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ABC SÁBADO 3-2-2001 65 TRIBUNA E S esencial en la vida saber lo que uno quiere y a dónde va. El que está perdido no sabe a dónde va. Y necesita irse encontrando, recuperar la direc- ción, el rumbo, la trayectoria por donde uno circu- la de la mejor manera posible. ¿Qué ha pasado en las últimas décadas en nuestra cultura para que esto se haya producido, cuáles son las claves que explican este fenómeno de perder el derrotero y no encontrar el trazado para dirigir la vida personal hacia buen puerto? Para mí las variables que se entremezclan para originar este hecho son muy variadas. Por una parte los cambios vertiginosos operados en los últimos años en cuestiones esenciales. Hoy la vida va demasiado deprisa, pero no me refiero sólo a su ritmo, sino también a los ingredientes que se alojan dentro de ella. Hemos cambiado más en dos décadas que en un siglo. Los avances, la técni- ca, las modernas investigaciones han revoluciona- do las formas de vida. Asistimos al desgaste de los materiales sólidos con los que se edificaban las ideas y las creencias. Y que daban firmeza, pleni- tud y felicidad a la vida. Todo arde en el mercado de la modernidad. Unas cosas queman y dan fuego. Pero otras, desgraciadamente, se desvanecen y de- jan al hombre huérfano de los principales valores. Se ha ido produciendo una especie de malversa- ción de las palabras, que ha llevado al uso, abuso y falsificación de los conceptos primordiales. Hay to- da una manipulación producida de aquí y de allá, que desdibuja y trivializa las nociones. Contraban- do del lenguaje, estafa a favor de la apariencia hue- ca, que suena sin contenido. El bombardeo constante de noticias e informacio- nes a través de los grandes medios de comunica- ción. Información que no es formativa, que no hace al hombre más maduro, ni lo mejora y enriquece. Sino que no deja en un estado de ánimo que bascula entre el pesimismo, el no saber a qué atenerse y el pensar lo mal que está el mundo. Su efecto va a conducir a lo que yo llamaría el síndrome del exceso de información. Esto se da no sólo en este terreno, sino que se hace extensivo a los campos profesionales más diversos. Síndrome por exceso de referencias: aturdimiento por abun- dancia y dispersión de reseñas y datos. En el campo de la medicina esto es una constante. Pero sucede igual en el campo del Derecho, la Economía y por supuesto, con mucho más motivo en las Ciencias Sociales y en las Investigaciones Biológicas. Los mismos periódicos nos someten a un ametralla- miento muy similar. Es menester saber hacer una criba de todo eso que se recibe, sobre todo por higie- ne mental. Es menester descibrar el criptograma de datos que nos llegan como en cascada, unos de- trás de otros. Hay que buscar las claves haciendo una labor de síntesis: quedarse con lo esencial, al- macenarlo y tirar lo que estorba. Ese trabajo intelectual no es fácil y requiere un cierto entrenamiento en la tarea de separar el trigo de la paja. El paisaje mediático constitu- ye hoy una amenaza para la socie- dad. Son tantas las noticias, hechos e informaciones que recibimos, que nadamos en la abundancia, pero ¿para qué? ¿Necesitamos tanto pa- ra seguir funcionando? Es evidente que la información y, sobre todo, la privilegiada, significa poder. Pero tan mala es su carencia como su plétora. Hay que buscar la justa me- dida. Mantenerse informado sin perder el equilibrio psicológico. Confuso a la hora de interpretar la vida y sus formas. Hipertrofia en- fermiza que atiborra de mil cosas y que se desliza hacia una «cierta in- diferencia por saturación de contra- dicciones». Otro factor es la presentación per- manente de vidas conocidas sin mensaje interior. Aquí se lleva la palma la televisión. Da pena asistir al espectáculo permanente de los personajes que en ella aparecen: futbolistas (una y otra vez), las mode- los (hoy tan de moda) y los artistas en sus más diversas artes. Pocas veces asistimos a una entre- vista valiosa, profunda de alguien que enseña otra visión de la jugada de la vida, distintas de esas tan manidas y sobadas. Y no digamos nada, de las revis- tas del corazón, a las que hay que dedicarle una mención especial. Hace veinte años nos presenta- ban a los personajes conocidos y los acercaban con sus fotos familiares. Hoy, con la decadencia de las formas de vida familiar, se han centrado en las rupturas conyugales y en el seguimiento de por dónde han saltado cada uno de los miembros de la pareja y hacia dónde dirigen sus vidas. Interesa la vida ajena de los personajes conocidos, pero rota, truncada, hecha añicos. Hay un fondo morboso en esa inclinación. Y también, pasar el rato trivializan- do la vida. Las desgracias ajenas gustan, porque compensan las propias. Se trata de pasar el rato sin más. «Las revistas del corazón representan el míni- mo denominador común de la cultura de masas». Todo esto va conduciendo a una «ausencia de líderes». Líder es una palabra de procedencia ingle- sa, «leader», que significa «guía», jefe, conductor, persona que va delante enseñando con su tipo de vida un estilo superior de existencia. En esas perso- nas, podemos ver los grandes argumentos repletos de sentido, atractivos, sugerentes, invitándonos a seguir en esa dirección. Ésa es la tarea del educa- dor: dirigir, orientar, descubrir lo mejor de lo que el hombre es capaz, haciendo atractivo lo que es costoso, pero que merece la pena alcanzarlo. Nos convertimos así en tristes vagabundos de Samuel Beckett, esperando siempre a que en el escenario público surjan hombres de una pieza que alumbren sin deslumbrar. Esta ausencia lleva a uniformar a la masa en el peor sentido de la palabra, otorgándo- le la victoria a una mediocridad que se va impo- niendo día a día. El resumen de lo anterior termina en la «des- orientación moral». La moral es el arte de vivir con dignidad, como corresponde al ser humano. Tam- bién la moral es el arte de usar de forma correcta la libertad, poniendo en juego los mejores recursos de nuestra naturaleza. La costumbre de poner sobre la mesa lo más positivo que uno tiene. Las costum- bres hacen y deshacen al hombre. Lo elevan y lo rebajan de nivel; refuerzan su libertad o la redu- cen. «La moral es la estética de lo mejor». Ésta afecta a la condición de la vida en su totalidad, que se dirige hacia el bien, viviendo a fondo en la ver- dad. Se desciende así hacia lo que ha llamado Gilles Lipovetsky «la ética indolora» y lo que yo he deno- minado «la moral light», tejida e hilvanada de una tetralogía disolvente y giratoria, que acaba en el nihilismo: hedonismo-consumismo-permisividad- relativismo. Es «la apoteosis de los escenarios nihi- listas», en donde asistimos a una sociedad que ha perdido los puntos de referencia y se va imponien- do la fascinación por una tolerancia ilimitada (véa- se lo que sucede con la televisión, que está en la gran mayoría de los países europeos bajo míni- mos). Una vez que han caído las ideologías globali- zadoras, se mantienen unas exigencias morales muy básicas. De ahí transitamos hacia una «des- orientación moral al diluirse los criterios persona- les» e ir más hacia los sociales. Erosión demoledo- ra en la que estamos y que oscila entre la levedad y la dispersión, la sugestión por lo inmediato y el éxtasis de la facilidad. ¿Cómo orientarnos en un mundo tan cambiante, complejo y poliédrico? Los famosos eslóganes del 68 francés: «Disfrutad sin trabas», «Prohibido pro- hibir», «Pedir lo imposible», han ido produciendo unos efectos imprevistos. Una sociedad desarmada moralmente va a la deriva, al desvanecerse sus fundamentos. Las fronteras entre el bien y el mal ya no tienen un trazado claro, se desdibujan entre los muchos hilos que trenzan el tapiz de lo que debe ser el hombre. Llegamos así al «relativismo moral». Lo que dis- tingue a los hombres es su tipo de vida. Lo que llevan dentro y los valores de los que son portado- res. La filosofía del relativismo desemboca en el escepticismo: indiferencia por sa- turación de contradicciones, afir- mando que la verdad no existe o que el hombre es incapaz de alcan- zarla. «El relativismo como forma de pensamiento tiene un tono devo- rador, hace tabla rasa de todo lo que encuentra a su paso». Se produ- ce así la «absolutización de lo rela- tivo». Para salir de la crisis hay que coger papel y lápiz y hacer cuentas con uno mismo. Cazando sutilezas, explorando los pasillos de nuestro interior buscando los antiguos pro- pósitos, la llama que no se atrevió a ser fuego abrasador. Y la coheren- cia, es pieza antológica que nos sal- va de todos los naufragios. Aspirar a una buena ecuación entre la teo- ría y la práctica. Y así nos volvere- mos prestidigitadores de la conduc- ta, saltado por encima de todas las dificultades y derrotas. Ingeniería que persigue la excelencia perso- nal y la alegría, que son el fin de toda educación. E STA tarde le digo al alcalde que me vine a vivir a este pueblo para hablar con las ovejas, con va- cas, con las gallinas, con las cabras, con los perros y, en general, con todos los animales que viven en el lugar. —Lo que yo pretendo —sigo expli- cándole— es que los animales me cuenten sus problemas. El alcalde me mira fijamente a los ojos. Está pensando que me falta un tornillo. No es el primero. Cambia de tema y me cuenta que de chico fue a la escuela con mi tío. Yo le contesto que lo único que sé de mi tío es que se llamaba Avelino y te- nía un ojo más grande que el otro. —Así es —recuerda el alcalde—. El pobre Avelino tenía un ojo más grande que el otro. No quiere decirme por qué le ha llamado pobre ni yo se lo pregunto. A lo mejor es porque mi tío está muerto y él continúa vivo. Me da unas cuantas palmadas en la espal- da y va a reunirse con los dos hom- bres que están esperándole delante de la puerta del Ayuntamiento. Les dice alguna cosa y uno de los hom- bres vuelve la cabeza y se me queda mirando, pero yo les sostengo tran- quilamente la mirada. —Ya me iréis conociendo —susu- rro, por lo bajines—. Todo es cues- tión de tiempo. JAVIER TOMEO Cuestión de tiempo ESCRITOR ENRIQUE ROJAS El hombre en crisis «Las fronteras entre el bien y el mal se desdibujan entre los muchos hilos que trenzan el tapiz de lo que debe ser el hombre» CATEDRÁTICO DE PSIQUIATRÍA

PSICOLOGIA el hombre en crisis

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ABC SÁBADO 3-2-2001

65TR IBUNA

E S esencial en la vida saber lo que uno quiere ya dónde va. El que está perdido no sabe a dónde

va. Y necesita irse encontrando, recuperar la direc-ción, el rumbo, la trayectoria por donde uno circu-la de la mejor manera posible. ¿Qué ha pasado enlas últimas décadas en nuestra cultura para queesto se haya producido, cuáles son las claves queexplican este fenómeno de perder el derrotero y noencontrar el trazado para dirigir la vida personalhacia buen puerto? Para mí las variables que seentremezclan para originar este hecho son muyvariadas.

Por una parte los cambios vertiginosos operadosen los últimos años en cuestiones esenciales. Hoyla vida va demasiado deprisa, pero no me refierosólo a su ritmo, sino también a los ingredientes quese alojan dentro de ella. Hemos cambiado más endos décadas que en un siglo. Los avances, la técni-ca, las modernas investigaciones han revoluciona-do las formas de vida. Asistimos al desgaste de losmateriales sólidos con los que se edificaban lasideas y las creencias. Y que daban firmeza, pleni-tud y felicidad a la vida. Todo arde en el mercado dela modernidad. Unas cosas queman y dan fuego.Pero otras, desgraciadamente, se desvanecen y de-jan al hombre huérfano de los principales valores.

Se ha ido produciendo una especie de malversa-ción de las palabras, que ha llevado al uso, abuso yfalsificación de los conceptos primordiales. Hay to-da una manipulación producida de aquí y de allá,que desdibuja y trivializa las nociones. Contraban-do del lenguaje, estafa a favor de la apariencia hue-ca, que suena sin contenido.

El bombardeo constante de noticias e informacio-nes a través de los grandes medios de comunica-ción. Información que no es formativa, que no haceal hombre más maduro, ni lo mejora y enriquece.Sino que no deja en un estado de ánimo que basculaentre el pesimismo, el no saber a qué atenerse y elpensar lo mal que está el mundo.

Su efecto va a conducir a lo que yo llamaría elsíndrome del exceso de información. Esto se da nosólo en este terreno, sino que se hace extensivo alos campos profesionales más diversos. Síndromepor exceso de referencias: aturdimiento por abun-dancia y dispersión de reseñas y datos. En el campode la medicina esto es una constante. Pero sucedeigual en el campo del Derecho, la Economía y porsupuesto, con mucho más motivo en las CienciasSociales y en las Investigaciones Biológicas. Losmismos periódicos nos someten a un ametralla-miento muy similar. Es menester saber hacer unacriba de todo eso que se recibe, sobre todo por higie-ne mental. Es menester descibrar el criptogramade datos que nos llegan como en cascada, unos de-trás de otros. Hay que buscar las claves haciendouna labor de síntesis: quedarse con lo esencial, al-macenarlo y tirar lo que estorba.Ese trabajo intelectual no es fácil yrequiere un cierto entrenamientoen la tarea de separar el trigo de lapaja. El paisaje mediático constitu-ye hoy una amenaza para la socie-dad. Son tantas las noticias, hechose informaciones que recibimos, quenadamos en la abundancia, pero¿para qué? ¿Necesitamos tanto pa-ra seguir funcionando? Es evidenteque la información y, sobre todo, laprivilegiada, significa poder. Perotan mala es su carencia como suplétora. Hay que buscar la justa me-dida. Mantenerse informado sinperder el equilibrio psicológico.Confuso a la hora de interpretar lavida y sus formas. Hipertrofia en-fermiza que atiborra de mil cosas yque se desliza hacia una «cierta in-diferencia por saturación de contra-dicciones».

Otro factor es la presentación per-manente de vidas conocidas sinmensaje interior. Aquí se lleva lapalma la televisión. Da pena asistir

al espectáculo permanente de los personajes que enella aparecen: futbolistas (una y otra vez), las mode-los (hoy tan de moda) y los artistas en sus másdiversas artes. Pocas veces asistimos a una entre-vista valiosa, profunda de alguien que enseña otravisión de la jugada de la vida, distintas de esas tanmanidas y sobadas. Y no digamos nada, de las revis-tas del corazón, a las que hay que dedicarle unamención especial. Hace veinte años nos presenta-ban a los personajes conocidos y los acercaban consus fotos familiares. Hoy, con la decadencia de lasformas de vida familiar, se han centrado en lasrupturas conyugales y en el seguimiento de pordónde han saltado cada uno de los miembros de lapareja y hacia dónde dirigen sus vidas. Interesa lavida ajena de los personajes conocidos, pero rota,truncada, hecha añicos. Hay un fondo morboso enesa inclinación. Y también, pasar el rato trivializan-do la vida. Las desgracias ajenas gustan, porquecompensan las propias. Se trata de pasar el rato sinmás. «Las revistas del corazón representan el míni-mo denominador común de la cultura de masas».

Todo esto va conduciendo a una «ausencia delíderes». Líder es una palabra de procedencia ingle-sa, «leader», que significa «guía», jefe, conductor,persona que va delante enseñando con su tipo devida un estilo superior de existencia. En esas perso-nas, podemos ver los grandes argumentos repletos

de sentido, atractivos, sugerentes, invitándonos aseguir en esa dirección. Ésa es la tarea del educa-dor: dirigir, orientar, descubrir lo mejor de lo queel hombre es capaz, haciendo atractivo lo que escostoso, pero que merece la pena alcanzarlo. Nosconvertimos así en tristes vagabundos de SamuelBeckett, esperando siempre a que en el escenariopúblico surjan hombres de una pieza que alumbrensin deslumbrar. Esta ausencia lleva a uniformar ala masa en el peor sentido de la palabra, otorgándo-le la victoria a una mediocridad que se va impo-niendo día a día.

El resumen de lo anterior termina en la «des-orientación moral». La moral es el arte de vivir condignidad, como corresponde al ser humano. Tam-bién la moral es el arte de usar de forma correcta lalibertad, poniendo en juego los mejores recursos denuestra naturaleza. La costumbre de poner sobrela mesa lo más positivo que uno tiene. Las costum-bres hacen y deshacen al hombre. Lo elevan y lorebajan de nivel; refuerzan su libertad o la redu-cen. «La moral es la estética de lo mejor». Éstaafecta a la condición de la vida en su totalidad, quese dirige hacia el bien, viviendo a fondo en la ver-dad. Se desciende así hacia lo que ha llamado GillesLipovetsky «la ética indolora» y lo que yo he deno-minado «la moral light», tejida e hilvanada de unatetralogía disolvente y giratoria, que acaba en elnihilismo: hedonismo-consumismo-permisividad-relativismo. Es «la apoteosis de los escenarios nihi-listas», en donde asistimos a una sociedad que haperdido los puntos de referencia y se va imponien-do la fascinación por una tolerancia ilimitada (véa-se lo que sucede con la televisión, que está en lagran mayoría de los países europeos bajo míni-mos). Una vez que han caído las ideologías globali-zadoras, se mantienen unas exigencias moralesmuy básicas. De ahí transitamos hacia una «des-orientación moral al diluirse los criterios persona-les» e ir más hacia los sociales. Erosión demoledo-ra en la que estamos y que oscila entre la levedad yla dispersión, la sugestión por lo inmediato y eléxtasis de la facilidad.

¿Cómo orientarnos en un mundo tan cambiante,complejo y poliédrico? Los famosos eslóganes del68 francés: «Disfrutad sin trabas», «Prohibido pro-hibir», «Pedir lo imposible», han ido produciendounos efectos imprevistos. Una sociedad desarmadamoralmente va a la deriva, al desvanecerse susfundamentos. Las fronteras entre el bien y el malya no tienen un trazado claro, se desdibujan entrelos muchos hilos que trenzan el tapiz de lo que debeser el hombre.

Llegamos así al «relativismo moral». Lo que dis-tingue a los hombres es su tipo de vida. Lo quellevan dentro y los valores de los que son portado-res. La filosofía del relativismo desemboca en el

escepticismo: indiferencia por sa-turación de contradicciones, afir-mando que la verdad no existe oque el hombre es incapaz de alcan-zarla. «El relativismo como formade pensamiento tiene un tono devo-rador, hace tabla rasa de todo loque encuentra a su paso». Se produ-ce así la «absolutización de lo rela-tivo».

Para salir de la crisis hay quecoger papel y lápiz y hacer cuentascon uno mismo. Cazando sutilezas,explorando los pasillos de nuestrointerior buscando los antiguos pro-pósitos, la llama que no se atrevióa ser fuego abrasador. Y la coheren-cia, es pieza antológica que nos sal-va de todos los naufragios. Aspirara una buena ecuación entre la teo-ría y la práctica. Y así nos volvere-mos prestidigitadores de la conduc-ta, saltado por encima de todas lasdificultades y derrotas. Ingenieríaque persigue la excelencia perso-nal y la alegría, que son el fin detoda educación.

E STA tarde le digo al alcalde queme vine a vivir a este pueblo

para hablar con las ovejas, con va-cas, con las gallinas, con las cabras,con los perros y, en general, contodos los animales que viven en ellugar.

—Lo que yo pretendo —sigo expli-cándole— es que los animales mecuenten sus problemas.

El alcalde me mira fijamente a losojos. Está pensando que me falta untornillo. No es el primero. Cambiade tema y me cuenta que de chicofue a la escuela con mi tío. Yo lecontesto que lo único que sé de mitío es que se llamaba Avelino y te-nía un ojo más grande que el otro.

—Así es —recuerda el alcalde—.El pobre Avelino tenía un ojo másgrande que el otro.

No quiere decirme por qué le hallamado pobre ni yo se lo pregunto.A lo mejor es porque mi tío estámuerto y él continúa vivo. Me daunas cuantas palmadas en la espal-da y va a reunirse con los dos hom-bres que están esperándole delantede la puerta del Ayuntamiento. Lesdice alguna cosa y uno de los hom-bres vuelve la cabeza y se me quedamirando, pero yo les sostengo tran-quilamente la mirada.

—Ya me iréis conociendo —susu-rro, por lo bajines—. Todo es cues-tión de tiempo.

JAVIER TOMEO

Cuestión de tiempoESCRITOR

ENRIQUE ROJAS

El hombre en crisis«Las fronteras entre el bien y el mal se

desdibujan entre los muchos hilos que trenzan

el tapiz de lo que debe ser el hombre»

CATEDRÁTICO DE PSIQUIATRÍA