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Rodas

GILLIAN BRADSHAW

RODAS

LA HIJA DEL SOL

Primavera del 246 a.C.

Cuando el Atalanta, barco de guerra de la repblica de Rodas, destruye una embarcacin pirata, se sita, sin saberlo, en el ojo de un huracn inesperado. Entre las vctimas que rescata de los piratas se encuentra una hermosa mujer, Dionisia, favorita del rey de Siria, conocedora de un secreto capaz de sumergir a todo el Mediterrneo oriental en una guerra larga y de vencedor incierto.

Iscrates, el capitn del barco de guerra, un hombre sencillo que ha dedicado toda su vida a combatir la piratera, se ver envuelto en un conflicto diplomtico difcil de manejar; tendr que conseguir evitar que estalle la guerra entre los tres imperios que rodean a Rodas: Egipto, Siria y Macedonia. Amenazado de muerte por la despiadada reina siria Laodice, viajar de un lado a otro del mar en un intento por atrapar a su mayor enemigo y salvar a Dionisia de una muerte segura.

Gillian Bradshaw, autora, de la aclamada El faro de Alejandra, vuelve a presentar una historia absorbente, con una trama colmada de intriga y accin que descorrer la cortina de un periodo de la Historia tan desconocido como atractivo, en un maravilloso despliegue narrativo.

Ttulo Original: The sun's bride Traductor: Kutip, Bartoile

2008, Bradshaw, Gillian

2010, Pmies

Coleccin: Histrica

ISBN: 9788496952683

Generado con: QualityEbook v0.56

Doc original por: Joseiera

Generado por: Sagitario, 16/11/2012

Cui dono lepidum novum libellum

Arida modo pumice expolitum?

Janice, tibi, namque tu solevas

Meas ese aliquid putare nugas.

UNO

Aquel ao todava no era tiempo de piratas. El Atalanta, desde luego, no esperaba encontrarlos. Era una galera nueva, recin salida del astillero de la repblica islea de Rodas, con los costados brillantes por la pintura nueva y sus ciento veinte remos blancos bien lijados. El capitn estaba aprovechando aquel buen tiempo tan poco propio de abril para adiestrar a la nueva tripulacin mientras el trierarca discuta en tierra con los proveedores. La primera travesa de la nave haba sido hacia el sudeste, siguiendo la costa liria, atracando dos noches en puertos amigos. Ahora navegaba de vuelta a casa.

El grito del oficial de proa atraves la cubierta y reson por todo el sudoroso y oscuro puente de remo, donde el capitn hablaba con el contramaestre.

Veo un barco grande! Es una pentecontera, una pentecontera! Est remolcando un carguero!

Varios de los remeros ms inexpertos perdieron el ritmo. Se oy el ruido de los remos al chocar unos con otros, un alarido indignado de dolor y un brote de juramentos. El Atalanta cabece, escorndose considerablemente a babor.

El rostro de Damofonte, el contramaestre de la nave, mostr su indignacin. Avanz entre los bancos, golpeando las caas de los remos responsables de la confusin con el mazo que usaba para marcar el ritmo, mientras gritaba:

Y-uno-y-dos-y-tres! Y-uno-y-dos-y-tres! No-nos-importa-lo-que-digan-en-cubierta! Nosotros-seguimos-el-comps!

Los remos recuperaron el ritmo a pesar de que los remeros ms jvenes alargaban el cuello tratando de ver de refiln la pentecontera por las gateras; una estupidez, porque resultaba imposible ver nada desde los bancos de remo. Los manguitos de cuero, que impedan que entrase el agua desde las palas, tapaban la vista casi por completo.

Iscrates, el capitn, ya haba subido a la cubierta y entrecerraba los ojos por el sol. El Atalanta avanzaba a paso tranquilo, con slo la mitad de los remos en uso; el resto de remeros estaba en cubierta, disfrutando de una comida temprana al aire libre. La mayor parte de ellos se haban amontonado contra la regala de babor, haciendo que el barco se escorase. Haca fresco, de modo que algunos se haban puesto capas finas, pero la mayora segua la costumbre de a bordo de ir desnudos. Iscrates observ a una poco atractiva fila de espaldas cubiertas de una costra de sal altas y bajas, robustas y esquelticas, peludas y lampias, con las nalgas rojas de haber estado remando y brillantes por la grasa que protega los bancos. Hecho una furia, agarr el hombro que tena ms cerca y empuj a su dueo hacia el tambucho.

A vuestros puestos! vocifer. No os quedis ah pasmados, campesinos intiles, que estis desestabilizando el barco!

Aquello hizo que los remeros se giraran y empezaran a dispersarse, dificultando la visin del capitn. El palo estaba desmontado de nada habra servido izar la vela con una brisa fresca de proa, de modo que se encaram a l de un salto, lo recorri con los brazos en cruz para no perder el equilibrio, y se baj por el otro extremo.

Nicgoras, el oficial de proa, de dieciocho aos, estaba colgado de la roda y asomaba por encima del mascarn, sealando emocionado. Delante de l, el Mediterrneo resplandeca con un brillo azulado bajo el despejado cielo de primavera. Acababan de rodear un cabo y, a estribor, apareci la costa licia, verde y escarpada. Los barcos que haban avistado se encontraban a unos seis estadios por la amura de babor... y, s, uno de ellos tena la forma alargada y baja de una pentecontera. Halaba un panzudo barco mercante, como un hombre gordo del que tirase un perro delgado y feroz. Incluso a aquella distancia, Iscrates pudo ver que la pentecontera tena cubierta, un tejadillo sobre los bancos y un cajn que protega los soportes de los remos de la hilera superior: era un barco de combate, y no un correo.

Son piratas! exclam Nicgoras con entusiasmo. Lo son, verdad? pregunt a continuacin con menos seguridad.

Tal vez dijo Iscrates con cautela.

Muchos piratas iban en penteconteras, pero no todas las penteconteras eran barcos piratas: algunas eran barcos militares perfectamente respetables. Se trataba de galeras pequeas, armadas con un espoln e impulsadas por una tripulacin de cincuenta remeros, de ah su nombre. Disponan de una hilera de remos a proa, otra a popa y dos en el travs, en lugar de una sola como otras naves; por eso eran ms rpidas. Que sta estuviera pintada de azul claro para ocultarse en el horizonte marino era sospechoso, igual que el hecho de que llevara a remolque un carguero. Los barcos piratas, como todas las galeras, tenan tripulaciones numerosas y poco espacio para mercancas, de manera que normalmente tomaban por asalto barcos mercantes para transportar sus botines. Caba, sin embargo, la posibilidad de que el barco de pantoque redondo llevara pertrechos militares.

Fuera como fuese, las intenciones de la pentecontera quedaron de inmediato claras por el revuelo que se form a su popa: se estaban preparando para soltar el barco de mercancas y huir. Incluso a aquella distancia, la tripulacin deba haber advertido el resplandor del estandarte del Atalanta, reconociendo enseguida el disco solar dorado de Rodas; saban que estaban en la peor de las situaciones posibles. Rodas era un enemigo implacable de la piratera, y el Atalanta era un barco temible, una trihemiolia, con dos hileras y media de remos y ciento veinte remeros.

Todos a los remos! rugi Iscrates mientras corra a popa.

Se produjo un alboroto enorme cuando todos trataron de llegar a sus puestos al mismo tiempo. Desde abajo, la voz de Damofonte reson con estruendo cuando los recin llegados se empujaron para ocupar los bancos y los que estaban ya all les obstaculizaban el paso. El avance se detuvo, y el Atalanta qued a la deriva momentneamente, balancendose en las aguas.

Con el corazn acelerado, Iscrates se dirigi a su puesto: el puente de mando de popa, justo detrs del timn. Cleito, el timonel, asinti cuando pas a su lado; l lo imit, con el pensamiento inmerso en un mar de consideraciones. El Atalanta era mucho ms veloz que la pentecontera; mejor dicho, debera ser mucho ms veloz, pero... dara la talla con aquella tripulacin inexperta? Tendra que haber mandado a todos a los remos en cuanto oy la voz de alarma, pero no haba confiado en que Nicgoras acertara al identificar la nave. A decir verdad, el joven no tena experiencia alguna a bordo y le haban dado aquel puesto por ser el sobrino del trierarca; lo que l haba estudiado era retrica y filosofa. Que la fortuna se apiadase de la Armada!

Pero el Atalanta volva a ponerse en marcha. El auleta, al que haban despertado de su siesta, tocaba de forma constante y comps suave, con Damofonte en el travs del barco marcando el ritmo con el inmenso tambor. Primero empezaron a bogar los talamitas, los remos de la hilera inferior: y uno y dos y tres, y uno y dos y tres. Luego se unieron los de la hilera de en medio, los zeugitas, si bien algo desacompasados pero, por lo menos, sin que los remos se estorbaran. Finalmente, los remos de la ltima fila, los tranitas, completaron el conjunto con una entrada tan suave que se hizo evidente que todos los remeros profesionales de a bordo estaban en aquella posicin, la ms difcil. Se trataba de una tripulacin muy prometedora: un montn de jovenzuelos que hacan el servicio naval; un buen nmero de remeros profesionales, tanto de la ciudad como extranjeros, reclutados por la voluntad del trierarca de exprimir el presupuesto estatal; y el mnimo imprescindible de fracasados recogidos de los muelles. Se estaban acoplando bien; Damofonte saba hacer su trabajo.

Pero, sera suficiente para alcanzar al barco pirata? Se oy un grito a proa porque uno de los remeros no haba clavado bien el remo en el agua. A juzgar por el sonido, el remo del vecino le haba hecho golpearse la cabeza contra un bao. Los errores hacan que los barcos fueran ms lentos. Qu pasara si retrasaban al Atalanta tanto como para fracasar en la captura? Qu pasara si tenan que volver a Rodas y admitir que se les haban cruzado los piratas en el camino, pero que l, Iscrates de Camiro, los haba dejado escapar... la primera vez que estaba solo al mando?

Iscrates levant la mirada con aire infeliz hacia el estandarte que tena sobre la cabeza. El codaste del Atalanta le dificultaba la visin, pero el pan de oro brillaba con tanta fuerza que, a pesar de todo, le hizo ver la luz: el Sol que todo lo ve, amante y protector de Rodas. Record la historia de Faetn, el hijo del Sol, que le haba pedido prestado a su padre el carro de fuego y haba fracasado estrepitosamente al conducirlo.

No era una buena comparacin, se dijo a s mismo con firmeza. Si los piratas escapaban por la inexperiencia de la tripulacin del Atalanta, tampoco pasaba nada. As era la vida en el mar... pero tenan que ser capaces de atrapar a esos cabrones. Conoca bien aquella parte de la costa y se haba refrescado la memoria en el viaje de ida. Puede que fuese la primera vez que estaba al mando, pero l no era Faetn, ni tampoco un principiante incapaz de llevar las riendas. Los barcos de guerra haban sido su vida durante ms de una dcada, haba pasado todos los veranos en el mar desde que tena diecisis aos y durante los inviernos haba trabajado en los astilleros. Su expediente era tan bueno como el de cualquier hombre de la Armada, y mejor que el de la mayora.

Desde luego, no tena ningn motivo para echar de menos al trierarca ausente. El requisito principal para ser trierarca era tener el dinero necesario para armar un barco, una misin que, a modo de impuesto, se encargaba a los ciudadanos acaudalados. El trierarca del Atalanta saba mucho de barcos mercantes pero, tal como l mismo haba reconocido, no haba vuelto a pisar un barco de guerra desde que hizo el servicio naval, a los dieciocho aos. Aunque hubiese estado a bordo, habra esperado que fuera Iscrates quien tomase las decisiones navales: para eso precisamente lo haba contratado.

Timn a estribor! orden Iscrates, sealando el rumbo con su brazo.

Cleito asinti y gir la caa del timn de modo que las dos espadillas de gobierno se inclinaron. Iscrates se levant y fue hacia proa para poder ver mejor, poniendo cuidado en moverse con deliberada calma. Se supona que el capitn deba permanecer imperturbable en cualquier circunstancia. Los remeros estaban todos a los remos, pero an poda infundirles valor con su actitud a los infantes de marina y a la tripulacin de cubierta. Y, aunque no impresionara a nadie ms, actuar con calma le haca sentirse mejor a l.

El barco pirata llevaba rumbo oeste cuando lo avistaron, pero haba virado al norte, batiendo frenticamente todos los remos. Ya haba dejado bien atrs el carguero abandonado y el Atalanta se estaba acercando con velocidad al barco de pantoque redondo. Era un mercante de tamao medio, de unas ciento treinta toneladas, de construccin fina, con el casco limpio y dos mstiles macizos y rectos. Tena mascarn de proa y un estandarte a popa, pero Iscrates no supo adivinar lo que se supona que representaba. En una de sus bandas se situaba una andrajosa fila de hombres armados que levantaron los escudos y prepararon las lanzas cuando el Atalanta se les acerc, y luego los abuchearon ruidosamente al comprobar que la trihemiolia continuaba en pos de sus compaeros de la galera. Otro grupito, acurrucado en la cubierta de proa, agitaba los brazos vigorosamente cuando la nave los rebas. Lo ms probable era que se tratara de prisioneros, ya que iban todos bien vestidos y haba muchas mujeres. Desde la proa, Nicgoras les devolvi el saludo y dio un grito de alegra.

Iscrates volvi a su puesto sonriendo. Hacia el norte, la costa era escarpada y rocosa, llena de entrantes e islotes. Lo que la pentecontera pretenda era desaparecer de su vista. Se iba a encontrar, en cambio, con que sus perseguidores estaban demasiado cerca para perderla y ya haban tomado medidas para impedir que llegara al abrigo de aquella costa. Y slo un poco ms all, hacia el noroeste, empezaba la larga, largusima ensenada de la playa de Finike, donde no encontrara escondite alguno.

Simmias, el segundo oficial, lleg cuando Iscrates acababa de sentarse de nuevo.

Quieres que le diga a Damofonte que acelere el ritmo, seor? le pregunt con impaciencia.

Iscrates neg con la cabeza, ya que cuanto ms rpido bogaran, mayor sera el riesgo de que perdieran el ritmo. Simmias pareca decepcionado y miraba ansioso la pentecontera que se escapaba, ms lejos ahora que cuando la vieron por primera vez.

No te preocupes le dijo Iscrates. No puede mantener esa velocidad durante mucho tiempo.

El Atalanta s que poda: la mayor concentracin de remos haca que igualara la velocidad de la pentecontera remando ms despacio; suponiendo, claro, que sus remos no se estorbaran demasiado.

Simmias, an descontento, miraba fijamente el carguero por encima del hombro de Iscrates. Aquel barco fino y su carga, si lo recuperasen, se convertira en bienes recuperados del mar, y, segn era ya larga tradicin, la tripulacin del Atalanta se repartira el botn. Aunque para ello tendran que volver a encontrarlo, y lo ms seguro era que el barco de pantoque redondo escapara... Los piratas que lo gobernaban tendran tantas ganas de alejarse del Atalanta como sus compaeros de la pentecontera.

No ir lejos le asegur Iscrates a su segundo, no hay mucho viento.

S, seor dijo Simmias, pero segua insatisfecho. Si la persecucin de la pentecontera se prolongaba hasta la tarde, el carguero tendra muchas posibilidades de huir, incluso con poco viento. La noche lo ocultara, y por la maana podra estar ya en cualquier sitio. Pero no haba forma de remediarlo, pues era impensable que un barco de la Armada rodia dejara de perseguir a unos piratas slo para asegurarse de que no se le escapara aquel botn flotante.

Ve a hablar con Nicgoras y Polidoro orden Iscrates para deshacerse de Simmias, y que te digan dnde le parece a cada uno que conviene colocar a los infantes de marina cuando alcancemos a los piratas. Quiero tener tres opciones.

S, seor.

Iscrates se recost en su asiento. El auleta tocaba ahora una meloda de baile y las notas sonaban altas y claras. El barco, avanzando con cada golpe de los remos, se mova al comps, como una bailarina consumada. Cerr los ojos, sintiendo la caricia fresca del aire en el rostro. Por un momento se sinti colmado de alegra. El Atalanta era suyo. Aquella lanza de cincuenta pasos de eslora, aquel rayo con punta de bronce, impulsado por ciento veinte alas relucientes, aquella arma digna de un dios... jera para que l lo gobernase!

Los barcos de guerra le encantaban desde la primera vez que le puso el ojo encima a uno. Cuando eso ocurri tena unos cuatro aos y estaba sentado a hombros de su padre para ver el desfile de la flota durante el Festival del Sol, en la ciudad de Rodas. No recordaba nada ms de aquel festival, pero los barcos todava poda verlos claramente; formaban una fila largusima, deslizndose uno tras otro por la bocana del puerto, batiendo los remos como alas, con ojos pintados en las proas, brillantes como los ojos de las guilas, y los botalones de bronce adornados con guirnaldas de flores. En los aos siguientes, sus trabajos de la escuela estaban siempre llenos de garabatos de aquellas imgenes.

No era el nico que senta aquel entusiasmo. Todos los rodios saban que la Armada era la que defenda la libertad de la Repblica y la que protega sus riquezas. Casi todos los muchachos esperaban con entusiasmo los dos veranos de servicio naval obligatorio y lo hacan con mucho orgullo, pero Iscrates haba encontrado razones para continuar su carrera en la Armada. Cuando termin el servicio obligatorio se volvi a alistar como remero profesional, a pesar de las demandas furibundas de su padre de que volviera a la granja de la familia. Durante los ocho aos siguientes, fue ascendiendo a encargado de mantenimiento de los remos, luego a timonel, despus a oficial de proa. No tena esperanzas de llegar a ser tan rico como para convertirse en trierarca, pero, siendo capitn, era el encargado en funciones de la nave, subordinado solamente a ste ltimo. El rango que ahora tena esa gloria nueva, recin otorgada era la cumbre de sus expectativas.

Entonces, volvi a pensar en Faetn y abri sbitamente los ojos, temiendo de pronto que su orgullo pudiera llevarlos a todos a la ruina. Ech un vistazo a la costa: habra pasado por alto alguna cauta perdida? Habra algn lugar donde ocultarse hacia el oeste, despus de todo?

Haba una zona extensa donde el mar pareca estar ms en calma, justo a estribor. Lo observ durante un instante, se puso de pie de un salto y se subi al cajn que cubra los remos tranitas para mirar.

S, era la estela de la pentecontera. El Atalanta le estaba dando alcance. Aquellos golpes de remo frenticos se estaban debilitando. Probablemente, los remeros estaran cansados ya al empezar. No deba de haber sido fcil remolcar el carguero. Ahora tenan que tener los msculos exhaustos, y estara empezando a faltarles el aliento. Por muy desesperados que estuvieran por escapar, no iban a poder mantener el ritmo.

Un cabo verde y escarpado apareci en el horizonte. A cierta distancia del extremo haba un islote, tosco y rocoso, con unos cuantos pinos marchitos en la cima. La pentecontera vir a estribor, como si tuviese intencin de rodear el islote navegando en el espacio que quedaba hasta la costa. Iscrates la contempl con el ceo fruncido. Quien gobernaba deba saber que, como no alejara pronto a sus perseguidores, lo que iba a perder era su propio barco. Lo ms probable era que intentase hacer algo en cuanto dejase de estar a la vista detrs del islote. Pero, qu?

Simmias volvi a aparecer, con Nicgoras y Polidoro, el jefe del pequeo contingente de infantes de marina del Atalanta. Traemos nuestras sugerencias sobre cmo ubicar a los hombres, seor dijo el segundo oficial con el mayor respeto.

Las tres propuestas eran colocar a dos arqueros a proa, en el travs o a popa, protegidos por nueve lanceros. No eran demasiado imaginativas, pero tampoco resultaba fcil mejorarlas. Iscrates volvi a observar la pentecontera que hua y tom una decisin.

Colocad a los arqueros en el travs orden, y decidle a Damofonte que se prepare para que los zeugitas y los tranitas dejen de remar cuando yo lo ordene.

Que dejen de remar? pregunt Simmias alarmado. Pero, seor...

Que dejen de remar! decret Iscrates, interrumpiendo la protesta.

Se lo pens un momento y luego admiti para sus adentros que no haba hecho nada para ganarse la obediencia incuestionable de Simmias, y que su segundo se mereca una explicacin por ms que fuese un quejica avaricioso y malencarado.

Creo que tratar de usar ese islote para darnos esquinazo y volver por donde ha venido mientras nosotros lo rodeamos. En cuanto la perdamos de vista, disminuiremos la velocidad y viraremos a babor, para sorprenderla cuando rodee el islote.

Simmias lo mir con el ceo fruncido.

Y qu pasa si sigue el rumbo actual? O si se esconde detrs del cabo mientras nosotros estamos parados esperando que vuelva a rodear la pea?

En ese caso, volveremos a alcanzarla. Le vamos pisando la estela, cmo se va a deshacer de nosotros?

Simmias tena el aire sombro; sin duda alguna pensaba en el carguero. Nicgoras, sin embargo, sonrea de oreja a oreja.

Entonces, si nos equivocamos dijo entusiasmado, podemos alcanzarla igual ms tarde, pero como estamos en lo cierto se meter directamente debajo de nuestro espoln!

Estuvo a punto de arrojarse a todo remo contra el espoln, ms que de meterse debajo. Los piratas volvieron a aparecer por la punta ms occidental del islote justo cuando el Atalanta iba a rebasarla. Ambos barcos estaban tan prximos que Iscrates alcanz a ver la cara de terror del oficial de proa de la pentecontera tan cerca que tuvo miedo de que se chocaran los espolones.

Todo a babor! grit en tono apremiante. Arqueros, disparad a discrecin!

El Atalanta se desvi para pasar lentamente por delante de la pentecontera. Los arqueros alzaron sus arcos y tuvieron tiempo de sobra para hacer blanco.

Por desgracia, no haba gran cosa a la que disparar. La tripulacin de remo del barco pirata estaba protegida y no haba tripulacin de cubierta ni combatientes a la vista. Al parecer, deban de estar todos en el barco de pantoque redondo... o remando. El oficial de proa de la pentecontera, de todos modos, se desplom con una flecha clavada en el hombro. El arquero que le haba dado grit emocionado y coloc otra flecha en el arco. El blanco ms apreciado era el timonel.

Pero ya no volaron ms flechas, y al quedar a la vista la popa de la nave, Iscrates entendi por qu: al timn iba uno de los piratas sujetando a una mujer a modo de escudo, con un cuchillo en la garganta. Los ojos del hombre buscaron el asiento del capitn, encontraron a Iscrates y le sostuvieron la mirada. Estaba en la flor de la vida, alto y robusto, con una barba negra muy espesa. Sus ojos oscuros llamearon ante los de Iscrates en un desafo feroz. La mujer llevaba slo un quitn de lino sin mangas y la larga melena de color castao suelta y enredada sobre los plidos hombros. Tena la cara amoratada y llena de sangre, y una expresin de tristeza y vergenza.

Es rodia! vocifer el pirata. Vamos a negociar!

Los barcos se cruzaron.

Vuelta completa a babor! grit Iscrates furioso.

Cleito se apoy en la caa. Desde abajo, la voz de Damofonte se oa con toda claridad, exhortando a los remeros de babor a dejar de remar y a los de estribor a hacerlo con ms bro. Lo normal habra sido que acelerase tambin el ritmo, pero, sabiamente, haba decidido mantener el que llevaba. Un minuto despus, el Atalanta haba dado la vuelta para regresar por donde haba venido. El rumbo se resinti cuando los remeros de babor se reincorporaron a destiempo.

Para entonces, Iscrates estaba ya esperando en la proa, furioso y asqueado. La mujer era, seguramente, la esposa o la hija de alguien importante. El capitn de los piratas la habra sacado del barco mercante para mantenerla a buen recaudo y ahora trataba de utilizarla para comprar su libertad. Pero, cmo iba Iscrates a justificar el intercambio? Soltar al pirata podra salvarle la vida a una mujer, pero condenara al secuestro y a la esclavitud a muchas otras.

Aun as, cmo poda quedarse all mirando sin hacer nada mientras asesinaban ante sus ojos a aquella joven hermosa? No soportaba ver que se abusara de una mujer. La sensacin se deba a recuerdos oscuros, pero le haca tanto dao que era como sentirlo en sus propias carnes. Tal vez pudiese ofrecerle al pirata un trato diferente: devulvenos a la mujer y seguirs con vida; hazle dao y eres hombre muerto.

La pentecontera haba dejado de remar, pues resultaba ya intil intentar huir. Mientras el Atalanta se acercaba, Iscrates vio que el jefe de los piratas haba llevado a rastras a la mujer hasta el cajn que protega la hilera superior de remos, a la altura del codaste. Ella, impasible, se arrodill mirando hacia el agua de color azul oscuro que haba bajo la popa mientras l, de pie, se inclinaba sobre ella, agarrndola del pelo y empuando el cuchillo para que todos lo vieran.

Dejad de remar! orden Iscrates.

El Atalanta sigui avanzando a la deriva. Bajo la cubierta, los remeros empezaron a preguntarse unos a otros qu estaba pasando, e Iscrates les dio una segunda orden.

Silencio!

Ambos barcos avanzaban a merced de las olas, sin ms ruido que el susurro del agua contra los cascos, mientras el empuje del Atalanta reduca sin tregua la distancia que los separaba. Cuando estaban a tiro de piedra, Iscrates examin detenidamente al pirata. El hombre tena una cicatriz espantosa en el brazo derecho que le llegaba hasta el hombro. Estupendo, eso ayudara a la hora de identificarlo.

Es rodia! volvi a vociferar el pirata mientras la proa alta de la trihemiolia se le vena encima. Sabes quin es esta zorra? La oblig a echar la cabeza hacia atrs, dejando expuesta la garganta. Es la favorita del rey Antoco, ni ms ni menos! Se la quieres devolver a su amante agradecido, o prefieres contarle cmo muri?

Pareca que fuese a decir algo ms, pero en aquel preciso instante, la mujer se dio la vuelta y le mordi el brazo. El pirata solt un alarido y ella logr soltarse para arrojarse al mar azul, dejndolo slo con un puado de pelos en la mano.

Iscrates se qued boquiabierto y complacido. Su primer impulso fue tirarse a por ella, pero era el capitn, y de ningn modo poda abandonar el barco. No tena ni idea, sin embargo, de qu clase de rdenes deba dar un capitn en una situacin como aqulla. El pirata mir a Iscrates a la cara, lleno de rabia, y luego se lanz a por la mujer.

Iscrates, por fin, reaccion.

Alguien que sepa nadar! vocifer. Que salve a la mujer y mate a ese asesino malnacido! Y el timn todo a estribor, a estribor!

El Atalanta vir bruscamente a estribor mientras nada menos que cuatro infantes de marina y tres miembros de la tripulacin de cubierta se tiraban al agua.

A estribor! volvi a gritar Iscrates, regresando a toda prisa a su puesto.

Invadido por un odio exacerbado, vocifer la orden fatdica:

Todos a los remos, a toda marcha!

El ritmo del mazo de Damofonte se aceler. El Atalanta vir describiendo una curva amplia hacia estribor, aumentando gradualmente su velocidad. Por la popa, el mar se cubra de espuma y palideca por donde el gran espoln de bronce avanzaba bajo la superficie.

La pentecontera tard en reaccionar. Sus remeros, bajo la cubierta, no vean lo que estaba pasando, y su oficial de proa estaba herido. El Atalanta ya casi haba terminado de dar la vuelta cuando unos pocos remos empezaron a batir. No eran suficientes para darle impulso. La nave empez a virar la proa hacia su oponente, pero avanzaba con menos pujanza que un burro viejo. La trihemiolia, ya a toda velocidad, se le aproxim por la popa en un ngulo oblicuo perfecto.

Iscrates estaba de pie detrs del timonel. La emocin del minuto anterior se haba disuelto en una concentracin absorbente. Si avanzaban muy deprisa, se arriesgaba a producir daos en el Atalanta; si lo hacan demasiado despacio, el enemigo podra sobrevivir a la embestida.

Esperad, esperad! Clavad los remos! exclam.

La nave dio un bandazo impresionante cuando los remeros obedecieron. Iscrates se agarr bien fuerte y grit la orden final.

Recoged los remos!

Y entonces se oy el crujido desgarrador y prolongado del espoln al golpear, abriendo una brecha sangrienta en el costado de la pentecontera.

Iscrates sali despedido hacia delante por el impacto, pero se agarr al brazo de la silla de mando para no caer encima de Cleito. Les grit otra vez a los hombres que clavaran los remos. No era necesario, porque ya lo estaban haciendo con todas sus fuerzas, aunque golpeando unos con otros por la tensin del momento. El Atalanta dio una sacudida, balancendose en el agua mientras el espoln se estremeca en las entraas de su vctima. Se oy el quejido terrible de las cuadernas que se desprendan y, por encima del ruido, resonaron los gritos de los piratas, atrapados bajo la cubierta del barco hecho trizas en el que entraba el mar a borbotones. La propia cubierta del Atalanta se inclin hacia proa cuando la pentecontera empez a hundirse, an empalada por el espoln del enemigo. Los remos de la trihemiolia se pusieron en marcha.

Luego, con un espantoso crujir de maderos, sali marcha atrs. El espoln se desprendi por fin, y el barco se estabiliz.

Dejad de remar! orden Iscrates, y el Atalanta, a merced de la corriente, se apart de su vctima lentamente.

Se imagin la situacin en el puente de remo del barco pirata: el agua entrando a mares, los remos repentinamente inservibles, con sus pesados contrapesos en la empuadura, mecindose de aqu para all en la creciente oscuridad, los hombres desesperados, muchos de ellos heridos, atropellndose los unos a los otros al tratar de abrirse paso hasta alguna de las estrechas escotillas. Ya poda ver a algunos remeros empapados que haban trepado hasta la cubierta. La mayora de sus compaeros no lo conseguira.

Respir hondo, tratando de evitar las lgrimas, con la alegra despiadada de antes perdida casi por completo. Se dijo a s mismo que no deba compadecerse de los piratas no merecan su compasin!, que lo que le desgarraba el corazn era el naufragio de un barco. Haca slo unos instantes, aquella pentecontera era un barco altivo y hermoso. Ahora, era una ruina cargada de hombres moribundos.

Simmias y Nicgoras subieron a comunicarle que el Atalanta no haba sufrido daos y la tripulacin tampoco, a excepcin de algunos rasguos y moratones. El segundo oficial tena el gesto adusto. Sin lugar a dudas, l habra preferido llevarse la pentecontera intacta y venderla como trofeo. Iscrates se pregunt cmo pensara hacer eso y, adems, ir a por el carguero. El Atalanta no tena tripulacin suficiente para desplazar, por despacio que fuera, ambos barcos de guerra, y slo un imbcil tratara de poner a remar a los piratas.

En cuanto a Nicgoras, tena los ojos abiertos como platos y el rostro plido. Al terminar su informe, seal con la mirada a los infelices del barco anegado y pregunt:

Los ayudamos?

Iscrates volvi a respirar hondo.

S, si a eso lo llamas ayudar.

Aquellos hombres iban a sufrir la pena que ellos mismos haban infligido a tantos otros y seran vendidos como esclavos. Aunque los que haban sido piratas no valan para sirvientes de confianza en las casas, ni siquiera como cabreros, pues los ciudadanos respetables no los queran. Lo ms probable era que terminasen trabajando en las minas y en las canteras de los reinos vecinos. Puede que algunos fueran rescatados por sus familias o amigos, pero la mayora morira en pocos aos. Quizs habra sido ms considerado dejar que se ahogaran.

Los sacaremos de lo que quede del barco dentro de un minuto dijo, cuando termine de estabilizarse.

Y le quitaremos el akrostolion dijo Simmias con una sonrisa triunfal. Se refera a la pieza ornamental que remataba el codaste de los barcos. Era tradicin que la galera victoriosa se lo llevara como trofeo. Cuntas galeras vuelven a casa con un akrostolion despus de una travesa de entrenamiento, eh?

Uno de los supervivientes resbal y cay al mar. Volvi a izarse a bordo con ayuda de sus amigos, y todos ellos patinaron por la cubierta hasta la fogonadura del palo, que era lo nico de aquella embarcacin que segua a flote. Iscrates se acord de repente de la mujer y de los hombres que haban saltado para rescatarla.

Dnde estn los nuestros? pregunt, espantado ante la idea de haberles pasado por encima.

Estaban a popa, tan tranquilos; un corrillo de cabezas que se diriga lentamente hacia el islote. La pentecontera haba seguido avanzando a la deriva, y cuando la ensartaron con el espoln ya estaba apartada de la costa. Haba ocurrido exactamente lo que l haba previsto cuando dio la orden de rodear el islote, pero al acercarse al otro barco no haba ni mirado siquiera dnde estaban sus tripulantes, y la idea de haberlos matado con su propia nave le produjo sudores fros.

Los nadadores volvieron desde el islote al advertir que el Atalanta se diriga hacia ellos. La trihemiolia redujo la marcha y se puso de travs para que la tripulacin arriara la escalerilla por la popa. Iscrates, ansioso, cont las cabezas que se acercaban. Eran ocho. Estaban sus siete hombres, y pareca que tenan a la mujer sana y salva! Era mucha ms suerte de la que mereca por su descuido. Les deba una ofrenda a los dioses.

Los marineros subieron a bordo. El primer hombre llevaba de la mano a la mujer mientras los otros le indicaban dnde deba poner los pies. Los hombres estaban tiritando el agua estaba fra en aquella poca del ao, pero contentos, mientras que la mujer estaba plida y permaneca en silencio. Llevaba el lino empapado del quitn adherido al cuerpo delgado, mostrando con perturbadora claridad lo hermosa que era. Iscrates no saba si creer que fuese la favorita del rey Antoco qu andara haciendo una dama de la realeza para acabar secuestrada por los piratas?, aunque, con certeza, era lo bastante hermosa para serlo. Sinti, avergonzado, que algo se le mova en la ingle, y dese fervientemente llevar algo puesto. Se supona que los oficiales deban llevar una tnica de lino blanqueado que llegaba hasta las rodillas, y sujeta al hombro derecho por un broche con el sol de Rodas. Nicgoras y Simmias iban, ambos, correctamente vestidos, pero Iscrates se haba quitado la suya, ya que haba estado trabajando con los remeros y no quera que se le ensuciase. Rpidamente, apart los ojos de ella y se puso a pensar en lo fra que deba de estar el agua para que se le pasase el sofoco.

Bien hecho! les dijo a los nadadores y le dio la mano al que tena ms cerca, tratando de acordarse de su nombre... Cleofonte, eso era, uno de los lanceros. Buen trabajo, Cleofonte y... Heliodoro... se haba asegurado de aprenderse todos los nombres, lo habis hecho todos muy bien, ya informar de vuestro valor al trierarca.

Buen trabajo el del barco! replic Cleofonte sonriendo. Seor, no lo hemos hecho todo lo bien que deberamos. Se nos ha escapado el jefe de los piratas.

Qu?

Al vernos llegar, huy a nado. Iba hacia el islote, igual que nosotros, pero l iba mucho ms rpido, porque ayudbamos a la dama el lancero sacudi la cabeza. A decir verdad, seor, me alegro de no haber tenido que trepar a esa condenada roca con ese cabrn lanzndonos piedras desde lo alto.

Iscrates casi se haba olvidado del jefe de los piratas y le ech, furibundo, un vistazo al islote. Era demasiado escarpado y rocoso para aproximarse con la trihemiolia: una racha de viento o una corriente imprevista podran hacer que el barco acabara contra las rocas. Podra mandar a algunos hombres a nado, claro, pero caba el riesgo de que se hirieran o de que perdieran las armas en el mar. Adems, el barco de pantoque redondo an aguardaba para ser rescatado. No, no poda perder tiempo en perseguir al pirata extraviado.

Bueno, pues que los dioses acaben con l! dijo. Que se muera de hambre ah o que se ahogue intentando llegar a nado a la costa. Vosotros deberais secaros y calentaros, y que os den una racin de vino.

Ahora le resultaba ms fcil controlarse, tom aliento y se volvi hacia la mujer. Ella estaba de pie, con los hombros encorvados. Se tapaba cuanto poda con los brazos y tena los cabellos empapados y enredados. El mar le haba lavado la sangre de la cara, pero le haba dejado a la vista un moratn en la mejilla y un labio hinchado. Tena unos enormes ojos oscuros. De verdad sera la amante de un rey? No tena ni idea de cmo deba dirigirse a una amante real. Sera una dama respetable, o una puta?

Le volvi a la mente la escena en la que se daba la vuelta para morder al pirata y luego se lanzaba al mar. Supuso que semejante ferocidad no era respetable, pero s honorable y de gran valenta, y el corazn le dio un vuelco al evocarlo. Ella no se haba rendido, haba preferido la muerte antes que convertirse en la moneda que su enemigo iba a pagar por la libertad.

Bienvenida al Atalanta, seora dijo, otorgndole el respeto que se haba ganado. Ahora ests a salvo. Este barco es rodio y nadie de a bordo te va a hacer dao. Te vamos a llevar a casa.

Ella rompi a llorar.

Nunca haba soportado que las mujeres llorasen. Se le haca un nudo en el estmago, aunque las lgrimas de la seora eran comprensibles. Despus de todo lo que le acababa de pasar... Se dio cuenta de que Nicgoras la miraba con admiracin y, con alivio, le pas el problema.

Nicgoras, cuida de ella... bscale una toalla y una manta y dale algo de comer.

Nicgoras se apresur a obedecer. Iscrates suspir algo ms tranquilo y baj al puente de remo para hablar con el resto de los hombres. Los remeros nunca podan ver nada de lo que ocurra en las batallas, y saba, por experiencia, lo mucho que apreciaran que la persona que estaba al mando fuera tan pronto a informarles.

En comparacin con la brisa de fuera, en el puente de remo haca calor, y estaba oscuro, en contraste con el brillo del sol. La poca luz que haba era la que se filtraba por las lamas del lado inferior del cajn que cubra los soportes de los remos, la que entraba por las tres escotillas que daban a la cubierta y la que se colaba por las rendijas que quedaban entre las gateras y los manguitos de cuero. Los bancos estaban dispuestos en hileras a ambos lados del pasillo central: bajando un escaln, los talamitas; subiendo un escaln, los zeugitas; dos escalones hacia arriba y hacia fuera, los tranitas. Pero el casco se estrechaba a popa y a proa, apretando los bancos talamitas en los extremos. Toda la sala estaba dividida por los travesaos de los baos, tena el suelo de lastre de arena y gravilla y estaba hasta arriba de remeros desnudos. El olor a pino y brea caracterstico de los barcos nuevos iba ya dejando paso al hedor de la carne, el sudor, el aceite y la grasa de cordero que protega los bancos.

Los hombres estaban apoyados en los remos, charlando animadamente de lo que les haba parecido ensartar a otro barco con el espoln, una experiencia nueva para la mayora de ellos. Pero se quedaron en silencio cuando Iscrates apareci en la escalerilla. Un montn de caras expectantes lo observaba, la mitad de ellas dado que haba bajado por la escotilla central torciendo el cuello hacia atrs para mirarle. Los rostros, igual que los bancos, formaban hileras. Rostros barbudos de hombre, jvenes con granos, caras con cicatrices y algunas otras lisas. Iscrates conoca a muchos de ellos. Haba trabajado con la mayora de los remeros profesionales en un barco u otro, se haba afanado con los ms duros del muelle, en el astillero, durante los inviernos... y tambin haba llegado a las manos con alguno. No se haba hecho ilusiones con ellos, pero de repente se sinti invadido de un orgullo afectuoso, ya que aquella coleccin variopinta de granjeros, ciudadanos pauprrimos, profesionales robustos y escoria de los muelles haba hecho, pese a haber sido entrenados slo a medias, lo que su ciudad esperaba de ellos.

Buen trabajo! les dijo con tono clido. Hemos hundido nuestro primer barco pirata. El muy cabrn iba hacia el oeste, remolcando un carguero cargado con un botn... y podis estar seguros de que la mayor parte de ese botn est compuesto por hombres, mujeres y nios. Hombres, mujeres y nios nacidos libres, arrancados de sus granjas o de sus barcos de pesca, a los que no les queda ms horizonte que la esclavitud. Le hemos puesto freno a eso. Algunos de vosotros no habais tocado un remo antes de esta primavera, pero no hay un solo barco en toda la flota que pudiera haberlo hecho mejor.

Bueno, hemos tenido que dejar el carguero para ir tras los piratas, pero vamos a volver a buscarlo. Tenemos que darnos prisa para alcanzarlo antes de que caiga la noche. S que estis cansados, pero la gente que hay a bordo del carguero est rezando a los dioses para que vayamos a rescatarlos, de manera que an no podemos descansar. Vamos a ir hacia el sur, as que tendremos el viento a favor. Montaremos el palo y no har falta que remis todos, pero los que vayis a remar tenis que hacerlo con fuerza.

Uno de los tranitas un remero profesional ateniense, que no rodio exclam:

Y qu pasa con la pentecontera?

Ha quedado inundada le dijo Iscrates, y, sin ms rodeos, contest a la autntica pregunta. Vamos a recoger a los tripulantes que queden, y de vuelta a casa pasaremos a buscar el casco. Si lo encontramos, lo llevaremos a remolque para sacar lo que podamos por la madera y el bronce, pero el carguero es ms valioso. Es un navo fino, que puede valer ocho o nueve mil dracmas sin carga, y seguro que todava porta algo en su interior. Si lo encontramos, estaremos en condiciones de reclamar el cobro del rescate, que son unos dos tercios de su valor.

El ateniense sonri y mostr su conformidad. Todos los dems hombres sonrean a su vez, y uno de los zeugitas de babor levant el puo al aire y, eufrico, exclam:

Hurra!

El resto core:

Hurra! Viva!

Iscrates les devolvi la sonrisa y levant el puo tambin.

Viva el Atalanta!

DOS

Los supervivientes de la pentecontera inundada resultaron ser cretenses.

No fue ninguna sorpresa, ya que la mitad de los piratas del Egeo eran de Creta. Pareca que los cretenses consideraban que enriquecerse a costa de robar la propiedad o la libertad ajenas era algo varonil y de mucha valenta. Ni siquiera las muertes de la mayora de sus compaeros parecan convencerles de las ventajas de acatar la ley. Se sometieron al cautiverio con estruendosa bravuconera. Algunos de ellos insistan en que iban a ser rescatados, otros amenazaban con la venganza de su jefe, cuyo nombre, al parecer, era Andrnico de Falasarna.

A l no lo habis capturado, a que no? se burl uno de los supervivientes. Ya veris, nos sacar de aqu y har que paguis por esto!

Seguro dijo secamente Iscrates, pero, si tiene un barco capaz de alcanzar al nuestro, por qu andaba en esa ruinosa pentecontera?

El pirata se qued refunfuando. Iscrates encarg a Simmias que interrogase a los hombres, pero tena pocas esperanzas de que las respuestas fueran veraces.

Ya haba pasado el medioda cuando el Atalanta emprendi la vuelta hacia el lugar donde se haba cruzado con el carguero. Tal y como era de esperar, el barco no era visible por ningn lado, pero las perspectivas de volver a encontrarlo eran buenas. El viento segua siendo flojo y variable, aunque de componente norte, y estaban justo al oeste del cabo rocoso del Olimpo licio. Para desaparecer, el barco mercante habra tenido que rodear el cabo, pero no haba tenido tiempo suficiente para hacer algo semejante. Iscrates dispuso hombres en el peol para que oteasen la costa y comprobasen el viento. Estaba contento de que el mercante hubiera ido hacia el sur... o hacia el sudeste, o al sudoeste, porque cuanto ms ciese contra el viento ms despacio ira. La trihemiolia volaba hacia el sur sobre el agua cristalina, con la vela mayor y la de proa izadas y la mitad de los remos batiendo por turnos: la mitad de los hombres remando y la mitad descansando. Iscrates se puso al timn, dicindole a Cleito que se tomara un respiro. El peso de la caa del timn en la mano le hizo estremecerse de placer. El Atalanta se mova como un halcn, con los mismos golpes de ala, cortos pero fuertes, y la misma elegancia funesta.

Le interrumpi en la contemplacin de su exquisito barco Nicgoras, que lleg a popa escoltando a la mujer. Ella se haba envuelto en una manta, como si fuese una capa de la que slo asomaba el borde del quitn. Su pelo suelto era una masa de nudos al viento.

Quiere hablar contigo le explic Nicgoras. Bueno, pidi hablar con el trierarca, pero le he dicho que to Aristmaco est en Rodas.

La mujer, insegura, mir a Iscrates, y luego se volvi para echarle a Nicgoras una mirada inquisitiva. Qued patente que le costaba creer que aquel marinero desnudo, demacrado, sucio y sin afeitar fuese el que supla al trierarca. Iscrates se maldijo. En ese momento poda haber impresionado a una mujer hermosa una mujer que, sin lugar a dudas, estaba llena de gratitud y admiracin hacia l! y haba fracasado por el mero hecho de no haberse puesto la tnica. La cuestin era que la grasa de cordero resultaba difcil de quitar del Uno blanqueado, y de qu les habra servido l a sus remeros entrenados slo a medias si no hubiese podido acercarse a los remos?

Mis disculpas por no estar vestido le dijo a la mujer, apocado por la vergenza. He estado trabajando en el puente de remo. Soy Iscrates de Camiro, capitn del Atalanta. Si t eres el que est al mando, entonces es contigo con quien tengo que hablar le dijo ella, aunque, por pudor, desvi la mirada hacia la cubierta.

Hablaba griego alargando las vocales, como los jonios, y con acento culto. Tena la voz suave y melodiosa.

Iscrates de... Camiro? No eres rodio?

El se esforz por sonrer. Lo correcto habra sido presentarse como Iscrates, hijo de Critgoras, y no por su pueblo natal... pero prefera no mencionar a su padre.

Camiro es rodia, seora. Es una de las tres ciudades que se unieron para formar el pueblo de Rodas.

Ah, s, por supuesto: Lindos, Ialisos y Camiro, los hijos del amado ninfo Rodos. Ya lo saba, slo que... Seor, has dicho antes que me llevaras a casa pero, cuando mi barco fue abordado, yo iba rumbo a Alejandra. Necesito llegar all lo antes posible. Sera posible que siguiese mi viaje?

Iscrates se encogi de hombros.

Eso depende del capitn de tu barco... y de sus armadores, y de cmo hayas concertado tu pasaje.

Ella puso mala cara.

De sus armadores?

S, los dueos del barco y de su carga, o era una empresa particular?

Ah! Pues... pues no lo s. Yo concert mi pasaje en el puerto, con el capitn. Pagu por adelantado lo mir un instante con cara de angustia y luego volvi a apartar la mirada.

l se qued un momento sin hacer nada, mirando el perfil cabizbajo de ella bajo el pelo enredado, la nariz larga, la boca amoratada y los ojos oscuros tan bonitos. Tendra unos veinte aos, demasiados para ser soltera y respetable... y adems haba concertado el viaje ella sola? Haba pagado al capitn en el muelle en lugar de hacerlo a travs de algn hombre de su familia o de algn armador acaudalado amigo suyo? Si se tratase de una mujer normal, l habra sospechado que estaba huyendo de un marido cruel, pero por qu iba a tener que huir una concubina real? Y, ms concretamente, por qu iba una concubina del rey Antoco a tener que huir a Alejandra, hogar de su peor enemigo?

Slo se le ocurra una respuesta posible, y resultaba bastante inquietante... pero tal vez ella no fuese una espa. Puede que fuese una esposa fugada y el pirata hubiese mentido acerca de su condicin para tener ms fuerza en la negociacin, o que hubiese sido ella la que haba mentido para evitar que los piratas la violasen.

Eres lo que ha dicho el pirata que eres? pregunt, dejndose de rodeos.

Una mirada brusca e indignada de aquellos ojos oscuros.

Soy una mujer libre, seor, hija de Clstenes de Mileto, miembro del Gremio de Artistas Dionisiacos. Es muy poco educado por tu parte hacerle una pregunta como sa a una ciudadana libre!

Aqul no era el tono agradecido que l haba esperado! Era, adems, mucho ms aristocrtico de lo que se podra esperar de una concubina, de modo que poda ser una esposa. Trat de convencerse a s mismo de que, si era una espa egipcia, la repblica de Rodas querra mantenerse al margen. La isla trataba de estar en buenos trminos con todos sus vecinos, lo que, a menudo, significaba ignorar oficialmente las diferencias entre unos y otros. No poda esperarse que alguien tomase partido en una disputa de la que no saba nada.

l suspir: aquel argumento era una bazofia. Extraoficialmente, la isla siempre quera estar al tanto de todo. Los reyes, como todo el mundo saba, eran vecinos peligrosos, siempre sedientos de poder, y Rodas tena reinos vecinos al norte, al sur y al este. La repblica era una potencia del Egeo que controlaba, adems de la propia isla de Rodas, varias islas menores y un trozo de la Caria, en el continente. Pero era una potencia menor, completamente superada por los reinos que la rodeaban. Si quera seguir siendo independiente, necesitaba saber en qu andaban metidos. Tena la esperanza de poder colocarle aquel problema rpidamente a alguien: l no saba nada de asuntos diplomticos.

Puedo, al menos, saber cul es tu nombre, seora? pregunt con mucha educacin.

Ella puso mala cara y no contest. l se preguntaba si su silencio se deba a la necesidad de anonimato de una espa o si se trataba, simplemente, de la reticencia habitual de una mujer respetable a decirle su nombre a un desconocido.

Puede que alguien pregunte por ti la coaccion, y yo necesito poder asegurar que ests a salvo.

Ella puso an peor cara, pero habl.

Me llamo Dionisia. Soy hija de Clstenes de Mileto, como ya he dicho.

l asinti.

Hija de Clstenes, lo primero que tenemos que hacer es encontrar tu barco. Si lo logramos, y si conseguimos salvarlo, lo escoltaremos hasta el puerto y llegaremos a un acuerdo por el rescate, firmado y jurado. Luego ya...

Y eso cunto tiempo va a llevar? lo interrumpi ella. Qu es lo que implica? Todos tus hombres hablan del negocio se del rescate. Te tiene que pagar el capitn por haber salvado su barco?

El tono de desconfianza le doli.

Seora, como todo el mundo sabe, nosotros, los rodios, atacarnos a los piratas all donde los encontramos! De todas formas, segn la ley martima rodiota, a quienquiera que rescate un barco, del naufragio o de un abordaje pirata, le corresponde una parte del valor del barco y de su carga.

Ella lo mir sobresaltada.

Qu? Una parte del barco y de todo lo que lleve a bordo?

Seora, ese barco poda darse por perdido, con todo lo que llevaba... t incluida. Cualquiera que hubiera querido recuperarlo habra tenido que luchar contra los piratas para conseguirlo. Cuntos hombres conoces que estn deseosos de luchar sin esperar recompensa alguna? La ley rodia de rescates martimos ha sido aceptada por marineros de todo el mar Medio por el claro motivo de que una parte del valor del barco es mejor que nada.

Pero, qu se supone que voy a hacer yo inquiri ella con un temblor alarmante en la voz, sola y sin dinero en un puerto desconocido?

El se dio cuenta de que estaba aterrorizada. La haban rescatado de los piratas, pero segua tratando de escapar de lo que quiera que fuera un marido furibundo o un rey vengador lo que haba dejado atrs. Se avergonz de su propia indignacin. Despus de lo que ella haba pasado, resultaba sorprendente que le quedara presencia de nimo para hablar con l. Se haba esforzado por mantener aquella entereza, pero la impaciencia de l se la haba resquebrajado.

Perdname dijo en un tono mucho ms amable. No te preocupes. La ley del rescate slo se aplica al barco y a su carga... se refiere a la carga que va en la bodega. Las personas y sus pertenencias estn exentas.

La amabilidad, o tal vez el alivio, hicieron que los ojos se le llenaran sbitamente de lgrimas.

Ay! Lo siento, yo... yo... yo slo... S que me has salvado la vida. Cuando tu barco rode aquel cabo y todo el mundo se puso a gritar Es rodio!, fue como... como ver a un dios que aparece durante el acto final de una obra para que todo acabe bien! Yo no debera haber...

No te preocupes, por favor! dijo l, apurado y temeroso de otro brote de lgrimas, de modo que, para distraerla, se apresur a contestar a su pregunta. Si encontramos el barco, llegaremos a un acuerdo sobre el precio del rescate en pocos das. Faselis, donde haremos noche hoy si podemos, es un puerto amigo y acepta la ley rodiota del mar.

La distraccin pareci haber funcionado.

Faselis? Eso no pertenece al rey Tolomeo? No vamos a ir directamente a Rodas?

Esta noche no. Rodas est a dos das de travesa. Pero podemos llegar a Faselis en unas cuantas horas si no tardamos mucho en encontrar tu barco. All tenemos un acuerdo permanente: dejan que nuestros barcos atraquen en el muelle de tramontana. Puedes decirnos algo que nos sirva de ayuda acerca del barco de pantoque redondo? Qu tripulacin lleva, qu carga? Y los piratas que estn a bordo, cuntos son? Cmo van armados?

La mujer respir hondo.

El barco se llama Artemisa, como la diosa. Es de feso, y creo que bastante nuevo. Al menos, eso es lo que me dijeron, que es nuevo y veloz. El capitn se llama Filotimos, y la tripulacin estaba compuesta por una docena de hombres.

Cualquier barco de pantoque redondo, por muy veloz que fuese, era lento comparado con una galera. Pero, refirindose a un barco que no va propulsado a remo, a menudo ese adjetivo quera decir que era capaz de navegar muy ceido al viento, lo cual haca ms rpidos casi todos los viajes. Iscrates, de repente, empez a temerse que su presa hubiera ido demasiado hacia el oeste o hacia el este y la hubiesen perdido de vista. No, se dijo, nervioso, a s mismo: no poda haber ido hacia el oeste, porque el Atalanta lo habra visto, ni tampoco hacia el este, ya que haba un cabo en medio. No le haba dado tiempo de desaparecer, con aquel viento flojo tan variable. El Atalanta deba seguir hacia el sur, y pronto daran con l.

Iban a Alejandra con un cargamento de vino y de lana prosigui Dionisia, pero los piratas se bebieron parte del vino y tiraron las madejas de lana por la borda. Sabes?, tenan a toda esa pobre gente a la que haban secuestrado y... Ella se vino abajo, apretando las mandbulas.

Secuestrar y torturar, eso era lo que hacan los piratas. Los ms decentes pedan, en primer lugar, un rescate por sus vctimas. Los ms despiadados se saciaban primero y luego ofrecan los restos al mejor postor. Iscrates sospechaba que, en aquel caso, los piratas pertenecan al segundo grupo.

Tiraron las madejas por la borda para hacer sitio a sus prisioneros apunt.

Ella asinti.

Estbamos a tres das al sur de feso cuando fuimos abordados. Vinieron del norte, de la costa licia, como una flecha. Era como si estuvisemos atrapados en una red o avanzando a travs del barro; nos movamos muy despacio. No pudimos hacer nada para escapar de ellos. Amenazaron con ensartarnos con el espoln, de manera que el capitn se tuvo que rendir. Subieron a bordo a... a un montn de hombres.

A cuntos?

Pues... pues no estoy segura. El capitn orden a todos los pasajeros que bajsemos a la bodega cuando nos abordaron, y los piratas nos retuvieron all. Eran unos setenta u ochenta hombres en total; eso lo vi ms tarde, cuando hicimos una escala. Haba otros hombres esperndolos en la costa con ms prisioneros y otros bienes que haban ido robando. Me has preguntado cmo van armados... vi unos veinte o treinta lanceros, tambin algunos hombres con arcos y otros con hondas, y bolsas de municin de plomo. Los dems llevaban cuchillos y garrotes. Todos ellos eran hombres despiadados y sanguinarios. Haban matado gente en Licia y se rean al hablar de ello, de cmo haban matado a hombres que slo estaban defendiendo a sus mujeres y a sus hijos! Los prisioneros eran casi todos mujeres y nios, o jvenes. Pasamos la noche en aquella cala de la costa licia. Todos aquellos hombres se emborracharon, y...

Una vela! grit el viga desde lo alto del peno!. Una vela hacia poniente! Es un barco de pantoque redondo! Creo que es el nuestro!

Iscrates suspir aliviado.

A qu demora? contest, ansioso, con otro grito.

Sudoeste! Puede que est a treinta estadios de distancia! El viga estir un brazo para indicar la demora.

Iscrates cerr los ojos durante un instante, tratando de representarse mentalmente el rumbo del barco de pantoque redondo y de calcular su velocidad, tratando de escoger la lnea ms directa que pudiera trazar para interceptarlo. Tir con suavidad de la caa del timn y sinti la fuerza del agua mientras las dos espadillas de gobierno se inclinaban. La proa de la trihemiolia vir hacia el sudoeste; las velas flamearon y la tripulacin de cubierta se apresur a ajustaras.

Demora? volvi a gritar y obtuvo otro gesto de brazo.

Solt el aire lentamente y volvi su atencin hacia la mujer.

An nos falta un rato para alcanzarlo. Tienes ms preguntas?

Ella baj la mirada, tirando de una punta de la manta que llevaba a modo de capa.

Mi nica pregunta, seor, es si voy a poder seguir mi viaje hacia Alejandra.

Ah, s. Bueno, como ya he dicho, depende del capitn del Artemisa y de su armador; y supongo que tambin depende de si le queda carga suficiente como para que valga la pena llevarlo hasta Alejandra. Tendremos que acordar el precio del rescate antes de nada. Si el barco pertenece a una compaa seria, ser fcil ya que dar una seal del pago del rescate. Incluso, si no lo hace, puede pedir prestado el dinero para apalabrar el rescate, seguir luego hasta Alejandra y pagar el prstamo al volver con las ganancias del viaje. Por otro lado, puede que decida volver directamente a su casa, o vender el barco y lo que haya quedado de su carga en Faselis. No s qu querr hacer.

Ella se mordi el labio.

Y qu pasa con el dinero que le di por el pasaje?

Quedaba claro que el dinero le preocupaba. Se pregunt si ella podra permitirse comprar un pasaje para ir en otro barco.

Lo siento, no creo que lo vayas a recuperar. Aunque si decide seguir viaje, lo ms probable es que se atenga al acuerdo que tenis.

Ella pareca disgustada, pero se limit a decir:

Muchas gracias, trierarca.

Capitn la corrigi l. Se qued pensando y luego le hizo un ofrecimiento: Seora, si no puedes seguir viaje hacia Alejandra, nosotros estaremos encantados de darte pasaje hasta Rodas.

En los ojos de ella apareci una esperanza cautelosa, que l le sostuvo con la mirada.

Te ser mucho ms fcil encontrar otro barco en Rodas le seal. Es un puerto mayor que el de Faselis, y en esta poca del ao hay mucho comercio con Alejandra. Y estamos en deuda contigo por haberte arrojado de los brazos del pirata y haber echado por tierra su intento de negociar.

Ante eso, ella volvi a bajar la mirada rpidamente.

Gracias. Si... si no puedo seguir en el Artemisa, tal vez acepte tu generosa oferta.

l se pregunt, sintindose culpable, si no debera hacer algo para asegurarse de que ella no volva a embarcarse en el Artemisa. Si era una espa, y si posea alguna informacin acerca del rey Antoco tan importante como para llevarla en persona hasta Alejandra, entonces el Consejo de Rodas iba a querer, sin lugar a dudas, hablar con ella.

No, pens con alivio. No iba a ser necesario que tomara partido entre el deber y la compasin. El Artemisa haba perdido gran parte de su carga y estaba ms cerca de su tierra que de su destino, por lo que era muy poco probable que siguiera su viaje. Poda ayudar a la dama y servir a Rodas al mismo tiempo.

Mir hacia delante y vio la vela que el viga haba divisado antes por la amura de estribor. Gracias a los remos del Atalanta, se acercaban tan rpido como si el barco de pantoque redondo estuviese parado.

Si no se te ofrece nada ms, deberas irte abajo le aconsej a Dionisia. Espero que no tengamos que luchar, pero es posible que s lo hagamos, y si te quedas abajo puedes estar segura de no resultar herida. El lugar ms fresco es el que hay junto a la reserva de agua.

Ella abri la boca... luego la volvi a cerrar y se encamin hacia la escotilla. Nicgoras hizo ademn de acompaarla e Iscrates tuvo que ordenarle que volviera a proa, a su puesto.

Atrapados en una red, pens valorando aquella informacin, o avanzando a travs del barro: el barco mercante tampoco avanzaba ahora ms rpido que cuando los piratas lo abordaron. A medida que el Atalanta se le acercaba a toda prisa, se hizo muy pronto evidente que aqul era el barco de pantoque redondo que buscaban, con sus dos palos y su casco limpio. Las velas, que antes estaban arriadas en sus vergas, lucan ahora todo su esplendor; la vela de proa iba llena, y la vela mayor se doblaba por delante del palo como un ala plegada que empujaba el buque hacia el oeste. En el mascarn de proa y el estandarte, que antes lo haban dejado desconcertado, ahora reconoca claramente a la diosa Artemisa y el emblema de la abeja de feso, aunque, a decir verdad, la abeja segua pareciendo una especie de cosa aplastada contra el suelo.

Los piratas los haban visto llegar, por supuesto, y al acercarse ms divisaron a una multitud sobre la cubierta. Destellaban reflejos aqu y all cuando el sol daba en las puntas de las flechas y en el borde de los escudos; Iscrates lo contempl disgustado. Dionisia haba dicho que eran setenta u ochenta hombres en total. sos eran ya muchos hombres para haber venido desde Creta en una pentecontera, pero los piratas tenan la costumbre de embarcar a todos los luchadores que pudieran. Suponiendo que llevasen un hombre por cada remo de la pentecontera, quedaran todava ms de veinte piratas en el barco de pantoque redondo. Y entre ellos, sin lugar a dudas, estara la mayora de los luchadores, colocados ah para tener a los prisioneros bajo control. Superaban en nmero a los infantes de marina del Atalanta. Como refuerzo, contaba, por supuesto, con la tripulacin. La mayora de los remeros tenan experiencia militar. Pero las armas escaseaban. Los remeros no tenan dinero para comprarse ellos mismos espadas y lanzas, porque eran muy caras. Tenan, a lo sumo, un cuchillo y una honda con un puado de municin. El Atalanta en s era la mejor arma que tenan, pero no podan utilizar el espoln contra un barco mercante cargado de mujeres y nios prisioneros. La idea de lanzar a los jvenes reclutas novatos, la mayora desarmados, contra los piratas veteranos, le produca nauseas. Se imagin volviendo con la trihemiolia a puerto, se imagin a los familiares y amigos de los reclutas nuevos esperando para darles la bienvenida de vuelta a casa tras su primera travesa... se imagin los llantos al entregarles los cuerpos sin vida. No, no iba a intentar abordar el barco de pantoque redondo.

En ltimo caso, el Atalanta podra remar en crculos alrededor del Artemisa, acosndolo con flechas y piedras lanzadas con hondas; pero sera una tarea larga y extenuante... tratar de sitiar un barco en alta mar! Se pregunt tambin si aquellos piratas, igual que su jefe, trataran de negociar con las vidas de sus prisioneros. Lo que l necesitaba era que se rindieran.

Los piratas deban de saber que no podan imponerse a una trihemiolia de la Armada rodia, pero podan albergar la esperanza de que, si resistan, se podran liberar de su perseguidor al amparo de la oscuridad y esperar a que sus amigos los rescatasen. No haban presenciado la destruccin de la pentecontera: tendran la esperanza de que hubiese conseguido escapar.

El mascarn de proa del Atalanta la legendaria cazadora a la cual deba su nombre, sonriendo con su tnica corta llevaba ahora el akrostolion de la pentecontera metido bajo un brazo como si fuese un ramo de flores: sera aquello suficiente para convencer a los piratas de que su barco se haba ido a pique? Tal vez no. No era un adorno de popa demasiado particular. Tena que hacerles ver a los piratas que no los iban a rescatar. An ms, deba convencerlos de que, si llegaban a derramar sangre rodia, iban a tener que atenerse a la venganza de Rodas. Mir a su alrededor y le hizo una sea a Polidoro, el capitn de los infantes de marina.

Este se acerc, con su lanza al hombro, y le ech a Iscrates una mirada interrogativa. Era un hombre grande y feo, de unos treinta aos, con muchas cicatrices y los dientes podridos. Iscrates lo tena por uno de los hombres ms brillantes y ms competentes del barco.

Coge a uno de nuestros prisioneros le orden, psale un cabo alrededor de la cintura y, cuando lleguemos a la altura del barco de pantoque redondo, lo empujas del tajamar. No quiero que se haga dao, pero cuanto ms grite, mejor.

Polidoro sonri.

Les va a ensear a esos cabrones el precio de la piratera, eh? Buena idea!

Cuando el Atalanta alcanz a su presa, Iscrates dio la orden de dejar de remar y se detuvieron a estribor del mercante, a ms o menos medio estadio de distancia. Polidoro haba elegido al ms joven y nervioso de los prisioneros; ahora estaba llevando al jovenzuelo protesten, a paso forzado, hacia la proa, con los brazos atados a la espalda y un cabo en la cintura. Iscrates no vea el tajamar desde su asiento a popa, pero cuando aument el volumen de los aullidos de No! No!, hizo virar la proa de la trihemiolia hacia el mercante, para asegurarse de que todos los piratas vean bien a su compaero.

Se oy una oleada de alaridos furibundos de los cretenses, acompaados de los vtores de los rodios. Iscrates le pas la caa del timn a Cleito y fue hacia la proa. Dos de los infantes de marina se unieron a l, levantando sus pesados escudos de madera y hierro hacia ambos lados para protegerlo a l y a ellos mismos.

El joven pirata se balanceaba justo por encima del agua, con la cabeza a la altura de las rodillas del mascarn de proa, dando patadas al aire como loco. El cabo se le estaba clavando en las costillas y le costaba mucho respirar. Polidoro le daba de vez en cuando un toque con el bichero para hacer que no dejara de balancearse. El Artemisa estaba ya lo bastante cerca como para que Iscrates pudiese ver los rostros de los hombres que estaban en la cubierta, asomando por detrs de sus propios escudos. No tena duda alguna de que se haban dado cuenta de que aquel hombre era uno de los suyos. Eran un par de docenas, la mayora armados. Otros estaban agazapados tras la pared de escudos y slo se les vean los pies y las coronillas: deban ser los arqueros. El pequeo grupo de pasajeros de la cubierta de proa haba desaparecido. Iscrates esperaba que, simplemente, los hubieran encerrado en la bodega.

Cretenses! grit Iscrates, inclinndose sobre el borde del escudo de Polidoro.

Maricones rodiotas! grit alguien en respuesta; pero no hubo flechas. l se lo tom como una buena seal.

Vuestro jefe, Andrnico, no se ha rendido! les grit. Por eso vuestro barco se ha ido a pique y casi todos vuestros amigos han muerto! Ya veis el trato que recibiris si queris luchar! Si os rends y devolvis ese barco a sus tripulantes, seguiris con vida. Resistos y juro por el Sol que todo lo ve que os colgar de la borda como si fueseis pescado fresco!

Hubo un silencio, interrumpido slo por el ruido del viento, del mar y de los jadeos del pirata que colgaba del tajamar. Uno de los piratas golpe la lanza contra el escudo con aire guerrero, pero los dems no lo imitaron.

Rendos y viviris! grit Iscrates. Rendos y habr esperanza para vosotros! Os lo juro por el Sol!

Uno de los piratas dej caer la lanza y el escudo, y luego otro hizo lo mismo, y luego otro, hasta que slo qued el del aire guerrero. Maldijo furioso, pero no opuso resistencia mientras el capitn pona, con mucho esfuerzo, el Artemisa de proa al viento y sus compaeros se iban a abrir las escotillas para Liberar a la tripulacin del barco mercante.

Filotimo, el capitn del Artemisa, era un hombre alto, de pecho inmenso, con una voz de pito un tanto desconcertante. Al verse otra vez al mando de su propia nave, cogi el bote salvavidas de su barco y fue hasta el Atalanta para darle un apretn de manos y una palmada en la espalda a todo aquel que se cruzaba a su paso.

Que los dioses bendigan a Rodas! exclamaba. Que la gran diosa os complazca! Ah, pens que iba a pasar el resto de mi vida sacando piedras de alguna mina negra! Fortuna y victoria eternas para Rodas! Cul de vosotros es el trierarca?

Iscrates es el capitn replic Nicgoras. Nuestro trierarca est en Rodas.

Iscrates haba logrado recuperar su tnica reglamentaria y ponrsela. Cuando volvi a proa, recibi una palmada en la espalda tan fuerte que casi se cae.

Que Artemisa la Grande te bendiga! lo salud el otro capitn. Mir a su alrededor, con una sonrisa de oreja a oreja, y luego exclam: Ah, pero si incluso has rescatado a mi pasajera!

Iscrates le sigui la mirada y vio que Dionisia haba vuelto a subir a cubierta.

Es una favorita del rey Antoco! les inform el capitn, rebosante de orgullo. Ella misma lo reconoci cuando nos abordaron los piratas, y llevaba un paquete de cartas para demostrarlo. El rey te dar una recompensa, estoy seguro!

Dionisia lo mir, a punto de desmayarse. Evidentemente, aquello era algo que habra preferido que los rodios no supieran.

Capitn le dijo Iscrates con prisa, supongo que habrs puesto a tus prisioneros a buen recaudo, pero lo mejor es que los lleves a tierra lo antes que puedas. Nosotros te podemos escoltar hasta Faselis.

Hasta Faselis, eh? sonri el capitn. Son buenos aliados de Rodas, verdad? Y estarn deseosos de tomar parte en un rescate, no me cabe duda se los qued mirando a todos y sonri an ms. Por lo que a m respecta, os merecis hasta el ltimo bolo!

Quedaba mucho para llegar a Faselis. Tenan que rodear el cabo Olimpo y luego poner rumbo casi al norte exacto, lo que implicaba tener el viento en contra, y el Artemisa tena que ir a remolque. Cuando llegaron, era de noche, una noche sin luna, con una leve bruma sobre las estrellas que preocup a Iscrates, pues presagiaba un cambio del tiempo.

En Faselis haba tres fondeaderos: el del norte, el central y el del sur. El del centro era para las galeras del rey Tolomeo, quien reconoca la ciudad como suya; la flota mercante usaba el puerto grande del sur; y los barcos de guerra visitantes, normalmente, se varaban en la playa de arena que quedaba al norte. El Atalanta y el Artemisa se separaron.

Haba un hombre de guardia en la playa del norte, pero ya conoca el Atalanta, pues haban pasado la noche anterior en la misma cala, y no le dificult la llegada. La tripulacin extenuada de la trihemiolia la atrac de popa en el mismo espacio que haban usado antes, y afirmaron la proa con pesos muertos. Era sobre la quinta hora de la noche y llevaban diecisis horas remando. Estaban demasiado cansados hasta para comer. Iscrates dej que sus hombres acampasen, l tena que dar parte de lo ocurrido y conseguir que alguien se hiciera cargo de los piratas cautivos.

Le llev un buen rato, a pesar de la ayuda de Filotimo, que haba bajado a tierra con los mismos propsitos. Por lo menos, encontraron la casa del oficial adecuado, lo sacaron de la cama e hicieron que despertara a la guarnicin. Iscrates volvi a su barco con un pequeo contingente de lanceros, dos de los cuales llevaban antorchas.

Para entonces, el Atalanta pareca ms una tienda de campaa que un barco: el palo, desembarcado, estaba apoyado contra la popa, y la vela mayor, sujeta en el suelo con cabillas, formaba una zona cubierta sobre la arena seca, donde la mayora de los hombres se haba acostado, unos al lado de otros, tapados con sus capas. Haba otros durmiendo bajo un toldo que se haban hecho con la vela del chinchorro sobre la cubierta de proa.

Iscrates comprob que los dos infantes de marina a los que les tocaba hacer guardia estaban despiertos. Luego, fue a buscar a los piratas y se los entreg a las tropas de la guarnicin faselitana.

Cuando los hombres de aquella ciudad se hubieron marchado con los prisioneros, la playa qued a oscuras y con una calma inquietante. La bruma, sobre las estrellas, se hizo ms densa; el mar, que resplandeca como seda negra, apenas suba a la costa. Iscrates trep agotado por la escala de gato, encontrando con las manos y los pies los travesaos que apenas vea. Lleg hasta el asiento del capitn. El espacio que tena detrs, que estaba protegido por la prominente curva del codaste, estaba reservado, por tradicin, para el oficial de ms rango de a bordo. Puso los pies en aquel espacio y pis... algo blando.

Se oy un chillido de mujer; Iscrates se tambale hacia atrs. El que estaba de guardia a popa lleg corriendo, una silueta en la oscuridad de la noche.

Ah! le dijo a Iscrates. Se me haba olvidado decrtelo: Nicgoras le dijo a la mujer de Mileto que poda dormir ah.

S dijo una voz temblorosa de mujer desde la oscuridad.

Iscrates se las haba arreglado para olvidarse de ella.

Ah es donde se supone que duermo yo! dijo, ofendido y demasiado cansado como para preocuparse de cmo sonaban sus palabras.

Ay! grit ella afligida. No lo saba.

El habra preferido que se despertase Nicgoras para poder maldecirlo a l, pero al instante se dio cuenta de que no estaba siendo razonable. El oficial de proa le haba dado a la pasajera el nico espacio semiprivado de a bordo. Si haba que echarle la culpa a alguien, se era al rnismsimo Iscrates. Debera haberla mandado de vuelta al Artemisa. Quera haberla transferido cuando ambos barcos estaban a flote pero y si se hubiera cado al agua?, y luego, cuando llegaron a Faselis, estaba demasiado cansado, preocupado por los prisioneros y ansioso por varar el Atalanta para que todo el mundo pudiera descansar. Sin embargo, tendra que haberse acordado de ella y haberle encontrado una habitacin en el pueblo.

Era demasiado tarde ya para mandarla a ningn otro sitio.

Bueno, qudate donde ests dijo, con cierta reticencia, yo me busco otro sitio.

Gracias.

Perdn por haberte despertado murmur, y luego se march.

TRES

Iscrates se despert temprano, an cansado, por el ruido de la lluvia.

Se qued tumbado, sin moverse durante unos minutos, acurrucado en el pasillo del puente de remo mientras escuchaba el repiqueteo sobre la cubierta y las olas que rompan en la playa. Luego solt un gruido, se estir y se levant. El puente de remo estaba lleno de gente durmiendo. Haba muchos ms que cuando l se acost, lo que deba significar que algunos de los hombres que haba bajo los toldos se haban mojado y haban vuelto al interior. Fue saltando por encima de ellos y rodendolos, y trep por la escotilla de popa. Las aguas del puerto del norte estaban de color mate por la lluvia. Pequeos riachuelos corran por la cubierta inclinada del Atalanta y salan en forma de cascadas por los extremos de la regala. El viento soplaba del nordeste cada vez con ms fuerza. Dentro del puerto, las olas eran pequeas, pero se vean crestas de espuma blanca del otro lado del espign. Y, adems, haca fro. Se haba vuelto a quitar la tnica y, aunque segua envuelto en la capa que haba usado de manta, en seguida sinti el deseo de ponerse algo ms por encima.

Desconsolado, fue chapoteando hasta la silla de mando; luego recul. Dionisia segua en el espacio que quedaba detrs, acurrucada en el ngulo de los tablones del casco que se curvaban hacia arriba en una pila de cojines, con la manta que la envolva muy apretada. Con aquella cara amoratada y el pelo suelto y enredado pareca la superviviente de un naufragio, y l sinti una punzada de lstima.

Ella empez a levantarse cuando lo vio, y l le hizo seas de que se quedase dnde estaba.

No te preocupes, slo me he levantado para mirar el tiempo que hace.

Ella se qued sentada, subindose la manta hasta la barbilla.

Habra pensado que eras capaz de verlo, y de sentirlo, desde cualquier sitio.

l solt una risa atribulada.

Necesito ver el mar abierto.

Luego se ajust la capa un poco ms. Volva a estar incmodamente preocupado por su cuerpo, pero no ya por tenerlo desnudo, sino por lo poco atractivo que era: alto, sin una gota de grasa y de constitucin grande, con la piel deslucida por aos de mala alimentacin. Saba que, adems, tena la cara muy alargada, la nariz muy grande y las cejas muy pobladas y que hablaba en drico inculto. Dionisia era guapa como una diosa, incluso en aquel estado de nufraga.

Siento mucho que no se me ocurriera llevarte anoche a la ciudad le dijo. Tena que haberme encargado de conseguirte una habitacin en alguna parte, donde pudieras lavarte, cambiarte de ropa y dormir en una cama. Este... seal con una mano la cubierta empapada de su barco, este no es sitio para una dama.

Ella recompens la disculpa con una leve sonrisa.

Estaba demasiado cansada anoche para ir a ningn lado, y no habra sido capaz de enfrentarme a ms desconocidos, aunque lamento haberte quitado el sitio donde duermes.

l se encogi de hombros.

Ya he dormido en el puente de remo otras veces. No, soy yo el que debe disculparse por no haberte conseguido algo mejor y por haberte despertado.

En realidad dijo ella despacito, no consegu dormirme hasta ese momento lo mir a los ojos. Slo cuando me pisaste y te marchaste pidiendo disculpas me di cuenta de que estaba entre gente decente y de que nadie vendra a molestarme durante la noche.

El sospechaba que el jefe de los piratas la haba violado. Pareca ms que probable. El hecho de que ella fuese la amante de un rey habra hecho que al hombre aquel le dieran ganas de ponerse a la altura de un rey, y todos sus intentos de controlarse para devolver intacta la propiedad real habran volado por la borda una vez que los cretenses se hubieran emborrachado con el vino del Artemisa. De todos modos, no quera indagar en aquello. La mayora de las mujeres violadas por los piratas hacan todo lo posible para que no se supiera, temerosas de que sus maridos o sus padres las culparan por ello.

A l mismo lo haban asaltado una vez, cuando era un campesino novato de apenas diecisis aos que luchaba por sobrevivir en los barracones del astillero. An recordaba el calor de la vergenza y la impotencia de su rabia.

Dejaste con un palmo de narices a ese pirata le dijo, tratando de decirle algo que le aliviase el dolor de la herida no declarada.

Ella arque las cejas.

Cuando saltaste al agua continu l. En un momento tena un tesoro entre las manos; al instante siguiente slo un puado de pelos. Tenas que haberle visto la cara! Imit la expresin de furia incrdula del pirata y agit en el aire una mata de pelo imaginaria.

Ella se qued atnita durante un instante; luego sonri. Era una sonrisa insegura, casi tmida, y cuando l la vio supo que era autntica y que, hasta aquel momento, ella se haba estado ocultando tras una mscara.

Se crea que iba a poder utilizarte le dijo l. Estaba equivocado. No pudo contigo.

Ella respir hondo y luego solt el aliento, temblando un poquito.

Estaba desesperada.

Fuiste muy valiente.

Ella lo mir a los ojos un instante, buscando adulacin sin encontrarla. La sonrisa volvi a aparecer, indecisa e insegura.

De verdad habras negociado con l si yo no hubiese saltado?

El se lo tuvo que pensar.

S. No le habra dejado marchar, pero habra aceptado que se rindiera con condiciones. l podra haber mantenido a todos sus hombres juntos y con vida y, una vez en Creta, haber conseguido que sus amigos los rescataran.

Me alegro de que le hundieras el barco ella se pas los dedos por el pelo enredado, detenindose en la coronilla, de donde aquel puado de pelo haba sido arrancado, eran mala gente. Ahora ya no pueden hacer dao a ms inocentes. T crees que... que ese imbcil de Andrnico sigue vivo?

Tal vez admiti Iscrates reticente. Si es buen nadador puede haber llegado hasta la costa. Le he dado su descripcin al comandante de la guarnicin de aqu, pero la verdad es que no pareci interesarle demasiado.

Se le arrug el gesto al acordarse de los modales tan groseros del comandante. Con que piratas cretenses, eh? Vosotros los rodios s que sabis pasar el rato, verdad? Aqulla era una actitud muy peligrosa. Toda Licia, con la costa llena de entrantes, era un territorio ideal para los piratas. Si las autoridades bajaban la guardia, pronto habra ms piratas licios que cretenses.

No creo que se moleste en mandar a alguien para que indague tierra adentro le dijo a Dionisia. Lo siento, pens que no me daba tiempo a perseguirlo con el Artemisa navegando en rumbo opuesto.

No, claro asinti ella, la gente a bordo del Artemisa necesitaba que la rescataran tanto como yo volvi a respirar hondo. Todos nosotros estamos en deuda contigo.

Seora, nosotros los rodios luchamos contra la piratera porque vivimos del comercio. Ayer no hice ms que aquello para lo que se construy este barco. Cuando volvamos a casa, todos y cada uno de los hombres del Atalanta se pondrn a presumir de cmo hundimos al famoso pirata Andrnico en nuestra primera travesa, y todos nuestros amigos se morirn de envidia. Recibiremos nuestra parte del rescate y tambin una parte del dinero que se recaude al vender a esos piratas. Daremos gracias a los dioses por lo que pas ayer! No nos debis nada.

Andrnico era famoso?

Iscrates se lo pens un momento.

Creo que he odo hablar de l. No estoy seguro. Pero para cuando llevemos diez das en Rodas se habr convertido en un pirata inmensamente famoso, y en el capitn de toda una flota a la que ensartamos con el espoln como si hubieran sido perdices en un espetn.

Eso le vali otra de aquellas sonrisas tmidas, y l tambin sonri.

Tengo que mirar el tiempo que hace para averiguar cundo vamos a poder volver a casa dijo.

Se subi a lo alto de la regala y mir el mar hacia el norte, con una mano levantada en medio de la lluvia para apreciar el viento. El cielo estaba irremediablemente gris, y el aire fro tena una pesadez caracterstica que presagiaba ms lluvia. El mar picado llegaba ya al lmite de lo que podan soportar las galeras los barcos de guerra necesitaban buen tiempo y pareca que iba a empeorar.

Hoy no va a escampar concluy, meneando la cabeza y bajando otra vez a cubierta.

Bueno, por lo menos no tenas planeado ir a ningn sitio.

l la mir sorprendido.

Tena planeado volver a Rodas!

Ella lo mir perpleja.

Y qu pasa con el cobro del rescate?

Iba a dejar aqu a Nicgoras para que se encargase de eso.

Ella baj la mirada.

Pensaba que... quiero decir, me habas ofrecido pasaje si...

Claro que s! Pero para eso no necesito esperar a que se cierre el contrato. Anoche habl con Filotimo y me dijo que no va a ir a Alejandra.

Haban discutido acerca del Artemisa y su carga mientras esperaban a que el comandante de la guarnicin reuniera a los hombres que se iban a encargar de los piratas. Filotimo tambin le haba revelado por qu estaba tan contento con que los rodiotas cobraran el rescate: ni el Artemisa ni su carga le pertenecan. El barco haba sido construido y armado por una compaa recin formada de feso y haban contratado al capitn slo para que lo llevase hasta Alejandra.

Me dijo que no tiene sentido seguir viaje con la bodega medio vaca prosigui Iscrates. Va a regresar a feso y les va a ofrecer a los armadores reiniciar la travesa una vez que la carga vuelva a estar completa.

Dionisia pareca preocupada.

Cre que... par en seco, mirando a Iscrates con una desconfianza que l no comprendi.

Va a pasar un tiempo hasta que podamos zarpar le dijo l.

Ella lo mir en silencio durante un rato. El da anterior, cuando estaba asustada y aturdida, a l le haba parecido que tena unos ojos muy bonitos. Ahora que estaba ms tranquila, le impact la inteligencia fra de aquella mirada oscura.

No me has preguntado por aquello que dijo Filotimo observ ella de repente de que tengo un paquete de cartas del rey Antoco. Por qu?

Te presentaste como una mujer libre y me dijiste que no era asunto mo.

Ella, disgustada, frunci los labios.

Y t, sin dudarlo, has sacado tus propias conclusiones al respecto.

El se lo pens dos veces, tratando de dilucidar el porqu de aquel cambio de tono.

Rodas no depende del rey Antoco le dijo l, no nos compete hacer un seguimiento de sus amigos.

Ella volvi a arquear las cejas.

Rodas apoy a Antoco durante la ltima guerra. De hecho, recuerdo con toda claridad que el rey dijo que le deba la victoria a Agatstrato y a los rodiotas.

Tolomeo estaba utilizando a los piratas para arruinar las relaciones comerciales de sus enemigos respondi Iscrates enseguida. Perjudicaba a nuestra flota mercante y a nuestro medio de vida, as que tuvimos que luchar. Pero cuando la guerra termin nos dio mucho alivio volver a ser aliados de Egipto. Si hubisemos perdido el comercio con Egipto, nos habramos arruinado. Seora, si te digo que los reyes son ms fuertes que nosotros, no te estar diciendo nada que no sepas ya. Tratamos de llevarnos bien con ellos porque no los queremos como enemigos, pero eso tampoco significa que estemos a su servicio.

Ya... O sea, que no te interesa la recompensa real de la que te habl Filotimo ayer, no? le espet ella con acritud.

Iscrates entendi por fin cul era el problema. Ella pensaba que l estaba ansioso por volver a Rodas para poder entregarla al rey. Se lo volvi a pensar dos veces. Luego, con cierto alivio, decidi ser sincero, la verdad era ms verosmil que las sospechas de ella.

Seora, yo no sirvo al rey de Siria, ni al rey de Egipto, ni a ningn otro monarca. Yo sirvo al Consejo y al Pueblo de Rodas! S, me interesaba aquello que dijo Filotimo acerca del paquete de cartas. He sospechado desde el principio que tienes informacin que intentas llevarle al rey Tolomeo, y tena la esperanza de que, si te llevaba a Rodas, querras compartirla con nosotros tambin. Pero no tengo la ms mnima intencin de entregarte al rey Antoco en contra de tu voluntad. Lo juro por el Sol! Por lo que a m respecta, puedes proseguir con tu viaje, y no te he mentido al decirte que te ser ms fcil hacerlo desde Rodas.

Ella lo mir detenidamente, mordindose el labio.

Tengo la impresin de que necesitas desesperadamente hacer ese viaje le dijo l y los piratas te han dejado sin fondos para llevarlo a cabo. Lo lamento, pero no es culpa de Rodas. Creo que nos hemos ganado el derecho a que nos trates como amigos... o, por lo menos, el derecho de no ser tratados como enemigos.

Pongamos que s tengo cierta informacin dijo ella con mucha calma. Estara el Consejo de Rodas dispuesto a pagar por ella? Y qu haran conmigo una vez que se la hubiera dado?

Creo que... que pagaran contentos por las copias de tus cartas. Y despus te dejaran seguir tu camino y fingiran que no saben nada de ti.

Las cartas no tienen nada. Slo las he trado para demostrar quin soy, que de verdad era amiga del rey. Se volvi a morder el labio, dejando a la vista la punta blanca de sus dientes. Cmo s yo que dices la verdad?

Seora, yo no hablo en nombre del Consejo! Pero te estoy dando mi punto de vista, y tengo cierta idea de cmo es el Consejo. Nosotros, los rodiotas, tenemos una democracia. Elegimos a nuestros consejeros y sabemos quines son y de qu pie cojean. Si Antoco, de repente, se pone a mandar cartas por todo el Egeo pidiendo que quien te encuentre te mande de vuelta inmediatamente, el Consejo, probablemente, te mandara de vuelta, pero no tengo noticia de que haya hecho cosa semejante, y me da la impresin de que el rey Tolomeo tambin est metido en esto. Siendo dos los reyes involucrados, Rodas no querr ofender a ninguno de ellos. Si admitimos que sabamos lo que estabas haciendo, tendramos que ponernos del lado de uno o del otro. Si alguien pregunta, lo ms fcil y seguro sera decir algo como: Ah, s, la salvamos de los piratas, pero nos dijo que iba a visitar a su hermano en Alejandra, de modo que la ayudamos a continuar su viaje. Cmo podamos saber que tena una informacin que el rey Antoco quera guardar en secreto?.

Antoco no va a mandar carta alguna dijo ella, descartando esa posibilidad, y probablemente est aliviado porque yo haya desaparecido... aunque lo ms seguro es que crea que he vuelto a Mileto. Lo mir muy seria. Me asegurara el Consejo un pasaje a Alejandra en el prximo barco que zarpe?

El abri las manos en seal de impotencia.

Eso hara yo. Yo dira que te meteran, en el acto, en un barco que vaya para all, si eso es lo que quieres. Pero, como ya te he dicho, no soy miembro del Consejo.

Ella se lo qued mirando un rato ms, con los ojos llenos de esperanza.

Tu suposicin me parece razonable. Cundo podremos zarpar hacia Rodas?

No iba a ser en el prximo par de das. El tiempo siempre empeoraba antes de mejorar. La lluvia vendra del este para convertirse, luego, en granizo y truenos. El mar, al otro lado del espign, era de tormenta. Los tripulantes del Atalanta haban trado sus capas ms finas, y slo haba cinco pares de sandalias en todo el barco. Los hombres se amontonaban en las tabernas de Faselis para no mojarse y los taberneros se quejaban a Iscrates de que no dejaban sitio para los clientes que pagaban mejor; o, si no, de que los rodios haban destrozado los muebles pelendose con la gente del lugar. En cuanto a los hombres mismos, se quejaban de los mercaderes usure