijiar la noble carrera de las armas ; perfectamente sabia distinguir entre lo que se llama militarismo, i lo que es la misión gloriosa del soldado; y de aquí que al mismo tiempo que ponia diques a la ambición ignorante del caudillaje, alentaba con estímulos honrosos a los miembros de nuestro ejército. Su empeño era educarlo para hacerle comprender que su misión es ser una garantía i no un peligro para los gobiernos i los ciudadanos. I aunque es verdad que en nuestro país no existia en la misma escala que en los demás pueblos de América ese militarismo salvaje que ha causado la ruina de nuestros hermanos, sin embargo, estaba en jérme.i el mal i ya empezaba a dar amargos frutos, i a eso acudió Portales, cortándolo de raíz antes que hiciera mayor daño. Merced a sus esfuerzos Chile obtuvo hace cerca de medio siglo lo que en el dia se afanan a costa de grandes sacrificios por obtener los estadistas mas distinguidos de toda la América española; en minutos nosotros recorrimos el camino que los otros recien empiezan a andar. ¿ No es esto mucho ?

Para realizar el propósito tenia dos medios de que valerse ; moralizar el ejército i quitarle su omnipoten­cia. Ambos los puso en práctica, que ambos lo levaban a su fin, i hé aquí cómo.

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Primeramente, pagándolo con toda puntualidad. Durante su permanencia en el poder no hubo ejemplo de atrasos de sueldos, el soldado tenia pan que comer i no necesitaba ni robar ni insurreccionarse para satisfacer su hambre, no le faltaba ninguna de las cosas precisas de la vida, ni abrigo, ni lecho, i se hallaba contento •, consecuencia lójica, su subordinación. No volvió mas a ser testigo el país de aquellos pretestos que invocaban los insurrectos en los años anteriores para levantarse en armas contra el gobierno ; la falta de sueldo cesó de ser bandera revolucionaria. Lo que antes sucedia no era sólo inmoral, era profundamente humillante para el decoro nacional •, un programa escrito con bayonetas de hambrientos sobre harapos de mendigos... Los que conocemos el carácter de nuestro pueblo somos los que con mas exactitud podemos apreciar la habilidad de Portales para ser tan excesiva­mente escrupuloso sobre este pun to ; al roto chileno pagándosele con puntualidad su salario se le lleva a donde quiera i se le hace trabajar cuánto i cómo se quiera.

Con este mismo objeto disminuyó el número de las plazas del ejército, i dejó únicamente las que eran necesarias para el buen servicio de la República, haciendo de esta suerte que alcanzara con desahogo el erario a llenar cumplidamente sus compromisos con los jefes i la tropa.

Mas como esto no era bastante para realizar su idea, penetró hasta los mas oscuros rincones de cuartel para averiguar qué faltaba, qué necesitaba el soldado;

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introdujo un aseo y una disciplina admirables, tuvo especial cuidado en que los alimentos fueran sanos, se empeñó en j eneralizar entre ellos la instrucción prima­ria, llegó hasta los detalles mas minuciosos respecto a sus cosas mas íntimas, i en fin, los hizo reaccionar sobre su propio pasado de tal modo, que levantó su nivel a un grado comparable al de los ejércitos europeos. Desde el conjunto de todos los batallones de la República hasta el botón de la casaca de un tambor, en todo conocia, todo determinaba, todo lo reformaba mejorándolo, con tal talento para abarcar a un tiempo lo grande i lo pequeño, las cosas mas heterojéneas e inconexas, que admiraba a los que eran testigos de sus trabajos i de sus órdenes.

No bastaban, sin embargo, sueldos, alimentos, instrucción primaria, buena tropa, en fin: se necesitaban jefes. El mal principal de los tiempos de los Pipiólos no habia consistido en los soldados, estribaba justa­mente en las cabezas. La organización del ejército dependia en gran parte de los llamados a dirijirlo de cerca i a influir directamente sobre é l ; sin la moralidad de éstos, seria imposible la moralidad de aquél ; lo uno no se completaba sin lo otro, eran dos ruedas engranadas en la misma máquina que necesitaban moverse armó­nicamente para producir sus efectos. De estas ideas que se abrigaban en la cabeza de Portales nació el ardiente interés que mostró por la buena conducta de los oficiales, empeñándose siempre en ocupar en esos destinos a hombres de honor, que dieran garantías de lealtad ; igualmente tomó a su cargo la tarea de mejorar

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la condición de la academia militar, establecimiento destinado a la enseñanza de nuestra juventud dedicada a las armas, i que contaba algunos años de existencia^ i le fué lisonjero ver coronados sus propósitos por un éxito favorable. Lo entregó a la dirección] del distinguido coronel Pereira, uno de los jefes mas ilustrados de nuestro ejército.

Bien conocia que los ascensos que da el favoritismo son de perniciosas consecuencias, i él jamas dio nin­guno que no fuera perfectamente ajustado a la lei, i merecido. Durante su permanencia en el ministerio no hay un solo ejemplo de un abuso en este sentido \ i aun cuando se hallaba retirado de los puestos públicos, todo su influjo lo puso al servicio de esta misma idea. Quería que los grados militares se ganasen por el mérito, no por el favor: i ¡ ojalá que siempre nuestros gobiernos hubiesen tenido presente esa máxima !

Hé aquí una de las tantas pruebas de mi aserto: se trataba en i833 de dos jefes que habian sido ascendidos de una manera que no cuadraba a los principios de Portales : él estalló de indignación, tuvo a mal lo hecho •, i hé aquí cómo se espresaba en una carta enteramente reservada que lleva la fecha 18 de junio de aquel año : « Me ha sido sensible, decia, la precipita­ción con que el Gobierno ha ascendido a G.. . , M. . . , etcétera... Parece que tales premios tuviesen por objeto establecer por principio que nadie debe cumplir con su deber sin esperar recompensa. ¿ No ha sido lo mismo ahora que dentro de seis meses ?... ¿ Urjia tanto darles un honor que deja de serlo por la indiscreción

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con que se prodiga i por la falta de dignidad i de pulso tan necesarios para mantenerlo ? ¿ No es un principio de eterna verdad, en el orden del mundo i de la condi­ción humana, que no se aprecia lo que cuesta poco para adquirirse i se encuentra fácilmente ? ¿ Se afanará lo mismo el hombre en buscar arena que en buscar el oro ? ; No parece que se hace estudio en quitar al empleado el estímulo de esforzarse en el cumplimiento de sus obligaciones, dándole a saber que a muy poca costa puede adquirir lo que debia costarle mucho ?... »

Lo que hizo durante su permanencia en el puesto de ministro de la guerra es en realidad admirable; causa sorpresa, cuando se rejistran los archivos oficiales de esa época i se recorren las pajinas del Boletín, hallar tantas i tan buenas ideas sobre ese ramo de gobierno en un hombre que nunca habia tomado una espada en sus manos. Habiendo subido de improviso a ese alto puesto y sin preparación previa alguna, suplió su escasez absoluta de conocimientos especiales con su gran talento i su buena voluntad para tomar consejos i servirse de personas competentes i de reconocidas apti­tudes. Sin la vanidad ridicula de pretender saberlo todo, tenia la sagacidad suficiente para aceptar el papel que le convenia, i él era el inspirador, el alma de todo lo que se hacia ; pero la forma, la aplicación legal, propia, adecuada, los detalles, en fin, de la ejecución se los dejaba a las especialidades de que se rodeaba; en lo cual unia el jenio de la iniciativa a la prudencia del consejo, cualidad tanto mas recomendable cuanto es de ordinario mui rara.

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De esta suerte obtenía el acierto en todas sus medi­das, porque aprovechaba las indicaciones así en lo pequeño como en lo grande; i así se explica cómo pudo con igual acierto, como queda dicho, abarcar en todos sus multiplicados resortes i detalles la organi­zación de nuestro ejército.

Pero ¡ cuánto sacrificio de laboriosidad infatigable representa esta acción constante, diaria, sin ejemplo en nuestra historia! Insomnios, estudios prolijos, vijilancia tenaz, virilidad exhuberante•, todo su ser en ejercicio... Trabajaba diez i ocho horas diarias !

Quitarle al ejército su omnipotencia era labor bien a rdua ; tanto, que hasta el dia de hoi no hai país alguno en la América española que lo haya conse­guido. I sin embargo, era preciso, porque de ello dependía la estabilidad de los gobiernos, i de ésta el orden social. El triunfo de los principios republicanos no se podia considerar asegurado, entre tanto las baj^onetas fuesen el arbitro de los destinos del pueblo. Los presidentes salidos del cuartel ahogan el libre sufrajio, i la libertad muere cuando son los himnos de la soldadesca los primeros que saludan al sol que se levanta: son dos ideas profundamente antipáticas, que se escluyen recíprocamente, la del que sube en brazos de la opinión i la del que no tiene otro título para mandar que el hecho de la fuerza i no el derecho.

Peligroso es, por otra parte, poner inconscientemente las armas de la República en las manos del pueblo; i el tino del hombre de estado consiste en entregárse­las evitando al mismo tiempo el peligro del mal uso

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que los falsos apóstoles de la libertad puedan hacer de ellas. La organización de las guardias nacionales, sujetas a una disciplina severa i prudente, resuelve el problema. Institución eminentemente democrática, digna en alto grado de los pueblos libres, es una de las mas bellas creaciones de los tiempos modernos. Es el derecho armado para defender sus fueros.

Portales le rindió una especie de culto, i consagró todos sus esfuerzos con el mas ardiente entusiasmo a la obra de su organización en Chile. Cedió en su beneficio los sueldos que le correspondían por los destinos que desempeñaba. El mismo, para formar soldados ciudadanos, se hizo soldado; aprendió el manejo del fusil, hizo largos i penosos ejercicios, i en poco tiempo, al frente de los batallones que organizó, admiró al pueblo por la habilidad con que mandaba i los aventajados conocimientos militares que habia adquirido; i si se toma en cuenta que esos miles de guardias nacionales que dejó al abandonar su puesto de ministro, i que esos disciplinados batallones, armados, vestidos i ya suficientemente ejercitados en el manejo de las armas, fueron la obra de solo dos o tres meses, se comprenderá cuánto trabajo, i cuánto estudio se veria obligado a hacer para obtener tan brillantes resultados.

Consecuente con su principio de enseñar i mandar con el ejemplo mas que con la palabra, no se excusaba de las fatigas que a los otros exijia : comandante del número 4 , pasaba horas enteras ejercitando su tropa en el manejo de las armas, aprendiendo la táctica con sus oficiales subalternos : muchas mañanas se le veia

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en el patio de la Moneda enseñando a los reclutas que recientemente se alistaban en su batallón i haciendo marchas i contramarchas, como,un simple cabo de escuadra : personalmente ensayaba la banda de música de su cuerpo,i se ocupaba de su instrumentación como si se tratara de un grave negocio de estado. A propósito de la formación de esta banda he hallado entre las numerosas cartas que me han servido para escribir estas pajinas, una que dirijia al profesor encargado de enseñarla i que pinta el carácter del hombre, tan inmenso en las grandes cosas i tan minucioso en la pequeñas. Dice así : « Estimado Zapiola: Celebro que no haya novedad. El chinesco no está concluido1, pero se apura la obra, i se concluirá el martes o miércoles próximo. Deseo que la música toque bien, aunque sepa pocas piezas, para el 18 de setiembre próximo. No se olvide del valse para llamada, que sea mui bonito, etc. »

A los que le criticaban el interés exajeradamente empeñoso que se tomaba por la realización de su idea, solia decir: « Solo la guardia nacional bien organizada nos puede librar de una sarjentada. D Parecía que leia en el porvenir, no tanto por lo que en Chile mismo debia suceder seis años mas tarde, cuando después del crimen del Barón a ella se debió la salvación del país, cuanto por lo que en el trascurso del tiempo debia acontecer a las demás repúblicas Sud-Americanas, en las cuales las sarjentadas se han repetido con una frecuencia desastrosa, haciéndolas caer en el abismo de las tiranías mas brutales. Si en ellas se hubiese con anticipación prevenido el mal como lo hizo entre nosotros nuestro

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grande hombre, creo no aventurar un juicio lijero al afirmar que no habrían tenido lugar los infames episo­dios de que han sido tan a menudo testigos.

En los años anteriores a Portales la guardia nacional existia a medias, en el papel, en la lei que la habia creado; pero en la práctica i en el hecho, ni siquiera organizada. Arrastrando de esta suerte una existencia efímera, no llenaba su misión, no tenia importancia alguna, i, en una palabra, para nada servia. Por eso es Portales su verdadero creador, aunque en nuestra recopilación de leyes i decretos gubernativos aparezca alguno referente a este mismo punto.

Los detractores (no digo émulos, porque no los puede tener quien está a tan inmensa altura sobre los demás) del hombre ilustre, cuya historia escribo, no se han atrevido a arrebatarle este honor, porque se han visto en la imprescindible necesidad de confesar la evidencia •, pero, en su propósito de hallar defectos i sorprender los puntos negros en su grande obra de la rejeneracion nacional, han ido a buscar otros argumentos para empe­queñecer o combatir la creación de nuestras guardias nacionales. Su organización dicen, es anti-democrática: ¿ i esto por qué ? Porque la lei de sus reclutamientos no es igual para todos, pues exime del servicio de soldado al nacido en cuna opulenta i se lo exije al artesano... Pero, no observan los que así piensan cuáles eran las circunstancias del país en i83o : caen en el mismo error de juzgar siempre el pasado con el criterio del dia presente: en su ceguedad de utopistas no miran mas allá del horizonte de la doctrina, alejándose mucho de

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— n S -la realidad de las cosas: a cada época su lejislacion propia, su gobierno, sus hombres, etc., i hé ahí la cien­cia política. Serio i fuerte podría ser el argumento, si en Chile, a la sazón en que Portales gobernó, no hubiesen existido todavía profundamente arraigados los viejos hábitos de la colonia: pero, con ellos, en los momentos mismos en que de esa amalgama de ideas i de costumbres opuestas nacia la República, habría sido la falta de sentido mas chocante de parte de un estadista cualquiera el pensamiento de organizar aquí las guardias nacionales como las leemos, i todavía no realizadas, en los libros de los ultra-liberales europeos. En el dia mismo su realización en esos términos de igualdad perfecta, de jeneralidad absoluta, es imposible. Las revoluciones de las ideas son ia obra lenta del tiempo i no de unas cuantas horas: las leyes mas hermosas en el papel no son, por cierto, las mejores para el pueblo, ni menos las mas aceptables en su aplicación inmediata sobre el terreno de los hechos. « El talento del obrero, decia Napoleón, está en saber valerse de los materiales que tiene a la mano. » Como en Portales corría parejas su constancia para sostener proyectos que creía buenos con su ardor para llevarlos a la práctica, no perdonó sacrificios para extender las guardias nacio­nales por toda la República. Su ideal era que en cada pueblo se hallasen colocadas en un pié suficiente para bastar como elemento de fuerza a la propia defensa de su localidad: «de esta manera, decia, la paz interior estará suficientemente asegurada. » Al efecto, a imita­ción de Santiago, movió el espíritu público de las

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provincias, i en Valparaíso, donde fué mas tarde gobernador, obtuvo un éxito brillante.

I en realidad, si en alguna parte no solo convenían, sino que se necesitaban, era en.este puerto, el primero de nuestra costa, que por esos años iba ya alcanzando una importancia notable, merced a su gran movimiento comercial i al rapidísimo desarrollo de su prosperidad. La afluencia de estranjeros, su vecindad a la capital, las circunstancias de su clima i de su situación jeográfica, se aunaban en su favor, i tenia precisamente que pro­gresar : era, ademas, en nuestra costa el punto mas expuesto por su mezquina defensa i lo abierto de su bahía a ser víctima de enemigos exteriores en el caso de un conflicto internacional: razones sobradas para que el ojo vijilante de nuestro gobierno se fijara con interés vivísimo sobre él para darle lo que le faltaba, fuerza material para hacerse respetar dentro i fuera de su recinto. Militarizarlo, en el buen sentido de la palabra, era un gran proyecto, i las guardias nacionales vinieron a satisfacer por completo las necesidades del pueblo i los deseos del ministro dictador. Sobre las ventajas jenerales que él atribuia, i con razón, a su proyecto en todo el país, en Valparaíso se juntaban estos poderosos motivos para estimular sus propósitos.

Quién sabe si cuando Portales se empeñaba con tan patriótico entusiasmo en su empresa, tenia fija en su memoria aquella triste escena de que fué humilde tes­tigo en Valparaíso en años anteriores; i quién sabe si la impresión que produjo en su ánimo ese inicuo atentado, perpetrado por unos cuantos insolentes a vista i pacien-

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120 — cia de nuestras autoridades, no fué uno de los móviles mas ardientes que lo dominó para llegar a su objeto con precipitación enérjica: hai fundados motivos para creerlo así, aunque de sus cartas no he sacado nada terminantemente espresado que me permita afirmarlo de una manera absoluta. El hecho a que aludo fué el siguiente : Con ocasión de un desorden ocurrido en una función de teatro, en el cual tomaron parte activa algunos oficiales de la marina de guerra inglesa, intervino la policía : uno de los oficiales, en medio del atolondrado tumulto, i harto mas atolondrado él mismo, disparó a boca de jarro sobre un infeliz sereno, i lo dejó muerto en el acto: intentó la fuerza local prender al culpable, se resistieron los camaradas de éste, manda­ron aviso a su buque, i de abordo bajaron marinos armados en número suficiente para salvarlo i llevarlo en medio de clamores de triunfo: quedó de esta suerte burlada la justicia, vejado el honor nacional, altamente ofendida la sociedad del pueblo que acababa de presen­ciar en su seno tamaño salvaje abuso de fuerza, bajo la protección de una bandera civilizada.

Con Portales no se repitieron, por cierto, hechos semejantes, i antes que hubiesen tenido lugar en Val­paraíso él mismo habría perecido, que tal era su carácter! Supo hacer entender a los estranjeros lo que eran i lo que debian ser: amigos, no dueños del país; hermanos, no déspotas. « Hagámosles justicia, decia, démosles toda la hospitalidad que sea posible; pero nunca hasta colocarlos sobre los chilenos. Es preciso que les hagamos también entender que no podemos ser

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( i ) Carta a D . Joaquín Tocornal, enero de i ^ y i

la befa ni el desprecio de ellos, i que los contengamos en sus límites antes que, pasando mas tiempo, quieran hacer proscribir las leyes i autorizar sus avances con la posesión inveterada, posesión en que sólo se han podido ir entrando por nuestras debilidades i nuestros descuidos (i). » En sus mismos batallones incorporó a muchos jóvenes estranjeros, ya avecindados en Chile, obrando así con respecto a ellos den ro de los límites de la mas estricta justicia. Tuvo sobre este punto multiplicados reclamos, pero se desentendió i siguió adelante. «No me ponga reparo, decia al ministro de la guerra Cavareda, en que Espiñeira es empleado i Lam-barri godo i pipiólo: despácheme las propuestas, etc. » I en una carta orijinalísima escrita en ese estilo especial de que solía usar en sus conversaciones íntimas, cuenta al mismo Cavareda un episodio a propósito de esta misma clase de dificultades, que merece la pena de trascribirse en su parte principal con sus propias pala­bras: «Ayer, dice, vino el cónsul del Perú a recla­marme como extranjeros unos cuatro mulatos limeños barberos que se hallan enrolados en el batallón núm. i de esta ciudad : le contesté que habia una queja de todos los barberos chilenos, porque mientras ellos estaban en los ejercicios doctrinales, los barberos limeños rapaban hasta los quiscos: me repuso... etc., — l e contesté... etcétera, i concluí por mi parte agregándole que oficialmente sólo podia decirle que los barberos limeños, o cerraban sus tiendas, o seguían alistados en los cuerpos

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cívicos... » De esta suerte, en tono de burla i sobre una cuestión tan pequeña en apariencia, resolvía un problema de grandes proporciones.

Creia que siendo igualmente útil i necesario conser­var el orden público a los extranjeros como a los chilenos, no habia razón plausible para eximir del servicio a los primeros i hacerlo pesar únicamente sobre los últimos. Comprendía perfectamente que no era justo obligar a los extranjeros a tomar armas en los ejércitos de la República, cuyo destino es la guerra; pero tratándose de defender los intereses personales de unos i otros, no encontraba lejítimo que solo se hiciera pesar sobre los unos el deber de rendir en beneficio co­mún i en provecho de todos su tributo de trabajo, de abnegación i de sangre. « Siempre he pensado, decia a Tocornalel i 6 d e enero de i 8 3 2 , manejar este asuntode un modo que produzca una perfecta igualdad entre chile­nos i extranjeros, porque es mui vergonzoso al país el que sus hijos sean de peor condición que los extranje­ros ; pero siempre he pensado también proceder con una discreción tal cual conviene para no causar alarmas, que aunque injustas i de ninguna importancia, es mejor que no las haya. El pulpero, el tendero i todos los extran-j eros empleados en el país en jiros u ocupaciones que no les son permitidas por la lei sino a los hijos del país, deben servir con éstos en la guardia cívica; si se resisten es preciso que dejen esas ocupaciones, o que se derogue la lei que se las prohibe, declarando con la derogación que son los extranjeros de mejor condición que los chilenos, pues que gozan de todos los beneficios que

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se conceden á éstos sin ninguno de los gravámenes. » ¿ Era esto egoismo, espíritu antisocial, hostilidad para con los extranjeros? N ó : era solo justicia, igualdad i patriotismo. I sin embargo, según sus propias pala­bras consignadas en una carta escrita algún tiempo des­pués sobre la misma materia al ministro Tocornal, desde Valparaíso, a ningún extranjero intimó violentamente que se alistase en las guardias nacionales : « Esté Vd. seguro, le decia, que nunca le irá de por acá una recla­mación a que Vd. no pueda contestar victoriosamente.» I realmente sucedió así, porque anduvieron parejas la prudencia i la enerjía en la ejecución de sus proyec­tos, i de los reclamos intentados ninguno dejó de ser contestado victoriosamente.

En definitiva, el hecho fué que las guardias nacionales se organizaron i que con ella se dio un golpe de muerte al militarismo, porque desde entonces i para siempre perdió el ejército su omnipotencia en Chile.

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V

De entre todos los actos de la administración de Por­tales, los que lo hicieron mas popular fueron sin duda las medidas enérjicas que tomó contra el bandolerismo que asolaba la República. Como queda dicho en pajinas anteriores, se presentaba i crecía en propor­ciones tan alarmantes, que era de no contar no solo en los campos, sino aun en las calles de Santiago mismo, con un dia seguro. Era aquello tener la vida en perpetuo peligro.

Organizar un país sin garantir antes que todo la seguridad personal, base imprescindible del bienestar social, es punto menos que imposible. La primera i mas grave necesidad es la de la conservación propia : lo demás es accesorio. No hai sociedad posible donde la vida i la propiedad no existen. Esto es el a b c de la política.

Difícilmente habrá habido hombre en el mundo que

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desplegara mas enerjía i fuera mas implacable a este respecto que Portales. Para los ladrones no tuvo piedad, los bandidos no le merecieron jamas perdón: su alma fué para ellos de bronce. Resultado de su conducta : que a los cuatro meses de su Ministerio, se podia cruzar toda la República de uno a otro extremo sin llevar a rmas , siendo que no mucho antes era imposible venir de Valparaíso a Santiago sin una respe­table escolta.

Una de sus primeras providencias fué ceder a la municipalidad de Santiago el ramo de carnes muertas, con la precisa condición de que su producto se invirtiera en la creación i conservación de una vijilante policía. (Decreto del 8 de junio de i83o.)

Con la misma fecha pasó al intendente de la provin­cia una nota, en la que le indica algunas disposiciones que se trata de adoptar en el establecimiento de la fuerza de policía de la capital. Es un documento interesante, en el cual llaman la atención el art. 12, que dispone que los vijilantes « pueden en todo caso implorar el auxilio público; i desde el momento que un vijilante, revestido de su peculiar uniforme, pronuncie en alta voz las palabras : — Favor a la lei, — todo individuo que se halle presente es obligado, bajo las penas que seña­lan las leyes, a prestarle asistencia: » i el i 3 , com­plemento del anterior, que ordena a los vijilantes « aprehender i conducir al depósito a todo individuo, sin excepción de fuero ni clase, que se haya resistido a esta requisición.» Tan empeñado estaba en educar al pueblo en los hábitos, de orden i respeto a la lei!

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En 2 de junio de i83o pasó la siguiente nota a la Corte Suprema de Justicia: « Con la fecha 14 del pasado se dirijió por el gobierno al Congreso de pleni­potenciarios la comunicación que corre impresa en el periódico la Opinión, núm. 7 , exponiéndole la necesi­dad de crear comisiones ambulantes de justicia que, repartiéndose por los campos, pusiesen algún término a la infinidad de crímenes que todos los dias se come­ten, i ha recibido en contestación el decreto siguiente: El Congreso Nacional de plenipotenciarios, en sesión de hoi, ha considerado la nota de S. E . el Vicepresi­dente de la República, fecha 1 4 del pasado, por la que instruye a la Sala de la multitud de asesinatos i salteos que se cometen en toda la República, principalmente en los campos, i por la que pide al mismo tiempo se provea lo mas conveniente paraevitarlos. El Congreso queda penetrado de la necesidad que hai de remediar estos fatales desórdenes, i se complace en ver la atención del gobierno dirijida hacia los medios de hacer efectiva la seguridad individual que la Constitución ofrece a todos los chilenos; i con el fin de que se reali­cen las miras benéficas del gobierno, ha sancionado el decreto siguiente:

Art. 1.° Contéstese al Poder Ejecutivo que el Con­greso abunda en los mismos deseos que manifiesta S. E. en su nota del 1 4 del mes antepróximo, sobre pronto castigo de los delitos de asesinato i salteo.

Art. 2 . 0 Para dar el mas pronto i acertado remedio, no sólo en los delitos indicados, sino también en los

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demás, el Poder Ejecutivo encargará ala Corte Suprema de Justicia estienda un proyecto de lei ó reglamento sobre la breve substanciación de causas criminales, i especialmente las de asesinato i salteo, indicándole la idea sobre si convendrá mandar comisiones militares, i en qué forma, para que juzguen en los campos.

Art. 3.° El proyecto de lei de que habla el artículo anterior se traerá á esta Sala para su aprobación provisoriamente , mientras la obtiene del mism ) Congreso.

Tengo la satisfacción de trascribirlo á V. E . para su cumplimiento en la parte que le toca, aprovechando esta oportunidad para ofrecerle las seguridades de mi mayor aprecio.

Rúbrica de S. E . —• DIEGO PORTALES.

Ni como ministro, ni después como gobernador de Valparaíso, jamas desmayó un solo instante en la guerra implacable que declaró a los bandidos : perse­guirlos i castigarlos era a los ojos de su recta i severa conciencia un deber imperioso, santo, imprescindible; odiaba el robo, como odiaba la mentira, por instinto, por carácter.

Algunos años mas tarde creó, a manera de jaulas de pájaros, unas curiosas cárceles ambulantes, con el objeto de utilizar el trabajo de los bandidos en servi­cio de la nación, haciéndoles abrir nuevos caminos i reparar los existentes. Los filántropos posteriores que se han acordado de las jaulas de hierro i olvidado los crímenes de los pájaros de mal agüero en ellas encerra-

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dos, mucho han declamado contra este sistema penitenciario de nueva invención; pero no han tenido presentes las circunstancias de excesiva pobreza que rodeaban al país, la falta de cárceles seguras i la nece­sidad en que se hallaba de abrir vias públicas para dar salida a su productos, vida a su comercio, garantías de estabilidad a sus instituciones e importancia a sus capitales de provincia. Los famosos, aunque en verdad tristes carros, alcanzaban por de pronto dos resulta­dos : obtener una economía fuerte para el Estado como queda dicho, i arrancar al ocio, fuente de todas las maldades, a los condenados por nuestros tribunales. « Este proyecto, decia el mismo Portales en su memo­ria presentada al Congreso el año 36, sin aumentar los costos con que actualmente grava el presidio al erario, los hará mucho mas fructuosos al público •, evitará el peligro que hemos visto mas de una vez realizado, del levantamiento i fuga de un número de facinerosos, capaces de los mas atroces atentados; proveerá mejor a su reforma moral, infundiéndoles hábitos de laborio­sidad i disciplina; i suplantará a la confinación en una isla remota i desierta una pena mas apropósito para producir el escarmiento, que es el objeto primario de la lejislacion penal. »

Cuando esto hablaba se referia, entre otros muchos sucesos del mismo jénero, a la fuga de los presidiarios de Juan Fernandez, que sublevados i escapados de las islas en número de mas de ciento, desembarcaron en las costas de Atacama, saquearon a Copiapó i trasmon­taron la cordillera de los Andes, sin que ni las armas

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ni las leyes chilenas alcanzaran a darles el castigo i. escarmiento que merecian.

Entre los cargos que se han formulado contra nuestro héroe sobre su excesiva severidad, dando a sus actos el colorido de verdaderas leyes draconianas, hai uno que es rudo i casi terrible. Hai quienes creen que en esta ocasión fué demasiado lejos en su rigor, sin que falten, sin embargo, muchos que opinan en un sentido del todo opuesto. Hé aquí el hecho desnudo de detalles: Acababa Portales de ser nombrado gobernador de Valparaíso, en diciembre de i 8 3 2 , cuando sucedió que tin capitán norte-americano de un buque ballenero, llamado Paddock, mató a puñaladas en su escritorio mismo a dos dependientes de una casa de comercio de esa plaza. Consumado el delito, caliente aun su puñal con la sangre de las víctimas, huyó a la calle en dirección del muelle, con intención de refujiarse abordo de su buque; en el camino, quién sabe si creyendo que iba a ser capturado por ellos, dio la muerte a uno e hirió a otro, de dos caballeros que por casualidad encontró a su paso, i que sin pensarlo le estorbaron algún tanto en su rápida carrera. Aprehendido inmediatamente fué juzgado, condenado a la última pena i ahorcado en el muelle a vista de todo el pueblo i de todos los buques surtos en la bahía. Se hizo entonces correr el rumor de que Paddock estaba loco cuando cometió estos asesi­natos, porque se-decia, si ninguna de las víctimas le habia hecho mal alguno, no era racional suponer otra causa para el delito, que un evidente extravío mental. Consecuentes con este raciocinio los extranjeros resi-

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dentes en Valparaíso tomaron vivísimo interés por salvar a este desgraciado, i arrastraron a su opinión a muchas otras personas notables del vecindario. Se hizo jeneral el empeño, i el cónsul de los Estados Unidos de Norte América, patria del reo, ofició a Portales con este mismo objeto poniendo en juego su influencia. Pero lo que hubo de estraviado en el asunto es que las quejas se quisieron convertir en amenazas, i que la voz de los extranjeros tomó un tono descomedido, i que aun se avanzaron hasta insinuar la idea de impedir el cumplimiento de la sentencia pronunciada por nuestros lejítimos tribunales contra el asesino. El pueblo de Val­paraíso, i en especial la clase media i obrera, tomó por su parte la cuestión a pechos i bajo un punto de vista mui distinto, como de dignidad nacional. Cerró sus oidos a las razones nacidas del estado mental del des­graciado Paddock, no creyó en ellas i pidió simple i sencillamente cumplida justicia : decia qué solo a una indigna debilidad del gobierno podia atribuirse la impunidad del crimen de un extranjero, i que en Chile (agregaban) los advenedizos, los que hablaban idioma estraño estaban en mejor condición que los mismos chilenos : las quejas por otra parte subieron también a poco andar hasta el tono de la amenaza, haciendo de esta suerte una corriente de reacción poderosísima contra los otros i en favor de la sentencia. La exci­tación crecia : la cuestión iba tomando proporciones enormes: para salvarla se hacia preciso resolverla luego en uno o en otro sentido: de lo contrario, quién sabe si las pasiones excitadas convertían en arranque de ira

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popular lo quedebia ser aplicación fria i severa delalei. Las cosas tocaban ya en ese término, cuando Portales puso sobre la balanza su brazo dehierro. Creyó i se con­firmó en que el reo no estaba loco; i lo hizo colgar sin dar oidos a nada, ni a nadie. Los unos dijeron que habia cometido un acto bárbaro , los otros que habia obrado bien, i el pueblo lo aplaudió como un ejemplo de enerjía, honroso para él i altamente decoroso para la República.

Yo, por mi parte, con los antecedentes que he podi­do recojer, creo que en gran parte movió el ánimo de Portales para llevar a efecto la ejecución, fuera de su instinto natural que lo arrastraba a ser implacable con los criminales, la actitud que tomaron los extranjeros residentes en Valparaíso. Un acto de debilidad, algo que hubiera parecido miedo, habría, no hai duda, dado alas al orgullo i a las pretensiones insolentes de aquellos. Su resolución les hizo ver que ya no eran los tiempos en que podían impunemente hacerse los dueños de casa ni cometer abusos como el que queda referido en pajinas anteriores, referente al oficial de la marina de guerra inglesa.

Portales, que, como he dicho, era eminentemente chileno, en su propósito de hacer respetar a su patria en el exterior, dio esta severa lección, que, en obsequio de la verdad, produjo a la larga saludables resultados. Desde entonces cesaron las amenazas i las insolencias que antes la República habia tenido que devorar en silencio, porque no tenia fuerzas para hacerse respetar, ni enerjía bastante para poner a raya insolentes avan­ces de jentes altaneras i estrañas.

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Casos hai en que la necesidad de la conservación de. Estado o un alto pensamiento político exijen golpes recios, que en otra ocasión serian tal vez demasiado fuertes, para fijar el rumbo de los acontecimientos o levantar la dignidad de los pueblos : entonces la grandeza del propósito disculpa lo riguroso del acto i lo audaz de la resolución, como las grandes hazañas justifican las imprudencias afortunadas. Sucede en estos casos en la administración i en la política lo mismo que en el campo de batalla: un acto de enerjía decide de una victoria, al paso que un instante de debilidad, o de culpable condescendencia, asegura la ruina de un ejér­cito, i con ella la de todo un pueblo.

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VI

Pero, necesito volver un momento los ojos hacia atrás, para tomar el hilo de muchas observaciones i apuntar una que es de oportunidad, antes de seguir adelante.

Portales, que no era un demoledor vulgar, como tantos otros de los atolondrados reformadores de nuestros dias, si destruía, también edificaba: no dejaba ruinas en pos de sí, i por eso su herencia testamentaria fué todo el edificio social reconstruido por sus brazos. Por eso también no necesitó de grandes esfuerzos para comprender que no se rejenera un pueblo con solo cárceles i rigor, i que es necesario algo i mucho mas : bien sabia que tenia que echar mano de mas nobles elemen­tos para completar su obra, i que eran ellos la virtud i el trabajo, el hogar i el libro, la patria i la escuela. I así, como para dar el golpe de muerte al militarismo, opuso al veneno su antídoto en el pueblo armado, del

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- i 3 4 -mismo modo para ahogar el espíritu del vicio i dar al bandolerismo su golpe de muerte buscó su antídoto en la aplicación de esos benéficos elementos.

Bien sabia que un pueblo ocioso se pierde, i le buscó al suyo, al que quería reformar, trabajo; que si es ignorante necesariamente tiene que ser víctima de la corrupción, i le dio escuelas; que si no halla diversiones honestas corre en pos de la crápula, i juega i se embriaga, i le proporcionó fiestas decentes i nobles; que si no se educa en la práctica i en el respeto de la relijion, cae en el abismo de todos los crímenes, i le fomentó ese sagrado sentimiento relij i oso que ha sido hasta aquí la salvación de nuestro país.

Castigar únicamente no es moralizar, ni educar, ni correjir siquiera : pe ro , saber aplicar el castigo discreto cuando conviene, i tener al mismo tiempo el tacto suficiente para precaver el mal, merced a medios elevados i prudentes, salvando a los unos, enseñando a los otros, dando ejemplo a todos, eso es ser redentor i estadista.

Para buscar a nuestros obreros trabajo no recurría Portales a las falsísimas doctrinas de los utopistas de secta : era hombre eminentemente práctico, i mas se cuidaba de hacer el bien, tal como era posible entre nosotros, que de andar a caza de teorías económicas mas o menos brillantes o verdaderas. Juzgó queprotejer la naciente industria nacional era ventajoso para el pa ís ; i sin hacer escuela del sistema proteccionista, ni perseguirlo como ideal de la ciencia, dentro de ciertos límites prudentes lo aceptó, como medio de estimular el

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espíritu de progreso, apenas iniciado entre nosotros. Por eso favorecía a los industriales chilenos en todas aquellas cosas enquepodia lejítimamente hacerlo sin perjuicio de ajenos intereses. Se trataba, por ejemplo, de comprar vestuario para el ejército, i entre las diversas propuestas se presentaba una que ofrecía paños elaborados en fábricas nacionales, la aceptaba en el acto, i creaba una industria: habia un laborioso empresario que la solicitaba, i él le entregaba la casa de pólvora: i así ¡ cuántos ejemplos! Pagaba de su propio peculio obre­ros extranjeros para la enseñanza de los chilenos, i su sabio sistema proteccionista consistía precisamente en atraer a aquéllos para enseñar a éstos, no en el mo­nopolio de la oferta para hacer subir el precio de la demanda, como lo entienden erradamente muchos.

Portales creó ademas fiestas decentes i nobles para la diversión del pueblo. Sabido es cuánto influjo en las costumbres tienen los espectáculos públicos, i no es difícil estudiar la historia de la altura i decadencia de las naciones en los escenarios de sus teatros, desde los juegos olímpicos délos antiguos tiempos hasta el canean de nuestros dias... . Portales dio una gran importancia a las fiestas populares, i de ellas quiso hacer algo como las de Grecia i Roma. En su exaltado patrio­tismo les imprimió el sello de su carácter, i de allí nació nuestro famoso 18 de setiembre, tal como lo hemos conocido, entusiasta, alegre, bullicioso. Es desconocer por completo la índole de nuestro pueblo el negar los efectos saludables que esta institución ha producido entre nosotros, sobre todo en la parte humilde de

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nuestra sociedad. Es indiscutible que ha despertado la fibra del sentimiento nacional. La patria del roto está simbolizada en la Pampilla de Santiago con sus ban­deras, i sus batallones, i su algazara, i no hai chileno residente en el extranjero que en ese dia no beba una copa a la salud de su país, por remotas que sean las playas donde la fortuna lo haya arrojado...

Si así como solo estuvo diez meses Portales al frente del poder, hubiese estado algunos años, nuestro pueblo tendría mucho que agradecerle en este sentido. Abrigaba un profundo interés en crearle distracciones provechosas i morales. Aquello que en tono de burla decía de « palo i bizcochuelo » lo aplicaba, en realidad, poniendo al lado del rigor excesivo con los malvados la benevolencia excesiva que atesoraba en su alma con los hombres de bien.

Teatros populares, paseos, clubs de obreros, todo lo habría creado, si vive mas tiempo, porque de todo tenia ideas, i alimentaba el pensamiento de realizarlo algún dia. Si ha habido en Chile algún hombre a quien con propiedad pueda aplicarse el apodo de amante del pueblo, es él sin duda; i sin disputa es el gran demócrata sincero i de corazón que hemos tenido, mui distinto por cierto de los populacheros mentirosos i aduladores de la multitud que después hemos conocido ! Eso que él llamaba su « alma plebeya» era un impulso jeneroso i republicano, que en su sublime modestia él no se atrevia a calificar con su propio nombre.

Es digno de alto elojio su empeño para desarrollar i difundir la instrucción primaria en las masas. Afortuna-

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damente la simiente que echó fué en suelo fecundo, i la cosecha opima, Sus sucesores que continuaron su obra, sobre todo don Joaquín Tocornal, la completa­ron, estendiendo los beneficios de la escuela hasta los mas apartados rincones de la República, poniendo en poco tiempo a Chile en primera línea sobre los demás países de la América Española i procediendo con tal rapidez, que ya podia pronunciar el Presidente de la República estas hermosas palabras en su discurso de apertura del Congreso de 1 8 3 4 : « Se multiplican i mejoran las escuelas de enseñanza primaria; i este primero de los bienes i de los apoyos de nuestra rejeneracion social, no está limitado como en otro tiempo al recinto de las principales poblaciones. Lo vemos propagarse -rápidamente por las provincias i campos, i apenas hai ya pueblo en toda la República que no goce del beneficio de la instrucción elemental gratuita. El anhelo, aun de la clase mas indijente, por enviar sus hijos a estos nacientes establecimientos, es un seguro pronóstico de unprogreso de civilización, que hará indestructibles los cimientos de nuestras instituciones populares. » I el pronóstico no salió fallido, i el gobierno no se dejó dormir sobre sus laureles-, de manera que en la memoria presentada al Congreso en i836 por Portales pueden leerse con satisfacción estas frases : « Cada año, dice, vemos ensancharse el ámbito que abraza en la masa del pueblo la educación primaria; cada año se levantan nuevos establecimientos de esta especie; i aun las clases ínfimas que no tuviéronla dicha de recibir estos primeros elementos de educación intelec-

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tual, han comenzado a sentir su precio i se manifiestan solícitas de ver estendidos sus beneficios a la jeneracion que ha de reemplazarlas. Es necesario acelerar este movimiento; i para lograrlo importa, no sólo que se multipliquen las escuelas primarias, sino también que se mejore en ellas la enseñanza, por medio de maestros idóneos, de libros elementales adecuados i de buenos métodos. » « Al efecto, agrega, se encarga a los ajentes de la República en las naciones extranjeras que visiten i observen los establecimientos de esta especie, i particularmente las escuelas normales; que den una noticia circunstanciada del método que se sigue en unas i otras, enviando sus reglamentos i cuanto pueda servir para formar idea de todos los pormenores de su organización; i que remitan ademas al gobierno una colección escojida de los libros que se ponen allí en manos de los niños para ejercitarlos en la lectura i en los otros ramos de enseñanza, i de las obras relijiosas i morales de mas crédito, destinadas a la educación de uno i otro sexo. » No solamente libros, buscó maestros compe­tentes para la instrucción del pueblo: creó estímulos, prodigó premios, no perdonó medios para llevar adelante sus propósitos : a todo atendió en este orden, llevando su mirada de águila, como tenia de costumbre en todos los negocios en que intervenía, hasta los menores detalles : visitaba él mismo las escuelas, revisaba por sí mismo los libros que ponia en manos de la infancia, i en medio de sus grandes atenciones políticas maduraba planes de enseñanza, como si fuera uno de tantos educacionistas de oficio.

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— i3() — Siempre persiguiendo su fin de moralizar al pueblo

educándolo i proporcionándole al propio tiempo lugares de recreo, concibió el proyecto de formar un museo. La realización de esta idea se unia a otra, al estudio del país « para dar a conocer, decia, las riquezas del territorio' de la república, para estimular la industria de sus habitantes i atraer la de los extranjeros,» de acuerdo siempre con sus principios de protección, elevada i convenientemente entendida i aplicada. Al efecto, contrató con don Claudio Gay el viaje científico que dio por resultado la espléndida obra de este sabio sobre Chile, que es uno de nuestros bellos monumentos nacionales, i la formación de nuestro museo, que si no está al nivel de los de Europa, fué mucho para la época i la condición del país que lo hubo.

No es difícil comprender que de esta suerte i mediante tales esfuerzos la educación tomara un vuelo prodijioso-, pero, para Portales, esto no bastaba: era necesario que esa educación tuviese una base sólida i profunda si queria llenar cumplidamente su objeto de alzar el nivel de la conciencia i de la prosperidad públicas.

Esta base era el sentimiento relijioso. Portales no pensaba que basta la instrucción por sí sola para moralizar a un pueblo, sabia perfectamente lo qus importa que esa instrucción sea cristiana, i creia, como Guizot, que « en todas partes donde la enseñanza ha prosperado, un pensamiento relijioso se ha unido en aquellos que la-reparten al gusto de las luces i de la instrucción. » Conocia, ademas, al pueblo en que vivia, i perfectamente comprendía que para organizarlo, como

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lo intentaba, de una manera definitiva i provechosa, era preciso ante todo volverle la fe, que empezaba a desva­necerse, el respeto a Dios que amenazaba eclipsarse, la práctica de los deberes relijiosos que se iba echando en olvido con el ejemplo de los de arriba. Su obra era de porvenir, i edificar sobre el vacío habría sido levantarla sobre los falsos cimientos de la incredulidad o la indi­ferencia.

Es de notar que las tres personalidades mas altas de la historia americana, Washington, Bolivar i Portales, han tenido sobre este punto las mismas ideas, i han puesto el mismo enérjico empeño en hacer relijiosos a los pueblos que les ha tocado en suerte dirijir. Para influir poderosamente sobre los hombres en el sentido del bien, es necesario invocar un principio reconocido i superior que revista de prestijio a la autoridad i mejore i eleve al gobernado!

I Cómo persiguió Portales la realización de sus pro­pósitos ? Primero, llevando la enseñanza relijiosa a las escuelas i después dando públicos ejemplos al pueblo de respeto a la virtud i de homenaje a los altares. Vino precisamente, como consecuencia lejítima de este modo de ser, una reacción ardiente en favor délos inte­reses de la iglesia i contraria al falso liberalismo que los habia atropellado en la espoliacion de los bienes de los Regulares. Esta atolondrada medida, de que he hecho recuerdo en pajinas anteriores, queda dicho cuan im­política fué i cuan impopulares hizo a los Pipiólos : los conservadores, conociendo mejor el país e inspirándose en sentimientos mas justos, hicieron el acto de mas sabia

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política, cuando inauguraron su gobierno volviendo a los frailes sus conventos i sus propietarios. Los unos se perdieron por hacer el mal, los otros se inauguraron haciendo el bien : ¡cuan cierto es que la honradez es la mejor de las políticas! Portales, con este acto dio el golpe de muerte a sus émulos : fué en el campo de las conciencias lo que Lircai en el de las armas.

Mas esto no bastaba, sin embargo. El espíritu volteriano de los Pipiólos habia hecho mucho mal , i mucho habia, por consiguiente, que remediar para que el pueblo se acostumbrara a comprender que la Iglesia i el Estado deben i pueden marchar unidos i en buena armonía. Entre los abusos de poder habia uno que quedaba en pié, i sobre el cual era ya necesario dar una noble satisfacción al país que habia sido testigo del escándalo. El obispo Rodríguez, violentamente arro­jado desde 1 8 2 5 , permanecía en el destierro : Portales suspendió la inicua condena i lo llamó a su patria que lo reclamaba como uno délos mejores de sus hijos. Aunque el octojenario prelado no alcanzó a pisar de nuevo las playas de Chile, todos los hombres virtuosos aplaudieron la resolución acordada, i el efecto del decreto fué altamente favorable para el gobierno.

La reacción relijiosa fué de esta suerte i con estos ejemplos pronunciándose enérjicamente, hasta llegar a un resultado brillante, que, gracias a Dios, hasta el día en que estas líneas escribo, se deja sentir.

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VII

Portales se multiplicaba de una manera prodijiosa, desempeñaba a la vez varios ministerios, sobre él pesaban todos los trabajos de la organización adminis­trativa i de la política; i sin embargo, admira ver cómo tenia tiempo para todo i cómo todo lo que a la sazón se hacia llevaba impreso el sello de su mano. A no estar dotado de ese jenio poderoso i de ese infatigable vigor de espíritu que le permitían trabajar diez i ocho horas diarias, habría sucumbido al esceso de la fatiga. Difícil tarea era por sí sola dirijir el rumbo de la política en esa época de pasiones impetuosas; pero inmensa, superior a un solo hombre, era, sin disputa, la de hacerlo todo a la vez i estudiarlo todo, ejército, marina, instrucción pública, industria, lejislacion, diploma­cia, etc., etc.

Habia dos ramos que parecían hallarse fuera de la órbita de su inspiración, i hasta allá fué él : i hé aquí

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cómo. El país estaba pobre, sin crédito, sin recursos, i pensó en su hacienda : necesitaba lejislacion propia, porque la que tenia era vetusta, de otra civilización, de otras ideas, i pensó en darle una suya propia, orijinal, esclusiva. Buscó para el caso sus hombres, i los halló : a Renjifo llevó a la hacienda, a Egaña a la lejislacion.

Don Manuel Renjifo era su amigo íntimo i le inspiraba la mas profunda confianza respecto a su integridad i a sus talentos. Su compañero de lucha en las últimas ajitaciones políticas, después de haber sido uno de los jueces compromisarios que en 1 8 2 7 se nombraron para liquidarlas cuentas relativas a la famosa especulación del estanco por parte del gobierno i de la casa de Portales, Cea i C.% él bien sabia cuánto podia esperar de su estudio, laboriosidad i carácter. Hombre de recto crilerio, dedicado al comercio desde mui joven, ahora en la plenitud de su vida, pues era de la misma edad que Portales, se hallaba en condiciones sumamente favorables para desempeñar con acierto la misión que se le confiaba. Así también lo comprendió el país i aceptó de buen grado su nombramiento de ministro de Estado en el departamento de hacienda ( 16 de junio de i83o).

I realmente la obra en que se empeñaba era ardua; i mas que ardua, casi imposible. Nuestra hacienda se hallaba en una situación tal, que levantarla a un nivel medianamente favorable era poco menos que dar vida a un cadáver. No habia seriedad en el manejo de los fondos públicos, ni orden en nuestras oficinas, ni con­fianza en nuestro crédito, ni dinero en nuestras arcas

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— H 4 — fiscales, que tales eran los frutos del Pipiolismo. Salir a flote en medio de circunstancias tan difíciles fué el gran mérito de Renjifo; i si mas tarde algunos optimis­tas han querido pretender que sus proyectos no fueron la espresion pura i neta de la última fórmula de la ciencia económica, no es del caso abrir sobre ello polémica en estas pajinas, que el hecho es que fueron la salvación del país, i esto basta para la gloria del hombre i de su partido. Con la deuda flotante que creó pudo pagar los sueldos atrasados que apuraban al gobierno, i los habia desde el año 24 , sin que en adelante se volvieran a ver alrededor del Congreso o de las oficinas paga­doras aquellas turbas de empleados hambrientos que se hicieron famosas en los años 28 i 29 . Con el reconoci­miento de los créditos existentes contra el fisco, bajo la condición de dar el acreedor otro tanto al erario, a trueque de recibir letras cobrables sobre las aduanas de Valparaíso por toda la cantidad, se obtuvo por el momento la ventaja de tener entradas extraordinarias que permitieron al gobierno atender a sus necesidades mas premiosas, entretanto que el orden i la regularidad de las cosas se establecían. Conviene tomar en cuenta que la situación fué en aquellas horas tan apremiante, que hubo dias que los revolucionarios triunfadores no tuvieron un peso para pagar a los cornetas de sus batallones. No era la cuestión pensar únicamente en lejislar para el porve­nir : la cuestión era atender alaexijencia inmediata, i a llenar esa necesidad tendian algunos de esos proyectos, que eran simplemente de actualidad, i esto es útil recordarlo para saberlos apreciar con el debido criterio.

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— i 4 5 — Cubiertos con puntualidad los sueldos del ejércitos,

de los empleados, se dio el golpe de gracia a los pretes-tos de la ajitacion de cuartel i de las intrigas de palacio : renació la confianza en la probidad del gobierno, i con­secuencia lójica, subió el nivel del crédito de la repú­blica dentro i fuera de nuestra frontera, i con tanto acierto a este respecto, que en pocos meses los billetes de la «Caja del crédito público» pasaron de un 2 5 % a

un 40 °/o : e l servicio de las aduanas haciéndose mas regular mediante una moralidad mas severa i una vijilancia mas estricta, fueron rápidamente aumentando las entradas fiscales en ciento cincuenta i doscientos mil pesos anuales hasta duplicarse en poco tiempo : i de esta suerte el impulso dado al país en este orden de cosas fué tan acertado í enérjico, que, como por encanto, pasamos del mas espantoso desorden financiero al mas floreciente estado de prosperidad, exactamente de un extremo al otro.

Verdad también es que la economía escrupulosísima que se puso en ejercicio en todos los ramos del servicio público contribuyó con mucho a crear esta situación : pero este hecho es un dato mas en favor de los directores de la política de i83o. Admira ver a hombres tan noblemente desinteresados' consagrados con un empeño tan decidido a realizar su hermoso sueño dorado de la organización de su patria. ¡Cuánto patriolismo revela cada uno de los pequeños detalles de esa economía, que puede llamarse casera! 'Se discutía en el seno de ese gobierno un sueldo de diez pesos mensuales con el mismo interés i estudio que uno de

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mil, i hé ahí la clave del secreto de los brillantes resul­tados que tuvieron la fortuna de obtener. Basta decir que el ejército quedó reducido a poco mas de la mitad, que se suspendieron las legaciones inútiles, que se su­primieron muchos destinos que no se juzgaron de nece­sidad absoluta i, lo que es aun mas que todo, que mu­chos de los hombres prominentes del partido dominante desempeñaron altos puestos administrativos sin exijir remuneración alguna, con el propósito de llevar hasta los últimos límites su sistema de escrupulosa econo­mía.

Al recordar el ministro Renjifo el estado de progre­sión rápida i ventajosa de nuestra Hacienda en esos primeros años de nuestra rejeneracion política, tiene razón para preguntar con cierto asomo de orgullo en su Memoria del año 1 8 3 4 : « Si en 1835 continua­ran nuestras rentas elevándose en la misma proporción, ¿ qué límites podrá circunscribir nuestra esperanza a vista de un resultado tan halagüeño ? »...

Como Renjifo en la hacienda, Egaña fué, en la lejis-lacion patria, la pluma de Portales.

Con la emancipación de España se hacían necesarias en nuestro derecho serias reformas, parte por la nueva forma de gobierno que habia adoptado el país, parte por la diferencia de tiempos corridos entre la época en que se dictaron las leyes vijentes en América i el siglo XIX. Mucho camino habia andado la civilización para que pudiese ser dirijida con la pauta de los siglos pasados. En la lejislacioncriminal, por ejemplo, ¡quede inmensas mudanzas, qué de reformas i de modifica:iones

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trascendentales en todos los pueblos del mundo, desde los juicios de Dios hasta los jurados! La lejislacion civil ¡ cuan modificada en sus aplicaciones i en sus principios! I la comercial, sobre todo, ¡ qué diferente a la de los años que alcanzamos aquella de los tiempos del esclusivista monopolio de las Colonias! Ya no son Sevilla ni Cádiz los mercados favorecidos por la América: son todos los puertos del mundo, desde Swansea adonde llevamos nuestros cobres, hasta Antófagasta adonde llevamos nuestras legumbres.

Portales sobre este ramo tenia ideas profundamente exactas. Las manifestó en diversas ocasiones i aun es­cribió artículos de prensa dándolas a conocer. En nota al Senado de 6 de agosto de 1831 espuso la manera como a su juicio podia hacerse con acierto la codifica­ción que ardientemente deseaba, resolvió las dudas que ese cuerpo presentaba al Gobierno e hizo oportunas re­flexiones, cuya exactitud con el trascurso de los años se ha puesto en trasparencia.

Sin ser jurisconsulto, tenia en éste como en los de-mas ramos de gobierno, el raro don de ver claro lo mas conveniente i el don mas raro todavía, que ya he tenido ocasión de hacer notar en otra parte, de ser dócil a consejos ajenos i de compartir con otros la gloria del éxito.

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VIII

Portales comprendió desde luego que era lo menos dictar leyes i firmar decretos útiles; pero que lo mas estribaba en cumplirlos i hacerlos cumplir. Jenio emi­nentemente práctico, comprendió igualmente desde luego que no se organiza un pueblo con papeles, sino con actos; que nada vale la buena lei escrita, si no se aplica concienzudamente en el terreno de los hechos, i que si no hai voluntad que ordene ejecutarla, no pasará nunca de ser letra muerta. El gobierno de los Pipiólos cayó en el error contrario: se le antojó que el país salia organizado i constituido definitivamente del seno de sus discusiones utopistas, como Minerva perfectamente ar­mada de la cabeza de Júpiter, i no cuidó mucho de elejir con acierro a los hombres destinados a dirijir el rumbo de las cosas i plantear las ideas. De esta suerte sus leyes no llegaron hasta el pueblo, i la acción de su voluntad no traspasó los límites de sus congresos. Por -

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tales buscó antes que todo sus hombres, formó su es­tado mayor antes de dar la batalla.

Se le ha acusado por esta razón de personalismo: error ! El personalismo existe cuando no es el mérito sino el favoritismo el que se tiene en vista al colocar a un hombre en un destino público; pero , cuando se buscan las cualidades de honradez, patriotismo, leal­tad, etc., para elevarlos, entonces, lejos de haber favo­ritismo, hai deber, conciencia, criterio. ¿Dónde, pues, ese personalismo ? En la palabra misma de Portales, porque, según él, « el gran secreto de gobernar bien está solo en saber distinguir al bueno del malo para premiar al uno i dar garrote al otro. » Pero este cargo no es serio; i justamente su mérito estribó en la rigorosa aplicación de su doctrina, de levantar a los hombres de bien i alejar de su lado a los que no lo eran. ¡ Ojalá que en lo porvenir todos nuestros gobiernos fue­ran en este sentido igualmente personalistas!

Prueba evidente de que luchaba por ideas i no por hombres es su conducta en los momentos mismos en que la revolución triunfaba, cuando se encontró frente a frente con Rodríguez Aldea disputándose la dirección de los vencedores que parecian fluctuar entre el influjo de uno i otro; i esa fué la hora mas crítica de la causa conservadora. Rodríguez Aldea habia entrado en la revolución con el propósito de hacer surjir la persona­lidad de O'Higgins, que se hallaba a la sazón en el Perú, i a ese fin tendían todos sus esfuerzos: creia que la felicidad del país dependía de la vuelta del ilustre caudillo, pues le parecia que él era el único mandatario

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digno de Chile: sin ser inconsecuente con sus ideas, era sobre todo i antes que todo o'higginista. Portales, al frente de su pequeña íalanje de estanqueros, perse­guía otro fin: la rejeneracion del país, no el dominio de éste o de aquel caudillo ; no tenia, como su rival, com­promisos anteriores que lo obligaran a seguir un rumbo determinado respecto de hombres, i sí, solamente res­pecto de ideas : i por eso, mas libre, era mas útil para la causa empeñada. No aceptaba a O'Higgins porque era caudillo, i él detestaba a los caudillos.

Partían, pues, ambos de puntos distintos, i era na­tural que con opuestas ambiciones se encontrasen en su camino i se dieran batalla. I se la dieron, en efecto: que ambos eran dignos émulos para tamaña empresa, i noble arena para su lucha el que la Providencia les destinaba. Quedó el triunfo por parte de los principios sobre los hombres: Portales fué a la dictadura, i a la oscuridad de su bufete el doctor Rodríguez Aldea.

Si hubiese existido ese supuesto personalismo en el ánimo de nuestro héroe, ¿ habrían pasado así las cosas ? ¿ habría sacrificado así a su íntimo amigo, siendo leal como ninguno en Chile ?

Lejos de ser personalista. Portales lo depuso todo, amistad, familia, lazos de afecto, ante el altar de sus ideas. La historia de su vida entera es su vindicación mas brillante. No hai en ella una pajina que des­mienta este aserto-, i razón tuvo un escritor francés de aquellos dias para decir a su respecto estas significati­vas palabras : « Toda su política revela la intención de

, tonificar el poder sin identificarlo con ningún hombre.»

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Pero, porque no llamó a su lado para dirijir la ma­quina administrativa a todo el mundo indistintamente, Pelucones i Pipiólos, amigos i adversarios, hombres de orden i conspiradores, se saca argumento para acu­sarlo : ¡ pues qué ! ¿ i habria sido lójico , racional si­quiera, el que se rodeara para apoyar al gobierno de jentes que ardientemente combatían a ese mismo go­bierno ? i habria sido prudente, racional siquiera, po­ner en las manos de sus enemigos sus propias armas, sus mismos elementos de defensa ? • Llamaba a su re­dedor a los suyos por la sencillísima razón de que ellos le daban garantías de fidelidad; i perseguía a los P i ­piólos porque no cesaban de conspirar noche i día con­tra el nuevo orden de cosas. Si es esto personalismo, bendito sea él, que tiende a poner en práctica la máxi­ma de Washington : honesty is the best policy.

Justo apreciador del verdadero mérito, lo protejia donde lo hallaba, aún en las filas de sus mismos ene­migos. Tenia el don de mando, de manera que a poco convertía en amigos fanáticos de su causa i. de su per­sona a sus empleados de oficina i subalternos. Así fué que su ministerio se vio en breve Heno de los mas aven­tajados alumnos de nuestros colejios nacionales, i se sintió robustecida de una manera poderosa la falanje de los defensores del nuevo orden de cosas. Bien sa­bia que no edificaba para un año, ni dos, ni diez, sino para la posteridad, i por eso formó los cimientos de su obra en las ideas sanas i benéficas que inculcó en la juventud brillante que sacó a la vida pública bajo la sombra de sus alas. De ella, ¡ cuántos nombres ilus-

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tres en nuestra historia ! Básteme citar a Montt, T o -cornal don Manuel Antonio, García Reyes, Sanfuen-tes, Carvallo, Varas, etc., etc., que dieron su primera plumada en las secretarías de Portales. Solo una vez en su vida se extravió su criterio para conocer el ver­dadero mérito, i esa vez pagó su error con su san­gre !....

Pero el tino de Portales estribaba especialmente en ganar amigos, sin disculpar jamas los vicios de ningu­no, ni dejar jamas impunes las faltas de sus subalter­nos. Siempre levantados los ojos sobre el interés jene-ral, desprendido de las pequeñas pasiones i enemigo de toda especie de camarillas, nunca dio oido a chismes de emulaciones mezquinas, no se hizo cómplice de zan­cadillas cobardes, ni se manchó con esas nimias vul­garidades que tanto suelen apocar el carácter de los hombres que se dedican a la vida pública. Era grande en todo, i de ahí que naturalmente, sin esfuerzo algu­no, se conducía en todos sus actos con espontánea i verdadera elevación de espíritu. Aunque severo en su puesto de ministro, no hacia sentir con soberbia el peso de su superioridad : mandaba como quien está conven­cido de que se le ha de obedecer, no como quien con aire ridículo de autoridad humilla al que manda : afa­ble sin afectación, franco sin familiaridad, i altivo sin orgullo, sabia entre sí i sus subalternos mantener esa distancia conveniente en que el respeto no dejenera en servilismo, ni en adulación el cariño, ni en excesiva confianza la recepción benévola : penetrado de la con­ciencia de su propio valer, no necesitaba echar mano

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de los medios que veda la dignidad para hacerse que­rer, pues le sobraba con su conducta siempre noble, su palabra siempre atenta, su mirada siempre mo­destamente imperiosa i sus manos siempre abiertas con jenerosa largueza para derramar el bien en torno suyo.

I realmente era adorado por sus amigos : i basta para comprender el inmenso ascendiente de que estaba dotado cruzar unas cuantas palabras con los que tuvie­ron la fortuna de tratarlo de cerca. De sus viejos compañeros los pocos que hasta nosotros han alcan­zado, i de cuyos labios yo he recibido muchas de estas noticias que me han atestiguado el hecho que afirmo, i de sus. antiguos empleados del ministerio, a ninguno he oido negar ese poder de extraordinario dominio que caracterizaba a aquel hombre, que este solo hecho bas­taría para calificar como el mas notable de nuestra historia.

Mas, no con injustas condescendencias, ni impru­dentes tolerancias, llegó Portales a adquirir este as­cendiente sobre sus contemporáneos: era, al contrario, excesivamente austero para exijir el cumplimiento del deber. En la mesa de su gabinete no era amigo, ni jefe de partido siquiera: era únicamente ministro, i como tal en sus negocios procedía. Como enseñaba al mismo tiempo con el ejemplo, pues era el primero en llegar en las horas de la mañana i el último en reti­rarse por la tarde, exijia de los demás la mas extricta puntualidad en el trabajo, i no dejaba jamas ni un de­creto, ni una nota, ni una letra para el dia siguiente.

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Sus empleados necesitaban ser laboriosos para seguirlo en su rapidísimo despacho; i cuidado que ninguno murmuraba del exceso de su tarea, que el ojo pene­trante del infatigable ministro habría herido como el rayo al que a tanto se hubiese atrevido !

Bajo otro punto de vista la presencia de Portales en los salones de nuestros ministerios trajo otro inmenso bien, que así lo explica uno de sus historiadores. «Desde su advenimiento al poder, dice Vicuña Macken-na, data el orden, el sistema i hasta la limpieza en las oficinas del gobierno. En esto, Portales fué un im­placable revolucionario contra la mugre i la pereza de la colonia. No se conocía el uso de la escoba en las salas de los despachos, menos por cierto el del tripe i el tafilete. Habia empleados que se hacían llevar su almuerzo a su propio bufete, i a veces circulaba por bajo de la capa de los oficiales de pluma la escondida botella del indíjena ponche. La vihuela era en mu­chas oficinas un mueble mas usado que el plumero, i en cuanto al pavimento, los enjambres de puchos ser-vian a cubrir las grietas de las « esteras de estrado bien hechas ». Portales, que gastó siempre un aseo es­pecial en su persona, cambió todo como por encanto, i desde entonces comenzó a existir como un cuerpo lo que hoi se llama propiamente « el personal de la ad­ministración ».

Hé aquí, por via de ejemplo, uno de tantos casos de cómo sabia buscar al talento para protejerlo i utili­zarlo en servicio del país. La pajina es arrancada a la biografía de García Reyes que corre en la Galería

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de los hombres célebres de Chile (i). « A mediados de 1836 se publicaban en el periódico oficial El Arau­cano, largos i razonados artículos sobre la necesidad de pedir al protector de la confederación Perú-Boliviana una reparación amplia por ciertos ultrajes hechos a la nacionalidad chilena. García Reyes creyó que debia tratarse la cuestión con mas fuego i enerjía, i en este sentido comenzó a escribir un artículo, que no tenia donde publicar. Vio por casualidad uno de sus tios un borrador, i, sin que García supiese nada, lo llevó inmediatamente al ministro de la guerra don Diego Portales. Leyólo éste con atención, i desde luego creyó que el joven autor del artículo era un hombre notable. El ministro le mandó llamar al ministerio, i, aun cuando la turbación de García le hizo dudar que él hubiese escrito el artículo, le encargó que le conclu­yera para publicarlo en El Araucano. García volvió a su casa, revisó su trabajo, i en la misma tarde lo puso en manos del ministro Portales. Pocos dias des­pués El Araucano publicó su artículo; el lenguaje brillante i entusiasta con que estaba escrito le dio gran boga i circulación... Con esto solo la carrera de García estaba comenzada. El ministro Portales llamó a García al ministerio i creó para él un destino de ofi­cial auxiliar. »

Tales empleados i semejante modo de adquirirlos explica de una manera brillante los móviles a que de­bió obedecer Portales cuando llevó hasta el extremo

( i ) Barros Arana. — Galería nacional.

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de la delicadeza suma su austera severidad para juz­garlos. Al revés de lo que habia sucedido en la época de los Pipiólos, los Conservadores podian hacer lujo de la conducta de sus funcionarios públicos i desafiar a sus enemigos en este terreno. En su orgullo de ven­cedores les era altamente honroso este orgullo de hom­bres honrados : i tuvieron razón para manifestarlo a la faz de la República que juzgaba entre el pasado i el presente.

En piedras inmortales merece "inscribirse el decreto del 1 4 de junio de i83o, que lleva al pié la firma de Portales :

Art. i.° Todo funcionario público, cuya conducta en lo que toca al ejercicio de su empleo fuere atacada por la imprenta, debe acusar por sí o por apoderado, al autor o editor del impreso ante el tribunal compe­tente i en el término de la leí.

Art. 2 . 0 El que así no lo hiciere queda suspenso de hecho en el ejercicio de su empleo i el fiscal le acu­sará con el mismo impreso ante el tribunal competente.

« De esta suerte, el país sabrá si los que dirijen sus destinos son, o nó, dignos de su confianza,» contestaba con este motivo, a los que encontraban exajerado su celo por echar a la publicidad todos los actos del gobierno de los funcionarios públicos. I era en realidad, tan decidido partidario de la publicidad, que le fastidiaba profundamente todos los manejos sombríos, razón por la cual detestaba e hizo guerra tenaz a las lojias masóni-

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- i 5 7 -cas, anacronismo irracional en los tiempos que alcan­zamos : quería que se pusieran en trasparencia hasta los pensamientos de los hombres del poder, seguro co­mo estaba de la honorabilidad de la manera de proce­der de sus compañeros de trabajo : que por lo que tocaba a la suya propia, pudo esclamar en cierta oca­sión solemne con su natural franqueza estas hermosas palabras : « No hai un paso de mi vida que no pueda publicarse, a excepción de las miserias de la privada, en que tampoco haré el peor papel, porque mis debi­lidades van acompañadas de honradez. »

A estos móviles obedeció la creación de El Arau­cano, periódico oficial que ha tenido largos años de existencia, i que en mala hora en los dias en que estas líneas recorro ha sido' sustituido por una nueva hoja nacida bajo desgraciadísimos auspicios. La misión de El Araucano era, no solo publicar todos los docu­mentos oficiales de alguna importancia, sino también hacer luz sobre los proyectos del gobierno, estado de la hacienda e ideas dominantes en las rejiones del po­der. Debian, ademas, publicarse en él los balances de la tesorería jeneral i demás oficinas de contabilidad, i abrirse campo para una libre discusión sobre todas las cuestiones de palpitante interés que ajitaron la opi­nión pública. De la misma manera tenían allí lugar las sentencias de los tribunales de justicia, « porque este es el modo, decia Portales, de estimular a los jueces al trabajo i de contener sus arbitrariedades i disimulos reprensibles. » El Araucano, como se ve, sostenido por fondos nacionales, tuvo desde su principio un do-

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ble carácter : oficial i público, oficial para las publica­ciones de necesidad o conveniencia administrativa•, público para todos los problemas políticos i sociales de la república. Ejemplo de un homenaje mas jeneroso a la libertad no ha habido en Chile. La Constitu­ción del 33, obra exclusiva del partido dominante i en la cual cifraba éste las esperanzas de su perpetuo triunfo, fué combatida desde las columnas de su perió­dico oficial, i con el beneplácito i aplauso de los mis­mos hombres cuyos intereses políticos hería !

Partidario entusiasta era, sin duda, Portales de la prensa, i todos los actos de su vida pública lo prue­ban : jamas tomó medida alguna para atacar sus de­rechos inviolables; i si reglamentó con leyes especiales el uso de su libertad, no fué para amordazarla, sino para poner atajo con un jurado imparciai e indepen­diente a la escandalosa licencia que la dominaba. No era la discusión franca i sincera de los actos del gobierno i de sus hombres la que huyó nunca, que al contrario, como queda dicho, ardientemente la deseaba, i él mismo descendió algunas veces a ese terreno i escribió algunos buenos artículos de ínteres jeneral i político en los periódicos de Valparaiso i Santiago. I aun mas, yo afirmo que, lejos de perseguir a los escritores ene­migos de su política, les dio siempre garantías de seguridad; i hé aquí una prueba : cuando en i836 se acusaba al gobierno de haber violentado la imprenta donde se publicaba un periódico de oposición, Por­tales, ministro del interior, envió en el acto al inten­dente de la provincia la siguiente nota .

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— i5g — «Santiago, junio 6 de i836 . — En el número 3i

del periódico titulado El Barómetro, se encuentra un artículo en que se afirma que por un golpe de autori­dad, no solo se mandaron romper en la imprenta, donde se publicaba, los pocos ejemplares que se habian tirado de un impreso, sino que también se hicieron desarmar las formas del tipo con los vijilantes de la policía. El gobierno no puede desentenderse de este denuncio por su gravedad, i encarga a V. S. le informe, circunstanciadamente i con la brevedad posible de cuanto haya ocurrido sobre el particular.—Dios guarde a V. S. — Diego Portales. — Al intendente de San­tiago. »

La contestación fué negativa, el hecho denunciado habia resultado inexacto : pero la nota trascrita da la medida de cuánto el gobierno conservador sabia esti­mar el derecho ajeno, i cómo se prestaba a oir ios de­nuncios i avisos de la prensa con una singular benevo­lencia que nunca han mostrado los liberales, ni de entonces, ni de ahora !

Hai un detalle en esta parte de la fisonomía política de Portales que merece una pajina especial : es el empeño cuidadosísimo que ponia, no perdonando medios para influir a fin de que la prensa nacional no pusiera al país en compromisos con los gobiernos extranjeros. La persuasión, el influjo personal, los lazos de amistad, todo lo utilizaba para conseguir su objeto; porque de sobra comprendía el abismo adonde la conducta imprudente de unos cuantos populacheros

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podría arrastrar al país en el caso de un conflicto cualquiera, injusto, o nó , por parte nuestra. Es curioso ver descender a este hombre ilustre de su alto puesto de dictador al de la insinuación amigable, a veces, hasta la súplica con los periodistas, para evitar un peligro o poner reparo a una imprudencia; i seria de dudar la exactitud del aserto, a no existir los docu­mentos orijinales que afirman algunos de estos hechos.

Tomo, entre otros, el siguiente: El Mercurio, diario de Valparaíso, había aventurado juicios i opiniones c entrarías al gobierno de la República Argentina, i esto dio ocasión a un reclamo del representante de ese gobierno ante el ministro de relaciones exteriores de Chile. Portales, con fecha de 16 de noviembre de 1835, ofició al gobernador de Valparaíso en estos tér­minos : « El presidente me ha prevenido la trascriba a V. S., a fin de que llamando al editor de El Mercurio e instruyéndole privadamente de esta comunicación, le manifieste el sentimiento que ella le ha causado i que, sin embargo de que por la leí de imprenta están auto­rizados los periodistas para emitir libremente sus opiniones, seria de desear que se abstuviesen de toda publicación ofensiva a los gobiernos amigos i vecinos, con tanta mas razón cuanto que se observa entre algu­nos de ellos i entre sus escritores el error de creer que todos, o al menos la mayor parte de los periódicos que se publican en otro país, son costeados por su gobierno, i que, por consiguiente, todas las opiniones que se emi­ten son, cuando no expresa, al menos tácitamente, apro­badas por él. Mientras subsista tal error, que a veces

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ha producido malas consecuencias i puede producir peores en lo futuro, es lo mas prudente i acertado en pro de la buena armonía que debe reinar entre los esta­dos americanos, sacrificar cualquiera opinión individual en la materia de que se trata, por justa i apoyada que parezca. »

¡ I ésta era la tiranía de los pelucones !... Antes de volver la hoja de este capítulo conviene de­

jar nota de otro detalle interesantísimo i muí de actua­lidad en los días que alcanzamos. Me refiero al papel que quería Portales que desempeñasen los empleados de la República en las luchas electorales.

Desgraciadamente demasiado conocemos hasta donde ha solido llegar la intervención oficial en las elecciones populares : el abuso ha sido tan escandaloso, que recordarlo seria hacer revivir justos i violentos senti­mientos de indignación : parece que la perversa doc­trina de afianzar el poder en la intriga i de buscar la victoria en el fraude va ganando prosélitos en nuestros mandatarios : el crimen político en este terreno ha tras­pasado sus límites hasta tocar en lo mas indigno, que es la conciencia judicial prostituida, cosa que hasta los últimos años nunca se había visto: pues bien! apren­dan los enanos que aspiran a imitar a los jigantes, i sepan cómo se conducían los jigantes.

En 1831, con fecha 8 de marzo, escribía Portales al Intendente de Aconcagua estas textuales palabras : « Encargo a V . S . , como ya lo he hecho en otra ocasión, que vele incesantemente la conducta de los funciona­rios subalternos de esa provincia, les exija la mayo

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escrupulosidad en el cumplimiento de sus deberes, i en materia de elecciones la mas estricta imparcialidad para dejar a los ciudadanos en el pleno goce de sus dere­chos. »

Pocos dias antes, el 4 de enero del mismo año, habia pasado la siguiente comunicación al mismo Intendente:

« Santiago, enero 4 de i83i . •— Don Juan Bautista Acuña, subdelegado de Purutum, ha comparecido al Gobierno quejándose contra el gobernador local de Quillota, porque éste, sin causa alguna i sin acuerdo de la Municipalidad, como previene el § 3.° del ar­ticulo 1 1 9 de la Constitución, intenta removerle del des­tino que ha ejercido. Cuide V. S. de averiguar este hecho i de hacer respetar las leyes que disponen lo con­veniente sobre el particular. El Gobierno está infor­mado de que el expresado gobernador de Quillota está haciendo nuevos nombramientos de subdelegados, pre­fectos i demás funcionarios de su departamento, con el objeto de influir en las próximas elecciones constitu­cionales. Semejante idea es odiosa i repugnante al Gobierno, quien, celoso de que los ciudadanos expresen libremente sus votos, no podrá consentir en que los funcionarios públicos, que deben dar ejemplo de respeto a estos actos, sean los primeros en autorizar i pro­vocar tan funestos desórdenes. El Gobierno trabaja en hacer llegar el tiempo en que la lei sea acatada por todos, en que se desconozca el escandaloso tráfico de sufrajios tan común en las anteriores elecciones i oríjen de las discordias que han destrozado la patria, i en que

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— i63 — se descargue sobre un crimen, si llegare a cometerse, todo el rigor de las leyes.

S. E. el Vicepresidente me ordena poner en noticia de V. S. los avisos que se le lian dado respecto al men­cionado gobernador, a fin de que en tiempo se reme­dien males que siempre traen consigo fatales conse­cuencias, i para que si fueren ciertas las maniobras que se le atribuyen, no dilate un instante en arreglar su conducta a sus deberes. — Dios guarde a V. S. — Diego Portales.»

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IX

Cuando Portales consideró que el país estaba ya su­ficientemente preparado para entrar de lleno a disfrutar de los beneficios de la civilización, creyó que su misión estaba cumplida. Dejó a otros el trabajo de concluir el edificio social sobre los solidísimos cimientos que él habia echado, i se volvió noblemente a su retiro, no de otra suerte que el trabajador que ha llenado bien su tarea con la conciencia tranquila i el corazón con harta justicia satisfecho. ¡ Tan cierto es que no existe sobre la tierra mayor placer que el del deber cumplido! Se desprendió sin violencia de un poder, que sin ambición habia aceptado •, i como tuvo enerjíapara usar de él con éxito brillante, tuvo también modestia para abando­narlo sin ostentación : en uno i otro caso lleno de to­das aquellas cualidades que imprimen al carácter el sello de la grandeza.

Su renuncia llevd íac ecna del 1 7 de agosto de 1 8 3 1 . FI país lo vio alejarse con profundo dolor, i sus ami-

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gos instaron por detenerlo : él se mantuvo firme en su resolución : cartas, súplicas, exijencias, manifestaciones calorosas, todo se puso enjuego para hacerlo ceder: él fué inflexible; habia trabajado mucho i tenia derecho al descanso. Condescendió en parte, sin embargo, i no sin notable disgusto, porque retuvo el ministerio de la guerra por algún tiempo mas, desempeñándolo desde Valparaíso, en obsequio a sus correlijionarios políticos que querían a toda costa conservar su nombre en el seno del gabinete, como un escudo i una garantía de acierto ante la opinión pública.

Nunca ha habido un desprendimiento mas sincero ni mas verdaderamente espontáneo : fué su renuncia la expresión neta de su pensamiento, pues, lejos de te> ner la mas mínima ambición de mando, hai documen­tos fidedignos que atestiguan con evidencia que lo abor­recía. Por patriotismo lo aceptó cuando lo juzgó deber de conciencia, lo mantuvo mientras se creyó necesario o útil. Hombre de fe sincera, de nobles sentimientos, de arranques magnánimos, nunca pensó engañar ni al pueblo, ni a sus amigos, ni a su partido, ni menos a sí mismo; i así su renuncia, como todos sus actos i pala­bras, son la expresión de lo que sentía de veras en el fondo del alma, sin disfraz ni disimulo. Tenia el ins­tinto de la verdad i odiaba la mentira.

Si este desprendimiento no hubiese sido sincero, al­guna vez se habría sorprendido alguna contradicción en su conducta: pero,no hai un solo ejemplo que justifi­que la mas lijera duda ; i al contrario, hai mas de ciento que lo comprueban.

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Pero es casi excusado discurrir sobre este punto: sus mismos enemigos convienen en ello. I si no, ahí están los hechos que no dejan mentir : sabido es que se le ofreció la presidencia de la república como sucesor de Ovalle, i él la rechazó, i después fué elejido vicepresi­dente i elevó inmediatamente su renuncia al Congreso ( i3 de junio de I83 I ) . Permítaseme trascribir aquí este documento que es la fiel expresión de las ideas de Por­tales i que merece pasar a la posteridad como un her­moso ejemplo de abnegación i de modestia verdadera­mente republicanas. Dice así : « Señor : Llamado por el voto de los pueblos a la Vicepresidencia de la República, creo de mi deber expresarles, por el ór­gano déla Representación Nacional, mi profunda grati­tud por este lisonjero testimonio de confianza i de su aprobación a los pequeños servicios que he podido pres­tar a la patria. Pero penetrado de mi insuficiencia para, ejercer dignamente las funciones de la primera majis-tratura ejecutiva, si por algún accidente llegase a vacar, i obligado a volver dentro de breve tiempo a la vida privada, a donde me llaman urjentemente considera­ciones que no puedo desatender, me hallo en la preci­sión de suplicar, como suplico, al Congreso Nacional, se sirva aceptar la formal i solemne renuncia que hago en sus manos. La Nación i el Congreso me harán, sin duda, la justicia de creer que no he tomado esta re­solución sino porque, después del mas detenido i ma­duro examen, la he creído absolutamente necesaria, i por consiguiente, irrevocable. »

Como declarase el Senado por unanimidad que no

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habia lugar a esta renuncia, Portales volvió a insistir, con fecha 15 de julio, en los términos siguientes :

« Al señor presidente de la Cámara de Senadores. — Santiago, julio i5 de I 8 3 I . — Mi ausencia de la capi­tal no me ha permitido contestar hasta ahora al oficio de V. E. de 16 del próximo pasado junio, en que se sirvió informarme que la Cámara de Senadores no ha­bia admitido la renuncia de Vicepresidente del Estado que tuve el honor de dirijirle. En medio del reconoci­miento que me inspira esta resolución del Senado i de la deferencia que desearía mostrar a su determinación, debo exponer a V. E. que, después de una renuncia hecha con la mas detenida i madura deliberación, como aquélla lo ha sido, la comunicación de V. E . no ha podido menos de causarme la mayor sorpresa. Ella me pone en el caso de repetir que me hallo en la imposibi­lidad de aceptar aquel nombramiento; i que nada me será mas sensible que verme otra vez obligado a mani­festar a los deseos del Senado una resistencia que re­pugna a mis sentimientos de respeto, pero que fundade en los mas justos motivos es i debe ser inalterable. Es­pero, pues, que V. E. al trasmitir otra vez mi renuncia a la Cámara de Senadores tenga la bondad de hacerla presente que no me es dado volver atrás, i que pesa­das de nuevo todas las circunstancias que pudieran in­fluir en mi determinación, la miro como irrevocable •, i suplico a la Cámara se sirva proceder en este concep­to. Dios guarde a V. E. •— Diego Portales. »

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Correspondió a esta nueva manifestación de despren-dimento la nueva insistencia del Senado, concebida en estos términos : « Llévese adelante la resolución del 1 4 de junio en que el Senado permanece irrevocable­mente. »

Abrumado en cierta ocasión este hombre extraordi­nario por los chismes de almas vulgares que no com­prendían desinterés tan sublime en uno de esos impe­tuosos arranques de efusión tan peculiares a su carácter franco i abierto, exclamaba así en el seno de la amis­tad : « He asegurado mil veces que no mandaré el país, ¿i podrá temerse una monstruosa contradicción por mi parte? ¿No se deja conocer que no me hago la mas pequeña violencia para aborrecer el mando, i que éste es el resultado de una racional meditación, i de una experiencia bien aprovechada ? »

No solo la realidad del poder, hasta sus apariencias le disgustaban profundamente : i llevó su terquedad hasta oponerse resueltamente a aceptar los honores que se le querían tributar, fueran militares o civiles. Se intentó darle el título de jeneral de la república, i él no perdonó medio para echar por tierra semejante pro­yecto, que llegó a calificar con áspera rudeza. « Yo no he querido jamas, escribía en la confianza de la in­timidad a don Joaquín Tocornal, sino el bien de mi país •, i no tengo otra ambición que la de verlo feliz i próspero. »

I cuando ya estuvo en su rincón de Valparaíso, ni si­quiera quería que le escribieran sus amigos sobre polí­tica : suspiraba por mantenerse tan lejos de esa vida de

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ajitacion, i tan cierta era su renuncia. Toda su corres­pondencia de esta época está impregnada de estas ideas, i cada una de sus cartas las reproduce con mas o me­nos exajeracion en la forma, pero con idéntica exacti­tud en el fondo. No admitía discusión sobre este punto i se enfadaba de que se la intentaran : exijia de los suyos absoluto silencio i reclamaba con calor cuando no cor­respondían a sus exijencias; sobre todo aceptaba noti­cias i consejos, menos sobre su intervención en los con­sejos del Gobierno, ni su vuelta al seno del gabinete: i a algún amigo que fué demasiado exijente contestó con las frases siguientes: « Bastante tiempo, le decía, han reposado los buenos en mi vijilancia, yo necesito ahora reposar en la de ellos para salvar mi honor comprome­tido por el estado melancólico en que ha puesto mis negocios el necesario abandono que hice de ellos por mas de dos años. Invoco cuanto merezca respeto para asegurar a Vd. que nada ambiciono: me acom odaré fácilmente a vivir pobre i no será lo que mas sienta, por­que la pobreza me obligaría a llevar la vida que ape­tezco, pero nunca a vivir debiendo ; jamas podría con­formarme con la pérdida de mi independencia, de ese bien que ha sido para mí siempre el mas estima­ble (i). »

Indudablemente, es un bello espectáculo en la his­toria la existencia de un hombre semejante. El mismo contraste de la oscuridad que se busca con la gloria que se adquiere contribuye a destacar mas la figura delcua-

(i) Carta a D. Vicente Bustillos, noviembre 8 de i 832 .

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dro. Cincinato seria uno de tantos guerreros que ape­nas la posteridad hubiese conocido, si nonos lo presen­taran las leyendas de Roma cultivando su heredad en el silencio de un honrado retiro. La soledad de Mount Vernon envuelve en una atmósfera de indescriptible simpatía al libertador de la América del Norte, i es bajo este aspecto que se le considera como el tipo del héroe republicano. Así Portales, en su modesto asilo, al pié de las verdes colinas del Barón, después de mover con solo el fruncimiento de su ceño, toda la República!.. .

Pero, forzoso es convenir que tenia sobrado derecho para pedir tregua i aspirar al reposo. ¡ Qué ajitacion, qué fiebre con su arduo insomnio de diez meses de mi­nisterio ! Aquello fué vivir como el rayo, en medio del fuego de las pasiones, puesta el alma sobre el yunque del trabajo. No puede formarse juicio completamente exacto el que pretenda comprender todo el alcance de la obra de Portales con solo la lectura del Boletín : eso es la centésima parte de lo que realmente hizo, i, sin embargo, admira como un hombre sin estudios pre­paratorios pudo hacer tanto. La parte principal de su obra está en otro campo : en la organización de la Re­pública, no sobre el papel, que eso es fácil i lo habían realizado con bonitas teorías cincuenta veces los Pipió­los, sino sobre el terreno de los hechos, en la realidad de las cosas, en los caracteres mismos de los hombres. La reacción fué rapidísima, inmensamente fecunda, i lo que vale mas, inamovible. De otra suerte, con su se­paración del poder, su sacrificio habria sido estéril • i sino se hubiere operado la reacción producida hasta en

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lo mas profundo de las ideas, las huellas de su paso de dictador se habrían borrado sobre la arena movediza del tiempo. La rejeneracion de un país no consiste en cambiar simplemente los actores de la escena; estriba, sí, en dar otro jiro al argumento, a las pasiones, a los caracteres del gran drama que se desenvuelve en su vida política, i es esto lo que hacen los hombres de estado. Bajo este punto de vista, Portales merece como nin­gún otro en América este título; i aunque para justifi­carlo no hubiesen quedado sus decretos conservados en los archivos de nuestros ministerios, la conciencia na­cional se habría encargado de probarlo a la posteridad con el homenaje de sus recuerdos.

Porque, i en qué no puso mano este audaz reforma­dor para levantar el nivel moral de su patria? ¿ a qué no atendió, desde las cosas mas nimias hasta las de mas importancia ? Desde las diversiones populares i el teatro, que es un gran elemento civilizador (decreto del 15 de octubre de i83o), hasta los problemas que podrían parecer mas distantes de los atributos de la administra­ción, a todo llevó el alcance de su jénio, mereciéndole todo útilísimas medidas, comercio, ciencia, agricultura, artes, industrias, correos, salubridad pública, etc., etc. I mas fácil es señalar aquello en que no hizo algo que enumerar las graves cuestiones que resolvió.

Sus diez mesas de ministerio son el mas bello poema que se ha realizado en América, i dará sin duda mas tarde, cuando los ecos de la lucha se hayan apagado enteramente, mucho campo a las meditaciones.de nues­tros nietos, pues les será difícil comprender cómo el

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jenio de un hombre pudo en tan corto tiempo provocar una reacción tan poderosa como la del año 3o : entre­tanto, los que hemos venido a recojer inmediatamente los frutos de su herencia, podemos declarar, i eso por­que lo hemos tocado con nuestras manos i casi visto por nuestros propios ojos, que la organización de Chile se debe exclusivamente al triunfo de los pelucones, que sobre el escudo de su gloria, como los antiguos pueblos jermanos, levantaron la autoridad omnímoda de su jefe.

Saben ya los lectores de este libro cómo encontró Portales la República : conviene que por el órgano de uno de los escritores mas notables de aquel tiempo, sepan también cómo se hallaba en los momentos en que aquél la dejaba. Es D. Manuel Gandarillas el que habla.

— « E l estado de un país, dice, se conoce siempre por la expresión de la opinión pública, i jamas se ha visto tan uniformada en Chile como en el tiempo de la presente administración. Si se recorren todos sus ra­mos i se examinan con prolijidad los procedimientos de cada uno de sus funcionarios, no se encontrará mas que orden i empeño en asegurar la prosperidad pública. El ejecutivo, valiéndose de medidas legales,, ha extin­guido el jérmen de las revoluciones que en otro tiempo se fomentaban con la misma sangre que se vertía para sofocarlas. Tiene el ejército sometido a la disciplina mas severa por la puntualidad de las pagas i por la vi-jilancia i amor público de los jefes : contentos a todos sus empleados porque mensualmente reciben en nume-

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rario el premio de su trabajo; ha satisfecho un divi­dendo de la deuda exterior, cubierto igualmente los intereses i amortización de los fondos públicos, amorti­zado trescientos cincuenta i dos mil setecientos díeziocho pesos dos i cuarto reales de la deuda antigua inte­rior, de esa deuda contraida por expediciones inútiles i por la mala distribución de las rentas. Mensualmente se rinde cuenta al público de las entradas i gastos nacio­nales, i hasta ahora no hai un individuo que haya con­tradicho su exactitud... El réjimen interior de los pue­blos se mantiene en toda su armonía i tranquilidad, i los trabajos de la agricultura, artes, comercio i minas reci­ben todo el fomento que proporcionan por sí mismas la libertad arreglada i la paz inalterable... Todo se di-rije a un fin, el de la prosperidad jeneral, i los hechos están manifestando que los esfuerzos no son vanos.»

I esta era la idea dominante en todo el país: nunca ha tenido Chile un gobierno mas enérjicamente apoyado por la opinión pública: i83o marca una fecha memo­rable a este respecto i como tal vez no se presentará nin­guna o t ra : el pueblo veía con claridad lo que le con­venía, i hé ahí la razón de su entusiasmo por el hombre i el partido político que venia a defender sus intereses.

Con estos antecedentes no son de extrañar las nume­rosas manifestaciones de aplauso i aprecio de que fué objeto nuestro héroe en aquellos dias de su descenso del poder.

En i 8 3 2 (3o de julio) hizo definitivamente su renun­cia del Ministerio déla Guerra, que, como queda dicho, se resignó a conservar después de su retirada a Val-

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— i 7 4 — paraiso; i con este motivo se cambiaron entre el Presi­dente de la República i el Congreso las siguientes notas:

« Al Presidente de la Cámara de Senadores. — San­tiago, agosto i 7 de i 8 3 2 . — El Presidente tiene el honor de participar a las Cámaras del Congreso Nacio­nal, que habiendo repetido D. Diego Portales la re­nuncia del Ministerio de guerra i marina que tan digna­mente desempeñaba, i convencido el Gobierno de los graves motivos que le obligan a ello, i de que no seria conforme a justicia, después de tan grandes servicios demandarle nuevos sacrificios, ha creido necesario, aun­que con sentimiento i repugnancia, admitirla. El Con­greso reconoce, como el Gobierno, la deuda de grati­tud que ha contraído la Nación para con este patriota distinguido, que abandonando sus intereses particu­lares, i consagrando sus desvelos al servicio del Estado en una época de calamidad i crisis, contribuyó tan señalada i eficazmente a la restauración del orden i al establecimiento de la administración ejecutiva sobre bases sólidas que han hecho revivir el imperio de las leyes i la confianza pública. El Presidente cree que el premio mas digno que puede llevar este benemérito ciudadano al reposo de la vida privada, es la expresión del reconocimiento nacional por órgano del Congreso. El Presidente, en esta virtud, propone a las Cámaras que, si su opinión en este punto es conforme con la del Gobierno, como no puede dudarlo, se sirva decretar un voto de gracias a D. Diego Portales, en los términos que estimare correspondientes a sus grandes servicios.

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— Dios guarde a V . E. — JOAQUÍN PRIETO. —Joaquín Tocornal. »

« Al Presidente de la República. — Santiago, 20 de setiembre de i 8 3 2 . — El Congreso Nacional, tenien­do en consideración que D. Diego Portales entró a servir a los Ministerios del despacho del interior i de la guerra en la época mas angustiada de la patria, cuando destruido el imperio de las leyes i encendida la guerra civil, la anarquía i el desorden amenazaban la ruina política de la nación, en cuyas lamentables circunstan­cias, desplegando un celo, vigor i patriotismo extra­ordinarios, consiguió con la sabiduría de los consejos i el acierto de las medidas que proponía en el gabinete, restablecer gloriosamente la tranquilidad pública, el orden i el respeto a las instituciones nacionales, de­creta : Que el Presidente de la República dé las gra­cias a D. Diego Portales a nombre del pueblo chile­no, i le presente este decreto como un testimonio de la gratitud nacional debido al celo, rectitud i acierto con que desempeñó aquellos ministerios, i a los jenerosos esfuerzos que ha consagrado al restablecimiento del orden i tranquilidad de que hoi disfruta la patria. »

Al oficio en que el Gobierno le comunicaba esta re­solución del Congreso, que lleva la fecha del 24 de se­tiembre, contestó Portales con estas palabras :

« Santiago, setiembre 26 de 183a . — El oficio que V . S. se ha servido dirijirme con fecha 24 del que rije,

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i el decreto del Congreso inserto en él, manifestán­dome la aceptación que han merecido mis servicios, son una recompensa que excede en mucho al valor de ellos. Obligado a entrar en la vida pública contra mis deseos e inclinaciones, i mientras no me fué permitido dejarla, creo no haber hecho mas que cumplir imper­fectamente, aunque del mejor modo que pudieron mis débiles fuerzas, con las obligaciones que todo ciuda­dano debe a su patria. Permítame V. S., pues, que, penetrado del mas profundo reconocimiento por esta demostración, le manifieste mi sorpresa por una honra tan inesperada, i que le ruegue sea el órgano por donde exprese mi gratitud a este jeneroso testimonio de la induljencia de S. E. el Presidente i del Congreso, no menos que de mi confusión por no haber acertado a merecerlo. — Dios guarde a V. E. muchos años. — Diego Portales. — Señor Ministro de Estado en el Departamento de lo Interior. »

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Pero, ¿ queréis por completo el secreto de esas adhe­siones tan enérjicas i tan profundas que sabia despertar en torno suyo este hombre extraordinario? Penetrad en el fondo de su alma i de su vida íntima, i allí hallareis la explicación del misterio de esa fascinación inexplicable. No era el hombre público únicamente el que obtenía la reacción mas poderosa i mas benéfica de que hai ejemplo en América en un espacio de tiempo exajeradamente limitado: se debia el éxito en mucho a las cualidades i a la conducta del hombre privado. Esa franqueza, ruda a veces, pero sincera siempre; esa alti­vez valiente para echarse sobre sus hombros todo el peso de la responsabilidad inmensa de aquellos dias solemnes; esa audacia incontrastable i serena para aceptar una lucha sin tregua, en la cual para combatirlo, tenían necesariamente que unirse los intereses indi­viduales, las ambiciones de partido, las asechanzas de los vencidos i las exijencias de los vencedores ; esa jene-

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rosidad, en fin, con que ponia, al mismo tiempo que su brazo, su abnegación i su fortuna, al servicio de la patria, que ante los ojos de su alma no era un grupo de tales o cuales ideas, sino todos los nacidos a la luz de su cielo i al pié de sus montañas; todas esas cualida­des, que en el hombre privado eran mui notables, se convertían en el hombre público en grandes recursos de poder que le servían para crearse a su alrededor ad­miradores fanáticos i unir al afecto de su persona el entusiasmo por su causa. De esta suerte se completaba su doble carácter de una manera admirable, sirviendo las cualidades privadas como de fundamento a las pú­blicas, i éstas de lustre i prestijio a aquéllas.

De aquí es que de las numerosas manifestaciones de que fué objeto Portales, muchas de ellas deben buscarse mas en el corazón de sus amigos que en el deber que sus correlijionarios políticos tenian de tr ibutarle; sin embargo, que de ordinario una i otra cosa iban unidas.

Con muchos hechos históricos sucede lo mismo : su explicación es necesario buscarla en las pajinas intimas de la vida diaria, mas que en los grandes i bulliciosos acontecimientos. El hombre sale del hogar formado para la vida pública, i de ordinario ésta es el reflejo de aquélla : si sabe ganarse amigos, sabrá sin duda cap­tarse la opinión de hermanos de lucha : cobarde en la manifestación de sus opiniones privadas, menguado en sus negocios, intrigante en sus relaciones de amistad o familia, será tímido, mezquino, desleal, en la plaza, en el parlamento, en las oficinas de gobierno, i vice­versa : hé aquí un axioma incuestionable.

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Por eso, para acabar de explicarse el influjo fasci­nador que tan rápidamente alcanzó Portales entre los suyos, es preciso levantar un tanto el velo de su vida en el círculo estrecho de sus cualidades personales i estudiarlo allí en sus arranques, en sus pasiones, en sus actos espontáneos, para medir le alcance de lo que era capaz.

Allá van unas cuantas lijeras pinceladas que bastan para dar fisonomía al retrato...

Habla el historiador liberal, Vicuña Mackenna, i rinde el siguiente testimonio de su jenerosidad admi­rable. Copio sus palabras : « Al coronel Godoi, le prestó franca i leal ayuda en un caso difícil en que le pidió amparo, no de amigo, sino de noble adversario. Al ex-ministro Muñoz Bezanilla, el mas aborrecido de suspelajeanos, en la época de la lucha, le franqueó des­pués el dinero que debía darle el pan del destierro, a que sus enemigos le condenaban. Hemos visto que tuvo bajo su propio techo, durante muchos meses, a Velaz­quez, cómplice de la revolución de los puñales, i por último, al mismo Nicolas Cuevas, a quien se sorpren­dió en una celada contra su vida, no lo hizo castigar, pues lo ajusticiaron después que él ya no existia. »

Don José Zapiola, preciosa reliquia de aquellos años que aún nos queda, en uno de sus preciosos libros cuenta que al coronel Picarte, que era uno de sus mas ardientes enemigos, « al saber que se hallaba grave­mente enfermo i sin recursos, hizo llegar una suma considerable, ocultándole cuidadosamente quién le pres­taba este servicio. » Pero, es sensible que se haya olvi-

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dado de agregarnos Zapiola cuál fué el valor de esa suma; i conviene decirlo, sin embargo : fueron cin­cuenta onzas de oro, que las pidió prestadas Portales a un comerciante amigo suyo.

Cuando Portales llevó al ministerio de hacienda a don Manuel Renjifo, éste le era deudor de una fuerte suma de dinero : arreglando un dia entre ambos la cuenta de esta deuda, Portales tomó entre sus manos los documentos que le acreditaban i los hizo mil peda­zos, diciendo a Renjifo : « Mi amigo, estamos cance­lados! y>

Algunos años mas tarde Freiré salia al extranjero desterrado : iba pobre i sin recursos : el mismo marino que lo iba a llevar a otras playas le dio a nombre de su jeneroso enemigo una mas que modesta cantidad. Al mismo tiempo que obraba de esta suerte con el cau­dillo revolucionario, con la familia de otro de los cóm­plices de la misma revolución se conducía de una ma­nera superior a todo elojio : la mantenía de sus propios recursos, sin descubrir la mano que hacia el beneficio. Callo el nombre de esta familia por respeto a los miem­bros de ella que aún existen.

Hé aquí otra anécdota que he recojido de los labios del mismo que en ella figura ( i ) .

Portales era comandante del batallón núm. 4 de Guardias nacionales. Se presentó una tarde a la mayo­ría del cuerpo uno de sus oficiales: era un joven que, dedicado al comercio i jeneralmente estimado, gozaba

(1) D. Clemente Diaz.

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de excelente crédito en la plaza i habia logrado formar una pequeña fortuna a fuerza de economía i de trabajo. Iba esa tarde al cuartel a pedir licencia al comandante para ausentarse por algunos dias de Santiago, con el objeto de buscar en Valparaíso a sus acreedores i sal­var, si no su fortuna comprometida, a lo menos su nombre. Era el caso que le acababan de dar la noticia de una tremenda bancarrota que habia hecho una casa comercial de ese puerto, en cuyo poder tenia deposi­tada la cantidad de 20,000 pesos, destinada a pagar ciertos créditos que se vencían en esos mismos mo­mentos.

Portales dio al joven teniente la licencia que solici­taba i le pidió al mismo tiempo que llevara una carta a un antiguo comerciante de ese puerto, don Josué Waddington. La primera dilijencia del joven, una vez hecho el viaje, fué entregar la carta de que era portador en manos de Waddington, el cual, habiéndola leido :

« M U Í bien, le dijo , tiene Vd. el dinero a su disposición.

— No sé a qué dinero se refiere Vd., replicó el otro. — ¡ Cómo ! Portales me ordena en esta carra que Vd.

mismo trae, que entregue a Vd. bajo su responsabili­dad, la cantidad de 20.000 pesos que Vd. necesita. »

Entonces comprendió el joven comerciante la jene-rosa acción-, i, aunque no alcanzó a usar de ese dinero, porque pudo satisfactoriamente arreglarse con sus acree­dores, fué eterna la gratitud que abrigó hacia el hom­bre que lo salvaba de la ruina con tan noble conducta. El teniente del número 4 , el comerciante favorecido

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por Portales, fué después uno de sus amigos mas deci­didos, i uno de nuestros conciudadanos mas honrados i dignos de respeto.

Toca ahora preguntar: ¿ merecía, o nó, tener amigos un alma de este temple ?

I después de estas pajinas es del caso volver a pre­guntar : ¿era, o nó, un jénio el hombre que en solo diez i seis meses organizaba un país aniquilado por veinte años de guerras, de anarquía i de pobreza ?

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L I B R O T E R C E R O

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Organizado el país merced a la enérjica abnegación del jenio de Portales; robustecido el partido político que con él habia subido al poder ; elejido el jeneral Prieto presidente de la República ( 18 de setiembre de I8?I ) ; afianzado el orden público, i triunfantes las ideas de verdadero progreso i de justa libertad: no le quedaba al país , para asegurar su porvenir, otra cosa que hacer que sellar la grande obra de su rejeneracion para completar la empresa jigantesca empezada por los héroes de la independencia, i aun no terminada en medio de la furiosa anarquía que habia azotado a la República.

Si Portales i el partido conservador se hubiesen satisfecho con el triunfo obtenido para gozar de las caricias del poder, poco o nada habrían realizado de provecho para el país. Era necesario algo m a s : asegurar el porvenir; i esto no lo podian alcanzar

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sin cambiar por su base los fundamentos de nuestra organización política. No son hombres de estado los que no miran mas allá del momento presente, i los años futuros valen mucho mas que la hora que pasa. Fundar de una vez i para siempre la verdadera república tal como la concibe la ciencia, sin exajeraciones, ni idealismos quiméricos, ni utopias insensatas; hé ahí lo que se necesitaba i lo que realizaron los hombres de aquella época.

La Constitución del 33 tuvo su cuna en este orden de ideas : i por eso fué para Chile el arca de la alianza, donde se mantuvieron incólumes los derechos del pueblo i la prosperidad de la patria : ella puso atajo a la demagojia desenfrenada ; fijó los límites que deben reinar entre la licencia i la libertad ; dio garantías a todos los ciudadanos; consagró los grandes principios políticos que rijen a los pueblos libres, i mereció el aplauso de todos los buenos patriotas. Es verdad que no hacia sino satisfacer las aspiraciones jenerales •, pero satisfacerlas bien, era empresa harto difícil en aquellos tiempos.

Chile entero pidió la reforma de la Constitución del 28 , porque estaba en la conciencia pública que en gran parte a ella se debieron las últimas convulsiones políticas; se hallaba ademas fatigado profundamente de verse siempre en la inquietud perpetua, testigo i víctima al mismo tiempo, de ese cambio constante de constituciones: suspiraba porque se le diera un código fundamental i sólido que asegurara, con la sabiduría i prudencia de sus disposiciones, su estabilidad i su vida.

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Así es que cuando vio en el poder a hombres que representaban garantías suficientes de orden i de ciencia, exijió de ellos lo que tenia pleno derecho a exijir : mejores leyes.

En 1 8 3 1 ( 18 de febrero)la municipalidad de Santiago elevó una solicitud al Congreso de Plenipotenciarios pidiendo la reforma constitucional: el Congreso acordó que el Ejecutivo hiciera imprimir i circular en todos los pueblos de la República esta representación, e invitó a las asambleas i electores de diputados a fin que expresaran en sus sufrajios si daban a los senadores i diputados la facultad de anticipar i convocar la gran convención, designada para 1836 por la Constitución del 28. Consultado en esta forma el pueblo, se acordó proceder conforme a las exijencias de la mayoría i de la situación política del momento. Se convocó en con­secuencia a la gran convención, i de esta suerte quedó promulgada la lei con fecha i.° de octubre de I 8 3 I .

Fué, pues, de una manera franca, abierta, popular, cómo se inició la reforma de la Constitución del 2 8 : no impuesta al pueblo, puesto que él la pedia; ni por medio del fraude, o la intriga, puesto que él la decretó en sus comicios electorales; ni por un Gobierno intruso, puesto que el presidente era Pr ie to , lejítimamente elejido, después de constituido el país i en medio de una paz profunda.

Se ha dicho que la Constitución del 33 fué la obra de un part ido: ciertamente. I de allí ¿qué? ¿que no es buena ? ¿ que no fué popular ? ¿ que no satisfizo plenamente las aspiraciones jenerales ? Seria

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necesario probar estos cargos para hacer un argumento de aquella afirmación. ¡Pues bien! Ser el autor de esa Constitución, es uno de los mas bellos títulos que tiene el partido conservador para presentarse en la historia a aceptar el juicio de la posteridad. Preguntadle a cualquiera de aquellos ínclitos varones que contribuyeron a levantar tan hermoso edificio, cuál es la obra que juzga mas monumental i gloriosa de las que con tan brillante éxito han realizado en el espacio de veinticuatro años que sin interrupción dominaron al país, i os responderá inmediatamente:« La Constitución del 33 : » que en tanta estima la tuvieron lqs que la pensaron i la promulgaron, con la conciencia de que con ella daban el golpe de muerte mas formidable a la hidra revolucionaria.

I en efecto, si con algún título honroso puede un partido político descender a la arena donde se debaten los altos destinos públicos a disputar a sus émuios el poder i los honores, es con aquel que le dan las sabias leyes que ha dictado i las instituciones vigorosas i prudentes que ha establecido. No podría dar mas hermosa prueba de que sus luchas no han sido por hombres, ni ambiciones mezquinas, i que en su bandera ha llevado escritas otras tendencias i otras ideas, para formular programas i defender principios, i no para hacer surjir únicamente personalidades mas o menos notables, o mas órnenos felices. Justamente, hé ahí lo que constituye la grandeza de un partido político, pues es la prueba mas elocuente de su levantado espíritu.

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No han faltado quienes han acusado a la Constitución del 33 de ser destinada al solo objeto de afianzar en el poder a los que la promulgaron: mas, para vindicarla de este cargo, no se necesita sino recordar la situación en que se encontraban aquéllos cuando la discutieron i sancionaron. El partido Conservador era a la sazón poderosamente fuerte: contaba con la popularidad i el prestijio que da la victoria ; tenia a su servicio a todas las notabilidades del país en el orden civil i político: la audacia, el talento, la fortuna prestaban viento a sus alas : sus enemigos, vencidos en el campo de batalla, andaban prófugos los mas, desalentados los otros: no habia voz bastante alta, ni brazo bastante robusto que fuese capaz de combatirlo, cuanto menos de vencerlo: nada le estorbaba para hacerse indefini-nidamente el arbitro de los destinos de la República, contando, como en efecto contaba, con el pueblo, el Congreso i el ejército. ¿ Qué necesidad tenia entonces de fundar las bases de su poderío en unas cuantas pajinas de papel, que podian ser despedazadas al dia siguiente? I si era verdad, como lo han afirmado posteriormente los escritores de las filas liberales, que la Constitución del 28 era tan popular, tan admirada, tan querida por el pueblo chileno, es fácil comprender cuan grave era el error en que incurrían los Pelucones cuando se empeñaban en reformarla, levantando sobre sus ruinas la nueva carta del 33. Era en tal caso, no hai duda, un paso extremadamente peligroso el que aventuraban los revolucionarios del 2 9 , verificando su reforma cuatro años antes que se venciera el plazo

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señalado por ella misma para ese objeto dentro del círculo de sus preceptos. Si el móvil que los impulsó fué afirmar su triunfo sobre el solio del poder, preciso es confesar que obraron de una manera incomprensible 0 hicieron una cosa completamente inútil.

Menos racional es aun el peregrino argumento dei bastardo orí jen de esta Constitución: porque si es él realmente bastardo, siendo que nació de una convención popular, con el voto de la nación casi unánime, bajo una administración legal i definitivamente constituida, sin violencia ninguna, ¿será mas lejítimo, acaso, el oríjen de nuestras constituciones anteriores, inclusa la del 2 8 ? . . . .

Cuando se recorren los nombres de esos convencio­nales ; cuando se siguen paso a paso sus trabajos, sus discusiones, sus actos de patriotismo, desde el dia en que el presidente de la República abrió solemnemente las sesiones de la convención (20 de octubre de 183 1 ) hasta el dia en que el nuevo Código quedó reconocido 1 jurado en la capital como leí fundamental de la República (27 de mayo de 1833), el ánimo, suspendido entre la admiración i el respeto, se inclina espontánea­mente a rendir tributo de homenaje a los nobles proceres de aquel ilustre partido. El partido Conser­vador se cubrió entonces de gloria : gloria que vivirá perpetuamente en nuestros anales históricos, por mas que la calumnia se haya ensañado sobre él, i por mas que muchas pajinas de odio se hayan escrito para echar viles sospechas o embusteras suposiciones sobre sus ideas i sus hombres.

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— ig i — Defenderlo de esas calumnias i de esas pajinas es

inútil : porque ¿ para qué decir al pueblo chileno las glorias que le debe, si todo el pueblo chileno las sabe mui bien i las recuerda con gratitud i con cariño ? ¿ Para qué decirle que los primeros soldados de ese partido, con un desinterés sublime, no obtuvieron mas premio de sus fatigas que la satisfacción del deber que

'habían llenado, del sacrificio que habían hecho en el altar de la patria ? Sus hombres públicos, sus jefes militares, sus estadistas, sus majistrados, llevaron siempre tal sello de honradez en su conducta, que nadie aun se ha atrevido a lanzar sobre la frente de ninguno de ellos sombra alguna de despilfarro o infamia. ¡ Ninguno de ellos fué. a labrar su fortuna en los desti­nos, a costa del erario nacional; i en cambio todos ellos, casi sin excepción de uno solo, con una abnega­ción gloriosa, pusieron sus bienes a disposición de su país i derramaron caudales cuantiosos en servicio de su causa, sin creerse por eso disculpados de echar sobre sí i aceptar todo el peso de la responsabilidad de los actos de los suyos, i de ofrecer en aras de sus ideas su reputación, su bienestar i su sangre!

¡ Gloriosos años para la República, aquellos en que no se oia sino la voz del patriotismo... tal vez extra­viado o exajerado en algunos, si se quiere; pero siempre sincero i siempre santo !

Hoi que pertenecen al pasado los partidos políticos de aquella época, la historia puede pronunciar su fallo con libertad i con entero conocimiento de causa : i ante ella el Conservador es el único que se levanta a

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— TQ2 —

una altura digna de que la posteridad fije en ella sus ojos, porque los demás son bandos de ambiciones pequeñas de caudillos, de odios de familia, de círculo, de estrechas miras.

Fué ademas, el único posible después de la revolución de la independencia •, pues supo formar la hermosa unión del pasado con las nobles aspiraciones del por­venir : tuvo la sensatez de no romper enteramente con las tradiciones ni aceptarlo todo a título de antiguo : fué, entre los opuestos impulsos de los que quieren ir a paso de jigante i los que se estacionan con inútil inercia, el justo medio que se necesita para coronar con éxito las revoluciones : comprendió el mal camino que seguia la joven e inexperta nación, recien salida de la infancia, i la dirijió por mejor sendero que el llevado hasta a l l í ; mató para siempre, con los hábitos verdaderamente republicanos que trajo consigo i que constituían su modo de ser natural i político, los desórdenes demagójicos i el dominio de las t u rbas ; rindió siempre tributo al talento i lo elevó a los primeros puestos, sin mirar de donde venia i mirando, sí, adonde iba ; fué bastante virtuoso para dominar sin corromperse, i bastante feliz para dar mas tarde los dias de gloria mas brillantes que ha acariciado el pabellón de Chile: tuvo, en fin, fe, constancia, abnegación, desprendimiento heroico, que era lo que habia faltado a los demás partidos que se habian hasta entonces disputado la presa del gobierno i de la cosa pública. No se puede menos de admirarlo cuando se halla en él tanto buen sentido, tanto tino político, tanto conocimiento de la realidad de las cosas

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.— 193 —

i de la verdadera vida democrática ; tal como se concibe en el ideal de la ciencia política i tal como la han soña­do los pensadores profundos de todos los tiempos. Persuadido de que es imposible cambiar de súbito una sociedad i darle en un dia otras ideas, otros usos, otras costumbres, su obra fué perfectamente adecuada a las circunstancias, i reformó i creó con valor, con audacia, pero sin echarse a caza de aventuras peligrosas. Supo preparar el terreno para sembrar en seguida : i hé ahí la inmensa ventaja que le llevó al Pipiólo. Fué mas práctico, i, en una palabra, mas político.

Injusto es, pues, acusarlo de reaccionario, porque, ¿ en qué reaccionó ? ¿ En destruir los jérmenes funestos del federalismo ? ¿ En robustecer el poder del Ejecu­tivo para ahogar en su cuna a la anarquía ? ¿ En volver al pueblo la fe relijiosa i democrática que le iba faltando ? ¿ En asegurar la paz de la República ? Si esto es reaccionar, si obrar en justicia i en armonía con la verdad merece tal apodo, preciso es confesar que todos los grandes hombres de Estado i todos los buenos gobiernos son enérjica i lójicamente reaccionarios.

-Yo considero a la revolución del año 10 recien concluida ei 33. Hasta entonces estaba a medio camino, no del todo definida, sin haber terminado su misión todavía, pues la República se hallaba organizada a medias, i salvo la separación de la madre patria, en mui poco mas habia mej orado el estado presente respecto al pasado. Sucedia a Chile algo de lo que sucede en el mar en los primeros momentos después de pasada la tempestad• las olas quedan revueltas, i aunque el cielo

i 3

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— 1 9 4 —

aparece sereno, no por eso el abismo deja de seguir ame­nazante. Esta era la situación después de Chacabuco i Maipú. La obra de la democracia estaba únicamente iniciada ; faltaba completarla, i en su seno los hombres i las pasiones eran lo que las olas en aquel mar. Sin los vencedores de 183o, la revolución de 1 8 1 0 habría sido inútil, si no perniciosa, i sin el dominio del partido conservador, Chile no pasaría de ser en el dia lo que Méjico, Venezuela, Colombia, etc. etc. « Instruir a la democracia, dice Tocqueville; reanimar si es posible sus creencias •, purificar sus costumbres; sustituir poco a poco su inexperiencia con la ciencia de los negocios, sus instintos ciegos con el conocimiento de sus verdade­ros intereses •, adaptar sus gobiernos a las épocas i a las localidades, modificarle con arreglo a las circunstancias i a los hombres : tal es el primero de los deberes impuestos en nuestros dias a los que dirijen la socie­dad. » I hé ahí lo que hicieron los Pelucones cuando sobre esas mismas bases levantaron el edificio de la Constitución del 33.

Pero, antes de analizarla, quiero dar a conocer en breves pajinas a algunos de esos hombres que mas directamente influyeron al lado de Portales sobre los acontecimientos de la época. Prieto era el Presidente de la República, Egaña la palabra mas elocuente de la Convención, i Tocornal, el ilustre sucesor de Portales, desempeñaba el ministerio del interior i relaciones es-teriores,

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I I

El jeneral Prieto llevaba al poder el prestijio de sus últimas victorias i la estimación de los hombres mas notables de la época que hallaban garantías de buen gobierno en su carácter sereno, prudente i al mismo tiempo enérjico. Dotado de aquellas cualidades que hacen la felicidad de la vida privada, modesto, tolerante con las opiniones ajenas, deseoso de hacer el bien a los que lo rodeaban, llevó esas mismas cualidades a la vida pública, conquistándose de esa suerte el respeto de sus enemigos i el afecto de todos •, i tuvo el singular talento de no excitar jamas en su contra odios profundos, no porque fuera una mediocridad insignificante, sino porque su alma supo siempre mantenerse a bastante altura sobre las pasiones para no despertarlas.

Es el modelo délo que puede ser el primer majistrado de un pais libre i parlamentario : supo gobernar con la opinión pública, la respetó i la obedeció.

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Al abrazarla causa de la revolución'del 29, no tuvo otro móvil que el bien de la patria; nada quiso para sí , ni creyó nunca que con el paso que daba se abría el camino de la presidencia : la abnegación de Portales i los acontecimientos que se desarrollaron posterior­mente sobre toda previsión humana, lo llevaron a ese puesto, i él lo aceptó sin vanidad, sin fausto ridículo i sin pretensiones, que por mas que las disculpe una posición brillante, siempre son necias. Del mismo modo diez años mas tarde lo abandonó sin pesadumbre, porque lo que dejaba en pos de sí no eran sino buenos recuerdos, i eso satisfacía a su ambición i a su con­ciencia.

Oriundo de la ciudad de Concepción ( 1786) , empezó su carrera pública prestando servicios importantes a la causa de la independencia. En 1 8 1 1 , bajo las órdenes del capitán don Andrés Alcázar, fué enviado por nuestro gobierno en auxilio de los patriotas de Buenos Aires ; de vuelta, en 1 8 1 3 i en 1 8 1 4 , bajo las órdenes de Carrera i con el grado, primero de capitán i después de sarjento mayor, hizo la campaña al Sur, hallándose en casi todos los combates que tuvieron lugar, i batién­dose en todos ellos como un valiente. Emigró a la República Arjentina cuando volvió Chile a jemir bajo el yugo español; i cruzó de nuevo los Andes a las órdenes del ilustre San Martin, cuando el ejército chileno-arjentino descendió a nuestros valles a conquistar nuestra libertad con sus victorias i con su sangre. En Chacabuco se batió al frente de un cuadro de artillería que él mismo habia formado, i en Maipú obtuvo el

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— i 9 7 — grado de coronel, mereciendo por su bizarría el el ojio de sus jefes.

Mas, cuando empezó Prieto a probar que no era solo uno de tantos soldados valientes (que fueron harto abundantes en aquellos hermosos tiempos), sino un verdadero jefe, hábil, activo, organizador, fué en los momentos en que el gobierno de Chile preparaba la expedición del Perú ( 1 8 1 8 ) . Sin dinero, sin armas, casi sin recursos ningunos, era necesario equipar una flota, armar un ejército, preparar una expedición, entonces verdaderamente colosal. Solo la audacia de aquellas almas de bronce pudo lanzarse a una empresa tan llena de peligros i tan dudosa! Prieto, puesto al frente de la maestranza del ejército, supo crear recursos i sacar elementos de guerra i armas de donde nadie podia imajinarlo. — « Una arma descompuesta, una vara de jénero, dice su biógrafo ( 1) , o cualquier otro objeto insignificante para otros ojos que los suyos, eran para Prieto un valioso presente que con dilijencia i economía hacia servir al ejército de Chile. » — Pudo al fin zarpar la expedición, i el éxito, todo el mundo lo sabe, fué completar la obra de la independencia de la América española.

Al mismo tiempo que nuestras naves iban a cubrirse de gloria en las aguas del Callao i que nuestros soldados afianzaban la libertad de otros países, el nuestro era víctima del atroz bandolerismo de algunos facinerosos que, tremolando la bandera española, invocaban la causa

(1) . Galería dehombres célebres de Chile.

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del rei para paliar sus crímenes. Chile estuvo entonces al borde de un verdadero abismo, i su independencia, conquistada a fuerza de tanta sangre, a punto de perecer; un bandido llegó casi a ocupar el puesto que años antes ocuparon, en nombre del rei de España, Osorio iMarcó: i tan desesperada llegó a ser la situación, que el jeneral Freiré se vio obligado a encerrarse dentro de los muros de Talcahuano, al paso que las fuerzas del caudillo realista cometían impunemente todas las tropelías imajinables en los pueblos i campos comprendidos desde Chillan a Concepción. Freiré, a pesar de que hizo gala de un valor a toda prueba, fué desgraciado.

Prieto, en su ausencia, se hizo cargo por algunos meses de la provincia de Concepción i tuvo la fortuna de dar el golpe de muerte al bandolerismo. Las Vegas de Saldías fueron el último campo donde trabaron batalla los montoneros de Benavides; i desde entonces la causa de la Independencia quedó definitivamente asegurada. Mas, no fué solo con la fuerza de las armas como Prieto obtuvo tan brillante resultado; i mas que a ellas, se debió a su astucia, a la disciplina que introdujo en sus tropas, a los severos castigos que aplicó oportuna­mente a los rebeldes i a las acertadas medidas que tomó para infundir desconfianza en las filas contrarias i esfuerzo en las suyas. Descubrió entonces un tino admirable para conducirse, aptitudes notables para el mando, i un jenio militar i organizador en alta escala. Así fué que, gracias a sus disposiciones, la batalla de las Vegas de Saldías, que acabo de recordar, no costó a los patriotas ni un solo hombre, hazaña que le dio un

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gran prestijio, i lo puso al nivel de los jefes mas distin­guidos de la República.

Vuelto a Santiago, permaneció en esta ciudad,, ocupando un asiento en el Congreso hasta principios de 1 8 2 9 , en que fué nombrado como jefe provisorio del ejército del Sur, en reemplazo del jeneral Borgoño, puesto en que lo halló la revolución de los conserva­dores.

Si como militar fué distinguido, lo fué mas todavía como jefe del Estado. Lleno de sanos i elevados propósitos, quiso desde luego hacer olvidar a los chilenos las pasadas desgracias, i no perdonó medio para conse­guirlo ; mantuvo el orden público, restableció el imperio pacífico de las leyes, se rodeó de los hombres mas ilustres del pais, i afianzó la prosperidad nacional.

Tuvo el honor de poner su firma al pié de la Consti­tución del 3 3 ; i pudo decir con razón al fin de su gobierno que « para los mas incrédulos habia dejado de ser un problema si las instituciones republicanas debian o nó arraigarse i florecer en el suelo chileno (1) . »

Don Mariano Egaña, hijo del distinguido autor de la Constitución del año 2 3 , fué, sin disputa, la figura mas culminante de los convencionales del 3 3 .

Lleno de ciencia i de talento, su palabra llevaba siempre una nueva idea a toda discusión en que tomaba parte, i no habia cuestión política, administrativa o civil que él no ilustrara de una manera tan brillante que parecia una especialidad en cada una de ellas.

(1) Discurso de apertura del Congreso de 184 1 .

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— 200 — " Era un orador parlamentario distinguidísimo: arras­traba de tal modo, que era imposible no sentirse dominado por el brillo de su palabra, la fuerza de su lójica i la enérjica exposición de sus convicciones : discurría de una manera admirable, i la facilidad de su elocución era extraordinaria, sobre todo, cuando, movido por la pasión, improvisaba aquellas magníficas réplicas que aun con entusiasmo recuerdan los que lo oyeron. Nunca las cámaras de Chile fueron testigos de discursos mas acabados en su forma i mas profundos en su fondo; i eran éstos tanto mas elocuentes, cuanto menos preparados estaban.

No hacia mucho que habia vuelto de Inglaterra, donde habia desempeñado el cargo de representante de Chile, i llegaba a nuestro país en los momentos en que éste se organizaba : impresionado vivamente con el sistema de orden i de libertad de aquel gran pueblo, sus propósitos tendieron a asegurar en el nuestro con sabias leyes esa misma libertad práctica, racional i sincera.

Contaba entonces cuarenta años de edad i se hallaba en la plenitud de su vida i de su talento. Desde niño se habia consagrado al trabajo i al estudio ; merced a los servicios que prestó, primero a la causa de la inde­pendencia i después a la República, ya tenia conquistada su reputación de patriota i de hombre de Estado; la parte que habia tomado al lado de su padre en la Constitución del 23 i en otras obras políticas, daban garantías al pueblo de sus conocimientos en la materia i así fué que tan pronto como renunció Tocornal el

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puesto de presidente de la Convención para ir al ministerio, todos unánimemente lo elijieron como el mas apto para el objeto. I él no defraudó las esperanzas en él puestas, i con su palabra i con sus estudios contribu­yó mas que ningún otro a la construcción del magnífico monumento de nuestra historia i fundamento de nuestra prosperidad, la Constitución del 33.

Mas, una vez terminada esta obra, no fueron menores los servicios que siguió prestando a la República en otros destinos que mas tarde le cupo en suerte desem­peñar. Enviado dos veces al Perú con el carácter de ministro plenipotenciario ( i836 i i 838) , llenó su misión con el jeneral aplauso de sus conciudadanos. Fué el primer ministro de Estado en el departamento de Justicia, Culto e Instrucción pública, i por algunos años fiscal de la Corte Suprema de Justicia, haciéndose famosas sus vistas legales por la profundidad de s1

doctrina.

Entre las bellas cualidades que lo distinguían, co hombre i como ciudadano, descuellan su acrisola honradez i su noble valor cívico : intransijente con las" ideas que juzgaba malas, nunca, por miedo o por las mezquinas consideraciones de una popularidad efímera, dejó de defender con franqueza sus principios i de proclamarlos en voz alta delante del pais : nunca transijió siquiera con esas timideces pequeñas que son tan comunes entre nosotros, que hacen tanto mal a la causa del bien i que a fuerza de ser moneda corriente en Chile han concluido por empequeñecer el carácter nacional : infatigable obrero de la libertad, no se

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— 202 — desvió jamas de su camino; i en todas las acciones de su vida pública i privada pudo repetir lo que años antes dijo : — « Nunca cometería una bajeza ni a vista de los mas horribles males, ni por el aliciente de los mayores bienes. »

Tal fué el primer jurisconsulto de los conservadores.

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III

Distinto tipo de los anteriores era don Joaquín Tocornal ; ni militar, ni hombre de leyes, tenia sin embargo mas habilidad que Prieto i mas exactitud en sus apreciaciones que Egaña.

Era uno de aquellos hombres que parecen destinados por la Providencia para dirijir los destinos de un pais. Tenia todas aquellas cualidades que se pueden exijir a un hombre público : afable en sus modales, noble en sus actos, sincero y leal en sus afecciones, pronto i enérjico en sus resoluciones, fácil pa ra seguir los consejos de los amigos, era al mismo tiempo prudente, sagaz, astuto, i sobre, todo, i como el que mas, honrado. De talento distinguido, todo lo comprendía en un momento; i tenia, como Portales, la cualidad de penetrar a los hombres, i de saber utilizar con ventaja sus aptitudes. El cielo lo habia dotado de un don especial para captarse las simpatías de cuantos se le

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acercaban: habia algo de insinuante en su voz, en su mirada, en el gracioso conjunto que lo caracterizaba, algo que revelaba en él al hombre de mundo que sabe siempre sostenerse con dignidad i con franqueza en el lugar que la casualidad o sus conciudadanos le señalan.

Su vida pública empezó con nuestro primer grito de libertad. En la reunión celebrada en Santiago en setiembre de 181 o, el mas joven de los vecinos invitados a ella fué don Joaquín Tocornal ; contaba 23 años de edad. Desde entonces ocupó distintos puestos públicos; fué diputado al Congreso en 1 8 2 2 i a la asamblea provincial de Santiago en 1 8 2 7 , vice-presidente del Congreso de plenipotenciarios, presidente de la Cámara de diputados de 1 83 1 i de la gran Convención. De allí subió al ministerio (abril i832) .

I es en este puesto donde Tocornal conquistó, a fuerza de trabajo i de patriotismo, el lugar que hoi nadie le disputa, de uno de nuestros hombres de Estado mas ilustres, nuestro primer estadista después de Portales.

No hai mas que recorrer a la lijera las reformas que llevó a cabo, las empresas a que dio cima, los actos de toda su administración, para convencerse de mi aserto. Portales principió la obra de nuestra organización política i social, Tocornal la terminó. Sin éste tal vez las magníficas semillas que aquél sembró no habrían producido frutos ; la obra por falta de operarios habría quedado incompleta !

Así lo comprendió Portales, pues siempre mantuvo con cariño las relaciones que lo ligaban a Tocornal ; i aun se asegura que él mismo fué quien lo indicó por

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primera vez al presidente Prieto como el sucesor mas apto i conveniente que podia darle en el ministerio del interior. Las cartas de Portales a Tocornal, sino tuviéramos otras, serian suficientes pruebas del aprecio i respeto que siempre le mereciera.

Hé aquí la que le dirijió cuando supo su nombra­miento de ministro de Estado :

Señor don Joaquin Tocornal.

Valparaiso julio 16 de i 8 3 2 .

Querido amigo:

La misma insuficiencia que le hizo trepidar en la aceptación del ministerio que desempeña, es la que debería servirme de excusa para contestar como Vd. quiere su estimada carta fecha 1 2 . ¿Qué consejos, qué advertencias mias podrán ayudar a su acierto? ¿qué podré hacer cuando me falta la capacidad, el tiempo, i tal vez la voluntad de hacer? Vd. no puede formarse idea del odio que tengo a los negocios públi­cos, i de la incomodidad que me causa el oir solo hablar sobre ellos : sea éste el efecto del cansancio, o del egoísmo que no puede separarse del hombre, séalo de mis rarezas con que temo caer en el ridículo, porque éste debe ser el resultado de la singularidad con que suelo ver las cosas; en fin, séalo délo que fuere, lo cierto es que existe esa aversion de que yo me felicito i de que

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otros forman crítica. En este estado i no siendo por desgracia de los que mas saben vencerse, ¿ qué debe usted esperar de mí en la línea de advertencias, aun cuando quiera suponerme con la capacidad de hacerlas ? Convengamos, pues, desde ahora, en que Vd. solo puede contar conmigo para todo lo que sea en su ser­

vicio personal. Sin embargo, no concluiré esta carta sin decirle con

la franqueza que acostumbro que mi opinión es : Que Vd. sin hacer nada en el Ministerio hace mas

que cualquiera otro que pretendiera hacer mucho ! Todos confian en que Vd. no hará mal ni permitirá

que se haga: a esto están limitadas las aspiraciones de los hombres de juicio i que piensan. Por otra parte, el bien no se hace solo tirando decretos i causando innova­

ciones que las mas veces no producen efecto o los surten perniciosos. A cada paso hará Vd. bienes en su destino, que Vd. mismo no conoce, i que todos juntos vendrán a formar una masa de bienes que el tiempo hará percep­

tibles : en cada resolución, en cada consejo, etc., dará usted un buen ejemplo de justificación, de imparcialidad, de orden, de respeto a la leí, etc., etc., que insensible­

mente irá fijando una marcha conocida en el gobierno; i así vendrá a ganarse el acabar de poner en derrota a la impavidez con que en otro tiempo se hacia alarde del vicio, se consagraban los crímenes, i ellos servían de recomendación para el gobierno, minando así por los cimientos la moral pública, i rompiendo todos los vínculos que sostienen a los hombres reunidos. Ade­

mas, con solo permanecer Vd. en el gobierno, le

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granjea amigos, i le conserva un prestijio que notoria­mente iba perdiendo. Todos ahora están contentos, mientras hace dos meses se habia jeneralizado un aflijente disgusto. ¿ Es poco hacer ?

Yo creo que estamos en el caso de huir de reformas parciales que compliquen mas el laberinto de nuestra máquina, i que el pensar en una organización formal, jeneral i radical, no es obra de nuestros tiempos. Supo­niendo que para ella no se encontrase un inconveniente en el carácter conciliador del gobernante, demanda un trabajo que no puede ser de un hombre solo, i para el que no diviso los apoyos con que pueda contarse. En primer lugar se necesitaría la reunión continua de unas buenas cámaras por el espacio de tres años a lo menos: el Congreso nada hará de provecho i sustancia por lo angustiado de los períodos de sus reuniones. Se nece­sitan hombres laboriosos que no se encuentran, i cuyas opiniones fueren uniformadas por el entusiasmo del bien público, i por un desprendimiento mayor aun que el que se ha manifestado en las presentes cámaras, las mejores sin duda que hemos tenido. Los desaciertos i ridiculeces de Bolivia lucen porque son disparates organizados, pues han marchado con plan i los funcio­narios públicos han trabajado con un tesón que se opone a la flojedad de los chilenos i a esa falta de con­tracción aun a nuestros propios negocios particulares. Es, por estos motivos i otros infinitos que omito por no ser de una carta, poco menos que imposible el trabajar con éxito en una organización cual se necesita en un pais.donde todo está por hacerse, en donde se ignoran

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las mismas leyes que nos rijen i en donde es difícil saberlas, porque es difícil poseer una lejislacion i entresacar las leyes útiles de entre los montones de derogadas, inconducentes, oscuras, etc., etc. Podrá decirse que al menos el gobierno puede dedicar sus tareas a la reforma de un ramo; pero debe responderse que estando tan entrelazados todos los de la adminis­tración, no es posible organizar uno sin que sea organizado otro o lo sean todos al mismo tiempo.

El orden social se mantiene en Chile por el peso de la noche, i porque no tenemos hombres sutiles, hábiles i cosquillosos : la tendencia casi jeneral de la masa al reposo es la garantía de la tranquilidad pública : si ella faltase, nos encontraríamos a oscuras i sin poder con­tener a los díscolos mas que con medidas dictadas por la razón, o que la experiencia ha enseñado ser útiles : pero entretanto, ni en esta línea ni en ninguna otra encontramos funcionarios que sepan ni puedan expe­dirse, porque ignoran sus atribuciones. Si hoi pregunta usted al intendente mas avisado cuáles son las suyas, le responderá que cumplir i hacer cumplir las órdenes de gobierno i ejercer la sub-inspeccion de las guardias cívicas en su respectiva provincia : el pais está en un estado de barbarie que hasta los intendentes creen que toda lejislacion está contenida en la lei fundamental, i por esto se creen sin mas atribuciones que las que leen mal explicadas en la Constitución : para casi todos ellos no existe el Código de intendentes, lo juzgan derogado por el Código Constitucional, i el que así no lo cree, ignora la parte que, tanto en el de intendentes como

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en su adición, se ha puesto fuera de las facultades de estos funcionarios por habérselas apropiado el gobierno jeneral.

En el tiempo de mi ministerio (como dice don J. M. Infante) procuré mantener con maña en este error a los intendentes, porque vi el asombroso abuso que iban a hacer de sus facultades si las conocían; pero ya juzgo pasado el tiempo de tal conducta, i al fin lo que mas ürje es organizar las provincias, que así se organiza al menos en lo mas preciso.

Yo opinaría, pues, porque Vd. trabajase en presentar a las Cámaras un proyecto de código o reglamento orgánico con el título que quiera darle, en que se deta­llasen las obligaciones i facultades de los intendentes, cabildos, jueces de letras i de todo cuanto empleado provincial i municipal existe en la provincia, en el departamento i en el distrito; pero para esto encuentro también el inconveniente de que no puede emprenderse ningún trabajo de esta clase sin tener a la vista la reforma de la Constitución con que debe guardar conso­nancia todo reglamento, toda Jei. i toda resolución. De manera que solo podría irse trabajando con el ánimo de hacer en el trabajo las alteraciones que exijiese la Constitución reformada, i a sabiendas de que las tales alteraciones serian de poco momento, porque sobre poco mas o menos se sabe los términos en que vendrá a sancionarse la reforma.

Si por algunas de las razones que dejo apuntadas no será fácil, ni tal vez conveniente hacer innovaciones sustanciales en la administración de justicia, vele Vd.

4

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— 210 —• incesantemente porque ella sea menos mala corrijiendo los abusos que tienen su oríjen en los jueces mas que en la lejislacion, i así hará servicios mas importantes en su destino que todos los que han hecho sus prede­cesores.

Basta de lugares comunes, i de molestar a Vd. con una carta en que no encuentre nada de lo que desea...

Celebro que no tenga Vd. novedad i disponga de su amigo i S S.

D. PORTALES. »

Imbuido en los mas sanos principios políticos, Tocornal vio claio en el porvenir el papel que le tocaba desempeñar a Chile en el mundo civilizado, i con exce­lente tino adivinó las leyes que se le habian de dar para dirijirlo con acierto. No hubo una sola idea noble, progresista, civilizadora que no hallara en él su apóstol mas infatigable. La beneficencia pública, que estaba dormida en una postración completa i que casi no existia, a él debió su organización, estimulando con su ejemplo la caridad de los demás i creando nuevos hospitales, que él mismo continuamente visitaba. Sacó de la miseria a los viejos soldados de la independencia, reconociéndoles sus antiguos servicios i dándoles sueldos. Atendió con igual esmero a la educación del pueblo, a la recta administración de justicia, al desarrollo de la hacienda pública, al bienestar de la clase obrera, i, en fin, a la prosperidad i engrandecimiento de toda la República.

Dotado de una voluntad enérjica i de un patriotismo

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sublime, no dejó sacrificio por hacer para ir adelante. Hubo vez (1837) i en las circunstancias mas difíciles por que ha atravesado la nación, que desempeñó al mismo tiempo todos los ministerios; en varias otras ocasiones i en períodos no cortos, estuvo a cargo de dos de ellos; en 1840 fué vice-presidente de la Repú­blica por enfermedad de Prieto.

Mas, donde debemos estudiarlo sobre todo, i com­prenderemos de cuánto era capaz, es en aquellos dias de angustia para el pais, en que después de una expedición desgraciada sobre el Perú, se hallaba amedrentado, pobre, sin recursos i con sombras (que manchas no las hubo) en su bandera. Entonces fué cuando Tocornal sacó casi de la nada una nueva expedición para lanzarla a las playas del Perú , arbitró recursos, empeñó su propio nombre poniendo su firma privada al pié de préstamos hechos al gobierno, trabajó sin cesar dias i dias consecutivos con una actividad increíble, i volvió por la honra de Chile hasta dejarla pura, inmaculada en los campos deYungai.

I mientras que nuestros soldados se cubrían de lau­reles en el extranjero, i mientras que era preciso gastar injentes sumas para sostener un ejército de 6,000 hombres en playas lejanas, el pais estaba tranquilo, próspero, desarrollándose cada vez mas con una vitalidad poderosa. No fué necesario recurrir a empréstitos forzosos, ni a medidas violentas, porque el pueblo tenia entera confianza en el gobierno i le proporcionaba los recursos que Tocornal sabia crear. No se dejó de cubrir el sueldo a ningún empleado, no

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faltó la nación al cumplimiento de ninguna de sus obligaciones, el valor de los fondos públicos siguió subiendo; i en nada se atrasó, ni dio oríjena reclamo alguno la administración interior. Antes bien, se siguieron construyendo los edificios nacionales empe­zados, continuó la protección dispensada a la instrucción del pueblo, i en ningún ramo del servicio público se dejaron ver ni miseria, ni escaseces.

Monumento de honra es para don Joaquin Tocornal ia memoria del ramo de hacienda que presentó al Congreso en 1 8 3 9 ; es en ella donde el historiador admira i comprende cómo pudieron llevarse a cabo tan altos hechos con tan exiguos medios!

Portales en el primer período, Tocornal en el segundo, son los dos polos en que jiran los primeros años de la administración de los Conservadores: el uno concibió las reformas, el otro las llevó a efecto; al primero pertenece la audacia de la concepción, al segundo la honrosa i difícil tarea de dar cuerpo al pensamiento del pr imero; aquél fué el brazo de la revolución que derribó el edificio ruinoso de los Pipiólos, éste fué el constructor del edificio nuevo sobre las ruinas del antiguo. Dos naturalezas completamente distintas, caracteres mui diversos, se completaban el uno con el otro, siendo ambos el corazón, el pensamiento, el alma de aquella edad gloriosa para la historia nacional: como jeneral en jefe el uno i como jefe de estado mayor el otro, si se me permite la vulgaridad del ejemplo, en obsequio a la exactitud de la apreciación de ambos estadistas.

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Nuestras primeras constituciones deben considerarse como meros ensayos mas que como obras acabadas de este jenero; i sin riesgo de equivocarme me atrevo a asegurar que la primera constitución de Chile que ha merecido el nombre de tal, es la del año 2 3 . Las anteriores no pasaban de ser bosquejos imperfectos, que ni definian con precisión los principios republicanos, ni establecían definitivamente las leyes.fundamentales de nuestra organización política. Se resentían todas ellas de esa falta de experiencia que he tenido ocasión de recordar en otras pajinas, i revelaban a las claras que sus autores eran o del todo ignorantes en la ciencia social o simplemente utopistas, formados en las escuelas de los filósofos del siglo xvm. Rousseau era el ídolo de aquellos noveles lejisladores, i su Contrato social la fuente donde iban a beber sus inspiraciones: ¡no es difícil de comprender lo que con

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tal maestro i tales principios políticos i sociales podían producir los padres de la patria de la América Española!

Escasos fueron los hombres que entonces vieron con claridad en medio de ese desborde de quimeras, de pasiones, de tentativas mas o menos desgraciadas, para aclimatar entre nosotros ideas que no eran las nuestras i leyes que no nos convenían. Se imajinaron tal vez que una constitución es la obra de unas cuantas hojas de papel vaciadas en el molde de un ideal de abstrac­ciones literarias, i quisieron en un dia producirla perfecta, sin acordarse que todas las leyes del mundo han ido formándose lentamente en el trascurso del tiempo.

¡Cuánto mejor habría sido que en vez de andar en las nubes se hubiesen acordado de tomar ejemplo de lo que sucede en la tierra que pisamos! ¡ Cuánto mejor que buscar su doctrina en filósofos utopistas la hubiesen buscado en pueblos que, como Inglaterra, han logrado llegar a la meta de las libertades públicas! I en ese pais ¿qué ha sucedido? Las bases fundamentales de su organización política han sido la obra de muchos años, camino que vienen recorriendo sus pacientes lejisladores desde el dia en que fijaron su punto de partida en la Magna Carta hace media docena de siglos ( 1215) . De esta manera, i gracias a este sabio i prudentísimo sistema de ir reformando a medida de las necesidades de la época i de las tendencias sociales, nunca destruyendo sin crear al mismo tiempo, jamas echán­dose d caza de aventuras inconscientes para dar cuerpo

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i forma a fantasías de escuelas o de sistemas, de esta manera el pueblo inglés ha gozado largos años de paz, ha alcanzado el mas alto grado de prosperidad i ha logrado ser, si no el mas, uno de los paises mas libres del mundo. Allí existe como en ninguna parte la propaganda de las ideas, sin violencia, pacífica i enérjica, dentro de la esfera del respeto i del derecho común; i de esta suerte la opinión pública se ha acostumbrado a hacerse oir i a influir poderosamente en la marcha de sus gobiernos i en las resoluciones de sus cuerpos lejislativos. Las leyes allí se han hecho para el pueblo, i no han pretendido jamas sus hombres de Estado hacer el pueblo para las leyes.

I este modo de pensar es lo racional i lo únicamente lójico tratándose de sociedades que tienen hábitos, costumbres i usos mas o menos inveterados: una constitución es la resolución de un problema, cuya incógnita es ella misma i cuyos términos conocidos son esos usos, esas costumbres i esos hábitos. I no podría ser de otra suerte: los pueblos como los hombres se encuentran en distinto nivel, i no suele suceder que lo que es sano para los unos sea igualmente aceptable i sano para los otros. ¿ Cómo es posible, por ejemplo, que pueblos nuevos, sin antecedentes históricos, sin tradiciones, se hallen en el mismo caso para aceptar las mismas leyes que pueblos antiguos, llenos de recuerdos i de tradiciones que han formado, por decirlo así, una segunda naturaleza en ellos hasta imprimirles elsello de un carácter? No es lo mismo un pueblo que no conoce la práctica de la libertad que el que ya ha

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aprendido a saborear ese sagrado alimento desde siglos atrás. La sociedad de los pueblos es como la sociedad de los hombres, inmensamente múltiple i variada en sus tendencias i en sus necesidades. De aquí la necesidad de tomarlas en cuenta para darles leyes.

El olvido de estos obvios principios de ciencia social ha sido fatal para los pueblos de Sud-América. Somos tan dóciles los sud-americanos para asimilarnos las ideas que se nos presentan bajo el prisma de cierta orijinalidad i revestidas de un ropaje un poco brillante, que ordinariamente las aceptamos desde luego sin tomarnos el trabajo de valorizar los quilates de sus ventajas. Vienen de ultramar patrocinadas por algún escritor famoso, i ya todos nos hacemos sus apasionados sectarios; i así somos también de fáciles para destruir al dia siguiente la obra hecha a costa de sangre i de vijilias en la víspera.

Si esto sucede en el dia, después de tantos años de fatal experiencia, ;qué extraño que nuestros hombres de Estado de antaño llevaran mucho mas allá todavía la exajeracion de semejante extraviadísimo criterio?

I así fué, en efecto. Desconocedores del camino que se les presentaba por delante, sin tener aun echados los sólidos cimientos de la autonomía nacional, i sin ver claro todavía el resultado de la lucha empeñada para sacudir la dependencia de la madre patria, fueron los unos ilusos, los otros tímidos, i todos, sin excepción alguna, inexpertos. ¡ Curioso es seguir sus pasos en esa larga i penosa peregrinación de la esclavitud a la liber-

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tad! Hipócritas al principio, descubiertas a mediasen seguida, desenvueltas con resolución mas tarde, nues­tras constituciones son el reflejo del éxito de sus bata­llas : ¡ recien fueron desembozadas i francas cuando la victoria habia hecho de la libertad una realidad her­mosa i segura!

Antes del año 12 se habló a nombre del rei. El proyecto de la declaración de los derechos del año 10 consigna estos dos artículos : Artículo 3.° Fernando VII , o la persona física o moral que señalare el Congreso, serán reconocidos en Chile por jefes constitucionales de toda la nación. Los derechos, regalías i preeminencias de este jefe los declarará el Congreso, a cuya voluntad jene-ralse conforma Chile desde ahora. Art. 4 . 0 Chile for­ma una nación con los pueblos españoles que se reúnan o declaren solemnemente querer reunirse al Congreso jeneral, constituido de un modo igual i libre (1). »

I el Reglamento Provisorio del 14 de agosto de 1 8 1 1 establece en su art. 6.° que el Ejecutivo, a nombre, del Rei, librará los despachos de los jefes que hubieran sido nombrados por el Congreso, etc., etc.

En el año 12 se presentó un instante sin máscara la revolución; i la convención celebrada el 12 de enero de ese año declara que — « la autoridad suprema reside en el pueblo chileno, i que todos los individuos encar­gados del gobierno, todos los funcionarios públicos reciben del pueblo la jurisdicción que tienen (art. L).»

Pero esta ráfaga de independencia duró solo un mo-

(1) «Derecho público chileno ». por don Ramón Briseno. »

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mentó, pues el Reglamento Constitucional Provisorio del 27 de octubre del mismo año, vuelve a reconocer en su art. 3.° por rei a Fernando VI I , i agrega que « a su nombre gobernará la Junta Superior Gubernativa establecida en la capital. » ¿ Dominaba en los corazones realmente la voluntad jeneral de mantenerse adheridos a España, o eran hipócritas los padres de la patria porque no tenían todavía fe en la causa de la República que habían abrazado?

El proyecto de Constitución publicado el año 13 i escrito en 1 8 1 1 por don Juan Egaña, va mas adelante, i es una obra de mas importancia. En ella siquiera se arroja la careta, se proclama francamente el nuevo orden de cosas i se echa a un lado al rei Fernando VII i al gobierno español. Quedó desde allí declarada ante el mundo nuestra autonomía nacional i tirado sobre la arena el guante que ya estaba teñido con sangre...

Ademas de esto, glorioso timbre es para ella haber consagrado en sus pajinas los grandes principios polí­ticos que reglan a las naciones i a los ciudadanos, i haber constituido en dogma el hermoso i evanjélico axioma de la libertad individual: — « ¡ ninguno nace esclavo en el territorio de la República! »

A pesar de ser sumamente difusa i minuciosa, i de ser de aplicación imposible en la práctica, pues son tales sus detalles i tales las pequeñas ruedas de su máquina administrativa, tuvo el mérito de ser la cartilla política de nuestro pueblo i de probar que éramos capaces de mane­jarnos por nosotros mismos, sin el tutelaje de nadie. Un gobierno popular, la igualdad civil i política, la

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responsabilidad de los empleados públicos, un cuerpo legislativo elejido popularmente, leyes progresistas basa­das en la libertad amplia, fecunda, jenerosa para todos : hé ahí lo que el pueblo, aunque solo en bosquejo, empezó siquiera a ver i a querer después de la promul­gación. ¡ I esto, para aquellos tiempos, fué mucho!

El proyecto de Constitución provisorio publicado en 10 de agosto de 1 8 1 8 i sancionado i jurado en 2 3 de octubre del mismo año, sin traer consigo ninguna idea nueva, consagra el fatal dominio perpetuo de un Direc­tor : es una obra que no vale nada, incompleta, confusa, vaga, que no mereció mas vida que la brevísima que tuvo, porque era la sanción de la dictadura mas arbi­traria. El instinto libre del pueblo pronto la rechazó, el mismo gobierno no la respetó tampoco: los ciudadanos clamaron por un nuevo orden de cosas, i la Constitución del 3o de octubre del año 22 vino a reemplazarla para no vivir ella misma mas que cinco meses.

Mas marcada, sin embargo, que en las anteriores, estaba en ella la división de los poderes públicos; pero al mismo tiempo se hallaban estos tan dependientes del Ejecutivo, que no se avanzaba mucho con tenerlostan bien separados : por otra parte, las dificultades ¡emba­razos orijinados de su reglamentación eran los mismos que antes i las mismas las multiplicadas ruedas de su máquina administrativa-, por último, i como comple­mento a su falta de tacto político, los detalles en que entraba eran numerosísimos i excesivo el número de sus leyes reglamentarias, que eran por lo demás del todo impropias de una obra de estejénero : elpais no se

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dio por satisfecho i la repudió desde su nacimiento, como lo habia hecho con las otras.

La junta que temporalmente sucedió a O'Higgins mientras el jeneral Freiré venia de Concepción a hacerse cargo del mando supremo, dictó un Reglamento orgá­nico que no merece tomarse en cuenta, porque no tuvo nunca el carácter de estable, sino meramente transitorio i de circunstancias. El párrafo 3 del art. 37 ordenaba que el Congreso formara una Constitución permanente, organizando en ella la diferencia que en todo Estado bien reglado debe tener lo militar délo civil. Pero lo que en él mas merece llamar la atención es su primer ar­tículo. « El Estado de Chile es uno e indivisible, dice, dírijido por un solo gobierno i una sola lejislatura. » Era que ya comenzaban a dejarse oír algunas voces que proclamaban la federación, a cuyo servicio se habían consagrado apóstoles tenaces, que empezaban también a hacerse escuchar con respeto i curiosidad. Se hacia necesario sellar con un principio constitucional la unión de los chilenos para contrarestar la influencia i la propa­ganda de aquéllos; i a este fin tendieron los plenipoten­ciarios que firmaron aquel pacto.

Elejido Freiré dictador, quiso satisfacer las aspira­ciones del pueblo, que clamaba por tener en fin una carta fundamental sólida i estable. Las circunstancias se presentaban entonces admirablemente favorables para conseguir este objeto; i la convención elejida al efecto supo aprovecharlas. Egaña fué el alma de esta convención (1823) i el autor del proyecto de Constitu­ción que se discutió en su seno. Nunca ha habido en

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Chile una discusión mas franca, mas abierta i mas puesta al alcance de todo el mundo : se llamó a ella no solo a los convencionales que tenían derecho adquirido, sino a todos los hombres mas aventajados en conoci­mientos científicos i literarios que habia en el país, i aun se fué mas adelante, porque se convidó a todos los ciudadanos, sin excepción, a hacer presentes las obser­vaciones que les sujirieran sus estudios o su experiencia: motivo fué éste que contribuyó muy poderosamente a la gran aceptación que obtuvo, i que fuera su apari­ción celebrada con luminarias, fiestas populares, ban­quetes, manifestaciones de alegría de todo jénero.

Estaba, sin embargo, a pesar de nacer bajo tan brillantes auspicios, destinada a vivir solo siete meses : la vida de las rosas... . Un año mas tarde el Congreso elejido conforme a sus mismas disposiciones pasaba al Supremo Director la nota que la heria de muerte. En ella se hacian apreciaciones mui du ras ; i con palabras excesivamente fuertes se le trascribia una lei concebida en estos términos. — « Declárase insubsistente en todas sus partes la Constitución dada por el Congreso constituyente el año 182 ' i .»

¿ Merecía tan triste suerte ? ¡ Tal vez nó! Aunque en realidad no era sino una edición correjida i aumen­tada de la Constitución del año i 3 , no se habia hecho reo de los amargos reproches i rudos ataques de que fué víctima. Quien conoce la una conoce la otra: tiene ésta los mismos defectos que aquélla i obedece a los mismos principios. El entusiasmo que animaba a Egaña por las antiguas repúblicas de Grecia i Roma se

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traspira en cada una de sus pajinas -, i parece que las leyes de Solón i de Licurgo inspiraron al lejislador chileno : quiso crear una república con todas las virtudes que la historia nos refiere de aquéllas, i se olvidó de que los tiempos eran otros i de que en el siglo xix hai mas sólida i verdadera libertad en el pueblo mas tiranizado por las leyes modernas que la mayor suma de libertad que alguna vez pudieron gozar los ciudadanos de Esparta, Atenas i Roma. La inmensa cantidad de jerarquías administrativas que creaba la hacia, como la del año i 3 , de aplicación dificilísima: se movia de una manera pesadísima la máquina gubernativa, i las órdenes superiores se iban trasmitiendo de una auto­ridad a otra con tanta lentitud, que llegaba a hacerse absolutamente imposible todo buen gobierno. Obra excelente, observada bajo el prisma de las teorías morales, no lo fué bajo el punto de vista estrictamente político. Habría sido imposible aplicar en una so­ciedad cualquiera sus disposiciones referentes a las censuras, a la moralidad nacional, al mérito cívico i premios a los ciudadanos, etc., etc. Quedaba en ella destruido de hecho el poder lejislativo del Congreso, pues la iniciativa en la formación de las leyes pertenecía al Director Supremo: al Senado correspondía aprobarlas, i en caso de no hallarlas convenientes volverlas al Director con las observaciones que juzgara prudentes. La cámara nacional, cuerpo sin razón de ser, rueda inútil en esa máquina, renovada por octavas partes en ocho años, era en este caso arbitro i juez entre el Director i el Senado, i oyendo a las partes declaraba si debia o

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nó aprobarse el proyecto de leí en cuestión. Como se ve, este sistema era largo, complicado, engorroso, no tenia ventaja alguna para hacer mejores o peores las leyes del pais, i ni siquiera para evitar los choques que pudiesen suscitarse entre el Director i el Senado. El Ejecutivo hallaba a cada paso entrabada su acción, primero con la gradual escala de autoridades por las cuales era forzoso pasar un decreto u orden suya, i segundo, por la tutela exajerada que tenia sobre él el Senado. Este cuerpo venia en último término a ser en realidad mas gobierno que el Ejecutivo, siendo aun menos lejislativo, lo que era un absurdo.

Lo mas aceptable, que es lo que aun subsiste casi en todas sus partes de aquella Constitución, es la organización del poder judicial: i aun así, en este capítulo quedaron eliminados los jueces de conciliación, los cuales desde el dia de su creación misma cayeron en desuso.

Egaña, que se mostró en ésta como en sus demás obras de este jénero, mas sabio que político, parece que todo su empeño lo ponia en asegurar especialmente la garantía del buen servicio i de la buena conducta de los majistrados i de los ciudadanos. Laudable empeño, pero de difícil realización de la manera como él lo buscaba. Para oponer una valla a los avances del Director dio al Senado, entre otras muchas facultades de grande trascendencia, la de suspender los actos ejecutivos del Directorio que juzgase contrarios a las leyes. No pensó cuánto podia abusar del peligroso remedio aquel cuerpo hasta llegar, si se le ocurría, a

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hacer imposible la marcha de cualquier gobierno que no le fuera simpático o dócil a sus inspiraciones. Para dominar a los gobernadores departamentales, nom­brados por el Director Supremo con acuerdo del Senado, creó la censura de la provincia, lo cual anadia una dificultad mas al dificilísimo engranaje de la complicada máquina. Frente a frente de las municipalidades, como censores de sus actos i con derecho hasta de destituir a los delegados siempre que tuvieran dos tercios de sus votos, puso a los consejos departa­mentales elejidos cada tres años por las delegaciones en las asambleas electorales. Esto era apurar la materia. Pero , según su mente, todos estos cuerpos debian vijilarse los unos a los otros i mantener un perfecto equilibrio de poderes públicos, sin sospechar cuánto en realidad se prestaban a enjendrar nada mas que celos, rivalidades i emulaciones perpetuas entre, todos eilos. En vez de la luz que soñaba creaba así un terrible caos de intereses opuestos, de ambiciones encontradas, de odios de círculo i de pequeñas pasiones, haciendo de esta suerte que lo que él creia mas perfecto en su creación fuera justamente el verdadero cáncer que habia de matarla tarde o temprano. Porque ¿quién estaba sobre esos cuerpos rivales entre sí, para contenerlos el dia que quisieran ir mas allá de donde era justo? ¿Quién podia sujetarlos a tiempo? El Ejecutivo? nó, porque podia ser suspendido por el Senado el dia que a éste se le antojara. ¿ El Senado? tampoco, porque ahí estaba el Ejecutivo para dictar leyes que él no podia discutir con entera libertad, sino

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aceptar o rechazar. ¿El pueblo? menos, porque el pueblo no era nada en la Constitución del 2 3 . Unos cuantos eran los favorecidos con el derecho de sufrajio, i las elecciones directas estaban casi del todo dester­radas de la República; i ¡raro contraste! a pesar de esto, las elecciones se multiplicaban en ella de una manera extraordinaria.

En honor de la justicia debemos, sin embargo, reconocer que en la Constitución del 23 se establecieron algunos buenos i saludables principios, robusteciendo i completando los ya proclamados en la del año i 3 , que desde entonces quedaron necesariamente incrustados en los códigos posteriores.

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V

Llegó su turno a los federales. Estos fueron los mas utopistas. Cegados i aturdidos por doctrinas de hermosura mui relativa, pero de cierto brillo aparente, no meditaron un momento sobre si convenian o no a Chile, i las aceptaron sin beneficio de inventario i a ciegas, por decirlo así; sin criterio, sin estudio, sin meditación, se las dieron al pueblo, que las recibió con entusiasmo, es cierto, pero sin comprenderlas tampoco. N o alcanzaron, por fortuna, a tener larga vida, i sin embargo, ¡cuánto mal hicieron! ¡qué perturbaciones trajeron consigo! ¡ qué tumultuosos recuerdos han dejado!

En la sesión del n de julio de 1 8 2 6 , exclamaba don José Miguel Infante estas palabras: « Yo creo que es necesario, o carecer de sentido común, o no tener absolutamente virtudes republicanas para oponerse al federalismo.»— Le contestaba una salva de aplausos,

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i su victoria era la aclamación casi unánime de la República federal. Un año después, todo el pais clamaba contra el orden de cosas establecido, oríjen i causa principal del espantoso caos en que se hallaba sumerjido, i a pesar de las tenaces declamaciones del infatigable tribuno, el Congreso resolvía —• «consultar el voto de las provincias por el órgano de las asambleas i municipalidades, acerca de la forma de gobierno que les pareciera mas conveniente adoptar, i redactar un proyecto de constitución, sometiéndose a la base que diera por resultado la mayoría de votos en la consulta. »

¡ Un año trascurrido apenas entre una i otra escena: pero un año que valieron muchos por la experiencia en él recojida!

Curioso es volver los ojos al pasado i rejistrar las leyes que en ese breve espacio de tiempo dictaron aquellos hombres de Estado; todas ellas se resienten de la misma falta de tacto político que presidió a sus lejisladores i a sus gobiernos i del mismo erróneo espíritu desnudo de vigor i de armonía. No alcanzaron a aprobar una Constitución, i la malísima organización que plantearon fué debida a algunas leyes desparra­madas sobre diversos asuntos: tales, por ejemplo, las relativas a la elección del Presidente i vice-presidente de la República, a las atribuciones del Ejecutivo, a los nombramientos de intendentes, municipalidades, electores, etc., sujetas i subordinadas todas ellas a la elección popular, que a haberse llevado a efecto nos habríamos venido a encontrar en una situación

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especialísima de fiebre perpetua i de excitación continua. Baste recordar, para manifestar la exage­ración de la doctrina, que nuestros federales, en su empeño para dejarlo todo, absolutamente todo, al sufrajio del pueblo, llegaron hasta el extremo de sujetar a los párrocos a ese mismo medio de elección. Esta curiosa lei se promulgó el 29 de julio de 1826.

Los dos proyectos constitucionales que se presen­taron en el seno del Congreso, no trajeron ningún rayo de luz a esta noche de buen sentido, i de tan poca importancia eran, en realidad, que, a pesar del entu­siasmo de sus autores, no se atrevieron a darles su sanción definitiva. Tenian los mismos defectos que las Constituciones anteriores i ninguna de sus buenas cualidades, i es de advertir que esos defectos aun se exajeraban en ellos. La acción del Ejecutivo era sumamente débil, el Gobierno central desaparecía casi por completo, el - poder quedaba reducido a la impo­tencia, la anarquía hallaba razón de ser legal dentro de la esfera del derecho. No se tomaban en cuenta para nada ni las condiciones topográficas del pais en el cual se lejislaba, ni sus tradiciones, ni sus tendencias, ni siquiera sus lejítimas aspiraciones : era una copia mal hecha de otros países mui diferentes del nuestro i que no tenian ningún punto de contacto con nosotros: parecía que sus autores estaban a muchas leguas de distancia de Chile, allá en alguna isla desierta, o en la luna, o entre las nebulosas constelaciones de las estrellas.

¡ Cuan saludable experiencia pudieron haber recojido con solo bajar de esas alturas i volver los ojos a lo que

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(1) Carlos Navarro y Rodrigo.

sucedía, a propósito de la aplicación de los mismos principios, en los demás pueblos de la América Espa­ñola ! Habrían visto a su doctrina federal siendo la ruina de muchas de nuestras repúblicas hermanas, desde Méjico hasta las provincias del P la ta ; i habrían aprendido en la historia palpitante del momento cuan extraviado era el criterio a que obedecían.

Méjico, que con su Constitución federal del año 24 les sirvió de modelo para la que ellos propusieron con fecha de i.° de diciembre de 1 8 2 6 , cuenta entre sus mayores desgracias la organización federal que se dio después de la caída de Iturbide.

« ¡ Ah! exclama un distinguido escritor de historia americana (1), seducía la idea federal a los mejicanos porque veian la prosperidad creciente de los Estados Unidos, i no comprendían aquellos desdichados que el federalismo, habiendo sido en la República de los Estados Unidos vínculo de unión i centro de unidad de Estados diversos que venían a determinarse i fundirse en una gran nación, cuando antes nada de común tenían entre sí, debía en Méjico dividir lo que estaba unido, determinando la desgregacion, la pulve­rización, la disolución molecular de la patria, formando diversas naciones de la que era una i debia ser una sola! »

Si me propusiera combatir con alguna detención este sistema de organización política, no me faltarían numerosos ejemplos que traer en apoyo de mi afirma-

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cion; i me bastaría recorrer las pajinas de la América Española para probar que no es el mejor ni el mas adaptable en la actualidad, i fué el peor i el menos oportuno en los años subsiguientes a nuestra emanci­pación de la madre patria. Pero como es mi propósito únicamente referir con la brevedad posible los antece­dentes que sirvieron a nuestra Carta fundamental, me abstengo de entrar en una discusión que, para ser cumplida i satisfactoria, debiera necesariamente ser demasiado larga. Sóbrame con aseverar que en la misma Europa las ideas federales no han sido jamas aceptadas por los grandes publicistas, i entre muchas pruebas que tengo a la mano, hé aquí una que bien merece los honores de la cita. Es Guizot el que habla: « De todos los sistemas de gobierno i de garantía política, dice, seguramente el mas difícil de establecer, de hacer prevalecer, es el sistema federativo ; este sistema, que consiste en dejar en cada localidad, en cada sociedad particular, toda la porción de gobierno que puede quedar i en no tomarle sino la porción indispensable al mantenimiento de la sociedad jeneral para llevarla al centro de esta misma sociedad i cons­tituirla bajo la forma de gobierno central. El sistema federativo, lójicamente el mas sencillo, es en el hecho el mas complejo : para conciliar el grado de indepen­dencia, de libertad local que deja subsistir, con el grado de orden jeneral, de sumisión jeneral que él exije i supone en ciertos casos, es menester evidente­mente una civilización mui avanzada; es menester que la voluntad del hombre, la libertad individual, concur-

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ran al establecimiento i al mantenimiento del sistema mas que en algún otro, porque los medios coercitivos allí son menores que en cualquiera otra parte. El sistema federativo es, pues, el que exije evidentemente el mas grande desarrollo de razón, de moralidad, de civilización en la sociedad a la que se aplica (i). »

¡ I no se hallaban, por cierto, en este estado de adelanto los paises de la América Española en 1826 !

Es notable la memoria sobre esta materia escrita por don Juan Egaña, el adversario mas temible de ese sistema, que corre impresa en el tomo primero de sus obras. « Compatriotas, dice en una de sus pajinas, los norte-americanos, separados desde su oríjen i con una constitución que ratificaba esta división, no pudieron hacer mas que renunciar de hecho esta separación, conservando las voces i despojándose, casi enteramente, del ejercicio que ellas significaban. Nosotros existimos, i hemos existido siempre, consolidados. Partamos del punto a que ellos se acercaron; i sin buscar palabras espléndidas i nugatorias, establezcamos nuestras muni­cipalidades económicas i subalternas de un modo útil i precavido de desórdenes. Los pueblos no son felices por su independencia en pequeños territorios, sino por el orden i las virtudes. »

El Congreso se declaró vencido por la opinión, la reacción fué igualmente enérjica que el extravío, i quedó convocada una nueva constituyente para el 12 de febrero de 1828 .

(1) Civilización en Europa.

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El fogoso tribuno de las ideas federales, don José Miguel Infante, como Mario sobre los escombros de Cartago, solo, en medio de las ruinas de su sistema, pudo entonces con justicia quejarse del abandono de sus amigos i de la inconstancia de la foftuna i del pueblo.

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VI

¡Ojalá que la Constitución del 28 , que indudable­mente como obra política fué mui superior a las anteriores, hubiese logrado salvar todos los escollos en que aquellas se estrellaron! Si la reacción de que se hizo eco respecto a las ideas federales la hubiese llevado con mas enerjía hasta las ideas de gobierno para fortalecer el principio de autoridad i dar vigor a la organización administrativa, ¡ qué inmenso.bien habría hecho ! ¡ cuánta sangre nos habria ahorrado!

Pero no supo consultar los verdaderos intereses del pais, i reducida a la práctica probó cuan deficiente era. Chile no ganó mucho con el cambio. La reforma fué a medias, a sus autores les faltó audacia; i por. eso no tuvieron el acierto necesario para poner el dedo en la llaga i cicatrizarla, i los errores en que incurren son notables.

¿Convenia en esa época de convulsiones perpetuas

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debilitar el Ejecutivo en servicio i provecho de las autoridades provinciales ? ¿ Era prudente aumentar las elecciones populares en aquellos dias en que cada elección traia consigo un desorden, i cuando aun no estaba acostumbrado a los hábitos de la vida republi­cana un pueblo que se habia educado en una escuela completamente diversa ? ¿ Traia consigo algún bien el abrir campo de acción contraria i estéril a las compe­tencias entre las diversas autoridades, i a la emulación entre los diferentes poderes públicos ? ¿ Era entonces, lo que no será nunca, sagaz, que los jueces, que deben estar mui arriba sobre las luchas políticas, i en medio de una imparcialidad absoluta, fueran elejidos por las asambleas provinciales, que lójica i forzosamente corrían el peligro de obedecer a las influencias de los círculos políticos? Haciendo que los intendentes fueran designados por las asambleas provinciales, ¿ cómo se le podían hacer cargos al Presidente de la República por actos ejecutados por autoridades que apenas si indirectamente dependían de él i en cuyo nombramiento no habia tenido parte alguna ? ¿Podría él, a su turno, tener confianza en una autoridad local que le era impuesta sin su anuencia i acaso sin su voluntad, i que podría carecer por completo de su confianza ? ¿ Seria posible establecer de esta suerte la armonía necesaria para un buen gobierno entre las autoridades locales i la autoridad central, a fin de darle, una marcha homojénea tendente a la persecución de un mismo fin?...

Incuestionablemente, se trataba de constituir a la República sobre bases insostenibles.

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Pero esto no quiere decir, sin embargo, que la carta fundamental de los Pipiólos no fuera la mejor, la menos extraviada de las que tuvimos antes de la del 3 3 . Ya he observado que las otras fueron simplemente ensayos, al paso que ésta puede considerarse como una obra acabada, digna de estudio, bandera de un partido. Consagró los mas hermosos principios que sirven de fundamento a la idea democrática; la igualdad ante la lei (arts. 1 25 i 126) i la libertad en sus amplias manifestaciones. (Cap. I I I , Derechos individuales.) Dividió de una manera mas acertada que hasta allí las diversas atribuciones de ios poderes públicos •, creó dos cámaras, la una de senadores i la otra de diputados, elejidos de diversa manera, con diferente duración en el ejercicio de sus funciones i exijiendo i fijando a sus miembros diferentes condiciones de elejibilidad, lo que era una garantía de acierto en el gobierno simultáneo de ambos cuerpos ; prohibió (art. 62) la reelección del presidente i vice, en lo cual anduvo mas feliz que las demás Constituciones de Chile i que casi todas las de la? Repúblicas americanas, inclusa la de los Estados Unidos de Norte América; impuso a los ministros la obligación de dar anualmente cuenta de sus ramos respectivos a las cámaras luego que éstas abrieran sus sesiones (art . 88)-; i finalmente estableció al poder judicial sabias restricciones que forman una de sus mas notables disposiciones. (Arts. 104, i ob , 106 i 107.)

Su gran defecto consistía en la delibilidad de la organización del Ejecutivo. I sorprende que sus autores cayesen en este error, cuando, como ningunos,

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se hallaban en la situación de conocer que allí justa­mente estaba el mal cuyo remedio se necesitaba. Eran testigos i actores de ese estado de cosas, i no compren­derlo era una ceguedad indisculpable. De allí es que cuando los Pelucones triunfaron, fué ese el lado vulne­rable que mas ardientemente i con mejor éxito atacaron para anticipar su reforma.

El error de la doctrina quedó, como he manifestado en las primeras pajinas de este libro, sancionado por la experiencia: la falta de vigor en el Ejecutivo, su impo­tencia para disponer de medios de acción poderosos i capaces de afianzar el mantenimiento del orden público, su carencia absoluta de recursos legales para sostenerse en el poder en medio de las pasiones anárquicas que lo combatían, fueron causa de las ajitaciones que consti­tuyeron la vida normal délos años 28 i 29. Para los que han estudiado con alguna atención la historia de aquellos tiempos, esta afirmación está fuera de duda : a la Constitución del 28 se deben en gran parte las revoluciones del 29. Apoyado en estos antecedentes ha dicho con sobrada razón un hábil crítico de esa obra que « si se hubiese tratado de reglamentar la anarquía, nunca se habría podido presentar un proyecto mas adecuado, porque en ese hacinamiento de funcionarios semi-independientes parece que no se ha hecho mas que establecer reglas de gobierno para no gobernar bien. »

Imprimirle otro carácter, darle otro tono, habría sido la salvación del partido Pipiólo i la estabilidad de su cobra.

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— 237 — Un gobierno fuerte,' si en épocas normales no es

conveniente, en momentos de crisis es de absoluta necesidad. Trae consigo la centralización administra­tiva, cierto •, pero esa centralización es entonces su salvación misma. Hacer dentro de la esfera de la lei aquello que seria necesario hacer fuera de ella, atrepe­llándola en virtud del derecho de la propia conservación, es siempre una ventaja; a lo menos, se evitan de esta suerte la arbitrariedad i la tiranía. Cierto también que una centralización extremada es un m a l ; pero cuando es racional i prudente, es un bien, i no todos los paises ni todas las situaciones son para aceptar aquel principio simple i sencillamente.

La época en que los liberales promulgaron su Constitución, era una de aquellas en las cuales es necesario un brazo robusto en el poder, un principio de autoridad fuerte para sobreponerse a las circunstan­cias tempestuosas del momento. ¿ Lo conocían los autores de la Carta del 28? Sin duda, i la prueba es el informe mismo de la comisión nombrada para redac­tarla, que se expresa en los términos siguientes: — « El Poder Ejecutivo, encargado de administrar los intereses mas caros de los pueblos, poseedor inmediato. de los recursos que ellos suministran, i primer eslabón de la cadena de funcionarios públicos que desempeñan todos los ramos de la autoridad administrativa, ofrecía grandes escollos en la construcción de sus prerogativas i facultades. La Comisión ha considerado que las necesidades mas urjentes de la Nación solo pueden ser satisfechas por un Gobierno que le abra todos los

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canales de la prosperidad, i cuya acción eficaz esté diariamente trabajando contra todos los obstáculos que ofrecen a las grandes mejoras, la despoblación, la falta de capitales, los hábitos coloniales, el abuso de la autoridad en los empleados subalternos, i otros muchos males que han tenido su oríjen en las oscilaciones políticas de estos últimos tiempos. Por otra parte, el terror que inspira en las demás naciones la preponde­rancia de un gobierno rico, dueño de la fuerza armada, i apoyado en una vasta clientela, seria pueril e impor­tuno entre nosotros, teniendo todas las garantías en favor de las masas, i acostumbrados como estamos desde la emancipación a ver desaparecer como sombras fugaces a los jefes supremos del Estado. Si es impor­tantísimo que una estrecha responsabilidad i unas prudentes coartaciones intimiden i restrinjan al ejecutor de la lei, al depositario de la hacienda pública, al que tiene a su disposición tantas seducciones i prestijios, también es preciso que el administrador de un pueblo libre goce de una decorosa i benéfica libertad: decorosa, porque su honor está ligado con el honor mismo de la nación que gobierna •, benéfica, porque el exceso de la coartación, fruto de un mezquino escrúpulo, le ataría las manos para obrar el bien, i le facilitaría pretextos a una inútil inacción. »

I sin embargo, procedieron como si nada supieran de lo que pasaba a su alrededor, siempre utopistas como lo habían sido los constituyentes anteriores, reglamentando de una manera difusa i poniendo tantas pequeñas ruedas en la máquina administrativa que

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hacian dificilísima la acción del primer mandatario de la República.

Menos detalles, mas vigor*, eso necesitaba la Consti-cion del 2 8 .

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VII

Aleccionados con su ejemplo los Pelucones, obraron de distinta suerte. Comprendieron que era necesario robustecer el principio de autoridad antes que todo para asegurar el porvenir del pais i afianzar la estabi­lidad de sus nuevas leyes. A este fin dirijieron sus esfuerzos, i sobre estas bases levantaron la Constitución del 33.

¿ Era un bien, o era un mal el que hacian cuando daban a la autoridad tanta robustez i ponían en sus manos tantos elementos de fuerza i de poder ? ¿ Obraron cuerdamente o nó ? Queda, con lo dicho en las pajinas anteriores, contestada afirmativamente esta pregunta •, i si es lícito a veces juzgar de las cosas por sus resultados, la respuesta es sencillísima i de facilí­sima comprensión, pues la dan el progreso inmenso de Chile, la estabilidad de sus leyes, la honorabilidad de sus majistrados, su buen nombre, su estado social,

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— 241 — todo lo que es, en fin. Por lo que toca al punto de vista político i a las prescripciones de la ciencia, es incues­tionable que para la situación que se atravesaba no habia otro punto de salvación que el que hallaron los Pelucones en el robustecimiento del principio de autoridad. , « Los gobiernos, dice Stuart-Mill, deben hacerse

para los seres humanos tales como ellos son, o como son capaces de llegar a ser próximamente, » i en esta frase está fundido, por decirlo así, todo el pensamiento de la Constitución del 33. Que no sea mui del sabor li-

' beral, tal vez; pero no hai duda en que es mui racional i profundamente acertado el axioma del publicista inglés.

El notable mérito de los Pelucones, como lo he dicho en otra ocasión, consistió precisamente en conocer a su pais para aplicarle el remedio que convenia a su daño •, i no se necesita ser ni un gran publicista ni un gran polí­tico para comprender que el antídoto de la anarquía es la fuerza legal en el gobierno. N o se hace el bien sin elementos capaces de imponerlo cuando domina el extravío en los que lo han de recibir; i en ese caso se encontraba Chile en aquellos años, como en la actuali­dad se hallan tantas de nuestras repúblicas hermanas. A no haber procedido así, nuestros lejisladores del 33 no habrían sido hombres de Estado. En su propósito de asegurar antes que todo la paz i el orden público, probaron que lo eran. I en efecto, ¿cómo puede ade­lantar un pueblo azotado por la anarquía? ¿Qué industria, qué ciencia, qué comercio son compatibles con la vida normal de Uis revoluciones diarias?

ib

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No son las bayonetas enrojecidas con sangre humana las que van a abrir los surcos de la madre tierra, ni su abono mas fecundo ciertamente es la pól­vora gastada en los campos de batalla : cien veces mas que la espada del soldado vale el arado pacífico del labrador en nuestra condición de pueblos nuevos, i mas útiles que los héroes nos son los hombres de trabajo... Mas que de caudillos necesitamos de industriales, i un taller nos da mil veces mas caudal de civilización que un campamento. La libertad misma solo se afianza en el seno de la paz.

Empapados en estas ideas se hallaban los conserva­dores cuando pensaron en reformar la Constitución del 28 en el sentido que lo hicieron \ i por eso la del 33 tiende especialmente a ese objeto.

Mas verdaderamente políticos que los Pipiólos, no cayeron en el error de debilitar el principio de autoridad con el pretexto de dar mas desarrollo i mas vida a la libertad: comprendieron que entre los justos derechos de ambas puede encontrarse una perfecta armonía para mantener el lejítimo i necesario equilibrio entre sus deberes i obligaciones recíprocas. En este punto fij aron sus ojos, i de su aplicación exacta hicieron nacer la garantía de la estabilidad de sus leyes i de la seguridad de la paz pública : echándose francamente en brazos de sus principios, probaron de una manera evidente que son ciegos en la ciencia social los que se empeñan en hallar antagonismo entre los deberes de la autoridad i los derechos de la libertad, cuando de buena fe i con patriotismo unos i otros proceden. Verdad es que es

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difícil reducir a la práctica la teoría, porque si es impo­sible todo gobierno sin el respeto de la autoridad, no se concibe tampoco la idea del pueblo sin el goce amplio de la libertad en todas las esferas de su desarrollo. Pero, ¿a qué lado debe inclinarse la balanza? Si ha de pesar mas alguno de los dos principios, ¿ cuál es mas conveniente que domine ? H é ahí lo que no es dado resolver, i hé ahí el equilibrio que debe reinar entre ambos sin ladearse ni a uno ni a otro; i en ese justo medio cabalmente es en lo que estriba la ciencia del lejislador para saberlo fijar con criterio i prudencia.

Situaciones hai en que la autoridad puede i debe, si no invadir, a lo menos avanzarse en el terreno de la libertad, no para amordazarla ni estrecharla entre cade­nas, sino para mantenerla en su propio nivel i hacerla respetar; i esto sucede en pueblos desorganizados, inexpertos en la vida pública, donde las pasiones anár­quicas están entronizadas. No así cuando se ha llegado a cierto grado de civilización i cultura, que entonces tiene exacta aplicación el « dejar hacer » de la ciencia moderna. La política, en su aplicación positiva a la sociedad, no es una mano de hierro inflexible, ni una verdad absoluta : es la buena razón traducida a la letra de la lei. De aquí la conveniencia de la lucha de los partidos de ideas, para dar el alerta los unos cuando la autoridad traspasa sus justos límites, i los otros cuando la situación exije mas vigor que el de ordinario para mantener el rumbo constante hacia el bien i la perfec­ción, que es el fin de la sociedad humana.

Los Pelucones así lo entendieron, i así uno de sus

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prohombres explica el pensamiento de su partido. « Su principal empeño, dice, fué combinar un gobierno vigoroso con el goce completo de una libertad arreglada; es decir, dar al poder fuerza para defenderse contra los ataques de la insubordinación, producida por los excesos de la democracia, i proporcionar a los pueblos i a los hombres recursos con que preservarse del despotismo ( i ) . »

Bien sabian que no es la verdadera esa falsa demo­cracia ignorante que vive de la anarquía i se nutre con el odio, sino aquella otra ilustrada, pacífica, iluminada por los rayos de la fe cristiana, del derecho ajeno respe­tado i del hogar bendecido. A levantarla, a hacerla amar de los pueblos, a realzarla con todos los hermosos atributos que la corresponden, se dedicaron con tesón i constancia, i a ese fin levantaron, bajo la salvaguardia de los principios conservadores, el glorioso monumento de su Carta fundamental.

I Cómo lo consiguieron ? Tomando de las Constituciones anteriores todo lo bueno i rechazando lo inconveniente o impracticable, copiando de las leyes fundamentales de otros pueblos cultos lo que podia ser adaptable al nuestro, trabajando, en fin, con el afán de la abeja que recoje de todas las flores el jugo que le ha de servir para hacer su panal.

Pero, donde se debe buscar la fuerza de la Constitu­ción del 33, su novedad al mismo tiempo i la causa de su estabilidad, es en la organización del poder Ejecu-

(i) Redacción del « Araucano * nüm. 140,

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tivo, sensatísima i profunda, según la opinión de un distinguido escritor americano ( i ) ; i como que esa era la necesidad de la época, fué allí donde los constituyentes pusieron todo su empeño para hacer una obra digna i duradera. Consagrada la unidad de la nación (art. 3.°), destruidas las asambleas provinciales i dándose una forma mas centralizadora a la administración interior, quedó de hecho mas enérjico el Ejecutivo, dotado de medios de acción mas vigorosos i prontos, i mas apto para dirijir los destinos de la República,

De las facultades de que estaban investidas estas asambleas provinciales, pasaron algunas al Presidente de la República, como el nombramiento de los inten­dentes, gobernadores i jueces letrados (art. 8 2 ) ; otras se agregaron alas atribuciones de las municipalidades, que las reemplazaron con ventaja, i otras, finalmente, volvieron al Congreso i al pueblo mismo, como el nombramiento de los senadores, que se encuentra en este último caso.

Aumentaron esa grande suma de poder i de prestíjio en provecho del Ejecutivo las atribuciones que le señaló el art. 82 , mucho mas latas que las que marcaba la Constitución anterior. Entre éstas es digna de notar la que lo faculta para « declarar en estado de sitio uno o varios puntos de la República, con acuerdo del Consejo de Estado en caso de ataque exterior, i del Congreso en caso de conmoción interior. » Hé aquí una de las disposiciones de la Constitución del 33 que ha desper-

(1) Don Juan B. Alberdi, «Organización d é l a República Arjentina ».

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tado mas ardientes ataques i ha arrancado a sus ene­migos los mas amargos reproches. Se la ha acusado de despótica, de anti-democrática, i es, a mi juicio, una de las mejores, atendida la época en que fué concebida, aten­dido el fin que se propusieron sus autores •, porque entre todas las garantías públicas, ¿cuál mejor que aquella que nos asegura que el orden no será turbado i que en el gobierno que hemos elejido libre i voluntaria­mente hai bastante fuerza para mantenerse a despecho de la ambición i de la anarquía? Que ese gobierno puede no inspirar confianza a muchos, cierto; i es cierto también que puede cometer abusos. Pero sí puede haber abuso de poder de parte del gobierno, en el caso contrario es mas fácil, mas natural que haya abusos de parte de la multitud, cuando ella se ve fatalmente sacu­dida por opuestas facciones políticas. I esto es obvio : aquél tiene sobre sí mismo una responsabilidad tre­menda, capaz de hacerse efectiva de acuerdo con la misma Constitución (arí. 83), i ésta es anónima, no tiene responsabilidad alguna que le imponga temor o respeto en sus actos. Si esta observación es verdadera de ordi­nario, ¡cuánto mas profundamente exacta en las horas terribles de ajitacion social! Al exijirse el acuerdo del Congreso o del Consejo de Estado, se ha ido hasta donde debia llegarse para combinar la conveniencia de dar el poder necesario a los gobiernos para mantenerse con el respeto de los principios democráticos, para evitar el abuso de aquéllos i garantir los derechos de éstos. De lo contrario, habríamos en mas de una ocasión llegado a lo que ha sucedido a los demás pueblos sud-

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americanos, que han hecho surjir las dictaduras omni­potentes, porque han colocado a sus gobiernos en la imposibilidad de dominar las revoluciones por los medios legales. ¡A cuántos de ellos, en el apuro natural a que los han arrastrado los acontecimientos, los ha lanzado en brazos de la dictadura, que es el principio de muerte de las democracias, esa imprevisión de sus leyes!

Creer que se fortifica la libertad debilitando al Ejecutivo, es un error político de gran trascendencia: justamente tanto mejor defendida estará ella cuanto mas celoso sea i mas medios de acción tenga a su servicio el defensor que han elejido los pueblos para ampararla i sostenerla.

No le deis a un gobierno esos medios de acción, trabadle en su marcha con dificultades i embarazos, i tendréis en breve atropellados vuestros derechos, violentadas vuestras opiniones por el primer caudillo ambicioso a quien le ocurra levantarse. \ Por huir de un Prieto o de un Búlnes, tendréis un Melgarejo o un Guzman Blanco!

Lo dicho en cuanto al párrafo 20 del art. 82 de la Constitución del 33 , puédese aplicar al art. 1 6 1 , que se refiere a los estados de sitio, i que ha contribuido tanto como el otro a robustecer al Ejecutivo.

Se dispone en este artículo que en el punto de la República que fuere declarado en estado de sitio, se suspende el imperio de la Constitución, es decir, el privilejio conocido bajo el nombre del habeas corpus, o sea las garantías individuales que la misma Carta

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Constitucional asegura en muchas de sus demás dispo­siciones. Ese es, i no otro, el jenuino significado del artículo 1 6 1 , que viene a ser como el complemento de lo dispuesto en el otro: La suspensión del habeas corpus es el corolario natural, lójico, necesario, del estado de sitio : de otra suerte, éste se anularía por sí mismo, i quedaría sin ningún valor. Sin embargo i aunque solo en casos mui extraordinarios puede el Presidente de la República usar de las facultades que le conceden estos artículos, la Constitución ha querido, en este último como en el anterior, no dar ocasión a que, bajo el pretexto de las atribuciones que señala, puedan los gobiernos, movidos por malas pasiones, ir mas allá del límite que la justicia i Ja conveniencia social les fijan. Para evitarlo consigna el art. 161 esta segunda par te : — « Durante esta supresión, i en el caso en que usase el Presidente de la República de facultades extraordinarias especiales, concedidas por el Congreso, no podrá la autoridad pública condenar por s í , ni aplicar penas: las medidas que tomase en estos casos contra las personas, no pueden exceder de un arresto o traslación a cualquier punto de la República.»

Entre las demás atribuciones de que reviste la Constitución al Presidente, merecen notarse las que le dan el derecho de concurrir a la formación de las leyes i el de nombrar a los jueces letrados i majistrados de los tribunales superiores de justicia, si bien a propuesta en terna del Consejo de Estado. Agregúese a éstas la que determina en el art. 1 2 8 , inciso 1 0 , que

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establece que las ordenanzas municipales sean aprobadas por él, con audiencia del Consejo de Estado, i se verá cómo con la destrucción de las asambleas provinciales quedó bien cimentada i robusta la autoridad del primer jefe de la nación. ¡ Lástima grande que las ideas domi­nantes de la época, restos podridos del viejo regalismo español, arrastraran a los autores de ía Constitución a consignar en el art. 82 los incisos 8.° i 14 relativos al patronato, injustamente usurpado por la autoridad civil en menoscabo de los sagrados derechos de la Iglesia ! Era necesario que el cuadro tuviera sombras, i éstas fueron las de la grande obra de los Pelucones.

El otro polo en que se apoya el eje sobre el cual jira la Constitución del 33 es la organización del Senado, eminentemente conservadora i también violentamente atacada por sus enemigos.

Elejido de distinta manera que la Cámara de Diputados, compuesto de miembros que ordinaria­mente son de mas edad i duran mas tiempo en el ejercicio de sus cargos, inspirándose ordinariamente en móviles mas tranquilos i menos apasionados para dar cuerpo en las leyes a sus pensamientos, lleva necesa­riamente consigo el sello de su carácter, es el moderador necesario de la democracia i la garantía de acierto en el porvenir, juntamente con el respeto del pasado. Si es conveniente que en los pueblos tenga algún valor el espíritu de tradición, es necesario entonces la existencia del Senado, que sin él esa tradición se borra i ese buen espíritu desaparece por completo. De aquí es que todos los pueblos civilizados tienen en el dia dos cámaras,

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investida cada una de distinta misión; i son ilusos los que hoi pretenden la existencia de las asambleas únicas.

De acuerdo los constituyentes del 33 con los del 28 i los anteriores en este punto, no lo estuvieron en la manera cómo debia verificarse la elección de los miembros del Senado; la Constitución del 28 los hacia elejir por las Asambleas provinciales a razón de dos senadores por cada provincia (art. 20) i la Constitución del 33 estableció la elección indirecta por electores especiales, nombrados por los departamentos, en número triple del de diputados al Congreso (art. 25). La Constitución del 28 fijaba en cuatro años la duración de las funciones de los senadores i los renovaba por mitad, al paso que la del 33 los renueva por terceras partes i hace alcanzar hasta nueve años el ejercicio de sus funciones.

Como se ve, mas estable es la organización del Senado en la última, i cumple, por consiguiente, mejor con las condiciones que la ciencia política exije de ese cuerpo. Renovándose por terceras partes cada tres años, queda siempre el cuerpo el mismo, su mayoría inspirada, empapada, por decirlo así, en el mismo espíritu, i asegurada cierta marcha constante en su política. No es fácil que cambie de rumbo, merced al influjo de hombres nuevos, ni de pasiones violentas i advenedizas, ni menos que se deje arrastrar por las impresiones del momento, ni ofuscarse por las convul­siones anárquicas que llegan apenas hasta su recinto. Podemos nosotros aplicar al nuestro las palabras del

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distinguido publicista americano Kent, referentes al Senado de Estados Unidos : — « E l pequeño número i larga duración del Senado, dice, es con intención de convertirlo en una salvaguardia contra la influencia de esos parasismos de calor i pasión que prevalecen de vez en cuando en las mas ilustradas comunidades, i entran en las deliberaciones de las asambleas populares. Bajo este punto de vista, un Senado firme e independiente es mirado con justicia como un ancla de salvación entre las tormentas de las facciones políticas •, i por falta de un cuerpo tan estable, las Repúblicas de Atenas i Florencia fueron trastornadas por las furias de conmo­ciones, que los Senados de Esparta, Cartago i Roma habían sido capaces de resistir. Las cualidades carac­terísticas del Senado en la intención de la Constitución, son sabiduría i estabilidad. »

Mucho se ha discutido sobre la manera de verificarse la elección, si deben los senadores ser elejidos por provincias o si deben serlo por toda la República, como miembros de un cuerpo único, representante de toda ella, i no de tales o cuales localidades deter­minadas. El primer sistema fué el adoptado por la Constitución del 28 , i cuenta todavía entre nosotros entusiastas panejiristas: tomaron por modelo a los Estados Unidos de Norte América, sin fijarse que en aquel pais hai una razón poderosa para hacerlo así, razón que no milita en favor de los sostenedores de la misma idea en Chile. En Estados Unidos, cada Estado es una personalidad distinta, porque forma parte de una verdadera confederación, i tiene, por consiguiente,

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otros derechos que hacer valer, que los que pueden tener nuestras provincias, que no son sino simples demarcaciones territoriales hechas para facilitar la administración pública; aquél es un pais federal , éste completamente unitario; allí se funda la elección de sus senadores en la idea de la soberanía de cada estado, aquí, que no existe esa soberanía individual de cada provincia, no tiene fundamento lójico ni político un sistema que hiere directamente la unidad consagrando una verdadera federación. Si quisiéramos hacer de cada provincia una personalidad propia con intereses especiales, aspiraciones particulares, conveniente seria, no hay duda, la organización del Senado del año 28; pero cuando está en los verdaderos intereses de nuestro pais afianzar la unidad, base de nuestro engrandeci­miento i única salvaguardia de nuestras instituciones democráticas, entonces ese sistema es de todo punto inaceptable, a pesar de los ejemplos de Estados Unidos i de otros pueblos (1).

Lo que conviene a Chile es no dar personalidad propia, especial, casi independiente a cada provincia • es, sí, dar vida, independencia al municipio, i el muni­cipio representa al departamento, no a la provincia. Las razones que los sostenedores del Senado de la Constitutucion del 28 alegan en su favor, serian fuertes para la elección de uno o dos senadores por cada

(1) Estas líneas fueron escritas-antes de la última reforma constitucional, que en esta parte modificó la Constitución del 33 en el sentido impugnado por el autor.

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departamento, i no por cada provincia : en este caso habría mas lójica en su raciocinio i mas cordura en su sistema.

La Constitución del 33 forma la Cámara de Diputados con representantes de todos los departa­mentos de la República, es decir, establece la representación local, franca i jenuina : al Senado le da la representación de la nación entera, haciendo que para su elección concurran todos los pueblos en una elección común en una forma especial, profundamente meditada, i que ha producido excelentes resultados. Si es verdad lo que dice un distinguido escritor político ( i ) , que « la variedad de la representación es una garantía de la libertad, que da a los pueblos asambleas excelentes,» sin disputa los constituyentes del 33 acertaron con la organización que dieron al Congreso, caracterizando en sus atributos, en el tiempo de su duración i en la manera de elejirse de un modo peculiar i diverso cada una de las dos ramas que lo componen.

La historia se ha encargado de justificar plenamente su acierto por lo que toca al Senado: i si se rejistran los anales de este ilustre cuerpo, se verá en ellos ; cuánto le debe el pais! ¡ cuánto ha contribuido a afianzar el respeto de las leyes! ¡ cuánta independencia en sus actos ! ¡ cuánta serenidad i moderación en sus discusiones 1 ¡ cuánta imparcialidad ordinariamente en sus resoluciones!

Ademas de estos puntos que son, como dejo dicho,

( i ) Laboulayé.

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los'polos de la Constitución del 3 3 , desparramados en sus pajinas se ven muchos otros artículos que consagran ideas altamente democráticas i hacen de la libertad lo que debe ser: una realidad hermosa i tranquila, no una utopia mas o menos brillante, pero bulliciosa, revolucionaria i atolondrada. La igualdad ante la lei, la igual repartición de los impuestos i contribu­ciones, la libertad de permanecer i trasladarse en cualquier punto de la República, la inviolabilidad de las propiedades, la libertad de imprenta (art. 12) , la inviolabilidad de la casa de toda persona que habite el territorio chileno (art. 146) i de la correspondencia epistolar (art. 147), la consagración del principio de la libertad personal prohibiendo la esclavatura (art. 32) , la condenación del tormento i de la confiscación de bienes (art. 145) , la responsabilidad del Presidente de la República (art. 83), de los ministros de Estado i de todos los demás empleados públicos administrativos i judiciales (art. 1 1 1 ) ; to'dos estos principios han hallado lugar en ella i han completado la idea democrática que le sirvió de base, i que unida a la idea relijiosa, consa­grada en su art. 5.°, son el fundamento mas sólido e indestructible de su estabilidad i de su grandeza.

Duros reproches han merecido, no obstante, las disposiciones que se refieren a la manera como debe verificarse su reforma: se ha llegado hasta negar el derecho que tiene una constitución para fijar los términos de su propia existencia. El ejemplo de lo que sucede en las constituciones de todos los países civilizados del mundo, la opinión casi unánime de los

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publicistas mas distinguidos, la sana razón que aconseja las reformas legales i serenas en lugar de las revolucionarias i violentas, me excusan de entrar de lleno en esta materia para sostener el derecho i buen acierto que tuvieron los constituyentes del 33 cuando consignaron en su obra los artículos 163 i siguientes. Estos artículos están copiados o a lo menos basados en los que se refieren al mismo punto de la Constitución de Colombia del año 2 1 , que en mas de una ocasión parece que tuvieron a la vista los autores de la nuestra.

Hé aquí cómo la opinión imparcial de escritores extranjeros ha juzgado la Constitución del 33 :

« Chile, dice don Juan Bautista Alberdi en su interesante libro titulado Bases i puntos de partida para la organización de la República Ar/entina, Chile debe la paz a su Constitución, i no hai paz durable en el mundo que no repose en un pacto expreso, conciliatorio de los intereses públicos i privados. La paz de Chile, esa paz de dieziocho años continuos en medio de las tempestades extrañas, que le ha hecho honor de la América del Sud, no viene de la forma del suelo, ni de la índole de los chilenos, como se ha dicho: viene de su Constitución. Antes de ella ni el suelo, ni el carácter nacional impidieron a Chile vivir anarquizado por quince años. La Cons­titución ha dado el orden i la paz, no por acaso, si no porque fué ese su propósito, como lo dice su preámbulo. Lo ha dado por medio de un poder ejecutivo vigoroso, es decir, de un poderoso guardián del orden, misión esencial del poder, cuando es realmente un poder i no

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un nombre. Este rasgo constituye la orijinalidad de la Constitución de Chile, que a mi ver es tan orijinal a su modo como la de los Estados Unidos. Por él se ligó a su base histórica el poder 1 en Chile i recibió de la tradición el vigor de que disfruta. Chile supo innovar en esto con un tacto de estado que no han conocido las otras repúblicas. »

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VII I

¿ Intervino Portales en la elaboración de la Consti­tución del 33? Sí, i nó.

Difícil es contestar categóricamente a esta pregunta, porque si es verdad que no intervino de una manera directa en su discusión oficial, pública, parlamentaria, no es menos cierto que su espíritu llena todas las pajinas i flota, por decirlo así, sobre todo el cuerpo de sus doctrinas. No es ella otra cosa que la forma, la palabra escrita, la aplicación de sus ideas sobre el terreno práctico de los hechos. Portales no fué el autor material de esa Constitución, pero fué su inspi­rador. Otros la discutieron en el seno de la gran Convención; pero él designó a los que debían ser miembros de ésta, i es claro que buscó a los que habrían de representar sus principios. El fué quien inició la reforma de la Constitución del 2 8 , i no es lójico suponer, conocido su carácter, que ningún

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pensamiento tuviese respecto a esa reforma que proponía.

Se ha dicho que lejos de tomar interés por esta obra de los Pelucones, la miró con desden i no se dignó leerla. La aseveración es inexacta, i hé aquí a este respecto lo que asevera uno de nuestros historiadores nacionales ( i ) : « A l constituirse la Gran Convención, Portales, aunque retirado ya del Ministerio, influyó de un modo decisivo para el nombramiento de los vocales que la compusieron. Cuando la comisión nombrada por aquella asamblea se puso a discutir i preparar el proyecto de reforma, Portales, bien que alguna vez afectase no preocuparse mucho de este asunto, le dedicó, sin embargo, una marcada atención; i cuando la gran Convención abrió sus debates, Portales presenció muchos de ellos desde un lugar contiguo a la sala de sesiones, i su consejo o su opinión, que algunos convencionales iban a consultarle, resolvieron mas de una disputa i vinieron a formar la parte dispo­sitiva de importantes artículos. La institución de los senadores vitalicios, por ejemplo, suscitó en la asamblea una acalorada discusión, pues las opiniones andaban irmi divididas. Pero la opinión de Portales decidió a la mayoría a rechazar la institución. El proyecto de reforma de la comisión, como el «voto particular » de Egaña, abolían la esclavitud i el tráfico de esclavos en Chile ; pero habia omitido declarar por libre al esclavo extranjero por el solo hecho de pisar

(-.) Sotomayor Valdéá.

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el territorio chileno. Esta materia, que ofrecía en verdad sus dificultades bajo el punto de vista del derecho internacional, fué también largamente discu­tida. Portales influyó para que se conservara lo dispuesto en esta parte por la Constitución de 1 8 2 8 , i en consecuencia fueron declarados libres los esclavos que pisaran el territorio de la República. »

Basta un mediano estudio de nuestra carta funda­mental, para traslucir á Portales en toda ella. Esa fuerza conservadora que respira toda su organización -, esas facultades extraordinarias que robustecen tan enérjicamente al Ejecutivo; esas garantías, al mismo tiempo de libertad en favor de los ciudadanos i de acertadísima administración de la cosa pública-, ese conjunto, en fin, profundamente sabio, que con justicia le han reconocido todos los que le han consagrado algunas horas de meditación, desnudos de extrañas influencias i de preocupaciones de secta: todo está en perfecta armonía con las ideas que formaron el credo político de aquel hombre ilustre.

Para ejercer una acción eficaz sobre una obra política, no es de necesidad absoluta la discusión inmediata de sus detalles : basta con ese influjo jeneral que refleja un pensamiento vasto i que viene a ser algo como el alma del inspirador mismo derramada sobre sus dogmas.

En las pajinas hasta aquí escritas, los lectores de este libro han tenido ocasión de conocer las ideas de Portales, i no les es por lo tanto difícil juzgar de la exactitud del aserto anterior en lo que se refiere al punto de que tratamos. Prensa, gobierno, responsabilidad

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administrativa, organización judicial, etc., etc., todo ha pasado bajo la pluma de Portales i sobre todo ha emi­tido opinión en las cartas de íntima confianza que de él se conservan. Pues bien, i puede esto afirmarse con la mas severa exactitud, la Constitución del 33 es la expresión fiel, el resumen de esos desparramados pensamientos.

Se trata, por ejemplo, de la libertad de la prensa. Portales es decidido campeón de ella, i anhela porque sea lo que debe ser en los paises libres : ilustrada, independiente i digna. Así se expresaba en 1 8 3 2 cuando se le consultaba sobre el Hurón, periódico de combate que nacia al calor de la oposición que despertaba el ministerio Errázuriz, i que, sin embargo, heria al ministro con cierto disfraz que daba muestras de incertidumbre o miedo.

— «Mi opinión sobre el Hurón, es que podia estar mejor variándolo i amenizándolo mas con noticias del interior, que a todos interesan, como dije a Vd. en una de mis anteriores. Si querían batir al ministerio, ¿ por qué hacerlo escondiéndose tras de un interrogatorio i tan indefinidamente ? Si no hay causas para atacarlo, silencio! I si las hai, echarlas a luz con sus pelos i sus lanas. Vd. me ha dicho en una de sus anteriores, que el ministro se habia opuesto a la suscricion del perió­dico : ¿habría asunto mas lindo para un artículo de importancia i un ataque victorioso? ¿Qué diria el ministro cuando se le preguntase si quería marchar sin oposición, cualquiera que fuese su marcha ? Cuando se le dijese que se trataba de hacer una oposición

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— 2bl — decente, moderada i con los santos fines: i.° de enca­minarle a obrar en el sentido de la opinión; 2 . " d e comenzar a establecer en el pais un sistema de oposi­ción que no sea tumultuario, indecente, anárquico, injurioso, degradante al pais i al gobierno, etc., etc., que lo que se desea es la continuidad del gobierno ; i que para conseguirlo, no hai mejor medio que los cambios de ministerio cuando los ministros no gozan de la aceptación pública por sus errores, por su falsa política o por otros motivos; que la oposición cesa, cuando sucede el cambio, i, en fin, que queremos aproximarnos a la Inglaterra, en cuanto sea posible, en el modo de hacer oposición; que el decreto que autoriza al gobierno para suscribirse a los periódicos con el objeto de fomentar la prensa i los escritores no excluye a los de la oposición; que siempre que ésta se haga sin faltar a las leyes, ni a la - decencia, el buen gobierno debe apetecerla, i que esta intolerancia del ministerio solo puede encontrarse en un mal ministro que tiene que temer, etc., etc., añadiendo que es una pretensión mui vana el querer marchar sin oposición, que solo el ministerio de Fernando podrá esperar un vergonzoso silencio o un jeneral aplauso de su conducta funciona­ría ; que sobre todo, la distribución de los fondos públicos destinados al fomento de la ilustración, no puede hacerse según el gusto i capricho del ministro, sino conforme a la justicia i conveniencia del pue­blo... »

En otra ocasión discute la necesidad de dar enerjía a los jueces del crimen, truena contra su exajerada lent-

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dad, los hace responsables de los delitos que se cometen en la República, pinta con vivísimos colores la situación aflictiva que trae consigo ese orden de cosas i llega a la conclusión exactísima de que todos los remedios, por extraordinarios que sean, que se apliquen para atajar el mal serán inútiles « si no se hace efectiva la respon­sabilidad de los jueces (1). »

I así, mas o menos, en todos los demás ramos del servicio público, como en los principios de política fundamental que habia adquirido en la práctica de los negocios de Estado i en el estudio de lo que sucedía en los demás países. Detestaba la democracia tumultuosa, i su ideal era la unión armónica i perfecta del orden con la libertad, i del pueblo con el gobierno. No era partidario del voto inconsciente de la multitud igno­rante, i por eso optó, no por el sufrajio de los mas, i sí por el sufrajio de los mejores. Amaba i obedecía los impulsos de la opinión, sin dejarse por eso arrastrar con insensata ceguedad por ellos: la consultaba siempre antes de convertir en lei una idea suya, i de esa práctica llegó a hacer una prudente costumbre que le fué de suma utilidad con el tiempo. Quería a los empleados de la administración intejérrimos; i de ahí que dio facilidades para alzar la voz hasta ellos, i de ahí también el decreto aquel de junio de i83o de que he hablado en otras pajinas. Odiaba las turbulencias populares, las exajeraciones de secta, i comprendía que el progreso no se adquiere violentamente por la fuerza de los deseos,

(r) « Mercurio » , de Valparaíso, — 17 de pnero de i 8 3 2 .

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sino con el trabajo i la constancia del deber cumplido. Aspiraba a reformar las leyes; pero las quería estables, sólidas, exentas del vaivén de las pasiones de partido i aplicadas con virtud i talento, porque — « no hai lei buena, decia, si se descuidan los encargados de hacerla cumplir;» i «los buenos encargados, anadia, las hacen buenas;»•— en lo cual no le faltaba razón. N o rendia tributo a las tonterías de la moda, i su axioma político era aquel de in medio consistit virtus — « sin perseguir a nadie, pero sin dejar pasar la ocasión de correjir al díscolo i de ejemplarizar a los malos con el castigo (i) . »

¿ No son estas las ideas a que obedece la Constitución del 33 ?

En ella no tienen cabida las exajeraciones que han servido a las banderas liberales para engañar a los ilusos i corromper a los pueblos; pero tienen, sí, hon­roso lugar todos los buenos principios democráticos, seria i honradamente republicanos. En ella no hai utopias de soñadores; pero sí dogmas de libertad que son himno de gloria en la civilización moderna. Nada de variedades insustanciales, i mucho, sí, de práctica severa de las virtudes cívicas.

Para concluir el breve episodio de este capítulo i como complemento a mis afirmaciones, puedo citar una autoridad que me confirmó en ellas. Amigo íntimo de Portales el personaje a quien me refiero, conven­cional él mismo, hombre de no dudosa palabra, su testimonio merece respeto. Él me ha asegurado una i

( i ) Carta a don A . Garfias, — 27 de abril de X832.

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otra vez que Portales siguió con notable interés la discusión de la gran Convención, hizo muchas obser­vaciones sobre algunos de los puntos controvertidos; influyó, como lo asegura el historiador que cité en pajinas anteriores, en la aprobación de algunos artículos del proyecto orijinal i en el rechazo o modificación de otros; fué él mismo personalmente a asistir detras de bastidores a los debates de la Constituyente, haciendo valer su manera de pensar, en casos dudosos; i por último, discutió en diversas ocasiones con el mismo amigo de cuyos labios yo he recojido estas noticias, sobre cuestiones constitucionales del momento, con calor i enerjía, avanzando opiniones propias i haciendo atmósfera en favor de las que juzgaba las mejores, suyas, o de sus amigos (1).

Resulta de lo dicho que la intervención de Portales en la Constitución del 33, si no fué oficial, ni pública, ni de asamblea, fué privada, de hogar, de influencia íntima; i esta es la verdad histórica.

(1) Conversación con don Vicente Bustillo.

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IX

Pero, a pesar de la marcha fija i resuelta que los Pelucones habían impreso al país, primero con la organización completa del sistema administrativo i después con la promulgación de la sabia Constitución del 33, se dejaron, sin embargo, sentir todavía algunos sacudimientos revolucionarios que fueron los postreros respiros de las convulsiones de los años anteriores. N o era posible reaccionar de un golpe contra los malos hábitos adquiridos durante el dominio turbulento de los Pipiólos, con que el país habia llegado a conna­turalizarse. Sucedió con la República en aquellos dias lo mismo que sucede con un enfermo que, por mas hábil que sea el facultativo que lo ha asistido y acertados los remedios que le ha aplicado, tiene que pasar por algún tiempo en un estado penoso y sufrir algunas pequeñas recaídas antes de poderse considerar comple tamente sano. Tan hondos habían sido los males

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causados por los débiles gobiernos anteriores i los numerosísimos motines de cuartel i asonadas populares, que aun quedaban los residuos i aun se dejaban sentir los últimos estertores de esa larga agonía. Afortuna­damente ella no fué precursora de muerte, que fué únicamente la desastrosa infancia de una nación inexperta, débil, falta de vigor. Le faltaba una cabeza, un brazo : cuando los halló, la reacción benéfica a la vida fué rápida i dichosa. Se levantó de su postración, se puso de pié, i adelantó serena en el camino de la libertad y del progreso.

Mas no pudo hacerlo sin encontrar algunos tropiezos: ¡ mui lleno de embarazos estaba el sendero para no ha­llarlos alguna otra vez, i mui ajitada la tempestad para que no se sintiera aun dentro del puerto el choque de las olas embravecidas!

Para salir avante se necesitaba de toda la enerjía i prudencia de los hombres que estaban al frente de los negocios públicos i de toda la suma de poder que la Constitución ponia en manos del Presidente de la República en tales ocasiones. Entonces, i mas que entonces, años mas tarde vinieron claramente a comprender los pueblos la sabiduría de la Constitución del 33 , que sin crear el despotismo, daba al jefe del Estado bastante autoridad, suficientes medios de acción para paralizar la obra revolucionaria i mantener incólumes la honra nacional i la paz pública.

Aquellas conspiraciones, sin embargo, no fueron de gran importancia, ni por los hombres que en ellas figuraron, ni por el influjo que ejercieron. Acaudi-

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liadas por individuos sin prestijio, traicionadas i delatadas por sus mismos caporales, empezaron de ordinario al rededor de una ponchera, comprando con algunos escasos escudos a unos cuantos cabos i sarjentos i concluyeron entre la risa, el desprecio i la lástima de los demás. No merecen siquiera los honores de la historia: todas ellas fracasaron apenas tuvieron nacimiento, i no pasaban de míseras aspiraciones de lucro o de venganza i de tristes delaciones de subal­ternos sin importancia alguna.

La que subió de este nivel por los nombres que aparecieron en ella i por las inmensas proporciones que le dio la charla de la época, fué la que algunos historiadores nacionales han llamado: la conjuración de los puñales. Aparecían en ella complicados don Rafael Bilbao, intendente de la provincia de Santiago en tiempo de los Pipiólos, hombre de escasas aptitudes, pero de algún prestijio; don José María Novoa, uno de los personajes mas hábiles que militaron en las filas liberales, i los coroneles don Antonio Pérez Cotapos i don Salvador Puga, antiguos pipiólos, que contaban con numerosas relaciones en la capital. A su alrededor se agrupaban algunos militares subalternos i varios otros individuos de ninguna importancia política. El plan no podia ser mas siniestro ni mas temerario: consistía en atacar a un mismo tiempo i a una misma hora determinada los cuarteles i el palacio de gobierno por diversas bandas, capitaneadas por caudillos de acreditada audacia, señalados al afecto, cautivar al jefe del Estado i proclamar al siguiente dia como Presidente

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de la República al jen eral don José Manuel Borgoño. Las armas elejidas al efecto eran puñales, según se dijo entonces, destinados a dar muerte a los cabecillas de los Pelucones: i si esto no era verdad, la armas'del combate justificaban, a lo menos, el decir de las jentes. Con un golpe de mano semejante creían los ilusos reaccionar contra el buen orden establecido i dominar el país: ¡ tanto ciega el espíritu de partido i tantas alas da la ambición desenfrenada!

Los demás detalles de esta conjuración, que constan del proceso que se siguió a los reos, no tienen mayor importancia, son mas o menos como todos los que se refieren a esta clase de sucesos i no merecen la pena de referirse: reuniones nocturnas, juramentos de fidelidad i de reserva, oro desparramado a manos llenas, ridiculas protestas de patriotismo i de abnegación, nada faltó para hacer de ésta una de las mil conjuraciones que se han preparado en todos los pueblos de la tierra.

En la misma noche que iba a estallar, la revolución abortó por la delación de uno de los conspiradores i por una feliz casualidad que hizo que un sereno entrara en sospechas de otro de ellos i lo apresara, no sin haberse visto obligado a hacerle una grave herida de sable en la cabeza. La delación dio lugar al gobierno para poner sobre las armas el escuadrón de húsares i prepararse para todo evento, i el accidente del com­pañero sorprendido trajo el desaliento en el ánimo de los comprometidos en el movimiento. Los jefes huyeron o se escondieron, i todo quedó en nada.

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Mas tarde fueron sorprendidos i conocidos los cabeci­llas, se hizo luz sobre el suceso i se llevó adelante un sumario que no arrojó, sin embargo, pruebas suficientes para condenar conforme a la lei i a la ordenanza militar a los reos: el auditor de guerra don M. J. Gandarillas, después de un largo i concienzudo informe, se redujo a pedir « como una providencia extraordinaria, la sepa­ración del pais por algún tiempo de los principales perturbadores.»

Pero, esas intentonas revolucionarias ¿ eran acaso el eco de la opinión pública? ¿Obedecían al jeneroso móvil de hacerse el brazo del pueblo para castigar verdaderas ofensas? De ninguna manera: revueltas sin ideas ni principios, eran solo aislados movimientos que en vez de hallar simpatía, obtenían solo la profunda lástima de los hombres de juicio.

El pais veia claro i comprendía ya sus verdaderos intereses, cifrados en la paz pública i el respeto a la lei; hastiado de diez años de fatigas revolucionarias, aspiraba a ese reposo que es en las naciones el principio fecundo de su grandeza; las revoluciones morían por sí solas i se rompían ante las robustas instituciones, creadas por los Pelucones como las olas del mar sobre las rocas. El Pipiolismo estaba completamente ven­cido : ¡ sus valientes i audaces émulos habian consumado su obra de reparación, de libertad i de justicia!

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L I B R O C U A R T O

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I

Don Diego Portales, entretanto, permanecía retirado i lejos de los negocios públicos.

A las repetidas instancias de los amigos, contestaba en 1 8 3 2 la carta siguiente : — « Señores don Fernando Elizalde, don Joaquín Tocornal i don Manuel Ganda-rillas. — Mis queridos amigos: H e recibido sus apre­ciadas, que siendo escritas de acuerdo entre Vds., teniendo el mismo objeto i hallándome alcanzado de tiempo, me disimularán la mancomunidad in solidum con que me les dirijo en contestación. ¿Quieren Vds. que vaya a Santiago? ¿A qué? ¿Cuáles son los asuntos graves que hai que consultar conmigo i que no puedan ser consultados con Vds? ¿Cuáles son los males que hai que remediar i de qué modo puedo yo conseguirlo? Si con el consejo, bueno o malo, ¿no podría darlo desde aquí ? A mas de que el Gobierno tiene en su seno un hombre con quien consultar en todos

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los negocios en que desee saber mi opinión, porque casi siempre hemos andado acordes. Si, pues, no hai nece­sidad de presentarme en ésa a lucir lo letrado, menos la hai de lucir lo guerrero, porque no diviso el enemigo que se presenta a combatir, a menos que éste sea algún molino de viento o alguna manada de ovejas. Cuatro bribones despreciables son los que se empeñan en inquietar el cotarro : ¿ hai mas que darles un grito ? ¿Se pretende que yo sea el gritón? Prescindiendo de las infinitas razones que hacen innecesario mi viaje a Santiago, instruiré a Vds. . . » Sigue hablando de negocios, i concluye : « No pueden ofenderse de que rehuse un sacrificio estéril cuando saben que estoi dispuesto a hacer cualquiera (como no sea el de mandar) cuando la necesidad lo exija. Señálenme una cosa, un bien que yo pueda hacer i que no lo pueda hacer el gobierno, i me verán volar a cualquiera costa a pres­tar tal servicio, siempre que no pueda hacerlo desde aquí. »

I en otra ocasión escribía estas palabras a don Joaquín Tocornal : « Agradezco la admisión de mi renuncia. Vivamos en tranquilidad los pocos inciertos dias que nos restan. ¿ Podrá Vd. creer queestoi contento pasán­dome las mas noches sin tener con quien desplegar mis labios i sin oir otra cosa que un no interrumpido ladrido de perros? Pues, créalo o reviente. Me acuesto a las nueve o diez de la noche, i tan vendido como en el medio de un llano: pero, con toda la tranquilidad del justo... Con esta relación ya vera Vd. lo agradable que me será ocuparme de negocios públicos. Ruego

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a Vd., pues, por segunda i última vez, que no vuelva a tocarme de ellos. »

Sin embargo, apesar de esta resolución sincera i leal, que sus mismos amigos no han podido menos de reco­nocer, Portales, que en el curso de su vida todo lo sacrificó en aras de su elevado patriotismo, cedió en parte de sus deseos i aceptó i desempeñó, durante once meses, el cargo de gobernador de Valparaiso. Excusado parece decir cuan altamente benéfica debió ser para ese puerto su administración, conocido ya el carácter del personaje : baste solamente observar que con la incan­sable laboriosidad de que dio nuevas i brillantes pruebas, contribuyó poderosamente a hacerlo la primera plaza comercial del Pacífico i la segunda ciudad de la Repú­blica. Ensanchó sus términos, arregló sus calles, moralizó sus masas, llevó orden i arreglo a sus aduanas i oficinas públicas, i le abrió caminos carreteros para ponerlo en comunicación con los valles mas centrales i fértiles del pais. Al contacto de su jenio creador, se despertó como por encanto su espíritu industrial i pro­gresista •, se desarrollaron de una manera admirable sus elementos de prosperidad; tomaron vuelo sus fuerzas fecundas i civilizadoras, i pasó de casi una aldea a ser un centro importantísimo de bienestar i riqueza. Bajo la varilla májica de su gobierno se trasformó en un grado solo comparable al cambio de toda la República durante su omnipotente ministerio de i83o. En una palabra, Portales para Valparaiso fué la Providencia, i los que allí vivieron en aquellos años confirman uná­nimemente esta aseveración, que es profundamente

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exacta. Así se explica la inmensa popularidad que alcanzó entre los vecinos de aquel puerto, popularidad tan sólida que, lejos de borrarse con el trascurso del tiempo, ha ido ganando i aumentándose progresi­vamente.

Las guardias nacionales, que, como queda dicho, fueron una de las ideas dominantes de este distinguido estadista, lo preocuparon también allí con la misma cnérjica tenacidad con que lo habían dominado en Santiago. Las organizó apenas se hizo cargo de la gobernación, venciendo, para llenar su empeño, mil diferentes i serias contrariedades. Afortunadamente, supo zanjarlas, como tenia costumbre de hacerlo en todos los negocios de estado en que ponia mano, con una decisión i franqueza que no admitían ni contra­dicción ni réplica.

En medio de ese cúmulo de proyectos benéficos para Valparaíso, tuvo entre otras la buena idea de surtirlo de agua potable, haciéndole pilas i llevando las cañe­rías al muelle mismo para el servicio de los buques surtos en la bahía. A propósito de este proyecto, entra en los mas nimios detalles para buscar la ejecución de la obra de la manera mas económica posible, que hasta allá llevaba su exajerado patriotismo este hombre extraordinario, tan jeneroso i abierto cuando se trataba de sus propios bienes, i tan escru­puloso i exajerado cuando se trataba de los bienes de la República. « Dígale Vd. al ministro de Hacienda, le escribía a su corresponsal Garfias (1), que si se resuelve

(1) Agosto 9 de i 8 3 2 .

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a la obra no llame a nadie a propuesta i que la haga por cuenta fiscal como el muelle, i le saldrá por la mitad de lo que importa la propuesta mas baja, pues que la obra no es como parece a los que no se han detenido como yo en hacer un presupuesto formal de su costo. »

Se trató por aquellos dias de desarmar el único buque de guerra de la República, el Aquiles: Portales se opuso con enerjía, dando así pruebas de una previsión notable, que mas de una vez habia de ser justificada en el trascurso de los años. Bien comprendía que nuestra dilatada costa necesita de alguna defensa, i que ésta no puede ser sino la organización de una marina de guerra, siquiera medianamente respetable. Descuidarla es entregarnos a merced de nuestros enemigos, i cuidado, que no es fácil improvisar escuadras, ni formar en unos cuantos dias marineros. Las ideas de Portales a este respecto eran profundamente exacras. « Yo encuentro mas necesario, decia, a nuestra posición un buque de guerra que un ejército. Por grande i bueno que éste sea, podremos ser insultados injustamente en nuestras costas i en nuestros puertos mismos por un corsario de cuatro cañones; que mientras armáramos un buque desarmado, estaría ya en disposición de partirse con sus presas sin zozobra. » « Diga Vd. al ministro, anadia ( i ) , que si yo me inclinara a hacer fortuna sin reparar en los medios, nunca pensaría en otra cosa que en poner cien hombres armados a bordo de uno o mas buques mercantes para ir con toda flema i calma a

( i ) Carta a don Antonio Garfias, 27 de abril de i832 .

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sacarme de diez a doce mil quintales de cobre, que nunca faltan en los puertos despoblados de la provincia de Coquimbo. A ésta e iguales empresas alienta el saber que en la República no hai un buque de guerra de algún respeto. Por otra parte, es de necesidad, en mi concepto, que el Gobierno esté siempre en contacto, lo diré así, con los pueblos por medio de un buque de guerra : se les infundirá respeto i también gratitud cuando se les haga ver esta medida por el lado de que tiende a cuidarlos i protejerlos. » I como comple­mento de estas justísimas observaciones, hai una que ojalá siempre tuviesen presente nuestros descuidadí­simos ministros de Marina. « Diga también, agregaba Portales a su corresponsal, que si el buque no ha de navegar de modo que él solo baste a dar una idea del orden del pais i de la atención que presta el Gobierno a todos los ramos de la administración, es mejor que no navegue. Un buque en buen estado i en el que se note orden, arreglo i disciplina, hace formar en un puerto extranjero buen concepto del Gobierno de que depende... »

Recorrer carta por carta la numerosa i variada correspondencia de Portales sostenida con sus amigos de Santiago en aquella época, es una de las mas agra­dables tareas que pueden caber a un historiador. Es en ella donde se puede leer en el fondo de su alma i donde se conoce en todo su valor su admirable tacto político; sarcástico a menudo, i amargo hasta la expre­sión grosera, es de ordinario tan profundamente severo i levantado en sus juicios, que sorprende cómo tan

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rápida i violentamente abrigaba ideas tan diversas, víc­tima él mismo de impresiones tan opuestas: en medio de pajinas chispeantes i alegres, en que al correr de la pluma discute con un caprichoso laconismo los mas arduos problemas sociales, se suelen hallar algunas otras tan llenas de exquisita sensibilidad, de jenerosa nobleza, casi estoi por decir de perfume divino, que uno duda si han nacido de la misma cabeza; sin pretensiones literarias de ninguna especie, esas cartas están, sin embargo, llenas de sabias máximas de gobierno i de prudentísimos consejos a su amigos i correlijionarios políticos, de tal modo que si no nos quedara otro testimonio de su jenio, bastarían ellas para darle un lugar distinguido entre nuestros publi­cistas ; en una palabra, el retrato del carácter de Portales está en ellos, i nunca como entonces me ha parecido mas admirablemente exacto aquel famoso axioma de « el estilo es el hombre ». H e tenido entre mis manos, para formarme este juicio, casi toda la correspondencia que siguió con las personas que le fueron mas cercanas, como Garfias, Tocornal, Cava-reda, Bustillos, etc., etc., i debo agregar que en estas fuentes he bebido para formar mi conciencia i escribir este libro.

No alcanzó a permanecer mucho tiempo Portales en el gobierno de Valparaiso, que su desprendimiento lo arrastraba mas lejos, i suspiraba por vivir una vida mas oscura. Pudo, al fin, satisfacer sus deseos, i fué a esconderse en un rincón apartado de la provincia de Aconcagua, vecino al pequeño pueblo de la Ligua.

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Dedicado allí a las faenas agrícolas, se asiló en la soledad, ansioso de esa tranquilidad de espíritu que siempre habia ambicionado con entusiasmo i que nunca habia conseguido en medio de la mar borrascosa de las ajitaciones políticas.

Este período de su historia tiene todo el color de la leyenda ; la monotonía de sus ocupaciones, la tristeza i soledad del sitio, el completo aislamiento que lo rodeaba, sus mismos varoniles placeres, todo contribuía a hacerlo aparecer con todos los singulares caracteres del mas poético romanticismo. Se le veia a menudo cruzar a caballo i a todo escape la llanura, como empeñado en ahogar con el cansancio del cuerpo la actividad irresisti­ble del a lma; i no era raro también, durante las largas i hermosas tardes de los deliciosos estíos de ese clima, verlo sentado a la puerta de su modesta casa sumerjido en meditaciones profundas, quién sabe si pensando en los destinos de su patria ! Los lugareños lo miraban con cierta mezcla extraña de curiosidad i cariño, no acertando a comprender cómo el omnipotente ministro se convertía voluntariamente en el señor solitario de una hacienda inculta i estéril. Ciertamente que si la casualidad hubiese llevado por aquellos valles a algún viajero que ignorara la historia contemporánea de Chile, difícil le habría sido convencerse de que ese huésped amable que le abría sus puertas para ofrecerle franca hospitalidad, era el mismo severo dictador de la víspera i dueño de los destinos de la República. Pero esa misma soledad profunda, ese mismo alejamiento de los ruidos del mundo, eran para su alma viril un placer

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verdadero •, i de aquí es que Portales se sentía feliz i sabia gozar de los encantos de esa vida. Escribía poco, leia algo i andaba mucho a caballo. Su mesa era frugal, su sociedad casi ninguna, sus visitas al pueblo vecino no muy frecuentes.

Cuando le escribían sus amigos de la capital sobre los negocios políticos, se fastidiaba : su espíritu necesi­taba reposo, i lo buscaba... Pero ¡ ai ! se olvidaba que los hombres públicos no se pertenecen a sí mismos, i que una vez lanzados en la pendiente de los hechos civiles, no es posible detenerse. Los compromisos arrastran, i la lójica inflexible de las ideas necesaria­mente tiene el derecho de reclamar el brazo del que una vez lo puso a su servicio. La política, como el matrimonio, amarra al hombre con lazos indisolubles.

El bien sabia todo esto, i era solo una ilusión que acariciaba, la de poderse separar del puesto de honor i de lucha que voluntariamente habia aceptado en años anteriores. Sus servicios eran demasiado valiosos para que sus amigos i el pais no los volviera a reclamar en la primera ocasión difícil; i si él pudo olvidarlo un momento, las circunstancias se encargaron de probarle que no habia nacido para vivir en celdas de ermitaños.

El por qué i cómo abandonó su retiro par volver a dirijir el rumbo de la nave del Estado, se explica con los acontecimientos que se desarrollaron durante su ausencia de la capital. Sucedió al partido conservador lo que de ordinario sucede a todos los partidos que triunfan i se adueñan del poder : entró en sus filas la división. Para buscar su verdadero oríjen en aquellos

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dias, seria necesario descorrer el velo sobre algunas pequeñas ambiciones i pueriles rivalidades que no merecen los honores de la historia. Esta es la parte íntima, privada, personal de aquel triste episodio. Lo que fué público i llegó a traslucirse en el terreno de las ideas fué el espíritu excéptico que intentaron inocular en las leyes i en el alma de la nación los que provo­caron i se hicieron reos de esa escisión del partido. El ministerio Errázuriz empezó a dar cuerpo al daño, con excesivo orgullo para oir consejos, siendo que le faltaba la suficiente habilidad para no necesitarlos i reinó la debilidad i faltó el carácter entre los que tenían la dirección de los negocios públicos, i se produjo cierto desaliento i se comenzaron a notar ciertos síntomas de mal agüero en el pais : el deseo de ganar a los ene­migos hizo que algunos de los hombres del poder se pusieran en la situación de perder a los amigos, i de ahí un nuevo elemento de dificultades: i mas que todo eso, chocó a la porción mas conspicua i sensata del partido Pelucon el ver mezclarse al Gobierno en cuestiones teolójicas que no eran de su incumbencia i que no era ni preciso, ni oportuno, ni político tocar.

Portales, desde Valparaiso, indicó a sus amigos el mal camino que empezaban a seguir i les señaló los peligros a que se exponían: llevó sus quejas hasta el áspero tono de la austera franqueza, i una i otra vez insistió sobre el mismo punto con dura tenacidad, porque veia mas claro en el porvenir que los demás i adivinaba lo que necesariamente tenia que suceder tarde o temprano. Enfadado al fin, llegó a expresarse

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en los términos siguientes, en carta íntima dirijida a uno de sus corresponsales de Santiago : « El Gobierno, decia, ha perdido su prestijio por la vaguedad de su marcha i por la ambigüedad de sus procedimientos. Los malos no le tienen respeto i los buenos, cansados de chascos, le han retirado su confianza. Yo veo un porvenir mui triste. Observo que se aumenta la deserción de los afectos al Gobierno, i que aun de aquellos que lo son por su natural propensión al orden i la paz se ha apoderado una fatal tibieza, que casi los presenta como indiferentes si no como enemigos secretos. Todas las piezas de la máquina se van desencajando insensiblemente... Nada importaría si la compostura no fuese tan difícil, sino imposible : no hay artistas tan diestros i tan infatigables cuales los demanda la naturaleza de la obra,. . »

La salida de don Ramón Errázuriz del ministerio pareció por el momento volver las cosas a la buena situación de antes, pues su sucesor, don Joaquín Tocornal, era mas apto para los negocios públicos, mas dócil a las inspiraciones de la opinión, mas hábil, mas prudente, i, en una palabra, mas hombre de estado; pero, por una rara fatalidad, la semilla de la discordia, que ya estaba echada, fructificó i dio amargos frutos.

Se trataba de un sencillísimo proyecto de lei que tendia a separar al Seminario de Santiago del Instituto Nacional, establecimientos de educación que estaban comprendidos en uno solo desde i 8 i 3 . La idea del ministro Tocornal, autor del proyecto, no podia ser

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mas acertada i ventajosa para ambos establecimientos, pues dejaba al uno en las manos únicas del Estado i al otro bajo la dirección exclusiva de la autoridad ecle­siástica. Dentro de la estricta lójica de la naturaleza de ambas instituciones estaban las pretensiones del ministro, porque ¿ qué cosa mas justa que hacer depender directamente del episcopado los planteles de la educación del clero? ¿quién mejor que la Iglesia misma para formar a los depositarios de su ministerio, de sus tradiciones, de su doctrina i de su culto ? Los cánones, la costumbre, la sana razón esto enseñan; i es tan chocante el absurdo de pensar lo contrario, que es de admirar que en él tuviera oríjen la nueva i poderosa dificultad suscitada en el seno de los conser­vadores. Renjifo, desgraciadamente, cayó en el mismo error que Errázuriz, i de una cuestión teolójica de tan reducidas dimensiones, merced a una aberración incomprensible, hizo una cuestión de altísima trascen­dencia política : tan cierto es que los peores gobiernos son los que meten su mano en los negocios del santuario !

Por una parte, con Tocornal se hallaba Egaña i la mayoría inmensa délos pelucones : por la otra Renjifo, Benavente, Gandarillas i unos cuantos mas, fracción tan diminuta que nunca alcanzaron a formar partido. Estos querían hacer gala de un liberalismo mui antipo­lítico i mui fuera de camino en aquellas circunstancias-, al paso que aquéllos, al defender los fueros de la Iglesia, se hacian los lejítimos representantes de la opinión pública que era profundamente católica, i que

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si habia reaccionado tan enéticamente contra los Pipiólos, se debia en gran parte al excepticismo irrelijioso de que en mas de una ocasión se hicieron estos culpables. La bandera que levantaba el ministro del Interior era la de la verdad i de la conveniencia política; i el pais entero estuvo con él, porque el pais vio entonces lo que todo pueblo prudente tiene preci­samente que ver en idéntico caso, a saber: que la impiedad es la mas infame plaga que pueda aflijir a una nación!.. . .

En el seno del ministerio se alcanzaron a cruzar palabras un tanto ásperas, i hubo un momento en que los dos émulos, Tocornal i Renjifo, presentaron sus renuncias, las que no fueron aceptadas por el Presi­dente de la República; pero al cabo, dada la batalla, el triunfo definitivo fué del primero i en el Congreso quedó consagrada la separación del Seminario, con aplauso unánime del pais, que en esta pequeña escaramuza veia descubiertas ciertas opiniones i tendencias extra­viadas que podrían, andando el t iempo, serle de fatalísimas consecuencias. ¡ A h ! si hubiese podido leer en los años futuros, ¡ cuánto se habría felicitado de su acertada conducta respecto a ese sandio liberalismo teolójico que entonces apenas empezaba a asomar en las filas conservadoras i que en los últimos años habría de ser la gangrena de nuestra peligrosa situación polí­tica! ¡I cuánto lejítimo orgullo habría sentido al ahogar la chispa del incendio antes que tuviera tiempo de prender, si hubiese podido contemplar las traiciones, las felonías, las complacencias cobardes que cuarenta

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años después habían de tributarse en las aras de ese mismo vano liberalismo teolójico!

La ruptura de los amigos de Renjifo dio orí jen al Filopolita, periódico de escaso mérito que pretendió ser núcleo de partido i que apenas si llegó a los honores de hacerse el eco de un círculo. Fin igualmente desgraciado tuvieron las tentativas del nuevo grupo para dar alas a la candidatura de su jefe para la Presi­dencia de la República en las elecciones del 35, porque ella murió antes de nacer.

Pero, si los filopolitas no obtuvieron triunfo ninguno i se hallaron desde el principio en el vacío, hicieron, sin embargo, un gravísimo m a l : dividieron el partido a que pertenecían i lo debilitaron, lo que era en alto grado peligroso en aquellas circunstancias.

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II

La profunda sima abierta de este modo, podia traer de nuevo al pais la desorganización de antes i hacerlo retroceder a los turbulentos dias de los Pipiólos ; el terror se habia apoderado de muchos, la desconfianza de todos, i se hacia necesario reaccionar contra este fatal estado de cosas; la situación volvia a presentarse en estremo crítica.

El pueblo, que suele por instinto adivinar a sus sal­vadores, cifró sus esperanzas en el mismo hombre que lo habia salvado en otra ocasión, i a él se confió. Cuando Prieto llamó a Portales al Ministerio de la Guerra (21 de setiembre de 1835) ya el pueblo lo pedia a voces, porque en él hallaba garantías bastantes de orden i de libertad i de él habia hecho su ídolo: ¿ i cómo no reclamar el apoyo de su brazo en los momentos difí­ciles ?

Sin duda la tarea que se imponía Portales era ardua-, pero, consoladora al mismo tiempo.

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Unir las filas rotas de un bando político querido con afección profunda ; reanimar el espíritu del pueblo que empezaba a mirar con desconfianza a los conduc­tores de sus destinos; dar el último empuje a la empresa iniciada con largos afanes i a costa de antiguas fatigas; completar, en fin, la obra de la organización social de la patria amenazada de ruina i combatida por opuestas y violentas facciones: hé ahí un programa que debe ser satisfactorio para un hombre de corazón, i hé ahí el que llevó Portales al Ministerio de 1835.

Para conseguirlo se marcó una línea de conducta semejante a la que habia seguido en toda su carrera i que se puede resumir en dos palabras: franqueza y lealtad. Franqueza para ir de frente contra lo que consideraba malo o pernicioso, i lealtad para defender a la luz del sol su bandera i guardar las espaldas a sus amigos. No traicionó en este nuevo período de su vida pública en un solo ápice los antecedentes gloriosos conquistados a fuerza de honradez i de trabajo en los años anteriores : siempre igual, con la misma serenidad de espíritu en las horas tormentosas, la misma confianza en el porvenir i la misma seguridad en el buen éxito de sus concepciones políticas; los años trascurridos, lejos de la capital i de los halagos enervantes de los gabinetes ministeriales parecía que habían retemplado su espíritu i extendido mas el horizonte de sus grandes ideas : al empuñar por segunda vez el cetro del poder se presen­taba en medio de la verdadera corte que le formaban a su rededor sus numerosos amigos, como el único piloto capaz de salvarlos en la tremenda tormenta que

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los amenazaba i como el verdadero jefe del partido pelucon, aclamado como tal por la opinión i aceptado unánimemente por los suyos. Carácter elevado, acos­tumbrado á dominar, sin darse él mismo cuenta de ello, i sin ejercer al mismo tiempo violencia sobre el senti­miento de la dignidad ajena, tendió su brazo de acero sobre todo, i todo, hombres, ideas, proyectos, pasiones, lo trajo a sí para pesarlo en la balanza i dar su juicio. Detenidamente estudió la situación, conferenció con los personajes mas conspicuos de la época, meditó profun­damente sobre las providencias que convenia tomar, observó cuál era el estado de la opinión pública, a la cual siempre tributó noble homenaje; i previos estos antecedentes, se inclinó del lado donde creia que estaba la justicia, el derecho y mejor representados los verda­deros intereses del pais. Entre el círculo de los filópo» litas i la inmensa mayoría; entre la ambición mas o menos lejítima de unos pocos i el bien jeneral, no tre­pidó por abrazar la causa del últ imo: de aquí su sepa­ración completa de algunos de sus antiguos amigos i la franca condenación de la conducta que éstos habían seguido. Su fallo de aquellos dias, imparcial y severo, es el mismo que después ha recojido la historia para hacer completa justicia a su rectitud i a su previsión. Los filopolitas triunfantes habrían sido una desgracia para el pais : los pelucones fueron su salvación.

A los pocos dias de estar Portales en el ministerio, renunció don Manuel Renjifo, i pasó a reemplazarlo en la cartera de Hacienda don Joaquín Tocornal: el lugar de este último fué ocupado por Portales, que

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quedó en consecuencia al frente de dos ministerios, del Interior y de la Guerra (noviembre 9 ) ; con lo cual la situación quedó perfectamente definida. Portales i Tocornal fueron el alma del nuevo orden de cosas. Tocornal, en su ramo hizo prodijios de esfuerzo : flevó adelante los trabajos emprendidos por Renjifo, continuó en la organización de la hacienda pública, dictó regla­mentos sobre la exportación de mercaderías de nuestros puertos i sobre comisos, empleados públicos, cabotaje, deudas nacionales, etc., etc.; trabajos laboriosos todos ellos que revelan un empeño grande de hacer bien i un acierto digno de tal objeto. Portales, por su parte, no desmintió su merecida fama de infatigable en el manejo délos negocios públicos. Desplegó la misma actividad del año 3o. Desde luego atendió a los intereses reli-jiosos del país, no con el torcido propósito que se han empeñado en atribuirle sus enemigos, haciéndolo apa­recer como hábil mercader de ideas para saber sacar partido de las circunstancias, injustos con él hasta des­pués de sus dias, sino porque comprendía que los intereses relijiosos son los mas elevados que pueden afectar a la verdadera grandeza de los pueblos, puesto que se relacionan íntimamente con su parte moral, que es la mas noble i la mas digna de ser esmeradamente atendida. Hombre de convicciones profundas i since­ras, pensaba sobre esta materia lo que un célebre pen­sador europeo, que ningún elemento hai tan eficaz para salvar a la sociedad de la anarquía como la ins­trucción relijiosa, ni hai otro freno tan poderoso como el deber que inspira la conciencia ilustrada por la fé

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( 1 ) Guizot.

para contener a los pueblos en los excesos a que los precipitan las malas pasiones (i) ». Obras suyas fue­ron en aquellos dias la organización completa del Seminario, (decreto de 18 de noviembre de i835) de acuerdo con la lei aprobada por el Congreso en 4 de octubre, i debida a la iniciativa del ministro Tocornal ; la lei aprobada en 24 de agosto de 1836 relativa a la erección del arzobispado de Santiago, i las misiones organizadas en las provincias australes de Chile, desti­nadas a llevar a cabo la civilización pacífica de los bárbaros sin necesidad de ese derramamiento de sangre que después de tres siglos no ha conseguido otra cosa que hacer mas difícil, si no imposible, la solución del problema de la Araucanía.

Igual celo desplegó Portales en los demás ramos de la administración. Continuó su trabajo empezado años antes para arreglar difinitivamente las oficinas públicas, i con este fin dictó útiles reglamentos, en los cuales, a la estricta economía a que las sujetaba, se anadian condiciones de aptitud i de competencia exijidas a los empleados. Persiguió hasta realizarla su antigua idea de introducir trascendentales reformas en el ramo judicial, contando para plantearlas con la ilustrada cooperación de don Mariano Egaña. El inmenso fárrago de leyes i disposiciones contradictorias de nuestra lejislacion, desparramadas sin orden ni con­cierto, necesitaba en alto grado una reforma radical, como la que Portales concebía-, i si ella no pudo llevarse

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a efecto desde luego sino en parte, en aquella que era reclamada por una urjente necesidad, fué en razón a ¡as diversas i complicadas ocupaciones que absorbieron pocos di as después al Gobierno •, i fué mucho mas hacer lo que entonces se hizo. Las atribuciones judi­ciales de los subdelegados, los recursos de nulidad, las implicancias i recusaciones, todo lo referente al juicio ejecutivo i algo a las causas criminales, i en fin, la obligación impuesta a los jueces de fundar sus senten­cias, figuran en primera línea entre los numerosos decretos que llevan la firma de Portales.

La última de las resoluciones enumeradas no fué de agrado de los tribunales : iba a imponerles un pesado trabajo i los obligaba a un estudio detenido i diario de ^as causas que tenían que conocer i de las leyes que les cumplía aplicar. Aunque era en su forma sencillí­sima la prescripción legal del decreto, la Corte Suprema, empeñada en poner trabas a su aplicación i hacerlo imposible, pasó una nota al ministro del Interior pidiendo declaración sobre algunos casos difíciles, i, según ella, «bastante frecuentes en la práctica, » Eran , en realidad, las dudas propuestas por la Suprema Corte, tales que, a no haber estado de por medio los profundos conocimientos de derecho de Egaña, se habría podido encontrar el Gobierno en un verdadero aprieto para resolverlas satisfactoriamente. Sin embargo, si notable fué ese documento, mas notable es todavía el informe de Egaña, que lo contestaba : es ésta una pieza jurídica que hace honor a su autor, y que en nuestra modesta biblioteca de jurisprudencia nacional está destinada a

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ocupar uno de los primeros lugares, si no el primero. El Gobierno dispuso, en consecuencia, que las disposi­ciones contenidas en el dictamen del fiscal sirvieran de regla a todos los juzgados i tribunales del Estado para apreciar los casos dudosos i aplicar las leyes vij entes de la República con el exacto criterio de la razón, de la justicia i del derecho. El benéfico resultado no se dejó esperar, i desde .entonces se puede con toda verdad asegurar, sin temor de ser desmentido, que el fallo de nuestros tribunales no es, ni ha sido jamas, ni siquiera remotamente, la expresión ciega, inconsulta, descono­cida de jueces irresponsables : es i ha sido la resolución concienzuda, ilustrada, severa de la lei, aplicada delante de todos i fiscalizada también por todos.

Las multiplicadas faenas que dia a dia se iban agru­pando en el ministerio del Interior relativas a la sección judicial, i la incompleta organización de los otros mi­nisterios, manifestaron la conveniencia de distribuir sus trabajos en otra forma, y de allí nació el pensamiento de crear una cuarta secretaría de Gobierno, destinada especialmente al ramo de justicia. El nuevo ministerio quedó definitivamente establecido en febrero de 1 8 3 7 .

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I I I

Muí lejos estaba Portales de pensar, cuando acudió al llamamiento de sus amigos políticos a prestar de nuevo sus servicios a la causa de la República, que un suceso inesperado i de gravísima magnitud vendria'a dar otro rumbo a sus trabajos i a poner a-prueba, de una ma­nera poderosa, su incontrastable enerjía; i parece real­mente providencial que en los momentos mismos en que pudiera extraviarse su espíritu con el calor de los odios del momento, lá cadena de los acontecimientos lo arrancara de ese reducido i peligroso campo, donde podia empequeñecerse su carácter, para llevarlo a un mundo mas vasto, donde necesitaba desplegar inmenso vuelo para sostenerse a la altura de su misión extraor­dinaria. Del palenque estrecho de las luchas de partido pasaba de repente al soberbio escenario de las naciones; i gloria mas grande era para él disputar el cetro del do­minio del Pacífico que el del poder de un pedazo mez­quino de tierra. ¡ Cuánto mas dilatado su horizonte

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en 1836 que en los años anteriores ! Si grande se mos­tró en i83o, organizando el pais , arrancándolo del polvo de la anarquía para levantarlo sobre sus robustos brazos al trono de la paz, mas grande, sin duda, va a mostrarse ahora, volviendo por el honor de su patria ofendida, creando de la nada elementos de guerra, i haciendo de toda la nación un campamento i de cada ciudadano un soldado, para lidiar en pro de la causa de Chile i de la libertad americana.

Las dos épocas del gobierno de Portales quedan desde este momento perfectamente diseñadas. El es­tudio del hombre en la segunda es tan importante como en la primera. A mi juicio, empero, si la figura queda tallada en mármol el año 3o, se modela en bronce eterno en los años 36 i 3 7 .

I vamos a ver cómo. Tiempo hacia que las relaciones entre Chile i el Perú

estaban tirantes. Esta situación tenia su orí jen en dos causas : la primera en las dificultades que se habían suscitado entre ambas Repúblicas sobre ciertas diferen­cias comerciales, i la segunda en la guerra que movía al Perú el presidente de Bolivia, jeneral Santa Cruz, para llevar a cabo sus pretensiones ambiciosas de for­mar la confederación, que fué mas tarde conocida con el nombre de Perú-Boliviana. Esta última, sobre todo, llamó vivamente la atención de nuestro gobierno, por­que afectaba a un interés de orden mas elevado, al principio de la integridad i autonomía de los países sud-americanos, amenazado i conculcado por el dicta­dor de Bolivia.

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Hasta i835 no existia entre Chile i el Perú ningún tratado de comercio, a pesar de sus antiguas y mutuas relaciones mercantiles que lo hacían absolutamente ne­cesario. La falta de bases ciertas i determinadas a este respecto, que fijaran con precisión sus derechos recí­procos , dio oríjen, durante un largo trascurso de tiempo, a cuestiones desagradables, que se suscitaron entre ambos gobiernos, nacidas a veces de pequeñas emulaciones i a veces de estrechas miras nacionales. De parte del Perú se hicieron sentir los mayores inconve­nientes, por la razón de que, juntamente con la cele­bración de un tratado de comercio, el gobierno de Chile se empeñaba en concluir un arreglo definitivo sobre la suma de que aquél le era deudor, por gastos hechos en la época de la independencia. La cuestión del arreglo de cuentas se prolongaba i entorpecía indefinidamen­te, a pesar que Chile puso especialísimo empeño en darle término. Los embarazos promovidos por la can­cillería del Perú se sucedían diariamente, i diariamente nacían nuevos, i de esta suerte i mediante a esta política dilatoria i maquiavélica, los diplomáticos chilenos per­dían su tiempo miserablemente.

Es de notar que los créditos que reclamaba Chile no podían tener un oríjen mas sagrado, pues nacían, como queda dicho, de la guerra de la independencia : parte por las expediciones lanzadas a las playas del Perú , bajo las órdenes de Cochrane i San Martin, con el ob­jeto de darle libertad, i parte por el empréstito inglés, que le fué cedido en 1823 por nuestro Gobierno con el mismo noble objeto. Deuda de honor, parecía que no

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podia hallar en su cobro ningún inconveniente: sin em­bargo, los halló i tan graves, que solo en 1848 vinie­ron a liquidarse, al mismo tiempo que la deuda ori-jinada por la campaña restauradora de 1838.

La celebración de un tratado de comercio tenia ade­mas otras ventajas, nacidas de la situación que Chile se habia creado en los úitimos años. La paz de que gozá­bamos i las garantías que desde los primeros dias de la revolución habían hallado entre nosotros los extranje­ros, hacían de nuestros puertos, sobre todo del de Val­paraíso, verdaderos mercados de ultramar, bien surtidos i bastante frecuentados. Los almacenes francos aquí establecidos, los pequeños derechos exijidos en nuestras aduanas, las liberales disposiciones de nuestras leyes respecto a las mercaderías de tránsito, la seguridad de orden, en fin, que ofrecia Chile al comercio mismo, contribuían poderosamente a su desarrollo i prosperi­dad e iban levantando rápidamente la importancia co­mercial de Valparaíso. Acudían a él inmenso número de navesde todas naciones, se estacionaban en sus aguas largo tiempo i depositaban en sus almacenes las merca­derías que traian de Europa a las costas del Pacífico; i de esta suerte i en pocos años, dejando atrás al Callao, llegó a trasformarse, de una pobre aldea, en el puerto mas floreciente de las playas occidentales de la América.

Se excitaron con esto los celos de nuestros vecinos i surjieron nuevas dificultades, que seria largo enumerar, i que fueron aglomerando nubes sobre el cielo ya dema­siado cargado de nuestras relaciones internacionales con nuestros vecinos del Rimac.

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Por último, cansados ambos gobiernos de la mutua desconfianza que los envolvía, fatigado el comercio con la inseguridad e incertidumbre que este estado de cosas ocasionaba, i, mas que todo, deseosos los pueblos, en una hora de buen criterio, de poner término a una si­tuación tan anómala e insostenible, se celebró en San­tiago un «Tratado de amistad, comercio i navegación », el 20 de enero de 1835, entre los plenipotenciarios don Manuel Renjifo, por parte de Chile, i don Santiago Tábara en representación del Perú. Bajo idénticas ba­ses para uno i otro, obedeciendo a un sentimiento re­cíproco de amistad, los plenipotenciarios, en treinta i nueve artículos, consignaron todos los principios que, a su juicio, debían establecerse para asegurar la paz i la prosperidad de ambos.

Salaverry, presidente a la sazón del Perú , le dio su ratificación (10 de junio de i835), i todo pareció quedar completa i definitivamente arreglado. Sin embargo, desgraciadamente no sucedió así : cayó del poder a los pocos dias Salaverry; volvió a la presidenciaOrbegoso, i declaró sin efecto el tratado (celebrado, no obstante, por un ministro que habia sido acreditado por él mismo), fundándose en que la ratificación hecha por su antece­sor era nula, i, ademas, en un informe desfavorable del ministro de Hacienda, García del Rio. El comercio de Lima, en cambio, lo apoyó ardientemente i elevó al Gobierno una representación en la cual solicitaba su conservación i manifestaba las ventajas que reportaba el Perú con su aprobación ; pero ni esa justísima soli­citud, ni las prudentísimas observaciones de la prensa

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de Lima hallaron eco en las altas rejiones oficiales, i de hecho i de derecho quedó derogado el tratado, con gra­vísimo perjuicio de entrambos paises.

La situación política del Perú agravaba la tirantez de sus relaciones con Chile; i este fué otro combustible arrojado a la hoguera, que amenazaba arder. Tres años de una anarquía espantosa, que había hecho der­ramar a torrentes la sangre de sus hijos, lo habían con­vertido en víctima de la ambición de un caudillo ex­tranjero, que habia tenido el singular talento de explo­tar sus mismas pasiones para encadenarlo con sus pro­pias manos i herirlo con sus propias armas. Santa Cruz era el arbitro de sus destinos.

Mas, para dar una idea exacta de cómo se llegó a este resultado, se hace necesario volver los ojos a algu­nos años atrás i tomar el hilo de los acontecimientos desde que este caudillo tuvo parte en los negocios pú­blicos de Bolivia e hizo suya toda la historia del Alto i Bajo Perú de aquellos tiempos. Seguir sus pasos es estudiar esta historia.

Pero, antes de continuar adelante, i para compren­der debidamente su personalidad en medio de las tem­pestades de la época, es necesario tomar nota de una circunstancia especial, que dibuja en dos palabras el carácter del caudillo. Santa Cruz, como los hombres de Plutarco, no puso su vida al servicio de muchas ideas, ni de muchas ambiciones, ni de muchos proyec­tos-, no tenia mas que una idea, una ambición, un pro­yecto : la del señorío del antiguo imperio de los Incas, siendo él el señor, i los habitantes de las rejiones que

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se extienden del Guayas al Pilcomayo sus subditos. Toda su vida está encarnada en la realización de este sueño dorado de sus delirios, i a ella van vinculados sus trabajos, sus campañas, sus sacrificios, su alma en­tera. Santa Cruz, bajo este punto de vista, es un ca­rácter histórico de importancia. A haber tenido mas fortuna o mas jenio, quién sabe si hubiese sido el César de este continente.

Los hilos de su bien urdida trama vienen de mui le­jos. Sus esperanzas datan desde que tomó partido con los patriotas, abandonando las banderas del rei, i desde ese punto arranca el oríjen de sus planes de dominio personal, que fueron robusteciéndose poco a poco, a medida que iba ganando en prestijio i poder entre los suyos. Ya en 1826 su acción fué mas franca i decidida. El libertador Bolívar lo dejó interinamente en la presi­dencia del Perú en su calidad de Presidente del Consejo de Estado, i él aprovechó la oportunidad para llevar a cabo su codiciada alianza de aquella República con Bo-livia; pero el éxito le fué desfavorable, porque, consul­tado por el jeneral Sucre, el Congreso Constituyente de la última puso condiciones tales a la aceptación de la idea, que la hicieron imposible. Entre éstas figuraba la unión de Colombia a la pretendida confederación de Santa Cruz. El Congreso boliviano no se atrevió a dar una negativa explícita i terminante por temor de herir las susceptibilidades del caudillo i del pueblo peruano, i así se explica la negativa a medias, condicional, tímida.

Con una persistencia digna de mejor causa, siguió Santa Cruz el camino empezado, hallando pábulo al

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fuego de su ambición en las lisonjeras promesas i pre­maturos compromisos de muchos. Pero, no ya en la publicidad buscó su punto de apoyo, que lo encontró mas seguro en las vias tortuosas del secreto. A este fin, la masonería le prestó sus símbolos, sus juramen­tos i sus signos ocultos. El misterio dio abrigo a sus intrigas, i la imajinacion exaltada de los iniciados activó la propaganda del Gran Maestreen nombre del Supremo arquitecto del univeso. Se fundaron lojias en diversos puntos ; en Lima, Cuzco, Arequipa, la Paz, etc. En breve tiempo se hicieron centro de todas las conspira­ciones que en aquella república estallaron con mas o menos diversos i frivolos pretextos. La sangre iba siguiendo los pasos a la intriga, i las revoluciones militares a los conciliábulos de las lojias. El acta fundamental de esta sociedad, que por sarcasmo quiso llamarse de la « Independencia Peruana, » es un documento que tiene algo de siniestro i mucho de ridículo, condición de todos los de su clase. Cada iniciado tenia su nombre de batalla ; i allí figuraba Coriolano, Antenor, Ulises,Pachacamac, etc., quepo lo que respecta al mismo Santa Cruz, él se dejó para sí el nombre de Arístides, que es la firma que aparece en las instrucciones de los sectarios.

Corría, entre tanto, el año 29 , i Santa Cruz llamado al primer puesto de Bolivia, se instalaba en él en el mes de mayo, con aplauso de los suyos i rodeado de las esperanzas de sus conciudadanos. De aquí empieza una nueva faz en esta vida de ardiente ambición i per­petua intriga.

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Su administración fué sagaz i prudente. Ahogó los jérmenes de la anarquía i organizó un gobierno fuerte i estable. Para la realización de sus miras posteriores, empezó por rodearse de jente de toda su confianza, a sus adeptos mas decididos dio los puestos mas impor­tantes de la administración pública i formó a su alrede­dor un ejército aguerrido, cuyos oficiales i jefes se le entregaron en cuerpo i alma. El pensamiento que movia a Santa Cruz para observar esta conducta, no fué tanto el interés mismo del progreso delpaisque lehabia confiado sus destinos, cuanto el propósito que perseguía de allanarse el camino de su propio futuro engrandeci­miento. Esto se comprueba con el doble papel que desempeñó en esos años, haciendo ostentación de un vigoroso espíritu de orden en Bolivia i atizando al mismo tiempo las pasiones anárquicas en el Perú. Fué en este punto su política la de un maquiavelismo digno de vituperio.

De esta suerte, bajo la máscara de la conveniencia pública, exajerando los peligros que podría correr Bolivia de perder su autonomía nacional, invocando los santos principios de la seguridad interior i de las buenas relaciones exteriores, valiéndose, en fin, de todos aquellos pretextos, que nunca faltan a los ambi­ciosos para dominar i a los tiranos para mantenerse en el poder, llegó a levantarse sobre tan sólidos cimientos, que pudo al fin lanzarse a su temeraria empresa con la Conciencia del éxito. Concedió honores, decretó i pagó con puntualidad sueldos, distribuyó premios con mano jenerosa i no perdonó estímulo ni medios de seducción

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que no puso a prueba. Se hizo popular, ganó fama de administrador hábil, i conquistó, en una palabra, todas las apariencias de un grande hombre.

Al mismo tiempo i por órgano de las lojias, promovia un movimiento revolucionario en el Cuzco, que era encabezado por Escobedo i que afortunadameme fra­casó ( i83o) ; ofrecía al jeneral Nieto el mando de uno de los estados de la futura confederación (r 833) , oferta que le era noblemente rechazada ; i mantenía un verda­dero volcan en Lima i en Arequipa, tendiendo los hilos de una intriga hábilmente combinada. Quiso entonces la suerte que Gamarra, ex-presidente del Perú, levan­tado contra la autoridad del lejítimo jefe del estado jeneral Orbegoso, fuera vendido por sus mismas tropas en Maquinhuayo i buscara, prófugo, un refujio en Bolivia. Aprovechó la circunstancia Santa Cruz, i, ñnjiendo un verdadero interés por su fortuna, le sedujo a comprometerse con él en su empresa, ofreciéndole, a su turno, la ayuda desús armas para llevarlo a la pre­sidencia del Perú . Dias antes que Gamarra llegase a Bolivia, Orbegoso arrancaba a la Convención Nacional del Perú (abril de 1834) una autorización para solicitar el apoyo del mismo Santa Cruz. Así, ambos caudillos traicionaban a su patria e iban a mendigar la protección de un extranjero: ambos igualmente indignos en sus torcidos manejos, fueron i con razón, objeto de burla del extranjero, i de odio de los buenos patriotas, que eran testigos de tamaña afrenta.

Todo marchaba viento en popa para Santa Cruz, cuando un nuevo caudillo que terció en las contiendas

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del Perú estuvo a pique de echar por tierra sus planes. Salaverry se sublevó en el Callao, se hizo dueño de Lima, ganó numerosos prosélitos en las provincias, arrastró con su audacia a la mayor parte del ejército, i con una actividad extraordinaria se condujo de tal manera que a todas luces pareció irremediable la caida de Orbegoso. Gamarra se unió a Salaverry. Se oscureció por un momento el horizonte del caudillo boliviano ; pero, solo por un momento, porque apoco la situación se le presentó como nunca, clara i favorable. Orbegoso voló a reclamar su protección, autorizado como estaba por la Convención Nacional : se celebró en la Paz un tratado entre ambos, por el cual el gobierno de Bolivia debia enviar inmediatamente al Perú un ejército capaz de restablecer el orden alterado, de cuyos gastos se hacia responsable este gobierno. Los artícu­l o s ^ . 0 i 6.° del orijinalísimo pacto, dicen as í : « Art. 4 . 0

Hallándose los pueblos del Perú enteramente dislocados i siendo su organización política uno de los objetos mas esenciales, S. E. el presidente provisorio de aquella república, inmediatamente que se le de aviso de haber pisado las tropas bolivianas el territorio peruano con­vocará una asamblea de los departamentos del sur con el fin de fijar las bases de su nueva organización i decidir de su suerte futura. La convocación se hará para un lugar seguro, libre de toda influencia, i el mas central i cómodo que se pueda. Art. 6.° El ejército boliviano permanecerá en el territorio peruano hasta la pacificación del nor te , i cuando esto se consiga convocará allí el presidente provisorio del Perú otra

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— 005 —--asamblea que fije los destinos de aquellos departa­mentos. »

Gamarra es vencido en Yanacocha con gran destrozo; i Salaverry, después de largos i terribles combates es derrotado completamente en Socabaya, lugar cercano a Arequipa, i tomado prisionero con muchos de sus jefes i oficiales. El implacable vencedor da rienda a sus malos instintos i en un cadalso hace morir al des­graciado cautivo i a sus mas valientes compañeros de armas (18 de febrero 1836).

Libre de este temible enemigo, Orbegoso completa la traición que hace a su pais i Santa Cruz consolida su obra. Empieza por decretar pomposas medallas a ios vencedores de Yanacocha i de Socabaya, i a los pacifi­cadores del Perú •, reúne en Sicuani la asamblea del sur del Perú, i sobre hacerse dar por ella « las gracias por los poderosos i eficaces esfuerzos con que habia contri­buido a la pacificación de esa nación, » recibe su declaración solemne (marzo 17 de 1836) sobre las siguientes bases : los departamentos de Arequipa, Puno, Cuzco i Ayacucho se constituían en un estado libre e independiente, bajo la denominación de « Estado sur-peruano, » este Estado se comprometía a celebrar con el que se formara en el norte i con Bolivia una federación bajo el nombre de Perú-Boliviana, cuyas bases serian acordadas por un Congreso de Plenipo­tenciarios i Santa Cruz, investido de toda la suma de poder público i bajo título de Supremo Protector seria su jefe; convoca en Tapacarí, oscuro pueblectlio de Bolivia, un Congreso extraordinario para hacerse

•¿o

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tributar grandes homenajes i regalar riquísimas pro piedades de campo ; « congreso, dice un notable publi­

cista americano, que será funestamente célebre en nuestros desgraciados anales i que hizo tanto, que los parlamentos de Cromwel se habrían avergonzado de ejecutar; » (i) i por fin, arranca de la Asamblea del norte, reunida en Huaura, el decreto de la creación del Estado nor­peruano, destinado a confederarse, con el Estado del sur i con Bolivia. « Fué este Congreso, dice el historiador de este pais don M. J. Cortes, en el camino de la baja adulación, mucho mas lejos que los de Sicuani i Tapacarí. » Dio también a Santa Cruz el título de supremo protector, ordenó que se le erijiera una estatua en Lima, le obsequió una espada de bri­

llantes i declaró vitalicias las funciones que como a jefe de la Confederación le correspondía desempeñar.

¡ La obra estaba consumada!

La astucia, a fuerza de constancia, habia obtenido lo que jamas habrían alcanzado únicamente las armas : el triunfo pertenecía a la intriga mas que a la espada, a la acción de las lójias mas que a la propaganda franca i abierta de la opinión pública, al despotismo, en fin, i no a la libertad.

En consecuencia, i como corolario de los hechos anteriores, Santa Cruz promulgó el decreto siguiente, que merece copiarse íntegro como uno de los docu­

mentos históricos mas interesantes de aquella época : « Andrés Santa Cruz, capitán jeneral i Presidente

(t) Don Casimiro Oláñeta. < Mi defensa », i83g.

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de Bolivia, gran mariscal, pacificador del Perú , supremo protector de los Estados sur i nor-peruanos, encargado de las relaciones exteriores de los tres Estados, etc., etc., etc., considerando: i.° Que por el art. 2 . 0 de la declaratoria de la independencia del Estado sur-peruano, datada en Sicuani a 1 7 de marzo de i836, se comprometió él a unirse por vínculos de confederación con el Estado que se formara en el norte i con Bolivia; 2 . 0 Que por la lei de 22 de julio de 1835 se prestó la República de Bolivia a confede­rarse con los Estados que se formasen en el Perú ; 3.° Que la Asamblea de Huaura , al proclamar independiente al Estado nor-peruano en 6 de agosto de i836 , lo declaró en el art. - i . 0 confederado con el Estado sur-peruano i con Bolivia ; 4 . 0 Que por el art. 4 . 0 del primero de los tres instrumentos pre-dichos por el 11 del tercero i por el 3 o de la lei de 19 de junio de i836 , dada en Tapacari por el Congreso extraordinario de la República de Bolivia, estoi amplia i plenamente autorizado para iniciar, arreglar i resolver cuanto concierna al objeto de completar la confedera­ción preindicada i llevarla a su perfección ; 5.° Que por el Congreso de Bolivia estoi completamente facul­tado para dirijir las relaciones exteriores de aquella República , i revestido por las Asambleas de Sicuani i Huaura , de toda la plenitud del poder público ", 6." Que interesa satisfacer los deseos de los pue­blos, tan manifiestamente pronunciados por la con­federación, acelerar la época de la nueva organización social de los tres Estados susodichos i regularizar

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sus relaciones con las potencias extranjeras, decreto : « Art. i.° Queda establecida la confederación Perú-

Boliviana, compuesta del Estado nor-peruano, del Estado sur-peruano i de la República de Bolivia.

Art. 2.° El Congreso de plenipotenciarios encargado de fijar las bases de la confederación, se compondrá de tres individuos por cada uno de los tres Estados suso­dichos, i se reunirá en la villa de Tacna el 24 de enero del entrante año : a cuyo fin, por la secretaría jeneral se invitará al Gobierno de la República de Bolivia i al del Estado sur-peruano para que nombren los ministros que a cada uno corresponde.

Art. 3.° Mi secretaría jeneral será el órgano preciso para todas las comunicaciones que hubiesen de expe­dirse o recibir, relativas a la confederación Perú-Boliviana.

Mi secretario jeneral queda encargado de la ejecución de este decreto, i de hacerlo imprimir, publicar i circular.

Dado en Lima a 28 de octubre de 1836. — A N D R É S

S A N T A C R U Z . — Pio de Tristón. » Mientras esta larga serie de extraños sucesos tenia

lugar en el Perú, Chile se mantenía a la distancia en prudente observación i en una neutralidad completa. Esquivó todo compromiso con las facciones comba­tientes, i trató con las mismas reservas a unos i a otros •, a pesar de las quejas de entrambos, siguió sin variar un ápice la misma línea de conducta, llegando a veces a ser acusado por cada bando como protector del opuesto; recibió al ministro plenipotenciario de Sala-

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verry, don F . Pardo, a pesar de las protestas del mi­nistro de Orbegoso, Rivagüero, i a éste, a pesar de las reclamaciones de aquél; i con ambos, con este motivo mantuvo una correspondencia diplomática detenida, llena de interés, que prueba su neutralidad i que honra el talento de los que en ella intervinieron.

Desde el principio manifestó el gobierno de Chile cual iba a ser la conducta que se proponía seguir. En la nota que con fecha i . ° de diciembre de 1835 dirijió Portales al secretario general del gobierno de Orbegoso, en contestación a otra de éste, datada en Arequipa el 1 1 de octubre, le dice estas palabras: — « E l Presi­dente de esta República me previene decirle que la política invariable de su administración ha sido abste­nerse de tomar parte en las contiendas domésticas que turban la tranquilidad de los estados vecinos, conside­rando siempre como gobierno de hecho a los que ejercen ostensiblemente la soberanía sobre porciones extensas de territorio, con el aparente consenti­miento de los pueblos, i mirando la cuestión de su lejitimidad como una de aquellas en que los estados extranjeros no son llamados a expresar juicio alguno, sino en circunstancias especialísimas, que forman evi­dentemente una excepción a la regla ordinaria. Esta conducta emana de aquella imparcialidad estricta en que se cifran las obligaciones de las potencias extran­jeras neutrales, las que adoptando un sistema contrario, se verían a menudo envueltas en disputas ajenas contra su inclinación i su ínteres. »

El gobierno de Orbegoso, sin embargo, expresó

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distintas quejas, entre las cuales no fué la de menos i mportancia el cargo que hacia al nuestro por los ata­ques que la prensa de Chile habia dirijido a su admi­nistración. I a esto contestaba victoriosamente el Araucano, redactado en aquella época por don Andrés Bello, en los términos siguientes : — « E n todas épocas se ha escrito en el Perú con libertad, i aun con des­enfreno contra Chile, contra su Gobierno i contra las personas que le han compuesto : hasta miserables cómicos han ejercido en aquella república el cargo de nuestros censores. Mas no por eso se nos ha ocurrido jamas atribuir al pais ni a sus jefes esta clase de ofensas, porque les hemos dado el valor que se les da en todos los pueblos civilizados, i particularmente las naciones europeas. Los periódicos ingleses i franceses atacan recíprocamente las operaciones de sus gobier­nos i las de todos los demás del continente; i ninguno ha tenido la ridicula pretensión de cercenar la libertad que conceden las instituciones extranjeras. Lo que se hace en estos casos es tener periódicos que ejerzan la misión de abogados, contra los que ejercen la de fiscales; i nada puede haber sido mas fácil para los jenerales Orbegoso i Santa Cruz, teniendo en esta República dos ministros, a quienes nadie les ha impe­dido guiar otras plumas en la defensa de sus gobiernos. « Si se hallase establecida entre nosotros, como en el Pe rú , una censura que examinase las publicaciones i que restrinjiese la libertad de imprenta, no permitiendo jamas que viesen la luz otros escritos que los que mereciesen la aprobación del gobierno, entonces sí le

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serian imputables todo jénero de ofensas. El jefe que, teniendo en sus manos los medios de impedir que un escritor particular atacase los actos de un gobierno amigo, no pusiese en ejercicio este derecho, daría jus­tamente lugar a que se le considerase protector de las doctrinas, de las injurias o de las calumnias que se vertiesen en un escrito. Por fortuna, Chile no se halla en esta situación: el gobierno tiene leyes que respetar, i está muy contento de tenerlas, porque en ellas ve un faro que lo salve de los escollos a que conducen las caprichosas oscilaciones del absolutismo.»

Tal era el estado de las cosas, tirante, difícil, como he dicho en pajinas anteriores, cuando un extraño suceso vino a cambiar violentamente la situación de ambos países i de ambos gobiernos. No se necesitaba sino una chispa para pegar fuego al polvorín i hacer volar a los aires las mutuas relaciones de Chile i del Perú ; i esta chispa vino por otro lado, de una manera casual, pero terrible i amenazante. La mano de un chileno, desgraciadamente, encendió la mecha : ¡ triste papel del aturdido jeneral Fre i ré!

Este caudillo, expatriado después de su derrota de Lircai, se hallaba en aquella época avecindado en Lima. Rodeado de algunos pipiólos exaltados, mal aconsejado i lleno todavía de ambición de mando, se dio a madurar planes de conspiración i anarquía. Mas como el gobierno de Prieto contaba con presti-jio i se veia apoyado con entusiasmo por la opi­nión pública, i como no era fácil hacer triunfar teme­rarias conspiraciones en el seno mismo de la capital

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donde el gobierno tenia poderosos elementos de orden a su disposición, Freiré i sus amigos resolvieron invadir las costas de Chile con la esperanza de hallar aceptación en el pueblo i simpatías en el ejército. La empresa, aunque audaz i en estremo peligrosa, halló buena acojida entre los emigrados chilenos, i todos se pusieron a la obra a fin de llevarla a efecto. Conocida la antipatía de Orbegoso hacia el gobierno de Chile, se pusieron al habla con él, i por medio de embustes y de farsas se hicieron dueños de dos buques de guerra peruanos, de armamento, víveres, etc., etc., i de una tripulación adecuada al objeto. Bajo el ojo de las autoridades del Callao, i con su beneplácito, se embar­caron todos los elementos de guerra que necesitaban, se engancharon marineros i se dieron a la vela la fragata Monteagudo i el bergatin Orbegoso (7 de julio de 18 36).

Todo el mundo supo el plan de Freiré y de sus amigos, no fué esto un misterio para nadie, se conspiró contra Chile a la luz del dia, sin disimulo, sin ambajes, de tal suerte, que todos veian en la expedición la mano de Orbegoso i la protección decidida de su gobierno. I tan cierta fué la publicidad de todo lo ocurrido, que el ministro diplomático chileno, D. Ventura Lavalle envió inmediatamente noticia a su gobierno de la expe­dición, con datos i detalles exactísimos, habiendo fletado al efecto la goleta Flor del mar, que llegó a Valparaiso el 27 de julio.

¿Hasta qué grado era el gobierno del Perú culpable ? j Qué responsabilidad le cabia en esta expedición revo-

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lucionaria ? ¿ Se engañaba la opinión pública cuando indicaba a Orbegoso como el patrocinador de Freiré ?

Cuestión es esta, interesante, porque es uno de los puntos de partida que debemos tomar en cuenta para apreciar la justicia de la guerra que estalló mas tarde ; i la primera pajina de la historia de la expedición que a su turno salió de los puertos de Chile para desembar­car en las playas del Perú.

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IV

La manera como se llevó a efecto la negociación relativa a la fragata Monteagudo i al bergatin Orbe-goso, arroja mas que violentas sospechas, trae el con­vencimiento al ánimo menos apasionado de la compli­cidad del gobierno peruano. La Monteagudo fué dada en arriendo a un individuo desnudo de toda res­ponsabilidad, llamado José María Quiroga, por medio de la intervención del emigrado chileno Novoa, ínti­mo amigo de las autoridades peruanas: aparece como fiador en la contrata celebrada al efecto D. José María Barril, hombre de reconocida pobreza i sin anteceden­tes ningunos comerciales que pudiesen disculpar la aceptación de su firma por parte del gobierno. El mismo Barril declara en la causa que se le siguió mas tarde, juntamente con los demás conspiradores, que recibió como remuneración por este acto tres onzas de oro, i que habiendo hecho presente a Novoa el temor

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de que su fianza no fuese admitida, « no solo por no tener bienes, pero ni aún con qué comer, le contestó éste que convenia a sus intereses que recayese la fianza en un hombre como él, i que en orden a los inconve­nientes que recelaba, no tenia nada que temer, porque todo estaba allanado con el escribano, ante quien debia ir a firmar la escritura. » — El precio fijado para el arriendo fué el de 4,400 pesos anuales, pagaderos por cuatrimestres, i el término de un año, del cual ocho meses eran forzosos i cuatro voluntarios para los con­tratantes. El decreto del gobierno mandaba extender escritura « procediendo al desarme del buque, desem­barco i depósito en almacenes de marina de los pertre­chos i útiles de guerra, formándole el respectivo inven­tario, i después a su entrega, » i sin embargo, el buque fué entregado sin que se quitara de él un solo clavo, con doce cañones de a doce, seis de los cuales estaban perfectamente bien montados en sus cureñas, i los seis restantes en la bodega.

Hé aquí sobre qué bases i cómo se llevó adelante este orijinal negocio... ¿ E s temeraria la sospecha nacida de tales antecedentes ? I agregúese a esto que la fianza de Barril quedó de hecho sin ningún valor desde el primer momento, porque se le permitió embarcarse en el mismo buque; que Quiroga zarpó igualmente junto con Barril, i que no quedó nadie en el Perú a quien el gobierno tuviera el derecho de hacer responsable por lo estipulado en el contrato o por el precio considera­ble de la fragata, en caso de no cumplirse aquél o de dar los arrendatarios un mal uso a ésta, neglijencia que

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si puede comprenderse en un negocio de poca impor­tancia, no es de presumir, sin caer en la nota de la mas exajerada inocencia, en este caso en que se encontraban de por medio i corrían peligro, no solo gruesas canti­dades, sino algo m a s : un buque de la República, armado en guerra.

La torpe maquinación puso en trasparencia la com­plicidad del gobierno, i el mismo Quiroga, capitán de la Monteagudo i arrendatario, no tuvo empacho en declarar ( i ) : « que presume que el gobierno del Perú haya tomado parte, i se funda en que pudo impedir que los buques Monteagudo i Orbegoso se dirijiesen a las costas de Chile con solo ordenar a la barca Santa Cru\, armada en guerra, que se encontraba en el puerto de Arica, saliese inmediatamente a prevenir el regreso de aquéllos. » — Pero sin necesidad de esta declaración de uno de los comprometidos, la conciencia pública desde el primer momento se pronunció en el mismo sentido, i el gobierno de Chile no hizo sino hacerse el eco de ella para fundar su opinión con entero conocimiento de causa. No se diga, para paliar la gravedad de estos hechos, prueba irrecusable de la complicidad del gobierno del Perú, que pado ser uno de tantos contrabandos, porque se encarga de desvane­cer esta disculpa uno de los conspiradores , que la considera de ningún valor, « especialmente si se atiende a las circunstacias actuales del Perú , donde la viji-lancia hoy dia es mui severa, i mui particularmente en

(i) Declaración de Quiroga. — « Araucano » , num. 3 i 3 .

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- 3 i 7 -los puertos. » — El mismo Freiré aseguró a los expe­dicionarios « que el gobierno del Perú le facilitaba, para llevar adelante la expedición, un buque-tras­porte, » i en las declaraciones de los reos se evidencia la complicidad del gobierno del Perú i la protección concedida a su caudillo en odio al partido dominante en Chile.

Apoyada en estos y otros antecedentes, la prensa de este pais consideró el asunto bajo su verdadero punto de vista, e hizo cargos gravísimos al gobierno de Orbe-goso. El Araucano del 12 de agosto, después de ana­lizar una a una las razones que lo asisten para fulminar su acusación terminante contra aquel gobierno, llega a las siguientes revelaciones, que no dejan rastro de duda :-« Ademas de esto, dice, los enganches fueron hechos con intervención del capitán del puerto del Callao, por cuya mano se pagó a los marineros el precio conve­nido. La noche que se hacia a la vela del Callao el bergantín Flor del Mar, el sarjento mayor del Perú, don N . Bolívar, fué a las doce a golpear con eficacia la puerta de la capitanía del puerto, i dijo al jefe que mandase inmediatamente detener aquel buque, porque se aseguraba que venia a Valparaíso a traer la noticia de la salida de la expedición,. i que el gobierno lo tendría mui a mal. La tarde del día 7 de julio, en que se hizo a l a vela la fragata Monteagudo, se divulgó en el Callao la noticia de que el Flor del Mar venia con el anuncio. En la noche llegó a Lima esta voz; i al dia siguiente, a las siete de la mañana, se recibió en el Callao una orden para cerrar el puerto a todo buque

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peruano. El Flor del Mar estaba todavía a la vista •, pero libre ya de los efectos de la orden , que fué revo­cada en la misma mañana porque no pudo alcanzar a detener el buque. Todos estos hechos, agrega, que conocemos por noticias, de cuya exactitud estamos seguros, i por los irrecusables documentos que hoi insertamos, inducen a creer que el gobierno del jeneral Orbegoso, lejos de haber estado ajeno, como pretende, de estas pérfidas maquinaciones, no ha dejado de hallarse animado de algún interés en ellas. A. no ser así, i cómo se abandonan las propiedades nacionales a un arrendatario insolvente i a la fianza de un aventu­rero ? ¿ Cómo se permite salir a ese mismo arrendatario i a ese mismo aventurero, que son los únicos respon sables ? i Cómo se entrega el buque con artillería montada i con pertrechos ? ¿ Cómo se constituye el capitán del puerto en dependiente humilde de los cons­piradores ? ¿ Cómo se manifiestan solícitos los subal­ternos porque permanezcamos ignorantes de la traición que se nos prepara ? ¿ Cómo el mismo gobierno toma medidas para que no nos llegue a tiempo el aviso que ños instruya de esta temeraria irrupción ?»

Si a todo esto se agrega la intriga habilísima de Novoa, para proporcionarse fondos mediante la coope­ración del ministro del Perú , Rivagüero, residente en Santiago, la evidencia se hace mas notoria todavía. Rivagüero se hizo pasar como comisionado para contratar un empréstito en Chile •, se finjieron obliga­ciones en favor de varias personas, todas ellas pertene­cientes al partido Pipiólo, suscritas por el falso deudor:

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los supuestos acreedores dieron poder a D. Rafael Bilbao, emigrado en Lima, para que percibiera estas sumas de aquel gobierno; i mediante esta farsa, i con el cobro de algunas de estas sumas que pudo efectuarse en el Perú, los conspiradores algo obtuvieron, que no todo tampoco, porque se suscitaron tropiezos e incon­venientes que no habían entrado en sus cálculos. La actitud del representante del Perú sublevó la indigna­ción de los chilenos i trajo la última palabra de com­probación a la convicción inquebrantable, profunda i probada de la complicidad de su gobierno en la expe­dición del jeneral Freiré.

Los que sobre este punto histórico han querido cerrar los ojos para no ver la luz, han dicho: — Si el gobierno peruano intervino en esta expedición, ¿cómo es que lo hizo proporcionando tan pobres elementos de guerra ? Si quería en realidad herir al gobierno de Chile, ¿ cómo no dio dinero, armas, etc., en abun­dancia ? ¿ No era de esta suerte el golpe mas seguro ? ¿ No era el triunfo mas fácil ? » — La respuesta es sencillísima. No convenia de ninguna manera a la política de Santa Cruz aparecer como protector de revoluciones en las otras secciones americanas, porque este papel habria labrado su propia ruina, despres-tijiándolo a los ojos de los demás pueblos i de sus conciudadanos. Si su intervención en el Perú le habia despertado tan ardientes animosidades i le habia con­citado tan tremendas antipatías, ¿ qué habria sido si sus manejos torcidos se hubiesen extendido hasta Chile, pais mas remoto i que no habia ido a golpear sus

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puertas para implorar su apoyo o solicitar su protección de amigo i caudillo ? Santa Cruz comprendia de sobra que una intervención cualquiera de su parte en otros pueblos precipitaría necesariamente su ru ina ; conocía demasiado que su posición no estaba aún del todo asegurada, i que el cimiento sobre que habia construido el edificio de la confederación era deleznable i poco sólido todavía. Lanzarse abiertamente a quijo­tescas expediciones exteriores era suicidarse, i eso no le convenia : su intervención por eso fué solapada, sub­terránea •, aunque no de tan escasa importancia, como se ha pretendido. Ceder dos buques para lanzar a nuestro territorio una expedición revolucionaria, i con un jefe de prestijio a su cabeza, equivalía a envolver­nos en una anarquía de dudosos resultados, terrible i larga. I lo cierto es que Santa Cruz se lisonjeó con que eran bastante para el triunfo de Freiré los auxilios que él le prestaba. Creyó innecesario dar mas, i por eso no dio mas. El encargado de negocios de Chile, en nota de 6 de agosto, decia al gobierno estas palabras, que acaban de probar mi aserto : « Un amigo que ha hablado largamente con un personaje del gabinete peruano sobre la expedición de Freiré, me ha asegu­rado que el gobierno nunca se hubiera resuelto a favorecer esta empresa si no hubiese visto muchas cartas de Chile, que decían que la revolución estaba ya preparada, i que sólo se esperaba a Freiré para consu­marla. » — A s í se explica el que los auxilios no fueran mayores. Por otra parte el caudillo de Bolivia, lle­vando a Chile la discordia, se lisonjeaba con anular

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completamente a su gobierno para cualquiera oposi­ción que pretendiera hacerle en lo sucesivo, i de esta suerte, i sin testigos importunos, i sin reclamaciones odiosas, satisfacer plenamente sus proyectos de ambi­ción. Lo pensó i así lo hizo ; que era hombre diestro para la resolución de esta clase de problemas.

Su vindicación, pues, en este punto, como en muchos otros, no es mas que un embuste; los que lo han creído prueban solamente que tienen un muí mediano cono­cimiento de su carácter, de sus propósitos i de su historia. ¿Qué mejor medio de encontrarse libre i desembarazado para dar fin a su obra que entretener a los otros gobiernos vecinos con guerras interiores? ¿No habia puesto ya con maravilloso éxito estas mis­mas armas al servicio de sus ideas en los años ante­riores con los pueblos del Perú, atizando odios en su seno, dando dinero a sus caudillos, favoreciendo los intereses de los unos para herir a los otros ? ¿ Era nueva en él esta política?

Orbegoso obedeció a Santa Cruz i siguió sus instruc­ciones cuando obró de la suerte que queda expuesto respecto de la expedición de Freiré. Desgraciadamente ni el amo ni el siervo previeron las consecuencias de su conducta; i es que no conocían al hombre que provo­caban. No sabían que iban a tenérselas que haber con una de las voluntades mas indomables que puedo formar la naturaleza i con uno de los corazones mas patriotas que han palpitado bajo el cielo americano.

¡ El dado se habia tirado i el reloj sonaba una mal hora para los que rodeaban la carpeta!

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— 322 — El mas infeliz de ellos tal vez fué el valiente Freiré.

¿ Qué mala estrella lo guiaba desde su deserción del partido conservador? Penoso es verlo descender al papel de conspirador, cuando su puesto era o t ro ; i mas penoso todavía es verlo caer de la altura donde sus brillantes hazañas lo levantaran para servir de juguete a unos cuantos ambiciosos i dar pábulo al escarnio de sus enemigos i a la justa condenación de la historia. Conspirar rara vez deja de ser una mala acción; pero conspirar de lejos i bajo bandera extranjera, e invadir el pais natal con armas extranjeras, eso es doblemente reprochable. Hé aquí la principal razón porque la expedición no encontró eco alguno i fué unánimemente reprobada en Chile.

Desde sus principios, ademas, anduvo desgraciada. El rumbo que llevaba era a Chiloé: mas, no mucho después de haberse separado los dos buques ( i . ° de agosto), apenas en alta mar , estalló un motin a bordo de la Monteagudo, que venia bajo las órdenes del coronel Puga, favorecido por dos marineros, Manuel Zapata i. José Rojas, que dio por resultado la prisión de los jefes revolucionarios i la entrega que seis dias después hicieron los sublevados de la fragata a las autoridades chilenas en el puerto de Valparaiso.

El Orbegoso, entretanto, seguía su camino: llegaba a Ancud el 7 de agosto i se apoderaba dé esta plaza sin disparar un tiro.

Portales, apenas tuvo noticia de la salida de la expe­dición del Callao, tomó una de aquellas resoluciones decisivas, que son como el sello del jenio. La repa-

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ración del ultraje inferido, el castigo severo del gobierno, reo de tamaña ofensa, i la represión inme­diata i valiente de la revolución: hé ahí los pensa­mientos que sin vacilación de un minuto se apoderaron de su cabeza i pasaron a convertirse en realidad con la rapidez del rayo. Su ejecución correspondió a su inspiración, i hé ahí su triunfo.

En el mismo dia ( i3 de agosto de i836) salieron con rumbo al Callao, en pos de la reparación, los dos únicos buques de guerra de la República, el bergantin Aquiles i la goleta Colocólo ; con rumbo a Ancud, a herir en el corazón a sus adversarios, la misma fra­gata Monteagudo, que acababa de echar el ancla en las aguas de Chile. Resolución temeraria, si se quiere, pero llena de arrogancia i digna de aplauso. Eso era jugar el todo por el todo. Así obran los héroes.

Dejemos a los primeros yendo a cumplir su con­signa : sigamos con la segunda el destino de Freiré.

Estaba este caudillo preparando los materiales para dar vuelo a su empresa, organizando su jente i espe­rando noticias del gobierno i de sus amigos, i extrañaba ya la tardanza de la Monteagudo, que debia haber llegado hacia dias i que empezaba a causarle serios temores, cuando ésta apareció a la distancia sobre el confín del horizonte, navegando viento en popa i doradas sus blancas velas por los postreros rayos del sol que se apagaba en occidente (28 de octubre). Las sombras de la noche la arrancaron en breves momentos a los ojos de los revolucionarios, que con vivísimo interés habian estado siguiendo su rumbo, seguro a

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veces i a veces indeciso, por entre los bajíos i rocas que pueblan aquellos canales i que hacen difícil la entrada al puerto de Ancud por el lado norte. Contra la esperanza de los amigos de Freiré, que ansiaban por oir la voz de sus compañeros de aventura, la fragata no vino a echar el ancla en la bahía misma, sino que se quedó en la pequeña isla de Cochinos, situada a cuatro millas de distancia del desembarca­dero. Ño sabian los desgraciados cómo explicarse esta demora : ¡tan lejos estaban de sospechar la sor­presa de que iban a ser víctimas! La noche, el cañonazo tirado por el práctico en señal de ser buque amigo, las apariencias engañadoras que aseguraron la entrada de la fragata, el ningún recelo de que pudiese haber sucedido lo que era realmente un hecho, en fin, nada habia que fuese motivo de desconfianza. Freiré mismo mandó felicitar a Puga por su feliz llegada.

Eran, entretanto, las doce de la noche. El jefe de la Monteagudo, don Manuel Diaz, echó dos botes al agua tripulados de buena jente, dispuesta para el combate, i los mandó a sorprender al bergantín Orbegoso i a la goleta Elisa, que habia sido enviada por el gobierno a llevar a Chiloé la noticia de la expedición de Freiré, i que se hallaba en poder de éste desde algunos dias antes. Al mismo tiempo destinaba otra lancha para tomar la fortaleza del puerto i la dotaba con una parte de los cien hombres de tropa que traía a bordo i que venían al mando del coronel Cuitiño. Combinado así el ataque, se procedió a ejecutarlo con el mayor silencio i en el mayor orden. El resultado

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fué espléndido: quedaron en poder de los asaltantes los dos buques i los fuertes sin que se derramara una sola gota de sangre. Los revolucionarios tarde vinie­ron a comprender el alcance de la verdadera situación en que se hallaban, i soló unos cuantos tiros de cañón del fuerte del muelle, que no causaron daño alguno fueron la única señal de combate que turbó el sueño de los pacíficos vecinos de Ancud en aquella noche de asalto, que dio fin a una revolución tan descabellada como desgraciada.

Al dia siguiente Freiré se refujió en un buque ballenero surto en el puerto, del cual fué sacado a viva fuerza por el comandante Diaz i embarcado en calidad de preso en la Monteagudo : juntamente con él cayeron también prisioneros los demás jefes revolu­cionarios , P u g a , Urbistondo, Velasquez, Soiza, Buenrostro, Alvarado, Will iams, Ponce i Martinez.

La Monteagudo, con sus conquistas i su cargamento de prisioneros, volvió a Valparaiso el 14 de setiembre, después de una campaña de un mes.

¡ Esto era para el jeneral Freiré mil veces peor que Lircai!

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V

La campaña del Aquiles i la Colocólo no fué menos brillante.

Los dos buques se dividieron en las aguas del Perú : el Aquiles, bajo las órdenes de don Victorino Garrido, llegó al Callao el 2 1 de agosto ; la goleta Colocólo se quedó en el sur con orden de recorrer los puertos de Arica e Islai i de apoderarse de los buques del gobierno del Perú que encontrase en ellos.

Inmediatamente después de anclar, mandó el jefe de la expedición a Lima a su ayudante, don Rafael Soto de Aguilar, con pliegos para el encargado de negocios de Chile, Lavalle, el cual, tres horas después ya estaba a bordo i conferenciaba largamente con él. Resultado de esta entrevista fué su vuelta a Lima, el arreglo de los papeles de la legación i los preparativos de su vio­lenta i prematura marcha, fijada, conforme a las instrucciones que acababa de recibir, para el dia

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siguiente. La noche la destinó Garrido a otra clase de operaciones. Echó al agua cinco botes, que tripuló con ochenta hombres, i puso a las órdenes del coman­

dante don Pedro Ángulo. Su consigna fué tan breve como enérjica: apoderarse de los buques de guerra peruanos surtos en el puerto. Estos eran t res : la barca Santa Cru\, de doce cañones , perfectamente aparejada i abundante en armas i víveres; el bergantin Arequipeño, de seis cañones, i la goleta Peruviana, dotada únicamente de un cañón jiratorio. « El plan era, dice en su nota al ministro de Marina el jefe de la expedición, apoderarse primero de la barca Santa Сгщ, que era el buque de mas fuerza i que estaba defendido por cinco cañones de a veinticuatro que habia en el arsenal, i en seguida de los otros. Se encargó, añade, a la jente destinada al golpe de mano proyec­

tado, la moderación, la jenerosidad i el mayor respeto a las personas i equipajes que se encontrasen en los buques de que se iban 'a apoderar. » El. resultado, como el plan, fué rapidísimo. A las dos de la mañana, el Aquiles i los tres buques peruanos, tripulados por marineros chilenos, estaban fuera de tiro de cañón de las baterías de la costa. Como en el asalto de Ancud, en éste no se habia derramado tampoco una gota de sangre.

Hasta aquí el hecho narrado sencillamente, tal como sucedió. Pero, ¿fué la sorpresa lícita? ¿fuéel acto justo ? ¿ hasta qué punto las leyes de la guerra dieron razón a semejante modo de proceder ? ¿ hasta dónde pudo alcanzar el derecho de Chile para sorprender de

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una manera tan brusca i extraña a su enemigo, ápré-ándole sus naves en sus propias playas, al pié de sus

mismos castillos i a favor de la oscuridad de la noche ? Hé ahí lo que ha dado márjen a ardientes controversias en el seno de nuestro pais i fuera de él, en la prensa, en la tribuna i en las cancillerías de ambas Repúblicas. ¿ Cabe discusión sobre el punto en debate ? Ciertamente. Pero conviene, para fijar las ideas i formarse una conciencia recta e ilustrada, tomar cuenta de algunas breves reflexiones que se desprenden del acto mismo i de los antecedentes que lo motivaron. De otra suerte, el criterio parajuzgarloflaqueariapor su base i vendría naturalmente al extravío del juicio.

Es un hecho probado, evidente, la intervención del gobierno del Perú en la expedición del jeneral Freiré: intervención ofensiva en alto grado, indigna de toda excusa i nacida a impulsos de un odio mal disfrazado contra Chile. Principio elemental del derecho de jentes es que todo acto de hostilidad rompe las relaciones que ligan al pais ofendido con el ofensor, desata los lazos mutuos de amistad i trae consigo ipso facto el estado de guerra, que permite toda sorpresa sin previa declaración del pais ultrajado o invadido. Este era el caso de Chile para con el Perú; i en consecuencia, evidente nuestro derecho de exijir reparación por medio de las armas, puesto que, por medio de las armas también, se habia inferido la ofensa al honor nacional.

Siendo esta la doctrina, el Aquiles, con la bandera chilena, pudo, dentro de los límites del derecho, no solo cautivar ios buques de guerra peruanos, como lo

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hizo, sino hasta ejercitar otros actos hostiles en sus costas.

Pero, aun sin dar por sentado que la guerra entre el Perú i Chile estuviese de hecho declarada, i concediendo todavía que no fuera de hostilidad manifiesta el estado en que se habia colocado el gobierno del Perú después de su directa cooperación en favor de los revolucionarios de Chile, aun así, i todo esto concedido, la actitud del gobierno de Chile fué completamente ajustada a las redas del derecho internacional.

•D

Si no un rompimiento explícito, habia, por lo ménos^ entre ambas Repúblicas una situación tal de ofensa i de queja, que daba causa suficiente para traer consigo una declaración de guerra. Esto es incuestionable, porque la intervención de un gobierno extranjero en las luchas políticas de un pueblo, protejiendo i dando auxilio a una de las facciones, es juzgada por todos los publicistas del mundo como un ataque ilejítimo, injurioso, al libre ejercicio de los derechos de la nación ofendida, i, en consecuencia, como un casus belli. Los autores de derecho internacional señalan en estos casos varios medios para obligar al enemigo a dar reparación de cumplida justicia antes de llegar al empleo de las armas; i entre estos medios figuran la retorcion, las represalias, el embargo, la posesión eficaz de la cosa disputada, etc., etc. De esta suerte, cuando un Estado, sin declarar abiertamente la guerra a otro comete actos como el actual, que pueden considerarse de verdadera aunque solapada hostilidad, sea violando ciertas leyes naturales de recíproco respeto, sea atropellando las

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personas i propiedades de los ciudadanos del otro, entonces el ofendido tiene el derecho de hacer uso de aquellos medios, que llaman « represalias positivas. » La jurisprudencia internacional reconoce el principio, i la práctica de las naciones civilizadas le ha dado su sanción. Así, Inglaterra, cuando en i8o3 se rompió la paz de Amiens, i antes de ninguna declaración de guerra, embargó, no solo todos los buques franceses que se hallaban surtos en sus puertos, sino también los buques holandeses, que en apariencia podían creerse neutrales, porque consideraba la ruptura de la paz como una agresión hostil de la Holanda. — « No es siempre necesario, dice Vatel, recurrir a las armas para castigar a una nación: el ofendido puede quitarle en forma de pena los derechos de que ella goza en el terri­torio de éste, apoderarsesi puede de alguna de las cosas que le pertenecen i retenerlas hasta que le dé una justa satisfacción. » — Ni tampoco para obrar de esta ma* ñera es necsario una previa declaración de guerra. Suele suceder que gradualmente se llega a la guerra abierta por medio de hostilidades cometidas de una i otra parte a título de represalias. Fué lo que sucedió en la guerra que estalló entre la Francia i la Inglaterra en 1 7 5 5 , la cual fué declarada solemnemente por la In* glaterra el 18 de mayo de 1 7 5 6 . Conviene hacer notar que aunque la guerra no fué declarada sino un año des­pués, los ingleses se apoderaron en junio de 1 7 5 5 de varios buques franceses i expidieron patentes a sus cor­sarios, que tomaron doscientos cincuenta buques mer­cantes: i mientras se hacían estas presas, el embajador

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permanecia todavía en la corte de Londres ( i ) . La Inglaterra obró del mismo modo en 1804 i en 1807 respecto de la Dinamarca, cuya armada destruyó con un ataque imprevisto, i que no habia sido precedido de ninguna declaración de guerra. (2)

En el caso actual, la actitud de cómplice que voluntaria i resueltamente asumía el gobierno peruano, de hecho quebrantaba la paz existente entre él i el gobierno de Chile: i de consiguiente, éste, como medida de segu­ridad, antes de una guerra desastrosa, tenia perfecto derecho para arrebatar a su enemigo los medios de dañarle, no con ánimo de ofenderle con sus mismas armas en seguida, sino con la esperanza de obligarlo, por esta medida, a una reparación justa i lejítima. En plena paz, la conducta de Chile no tendría disculpa, i no habría sido sino un atropello atroz e injustificable, pero ahora, la violencia, el insulto, la provocación, estaban de parte de los que sembraban la anarquía en Chile i no de los que iban a reclamar contra el abuso cometido. Los que rompían las buenas relaciones que hasta allí habían mediado entre ambos países eran los que se mezclaban en cuestiones internas, atizando el fuego anárquico del vecino, i no los que buscaban, pri­vando al enemigo de sus elementos de guerra, una transacción honrosa para su dignidad ofendida. El reto estaba de parte de los que habían arrojado hipócrita­mente el guante del combate i no de los que, sinrecojerlo

(1) De Flassan. (2) Pascual Fioré.

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todavía, echaban mano de medios pacíficos, aunque enérjicos, para evitar, para mas tarde, un inútil i triste derramamiento de sangre.

El gobierno de Chile declaró una i otra vez, por el órgano de sus representantes i de su prensa oficial, que solo a título de prenda retenia esos buques, hasta reci­bir la satisfacción reclamada, lo que da a la sorpresa un carácter mui distinto del que se le ha querido atribuir por algunos; i puesto que tenia derecho perfecto para proceder como enemigo verdadero contra el gobierno del Perú, prudente i moderado anduvo cuando no rompió desde luego toda relación diplomática dando principio de lleno a las hostilidades.

Naturalmente se halló vivamente sorprendido este gobierno con la noticia de lo sucedido durante la noche pues estaba mui lejos de sospechar una agresión tan audaz como violenta. Santa Cruz, encendido en ira, mando una fuerza de dieziseis hombres, a las órdenes de un jefe de policía, a tomar i reducir a prisión al encargado de negocios de Chile : medida inconsulta, que, lejos de mejorar su causa, pasó a convertirlo de víctima de la sorpresa del Aquiles, en reo de una terrible infracción del derecho de jentes en la persona de un ministro diplomático. Calmado el enojo, mejor aconsejado mas tarde, temeroso talvez de las compli­caciones del resultado, dejó algunas horas después libre de la prisión a Lavalle, haciéndolo salir de Lima. Pero el abuso quedaba ya cometido i violados los fueros del enviado de Chile.

Con ocasión de este suceso i de algunas prisiones de

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chilenos efectuadas ese mismo dia por las autoridades-de Lima i del Callao, se cambiaron ásperas notas entre Garrido i el jeneral Herrera, gobernador del puerto; llegando aquél hasta fulminar amenazas a éste si en el término de veinticuatro horas no se suspendía el embargo de tres buques de la marina mercante de Chile, surtos en la bahía, i no se daban garantías a favor de las personas i de las propiedades de sus con­ciudadanos. Se siguieron a estos amenazantes prelu­dios de una guerra inevitable varias conferencias que celebraron ambos jefes a bordo de buques extranjeros. El resultado de ellas fué un arreglo preliminar que dejaba vijentes las relaciones comerciales i de buena amistad de ambos países, i en poder del gobierno de Chile las presas hechas hasta que se celebrase un arreglo definitivo.

Garrido creyó con esto terminada su misión, i volvió a Valparaíso el 2 3 de setiembre, trayendo consigo, junto con el Aquiles i la Colocólo, a ia Santa Cru\, el Arequipe.no i la Peruviana.

Se dijo en aquellos dias que Portales no recibió com­placido al jefe de la expedición, lo que se atribuyó a distintas causas por los politiqueros de entonces. Pero lo que hay de cierto en el negocio es que Garrido carecia de poderes para celebrar convenio alguno i que llevaba en sus instrucciones la orden terminante de apresar toda la escuadra peruana. Como queda dicho, la orden no se llevó á efecto en todas sus partes, porque quedaron libres la corbeta Libertad i las goletas Limeña i Yanacocha, que andaban en otros puertos de la costa.

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— 334 — Las razones alegadas por Garrido para disculparse no satisfacieron talvez al ministro, i talvez contrariaban sus planes. Hai fundamento para creer esto último, porque si no hubiese habido arreglo preliminar alguno, Portales, francamente, en posesión de la escuadra de Santa Cruz, le habría declarado la guerra, no alegando otra razón que la que en realiadd lo movia, i que en su ánimo obraba de una manera mucho mas poderosa que la invasión de Freiré i las intrigas de su gobierno.

Esta razón era la confederación Perú-Boliviana. Chile tenia derecho a no permitirla, porque la conside­raba como una constante i temible amenaza contra la autonomía de las demás Repúblicas vecinas, atendido el carácter del Protector, sus tendencias conquistadoras i los pérfidos manejos de que se habia valido para sojuzgar al Perú i que ahora ponia en juego, si no para sojuzgar, a lo menos para dividir i debilitar a Chile. Nuestros intereses estribaban en destruir ese coloso que se levantaba a nuestro lado; la libertad misma de la América Española exijia de nosotros el sacrificio de nuestro esfuerzo en servicio de la felicidad común. Portales así lo comprendía, i -por eso la gran razón de sus propósitos de guerra, allá en el fondo de su alma, no era otra que la confederación Perú-Boliviana. ¡ Era necesario destruirla, i juró hacerlo!

El tratado de Garrido no fué aceptado por el gabinete de Santiago; no se encontró suficientemente satisfacto­rio, i, en consecuencia, el lo de octubre el Congreso autorizó al Presidente de la República «para que en caso de no obtener del gobierno del Perú reparaciones

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adecuadas a los agravios inferidos a Chile, bajo condi­ciones que afianzaran la independencia de la Repúbli­ca, declarase la guerra a aquel gobierno.»

El 19 se hacia nuevamente a la vela la escuadra chi­lena con rumbo a las costas del Perú , bajo las órdenes del vice-almirante. Blanco, llevando a su bordo a don Mariano Egaña , investido del carácter de ministro plenipotenciario.

En esta vez no se hallaron las cosas tan fáciles como en la anterior. El gobernador del Callao, jeneral Herrera, negó la entrada al puerto a la escuadra. Las reclamaciones i exijencias del almirante se estrellaron en la persistencia del gobernador, i a las observaciones del primero relativas a la hostilidad manifiesta que envolvia la actitud del gobierno peruano, contestaba el segundo que la conducta i los procedimientos del ber­gantín Agutíes i la no ratificación del gobierno de Chile al convenio preliminar celebrado el 28 de agosto entre Garrido i su gobierno, le daban derecho a mantenerse en su decidida i terminante negativa.

Replicó el jefe chileno con la siguiente comunica­ción : — « Comandancia jeneral de la escuadra de Chile. — Al señor jeneral, comandante jeneral de marina i gobernador del Callao. — A bordo de la corbeta Val­paraíso, al ancla en frente del Callao, noviembre 1 . " de i836. — Al anochecer del diadeayer he recibido la comunicación de la misma fecha en que V. S. se sirve contestarme que ínterin no tenga nuevas órdenes de su gobierno no puede tomar otro partido que el de impe­dir entren al surjidero los buques de mi mando , sin

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que persona alguna de las que se hallan a su bordo pueda comunicar con tierra, a excepción del señor m i , nistro plenipotenciario i su comitiva. Como no me es posible permanecer por mas tiempo en el estado de in-certidumbre en que me pone esta conducta hostil e ines­perada, ruego a V. S. se digne recabar de su gobierno a la mayor brevedad, o que le dé las órdenes que le autoricen para admitir en el puerto a los buques de mi mando, como deben serlo los de una nación amiga, o la declaración expresa de que la escuadra chilena es mirada como enemiga. V. S. de hecho la ha conside­rado hasta ahora como tal. Han sido detenidas las embarcaciones que he despachado a tierra. Los con­ductores de las comunicaciones que he dirijido a V. S. han sido recibidos como parlamentarios de una armada enemiga, i se me niega la hospitalidad i auxilios con que justamente debia contar en los puertos de una nación amiga. Mi posición, en suma, a excepción del actual fuego a que no da lugar la distancia a que me hallo de las baterías, es la misma en que me hallaba cuando en defensa de la libertad del Perú , i al mando de la escuadra combinada, bloqueaba el puerto i batía las fortalezas ocupadas por el jeneral español Rodil. Franqueando el gobierno del Perú sus puertos a todas las naciones de la tierra, parece que solo reserva este tratamiento para Chile i acaso para la España. V. S. encuentra la razón de esta conducta en los procedi­mientos del bergantín Agutíes en 21 de agosto último ; pero el embargo de los buques peruanos, a mas de haber sido conforme a los mas severos principios de

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justicia, fué, como V. S. no ignora, la consecuencia inmediatamente precisa del uso que el gobierno del Perú hacia de sus fuerzas navales para destruir la libertad i aun la independencia misma de Chile, abis­mándole primero en todos los horrores de la guerra civil. En alguno de los buques de mi mando recono­cerá V. S. las prendas de paz con que el gobierno del Perú brindaba a Chile en medio de la mas perfecta amistad, i cuando la honradez i lealtad chilenas no ha­bían dado el menor motivo de queja: mas no es del caso tocar estos hechos odiosos que renuevan ideas contrarias a los sentimientos de paz que debemos guar­dar, i de que sobre todo no nos corresponde a nosotros tratar. Los deseos de mi gobierno de estrechar las relaciones de amistad entre el Perú i Chile, se mani­fiestan mejor en el hecho mismo de remitir un ministro plenipotenciario a este efecto, que en el insignificante convenio firmado por don Victorino Garrido, i que, celebrado con quien no tenia clase alguna de poderes que le autorizasen para convenir sobre los intereses jenerales de la nación, fué visto dejarse a la ratificación discrecional del gobierno de Chile. Por el contrario, la conducta del gobierno del Perú respecto de la escua­dra de mi mando indica el deseo gratuito de manifestar un ánimo hostil sin motivo i sin objeto. Las fuerzas peruanas no pueden desalojarme de la posición que ocupo en este puerto ni de ninguna otra, fuera de los fuegos de las baterías, i el ponerme dentro de su alcan­ce, lejos de ser motivo de alarma, lo seria de satisfac­ción para el gobierno, i una prueba evidente de mi

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confianza i de la sinceridad de mis intenciones. Por último, señor jeneral, encargado de conducir a mi bordo i poner en tierra al señor ministro plenipotenciario de Chile, i esperar el resultado de las negociaciones, mi deber es cumplir con esta orden. El no puede desem­barcar si se impide que la escuadra que le conduce en­tre en el puerto. Tampoco puede permanecer inco­municado con la escuadra de mi mando después que desembarque, ni seria decoroso ni posible que al mismo tiempo que permanecía un ministro plenipotenciario en tierra i subsistiesen las relaciones de buena armonía, estuviese la escuadra de mi mando en absoluta inco­municación i considerada de hecho como enemiga. Tampoco alcanzo a concebir qué nueva hostilidad po­dría resultar de que los buques chilenos se hallasen en mas o menos proximidad a tierra, o qué clase de des­confianza puede tenerse de ellos en una situación u otra, atendido el estado actual de las fuerzas nave les del Perú. Con este motivo tengo el honor de reitera]1

a V. S. las protestas de los sentimientos de considera­ción i aprecio con que soi de V. S. mui atento i obe­diente servidor. — M A N U E L B L A N C O E N C A L A D A . »

La contestación del gobernador del Callao no se dejó esperar: volvió el mismo dia : era enérjica i terminaba con estas significativas palabras : « Entretanto, i mien­tras por mi Gobierno no se me prevenga cosa en con­trario, es de mi deber reiterar a V. S. que son termi­nantes las órdenes que tengo acerca de no permitir que ios buques de guerra chilenos entren en el puerto; añadiendo, que me seria sobremanera sensible la menor

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— 339 — tentativa practicada por V. S. contra la inviolabilidad del territorio, aunque de sus consecuencias seria V. S. el solo responsable ante Dios i los hombres. »

Creyó prudente entonces terciar en el debate nuestro ministro plenipotenciario. La cuestión tomó otro sesgo: se hizo diplomática, i orilló las dificultades para salvarlas : duró unos cuantos dias como balanceándose en cierta incertidumbre; pero, al fin, el resultado no fué mas feliz que el otro.

Desde luego, Egaña, en su primera nota del 3 de noviembre, expuso que la escuadra se retiraría del Callao i que él solo quedaría en el buque de menor porte, a fin de dar, de este modo, garantías de paz al gobierno de la confederación i facilidades para proce­der a entablar las negociaciones para las cuales era comisionado. Contestó don Pió Tris tan, secretario jeneral de Santa Cruz, que bajo tales condiciones se le permitiría la entrada, pero exijiéndole al mismo tiempo especial garantía de que la escuadra chilena se retira­ría de las costas de los Estados norte i sur-peruanos i que no procedería a cometer acto alguno de hostilidad, captura, embargo, depósito o detención respecto de las propiedades de dichos Estados i sus subditos, i que indicase las personas que componían su comitiva. A estas últimas pretensiones se negó Egaña, proponiendo sin embargó, respecto de las primeras, un convenio preliminar sobre la situación i las operaciones de la escuadra, i satisfaciendo a las preguntas que se le hacian en ios términos siguientes: que el gobierno de Chile se consideraba en perfecta paz con los Estados norte i

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sur-peruanos, i que arreglaría su conducta a la que guardase este gobierno-, que la escuadra chilena se abstendría de cometer acto alguno de hostilidad mien­tras estuviesen pendientes las negociaciones entre ambos gobiernos ; que la escuadra impediría o procuraría impedir la reunión i el aumento de las fuerzas navales del Perú, con el único objeto de que éstas i las de Chile conservasen su estado actual, sin que las últimas per­dieran la ventajosa posición en que se hallaban; i que cuando la escuadra chilena se presentase en algún puerto peruano se mantendría fuera de tiro de cañón, sin abordar a sus playas sino en el caso en que, pro­longándose las negociaciones, se viese en la necesidad de renovar su aguada. Insistió el gabinete de Lima en exijir como condición sine qua non para entrar en ne­gociaciones con el plenipotenciario de Chile el que se le diera « una seguridad positiva, franca y terminante de que la escuadra chilena, que ya por orden de Egaña se habia retirado del Callao, quedando solo la Colocólo, a cuyo bordo estaba éste, se habia retirado de buena fé, i no con el objeto de hostilizar en manera alguna a os buques de guerra y mercantes peruanos i de impe­

dir que se reunieran ios primeros i se pusieran en estado de defensa. »

Estas exijencias i proposiciones de una y otra parte iban acompañadas de protestas pacíficas, de recrimina­ciones mutuas i de ardientes quejas -, i ambas partes hablaban mui alto sobre su derecho i sostenían con excesivo caloría justicia de la causa que representaban : en suma, hubo en esas jestiones diplomáticas muchas

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hojas de papel gastadas, muchas palabras perdidas, i, en último resultado, ningún fruto positivo de paz i de armonía.

A la negociación iniciada puso al fin término la siguiente nota de Egaña : — « A bordo de la goleta Colocólo, noviembre 1 1 de 1836. — Señor ministro : Ya tuve el honor de exponer a V. S. que, atendidas las circunstancias de que hice mérito, no estaba en mi mano dar una garantía llana i sin condiciones de que la escuadra chilena no impediría la reunión de los buques de guerra del Perú i el aumento de sus tuerzas navales; pero, propuse que podría celebrarse una con­vención en que, dándose también seguridades por parte del gobierno del Perú, podría hacerse inútil, i, por consiguiente, cesar esta medida de precaución que se veia necesitada a tomar la escuadra. V. S., despre­ciando esta propuesta, cuyo natural resultado debia ser obtener la misma garantía que pide, mas con seguri­dades recíprocas, se sirve, en su respetable oficio de fecha de ayer, insistir en que yo la dé llanamente, pre­viniéndome que ella es una condición sine qua non para negociar conmigo. Esta resolución tan termi­nante no me deja otro arbitrio que retirarme : princi­palmente, cuando habiendo propuesto a V. S., por medio del secretario de legación, conductor de mi oficio del 5 del corriente, una entrevista para allanar las dificultades que ocurrían, tuvo V. S. a bien contestar que no creia conveniente concederla. He sacrificado a los deseos de la paz, manifestados por ambos gobiernos, i de cuya sinceridad por parte del de Chile esíoi tan sa-

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tisfecho, toda clase de consideraciones. La posición misma en que se me ha mantenido por tantos dias, no ha sido obstáculo bastante a retraerme o a debilitar el empeño con que he procurado tenga efecto la misión que se me encargó. Me queda, pues, la satisfacción de que he hecho cuanto me ha sido posible, i de que en retirarme solo tomo el único camino que se me deja abierto. Pero, lo que todavía me es mas sensible, es verme en la necesidad de anunciar a V. S. que puede mirarse ya como declarada la guerra entre Chile i el gobierno de los Estados norte i sur-peruanos. — Dios guarde a V. S. — M A R I A N O E G A Ñ A . J>

La Colocólo dio la vuelta a Chile, i el Aquiles i la Valparaíso pusieron bloqueo al puerto del Callao.

Al mismo tiempo que estos sucesos tenían lugar en Lima, en Santiago igual éxito obtenían las negociacio­nes entabladas entre Portales i don Casimiro Olañeta, ministro plenipotenciario de Santa Cruz. Se estrellaron éstas en la condición puesta por el gobierno de Chile relativa a la independencia de Bolivia, o a la destruc­ción de la confederación (i). Olañeta aceptaba cuales­quiera otras bases, menos ésta, que era, por decirlo así, el eje de todo el negocio, i que importaba la resolución del negocio mismo. En ella, por otra parte, no decli­naba un ápice Portales i no admitía término medio. — « Ser o no ser : » — « la independencia de Bolivia o la guerra, » — fué su última palabra. El gobierno del Perú se negó a aquélla, el de Chile aceptó ésta.

( i ) Nota del 1 0 de diciembre de i 8 3 6 .

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Paladín de la integridad del territorio i de la libertad de las Repúblicas hermanas de la América Española, descendía Chile al campo de batalla a romper las cade­nas de una de ellas, a sacudir el yugo que la ambición de un hombre le imponía contra toda justicia i contra todo derecho. Hé ahí su papel. Cambiados los nombres de los personajes, la causa i la guerra eran las mismas que en 1820.

En el mensaje que inmediatamente pasó al Congreso el gobierno, pidiendo la ratificación de la declaración de guerra, decia a este propósito las siguientes pala­bras : « Chile no se entromete a defender intereses aje­nos •, defiende su propia salud ; defiende la causa de la asociación política de que es miembro; i aunque no es el mas influyente de todos, ha tenido motivos peculia­res de ofensa para anticiparse a los otros en el sosteni­miento de sus propios derechos i de los derechos co­munes. »

I el Congreso le contestaba con las siguientes resolu­ciones :

« i." El jeneral don Andrés Santa Cruz, Presidente de la República de Bolivia, detentador injusto de la so­beranía del P e r ú , amenaza la independencia de las otras Repúblicas sur-americanas.

» 2 . a El gobierno peruano, colocado de hecho bajo la influencia del jeneral Santa Cruz, ha consentido, en medio de la paz, la invasión del territorio chileno por un armamento de buques de la República peruana, destinado a introducir la discordia i la guerra civil en­tre los pueblos de Chile.

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» 3 . a El jeneral Santa Cruz ha vejado, contra el de­recho de jentes, la persona de un ministro público de la nación chilena.

» 4 . a El Congreso nacional, a nombre de la Repú­blica de Chile, insultada en su honor, i amenazada en su seguridad interior i exterior, ratifica solemnemente la declaración de guerra hecha, con autoridad del Con­greso nacional i del gobierno de Chile, por el ministro plenipotenciario don Mariano Egafia, al gobierno del jeneral Santa Cruz.

» 5 . a El Presidente de la República podrá hacer sa­lir del territorio del Estado el número de tropas de mar i tierra que tuviese por conveniente, para emplearlas en los objetos de la presente guerra, i por todo el tiempo de la duración de ésta podrán permanecer fuera del ter­ritorio de la República. »

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VI

Desligando ahora la cuestión de todos esos detalles que pudieron justificar la actitud de Portales, como la invasión de nuestras costas con elementos suministra­dos por el gobierno del Perú , la prisión de nuestro mi­nistro diplomático en Lima, etc., etc., i reduciéndola a su mas simple expresión, tenemos que, en último tér­mino, la razón de guerra por parte de Chile fué el sos­tenimiento de la autonomía nacional de Bolivia. Santa Cruz habia convertido a esta República en provincia del Perú, i la capital del Rimac era la metrópoli del nuevo imperio. I así lo entendieron no solo los políti­cos de Chile, sino los mismos bolivianos, que esta misma bandera levantaron para conspirar contra el protector i contribuir mas tarde a su estrepitosa caida.

Quedó, pues, definitivamente planteado el problema, i la guerra tomó el carácter de una verdadera interven­ción .

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En este terreno es donde debe estudiarse si Chile tuvo o nó derecho para intervenir en las contiendas i negocios interiores de aquellas dos Repúblicas. La cuestión, bajo este punto de vista, tiene dos faces : la una, la doctrina de la ciencia•, la otra, la situación' es­pecial del momento en que se dejaba a las armas la aplicación de la doctrina.

La ciencia internacional reconoce el principio de la intervención; i lo reconoce, no de una manera abso­luta, que esto no cabe dentro de los límites de la ra­zón, luz de nuestras acciones, sino en ciertas i determi­nadas circunstancias, cuando la virtud, el buen sentido i los intereses jenerales la aconsejan. Así como todos los actos de la vida pueden ser buenos o malos, según los móviles a que obedezcan i el fin a que se dirijan, del mismo modo la intervención puede ser lejítima o ilejí-tima, según sea justa o injusta la causa que la mueva i honrados o torcidos los propósitos que la impulsen. Pero, no se sigue de aquí que porque puede haber abuso en su aplicación, debe condenarse el principio en sí mismo; porque ¿ de qué no es dado abusar ? La cuestión es otra : es ejercitar el derecho sujetándose a las santas leyes de la justicia; i hé ahí la intervención lejítima que reconoce la ciencia.

Pero, ¿en qué estriba este derecho ? En la salud jene­ral, en el bien común, contesta el sano criterio; en el sentimiento humanitario, que nos obliga a obrar el bien conforme a nuestra intelijencia i a nuestras fuerzas. Con la misma razón con que yo intervengo para evitar que dos individuos se den de puñaladas a mi vista, in-

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terviene un pueblo para que otros dos no se despedacen en una guerra salvaje; i con la misma razón con que yo me opongo a que un hombre fuerte en mi presencia ofenda i golpee a un niño, se opone un pais a que otro, poderoso i fuerte, oprima a un tercero, débil i desam­parado. Así lo exije no solo la caridad que, respecto de los pueblos debe ser lo mismo que respecto de los hom­bres; lo exije también, lo reclama enéticamente, la ci­vilización misma.

Cuando se estudia la ciencia de la política a la luz de los dogmas de la lei natural, sin preocupaciones pre­vias, no se comprende cómo se discuten ciertos proble­mas cuya solución, sin necesidad de abrir un libro, está grabada allá en el fondo de nuestra alma. Uno de éstos es el de la intervención. Defenderla en absoluto i sin condiciones, es un error por cierto grosero; pero con­denarla en jeneral, sin llevar los ojos mas allá del círculo de nuestras puerilidades i solo por obedecer a la im­placable lei de la secta, es un extravío mas lamentable todavía, porque consagra el entronizamiento del egoísmo i de la barbarie.

Afortunadamente, están en acuerdo perfecto sobre este punto todos los mas distinguidos publicistas. La política europea ha reconocido el derecho de la inter­vención como una de las mas hermosas conquistas de la civilización moderna.

De ella nació la famosa teoría del equilibrio europeo, que por mas que haya sufrido rudos ataques, ha sido, durante muchos años, la salvaguardia que han tenido los Estados débiles del viejo mundo para no ser absor-

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bidos por los grandes; i así i no de otra suerte han con­servado su independencia la Suiza primero i después la Béljica, islas de libertad en medio de ese mar de des­potismo i ambiciones coronadas. I ojalá ese derecho se hubiese aplicado también a la infeliz Polonia-, en vez de ser hoi la esclava herida de muerte que se arrastra amarrada con cadenas de oprobio a los pies de la Ru­sia, seria talvez la misma grande patria de los subditos de Sejismundo i el centinela avanzado de la Europa, puesta al frente de la nación moscovita.

Ella, esa doctrina de la intervención, ha evitado mares de sangre a la humanidad en los últimos años; en apoyo de mi aserto bástame citar algunas de las intervenciones mas notables que han tenido lugar en un tercio de este siglo. Helas aquí : la del Austria, de la Rusia i de la Prusia en la revolución de Ñapóles de 1820; la de Francia en la revolución de España ( 1822); de Inglaterra en Portugal (1826)-, las de las cinco grandes potencias en la revolución que dio la indepen­dencia a Béljica (i83o); de la Francia, Inglaterra i de la Rusia en la guerra de la Grecia (1827)-, la de Rusia en la revolución, del Austria (1848); la de Francia, Inglaterra e Italia en 1853, cuando la Rusia amenazaba al imperio turco, etc., etc. Cierto, también, que entre las que dejo de enumerar hai algunas que manchan la historia con pajinas de tremenda injusticia; pero, ¡ ese es el camino de la humanidad, no siempre limpio, ni siempre libre de tropiezos!

En ella, en la misma doctrina, se inspiraron los Estados-Unidos de Norte América cuando manifesta-

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ron (i82'3) su ánimo de intervenir en las cuestiones que pudieran suscitarse entre las naciones europeas i las nuevas Repúblicas americanas, porque conside­raba toda tentativa sobre América de las potencias aliadas de la Europa « como peligrosa para la paz i la seguridad de los Estados Unidos ».

Ella, en las Repúblicas americanas, nos suministra también mas de un ejemplo notable: ¿ qué otra cosa fué toda la guerra de la Independencia? ¿ I sería justo i razonable condenar la intervención arjentina en Chile e i 1 8 1 7 , que vino en Chacabuco a romper los duros eslabones de la cadena opresora que nos sujetaba a España, o la invasión de la Nueva Granada, del Ecuador i del Perú por Bolívar, el gran libertador de aquellos países ? ¿ Merecería acaso nuestra reprobación la conducta de Chile en los negocios de Flores en el Ecuador o la del Brasil i de la República Oriental, cuando se unieron, dando su apoyo de armas i de opinión a Urquiza, para echar abajo la tiranía de Rosas ?.

Nosotros mismos buscamos la alianza de otras Repú­blicas americanas cuando España nos hizo la guerra en 1865 : ¿i qué era esto, sino pedir la intervención ajena?

La misma doctrina, el mismo principio, las mismas ideas en todo el mundo.

Su aplicación: hé ahí la dificultad; i por eso he empezado diciendo que puede una intervención ser lejítima o ilejítima, buena o mala, según sean las razones en que se apoye. Reconocer la legalidad de una conquista hecha bajo las traidoras apariencias de

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una intervención benéfica, eso jamas ha sido ni será lícito. La justicia es la verdad i el buen derecho. No se trata de dar carta blanca a un pueblo para que se inmiscue en los negocios internos de otro, ni dar títulos de autoridad a un mandatario para que tercie caprichosamente en las contiendas de sus vecinos : eso no hai publicista que se atreva a sostenerlo, ni habría hombre de estado que lo llevara a efecto sin hacerse reo de un enorme delito. • Pero, « para impedir a un soberano ya poderoso que incorpore provincias con­quistadas a su territorio o que adquiera nuevos Estados por sucesiones o por casamiento, o, en fin, que ejerza la dictadura sobre otros Estados independientes (r), » para eso, sí, unánimemente ha sido reconocido el derecho de intervención, como un medio digno i lejítimo de velar los interesados por su existencia propia. I en casos tales « la intervención, orijinada por el mal ajeno convertido en mal o peligro de mal propio, es un derecho justo e incuestionable (2). » La bondad, pues, o la maldad del acto depende de las circunstancias que acompañan el acto mismo.

Por lo que toca a nosotros los sud-americanos, repito, menos que nadie podemos condenar en absoluto el principio. A él debemos lo que somos; i él ha dirijido nuestros pasos desde el primer grito de la inde­pendencia. A su amparo tronó el cañón de los patriotas en los campos de batalla, cuando juntos confundieron

( 1 ) Wheaton. (2) Chateaubriand.

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su sangre en defensa de los comunes derechos de todos los pueblos de nuestro continente. Fué el cimiento de la fraternidad americana, i sin él probablemente, todavía no seríamos libres. Condenar, en las horas que corren, la doctrina, es, respecto del pasado, renegar de la conducta que observaron nuestros padres, i respecto del porvenir abrirnos nuestro sepulcro con nuestras propias manos. El abandono en que mutua­mente nos dejáramos hoi, sería la imposibilidad de resistir a un enemigo mas fuerte que cada uno de nosotros mañana; i nuestro egoísmo de la víspera vendría a ser el propio castigo del dia siguiente. Así van eslabonados los acontecimientos de la vida política de los pueblos, i quien no los ve es ciego. ¿Cómo declamamos por la solidaridad americana si empezamos por quitar la garantía de que entre esos hermanos no ha de haber un traidor o un verdugo ?

Portales, que sabia mas de política que todos los doctrinarios de nuestras escuelas i que comprendió los verdaderos intereses de América mejor que todos los bulliciosos populacheros de nuestros dias, no vaciló un momento en invocar el principio de la intervención para poner en ejercicio el derecho que él le concedia.

Chile, inmediatamente no ganaba ni perdía nada con que Bolivia fuese provincia del Perú ; pero la causa americana sufría un rudo golpe con ese primer mal ejemplo de ambición i conquista. La idea democrática todavía no bien arraigada en nuestro suelo, se sentía herida en lo mas hondo, i quién sabe si el mal se haría contajioso, i quién podia prever hasta dónde llegarían

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sus consecuencias. La obra de Santa Cruz, realizada, equivalía a infiltrar el veneno en la savia misma de la vida libre de nuestros pueblos. Si hoi era uno el favorito de la fortuna, ¿quiénpodría impedir quefueran otros muchos mañana ? La subyugación de Bolivia, por otra parte, abria la puerta a la esclavitud del Ecuador, que acariciaban ya las ilusiones doradas del caudillo. ¿ I qué mas ? ¿ I hasta dónde llegaría esa ambición una vez desbordada? La suspicacia recelosa de las demás Repúblicas temia, i con razón : el Ecuador tocaba de cerca sus amenazas, la República Arjentina se manifestaba inquieta, i un solo clamor de desconfianza se dejaba oir, aunque de una manera sorda i casi subterránea, desde el Panamá hasta el Plata.

Pero, mientras los sucesos del Perú no fueron sino la lucha de las facciones políticas i el combate de ambi­ciones personales que descendían a la palestra a arre­batarse la presa a precio de su sangre, el gobierno de Chile se habia mantenido neutral, sin tomar parte ni por uno ni por otro bando. Pero ahora que la guerra tomaba otro aspecto i se hacia cuestión de intereses je-nerales, i desde que estaba de por medio la causa de la libertad de pueblos hermanos, ya. no le era dado desen­tenderse, a trueque de hacerse reo de una complicidad culpable ante la posteridad histórica. La dignidad le imponia otros deberes, y su conciencia los reconocía •, que donde empezaba la conquista tenia necesariamente que concluir la neutralidad.

¿ De dónde arrancaba Santa Cruz sus derechos para

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hacerse el dueño del Perú, sujetar a Bolivia, unir las dos naciones, crear una dictadura militar y cambiar su forma de gobierno? ¿Cuál era el título con que se presentaba con el pomposo nombre de Protector para arrastrar en pos de su carro triunfal las leyes i las banderas deesas dos naciones? ¿Acaso el voto lejí-timo i libremente manifestado de esos ciudadanos? ¿O acaso simplemente aquellas facultades extraordi­narias que le endosó Orbegoso como una letra de cambio en el comercio, para que efectuase la primera invasión en el territorio peruano (i) ?

No eran, en verdad, de mas peso las razones que podia sacar del Congreso de la Paz de i835. Lo habia autorizado, es cierto, para operar un cambio radical en la forma de gobierno, ampliándole para el efecto, los poderes que se le habían conferido en 1 8 3 3 ; pero ¿con qué derecho? La autoridad del Congreso no llegaba hasta ese punto. No eran de su resorte las leyes fundamentales de la nación. « Todo aquello, dice Olañeta, el mismo que era ministro plenipo­tenciario de Santa Cruz en Chile (2), todo aquello fué una farsa ilegal en que danzaron gobierno i con­greso ridiculamente, produciendo , sin embargo, el horrible melodrama que ha terrificado al mundo. ¿Llenáronse las condiciones requeridas por nuestro pacto para variar uno, muchos artículos o el todo de la constitución ? ¿ I el tratado de La Paz i la declaración

(t) Nota de Orbegoso a Santa Cruz, de julio 8 de iS35. (2) Mi defensa a la calumnia.

23

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de Puno en su art. 5.", no tendían el primero a hacernos perder la nacionalidad, que en realidad se perdió por la otra? ¿Puede un congreso ordinario, sin poderes determinados, explícitos i detallados hacer una mudanza tan grave en las instituciones, i nada menos que asociar su patria a otro pueblo, perdiendo independencia, parte de soberanía, i, en fin, esto como ensayo para una fusión ? Si tuvo poderes, que los muestre; si hubo facultades, manifiéstense; i si ni uno, ni otro, ni nada existe, clara es la nulidad de sus actos, como inicua i de toda perversidad es la traición del Presidente de Bolivia, audaz en la intriga, cobarde en el campo de batalla. »

Ni eran mejores los argumentos arrancados al Con­greso de 1 8 3 7 . Este Congreso no dio su aprobación al pacto de la Confederación, apesar de que para obtenerla no se perdonaron medios que no se pusieran en juego por parte de Santa Cruz i sus amigos. Los historiadores de Bolivia refieren con justa indignación las intrigas que se desarrollaron al rededor de estos sucesos. « En la sesión siguiente, dice uno de ellos (1), el señor Torrico presentó el proyecto de repulsa del pacto, en el cual, en vez de «no se considerará jamás » se habia puesto « no se considerará por ahora » ; i esta superchería de mala calidad no sirvió sino para irritar a los diputados, i el pacto fué definitivamente recha­zado. » « E l Congreso, continúa, que examinó escrupulosamente las leyes que habían facultado a

(t) M. J. Cortés. « Historia de Bolivia.»

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Santa Cruz para establecer la Confederación, descubrió que se habia falsificado uno de los artículos de la Constitución de 3i : consistía la falsificación en conceder al gobierno, en circunstancias de peligro, facultades mas amplias que las que le concedía el artículo aprobado por el Congreso.»

Tales eran los títulos con que Santa Cruz se hacia dueño de las Repúblicas del Perú i Bolivia.

Si siquiera hubiese tenido en favor suyo la voluntad del pueblo, la popularidad de su causa; pero, ni eso. En el Perú no miraban bien los hijos del país a un extranjero sentado en el solio del poder, ni las familias aristocráticas de Lima convenían en verse dominadas por el hijo de una india : en Bolivia, los patriotas protestaban contra la idea de hallarse, de la noche a la mañana, convertidos en una simple provincia del Perú , siendo que ellos eran en realidad los conquistadores. Les parecía que la falsa posición en que venían a encontrarse marchitaba los laureles obtenidos en los campos de Socabayai Yanacocha. Sus valientes capi­tanes iban a formar la corte de un monarca en los salones de Lima, i esa comedia no cuadraba bien al carácter republicano i enérjico de los hijos de la alti­planicie. Mil pequeñas susceptibilidades entre uno i otro pueblo contribuían a hacer mas antipática la Con­federación, hasta el punto de hacerla imposible sin el uso de las armas. La ambición afortunada la habia creado; pero solo las bayonetas podían sostenerla.

Ahora bien, si tal era la obra del jeneral Santa Cruz; si la libertad de las dos Repúblicas avasalladas estaba

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conculcada con violencia •, si corria peligro la autonomía de los países vecinos; si todos los actos del Supremo Protector revelaban en él los propósitos de fundar una monarquía, sus órdenes, sus condecoraciones, su cons­titución de un gobierno vitalicio, etc., lo cual era una amenaza inmediata i terrible para las demás repúblicas, ¿ cómo no reconocer el buen derecho de Chile para intervenir i salvar la libertad, la autonomía nacional i las ideas republicanas de los nuevos Estados de la Amé­rica Española ?

Con estos antecedentes, pretender que el gobierno de Chile permaneciera indiferente, testigo mudo del despojo que se consumaba a su vista, era no conocer el partido que estaba arriba, ni al hombre que dirijia en aquellos momentos el timón de la nave del Estado. Antes que en los libros de la ciencia, en sus robustas almas habían ellos leído que la intervención, dadas las circunstancias expuestas, era no sólo lícita, sino un deber imprescin­dible. Chile no podia desentenderse de esa nueva misión que la Providencia le confiaba, sin renunciar para siempre a toda acción i a toda influencia en la política sud-americana.

Hé aquí cómo interpretó Portales la cuestión de la intervención chilena bajo el punto de vista de la segunda faz a que aludí en las pajinas anteriores.

Pero, sin necesidad de buscar otros argumentos para responder a Santa Cruz, habría bastado a nuestro ilustre estadista exhibirle sus propios documentos para pro­barle que en su conducta actual no hacia otra cosa que seguir al pié de la letra las mismas doctrinas que él

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había sostenido para justificar sus propios actos, puesto que no apoyó en otras razones su injerencia en los negocios internos del Perú, que en ese derecho incues­tionable de la intervención lejítima, cuya aplicación, decia, «es la salvaguardia de todos los intereses públicos i privados. » Sus ideas, a este respecto, son idénticas a las que sirvieron de fundamento a Portales para trazar su línea de conducta internacional, convir­tiéndose, de esta suerte, en armas contra el protectorado las mismas que el caudillo de Bolivia acababa de esgrimir para mezclarse en las contiendas civiles del Perú. ¡ I si la doctrina habia servido, porque desgra­ciadamente habia sido mal interpretada, para causar el daño, justo era que viniese a servir para la aplicación del remedio!

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VII

Rotas ya las relaciones entre Chile i la Confederación Perú-Boliviana i deferida la razón a las armas, quedaron ambos caudillos frente a frente i pudieron medirse con seguridad de conocerse. Los pueblos se complacieron en contemplarlos como en duda e incertidumbre, tal vez calculando las probabilidades del éxito de la futura contienda por el grado de resolución que ellos mani­festaban. Así los antiguos paladines buscaban plaza en medio de la multitud para satisfacer sus agravios, i los espectadores del torneo se empeñaban en adivinar al vencedor en su actitud mas o menos resuelta.

Dejémoslos un momento en esta situación para poder nosotros observarlos también a la luz de la verdad histórica i estudiarlos con el imparcial criterio de la posteridad. Es la ocasión oportuna de ponerlos en paralelo, i sea este capítulo un paréntesis en el curso de esta historia.

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— 359 — Ambos fueron caracteres mui diversos, a pesar de

que ambos tienen entre sí muchos puntos de contacto. En lo que se parecen es en su espíritu de organización, que en uno i otro produjo admirables resultados, i en lo que difieren es en los medios i en las cualidades que hicieron servir a sus propósitos de grandeza.

Gracias a ese espíritu de organización, Chile se reje-nera bajo el dominio de Portales, i a probarlo está consagrado este libro. Bolivia da pasos de jigante en el camino del progreso, i de humilde colonia sube al rango de nación ventajosamente conocida en Europa cuando se ve dirijida por la mano de Santa Cruz. Sus rentas aumentan, su administración se vigoriza, sus elementos de riqueza ganan inmensamente, su bandera se hace respetar en el extranjero i su nombre vuela en pajinas de gloria por todo el continente sud-americano. Parecía que el advenimiento de Santa Cruz a la presi­dencia estaba destinado a marcar una época de rejene-racion en aquel país, i tales fueron los hechos que dieron razón de afirmarlo así a los partidarios del Protector. Va después al P e r ú ; i allí, como lo acababa de hacer en Bolivia, organiza la administración pública restablece el crédito, impulsa enérjicamente el desarrollo de la prosperidad nacional, i sobre verdaderas i sólidas bases levanta el pedestal de su incontestable prestijio. Así en una como en otra parte, por estos motivos, tuvo derecho a justas alabanzas, i bajo este punto de vista es digno émulo del estadista chileno.

Ambos estuvieron dotados de ardiente celo, de acti­vidad infatigable de tenaz perseverancia para llegar a

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su fin. Una vez en el poder Santa Cruz, lo mismo que lo que dejo dicho respecto de Portales, no descansó un momento en el camino de las reformas que concibió, abarcándolo todo para mejorarlo todo, desde el rancho del soldado hasta la codificación jeneral de las leyes de la república. Tuvo, como Portales, el singular talento de rodearse de especialidades en todos los ramos del saber, haciendo de su corte de Protector una brillante constelación de notabilidades, en la cual no faltaban ni hombres de letras, ni diplomáticos, ni lejisladores, ni menos famosos capitanes. Agradables ambos en la charla íntima, eran de trato simpático, i amenos i abundantes en la conversación; pero en aquello en que ambos sobresalían, especialmente Santa Cruz, era en la correspondencia epistolar, jénero de literatura que, sin ser literatos, ambos conocían por natural instinto de una manera admirable.

Puestas sus cualidades privadas al servicio de sus ambiciones de hombre público, tuvo Santa Cruz, como Portales, oportunidad de sacar de ellas toda la ventaja que le permitieron las circunstancias; i de aquí su elevación.

Estos son puntos de contacto : ahora sus diferencias. Desde luego ¡de qué distinta manera y por cuan

diverso camino van ambos a la cúspide del poder! Queda dicho cómo Portales llegó a dirijir los destinos de su patria, arrastrado por los acontecimientos que lo envolvieron contra su propia voluntad i movido única­mente por el intenso patriotismo que rebosaba en su alma, sin ambición alguna dé engrandecimiento per-

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sonal. Santa Cruz, por el contrario, hizo del poder la aspiración de todos los actos de su vida. Era ambicioso. Un arranque de jenerosidad llevó a aquel al ministerio de lo interior en i 8 3 o ; a éste lo levantó hasta la presidencia de Bolivia en 1828 una infañgable tenacidad de muchos años, siendo de notar que este puesto no fué para él el fin sino el medio para llegar al otro mas alto que acariciaba en sus dorados sueños de omnipo­tencia sud-americana. Una vez en Bolivia, Santa Cruz continuó con mas ahinco que antes su tarea, y es de admirar el talento que desplego en ella. Empezó por hacerse popular entre los suyos-, ganó prosélitos ardientes mediante sueldos y honores que supo prodigar con notable acierto; estableció lojias secretas en las principales ciudades del Perú destinadas a su objeto, con las cuales mantenía correspondencia constante : minó sordamente a los gobiernos de este país hasta hacer estallar en él diferentes revoluciones; estrechó lazos de unión con sus hombres mas influyentes, soltándoles a tiempo i oportunamente la palabra de la confederación i preparando de esta suerte la tierra para sembrar en seguida; llevó su audaz intriga hasta tratar al mismo tiempo con Gamarra i Orbegoso, enemigos ambos, no importándole mucho con quien se unia con tal de acertar el golpe, i haciendo poco caso de la lealtad personal en obsequio de su causa; i últimamente, cuando juzgó que era llegada la hora i que el fruto estaba maduro, se lanzó con resolución, como quien tiene ya bien sacadas sus cuentas i está seguro del éxito. Supo minar sordamente el edificio que se preparaba a destruir,

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i una vez falseados los cimientos, en el momento preciso le dio el golpe de muerte.

La franqueza ruda de Portales en la escena pública contrasta con el astuto disimulo de Santa Cruz, « Yo me atrevo,» dijo el primero, i sin mas preámbulo se empeñó en la ardua misión de organizar a su país. El segundo, que conoce brillantemente el arte de cons­pirar, no se arroja sobre la presa en un arrebato del momento: la rodea, la acaricia, la persigue con incan­sable prolijidad, i no la deja sola un instante. Jamas sale de sus labios una palabra imprudente, i si alguna vez se avanza mas de lo que es debido, es para rogar a sus amigos del Perú que hagan notar a sus conciuda­danos sus facultades de administrador, i aun entonces su lenguaje es suave i lleno casi de una sencillez encan­tadora. « Es importante que se vea, escribe al deán Córdoba de Arequipa en julio de 1829, que Bolivia ha cambiado de forma desde mi aparición en ella, i este conocimiento nos será útil. » Mas tarde, cuando llega la ocasión de dar un paso mas adelante i es ya tiempo de arrastrar al Congreso de Bolivia a darle las conce­siones que juzga necesarias para sus propósitos, no va tampoco recto a su fin, no exije nada, sólo manifiesta el temor de que pueda perderse la nacionalidad boliviana, i únicamente aparenta velar por sus buenos derechos; dentro de los límites de una modestísima pretensión obtiene que en términos vagos se le autorice « para tomar todas cuantas medidas crea convenientes a fin de precaver los contajios del desorden y defender la República de toda clase de agresiones, manteniendo

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siempre en la política internacional la superioridad que nos da el estado de orden i de paz que felizmente disfruta la República. » De aquí hace arrancar, sin embargo, la autorización para sus actos posteriores.

De esta diferencia de carácter, bajo este punto de vista dan testimonio el juicio histórico i los actos públicos i privados de uno i otro personaje. « El lado mas severamente censurable de su vida pública, dice un historiador de Bolivia refiriéndose al jeneral Santa Cruz ( i ) , es su carácter suspicaz i desconfiado, que fué causa de la propagación de ciertos medios de no dudosa inmoralidad, como resortes de su sistema administra­tivo; tales eran el espionaje, la delación secreta y la violación de la correspondencia epistolar. » El precio de 10 .000 pesos ofrecido por la cabeza de su enemigo Salaverry i la participación casi del todo averiguada que tuvo en la revolución de Quillota para deshacerse de su terrible adversario, son motivos que juntamente con caracterizar su fisonomía manchan de una manera triste las pajinas de su historia. Portales, al contrario, no se valió nunca de medios inmorales para realizar sus planes; despreció con noble arrogancia el apo}'o de lojias: no se parapetó jamas detras de otros para huir de la responsabilidad de sus actos. Hubo una ocasión en que se le propuso por una persona culminante en la política del país un crimen, el asesinato del jeneral Freiré, revolucionario temible por su valor i su influjo i enemigo declarado de su administración; él rechazó

( i ) Luis Mariano Guzman.

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indignado la oferta i no volvió en los dias de su vida a dirijir la palabra al que tuvo la villanía de hacerle semejante propuesta. De labios de un confidente íntimo de Portales herecojido esta revelación, i quien me la refirió vio por sus propios ojos la carta en que se le proponía el indigno crimen ( i ) .

Tortuosos caminos en realidad llevaron al protecto­rado de la confederación Perú-Boliviana a Santa Cruz, al paso que no pudo ser mas claro i abierto el que recorrió Portales para ir a la dirección de la política de Chile. Este no se batió nunca sino a la sombra de una bandera, la del partido conservador, símbolo de la rejeneracion nacional : aquél sirvió primero a la causa de España, i después a los patriotas, i antes de ir a la presidencia de Bolivia ocupó altos puestos en la administración del Perú, donde llegó a ser presidente del consejo de gobierno (1826). El papel político de éste no obedece a principios determinados i fijos, sigue otros vaivenes, mientras que el de aquél es un marco de fierro inalterable i constante, circunstancia que imprimió distinto rumbo al camino del uno i del otro.

I la razón de esto es que Portales no era impulsado por interés personal alguno, pues despreciaba el poder i los honores, al paso que Santa Cruz no tenia otro móvil que el engrandecimiento propio. Portales era inmensamente mas patriota. ¿Qué sacó este último de sus fatigas en pro de su causa ? ¡ Para sí nada, para su patria mucho! La prueba de mi aserto está en las

( 1 ) Conversación con D. Vicente Bustillos.

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pajinas de este libro. Santa Cruz sacó, en cambio, para sí mucho i para su patria nada.

Pudo, sin embargo, haber hecho grandes bienes si hubiese pensado menos en sí mismo. En vez de empe­ñarse en esa ilusa confederación, que era insostenible, porque arrastraba por una i otra parte las antipatías mas ardientes, destinada únicamente, a juicio de la conciencia pública, a elevar su propia persona sobre la anulación de la nacionalidad boliviana, debió haber dirijido sus esfuerzos a engrandecer a su patria organi-zándola, dándole vitalidad propia, levantándola, en fin, sobre sólidos cimientos. Nada de eso hizo, i en sus mismas buenas obras no tuvo mas objeto que manifestar, como lo decia confidencialmente al deán Córdoba, sus cualidades de hombre de Estado. « Nadie podrá creer, le agregaba con fecha 15 de julio de 1829, que aquí satisfago ni mis inclinaciones, ni mis cuidados; i será fácil conocer que sólo me propongo un grande objeto empezando por un gran sacrificio. Vd. es buen testigo de mi corazón, i yo la víctima de la gloria i del deseo de servir a mis amigos.» No decia : « la víctima de mi deber i de mi patria!. . . » A ser mas patriota, debió haberse conducido de una manera mui distinta, i habría economizado torrentes de sangre; i a ser mas abnegado, debió haber dado de mano a sus proyectos de ambición dominadora para engrandecer a Bolivia. ¿Qué disculpa cabe en su negativa de 1827 a la petición de los vecinos de Tacna que anhelaban incorporarse a la nación boliviana i formar con ella el departamento de su litoral, dándole el puerto de Arica

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i una estensa costa ? Si en aquella época se adhiere Santa Cruz a estas ideas, entonces sí su patria habría tenido sobrados títulos para bendecir su memoria i agradecer sus servicios. La ambición de lo descono­cido lo cegó i no dio oidos a esa oferta, i ahí, sin embargo, estaba el verdadero camino de su gloria, que habría sido mas sólida i mas positiva. ¡ Quién puede calcular lo que seria a estas horas Bolivia con este estenso territorio i esa riquísima costa !

Pero los lejanos deleitosos rumores de los salones de Lima, el fausto pomposo de una diadema en pers­pectiva, los lisonjeros oropeles de una omnipotencia sud-americana en todas las costas del Pacifico, influye­ron en el alma del guerrero mas que la voz severa del cumplimiento del deber. La Paz i Sucre no lisonjeaban su amor propio como Lima; i al cabo mas delicioso es el clima de las riberas del Rimac que el de las tristí­simas mesetas del Illimani! Pero el hijo de la cacica de Huarina, pura sangre aímará, debió haber pensado que el hombre antes que a sí mismo se debe a su hogar i a su patria.

De otra suerte pensaba el estadista chileno, cuando no tuvo mas objetivo en sus sueños de ambición que la prosperidad de Chile. Ya he hablado en mas de una ocasión de este su abnegado patriotismo, no desmentido ni oscurecido un sólo instante; i escusado es volver sobre lo que ya he escrito.

Esta diferencia de carácter alcanza hasta su vida privada. Santa Cruz era egoísta ; Portales extraordi­nariamente jeneroso i desprendido. Portales subió ai

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— Soy — poder rico i salió de él en la miseria; toda su fortuna la disipó en hacer bien a sus amigos i en los azares de la política; no cobró sueldos durante algún tiempo de su administración, mientras tuvo recursos propios para vivir sin necesidad de gravar al fisco; repartía limosnas en abundancia, socorría la indijencia con verdadera prodigalidad, i daba dinero hasta a sus mismos enemigos, como sucedió con Freiré, TJriarte, Bezanilla, etc., etc. Santa Cruz bajó de su trono acau­dalado, i llegó a ser acusado de avaricia ; se le echó en cara que tomaba parte en especulaciones comerciales que perjudicaban a la hacienda pública; aceptaba cuan­tiosos presentes de sus conciudadanos; sus sueldos como jefe de la nación fueron soberbios, i se hizo obsequiar por sus Congresos con inmensas propiedades de campo de injente valor; tratándose de cuestiones de dinero se empequeñecia de una manera vergonzosa, i esto le mereció amargos sarcasmos de sus enemigos i justísimas quejas de sus amigos. Para aquéi el culto de la patria fué completamente puro, consagrado en el altar del sacrificio al calor del fuego de los mas elevados senti­mientos del alma; al paso que para el último fué un culto de otra especie, parecido al de aquellos falsos sacerdotes de la antigüedad, cuyos oráculos se traducían en ofrendas i oblaciones de oro. Punto es este en el cual la personalidad de Portales admite parangón con pocos en la historia, i está muí arriba sobre la del pro­tector de la Confederación Perú-Boliviana.

Idéntica cosa pasa respecto de los honores que uno i otro gozaron. Los huyó constantemente Portales; los

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buscó constantemente Santa Cruz. El uno, en medio de una sencillez espartana, era el tipo del verdadero servidor de la República; vestia con exajerada modestia, huia de las manifestaciones de la vanidad, tomaba de los elevados puestos públicos que ocupaba el trabajo, renunciando a sus halagos, i preciaba mas el modesto rincón de su retiro que el fausto de los salones de Santiago, donde raras veces, i sólo obedeciendo a las exijencias sociales, concurría. Cuando voluntaria­mente dejó el poder, se encontró mas feliz que nunca en su humilde escritorio de comerciante de Valparaíso. Vivió siempre como un soldado en campaña, i mas que un ministro-dictador parecía un estudiante.

No así Santa Cruz. Si firmaba agregaba a su nom­bre los siguientes calificativos : « Capitán jeneral, Pre­sidente de Bolivia, Gran Mariscal pacificador del Perú, Supremo Protector de los Estados sur i nor-peruanos, encargado de las relaciones esteriores de los tres Estados, etc., etc. » Si se presentaba en público era seguido, como un monarca, de una corte de pala­ciegos, lleno de entorchados de oro i cubierto el pecho de condecoraciones. Si se acercaba a los Congresos, no era, como su émulo, para rechazar honores, i, sí, sólo para buscarlos o aceptarlos, fueran ellos títulos pomposos, espadas de honor o medallas de brillantes. Si frecuentaba los aristocráticos salones de Lima, tenia especial esmero de hacer en ellos ostentación lujosa de grandeza, revistiéndose de toda la majestad de un señor de naciones i haciéndose tratar como tal, no sólo en su propia persona, sino en su mujer i en su familia. Se

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- 3 6 9 -embriagaba en el humo de la lisonja, lo fascinaban los oropeles del poder i ambicionaba el mando para gozarlo en sus múltiples accidentes de dominio, de pompa i de riqueza. Aun caido no pudo resignarse a vivir lejos del gran mundo, i buscó la sombra de una corte i mas tarde un título diplomático para gozar todavía del pla­cer délos ricos uniformes i de las recepciones brillantes.

La diferencia de carácter de estos dos hombres notables se reflejó de una manera vivísima en sus obras. La de Portales enérjica, modesta i severa como él, ha vencido al tiempo, i aún vive. La de Santa Cruz, pomposa, personal, infecunda, duró lo que el poder de su autor, i murió al nacer. La una se afianzó, no en los hombres, sino en las ideas; la otra sólo en hombres, i hé aquí su falta : nació aquélla de la con­ciencia del pais, ésta de la ambición de caudillos ; i hé aquí la inconsistencia de su estabilidad. Murió Por­tales i no se desprendió un grano' de arena del edificio por él levantado; al paso que las bayonetas de Yungai no dejaron piedra sobre piedra de los monumentos del protectorado. La confederación Perú-Boliviana pasó hace muchos años a la historia, i entre el polvo del ca­mino del tiempo apenas en el dia se distinguen las hue­llas de su paso; entretanto que Chile, merced a Por­tales, es todavía la República mas feliz de la América española.

Es del caso hacer una observación que cumple a mi objeto antes de seguir adelante, i que estriba en uno de los mas pronunciados puntos de oposición que existe entre ambos caracteres. Me refiero a la manera como

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uno i otro estimaron lo que llamamos en nuestros paises el militarismo. Portales le dio el golpe de muerte i levantó sobre sus ruinas la prosperidad nacio­nal, porque bien sabia que el dominio del sable es fatal para los paises libres. Santa Cruz, por el contrario, parte porque necesitó valerse de las armas para realizar sus planes de conquista, parte porque este modo de ver las cosas estaba dentro de la esfera de sus princi­pios, pues él mismo era soldado, cometió el gravísimo error de entronizar el militarismo en Bolivia, dándole alas a su ambición i sojuzgando en su provecho al pais de una manera aterrante. Tanto empeño puso en tener soldados, que los hizo soldados a todos i convir­tió en un verdadero campamento a toda la República. Diez años de guerra constante algo significan en la vida de un pueblo. El resultado de uno i otro sistema aplicado a los dos paises en que estos estadistas figuran, resuelve el problema de cuál tuvo mejor acierto, i es lección para los políticos del dia que en otros paises de América aun discuten el mismo i ya viejo problema del militarismo.

Pero a pesar de las diferencias de carácter que quedan apuntadas en este paralelo, no puede ponerse en duda que ambos fueron hombres de Estado mui hábiles. Si Santa Cruz no está a la altura de Portales, merece, sin embargo, un lugar preferente en la historia. Si no tuvo su audacia, no le faltó el valor que hai derecho a exijir de un hombre público : menos resuelto, manejó con mas arte los hilos de la intriga; mas lento en la ejecu-eucion de sus resoluciones, fué igualmente seguro i

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exacto en la deducción de las consecuencias que le convenían; con menos jenío, no fué menos vasto, aunque mas instable, en el programa de sus proyectos; si no tenia la ardiente enerjía de decir « quiero », sabia amoldarse admirablemente a las circunstancias i decir a sus amigos «lo pensaremos », para proceder en seguida según su propia i exclusiva voluntad; si no estaba dotado de cualidades excepcionales i brillantes como el otro, formaban el fondo de su carácter una porción de cualidades mediocres, que reunidas hacian de él un todo superior a la vulgaridad de los políticos de Sud-América. Mas jenio fué Portales; mas pacien­cia Santa Cruz.

¿Y cuál mas grande? Sin disputa el primero, sin que por eso el segundo deje de ser su digno émulo.

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VII I

En los preparativos que fué necesario hacer para poner al pais en pié de guerra, es donde se admira la infatigable actividad de Portales. Su jenio encontró un campo digno de sus esfuerzos, pues hubo que vencer tantos obstáculos de distinto jénero, que hacer frente a tantos gravísimos compromisos i que crear de la nada tantos recursos, que apenas se concibe cómo se obtuvo ese lisonjero resultado i ese entusiasmo enérjico de que dio pruebas la República.

El pensamiento del gobierno de Chile fué llevar la guerra a la misma casa del enemigo; i fácil es com­prender cuántas dificultades se suscitarían a cada paso para realizarlo. Todo lo allanó, sin embargo, el carác ter incontrastable del gran ministro •, i armas, elementos, municiones, dinero, crédito, aparecieron por encanto. Los temores mismos, las mismas desconfianzas se trocaron en esperanzas de victoria i en himnos de combate.

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¿No habia dinero? Se hizo un llamamiento al pa­triotismo del pais, i éste respondió con un empréstito de quinientos mil pesos.

¿ Aconsejaba la política el apoyo de otras repúblicas americanas ? Nuestro ministro diplomático, don José Joaquín Pérez, obtuvo del gobierno de Buenos Aires la cooperación inmediata; i un ejército arjentino cruzó las fronteras de Bolivia.

Chile entero se conmovió desde sus cimientos. Las plazas públicas se trasformaron en oficinas de enganche, i en pocos meses los cuadros del ejército quedaron completos i se formaron nuevos batallones. Las guar­dias nacionales se ofrecieron a ir donde el puesto de honor i los intereses de la patria los reclamaran*, muchos ciudadanos elevaron presentaciones al go­bierno en igual sentido, i no faltaron ejemplos de honrados i laboriosos empleados públicos que se em­peñaran en ceder en pro de la causa común la mitad de sus sueldos. Dignos de recordar son aquellos dias de ajitacion jeneral, i aquella abnegación, i aquellos arduos trabajos. Dia i noche estaban abiertos los ministerios; i jefes de oficina i empleados subalternos i gobierno i todos de consuno acudían a consagrar todas sus horas a la misma labor constante i penosa. I todo esto se hacia con una economía estrictísima, igual tal vez, sino superior, a la que precedió al envío de nuestras antiguas expediciones libertadoras del Perú. Los jefes de pro­vincia siguieron el ejemplo de los caudillos de la capital, i encendidos en el mismo santo fuego, tuvieron entre sí una verdadera emulación de jenerosidad i patriotismo,

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— 3 7 4 — que fué útilísima para el propósito común que todos abrigaban. N o se oía mas que ruido de tambores i cornetas. Los fusiles viejos se reparaban, i hasta legaba el caso de desenterrarse los cañones de la inde­

pendencia, que durante largos años habían estado abandonados en los destruidos fuertes. El intendente de Concepción enviaba, en abril del 3y, al gobernador local de Valparaíso, para utilizar en la próxima cam­paña algunos de esos cañones de bronce, ciento setenta i seis corazas i ciento cuatro cascos. Lo mismo, en mayor o menor escala, hacían las diferentes autoridades de los departamentos. Nadie quería ser el último en obrar o dar algo.

Los jefes militares del sur recibían órdenes, que se apresuraron a obedecer, i disciplinaban con ardor los cuerpos de su mando; los proveían de buenos caballos i los preparaban para enviarlos a los cantones del cuartel jeneral que se formaba en Santiago, Valparaíso, Casablanca i después en Quillota. Nuestros mas afa­mados tácticos se dedicaban con extraordinario empeño a esa enseñanza; i no era extraño ver entre los cuadros incorrectos de nuestros reclutas a viejos i valientes veteranos que abandonaban su tranquilidad i su reposo para buscar de nuevo, al lado de sus noveles hermanos, el camino de la gloria. Hasta los restos deshechos de las antiguas cuadrillas guerreras del territorio araucano i de los Pincheiras venían a servir para la organización de esos cuerpos, ansiosos de hacer olvidar sus pasados extravíos con las proezas que se prometían realizar en suelo extranjero en servicio de una buena causa.

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La nación toda, de un extremo a otro, se habia con­vertido repentinamente en un campamento militar; se aspiraba la atmósfera inflamada de una nueva vida-, todos eran soldados, i jóvenes i viejos tomaban el fusil; los cuerpos de línea se movilizaban, i los cívicos dupli­caban su número i quedaban de guarnición en los cuarteles i de defensa en la frontera araucana: algunos de ellos, sin embargo, se convertían, por la voluntad espontánea de sus oficiales i soldados, en batallones de línea, i se disponían también para la campaña; i a todo esto asistía i, sobre todo, vijilaba con incansable tesón, el gobierno de la República.

La prensa oficial, entretanto, al mismo tiempo que probaba palmariamente, en magníficos artículos, la justicia de la causa de Chile, alentaba al pueblo a cumplir su deber, i le comunicaba ese ardor abnegado i enérjico, que es la mas segura prenda de triunfo en el combate i de sublime serenidad en el peligro. Corres­pondían a las palabras entusiastas de la prensa oficial los demás periódicos de la República; i todos unánime­mente estimulaban a los ciudadanos en sus honrados propósitos de luchar por la patria. Se habría dicho que todos obedecían a una palabra de orden i que no tenían mas que un solo corazón : ¡ tan espontáneas eran las manifestaciones de sus ardientes sentimientos!

El pais se hacia digno del gobierno, i el gobierno, a su turno, le daba ejemplo con su acción i su palabra.

I en su seno descollaba Portales. Portales era el alma de la ajitacion. Asistía a los ejercicios doctri­nales de la tropa, se defendía de las conspiraciones

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compradas a precio de oro por los emisarios de Santa Cruz, jestionaba en notas diplomáticas sobre la cuestión internacional, i, en una palabra, en todo estaba i nada desatendía. La actividad extraordinaria, la íe ardiente con que habia abrazado la idea de la expedición i el espíritu tenaz de su carácter lo multiplicaban de una manera verdaderamente asombrosa. Se colocó a una altura inmensa, i pudo , con razón, vanagloriarse de ha­

cer de esos días el monumento de su gloria. Hé aquí una de sus cartas, que revela la infinita

variedad de sus atenciones. <Í Señor don Manuel Búlnes. — Chillan. — Santiago,

enero" 20 de 18З7. —Mi querido amigo : Ayer, a las seis i media de la tarde, recibí su estimada de 15 del que rije, participándome la intentona de los Anjeles. Para mí, Anguita, después de su separación del cuerpo, he temido que no habia de estarse quieto : es intrigante i aspirante, i con presunción de que es algo. Nada absolutamente creo de Vidaurre, Boza ni Letelier, porque son honrados i, ademas, tienen experiencia i no es fácil que se alucinen. De la entrevista de Vd. con Bastías, estoi seguro que resultará la inocencia de estos jefes. De tener alguna ramificación en el ejército esta locura, creo que no se extienda a mas que a dos o tres subalternos. Desháganse Vds. de todo lo malo que tengan por allá : yo mas bien desearía tener a los bellacos aquí que en ese punto : por allá tienen el arbi­

trio de mover los indios, instigar a los cuerpos del ejército a una rebelión, etc., i por acá no ; al menos no pueden pensar en indios. Es necesario que haga Vd.

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, — ^77 — volar el proceso. No mande Vd. ningún caballo per­teneciente a los escuadrones, que le hemos pedido: aquí podemos montarlos, porque hai mas proporción de comprarlos. Los oficiales deberían vender allí los suyos i proporcionárselos aquí; pero si les tienen cariño, seria mejor que los mandasen por tierra al campamento de las Tablas. Mucho siento que no pueda venir Jarpa ; pero si Vd. ve que se mejora, déle la orden de venir aunque sea por tierra i después que hayan salido los escuadrones. La barca Santa Cru\ debe tocar primero que la Monteagudo en Talcahuano por tropa, i será mui conveniente que la primera tropa que venga sea la de caballería. Con esta fecha se da orden al intendente de Talca para que haga una recluta i la ponga a la disposición de Vd., i va también la autorización para que por reclutamiento se llenen las bajas del ejército. Por acá no hai novedad. Los negocios del Perú presentan buen aspecto; yo creo que no nos lisonjeamos demasiado esperando que podemos concluir con el cholo mas fácilmente de lo que se cree. Toda la fuerza de las tres armas que tiene en el Perú consta de 6,o5o hombres, i ni con 20,000 puede atender los puntos atacables que presenta el territorio que ocupa. Me parece que lo vamos a volver loco con el plan de campaña en que nos hemos fijado. Este diablo de pipiolaje no tiene sentimiento alguno de patriotismo; cuando nos ven empeñados en una guerra que debe ser de tan felices resultados para el pais, i en que está tan vivamente interesado el honor nacional, en­tonces los vemos apurarse mas en sumir a la República

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en desgracias lamentables para siempre. Estamos convencidos de que la impunidad es el oríjen de tanto abuso i de tanto exceso, i resueltos, por consiguiente, a apretar la mano en cuanto no seamos cruzados por nuestros malos jueces. No sé casi lo que escribo en medio de mil atenciones que me interrumpen. Haré lo posible por remitir a Vd. armamento, comprando el primero que se presente, aunque no sea tan bueno. Entretanto, puede suplir con parte del de las milicias, como vamos a hacerlo aquí. -— Soi de Vd. afectísimo amigo i S. S. Q . B . S. M. — D . P O R T A L E S . »

Hai otra, también curiosa, por la revelación siguiente: « En uno de estos últimos buques venidos de interme­dios, se ha escrito una carta a una persona que conozco, diciendo que Santa Cruz compraba mucha mulada i burrada i que hacia preparativos para venirse a Chile por Atacama. Esta carta confirma lo que habia ase­gurado en los dias de la llegada un oficial de la Flora, a saber: que Santa Cruz, en conversación en la cámara de este buque, cuando navegaba del Callao para Arica, habia asegurado que cuando Chile hiciese la expedición al Perú, él haría otra sobre Chile. Para mí, todo esto no es mas que intento de asustarnos. »

Mas interesante es todavía la correspondencia que durante todo este tiempo mantenía con don Joaquín Tocornal, su colega en el ministerio i su amigo mas íntimo i estimado. Entra en ella en tantos pequeños detalles, se preocupa tanto de cosas tan insignificantes en apariencia, que es de admirar cómo en medio de tan grandes sucesos tenia tiempo para pensar hasta en

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la economía de centavos. Cualquiera diria al rejistrar las cartas que estos dos ilustres ciudadanos eran víctimas de una mezquindad miserable, que tales eran a menudo sus discusiones para evitar todo gasto supérfluo •, i sin embargo, tan lejos estaban de eso, que el uno gastó toda su fortuna en servicio de la patria, i el otro, después de servirla con raro talento por mas de medio siglo, murió escaso de bienes de fortuna. El secreto de ese modo de ser está en que ambos eran verdaderamente patriotas i honrados, mas pródigos de lo propio i menos pródigos de lo ajeno que nuestros prohombres del dia.

Hé aquí la prueba de mi aserto •, i vayan como espé­cimen las tres cartas siguientes :

« Señor don Joaquin Tocornal. — Santiago. — Val­paraíso, abril 24 de 1 8 3 7 . — Apreciado amigo : Es de justicia i de necesidad que venga nombrado contador de primera clase el contador de segunda don José An­tonio Silva, que tiene diez i ocho años de servicio, desempeñados con la mayor pureza : lo conozco mu­cho i es mui acreedor. Venga don Pablo Délano nom­brado comandante de trasportes, i véngale también el grado de capitán de navio, que lo merece bien. De ocho mil pesos que hai en cobre en la aduana, he dis­puesto que pasen cuatro mil a la comisaría para el pago de la escuadra : así ahorramos la pérdida de tres reales en onza de oro i pagaremos los picos en cobre, i casaremos dos o tres marineros en cada onza, según sus alcances, i contaremos con cuatro mil pesos, que ayudarán para los gastos. Mándeme firmados los reglamentos que le dejé sacándose en limpio de cuenta

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y razón de comisaría, etc. — Hasta mañana. —Su afec­tísimo. — D. P O R T A L E S . »

« Señor don Joaquín Tocornal. — Santiago. — Val­paraíso, abril 26 de 1 8 3 7 ; — Apreciado amigo : He recibido su carta de ayer. Hai una presentación en el ministerio de un inglés que ha establecido una lancha-cisterna con una bomba para dar agua a los buques : pide en ella privilejio exclusivo por dos o tres años con la calidad de dar agua de balde a los buques de guerra chilenos. Es necesario concederle el privilejio por el menor tiempo que solicita, pues que hace mucha cuen­ta al fisco ; pero es necesario expresar la condición de dar agua gratis a los buques de guerra nacionales i a los que el gobierno armare provisionalmente. Ha surtido buen efecto el pago a la marinería en cobre : todos lo reciben con mucho gusto en cualquiera cantidad : puede venir orden para que la aduana entregue el resto a la comisaría, que, según se me ha informado, es de cua­tro a cinco mil pesos. No me dice Vd. en su citada que haya venido Délano nombrado comandante de trasportes, que es lo que mas urje e interesa. Des­pácheme decretado el presupuesto de esta comisaría por febrero, rebajando los doce mil pesos que yo traje : cobraremos el resto en pagarés de aduana, i con ellos podremos hacer algunos pagos : verbigracia los sueldos del almirante, que ha convenido recibirlos en pape­les i otros varios. Todo mi empeño es ajustar i pagar los buques de guerra hasta el 3 i de mayo próximo pasado i olvidarnos ya de este peso, que es el mas fuerte i el mas urjente. En el estanco hai seiscientos pesos

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de patentes: puede Vd. mandarlos enteraren comisaría aplicándolos al presupuesto de marzo. Tengo una razón de los pagarés que existen en aduana desde el número 181 hasta el 572, que hacen la cantidad de ciento veintinueve mil seiscientos pesos tres reales i medio. Si descuenta Vd. de estos pagarés en Santiago, que sea de los que tienen plazos mas largos i deje que se cumplan los demás, porque el dinero ha de ir esca­seando. A mas de esta suma de pagarés, se están recojiendo otros de este mes, que excederán de cuarenta mil pesos, i cuando se hagan las contratas de trasportes, que todos piden alguna cosa adelantada para habili­tarse, se les dará en estos últimos pagarés. Los nove­cientos pesos que descuenta este cabildo al 9 por ciento, también los quiere así. Acabamos de convenir en cuatro años de privilejio con el dueño de la lancha-cisterna. Necesito saber qué ha contestado el inglés que se llamó a Colchagua para cirujano marino. Siento su indisposición i espero se haya restablecido. De Vd. afectísimo amigo.— D. P O R T A L E S . »

«Señor don Joaquin Tocornal. —Santiago. —Val­paraiso, mayo 3o de 1 8 3 7 . — M i apreciado a m i g o : Nos hemos¿ echado a pensar en algún individuo que proponer para gobernador local, asunto que nos ha ocupado también muchas horas antes de hoi, pero no encontramos... (el intendente tiene mucha razón para resistirse a proponer a Manterola •, yo digo que no solo no hará cosa de provecho, sino que hará algunos males si no se está mui a la vista). Entretanto es necesario separar de una vez a Vidaurre del gobierno

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para que pueda contraerse enteramente al batallón Val­divia, que necesita de una continua asistencia. —Reser­vado. Encargue al coronel Frutos de que vele mucho sobre que los capitanes Tocornal i Niño no seduzcan, para enterar el número, a soldados casados i con oficio. Disponga Vd. que se compren por este gobernador a don Josué Waddington 5oo fusiles a cuatro pesos seis reales con pagarés de aduana a seis meses, i que esta misma oficina pase a la comisaría dieziseis mil pesos en pagarés de cuatro i medio i de seis meses, para que la comisaría pueda descontar los nueve mil pesos que tomamos a don Eujenio Matta, i de que ya hemos dispuesto, así como para otros gastos que están ocur­riendo en la marina, i que procuro que todos se hagan con pagarés. El jeneral Lafuente se interesa en llevarse en su cuadro los individuos que están en el presidio ambulante i que constan de la adjunta lista, menos los dos que tienen cruz : mande ver sí sus delitos son gra­ves i avíseme, devolviéndome la listita. — Reservado. El dia 14 del que entra deben estar aquí los caballos, los lanceros, los artilleros, las dos compañías de Tocornal i Niño i cuanto tenga que ir al Perú, porque hemos de dejar embarcado todo bicho el 1 5 . La demora nos perjudica increíblemente bajo todos respectos. Diga al comandante de armas que no mande de balde las espalderas de corazas porque no las quiere Lafuente, i que me parece bien que Soto venga con los caballos que han de embarcarse : que me diga cuántos reclutas me tiene, pero que no mande viejos, tuertos ni quebrados, porque, a mas de gastarse inútilmente el tiempo i plata,

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se mortifica sin provecho a estos infelices, que hemos tenido que echar con la madre de Dios. — Soi de Vd. afectísimo amigo. — D. P O R T A L E S . »

Igualmente activa era la correspondencia que sostenía con los intendentes, jefes militares i demás autoridades de las provincias. Toda ella se reduce a tranquilizar los ánimos, a aconsejar medidas de orden público i a pedir reclutas para el ejército. Sobre este punto son orijinales i justísimas las ideas de Portales : obedecien­do a sus antiguos propósitos de conquistar la seguridad personal para los habitantes de la República, todo su empeño era sacar de Chile a todos los hombres peli­grosos i de malos antecedentes. Enrolados en el ejér­cito iban a ofrecer el tributo de su sangre a su patria i a prestarle un verdadero servicio, cambiando de esta suerte su papel de seres dañinos en hombres útiles para la sociedad.

Portales, que sabia que el servicio militar es a me­nudo una escuela de rejeneracion para muchos, se proponía ponerla en práctica con los que arrancaba de sus vicios para llevarlos a la guerra. Someterlos a la estricta disciplina del ejército era moralizarlos, i sacarlos de Chile era quitar a los anarquistas muchos elementos de desorden; con lo cual prestaba un doble servicio a ellos mismos, al gobierno i al pais en jeneral.

A este propósito decia al intendente de Aconcagua, don Fernando Urízar Garfias, con fecha i.° de marzo : «• Empéñese en la recluta de vagos, cuchilleros, etc. Aprovechemos esta ocasión para purgar a los pueblos de esta langosta i hacerles a los malos el bien de mejorar

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— 384 — su suerte. » — Con fecha i.° de abril le agregaba : « Me ha dejado Vd. frió con el aviso de haber man­dado al ejército restaurador diezinueve reclutas, cuando yo esperaba doscientos. Por Dios, don Fernando, ¡ tan santa es la provincia que no tenga doscientos va­gos !... » — « Reclutas, agrega mas adelante, reclutas para el campamento, mi don Fernando ; aun nos falta mucho para completar los cuerpos de caballería e infan­tería, i la expedición zarpará mui pronto. »

Preocupó, sobre todo, a Portales, puesto que en ello estribaba el principal elemento del buen éxito de la em­presa, la organización de la marina nacional. Sin ella habría quedado reducido a nada su pensamiento, pues se necesitaba de una poderosa escuadra para defender las costas de Chile de cualquiera agresión enemiga, i trasportar a las playas peruanas un ejército capaz de vencer las fuertes i aguerridas huestes de Santa Cruz. Verdad es que en la realización de este propósito no hacia sino obedecer a la idea que siempre lo habia do­minado i a la cual habia consagrado de años atrás ardientes afanes. Ya hemos visto su modo de pensar sobre el desarme del Aquiles; pero ahora, mas que entonces, la ocasión se le presentaba oportuna para poner con mas decisión que nunca manos a la obra, puesto que las circunstancias lo obligaban a realizarla.

Nuestra marina de guerra, como hemos visto en pa­jinas anteriores, en los momentos de nuestras primeras serias diferencias con el Perú, no se componía sino de dos pequeñas naves : el bergantín Aquiles i la goleta Colocólo: ¡ tristísimo residuo de aquellas nobles i res-

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petables escuadras que en años anteriores i al mando de ilustres caudillos habian desterrado la bandera espa­ñola de todas las dilatadas playas del Pacífico ! I aun­que la sorpresa del Callao i la expedición de Freiré la aumentaron en cinco buques mas, no debia contarse con ellos de una manera estable, porque Chile única­mente los retenia a título de prenda, i no como su ver­dadero dueño, i tarde o temprano tendría que volverlos. Era preciso, pues, mirar mas adelante i prever el por­venir. Cualquiera que éste sea, feliz o desgraciado, nuestra defensa, nuestra prosperidad, nuestro campo de acción estará en el mar : las cordilleras de los Andes, el desierto i los hielos de la Patagonia resguardan nuestras fronteras, i por allí nunca nos amenazará un peligro serio : la experiencia nos lo ha probado ya i la naturaleza misma de las cosas nos lo pone en traspa­rencia : nuestros puertos tienen necesariamente que ser las primeras víctimas de nuestra culpable indolencia para atender a nuestra seguridad : el mar , el mar será siempre nuestro lado vulnerable, i son torpemente im­previsores los gobiernos que así no lo piensan i los hombres públicos que en ello no se fijan : ¡ cuántos ejemplos de los últimos años no tenemos para confir­mar esta verdad, que ahora, como antes, será cierta, evidente, clara como la luz !

Así pensó Portales, i hé ahí explicada la razón de todos los esfuerzos para crearnos una marina nacional.

De aquí la IQÍ de navegación de 28 de julio. Tomo dos de sus artículos, 23 i 2 5 , que resumen su pensa­miento : « Art. 2 3 . Desde el dia de la publicación de

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esta lei hasta fin del año de mil ochocientos treinta i siete, la tripulación de los buques chilenos se compon­drá al menos de una cuarta parte de marineros chilenos, de una mitad en los años de mil ochocientos treinta i ocho i treinta i nueve, i de tres cuartas partes en lo sucesivo. Art. 2 5 . Todo buque chileno tiene el grava­men de llevar a su bordo, i asistir con una decente ma­nutención, cuando el comandante jeneral de marina lo determine, un alumno de lá academia de náutica esta­blecida en Valparaíso, o de las que en adelante se esta­blecieren en éste o en cualquier otro punto de la Repú­blica : i será de la obligación del capitán instruirle en la maniobra i en la práctica de los principios adquiridos en la academia. El buque chileno que resistiere al cumplimiento de lo dispuesto en este artículo, se tendrá por no matriculado. »

La lei del 16 de agosto del mismo año completa el proyecto : « Art. i.° Se autoriza al Presidente de la República para que aumente la fuerza naval de la nación hasta el número de dos fragatas, dos corbetas, un bergantín i una goleta: o con un número de. buques que, aunque no sean de estas mismas clases, equivalgan en fuerzas, i." Se le autoriza también para aumen­tar esta fuerza si, con acuerdo del Consejo de Estado, juzga haber motivo o temor de guerra i no ser en este caso suficiente la que se expresa en el artículo anterior. 3.° Para llenar el presupuesto de los gastos de marina, si no alcanzaren las rentas ordinarias, se faculta al Pre­sidente de la República para levantar un empréstito de cuatrocientos mil pesos con ¡las mejores condiciones

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que pueda obtenerlo, dando cuenta a las Cámaras. » Se halló, por fin, la expedición en estado de hacerse

a la mar ; i el Presidente de la República, al inaugurar las sesiones del Congreso de 1 8 3 7 , pudo darle cuenta de la situación en estas lisonjeras palabras :

« Os anuncié en la apertura de vuestras sesiones ordinarias del año pasado la exijencia de una moderada fuerza naval para seguridad del pais i para el exacto cumplimiento de las leyes concernientes al comercio exterior i de cabotajes. Ocurrencias posteriores han confirmado la oportunidad de esta medida: la liberali­dad patriótica ha provisto en parte a las expensas que su ejecución demandaba ; i hoi tremola el pabellón chileno en un número de buques armados suficientes para cubrir nuestra frontera marítima contra las tenta­tivas de un gobierno insidioso, enemigo declarado de Chile, i aliado natural de todas las facciones desorgani­zadoras. El estado de esta fuerza es altamente satis­factorio, merced a la actividad, intelijencia i celo del jefe que la manda, i a la esforzada cooperación de sus oficiales subalternos.

•a Esperanzas igualmente lisonjeras inspira a la patria el valor i disciplina del ejército, que por la lei de 12 de setiembre me fué permitido aumentar, en tiempo de guerra, hasta el número que me pareciese conveniente. Debo hacer una mención distinguida de los valientes que han adornado con tantos trofeos la frontera del sur. La milicia cívica, progresivamente extendida a las provincias, i llamada ahora a un servicio mas frecuente

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i activo, ha seguido mereciendo, como hasta aquí, la aprobación i reconocimiento de la patria... »>

I concluye :

« Conciudadanos del Senado i de la Cámara de Diputados :

» Un grato presentimiento, fundado en el patriotis­mo de los hijos de Chile, en la intrepidez con que han vindicado en todos tiempos los derechos de la nación, i en el amor al orden, que es distintivo de una numerosa mayoría de los chilenos, me pronostica días de gloria i regocijo para la patria. Sus banderas se desplegan otra vez con honor en el suelo que antes contribuyeron a librar, mancillado hoi de nuevo por un despotismo extranjero. Bajo los auspicios del Supremo Moderador de los destinos de los pueblos, triunfará la causa de la justicia •, i la paz, la sola paz que conviene a los libres, una paz honrosa i segura, dará un acelerado impulso a la prosperidad de Chile, favorecida con tantas dádivas de la naturaleza, i verá arraigarse mas i mas a su som­bra nuestras instituciones republicanas. »

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IX

Pero, mientras el gobierno, apoyado lealmente por la gran mayoría de los chilenos, se entregaba de esta suerte i sin tregua a la tarea de organizar la expedición proyectada, sus enemigos maquinaban nuevas conspi­raciones, nacidas de torcidos propósitos. Pajina oscura de nuestra historia es esa serie de conspiraciones que se proyectaban en los momentos mismos en que la patria necesitaba, como nunca, de unión para salir con honra del apurado lance en que se hallaba comprometida. Envolver al pais en una guerra civil en aquellas cir­cunstancias, equivalía a combatir bajo la sombra de la bandera del Perú en contra de Chile; i sin ser exaje-rado el calificativo, eran, en verdad, traidores los que así se conducían. ¿ Cuál habría sido el resultado de la guerra exterior si al mismo tiempo de hacerla nos hubiésemos sentido devorar en nuestro propio seno por el fuego de la anarquía ? Necesariamente fatal i desdo-

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roso para nuestro nombre. En vez de ser nosotros los agresores, habríamos sido tal vez los agredidos*, i aunque así no fuese, Chile no se hallaba en condiciones tales que pudiera vencer á Santa Cruz, desplomando un ejército tras otro sobre las playas del Perú, sin sen­tirse completamente seguro en su interior y sin contar previamente con los recursos de hombres, de armas i de dinero, que solo podia obtener en medio de la paz pública mas profunda. En nuestra unión interior estri­baba nuestra fuerza para hacer la campaña; i evitarla no era posible después de la declaración de guerra. Vida o muerte, gloria o mengua , hé ahí lo que repre­sentaba nuestra tranquilidad doméstica.

Parece increíble, i sin embargo, fué cierto •, hubo una serie de conspiraciones en aquellos dias. Pero, afortu­nadamente, todas mas o menos descabelladas*, de manera que fueron sofocadas en su cuna.

Alta razón de Estado fué ponerles brazo firme. La primera de estas conspiraciones, llamada de los

Cadetes, se descubrió en el seno de la Academia mili­tar *, muchos de cuyos alumnos, razón por la cual tomó aquel nombre, estaban complicados en ella. El jefe ostensible era un joven Cuevas. Entraba en el plan de los conjurados asesinar a Portales, asaltar la casa de gobierno, sublevar el batallón Maipu i entregar el país a los Pipiólos. El complot estaba torpemente urdido, los medios para realizarlo eran insuficientes e inade­cuados para el caso, la reputación del caudillo muí dudosa, i su prestijio ninguno,, i, sobre todo, muí necia la combinación de buscar apoyo en muchachos para

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una empresa de tamaña magnitud. Aconteció lo que era natural •, que en las bancas de la escuela se descu­brieron los hilos de la intriga.

Casi al mismo tiempo se anudaban los hilos de otra conspiración de cuartel. De ella tuvo conocimiento el gobierno por comunicaciones del jeneral en jefe del ejército del sur, don Manuel Búlnes, i del comandante jeneral de la alta frontera, don Francisco Búlnes. Iniciados en los secretos del movimiento estaban varios jefes i no pocos oficiales de los diversos cuerpos que habia en esas provincias, i se contaba con bastante dinero, a juzgar por los rumores que entonces circula­ban. Afortunadamente, sucedió en ésta lo que de ordinario sucede en todas las conspiraciones; no falta nunca un accidente imprevisto, una confidencia impor­tuna, una palabra imprudente que la descubra. Asi como en su desenlace i en sus procesos, poca diferencia suele haber en su intriga : nacen, crecen i mueren de la misma manera.

Esta tiene, sin embargo, una novedad especial de gran interés histórico, cual es la complicidad de Santa Cruz. En el oficio en que da cuenta de ella el coman­dante don Francisco Búlnes, se expresa en estos térmi­nos : « Se asegura, dice, que 4este plan es muy anti­guo, en el que también tuvo su parte el coronel Vidaurre, pero que después se dejó, i ahora el coronel Boza es quien lo ajita; Letelier y Anguita, los principales ajentes del primero i que han recibido comunicaciones del jeneral Santa Cruz, que es el que ahora los mueve. »

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Nótese que la miserable traición de Quillota, com­prada con el oro extranjero, empieza a dar sus primeros pasos.

Apenas abortado éste, otro complot de mas terribles resultados, por cuanto trajo consigo el derramamiento de sangre, vino a impresionar vivamente la concien­cia pública. Se descubrió en Curicó, i apenas descu­bierto, el intendente Irisarri le aplicó en todo su rigor la terrible lei de los consejos permanentes. Fueron fusilados los tres que aparecían como los cómplices de mas importancia, Arriagada, Barros i Valenzuela.

Sobre este hecho histórico se ha discutido mucho, i muí opuestas i diversas opiniones se han emitido', hai quienes han sostenido la criminalidad de las víctimas i su complicidad con los revolucionarios del sur ; i hai también quienes abogan por la inocencia completa de Barros i Valenzuela, acriminando directa i ásperamente a Irisarri e indirectamente al gobierno, que no reprobó la conducta del intendente. Yo no creo del caso entrar en esa discusión, que a nada conduce respecto de Portales, puesto que él no tuvo parte alguna en la sentencia pronunciada, ni en su ejecución; i la « noticia de la sentencia, dice el historiador Vicuña Mackenna, llegó á la capital junto con la de la ejecución. — Verdad es también, agrega, que esto no podia ser de otro modo, desde que solo mediaron dieziocho horas entre uno i otro acto, tiempo insuficiente para enviar un aviso a la capital. »

Pero, fueran o no inocentes los ajusticiados de Curicó, el hecho es que en la provincia de Colchagua se conspi-

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raba, como en el sur i en Santiago; i que el gobierno se encontraba en una posición harto crítica i difícil con la anarquía que estallaba en el interior, i un enemigo poderoso que le amenazaba en el exterior;. teniendo que dominar con un brazo a aquélla i sujetar con el otro a éste, que para alzarse se aprovechaba de las circunstancias difíciles del momento. Organizar un grueso ejército para lanzarlo a playas extranjeras i aniquilar en su jérmen la guerra intestina, sin dinero, sin armas, con escasez de hombres, lleno de contrarie­dades i peligros, sobre el borde de un abismo, era empresa altamente ardua, que requería mucho aliento.

El gobierno se veia en la necesidad de tomar medidas fuertes i oportunas; i de aquí es que hizo de su enerjía un sistema, pero jamas un delito.

Este sistema inflexible arrastró lójicamente a Porta­les a actos que fueron falsamente apreciados. Los que no conocian sus intenciones íntimas lo juzgaban m a l ; i hubo i hai todavía quienes lo creen cruel, siendo que era jeneroso i magnánimo. Átales extraviadas interpre­taciones se prestó su actitud en la causa del jeneral Freiré. El consejo de guerra, reunido en Valparaiso, condenó a muerte a este desgraciado caudillo, tomado, como queda dicho, con las armas en la mano i en abierta rebelión contra el gobierno constituido. La resolución era perfectamente jurídica, estrictamente ceñida a la leí, i el tribunal habia llenado su deber al formular su terrible fallo. La Corte de Apelaciones de Santiago, llamada a conocer del juicio en segunda instancia, constituida en sala marcial, revocó la senten-

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- 3 9 4 -cia, sin embargo, i resultaron Freiré i sus cómplices condenados simplemente a destierro. Que era ilegal el procedimiento de la Corte, nadie, ni por un momento, lo puso en duda ; pero el público se preguntó el por qué de tamaña arbitrariedad legal. Se dijo entonces, i se ha sostenido después, que el tribunal temió que las xras de Portales se cebaran sobre los infortunados pri­sioneros, i que ella se propuso arrancarlos á la ejecu­ción de la pena capital, pronunciada por el consejo de guerra. Yo no dudo que ese fué el móvil que guió á los miembros de la sala; pero, por bueno que él fuera, la infracción legal, la falta cometida por ellos fué también manifiesta. ¿ Acaso son bastante para mover el ánimo de un juez motivos de humanidad, razones de política ? Los que deben obrar conforme a la lei, fría, severa, imparcial, ¿tienen acaso el derecho de dejarse llevar por el sentimiento, cuando deben sujetar sus juicios i sus actos a la letra clara i terminante ? ¿ A qué inmensos abusos no se prestaría esta manera de raciocinar, si aceptáramos semejantes teorías ?... H a ­ciendo cumplido honor a la humanitaria conducta de los hombres, fuerza es declarar que obraron mal i cometieron error los majistrados.

Hé aquí la razón por qué Portales mandó inmedia­tamente la sentencia al fiscal de la Corte Suprema, i una vez despachada la vista de éste, que no vacilaba en la acusación de los jueces, los mandó suspender i acusar. Ejemplo, no de arbitrariedad ni de ataque a la independencia judicial, como algunos han querido, i sí de noble enerjía i de alto amor a la justicia. No

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porque la víctima era Freiré, la lei debía de quebrar su santa vara en su obsequio : igual para todos, para el soldado como para el jeneral, para el humilde hijo del pueblo como para el distinguido personaje, debía haberse mantenido en todo su vigor, como si se tratara de un pobre cabo de escuadra. I hé ahí cómo pensaron Por ­tales, i todos los hombres despreocupados i patriotas. El abuso empieza siempre por algo, nunca por mucho; pero va creciendo, como la calumnia, hasta invadirlo todo: i de ahí la necesidad de ponerle atajo a tiempo. Cortar el abuso en su principio, buscar remedio al mal cuando es posible, no dejar que la nube de la mañana se convierta en tempestad a medio dia, es deber del hombre de Estado; i lo demás es ceguedad o delito.

Que Portales tenia formado el propósito de fusilar a Freiré, es, por otra parte, un error: no abrigaba tal idea. Lo que él quería era que se cumpliese la lei para mantener incólume el arca de la justicia, no para llevar al patíbulo al reo. Freiré, condenado a muerte, habría salido al destierro como salió : pero el país entero habría cobrado horror por la falta de los invasores, i el desprestijio de ellos habría sido un escudo mas con­tra la anarquía. La afirmación que avanzo respecto a la favorable disposición de ánimo de Portales i de todo el gobierno en este asunto, me consta. H e interro­gado a muchos de los íntimos confidentes del grande hombre, a alguno de los ilustres ciudadanos que entonces tenían parte en la administración, i todos, sin excepción de uno solo, han confirmado mi aserción, dándome mil razones en su apoyo. Baste decir que

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así irritado Portales como estaba a consecuencia de la resolución de la Corte Marcial, dio de su propio bol­sillo dinero a Freiré para ayudarle en sus necesidades de viaje en los momentos mismos en que lo hacia salir del pais : ¿ i es creíble que el que tales sentimientos personales tenia para su enemigo alimentara en su alma la triste ambición de sacrificarlo en el cadalso ? Fuera de esas revelaciones de que he hecho mérito i de esta conducta lan desinteresada, tan noble, los antecedentes de la misma vida pública de Portales acaban por llevar el convencimiento al mas preocupado sobre las verda­deras miras del ministro, que fueron, como queda dicho, salvar a Freiré, pero sin detrimento de la justicia. A mayor abundamiento conviene recordar que en su casa salvó en esos mismos días a su propio asesino, aquel Cuevas de la revolución de los cadetes. Este acto de jenerosidad habla mas alto que todos los argumentos de sus postumos detractores, i resuelve mejor que cua­lesquiera otras razones el problema en cuestión de una manera completamente satisfactoria.

En todos estos actos políticos de firmeza i de pruden­cia, el gobierno encontró apoyo en el Congreso. La cooperación de las ramas del cuerpo lejislativo fué decidida i unánime, i mediante a ella pudieron tomarse providencias oportunas i salvadoras. El Ejecutivo fué investido de facultades extraordinarias i se declaró a la República en estado de sitio durante el tiempo que durara la guerra del Perú. Eran leyes que la necesi­dad imponía. No dictarlas habría sido entregarse maniatados a los enemigos de Chile i del orden público,

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— 397 — i eso no permitian ni la dignidad del gobierno ni el patriotismo de los ciudadanos. Dictarlas, al contrario, equivalía a afianzar el imperio de la lei i escribir desde luego el boletín de la victoria.

¡ Bien merecen de la posteridad esos Pelucones del año 3 7 ! ¡ Bien merecen esos abnegados políticos que no tuvieron otra ambición, otro móvil, ni otro norte que la prosperidad de su patria i la gloria de su ban­dera !

Mas, no se crea que estas enérjicas medidas, tomadas por el Congreso i el gobierno, fueron en perjuicio i con menoscabo de la libertad i de los derechos del pueblo. El brazo de la lei, que se armaba contra los perturba­dores del orden publico, se armaba también contra las autoridades de las cuales habia quejas. Hé aquí la prueba: murmuraban los vecinos de Aconcagua de sus gobernadores, i aun las voces llegaron hasta alcan­zar al intendente de la provincia; el gobierno no cerró sus oidos, i en la duda sobre si tenían o nó razón aquéllos, envió, con amplios poderes, a uno de sus em­pleados de mas confianza a ver, por sus propios ojos, lo que pasaba i a poner el remedio a tiempo sin dilaciones ni ambajes. El documento que se refiere a este hecho es el siguiente : «Sant iago, febrero 14 de 1 8 3 7 . — Teniendo el gobierno repetidos avisos sobre la mala conducta observada por varios funcionarios públicos en la provincia de Aconcagua con respecto al desempe­ño de sus deberes; deseando tomar informes fidedignos sobre el fundamento de estos avisos para deliberar en su consecuencia lo que mas convenga, i satisfecho de

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la imparcialidad, justificación i prudencia del oficial mayor del ministerio de lo Interior, D. Fernando Urízar Garfias, vengo en comisionarle para que, pasan­do a dicha provincia, haga las indagaciones necesarias para informar con acierto al gobierno sobre los puntos que se le encargan •, i para el mejor desempeño de su comisión, le autorizo para que tome interinamente el mando de ella mientras resida en San Felipe, si lo encuentra por conveniente, i el de los demás departa­mentos a donde pase a hacer sus investigaciones, i para separar al intendente i a los gobernadores propietarios hasta la distancia de cinco leguas de los pueblos de sus respectivas residencias, a fin de que los que tengan algu­nas quejas que exponer, puedan hacerlo con toda libertad. — Comuniqúese. — P R I E T O . — Diego Por­tales. » ¡ Qué noble i franca manera de administrar justicia !

La mano del ministro omnipotente no se descargaba sobre el débil: iba a llamar al orden i a detener en el camino a los poderosos. Espíritu imparcial, severo, justísimo, pesaba en igual balanza al rico i al pobre, al humilde y al opulento ¡ Cuánto podrían aprender de él los hombres de la hora presente!

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L I B R O Q . U I N T O

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I

M U Í triste ha sido siempre el destino de los hombres notables de América : casi sin excepción, la vida de todos ellos ha tenido un terrible desenlace.

Bolívar, la primera figura de nuestro continente, muere perseguido, abandonado de los suyos, en la mi­seria, en el rincón oscuro de una isla apartada; I túr-bide, el soldado mas ilustre de Méjico, en un cadalso • Sucre, el virtuoso vencedor de A3'acucho, en una in digna celada bajo el puñal del asesino; San Martin, e vencedor de Maipú, en el extranjero i en el olvido ; Linares, el brillante rejenerador de Bolivia, en el des­tierro ; Carrera, nuestro bravo campeón de la indepen­dencia, fusilado •, O'Higgins, en el solitario retiro de un ostracismo implacable; Arboleda, apuñaleado por la

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— 4 0 2 — espalda, de la manera mas cobarde; i últimamente, García Moreno, la figura mas hermosa de nuestros dias, cae asesinado en medio de las calles de Quito por orden i con el dinero de las lójias; pe ro , ¿ a qué conti­nuar ese largo i triste catálogo de víctimas i de ver­dugos?.. . Estallan en el pecho, al recuerdo de tan ilustres nombres i tan nefandos crímenes, los senti­mientos mas encontrados de indignación i de pena que pugnan por ocupar el lugar de la tranquila severidad de la historia.

Pero escrito está que los libertadores de los pueblos han de ser mártires; i ello es lójico, porque no se comprende la redención sin el sacrificio!

Portales no se escapó a la regla jeneraL Sacrificado en aras del deber, sucumbió víctima de su virtud i patriotismo en una infame celada; i fué en la pequeña ciudad de Quillota, convertida desde los primeros me­ses del año 2>j en cuartel jeneral de las fuerzas destina­das al Perú, donde tuvo lugar el delito, i su autor el coronel del Tejimiento Maipo, don José Antonio Vi-daurre.

Vidaurre era de nuestros soldados el mas abierta­mente protejido por Portales; i gracias a esa decidida protección, llegó a ocupar el puesto de jefe de estado mayor del ejército expedicionario, cuando solo contaba treinta i cuatro años de edad i no pasaba de ser uno de tantos de esos buenos comandantes de cuerpo que abundaban en nuestras filas. Portales lo sacó a luz, le dio la respetable posición en que de repente se ha­llaba, lo honró con una amistad sincera i franca, no

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— 4°3 — desmentida un momento desde años atrás, i lo puso en camino de una carrera brillante, que se necesitaba ser mui torpe o mui malo para no seguir con honor i no­bleza. Desgraciadamente Vidaurre fué lo uno i lo otro •, i no comprendió ni sus verdaderos intereses, ni el bien de su pais, ni la santa belleza de la virtud, ni el propio respeto que el hombre se debe a sí mismo, de ser consecuente con sus amigos i leal con sus princi­pios. Tan cierto es que la falta de probidad es el peor de los negocios, i la traición la mas sucia de las debili­dades del alma!

Le sucede al traidor lo que al envidioso: tiene, sin comprenderlo, en su propio pecado su castigo. El se­gundo se consume con el veneno de sí mismo, como cier­tas víboras del África; el primero cava su sepulcro en lo que él cree labrar el pedestal de su gloria. ¿ Qué en­vidioso es feliz ? i Qué traidor ha pasado a la pos­teridad con un reflejo, siquiera débil, de luz o sim­pat ía? . . . .

El 2 de junio a las siete de la noche llegó el ministro Portales a Quillota : venia de Valparaíso, donde se es­taba activamente ocupando de los preparativos del pró­ximo viaje. Lo acompañaban el coronel Necochea, el teniente Soto, don Manuel Cavada i una pequeña escolta de nueve hombres. Alojado en casa del gober­nador del pueblo, a poco de llegar lo vino a ver el coro­nel Vidaurre; i hé aquí cómo describe esta escena un testigo presencial, el mismo benemérito señor Neco­chea : « Pasadas, dice, las felicitaciones de estilo i en­tablada la conversación, noté mucho embarazo en Vi-

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daurre para contestar a las preguntas que le hacia el ministro sobre el estado de instrucción i disciplina en que se encontraba su Tejimiento-, mas como hasta en­tonces no hábia tenido la desgracia de conocer a este malvado, lo atribuí a cortedad déjenio i poco desemba­razo. Su visita fué corta, protestando que tenia que dar algunas órdenes, i al despedirse le dijo el ministro: « Coronel, le he traido a Usted una gorra i una espada, aunque no tan buenas como yo desearía,» a lo cual con­testó dándole las gracias en medias palabras, i se retiró • hicieron lo mismo poco después el gobernador i Mena, i habiendo quedado solos, dijo el comandante García: «Señor, yo desconozco enteramente a Vidaurre, vive en una gran ajitacion, nó duerme, se lleva paseando en su cuarto la mayor parte de la noche, i cuando ocupa la cama, son tantos i tan fuertes los vuelcos que da en ella, •que a cada momento temo que haga pedazos el catre.» El ministro guardó silencio, i tomando yo la palabra, dije: «Se me ha asegurado que el coronel Vidaurre es un oficial mui delicado i pundonoroso, i siendo así, no es extrañó que habiendo recaído en él el nombramiento de jefe de estado mayor, se encuentre afectado con la res­ponsabilidad de un nuevo cargo, pues no es lo mismo mandar un cuerpo, que ser jefe de estado mayor de un ejército en campaña. » Se fué García, i en seguida pa­samos a recojernos el ministro i yo, i de cama a cama, estuvimos tratando sobre la próxima expedición, con­cluyendo nuestra conversación con estas palabras del ministro : «Necochea, le encargo a usted que :si con glaun oficial de ejército entabla amistad, sea con Vi-

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( i ) Memoria sobre el asesinato del ministro Portales.

daurre; tiene las mejores cualidades, i aunque parece que desconvienen en carácter, serán buenos amigos ( i ) . »

Por estas breves líneas de un tercero se ve cuánta deferencia tenia el desgraciado Portales por el criminal caudillo : i en efecto, le había dado tantas pruebas de ello, que llegaba casi a causar extrañeza a los demás i hasta a excitar los celos de los otros jefes. Lleno es­taba, pues, Vidaurre de motivos de gratitud, porque era tratado mas como un hermano que como un infe­rior o amigo cualquiera; i de aquí es que esa turbación que notó Necochea, esa ajitacion constante a que se re­firió el comandante García, i que confirmó el goberna­dor de Quillota, señor Moran, en su informe posterior, nacían del peso de su crimen que ya lo abrumaba como un feroz remordimiento.

A eso de las dos de la tarde del dia siguiente, que era un claro i hermoso dia de invierno, después de haber ocupado toda la mañana en negocios de oficina, salió Portales a la plaza del pueblo a pasar revista al ejército, del cual estaba ya formado en ella el rejimiento Maipo, con traje de parada con sus jefes i oficiales a la cabeza i en número de mas de mil hombres. Fué recorriendo lentamente las filas, acompañado de Necochea, Cavada i Soto. El coronel Vidaurre , entretanto, en medio de la plaza rodeado de su estado mayor, mandaba la parada militar. Se dice que se turbó al dar una sencilla voz de mando : su alma estaba tan inquieta!

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• — 4 ° S —

Iba desfilando al rededor de la plaza el Tejimiento cuando repentinamente se desprendió una compañía al mando del capitán Narciso Carvallo, dirijiéndose rápidamente al centro : un instante después otras compañías a las órdenes de los capitanes Ramos i Arrizaga hicieron el mismo movimiento dejando completamente encerrado en un cuadro de bayonetas a Portales i a su pequeño acompañamiento. Carvallo con insolencia intimaba rendición al ministro al mismo tiempo que Arrizaga le ponia dos pistolas sobre el pecho. En los primeros momentos Vidaurre quiso finj ir ignorancia de lo que pasaba; i tan torpemente urdida fué la trama, que se hizo públicamente amenazar por Carvallo en caso de resistirse a entraren el complot. Es de advertir que este capitán era su hijo político. La grosera superchería no produjo mas efecto que empezar a concitarle el desprecio de los suyos i a desprestijiar desde el principio la revolución. Tal vez temeroso de lo que hacia le faltó el ánimo en aquel instante, i se le ocurrió una disculpa en previsión de lo que podría suceder mas t a rde ; i en realidad mas tarde en su declaración tuvo la cobardía de decir « que se puso a la cabeza del movimiento por verse precisado a ello i no poderlo evitar. » ¡ I que de semejante hombre hayan pretendido los ciegos de la historia hacer un héroe i un mártir !

Reducido a prisión Portales no perdió ni su presencia de ánimo, ni su afable nobleza de modales. Cuenta Necochea que cuando llegó la hora de comer, Carvallo se aproximo al aposento, i fué invitado por el digno

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— 4°7 — cautivo a su mesa. Dejemos referir el resto al mismo Necochea :

«Luego que se retiraron los criados, dice, se nos encerró nuevamente i no se volvió a abrir la puerta hasta que, después de oraciones, se apareció el teniente Silva haciendo llevar luz i dos barras de grillos por unos soldados, i dirijiéndose a mí, me intimó la orden que tenia de hacerme poner una de ellas; oido lo cual por el ministro, dijo: «Malo seria quepudiendo tenerme » con seguridad sin grillos, me los pusiesen por mortifi-» carme •, mas que se los pongan al señor, que no tiene « ningún jénero de compromiso, es una cosa horrible.» Silva se disculpó diciendo que esta era la orden que habia recibido, i y o , sin hablar palabra i con la indignación consiguiente a un tratamiento tan inicuo, me senté en la cama para que este delicado oficial llenase cuanto antes la honorífica comisión que se le habia confiado. Concluida la operación conmigo, pasaron a ejecutarla con el ministro, i el honrado cabo Uribe, que llevaba los grillos, al presentar aquél las piernas para que se los pusiesen, dijo en palabras bien perceptibles: esto no puede ser; dando al mismo tiempo un fuerte suspiro, por cuya razón lo hizo retirar con enfado Silva, i nombró otro para que lo reemplazase. »

Solemne silencio guardó largo rato el ministro después de verse así ultrajado. ¿ Qué pensaba en esos momentos ? ¿ Qué santo coraje contra el ingrato se encendería en su pecho ? ¿ Cómo recordaría una por una las delaciones de la traición que cien veces habia

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óido sin darles crédito, las palabras de sus amigos que le aconsejaban el no fiarse del coronel Vidaurre, las cartas que de todas partes le habian llovido en los últimos meses con revelaciones claras, con datos precisos i pruebas irrecusables ? I él, sin embargo, no habia creido en la comunicación aquella del coman­dante de la frontera, don Francisco Búlnes, que le descubría la complicidad de Vidaurre en el complot del sur-, no habia permitido siquiera, que en su presencia se mostraran desconfianzas respecto a la honorabilidad de ese jefe; casi habia chocado con los demás miembros del gobierno por defender i levantar a su protejido; i últimamente, habia rechazado con viveza las sospechas de uno de sus mejores amigos, Cavareda, en los momentos mismos en que ponía el pié sobre el estribo del fatal birlocho que lo habia traído al seno de la celada que se le tendía. Ese inmenso contraste entre la honrada confianza del uno que abiertamente se entregaba i la disimulada alevosía del otro, que lenta-tamente i paso a paso habia ido expiando la ocasión oportuna para sellar la infamia, debió entonces gravitar sobre la trente del héroe como la pesadilla tremenda de un mundo de dolor i de recuerdos. De su propia mesa, de sus íntimas conversaciones, de sus confi­dencias mas leales, se habia separado Vidaurre; cuántas veces ! para ir a la conjuración oculta, a l a violación indigna de los secretos, a atar los hilos de la conspi­ración i á recibir ¡ quién sabe ! si el oro o las sujestio-nes del extranjero.

Bruto, cara a cara, i casi solo ante un pueblo entero,

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hirió el pecho de César: el traidor chileno, por cierto, no fué tan valiente.... recurrió a la vil disculpa cuando se vio en el momento de dar el golpe premeditado... . Si a lo menos hubiese sido franco cuando perpetró el delito •, noble, compasivo, siquiera, cuando tuvo cautivo entre cuatro paredes, rodeado de guardias, a su víctima.... Los grillos puestos a Portales, como los del gran Colon, no fueron sino un lujo de inhumanidad sin objeto.

En la misma tarde Vidaurre hizo marchar como vanguardia sobre Valparaíso al capitán Ramos al mando de cuatrocientos hombres, despachó propios en diversas direcciones dando noticia de la revolución a varios individuos de alguna importancia política, i se Ocupó con afán en buscar caballos para el escuadrón de cazadores a fin de hacerlo salir en seguida i en preparar la marcha de todo el ejército para la mañana siguiente. A las doce del 3 desfiló, en fin, la columna por las Calles de Quillota, camino de Valparaíso.

Pero, antes de salir, los jefes i oficiales revolucionarios firmaron un acta, que, como documento histórico, no tiene otra cosa de notable que ser aun peor, lo que es mucho decir, que casi todas las piezas de este jéneró que estamos acostumbrados a ver diariamente rejistradas en los periódicos; frases huecas, fanfarronadas de mal gusto, vaciedad de ideas i pobreza de razones. • Acuerdan, en medio de esa necia fraseolojía, los conjurados de Quillota dos cosas : « suspender por ahora, dicen, la campaña dirijida al Perú »i «destinar sus fuerzas para servir de apoyo a los libres, a lanacion

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—• 4-io — legalmente pronunciada por medio de sus respectivos órganos i a los principios de libertad e indepen­dencia...., etc.,» i concluyen que su intención es «reprimir los abusos i depredaciones inauditas que ejercia impunemente un ministerio con espíritu sultá­nico. » Si este documento no hubiese sido teñido mas tarde con sangre, habría merecido en nuestros días a lo mas la risa de algún curioso, nunca una pajina de nuestra historia nacional. I sin embargo, salvo cuatro, todos los demás oficiales del ejército lo suscribieron. Tal fué la presión que sobre todos pudieron ejercer los pocos amigos íntimos de Vidaurre, iniciados en el complot. La manera como en el viaje fué tratado Portales es triste de referir: iba en la retaguardia del ejército, que mandaba Toledo, rodeado de tropa i en el mismo birlocho en que habia venido de Valparaiso, con grillos en los pies i expuesto a los insultos de la multitud. Todo el dia 4 lo pasó sin alimento al­guno hasta el dia siguiente que obtuvo algo de un buen hombre que se lo proporcionó bondadosamente. « Es preciso decirlo, dice Necochea, aunque con rubor, que en toda aquella reunión de oficiales no hubo ninguno a quien la conmiseración, calidad tan propia de las almas nobles i jenerosas, lo moviese a ofrecernos un bocado de pan en la estrecha incomunicación que sufrimos. »

En la noche del 5 Vidaurre reunió sus jefes en el lugar llamado Tabolango, i con ellos trató de concertar un plan de ataque sobre Valparaiso. Estaba de regreso Ramos, que contra sus esperanzas se habia encontrado

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con una defensa enérjica de la plaza i perseguido por los soldados del batallón Valdivia, con quienes erró­neamente contaba. Ramos tardó demasiado en su marcha, dejó tiempo para que el gobernador Cavareda i el jeneral Blanco reuniesen las guardias cívicas, las alentasen al combate i formasen con ellas i el Valdivia una fuerza de mas de mil i quinientos hombres. ! Fué inmenso el entusiasmo patriótico que se despertó en ese puerto cuando se supo la noticia de los sucesos de Quillota; todo el mundo corrió a las armas, los guardias nacionales se disputaban los fusiles para ir a batir al enemigo, los extranjeros mismos pedían lugar en las filas del orden. Los que no podían por su edad o por su condición acudir a ofrecer sus personas daban dinero i armas para la defensa de la buena causa. Cavareda i Blanco explotaron brillantemente los pri­meros momentos de entusiasmo, infundieron en la multitud esa seguridad del éxito que es siempre el precursor de la victoria, improvisaron nuevos bata­llones i salieron a los vecinos cerros del Baron a esperar al enemigo. Se agregaron a ellos los jefes peruanos emigrados, Lafuente, Castilla i otros. De modo que cuando los amotinados llegaron a las últimas quebradas que rodean a Valparaiso, se encon­traron con lo que menos esperaban : en vez de palmas de triunfo con una muralla de leales bayonetas. Ramos no empeñó combate serio, i después de un corto tiroteo se volvió por el mismo camino que habia traido a dar cuenta a los suyos de su abortada empresa.

Se agregó a este primer contratiempo otro que

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— 4 t 2 — contribuyó no poco al desgraciado desenlace de lá revolución. El capitán Vergara se defeccionó i tomó el camino de Casablanca con el escuadrón de cazadores, compuesto de doscientos cincuenta hombres.

De estas novedades se imponía el consejo de guerra. El desaliento iba ya apoderándose de los ánimos •, los subalternos empezaban á ver que su caudillo no tenia las cualidades que el caso requería ; Vidaurre mismo sentía pesar cada vez mas en su frente la escandalosa falta de que se habia hecho reo, i se encontraba solo i aislado •, los mas audaces veian que las medidas resuel­tas i prontas que proponian eran desatendidas, i natur raímente se desanimaban, al paso que los mas tímidos se sentían desmayar con las últimas noticias desfavora­bles : se agregaba a esto una soldadesca indisciplinada, insolente, cuyos vicios era necesario disimular a trueque de mantenerla fiel en la hora del combate, i así todo se les presentaba con los colores de un mal augurio.

El crimen no hai duda que aturde. Vidaurre no hizo en todo el curso de esta tristísima pajina de su vida sino actos de atropello i de imprevisión insensata. Parecia que con ciego frenesí se precipitaba en el abis­mo ¡juicio de Dios, que lo condenaba a perecer envuelto en sus propias redes. . .

Al seno del consejo de guerra trajeron a Porta les ; de él se valieron violentándolo con insultos i amenazas á fin de obtener lo que no podian con las armas, me­diante el influjo de su ilustre víctima. Así lo refirió él mismo en la noche siguiente a su compañero de infor­tunio. « Anoche, le dijo, ha habido una reunión de

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oficiales presidida por Vidaurre, a la que me hicieron asistir; en ella me han insultado i ofrecido fusilarme, se han valido de cuantos medios estuvieron a sus alcan­ces para obligarme a que escribiese a Valparaiso orde­nando la rendición de aquel puerto, i después de haber­me negado fuertemente, convine en ello considerando que por este medio ganarían tiempo para prepararse a la defensa o salvar aquellos artículos que sea conve­niente trasportar al sur ; Vidaurre, al separarse, me ha dicho que el dado ya estaba tirado. »

En la misma sencillez de sus palabras revela el des­graciado cuánto debía sufrir...

Hé aquí esa carta:

« Señores almirante don Manuel Blanco Encalada i gobernador de Valparaiso don Ramón Cavareda. .

» En marcha para Valparaiso.

» Junio 5 de 1 8 3 7 .

»Señores i amigos apreciados : La parte del ejército restaurador situada en Quillota se ha pronunciado unánimemente contra el presente orden de cosas, i ha levantado una acta firmada por todos los jefes i oficia­les, protestando morir antes que desistir de la empresa i comprometiéndose a obrar en favor de la Constitución i contra las facultades extraordinarias. Yo creo que ustedes no tienen fuerzas con que resistir a la que los ataca, i si ha de suceder el mal sin remedio, mejor será, i la prudencia aconseja, evitar la efusión de sangre. Pueden ustedes i aun deben entrar en una capitulación

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honrosa, i que, sobre todo, provechosa al pais, Una larga i desastrosa guerra prolongaría los males hasta lo infinito, sin que por eso pudiese asegurarse el éxito. Un año de guerra atrasaría veinte años la repú­blica ; con una transacción pueden evitarse desgracias i conservar el pais, que debe ser nuestra primera mira. Una acción de guerra debe, por otra parte, causar gra­ves estragos en el pueblo que tratan ustedes de defen­der. Me han asegurado todos que este movimiento tiene ya ramificaciones en las provincias, para donde han mandado jente.

» El conductor de esta comunicación es el capitán Pina, i encargo a ustedes mui encarecidamente le den el mejor trato i le devuelvan a la división con la contes­tación.

» Reitero a ustedes eficazmente mis súplicas : no haya guerra intestina : capitúlese, sacando ventajas para la patria, a la que está unida nuestra suerte.

» Soi de ustedes mui afecto amigo i S. S.

» D . P O R T A L E S . »

Ál llegar a esta parte de mi narración tengo este me­lancólico documento original ante mis ojos, i estudio con curiosidad los caracteres de las letras para sorpren­der temblor de miedo en la mano que lo escribía; pero me place declarar que hallo los mismos rasgos, los mismos toques vigorosos, la misma firma resuelta que acostumbraba usar en sus órdenes i en sus cartas de íntima amistad el antiguo dictador de i83o, el comer­ciante de 1 8 3 4 i el ministro de Estado de 1 8 3 7 . Ni un

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perfil trémulo, ni una línea desigual, nada que acuse debilidad ni flaqueza!

I es de notar que en todo el tiempo que duró la pere­grinación de este calvario de angustia, el ilustre prisio­nero no tenia otro pensamiento, otra idea fija que su patria. A tanto llegaba este sentimiento, que en él era casi una verdadera pasión, que olvidaba su propia situación aflictiva, el grave peligro que corría su propia existencia en manos de sus crueles enemigos, para ocu­parse solamente del inmenso mal que resultaba a Chile del motín militar i de la anarquía que lo amenazaba.

Un hombre que no se contradice nunca, ni en sus horas de placer, ni en sus horas de duelo, ni en la cum­bre del poder, ni a un paso del cadalso, i que siempre en todas las circunstancias prósperas o adversas de su vida, piensa, siente i obra de la misma manera, no puede ser sino eminentemente grande i eminentemente virtuoso : héroe i jenio'.

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II

M U Í avanzada era la noche cuando los dos bandos, el de los amotinados de Quillota i el de los leales de Valparaiso, se encontraron, separados el uno del otro por una pequeña quebrada, en las alturas del Baron, a los estramuros de este puerto.

El cielo estaba como nunca oscuro; corría un viento frió de invierno que empujaba espesos nubarrones rotos a pedazos en la profundidad infinita del firma­mento, no se alcanzaba a distinguir nada a unos cuan­tos pasos de distancia : parecía que el cielo, el viento i el ronco jemido del mar, que se rompía al pié de la montaña sobre ásperas rocas, contribuían a aumentar la penosa impresión del fúnebre cuadro de esa horrible noche. Cualquiera habría dicho que el cielo, cubrién­dose con el velo de tan negras nubes, quería en esas horas de angustia robarse a las miradas de los fratrici­das que habían de volver a él sus ojos implorando compasión en su agonía, i que el jemido monótono del

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— 417 — mar no era sino el himno de muerte que alzaba la natu­raleza solitaria, a su pesar testigo del nefando crimen que se iba a cometer. Cuentan los que allí-se encon­traron que jamas han visto noche mas negra, ni cielo mas triste.

Confuso rumor de armas, voces discordes de mando i un largo i vibrante chibateo se dejaron de repente oir ; i luego un nutrido fuego de fusilería que turbó el hondo silencio i fué a repercutir en múltiple i melancó­lica armonía en las quebradas i playas vecinas. Se encontraban en esos momentos ambas avanzadas, mandadas por Arrizaga la una, por el capitán Ángulo la otra. El choque fué vivo, impetuoso i breve. Cayó mortalmente herido Arrizaga, i su columna se desor­denó con la pérdida de algunos hombres.

El combate quedó desde ese instante seriamente empeñado.

Las fuerzas de Blanco, animosas i resueltas, ocupa­ban desde la tarde el cerro del Barón, dispuestas en el orden siguiente : los dos batallones de las guardias na­cionales en la altura que domina el camino que cae a la quebrada de los pies que se llama de la Cabritería, apoyados en su izquierda por la compañía de cazadores del Valdivia \ en una altura vecina a la derecha dos compañías de esos mismos batallones; el grueso del Valdivia a su retaguardia en columna cerrada por mi­tades ; la artillería compuesta de tres piezas defendiendo el frente de la línea , i la caballería sobre el estero que cruza el camino que lleva al puerto de Valparaíso. Contaban, ademas, para apoyar su ataque i defender

e 7

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— 418 — sus posiciones, con el bergantín de guerra Arequipeño i con algunas lanchas cañoneras colocadas a corta dis­tancia de-la playa, de modo que pudiesen dominar con sus fuegos las fuerzas revolucionarias al cruzar por el fondo de la quebrada.

Su posición, su entusiasmo, la enerjía de sus jefes les auguraban un éxito brillante; i añádase a esto el justo enojo., la profunda impresión que produjo en Valparaíso el motín de Quillota, i se comprenderá que tenían ne­cesariamente que batirse como buenos.

Las fuerzas de Vidaurre, al contrario, se encontraban en mui diversas condiciones. Sus oficiales, arrepenti­dos algunos, desconcertados otros, se sentían sin aliento, habían ya perdido la fe en su estrella i comenzaban a comprender que su motín de cuartel no hallaba eco en el resto del pais *, empezaban a ver claro cuál era su terrible situación, i a tomarle el peso a la responsabili­dad que les afectaba ante la patria i la historia; la traición premeditada de su jefe i llevada a cabo con tan torpe hipocresía, les iba pesando como un remordi­miento por la participación que en ella tenían; i últi­mamente, las noticias alarmantes que trajera de Valpa­raíso el parlamentario Pina, conductor de la carta de Portales, los acababan de trastornar hasta desanimarlos por completo, pues se les frustraban del todo las espe­ranzas de entrar como libertadores, sin quemar un solo cartucho, i veían, al contrario, que tendrían que que­mar muchos, i quién sabe con qué éxito. Los soldados leyeron en los semblantes de sus jefes las impresiones de sus almas i comenzaron a su turno a desmayar

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también. Mui débiles i apagados fueron sus últimos vivas a su causa i a su caudillo.

En Viña del Mar, todos ellos, superiores i subalter­nos, no teniendo ya el valor enérjico que da la concien­cia del deber que se cumple, buscaron en el licor, apurándolo con exceso, ese valor ficticio, falso, brutal del ebrio que sirve siempre para el crimen, nunca para la hazaña. Se embriagaron los desgraciados para ser valientes. Esta fué una de las causas que retardó la marcha del ejército amotinado, hasta el punto de llegar a horas tan avanzadas al lugar del combate.

Dividido en tres columnas, una de las cuales man­daba el mismo Vidaurre, al toque de sus cornetas i después del choque de las avanzadas, rompió un vivo fuego sobre Blanco, pero sin descender todavía a la quebrada i solo desde las alturas que dominaba frente a éste, de por medio aquélla. Momentos después, Vidaurre adelantó parte de sus fuerzas por el camino con intención de aprovechar el empuje de los suyos que eran veteranos i aguerridos, i bajó al fondo de la quebrada. Blanco utilizó la ocasión brillantemente i con sus fusileros i su artillería hizo fuertes estragos en las columnas del Maipo , que arremolinándose se desordenaron rápidamente. Parte la oscuridad pro­funda de la noche, parte el poco aliento con que venían los revolucionarios i el no saber exactamente el número i la condición de sus enemigos, i mas que todo, la acer­tada dirección de los fuegos del Areqnipeño i de las lanchas cañoneras, contribuyeron a aumentar el desor­den ya producido i a traer una terrible confusión de

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órdenes contradictorias, de armas, de marchas i contra­marchas, i por fin de voces de miedo i de gritos de fuga. — « Después de hora i cuarto de inútiles esfuer­zos, dice el parte del jeneral vencedor, los amotinados abandonaron el campo entregándose a una desordena­da retirada. » « Aprovechando esta favorable opor­tunidad, agrega, hice avanzar la caballería ai mando del valiente jeneral Castilla, i con el batallón Valdivia los perseguí hasta la total dispersión i rendición de sus últimos restos. »

Quedaron en poder de las fuerzas del gobierno ocho­cientos prisioneros, inclusos catorce oficiales : entre muertos i heridos de aquellos hubo veinticinco, de los revolucionarios ciento cuarenta. Escaparon, sin em­bargo, todos los cabecillas, a favor de las sombras de la noche, en diversas direcciones.

Pero mientras que los soldados combatían, pues, aunque mal, lidiaban a lo menos, los caudillos come­tían un crimen imanchaban sus manos con el mas aleve asesinato. Portales era la víctima!

Quien hubiese visto a ese hombre ilustre durante todo este último viaje, con grillos a los pies, tratado como un desalmado, sin respeto ni a su nombre ni a su dolor, i custodiado por unos cuantos ebrios, en medio de las soledades de aquellos cerros i de las sombras de aquella oscurísima noche, no hi.bria dudado un punto del tremendo fin que le esperaba, fatal desenlace de aquel drama sangriento.

Mandaba la partida que lo guardaba el capitán San­tiago Florín, hijastro de Vidaurre, joven de relajadas

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— 4 2 1 — costumbres i de malísimos antecedentes, cuyo perverso carácter lo habia arrastrado desde niño a la carrera del crimen, i que ya por hechos anteriores tenia sentada la reputacicn de asesino. A tal hombre se confió la cus­todia del prisionero, porque para llevar a cabo el inmen­so delito premeditado, se necesitaba echar mano de una alma tan depravada como esa.

Acompañaba a Portales el coronel Necochea; i es este bizarro militar el que en unas cuantas pajinas nos ha conservado con detalles la historia de este episodio. Cuenta que la idea de que iban a ser asesinados cruzó mil veces por sus cabezas; i Portales tenia razón sobra­da para ello, por las amenazas que varias veces reci­biera i por el modo como lo trató Vidaurre desde el momento de su cautiverio. Florín habló de fusilarlo con insensatas palabras en el consejo de guerra de Ta-bolango; i la frase de Vidaurre « ya el dado está tira­do » dio cuerpo a sus funestos presentimientos.

Sin embargo, en la sublime resignación de su sacrifi­cio, no mostró miedo, ni arrancó quejas inútiles •, guar­dó un silencio solemne i tranquilo : su actitud era 1?. del héroe, que ni hace pueril ostentación de valor ni se deja dominar por el espanto de una muerte próxima. La frente pensativa i serena, los brazos cruzados sobre el pecho, guardaba la debida compostura del que en alas de la oración íntima busca en los secretos de su con­ciencia la imájen de Dios para adorarle i bendecirle. Por­que no hai virtud ni grandeza sino en la verdad i nunca en el finjimiento, no aparentó lo que no sentía; se mos­tró tal como era, i fué grande porque fué verdadero.

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— 4 2 2 — La tristeza profunda del cuadro parecía aumentar

por momentos ; el ebrio Florín, inclinado sobre el cuello de su caballo, de vez en cuando lanzaba miradas sombrías al birlocho, donde iban inmóviles las dos víc­timas : el cielo se ponia mas tempestuoso i semejaba tal vez en sus nubes espesas que arrebataba el viento las tentaciones malditas que cruzaban el alma atrabilia­ria del bandido evocadas al calor del vino i del crimen.

Así corrieron casi dos horas, de angustia terrible para los unos, de satánicos pensamientos para el otro.

Se sintieron, en fin, las descargas de los combatientes que ya empeñaban seriamente la acción : no eran las guerrillas que cruzaban algunas balas, era el grueso de las fuerzas que se batia. ¡ Cómo palpitaba el corazón patriota del ministro ! ¡ Cómo ansiosamente ponia el oido al ruido del cañoneo i de las descirgas lejanas !

Dos oficiales vinieron entretanto, hablaron al oido a Florín i se alejaron rápidamente. A juzgar por su actitud, sus palabras secretas i su vuelta instantánea, traían sin duda alguna orden superior. Pareció dudar un tanto Florín, llamó al sarjento Espinosa i lo mandó a la columna: volvió éste no mucho después, se acercó a su jefe i le dijo algo que parecía como la confirmación de las órdenes anteriores. En la declaración rendida posteriormente por el mismo Florin, sostiene éste que esos misteriosos secretos eran realmente órdenes de muerte contra eL ministro Portales de parte de su coro­nel Vidaurre. Pero, fueran o nó, tales como él las declara i las niega éste, el hecho es que inmediata­mente después de la brevísima conversación con el sar-

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jento, se adelantó Florin hasta el birlocho i gritó estas palabras : « Baje el ministro. » — « Vengan dos hom­bres a bajarme, » replicó éste, que con los pesados grillos en sus pies i la debilidad natural a la falta de alimento durante tantas horas, no se sentía con fuerzas para descender por sí mismo.

Arrancáronle de su asiento los soldados i lo llevaron a cuatro varas de distancia.

Allí, de pié, sin decir una palabra, ni exhalar un ¡ a i ! recibió seis tiros i cayó al suelo revolcándose en su sangre.

(i Por último, dice el coronel Necochea, se oyó una mezcla horrible de bayonetazos i quejidos reprimidos que despedazan aun mi corazón, prolongándose de tal modo esta abominable i lastimosa escena, que uno de los soldados inmediatos a los caballos del birlocho gri­tó a los asesinos : Rejístrenlo a ver si tiene reliquias, por la persuasion en que está nuestra plebe de que los que las cargan tardan mucho en morir. »

El mismo Florin con su propia espada dio de estoca­das al moribundo hasta dejarlo exánime.

Eran las tres i cuarto de la mañana. Minutos después el infeliz Cavada, compañero de

infortunio del ministro, sin mas delito que ser su amigo, también caia mortalmente herido : se libraron de igual destino Necochea i Soto, porque el asesino intentó pri­mero arrastrarlos a las filas del motin i después ya no le dejó tiempo para matarlos la circunstancia de encon­trarse mui empeñado i mal parado el combate.

« Coronel, dijo a Necochea Florin, yo me he visto

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— 424 — en la necesidad de fusilar al ministro, pues como Vd. sabe, en la milicia el soldado obedece al cabo, el cabo al sarjento, el sarjento al oficial i el oficial a su jefe, i yo l cómo no habia de obedecer a mi coronel que es mi padre, mi protector i a quien se lo debo todo ? No digo fusilar un ministro, un brazo que me hubiese pe­dido, se lo habría dado. » El malvado ya comenzaba a sentir el remordimiento i a buscar la excusa ! Era que su conciencia, como Cain, quería huir de sí misma

Quedó el cuerpo de Portales hecho pedazos i des­nudo (pues todas sus ropas las robaron sus verdugos) tendido en la mitad del camino, manchado de sangre i lodo.

I aquí es el caso de suspender la duda en la balanza de si fué Florín o Vidaurre el verdadero asesino. Aquél ha acusado a éste i éste se ha mantenido tenaz en echar exclusivamente sobre aquél la responsabilidad del crimen. Eran, sin embargo, padre é hijo ! Por una parte están lascontradiccíones de Florín, que en sus declaraciones dice que obedeció a las órdenes de Vi­daurre, i en sus careos que fusiló a las víctimas « de motu propio i) ; la vaguedad de las pruebas aducidas en contra del desgraciado caudillo ; el carácter atrabiliario de Florín, como dice Vidaurre, « demasiadamente co­nocido » •, la actitud aislada, escondida, que se vio obli­gado a guardar aquél en la prisión, para huir a las irritadas palabras de sus compañeros i de su padre que lo acusaban de calumniador i de embustero; la ninguna utilidad que traia al éxito de la revuelta la muerte del ministro, i sí, la inmensa responsabilidad de que se ha-

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cian reos los comprometidos en ella; las afirmaciones de algunos declarantes que acriminan solo a Florin, eximiendo de toda complicidad a Vidaurre; por último, la sentencia misma de muerte, que, aunque en términos vagos, si no salva del crimen completamente al último, no lo acusa, a lo menos, al paso que se vale de las pa­labras « autor del asesinato » cuando se refiere al pri­mero. Por otra parte, obran en contra de Vidaurre i confirman las violentas sospechas de su directa partici­pación los hechos siguientes: la frase aquella citada mas arriba que en los momentos mismos de consumar el infame atentado dijo Florin a Necochea; las amenazas que el primer parlamentario, Aguirre, que mandó a Valparaiso el jefe del motin, hizo al jeneral Blanco de fusilar a Portales en caso de resistirse la plaza; el hecho de haber confiado aquél la guardia del prisionero al peor de sus oficiales, al « demasiadamente conocido como sanguinario», como él mismo declaró ; el hecho de acusar el hijo al padre, lo que no es natural, sino cuando hai razones mui poderosas i veraces para atre­verse, desde que Florin no se salvaba ni ganaba nada en abono de su causa con ello; las circunstancias que rodearon el delito, todas las cuales parecen reunirse para traer las presunciones mas fundadas i terribles en contra de Vidaurre; el mismo trato que de éste recibió Portales i las amenazas de él, de Florín i de los demás en Tabolango, que llevaron al alma de la víctima la certidumbre de su desventurada suerte; la ebriedad en que todos, jefe i subalternos, se encont rábanla misma gran traición de su motin que revelaba el fondo de su

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conciencia, ingrata, perversa, sin pudor ; el rumor sor­do que desde el principio circuló en las filas revolucio­narias del fusilamiento que se iba a hacer en la persona del prisionero; i por último las declaraciones de algunos de los reos que señalan a Vidaurre como el verdadero autor de la muerte cometida por el brazo de Florín.

Los crímenes siempre tienen ciertos secretos que no es fácil penetrar del todo : no faltan nunca razones mas o menos fundadas para absolver o condenar. La poste­ridad fallará sobre este punto histórico mas tarde; que por lo que toca a la opinión pública de la época en que se desenvolvieron estos sucesos, ella no absolvió a Vi­daurre.

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III

La actitud que asumió la república entera levantán­dose como un solo hombre antes aun de que se supieran detalles ningunos, ni se sospechara siquiera en quéhabia de concluir la abominable trajedia, prueba cuan lejos estaba de aceptar la traición i la felonía como la ban­dera de esa supuesta restauración de sus leyes i dere­chos. Todos los ánimos honrados estallaron con santa ira i condenaron enérjicamente a los reos de Quillota; no hubo una sola voz que se atreviese no digo a unirse con ellos, ni siquiera a disculparlos, que tal fué la an­tipatía que inspiraron primero i el horror después-, las protestas de adhesión llegaron de todas par tes ; el entu­siasmo por tomar las armas para castigar a los revo­lucionarios, defender las instituciones amenazadas i arrancar al ministro prisionero de manos de aquéllos, llegó a su colmo -, no se oian en plazas i calles sino pa­labras de condenación al desleal jefe del Maipn i a sus

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atolondrados oficiales i de aplauso sincero a os defen­sores de Valparaíso •, el gobierno se vio desde el primer momento rodeado de las personas mas importantes de Santiago i apoyado por el esfuerzo de todo el vecin­dario, i tuvo en abundancia armas, dinero i elementos de defensa de todo jénero.

En las provincias sucedió lo mismo : a las autoridades hicieron inmediatamente círculo todos los hombres de prestijio i de valer. Unánime fué el grito de indigna­ción que se alzó en todas ellas. El ejército del sur se preparó en el acto para marchar a la mayor brevedad sobre la capital en defensa de la causa. « Sírvase V. S., decia el jeneral Búlnes, en oficio del 9 de junio al minis­terio de la Guerra, sírvase V. S., al imponer al Excelen­tísimo señor Presidente de la República del cumpli­miento de su disposición, hacerle presente igualmente lo mui satisfactorio que me ha sido ver la indignación i horror con que ha sido mirado por todos los jefes del ejército el escandaloso atentado cometido por el coronel Vidaurre i su deseo de vengarlo cuanto antes, i asegurar la quietud i orden en la República. » En Aconcagua el intendente Urizar Garfias tomaba por su parte enér-jicas medidas i sofocaba un motin militar con un ejem­plar castigo que costó la vida a once hombres. La acti­vidad que desplegó el gobierno lo puso en estado de oponer una seria resistencia a los amotinados : muchos creian que sedirijirian sobre la capital, i a defenderla ten­dieron sus principales esfuerzos.

Afortunadamente la acción de armas del Barón hizo inútiles estos preparativos i cortó a tiempo el incendio.

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Tan desgraciado anduvo Vidaurre en todos sus actos, desde las palabras mentirosas con que en la plaza de Quillota finjió adherirse a la revolución, hasta su último ataque en columna cerrada sobre las fuerzas de Blanco en el campo de batalla, que en el seno mismo de los cómplices de Santiago vino su mala estrella a verse completamente eclipsada. La voz pública señalaba a algunos altos personajes como comprometidos en el movimiento; se decia quien iba a ser el secretario jeneral, del jefe revolucionario i hasta se nombraban los indi­viduos que estaban destinados para formar el gobierno provisorio : ninguno de ellos, sin embargo, salió a luz, sea porque les faltó el coraje en el momento preciso, sea porque, como algunos aseguran, el golpe se anticipó algunos dias a la fecha acordada. No falta quien sos­tenga que la revolución se habia resuelto para el mo­mento mismo del embarque de la columna expedicio­naria; hai quien asegura que, habiendo sido retirado Boza del batallón Valdivia algunos dias antes, fracasó el movimiento que habia sido preparado para los últi­mos dias de mayo, i que por eso se desanimaron los autores ocultos de la intriga; otros dicen que el dia nunca fué definitivamente fijado, i que quedó la oportu­nidad dejada al buen criterio del coronel Vidaurre, razón por la cual no se encontraron en Quillota a la horadada los cómplices de alto coturno. De estas aseveraciones yo me inclino a la última. I así se explica el aisla­miento tan profundo en que se encontró ese caudillo cuando mas necesitaba de una acertada dirección; i así se explica, ademas, el que a ninguno de los enemigos poli-

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ticos de Portales de alguna importancia se le pudiese probar complicidad alguna.

La revolución de Quillota, de todos modos, aun saliendo al frente estos cómplices ocultos, habría sido impopular por la manera como se hizo, por las circuns­tancias que la rodearon, por el militar mismo que la dirijia i por el poderoso apoyo con que contaba en la opinión el gobierno del jcneral Prieto; pero, de esta suerte, tal como apareció, aislada, en medio del vacío, entregada a unos cuantos jóvenes desconocidos delpais, empezando por una traición aleve, fué un aborto mise­rable del cual todo el mundo tuvo asco i desprecio.

Su impopularidad fué, pues, tremenda. Aunque hubiese triunfado en el Barón, yo tengo para mí que no habria durado diez dias mas. La actitud resuelta i digna del gobierno de la capital, o una carga de caba­llería de Búlnesque se movia de su cuartel de Chillan, la habrían, sin disputa, destrozado en unos cuantos mi­nutos.

La complicidad de algunos altos personajes estáfuera de duda : mas no así la complicidad de Santa Cruz, a pesar de que hai fuertes i poderosísimas presunciones para creer que fué su oro el principal elemento del ter­rible drama. Aquellos vaticinios siniestros de la prensa de Lima, aquellas palabras de dudoso significado, aque­llas cartas cuya existencia se sabia del protector a algu­nos amigos seguros, los antecedentes políticos del mismo Santa Cruz que por idénticos medios en el Perú anudó los hilos de su obra de ambición hasta llevarla a cum­plido término, i sobre todo, aquella conferencia secreta

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de una noche entera que celebraron en Casa Blanca Vidaurre i el ministro diplomático de Bolivia, Méndez, que en aquellos momentos salia violentamente de Chile; son indicios siniestros que mantienen en media luz el cuadro, sin condenar definitivamente, pero tampoco, como en el caso del asesinato de Portales, sin absolver del todo. Agregúese a esto un dato que he oido de persona circunspecta e instruida en esta historia; pero que a mí no me consta, porque no he visto por mis pro­pios ojos el orijinal a que se refiere. Es el siguiente : Méndez, en las cuentas que pasó a su gobierno i que fueron aprobadas por éste, de los gastos de su misión a Chile hace rezar una partida de cincuenta mil pesos como perdidos en el coche en el viaje último de Santiago a Valparaíso. ¿Qué mas?

.Si la complicidad, pues, de Santa Cruz no está pro­bada, con estos antecedentes hai motivo para creerla. Existe lo que en el derecho se llama presunción legal.

Suspensos de esta suerte estaban los ánimos en San­tiago, esperando noticias de un momento a otro, cuando llegó en la noche del 6 la mas terrible de todas, la del asesinato de Portales. Cuentan que con voz profunda­mente acongojada la dio el coronel Maruri al pueblo, que en aquellos dias estaba constantemente agrupado a las puertas de palacio, i que en aquellos momentos esperaba silencioso i mas que nunca lleno de angustia por el terrible rumor que empezaba a circular. Habló Maruri i un jemido ronco de dolor, un ¡ a i ! desgarrador i tristísimo que apenas turbó el hondo silencio, se dejó oir en toda la plaza ; era el lamento íntimo, secreto,

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arrancado del fondo de) alma de un pueblo entero que sabia sentir porque era noble i que sabia jemir porque era humano!

Falso es aquello, que alguien con indiscreto desen­fado se ha atrevido a estampar en las pajinas de un libro» de que fué un aplauso a media voz, inhumano, terrible, el que ¡siguió a las palabras de Maruri! A cuantos tes­tigos de esa escena he preguntado sobre este hecho he oido repetir el mismo desmentido enérjico de esta calumnia histórica.

Fuera de que el pueblo amaba personalmente a Por­tales, ¿cómo es de creer que aun que lo odiara, se hiciera el eco del crimen para aplaudir su muerte? ¿ Cómo suponerlo tan vil para pensar que el asesino Florín le arrancara aplausos en la hora misma en que se veia i tocaba mas de cerca todo lo horrible del asesi­nato perpetrado?

Engañado fué indudablemente el autor del Juicio Histórico de Portales, señor Lastarria, cuando se atrevió a estampar en sus pajinas semejante patraña.

Refutando esta misma aserción, el escritor don José Zapiola dice ( i ) que « el viva es completamente falso». I agrega: «Veinte años antes, i en ese mismo lugar, se había ejecutado un gran acto.de justicia en la persona de un verdugo de nuestra patria, el sanguinario San Bruno; i solo habian trascurrido dieziseis años desde la muerte de Benavides, criminal insigne, sin rival por los inmensos males que hizo sufrir i que pagó en la

(i) « Recuerdos de Treinta Años». Segunda parte.

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horca, suplicio aplicado por última vez en Chile. El pueblo de Santiago, innumerable enambos casos, que no tuvo una palabra injuriosa para aquellos feroces verdugos, ¿ la habría tenido para Portales después de muerto ? Esto podría concebirse persuadiéndonos de que en treinta años de vida republicana solo habíamos conseguido convertirnos en antropófagos. Chile estaba entonces dividido en dos partidos : el conservador, que era gobierno, i el liberal, que era la oposición. Es claro que el grito salvaje no pudo ser dado por el primero, dei que era jefe Portales, luego debió serlo por el segundo Ni por uno nipor otro, decimos nosotros, i es la verdad. »

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IV

I aquí empieza para Portales la posteridad histórica. Su muerte produjo la impresión mas dolorosa i

profunda, i en Santiago no se recuerdan días mas tristes que aquellos. Para anatematizar el crimen no hubo, como dejo dicho, mas que una voz, un alma, una conciencia en toda la República, sin distinción de edad, ni condición, ni sexo.

La poesía, haciéndose el eco del pueblo, enlutó sus cuerdas i arrancó en honor de la víctima una de las mas hermosas inspiraciones con que cuenta nuestra modesta literatura nacional. La joven poetisa doña Mercedes Marín de Solar publicó su celebre « canto fúnebre», en el cual calificaba a la revolución de Quillota como

Ün crimen sin segundo, Ingratitud nefanda^

Que escándalo i horror será del mundo.

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De esta bellísima composición poética, cada estrota es un tesoro de elocuencia, cada verso un rayo de indignación jenerosa. Nunca el jenio de la musa chilena voló mas alto, i si la señora Marín no tuviese otras preciosas armonías que con justicia le han merecido el aplauso de la posteridad, bastaría su magnífico canto para ponerla en la primera línea de los poetas sud-amerícanos. Ved, sino, este robusto apostrofe a los defensores de la lei:

. . . . Seguid, valientes, Purificad un suelo mancillado Por tan nefando crimen: no son hombres, Son furias infernales las que cruzan Ese campo fatal: corred, guerreros, Perseguidlas en todos los senderos ; I si huyen a sus hórridas guaridas,

Ponga el remordimiento Con incesante roedor tormento Fin espantoso a sus infames vidas !

El honrado teniente coronel don Juan Vidaurre, no atreviéndose a cargar un apellido « que naturalmente excita las ideas, dice, de la mas pérfida e inicua alevosía» i « para librar a sus descendientes del baldón eterno que envuelve en sí mismo el de Vidaurre », pidió el permiso para agregar o anteponerle otro : por decreto del 13 de junio el gobierno le añadió el adjetivo leal, extendiéndose esta prerogativa a su descendencia, i firmándose él desde aquel dia Vidaurre Leal, apellido con que en la historia del pais ha figurado mas tarde.

No fueron menos ardientes las manifestaciones del

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ejército: « Tan infausto acontecimiento, dice el jeneral Búlnes desde Chillan en nota del 11 de junio, aludiendo al asesinato de Portales, que será llorado por todos los pueblos de la República, no ha podido menos de afectar de un modo mui particular a los jefes, oficiales i tropa de que se compone el ejército de mimando , hasta el extremo de presentárseme solicitando el permiso de llevar luto por la ilustre víctima como un testimonio de su sentimiento, en los momentos que daba las órdenes para que lo cargasen. »

Los documentos oficiales de la época, tales como las notas de los intendentes, gobernadores, etc., etc., abundan en los mismos sentimientos. Las autori­dades no hacían sino dejarse llevar por la corriente del dolor inmenso que aflijia al pueblo.

Las comunicaciones de los ministros diplomáticos, sino superan, rivalizan con aquellos en la manera de expresarse. El representante de Francia, M. Dannery, « Quiero dar, dice, un alto testimonio del horror que me inspira el execrable atentado que ha arrebatado a la República la persona del señor ministro don Diego Portales-, quiero también manifestar toda mi veneración a la memoria de esta ilustre i desgraciada víctima.... » I el ministro del Brasil, Cerqueira Lima: « No puedo dejar de expresar a V. E . el horror que me ha causado tan negro atentado, asegurando a V. E. que mi gobierno experimentará el mismo sentimiento al recibir la noticia del monstruoso crimen de una traición tan pérfida. » « Estimable i hábil ministro » llama a Portales Walpole, «mártir de la causa del

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— 4 3 7 — patriotismo i de la verdadera libertad, víctima de la mas fea i ho'rible traición. »

Así calificaban los extranjeros testigos desapasionados i hasta puede decirse indiferentes de nuestras querellas domésticas, la revolución de Quillota, que algunos chilenos mas tarde se han empeñado, sin embargo, en disculpar, o en dorar con falsos oropeles.

El vecindario de Valparaíso solicitó como un especia favor que se le dejase el corazón de la ilustre víctima: accedió el gobierno dejándoselo «como un precioso depósito que les recuerde constantemente la memoria del grande hombre que se sacrificó por el bien de la patria.» Hoi el cementerio de ese puerto tiene un monumento que encierra entre sus mármoles tan sagrada reliquia, revelada al viajero por una inscripción modesta i sencilla como era el corazón que allí se guarda.

El Congreso Nacional acordó una lei, cuya parte dispositiva dice: i . ° Se elevará un monumento de mármol en el lugar del panteón donde se trasladen sus preciosos restos sirviéndole de inscripción el presente decreto. 2.° Se erijirá en el atrio delpalaciode gobierno una estatua que represente a don Diego Portales con la inscripción siguiente : «Erijida por decreto del Congreso Nacional de Chile en honor de don Diego Portales.»

La prensa extranjera, al dar cuenta de los crímenes de Quillota i del Barón, salvo la del Perú amordazada por el Protector i entregada completamente a sus inte­reses personales, unánime fué en alzar el mismo grito

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de horror que habia retumbado dentro de los límites de Chile.

I ¡ cosa rara en nuestro pais ! Cuando los infelices reos fueron condenados al último suplicio i marcharon a cumplir su fatal sentencia en la plaza de la Victoria de Valparaiso, no hubo una sola voz que se levantara para pedir indulto : los dejaron morir solos, abandona­dos, sin odio i sin dolor, sin insulto, pero sin compa­sión. Los ejecutados fueron Vidaurre, Toledo, Nar­ciso i Raimundo Carvallo, Florin, Forelius, UUoa, Ponce.

Los funerales, en cambio, que se hicieron a la vícti­ma, fueron espléndidos, i no era el fausto del lujo oficial, era el natural i espontáneo sentimiento del pueblo lo que los hacia imponentes i solemnes. La iglesia matriz de Valparaiso, alumbrada de mil luces, llena constan­temente de una numerosísima concurrencia consternada i relijiosa, guardó el cadáver, cuya autopsia hizo el distinguido facultativo señor Cazcutre, por algunos días, hasta que, conforme a un decreto del gobierno del 7 de junio, se trasladó a la capital. Viniéronlo escoltando una compañía del batallón Valdivia i otra de cada uno de las guardias cívicas de Valparaiso, i lo dejaron, en fin, el i 3 de julio, depositado en los arra­bales de Santiago, en la iglesia de San Miguel. A la mañana siguiente, el ancho paseo público de la Alame­da se llenó de un concurso inmenso, por medio del cual i entre las filas del ejército que formaban calle, avanzó lentamente el carro fúnebre, que contenia los despojos del héroe, Le precedía el fatal birlocho que

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- 439 -le había conducido al sacrificio, e iban con él al pié de la urna funeraria los mismos pesados grillos que ciñe­ron sus pies en la larga agonía de su calvario de Quillota al Barón. Lloraba el pueblo al contemplar la escena conmovedora, lloraban los leales soldados que forma­ban el cortejo, i los cañones del Santa Lucía hacían eco a la doliente ceremonia disparando un tiro cada cuarto de hora.

Al aire libre i al pié del carro, deteniendo un mo­mento a la multitud que empezaba a moverse, el minis­tro del interior, Tocornal, pronunció un triste i elo­cuente discurso. Su voz clara i varonil llenó el espacio i alcanzó hasta una larga distancia ; sus lúgubres ideas noblemente expresadas i su actitud digna i severa de­lante del cadáver de su antiguo amigo i compañero de trabajo, causaron vivísima impresión en el auditorio'. Le sucedió en la improvisada tribuna el coronel Perei-ra, director de la Academia militar, para pronunciar también algunas palabras sobre el cadáver de su anti­guo jefe.

Se movió el acompañamiento a la una i media de la tarde, al compás de las músicas militares i de los roncos i destemplados tambores. Precedian la marcha cuatro cañones de campaña i un destacamento de artillería, i la cubrían a la retaguardia algunas compañías de otros cuerpos, arrolladas las banderas, enlutadas las cajas i con las armas a la funeral. La comitiva era inmensa i se componía de lo mas selecto de la sociedad, de los hombres mas conspicuos nacionales i extranjeros, de c uerpo diplomático i consular, de la municipalidad, de

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— 44o — los miembros del Gobierno, de las comunidades reli-jiosas i de todo el clero. Reinaba un orden admirable i todo era sincero i espontáneo. El coche fúnebre fué quitado a los caballos que lo conducían i arrastrado por el pueblo, que se disputaba ese honor, hasta la iglesia de la Compañía, donde fué recibido el cadáver por el cabildo eclesiástico, i guardado durante todo el día i la noche por las guardias cívicas.

Fué allí, en esa noche de piedad relijiosa, en el solemne retiro de ese templo iluminado por un sinnú­mero de cirios, entre esas altas i severas columnas envueltas en crespones, cuando pudo apreciarse en su justo valor el dolor del pueblo por la pérdida sufrida i el amor de todos por el mártir sacrificado. « Multi­tud de jentes, dice el narrador de esta melancólica ceremonia ( i ) , venia a todas horas a dar el último adiós al ilustre mártir del orden social, i en sus ojos se leían, ya el dolor por una pérdida tan irreparable, ya aque terror que infunde la muerte de los varones ilustres, ya los afectos piadosos de los que ponen su esperanza en el Dios que promete la inmortalidad. En la noche del mismo dia, las comunidades relijiosas i el clero concurrieron a la iglesia de la Compañía, a entonar, por turnos, el oficio de difuntos, i al dia siguiente, desde la cinco de la mañana, se celebraron misas so­lemnes por las mismas corporaciones. »

Se celebró el entierro en la iglesia Catedral, donde hoi descansan sus cenizas. Lá pompa fué la misma

(i) <r Araucano » del 21 de julio de 1837.

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que el día anterior, i la asistencia igualmente numerosa i escojida. El Presidente de la República, el Congre­so, los ministros del despacho, todos los empleados, en fin, i los hombres de valer, allí estuvieron a dar su postrer adiós, bañados en lágrimas, al venerable cadá­ver. « Jamas se ha visto en Chile, dice el narrador citado, una pompa fúnebre que, en lo solemne i ma­jestuoso, admita comparación con ésta. »

Algunos dias después, el 14 de agosto, se celebraron en la misma iglesia Catedral por el bien del alma de Portales, unas solemnes exequias.

En la nave del medio se habia levantado un pomposo catafalco en el cual se veian su espada i su uniforme , las naves laterales estaban completamente enlutadas i las columnas adornadas con guirnaldas fúnebres e ins­cripciones alusivas al objeto i al hombre al cual se destinaba la triste ceremonia. En medio del profundo silencio se levantó la voz del orador sagrado, que recorrió a grandes rasgos la vida del héroe.

El orador era digno de Portales, i estaba llamado a hacer después un brillante papel en Chile : era el que mas tarde fué arzobispo de Santiago, ilustrísimo señor don Rafael Valentín Valdivieso, que aún llora su huérfana grey.

Hé aquí algunos íragmentos de ese discurso, que sir­ven para completar el retrato del hombre cuyo bosquejo he venido haciendo en estas pajinas : « Semejante a aquellas águilas dice, que en el rápido curso de su vuelo, sea que se remonten sobre inflamados volcanes, hondos precipicios, lagos insondables o escarpadas montañas,

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jamas detienen su vista en lo que se halla a sus pies; así el laborioso ministro, sin reparar en las dificultades que le cercan, dirije sus miras a enfrenar la licencia, reformar los abusos, dar nervio i respetabilidad al go­bierno, crédito a sus promesas, moralidad a las masas i economía i pureza a la administración de las rentas públicas. En todo trabajó con buen éxito por sí o por medio de diestros cooperadores, cuya elección es tam­bién debida en gran parte a la penetrante perspicacia con que leia en los corazones i adivinaba aquel destino que a cada uno le convenia según sus aptitudes. El ta­lento i su infatigable contracción le hacen familiar a todo aquello que forma el secreto i constituye el ma-jisterio de cada profesión. Nombrado ministro de la guerra i marina, a los pocos dias ya se deja escuchar con interés sobre el arte mlitar. En los negocios que tienen atinjencia con el comercio i jurisprudencia civil

i eclesiástica oye ; pero resuelve por sí mismo » Pero la cualidad mas notable, la que parece for­

mar el alma de sus otras relevantes prendas, era un tino para acordar sus providencias i cierta previsión para calcular sus efectos, que no parece sino que llevaba en las manos la voluntad de los hombres i el poder de los elementos. ¿ Cuántas veces no se temia un desca­labro donde tal vez se daba el golpe decisivo ? Du­rante los siete años i medio que ha intervenido en los negocios públicos, no ha quedado tentativa de que los enemigos del gob'erno no se hayan valido para derro­carlo, i en todas han encontrado .un triste desengaño. ¿ Quién no creyó envuelta la República en guerra civil,

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« Es verdad que debia ser para éluna noble satisfac­ción llegar a ver logrados sus molestos sacrificios; pues a donde quiera que tendiese la vista, allí se le. presen­taba la mas risueña perspectiva. Mejora en la admi­nistración de justicia i en la policía de los pueblos, in­cremento pasmoso de las rentas públicas, ejército, marina i preparativos para llevar la guerra fuera del Estado sin que para ello hubiese sido preciso obligar a una erogación extraordinaria, respetabilidad en el go­bierno, decencia en su manejo, crédito dentro del pais i fuera de él, progreso en el comercio, ahorro de gastos, edificios públicos de gran costo, establecimientos para

a lo menos por algún tiempo, cuando repentina e im­provisadamente se tuvo la noticia de que debia estar en nuestras costas una expedición formal mandada por el caudillo de la oposición al gobierno, i, según todas las apariencias, dirijida i sostenida por el afortunado con­quistador que acababa de ganar al Perú con una em­presa semejante ? ¿ Quién ? Solamente el ministro i los que conocían de lo que él era capaz. Vosotros visteis en pocos dias formar escuadras, disponer ejércitos i dirijir operaciones como si la guerra i los mares no ofre­ciesen contratiempos. Supisteis, después, que mientras en Chiloé eran presos el jefe de la expedición con sus tropas, buques i bagajes, flameaba el pabellón chileno en el Callao, i se firmaba por el señor de tres repúblicas una tregua, que aun cuando vergonzosa para él, con todo no satisfizo las grandes miras del autor de tan glo­riosos triunfos

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educación de eclesiásticos i militares, nuevas cátedras de enseñanza; ved aquí el fruto de la administración de que ha sido el consejero, el alma i el mas firme apoyo nuestro distinguido ministro.. . .»

Entre las inscripciones que adornaban al templo i que nos han sido conservadas en un periódico de la época, hai una que merece el recuerdo de la posteridad, debida a la pluma del distinguido poeta don Salvador Sanfuentes. Es el siguiente soneto :

Murió aquel héroe, cuya ilustre vida, Solo al bien de la patria dedicada, Era por Chile con razón llamada De sus derechos la mejor ejida.

Mirad a lo que se halla reducida La esperanza feliz en él fundada; Un solo instante le convierte en nada 1 deja en duelo a la nación sumida

¡ Oh ! ¡ decreto fatal de injusta suerte Vence imposibles mil, halla el camino A toda grande empresa el hombre fuerte ;

Mas no puede triunfar de su destino, I cuando brilla mas, le da la muerte El aleve puñal del asesino!

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V

Las ideas, sin embargo, no mueren bajo ese puñal •, el hombre de Estado es aquel que sabe echar en las al­mas que lo rodean i en las instituciones que forma, la semilla fecunda de esas ideas jenerosas i sanas que no deben ni pueden morir con él.

Portales eso obtuvo. Comprendió que Chile se hallaba en una verdadera

i tremenda crisis cuando tomó las riendas del gobierno: le tocó a él entonces salvar ese difícil período de transi­ción entre los hábitos del pasado, la anarquía del últi­mo momento i la organización definitiva del pais que vinieron a crear el partido conservador i la Constitución del 33 : en el orden político tuvo que ser la cadena en­tre la colonia i la revolución del año X para unir las dos diversas épocas i hacer de ellas brotar con rica sa­via el árbol fecundo de la república.

Cuando tuvo el manejo de los negocios públicos, en

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su primer período, se trataba de reparar la sociedad, profundamente revuelta por la anarquía de siete años, i de encarnar en los ciudadanos el amor del orden i el respeto a la lei. Chile fluctuaba entre el temor de los motines militares i el desprecio de la autoridad supre­ma, su vida era incierta, sus rentas mezquinas, su cré­dito ninguno. En estos casos es cuando los pueblos, sin fe en su causa, postrados de cansancio, cobran tal disgusto a la libertad misma por sus desórdenes i sus vicios, que voluntariamente se entregan en brazos de la tiranía. Ejemplo de ello es la historia de todos los pueblos. Ese verdadero disgusto por la libertad, ese cansancio déla ajitacion anárquica que todo lo consume, lazos de familia, hogar, tradiciones, afectos, arrastran los espíritus hacia algo mejor, que sin embargo no al­canzan a comprender, i que suele ser el lazo que le tiende la ambición para trepar al solio del poder entre aplausos i llevado en brazos de la popularidad. Así los hombres públicos se convierten de tribunos i de caudillos en tiranos sin hallar resistencia, porque la anarquía lleva necesariamente al despotismo. Napo­león, de esta suerte se hizo emperador, olvidándose que habia sido el salvador de su patria i que tenia que llenar una misión providencial mas alta que la tiranía, la de la rejeneracion de la Francia. Esta misión disculpó, e hizo necesaria al principio su dictadura, que no fué otra cosa lo que se llama gobierno consular \ pero, no disculpa, después de haber echado los cimientos de la grande obra, su ambición desmedida de gloria personal que lo llevó a ceñirse la corona. La dictadura es a ve-

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— 447 — ees necesaria ; la tiranía siempre es abominable. Pero la pendiente es fácil, i en las circunstancias difíciles los pueblos i los caudillos fácilmente de la primera se pre­cipitan en la segunda. Por eso es tan bella la gloria de Washington, que en vez de rei aspiró a ser el pri­mer ciudadano de una república, i de Bolivar, que se encontraba peligroso a la causa de la libertad i esquivó los halagos de ' l a ambición desmedida: se pararon a tiempo para no cegarse. Portales obró del mismo modo, con la diferencia que ni siquiera quiso ser el pri­mero.

En el segundo período de su gobierno ya el partido conservador habia ejercido felizmente i con provecho su misión rejeneradora •, la Constitución del 33 habia robustecido el poder i abatido a la anarquía; el crédito empezaba a levantarse i el pais tranquilo veia abierto delante de sí un camino próspero ; merecían el respeto público las nuevas instituciones i el homenaje de la po­pularidad los hombres de la administración •, de la dic­tadura del momento que fué necesaria, se habia ido naturalmente llegando sin dificultades al réjimen esta­ble, sólido, constitucional; Chile se sentía feliz i con aliento para lanzarse a las empresas industriales, a las especulaciones de comercio, a los trabajos agrícolas, que mas tarde lo habian de levantar tan alto en el con­cepto ajeno i en el progreso propio. Sin embargo, otra clase de peligros le amenazaron, i casi repentinamente se vio envuelto en la tempestad de una guerra exte­rior. Portales volvió al poder : i si ejerció alguna dic­tadura entonces, juntamente con sus colegas de gobier-

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no, fué la de la lei, la establecida por la Constitución; absolutamente ninguna personal. Pudo , si lo hubiese pretendido, haber sido dictador; mas no lo fué, por­que la dictadura no era necesaria para dirijir el pais, así como antes lo habia sido para organizado.

Portales en uno i otro caso tomó camino distinto, diametralmente opuesto: lo que prueba que no quiso ser tirano. No murió, pues, a tiempo,'como algunos han creido.

Resta solo ver si en ese modo de obrar se mostraba un verdadero hombre de Estado. Si es lícito juzgar por los efectos de la bondad de las causas para calificar de acertadas o no la obra i las ideas de un hombre público, sujetado a ese criterio, Portales es como nin­guno admirable. En el orden interno su empeño fué robustecer la autoridad para sofocar la anarquía: en las relaciones exteriores crear una política internacional americana para levantar a Chile por ese medio honrado, digno i jeneroso, al nivel de los primeros con su influjo, su acción i su palabra. Conviene, pues, ver si su em­presa en uno i otro orden fué descabellada, o sensata, aturdida o prudente.

En el exterior tenemos la guerra del Perú. Que hubo derecho para hacerla, queda probado en otras pajinas; que el resultado de su audacia correspondió á su con­fianza i a sus elevadas miras, no es difícil manifestarlo. La razón que alegaron los que la condenaron mas áspera­mente fué la de que Chile no tenia fuerzas suficientes para llevarla a cabo con éxito; sin embargo, el tiempo se encargó de desmentirlos i el triunfo de probarles que

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nunca es débil un pueblo heroico cuando está dirijido por un gobierno honrado i fuerte. Después de grandes contrariedades, se hizo a la veíala expedición i a costa de sacrificios que fueron inmensos; a poco desgracia­damente el patriotismo de los chilenos fué puesto a dura prueba, en asperísimo conflicto ; los tratados de Paucarpata desaprobados por el gobierno, después, de una tregua de corto tiempo volvió la guerra a llevarse adelante con increible tesón ; una segunda expedición de 6 ,000 hombres se preparó, gracias a la actividad de los hombres del poder i gracias sobre todo al enérjico espíritu de don Joaquín Tocornal, cuyo nombre, junto al del jeneral Búlnes, figura en primera línea como el alma de esta campaña; vinieron unos en pos de otros los triunfos de nuestras armas, i el sol de Yungai se le­vantó brillante para iluminar nuestra gloria i la estre­pitosa caida del protector Santa Cruz. Bolivia i el Perú volvieron, como antes, a ser naciones independientes.

Los adversarios de la guerra cantaron solemnemente su palinodia, el regocijo de Chile fué aun mas inmenso que sus anteriores sacrificios, que es cuanto puede decirse; los himnos de triunfo resonaron en nuestras calles i con ellos los recuerdos del hombre ilustre que inició la obra. Portales fué entonces aclamado como un Jenio.

I entretanto que nuestros soldados i nuestro dinero iban a utilizarse en el extranjero, en Santiago no queda­ba para sostener al gobierno mas que una compañía de artillería i un escuadrón de húsares : total, '25o hom­bres ; i en la frontera para dominar a ios indios arau­canos solo un batallón cívico, el de Chillan, fuerte en

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3oo hombres. ¿ Era o no popular un partido que no necesitaba para sostenerse en el poder sino de este re­ducidísimo ejército ? Conviene agregar, ademas, que, entretanto, se cubrieron mensualmente sin descuento alguno los sueldos de toda clase de empleados, el crédi­to nacional cumplió relijiosamente sus compromisos, las necesidades del servicio se satisfacieron como en medio de la paz mas profunda, se levantaron edificios públi­cos, se abrieron caminos, se mandó dinero a Europa para construir nuevos buques, no se echó mano de em­préstitos forzosos, no se atropello la propiedad de un solo ciudadano, ni se recurrió a medios torcidos de nin­gún jénero ( i ) . El mismo ministro Tocornal pregunta i se da la [solución de este problema. « Es el fruto, dice, de la paz doméstica que de diez años a esta parte ha venido a hacer su asiento entre nosotros, trayéndonos en premio del buen sentido con que abrazamos siempre la causa del orden los innumerables beneficios que la acompañan : ella ha permitido que se desarrollen libre­mente los jérmenes de prosperidad que contiene nuestro suelo : ha permitido que la agricultura, el comercio, la minería, las artes i la civilización emprendan a la vez el rápido movimiento con que las vemos adelantarse i que las turbulencias políticas de los tiempos pasados habían hecho detener. »

Pero la mayor ventaja que sacó Chile de la guerra al Perú fué el crearse una política internacional i fijarse un rumbo acentuado, seguro, en la marcha de nuestras

(i) Memoria dé Hacienda de i83q de don Joaquín Tocornal.

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— — relaciones exteriores, que ojalá nuestros hombres de Estado nunca hubieran olvidado en los años pos­teriores !

Por lo que toca a los resultados de la política interior de este hombre ilustre, en el dia están de acuerdo todos en que fueron excelentes, porque hicieron de Chile la primera República de Sud-América. Los grandes he­chos históricos tienen mas poder de argumentación que todos los razonamientos de los filósofos, i ellos se han encargado de probar que Portales obró con acierto al afianzar la unidad de la República i robustecer el poder del Ejecutivo. « Chile comprendió, dice un distinguido escritor americano, que el orden i la paz eran las con­diciones de la libertad, que la paz depende de la enerjía del poder encargado de conservarla, i que la enerjía del poder reside en su unidad ( i ) . »

Sobre este principio, como he dicho en otra parte, estriba la Constitución del 33 i estribó la política de Por­tales i del partido conservador que quedó dominando en la República. Mas, no por eso dejeneró esa enerjía en despotismo, ni esa centralización en espíritu egoista i mezquino, porque hemos visto a los gobiernos conser­vadores siempre obedeciendo a la voz de la opinión pública i en la capital haciendo brillante papel i siendo a veces jefes de partido i miembros de los altos cuerpos del Estado hombres venidos de las provincias. Esa centralización, pues, ese espíritu de unidad, esa fuerza de poder, han sido entre nosotros armonía, prosperidad, bienestar social, riqueza pública.

( i ) Alberdi.

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Si re:orremos el mapa de los demás países de la América española, en el acto choca al mas prevenido en contra nuestra el contraste entre Chile i sus herma­nos. Con-esa constitución tan criticada como retrógada i absolutista, tan violentamente atacada por publicistas i tribunos, nos hemos salvado del naufrajio común, cuando todas las demás naciones americanas se han es­trellado sobre sus liberalísimas constituciones mil i mil veces en medio de combates, de sacrificios estériles, de jornadas sangrientas. Colombia desgarra sus propias entrañas, se une, se separa, lidia i llena sus anales históricos de crímenes : Bolivia no sigue mejor cami­no : Méjico ha retrocedido cien años entre el período que rematan los patíbulos de dos emperadores, Itur-bide i Maximiliano; la República Arjentina ¡ cuánto ha sufrido! ¡cuánto el Pataguai, el Perú i la República Oriental! Todavía algunos de esos países no se consti­tuyen, están en el estado de transición i de prueba en que Chile se hallaba entre los años 23 i 27. Chile, en­tretanto, refujiado en el baluarte de sus leyes consti­tucionales i del espíritu del hombre que lo arrancó del caos, ha atravesado el peligro i las horas difíciles, tran­quilo i sereno. Dos revoluciones en mas de cuarenta años no es gran delito, cuando nuestros vecinos las cuentan por docenas!

¿Todo esto qué prueba? Prueba que el sistema dé Portales fué acertado, desde que con las mismas tradi­ciones, la misma sangre, la misma falta de vida pública, los mismos defectos de raza, pudo obtener para el suyo tan distinta suerte de los demás países.

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Las presunciones de futura grandeza todas eran adversas a Chile, favorables a aquellos, porque era la mas pobre i apartada de todas las colonias. Nadie soñó de que ella, a la vuelta de pocos años, habia de llegar a la altura que alcanzó, al paso que de las otras se hadan los mas lisonjeros vaticinios. De Méjico, por ejemplo, el sabio Humboldt hace constar con datos cómo su progreso iba en aumento en su agricultura, en su pobla­ción i comercio; i calcula tomando como punto de par­tida el estado de su riqueza a principios de este siglo i la progresión ascendente de su natural desarrollo, que debia duplicar su producción agrícola i su población cada 2 5 años. Entonces sus rentas fiscales, hechos todos los gastos de administración, dejaban un sobrante de diez millones de pesos ; i sin embargo, ¿ qué es ahora Méjico ? No dentro de muchos años será pro­bablemente colonia yankee; i entretanto, sus bonos no se cotizan en el mercado europeo!

Chile, que, al contrario, nunca llegó en aquella épo­ca a equilibrar sus entradas con sus gastos, viéndose siempre la metrópoli en el caso de acudir al pago de su administración i de su ejército, ¡ qué distinto resultado ha obtenido ! ¡ cuánta diferencia en vigor, en produc­ción, en riqueza, entre los años anteriores a 1 8 1 0 , i los posteriores a i83o !

El carro empujado con mano firme ha seguido cor­riendo en la pendiente rápida del progreso sin detenerse un minuto en los cuarenta i cinco años que han volado desde entonces, i hoi podemos presentar con lejítimo orgullo al mundo civilizado el cuadro de nuestra sitúa-

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— 4¡H — cion presente. La población de la República se ha aumentado en una escala asombrosa, pues de cuatro­cientos mil habitantes en que se calculaba a principios del siglo hoi alcanza a dos millones; nuestras entradas de millón i medio de pesos que eran el año 3 1 , han ido subiendo en progresión igualmente notable i hoi llegan a mas de dieziseis millones : los bonos de nuestra deuda pública se cotizan en el mercado de Londres al nivel de los mejores, i en medio de la depreciación jeneral de todos, se mantuvieron hasta este último año a mas de un noventa por ciento, no abonando mas de un cinco de interés; en líneas férreas, siendo de notar que los primeros rieles que se tendieron en Sud-América lo fueron en Chile, tenemos cerca de dos mil kilómetros, fuera de los proyectos pendientes, algunos de los cuales son de altísima importancia como el del ferro-carril tras­andino ; casi todos nuestros pueblos se hallan unidos por alambres telegráficos que suman tres mil kilómetros aproximativamente; compañías poderosas de vapores ponen en comunicación los puertos numerosos de nues­tras costas, las cuales están sembradas de magníficos es­tablecimientos mineros, industriales i carboníferos, que producen millones; nuestros correos perfectamente ser­vidos mantienen anualmente en movimiento mas de trece millones de cartas i - llegan hasta los confines mas apartados de la República, de modo que estamos ya en aptitud de incorporarnos en la Union universal de Correos uno de los grandes acontecimientos del siglo; nuestra agricultura ha tomado un vuelo prodijioso, i toda la ribera del Pacífico en el hemisferio sur se surte

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de los productos que le ofrece nuestro mercado; i en fin, nuestras escuelas, nuestro sistema administrativo, la pureza en el manejo de nuestras rentas, la probidad de nuestra majistratura, la ilustración de nuestra prensa, el sentimiento patrio de nuestros conciudadanos son los argumentos mas incontestables que podemos ale­gar en favor de nuestro progreso real, positivo i evi­dente durante los años del gobierno e influjo de los conservadores en la dirección de los negocios públi* eos ([).

Pero, sin embargo, podemos vanagloriarnos mas que de todo eso, de otra cosa mucha mas digna de aplauso de los hombres de bien, a saber: que jamas, ni en me­dio de las mas ardientes de nuestras luchas políticas, a ninguno de nuestros ministros de Estado se ha tildado con la nota de usurpador de los fondos públicos porque no se ha sentado, gracias a Dios, un solo ladrón en los altos sillones de nuestra administración !

¡ I no podria ser de otra manera, desde que nuestros ministros, para entrar en el palacio de la Moneda, tie­nen que pasar al pié de la estatua de bronce sobre bases de mármol que representa a su gran modelo!

¡ I no podria ser de otra manera tampoco, desde que el secretario del Ejecutivo en el departamento del inte­rior, frente a frente de su escritorio, en la sala de su despacho, tiene que ver puestos sobre él los ojos de su

(1) Estas líneas fueron escritas cuando aun las prodigalida­des e indiscreciones liberales no habían arrastrado al país a la situación difícil en que hoi se halla.

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brillante antecesor, representado al tamaño natural en un hermoso lienzo debido al pincel de uno de los ar­tistas mas aventajados de Italia ! (i)

( i ) Últimamente un ministro de Estado hizo sacar ese re­trato. El desgraciado ministro creyó tal vez hacer una obra digna de los aplausos de la posteridad... Signos del t iempo!

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VI

Después de escritas las pajinas anteriores i en presen­cia de la historia trascurrida desde aquellos años, casi parece inútil insistir en atribuir al jenio de Portales la prosperidad de Chile. Está tan aceptado este hecho entre nosotros, que se ha llegado a convertir en un dog­ma incontestable ; i nadie en el dia se atrevería a ne­garlo, sin caer en la nota de sumamente pasionista o completamente ignorante de nuestra historia i de nues­tras evoluciones políticas. Entre los extranjeros que nos han visitado i escrito sobre nuestro país, encuentro unánime la misma opinión. Hé aquí algunas citas que tengo a la mano :

Del capitán Lucy. « Es menester decir, exclama, en alabanza de Prieto i de su primer ministro Portales, que a estos dos hombres debe Chile las mejoras de que goza ahora ; ellos supieron poner en orden la hacienda pública, crearon instituciones útiles, colejios i escuelas, hicieron caminos, etc. »

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De M. Mazade. .«De 183x data la importancia que Chile ha tomado entre las naciones. Este es el punto de partida de la situación de Chile Este período es el que puede llamarse el reinado de la polí­tica conservadora: sus adversarios están obligados a confesar hoi dia que ella ha dado durante veinte años el orden al país i que ella ha protejido el mas grande desarrollo de los intereses públicos. El creador, el iniciador de esta política, el que la ha valientemente arrancado del seno de la anarquía en que estaba en­vuelto Chile en i83o, fué Portales, el alma de los con­sejos del jeneral Prieto i uno de los raros i verdaderos hombres de Estado de la América del Sur (i) .»

De M. Gay. «¡ A partir de esta época (i83o) sin duda alguna data en Chile la estabilidad de un gobierno metódico regular i rejido por una autoridad fuerte i respetada. En presencia de las otras Repúblicas de la América española, siempre en combustión, seria una notable ingratitud la de negar al jenio de este brillante chileno el mérito de sus inmensos servicios en favor del orden i por lo tanto del bienestar público, etc.»

Nuestro distinguido escritor Vicuña Mackenna pu­blicó en 1863 un largo e interesante libro con el título « Don Diego Portales », en el cual estudia la vida pú­blica de este estadista, penetra en las escenas íntimas de su vida privada, analiza su carácter i formula defini­tivamente su fallo, que es al fin favorable, pues lo reco­noce, sino como un grande hombre, a lo menos como

( i ) « Annuaire des Deux Mondes. »

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un ser extraordinario, aunque al mismo tiempo lo juzga « mas bien un gran espíritu que un gran carácter, un ciudadano por mil títulos ilustre mas bien que un ver­dadero hombre de Estado. »

Estas últimas apreciaciones, cuando leí la obra de mi respetable amigo, me parecieron inexactas, i de allí na­ció en mí la idea de escribir estas pajinas para probar lo contrario, narrando brevemente la vida del hombre a que éste i ese libro se refieren. Yo creia entonces lo que, después de detenidos estudios con documentos ori-jinales i nuevos en mis manos, creo ahora con mas fir­meza, i es : que Portales fué un gran carácter i un ver­dadero hombre de Estado. Su jenerosa abnegación, su inmensa valentía, su enerjía incontrastable prueban lo primero; su talento para conocer a los hombres i aprovecharlos en servicio de la causa común, su mar­cha segura i sostenida sin un solo instante de vacilación ni miedo, i por último, el éxito de su sistema, completo, fecundo en buenos resultados, profundamente sabio por su aplicación i sus consecuencias, prueban eviden­temente lo segundo.

Hallé ademas en ese libro algunas otras apreciacio­nes que me parecieron igualmente inexactas, i juzgué prudente, sin ánimo de disputa, movido solo de buen, espíritu, rectificarlas en obsequio a la verdad histórica.

Amigo personal del hábil escritor que he querido re­futar i lleno de respeto por sus talentos, no es mi áni­mo pretender arrancarle un laurel de su corona : me he propuesto únicamente bosquejar al hombre público que él retrató, echando a un lado perfiles inútiies, epi-

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sodios pueriles, accidentes que no hacen a la cuestión histórica, que a mi juicio, i con detrimento de la me­moria del gran ministro, empañan el libro del Sr. Vi­cuña Mackenna. Creo que la figura de Portales, de­masiado seria para ataviarla con ropas de arlequín, apa­rece a veces vestida de esta manera en esas pajinas. No me parecen del dominio de la historia ni los «tam­boreos de la filarmónica», ni las « blancas sábanas» en que se envolvía la púdica Betzabé de la Ligua, ni al­gunos otros episodios de ese jénero que en ellas abun­dan : creo que eso es hacer casi una caricatura de lo que es 'en sí grave. La burla i la mofa no inspiraron a Tácito.

Otros puntos hai en queestoi en perfecto desacuerdo, porque noto ciertas contradicciones en el escritor que critico. El cree injusta, por ejemplo, la guerra del Perú, yo la juzgo del todo ajustada a los principios de una estricta equidad ; él cree abominable la Constitu­ción del 33, yo excelente, atendidas la época i las cir­cunstancias en que se dictó ; él condena la dictadura de Portales, i yo, con el ejemplo de lo que pasó en los años anteriores, pienso que, sin ella, no se habría jamas or­ganizado el pais; él absuelve de sus faltas i extravíos políticos a los Pipiólos, yo los acuso de una debilidad e inexperiencia sumas; él convierte en héroes a los reos de Quillota, i pinta con los colores de un paladín de la libertad a Vidaurre, yo á todos ellos, y sobre todo á Vidaurre, los tengo en el mas triste concepto i los con­deno como a traidores a la patria, a la amistad, a la virtud, a todo lo que tiene de sagrado la conciencia hu-

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— 461 — mana •, él rebaja demasiado el mérito de los hombres públicos que figuraron en primera línea al lado de Por­tales, i de entre ellos a Tocornal lo hace aparecer úni­camente como instrumento humilde de aquél, i yo creo que Tocornal es uno de los estadistas mas notables de Chile, i sin disputa, después de Portales, lamas impor­tante personalidad política de aquella época; i aun mas, yo que tengo en mi poder i que he leido una vez i otra gran parte de su correspondencia con aquel hombre ilus­tre, afirmo que no fué instrumento, sino apoyo sincero: no discípulo, sino amigo; jamas subalterno, i sí, siempre, digno colega.

Mi libro es, pues, la misma historia mirada bajo un punto enteramente diverso del Sr. Vicuña Mackenna : estamos en polos opuestos.

Que por lo que toca a la decantada tiranía de Por­tales, de que éste i otros escritores han hecho elemen­tos de acusaciones terribles, cúmpleme decir, como la fiel expresión de la verdad, que esa tiranía era la de la lei, de la virtud i de la conciencia. Entre nosotros que somos caracteres ordinariamente débiles, suele llamarse altivez, orgullo, despotismo, lo que debe con mas propiedad llamarse : desprecio noble por la vil popula­chería i alto respeto por el cumplimiento del deber se­vero, imparcial i tranquilo ! Hé ahí lo que era la tira­nía de Portales.

Nunca ha habido un hombre que haya mirado con mas desprecio la crítica injusta de la multitud i que haya hecho menos caso de la populachería. ¡ Qué dife­rencia de los tiempos que corren en que se hace un dios

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de esta ruin adulación a las ideas de moda i a las pa­siones mezquinas!

Ved si era tirano, o déspota, o personalista, el polí­tico del cual pueden citarse como pruebas en su abono los dos hechos que voy a referir. El primero es una anécdota que yo mismo he recojido de los labios de un testigo presencial^ i el otro un documento que entrega a la luz pública el mismo escritor que acabo de citar para contradecirlo.

Un dia Portales hizo llamar a su presencia a una persona bastante conocida en la sociedad de Santiago. En el mismo aposento donde lo recibió habia dos per­sonas mas.

Apenas pisó los umbrales el recien venido, Portales bruscamente lo interrogó diciéndole: « ¿ Qué razón tiene Vd. para conspirar contra el Gobierno ? » Turbado el otro dio mil escusas i se vindicó calorosamente de los cargos que se le hacían. Algunos minutos duraba el diálogo entre ambos cuando, después de muchas protestas de adhesión al gobierno i de amor al país, dijo el acusado:

« Revéleme Vd., señor, el nombre de la persona que pudo haberme calumniado de una manera tan atroz : yo, delante de ella misma, juro vindicarme completa­mente ante Vd! »

No bien concluyó de pronunciar estas últimas pala­bras, que Portales, señalándole con la mano a uno de los personajes presentes, le contestó :

« Helo aquí! » Acto continuo el reo de la calumniosa delación, sin

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murmurar una sola excusa, tomó su sombrero i salió rápidamente del aposento, rojo de vergüenza i de des­pecho.

« Está Vd. vindicado, » exclamó el ministro, i dio por concluido el extraño incidente.

El uno no volvió mas a presentarse ante los ojos de Portales i el otro se convirtió en su ardiente partidario.

Hé aquí ahora el documento; lleva la fecha del 26 de junio de 1833 iesdirijido al ministro déla Guerra, en los momentos en que temía Portales que el Gobierno empezaba a desviarse del buen camino :

« Señor Ministro : » Es ya demasiado público que entre los dias 1.° i 3

del corriente, S. E. el Presidente de la República, sin precedente acuerdo, mandó a un oficial del Ministerio de la Guerra tirar el despacho de teniente coronel a un sarjento mayor del ejército, i que después de haberlo firmado, lo remitió a V. S. para que lo refrendase. Se sabe también que, habiéndose negado V. S. a inscribirlo, S. E . , por medio del mismo oficial de la secretaría del cargo de V. S., le intimó que haria firmar el título a un oficial, si V. S. continuaba en su negativa, i que V. S> contestó dignamente « que no pudiendo ceder sin trai­c i o n a r su conciencia, dispusiese S. E. del ministerio. »

» Se ha tomado razón en las oficinas respectivas del despacho autorizado con la firma del primer oficial de la secretaría, i V. S. presentó su dimisión, que ha reti­rado después, según se dice, por evitar mayores males, que yo no alcanzo a divisar, porque me parece que no hai otros de un orden superior que los que deben nacer

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de un atropellamiento del código fundamental; i sea lo que fuere, se ha infrinjido abiertamente el artículo 86 de la Constitución, en los mismos dias en que ha sido jurada -, infracción que se hace mas notable Cuando el Presidente de la República pudo legalmente haber cumplido sus deseos, pidiendo a V. S. los sellos i nom­brando otro ministro, en cuyo juicio fuese justa la orden que V. S. no encontraba así en el suyo.

» Se ha permitido, ademas, o diré mejor, se ha presen­tado a los jefes de las oficinas donde se ha tomado razón del despacho i al inspector del ejército que le puso el sello i visa, la ocasión de quebrantar el mismo artí­culo constitucional que dispone expresamente que no pueden ser obedecidas las órdenes del Presidente de la República que carezcan del esencial requisito de la firma del ministro.

» Ha corrido cerca de un mes sin que haya habido un diputado que, conforme al artículo q2 de la carta, haya formalizado la acusación que debe hacerse a V. S. por mas inocente que aparezca, ni se ha visto que algún funcionario acuse a los empleados infractores que obe­decieron la orden.

» Esto da lugar a esperar que la Constitución va a quedar impunemente atropellada i abierta la puerta para quebrantarla en lo sucesivo.

» Habiendo sido yo uno de los que esforzaron mas el grito contra los infractores e infracciones de 1828 i 1829 ; cuando en los destinos que me he visto en la necesidad de servir, he procurado con el ejemplo, el consejo i con cuanto ha estado a mi alcance, volver a las

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leyes el vigor que habían perdido casi del todo, conci-liarles el respeto e inspirar un odio santo a las trasgre-siones que trajeron tantas desgracias a la República, i que nunca podrán cometerse sin iguales resultados; cuando hasta hoi no he bajado la voz que alcé con la sana mayoría de la nación, contra las infracciones de la Constitución del 2 8 ; cuando no debo olvidar que ellas fueron la primera i principal razón que justificó i ase­guró el éxito de la empresa sellada con la sangre ver­tida en Lirca i : no puedo manifestarme impasible en estas circunstancias, ni continuar desempeñando des­tinos públicos, sin presentarme aprobando, o al menos avenido ahora con las infracciones que combatí poco antes acara descubierta.

» Para no aparecer, pues, caido en tal inconsecuencia, i para contribuir al sosten de las instituciones, por el único medio que está en mis facultades, hago de todos i cada uno de los distintos cargos i comisiones que el gobierno tuvo a bien confiarme, la mas formal renuncia, cuya admisión tengo derecho a esperar tan pronto como V. S. se sirva dar cuenta a S. E. de esta petición. I al hacerlo ruego a V. S. tenga a bien asegurarle que en el retiro de la vida privada a que soi llamado para siempre, serán incesantes mis votos por el acierto del gobierno i la prosperidad de la República.

» ¡ Ojalá V. S. fuese tan feliz que lograse persuadir a S. E. el Presidente, de que su propia reputación i suerte de los chilenos, que mas se han empeñado en darle pruebas inequívocas de distinción i de una ilimitada confianza, le demandan la reparación del daño que les

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ha inferido una resolución suya, tomada, sin duda, por no haberse fijado en su valor i consecuencias, i de que nada le seria mas honroso i nada mas conducente a la consolidación del orden público i del Código constitu­cional que aparecer vindicándolo con la cancelación del despacho expedido i el castigo de los empleados que no se opusieron a su curso.

» Dios guarde a V. S.

« D I E G O P O R T A L E S . »

¿ Qué clase de tiranía era esa que pedia la discusión de los negocios públicos de una manera tan abierta i tan franca? ¿Qué clase de tiranía, i de ambición, i de personalismo eran esos que procedían de esta suerte eu los actos mas solemnes de la vida ?

En conclusión, Portales era uno de aquellos seres privilejiados de la naturaleza, que, exentos de todos los pequeños defectos que apocan el espíritu, están dotados de todas las grandes cualidades que constituyen a esos hombres extraordinarios que, de vez en cuando, apare­cen en el camino de la humanidad para corducirla en medio de las tempestades de los siglos. Jenerosidad, desprendimiento, enerjía, franqueza, valor, prudencia, patr iotsmo, juicio : tales eran sus condiciones !

¡ Por eso es la primera figura entre los políticos ame­ricanos !

Tanto homini nullum par ellogium.

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ERRATAS NOTABLES

31 31 61

4. i l

10 29

95

121 130 141 145 154 157 170 177 180 227 236 263 267 279 290 292 213 320

320 321 321 32S 330 356 360 404 404 408 414 416 448 453 461 466

2 o

3* 30 2* r* 3* 24 12 24 13 13 30 21 8* 11 5.« 4» 6* 10

12 26 •39 17 19 13 23 32 20 24 1* 9* 22 7* 14 20

ylue. Debe tlouir abatidas abatida. privado fatigado. buen hombre, puro no

en la amplitud de Ja. palabra, buen ciuda­dano; buen hombre, pero no

buen ciudadano, en la amplitud de la palabra;

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