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PREPARACIÓN Y LOGÍSTICA EN DESASTRES Marcelo Lagos Carlos Bernales Gustavo Vicentini Adalberto Pereiro INACAP Talca, septiembre de 2016. PROCESOS INDUSTRIALES

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PREPARACIÓN Y LOGÍSTICA EN DESASTRES

• Marcelo Lagos• Carlos Bernales • Gustavo Vicentini• Adalberto Pereiro

INACAP Talca, septiembre de 2016.

PROCESOSINDUSTRIALES

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5° Ciclo de Conferencias en Desarrollo de Capital Humano

INTRODUCCIÓNChile es un país ligado a los desastres naturales. En los eventos de los últimos años hemos aprendido que dentro de la operación postdesastre interviene una gran canti-dad de entidades públicas, privadas y no gubernamentales, además de voluntarios y personas que en su conjunto requieren una organización y coordinación que priorice urgencias y lleve a cabo las acciones previamente establecidas para cada caso. Por ello, la logística juega un papel fundamental en la coordinación y la preparación para opti-mizar el envío de recursos y la gestión de ayuda a las personas afectadas. El país ha avanzado en la creación de una cultura preventiva que minimice las conse-cuencias de los diferentes riesgos. Sin embargo, la formación de esta debe ser de ca-rácter permanente, principalmente porque, desde el punto de vista local, los desastres naturales acaecen de manera distanciada en el tiempo y ocurren de diferentes formas, como sismos, inundaciones y erupciones volcánicas, entre otras. En cambio, aquellos países que enfrentan desastres recurrentes en determinados periodos del año, sí han desarrollado una cultura ante estos eventos, basada en una sólida organización de los diferentes actores involucrados.INACAP y Onemi firmaron un convenio de colaboración para unir sus competencias, en una alianza estratégica para el desarrollo e integración de capacidades que con-tribuyan al fortalecimiento del Sistema Nacional de Protección Civil, en materias de Gestión del Riesgo y Reducción del Riesgo de Desastres. Esto está en el marco de la Política Nacional para la Gestión de Riesgo de Desastres desarrollada por Onemi, a fin de instalar la gestión integral de los riesgos como una prioridad nacional. En esta conferencia se aborda un aspecto fundamental de la gestión —la logística en los desastres—, la que puede ser vital para llegar a tener estándares de nivel mundial en este ámbito.

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C O N T E N I D OLOS EXPOSITORES

6-12 Marcelo Lagos Viviendo en territorios en riesgo

13-18 Carlos Bernales La gestión del riesgo de desastres a nivel regional: avances en el fortalecimiento de las capacidades

19 -22 Gustavo Vicentini Z Habitabilidad transitoria en grandes emergencias

23-25 Adalberto Pereiro Importancia de la formación en las capacidades nacionales de gestión de desastres

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LOS EXPOSITORES LOS EXPOSITORES

Marcelo Lagos Académico del Departamento de Geografía Física de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

Geógrafo en la Pontificia Universidad Cató-lica de Chile (PUC), y doctorado en Ciencias Ambientales, otorgado por la Universidad de Concepción. Es académico de pregrado y postgrado, director del Laboratorio de Investigación de Tsunami de la PUC, director académico del Diplomado en Geomática del Departamento de Geografía de la PUC y subdirector del Doctorado en Geografía de la misma casa de estudios. Un artículo suyo publicado en la revista Nature sirvió de base a un documental del National Geogra-phic Channel, donde se analizaron las consecuencias que dejaría un sismo 9.5 MW en la ciudad de Valdivia. Es invitado frecuen-te de los canales de televisión para explicar fenómenos sísmicos y geográficos.

Carlos Bernales Director Regional de Onemi, Región del Maule.

Ingeniero en Prevención de Riesgos, con postítulo en Gestión de Reducción de Ries-

gos y Desastres de la Universidad de Chile. Instructor senior de la Academia de Protec-ción Civil de Onemi y de la Academia Na-cional de Bomberos, en cursos de Sistema, Comando e Incidente. Se ha especializado en gestión de reducción de riesgos y desas-tres en las academias de Protección Civil de España y Colombia, además de la Agencia Federal de Manejo de Emergencias (Fema), en Estados Unidos.

Gustavo Vicentini Profesional del Área de Proyectos de Onemi.

Arquitecto de la Pontificia Universidad Ca-tólica de Chile y diplomado en Gestión para la Reducción del Riesgo de Desastres en la Universidad de Chile. Se desempeña en la Onemi desde 2011, trabajando en formu-lación, coordinación y gestión de proyectos e iniciativas de edificaciones institucionales, viviendas de emergencia y vías de evacua-ción por tsunami.

Adalberto Pereiro Director de Carrera del Área Procesos Indus-triales de INACAP Talca.

Ingeniero en Prevención de Riesgos, Calidad y Ambiente de INACAP, actualmente se encuentra cursando el magíster en Ingenie-ría Industrial y de Sistemas (Miis) de la Universidad del Desarrollo. Ha trabajado en las áreas química y manufacturera, imple-mentando sistemas integrados de gestión y control de procesos productivos y desa-rrollando innovaciones como un sistema de capacitación dinámico —que no ralentiza el proceso productivo para plantas que utilizan mano de obra por temporada—, así como un sistema de control de mermas, basado en la integración de una plataforma de pesaje dinámico de la empresa al sistema computacional de control productivo.

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VIVIENDO EN TERRITORIOS EN RIESGO

Marcelo LagosAcadémico del Departamento de Geografía Física de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

Voy a hablar sobre vivir en riesgo, ya que somos un país que tiene una historia que contar al respecto. A medida que crecemos y maduramos, entendemos que debemos cuidarnos y respetar ciertas normas, porque hay personas que dependen de nosotros. Si no visualizamos el riesgo, nos exponemos. Si no percibimos que vivir a la orilla de un volcán o frente al mar es un riesgo, enfren-tamos la posibilidad de un desastre y, lógi-camente, nadie los quiere. Lo que me interesa aportar aquí es el con-cepto de que no debe haber desastres. Hay que partir de la base de que el desastre es la manifestación de objetivos de desarrollo mal logrados. Cuando algo falla, cuando hay un problema, es porque algo se hizo mal: el desastre no es fruto de la casualidad. Cuando un aluvión barre con Chañaral, cuando un tsunami destruye Dichato y cuando un volcán hace desaparecer a la ciudad de Chaitén, hay un problema de fondo: alguien permitió aumentar los nive-

les de exposición, alguien permitió —par-ticularmente el Estado— la existencia de un sistema que desconoce cómo se vive en un país como el nuestro.

LOS DESASTRES NO SON NATURALESHemos aprendido a golpes, día a día, y hemos avanzado muchísimo. Sin embargo, no podemos seguir pensando que los de-sastres se deben a un castigo divino o son producto de una naturaleza indómita, compleja e incierta y que nosotros, como sociedad, no tenemos una cuota de respon-sabilidad. Los desastres no son naturales, sino que son un constructo social: nosotros los construimos y los generamos, porque somos los que hacemos las normas y deci-dimos qué localizamos, cómo y dónde. Si pensamos que tenemos buenas normas de planificación urbana y de evaluación de impacto ambiental que garantizan seguridad a la sociedad y, sin embargo, ocurre una catástrofe, entonces estamos equivocados, ya que hay ahí objetivos de desarrollo mal logrados. Los desastres nos hacen retroceder años, décadas. El terremoto y tsunami de 2010 nos costó casi el 18% del Producto Interno Bruto, que se podría haber destina-do a cubrir otras necesidades.

Si hay una señalización que dice “Zona de peligro de tsunami” o “Peligro volcánico”, es porque algo está mal: la ciudad creció, se extendió y ocupó ese espacio de riesgo y nadie fue capaz de verlo. Esas señales indi-can que se intenta solucionar el problema de cualquier manera, ya que lamentable-mente gran parte de los asentamientos humanos en Chile nacen así: primero se urbaniza y luego se planifica. Lo normal sería al revés.Existe la escala japonesa de intensidad sísmica y nosotros conocemos la de Merca-lli. Esta última nos dice de 1 a 12 qué tan fuerte se percibe un sismo: es una evaluación cualitativa.La escala japonesa —elaborada por la Agencia Meteorológica del Japón— va de 0 a 7. De acuerdo a ella, el 0 no lo detecta nadie, pero un 3 sí, porque las lámparas se mueven. Grado 6 indica que las personas deben afirmarse para no caer. Es un acon-tecimiento de gran magnitud. Si la estruc-tura está bien construida, resiste y si no, tendrá un daño severo. En el mapa de peligro sísmico de Japón, los colores indican la graduación: el amarillo significa 0 probabilidad de que ocurra un evento superior a 6, y el color burdeo oscu-ro dice que hay 100% de posibilidades de

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un terremoto en cualquier minuto. Por lo tanto, Tokio —entre la península de Miura y Bozo— focaliza todos los esfuerzos en el fortalecimiento de las costas ante una amenaza sísmica.

JAPÓN: EL TERREMOTO DE 2011Sin embargo, ¿qué ocurrió el 11 de marzo de 2011? Que el terremoto fue en la zona amarilla, donde nadie lo esperaba. Los so-fisticados modelos elaborados por los principales científicos de las universidades fueron sobrepasados. Los muros para con-tener tsunamis se desbordaron, así como la planta de Hiroshima. Como se sabe, fue una crisis nuclear y radioactiva global. Japón quedó en el suelo, con 20 mil víctimas y olas de casi 40 metros al norte, en la prefectura de Iwate. En la práctica, todo falló. El modelo creado para convivir con el riesgo de terremotos y tsunamis fue derrotado. Habían pensado que podían controlar y dominar a la natu-raleza con sus muros y sus bosques de mitigación, y que sus sistemas tecnificados de alerta temprana les prevendrían de su llegada. Pero, en rigor, todo fue sobrepasa-do. Y, peor aún, hubo un proceso escalona-do. Primero el terremoto, después un

tsunami gigantesco que se propagó por todo el océano Pacífico y luego una crisis nuclear. Por supuesto, hubo muchas otras conse-cuencias. Entre ellas, la suspensión de los vuelos a Japón por la incertidumbre radioac-tiva a la que no se podía exponer a la gente. Yin Sato, el alcalde de Minamisanriku, me contó dos meses después del terremoto cómo reaccionaron cuando ocurrió. Rápida-mente se convocó al equipo del Comité Operativo de Emergencia y se dirigieron al edificio del hospital público de la ciudad, donde funcionaban. El agua llegaba hasta el cuarto piso. Era un viernes a las dos y media de la tarde y 30 personas corrían bajo la nieve y en medio del frío. Solo diez llega-ron arriba. El asunto de fondo es que este edificio para el manejo de emergencia es-taba localizado en una zona de inundación. ¿Cómo evacuamos ahí a la mujer embara-zada, dando a luz o al recién operado? ¿Cómo se toma una decisión para manejar esa emergencia? Quisiera hacer un paréntesis para decir que esto demuestra que es normal caminar por la costa y ver a la orilla de la playa asilos de ancianos, parvularios, hospitales y univer-sidades. También es frecuente que en zonas de peligro —donde hay volcanes y posi-bilidades de tsunamis o aluviones— haya

asentamientos humanos. Esta es una reali-dad no solo de Chile, sino que global. Y esto ocurre por la invisibilidad de una naturale-za compleja y de la incertidumbre de su recurrencia. La ciencia sabe ciertas cosas, pero no todo, y menos en este tema. Volviendo a Japón, se sabe que horas después el agua bajó desde el cuarto piso al tercero. La estructura soportó un terremoto gigante, pero no el tsunami. La altura de las olas era de doce metros de columnas de agua sobre el terreno (un poste del alumbrado público tiene siete metros y medio). En total, cator-ce metros. Hay que tener en cuenta que con 50 centímetros de agua hay dificultades para escapar, con dos metros somos arras-trados por los flujos y más allá de dos metros el riesgo es vital. Minamisanriku quedó pulverizada. El 22 de mayo de 1960 ocurrió un tsunami —pro-ducto del terremoto en Valdivia— que 22 horas después llegó a las costas de Japón. Sin embargo, en esa oportunidad venía de lejos y tuvieron casi 23 horas para manejar la emergencia. Es distinto cuando el terre-moto ocurre a nuestros pies, somos parte de la ruptura y hay pocos minutos para tomar una decisión inteligente.Aparte de todo ello, hubo una subsidencia cosísmica: la energía se acumula en zonas

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de subducción y cuando hay grandes terre-motos se libera, y al liberarse bajan las costas, como en Valdivia, con 2.7 metros; y en Constitución, 40 centímetros en 2010. En el caso de Minamisanriku bajó del orden de 1.1 a 5 metros. La marea más alta comenzó a inundar las partes bajas y el pueblo fue totalmente borrado del mapa. Hoy día ya no hay casas ni tiene uso residencial. Solo se dejó el edificio para el manejo de emer-gencias como un monumento, una forma de no olvidar ese 11 de marzo de 2011. Cambió el uso del suelo y sacaron a la po-blación de la zona de riesgo. Modificaron la norma y ahora cada prefectura de Japón tiene el poder para tomar decisiones inteli-gentes de cómo convivir con la amenaza de tsunamis.

HACIA UN RIESGO SUSTEN-TABLEEn la actualidad, el plan que Japón está elaborando incluye un muro rompeolas en las costas. Sabemos que un muro de 7.2 m no va a contener un tsunami, pero proba-blemente los sucesos más recurrentes sí. Tienen un bosque de mitigación acolinado que va a cumplir la función de fricción, de atenuar en parte la inundación y contener algunos escombros y pequeñas embarca-

ciones. Hay rutas peraltadas paralelas a la costa que cumplen la misma función del muro y dan más tiempo para escapar. Las industrias tienen facilidad para la evacuación vertical y el uso residencial está limitado a las zonas donde no llega el agua.¿Qué ocurre en Chile en comparación con estas medidas de Japón? Algunos datos. El volcán Nevados de Chillán está siempre en constante actividad y, sin embargo, el com-plejo hotelero y turístico que está ahí, en zona roja, se está ampliando. En Dichato y en las costas de Iquique sigue aumentando la urbanización, sea crítica o no, en pleno borde costero. En la práctica, los niveles de exposición siguen aumentando en nuestro país.Si no queremos desastres, evidentemente tenemos que detener esto y alcanzar el riesgo sustentable, que es convivir con una naturaleza extrema. Esta actividad trata de impedir la ocurrencia de una catástrofe, porque ese es el final, es cuando todo no funcionó y debemos manejar la emergencia. El desastre implica un proceso muy comple-jo, después del cual viene la reparación, la rehabilitación y la reconstrucción. Y ahí habría que repetir lo que se decía en el encuentro de Sendai: “Países del mundo, reconstruyamos, pero mejor”. Eso implica

prevención, mitigación, preparación y alerta temprana. Es el ciclo del riesgo en el que participan numerosos actores y proce-sos.A medida que la sociedad avanza, hay mayor bienestar social. Un suceso desastro-so perturba esa tendencia de mejoría, nos hace retroceder. Después, cuando transcurre el tiempo, se recupera el equilibrio. Lo im-portante es que este proceso disruptivo y catastrófico debe transformarse en una oportunidad para mejorar la evolución del bienestar social, para rescatar lecciones aprendidas y no caer en los mismos errores. Aunque esto no es fácil, porque olvidamos con rapidez y tendemos a ser reactivos: es decir, los acontecimientos deben ocurrir para que actuemos.Hoy en día, el paradigma es cómo abordamos y cómo convivimos con una naturaleza extrema. A finales de los años 70, Naciones Unidas creó el primer proyecto grande para coexistir con eventos naturales extremos: “Desastres naturales y análisis de vulnera-bilidad” era su nombre. Se trataba de una mirada netamente física del problema: el desastre es originado naturalmente y física-mente se explica, y los esfuerzos se concen-tran en el mapeo y en la comprensión de aquellas amenazas.

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Allí no se consideraba la cuota de respon-sabilidad de los seres humanos, porque se trataba de una mirada absolutamente exógena al problema. En 1994 aquello se actualizó, en lo que hoy se llama Marco de Acción de Sendai. Entre los países firmantes estaba Chile. Ahí ya no se siguió hablando de desastres naturales y apareció la preven-ción, la preparación y la mitigación. Recuerdo que en esa época y en este nuevo contexto, visitamos distintas localidades de América del Sur, junto con profesionales de la Onemi, dando conferencias para disminuir los riesgos de desastre. El señor Jorge Soria era alcalde —en ese tiempo comunista— en la ciudad de Iquique y nunca nos dejó dar una charla sobre un asunto tan relevan-te para la región. Decía que podían espantar la inversión y el turismo, que la gente se asusta con estos temas.Eso se mantuvo durante toda la década del 2000. Sin embargo, el terremoto y tsunami de Sumatra-Andamán —conocido como el Tsunami del Sudeste Asiático— originó un punto de inflexión. Cambió la percepción del peligro asociado a estos acontecimientos. Fue un 26 de diciembre del 2004: el terre-moto tuvo magnitud 9.2, provocando un tsunami gigantesco en la isla principal de Sumatra, cosa que no ocurría hacía 600 años.

Murieron 250 mil personas aproximada-mente. Ello hizo reflexionar a todo el plane-ta: resultaba inaceptable que con el nivel de conocimiento y de recursos existentes muriera tanta gente en tan pocos minutos. Inmediatamente se hicieron gestiones y se creó el Marco de Acción de Hyogo, al cual Chile adscribió. Esta iniciativa vino a ocupar un espacio y de inmediato propuso varias prioridades, como fortalecer los sistemas de alerta temprana y educar a las comunidades. Cambió la mirada y el concepto: ya no po-díamos seguir pensando que con la tecno-logía podemos solucionar todos los proble-mas vinculados con las alertas y el manejo de desastres. Todas sus prioridades de este marco se concentraban en atacar las causas de fondo. ¿Para qué sirve tener una súper sofisticada red de alertas, sensores y bocinas si en la práctica continúa la mala planifica-ción urbana, la desigualdad social y la despreocupación por proteger los ecosiste-mas más frágiles? Las causas de fondo nunca fueron atacadas, porque nacían de un enfoque tecnocrático. No quiero decir que eso esté mal. Lo que digo es que no podemos quedarnos con la idea de que la tecnología soluciona los problemas más profundos que son, justamente, aquellos que detonan los desastres. El enfoque tecnocrático y el mal

manejo de la emergencia del 2010 en Chile es el mejor ejemplo de esto.

LA DEFICIENTE PLANIFICA-CIÓN URBANAEl terremoto y tsunami de 2010 detonó varias cosas. Primero, que el mundo se ex-trañaba de que en Chile hubiera una catás-trofe de esa magnitud, ya que en sus infor-mes decía que estaba cumpliendo al pie de la letra con todas las prioridades del Marco de Acción de Hyogo. Algo había pasado: el apoyo prioritario de los países del mundo estaba en Perú, Bolivia y Ecuador, y no en nuestro país. Ya casi no quedaban ONGs. El terremoto y tsunami de 2010 nos enrostró el desafío de aquello que estaba pendiente, más allá de la existencia de un fiscal, de investigaciones y condenas. Lo que ahí quedó en evidencia fue nuestra mala planificación urbana, donde nuestros instrumentos no generan la información que permitan disminuir los niveles de exposición. Todos estaban esperando un terremoto y tsunami en el norte y ocurrió en el sur. Por lo tanto, la prioridad que tenía Shoa con su mapa de inundación no correspondía a la zona, no existía ese instrumento. Y aunque lo tuviera, tampoco habría servido de mucho: Talcahuano tenía su mapa de inundación

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elaborado en 1999 y, en rigor, el alcalde Gastón Saavedra no hizo nada. Y el tsunami pulverizó el borde costero, destruyó Tumbes y barrió con el puerto. Luego, Saavedra se puso la chaqueta de la reconstrucción y gracias a ella salió reelecto. Y ahora Talcahuano es otro, con un borde costero increíble. Sin embargo, todo aquello no fue culpa del alcalde, sino que de una sociedad que invisibiliza el riesgo, que no lo ve, aunque tiene sobre la mesa estudios detallados, modelos numéricos complejos, múltiples variables hidrodinámicas. Sin embargo, al final todo queda en nada. Mi-llones y millones gastados en capacitaciones, en investigaciones, en visitas técnicas no producen un efecto positivo, porque los niveles de exposición siguen aumentando.Nos cuesta entender que los eventos natu-rales extremos son fenómenos inevitables: van a ocurrir, querámoslo o no, y no sabemos cuándo. A pesar de todo, hemos tenido suerte: el terremoto y tsunami del 2010 ocurrió con la marea más baja del año. Si hubiera habido marea alta, las olas habrían sido gigantescas.Me refiero a terremotos y tsunamis —y no a aluviones, por ejemplo— porque estos matan mucha más gente que cualquier otro fenómeno natural. Se trata de algo rápido,

súbito, inesperado. Hay otras amenazas que se producen lentamente, como la sequía que nos afecta desde el 2010 y que gradual-mente influye en nuestros recursos hídricos y en los cultivos. Cuando ocurre un huracán en Centroamérica, ya se sabe con anticipación cómo se incuba y evoluciona. Ahí la gente puede bajar a los subterráneos y proteger las ventanas. Una vez que ha pasado, se cobra el seguro y la vida sigue. Los terremo-tos y tsunamis no tienen horario y, por ello, el riesgo siempre es alto. Los tsunamis son 20 veces más mortíferos que los terremotos.

LA INFORMACIÓN TODAVÍA INSUFICIENTE¿Cómo se producen estos fenómenos? Para decirlo de una manera sencilla, existe una zona llamada de subducción, donde hay una placa que está permanentemente presio-nando, una placa continental, y esto impli-ca deformación. Esa deformación acumula energía y llega un minuto que es máxima y ahí se libera. Si el desplazamiento implica deformación vertical del fondo oceánico, se origina un tsunami que en pocos minutos llega a la costa y se propaga por todo el océano. Se trata, lógicamente, de una sim-plificación del modelo de ciclo sísmico. Pero, aunque sabemos que la energía se va

acumulando y que en algún momento se liberará, nosotros rápidamente nos vamos olvidando de esta realidad y el interés pú-blico disminuye. En los 4.650 millones de años que tiene la Tierra, solo tenemos infor-mación reciente respecto de la magnitud de terremotos. De acuerdo a eso, Chile registra el terremoto gigante de 1960 —de mag-nitud 9.5— y otros grandes más recientes. Esta concentración de importantes eventos a mediados del siglo XX, permitió crear el sistema de alertas de tsunami del Pacífico (1965). Gran cantidad de personas se ha salvado gracias a esta iniciativa: los países del área se avisan entre sí de su ocurrencia, se coordinan y se toman decisiones para manejar adecuadamente la emergencia.Lógicamente que tenemos información imprecisa respecto de fenómenos telúricos anteriores, de aquello que no está registra-do instrumentalmente a través de la histo-ria. Y es que no sabemos lo que nos hace daño. Japón había olvidado —o no tomó en cuenta— el terremoto del año 869 en Yohan, en las costas de Sendai. Los expertos estaban preocupados de sus modelos pro-babilísticos que decían que en los últimos 200 años no había ocurrido nada tan grave. Hasta que llegó marzo de 2011. Las proba-bilidades son solo eso y también tienen

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márgenes de error. Trabajamos con la geología de los tsunamis. Cuando ocurre alguno, arrastra lo que hay y deposita capas de arena. De esta manera, excavando, podemos saber de la ocurrencia de sucesos anteriores. En el caso del terre-moto submarino de Sumatra-Andamán —en la costa de Tailandia, en 2004— nadie había hecho una excavación de apenas 30 centímetros para detectar indicios que confirmaran que en el océano Índico habían sucedido fenómenos gigantes con anterio-ridad. Era tan invisible el tema, que ni si-quiera existía un sistema de alerta tempra-na. Según los especialistas, ahí no podía ocurrir porque nunca había ocurrido. Pero la naturaleza nos enrostra permanen-temente que no sabemos tanto y que los márgenes de incertidumbre son gigantescos. ¿Quién realmente calcula la incertidumbre? Somos muy pocos los que la incluyen en sus trabajos o se arriesgan a imaginar escenarios poco creíbles. ¿Qué hubiera pasado si esta investigación se hubiera hecho y publicado antes del 26 de diciembre del 2004? Quizá lo hubieran considerado una locura, algo imposible de que sucediera, o seguramen-te pasaría a formar parte de la endogamia de los científicos que solo nosotros leemos y no llegan a ninguna parte. ¿Cómo hacemos

para que el conocimiento científico dialogue con el mundo real, de modo de disminuir los niveles de exposición y no tener desastres? Es un tremendo desafío porque claramente necesitamos llegar a las personas. Hagamos una mirada rápida de cuánto hemos apren-dido. Hice una inducción y utilicé, como ejemplo, analogía, terremotos y tsunamis.

ALGUNOS CASOS EN CHILEEn 1960, hace 56 años, en Valdivia no había sirenas que avisaran que venía un tsunami ni tampoco mensajería ni teléfonos inteli-gentes. Tampoco un plan regulador que disminuyera los niveles de exposición. No existían ni la Onemi ni el Shoa, ni programas de educación continua ni logística de desas-tres. En rigor, no había nada. Sin embargo, aun sabiendo que los fenómenos de este tipo son recurrentes, la gente se olvida y hay consecuencias. Lamentablemente, el pro-blema pasa porque el Estado sigue aumen-tando los niveles de exposición y no generan más recursos a quienes trabajamos en gestión de riesgo y desastres.No queremos desastres, sino que solo vivir y disfrutar de la naturaleza. Pensamos que los terremotos y tsunamis nos quieren matar. Pero no es así: somos nosotros los que construimos el riesgo, los que detonamos

los desastres. Después de la tragedia de 1960, el Estado no hizo nada: dejó Puerto Saavedra en el mismo lugar y las viviendas de emergencia se transformaron en perma-nentes. Y la calidad de vida de sus habitan-tes es mala: cada vez que hay un temblor recuerdan lo que ocurrió en 1960. Otro caso es Queule, que después del terre-moto de 1960 se hundió tanto que quedó permanentemente afectado por las mareas altas. Por lo tanto, la zona no era muy habi-table. Sin embargo, el proceso de acopla-miento intersísmico ha hecho que la zona se esté levantando progresivamente y hoy día la marea alta ya no llega arriba. Debido a ello comenzaron a construir ahí, nueva-mente. Ahora los árboles están más grandes, apareció un galpón y siguen urbanizando. Probablemente en 2020 va a haber un parvulario, alumbrado público, un retén y una plaza. Ello ocurre porque nadie se acuerda del currículum de los territorios en riesgo. Y después hay que socorrer, gestionar el desastre y la emergencia. Sin embargo, los responsables —el Ministerio de Obras Públicas, el Ministerio de Vivienda y Urba-nismo, el municipio y la comunidad— duermen tranquilos. En 1997 seguimos avanzando: en Arica apareció la primera carta por inundación de

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tsunamis en Chile. Sin embargo, por mucho tiempo se bajó el perfil a estos fenómenos. El enfoque probabilístico prevalecía sobre el peor escenario creíble. Una vez conformado el comité de expertos de tsunami del Shoa y el CET —del cual yo soy parte— empe-záramos a mapear los peores escenarios posibles y no los eventos pequeños. En 2005 hubo una falsa alarma de tsunami en Talca-huano. Cerca de 18 mil personas corrieron a zonas elevadas, aunque sin atinar a más: no había señalizaciones ni indicaciones ni zonas de seguridad. Se estaba incubando un desastre que en 2010 se confirmó. En 2006 publicamos un artículo en la revis-ta Nat Geo, donde demostramos que los tiempos de incubación de terremotos gi-gantes son del orden de tres siglos. Entonces, los editores de esta revista nos contactaron y nos propusieron que a partir de esos artí-culos hiciéramos una serie documental para todo el mundo. Querían que desarrolláramos lo siguiente: si el terremoto de 1960 surgió entre el golfo de Arauco y Taitao, ¿qué pa-saría ahora con un terremoto gigante en la zona central de Chile, donde vive casi el 60% de la población, donde está casi el 100% de las decisiones políticas y las principales empresas? Así lo hicimos y proyectamos un terremoto

que generó un tsunami que llegó a la bahía de Valparaíso y a Viña del Mar, con el agua entrando por el estero Marga-Marga y una columna de seis metros que inundaba todos los segundos pisos. ¿Qué ocurrió con ese documental? Que nos acusaron de cosas terribles, de ser mediocres científicos. A mí me llamaron de la Onemi para increparme por nuestra irresponsabilidad que provoca-ba terror en la gente. La comunidad cientí-fica nacional nos exigió explicar por qué Nat Geo nos contactaba a nosotros, geógrafos de humanidades, y no a la ciencia cuantita-tiva y dura, que “dice la verdad”.Sin embargo, hoy en día los mapas de predicción contienen esas columnas de agua de seis metros sobre el terreno. Y nadie re-clama. Hemos aprendido, somos otra socie-dad y visibilizamos el riesgo. Pero lamenta-blemente existe esa posibilidad de un terremoto vertical y las medidas para en-frentar esa situación todavía no se imple-mentan en Chile.

NO PODEMOS SEGUIR PENSANDO QUE LOS DESASTRES SE DEBEN A UN CASTIGO DIVI-NO O SON PRODUCTO DE UNA NATURALEZA INDÓMITA, COMPLEJA E INCIERTA Y QUE NOSOTROS, COMO SOCIEDAD, NO TENEMOS UNA CUOTA DE RESPONSABILIDAD. LOS DESASTRES NO SON NATURALES, SINO QUE SON UN CONSTRUCTO SOCIAL: NOSOTROS LOS CONSTRUIMOS Y LOS GENERAMOS, PORQUE SOMOS LOS QUE HACEMOS LAS NORMAS Y DECIDIMOS QUÉ LOCALIZAMOS, CÓMO Y DÓNDE.

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LA GESTIÓN DEL RIESGO DE DESASTRES A NIVEL REGIONAL: AVANCES EN EL FORTALECIMIENTO DE LAS CAPACIDA-DES

Carlos Bernales Director regional de Onemi, región del Maule.

La región del Maule no está ajena las posi-bilidades de desastres. Tiene más de un millón de habitantes y un 70% de ruralidad, lo que la hace ser más vulnerable. Debido a que es una región eminentemente forestal, todas las temporadas manejamos por sobre los 500 incendios. Uno o dos de esos abarcan más de dos comunas de la región. Por otra parte, soportamos una sequía desde hace siete años: 29 de las 30 comunas están con déficit hídrico para el consumo humano. Nosotros, como Onemi, abastecemos tres veces por semana con camiones aljibe a distintos sectores rurales. La sequía implica un mayor desamparo de la región frente a los incendios forestales, de pastizales o in-terurbanos de la interface, producto de que los vegetales tienen estrés hídrico y ante cualquier fuente calórica, por mínima que sea, se origina fuego.A ello hay que sumarle que por nuestras carreteras y líneas férreas circula todos los

días una gran cantidad de materiales y desechos químicos peligrosos, ya que la minería de la VI región viene a depositar sus desechos en Chillán Viejo, donde se eliminan. Respecto de la contaminación ambiental, en Curicó, Linares y Talca, esta ha subido fuertemente, producto del uso de estufas a combustión lenta y de la industria. Lógica-mente que los sismos y tsunamis también tienen presencia en nuestra región.

EL PLAN DE PROTECCIÓN CIVILPara enfrentar todo ello, la Onemi regional cuenta con un gran equipo de personas. Técnicos y administrativos están compro-metidos con un Plan de Protección Civil. En este interactúan y se coordinan los 30 co-munales de emergencia, los cuatro provin-ciales de la región y todo el sistema de protección civil regional. Su objetivo es entregar un buen servicio y una óptima proyección de manejo de desastres. Nuestra división regional del Maule ha cambiado su funcionamiento: trabajamos las 24 horas, todos los días del año. Tenemos un sistema de alerta temprana que moni-torea toda la región, a través de variados sistemas de comunicaciones en VHF digital, VHF Iridium, BGAN, celulares, equipos sate-

litales e internet. Utilizamos varias carreteras de comunicación para que en caso de que falle una, podemos emplear otras alterna-tivas que nos mantienen constantemente conectados con todas las comunas.Tenemos el sistema P25 de Carabineros y del Ejército, habilitados para operar en la emergencia. Existen convenios y protocolos con el Servicio Nacional de Sismología de Chile, con el Shoa, Sernageomin, Conaf, DGA y DMC, donde radican los centros de alerta temprana en tiempo real. Nuestra división regional cuenta con autonomía de 96 horas en combustible autosustentable, alimenta-ción, agua y energía. Estamos ubicados en una zona segura y conservamos un centro móvil de emergencias que se puede despla-zar a cualquier parte de la región. Hemos adiestrado a 154 informantes mercalli en cada una de las comunas, certificados por la Academia de Protección Civil de Onemi. 40 personas de apoyo reportan todos los días cada una de sus localidades, informan-do si existe alguna emergencia.Nuestro proyecto de telecomunicaciones es regional y fue iniciado en 2012. Su costo fue de 1.750 millones de pesos y consistía en habilitar a los 30 municipios con equipos base y portátiles para el manejo de la emer-gencia, así como a las cuatro gobernaciones,

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a la intendencia regional y a los 30 cuerpos de bomberos. Ese mismo año se aprobó un proyecto de un sistema de alerta temprana de tsunamis, que instalamos en el borde costero regional, desde Boyeruca hasta Peyú Curanipe.

LAS EMERGENCIAS SON DE TODOSNo podemos trabajar solos las emergencias, ya que estas no son de nadie y son de todos. Por ello hemos llevado adelante alianzas estratégicas con compañías forestales y, junto a empresas eléctricas y Conaf, hemos estudiado la vulnerabilidad en lo relativo a incendios forestales. Comparamos mapas de las líneas eléctricas que atraviesan la región y la probabilidad de incendios fores-tales para diseñar medidas de mitigación, tales como la poda y raleo de los bosques donde estas líneas podrían caer. Ha dado muy buenos resultados, aunque en un principio costó reunir a las empresas fores-tales con las eléctricas, ya que siempre están en disputa respecto de quién inició el incen-dio. Hemos logrado acuerdos y consensos. Tenemos una Mesa Técnica de Energía y Combustible y una psicosocial. En esta últi-ma, representantes de las universidades que están en la región pertenecientes a la carre-

ra de Psicología Social, forman parte de un apoyo técnico y asesoramiento frente a eventos catastróficos a la División Regional de Onemi. Participamos en la Mesa del Medio Ambiente, donde trabajamos con los seremis de estas materias, sobre todo con un tema específico: el relave Las Palmas. En este relave, como consecuencia del te-rremoto de 2010, hubo un deslizamiento y falleció una familia completa en el sector de Pencahue. Por ello llevamos adelante me-didas de mitigación, como la colocación de una geomembrana sobre este relave. Igualmente, hicimos faenas de contención para los esteros que están cercanos y estamos en constante monitoreo del lugar. Actual-mente buscamos una solución definitiva al sector, ya que en el futuro podría verse afectado todo el valle de Pencahue en caso de un suceso catastrófico. También participamos en la mesa de la fiscalía de mitigación de incendios. Ahí, Onemi debe hacer una investigación de los incendios, coordinando a la policía y a Conaf, y prestándole recursos para la investigación de incendios. Cuando arrendamos los heli-cópteros que nos solicita Conaf para el combate de incendios forestales, esos vehí-culos llevan adelante la prospección del lugar —junto a personal de Labocar, de

Carabineros o de Investigaciones— bus-cando los puntos de origen y la causa de los incendios. Tenemos una Mesa Hidrometeorológica para observar todos los acontecimientos ligados a este tema, con el apoyo de algunas uni-versidades de la región. Finalmente hay que nombrar la Mesa Paso Pehuenche, debido a la vulnerabilidad que tendremos en ese acceso internacional por la presencia de camiones con productos químicos peligrosos. Estos antes transitaban por la IX región, pero ahora lo harán acá, sobre todo en épocas de invierno. Hicimos contacto con nuestro símil en Argentina para que estas dos provincias vecinas operen con los mismos protocolos internacionales en relación a cómo atender las emergencias.

PLAN FAMILIAR DE EMER-GENCIATodo lo reseñado hasta aquí persigue el objetivo de entregar eficientes medidas de mitigación que aporten a la prevención de catástrofes. Nuestra primera responsabilidad es poseer una conciencia del autocuidado y de la protección. Y esto se inicia en la fami-lia. Si desarrollamos un plan familiar de emergencia, seremos capaces de actuar de mejor forma. Los profesionales que traba-

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jamos en protección civil debemos estar abocados en cuerpo y espíritu a la emergen-cia. Para lograr esa concentración es nece-sario tener la tranquilidad de que nuestra familia está a buen resguardo, gracias a estos planes. Ello se podría replicar en la empresa privada, la universidad o el club deportivo, ya que es una forma de crear una cultura preventiva y del autocuidado.En la actualidad hemos fortalecido el Comi-té de Operación de Emergencia Regional, a través de una capacitación a las autoridades zonales que imparte la Academia de Pro-tección Civil. Junto a estas autoridades hemos desarrollado largas jornadas de trabajo con un objetivo esencial: ayudarles a tomar mejores decisiones cuando ocurran emer-gencias. Y lo hemos validado con simula-ciones y simulacros. Así, el intendente, los gobernadores y los seremis se han visto enfrentados a situaciones ficticias, donde deben resolver varios temas en el minuto.Este Comité de Operaciones de Emergencias lo hemos fortalecido creando y trabajando en conjunto con mandos técnicos y multi-institucionales. Los COE (Comité de Opera-ciones de Protección Civil o Comité Profe-sional de Emergencias) funcionan desde el nivel comunal, provincial y regional, hasta el nivel nacional, prestándose mutuo apoyo.

La Onemi no puede operar sola: necesitamos que las instituciones, las empresas privadas, los servicios públicos y el sistema de pro-tección civil participen coordinadamente. Igualmente, los ciudadanos deben estar atentos a las vulnerabilidades de nuestro lugar y saber qué informa la autoridad. Con el uso adecuado de los recursos, con el apoyo mutuo y la capacitación y validación, podemos afrontar la emergencia de mejor forma.

FORTALECER LA CULTURA PREVENTIVAEn la región del Maule hemos potenciado el Comité Operacional de Emergencia MOP (Ministerio de Obras Públicas), integrado por todos los servicios de ese ministerio a los cuales hemos capacitado. Sin duda que el MOP es fundamental cuando ocurre una gran emergencia. Entonces, este COE-MOP está encargado de llevar al seremi de Obras Públicas la información de lo que ocurre en terreno y así el Comité de Protección Civil informa a la mesa para tomar decisiones de acuerdo con la realidad y con los recursos existentes.De la misma manera, hemos potenciado el COE Salud, donde llevamos a cabo ensayos, seminarios, protocolos y simulacros, en

conjunto con los sistemas de salud regional y en hospitales. En la gestión de reducción de riesgos y desastres de la región, trabajamos con dos instituciones, teniendo presente que las primeras 48 horas deben estar dedicadas a las personas, a la comunidad. Esto lo con-seguimos haciendo microplanificación de riesgo, en conjunto con la gente, llevando a cabo un análisis histórico respecto de qué ha ocurrido anteriormente en distintas lo-calidades rurales, sobre todo las más aleja-das. Allí se han formado los Comités Locales de Emergencia (CLE), que han desarrollado planes de emergencia específicos para asentamientos que están en medio del bosque, en la precordillera o en la cordillera. Nuestra responsabilidad con ellos es darle los recursos, capacitarlos, acompañamos en la elaboración de su plan de emergencia y de sus mapas de riesgo local, buscando fortalecer su cultura preventiva y el autocui-dado: así podrán enfrentar solos una emer-gencia.También trabajamos con gendarmería en cada centro penitenciario y cada hogar de menores (Sename). Hacemos tres simulacros al año y capacitamos al personal de gen-darmería en psicología de la emergencia y de la familia preparada. Además, asesoramos

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técnicamente a los centros, revisamos las instalaciones, apoyamos a los planes de emergencia y de evacuación, realizamos talleres de epidemiología y seminarios de reducción de desastres.Por su parte, el Cert —sigla que en inglés significa Comunity Emergency Response Team— es un programa de Onemi que se incorporó en 2015, y cuyo objetivo es ense-ñarle a la comunidad a asumir la emergen-cia en distintos ámbitos: combate de incen-dio incipiente, movilización y transporte, primeros auxilios, psicología ante los acci-dentes. Ello se consigue con recursos que están en la comunidad. Por ejemplo, ense-ñamos cómo inmovilizar a una persona herida con aquellos elementos disponibles después de la catástrofe: una tabla, una puerta, el tablero de la mesa. El Cert entre-ga las capacidades técnicas cuando no hay nada. Con la Junta Nacional de Jardines Infantiles (Junji) también efectuamos simulacros y visitas técnicas, y con el Ministerio de Vi-vienda y Urbanismo (Minvu) tenemos un plan de emergencia barrial, donde trabaja-mos fuertemente la microzonificación de riesgos. Hay que recordar que, después del terremoto de 2010, la zona costera de la región del Maule cambió totalmente. Mucha

gente que vivía al borde del río en Consti-tución se instaló en nuevas viviendas en los cerros. Con eso les cambió el esquema de vida. Debido a esto, hicimos estos recorridos barriales para conocer las nuevas vulnera-bilidades que pudieran tener, inventariar los recursos existentes, crear los CLE y hacer mapas de riesgo en sus nuevas comunidades. De esa iniciativa nació un convenio entre los Cert y el Minvu: en cada nueva zona, junto al programa Quiero mi Barrio, formamos monitores en Cert. En 2015, por ejemplo, implementamos un simulacro de evacuación del borde costero. Ahí, los equipos Cert de Constitución trabajaron con los uniformes que les entregamos — chaquetilla, casco, una mochila táctica— y actuaron como evaluadores de sus barrios, poniendo en marcha el sistema de evacuación hacia una zona segura. Un mes después se produjo el terremoto del norte y entonces estos mismos equipos se pusieron su uniforme, salieron a la calle y fueron un eficiente apoyo del Sistema de Protección Civil, ayudando a evacuar el borde costero. Gracias a los simu-lacros, la operación tomó solo 17 minutos.

LOS NECESARIOS SIMULA-CROS DE EMERGENCIACon la fundación Crate también desarrolla-

mos simulacros, capacitación y el Taller Esfera. Asimismo, trabajamos fuertemente con los colegios de la región: implementa-mos el Plan Integral de Seguridad Escolar (Pise) que, con el compromiso del director del establecimiento educacional, más un representante del alumnado, de los padres y apoderados, de los docentes y paradocen-tes y un miembro del Sistema de Protección Civil más cercano, llevamos a cabo un completo plan de emergencia. Para ello se utilizan los recursos del colegio y se asumen las vulnerabilidades específicas, tanto inter-nas como externas.Últimamente está en boga el tema de la laguna del Maule. Sin embargo, quiero decir que nosotros venimos trabajando desde 2011 en la microzonificación de riesgo con las comunidades. Tenemos un detallado plan de evacuación de todo y un catastro de todas las personas que habitan la zona bajo la laguna. Poseemos la infor-mación de cada asentamiento, de cada población, de cada vivienda e incluso de los animales de la zona. Esto último es porque hemos aprendido que para la gente es im-portante. Entonces, después de evacuar a la comunidad, viene Indap y el SAG y nos ayudan a rescatar a los animales y llevarlos a albergues.

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Habría que agregar que el Sistema de Edu-cación Civil también está abocado al riesgo volcánico, sobre todo en el municipio de San Clemente, donde ha habido mucho desem-peño en terreno para que la comunidad esté informada en caso de necesitar una evacua-ción.Hubo un programa estacional de invierno, gracias al cual localizamos los puntos críti-cos de cada comuna de la región en esa temporada del año y estudiamos medidas de mitigación. Relacionado con esto, traba-jamos el Plan Divisiones Forestales en In-vierno (Accefor), donde actualizamos los recursos existentes —de la empresa priva-da, el voluntariado y la Conaf— validados por decreto por el intendente regional y así dar vigor a los programas de emergencia forestal. Hemos realizado simulacros regionales desde 2011 a 2015. Cuando se empiezan a implementar estas medidas de mitigación, enseñando los ejercicios en un simulacro, hay una resistencia de muchas personas. En 2011, el alcalde, las autoridades locales y el comercio rechazaban esta posibilidad, ar-gumentando que la gente se asustaría mucho. Tuvimos que demostrarles a las autoridades locales y regionales que se trataba de medidas preventivas: si nosotros

educamos a la población y mostramos la existencia de un plan de emergencia comu-nal —con señalética y vías de evacuación—, les reafirmamos que es una comuna segura. El primer simulacro de tsunami dio muy buenos resultados: por primera vez partici-paron el comercio, los bancos, el mercado y los supermercados, cerrándose todos por un tiempo. Ello dio pie para que en 2012 llevá-ramos a cabo un simulacro más amplio, en la provincia de Cauquenes, evacuando tres comunas del borde costero. Después, en 2013 desplegamos un simulacro del Plan Integral de Seguridad Escolar. De las 30 comunas de la región del Maule, evacuamos a poco más de 150 mil alumnos de los es-tablecimientos educacionales. Y en 2015 hicimos nuevamente un simulacro de evacuación de borde costero en la zona norte. Por todo ello, podemos afirmar que la región del Maule tiene preparada y vali-dada la evacuación de todo el borde coste-ro regional.

CAMPAÑA YO ME PREPARORespecto del fortalecimiento de las opera-ciones de emergencia, hay que decir que tenemos un eficiente sistema de comando regional, implementado para administrar mejor las crisis. Así, todos hablamos el

mismo idioma, nos comunicamos por un mismo sistema y entendemos que el obje-tivo final es la gente de la región.Publicamos el manual Esfera, donde se enseña cómo manejar los recursos de agua y cómo debe funcionar la sanidad de las viviendas y de los albergues. Tenemos un visor de Chile Preparado, gracias al cual cualquier persona, en su celular o en su computador, puede ver dónde se ubica y qué riesgo hay en ese punto.La Onemi —tanto a nivel nacional como regional— está realizando un estudio para reorganizar su estructura y así dar un mejor servicio a la comunidad. En conjunto con eso, estamos certificando la norma ISO 22.320, que es la norma internacional para el manejo y la administración de emergen-cias. Así, entonces, todos los protocolos y los procedimientos para el manejo de reducción de riesgos, desastres y emergencias estarán regulados por esta norma.La última campaña desarrollada se llama Yo me Preparo, que pretende motivar a la gente para que tenga su plan de emergen-cia familiar, viendo las condiciones de su casa y su barrio, formando parte de un sis-tema de protección civil a través de la junta vecinal.Tenemos un fortalecimiento profesional en

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la región. Cuando los profesionales, técnicos y administrativos no están trabajando con la comunidad, se están capacitando. Y lo hacen en diferentes ámbitos, como Operación de Emergencias y Escenarios de Riesgo II. La mayoría de los profesionales —o quizá la totalidad— son instructores de la Academia de Protección Civil. Existe también un comi-té científico- técnico que funciona con al-gunas casas de estudio presentes en la región, aportando sus conocimientos y apoyándo-nos en proyectos y publicaciones. Con la Universidad Tecnológica de Chile INACAP firmamos un convenio de prácticas profe-sionales de sus alumnos con nosotros.Como reflexión final quiero decir que la división de Onemi en el Maule está focali-zada en una cultura preventiva y del auto-cuidado, coordinándose fuertemente con las comunidades y con el Sistema de Pro-tección Civil. Tenemos la férrea convicción de que una comunidad preparada y más resiliente enfrenta mejor la emergencia. Todos debemos saber cuáles son nuestras vulnerabilidades en el trabajo, en la casa, en el colegio o donde nos encontremos. Vivimos en un país con muchos riesgos. Lo impor-tante es que estemos preparados para en-frentar de la mejor forma las emergencias, así como tener medidas de mitigación.

No es la especie más fuerte ni la más inte-ligente la que sobrevive, sino la que respon-de mejor al cambio, dijo alguna vez Charles Darwin. Y esto se aplica a las modificaciones que deberemos enfrentar en el futuro, producto del cambio climático, que es un gran tema que hay que tener presente en la reducción de riesgo y desastres y que debe ser asumido en nuestra cultura del autocui-dado y de la autoprotección.

LA ONEMI REGIONAL CUENTA CON UN GRAN EQUIPO DE PERSONAS. TÉCNICOS Y ADMI-NISTRATIVOS ESTÁN COMPROMETIDOS CON UN PLAN DE PROTECCIÓN CIVIL. EN ESTE INTERACTÚAN Y SE COORDINAN LOS 30 COMUNALES DE EMERGENCIA, LOS CUATRO PROVINCIALES DE LA REGIÓN Y TODO EL SISTEMA DE PROTECCIÓN CIVIL REGIONAL. SU OBJETIVO ES ENTREGAR UN BUEN SER-VICIO Y UNA ÓPTIMA PROYECCIÓN DE MANEJO DE DESASTRES.

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Profesional del Área de Proyectos de Onemi

Gustavo VicentiniHABITABILIDAD TRANSITORIA EN GRANDES EMERGENCIAS.

A continuación voy a referirme al recorrido que han tenido las viviendas de emer-gencias y otras soluciones, a partir del terremoto del 27 de febrero de 2010. Todo esto tiene como soporte ese concepto llamado resiliencia. A partir de los años 90, esta idea se ha ido introduciendo en la protección civil, y se refiere a la capa-cidad de amortiguar, de autoorganizarse y —sobre todo— al aprendizaje y la adaptación.

MEJORÍAS EN LAS VIVIEN-DAS DE EMERGENCIAComo se sabe, el terremoto de 2010 destru-yó parte de nuestra geografía del sur y de nuestra habitabilidad. Tuvimos que recons-truir y se levantaron aproximadamente 56 mil viviendas de emergencia. En estos años, el estándar de esas construcciones era lo que conocíamos con el nombre de mediagua, y que existía desde los años 70. Sus caracte-rísticas no habían tenido mucha variación a

lo largo de esas cuatro décadas. La mediagua fue un estándar que estuvo determinado por la sociedad civil, ya que el gobierno encomendó la tarea de construir estas vi-viendas transitorias —o de emergencia—, principalmente a la organización Un Techo para Chile. Tuvieron un muy buen desem-peño en cuanto a cantidad y rapidez de instalación, y permitieron que las personas afectadas se repusieran de este desastre. El siguiente punto de quiebre en este para-digma fue el mega incendio de Valparaíso de 2014. Ahí se construyeron aproximada-mente 2.700 de estas viviendas. Sin embar-go, a partir de 2010 ya había ocurrido un cambio importante en nuestra sociedad, porque desde hacía una década estábamos tratando de erradicar los campamentos en Chile, entregando las mismas mediaguas con las cuales posteriormente reconstruimos. Por ello hubo un proceso posterior a 2010, donde la Onemi comenzó un trabajo silen-cioso con la academia y con la industria para mejorar las viviendas de emergencia.Para el terremoto teníamos una vivienda de emergencia de 18 m², con madera de no muy buena calidad y construida por un voluntario. Por todo ello presentaba una serie de complicaciones, como la filtración de aire e incluso de agua. Pero en 2014 ya

existía otro estándar, con un nivel de mate-rialidad mucho más avanzado, que utilizaba placas de OSB, con las cuales en la actualidad se construyen las viviendas definitivas. Su tamaño creció a 19.5 m² y sus terminaciones eran mucho más adecuadas y más resisten-tes a la intemperie y a los factores climáticos externos. Además, a esta vivienda se le adicionaron kits complementarios de aislación, de im-permeabilización, de pintura y otros. Sin embargo, tenía un problema importante en la logística de armado y de construcción, porque los kits se adquirían en forma sepa-rada: primero la vivienda, luego el kit de aislación, enseguida el de electricidad, de pintura, entre otros. Todo esto complicaba el proceso de armado y muchas veces pro-ducía imperfecciones en sus terminaciones.Como Estado, la respuesta ante una emer-gencia depende de muchos actores y de la coordinación entre ellos. En el caso del in-cendio de Valparaíso, la Onemi fue con esta vivienda de emergencia mejorada hasta el municipio, y el municipio localizaba, desti-naba y las entregaba. Sin embargo, en muchas ocasiones se instalaron viviendas de emergencia en lugares muy peligrosos, en quebradas donde existía el mismo riesgo por el cual se destruyó la anterior. Ello,

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porque es muy complejo hacer un cambio cultural que permita llevar a la gente a sectores seguros. Hubo un avance innegable entre 2010 y 2014, al transitar desde mediaguas a vivien-das con otras condiciones de terminación y de aislación, y que permiten una habitabi-lidad mucho más confortable y más digna a quienes fueron afectados por este gran incendio. Estas personas también las com-plementaban con sus propias soluciones: por ejemplo, forrar el exterior con planchas de zinc.

LOS ÚLTIMOS AVANCES EN CONSTRUCCIÓNA partir de 2014 se continuó el trabajo con la academia y con la industria, y se desarro-llaron otros estándares que definieron lo que hoy es la vivienda de emergencia. Ella ha sido implementada fuertemente en 2015 y 2016. No solamente se mejoraron sus ma-teriales de construcción, sino que se intro-dujo un cambio cuantitativo y cualitativo: se aumentó la superficie a 23 m². Ahí ya puede vivir con mayor holgura una familia de entre cuatro a seis personas. Adicionalmente, el proceso de aislación se hizo simultáneamente con la construcción de la vivienda, utilizándose el panel SIP, que

actualmente se ocupa en las residencias definitivas. Este panel está constituido por OSB en una cara, una plancha de aislapol y también OSB por el otro lado. Ello permite que su estándar superior no solo sirva para cobijarse del viento o de la lluvia, sino que ofrece a quienes la habitan la posibilidad de continuar con sus vidas. Otro avance muy importante fue la incorporación de aislación térmica no solo en las paredes, sino que también en el piso y en el techo, lo que permite además, darle mucha más durabi-lidad. Los proveedores de Onemi conocen nuestros requerimientos técnicos y también pueden postular sus propias soluciones. No estamos ni siquiera cerrados al tipo de material que se use. Por ejemplo, en Diego de Almagro y otras localidades como Chañaral, se trabaja con paneles de isopol, una iniciativa que fue muy bien recibida por la comunidad local. Tienen muy buen comportamiento y per-miten diferenciar y también ampliar el abanico de posibilidades, pensando que podríamos enfrentarnos a una emergencia igual o mayor que el terremoto de 2010. El desafío es asumir una demanda de 56 mil viviendas y tener un stock de estas caracte-rísticas, incluyendo baños individuales por cada una.

En 2015 estuvimos en la emergencia de Coquimbo. Ahí hemos tenido solicitudes de dos mil viviendas y aunque ya ha pasado más de un año de ese terremoto y tsunami, todavía se continúan pidiendo. Ello ocurre porque muchas veces la localización está en sectores muy aislados, donde es muy difícil llegar y a los proveedores se les dificulta una enormidad acceder con los materiales.

EL PROCESO LOGÍSTICOEn cuanto a la logística de la habitabilidad transitoria, lo que ha trabajado la Onemi a partir de la experiencia de 2010 es compren-derla como un todo, como un ciclo que se inicia en la colaboración con la industria y la academia para generar estos estándares, hacer pruebas y crear prototipos con los proveedores en las fábricas. Enseguida viene la elaboración propiamente tal, el transporte y el armado. Los paneles deben estar diseñados con un peso de no más de 100 kg, que permitan ser llevados por dos personas, en caso de que no exista grúa, y deben tener un ancho no mayor a 2.5 m para que quepan en un camión estándar. En fin: hay una serie de requisitos que están enfocados al proceso logístico completo y no solamente al producto final.Igualmente, el diseño y construcción de

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estas viviendas debe considerar que en muchos casos es posible que los voluntarios que las levanten no necesariamente tengan conocimientos técnicos. Por ello, hay que pensar en soluciones simples, al alcance de todos. Además, debe considerarse la coordinación con los proveedores y los municipios. Para esto se debe tener en cuenta que las vivien-das de emergencia no tienen un uso alter-nativo en “períodos de paz”, por llamarlo de alguna manera. Tenemos un trabajo con un grupo de proveedores estratégicos que desarrollan pilotos y que son testeados por Onemi. Cuando están aprobados, producen un stock mínimo de viviendas. Al momen-to de gatillarse la emergencia, inmediata-mente subimos la solicitud a estos provee-dores que ya tienen su maquinaria y su línea de producción, y ahí se inicia la elaboración del producto. De acuerdo a este desarrollo, a las dos o tres semanas las primeras vivien-das están listas y al mes estarán habilitadas o construidas.Otro de los temas complejos ha surgido solo ahora, con los baños, ya que no instalamos químicos como solución, sino que baños definitivos. Y estos, lógicamente, deben conectarse al alcantarillado y al agua pota-ble, retardando el proceso de habitabilidad.

En algunos casos esa conexión, dependien-do de quién la provea y de la factibilidad que existan esos servicios, puede llegar a demorar desde los dos a los nueve meses o, incluso, un año.Ese es el desafío actual: cómo llegar a los sectores afectados con una vivienda de emergencia de muy buena calidad. Este proceso demanda mucho tiempo y signifi-ca altos costos. Otro tema que complica nuestra logística es la diferencia en cada uno de los casos. En el aluvión de Atacama en 2015, los daños se originaron en sectores muy localizados y muy concentrados. Las 1.400 viviendas se ubicaban nada más que en siete puntos. Esto nos permitía tener un solo centro de acopio y distribuirlas rápidamente: en una zona podíamos instalar hasta 130 viviendas. En cambio, en Coquimbo la situación era diametralmente opuesta, porque la disper-sión era absoluta, llegando a requerir a veces una sola vivienda por localización. Solo hay que imaginarse cómo es distribuir e instalar mil viviendas en un espacio tan grande y en un territorio, como el chileno, que presenta tantas características distintas.

UN NUEVO MODELO DE HABITABILIDAD TRANSITO-RIAActualmente necesitamos revisar los reque-rimientos que tuvieron su prueba de fuego en 2015 y 2016. Sin duda que allí hubo un gran avance, pero actualmente requerimos trabajar en la estandarización de la provisión de los servicios básicos de agua potable, alcantarillado y electricidad. Otro de los problemas en Atacama fue la existencia de barrios de emergencia. Estos son adminis-trados por los municipios y los gobiernos locales, lo que implica una serie de coordi-naciones necesarias. Y como nuestras vi-viendas tienen un estándar mucho mejor que las que ahí existían, seis meses o un año después de la catástrofe hemos detectado que sus ocupantes no eran los originalmen-te afectados. Podríamos decir que estamos teniendo una demanda “comercial” de ellas.Otro de los inconvenientes surge con la subdivisión y la urbanización de estos barrios de emergencia. En algunos casos había lotes con terrenos desde los 40 hasta los 80 m². No existía un patrón respecto del tamaño ni tampoco cuál debía ser la ubicación de la vivienda dentro del mismo lote. Son temas que como Estado tenemos que repensar y generar una nueva política, un

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nuevo manual de habitabilidad transitoria. Es necesario pasar desde la mera provisión de un servicio de vivienda de emergencia, hacia un modelo que esté pensado en el destinatario final, en el usuario. Nuestra mirada debe ser integral, intersectorial y que considere a los distintos actores involucrados en este trabajo de la emergencia: en el Minvu, como productor de la vivienda de-finitiva, en el MOP, en el municipio, en el gobierno local y en los productores de ser-vicios. Esta metodología debería apuntar a entregar un producto que, si bien es transi-torio, permita a las personas reponer sus condiciones de habitabilidad de manera digna, y con consideración al inmediato, mediano y largo plazo. Ese es nuestro desa-fío hoy.

COMO ESTADO TENEMOS QUE REPENSAR Y GENERAR UNA NUEVA POLÍTICA, UN NUEVO MANUAL DE HABITABILIDAD TRANSITORIA. ES NECESARIO PASAR DESDE LA MERA PROVISIÓN DE UN SERVICIO DE VIVIENDA DE EMERGENCIA, HACIA UN MODELO QUE ESTÉ PENSADO EN EL DESTINATARIO FINAL, EN EL USUARIO.

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IMPORTANCIA DE LA FORMACIÓN EN LAS CAPACIDADES NACIONALES DE GESTIÓN DE DESASTRES

Adalberto PereiroDirector de Carrera del Área Procesos Indus-triales de INACAP Talca.

En el contexto en que vivimos, la naturaleza se puede manifestar de muchas formas y en múltiples escenarios. Por lo tanto, las res-puestas también tienen que ser del mismo tipo.En el Centro de Respuestas y de Vigilancia del Pacífico se pueden ver las alertas que están activadas en la región. El sistema también permite obtener esta información online por cualquier persona y acceder a eventos históricos. Hoy, en el caso de Chile aparecen dos eventos. Hice un comparativo con lo que aparece en nuestro sistema y había muchas más alertas registradas. Y si nos vamos a los sucesos históricos, hacia atrás, observaremos la presencia de un sinnúmero de eventos volcánicos y una alta frecuencia de incidentes como tsunamis y terremotos. Esta es una forma de evidenciar y fortalecer la tesis de que estamos en un país que, históricamente, está lleno de su-cesos de esta magnitud.

Actualmente, el Marco de Sendai establece los lineamientos clave por los que nos regi-mos todos en el mundo. En ese sentido, la Onemi realiza un trabajo en la emergencia y otro en la prevención a largo plazo. El objetivo de crear la verdadera resiliencia es buscar un mundo sin desastres, un mundo donde podamos comprender realmente la fuerza de la naturaleza. Decir “Invertir en la resiliencia” es algo bastante sistémico y profundo, y no solamente disminuir riesgos y desastres. Es mejorar la preparación ante las catástrofes con una efectiva respuesta, así como reconstruir de mejor manera.

GESTIÓN Y MEJORA CONTI-NUAExisten muchos ejemplos de reconstrucción en la región y no todos son satisfactorios. Por ello, nosotros estamos trabajando, como institución, en entregar respuestas en virtud del capital humano necesario para los nuevos desafíos. Ello se focaliza tanto en asumir la emergencia de acuerdo a nuestras circunstancias geográficas y de urbanización, como también pensando en el futuro. Esto se lleva acabo con alumnos que trabajarán en la arista de la gestión del riesgo, como son las carreras de Ingeniería en Prevención de Riesgos, Calidad y Ambiente, así como

Prevención de Riesgos e incluso Logística y Operación Industrial y Gestión de Procesos. Aquí es fundamental establecer una cadena de suministros. La redistribución tiene que estar pensada mucho más antes, por profe-sionales preparados en este desafío.Pensamos que estamos cooperando con el país al formar personas capaces de enfren-tar esos desafíos, no solo en la emergencia, sino que también en gestión y mejora continua. Este es un concepto mucho más amplio, porque solo de esta manera llega-remos al mundo que quisiéramos. Pero esa mejora continua lleva tiempo y por eso, para el tema de gestión de emergencias, creamos una asignatura llamada Gestión de Riesgo y Administración de la Emergencia. En virtud de nuestra misión como Institución, hacemos que los resultados académicos de nuestros alumnos tengan una repercusión en la so-ciedad o en la industria donde se emplean. Daré algunos ejemplos de lo anterior. Uno de estos es el trabajo de nuestros estudian-tes con la Onemi en el desarrollo de un sistema de intervención integral de calidad, ambiente y seguridad en un jardín infantil. Aquí no solamente se habla de emergencia, sino de algo más amplio. Después de esto, los participantes ejecutarán una acción es-pecífica respecto a la gestión de la institución

Adalberto Pereiro

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y de qué manera pueden instaurar una mejora continua en su proceso.

UN ESPÍRITU DE SERVICIOOtro ejemplo es el simulacro vespertino llevado a cabo junto a la Onemi en el Centro Penitenciario de Talca. A las doce de la noche se evacuaron reos al exterior. Nos interesó participar, porque es un aprendizaje técnico específico, crítico y complejo, donde inte-ractúan distintos entes gubernamentales. Otro caso significativo fue la colaboración con los cuerpos de bomberos de Talca, que buscaba ser un reflejo de lo que los alumnos realizarán después, en este caso respecto de una asignatura llamada Materiales Peligro-sos. Quisiera mostrar el testimonio de un exalum-no, publicado en la revista 50 años de INA-CAP. Ahí, Marcelo Ruz escribió lo siguiente: “INACAP refuerza nuestro espíritu de servi-cio, porque esta carrera está muy asociada al sentido social y a que las personas se cuiden. Como empresa, siempre estamos buscando mejores métodos para que los trabajos se realicen de manera segura. La Institución nos forma para estar permanen-temente atentos y dispuestos a ayudar y aportar con sus conocimientos”. Este exalumno participó activamente en la

emergencia provocada por el aluvión de Chañaral, específicamente en el restableci-miento de la red eléctrica. Acciones como las suyas evidencian nuestra labor formati-va.Respecto de los desafíos relativos a la for-mación de las capacidades nacionales en gestión de desastres, hay que nombrar la identificación de peligros, la evaluación y la gestión de riesgos. Aquí es esencial desa-rrollar y corregir las matrices de riesgo, ya que la identificación de un peligro es única para cada circunstancia: cambian y son drásticas, y la ejecución del análisis también debe ser drástico. Por ello el Marco de Sen-dai establece la gestión de riesgo de desas-tres y no la gestión de desastres. Al gestionar el riesgo se está aspirando a su erradicación. Para eso estamos formando a nuestros profesionales.

DECIR “INVERTIR EN LA RESILIENCIA” ES ALGO BASTANTE SISTÉMICO Y PROFUNDO, Y NO SOLAMENTE DISMINUIR RIESGOS Y DESAS-TRES. ES MEJORAR LA PREPARACIÓN ANTE LAS CATÁSTROFES CON UNA EFECTIVA RESPUESTA, ASÍ COMO RECONSTRUIR DE MEJOR MANERA.

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