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CALIFORNIA CHRISTIAN
UNIVERSITY
DISTANCE LEARNING PROGRAM
Programa de Maestría en Teología
CURSO
“Métodos Teológicos: cómo se hace teología”
Tercera unidad
Tema: ¿Como hacer Teología Hoy? Continuidad y renovación
Tradición, inculturalizacion y renovación. Por: Federico Reyes.
Artículo académico.
Teología responsable para hoy. Por Amós López. Artículo en
revista electrónica. Publicado libremente.
La belleza de Dios: La teología de la gracia y la gracia de la
teología. Por. Juan Stam. Artículo en blog personal.
No necesitamos teología. Por Juan María Telleira. Ponencia
corta. Artículo académico.
La teología popular, otra forma de hacer teología. Por: José María
Castillo. Ponencia en encuentro de teología.
Teólogos por necesidad. Por Harold Segura. Costa rica. Revista
Apuntes pastorales. Artículo pastoral académico.
Todos los textos y artículos son usados con propósitos
estrictamente académicos y con apego a las leyes de autor
¿Como hacer Teología Hoy? Continuidad y renovación Tradición, inculturalizacion y renovación
Dar razón de la esperanza: Se trata de un intellectus fidei elaborado en un proceso de comunicación que tiene en cuenta lugares en los que esta fe es transmitida, enseñada manifestada, y donde ella es prácticamente vivida en el testimonio, la liturgia y el servicio de una comunidad. Parece en efecto, que una de las tareas mas urgentes para la continuidad y la renovación de la teología, es afirmar la racionalidad que es propia de la fe y la reflexión creyente- una racionalidad que por la palabra de la cruz destruye la palabra de los sabios y aniquila la inteligencia de los inteligentes (1 Cor. 1.19). “La teología es la fe cristiana vivida en una reflexión humana”. Es la misma fe que impulsa a la razón a interrogarse respecto de la fe. Es la tarea de la teología establecer una cierta inteligencia de la fe en la revelación. Se podría decir que la teología es una obra de inculturalizacion permanente, en su esfuerzo por encontrar en cada epoca y en las diferentes culturas una conceptualizacion coherente de la fe. La verdad a la que el creyente adhiere no es abstracta: se inscribe en el tiempo y en la historia, es revelada en el Verbo hecho carne. Cristo es esta verdad. Creer en esta revelación es dar un asentamiento libre al testimonio divino que ofrece a los hombres la última verdad sobre su vida y sobre el destino de la historia. Toda inculturalizacion, toda renovación del pensamiento teológico debe volver a este acontecimiento tradicional y fundante de nuestra fe. Teología de la Revelación Dice el cardenal Cayetano: La revelación no es una comunicación exterior de tal o tal verdad hasta allí inaccesible a los hombres. Dios se comunica y en tanto que tal, es aquel que nosotros creemos: aquel hacia el cual nuestra fe se dirige, aquel que es digno de fe y por quien nosotros creemos. Es la verdad- en singular- que dirigiéndonos la palabra, dice la verdad. Es a El que nos dirigimos en la fe y es a partir de El que podemos descubrir la verdad de la realidad creada que El dirige por su sabiduría y hace participar por su bondad.
Fe y Teología La Teología, que es la ciencia de la fe, recibe sus principios, a partir de lo que desarrolla su reflexión discursiva, de la ciencia de Dios y de los bienaventurados. Si la fe es “un habito del espíritu por el cual la vida eterna comienza en nosotros y que hace adherir la inteligencia a lo que no se ve” la aproximación reflexiva de la fe puede verse como “una suerte de impresión de la misma ciencia divina que es simple y una”. A diferencia de la concepción moderna del saber humano, el ideal de la ciencia no es el de constituirse en autonomía cerrada, sino de ampliar la estrecha evidencia humana en la plenitud del Ser mismo de Dios percibido en si mismo. Porque por la fe el creyente participa, en los limites de nuestro conocimiento humano, de nuestro lenguaje, bajo las condiciones de nuestro ser creado, en el conocimiento de la verdad divina, en Dios en su auto-comunicación. La inteligencia de la fe de lo universal y del particular gracias a la participación del sujeto creyente- y de la comunidad creyente- en la ciencia de Aquel que esta presente en la historia concreta de Jesucristo y así de cada ser humano como creador y redentor, como origen y fin ultimo. Con respecto a la doctrina de la cual también somos parte como teólogos, vemos como la teología encuentra una regla infalible. Si es cierto que la revelación es recibida por el creyente individual, sin embargo, la autoridad de la iglesia que esta al servicio del objeto de la fe. Es ella que transmite y propone lo que debemos creer como divinamente revelado. La unión de la naturaleza divina y de la naturaleza humana en la persona del Verbo es verdaderamente una novedad para la historia, para la humanidad. El tiempo y la eternidad se unen, la auto-comunicación de Dios en Jesucristo funda un nuevo orden que es común a Dios y a la Creatura. Dios y el mundo tienen de ahora en mas una historia común, un destino común. La encarnación es la elevación de todo el universo en la persona en la persona divina. Esto funda la dignidad infinita de hombre. Aportes y desafíos de la teología Pentecostal Con frecuencia se ha expresado el argumento de que el pentescostalismo sí tiene teología, pero que esta no se elabora y expresa por los canales tradicionales del discurso teológico tradicional, es decir en forma racional, argumentativa y escrita, sino que ella se encuentra expresada en los cantos predicaciones y testimonios es decir, en
la realidad Pentecostal; una de sus características esenciales. Pero también debemos señalar que existe una producción teológica Pentecostal escrita aún modesta pero creciente en cantidad y calidad. Teología Pentecostal 1. Saber, conocer y ser en el pentecostalismo El pentecostalismo es tal vez el movimiento religioso latinoamericano que más ha padecido la influencia de modelos y contenidos educativos. Pero le debemos el saber y conocer son actividades que están directamente relacionadas y medidas por el entorno en que nos relacionamos y donde existimos, es por eso que la teología Pentecostal sólo podrá ser significativa al saber teológico latinoameriamericano y universal desde su autoafirmación y auto expresión. El pentecostalimo tiene tanto un saber teológico como un conocimiento teológico, pero que estos están es desequilibrio, y que este desequilibrio ser manifiesta en el ser Pentecostal. El pentecostalismo es una espiritualidad cristiana donde el ser esta más relacionado con el saber que con el conocer, es decir la persona Pentecostal es una persona que puede tener una profunda experiencia espiritual y existencial, que marca su identidad cristiana, sin haber pasado por un proceso de adquisición de un conocimiento racional de los dogmas y tradiciones dominantes del cristianismo. Ellos saben de Dios a través de la experiencia, entonces que no lo expresen en forma escrita y sistemática no significa que no tengan conocimiento certero a cerca teología. 2. Teología Pentecostal: ¿Qué debe ser y quine debe hacerla? Se puede estar o no de acuerdo con la argumentación, el uso de la Biblia, la hermenéutica, el vocabulario, pero no se puede negar el saber de Dios. El que de la teología Pentecostal deberá estar relacionada con su profunda experiencia espiritual, su sensibilidad, su relación con la divinidad. La teología Pentecostal deberá ser la expresión y autoafirmación del pentecostalismo como un saber y un conocer de Dios a través de la experiencia. 3- Aportes (probables) metodológicos y epistemológicos de la teología Pentecostal al quehacer teológico en América Latina y el Caribe. 3. 1. Teología con Espíritu El tema del Espíritu Santo deberá seguir siendo un pilar de nuestro pensamiento
teológico, pero un Espíritu al que le permitamos expresarse y autorrevelarse más allá de las categorías y experiencias en las que con frecuencia los pentecostales lo han limitado. 2. Teología comunitaria La teología Pentecostal se alimenta de la vida de sus comunidades, por ello está en las mejores condiciones de establecer la requerida vinculación entre las comunidades y la academia casi de manera natural, los pentecostales parten de la realidad concreta de las personas y tratan de buscar las respuestas de las preguntas y necesidades de sus congregantes. 3. Teología radical y propia La Biblia es uno de los sólidos fundamentos en la fe y la praxis en los cultos pentecostales, por eso la teología Pentecostal deberá ser decididamente bíblica, esforzándose por el conocimiento y manejo correcto de los recursos académicos del estudio y análisis de las escrituras. La teología Pentecostal es radical en el sentido que se entenderá como comprometida tanto con el ser Pentecostal, como con el saber y el conocer Pentecostal. Busca identificar y articular la experiencia espiritual y las convicciones religiosas de los creyentes. 4. Desafíos probables del pentecostalismo a la educación de Latino América El desafío entonces es sistematizar todo ese conocimiento experimental y plasmarlo en forma académica y sistematizada, ya que cuentan con hombres y mujeres con capacidades y llenas del Espíritu Santo para trasmitir las verdades reveladas en la Biblia que traen esperanza en un mundo donde cada día se pierden valores espirituales. Fundamentos teológicos del quehacer misionológico “Únicamente cuando la misión tiene su fuente en el trino Dios, y deriva su naturaleza y autoridad de El, puede verdaderamente generar una genuina motivación y llegar a ser realmente cristiana, realmente significativa” Dios: El originador del proceso misionero En Mateo 25:34 el texto revela lo siguiente: Los ciudadanos del reino (el llamamiento, venid) el mediador (Jesús) y el soberano del reino (Dios) Dios como creador: Según el Génesis, Dios hizo al hombre para que este en comunión con le creador (Dios), pero el pecado humano ha distorsionado ese diseño de la creación que trajo como consecuencia deshumanización y muerte.
Dios como redentor: Las escrituras nos hablan de un Dios que se interesa por el mundo entero. Primero Dios promete el redentor (Gn. 3:15), en segundo Dios promete la bendición a las naciones (Gn. 12:2-3) pequeña gran observación la promesa es para todas las familias de la tierra. El siervo de Jehová y las naciones: (Is. 42:1, 53:12) esta relación trata del siervo de Jehová y de su misión, auque Israel fue infiel con Dios, el Mesías recibió la misión de restaurar a Israel y ser salvación de las naciones. Dios como el Señor del proceso misionero Llama y envía: (Mt. 9:35-10:42) Cristo el mediador del proceso misionero Según las escrituras (Col. 1:16) por medio de El fueron creadas todas las cosas. El es el mediador de la salvación “porque hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo” La venida de Cristo en carácter de enviado se relaciona con la misión de la Iglesia. El les dijo a los discípulos Como me envió el Padre, así también los envío (Jn 20:21) Su Misión: Jesús vino al mundo para establecer el reino de Dios: Primero: Jesús conectó su misión con el cumplimiento de las escrituras, “Vino a cumplir la ley y profetas” (Mt. 5:17) Segundo: Jesús vino a salvar a los pecadores (Mr. 10:45, Jn 3:17) Tercero: Jesús vino a destruir al diablo y sus obras (1 Jn 3:8) El Espíritu Santo: El impulsor del proceso misionero El Espíritu ungió a Jesús para que cumpliese el ministerio mesiánico entre los hombres, El Espíritu Santo fue enviado del cielo a morar en la iglesia a edificarla y a impulsar el movimiento misionero en todo el mundo. El Espíritu Santo inviste de poder para testificar: el libro de los hechos atestigua del avance de la iglesia en el mundo por el poder del Espíritu Santo (Hch. 1:8, 4:31, 6:8, 9:31). El Espíritu preside el quehacer misionero: Lucas atribuye al Espíritu Santo el envío de misioneros al mundo gentil (Hch. 13:2,4)
El Espíritu prepara a los pueblos para el evangelio: el testimonio del libro de los Hechos es que la receptividad de los pueblos hacia el evangelio se debió a una obra de Dios, Así por ejemplo, por la relación con los judíos, los gentiles llegaron a ser prosélitos (temerosos de Dios). La Iglesia el agente del proceso misionero La iglesia es una nueva comunidad, que refleja los valores del reino, justicia, paz y gozo (Ro. 14:17) Una comunidad que se somete al señorío de Cristo: Los discípulos fueron llamados a dejar todo y dar su vida por causa del evangelio (Mt. 16:21; 24:25) también se les mando la confesión de la soberanía de Cristo sobre su vida y sobre todas las cosas (Mt. 10:32-33) La iglesia es una comunidad que testifica: no debemos perder este punto importante para la expansión del reino de Cristo, La iglesia es una comunidad que crece hacia la madurez: el crecimiento se efectúa por medio de la enseñanza de la palabra de Dios, la Biblia (Ef. 4:11-16) hay que tener en cuenta que el crecimiento no solo tiene que ser en cantidad sino también en calidad. Conclusión: En primer lugar la misión es de Dios, es parte de su plan de restaurar todas las cosas en Cristo. En segundo; la misión es realizada por Dios en última instancia, pero al mismo tiempo es algo que esta efectuando Dios mismo en todo el mundo, moviendo la historia, creando situaciones para el desarrollo de su evangelio. Y en tercer lugar, el proceso misionero es responsabilidad de la Iglesia, para que el mensaje de Jesucristo llegue a todos los rincones de la tierra debemos estar de acuerdo como iglesia. “Sed uno como Yo y el Padre somos uno”. Para cumplir el fin ultimo de la evangelización y salvación de todos. Cristología- Antropología en el quehacer Teológico La cristología es esencialmente salvifica, debe responder al misterio del hombre por la revelación del misterio de Dios. De aquí que Jesús nos muestra el nuevo hombre, revelándonos así la forma como se debe construir el mundo: viviendo el compromiso con los demás y con la tarea humana, por la aceptación del Señorío de Dios en el propio corazón a la manera de Jesús.
Jesús hace presente en nuestra historia a Dios como el único capaz de romper el circulo del mal y del odio del hombre. La revelación se da en una historia salvifica, en la cual la respuesta de la fe de los discípulos forma parte de la revelación y por lo mismo de la cristología. La resurrección es la sanción que Dios da a la pretensión de Jesús ser el revelador definitivo de Dios. Pero también una ruptura; la resurrección es la irrupción de Dios, el culmen de la revelación neo-testamentaria a raíz de ella identifican y reconocen el ser y la acción de Jesús como la revelación de Dios. De esta manera uno de los interrogantes que se nos presentan es precisamente, como captaron los discípulos y el mundo en torno, la predicación y la muerte de Jesús. Por que los discípulos, monoteístas, descubrieron en la predicación de Jesús, y en la vinculación con el reino, en su comida con los pecadores, en su actitud ante la ley, la manifestación de su pretensión: ser el profeta definitivo de Dios, vincular a Dios con su acción y sus compromisos históricos de servicio y misericordia con el hombre. Lo que descubren en Jesús contrasta con la esclavitud política y religiosa que padece el pueblo judío. Jesús hacia presente y comprometía a Dios con su vida y su praxis: el Hijo de Dios que se ha hecho carne. “El Hijo de Dios demostró la grandeza de ese compromiso de hacerse hombre, pues se identifico con los hombres haciéndose uno de ellos, solidario con ellos y asumiendo la situación en que se encuentran, en su nacimiento, en su vida y sobre, en su pasión y muerte donde llego a la máxima expresión de la pobreza”. Que mejor antropología y demostración de Dios mismo, que la perfección de un hombre, solo Dios puede ser hombre, y solo un hombre puede ser Dios.
Teología responsable para hoy
Realidades y desafíos de la palabra teológica
La teología, como ciencia o saber, se desprende de la experiencia de la fe en Dios, de la
experiencia de creer; no es anterior a esta. Por ello, al hacer teología queremos hallar las
razones últimas de nuestra conducta ante Dios y ante toda su creación. Es por eso que
hacer teología es una conducta responsable. Nos lleva a desarrollar la capacidad de
“respuesta” ante los conflictos humanos. Buscar respuesta conduce a la toma de
conciencia de la realidad objetiva que nos afecta como personas y humanidad, como
iglesia y sociedad. Así, la teología, como respuesta práctica de la fe, nos involucra en un
movimiento esclarecedor y transformador de nuestra existencia en interacción con la
existencia de Dios y de todos los seres vivos. En otras palabras, producir una teología
responsable ayuda a mejorar nuestras relaciones.
La teología es una forma de conocernos y de conocer el mundo desde la perspectiva de la
fe que tenemos en Dios.1 Pensarme a mí mismo y pensar a Dios desde mi condición de
creyente. La teología intenta esclarecer los misterios de la fe, dar cuenta de todos los
principios y acciones que la fe provoca. El apóstol Pedro diría que es “dar razón de nuestra
esperanza” (1 Pe 3, 15). Tratamos por medio de la reflexión teológica de desentrañar la
naturaleza de la comunión con Dios y sus consecuencias para la vida personal, colectiva
y cósmica, comprendiendo así el proyecto divino para la creación. Con dicho proyecto
nos comprometemos y en ese camino que asumimos por fe, la palabra teológica también
nos anima y nos orienta.
Es importante no olvidar que la reflexión teológica tiene límites, como todo saber humano,
y está condicionada por el contexto histórico en el cual se elabora.2 De ahí que no
podemos asumir una palabra teológica como interpretación absoluta y suficiente para
todos los tiempos y situaciones. Recordemos que si la teología es respuesta a las
exigencias de nuestra fe de cara a las problemáticas humanas, y Dios en medio de ellas,
su contenido y su finalidad tendrán un sentido y lenguaje específicos. Se quiere entonces
responder a este momento en que vivimos y no a la situaciones del pasado o a las que
vendrán.
El quehacer teológico posee entonces una dinámica respecto al tiempo y lugar en que
ocurre consistente en un diálogo crítico y franco que se nutre de los temas de actualidad.
Estos son iluminados por experiencias semejantes en el pasado y pueden, a la vez,
proyectarse hacia su desenvolvimiento posterior en el futuro inmediato. En el momento
teológico convergen siempre el “cómo se hizo”, el “cómo debo hacer” y el “cómo se hará”
teología responsable, teología capaz de dar nuevas respuestas a las nuevas situaciones
concretas de la vida.
Si vamos a hablar, sentir y actuar con responsabilidad teológica desde Cuba habrá que
partir de nuestra realidad socioeconómica, política, cultural y religiosa de hoy. Tendremos
que buscar respuestas y actitudes relevantes que afirmen relaciones humanas honestas,
justas, creativas, sanadoras, integradoras. Realidades como la insuficiencia económica –
aparejada a los diversos niveles de acceso a la moneda convertible que resultan en
disparidades sociales–, las tensiones intrafamiliares por opciones de vida divergentes y la
crisis profesional y vocacional, entre otras, no pueden llevarnos a considerar la violencia,
la corrupción y la insolidaridad como soluciones legítimas y naturales en la diaria lucha
por la sobrevivencia.
Por otro lado, necesitamos respuestas y actitudes relevantes para una iglesia que debe
acompañar profética y humanitariamente estos procesos; que necesita vivir y promover
una ética más evangélica y libre de prejuicios; que precisa reconocer la acción de Dios
más allá de la acción de la iglesia, asumir la evangelización integral y respetuosa del ser
humano, dejar que la Biblia hable por sí misma a nuestro presente y sea un libro leído e
interpretado por toda la comunidad de fe; celebrar al Dios de la vida, que vive también en
la fe de todo el pueblo; y luchar por la unidad religiosa –en el sentido macroecuménico,
como personas de fe– y nacional, como cubanos y cubanas, en la búsqueda de soluciones
comunes.
Los caminos de la palabra teológica
La palabra teológica, al ser palabra humana, hace uso de otras palabras humanas no
teológicas, pero que también dicen algo sobre la vida humana, la quieren entender,
razonar, interpretar desde otras perspectivas que no son las de la fe. Si el ser humano es
quien produce el discurso teológico y pretende hallar el sentido último de su existencia y
de esta en Dios, debe comenzar por conocerse a sí mismo, aceptarse a sí mismo, y sólo
después podrá cultivarse a sí mismo, proyectar sus conocimientos y experiencias fuera de
sí y para el bien propio y colectivo. Algunas ciencias humanas como la antropología, la
sociología, la psicología, así como la interpretación de la historia, el desarrollo de las
culturas y las religiones, nos permiten conocernos mejor como humanidad en el devenir
de nuestros pueblos, del pensamiento y la concepción del mundo, de la sociedad, de Dios.
Como nuestro pensamiento es limitado y no agota la realidad de Dios ni su acción en el
mundo, necesitamos relacionarnos no sólo con otras teologías, sino con otras visiones de
esa misma realidad humana universal que desde sí interpreta a Dios.
El asunto es muy sencillo: no somos los primeros en hacer teología, no es la teología un
invento nuestro. La responsabilidad que nos toca es dar nuestra propia respuesta, nuestro
humilde aporte al debate teológico actual. Y no podemos ni debemos hacerlo
aisladamente, ni desconectados de la compleja trama de relaciones que es la vida humana.
Lo poco o lo mucho que podamos añadir sobre el conocimiento de Dios y de su voluntad
para el género humano, debemos hacerlo en la mediación del encuentro crítico con otros
saberes y en una actitud sincera de escucha a las “otras voces” de Dios. Ser receptivos,
aprovechar lo mejor que la humanidad ha producido como herencia cultural común, y
recrear las palabras teológicas para una reflexión pertinente y contextualizada que intente
mostrar al Dios que hoy se sigue revelando, es el desafío al que nos debemos si queremos
hacer teología responsable.
Quienes asumamos este reto seremos los sujetos de esta teología para nuestros días. Nos
corresponde hacer la nueva (vieja y futura) teología desde nuestro momento histórico con
la impronta de nuestra herencia familiar, religiosa, sociológica, cultural, nacional, y de la
autenticidad irrepetible de nuestra subjetividad. Hacer teología desde nuestra vida no es
un ejercicio superfluo ni un alarde egocéntrico, sino una necesidad y un derecho a
reclamar. Estamos convencidos y convencidas de que la fe tiene algo que decir respecto a
nuestra situación, tenemos derecho a la palabra propia. Es un teologizar situado y
matizado por nuestro “ser persona”, por ser alguien con una visión y un problema
específicos.3 Nuestra teología llevará las marcas de nuestra diferenciación y peculiaridad.
Estará configurada por nuestra originalidad.
Como artífices de imágenes nuevas, comprensiones y prácticas nuevas, trabajaremos con
el barro de nuestra propia tierra. Los ingredientes para esta artesanía teológica serán las
preguntas acuciantes que nos hacemos a nosotros y nosotras mismas, las que nos hacen
nuestros amigos y familiares, hermanos y hermanas de la iglesia, vecinos y vecinas, los
pueblos que sufren, los niños y los árboles inocentes, todos y todas las que quieren que
las condiciones de la vida cambien y la humanidad se salve, se rencuentre consigo misma
y con su creador. Todas estas interrogantes son las mismas que Dios nos hace desde su
palabra bíblica y desde su palabra actual. Dios se preocupa por el destino final de la
historia, pero quiere que los seres humanos reconozcamos y llevemos nuestras
responsabilidades, dando respuestas creativas que muestren caminos de vida y
reconciliación, perdón y paz.
Para encontrar las respuestas iniciamos un recorrido que va de nuestra vida y sus
demandas al encuentro con el testimonio bíblico, a la revelación de Dios en el pasado,
para descubrir las implicaciones sociohistóricas, políticas y económicas del proyecto de
Dios para el pueblo de Israel. Nos damos cuenta de que la shalom-paz que Dios propone
no significa sólo ausencia de guerra, sino una situación de vida posible, justa y abundante
para todos y todas, donde los recursos se distribuyen equitativamente y donde el bien del
otro y la otra orienta la actitud personal (Is 32, 15-20; Sal 37, 11). Asimismo, Jesús y la
naciente comunidad cristiana encarnan ese proyecto liberador del ser humano cuyas
señales indican la presencia del reino de Dios entre ellos y ellas (Mc 8, 1-10; Hch 2, 43-
47).
De ese encuentro con la palabra viva y emancipadora de Dios, releemos nuestra vida y
denunciamos las injusticias y mecanismos que hoy siguen retardando el disfrute de la
shalom-paz de Dios. Bajo la inspiración del mismo Espíritu renovador que alentó las
páginas sagradas, nos comprometemos ahora a vivir en fidelidad al evangelio y compartir
con nuestro mundo la voluntad de Dios para hoy, y vivir las consecuencias de encarnar
ese mensaje en las acciones cotidianas, haciendo teología para hoy en una práctica
consecuente desde la fe. Siguiendo las sugerentes palabras del profeta Isaías, queremos
“reconstruir nuestra casa”, que está en peligro. Como cristianos y cristianas que vivimos
en Cuba y al servicio de los que aquí viven, queremos “reparar las esperanzas caídas” (Is
58, 1-12).
Imágenes de Dios para una teología responsable
Consideremos ahora el objeto y fuente de nuestra fe, el Dios trino, desde un nuevo intento
de responder a su llamado. Dios es el creador que siempre se ha propuesto reunir en su
seno a todas sus criaturas (Ap 5, 13). Pienso aquí en la imagen del padre-madre de familia
que se goza en ver a sus hijos e hijas reunidos y compartiendo el mismo pan, el mismo
camino en la vida, aprendiendo a amar lo que han recibido y que ahora está bajo su cuidado
para que futuras generaciones sigan amando así la vida que les rodea, la vida que está en
ellas y fuera de ellas (Lv 25; Lc 15, 11-32).
Dios es la fuente de la integralidad, de la acción unificadora, reconciliadora, abarcadora,
respetuosa e incluyente. Dios es integridad porque integra en sí la vida multiforme con
todos sus reclamos y bellezas (Gn 8, 22; 9, 9-17; Ef 4, 6). Dios es íntegro porque es
responsable y promueve integridad y responsabilidad. Nos llama a re-integrar lo
desarticulado, a encontrar lo perdido, a unir lo disperso, a rescatar lo olvidado, a respetar
los otros derechos manteniendo los nuestros. De ahí que también el acercamiento al ser
humano debe ser integrador, ver a la persona como materialidad espiritual y como
espiritualidad material. Es preciso ver al ser humano como una realidad psico-socio-
somática, indivisible, no sólo en sí mismo, sino también en relación con todo lo que le
rodea, porque nada existe fuera de la relación. La cultura hebrea y bíblica nos ofrece aquí
una visión integradora de la persona, vinculada a su mundo y sus necesidades cotidianas.
Esta es una concepción contraria al dualismo metafísico y filosófico de los griegos. De la
misma manera, no debemos ver más a Dios por un lado y al ser humano por el otro, sino
a ambos relacionándose, buscándose mutuamente.4
La imagen del dios acaparador, conquistador y autoritario debe desaparecer para no
reproducir más ese error en nuestras relaciones concretas. Hay que sustituir esa imagen
por la del Dios solidario y relacional, aquel que viene a compartir con nosotros en el
concluyente gesto de su humanización (Ef 2, 1-5). La encarnación de Dios en Jesucristo
no sólo nos permite acercarnos a la verdad y la voluntad de Dios en el Jesús-hombre, en
sus palabras, gestos y acciones, sino que también relaciona de forma enriquecedora y
definitiva los valores divinos y humanos (Jn 1, 14). En Cristo sustentamos nuestra fe y
nos identificamos como humanos a quienes Dios viene a redimir desde nuestra propia
condición existencial e histórica. En la vida de Jesús reconocemos al ser humano en
comunión con Dios, a la persona que descubre su vocación fraternal, sus virtudes a favor
del amor y la esperanza. Todo esto se opone, por una transformación radical y consciente
de la conducta, a las deformaciones del pecado, de todo lo que destruye y separa (Ef 4,
20-24).
En Cristo, el vínculo Dios-humanidad posibilita la restauración del bien común, de la
comunidad que construye la paz y esboza la cercanía palpable del reino de los cielos. Por
el testimonio bíblico entendemos que seguir a Jesucristo no es desentendernos del mundo,
de los demás y refugiarnos en una fe egoísta, improductiva, banal (Mt 9, 35-38; 11, 4-6;
20, 25-28; 22, 35-40; 25, 31-40). Seguir a Cristo es vocación por el sacrificio, por la
entrega al otro y la otra, por la liberación integral del ser humano. Vocación de perdón, de
comportamiento humilde y de misericordia ante los débiles sin dejar de denunciar la
inhumanidad de los fuertes que oprimen y explotan (Mt 16, 24-25).
La fuerza del Jesús histórico sigue animándonos y alimentándonos hoy en la obra del
Espíritu de Dios, celoso guarda de todos los hermanamientos, despertador incansable de
los sueños fatales que amordazan la libertad humana, defensor genuino del derecho y la
igualdad, alentador imparcial de la verdad y de la práctica del amor (Lc 4, 16-21). El
Espíritu Santo es enviado a renovar la creación con un bautismo de fuego que infunde
valor y calor al corazón humano en su lucha contra el mal (Hch 2). El Espíritu Santo es
enviado a recrear la vida y a alzar la voz de quienes no son escuchados ni atendidos.
Actuar bajo la inspiración del Espíritu es tener una palabra, una propuesta de Dios para
hoy. Y esa palabra será profética, crítica, humanizante, consoladora, salvífica, o no será
espiritual. El Espíritu provoca el acontecimiento jubilar y nos coloca en el seguimiento
responsable de Jesús de Nazareth: reconciliar al mundo con Dios en el cumplimiento de
los principios más dignificantes y éticos para la vida (Ef 2, 17-19). Así, el Dios trino
irrumpe en nuestra historia, en nuestra vida, para arrebatarnos la tranquilidad y el vacío
opcional, convirtiéndonos a la vida difícil y llena de sentido y propósito por las revueltas
evangélicas que ahora nos consumen por dentro y que nos hacen sentir “hambre y sed de
justicia” (Mt 5, 3-10).
A partir de estas consideraciones sobre el Dios trino, su esencia y su acción en la historia,
se hace necesario reconsiderar nuestra manera de hablar sobre ese Dios que no sólo existe,
crea, reina, se manifiesta, tiene propósitos, voluntad y sabiduría; sino que también se
acerca, convive, ama, escucha, sufre y salva. Por ello la teología necesita de un lenguaje
más pastoral, más teologal, más cercano a la vida cotidiana. Lenguaje inclusivo,
comprensivo y respetuoso. Lenguaje abierto a otras experiencias y saberes, no absolutista
ni encerrado en su propia lógica.
El lenguaje teológico, de sobrada carga racionalista y academicista, necesita refrescarse
en la poesía de la vida y ser más orante, más sensible, más místico. La teología ha de jugar
con la riqueza de los símbolos que le son propios y re-idear las palabras, re-inventando
los símbolos, hallando nuevas relaciones insospechadas y esclarecedoras en los recursos
de la oración, la meditación y la contemplación. El discurso teológico debe sumergirse en
el misterio divino, el cual no se explicita tanto en los fríos y acotadores conceptos de la
razón como en el balbuceo de la creación, del gesto, de los sentidos y las vivencias que
nos comunican la vida misma de Dios sin palabra alguna.
Este lenguaje teológico es capaz de leer otros textos de la realidad. Se fundamenta en la
esencia misma del ser de Dios, en la familia trinitaria que se expresa en un juego de
relaciones de amor, de empatía, de unidad en las distintas funciones, de desprendimiento,
solidaridad, interdependencia y comunión. El Dios trino, que está reconciliando consigo
al mundo (Fl 2, 1-4; 1 Jn 4, 11-14), se ha revelado a través de la historia en múltiples
hechos, imágenes, rostros, colores, objetos, seres vivos, vivencias cercanas y
trascendentes, sonidos, gemidos, palabras, espacios físicos, elaboraciones culturales y
religiosas que no pueden canalizarse por un solo código a la hora de hablar de Dios y de
su voluntad.
La acción divina, una y diversa, descoloca nuestros lugares comunes y estáticos, nuestros
pensamientos rígidos y conservadores, abriéndose a una visión cambiante tras las huellas
de los días que nos sacuden y nos cuestionan esas mismas posturas repetitivas e
irrelevantes. El lenguaje teológico se dinamiza entonces por la dinámica del mismo Dios
y la dinámica de la historia. Así, la teología no se cerrará “el camino hacia lo real de la
realidad”.5
Teología responsable para una acción pastoral responsable
Desde la visión que hemos presentado sobre el quehacer teológico y la naturaleza de la
acción del Dios trino no sólo se desprenden consecuencias para la propia teología como
reflexión responsable. También se deducen nuevos caminos para nuestra vivencia
cotidiana de la fe, para nuestra misión como iglesia de Jesucristo. Estos desafíos a la
responsabilidad pastoral repercuten con mayor significación, en nuestra opinión, en tres
áreas de la pastoral de la iglesia que iremos analizando desde el contexto cubano: misión
y evangelización, educación teológica y liturgia.
Aunque ciertamente el país ha venido dando muestras de recuperación económica y se
avizoran los frutos de la nueva integración continental en proyectos concretos como el
ALBA, el vuelco en la espiritualidad nacional que significó el llamado “período especial”
no ha desaparecido del todo. Las consecuencias más negativas de dicho período deben
buscarse en el estado actual de la convivencia social, de los valores y principios que
sustentan las relaciones humanas, y no en las alarmantes estadísticas económicas ya
archivadas. Superar el período especial significa recuperar la espiritualidad humanista y
altruista que la revolución ha cultivado y que los ríos crecidos de los malos tiempos
intentaron –y aún intentan– ahogar.
La teología responsable prestará especial atención a esta “crisis de espiritualidad” y
definirá los caminos de una práctica pastoral en diálogo con el evangelio y comprometida
con la vida, terreno común donde se dan las relaciones iglesia-pueblo. Hay que dejar de
lado las posturas acríticas porque no dejan escuchar una verdadera voz profética. A su
vez, la posición contestataria extrema, lejos de favorecer mediaciones y acercamientos
promueve prejuicios y rencores. No menos negativa, la conducta apolítica (que no existe
como tal) puede llevar a un eclesiocentrismo y a la alienación de la comunidad de fe de
su problemática social.6 La reflexión teológica debe denunciar, en nuestras iglesias y
nuestra sociedad en general, el creciente afán de lucro, consumismo y competitividad, y
construir una ética solidaria, socialmente responsable.
Las iglesias cubanas se enfrentan a un crecimiento sin precedentes y es necesario
reconsiderar la “oferta” que se hace desde la fe del pueblo. Hay riesgos para la identidad
del evangelio cuando las personas observan y analizan cada vez con más agudeza las
posibilidades materiales de vida que muchos cristianos e iglesias ostentan abiertamente
ante la sociedad. La idolatría de la teología de la prosperidad consiste en que mercantiliza
el evangelio y ofrece bendiciones a cambio de ofrendas generosas. Las fidelidades
denominacionales, el testimonio de unidad ante el pueblo y la ética cristiana hoy se ven
amenazados por la proliferación de nuevos grupos e iglesias cuyos líderes son mejor
remunerados por ministerios y organizaciones cristianas en el extranjero.
La evangelización ha de ser repensada en sus métodos y propósitos teniendo en cuenta la
integridad de quien la recibe y su ulterior conducta de fe responsable ante los demás. En
su manera de razonar la fe, de hacer teología, muchos creyentes convierten su relación
con Dios en un refugio hermético frente a los problemas de la vida. Evaden la realidad
por no conocerla o por considerarla imposible de transformar. Esta iglesia sólo espera que
Jesús vuelva a traer un nuevo orden consistente en sacar a la iglesia de la vida terrenal y
llevarla a una nueva existencia en los cielos, porque este mundo en el que vivimos, lleno
de maldad y pecado, será destruido.
Cuando la realidad se presenta compleja, contradictoria, materialista y hostil a la fe, nace
un pensamiento escapista que sitúa la solución de Dios para la historia más allá de ella.
No se consideran las acciones salvíficas de Dios en la testificación bíblica, ni se disciernen
los signos de su reino en los movimientos liberadores de hoy, en la iglesia profética y
popular, en las luchas de millones de personas contra todo tipo de injusticias, que reclaman
su derecho a una vida digna y abundante. La esperanza pierde su contenido concreto, su
relación con la transformación del mundo, y se la entiende como la existencia feliz y
gloriosa en un lugar extramundano, ahistórico.
Este enfoque tiende a encerrar al ser humano evangelizado y futuro sujeto de la teología
en un aislamiento sacralizado, sin vinculación con los demás y con lo demás; sin acciones
solidarias y comprometidas. Se contenta tal cristiano con la teología individualista del
“elegido”, del salvado, del rescatado, y con aires de superioridad religiosa confía en que
su destino eterno está asegurado en Dios. Sólo interesa su relación obediente con Dios
evitando todo contacto con la realidad fuera del templo, con las líneas de pensamiento o
conductas de vida diferentes (en su opinión, opuestas) a las suyas. La lectura que se hace
del texto bíblico es fundamentalista (invalidando toda interpretación que no coincida con
la propia) y literalista (asumiendo el texto escrito como norma absoluta para la vida en
todos los tiempos, sin considerar los factores contextuales que le dieron origen), y se
privilegia cierto tipo de autoridad formal en cuanto a las normas de validación de la
interpretación teológica: los pastores y líderes son tenidos como autoridad en estas
interpretaciones.
Hay también riesgos de ideologización en este enfoque de la fe. Los contenidos bíblicos
son usados para promover formas de pensamiento, moralismos y costumbres dentro de
una práctica cristiana desentendida de la historia y la cultural nacionales. El deseo de
obtener un poder real y simbólico por medio del reconocimiento social de un estatus
religioso, la evangelización masiva que sólo busca el crecimiento numérico de las iglesias,
las proyecciones dualistas que rechazan y condenan muchas vivencias que quedan fuera
de las prácticas religiosas establecidas por la iglesia-institución y otros conservadurismos,
fomentan una fe divorciada de la vida humana o enfrentada a ella. Tampoco hay
conciencia del pecado estructural, de aquellas situaciones injustas y violentas que fomenta
la lógica de los diversos sistemas socioeconómicos y políticos. En caso de que esto se
reconozca, eso no es asunto de la iglesia y su misión. Los males que flagelan a la
humanidad siempre tendrán un origen común: la presencia del demonio, cuyos poderes
operan por encima de la voluntad humana, lo que nos libera de nuestras propias
responsabilidades.
Por otro lado, no se promueve desde la iglesia el servicio social genuino y espontáneo, no
se cuestionan los conflictos actuales en sus verdaderas raíces (el pecado estructural, el
egoísmo humano); no se acepta al otro como otro, porque la vida cristiana es entendida
en términos de enfrentamiento a todo lo diferente. No hay apertura al diálogo ecuménico
ni interreligioso, por las mismas razones de superioridad y exclusivismo ya mencionadas.
Los prejuicios y cegueras les impiden a muchos cristianos y cristianas vivir la plenitud de
la misión de Dios en el mundo y enriquecerse de toda la belleza del ser humano. No
llegamos a ser iglesia con “corazón de pueblo”,7 iglesia responsable “con” y no “por” las
personas. Dios siempre incorpora al ser humano como coactor de su misión en el mundo.
El continuo sostén y la continua creación de Dios se instrumenta en una acción humana a
la que envuelve y excede, pero ni vacía ni aliena. La misión evangelizadora no es un acto
externo cumplido por la iglesia, sino el rostro visible de la misión del Dios trino. Trabajo,
gobierno y sociedad humana; testimonio, servicio y construcción de la historia, son
igualmente participación en la totalidad de esa misión del Dios trino.8
La teología responsable ayudará a la iglesia a descentralizarse, a salirse de sí misma y
considerar otros puntos de vista: desde la periferia, desde los que no están en el templo.
En la humanización de su misión, la iglesia debe liberarse de sus certezas intocables, de
su manía de clasificar a la gente, de condenar al rebelde sin causa, de alejarse de los barrios
marginales y las malas compañías, de predicar el fin del mundo en vez de la recreación de
la historia. La iglesia debe decidirse a dejarse evangelizar por la vida y por el Dios de la
vida en vez de buscar remiendos consoladores a los sufrimientos humanos. Entonces será
posible que la teología y la iglesia reciban con humildad las experiencias de otros y otras.
Cuando ambas se ubican en los conflictos reales nos hacen cargar nuestra propia cruz y
denunciar los abusos de poder.9
La evangelización de la iglesia también tiene lugar cuando la pastoral profundiza en la
diversidad de ministerios como vía para la participación plena de todos y todas en la
construcción de la nueva comunidad humana. Aquí volvemos sobre un valioso aporte de
la Reforma protestante del siglo XVI: el sacerdocio universal de los y las creyentes. Al
apropiarnos de este principio restructuramos la vida congregacional. Las comunidades de
fe pueden propiciar espacios de participación y aceptación mutua. Sentirnos en un plano
de igualdad ante Dios levanta nuestra autoestima y nos inspira responsablemente en la
obra común de la iglesia. El impulso al liderazgo del laicado, las mujeres, los y las jóvenes,
los diferentemente capacitados, y otros grupos históricamente desfavorecidos, ayuda a un
ordenamiento más justo de la vida comunitaria.
La teología y la pastoral para hoy deben, además, llamar la atención hacia las bases
pneumatológicas de la evangelización, de la renovación de la iglesia y su misión en el
mundo. El tema del Espíritu Santo, su lugar de acción, y su libertad y alcance extraeclesial
es de central importancia para la orientación teológica de la acción evangelizadora y el
camino a la convivencia armoniosa y respetuosa con otras religiones, e incluso con
movimientos de renovación que se dan dentro y al margen de las iglesias. Es necesario,
por ejemplo, dilucidar los aspectos negativos y positivos del movimiento carismático que
hoy permea las iglesias evangélicas en general, y convertir el movimiento de renovación
eclesial en una fuerza teológica seria, responsable, encarnada y evangélica. De la misma
manera, se precisa dialogar con el momento histórico y los procesos de cambio
socioculturales en el país, sin perder la identidad como iglesia, sin perder el rigor en el
análisis teológico de la realidad y sin dejar de celebrar al Dios de la vida de los cubanos y
las cubanas desde una espiritualidad nuestra.
En cuanto al desafío educativo en las iglesias e instituciones teológicas, se han de
incentivar los métodos de correlación, aquellos que hacen dialogar la reflexión teológica
con otros saberes humanos. El diálogo de la teología cubana contemporánea más
comprometida con las teologías de liberación en el continente y el mundo ha sido fecundo
y decisivo para nuestra comprensión y práctica pastorales en todos estos años de
revolución. Ambas constituyen expresiones de reflexión y praxis de fe auténticas y
cercanas en la herencia histórico-cultural (en el caso de la Teología Latinoamericana de
la Liberación). Es importante replantear los propósitos, contenidos y agentes de nuestra
educación cristiana en las iglesias para saber si realmente estamos favoreciendo un
proceso educativo liberador y centrado en la vida de las personas, y no en la memorización
de textos o el simple conocimiento de los contenidos bíblicos.
No basta con echar mano de nuevos métodos de aprendizaje más dinámicos, más críticos,
con consecuencias prácticas y tangibles. Más importante es clarificar si estamos educando
teniendo el reino de Dios como horizonte, si venimos al encuentro de la Palabra y la Vida
para convertirnos del conformismo a la acción responsable por el bienestar de todos y
todas. Una educación cristiana que anime a la responsabilidad de los y las creyentes debe
hacerse desde la libertad de espíritu, desde la posibilidad de sentir, pensar y actuar de
acuerdo con nuestra conciencia y nuestras motivaciones, y asumiendo como propios los
reclamos y dolores del mundo.10
Retomar la experiencia de Jesús de Nazareth como educador puede ayudarnos en este
empeño. El modelo educativo de Jesús vincula el anuncio del reino de Dios con la re-
creación de las relaciones humanas, potenciando las capacidades de las personas,
escuchando y respetando sus historias de vida y tomándolas como punto de partida y de
llegada para la reflexión; prestando atención al lenguaje de los afectos y al poder de la
imaginación. Para llegar al mundo nuevo que queremos, primero hay que soñarlo,
imaginarlo.11
Para Jesús, lo educativo en la nueva comunidad pasa por la reintegración de las personas
a la vida, al ser acogidas, incluídas y valoradas, sobre todo aquellas que sufrían con más
crueldad la marginación social y religiosa de la época. Así, Jesús iba creando comunidad
con la suma de diversas experiencias e identidades. Una comunidad que en su proceso
educativo se hacía cada vez más profética y lograba desenmascarar el carácter autoritario,
erárquico y legalista de los modelos educativos dominantes en su tiempo. Esta opción
educativa de Jesús, circular, no elitista, participativa, comunitaria, humanizante, revelaba
finalmente a un Dios diferente, cercano, sensible, compasivo, identificado con los más
olvidados y vulnerables.
Nos urge educar teológicamente en todos los niveles, a todos los y las creyentes en Cristo,
fomentando la necesaria madurez para que la iglesia se renueve constantemente de
acuerdo con la esencia misma de su naturaleza y misión, y de acuerdo con las exigencias
de estos tiempos. Hacer esto de manera responsable es también promover identidad de fe,
autenticidad y sentido de pertenencia a un conjunto de valores y tradiciones como iglesias.
Al mantener la fidelidad a los momentos renovadores de nuestra historia como pueblo de
Dios, conocemos y vivimos aquellas experiencias y aprendizajes adaptados a la realidad
actual. Es vergonzoso que la iglesia conozca su historia sin dar razón pertinente de los
principios que la han sustentado por siglos o, peor aún, que no conozca su historia ni actúe
consecuentemente con ella.
La educación teológica responsable para hoy deberá ser, además, genuinamente
ecuménica. La necesidad de la unidad del pueblo de Dios y de toda la humanidad en la
búsqueda de paz y la justicia, plantea una demanda impostergable para la misión actual
de la iglesia, para lo cual se precisa una educación teológica más ecuménica, interactuante,
holística, reconciliadora. Educar en los valores de la interculturalidad y la
interdependencia, promoviendo el respeto a la diversidad humana, reconociendo que en
este mundo globalizado lo que sucede en cualquier lugar afecta a todos de algún modo,
que ya nadie se salva o se pierde sin mayores consecuencias: juntos perecemos o juntos
nos salvamos.
Un pensamiento ecuménico verdadero debe sustentarse primeramente en un estilo de vida
consecuente. Hay que educar para un pensamiento ecuménico desprejuiciado y
transparente, libre de protagonismos recurrentes y luchas de poder. Hay que educar para
un pensamiento ecuménico más representativo de todas las tradiciones, de todas las voces,
de todas las teologías que conviven en nuestra tierra, muchas veces sin conocerse.
Necesitamos superar las actuales involuciones hacia el denominacionalismo cristiano para
posibilitar una producción teológica colectiva relevante y permanente, para manifestarnos
teológicamente como iglesia cubana, en una unidad real de responsabilidad por la
problemática humana en nuestro contexto.
Respecto a la liturgia para hoy, necesitamos recuperar la vivencia celebrativa de la
presencia de Jesucristo entre nosotros y nosotras, la práctica del amor sin límites, amor
hecho carne en el testimonio diario que la propia liturgia fortalece y anima. Necesitamos
recuperar los fundamentos bíblicos y proféticos de la práctica cultual, de sentir el culto
como fermento de una pastoral solidaria y sanadora en medio de los egoísmos y
rivalidades que enferman la vida en comunidad. Teniendo en cuenta que la práctica
litúrgica en la tradición protestante y evangélica enfatizó la predicación como momento
central del culto, necesitamos recuperar y esclarecer el alcance unificador y salvífico de
la Cena del Señor, en la cual la riqueza del compartir se da con mayor fuerza y
autenticidad. El momento de la comunión es momento de especial recordación, memoria
y esperanza. Nos adentramos en una actitud de espera de la irrupción definitiva de Dios
en la historia, sintiéndonos coactuantes de ese gesto redentor. Es momento de confesión,
de perdón, de darnos el abrazo de la paz para superar las actitudes negativas. La Cena del
Señor estimula la práctica unida de la fe en el resucitado y el testimonio eficaz de su
fraternidad amorosa.
Celebrar juntos el misterio de la donación de Dios, de su opción por nosotros y nosotras,
desarrolla un fuerte nexo de unidad teológica alrededor de la entrega de Cristo y nos envía
como iglesia a compartir el pan con los necesitados.12 En ese sentido, la liturgia llama a
la iglesia a una actitud responsable. Es necesario que hagamos un alto en el camino y nos
preguntemos qué tipo de iglesia promueven nuestros cultos, por qué lo que hacemos en
nuestros cultos refleja nuestra teología, nuestra manera de vernos como iglesia, nuestra
manera de entender y desarrollar la misión de Dios en el mundo. La liturgia debe exhortar
a la iglesia al servicio, al compromiso, a la práctica de la solidaridad y el amor. Debe
propiciar vivencias de reconciliación y restauración de la vida y la esperanza del pueblo.
El culto no puede realizarse de espaldas a la historia, la cultura y los anhelos de las
personas que celebran; no puede dejar de decir una palabra de aliento y confianza en
medio de las crisis y la incertidumbre frente al futuro inmediato.
Por ello es necesario volver la mirada a la experiencia de la comunidad cristiana primitiva,
que tiene como centro de su liturgia la proclamación de la esperanza en la vida que se
prolonga y se eterniza en la resurrección. La liturgia debe integrar la fe y la vida. Para los
primeros cristianos y cristianas, la celebración de la fe iba de la mano con el trabajo y la
oración cotidianos, el acompañamiento a los enfermos, el socorro a los más frágiles, el
anuncio del evangelio, los momentos de reflexión y estudio, el compartir comunitario de
los recursos. Todas estas cosas eran señales, acontecimientos de resurrección en un
ambiente de hostilidad, incomprensión, conflictos y persecuciones. Hoy la humanidad
necesita afirmar y celebrar la buena noticia de que la vida se abrirá paso entre las amenazas
de la muerte.
El otro elemento relacionado con la práctica de una liturgia responsable es la propia
reflexión teológica y pastoral sobre nuestra realidad litúrgica en el ámbito de las iglesias
e instituciones de formación teológica. Aunque realmente existen trabajos de tesis y
artículos ocasionales de gran valor, eso no nos permite afirmar que la reflexión litúrgico-
pastoral tenga una presencia notable y activa, no sólo en los medios impresos de iglesias,
instituciones cristianas y seminarios, sino también en los encuentros, foros y seminarios
de formación y discusión teológica a nivel regional y nacional. La actualidad litúrgica
pasa más por la práctica litúrgica que por la reflexión sistemática de esa práctica. Y para
ser fieles a esa sabia afirmación de la teología patrística de que la liturgia es la “teología
primera”, necesitamos incentivar en nuestro movimiento eclesial y ecuménico la reflexión
sistemática de nuestra práctica litúrgica y cómo ella responde a las necesidades actuales
de las iglesias.
Es cierto que algunos centros cristianos del país han enfatizado en sus espacios de
formación esta área de la pastoral de la iglesia, pero esas vivencias quedan ahí, en lo
ocurrido en talleres y encuentros, así como en el trabajo futuro que los participantes
puedan desarrollar en sus iglesias. Muy poco queda por escrito, y con pocas posibilidades
de divulgación. Por otro lado, el tema de la liturgia es poco estudiado en muchos
seminarios evangélicos. Además, carece en ocasiones de rigor académico, de información
histórica, y abundan los enfoques denominacionalistas que desvaloran y excluyen otras
tradiciones y experiencias de adoración. Junto con ello, proliferan las tendencias
miméticas (copia de lo foráneo) en las propuestas de renovación litúrgica de un buen
sector de las iglesias evangélicas del país, el énfasis en lo emocional-evasivo y una
teología descontextualizada en los cantos y el ambiente general de las celebraciones.
Necesitamos promover una reflexión más sistemática y rigurosa de nuestra práctica
litúrgica. Motivarnos a realizar encuentros y publicaciones, en la medida de lo posible,
que expresen un camino propio, a la vez que ecuménico y universal; una manera auténtica
de celebrar una liturgia viva y encarnada en la realidad cubana, latinoamericana y mundial,
que tome en cuenta las angustias y esperanzas de nuestro pueblo y fomente una nueva
iglesia, una nueva espiritualidad, y nuevos seres humanos comprometidos con el reino de
Dios y su justicia.
A manera de conclusión podemos afirmar lo siguiente: así como es de novedosa la nueva
coyuntura social y religiosa, así de novedoso será el mensaje de Dios para hoy. Toca a la
teología discernir la voluntad divina para este tiempo difícil, pero preñado de luces y
oportunidades, y encauzar la acción de la iglesia en fidelidad al testimonio bíblico-
profético y liberador, a su herencia de reajuste histórico inconformista, y a los nuevos
clamores de la vida que nos interpela. En nombre del Dios trino, el Dios de la fe, la
esperanza y el amor, el Dios que nos lanza a creer en sus grandes y pequeños proyectos
imposibles, hagamos una teología y vivamos una fe responsables, mostrando que todavía
la utopía es posible, que la lucha por el mundo que soñamos nos mantiene con deseos de
vivir y crear.
..................................
Notas:
1—Eleazar López Hernández: “Teologías indias de hoy”, en Teología India. Segundo
Encuentro-Taller Latinoamericano, t. II, Ediciones Abya Yala, Quito.
2—José David Rodríguez: Introducción a la Teología, DEI, San José, 1993, p. 30.
3—María Pilar Aquino: “La inteligencia de la fe desde la perspectiva de la mujer”, en
Nuestro clamor por la vida. Teología latinoamericana desde la perspectiva de la mujer,
DEI, San José, 1992.
4—Kart Barth: “La humanidad de Dios”, en Ensayos Teológicos, Herder, Barcelona,
1978.
5—Pilar Aquino: op. cit.
6—Loyda Sardiñas: “Un boceto del rostro eclesial cubano. Aportes de la pedagogía
paulina en 1 Corintios”, Caminos, n. 6, 1997, p. 56.
7—Frase acuñada por la pastora cubana Clara Rodés.
8—José Míguez Bonino: “En búsqueda de la unidad”, en Rostros del protestantismo
latinoamericano, Buenos Aires-Grand Rapids, Nueva Creación y William B. Eerdmans
Publishing Company, 1995.
9—Jon Sobrino: “La comunidad eclesial alrededor del pueblo crucificado”, Revista
Latinoamericana de Teología, n. 20, mayo-agosto de 1990.
10—Carlos Núñez: “Educación popular y coyuntura latinomericana. Nuevos desafíos”,
en Educación y ecumenismo en América Latina y el Caribe. Retrospectiva y nuevos
desafíos, CELADEC, Buenos Aires, 2004, p. 33.
11—Pedro Casaldáliga: “Hacia la internacional humana”, boletín Caminos, noviembre
del 2004, p. 2.
12—Julio de Santa Ana: “Bases bíblicas neotestamentarias para la unidad del pueblo de
Dios”, en Ecumenismo y liberación. Reflexiones sobre la relación entre la unidad cristiana
y el reino de Dios, Ediciones Paulinas, Madrid, 1987.
La belleza de Dios: La teología de la gracia y la gracia de la teología
La teología, sin perder su rigor intelectual, está llamada a ser un acto de adoración.
Desde hace muchos años me he sentido convencido, cada vez más, de que la teología
evangélica, como teología de la sobreabundante gracia de Dios, debe también
sobreabundar en gracia en su estilo teológico. El paradigma cristológico para todo teólogo
es el Verbo encarnado, que vino «lleno de gracia (incluso su aspecto estético) y de verdad»
(aspecto ético) de modo que en él «vimos la gloria de Dios» (Jn 1.14). Más allá de la ley
—o de nuestra seca teología sistemática—, Cristo trajo la gracia y la verdad de su Padre,
«y de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia» (1.16s).
Más que un concepto
La gracia es más que un concepto abstracto teológico; lleva en sí amabilidad, belleza,
encanto. Según el profesor H. H. Esser de Muenster, «los términos de la raíz griega jar
indican lo que produce agrado» (Coenen 2:236)(1). En griego clásico, muchas veces jaris
era intercambiable con jara (gozo) y jairô (gozar), para referirse a lo que se deleita en lo
bello. Se usaba para referirse a la hermosura de una mujer bella, como la esposa de
Hefaisto, o de «las siete Gracias» que repartían la belleza, la elegancia y el encanto entre
los seres humanos(2). A veces describía una manera hermosa y agradable de hablar, un lenguaje encantador (Lc 4.22; Col 4.6; Ef 4.29).
El teólogo contemporáneo que más ha reflexionado sobre la belleza de Dios, y por eso la
teología, es Karl Barth, sobre todo en su exposición de la gloria de Dios (Church
Dogmatics II/1 640-677). Barth ve la belleza de Dios subordinada a su revelación, como
«la figura y forma» de su automanifestación, «con la que nos ilumina y nos convence y
nos persuade»(3). En su revelación, «Dios es bello, divinamente bello, bello a su propia
manera» (650). «Dios actúa como aquel que da placer, crea deseo y la premia con el goce
de lo deseado» (651). Dios se revela así y actúa así, porque es así, porque es bello y
deseable, lleno de goce (ibid).
Siglos antes de Karl Barth, San Agustín expresó esta verdad en un testimonio conmoveder, citado por Barth en su exposición:
¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! He
aquí, tú estabas dentro de mí, y yo fuera, y fuera te buscaba, y sobre
esas hermosuras que tú creaste me arrojaba deforme. Tú estabas
conmigo y yo no estaba contigo. Me tenían lejos de tí aquellas cosas,
que, si no estuvieran en ti, no existirían. Pero tú llamaste y clamaste
y rompiste mi sordera. Relampagueaste y resplandeciste y
ahuyentaste mi ceguera. Exhalaste fragancia, la respiré y anhelo por
ti. Gusté y ahora tengo hambre y sed de tí. Me tocaste, y encendí en
deseos de tu paz. (Confesiones 10.27).
Aquí encontramos la razón más profunda, fundamentada en la misma persona de Dios,
para la estética del discurso teológico evangélico. Como reflexión sobre la gracia y la
gloria de Dios —y ojalá, reflejo de ellas— la teología debe ser la más bella de todas las
disciplinas intelectuales. Por tradición, la han descrito como «la reina de las ciencias»(4),
pero casi siempre por la coherencia y la simetría de su sistema racional. Con todo aprecio
por el valor estético de una buena argumentación (cf. Anselmo, Cur Deus homo 1.1), es
un error ver «el sistema» como el fin y meta del teologizar o de quedar embelesado solo
por el brillo racionalista de esa forma tradicional de teologizar. Más bien y sobre todo, su
belleza debe reflejar la hermosura de la gracia y la gloria del Dios sobre quien reflexiona y a quien adora.
Acto de adoración
La teología, sin perder su rigor intelectual, está llamada a ser un acto de adoración. Desde
el día de Pentecostés, a los teólogos se nos dio la tarea de que, con los carismas que el
Espíritu reparte, explicitemos ante las naciones «las maravillas de Dios» (magnalia dei,
Hch 2.11). La teología también está llamada a adorar y servir a Dios «en la hermosura de
la santidad» (Sal 29.2; 96.9; 110.3). El anhelo, la tarea y el privilegio de los teólogos es el
de «estar en la casa de Yahvéh ... para contemplar la hermosura de Yahvéh, y para inquirir en su templo» (Sal 27.4). La teología debe vivir en continua actitud de adoración.
La seriedad académica de la teología, su veracidad y su criticidad, no debe apagar el
aspecto de asombro y maravilla en el teologizar. Se ha afirmado, estimo que con razón,
que tanto la filosofía como la teología nacieron del asombro: la filosofía, con Tales de
Mileto, ante el misterio del cielo y las estrellas; la teología, con la fe, ante el misterio de
Dios y la salvación. La modernidad, a partir de Descartes, suplantó ese punto de partida
por otro, que era la duda. (5) Aun si ese método cartesiano de la duda sistémica pudiera
poseer mucho valor para otras disciplinas, para la teología es una trampa fatal. La buena
teología parte de la fe (Agustín, Anselmo), después sujeta sus conceptos a los fuegos del
más riguroso examen crítico hasta forjar convicciones firmes, y termina de nuevo en
asombro y adoración.
Hacia el amor
En último análisis, el teologizar auténtico nace del amor —un profundo amor a Dios, a
Cristo, al prójimo, al evangelio, a las Escrituras, a la Iglesia, al reino de Dios y (en nuestro
caso) a América Latina. Teologizar es obedecer el mandato del Señor de amar a Dios con
toda la mente (Mt 22.37) y de «llevar cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo»
(2 Co 10.5). El móvil supremo del teólogo sigue siendo el del gran teólogo misionero del
primer siglo: «El amor de Cristo se ha apoderado de nosotros» (2 Co 5.14 DHH). Para
adaptar la descripción que hizo San Agustín del filósofo, podemos afirmar que verus
theologus amator Dei est. El antiguo padre expresó con profunda emoción y transparente
sinceridad su propia motivación teológica:
No es con conciencia dudosa, oh Señor, sino con certeza, que yo te amo.
Heriste mi corazón con tu palabra y te he amado. Y de hecho, cielo y
tierra, y todo lo que en ellos hay, por todas partes me están diciendo que
te he de amar.... Cuando amo a mi Dios, estoy amando una cierta luz,
una cierta melodía, una cierta fragancia, un cierto manjar y un cierto
abrazo —la luz y la melodía y la fragancia y el manjar y el abrazo en el
alma, cuando en mi alma resplandece esa luz que no ocupa lugar, suena
esa voz que no lo arrebata el tiempo; respiro esa fragancia que ningún
viento puede esparcir; recibo ese manjar que no se consume
comiéndose; reposo en el abrazo que nunca se disminuye por la
saciedad. Todo esto es lo que amo cuando amo a mi Dios. (Confesiones,
10:6).
Todo teólogo es un amator Dei, un enamorado de Dios, y no siente vergüenza de
confesarlo sino que lleva a cabo todo su quehacer teológico desde ese pozo profundo de
amor.
El contenido para el artículo se tomó y adaptó del libro Haciendo teología en América
Latina, LAM, Visión Mundial, FTL, UBL, 2004, pp. 23–46.
(1) La familia semántica de jar inlcuye jaris, jarizomai, jaritoô, jarisma y el opuesto a
todo eso, ajaris. Cf. eujaristos con sentido de placentero, agradable.
(2) H.H. Esser, «Gracia» en Diccionario el teológico del Nuevo Testamento, Lothar
Coenen et al, ed. (Salamanca: Sígueme, 1980), tomo II, p.237.
(3) Con subordinar la belleza de Dios a su revelación, Barth evita cuidadosamente
cualquier "esteticismo" que pretendería divinizar la belleza o poner encima de Dios una
norma de belleza a la cúal el correspondería para ser bello. Barth insiste en que la belleza
de Dios no pertenece a su esencia divina sino a su revelación (652).
(4) De todos modos, más que reina, la teología debe ser sierva, siendo a la vez reina de
belleza.
(5) Soeren Kierkegaard, entre otros, elaboró este análisis.
El autor, estadounidense por nacimiento y costarricense por adopción, se doctoró en
teología por la Universidad de Basilea, Suiza. Ha ejercido la docencia en varias
instituciones teológicas y universidades de América Central y de otros lugares del mundo.
Actualmente ejerce la docencia en la Universidad Evangélica de las Américas (UNELA),
San José, Costa Rica. Es miembro de la Fraternidad Teológica Latinoamericana (FTL) y
ha escrito varios libros y numerosos artículos.
“No necesitamos teología”
Retened la doctrina que habéis aprendido. (2 Ts. 2, 15 RVR60)
La declaración lapidaria con que titulamos esta nuestra reflexión de hoy consiste en unas
desgraciadas palabras —pues no se les puede dar otro calificativo mejor— pronunciadas
de manera enfática y contundente hace poco menos de un año con ocasión de un encuentro
regional de creyentes de cierta denominación cuyo nombre no viene al caso. Lo curioso
es que esta sentencia tan rotunda salió de labios de una persona de escasa —por no decir
nula—, no ya cultura, sino alfabetización rudimentaria, y lo que es peor, miembro activo
de una congregación en vías de disolución y desaparición, una iglesia que tiene los días
contados pese a su larga trayectoria histórica, entre otras razones por haber perdido de
vista su identidad teológica, por haber permitido que se diluyera en un mar ideológico
muy discutible y un activismo social demasiado absorbente. Pero ahí queda: “No
necesitamos teología”. Y punto. Si fuera sólo un caso aislado, no tendría más valor que el
de una mera y simple anécdota, desde luego, pero lo trágico es que esta forma de pensar
se extiende como una marea negra por demasiadas congregaciones (con sus ministros al
frente, lo cual nos resulta difícil de comprender) hasta impregnar (pseudo)denominaciones
enteras.
Para esta clase de personas el concepto de “teología”, al parecer, viene a quintaesenciar
todos los males del universo, o por lo menos de sus pequeños universos-islas en los que
viven con mayor o menor tranquilidad. Lo trágico es que no se percatan de que esos
mundos particulares, que no pasan de ser simples ghettos, están abocados a la desaparición
por su propia dinámica interna, por su cada vez más patente carencia total de identidad. O
dicho de otra forma, por su carencia total de una verdadera teología.
Sí, así es. La teología es lo que confiere identidad a las iglesias, ya hablemos de conjuntos
denominacionales o de congregaciones y parroquias individuales. Y constituye un desafío
permanente el mantener esa teología en medio de un océano de ideologías encontradas, y
demasiadas veces superficiales, que se asienta sobre un mundo cada vez más impersonal,
o como gustan algunos de decir, más “globalizado”, en el que los distintivos de todo tipo
tienden a difuminarse en aras de una macro-cultura (?) universal (la de la Coca-Cola, los
Pizza-Hut, Zara, Benetton, y suma y sigue).
La teología es lo que confiere identidad a las iglesias[/quote] En primer lugar, la teología
recoge el pensamiento o las doctrinas distintivas de una iglesia determinada. No se trata
de un asunto sin importancia; de no ser así, no aconsejaría San Pablo Apóstol que se
conservaran, como leíamos en el versículo del encabezamiento y podríamos leer en otros
tantos del mismo tenor. Por mucho que haya quienes se empeñen contra viento y marea
en una cruzada por la simplicidad de creencias o por incidir solamente en uno o dos puntos
básicos que nos unan a todos los creyentes del mundo, la revelación bíblica es demasiado
insistente en ciertas ideas capitales como para que se puedan obviar en aras de una
presunta unión, que sería también superficial, dígase lo que se quiera. No es posible ser
miembro de una iglesia o una denominación determinada sin saber bien qué enseña, qué
profesa, qué cree. No puede ser igual formar parte de una congregación que crea en
Jesucristo como su verdadero Señor y Salvador, que ingresar en otra para la cual la figura
de Cristo no pase de ser un simple maestro judío de moral, sin mayores implicaciones. No
es lo mismo creer en la divinidad de Jesucristo que suponer que el hombre Jesús de
Nazaret fue únicamente eso, un ser humano como cualquier otro. No es equiparable pensar
que Dios es todopoderoso y que tiene control y señorío absolutos sobre todo el universo,
con la creencia en un dios al que se puede manipular a base de peticiones o un dios
sometido a las decisiones humanas, que se vea obligado a cambiar de continuo sus
propósitos en virtud de lo que decidan sus criaturas.
En segundo lugar, la teología efectúa una reflexión permanente sobre esas doctrinas, sobre
esas enseñanzas recogidas. No se trata de decir “creemos esto o lo otro”, sino de saber por
qué lo creemos así y no de otra manera, es decir, de pensar en ello, de profundizar en todo
cuanto ello implica. Resulta terrible que una iglesia se limite a recitar credos, profesiones
de fe o textos bíblicos aprendidos de memoria, y que no pase de ese estado. Tal es la
tendencia natural de las religiones paganas, lo que nos hace pensar en una triste, pero más
que evidente, realidad: la paganización acelerada y progresiva del mundo evangélico
contemporáneo, que en demasiados casos ha descendido al nivel de una pura recitación
mal entonada de mantras supuestamente cristianos, pero sin raciocinio, sin apropiación
intelectual, y demasiadas veces sin sentido. La teología nos impulsa a estudiar las
Escrituras y compartir ese estudio con los creyentes, hacer una puesta en común de cuanto
hemos aprendido, en una palabra, deleitarnos en las profundidades y los arcanos de la
Biblia, siguiendo siempre su hilo conductor, que aparece ya en Gn. 1, 1 y concluye en Ap.
22, 21, y finalmente a compartir con otros nuestra fe. No hay testimonio efectivo sin una
teología de base que lo sustente, por simple o rudimentaria que pudiera parecer (nunca es
tal, desde luego).
En tercer lugar, la teología se plasma en la vida de la iglesia. Más aún, la colorea, la
impregna, la marca con un sello indeleble. Una iglesia cuya teología esté firmemente
anclada en la Palabra Viva del Dios Vivo tendrá una liturgia dominical lo suficientemente
elaborada —es decir, pensada, reflexionada, bien meditada— para ofrendar a Dios Padre
un culto solemne, respetuoso, en el que Cristo sea proclamado como lo que realmente es,
o sea, el Señor, al mismo tiempo que actividades que enriquezcan a la congregación e
inviten a otros a unirse a ella. Y no sólo pensamos en reuniones especiales de estudio
bíblico o catequesis de niños, adolescentes, jóvenes y adultos, siempre necesarias, sino en
cosas tan simples como el café o el aperitivo después del servicio dominical, que tanto
desarrolla la hermandad entre los creyentes, o las actividades de tipo social, ya sean de
cara al exterior (diaconías) como de puertas adentro (programas especiales para ocasiones
destacadas). Nada de todo ello tiene sentido sin una bien cimentada teología en la base.
Sin teología, los cultos devienen verdaderos circos, auténticos espectáculos de pésima
calidad y en ocasiones altamente ofensivos, en los que la predicación del Evangelio
(cuando la hay, que ésa es otra) es cualquier cosa menos predicación o Evangelio. Por otro
lado, y sería bueno no olvidarlo nunca, sin teología no hay instrucción, y cualquier cosa
que se quiera tapar con el nombre de diaconía acaba convirtiéndose en mero activismo
social, a veces con unos tonos políticos demasiado evidentes y muy poco recomendables.
Por último, la teología constituye la formación básica fundamental del pastor, anciano,
presbítero, rector o sacerdote que ha de estar al frente de cada congregación y sobre cuyos
hombros recae la ardua tarea de alimentar, formar y conducir al rebaño del Señor.
Sinceramente, nos cuesta comprender cómo es posible que en algunas iglesias y
denominaciones enteras se promocione (!) que los predicadores carezcan de formación
teológica elemental. Digámoslo claro: sin teología, el pastor, quiéralo o no, se convertirá
en lobo, tarde o temprano. En vez de alimentar, atrofiará. En vez de formar, conformará a
su propia imagen y semejanza, es decir, deformará. En vez de conducir, pretenderá dirigir,
pero no como un pastor, sino como un tirano; cosas todas ellas de las que hoy, por
desgracia, sobran los ejemplos en demasiadas congregaciones y denominaciones de todo
el mundo en que se habla la lengua de Cervantes, y también en el resto.
Al “no necesitamos teología” de tantos presuntos “líderes” e “iluminados” de nuestro
mundo contemporáneo, oponemos hoy un clarísimo “necesitamos teología”. O mejor
todavía, un “Señor, danos buena teología y buenos teólogos”.
Permanezcamos firmes en aquello que por la Gracia de Dios hemos recibido.
LA “TEOLOGÍA POPULAR”,
OTRA FORMA DE HACER TEOLOGÍA
Hay dos formas de hacer teología: La teología “especulativa” y la teología “narrativa”.
Estas dos formas de hacer teología están ya presentes en el Nuevo Testamento. El ejemplo
más claro de una teología marcadamente especulativa es la teología de San Pablo. Como
el ejemplo más destacado de una teología narrativa se encuentra en los evangelios. No se
trata de que cada una de estas dos formas de hacer teología sea excluyente de la otra. El
problema no está en eso.
Como es lógico, la diferencia más evidente está en que, mientras que la teología
especulativa se elabora a base de ideas, doctrinas, verdades, dogmas…, la teología
narrativa consiste en relatos que presentan hechos, al menos presuntamente históricos, por
más que necesiten la debida hermenéutica, según el “género literario” en el que está
redactado cada relato. No se puede leer lo mismo en la narración de un milagro que la de
una parábola, por poner un ejemplo sencillo.
Pero entre la teología especulativa y la teología narrativa que tenemos en la Iglesia, existen
diferencias que son mucho más de fondo. Ante todo, la teología narrativa, al estar
constituida por una serie de relatos, tiene obviamente una “estructura histórica”. Mientras
que la teología especulativa, al estar elaborada sobre enseñanzas, doctrinas y
especulaciones, tiene una “estructura filosófica”.
Como advirtió acertadamente Bernhard Welte, en el caso de la teología narrativa
(histórica), nos preguntamos “lo que sucede” (o ha sucedido, was geschah), en tanto que,
en el caso de la teología especulativa (filosófica), en lo que nos fijamos es en “lo que es”
(was ist). Los verbos “ser” y “suceder” (acontecer) determinan y configuran ambas
teologías. Hay personas que preguntan: ¿Jesús es Dios? (teología especulativa). Como hay
quienes (menos) que se preguntan: ¿qué sucede donde Dios se hace presente? (teología
narrativa). Y es que, como entiende cualquiera, la teología especulativa centra su atención
en el “ser”, mientras que la teología narrativa se interesa sobre todo por el “acontecer”.
A la teología especulativa le preocupa, más que nada, el “dogma”. A la teología narrativa
le interesa sobre todo la “ética” (la conducta, la moral, la forma de vivir).
Ahora bien, con esto llegamos al fondo del problema. La teología narrativa (la de los
evangelios), al estar situada en el ámbito de la historia, no tiene más remedio que empezar
interesándose por “lo humano”, lo que sucede en la historia, en el espacio y el tiempo. Es,
por tanto, una teología que se hace “desde abajo”.
Por el contrario, la teología especulativa (la de Pablo), al empezar situándose fuera de la
historia, por eso mismo toma como punto de partida “lo divino”, lo que no podemos pensar
sino como “lo trascendente”, más allá del espacio y el tiempo, “desde arriba”. Y esto es
justamente lo que hizo Pablo, ya que él no conoció al Jesús terreno, sino que empezó su
itinerario de creyente y su apostolado desde el Resucitado, el Señor de la Gloria (Rm 1,
4).
De ahí que Pablo explica los hechos históricos más fuertes (por ejemplo, la muerte de
Jesús), no desde lo que aconteció en Galilea o en Jerusalén, sino desde el estremecedor
decreto divino según el cual Dios hizo a Jesús “pecado” (2 Cor 5, 21) y “maldición” (Gal
3, 13) por nuestros pecados y por nuestra salvación. Ya que, según la carta a los hebreos,
“sin derramamiento de sangre, no hay perdón” (Hb 9, 22).
El fondo del problema, por tanto, con el que tropezamos en la teología especulativa, está
en que, de pronto y para empezar, nos vemos metidos de lleno en un ámbito de realidad
que nos trasciende y que, por eso mismo, es para nosotros un conjunto de realidades, de
ideas, de problemas y posibles soluciones que no entendemos, ni podemos alcanzar a
explicar. Sencillamente porque nos trascienden.
De ahí que la teología, la religión y la catequesis constituyen un conjunto de saberes que,
a la mayoría de la gente, ni le dicen casi nada, ni le interesan, ni le resuelven los problemas
que de verdad preocupan a tantos y tantos ciudadanos, sobre todo entre las generaciones
jóvenes. Quizá son muchos los que oyen hablar de Dios, de la Religión y de la Iglesia
como “elementos extraños a la vida”, que alguien (o algo) pretende introducir en sus vidas
aportando nuevas complicaciones, más bien que soluciones, a una vida que ya se ha puesto
demasiado complicada.
La “Teología Popular”
La propuesta que hace la “Teología Popular” no se limita al intento, casi desesperado, de
explicar la teología de siempre, la teología dominante en la Iglesia, tal como quedó
estructurada desde los siglos XI y XII, pretendiendo explicar aquella forma de
pensamiento, de hace casi 800 años, en un lenguaje sencillo, popular y al alcance de todo
el mundo. Es evidente que todo lo que se haga en ese sentido merece nuestro
reconocimiento y nuestro elogio.
Pero, tan evidente como eso, es que, si la Teología Popular se limita a simplificar el
lenguaje, manteniendo básicamente la misma estructura y los mismos contenidos, con eso
no llegaremos muy lejos. Ni de esa forma arreglaremos la mayor parte de los problemas
que mucha gente tiene con la Religión y con la Teología. Entonces, ¿qué hacer?
La propuesta de la Teología Popular consiste en optar decididamente por la “teología
narrativa”.
El evangelio de Juan dice: “A Dios nadie lo ha visto jamás; el Hijo único, que está en el
seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer” (Jn 1, 18). Esto quiere decir que el Dios
trascendente, al que jamás hemos visto ni podemos ver, al que no conocemos ni podemos
conocer, se nos ha manifestado en Jesús. En el hombre Jesús, que es el Dios “hecho carne”
(Jn 1, 14), es decir, hecho humanidad y, por tanto, al alcance de nuestra limitada condición
humana. Por eso Jesús pudo decirle al apóstol Felipe: “el que me ve a mí, está viendo al
Padre” (Jn 14, 9).
O sea, a Dios lo vemos, lo escuchamos, lo palpamos, en Jesús, en su forma de vida, en sus
costumbres, en lo que le interesaba o agradaba y en lo que no le interesaba y le
desagradaba. Es decir, en el gran relato de los evangelios es donde conocemos a Dios, lo
que nos dice Dios y lo que quiere Dios.
Pero aquí es importante hacer todavía algunas aclaraciones. Ante todo, conviene tener en
cuenta que la Teología Popular no se limita (o no debe limitarse) a explicar cada texto,
cada relato, como siempre se ha hecho en las clases de exégesis bíblica. Por supuesto, es
importante conocer bien y poder precisar lo que dicen (y lo que no dicen) los textos de los
evangelios. Pero con eso no basta. Lo decisivo es aprender cómo Dios se nos “representa”
en las narraciones que nos relatan cómo vivió Jesús y cómo quiso Jesús que vivamos los
seres humanos.
Y lo que se dice de Dios, hay que decirlo igualmente de la fe, de la salvación, de la
esperanza… De todo cuanto Dios, en Jesús, nos quiso decir y en él descubrimos.
Esto supuesto, el asunto capital, para la Teología Popular, está en esto: lo que nos presenta
la teología narrativa, que encontramos en los evangelios, es el gran relato de un conflicto:
el conflicto de Jesús con la Religión establecida en su tiempo y en la cultura de su pueblo.
Jesús se enfrentó a los Sumos Sacerdotes, a los Maestros de la Ley, a los Senadores del
pueblo, al Templo, a las normas y tradiciones…
Jesús fue un hombre profundamente religioso, como lo demuestra su frecuente e intensa
relación con el Padre del Cielo, su intimidad única con el Padre (Mt 11, 27; Lc 10, 22), su
insistente oración en la soledad de campos y montañas, la presentación repetida y
constante del Padre como ejemplo y modelo de vida (Mt 5, 43 – 46; Lc 15, 11 – 32).
Pero sabemos, por los relatos evangélicos, que la intensa religiosidad de Jesús fue una
“religiosidad alternativa”. Es decir, lo determinante de la religiosidad de Jesús no fue la
fiel observancia de los ritos. Para Jesús, más importante que la sumisión a los ritos fue
siempre la felicidad de los seres humanos, la dignidad de las personas, la bondad y la
cercanía en su relación con todos los que se ven maltratados por la vida o por la sociedad.
Dicho esto, es decisivo caer en la cuenta de la distancia que Jesús mantuvo siempre en su
relación con la exacta observancia de los ritos. No olvidemos que “los ritos condensan
todo el sistema de signos de una religión” (G. Theissen). De ahí que, en este asunto, hay
que afrontar el problema del comportamiento que, con tanta frecuencia, caracteriza a las
personas religiosas.
¿En qué consiste este problema? El ámbito primario del comportamiento del “homo
religiosus” es el “rito”, no es el “ethos”. Es decir, las personas muy religiosas suelen
centrar más su atención y su interés en la exacta observancia de los ritos que en las
exigencias que se derivan del Evangelio y que se deben traducir en bondad, respeto,
tolerancia y ternura con todos.
¿Por qué esta prioridad del rito sobre el ethos en el homo religiosus? Porque los ritos son
acciones que, debido al rigor en la observancia de las normas, constituyen un fin en sí (G.
Theissen).
Ahora bien, desde el momento en que ocurre eso, el interés del sujeto se centra en la
observancia de las normas básicas que son vinculantes para todos y que constituyen el
kosmos, el “orden”, que ofrece seguridad y libera del miedo al kaos, el “desorden”, que
se traduce en violencia. Ésta es la razón por la que la Religión es “orden”, en tanto que el
Evangelio es “desorden”. Jesús, de hecho, fue condenado y ejecutado como un subversivo
y un agitador (Jn 18, 30; 19, 12; Lc 23, 2. 5).
He aquí la razón que explica por qué la gente muy religiosa -y no digamos los
“profesionales” de la Religión- con frecuencia producimos y reproducimos pautas de
conducta de una violencia reprimida que no imaginamos. Una violencia de la que casi
nunca somos conscientes. Pero una violencia que llevamos dentro y de la que no tenemos
ni idea e incluso ni la sospechamos. El Evangelio es una clave capital de lectura para la
toma de conciencia de este fenómeno tan singular como desconcertante.
Teólogos por necesidad
Hoy, en nuestra América Latina se hace más necesario que nunca reflexionar
teológicamente y poner «toda nuestra mente y todo nuestro empeño» al servicio del Reino
de Dios. El explosivo crecimiento evangélico nos ha saturado de estrategas del
proselitismo que privilegian la acción sobre todas las cosas...
Fue a partir del siglo III cuando la historia del cristianismo recibió noticia de los primeros
teólogos sistemáticos de nuestra fe. La predicación entusiasta y comprometida de los
primeros siglos había «trastornado al mundo entero» (Hch. 17:3), sin importar que su
costo fuera la vida de miles de creyentes mártires.
De la predicación evangelística (kerygmática), centrada en el anuncio de Jesús como
Señor y Rey, se abrió paso a la predicación didáctica, cuyo contenido principal giraba en
torno a la aplicación práctica de los principios cristianos para la vida diaria. Es dentro de
este nuevo contexto de didáctica de la fe que nace y se desarrolla la teología general. A
partir de entonces, al mismo tiempo que se predicaba a Cristo, se escribía sobre la
cristología; al mismo tiempo que se predicaba bajo el poder del Espíritu, se reflexionaba
sobre la pneumatología (doctrina del Espíritu Santo) y su significado bíblico.
En la lista de esos primeros «pensadores de la fe» aparecen los nombres de Tertuliano de
Cartago (c. 160c. 220), Orígenes de Alejandría (c. 18sc. 254), Clemente de Alejandría
(c.155-220) e Ireneo de Lión (c. l2~200), entre otros. Ellos, movidos por las grandes
necesidades de la Iglesia y conscientes de la importancia de su momento histórico,
desplegaron una amplia actividad literaria y combatieron con ardor las primeras herejías
del cristianismo.
Su erudición bíblica era una prueba evidente de su compromiso discipular, de ese
compromiso que integra con sano equilibrio la le y la razón, la devoción y la teología, la
acción y la reflexión. Sin embargo, hay algo que se debe resaltar por encima de todas sus
grandes contribuciones y es el hecho significativo de que hicieron teología y pusieron todo
su rigor intelectual al servicio de la Iglesia en respuesta a las necesidades existentes y
acosados por los retos del contexto histórico. Fueron, pues, teólogos por necesidad; la
persecución arreciaba, las doctrinas heréticas proliferaban y su mundo les exigía razón de
su esperanza.
Teólogos por necesidad, ¡qué gran lección! Esos primeros sistematizadores de las
doctrinas cristianas no supieron lo que era la teología como simple ejercicio intelectual o
como lujo accesorio de la naciente Iglesia; fueron, sobre todo, definidores de las grandes
doctrinas, antes que pensadores profesionales o teólogos de escritorio. Su reflexión
teológica estaba claramente precedida por su urgencia pastoral. En el caso de Ireneo por
ejemplo, cuando escribió sus cinco libros en contra de los gnósticos, lo hizo motivado por
su sincero interés por la vida de las iglesias que estaban bajo su cuidado pastoral.
Hoy, en América Latina se hace más necesario que nunca reflexionar teológicamente y
poner «toda nuestra mente» al servicio del Reino de Dios. El explosivo crecimiento
evangélico nos ha saturado de estrategas del proselitismo que privilegian la acción sobre
todas las cosas. El afán por los números el excesivo énfasis en las emociones y la
masificación de la fe, clamar por verdaderos(as) teólogos(as) que orienten a la Iglesia y
recuerden con voz profética la centralidad de las Escrituras. Aquí y ahora, los teólogos(as)
han dejado de ser un lujo para convertirse en una necesidad prioritaria. Que la Teología
deje oír su voz.