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PREGÓN DE LAS FIESTAS DE SANTIAGO DE LOS CABALLEROS
GÁLDAR, 12 de julio 2019
Carmen Hernández Jorge
Señor alcalde, miembros de la Corporación municipal, otras
autoridades que nos acompañan…, señor párroco, familiares,
amigos, habitantes del municipio en el pasado y en el presente, y
visitantes que nos honran con su presencia en estos días festivos…
Buenas noches a todos.
Antes de comenzar quiero dar las gracias a la Corporación
encabezada por su alcalde, don Teodoro Sosa Monzón, por
concederme el honor de ser la pregonera de las fiestas patronales
de Santiago de los Caballeros de Gáldar. Tengo que darle las
gracias doblemente, porque no solo es para mí una inmensa alegría
dar inicio a las fiestas de la ciudad que vio nacer a mi madre, Elia
Jorge Medina, conocida cariñosamente como Lita, sino que ha sido
una oportunidad para rescatar de mi memoria parte de mi infancia y
de mi adolescencia. Años muy dulces, por cierto.
Pero también me ha brindado el regalo de recordar y
profundizar un poco más acerca de la historia de Gáldar y Telde, los
dos municipios en los que ha transcurrido mi vida; dos ciudades
cuya vinculación se remonta a mucho antes de que se empezara a
recoger en documentos escritos su historia.
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Y para ello recurro a las palabras del cronista oficial de Telde,
don Antonio María González Padrón, quien afirma que cuando la
actual isla de Gran Canaria, conocida por el mundo clásico como la
Isla de Canaria, se encontraba a finales del siglo XV saliendo del
Neolítico y avanzando a pasos agigantados hacia la protohistoria,
fue cuando comenzaron los primeros encuentros con los europeos
modernos.
En 1351 los mallorquines, catalanes y aragoneses intentaron la
conquista pacífica de la isla a través de la fundación de Telde, con
la creación de su obispado, mientras que de forma paralela otros
pueblos peninsulares (portugueses y castellanos) arribaban una y
otra vez a la isla con intenciones saqueadoras, llevándose como
esclavos a hombres y mujeres, y expoliando ganados y productos
vegetales.
Entonces la isla estaba dividida en dos guanartematos: Telle y
Agáldar. Estos dos reinos canariis estaban separados por una línea
imaginaria que partía del istmo de Guanarteme, actual ciudad de las
Palmas de Gran Canaria, ascendiendo por el centro de la isla desde
los Llanos de la Pez y bajando al sur, dejando a Mogán para la
marca de Telde, y Tasarte y Tasartico, para Gáldar.
Me gusta imaginar cómo vivían entonces los antiguos
pobladores de Gran Canaria, en paz en una isla frondosa llena de
vegetación y agua que corría salpicando gran parte de su geografía.
Pero esa paz, esa estabilidad sociopolítica, se tambaleó justo
veinticinco años antes de la conquista castellana tras el
fallecimiento del Guanarteme de Telle y su esposa, que estaban
emparentados sanguíneamente con el de Agáldar. Sin embargo,
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este episodio no llegó a más porque el cabeza del reino de Agáldar
tomó bajo su protección a los hijos de sus parientes y su
guanartemato, unificando, de forma premeditada o no, Gran
Canaria por primera vez.
Y aún en la conquista que tuvo lugar el 24 de junio de 1478,
ambas ciudades continuaron siendo los dos puntos neurálgicos
para el mantenimiento del equilibrio territorial de esta isla.
Aprovecho este momento para pedir un homenaje y manifestar
nuestro respeto hacia todos aquellos habitantes valerosos de
nuestras islas y a quienes fueron traídos forzosamente y se
fundieron con esta tierra dando pie a una sociedad multicultural,
fruto del mestizaje, que ha marcado para siempre el carácter
canario. Cada uno de ellos han sido grandes protagonistas de
nuestra historia.
Durante siglos, Telde y Gáldar han continuado siendo vitales
para el devenir de la Isla, y en su historia se han desarrollado
muchas otras historias que la enriquecen, las de las personas que
con sus vivencias y aportaciones han construido comunidad.
Y me van a permitir que ahora dé un salto en el tiempo, nada
más y nada menos que de unos 400 años, para ubicarme en 1912.
En ese año se crearon los cabildos insulares a través de la Ley de
Cabildos promovida por Manuel Velásquez Cabrera, un abogado y
político majorero que realizó una importante contribución a la actual
configuración político administrativa del Archipiélago. 1912 también
ha pasado a la historia por el triste fallecimiento de uno de los hijos
más ilustres de las Islas, el ingeniero Juan de León y Castillo.
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Y mientras tanto, el 3 de agosto de ese mismo año, en un
hogar de la zona de Majadillas, vino al mundo mi tía Carmen Jorge
Medina, hija de Francisco y Candelaria, una mujer a la que, más
que tía, considero una abuela porque fue ella quien se hizo cargo
de todos sus hermanos.
Como decía al principio, este pregón me ha dado la
oportunidad de escarbar entre mis raíces y recordar a personas tan
entrañables como Carmen, a quien quisiera homenajear
compartiendo con todos ustedes pequeños retazos de su vida con
la esperanza de que puedan resultar inspiradores para nuestras
propias vidas.
La suya podría pasar por una historia común, por la vida de
una mujer nacida en el seno de cualquier familia humilde de Gáldar,
pero a poco que profundicemos en ella podemos descubrir que se
trató de una mujer adelantada a su tiempo, todo un ejemplo a
seguir.
Mi abuelo, como otros canarios, emigró a Cuba en 1917,
cuando ella tenía tan sólo 5 años. La distancia geográfica, eso sí,
no mermó su amor y la preocupación que sentía por el bienestar de
su familia. Dos años después regresó a su hogar con un baúl de
madera con líneas blancas y azules repleto de regalos que, sin
embargo, no colmaron de alegría a los suyos, ya que volvió muy
enfermo. A Carmen le trajo dos vestidos de seda y unos zapatos de
Charol.
Cuando mejoró su salud, compró unas tierras en Los Llanos de
Sardina con el dinero que pudo ahorrar en Cuba, donde
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comenzaron a cultivar algodón, millo, tomate, plátanos y hortalizas,
y construyeron una gallanía con animales.
Fue una época dulce para Carmen, pero poco después, al
fallecer su madre, todo cambió. Dejó de ser aquella niña de 7 años
que presumía de vestidos nuevos para convertirse, de pronto y
bruscamente, en una jovencita que asumió el rol de madre de todos
sus hermanos, mis tíos Fermina, Josefa, Aurelio, Eladio, Alberto y
Cándido, y mi madre, Elia, a quienes poco después se unieron
Candelaria y Urbano, fruto de la unión de mi abuelo con su cuñada
Teresa, seis meses después de la muerte de mi abuela.
Además de cultivar sus tierras, mi abuelo fue nombrado
administrador de las fincas de un terrateniente de la época, pero
desgraciadamente enfermó de nuevo y falleció justo al final de la
Guerra Civil, en 1939, cuando Carmen tenía 18 años.
Esta mujer que creció a marchas forzadas, huérfana de madre
y padre, se enfrentó entonces a un nuevo revés. Los dueños de las
fincas que administraba mi abuelo aparecieron inmediatamente
reclamando sus tierras y, de paso, pretendiendo quedarse también
con las suyas, las adquiridas con los ahorros de Cuba.
Lejos de amilanarse, Carmen tuvo fuerzas y el coraje y arrojo
suficientes para luchar contra esta injusticia durante varios años,
personándose incluso ante el mismísimo Gobernador Civil en una
época en la que la presencia de las mujeres en los edificios
gubernamentales era prácticamente nula. Siguiendo su consejo
puso una denuncia en la Audiencia de Guía exponiendo el abuso
contra su familia y defendiendo la propiedad de sus tierras.
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Y como a través de la vía judicial no lograron amilanar ni a
Carmen ni al resto de sus hermanos, lo intentaron, aprovechando
su situación de poder político, quitándole el subsidio que tenían por
orfandad. De cómo Carmen se las ingenió para parar este atropello,
se hablará cuando se escriban sus memorias, pero ya les adelanto
que llegó a buscar hasta la mediación de un coronel del Ejército.
Los enemigos no midieron bien la valentía de esta mujer, está claro.
Casualidad o no, hace poco, leí el libro de Rosa Montero sobre
la vida de la célebre científica Madame Curie, donde afirma que la
lucha de una mujer en un mundo de hombres es como abrir una
brecha “en la endurecida costra de los prejuicios como un pequeño
barco rompehielos”. En ese momento, leyendo esas palabras,
Carmen apareció en mi mente y me la imaginé así, pequeña, firme y
fuerte rompiendo con las estructuras de su época. Y hoy puedo
compartir un trocito de este recuerdo y de la admiración que siento
por ella con todos ustedes. Nuevamente, gracias por esta
oportunidad.
Pero su vida no fue solo una lucha por unas tierras; fue una
vida dedicada en cuerpo y alma a la supervivencia y el bienestar de
sus nueve hermanos, a los que atendió hasta que fueron
independizándose y formando sus propias familias, una tarea que
desempeñó con esfuerzo y audacia.
Podría poner cientos y cientos de ejemplos, como cuando se
hizo con una gran cantidad de trigo y montó un horno para elaborar
pan y garantizar el alimento de su familia y el de muchas familias de
la posguerra.
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Otro ejemplo palpable de su fortaleza fue el superar una dura
enfermedad –llegaron a decir que era Tifus Negro- gracias a la
ayuda del doctor Santiago Rosas, a quien nuestra familia siempre
estará muy agradecida.
Carmen fue sin duda una mujer ejemplar, y a pesar de su
dedicación descarnada a sus hermanos tuvo tiempo para conocer a
Pedro Mederos Reyes, el guapo y esbelto luchador galdense, con
quien se casó a los 37 años.
Estoy convencida de que todos compartimos que la historia de
los pueblos no solo la conforman sus personalidades más ilustres,
sino todos aquellos y aquellas que permaneciendo en el anonimato
tuvieron vidas excepcionales, como Carmen.
Y en toda esta historia se fraguan otras vidas paralelas: la de
mi padre, que formaba parte de un destacamento militar en Gáldar,
y la de mi madre, que pasaba por el puente al pueblo, donde se
conocieron.
A pesar de que mis padres deciden trasladar su proyecto de
vida a Telde, para gestionar una granja en La Herradura, nuestra
conexión con Gáldar continuó intacta a través del tiempo, no solo
porque Carmen siempre fue para nosotros más que una tía una
autentica abuela, sino también por el hecho de que uno de mis
hermanos, Aniano, nunca se adaptó a Telde y se quedó a vivir con
ella y su marido.
Esta es la razón por la que mantuvimos durante años nuestras
visitas a Gáldar, en concreto a El Clavo, y el motivo por el que venía
cada fin de semana, durante las vacaciones de Navidad y cada vez
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que teníamos la oportunidad, haciendo de este rincón de la isla un
lugar protagonista de mi infancia y mi adolescencia.
Entonces el trayecto desde Telde a Gáldar no era el mismo y
no se tardaba 45 minutos en llegar. Esos traslados que hacíamos
desde que nací, en 1968, eran prácticamente viajes de largas horas
de idas y venidas por la cuesta de Silva, pero ¡valían tanto la pena!
De aquella época guardo maravillosos recuerdos, como mis
primeros baños en la Furnia, donde aprendí a nadar; las clases de
catequesis en casa de doña Teresita Aguiar; aquellas tardes de
domingo en las que acompañaba a mi madre a casa de su tía
Dolores, que tenía una pequeña tienda de aceite y vinagre en la
calle de Las Toscas, donde comía aquellas enormes galletas
Bandama y tomaba agua fresca de la talla en un patio canario.
Aquella casa forma parte hoy del complejo de la Cueva Pintada de
Gáldar. Y este fue también el escenario de mis primero bailes de
adolescente, concretamente en el Casino, a donde iba con mis
primos y primas. Imposible no sonreír al recordar.
Aunque nací y viví en Telde, sin duda ha dejado huella en mí la
personalidad del pueblo de Gáldar: la tolerancia, la generosidad, la
hospitalidad y la lucha por la identidad, entre otras.
El próximo año se celebrará el centenario del nacimiento del
pintor indigenista galdense Antonio Padrón Rodríguez. Sus cuadros
con cultivos, tuneras y cucañas se me antojan un fiel reflejo de
todas las vivencias de mi propia familia galdense. (FOTO 7 –
Cuadro Antonio Padrón) En su cuadro Niñas con mariposas,
Antonio Padrón simboliza el alma, la vida, la muerte, el campo la
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naturaleza, trasladándonos, en definitiva, a la esencia de nuestros
antepasados.
Como bien dice el profesor y cronista oficial de esta ciudad,
Sebastián López García, “Gáldar y Telde representan por sí solas
las forma de hábitat más extraordinaria del Archipiélago porque no
se hicieron ciudades de nuevo cuño en terreno baldío y no habitado,
sino que tomaron como cimientos las propias estructuras de cuevas
y casas de piedras de los aborígenes, utilizando el lugar sagrado
que ambas poblaciones habían dedicado al dios Acorac, para
construir la hoy Basílica de San Juan Bautista, y la Iglesia
Parroquial de Santiago de los Caballeros”.
Estas dos ciudades, hermanadas por la historia cumplieron con
votos de fraternidad en el pasado reciente, en octubre de 2009, y
cuando los teldenses caminamos por las calles de Gáldar sentimos
un sano orgullo al contemplar, a un tiro de piedra de este lugar en el
que hoy leo este pregón, un espacio llamado plaza de los
Faycanes. También en Telde junto a la antigua iglesia hospitalaria
de San Pedro Mártir de Verona está la plaza de Los Guanartemes.
Gáldar y Telde, Telde y Gáldar. Una capital del norte y otra
como puerta y capital del sur, disputan a cualquier ciudad del
Archipiélago su abolengo, porque en ambas se ha escrito a lo largo
de estos 500 años la verdadera historia de nuestra tierra.
Y durante estos siglos, y también en la etapa más moderna,
tanto una como otro han demostrado, en la superación de las
dificultades, el carácter y el coraje de sus gentes. En las etapas más
recientes hemos tenido muestras de cómo las decisiones colectivas
han servido de motor para recuperar la buena senda, la del avance
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y desarrollo sostenidos y sostenibles, la de exhibir la grandeza de
Gáldar y de Telde, de Telde y de Gáldar, para no dejar a ninguno de
los suyos atrás. Igualmente para devolver el prestigio a sus
nombres y la pujanza a su escudo para, una vez más, convertirse
en banderas de una Gran Canaria fuerte a la vez que amable,
ejemplos de una Canarias que mira al mundo orgullosa de su
historia y de su singularidad.
Gáldar, además, lo hace hoy con bríos renovados. Hace
apenas unos días, el sábado 6 de julio, toda España miraba a Gran
Canaria, al convertirse un trozo de este municipio en patrimonio de
toda la humanidad: el Risco Caído y los Espacios Sagrados de
Montaña de Gran Canaria, declarados Patrimonio Mundial por la
Unesco.
Y en plena vorágine de felicidad por esta declaración que
atraerá numerosos beneficios para toda la Isla y para toda
Canarias, llegamos a estas fiestas que comienzan esta noche,
recordando que en julio todos los caminos señalan a Gáldar, hasta
los pies del patrón Santiago.
Buen camino a todos y felices fiestas.