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¿Qué ocurre en África? HILDA VARELA: Reforma (03-Feb-2008).- Los dramáticos acontecimientos postelectorales en Kenia, entre finales de diciembre de 2007 y las primeras semanas de 2008, tomaron por sorpresa a diferentes sectores de la opinión pública internacional, incluidas organizaciones no gubernamentales vinculadas con los derechos humanos. Todo parece indicar que lo sorpresivo fue que la violencia se desencadenara en un país calificado como estable y cuyo comportamiento político se consideraba distinto al de la gran mayoría de los países de África subsahariana. En este contexto, uno de los aspectos que más llama la atención es el hecho de que, en una percepción reduccionista, en la prensa occidental se afirma que podría convertirse en "otra Ruanda". En la primera década del siglo XXI persiste un enorme vacío de conocimiento en torno a los acontecimientos que suceden en África subsahariana, a lo que se suma un profundo racismo, casi siempre no asumido, recibido a través de la formación familiar, religiosa e incluso escolarizada y reforzada por los medios de comunicación masivos. En esa pobreza de conocimiento sigue vivo el viejo mito de que se trata de una región al margen de la dinámica mundial y que en una suerte de "fatalidad histórica" los pueblos locales están condenados a vivir sometidos a formas excesivamente crueles de violencia, con la continua repetición de matanzas y crisis humanitarias. En esa visión deformada de la realidad africana, la crisis en Kenia sería una nueva expresión de la pretendida "fatalidad histórica". Es innegable que el fin de la guerra fría en dicha región ha coincidido con el inicio de una fase de cambios dramáticos asociados con brotes de violencia, que afectan a varios países de ese subcontinente, pero no a todos. Desde finales del siglo XX, en la gran mayoría de los países africanos surgieron diversos procesos de cambio de la escena interna que no necesariamente están asociados con la violencia, englobados bajo el término de transiciones políticas, que implican tanto el fin de los regímenes autoritarios -casi siempre unipartidistas- que dominaron al continente a lo largo de más de tres décadas, como los esfuerzos orientados hacia la democratización, con la formación de nuevos partidos políticos, la popularización de un nuevo discurso político cimentado en el respeto a los derechos humanos, la creación de nuevas estructuras políticas, reformas constitucionales y el ascenso de nuevos sectores sociales. En algunos casos, estos procesos han significado el fin de violentos conflictos internos. Aunque algunos procesos siguen siendo precarios e incluso erráticos, la lista de las transiciones políticas es interminable: Zambia, Malawi, Tanzania, Uganda, Burundi, Ruanda, Congo, Benín, Cabo Verde, Ghana, Sierra Leona, Senegal, Liberia, Nigeria y Sudáfrica, entre otros. Sin embargo, estas "revoluciones silenciosas" difícilmente fueron noticia para la prensa occidental y en círculos académicos occidentales ha dominado el escepticismo, poniendo más atención a la persistencia de algunos de los grandes problemas, a la lentitud de los procesos y a sus contradicciones que a los rasgos innovadores y a lo trascendente de estos procesos en África: las noticias positivas de la región subsahariana parecen ser poco atractivas para la prensa occidental, que convierte a los acontecimientos vinculados con la violencia en espectáculos mediáticos. Continente desconocido La región subsahariana se ubica al sur del desierto del Sahara y se extiende en un inmenso territorio de 23 millones 628 mil kilómetros cuadrados, correspondiente al 82 por ciento de la superficie total del continente africano y con aproximadamente el 10 por ciento de la población mundial. Con una extraordinaria diversidad histórico-política, cultural y geográfica, la región comprende 48 estados independientes -seis de los cuales son islas- que se identifican por el hecho de tener su capital al sur de la línea del Ecuador, al sur del desierto del Sahara. Aunque en dicha región se registra la tasa de crecimiento urbano más alta del mundo, es en las zonas rurales en donde se concentra la población económicamente activa. La tasa de fertilidad tiende a

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¿Qué ocurre en África?

HILDA VARELA:

Reforma

(03-Feb-2008).-

Los dramáticos acontecimientos postelectorales en Kenia, entre finales de diciembre de 2007 y las primeras semanas de 2008, tomaron por sorpresa a diferentes sectores de la opinión pública internacional, incluidas organizaciones no gubernamentales vinculadas con los derechos humanos. Todo parece indicar que lo sorpresivo fue que la violencia se desencadenara en un país calificado como estable y cuyo comportamiento político se consideraba distinto al de la gran mayoría de los países de África subsahariana. En este contexto, uno de los aspectos que más llama la atención es el hecho de que, en una percepción reduccionista, en la prensa occidental se afirma que podría convertirse en "otra Ruanda".

En la primera década del siglo XXI persiste un enorme vacío de conocimiento en torno a los acontecimientos que suceden en África subsahariana, a lo que se suma un profundo racismo, casi siempre no asumido, recibido a través de la formación familiar, religiosa e incluso escolarizada y reforzada por los medios de comunicación masivos. En esa pobreza de conocimiento sigue vivo el viejo mito de que se trata de una región al margen de la dinámica mundial y que en una suerte de "fatalidad histórica" los pueblos locales están condenados a vivir sometidos a formas excesivamente crueles de violencia, con la continua repetición de matanzas y crisis humanitarias. En esa visión deformada de la realidad africana, la crisis en Kenia sería una nueva expresión de la pretendida "fatalidad histórica". Es innegable que el fin de la guerra fría en dicha región ha coincidido con el inicio de una fase de cambios dramáticos asociados con brotes de violencia, que afectan a varios países de ese subcontinente, pero no a todos.

Desde finales del siglo XX, en la gran mayoría de los países africanos surgieron diversos procesos de cambio de la escena interna que no necesariamente están asociados con la violencia, englobados bajo el término de transiciones políticas, que implican tanto el fin de los regímenes autoritarios -casi siempre unipartidistas- que dominaron al continente a lo largo de más de tres décadas, como los esfuerzos orientados hacia la democratización, con la formación de nuevos partidos políticos, la popularización de un nuevo discurso político cimentado en el respeto a los derechos humanos, la creación de nuevas estructuras políticas, reformas constitucionales y el ascenso de nuevos sectores sociales. En algunos casos, estos procesos han significado el fin de violentos conflictos internos. Aunque algunos procesos siguen siendo precarios e incluso erráticos, la lista de las transiciones políticas es interminable: Zambia, Malawi, Tanzania, Uganda, Burundi, Ruanda, Congo, Benín, Cabo Verde, Ghana, Sierra Leona, Senegal, Liberia, Nigeria y Sudáfrica, entre otros. Sin embargo, estas "revoluciones silenciosas" difícilmente fueron noticia para la prensa occidental y en círculos académicos occidentales ha dominado el escepticismo, poniendo más atención a la persistencia de algunos de los grandes problemas, a la lentitud de los procesos y a sus contradicciones que a los rasgos innovadores y a lo trascendente de estos procesos en África: las noticias positivas de la región subsahariana parecen ser poco atractivas para la prensa occidental, que convierte a los acontecimientos vinculados con la violencia en espectáculos mediáticos.

Continente desconocido

La región subsahariana se ubica al sur del desierto del Sahara y se extiende en un inmenso territorio de 23 millones 628 mil kilómetros cuadrados, correspondiente al 82 por ciento de la superficie total del continente africano y con aproximadamente el 10 por ciento de la población mundial. Con una extraordinaria diversidad histórico-política, cultural y geográfica, la región comprende 48 estados independientes -seis de los cuales son islas- que se identifican por el hecho de tener su capital al sur de la línea del Ecuador, al sur del desierto del Sahara.

Aunque en dicha región se registra la tasa de crecimiento urbano más alta del mundo, es en las zonas rurales en donde se concentra la población económicamente activa. La tasa de fertilidad tiende a

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decrecer, pero al inicio de la presente década la gran mayoría de la población tenía menos de 20 años.

La región se distingue por su alto grado de desarrollo desigual: ahí se encuentra la gran mayoría de los países menos desarrollados según el Banco Mundial, nueve de los 10 países con el índice de pobreza más alto según la Organización de las Naciones Unidas y los 19 países con el índice de desarrollo humano más bajo a nivel mundial (ONU). Con economías dependientes de las exportaciones agrícolas y mineras, en términos generales se caracterizan por su ritmo de crecimiento excesivamente lento en comparación con otras partes del mundo. Sin embargo, en un informe en el cual aparecen clasificados 45 países subsaharianos por su crecimiento económico en los últimos años, publicado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), se afirma que 11 países han registrado un ritmo acelerado de crecimiento económico, 11 un ritmo moderadamente rápido, 12 moderadamente bajo y sólo 11 un ritmo bajo de crecimiento. En dicha región se encuentra el único país en vías de desarrollo -Botswana- que ha mantenido una tasa de crecimiento sostenido desde finales de los años sesenta: entre 1966 y 1999 ningún país -ni los llamados "tigres asiáticos"- registraron un ritmo de crecimiento superior al de Botswana.

Uno de los factores que está incidiendo -aunque no necesariamente de manera positiva- en los cambios que registran algunos países subsaharianos es la creciente relevancia de los productores de petróleo, algunos de los cuales surgieron en la última década, entre los cuales figuran Nigeria, Angola, República del Congo, Gabón, Chad, Sudán, Sao Tomé y Príncipe y Guinea Ecuatorial.

Nuevos equilibrios

A pesar de las grandes diferencias que los distinguen, los países de África subsahariana comparten rasgos esenciales como un pasado colonial reciente, la formación de los Estados modernos (poscoloniales) en el contexto de la Guerra Fría y sobre todo algunos de los elementos internos e internacionales que constituyen el marco de referencia para comprender tanto la fragilidad de sus instituciones como un cierto margen de incertidumbre en relación con su futuro. Entre las variables básicas que han distinguido a los Estados débiles africanos1 destacan, además de la fragilidad de sus instituciones, los altos niveles de inestabilidad económica y política, con el riesgo continuo de estallidos de violencia étnico-política; el fracaso de los distintos programas de desarrollo y la fuerte dependencia de fuentes externas, aunada a la marginalidad en la economía mundial.

De acuerdo con la opinión de expertos, sin desconocer las incertidumbres derivadas de su debilidad, el futuro de África subsahariana en este siglo no es necesariamente negativo y dependerá de nuevos equilibrios que se están gestando en los nuevos procesos internos y regionales, orientados tanto a aminorar la debilidad, proporcionando a la población los bienes políticos básicos, como a reclamar un lugar para África subsahariana en la nueva dinámica mundial.

A principios de la década de 1990 y en el marco de protestas sociales sin precedente, unos 28 regímenes autoritarios se vieron obligados a aceptar la liberalización de la arena política. A las elecciones multipartidistas de inicios de esa década se les atribuye un carácter fundacional: fueron el inicio de una nueva etapa en la vida política de África subsahariana. A finales de esa década más del 60 por ciento de los países de la región estaban gobernados por regímenes oficialmente democráticos, con la realización de elecciones multipartidistas periódicas y aunque en algunos casos no han estado exentas de irregularidades, no suelen desencadenar actos de violencia. En este contexto, es el uso de la violencia el aspecto que hace distinto el comportamiento político postelectoral en comparación con otros casos africanos.

El ritmo, la naturaleza y el contexto del cambio político, al igual que las consecuencias políticas, sociales y económicas de las elecciones multipartidistas, difieren de un país a otro, jugando un papel decisivo la naturaleza y alcance de la participación de la denominada sociedad civil, aunque este término en África no corresponde necesariamente a la concepción occidental. En los principales centros urbanos de casi todos los países de la región está floreciendo una vida civil -aunque a veces con una autonomía reducida frente al Estado-, fenómeno que salvo contadas excepciones era prácticamente inexistente hace unas décadas.

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A pesar de que no pueden ser calificados todavía como procesos consolidados y persisten fisuras del tejido social -gestadas muchas veces en la lucha étnico-política-, la gran mayoría de los países de África subsahariana están experimentando, de manera desigual, un complejo proceso de reformas y de reorganización, tanto de la política como de la economía, en cuyo contexto la celebración de elecciones multipartidistas es sólo un indicador. En este sentido, aunque la competencia política basada en la participación de varios partidos políticos no es suficiente para que exista democracia, es indudable que ésta, junto a una Constitución liberal y la aceptación por parte de la gran mayoría de la población de las reglas que garantizan la participación y competencia políticas son factores que contribuyen de manera decisiva para la apertura de la escena política.

Violencia política

En algunos casos, la adopción de una democracia multipartidista y de una Constitución liberal ha sido la respuesta a presiones externas, con el riesgo de que se conviertan en sistemas aparentemente democráticos, creados para satisfacer exigencias externas: resolver problemas generados por la liberalización del mercado, pero sin que exista una preocupación por la calidad de la democracia ni por su verdadero sentido para la población en general. En el contexto de esa doble dinámica -cambios internos e impacto de factores externos- se inserta el resurgimiento, que en ocasiones puede ser extremadamente violento, de los conflictos étnicos, los cuales son resultado del fracaso de los regímenes internos y la manipulación de líderes políticos.

La violencia política -que asume expresiones distintas de un país a otro, dependiendo de factores internos e internacionales- es uno de los principales indicadores de la debilidad extrema de los Estados africanos y es calificada como el obstáculo más significativo para el avance de los procesos de apertura democrática.

En la presente década, algunas experiencias de cambio están en crisis, en lo que podría ser el peligroso resurgimiento de regímenes autoritarios, que en ocasiones irónicamente han sido producto de elecciones multipartidistas. Entre los ejemplos más notables destacan Zimbabwe y Kenia. En estos casos, la fragilidad de las instituciones, aunada al débil desarrollo de las clases sociales modernas, entre otros factores, explican la relevancia de las identidades étnicas como instrumento para movilizar a la población: es más fácil para las élites organizar a sus partidarios en torno a lazos comunales que a partir de principios de identificación de clase, nacional o ideológicos. Esto explica el hecho de que casi siempre la lucha por el poder en África subsahariana asuma el carácter de conflicto étnico.

No todas las formas de violencia política tienen como referente la pertenencia étnica, sin embargo en muchos casos es un factor determinante. Hoy en día, el conflicto étnico violento surge como resultado de la inseguridad de los grupos, en contextos políticamente cerrados y con un alto nivel de injusticia. Sin desconocer la persistencia de los conflictos étnico-políticos, la imagen de que la gran mayoría de los países africanos están sumidos en brutales conflictos étnicos es incorrecta.

Zonas de conflicto

Es frecuente que en la memoria de las personas sigan grabadas imágenes de extraordinaria crueldad de los grandes conflictos de la última década: Sierra Leona, Liberia y sobre todo Ruanda. Sin embargo esos países constituyen ahora tres experiencias innovadoras de cambio pacífico, aunque esto no implica que todas las causas del conflicto hayan sido superadas.

Sin pretender clasificar a los conflictos que sacuden hoy en día a algunos países africanos, lo que podría significar reducir situaciones muy complejas, es importante tomar en cuenta que hay diferencias en la naturaleza de esos conflictos. Es importante subrayar que Ruanda, en la década pasada, fue excepcional: se trató de un caso extremo de violencia política, calificado como genocidio, como crimen de lesa humanidad, lo que implica entre otras cosas la planificación consciente, con el uso de todos los medios posibles para exterminar físicamente a un grupo específico (por razones étnicas, políticas, religiosas). A pesar de la gravedad de las matanzas políticas, no es el caso de Kenia.

En cambio, aunque no hay consenso en la opinión de los expertos, el conflicto en la región occidental de

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Sudán (Darfur) podría tratarse de genocidio, perpetrado por fuerzas gubernamentales en contra de los pueblos darfuri. Por lo tanto resulta incomprensible la pasividad internacional ante la que puede ser la crisis humanitaria más grave de la primera década del siglo XXI.

Aunque con grandes diferencias entre sí, hay otros conflictos derivados de lo que podría ser denominado como la crisis de los procesos de transición, en cuyo contexto juega un papel determinante el ritmo, la propia naturaleza y el contexto del cambio político, sobre todo en los casos en los cuales la iniciativa de la sociedad civil para presionar a favor de la apertura de la escena política y económica fue, de alguna forma, "recuperada" por la élite gobernante (como en Kenia). Pueden ser considerados como producto de transiciones inacabadas, con la peligrosa tendencia hacia el resurgimiento de un autoritarismo renovado, lo que implica que no todos los nuevos actores políticos están aceptando las reglas del juego democrático: los conflictos en Chad, Costa de Marfil, Nigeria, Zimbabwe, Uganda, la República Democrática del Congo (antes Zaire) y sobre todo Kenia. Sin embargo no se trata de casos iguales, cada uno presenta variables específicas.

Un conflicto distinto y que parece olvidado es el de Somalia: cuando después de múltiples intentos fallidos de solución negociada parecía que el país estaba logrando un nivel mínimo de estabilidad política y económica, el hecho de que el nuevo gobierno fuese producto de la alianza de grupos musulmanes despertó la desconfianza occidental y el régimen musulmán fue depuesto, con apoyo militar de Etiopía, cuyos contingentes no han abandonado el país.

Kenia era considerado como uno de los países más estables del continente africano, aunque con un alto costo político y social. En cuatro décadas de vida independiente, el país sólo ha tenido tres jefes de Estado, los dos primeros (Keniatta y Daniel Toroitich arap Moi) pertenecientes al mismo partido político, manteniendo el control político la élite del grupo étnico kikuyu. A principios de la década de 1990 en Kenia comenzó un difícil y errático proceso de transición. El regreso a la política multipartidista estuvo empañado por irregularidades electorales y por actos de violencia, lo que permitió que el viejo régimen autoritario de arap Moi continuase en el poder. Fue hasta 2002 cuando las elecciones fueron ganadas por un viejo opositor (del grupo étnico kikuyu), Mwai Kibaki, triunfo ampliamente celebrado en lo que parecía la ruptura con las añejas prácticas autoritarias.

En forma irónica, en la actual crisis postelectoral se enfrenta Kibaki, como jefe de Estado y considerado como representante de la continuidad, a un líder opositor del grupo étnico luo, Raila Odinga, próspero hombre de negocios que representaría el cambio. La oposición afirma que el gobierno cometió fraude para permitir que siguiera en el poder por un segundo término el jefe de Estado, a quien se acusa de traicionar su promesa de lograr el cambio: se afirma que es corrupto y que el crecimiento económico logrado en los últimos años sólo ha beneficiado a unos cuantos, con el incremento de la pobreza y del desempleo. La mediación del antiguo secretario general de las Naciones Unidas, el ghanés Kofi Annan, se vislumbra como el inicio de una solución negociada. Sin embargo, la situación tiende a complicarse. Mientras que observadores internacionales -tomando en cuenta las múltiples irregularidades- afirman que es imposible confirmar el triunfo electoral de Kibaki, la violencia postelectoral tiende a convertirse en violencia étnico-política, cimentada en rencillas históricas gestadas en relaciones de explotación entre diferentes grupos étnicos, durante el colonialismo y en las primeras décadas de vida independiente. Aunque la solución no parece fácil, no es un conflicto similar al de Ruanda.

La autora es profesora-investigadora de tiempo completo en el Centro de Estudios de Asia y África de El Colegio de México. Página personal: http://ceaa.colmex.mx/sitioceaa/recursosacademicos/paginasprofesoresceaa/paginavarela/principalhv.htm

Notas: 1 Para definir a un Estado como débil se toman en cuenta distintas variables, que permiten evaluar la capacidad del Estado para proporcionar a sus habitantes los bienes políticos positivos, en cuyo contexto la seguridad juega un papel determinante.

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La cuna de la especie humana

África subsahariana padece bajos niveles de desarrollo en salud, educación y empleo, además de conflictos étnicos, inestabilidad política y una historia de colonialismo que impacta su presente.

Categoría África Subsahariana Unión Europea

Superficie en millones de kilómetros cuadrados 23.6 2.5

Países comprendidos 48 27

Población (millones de habitantes) 770.3 314.3

Crecimiento anual de su población (%) 2.3 0.1

Esperanza de vida al nacer (en años) 47.2 79.7

Prevalencia de VIH (porcentaje de la población entre 15 y 49 años)

5.8 0.3

Mortalidad en niños menores de 5 años (por cada mil) 163 30.8

Emisiones de CO2 (toneladas por persona) 8 2.5

PIB global en dólares 709.5 billones 10.5 trillones

Crecimiento anual del PIB (porcentaje promedio) 5.6 2.8

Tiempo requerido para abrir un negocio (días) 61.8 21.5

Gasto militar (% del PIB) 1.6 1.7

Usuarios de internet (por cada mil habitantes) 28.6 439.4 FUENTE: Banco Mundial (datos actualizados al 2006).

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