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IV CICLO GRANDES CONCIERTOS

JAVIER NEGRÍNPiano

SÁBADO 12 DE NOVIEMBRE, 20:00 hTeatro Bulevar, Casa de Cultura

“La interpretación de Goyescas de Javier Negrín posee carácter y ahonda más profundamente en la oscuridad de los sentimientos… su Fandango nos impresiona y su Maja y el Ruiseñor nos estremece a flor de piel...” (Bertrand Boissard, Diapason)

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Intermezzo de la ópera “Goyescas” (5’)

Goyescas.

Los majos enamorados. (1ª Parte) (30’)

Los RequiebrosColoquio en la reja

Fandango de CandilQuejas o La Maja y el ruiseñor

Allegro de Concierto op. 46 (5’)

PROGRAMA

Enrique Granados (1867-1916)

Alexander Scriabin (1872-1915)

24 Preludios Op.11

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Un neorromántico, como hombre y como artista. Así podría definirse escuetamente a Enrique Granados (1867-1916). Pero eso no significa que fuese un compositor rezagado respecto a su tiempo. Aunque comenzó siguiendo las huellas de Robert Schumann, su arte pronto evolucionó hasta desembocar en una corriente muy extendida a fines del siglo XIX: el nacionalismo tardo-romántico. Sin embargo, esa tendencia adquirió en él tintes muy especiales. Su sentido de la mesura y la elegancia, su inclinación hacia lo íntimo, a los colores suaves, evitó que utilizase al pie de la letra el material folclórico. Supo, sin embargo, sublimarlo con un estilo propio y en ello radica principalmente la peculiaridad de sus creaciones, en particular las dedicadas al piano.

Enrique Granados y Campiña nació en Lleida (Catalunya) el 27 de julio de 1867, de padre militar de origen cubano y madre santanderina. Inició su formación en su ciudad natal con el maestro Junceda y en Barcalona los continuó con Pujol; y los de composición con Felipe Pedrell, quien además sería profesor de Albéniz, Falla y Gerard. Comenzó a tocar el piano en el Café de las Delicias barcelonés y su buen hacer le procuró una ayuda del doctor Salvador Andreu que le permitiría ir a Paris, donde recibió lecciones de Charles Bériot, nieto de Manuel García. Con una ya sólida formación se presentó en un recital, en Barcelona, el año 1890 y prosiguió dando conciertos en gira por Europa y Estados Unidos.

Más tarde se traslada a Madrid, donde reside unos años que son decisivos en su carrera, los de la década de los 90, ciertamente cruciales en el teatro musical español, con figuras como Albéniz, Arbós, Caballero, Giménez, Chueca, Bretón, Chapí, etc. Sus años en Ma-drid culminarán con el estreno de la ópera “María del Carmen” (1898).

Madrid, y sobre todo la música que la ciudad le ofrecía, le atrajeron enseguida. Albéniz había estrenado en 1894 su “San Antonio de la Florida” captado por el ambiente festivo, cuando llegaba el buen tiempo, en torno a la famosa ermita ribereña del río Manzanares, donde se hallan los celebérrimos frescos de Goya.

A Granados, como antes a Albéniz y décadas después a Moreno Torroba, le atraía no el Madrid sainetero, explícito en tantas piezas de la zarzuela (Chueca y Chapí como modelos, junto al Bretón de “La verbena de la Paloma”), un Madrid popular y en algunos casos chabacano, sino la ciudad dieciochesca, la de la Caramba y la Tirana, la de Moratín, Ramón de la Cruz, Rodríguez de Hita Tomás de Iriarte y Blas de Laserna, pero ante todo el Madrid de Goya. Aquel Madrid, en parte ilustrado y aristocrático, de Carlos III, pero tam-bién de majos y manolas, alegre y desenfadado; el de las últimas sonatas de Scarlatti y de Soler, el reflejado por Galdós en “El audaz”, o por Barbieri en “Pan y toros”.

A Granados le obsesionaban los asuntos goyescos y años más tarde le dirá a Jacques Gallois: “Goya es el genio representativo en España. A la entrada del Museo del Prado de Madrid, su estatua su impone a la vista en primer lugar. Veo en ello una enseñanza; el ejemplo de esta bella figura nos exhorta a contribuir a la grandeza de nuestro país. Las obras maestras de Goya lo inmortalizaron al exaltar nuestra vida nacional. Subordino mi inspiración a la del hombre que ha sabido traducir tan perfectamente los actos y momen-tos característicos del pueblo español”. De tal admiración y hondo conocimiento se va a nutrir la música de Granados durante los pocos años que le quedan de vida.

Notas al programa

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En “Goyescas” (tanto en la suite pianística como en la ópera) y en las “Tonadillas al estilo antiguo”, el compositor catalán deja constancia, a través de un arte depurado y lleno de emotividad y gracia, del vivir, de las pasiones de los majos y majas del festivo Madrid de fines del XVIII, inmortalizado en los lienzos y cartones para tapices del genial Francisco de Goya y Lucientes (1746-1828).

La suite de “Goyescas”, para piano, sin duda es su obra más universal. La compuso entre 1911 y 1913. Las cuatro primeras piezas que la integran, “Los requiebros”, “Colo-quio en la reja”, “El fandango de candil” y “Quejas, o La maja y el ruiseñor”, datan de 1910 y 1911. Las dos restantes, “El amor y la muerte” y “Epílogo. Serenata del espectro”, incluidas en el volumen segundo, son del año 1913. A estos seis números suele añadirse “El pelele”, aunque ya queda fuera de la suite y debe ser, en caso de integrarlo en ella, situado al final y no en quinto lugar, como se ha hecho con frecuencia. “El pelele”, fue estrenado en el Palau de la Música de Barcelona el 5 de marzo de 1915, con el autor al piano. La ópera “Goyescas” vio la luz de las candilejas en la Metropolitan Opera House de Nueva York el 28 de enero de 1916.

Una gran cantidad de apuntes musicales, esbozos, frases, dibujos, dan idea de su obsesión por acercarse al espíritu del gran pintor aragonés por todos los medios a su alcance, que no son pocos, pues se halla en el apogeo de su técnica como pianista y compositor. Cuando Granados toca la suite completa de “Goyescas” en París, el año 1914, su prestigio de compositor (el de pianista era entonces mayor) crece hasta el punto de hacer posible la conversión del completo material de la suite en una ópera. Era algo muy difícil pero lo había trabajado en Suiza con su buen amigo el pianista Ernest Schell-ing. Éste y el barítono Emilio de Gogorza propiciaron que la Gran Opera de París, en el Palais Garnier, se interesara por la producción de esa obra del maestro español. Pero al estallar la primera gran guerra de Europa, tuvo que suspenderse el gran estreno paris-iense. Por eso Schelling se dirigió a Gatti-Cassaza, el empresario del Metropolitan Opera House de Nueva York quien, en cuanto escuchó al pianista estadounidense tocar algunos fragmentos de la suite, no dudó en programar la ópera para la temporada siguiente 1915-16. Y eso que las “Goyescas” pianísticas son no solo difíciles de tocar. También es compleja su escucha, dada la libertad expresiva que da el compositor a los intérpretes en sus indicaciones.

“Quejas o la maja y el ruiseñor” es la joya lírica y poética de la colección. Su melodía prin-cipal proviene de una canción valenciana cuya primera estrofa dice: “Una tarde que me hallaba / en mi jardín divertida / oí una voz dolorida / que un pajarillo cantaba”. Granados dedicó este poético cierre del primer volumen de “Goyescas” a su esposa Amparo Gal. Falla, dijo de este primer volumen: “nunca olvidaré la lectura que, en casa de Joaquín Nin, nos hizo Granados de la primera parte de sus “Goyescas”, de “El pelele”. Esta danza, tan luminosamente rítmica, con que empieza la obra (Falla se refiere aquí a “Goyescas” como ópera, que se inicia con “El pelele”), aquellas frases tonadillescas, traducidas con tan exquisita sensibilidad; la elegancia de ciertos giros melódicos, unas veces impregnadas de ingenua melancolía; otras, de alegre espontaneidad, pero siem-pre distinguidos y sobre todo evocadores, como si expresaran visiones interiores del artista; todo eso he vuelto a sentirlo ahora, al descifrar su música”.

Incluye también este programa, dedicado a “Goyescas”, el “intermedio” que Granados compuso a toda prisa en Nueva York, poco antes del estreno de la ópera de ese titulo, cuyo estreno tuvo lugar el 28 de enero de 1916 en el antiguo Metropolitan Opera House de la gran ciudad de los rascacielos. El “intermedio” se toca entre el final del cuadro primero y el comienzo del segundo. En poco tiempo se hizo famoso por su melódica introducción y su españolísima sección central. En cuanto a “El Pelele”, no pertenece a la suite pianística de “Goyescas”, pero su vinculación a ella es evidente. De hecho la ópera se abre precisamente basándose en esta pieza, estrenada en Terra-sa el 24 de marzo de 1914. Es un claro homenaje a Goya, el pintor que fascinó a Gra-nados siempre.

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Hace unos 40 años, la personalidad del compositor Alexander Scriabin era apenas conocida entre nosotros. La causa provenía de algunos aspectos inusuales de su figura y de su arte, el principal de los cuales era un cierto misticismo. El origen del mismo provenía de su fascinación ante el cosmos en el que los seres humanos nos hallamos inmersos. A través de la música Scriabin se propuso expresar esa inquietud metafísica a través del sonido. Y pasó a componer durante los primeros años del siglo XX obras sinfónicas de rara novedad como la “Tercera Sinfonía” (Poema divino,1904). Y años después el “Poema del Extasis” (1907), en cuya partitura practicó, al margen de sus aspectos esotéricos, una escritura de gran complejidad instrumental y esa riqueza tímbrica que llegó a sorprender a Stravinski.

Éste nunca supo de qué modo se podría adscribir a Scriabin a una escuela o una tradición, ni cual era el punto de partida de su mundo sonoro.

Hoy sigue siendo sorprendente para cualquier público la producción sinfónica de Scriabin, el cual ofrecería más tarde al mundo obras como “Prometeo” o el “Poema del fuego”, que constituye su quinta sinfonía.

En ella queda muy clara la búsqueda de un arte total, síntesis de todas las experi-encias sensibles y de todas las artes, al encuentro de un misterio que procure trans-portar, a quienes escuchen su obra, hacia cierta perfección. Gracias a ella alcanza-ríamos la anhelada fusión cósmica con lo sobrenatural. Para lograr un máximo de efectos, el músico ruso se sirvió del órgano, de los coros y de la gran orquesta, pero con mucha frecuencia del instrumento que él dominaba como intérprete: el piano.

Todavía la presencia de la obra de Scriabin en las salas de concierto se debe más a los recitales de piano que a la música sinfónica, si bien poco a poco va instalándose en ellas.

Pero el piano fue su arma principal para tener presencia, y lo más atrayente para el público son las piezas pianísticas de su primera etapa, pues obras tardías como la “Novena Sonata”, conocida como “Misa negra”, o la “Décima Sonata” (1913) última entre las suyas, donde trató de adentrarse el la vida microscópica del sonido, apenas figuran en los recitales de piano. Scriabin buscó el impacto inmediato del piano a través de obras muy breves, sobre todo cuando era joven, aunque su última com-posición pianística, los “Cinco Preludios”, Op.74, siga manteniendo esa preferencia por la brevedad.

En sus comienzos, desde el Op.1, un Vals en fa menor, hasta el Op.23, todo son obras para piano, pues el Op. 20, donde introduce lo sinfónico, es su Concierto en Fa sostenido menor para piano y orquesta, en la línea de los dos Conciertos de Chopin. Siguiendo las huellas del gran músico polaco, también presente en compositores del grupo de los cinco (Rimsky, Mussorgski, Cui, Balakirev, Borodin), como por ejemplo en el “Concierto para piano” de Mili Balakirev, Scriabin compuso veinticuatro preludios, su Op.11, que hoy escuchamos aquí.

Todos ellos desprenden la elegancia y delicadeza que caracteriza su obra pianística, muy sometida en su juventud a la influencia de Chopin. Aunque uno data de 1888 y otro de 1889, dos son de 1894, dieciocho del año 1895 y dos de 1896. Tan solo el segundo se acerca a los tres minutos de duración, otros dos rebasan los dos minutos y dieciocho se hallan en un minuto y diferentes segundos. Finalmente tres no llegan al minuto. Esa concisión, fue también practicada por Chopin en la mayor parte de los suyos. Scriabin ya había escrito un preludio Op.2 en 1886 y otro Op.9 en 1894 y siguió cultivando esa forma breve en los seis del Op. 13, los cinco del Op.15 y los cinco del Op.16, los cuatro Op.22, los dos Op.27, los cuatro Op.31, los cuatro Op.33, los tres Op.35, los cuatro Op.37, los cuarto Op.48, uno, Op.45, uno, Op.49, uno Op.51, uno Op.56, dos Op.67, y cinco Op.74, del año 1914, sus últimas piezas destinadas al piano.

ALEXANDER SCRIABIN 24 Preludios,Op.11

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Sólo en la obra que escuchamos hoy aparecen los “24 Preludios” dentro de un Opus único y en todas las tonalidades.

Aunque, además de con Chopin, podemos relacionar algunos preludios del Op.11 con Liszt y Rachmaninov. También figuran algunos que anuncian la búsqueda de un sonido que nos adentre en el misterio del arte y de vida, en ese Universo lleno de enigmas todavía.

A quien esto escribe le seducen especialmente el núm. 2, tan nostálgico; el núm.8 con sus abruptos saltos; el núm.11, elegante como pocos; el 13, tranquilo y poético en su breve y entrecortado fraseo; y el 23, todo un arabesco lleno de viveza. Lo brillante, lo melancólico, lo fúnebre, lo misterioso, lo lírico... todo está en esta colección tan llena de humanas sensaciones.

ANDRÉS RUIZ TARAZONA

JAVIER NEGRÍN

Javier Negrín debutó en el Wigmore Hall de Londres en el año 2004. Desde entonces ha desarrollado una sólida carrera como solista y músico de cámara que le ha llevado a tocar en importantes salas de Europa, América y Asia.

Laureado alumno en el Royal College of Music de Londres, donde también obtuvo una Junior Fellowship, Javier Negrín fue distinguido con numerosos galardones, incluyendo las mejores interpretaciones de Schumann, Chopin, Brahms, Ravel y estudios de virtuosismo. Sus influencias principales han sido Yonty Solomon (alumno de Myra Hess) y Armando Alfonso, hijo del pianista Javier Alfonso, y más re-cientemente Howard Shelley y Joaquín Achúcarro.

Ha tenido siempre afinidad por el gran repertorio romántico para piano y orquesta, interpretando desde muy joven conciertos de Brahms, Grieg, Tchaikovsky, Rachmaninoff y Scriabin, bajo la dirección de los maestros Lawrence Leighton Smith, Adrian Leaper, Claus Efland, Ale-jandro Posada, Yaron Traub, John Neschling, y Roberto Montenegro, entre otros.

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Entre los momentos más destacados de la Temporada 2015/16 está su aclamada interpretación en el Festival de Música de Canarias del Concierto para piano de Grieg, junto a la Orquesta Sinfónica de Tenerife, dirigido por el maestro Jukka-Pekka Saraste. Recientemente ha causado sensación en el XX Festival Internacional de Piano “En Blanco y Negro” de México, interpretando las Goyescas de Enrique Granados.

En los últimos años también ha actuado en China, Japón, la Repúbli-ca Checa, Italia, Portugal, Cuba, y en el Teatro Real y en el Auditorio Nacional de Madrid. Asimismo ha sido uno de los pianistas seleccio-nados por el Centro Nacional de Difusión Musical para interpretar en 2015 y 2016 el ciclo completo de Sonatas para piano de Beethoven en diferentes ciudades españolas. Además, colabora frecuentemente con el Quantum Ensemble (grupo residente del Auditorio de Tenerife) y con el grupo Neopercusión.

Javier Negrín ha grabado para tres sellos discográficos: para el sello inglés Linn Records grabó un CD con obras para clarinete y piano de Lutoslawski, Nielsen, Poulenc y Debussy. La discográfica Navona Records le encargó un CD con obras del compositor contemporáneo británico Lawrence Ball. Actualmente graba en exclusiva para el sello norteamericano Odradek Records, que apostó por él para registrar los Preludios de viaje (op.11, 13, 15, 16 y 17) de Alexander Scriabin. El CD, lanzado al mercado en 2013, ha recibido unas excelentes críticas en los medios españoles e internacionales, y se ha convertido en un éxito de ventas.

En diciembre de 2015 publicó Traces, su siguiente grabación para Odradek, con las Goyescas de Enrique Granados y las Variaciones sobre un tema de Chopin de Mompou. Para la crítica especializada, esta grabación va ya camino de convertirse en una auténtica referencia del mercado discográfico actual.

Asimismo, es profesor desde hace diez años en el Centro Superior de Enseñanza Musical Katarina Gurska en Madrid, ciudad donde reside.

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IV CiCLO GRANDES CONCIERTOS

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