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A mi familia,
que me apoyó en el largo camino de las oposiciones.
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Acercarnos al mundo del barroco supone acercarse a una época de cambios
políticos y sociales, así como a una crisis del antropocentrismo renacentista.
Europa vive inmersa desde mediados del siglo XVI en la lucha entre la nueva
Iglesia protestante y la Contrarreforma católica de la Iglesia romana, lucha que
abrirá una enorme brecha entre la Europa católica, con España a la cabeza, y
la Europa protestante liderada por Inglaterra y Suiza. Ambos movimientos,
aunque opuestos en un comienzo, en su lucha por una mejor vivencia del
cristianismo, contribuirán a crear una sólida base estilística y temática dentro
del arte barroco.
En el terreno político conviven dos realidades en Europa. Por un lado, las
monarquías absolutas, que alcanzan la cima de su poder, y por otro el naciente
parlamentarismo inglés debido a las tensiones entre el Parlamento y la
monarquía de los Estuardo.
Ambas realidades, la política y la religiosa, determinan el desarrollo del arte
barroco. Un estilo cuya denominación ha desatado no pocas polémicas desde la
aparición del término en el siglo XVIII en los escritos en lengua francesa, como
los de Charles de Brosses. Este autor, ya en 1739 en sus “Cartas de Italia”
describe su viaje al país italiano y habla de determinados edificios como
“barrocos”. En estos primeros escritos el término se refiere a elementos de
carácter irregular y grotescos.
Esta visión negativa del estilo se extiende hasta los inicios del siglo XX, si bien
ya en el siglo XIX de la mano de escritores de lengua alemana, como Wölflin,
comienza a aparecer una valoración objetiva del estilo.
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El arte barroco responde a unas características políticas y sociales de la Europa
del momento y carecería, por tanto, de sentido una valoración del mismo en
comparación con otros estilos previos como el Renacimiento. Son estas
circunstancias políticas, sociales e ideológicas las que determinan dos de sus
rasgos fundamentales. Por un lado, se trata de un arte con un fuerte contenido
ideológico, ya que supone la apoteosis de la Iglesia católica tras el Concilio de
Trento, con un estilo que exalta su poder y su mensaje por el mundo. El
objetivo es persuadir a las multitudes a través de complejos mensajes
simbólicos e iconográficos que exaltan las virtudes cristianas y el premio o
castigo después de la muerte. Y por otro lado, implica la exaltación de las
monarquías absolutas. En ellas el soberano recurre al arte para mostrar la
magnificencia de su poder y tratar de obtener una adhesión unánime en torno
a su persona.
Además, el barroco es un arte con un fuerte carácter urbano que implica una
gran participación popular en los espectáculos que se ofrecen.
Arquitectura, escultura y pintura se unen en el barroco y se subordinan a la
transmisión de un mensaje concreto.
En el capítulo cultural se observa la consagración del teatro como
manifestación literaria más destacada por la importancia de sus temas, su
puesta en escena y su capacidad de persuasión a las masas. Así, en sus
comedias Lope de Vega y Calderón de la Barca escenifican la exaltación al
monarca. Calderón escribe “Nadie ha de juzgar a los reyes sino Dios”.
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Lope de Vega
Igualmente, en las comedias el rey irradiaba perfección y la comunicaba a
quienes lo rodeaban.
Asimismo en la música, las melodías y composiciones se colocaban al servicio
de los poderes. Así, el protestantismo cuenta con “La Pasión según San Mateo”
de Juan Sebastian Bach, la Iglesia católica “triunfante” con el “Gloria” de
Vivaldi, y la monarquía absoluta francesa con las composiciones de Lully
dedicadas al Rey Sol.
La unión de la arquitectura, la pintura y la escultura convierte al barroco en un
estilo teatral al servicio de un poder que encuentra su mejor ámbito de
expresión y exaltación en las ciudades. Así, destacan dos por encima del resto:
Roma y París.