apenas era suficientemente maduro como para observar el impacto de
la presencia nazi sobre nuestra familia y nuestros amigos. Seis
años después, estuve como soldado esta-
dounidense en suelo alemán, destinado en una unidad que capturó
Múnich, y conser- vaba en la memoria buena parte de lo que había
visto allí. Aun así, no sabía qué iba a hacer. Sólo después de
volver a la vida civil, estudiando ciencias políticas, me di cuen-
ta de las masas de documentos alemanes que habían sido
transportados a Estados Uni- dos y, después, de que estos
materiales me permitirían recoger información detallada y
elementos que me ayudaran a comprender. Específicamente, aprendería
algo sobre la estructura administrativa y las funciones de los
organismos alemanes implicados en las
medidas contra los judíos. Si hubiera sido más viejo y más
experimentado, quizá hubie- se rehuido un proyecto que de hecho
había subestimado enormemente. Pero en ese momento me sumergí en el
trabajo creyendo que necesitaría cinco años para comple- tar la
tarea. Cuando alcancé ese límite inicial, estaba muy lejos de mi
objetivo, pero había recopilado una enorme cantidad de materiales y
me sentí impulsado a seguir.
Desde el comienzo, mis principales fuentes fueron los documentos
alemanes. En Nuremberg, los ayudantes de los fiscales habían
seleccionado la correspondencia que incriminaba a los altos
funcionarios acusados de crímenes de guerra. Esta pila, que con-
tenía copias de muchos miles de órdenes, cartas e informes, fue mi
primer material de lectura. Después, en Washington, también busqué
documentación y periódicos en la Biblioteca del Congreso, y en
Nueva York encontré otra fuente de documentación
indispensable, el YIVO Institute. Pero el espectáculo más
impresionante lo hallé en el Federal Records Center de Alexandria,
Virginia, donde las carpetas alemanas captura- das se almacenaban
en cajas que ocupaban decenas de miles de metros de
estantería.
De pie en este cavernoso edificio, me di cuenta de que no podría
leer todos estos papeles en toda mi vida. En Alexandria desarrollé
el hábito de hurgar al azar en una colección. Descubrí que no todo
se halla donde uno lo busca, pero que donde uno no ha buscado
todavía se puede encontrar casi de todo. Esa es una de las razones
que, una y otra vez, me movieron a extender mis exploraciones por
todas partes.
Me di cuenta de que tenía que consultar también fuentes judías. La
documentación
interna de los consejos judíos resultó ser escasa. La mayoría se
había perdido durante la guerra. Así, por ejemplo, los archivos de
la comunidad judía de Colonia quedaron com-
pletamente destruidos en un bombardeo aéreo, y los del consejo
judío de Varsovia fue- ron consumidos por las llamas durante la
revuelta del gueto. Abundaban, por el con-
trario, los relatos de los supervivientes. Contenían información
valiosa sobre las reacciones de las víctimas, pero no iluminaban la
evolución de los acontecimientos. Me parecía evidente que los
judíos no veían claramente más allá de las vallas de los
guetos.
Sólo los perpetradores tenían una visión general. Me di cuenta de
que, sólo por esta razón, una historia global debía basarse, en
primer lugar, en los registros contemporá- neos de aquellos que
habían iniciado o puesto en práctica las medidas antijudías.
Aun-
10
que estos hombres no habían empezado con un plan básico, tenían una
dirección, y sus actos encajaban en una secuencia reconocible. Esa
lógica dictaba qué pasos tenían que
dar antes de poder seguir con cualquier otro. Tan pronto como
comprendí esta cadena de toma de decisiones, en una fase inicial de
mi investigación, redacté un esbozo deta- llado de 20 páginas que
me permitió organizar mis notas en el orden en el que las iba a
usar. Inevitablemente, de esa forma adoptaría una perspectiva
alemana y vería el avance de los sucesos a través de los ojos
alemanes.
Con los años, continué mi tarea en archivos más distantes, más
recientemente en los abiertos detrás del antiguo Telón de Acero, y
aproveché los crecientes fondos de microfilmes del United States
Holocaust Memorial Museum de Washington. A medi- da que iba
recogiendo este material diverso, también estaba en mejor situación
para enmendar los errores que había cometido, llenar vacíos en el
relato que había escrito,
y profundizar en las conclusiones establecidas. Pero he mantenido
mi armazón original, capítulo a capítulo, hasta hoy.
La primera edición de La destrucción de los judíos europeos la
publicó tras varios retrasos una pequeña editorial en 1961, casi
trece años después de haber empezado mi trabajo. Aunque el libro
fue reseñado en la prensa, el contenido no era fácil de digerir. Yo
no había hecho concesiones en mi descripción, de la que no había
eliminado la complejidad del proceso a medida que era aplicado por
los perpetradores, ni la desprevención de las víctimas enfrentadas
a la matanza. Ante todo, los lectores estadounidenses no estaban
aún preparados para el tema; debían transcurrir muchos más años
antes de que se con-
virtiera en un tema de enseñanza y comentario generalizados. La
primera traducción completa del libro, ampliada con nuevas
investigaciones, la
publicó una pequeña editorial alemana en 1983. No debería
sorprender que los alema- nes, que habían roto con su propio
pasado, no hubieran contemplado antes este capí- tulo de la Segunda
Guerra Mundial; pero tampoco es accidental que desde mediados
de la década de 1980 los alemanes no se mostraran sólo dispuestos a
leer este material, sino que también desarrollaran un sustancial
cuerpo propio de historiadores del Holo- causto. La sociedad
alemana tiene algo en común con la judía. En ambas el tema es una
historia familiar. Al tiempo que los judíos estadounidenses se
interesaban gradualmen- te por el destino de sus parientes perdidos
en Europa, también los hijos y los nietos de
los perpetradores tenían que enfrentarse al ineludible hecho de que
durante el régimen nazi sus padres y abuelos habían contribuido al
proceso de destrucción. La hazaña no había sido sólo producto de
las acciones de las SS o de la policía. Estuvo modelada tam- bién
por un enjambre de oscuros participantes del ejército, el
funcionariado civil, la industria y los ferrocarriles, que habían
contribuido con su experiencia indispensable al resultado final. Yo
había estudiado precisamente esta implicación.
Siguieron otras traducciones, entre ellas al francés y al italiano.
Inicialmente, tam- bién Francia tenía un pasado poco agradable que
superar, y allí la dificultad radicaba en
I I
I I
la circunstancia de que, durante años, los ex miembros de la
Resistencia vivían al lado
de los antiguos colaboracionistas. Con historias tan distintas, los
dos grupos tenían que fundirse en un futuro común. Italia era el
país que había pasado de ser el principal alia- do europeo de
Alemania a convertirse en un territorio ocupado bajo dominio
alemán, un doloroso antecedente que exigía curación. En Italia
había comparativamente pocos judíos, pero residían allí desde
la Antigüedad, y en los días de la independencia italiana que se
prolongó hasta 1943, el régimen fascista nunca igualó la eficacia
alemana en su
persecución. Los italianos rechazaron las solicitudes alemanas de
deportación, no sólo desde la propia Italia, sino también desde las
regiones ocupadas por Italia en Francia, Yugoslavia y Grecia.
Durante la fase más peligrosa, bajo la ocupación alemana, miles de
judíos italianos fueron deportados, pero muchos más
consiguieron ocultarse. Estos ejemplos se recuerdan ahora
plenamente.
España se mantuvo oficialmente neutral durante la Segunda Guerra
Mundial. Su costosa guerra civil había acabado sólo cinco meses
antes de que los alemanes comen' zaran la invasión de Polonia; pero
dado que el régimen franquista había obtenido su vic- toria con
considerable ayuda alemana e italiana, aportó tropas para que
lucharan con-
tra el Ejército Rojo en el frente oriental. Después de 1945, el
país tardó treinta años en convertirse en parte plenamente integral
de la vida europea. Tanto las potencias occi- dentales como el
bloque soviético consideraban a España como un resto ideológico de
las fuerzas derechistas que en Alemania y sus aliados habían
desatado agresión tras agresión. En cierto sentido, el tiempo se
había paralizado.
En 1939, sólo había en España unos cuantos miles de habitantes
judíos. Estos, expulsados en 1942, nunca habían vuelto. Pero
durante la guerra, el gobierno español
no pasó por alto a la comunidad judía ni fue inconsciente de su
desaparición. Cientos de miles de judíos seguían hablando
castellano. La mayoría había adquirido el idioma siendo emigrantes
en América Latina durante los siglos XIX y XX, pero en los Balcanes
y en Turquía quedaba otro grupo de judíos, los sefardíes, que
habían salido de España en el siglo XV Y habían conservado su
castellano, con algunos cambios de consonantes y vocales, con
virtiéndolo en ladino. Estas personas constituían la mayor
comunidad de habla castellana en Europa fuera de la propia España.
En 1924, un decreto del gobier-
no español permitió a los sefardíes de Salónica y Alejandría
solicitar la nacionalidad española. No hubo muchos que aprovecharan
esa oportunidad, y en ningún momento
previo el gobierno español que pudieran emigrar a España más que un
puñado de ellos, pero cuando las deportaciones y los gaseamientos
alcanzaron su punto culminante, entre 1942 y 1944, los diplomáticos
españoles manifestaron sus preocupaciones mora- les en un tono
llamativamente similar al empleado por losfuncionarios italianos
que intentaban salvar a los judíos.
La muerte de Franco señaló el fin del aislamiento al que aún se
veía sometida Espa- ña. A medida que se instituían las reformas
democráticas y surgía una apertura de la
12
12
investigación, era lógico que toda la historia de la guerra fuera
objeto de un estudio más preciso. En medio de esa probabilidad era
inevitable encontrarse con la catástrofe de
los judíos. La actual edición aparece en lengua castellana al final
de los esfuerzos de toda mi
vida. Es el último texto que puedo presentar con el producto de la
investigación que realicé hasta finales de 2003. En la medida en
que en España y en América Latina no hay tantos estudios sobre el
tema como en otros países, la mayoría de los contenidos de esta
traducción quizá resulten nuevos para los lectores. Sin embargo, a
pesar de la aper-
tura de los archivos de Europa occidental y oriental y la
consiguiente multiplicación de fuentes disponibles, ninguna obra
sobre el Holocausto, la mía incluida, es en absoluto completa, y
ninguna puede garantizar que esté líbre de errores. Sólo puedo
decir que, desde el comienzo, he intentado escribir el estudio más
amplio y fiable que pueda com-
poner un autor solo. Ése ha sido mi principal objetivo.
Raúl Hilberg Burlington, Vermont
Prefacio a la tercera edición
Hoy, la bibliografía dedicada a este tema alcanzaría para llenar
una biblioteca. El Holocausto lo estudian con avidez en América y
en otros continentes hombres y mujeres altamente competentes, que
plantean nuevas preguntas y consultan las nue-
vas fuentes disponibles. ¿Por qué, entonces, tendría yo que seguir
con mi propia obra, comenzada hace más de cincuenta años, después
de que la primera edición aparecie- ra en 1961 y la segunda en
1985? Después de todo, uno debe parar en un punto, aun- que sólo
sea por agotamiento. Era consciente, sin embargo, de que no había
llegado al final, y sabía que ningún tema era para mí más
importante que éste. Me sentía impul-
sado a examinar cualquier documento, todo aquello que pudiera
proporcionarme una clave sobre algo sobre lo que me había
interrogado o quería conocer, así que cuando se abrieron los
archivos de Europa Oriental, poco después de 1985, mi impulso de
seguir
se intensificó. A menudo, un documento de una carpeta no aporta más
que un pequeño detalle, y
esto ha ocurrido también en mi búsqueda continuada. El valor de
dicho descubrimien- to podría ser considerable, no obstante, porque
podría cambiar una perspectiva, alterar de maneras sutiles el
significado que yo había atribuido a un acontecimiento, o podría
demostrar la relación entre dos hechos aparentemente independientes
entre sí. Otros materiales revelan importantes episodios, como
también he experimentado. En esa
situación, podía ampliar el alcance de mis conocimientos y escribir
una historia más completa. A medida que avanzaba, he ido añadiendo
buena parte de lo descubierto en ambas categorías a las
traducciones del libro a otros idiomas, y finalmente la
edición
estadounidense de 1985 se convirtió en la más antigua impresa. En
un campo de investigación empírico, ninguna obra de cualquier autor
y ninguna
edición de dicha obra puede ser definitiva, aunque alguna editorial
pueda desear afir-
15
15
marlo. Un libro de historia es una empresa que se ha detenido en
algún momento, y lo que contiene está siempre incompleto. Mi más
viejo amigo, Eric Marder, consideraba,
sin embargo, que la edición de 1985 no debía seguir siendo mi
última palabra en inglés, e hizo posible esta edición por parte de
Yale University Press. Nada de lo que yo diga puede expresar mi
gratitud por lo que ha hecho.
Éste es el momento en el que pienso también en mi familia. Mi
esposa Gwendolyn,
siempre a mi lado, me ayuda desinteresadamente corrigiendo las
pruebas de imprenta del texto recientemente impreso. Mis hijos
David y Deborah se han mudado hace unos años, pero siguen siendo
una inspiración para mí, sin importar lo lejos que estén o lo
escasamente que los vea.
Burlington, Vermont
Prefacio a la edición revisada
La obra que culmina en los contenidos de estos volúmenes comenzó en
1948. Desde entonces han transcurrido treinta y seis años, pero el
proyecto ha seguido conmigo, desde la primera juventud a la mediana
edad, a veces interrumpido, pero nunca abandonado, debido a una
pregunta que me planteé. Desde el comienzo he querido saber cómo
destru yeron a los judíos de Europa. Quería explorar el mecanismo
de destrucción en su tota-
lidad, y a medida que ahondaba en el problema, veía que estaba
estudiando un proce- so administrativo llevado a cabo por
burócratas en una red de organismos esparcidos por todo un
continente. Conocer los componentes de este aparato, con todas las
face- tas de sus actividades, se convirtió en la principal tarea de
mi vida.
El «cómo» de los acontecimientos es una forma de aprender a conocer
a los perpe- tradores, a las víctimas, a los espectadores. En esta
obra se describirá la participación de todos ellos. Se mostrará a
los cargos públicos alemanes pasando memorandos de mesa en mesa,
debatiendo sobre definiciones y clasificaciones, y redactando leyes
públi-
cas o instrucciones secretas en su incansable impulso contra los
judíos. La comunidad judía, atrapada entre la maleza de estas
medidas, se contemplará en función de lo que
hizo y lo que no hizo como respuesta al asalto alemán. El mundo
exterior forma parte de esta historia, en virtud de su postura de
espectador.
Aun así, el acto de destrucción fue alemán, y este retrato enfoca
principalmente a los que concibieron, los que iniciaron y los que
pusieron en práctica la empresa. Ellos
construyeron el marco en el que los colaboradores del Eje y los
países ocupados contri- buyeron a la operación, y ellos crearon las
condiciones con las que se encontraron los judíos en un gueto
cerrado, en la ruleta de una redada, o a la entrada de una cám ara
de gas. Para investigar la estructura del fenómeno es necesario
plantear primero la cues- tión sobre los alemanes.
17
17
He buscado respuestas en gran número de documentos. Estos
materiales no son me- ramente un registro de los acontecimientos,
sino creaciones de la propia maquinaria administrativa. Lo que
nosotros denominamos fuente documental fue en otro tiempo
una orden, una carta o un informe. Su fecha, firma y envío la
invistieron de consecuencias inmediatas. La hoja de papel en manos
de los participantes fue una forma de acción. Hoy, la mayoría de
las colecciones supervivientes son alemanas, pero hay también
algunos restos de los consejos judíos y de otros organismos no
alemanes. He buscado en todos ellos, no sólo por los hechos que
contienen, sino para recaptar el espíritu en el que se
escribieron.
El mío no es un estudio breve. El libro es largo y complejo porque
describe una empre- sa enorme e intrincada. Es detallado porque
trata de casi todos los aspectos importantes en el campo de la
destrucción, dentro y fuera de Alemania, desde 1933 a 1945. No está
resu-
mido, para que pueda registrar, plenamente, unas medidas que se
aplicaron plenamente. La primera edición de esta obra apareció en
Chicago hace veintitrés años. Ocupa-
ba 800 páginas a doble columna, y se reimprimió varias veces. Yo
sabía, incluso mien- tras la versión original se encontraba aún en
prensa, que inevitablemente me daría
cuenta de que había cometido errores, de que había vacíos en el
relato, y de que las afirmaciones analíticas o las conclusiones me
parecerían algún día incompletas o impre- cisas. También sabía que
para alcanzar mayor precisión, equilibrio y claridad, tendría que
usar más documentos.
Mi primer sondeo se había concentrado principalmente en las pruebas
reunidas para los procesos de Nuremberg y en los depósitos de
documentos alemanes capturados y trasla- dados en ese momento a
Estados Unidos. Ahora, mi investigación se ampliaría para
cubrir
diversos materiales que salían a la luz en los archivos de varios
países. Por prolongada que fuera esta labor, proporcionaría
información sobre organizaciones y acontecimientos que hasta
entonces habían permanecido velados o completamente ocultos. Entre
los documen- tos que encontré había telegramas de los ferrocarriles
alemanes estableciendo horarios para los trenes de la muerte,
protocolos de los funcionarios de la comunidad judía en Berlín
duran-
te la guerra sobre sus reuniones periódicas con oficiales de la
Gestapo, y archivos reciente- mente desclasificados de la Oficina
Estadounidense de Servicios Estratégicos sobre el campo
de exterminio de Auschwitz. Cada serie de comunicaciones estaba
escrita en un lenguaje interno, cada una encerraba un mundo
separado, y cada una suponía un eslabón perdido.
La atmósfera de trabajo ha cambiado considerablemente. En las
décadas de los cua- renta y cincuenta yo copiaba los documentos a
mano, y mecanografiaba el manuscrito sobre una mesa portátil, en
una máquina manual. En aquellos tiempos, el mundo aca-
démico no se acordaba del tema, y las editoriales no lo recibían
bien. De hecho, recibí más a menudo consejos de que abandonara el
tema que de que lo continuara. Mucho después, en los mal iluminados
archivos judiciales de Düsseldorf o Viena, seguía co-
piando testimonios en un cuaderno, pero el aislamiento había
desaparecido. El tema, que había dejado de ser inmencionable, ha
atraído al público.
18
Por fortuna, cuando empecé con pocos recursos, recibí ayudas
decisivas. Recuerdo
a Hans Rosenberg, cuyas clases sobre la burocracia soldaron mis
ideas cuando era estu- diante universitario; Franz Neumann, ya
fallecido, cuya guía me fue esencial en las pri-
meras fases de mi investigación, siendo alumno de doctorado en la
Universidad de Columbia; William T. R. Fox, de la misma
universidad, que intervino con actos de extraordinaria amabilidad
cuando me sentía perdido; Filip Friedman, ya fallecido, que,
creyendo en mi obra, me animó; y mi difunto padre, Michael Hilberg,
cuyo sentido del estilo y la estructura literaria pasó a ser el
mío. Mi viejo amigo Eric Marder escuchó mis lecturas de buena parte
de los borradores manuscritos. Con su mente extraordinaria- mente
penetrante, me ayudó a superar una dificultad tras otra. El difunto
Frank Pet
schek se interesó por el proyecto cuando aún no estaba terminado.
Lo leyó línea a línea y, con un gesto singular, hizo posible su
primera publicación.
Un investigador depende completamente de archiveros y
bibliotecarios. Algunos de
los que me ayudaron no saben cómo me llamo, otros posiblemente no
me recuerden. No es muy posible mencionar a todos aquellos cuyos
conocimientos especializados me resultaron vitales y, por
consiguiente, mencionaré sólo a Dina Abramowicz, del YIVO
Institute, a Bronia Klibanski, de Yad Vashem, a Robert Wolfe, de
National Archives, y
a Sybil Milton, del Leo Baeck Institute. Serge Klarsfeld, de la
Beate Klarsfeld Founda- tion y Liliana Picciotto Fargion del Centro
di Documentazione H ebraica Contemporá- nea me enviaron sus
valiosas publicaciones y me comentaron sus datos. O tros muchos
historiadores y especialistas de otras disciplinas me facilitaron
la búsqueda de fuentes en la Biblioteca de la Facultad de Derecho
de la Universidad de Columbia, en la Biblio- teca del Congreso
estadounidense, en los archivos judiciales alemanes, en los
archivos
ferroviarios conservados en Fráncfort y Nuremberg, en el Instituí
für Zeitgeschichte de Múnich, en los Archivos Federales Alemanes de
Coblenza, la Zentrale Stelle der Lan desjustizverwaltungen de
Ludwigsburg, en el Centro Documental Estadounidense de Berlín, en
el Centre de Documentation Juive Contemporaine de París, en los
archivos del Comité Judío Estadounidense, y en la Oficina de
Investigaciones Especiales, ads- crita al Departamento de Justicia
estadounidense.
Vivo en Vermont desde 1956, y durante estas décad as he trabajado
en la Universi- dad de Vermont, que me ha dado el tipo de respaldo
que sólo una institución que pro-
porciona un empleo fijo, permisos sabáticos, y ocasionalmente
pequeñas cantidades de dinero para la investigación, puede aportar
a lo largo del tiempo. En la universidad tam- bién he tenido
compañeros que me han apoyado. El primero fue el ya fallecido L.
Jay Gould, que siempre tuvo paciencia conmigo; y más recientemente,
Stanislaw Staron, con quien he trabajado en el diario escrito por
Adam Czerniaków, presidente del gueto de Varsovia; y Samuel
Bogorad, con quien dicté un curso sobre el Holocausto.
A H. R. TrevorRoper, que escribió varios artículos sobre el libro
cuando se publicó por primera vez, le debo la mayor parte del
reconocimiento recibido por éste. Hermán
19
19
Wouk, novelista, y Claude Lanzmann, cineasta, que han retratado el
destino judío en empresas artísticas de gran alcance, me reforzaron
en mi propia búsqueda en muchas ocasiones.
Mi agente literario, Theron Raines, hombre de letras que sabe del
tema, ha hecho incesantes esfuerzos en mi nombre. Max Holmes,
director de Holmes & Meier, asumió la tarea de publicar la
segunda edición con un profundo conocimiento de lo que yo intentaba
hacer.
Para mi familia tengo una mención especial. Mis hijos David y
Deborah me han dado el propósito y la paz. Mi esposa Gwendolyn me
ha ayudado con su amorosa pre-
sencia y su fe en mí.
Burlington, Vermont
Prefacio a la primera edición
Primeramente, habría que hablar del alcance de este libro. Para que
nadie se con funda con la palabra «judíos» incluida en el título,
permítaseme señalar que éste no es un libro sobre los judíos. Es un
libro sobre aquellos que destruyeron a los judíos. No se
leerá mucho acerca de las víctimas. El objetivo enfoca a los
perpetradores. Los siguientes capítulos describirán la enorme
organización de la máquina destruc-
tiva alemana y los hombres que desempeñaron importantes funciones
en dicha m áqui- na. Revelarán la correspondencia, los memorandos,
las actas de conferencias que pasa-
ron de mesa en mesa a medida que la burocracia alemana tomaba sus
pesadas y drásticas decisiones de destruir, completa y totalmente,
a los judíos de Europa. Trata-
rán de los obstáculos administrativos y psicológicos que bloquearon
periódicamente la acción, y mostrarán cómo se superaron estos
impedimentos.
Por otra parte, no se hará hincapié sobre las consecuencias que las
medidas alemanas tuvieron sobre la comunidad judía de Europa y de
otras partes. No nos detendremos en los
sufrimientos de los judíos, ni exploraremos las características
sociales de la vida en el gueto o la existencia en los campos. En
la medida en que examinemos las instituciones judías, lo haremos
principalmente a través de los ojos de los alemanes: como
herramientas utilizadas en el proceso de destrucción. En resumen,
este estudio no abarca la evolución interna de la organización y de
la estructura social judías. Eso es historia judía. Hace referencia
a la
tempestad que provocó el naufragio. Eso forma parte de la historia
occidental. La historia de Occidente que a veces ha estado modelada
por los judíos. Ha sido cambiada también en la misma medida o
incluso más por aquellos que han actuado contra los judíos, por-
que cuando yo le hago algo a otro, también me hago algo a mí
mismo.
No se ha explorado aún la total importancia de las medidas
alemanas; la destrucción de los judíos europeos no ha sido
asimilada todavía como acontecimiento histórico.
21
21
Esto no significa que en general se niegue la desaparición de
millones de personas, y tampoco implica que se dude seriamente de
que enormes masas de estas personas fue-
ron ametralladas en zanjas y gaseadas en campos. Pero reconocer un
hecho no signifi- ca aceptarlo en el sentido académico. Los actos
inauditos de tal magnitud sólo son aceptados académicamente cuando
se estudian como pruebas que examinan las con- cepciones existentes
sobre la fuerza, las relaciones entre culturas y la sociedad en su
conjunto. Hace sólo una generación, los incidentes descritos en
este libro habrían sido considerados improbables, no factibles, o
incluso inconcebibles. Ahora han ocurrido. La destrucción de los
judíos fue un proceso de extremos. Por eso es tan importante
como fenómeno de grupo. Por eso puede servir de examen para las
teorías sociales y políticas. Pero para practicar tales exámenes,
no basta con saber que los judíos han sido destruidos; es necesario
también comprender cómo se realizó esta empresa. Esa es la historia
que se cuenta en este libro.
Burlington, Vermont Octubre de 1960
22
Precedentes
La destrucción alemana de los judíos europeos constituyó un tour de
force\ el hundi- miento de los judíos bajo el asalto
alemán supuso una manifestación de fracaso. Ambos fenómenos fueron
el producto ñnal de una época anterior.
Las políticas y medidas antijudías no comenzaron en 1933. Durante
muchos siglos, en
muchos países, los judíos habían sido víctimas de una acción
destructiva. ¿Qué objetivo tenían estas actividades? ¿Cuáles eran
los fines de aquellos que persistían en cometer actos antijudíos? A
lo largo de la historia occidental, se han aplicado contra los
hebreos de la diáspora tres políticas consecutivas.
La primera política antijudía comenzó en el siglo IV d.C. en Roma1.
A comienzos de dicho siglo, durante el reinado de Constantino, la
Iglesia cristiana adquirió poder en Roma, y el cristianismo se
convirtió en religión estatal. A partir de ese periodo, el Estado
aplicó la política esclesiástica. D urante los siguientes 12
siglos, la Iglesia católica prescribió las medidas que se debían
tomar respecto a los judíos. Al contrario que los romanos
pre-
cristianos, que afirmaban no tener monopolio sobre la religión y la
fe, la Iglesia cristiana insistía en la aceptación de la doctrina
cristiana.
Para comprender la política cristiana hacia el judaismo, es
esencial darse cuenta de que la Iglesia no buscaba la conversión
tanto para acrecentar su poder (siempre ha habido un número
reducido de judíos), como por la convicción de que el deber de los
verdaderos
creyentes era salvar a los no creyentes de la condena al fuego
eterno. El celo en la tarea de
1 La Roma precristiana no tenía una política antijudía. Roma había
aplastado al Estado inde pendiente de Judea, pero los judíos
de Roma disfrutaban de igualdad ante la ley. Podían firmar
escri- turas, celebrar matrimonios válidos con romanos, ejercer los
derechos de tutclaje, y ocupar cargos públicos. Otto STOBBE, Die
juden in Deutschland wáhrend des Mittelalters, Leipzig, 1902,
p. 2.
23
23
conversión indicaba la profundidad de la fe. La religión cristiana
no era una de las múlti- ples religiones, sino la verdadera, la
única. Quienes no pertenecían a su rebaño eran igno-
rantes o estaban equivocados. Los judíos no podían aceptar el
cristianismo. En las primeras fases de la fe cristiana, muchos
judíos consideraban a los cristianos como
miembros de una secta judía. Después de todo, los primeros
cristianos todavía observaban la ley hebrea. Simplemente habían
añadido unas cuantas prácticas no esenciales, tales como
el bautismo, a su vida religiosa. Pero su punto de vista cambió
abruptamente cuando Cris- to fue elevado a la categoría de deidad.
Los judíos sólo tienen un Dios. El no es Cristo, y
Cristo no es El. Desde entonces, el cristianismo y el judaismo son
irreconciliables. La acep- tación del cristianismo ha significado
desde entonces el abandono del judaismo.
En la Antigüedad y en la Edad Media, los judíos no abandonaron
fácilmente su religión. Con paciencia y persistencia, la Iglesia
intentó convertir a los obstinados hebreos, y duran- te mil
doscientos años se libró sin interrupción el debate teológico. Los
judíos no se dejaron
convencer. Gradualmente, la Iglesia empezó a respaldar sus palabras
con la fuerza. El papado no permitió que se ejerciese presión sobre
los judíos individuales; Roma prohibió las con- versiones
forzosas2. Sin embargo, en general, el clero sí hizo uso de la
presión. Poco a poco,
pero con un efecto cada vez más amplio, la Iglesia adoptó medidas
«defensivas» contra sus pasivas víctimas. Se «protegía» a los
cristianos de las consecuencias «perniciosas» que podía tener la
relación con los judíos mediante rígidas leyes contra los
matrimonios mixtos, prohibiciones de debatir sobre temas
religiosos, leyes contra la domiciliación en moradas
comunes. La Iglesia «protegía» a sus cristianos de las
«perniciosas» enseñanzas judías quemando el Talmud y prohibiendo a
los judíos ejercer cargos públicos3.
Estas medidas se constituyeron en precedentes de actividades
destructivas. El poco éxito que la Iglesia tenía en el logro de su
objetivo lo revela el trato dado a los escasos
judíos que sucumbían a la religión cristiana. El clero no
estaba seguro de su éxito, de ahí la práctica extendida, en la Edad
Media, de identificar a los prosélitos como anti- guos judíos4; de
ahí la inquisición de los nuevos cristianos sospechosos de
herejía5; de ahí la emisión en España de certificados de limpieza
de sangre para demostrar que los
antepasados eran puramente cristianos, y la especificación de
«cristianos a medias», «un cuarto de cristianos nuevos» y «un
octavo de cristianos nuevos», etcétera6.
2 Esta prohibición tenía un punto débil: una vez convertido, aunque
fuese a la fuerza, a un judío se le prohibía volver a su fe. Guido
K i s c h , The Jews in Medieval Germany, Chicago, 1949,
pp. 201202.
3 De hecho, los no judíos que querían convertirse al judaismo
tropezaban con formidables obs- táculos. Véase Louis FlNKEISTElN,
«The Jewish Religión: Its Beliefs and Practices», en Louis Finkels
tein (ed.), The Jews: Their History, Culture, and
Religión, vol. 2, Nueva York, 1949, p. 1376.
4 Guido Kisch, The Jews in Medieval Germany, cit., p. 315. 5
Ibid.
6 Cecil ROTH, «Marranos and Racial AntiSemitism A Study in
Parallels», Jewish Social Studies 2 (1940), pp. 239248. Se
acusaba a los médicos cristianos nuevos de matar a los pacientes,
un tribunal
24
La no conversión tuvo consecuencias a largo alcance. La Iglesia,
habiendo fracasa-
do en su objetivo de conversión, comenzó a contemplar a los judíos
como un grupo de personas especiales, diferentes a los cristianos,
sordos al cristianismo y peligrosos para
la fe cristiana. En 1542, Martín Lutero, fundador del
protestantismo, escribió las siguientes líneas:
Y, si hubiese una chispa de sentido común y entendimiento en ellos,
tendrían verda-
deramente que pensar de esta forma: oh, Dios mío, hay algo que no
tiene sentido y no
va bien en nosotros; nuestra desgracia es demasiado grande,
demasiado larga, demasiado
dura; Dios nos ha olvidado, etc. Yo no soy judío, pero no me gusta
meditar seriamente
sobre la brutal cólera de Dios contra este pueblo, porque me
aterroriza la idea que atra-
viesa mi cuerpo y mi alma: ¿qué va a pasar con la cólera eterna en
el infierno contra los
falsos cristianos y los descreídos?7
En resumen, si él fuese judío, habría aceptado el
cristianismo hacía tiempo. Un pueblo no puede sufrir durante 1.500
años y seguir considerándose el pueblo ele-
gido. Pero este pueblo estaba ciego. Había sido golpeado por la
cólera de Dios. El los había golpeado «con frenesí, ceguera y un
corazón enfurecido, con el fuego eterno, o lo
que dicen los profetas: la cólera de Dios se proyectará como un
fuego que nadie podrá sofocar»8.
El manuscrito luterano se publicó en una época de creciente odio a
los judíos. Se había invertido demasiado en 12 siglos de política
de conversión, y se había obtenido muy poco. Desde el siglo XIII al
XVI, los judíos de Inglaterra, Francia, Alemania, España, Bohemia
e
Italia recibieron ultimatos que sólo les daban una opción:
convertirse o ser expulsados.
La expulsión es la segunda política antijudía de la historia. En su
origen, esta políti- ca se presentó como la única alternativa; una
alternativa, además, que se dejaba a elec- ción de los judíos. Pero
mucho después de la separación entre Iglesia y Estado, mucho
después de que el Estado dejase de aplicar la política
eclesiástica, la expulsión y la
exclusión siguieron siendo el objetivo de la actividad
antijudía.
de Toledo dictó en 1449 una sentencia al efecto de que los
cristianos nuevos no eran elegibles para cargos públicos, y en 1604
se les prohibió el acceso a la Universidad de Coimbra
(ibid..). Los descen- dientes de judíos o moros tampoco podían
servir en la «Milicia de Cristo», el ejército de Torquema da,
encargado de torturar y quemar a los «herejes». Franz H e l b i n g
, Die Torcur - Geschichte der Folter im Kriminalverfahren
aller Vólker und Zeiten, Berlín, 1902, p. 118.
' Martín LUTERO, Von denjueden undjren Luegen, Wittenberg,
1543, p. Aiii. Los números de las páginas de la edición original
del libro de Lutero se sitúan en la parte inferior de cada dos o
cuatro pá- ginas como sigue: A, Aii, Aiii, B, Bii, Biii, hasta Z,
Zii, Ziii, comenzando de nuevo con a, aii, aiii.
8 Ibid., p. diii. La referencia al frenesí es una inversión.
El frenesí es uno de los castigos por aban- donar al único
Dios.
25
Los antisemitas del siglo XIX, que se apartaron de los objetivos
religiosos, abrazaron la emigración de los judíos. Los antisemitas
odiaban a los judíos con un sentimiento de
rectitud y razón, como si hubiesen adquirido el antagonismo de la
Iglesia igual que es- peculadores que compran los derechos de una
empresa en quiebra. Con este odio, los enemigos posteclesiásticos
de los hebreos también asumieron la idea de que era impo- sible
cambiar a los judíos, que no se les podía convertir, que no era
posible asimilarlos,
que eran un producto acabado, de características inflexibles, de
nociones establecidas y creencias fijas.
La política de expulsión y exclusión fue adoptada por los nazis y
se mantuvo como objetivo de toda la actividad antijudía hasta 1941.
Ese año marca un punto de inflexión en la historia antijudía. En
1941, los nazis se hallaban inmersos en una guerra total. Varios
millones de judíos fueron encarcelados en guetos. La emigración se
hizo imposible. Un proyecto de última hora de embarcar a los judíos
hacia la isla africana de Madagascar
había fracasado. Era necesario «resolver el problema judío» de
alguna otra forma. En este momento crucial, en las mentes nazis
emergió la idea de establecer una «solución terri- torial». La
«solución territorial» o «la solución final de la cuestión judía en
Europa», como se conoció, preveía la muerte de los judíos europeos.
Había que matarlos. Esta fue la ter- cera política antijudía de la
historia.
En resumen. Desde el siglo IV d.C. ha habido tres políticas
antijudías: la conversión, la expulsión y la aniquilación. La
segunda apareció como alternativa a la primera, y la tercera surgió
como alternativa a la segunda.
La destrucción de los judíos europeos entre 1933 y 1945 nos parece
ahora un caso sin precedentes en la historia. De hecho, en sus
dimensiones y configuración total, nada por el estilo había
sucedido antes. Como resultado de una empresa organizada,
cinco
millones de personas fueron asesinadas en el breve espacio de unos
años. La operación estaba terminada antes de que nadie pudiese
calibrar su enormidad, y mucho menos sus consecuencias
futuras.
Pero, si analizamos esta explosión singularmente masiva,
descubrimos que la mayor parte de los sucedido en esos doce años ya
había ocurrido antes. El proceso de destrucción nazi no surgió de
la nada; fue la culminación de una tendencia cíclica9. Es posible
obser- var la tendencia en los tres objetivos sucesivos de los
administradores antijudíos. Los misio-
neros cristianos habían dicho en realidad: no tenéis derecho a
vivir entre nosotros siendo judíos. Los gobernantes laicos
que los siguieron habían proclamado: no tenéis derecho a vivir
entre nosotros. Los nazis alemanes decretaron finalmente: no tenéis
derecho a vivir.
9 Una tendencia regular no se rompe (por ejemplo, un aumento de la
población); una tendencia cíclica se observa en algunos de los
fenómenos recurrentes. Podemos hablar, por ejemplo, de un con-
junto de guerras que se hacen progresivamente más
destructivas, depresiones que disminuyen de gra- vedad,
etcétera.
26.
26.
Estos objetivos progresivamente más drásticos trajeron consigo un
lento y constan te crecimiento de las medidas y las ideas
antijudías. El proceso comenzó con el intento
de atraer a los judíos al cristianismo. La evolución siguió para
obligar a las víctimas a exiliarse. Terminó cuando se llevó a los
judíos a la muerte. Los nazis alemanes, por con- siguiente, no
descartaron el pasado; se basaron en él. No comenzaron una
evolución; la completaron. En los profundos intersticios de la
historia antijudía encontraremos muchas de las herramientas
administrativas y psicológicas con las que los nazis pusieron
en práctica el proceso de destrucción. En los huecos del pasado
descubriremos también las raíces de la respuesta característica
judía a un ataque externo.
La significación de los precedentes históricos se comprenderá más
fácilmente en la esfera administrativa. La destrucción de los
judíos fue un proceso administrativo, y su ani-
quilación requería la aplicación de medidas administrativas
sistemáticas en pasos sucesi- vos. No hay muchas formas en las que
la sociedad moderna pueda, fácilmente, matar a una gran cantidad de
personas que viven en su propio seno. Este es un problema de efi-
ciencia de gran dimensión, y que plantea incontables dificultades e
innumerables obs- táculos. Pero, al revisar la documentación sobre
la destrucción de los judíos, recibimos casi
inmediatamente la impresión de que la administración alemana sabía
lo que hacía. Con un inquebrantable sentido de la orientación y una
extraña capacidad para encontrar el camino, la burocracia alemana
encontró la senda más corta para llegar al objetivo final.
En teoría, la propia naturaleza de la tarea determina la forma en
que ésta se lleva a cabo. Cuando hay voluntad, hay también un modo,
y con que haya la mínima volun-
tad necesaria, ese camino se encontrará. Pero ¿y si no hay tiempo
para experimentar? ¿Y si la tarea debe resolverse de manera
rápida y eficaz? Una rata en un laberinto que tiene un único camino
hacia la meta aprende a escoger ese camino después de muchos
intentos. También los burócratas se ven, a veces, atrapados en un
laberinto, pero no pue- den permitirse ensayar. Quizá no haya
tiempo para dudas y paradas. É sta es la razón por la que los
resultados anteriores son tan importantes; ésta es la razón por la
que la expe- riencia pasada es tan esencial. Se dice que la
necesidad aguza el ingenio, pero si se han creado ya precedentes,
si ya se ha establecido una guía, el ingenio deja de ser necesa-
rio. La burocracia alemana podía recurrir a tales precedentes y
seguir dicha guía, porque los burócratas alemanes podían echar mano
de unas enormes reservas de experiencia
administrativa, unas reservas que la Iglesia y el Estado habían
acumulado en 15 siglos de actividad destructiva.
En el transcurso de su intento de convertirlos, la Iglesia católica
había tomado muchas medidas contra los judíos. Estas medidas
estaban diseñadas para «proteger» a la comunidad cristiana de las
enseñanzas hebreas y, no incidentalmente, para debilitar la
«obstinación»
judía. Es indicativo que tan pronto como el cristianismo se
convirtió en religión estatal de Roma, en el siglo IV d.C., se
pusiera fin a la igualdad de ciudadanía de los judíos. «La Iglesia
y el Estado cristiano, decisiones conciliares y leyes imperiales,
trabajaron mano a mano a par-
27
27
tir de entonces para perseguir a los judíos»10. Aunque la mayoría
de estas leyes no se aplica- ron en la totalidad de la Europa
católica desde el momento de su concepción, si se convir- tieron en
precedentes para la era nazi. El cuadro 1.1 compara las medidas
antijudías básicas de la Iglesia católica y los modernos homólogos
puestos en práctica por el régimen nazi11.
Ningún resumen del derecho canónico puede ser tan revelador como
una descrip- ción del gueto de Roma, mantenido por el Estado papal
hasta la ocupación de la ciu- dad por el ejército realista italiano
en 1870. Un periodista alemán que visitó el gueto
en los días en que se procedía a su cierre publicó dicha
descripción en Neue Freie Presse11. El gueto constaba de unas
cuantas calles húmedas, oscuras y sucias en las que se había
hacinado (eingepfercht) a 4.700 seres humanos.
Cuadro 1.1. Medidas canónicas y nazis contra los judíos
DERECHO CANONICO MEDIDA NAZI
Prohibición de matrimonios mixtos y relaciones se- xuales entre
cristianos y judíos, Sínodo de Elvira, año 306
Prohibición de que cristianos y judíos coman juntos, Sínodo de
Elvira, año 306
No se permite a los judíos ocupar cargos públicos, Sínodo de
Clermont, año 535
No se permite a los judíos emplear sirvientes ni po- seer esclavos
cristianos, Tercer Sínodo de Orleáns, año 538
No se permite a los judíos mostrarse en público du- rante la Semana
Santa, Tercer Sínodo de Orleáns, año 538
Quema del Talmud y otros libros, 12.° Sínodo de Toledo, año
681
Se prohíbe a los cristianos acudir a médicos judíos, Sínodo
Trullano, año 692
Se prohíbe a los cristianos convivir con los judíos en casa de
estos, Sínodo de Narbona, año 1050
Ley para la Protección de la Sangre y el Honor Alemanes, 15 de
septiembre de 1935 (RGB11, 1146)
Se prohíbe a los judíos la entrada en los vagones co- medor
(ministro de Transportes al ministro del Inte- rior, 30 de
diciembre de 1939, Documento NG3995)
Ley para el Reestablecimiento del Funcionariado Civil Profesional,
7 de abril de 1933 (RGB11, 175)
Ley para la Protección de la Sangre y el Honor Alemanes, 15 de
septiembre de 1935 (RGB11, 1146)
Decreto que autoriza a las autoridades locales a prohibir que los
judíos salgan a la calle ciertos días (es decir, en las
festividades nazis), 3 de diciembre de 1938 (RGB1 1, 1676)
Quema de libros en la Alemania nazi
Decreto de 25 de julio de 1938 (RGB11, 969)
Directiva de Goring en la que se establece la concen- tración de
judíos en casas, 28 de diciembre de 1938 (Bormann a Rosenberg, 17
de enero de 1939, PS69)
10 Otto Stobbe, Die Juden in Deutschland wahrend des M
ittelalters, cit., p. 2. 11 La lista de medidas eclesiásticas
está tomada en su totalidad de Johann E. SCHERER, Die
Rechts-
verhaltnisse der Juden in den deutsch-osterreichischen
Landem, Leipzig, 1901, pp. 3949. En el cuadro 1.1 sólo se cita
la primera fecha de cada medida.
12 Cari Eduard B a u e r n s c h m i d , Neue Freie Presse
(17 de mayo de 1870). Reimpreso en Aíiganeine Zeitung des
Judenthums, Leipzig, 19 de julio de 1870, pp. 580582.
28
28
Cuadro 1.1. Medidas canónicas y nazis contra los judíos
(cont.)
DERECHO CANÓ NICO
Se obliga a los judíos a pagar impuestos para sostener a la Iglesia
en la misma medida que los cristianos, Sínodo de Gerona, año
1078
Prohibición de trabajar en domingo, Sínodo de Szabolcs, año
1092
Se prohíbe a los judíos demandar o testificar con- tra los
cristianos en los tribunales, Tercer Concilio de Letrán, año 1179,
Canon 26
Se prohíbe a los judíos desheredar a descendientes que hubiesen
adoptado el cristianismo, Tercer Con- cilio de Letrán, año 1179,
Canon 26
Marcado de las ropas judías con una insignia, Cuar- to Concilio de
Letrán, año 1215, Canon 68 (Copia- do de la legislación del califa
Ornar II [634644], que había decretado que los cristianos llevasen
cin- turones azules y los judíos amarillos)
Se prohíbe la construcción de nuevas sinagogas, Concilio de Oxford,
año 1222
Se prohíbe a los cristianos asistir a ceremonias ju- días, Sínodo
de Viena, año 1267
Se prohíbe a los judíos discutir con simples cristia- nos sobre los
principios de la religión católica, Sí- nodo de Viena, año
1267
Establecimiento de guetos obligatorios, Sínodo de Breslau, año
1267
Se prohíbe que los cristianos vendan o alquilen bie- nes inmuebles
a los judíos, Sínodo de Ofen, año 1279
La adopción de la religión judía por un cristiano o la vuelta de un
judío bautizado a la religión judía se define como herejía, Sínodo
de Maguncia, año 1310
Prohibida la venta o transmisión de artículos ecle- siásticos a los
judíos, Sínodo de Lavour, año 1368
Se prohíbe a los judíos actuar como agentes en la firma de
contratos, especialmente contratos de matrimonio, entre cristianos,
Concilio de Basilea, año 1434, Sessio XIX
MEDIDA NAZI
La «Sozialausgleichsabgabe» establece que los judíos deben pagar un
impuesto sobre la renta especial en lugar de las donaciones
destinadas a los fines del Par- tido impuestas a los nazis, 24 de
diciembre de 1940 (RGB11, 1666)
Propuesta por parte de la Cancillería del Partido de que se prohíba
a los judíos entablar demandas civi- les, 9 de septiembre de 1942
(Bormann al Ministerio de Justicia, 9 de septiembre de 1942,
NG151)
Decreto capacitando al Ministerio de Justicia para que anule los
testamentos que ofendan el «sano jui- cio del pueblo», 31 de julio
de 1938 (RGB11, 937)
Decreto de 1 de septiembre de 1941 (RGB11, 547)
Destrucción de las sinagogas en todo el Reich, 10 de noviembre de
1938 (Heydrich a Goring, 11 de noviembre de 1938, PS3058)
Prohibidas las relaciones de amistad con judíos, 24 de octubre de
1941 (Directiva de la Gestapo, L15)
Orden de Heydrich, 21 de septiembre de 1939 (PS3363)
Decreto que establece la venta obligatoria de los bie- nes
inmuebles de los judíos, 3 de diciembre de 1938 (RGB1 I,
1709)
La adopción de la religión judía por un cristiano lo pone en
peligro de ser tratado como judío. (Decisión del Oberlandesgericht
Kónigsberg, Cuarto Zivilse nat, 26 de junio de 1942) (Die
Juden/rage [Vertrauli che Beilage], 1 de noviembre de 1942,
pp. 8283)
Decreto de 6 de julio de 1938 estableciendo la li- quidación de las
agencias inmobiliarias, las agen- cias de corretaje y las agencias
matrimoniales judías que atiendan a no judíos (RGB1 1, 823)
29
29
Cuadro 1.1. Medidas canónicas y nazis contra los judíos
(cont.)
DERECHO CANÓ NICO MEDIDA NAZI
Se prohíbe a los judíos obtener títulos académicos, Ley contra el
Congestionamiento de las Escuelas y Concilio de Basilea, año 1434,
Sessio xix Universidades Alemanas, 25 de abril de 1933
(RGBl I, 225)
Para arrendar una casa o un establecimiento comercial fuera de los
límites del gueto, los judíos necesitaban el permiso del cardenal
vicario. La adquisición de bienes inmuebles fuera del gueto estaba
prohibida. El comercio de productos industriales o libros estaba
prohibido. La educación superior estaba prohibida. Las profesiones
de abogado, boticario, notario, pintor y arquitecto estaban
prohibidas. Un judío podía ser médico, siempre que li- mitase su
práctica a los pacientes judíos. Ningún judío podía ocupar un cargo
oficial. Se exigía a los judíos que pagasen los mismos impuestos
que el resto y, además, los siguientes: (1) un estipendio anual
para el mantenimiento de los funcionarios católicos que super-
visaban la Administración Financiera del gueto y la organización de
la comunidad judía; (2) una cantidad anual de 5.250 liras a la Casa
Pía para su trabajo misionero entre los ju- díos; (3) una cantidad
anual de 5.250 liras al claustro de los conversos, con el mismo
propósito. A cambio, el Estado papal gastaba una cantidad anual de
1.500 liras en obras sociales. Pero no se dedicaba dinero estatal a
la educación ni al cuidado de los enfermos.
El régimen papal del gueto de Roma nos da una idea del efecto
acumulativo del derecho canónico. Este fue su resultado
total. Además, la política de la Iglesia no sólo dio lugar a
normativas eclesiásticas; durante más de mil años, la voluntad de
la Iglesia también fue impuesta por el Estado. Las decisiones de
los sínodos y los consejos se con- virtieron en guías básicas para
la acción estatal. Todo Estado medieval copiaba el de- recho
canónico y lo elaboraba. Así surgió un «derecho medieval
internacional sobre los hebreos», que siguió evolucionando hasta el
siglo XVIII. Los refinamientos y las elabo- raciones
gubernamentales del régimen clerical se pueden comprobar brevemente
en el cuadro 1.2, que muestra también las versiones nazis.
Éstos son algunos de los precedentes transmitidos a la maquinaria
burocrática nazi. Indudablemente, no todas estas lecciones del
pasado se recordaban en 1933; habían sido oscurecidas en buena
parte por el transcurso del tiempo. Esto es especialmente cierto
respecto a los principios negativos, tales como el evitar las
revueltas y los pogro- mos. En 1406 estalló un incendio en el
barrio judío de Viena. La multitud, que no
venía al rescate, pretendía por el contrario asaltar a los judíos y
saquear sus casas. Al final los cristianos se empobrecieron, porque
las casas de empeños, que se convirtie- ron en humo durante la
conflagración, contenían sus posesiones13. Esta experiencia
13 Otto STOWASSER, «Zur Geschichte der Wiener Geserah»,
Vierteljahrschrift für Sozial und Wirt schaftsgeschichte 16
(1922), p. 117.
30
30
estaba completamente olvidada cuando, en noviembre de 1938, las
multitudes nazis penetraron de nuevo en las tiendas judías. Las que
más perdieron fueron las empresas aseguradoras alemanas, que
tuvieron que pagar a los propietarios alemanes de los edi-
ficios dañados por la rotura de escaparates. Fue necesario aprender
de nuevo una lec- ción histórica.
Si bien hubo que hacer de nuevo antiguos descubrimientos, debe
resaltarse que otros muchos ni siquiera se habían sondeado
antiguamente. Los precedentes adminis- trativos de la Iglesia y el
Estado eran en sí incompletos. La senda destructiva marcada
en siglos pasados era una senda interrumpida. Las políticas de
conversión y expulsión de los judíos podían llevar a cabo las
operaciones destructivas sólo hasta cierto punto. Estas políticas
no sólo eran objetivos; eran también límites ante los cuales la
burocracia tenía que detenerse y que no podía traspasar. Sólo la
eliminación de estas restricciones podía
producir el desarrollo de las operaciones destructivas en su pleno
potencial. Esta es la
razón por la que los administradores nazis se convirtieron en
improvisadores e innovado- res, y, por eso, la burocracia alemana
bajo Hitler hizo infinitamente más daño en doce años de lo que la
Iglesia católica fue capaz en 12 siglos.
Cuadro 1.2. Medidas p re nazis y nazis contra los judíos
EVOLUCIÓN ESTATAL PRENAZI MEDIDA NAZI
Impuesto de protección per cápita (der goldene Op-
ferpfennig) impuesta a los judíos por el rey Ludovi co el
Bávaro, 13281337 (Otto Stobbe, Die Juden in Deutschland
wáhrend des Mittelalters, cit., p. 31)
La propiedad de los judíos asesinados en una ciudad alemana se
consideraba propiedad pública, «porque los judíos con sus
posesiones pertenecen a la cámara del Reich», disposición incluida
en el código del siglo XIV Regulas juris «Ad decus» (Guido
Kisch, The Jews in Medieval Germany, cit., pp. 360361,
560561)
Confiscación de los créditos de acreedores judíos contra deudores
cristianos al final del siglo XIV en Nuremberg (Otto Stobbe, Die
Juden in Deutschland wahrend des Mittelalters, cit., p.
58)
«Multas»: por ejemplo, la multa de Regensburg por «matar a un niño
cristiano», año 1421 (ibid., pp. 7779)
Pago del muro que rodeaba el gueto de Roma me- diante exacciones a
las víctimas, 1555 (Cecil ROTH,
The History nf the Jews of Italy, Filadelfia, 1946, p.
297)
Decimotercera Ordenanza de la Ley de Ciudada- nía del Reich en la
que se establece que se confis- carán las propiedades de los judíos
tras la muerte de éstos, 1 de julio de 1943 (RGB11, 372)
Undécima Ordenanza de la Ley de Ciudadanía del Reich, 25 de
noviembre de 1941 (RGB1 1, 722)
Decreto del «Pago de Desagravios» por parte de los judíos, 12
de noviembre de 1938 (RGB11, 1579)
Pago del muro que rodeaba el gueto de Varsovia mediante exacciones
a las víctimas, 1941 (Ghetto Kommissar Auerswald a Czerniaków,
presidente del Consejo Judío, 22 de octubre de 1941, JM 1112)
31
31
Cuadro 1.2. Medidas prenazis y nazis contra los judíos
(cont.)
EVOLUCIÓN PRENAZI ESTATAL
Marcado de los documentos y papeles personales para establecer que
el poseedor o portador era judío (Zosa S z a j k o w s k i ,
«Jewish Participation in the Sale of National Property during the
French Revolu tion», Jewish Social Studies [1952], p. 291
n.)
Hacia 1800, el poeta judío Ludwig Borne tuvo que permitir que en su
pasaporte figurase «Jud von Fránc fort» (Heinrich GRAETZ,
Volkstümliche Geschichce der Juderi, BerlínViena, 1923, vol.
3, pp. 373374)
Marcado de las casas, horas de compras especiales y restricción de
movimientos, siglo XVII, Fráncfort (ibid., pp. 387388)
Nombres judíos obligatorios en la práctica buro- crática del siglo
xix (Leo M. Fr i e d m a n , «American Jewish Ñames», Historia
Judaica [octubre de 1944], p. 154)
______________ MEDIDA NAZI______________
Decreto que establece el uso de tarjetas de identi- ficación, 23 de
julio de 1938 (RGB11, 922)
Decreto que establece el sellado de los pasaportes, 5 de octubre de
1938 (RGB11, 1342)
Marcado de las viviendas judías (Jüdisches Nach-
richtenblatt, Berlín, 17 de abril de 1942) Decreto que
establece las restricciones de movi- mientos, 1 de septiembre de
1941 (RGB1 I, 547)
Decreto de 5 de enero de 1937 (RGB11, 9) Decreto de 17 de agosto de
1938 (RGB11, 1044)
Los precedentes administrativos, sin embargo, no son los únicos
determinantes históri- cos que nos conciernen. En una sociedad
occidental, la actividad destructiva no es sólo un
fenómeno tecnocrático. Los problemas derivados del proceso de
destrucción no son sola- mente administrativos, sino también
psicológicos. A un cristiano se le ordena que escoja a Dios y
rechace al diablo. Cuanto más destructiva sea su tarea, por lo
tanto, más potentes son los obstáculos morales que encuentra. Es
necesario eliminar estos obstáculos morales; hace falta resolver de
alguna forma el conflicto interno. Uno de los principales medios
con los que el perpetrador intenta limpiar su conciencia es
cubriendo a su víctima con un
manto de maldad, retratándola como un objeto que debe ser
destruido. En los anales de la historia encontramos muchos retratos
de este tipo. De un modo
invariable, flotan efusivamente como nubes a lo largo de los
siglos, y de un continente a otro. Sea cual sea su origen o su
destino, la función de estos estereotipos es siempre la misma. Se
utilizan como justificaciones para el pensamiento destructivo; se
emplean
como excusas para la acción destructiva. Los nazis necesitaban ese
estereotipo. Precisaban dicha imagen del judío. Por lo
tanto, no carece de importancia el hecho de que cuando Hitler llegó
al poder la ima- gen estuviese todavía ahí. El modelo ya estaba
fijado. Cuando Hitler hablaba de los judíos, podía hablar a
los alemanes en un lenguaje familiar. Cuando injuriaba a su víc-
tima, resucitaba una concepción medieval. Cuando gritaba sus
feroces ataques contra los judíos, despertaba a sus alemanes como
de una especie de sopor ante una ofensiva durante mucho tiempo
olvidada. /Cuál es, exactamente, la antigüedad de estas
acusa-
ciones? ¿Por qué tienen un tono de tanta autoridad?
32
La imagen del judío que se encuentra en la propaganda y en la
correspondencia nazi se
forjó varios siglos antes. Martín Lutero ya había trazado los
primeros esbozos de dicho retra to, y los nazis, en su época, poco
tenían que añadir al mismo. He aquí unos cuantos extrac- tos del
libro Sobre los judíos y sus mentiras, de Lutero. Permítaseme
resaltar, sin embargo, que las ideas de Lutero las compartían otros
en su siglo, y que su modo de expresión correspon- día al estilo de
la época. Su obra sólo se cita aquí porque fue una figura
sobresaliente en la
evolución del pensamiento alemán, y lo escrito por ese hombre no se
puede olvidar en el descubrimiento de una conceptualización tan
crucial como ésta. El tratado de Lutero sobre los judíos estaba
dirigido directamente a sus lectores, y, en ese relato torrencial,
las frases descendían sobre ellos como una verdadera avalancha. He
aquí un pasaje:
Con esto podréis ver fácilmente cómo interpretan y obedecen el
quinto mandamien-
to de la ley de Dios, a saber, que son sabuesos sedientos y
asesinos de toda la cristiandad,
con plena intención, desde hace ya más de 14 siglos, y de hecho a
menudo fueron quem a-
dos hasta la muerte bajo acusación de haber envenenado el agua y
los pozos, robado y
descuartizado niños, para enfriar en secreto su furia con sangre
cristiana14.
Y otro:
Ahora vemos qué mentira tan obvia, burda y enorme supone su queja
de que noso-
tros los mantenem os cautivos. H ace más de 1.400 años que
Jerusalén fue destruida, y en
este momento hace casi 300 años desde que los cristianos son
perseguidos por los judíos
de todo el mundo (como ya se ha señalado antes), de forma que bien
podríamos quejar-
nos nosotros de que ellos nos habían capturado y matado, lo cual es
la verdad desnuda.
Adem ás, hasta ahora desconocem os qué mal los ha traído a nuestro
país; nosotros no fui-
mos a buscarlos a Jerusalén15.
Incluso entonces nadie los retenía allí, continuaba Lutero. Podían
ir donde quisie- ran. Porque eran una pesada carga, «como una
plaga, pestilencia, pura desgracia en
nuestro país». Habían sido expulsados de Francia, «un nido
especialmente adecuado», y el «amado emperador Carlos» los expulso
de España, «el mejor nido de todos». Y este año han sido expulsados
de toda la corona bohemia, incluida Praga, «también un nido
adecuado». Igualmente de Ratisbona, Magdeburgo y otras
ciudades16.
¿Se llama a esto cautividad, a que uno no sea bien recibido en
ningún territorio o
casa? Sí, nos mantienen a nosotros los cristianos cautivos en
nuestro país. Nos dejan tra-
14 Martín Lutero, Von den Jueden und Jren Luegen, cit., p.
diii. 15 Ibid.
16 Ibid., pp. diii, e.
33
33
bajar con el sudor de nuestra frente, ganar dinero y propiedad para
ellos, mientras que
ellos se sientan delante del horno, perezosos, chismorrean, asan
peras, comen, beben,
viven tranquilamente y bien a costa de nuestra riqueza. Nos han
capturado a nosotros y
a nuestros bienes con su maldita usura, se burlan de nosotros y nos
escupen, porque tra-
bajamos y les permitimos ser perezosos hidalgos que nos poseen a
nosotros y a nuestro
reino; son, por lo tanto, nuestros señores, nosotros somos sus
siervos con nuestra propia
riqueza, nuestro sudor y nuestro trabajo. Después ellos maldicen a
nuestro Señor, para
recompensarnos y damos las gracias. ¿No debería el diablo reír y
danzar, si puede dispo-
ner de tal paraíso entre nosotros los cristianos, que puede devorar
a través de los judíos,
sus santones, aquello que es nuestro, tapándonos la boca y la nariz
como recompensa,
burlándose y maldiciendo a Dios y al hombre por añadidura.
No podían haber tenido en Jerusalén, en los tiempos de David y
Salomón, con sus pro
piedades unos días tan buenos como los que disfrutan ahora con las
nuestras, que roban
y hurtan diariamente. Pero aun as í se quejan de que los mantenem
os cautivos. Sí, los teñe
mos y mantenemos en cautividad, de la misma forma que yo he
capturado mi cálculo, la
pesadez de mi sangre, y todas las demás enfermedades17.
¿Qué han hecho los cristianos, pregunta Lutero, para merecer tal
destino? «Nos- otros no llamamos prostitutas a sus mujeres, y
tampoco las maldecimos, no robamos y desmembramos a sus hijos, no
envenenamos su agua. No tenemos sed de su sangre.»
Era tal y como Moisés lo había dicho. Dios los había golpeado con
la locura, la cegue-
ra y un corazón enfurecido18. Esta es la imagen que Lutero traza de
los judíos. En primer lugar, quieren gobernar
el mundo19. En segundo lugar, son archicriminales, asesinos de
Cristo y de toda la cris- tiandad20. Finalmente, se refiere a ellos
como una «plaga, pestilencia y pura desgra
17 Ibid., p. e.
18 Ibid., p. eii. 19 El emperador Federico II, al excluir a
los judíos de los cargos públicos, declaró en 1237: «Fie-
les a los deberes de un príncipe católico, excluimos a los judíos
de los cargos públicos para que no abusen del poder oficial para
oprimir a los cristianos», Guido Kisch, The Jews in Medieval
Germany,
cit., p. 149. 20 El que sigue es un pasaje de un libro de derecho
alemán del siglo XV, el código municipal de
Salzwedel, par. 83.2: «En caso de que un judío asaltase a un
cristiano o lo matase, el judío no puede hacer réplica alguna, debe
sufrir en silencio lo que la ley designe, porque no tiene nada que
recla- marle a la cristiandad y es el perseguidor de Dios y asesino
de la cristiandad», Guido Kisch, The Jews in Medieval
Germany, cit, p. 268. Kisch señala que anteriores libros de
leyes alemanes no contenían
discriminaciones de ese tipo. La leyenda de los pozos envenenados
(siglo XIV) y la de los asesinatos rituales (siglo Xlll) fueron
con-
denadas por los papas. Johann E. Scherer, Die rechtsverhaltnisse
der Juden, cit., pp. 3638. Por otra parte,
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cía»21. Este retrato que Lutero hace del gobierno judío mundial, la
delincuencia judía y
la plaga judía ha sido a menudo repudiado. Pero, a pesar de la
negación y la denuncia, las acusaciones han sobrevivido. En
cuatrocientos años, la imagen no ha cambiado.
En 1895, el Reichstag estaba discutiendo una medida, propuesta por
la facción anti- semita, para excluir a los judíos extranjeros. El
orador Ahlwardt pertenecía a esa fac- ción. He aquí algunos
extractos de su discurso22:
Está claro que hay entre nosotros muchos judíos de quienes no se
puede decir nada
malo. Si uno califica de malos a todos los hebreos, lo hace con el
conocimiento de que
las cualidades raciales de esta gente son tales que a largo plazo
no pueden armonizar con las
cualidades raciales de las gentes alemanas, y que todo judío que en
este m omento no haya
hecho nada malo puede, no obstante, bajo las condiciones adecuadas,
hacerlo, porque
sus cualidades raciales lo conducen a ello.
Señores, en India había cierta secta, los thug, que elevaba el
asesinato a un acto de polí-
tica. En esta secta había, sin duda, unos cuantos que no habían
cometido nunca personal-
mente un crimen, pero en mi opinión los ingleses hicieron lo
correcto cuando extermina-
ron [ausrotteten] a toda la secta, sin plantearse la cuestión
de si un miembro en particular
de la misma había cometido ya un asesinato o no, porque en el
momento adecuado cada
miembro de la secta lo haría.
Ahlwardt señaló que los antisemitas no luchaban contra los judíos
por su religión,
sino por su raza. Y continuó:
Los judíos han conseguido lo que ningún otro enemigo ha alcanzado:
expulsar a los
pobladores de Fráncfort hacia las afueras. Y así es siempre que se
congregan judíos en
grandes cantidades. Señores, los judíos son, de hecho, bestias de
presa [...].
el código castellano del siglo XIII Las Siete
Partidas, partida séptima, título XXIV («De los judíos»), ley
II,
hace referencia al delito capital de crucificar a niños cristianos
o figuras de cera en Viernes Santo. Anto- nio G. S o l a l i n d e
(ed.), Antoiogíd de Alfonso X el Sabio, Buenos Aires,
1946, p. 181. En cuanto a la con- sideración jurídica de la usura,
véase Guido Kisch, The Jews in Medieval Germany, cit., pp.
191197.
21 El Cuarto Concilio de Letrán hizo un llamamiento expreso a
los poderes seculares para que «exterminasen (exterminare) a
todos los herejes. Guido Kisch, The Jews in Medieval Germany,
cit., p. 203. Esta disposición fue la base para una oleada de
quemas en la hoguera durante las inquisiciones.
La historia de la décima plaga, la muerte del primogénito, ha dado
lugar a la leyenda del asesi- nato ritual, según la cual los judíos
mataban niños cristianos durante la Pascua judía para utilizar su
sangre en el pan ácimo (matzo). Véase también la disposición
de la partida séptima, en la que la déci- ma plaga se combina
con los Evangelios para producir la crucifixión de niños.
22 Reichstag, Stenographische Berichte, 53, sesión de 6 de
marzo de 1895, pp. 1296 ss. El mérito de descubrir este discurso e
incluirlo en su libro corresponde a Paul M a s s i n g , Rehearsal
for Destrucción, Nueva York, 1949.
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El señor Rickert [otro diputado que se había opuesto a la exclusión
de los judíos]
empezó diciendo que ya teníamos demasiadas leyes, y que esa era la
razón por la que no
deberíamos ocuparnos de un nuevo código antijudío. Ese es realmente
el argumento m ás
interesante que se haya presentado jamás contra el antisemitismo.
¿Deberíamos dejar a los
judíos a su albedrío sólo porque tenemos dem asiadas leyes?
Bien, pienso que si elim ináse-
mos a los judíos [die juden abschaffen], podríamos eliminar la
mitad de las leyes incluidas
ahora en nuestros códigos.
Después, el diputado Rickert dijo que es realmente una vergüenza n
o sé si dijo exac -
tamente eso, porque no pude tomar notas, pero el significado era
que es una vergüenza
que una nación de 50 millones de personas tema a unos cuantos
judíos. [Rickert había
citado estadísticas para probar que el número de judíos del país no
era excesivo.] Sí,
caballeros, el diputado Rickert tendría razón si se tratase de
luchar con armas honradas
contra un enemigo honrado; entonces obviamente los alemanes no
temerían a un puña-
do de gente. Pero los judíos, que operan como parásitos, son un
problema diferente. El
señor Rickert, que no es tan alto como yo, teme a un solo germen de
cólera; y, señores,
los judíos son gérmenes de cólera.
(Risas)
Caballeros, es la capacidad infecciosa y el poder de explotación de
los judíos lo que
está involucrado.
Ahlwardt pidió a continuación a los diputados que barriesen a
«estas bestias de presa [Rotten Sie diese Raubtiere aus]», y
continuó:
Si ahora se señala y ése es indudablemente el argumento de los dos
oradores que nos
han preced ido que el judío también es hum ano, debo rechazarlo
totalmente. El judío no
es alemán. Si dicen ustedes que el judío ha nacido en A lemania, ha
sido criado por enfer-
meras alemanas, ha obedecido las leyes alemanas, ha tenido que
convertirse en soldado
y qué tipo de soldado, mejor no hablemos de eso
(Risas en el ala derecha)
ha cumplido sus deberes, h a tenido que pagar impuestos, también,
pues bien, nada de eso
es decisivo para la nacionalidad, sino sólo la raza de la que ha
nacido [aus der er heraus-
geboren istj. Permítanme utilizar una analogía banal, que ya
he presentado en discursos
anteriores: un caballo que nace en un establo no es una vaca.
(Carcajadas atronadoras.)
Un judío que nace en Alemania sigue sin ser alemán; sigue siendo
judío.
Ahlwardt puntualizó a continuación que no era cosa de risa, sino un
asunto mor talmente serio.
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Es necesario ver la cuestión desde este ángulo. Ni siquiera
pensamos en llegar tan
lejos, por ejemplo, como los antisemitas austríacos del Reichsrath,
y pedir que se esta-
blezca un fondo para recompensar a todo aquel que dispare a un
judío [dass wir ein
Schussgeld für die Juden beantragen wollten], o que
debiésemos decidir que quien mate a
un judío herede su propiedad. (Risas, inquietud.) N o
pretendemos esas cosas aquí; no que-
remos llegar tan lejos. Pero lo que sí queremos es una tranquila y
sensata separación entre
los judíos y los alemanes. Y para conseguirla, es ante todo
necesario que cerremos esa
escotilla, de forma que no pueda entrar ninguno m ás.
Es notable que dos hombres separados entre sí por trescientos
cincuenta años puedan seguir hablando el mismo lenguaje. La imagen
que Ahlwardt presenta de los judíos es en
sus rasgos básicos una réplica del retrato luterano. El judío sigue
siendo (1) un enemigo que ha conseguido lo que ningún enemigo
externo ha alcanzado: expulsar a los pobla- dores de Fráncfort
hacia las afueras; (2) un criminal, un bruto, una bestia de presa,
que
comete tantos delitos que su eliminación permitiría al Reichstag
reducir el código penal a la mitad, y (3) una plaga o, más
precisamente, un germen de cólera. Bajo el régimen nazi, estas
concepciones del judío se expusieron y repitieron en un flujo casi
intermina- ble de discursos, carteles, cartas y memorandos. El
propio Hitler prefería considerar al judío un enemigo, una
amenaza, un contrario taimado y peligroso. He aquí lo que
dijo
en un discurso pronunciado en 1940, cuando analizaba su «lucha por
el poder».
Fue una batalla contra un poder satánico, que había tom ado
posesión de todo nues -
tro pueblo, que había acumulado en sus manos todos los puestos
claves de la vida cien-
tífica, intelectual y económica, y que desde la ubicación
privilegiada que le proporcio-
naban éstos vigilaba a toda la nación. Fue una batalla contra un
poder que, al mismo
tiempo, tenía la influencia de combatir con la ley a cualquier
hombre que intentase
entablar batalla contra ella, y contra cualquier hombre que
estuviese dispuesto a ofre