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de España al Espacio

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De España al Espacio

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De España al EspacioUna Historia del Programa Espacial Español

MANEL MONTES

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De España al Espacio - Una Historia del Programa Espacial Español

© Manel Montes / NCYT® Amazings® 2013

Depósito legal: B. 23657-2013

Todos los derechos reservados. Todos los textos y gráicos son propiedad de sus autores. Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin consenti-miento previo por escrito.

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noticiasdelaciencia.com

amazings.bubok.es

Fotografía de portada: El robot marciano Curiosity transporta tecnología española. (Foto: NASA/JPL)

Fotografía del primer título interior: El lanzamiento de la misión Cervantes. (Foto: NASA/Bill Ingalls)

Fotografía del segundo título interior: Pedro Duque durante su primer vuelo espacial. (Foto: NASA)

Fotografía de contraportada: España desde el espacio. (Foto: NASA)

Dedicado a mi familia y amigos

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Contenidos

Prefacio 11

Introducción 13

Prehistoria astronáutica: De Clavileño al INTA 15El inicio de la era espacial 29España vuela al espacio 51La época moderna 73Madurez espacial 93

Epílogo 155

Apéndice 1: Tabla de satélites lanzados 157Apéndice 2: Revistero 159Apéndice 3: Los divulgadores 161Apéndice 4: Asociaciones y entidades 163Apéndice 5: La industria española 165Apéndice 6: Bibliografía 169

Acerca del autor 170

Capítulo 1:Capítulo 2:Capítulo 3:Capítulo 4:Capítulo 5:

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9De España al espacio

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Podría pensarse que la astronáutica es-pañola, entendida ésta como la partici-pación efectiva de España en algún pro-grama espacial, se ha limitado hasta la fecha al viejo INTASAT, a un puñado de satélites de comunicaciones, a los viajes de Pedro Duque y a nuestra contribución en la Agencia Espacial Europea. Pero nada más lejos de la realidad: el historial de España en este ámbito es más largo y fe-cundo de lo que pueda parecer, y ha sido crucial para la seguridad de programas tan importantes como el Apolo o el Space Shuttle. De hecho, basta con mirar atrás para darse cuenta de que el tejido industrial y universitario de nuestro país ha alcanza-do ya un grado de madurez considerable en este campo. Ha sido capaz de construir satélites completos e instrumentos cien-tíicos avanzados para ellos, ha diseñado equipos para cohetes comerciales, ha contribuido de forma esencial al avance de varias aplicaciones espaciales, ha sabi-do poner a punto sistemas terrenos, con-trolar misiones de gran calado, e incluso ganar contratos que nos han otorgado la máxima responsabilidad en la puesta en marcha de ambiciosos proyectos espacia-les europeos. Es cierto que no todas las expectativas han logrado materializarse, mecidas por los embates de la economía y la política, como también es verdad que España po-dría tener aún un peso superior en esta competitiva arena, pero hay que conce-der que durante las últimas dos décadas se ha producido una auténtica revolución que nos ha permitido afrontar planes con enormes dosis de independencia, desa-

rrollando tecnología propia que nada tie-ne que envidiar a la de otros países pun-teros en este área. Debido al tiempo que se requiere para proponer, aprobar y desarrollar un de-terminado programa espacial, puede pa-recer que no es cosa frecuente anunciar uno nuevo en el que intervenga España. Sin embargo, el principal y verdadero problema se halla en la repercusión me-diática de estos anuncios. Nuestro país está implicado ahora mismo en un buen número de ellos, y es posible que su nivel de inversiones en este campo haya sido hasta hace poco el mayor de su historia, en muchos casos con participación priva-da y comercial. Pero el espacio está ya tan imbricado en nuestra sociedad que en pocas ocasiones se convierte en noticia destacada, como apenas suele serlo un nuevo avión o un automóvil, si no fuera por la prensa especializada. Ante esta evidencia, este libro pretende proporcionar al lector una visión amplia de lo que ha hecho España, lo que está haciendo, y lo que hará pronto en el espa-cio, ayudando a reclamar, en cierta mane-ra, la justa atención que merece el trabajo realizado por miles de ingenieros y técni-cos, empresas y centros públicos, en éste, uno de los campos más avanzados de la ciencia y la tecnología. A todos ellos dedi-co este trabajo, que si no pretende ser ex-haustivo, sí al menos quiere, en la medida de lo posible, llenar un hueco informativo ahora patente.

Manel Montes

Matadepera, 2013

Prefacio

El cohete que lanzó el INTASAT, antes del lanza-miento. (Foto: NASA/INTA)

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11De España al espacio

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La zona de lanzamiento SLC-2 de la base área de Vandenberg se halla en un para-je semimontañoso, despejado y un tanto agreste. Situada a unos cientos de metros del océano Pacíico, es sólo una de las múltiples instalaciones de despegue que Estados Unidos mantiene en esta zona de la costa de California. Su posición no es casual: se trata de un lugar ideal porque permite enviar al espacio a satélites cuyo destino deba ser sobrevolar los polos, sin que para ello sea necesario poner en peli-gro zonas habitadas durante la fase inicial del ascenso. Desde esta base, que posee rampas para misiles Thor, Atlas y Titán, han volado de igual manera un gran número de misio-nes espaciales, en especial militares, de-bido al tipo de órbita requerido por los vehículos de reconocimiento fotográico. La zona SLC-2, en particular, dispone de dos rampas, llamadas 2W y 2E y separadas entre sí por unos 600 metros, desde las cuales han partido durante más de una década numerosos cohetes Thor-Agena, Thor-Able-Star, o Delta, entre otros. Hoy, 15 de noviembre de 1974, es un Del-ta-2310 el que descansa armado sobre la plataforma 2W, listo para el despegue. Es un vehículo pintado de blanco y verde, de elegante diseño y equipado en su zona inferior con tres aceleradores de combus-tible sólido que, rompiendo su uniformi-dad, ayudarán en los primeros kilómetros del ascenso. La mañana es fría. El cielo está despeja-

do, pero los alrededores muestran rastros de nieve reciente. Durante la fase de la cuenta atrás, todo parece ir bien. Hace dos semanas, el primer intento de lanza-miento tuvo que ser suspendido debido a un fallo eléctrico en una bomba de com-bustible. Ello obligó a detener el conteo, apenas 30 segundos antes del encendido del motor principal, vaciar los tanques de queroseno y oxígeno líquido, y atacar el problema. Con éste resuelto, y con la asig-nación de otra ventana de oportunidad, el personal del centro reanudó las tareas de preparación. Unas 12 horas antes de la partida, se dejó al cohete conectado con la plataforma, se cerraron los accesos de trabajo y se apartó por última vez la torre de servicio. El satélite INTASAT, en Estados Unidos desde semanas atrás, pasó sin diiculta-des las últimas comprobaciones técnicas, algunas de las cuales se realizaron junto al propio cohete. Previamente se habían hecho pruebas con una maqueta térmica, y se demostró su compatibilidad con el resto de la carga útil: el satélite meteoro-lógico ITOS-G (NOAA-4) y el satélite de ra-dioaicionados Oscar-B (Amsat-Oscar-7). Ahora, con sus tres pasajeros encerra-dos en el interior del carenado, el cohete vuelve a arrojar oxígeno superfrío por las válvulas de purga. Estas nubecillas, visi-bles debido a la condensación, propor-cionan la sensación de que el vehículo se encuentra vivo, y que respira a la espera de la señal de salida. Cuando estas ema-naciones cesen y los tanques queden presurizados, el lanzamiento se adivinará inminente. Por in, exactamente a las 17:11 UTC, el motor principal del vector, en su misión

D104, hace ignición seguido poco des-pués por los tres aceleradores. La energía desarrollada por todos ellos supera la re-sistencia de la gravedad y proporciona la patada que llevará a una paulatina pero imparable aceleración. Unos minutos después, una vez gastados y desechados los cohetes sólidos, la primera etapa, que ha seguido quemando hasta su agota-miento, efectúa su separación, posibili-tando el encendido de la segunda fase, cuyo motor actuará hasta alcanzar la órbi-ta polar esperada. El conjunto ha llegado al espacio. El primero en ser expulsado es el NOAA-4. Le seguirá el Amsat-Oscar-7 y inalmen-te el INTASAT. Tras el dramático ascenso, este último se encuentra de pronto evo-lucionando en una órbita independiente de 1.462 por 1.442 Km, la cual pasa por encima de los polos, según lo previsto. El satélite español, cuyo lanzamiento ha sido seguido desde la Estación Espacial de Madrid, tardará 115 minutos en dar una vuelta alrededor del planeta. Apenas 10 segundos después de su se-paración, el INTASAT, regido por un cronó-metro de a bordo, despliega sus antenas, permitiendo la activación de los transmi-sores y con ello el inicio de su tarea orbi-tal, que deberá durar exactamente dos años. Sus señales serán recibidas durante breves períodos por estaciones de segui-miento situadas en varios países, mien-tras la estación receptora principal, en El Arenosillo, se encargará de registrar la información y de ponerla a disposición de ingenieros y cientíicos. Después de varios años de esfuerzos, el primer vehículo espacial español se halla por in en el espacio.

Introducción

Izq.: El Delta 104, listo para el despegue. (Foto: NASA)

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13De España al espacio

Clavileño. (Foto: Gutenberg.org)

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De España al espacio14

Si nos conformamos con la más sencilla de las deiniciones, podríamos describir la astronáutica como el arte o el estudio de la navegación a través del espacio. La simpleza de este enunciado, sin embargo, esconde una ciencia de enorme comple-jidad: la también conocida como cosmo-náutica ha sido más bien una larga carrera de obstáculos que, habiendo mantenido ocupadas durante varios siglos a las me-jores mentes de la Humanidad, ha pasado de permanecer durante mucho tiempo en la frontera de lo posible, a evolucionar muy deprisa y eclosionar produciendo al-gunos de los principales logros cientíicos de la historia. Como en cualquier otro emprendimien-to en el que se vea implicada la tecnolo-gía, nada surgió por generación espontá-nea. Grandes genios, a menudo pioneros en este difícil campo, jalonan la historia

primigenia de la astronáutica. Recorde-mos sino a teóricos como Tsiolkovsky, Oberth, Goddard, von Braun o Korolev, cuyos trabajos de inales del siglo XIX y principios y mediados del XX hicieron po-sible la más formidable de las empresas: el viaje espacial. Situaciones extraordina-rias, como las grandes guerras -calientes y frías-, contribuyeron asimismo a la causa: Debido a sus obvias aplicaciones milita-res, la cohetería y los satélites pudieron aprovechar la coyuntura y consiguieron aglutinar esfuerzos y recursos económi-cos para realizar avances técnicos que de otra forma hubieran precisado décadas para su desarrollo. Con la paulatina conquista de la órbita baja y más allá, sólo quedaba una duda: ¿qué otros países, además de las dos su-perpotencias, querrían subir a este tren en marcha? La respuesta la tendríamos

pronto, y como era de esperar, señalaría a las naciones de larga tradición técnica y cientíica, a menudo en este mismo cam-po, que abrazaron esta tecnología de for-ma natural porque simplemente no que-rían quedarse atrás en tan prometedor ámbito. La forma de hacerlo, no obstante, variaría. Algunas de ellas emprendieron la carrera en solitario, mientras que otras, carentes de la masa crítica necesaria, de-cidieron unir fuerzas. España fue uno de los países que quiso englobarse en este último grupo, como modesto recién llegado en el campo de la exploración espacial. En sentido estricto, sin embargo, la cohetería no era algo des-conocido para la nación. Si nos atrevemos a bucear en la historia de la astronáutica, descubriremos, quizá con sorpresa, que España ha jugado un papel en los cimien-tos de esta ciencia, y que sus cientíicos, a pesar de las diicultades, efectuaron apor-taciones notables durante su prehistoria.

EL OLOR DE LA POLVORA España aparece relacionada con el uso literario y práctico de los cohetes (el sis-tema que nos llevará en el futuro hacia el espacio) desde épocas muy tempranas. Es de común conocimiento que tanto el co-hete como la pólvora que lo impulsa son un invento chino revolucionario cuyas es-pectaculares aplicaciones hicieron que se extendiera rápidamente por el mundo. Su datación exacta, sin embargo, es incierta.Las primeras referencias históricas de batallas en las que la llamada lecha de fuego (huo chien) gozó de un papel im-portante son del año 228 de nuestra Era.

Prehistoria astronáutica: de Clavileño al INTA

Capítulo Uno

Izq.: Dos de los padres de la astronáutica, el soviético Tsiolkovsky y el estadounidense God-dard. (Fotos: NASA/Wikipedia)

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15De España al espacio

Muchos estudiosos relacionan este inge-nio con un cohete primitivo, el cual habría sido usado en batallas como la de Cheng-Chang (228) o la de Shouchun (258). Si usaba pólvora para aumentar su poder destructor, no es posible asegurarlo, pero estaríamos al menos ante un arma incen-diaria, capaz de aterrorizar al enemigo. En el año 850, en cambio, ya es posible air-mar que los chinos usaban la pólvora de forma rutinaria, sobre todo en sus famo-sos fuegos artiiciales, pues existen refe-rencias escritas sobre el particular. Durante los siguientes siglos, la lecha de fuego china será constantemente mejo-rada. El tratado militar de Hsu Tung, por ejemplo, menciona en el año 1004 el uso frecuente de un proyectil de fuego avan-zado (huo-p’ao), pero tendremos que esperar a 1232 para poder airmar con seguridad que las lechas de fuego eran ya verdaderos cohetes de pólvora. Se em-plearon durante la batalla de Khaifeng-fu, entre una ciudad sitiada y los atacantes mongoles, y parece que provocaban ex-plosiones considerables. Se ha querido descubrir el uso de cohe-tes semejantes en el asedio de Valencia por parte de Jaime I de Aragón, en 1238, en lo que habría sido el primer contacto peninsular con esta “tecnología”. Se men-ciona la palabra cohete en la crónica, pero es más probable que estemos ante la uti-lización del denominado “fuego griego”, cuyos proyectiles se lanzaban mediante máquinas militares, y por tanto no dispo-

nían de un sistema de propulsión autóno-ma. Se les describía como cuatro hojas de pergamino enrolladas, las cuales conte-nían un material incendiario. Si la pólvora entró en la Península de forma temprana fue seguramente debi-do a los árabes, que aprendieron su uso y reconocían su origen chino gracias a los conocimientos de los egipcios, y sobre todo, a los ataques de los bárbaros. En efecto, habrían sido las invasiones tárta-ras las que habrían traído la pólvora y los cohetes chinos a Europa. Así debió ocurrir en la batalla de Legnica (Dolny Slask, Si-lesia), en 1241, entre el príncipe Henryk Pobozny y los invasores. El conlicto fue relejado en un tratado de historia escrito en el siglo XV por un polaco llamado Jan Dlugosz. Cabezas de dragones decoradas y colocadas al extremo de largos palos expelían gases venenosos. Según esto, se empleaba pólvora para propulsar el arma hasta el enemigo. Con los mongoles atacando Bagdad en 1258, los árabes acabaron de aprender todo lo necesario sobre los cohetes de pólvora. Las conquistas de los prime-ros estaban extendiendo el invento por buena parte de Asia y Oriente Medio. En este sentido, en 1285 un historiador mi-litar sirio llamado Al-Hassan al-Rammah escribió su libro “Kitab al-Furusiya wal munasab al-harbiya” (Tratado del Arte de Combatir a Caballo y de las Máquinas de Guerra), en el cual detalló a conciencia cómo obtener pólvora negra y aplicarla a

lo que él llamaba “lechas chinas”. Si no lo había hecho ya antes, el retum-bar de la pólvora no tardará en hacerse sentir de forma deinitiva en territorio peninsular. En 1324, los árabes la usaron durante el asedio de la ciudad cristiana de Huéscar, cerca de Granada. Los investi-gadores no se ponen de acuerdo sobre si utilizaron un cañón o ingenios con forma de cohetes, aunque lo primero es lo más probable. Otras fuentes hablan de un uso semejante pero anterior, en Niebla, y del sitio de Alicante. En el mismo siglo XIV, un monje español llamado Ferrarius (muerto en 1383) habló de la existencia de la “pólvora volante” (dando su fórmula, probablemente toma-da del libro “Liber Ignium”) en su corres-pondencia con un tal Anselmo. Claramen-te, la existencia y el secreto de la pólvora empezaban a ser de amplio conocimien-to en Europa. Mucho más tarde, en 1537, el español Luis Ortiz compilaba su “Libro de Artillería”, en el que describió el uso de utensilios pirotécnicos que se lanzaban

Arriba: Cohete chino. (Foto: NASA) Der.: Jaime I de Aragón. (Foto: NASA)

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De España al espacio16

tanto manualmente como por medio de máquinas. Era la primera vez que se publi-caba en España un texto sobre este tema. A mediados del siglo XVI, la pólvora está pues ampliamente difundida en sus apli-caciones militares. De la misma manera, los fuegos artiiciales y sus cohetes son bastante populares. El propio Miguel de

Cervantes aprovechó que estaban de moda para situar fuegos de artiicio en la cola de Clavileño, durante el accidentado “retorno” de Don Quijote y Sancho Panza de un imaginario reino aéreo, en la segun-da parte de su imperecedera obra (1547). En concreto, un pasaje hace referencia al incendio de la cola de Clavileño, fuego

que, inalmente, alcanzó el interior del animal, el cual acabó volando por los ai-res y haciendo mucho ruido debido a que estaba lleno de cohetes. Santa Teresa de Jesús mencionó el uso de cohetes en su obra “Fundaciones”, en 1573. Estos se lanzaban no ya como arma de guerra, sino durante las procesiones, junto a los tiros de la artillería. Más tarde, en 1590, Diego de Alaba y Viamont ex-plicaba cómo se obtenía la pólvora para cohetes y fuegos artiiciales en su obra “El Perfecto Capitán, Instruido en la Dis-ciplina Militar y Nueva Ciencia de la Arti-llería”. Dos años después apareció “Plática Manual de Artillería”, del ingeniero militar Luis Collado, nacido en Lebrija (Sevilla). Su primera edición, sin embargo, fue en italiano (“Platica Manuale della Artiglie-ria”). En ella contaba cómo se emplearon los cohetes como arma de guerra durante los conlictos españoles a principios del siglo XVI (como los de Carlos V contra sus enemigos). Además de la perspectiva histórica, ofreció una metodología para mejorar su alcance, que incluía el uso de largos tubos. También explicó cómo usar pólvora para iluminar el campo de bata-lla. Se lanzaban los fuegos artiiciales y se dejaban caer lentamente mediante pa-racaídas, una técnica usada por primera vez en 1547 por el alemán Reinhart von Solms. El español Diego Ufano, en su “Tratado de la Artillería” (1613), reairma el origen y pa-ternidad de la pólvora negra, que otorga a las gentes del reino de Cathay (China). Tratados de este tipo proliferarían mu-cho durante este siglo y posteriormente. Varios países decidieron utilizar cohetes junto a la artillería convencional, para varias funciones, y la técnica de su cons-trucción y uso avanzó notablemente. En el siglo XVIII, las obras teóricas de Newton permitirían comprender de forma cientí-ica el movimiento físico de los cohetes. Gracias a esta comprensión, empezó a ser posible construir ingenios de determina-das características y en base a cálculos y necesidades previos. Los hindúes alcanzaron altas cotas de desarrollo de los cohetes militares, y los usaron repetidamente contra las tropas británicas. En 1761, un ejército hindú comandado por el Rajá Hyder Alí y com-

Der.: Clavileño. (Foto: Gutenberg.org)

Abajo: Santa Teresa de Jesús. (Foto: Archivo del autor)

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17De España al espacio

puesto por 1.200 hombres especialmente preparados para lanzar cohetes, las derro-taron en la batalla de Panipat. Su táctica consistía en lanzarlos de 2.000 en 2.000, hasta distancias de casi 1 Km, provocando el pánico entre el enemigo. Ante esta formidable arma, hacia 1770, algunos de los cohetes empleados por los hindúes que cayeron en manos británicas fueron llevados a Londres y examinados por el Capitán Thomas Desaguliers. Sin embargo, fue incapaz de duplicarlos y de hacerlos funcionar correctamente. El primer británico capaz de entender esta tecnología, de replicarla y de mejorarla grandemente, no nacería hasta el 20 de mayo de 1772. Su nombre: Sir William Congreve, quien revolucionará el uso de los cohetes en la guerra. Polémico nego-ciante e inventor, consiguió 16 patentes durante toda su vida. En 1792, el hijo de Hyder Alí, llamado Tippu Sahib (o Tippo Saïb), transformó el ejército de cohetes de su padre, aumen-tando el número de efectivos humanos

Der.: Sir William Congreve. (Foto: Wikipedia)

Abajo: Cohetes Congreve. (Foto: Wikipedia)

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De España al espacio18

hasta 5.000 y mejorando el tamaño y el alcance de los sistemas pirotécnicos. Los empleará contra los británicos durante la tercera guerra Mysore, venciéndoles en varias ocasiones. Tippo Saïb morirá en la batalla de Seringapatam, ocurrida en 1799. Para entonces, Congreve ya estaba plenamente convencido del potencial de los cohetes hindúes. En 1804, logró com-prender su funcionamiento de manera satisfactoria y se lanzó a producirlos en serie. Sus diseños, además, mejoraron todo lo anterior. Serán construidos en el Royal Laboratory, en el Woolwich Arsenal. En apenas un año, la fábrica producirá co-hetes de 11 Kg, capaces de alcanzar más de 1.800 metros, el doble que los hindúes. Sucesivamente, introducirá un modelo con carcasa de hierro y 14,5 Kg, y una ver-sión de 22 Kg que podrá llegar a casi 3.000 metros de distancia. El 8 de octubre de 1806 se utilizaron por primera vez cohetes Congreve durante las Guerras Napoleónicas. Un total de 18 chalupas inglesas atacaron con cohetes el puerto de Boulogne. Se usó el mode-lo de 14,5 Kg, con un alcance máximo de 2.743 metros, incluso demasiado largo, lo que implicó sobrepasar al enemigo fran-cés y caer sobre la ciudad, incendiándola. El 2 de septiembre de 1807, un ataque contra Copenhague mediante cientos de cohetes Congreve ocasiona también incendios en la ciudad, destruyéndola en sus tres cuartas partes. La carga útil de los cohetes, lanzados desde la lota británi-ca, incluía un material incendiario que se esparcía a través de unos agujeros practi-cados en el morro cuando se producía el choque. El prestigio de Congreve creció como la espuma. En noviembre de 1807, William escribió la introducción del libro “A Con-cise Account of the Origin and Progress of the Rocket System”. Aunque explica mu-chos detalles sobre estos proyectiles, no menciona los más fundamentales. Con-greve era consciente de su valor militar y estratégico y aplicó un estricto secreto para evitar perjudicar a su país y benei-ciar a los enemigos de Gran Bretaña. En lo sucesivo, su sistema se empleará profusa-mente en Europa. En efecto, con Francia ocupando varias plazas españolas, los cohetes Congreve encuentran por in su camino hacia Es-paña. El ingeniero británico propuso en

1805 su uso para atacar la ciudad de Cá-diz, en manos francesas, pero no obtuvo el permiso. Cuando se autorizó inalmen-te su utilización, en 1810, los resultados fueron muy limitados. A pesar de todo, la introducción de estas armas en Espa-ña picó la curiosidad de Napoleón, quien creó a su vez una comisión de expertos para intentar duplicarlas. A la sazón, se empezarán a construir cohetes franceses en Sevilla, siguiendo ielmente el diseño de Congreve. El resultado fue mediocre ya que su alcance no superaría los 2 Km. La ventaja estaba del lado de Gran Bre-taña en este campo. En 1812, españoles y británicos colaboraron bajo el mando de Lord Wellington en la liberación de Badajoz. En los sucesivos episodios de la batalla se emplearon cohetes del tipo Congreve. Algo parecido ocurrirá en Bar-celona un par de años después. Vistos ya como un arma sumamente útil, estos co-

hetes saltarán el océano y se usarán en la Guerra de la Independencia americana, concretamente en Fort McHenry, Balti-more (1814). España se interesará en serio por los co-hetes Congreve y los cohetes incendia-rios a partir de 1817. Usando ejemplares abandonados por los ingleses en Tarra-gona, se hicieron estudios sobre ellos a cargo de la Junta Superior Facultativa de Artillería. En 1820 se efectuaron pruebas en La Habana con cohetes ligeros deri-vados del tipo Congreve. El Marqués de Vilumá dejó constancia de los resultados de tales pruebas, que se prolongarán hasta 1833, en el texto “Sobre el Origen, Progreso y Estado Actual de los Cohetes de Guerra Llamados a la Congreve”. La im-presión general fue que se trataba de un dispositivo cuyo perfeccionamiento y uso ventajoso en la guerra estaba aún lejano, lo que no impidió comprar 5.000 de ellos

Der.: El General Prim durante la batalla de Te-tuán. (Foto: Archivo del autor)

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19De España al espacio

a Gran Bretaña. El teniente coronel José Núñez Arenas fue enviado a Inglaterra para adquirirlos. Tanto los ingenios como el personal especializado fueron después enviados a Navarra, donde se entrenarán los artilleros de la reina Isabel II. Aparente-mente, obtuvieron buenos resultados en Villamediana, Vendejo y en otros lugares de la península, durante la Primera Guerra Carlista. Tampoco faltaron los cohetes en el con-licto del norte de África, iniciado en 1859. El ejército del General Prim estuvo acom-pañado por una batería de ellos en varias batallas, como la de Guad el Jelu (31 de

enero de 1860), o la de Tetuán (4 de febre-ro), entre otras. Se lanzaron hasta 432 co-hetes, que aterrorizaron a los marroquíes. España los compró en Gran Bretaña para después coniar su uso al cuerpo de arti-llería mandado por el capitán Miguel de Orus. Tuvieron un éxito considerable de-bido a la inexistencia de bajas entre los artilleros. Se trataba de un último diseño que marcó la cúspide tecnológica de este tipo de cohetes. Poco después, la mejora de la artillería convencional empezó a hacer perder atractivo a los cohetes, aunque aún vol-vieron a utilizarse durante la campaña de

Cuba, varias décadas después. Además, entre 1869 y 1872 hubo un cierto esfuer-zo por aprender de otros países, como Rusia.

LOS PRIMEROS TEORICOS ESPAÑOLES Paralelamente al estudio de los cohe-tes militares, surgieron algunas ambi-ciosas propuestas en diversos lugares del mundo, principalmente en Europa, sobre su posible uso para mayores em-presas, como el transporte de pasajeros o la exploración de la alta atmósfera. Tales ideas eran prácticamente tiros a ciegas, sin constancia clara de la tecnología que implicarían, pero propiciaron mucha li-teratura y arriesgados experimentos. En todo caso, empezaban a aparecer perso-nalidades que miraban seriamente hacia el espacio y que se preocupaban sobre aspectos como la mejora de los cohetes o la aclimatación de las personas en am-bientes distintos al terrestre. Uno de los inventos que estaba cau-sando sensación en esa época era, natu-ralmente, el globo aerostático. Vincenzo Lunardi fue un famoso aeronauta italiano cuyo atrevimiento le llevó a realizar varios vuelos por Europa. En 1792 llevó a cabo uno en España, en los Jardines del Buen Retiro, y el 8 de enero de 1793, de nue-vo desde Madrid, efectuó otro que du-raría dos horas. Al conocer la noticia del inminente lanzamiento, el Duque de la Roca aprovechó la circunstancia y pidió a Lunardi que llevara consigo, en el mismo vuelo, una botella llena de agua que el ae-ronauta debería vaciar al alcanzar la máxi-ma altitud. Al hacerlo, se llenaría con el tipo de aire presente a dicha altura (1.000 metros) y la muestra podría ser llevada a tierra. El experimento fue un éxito y más tarde se efectuó su análisis para compa-rarla con el aire existente a ras de suelo. La ciencia empezaba a ser consciente de que un viajero preparado podía efectuar experimentos a gran altitud, y que futu-ras misiones, ya fuera mediante globos u otros medios, permitirían explorar las zo-nas altas de la atmósfera. Paralelamente, la propuesta del Duque de la Roca puede considerarse el primer experimento espa-ñol de medicina astronáutica, y uno de los primeros del mundo. Mucho más tarde, en 1852, el religioso hispano-cubano San Antonio María Cla-ret presenció en Holguín el ascenso de un

Izq.: Vincenzo Lunardi. (Foto: Wikipedia)

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globo tripulado durante una iesta real. Dado que éste acabó estrellándose, se le ocurrió que sería interesante instalar co-hetes para conseguir que los globos pu-dieran moverse contra el viento y así evi-tar ser arrastrados peligrosamente. Poco a poco, los cohetes empezaban a ser vistos como ingenios de aplicaciones diversas, más allá de su utilidad militar. En otra rama de la ingeniería, hay que citar como extremadamente importan-tes los trabajos efectuados por Narciso Monturiol a partir de 1858 y hasta 1860. La creación de su submarino Ictíneo, en el que los tripulantes soportarían una serie de condiciones muy alejadas de la normalidad, propiciaría la realización de experimentos relativos a la isiología humana durante el coninamiento. Mon-turiol había presenciado la muerte de pescadores de coral y esa circunstancia, además de favorecer la creación del Ictí-neo, le llevó a intentar saber más sobre el comportamiento humano en situaciones ambientales extremas. Así, estudiará los problemas del consumo del oxígeno (con animales y personas, durante estancias de hasta 3 horas) y su posible regeneración, así como otros parámetros ambientales (mantenimiento de la temperatura, con-densación del vapor de agua, eliminación del CO2). También dará mucha importan-cia a los efectos psicológicos producidos por el encierro. El inventor ya consideró entonces necesario este camino investi-gativo debido a que el Hombre se dispo-nía a explorar ambientes cada vez más inhóspitos, incluyendo la alta atmósfera. Monturiol no sabía que todo ello sería también aplicable a los vuelos espaciales (situados aún en un futuro muy lejano -todo un siglo-), puesto que las primeras cápsulas, en las que un hombre permane-cería encerrado, presentarían problemas semejantes. Entre sus inventos, Monturiol creó sistemas de producción de oxígeno mediante la quema de una especie de cartuchos químicos (un método utilizado en las estaciones espaciales), los cuales se emplearon en el Ictíneo II. Pedro Maiotte, inventor canario, puede considerarse un pionero de la aviación a reacción si analizamos su construcción de

un modelo aéreo muy particular. Maiot-te había observado el vuelo de los cohe-tes, y su trayectoria sometida a la acción del viento. Consciente de la relación en-tre ambos, determinó que si se colocaba sobre un cohete una estructura de caña y papel, formando un ala ovalada de un metro de ancho, sería posible controlar mejor sus movimientos. El cohete sería un simple cilindro de hierro con unos po-cos granos de pólvora. Dicho y hecho, el 14 de febrero de 1858 efectuó una prueba de vuelo, lo que le permitió llegar a una serie de conclusiones. Por ejemplo, que sería posible construir un modelo ma-yor, pero que el diseño de un aparato a escala real implicaría la aplicación de un combustible distinto a la pólvora, menos propenso a las explosiones inesperadas y

más eicaz en términos de potencia ge-nerada. Aseguró que para resolver este problema, la química y la física deberían trabajar unidas. La mejora de la potencia del cohete sería una cuestión examinada por numerosos agentes de la época. En 1872, la “Pirotec-nia Militar”, una empresa de Sevilla, ins-taló nueva maquinaria para producir co-hetes de pólvora más poderosos que los existentes. Salvador Castro, un teniente coronel de artillería, llegó a entrevistarse con el general Konstantinof, responsable del sistema de producción de los famosos cohetes rusos, los cuales habían alcanza-do un importante grado de desarrollo. En esta época ya estaban activos algunos de los pioneros de la astronáutica, como Konstantin Tsiolkovsky, quienes apenas

Der.: San Antonio María Claret. (Foto: Archivo del autor)

Extremo der.: Narcís Monturiol. (Foto: Archivo del autor)

Abajo: El submarino Ictíneo. (Foto: Wikipedia)

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21De España al espacio

estaban empezando a pensar en cómo volar al espacio. A un nivel semejante, en España trabajaba Federico Gómez Arias, catedrático y director de la Escuela Pro-vincial de Náutica de Barcelona, quien en septiembre de 1872 se interesó por la aplicación de un sistema de propulsión a reacción en máquinas voladoras. Su tex-to, “Memorias sobre propulsión aerodiná-mica”, no se ocupa especíicamente del viaje espacial pero es muy importante ya que calcula las características de un avión impulsado por un motor cohete mucho antes de que lo hicieran grandes pione-ros como Kibalchich. También propone el uso de ciertos propergoles (oxígeno e hidrógeno), adelantándose a Tsiolkovsky, y la utilización de un sistema de bombeo idéntico al de Ganswindt. Gómez diseña una aeronave equipada con un motor co-hete para despegues y aterrizajes vertica-les, y más tarde, en 1890, un traje estratos-férico para el piloto, en lo que es un claro antecesor del traje espacial. Emilio Herrera Linares, militar español, diseñó en 1935 un globo cuyo pasajero podría alcanzar altitudes de hasta 25.000 metros. Como ya había propuesto Fe-derico Gómez varias décadas antes, el aeronauta debería llevar un traje estra-

tosférico que le protegiera del ambiente enrarecido. Además, transportaría con-sigo sistemas diversos para llevar a cabo su misión, como instrumental meteoroló-gico y formas de tomar muestras. El traje tenía que proporcionar aire respirable al viajero, evitando empañar su casco, e in-cluía un micrófono, un sistema de calen-tamiento, otro para eliminar el CO2, etc. El proyecto, desgraciadamente, quedó inte-rrumpido debido a la Guerra Civil. Herrera fue sin duda un hombre imagi-nativo. Tres años antes había propuesto enviar un mensaje a Marte, que se creía podía estar habitado. Dicho mensaje se-ría enviado de forma convenientemente protegida. El último ingeniero español que efectuó contribuciones a la astronáutica, justo antes de la Guerra Civil, fue Manuel Bada Vasallo, quien entre 1933 y 1936 publicó varios artículos sobre la cuestión en la revista Aeronáutica. En ellos habló sobre los trabajos de los pioneros, y sobre el uso general de los cohetes para vuelos estra-tosféricos y orbitales. Bada, bien enterado de los experimentos de Goddard, Oberth, Tsiolkovsky y Opel, entre otros, trajo a Es-paña las últimas ideas al respecto, ade-más de efectuar sus propias propuestas,

como un avión capaz de orbitar la Tierra. Además de la citada revista Aeronáuti-ca, órgano de expresión del Ejército del Aire español y antecesora de la actual Re-vista de Aeronáutica y Astronáutica, con ya más de 75 años de existencia, algunas otras publicaciones presentaron artículos sobre la exploración espacial, como es el caso de Ibérica, una revista desaparecida en julio de 1936 y que trató temas como el coche-cohete de Opel, los cohetes de Valier y Oberth y los experimentos de Goddard. No fueron las últimas publica-ciones que hablaron de estas cuestiones, incluso en plena Guerra Civil: Periódicos como La Vanguardia publicaron repeti-damente trabajos de divulgación escritos por especialistas como Carles Buigas i Sans, famoso por sus obras ornamentales, y que tiene en su historial el haber intro-ducido en España la palabra “astronáuti-ca”, en 1932.

PLUMAS FANTASTICAS Ingenieros e inventores no fueron los

Arriba izq.: Emilio Herrera. (Foto: Archivo del autor)

Arriba: Herrera junto a su escafandra. (Foto: EFE/SINC)