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RECORRIDOS ESTÉTICOS A TRAVES DEL ROCK. “REALMENTE, NO SÉ POR QUÉ ES TAN IMPORTANTE, SOLO LO ES” Al criticar, los devaneos de la música y la moda, o refutar los manejos de la política, se requiere comprender las formas como operan estos elementos. Hablamos de una conciencia que ve más allá de lo que propone el mercado o la política, de una conciencia despierta y crítica ante los movimientos de la sociedad, o, como señalan Marín y Muñoz (2002: 293), los jóvenes presentan lecturas de lo social a partir de otros marcos de referencia, entendiendo por esto un sistema de valores diferente que absorbe la realidad social, la descifra y presenta un panorama alterno al del sistema adulto. Ejemplo de la conciencia crítica de lo joven guarda mucha relación con la manera como es consumido y resignificado el repertorio de objetos que proviene en gran medida del mercado, de los procesos tecnológicos, lo que cambia vertiginosamente las dinámicas sociales. El conjunto apropiado es alterado, despojado del valor asignado originalmente por el mercado, ajustándose a las necesidades de los usuarios, dando vida a un mundo de connotaciones que sólo es relevante para el sujeto que lo porta, lo habla y lo siente. 1 Lo que sugieren estudiosos como Rossana Reguillo, Martha Marín y Germán Muñoz, entre otros, es ubicarse en los terrenos juveniles y analizar cómo las propuestas que nacen en el seno de los colectivos entran en conflicto y/o negocian con el sistema y el mundo adulto. Los planteamientos presentados por estos autores son ciertamente fundamentales y consideramos se deben tener en cuenta al momento de estudiar las culturas juveniles. Teniendo presente esta afirmación, procuramos entender el universo juvenil en los términos que los autores mencionados proponen, esto es, emprendiendo el análisis al ritmo que impone el objeto de estudio. Sentirlo, dejar que penetre en los sentidos. Rossana Reguillo, en Emergencia de culturas juveniles: estrategias del desencanto, propone leer los colectivos de jóvenes desde adentro, al interior de sus terrenos de sentido, tratando de entender las dinámicas que los ayudan a constituirse como sujetos sociales con un discurso que intenta asumirse como diferente: Algunas veces parece existir una especie de reproche a los investigadores que trabajamos desde los colectivos juveniles y desde sus procesos de adscripción identitaria, cuando nombramos su identidad a través de una palabra: raztecas, góticos, taggers, punks, metaleros, etc. Nombres que se interpretan desde las lecturas externas como un proceso de etiquetación promovido por los propios investigadores. Pero, lo que se intenta con este tipo de análisis es recuperar el modo en que cada uno de estos grupos juveniles construye sus propios procesos de auto identificación. (2000:149). Reguillo acentúa de forma positiva el análisis de los jóvenes y sus colectividades. No obstante, aclara que si bien los jóvenes construyen microuniversos de sentido que impugnan los discursos sociales con los cuales no se identifican, esto no implica que se encuentren por fuera de las dinámicas del 1

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RECORRIDOS ESTÉTICOS A TRAVES DEL ROCK. “REALMENTE, NO SÉ POR QUÉ ES TAN IMPORTANTE, SOLO LO ES”

Al criticar, los devaneos de la música y la moda, o refutar los manejos de la política, se requiere comprender las formas como operan estos elementos. Hablamos de una conciencia que ve más allá de lo que propone el mercado o la política, de una conciencia despierta y crítica ante los movimientos de la sociedad, o, como señalan Marín y Muñoz (2002: 293), los jóvenes presentan lecturas de lo social a partir de otros marcos de referencia, entendiendo por esto un sistema de valores diferente que absorbe la realidad social, la descifra y presenta un panorama alterno al del sistema adulto. Ejemplo de la conciencia crítica de lo joven guarda mucha relación con la manera como es consumido y resignificado el repertorio de objetos que proviene en gran medida del mercado, de los procesos tecnológicos, lo que cambia vertiginosamente las dinámicas sociales. El conjunto apropiado es alterado, despojado del valor asignado originalmente por el mercado, ajustándose a las necesidades de los usuarios, dando vida a un mundo de connotaciones que sólo es relevante para el sujeto que lo porta, lo habla y lo siente. 1 Lo que sugieren estudiosos como Rossana Reguillo, Martha Marín y Germán Muñoz, entre otros, es ubicarse en los terrenos juveniles y analizar cómo las propuestas que nacen en el seno de los colectivos entran en conflicto y/o negocian con el sistema y el mundo adulto. Los planteamientos presentados por estos autores son ciertamente fundamentales y consideramos se deben tener en cuenta al momento de estudiar las culturas juveniles. Teniendo presente esta afirmación, procuramos entender el universo juvenil en los términos que los autores mencionados proponen, esto es, emprendiendo el análisis al ritmo que impone el objeto de estudio. Sentirlo, dejar que penetre en los sentidos. Rossana Reguillo, en Emergencia de culturas juveniles: estrategias del desencanto, propone leer los colectivos de jóvenes desde adentro, al interior de sus terrenos de sentido, tratando de entender las dinámicas que los ayudan a constituirse como sujetos sociales con un discurso que intenta asumirse como diferente:

Algunas veces parece existir una especie de reproche a los investigadores que trabajamos desde los colectivos juveniles y desde sus procesos de adscripción identitaria, cuando nombramos su identidad a través de una palabra: raztecas, góticos, taggers, punks, metaleros, etc. Nombres que se interpretan desde las lecturas externas como un proceso de etiquetación promovido por los propios investigadores. Pero, lo que se intenta con este tipo de análisis es recuperar el modo en que cada uno de estos grupos juveniles construye sus propios procesos de auto identificación. (2000:149).

Reguillo acentúa de forma positiva el análisis de los jóvenes y sus colectividades. No obstante, aclara que si bien los jóvenes construyen microuniversos de sentido que impugnan los discursos sociales con los cuales no se identifican, esto no implica que se encuentren por fuera de las dinámicas del

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sistema. Por el contrario, sus saberes y sus intereses se fundamentan y adquieren sentido en relación al sistema que los contiene.

Asumir este enfoque, que afortunadamente empieza a ser una perspectiva compartida por muchos estudiosos de las culturas juveniles implica entender que los jóvenes no están “fuera” de lo social, que sus formas de adscripción identitaria, sus representaciones, sus anhelos, sus sueños, sus cuerpos, se construyen y se configuran en el “contacto” con una sociedad de la que también forman parte. (Reguillo, 2000:144).

Lo que Rosanna Reguillo nos da a entender anteriormente es que la juventud siempre se encontrara ligada a la sociedad, esta no podría ser sin una sociedad que les determine ciertas reglas, ciertas representaciones sociales, ¿cómo podrían ellos entonces definirse ante algo, si ese algo no existe? En este caso ante la sociedad que implica un mundo adulto ante el cual los jóvenes se revelan y se hacen espacio para poner en prácticas las dinámicas que los identifican dentro de la sociedad. Bajo preocupaciones similares Martha Marín y Germán Muñoz proponen, en Secretos de mutantes, música y creación en las culturas juveniles, de modo bastante particular un acercamiento más íntimo a las culturas juveniles fundadas en la música: se requiere un espíritu dispuesto a penetrarlas a la velocidad que impongan. Deben ser transitadas sin cuestionar sus movimientos, muchas veces sincopados, abruptos y contradictorios. Es interesante el modo como estos autores promueven el estudio de lo joven. Aun así, aclaran que al momento de estudiar este fenómeno se puede incurrir en miradas un tanto paternalistas. Por un lado, en los discursos que piensan a la juventud como una etapa dedicada exclusivamente a la formación sistemática para un futuro posible. Etapa en la cual se estructuran políticas especiales para proteger, encauzar y preparar a este sector poblacional hacia los retos del sistema social. No obstante, es cierto que este discurso incurre en grandes dificultades, promoviendo consideraciones “ennoblecedoras”:

[…] aplicar estos criterios morales a la producción del conocimiento sobre los jóvenes es un problema. Éste radica en el hecho de que la investigación sobre los jóvenes se orienta cada vez más a la formulación de políticas y crea la necesidad de mostrar una cara amable de los jóvenes estigmatizados por los medios, perseguidos por las limpiezas sociales (Marín y Muñoz, 2002:289-290).

Por otro lado, este paternalismo se observaría también en los estudios que defienden insistentemente el aspecto rebelde, los que enfocan sólo el ángulo juvenil que constantemente impugnan los discursos del aparato social. Al adoptar esta postura sin tener en cuenta otras perspectivas se puede ser blanco de críticas por parte de la academia:

En algunos momentos, las culturas juveniles han sido caracterizadas como contraculturas o subculturas y sus participantes resaltan el hecho de que “no son el sistema”, de que están “en contra de la sociedad”. […] los investigadores que se han centrado en este tipo de culturas han sido criticados por sus colegas: los acusan de estigmatizar aún más el tema de la juventud, o de centrarse únicamente en lo contestatario, como si en las culturas juveniles no hubiera también aceptación, integración, estrechas relaciones con el consumo y prácticas reaccionarias (Marín y Muñoz, 2002: 290).

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Ambas posturas, por supuesto, presentan lados problemáticos. Es importante tener en cuenta esta dicotomía para ubicarse frente al objeto de estudio, y no incurrir en posiciones que terminen esencializando el fenómeno de las culturas juveniles. Frente a dicha dicotomía, Marín y Muñoz dejan claro su postura:

No propendemos […] por una estigmatización de las culturas juveniles, ni tampoco por su idealización, sino más bien por el reconocimiento de su lado outsider, necesario para entender mejor sus dinámicas de creación. Que el acercamiento a estas culturas no se haga desde un enfoque moralizante con visos adultocéntricos o normalizadores (2002: 290).

El cuerpo, emblema identitario Plantear el cuerpo como algo más que un recipiente de órganos vitales, 2 es decir, verlo como la realización material de un sentimiento, una emoción, un sueño, una necesidad, un capricho, un ideal, en fin, una serie de elementos que articulados dan sentido a un sujeto, implica inscribirse en las discusiones teóricas que hunden las raíces en el terreno de la identidad. Germán Muñoz presenta una explicación de los progresos realizados desde diversos campos del saber en materia de identidad. Apunta que, tradicionalmente, la identidad se concebía como producto de un marco estricto de creencias que los individuos utilizaban como referencias para inscribirse dentro de una comunidad específica:

Según la antropología y sociología clásicas, la identidad es algo fijo, sólido y estable. Pone en función roles sociales predeterminados y un sistema de mitos que proveen orientación y sanciones religiosas para definir la posición en el universo de cada uno, conforme a rigurosos patrones mentales y comportamentales (…) La identidad no planteaba problemas ni requería discusión ya que los individuos primitivos no modificaban radicalmente sus roles ni sus funciones. (Muñoz, 1998:198)

Más adelante Muñoz afirma que las concepciones que se tenían sobre la identidad como algo estable, han sido desplazadas paulatinamente por modelos explicativos provenientes de diversas disciplinas que sugieren que los grandes cambios ejercidos en la sociedad por la modernidad han transformado las dinámicas mediante las que los individuos se entendían y se asumían como miembros de una comunidad.

En la modernidad las identidades se hacen móviles, múltiples, personales, auto-reflexivas, cambiantes […] Incluso sociales y referidas a la otredad […] Los roles múltiples de cada individuo en las sociedades contemporáneas hacen relativa y limitada la sustancialidad esencial de las posibles identidades, continuamente en expansión, en refracción, en mutación. Es posible distanciarse de la tradición y elegir entre varias posibilidades, nuevas y valiosas identidades de la oferta circundante en el escenario social (Muñoz, 1998:198).

2Hay múltiples formas de comprender el cuerpo: el cuerpo visto por los demás, el cuerpo experimentado como existencia indisoluble o el

cuerpo anatómico, entre otros. La fenomenología se preocupó mucho sobre estos aspectos estudiando conceptos como “cuerpo vivido”

(Gabriel Marcel (1969), “cuerpo-subjetivo” (Maine de Biran y Michel Henry (2007)). Lo interesante de estos estudios, con relación al problema de la identidad, es que han terminado por demostrar que yo soy un cuerpo, que yo soy mi cuerpo, evitando las consecuencias de

una problemático y estéril dualismo.

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En el mismo sentido de Germán Muñoz, Stuart Hall ha planteado los avances que han conducido a lo que él llama “deconstrucción” de la identidad como elemento estable. La deconstrucción permitiría entender desde otros ángulos las complejidades involucradas en la conformación de la identidad. Según Stuart Hall:

En los últimos años se registró una verdadera explosión discursiva en torno del concepto de “identidad”, al mismo tiempo que se lo sometía a una crítica minuciosa. ¿Cómo se explica este paradójico proceso? ¿Y en qué posición nos deja en cuanto al concepto? La deconstrucción se ha realizado en el interior de varias disciplinas, todas ellas críticas, de una u otra manera, de la noción de una identidad integral, originaria y unificada. La filosofía planteó de forma generalizada la crítica del sujeto autónomo situado en el centro de la metafísica occidental poscartesiana. El discurso de un feminismo y una crítica cultural influidos por el psicoanálisis desarrolló la cuestión de la subjetividad y sus procesos inconscientes de formación. Un yo incesantemente performativo fue postulado por variantes celebratorias del posmodernismo. Dentro de la crítica antiesencialista de las concepciones étnicas, raciales y nacionales de la identidad cultural y la “política de la situación” se esbozaron en sus formas más fundadas algunas aventuradas concepciones teóricas. (Hall, 2003: 13).

La deconstrucción implica centrar la atención en la identidad más como proceso continuo y menos como algo estático de fronteras definidas. De acuerdo a Hall, “la identidad, y todo lo que se relaciona con su estructuración –estamos pensando en el cuerpo– avanza con la vertiginosidad de los procesos sociales” (Hall, 2003:13). El autor apunta que es necesario tener en cuenta las producciones de sentido que se dan cuando se elabora una identidad, puesto que no todos los elementos que confluyen al interior del individuo necesariamente tienen una correspondencia y articulación coherente. Igualmente señala que la volatilidad con la que se crea la identidad o deconstruye en la contemporaneidad debe observarse dentro de sus contradicciones. Es desde éstas que se logra tener una visión de la complejidad e inestabilidad de los múltiples procesos por los que pasa, y por consiguiente su referente material, es decir, el cuerpo a la hora de elaborarse. Stuart Hall afirma que: “(…) las identidades nunca se unifican y, en los tiempos de la modernidad tardía, están cada vez más fragmentadas y fracturadas, nunca son singulares, sino construidas de múltiples maneras a través de discursos, prácticas y posiciones diferentes, a menudo cruzadas y antagónicas. Están sujetas a una historización radical, y en un constante proceso de cambio y transformación” (Hall, 2003:13). Con relación a lo anterior, podemos decir que Stuart Hall es puntual al momento de establecer los lineamientos para abordar el fenómeno de construcción de la identidad. En este sentido, creemos que al pensar cualquier proceso identitario por fuera de estos planteamientos, se incurriría en una perspectiva un tanto determinista y reducida que no lograría abarcar las complejidades de los procesos que dan forma a un sujeto sociocultural, cualquiera que sea su filiación identitaria. Consideramos que evitar asumir la identidad como proceso y devenir no es la vía para entender los recorridos estéticos del cuerpo. Las concepciones teóricas provenientes de los campos citados por Hall han provocado el movimiento hacia una perspectiva alternativa. Todos los aportes disciplinarios cumplen una función importante y representan el lugar teórico estratégico desde donde podemos intentar explicar cómo interactúan

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todos los elementos que confluyen en un individuo para dar forma a su identidad. Reconocemos que existe un amplio terreno abonado. En consecuencia, tenemos un amplio presupuesto teórico en el cual apoyarnos para estudiar el fenómeno de nuestro interés. La frontera disputada: el cuerpo rock versus el cuerpo confiscado Para abrir la discusión en torno a nuestro objeto de estudio, esto es, la conformación del cuerpo en los jóvenes rockeros cartageneros, consideramos importante empezar observando como el cuerpo se constituye en una especie de frontera disputada por fuerzas de distinta naturaleza. Es decir, el cuerpo sometido tanto a los influjos de los discursos institucionales, entre tales el discurso religioso, familiar, escolar, laboral, etc.; como también blanco de los discursos que intentan conformarlo como una potencia que difiera de la institucionalidad. Conforme a lo anterior Reguillo explica que:

El cuerpo es el vehículo primero de la sociabilidad, de su conquista y domesticación depende en buena medida el éxito o fracaso de un proyecto social. Hoy cuando la secularización y el flujo de las informaciones han puesto en crisis la hegemonía de un modelo único, las sociedades parecen debatirse, en términos generales, entre dos grandes narrativas. De un lado, el cuerpo liberado y obstinadamente “joven”, con su parafernalia de tratamientos, ejercicios y modas […] Por otro, el cuerpo pecador castigado (2000:76).

Es central entender cómo actúan las dos grandes narrativas mencionadas por Reguillo. Por una parte, están las narrativas que ubican al individuo dentro de los roles y requerimientos del aparato social. A través de estos relatos el individuo puede moldear sus creencias, valores, y nuestro caso, puede moldear el cuerpo acorde a lo normativo, es decir, a lo socialmente validado por la norma. Por otra parte, se encuentran las narrativas que buscan trazar otro itinerario al individuo, ruta en la que puede percibir otras posibilidades de sentido en cuanto a su existencia. Consideramos importante observar más en detalle cómo funcionan estas dos posiciones que intentan moldear al individuo, y por ende, el cuerpo. En este orden de ideas, podemos decir que la sociedad ejerce una mirada vigilante constante sobre los individuos. Al interior de ésta circulan discursos que formulan pautas de comportamiento que rigen las acciones de los individuos dentro del aparato social. Según lo anterior, Foucault reconoce que instancias como la iglesia, la escuela, la familia, la fábrica, entre otras, son instituciones disciplinarias, que “han secretado una maquinaria de control que ha funcionado como un microscopio de la conducta; (…) un aparato de observación, de registro y de encauzamiento de la conducta” (Foucault, 2002: 178). Marín y Muñoz aluden a Deleuze para explicar que la sociedad que Foucault definió como disciplinaria, esto por el tipo de mecanismos en su interior dedicados al establecimiento de patrones estrictos de comportamiento, ha tomado un curso diferente. Se le conoce con otro nombre debido al enfoque que ha tomado el poder dentro de este tipo de sociedad. Aunque Marín y Muñoz aclaran que Foucault había esbozado anticipadamente el futuro de la sociedad cuando habló de los mecanismos disciplinarios para controlar al individuo.

La sociedad disciplinaria es, según Deleuze, nuestro pasado inmediato, lo que estamos dejando de ser. Las sociedades de control están sustituyendo a las disciplinarias. “Control es el nombre propuesto por Burroughs-aclara Deleuze-para designar al nuevo monstruo que

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Foucault reconoció como nuestro futuro inmediato”. A diferencia de la sociedad disciplinaria, la sociedad de control presenta una intensificación y generalización de aparatos normalizadores de disciplina que son interiorizados, incorporados y activados por los sujetos, o con su aquiescencia; impregnan las conciencias y los cuerpos y animan internamente nuestras prácticas comunes y cotidianas, extendiéndose más allá de los sitios estructurados por las instituciones-hospital, cárcel, escuela, fábrica, cuartel, familia- por medio de flexibles y fluctuantes-sistemas de comunicación, redes de información, sistemas de bienestar, actividades monitoreadas, formas de control al trabajador en la empresa y la corporación, la educación permanente, entre otras (Marín y Muñoz, 2002: 260).

Las características de las sociedades de control tienen una raíz en lo que Foucault, a partir del panóptico de Bentham, llamó panoptismo. La idea de Bentham consistía en una estructura de tipo circular, a manera de anillo, en cuyo centro se erigía una torre desde la cual se ejercía el control irrestricto sobre los condenados. De dicha estructura se desprende todo un aparato de vigilancia de una magnitud tal que rebasa la propia idea centrada en sólo una forma de control para reos o convictos. Las aplicaciones se extienden hacia otros campos sociales. En palabras de Foucault:

Si los detenidos son unos condenados, no hay peligro de que exista complot, tentativa de evasión colectiva, proyectos de nuevos delitos para el futuro, malas influencias recíprocas; si son enfermos, no hay peligro de contagio; si locos, no hay riesgo de violencias recíprocas; si niños, ausencia de copia subrepticia, ausencia de ruido, ausencia de charla, ausencia de disipación. Si son obreros, ausencia de riñas, de robos, de contubernios, de esas distracciones que retrasan el trabajo, lo hacen menos perfecto o provocan los accidentes. La multitud, masa compacta, lugar de intercambios múltiples, individualidades que se funden, efecto colectivo, se anula en beneficio de una colección de individualidades separadas (2002: 204).

Un aspecto primordial del panóptico es señalado por Foucault cuando reconoce que a través de éste “[…] Poco importa […] quién ejerce el poder” (Foucault, 2002: 205). En esencia lo que provoca la formulación de un mecanismo de tal precisión es la interiorización del sistema de vigilancia, es decir, la autodisciplinación y la autoaplicación de los métodos de control y poder. Los individuos ejercen sobre sí mismos un doble rol, el observador-observado. En palabras de Foucault:

[…] el efecto mayor del Panóptico: inducir en el detenido un estado consciente y permanente de visibilidad que garantiza el funcionamiento automático del poder. Hacer que la vigilancia sea permanente en sus efectos,[…] El que está sometido a un campo de visibilidad, y que lo sabe, reproduce por su cuenta las coacciones del poder; las hace jugar espontáneamente sobre sí mismo; inscribe en sí mismo la relación de poder en la cual juega simultáneamente los dos papeles; se convierte en el principio de su propio sometimiento […] El panoptismo es el principio general de una nueva "anatomía política" cuyo objeto y fin no son la relación de soberanía sino las relaciones de disciplina. (Foucault, 2002: 204, 206, 212).

Con los razonamientos de Foucault sobre el panóptico vemos que las raíces de la sociedad de control de la que habla Deleuze, se encuentran en la estructura arquitectónica de Bentham. Pero trátese de sociedad disciplinaria o de control, ambas versiones de sociedad buscan fomentar la constitución de instituciones y una maquinaria de control que propende por la búsqueda de un actor social consecuente y consciente de los fines de la sociedad que lo contiene. Es decir, que las acciones de los sujetos sociales estén acordes a las lógicas del sistema. En un sistema de este tipo todas las

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actuaciones sociales que se sujeten a las lógicas del sistema, serán valoradas, y aquellas acciones o comportamientos ubicados por fuera de la norma serán sancionados. Entonces, todos los estilos de vida que estén por fuera de los lineamientos o representaciones que los adultos tienen sobre el mundo, se asumen como una anomalía que debe ser corregida y encauzada dentro de los límites de lo institucionalmente valido. El proceso disciplinario se enfoca en establecer y demarcar tiempos específicos para la formación de carácter integral que buscan ubicar a los sujetos que están por fuera de la norma en los roles específicos exigidos por el aparato social. Por ejemplo, el rol de estudiante que aspira a un título, que más adelante se convertirá en un asalariado, madre o padre de cierto número de hijos, formando así un núcleo familiar que debe tener una filiación religiosa clara. Familia que formará e instruirá a los hijos dentro de un marco de valores acordes a las lógicas del sistema social. A partir de los mecanismos de control de las instancias disciplinarias se prolongan las consignas de la sociedad, cada sujeto social implica una inversión significativa, por ello, se debe rentabilizar al máximo los tiempos específicos dedicados a los estudios, la familia, la religión, la política, la fábrica, etc. En este orden de ideas, se puede decir que el sistema social y sus aparatos disciplinarios piensan al joven como un recipiente que debe ser llenado y programado con determinadas consignas para que de esta manera funcione acorde al ritmo requerido por el mundo, ritmo que en últimas responde a los fines de la productividad. Al hablar de la rentabilización de los jóvenes dentro de los procesos de productividad, debemos remitirnos a Foucault, quien plantea de manera puntual como el sistema social y la productividad deben ir de la mano con un aparato disciplinario para establecer el orden de los cuerpos y el lugar de cada cual en los espacios de la familia, el trabajo, la escuela, la política, la religión, etc. Foucault explica que las disciplinas:

Deben […] hacer que crezca la utilidad singular de cada elemento de la multiplicidad pero por unos medios […] que sean los más rápidos y los menos costosos, es decir utilizando la propia multiplicidad como instrumento de este crecimiento: de ahí, para extraer de los cuerpos el máximo de tiempo y de fuerzas, esos métodos de conjunto que son los empleos del tiempo, las educaciones colectivas, los ejercicios, la vigilancia a la vez global y detallada[…] En fin, la disciplina tiene que hacer jugar las relaciones de poder no por encima, sino en el tejido mismo de la multiplicidad, de la manera más discreta que se pueda, la mejor articulada sobre las demás funciones de estas multiplicidades, la menos dispendiosa también. (Foucault, 2002:223).

Se ha visto a partir de Foucault como la sociedad ha organizado todo un sistema de reglas que velan por la evolución de ésta en distintos órdenes, es decir, desde lo económico, lo político, lo familiar, lo cultural, lo religioso, etc.; orden siempre ajustado a los intereses de la productividad, como señaló Foucault. En este sentido vale decir que los jóvenes que representan nuestro objeto de estudio son asumidos por aparato social como una anomalía, ya que no encajan en las dinámicas implantadas por el aparato social. De ahí, que se los excluya y marque con toda la adjetivación denigrante que se desprende de los discursos de la diversas instancias sociales. Ahora bien, frente a la postura del mundo productivo cuya finalidad está centrada en la estructuración de un actor social capaz de continuar con el esquema, se han propuesto estudios que intentan

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demostrar que la juventud como una etapa de la vida debe ser vista como algo más que un estadio de acumulación de conocimientos en la escuela para ser aplicados posteriormente en una fábrica, una oficina, en el hogar con los hijos o frente una congregación religiosa. Con Reguillo (2000) podemos señalar que los espacios generados a partir de estas variadas formas del arte y los medios de comunicación, permiten a los jóvenes abrir campos o microuniversos de sentido que asumen como territorios de pertenencia donde dan vida a los argumentos desde los que fundan sus posiciones de vida para actuar frente al mundo adulto. Sin embargo, estas posiciones entran en conflicto con el mundo adulto. Las posiciones y las ideas sobre el mundo que manejan los jóvenes y los adultos se originan en sistemas de creencias que parecen ser incompatibles. Los valores y los códigos que las generaciones anteriores compartían han perdido sentido y relevancia para los jóvenes, son estructuras mentales con los que no se identifican. Reguillo explica acertadamente el papel de la juventud en torno a los cambios operados en el seno de la sociedad por la tecnología y otros elementos. Teniendo esto en cuenta, consideramos pertinente citar nuevamente a esta autora, quien a través de las palabras de la antropóloga Margaret Mead, amplía la explicación del rol de la juventud en la contemporaneidad. Mead, juega con una analogía interesante. Los jóvenes pensados como los primeros colonos o pioneros de la formación del nuevo mundo. Se puede decir que los distanciamientos se presentan en distintos campos sociales como lo han señalado los autores anteriores, según Reguillo, la escuela representa un foco donde se observan los conflictos de los saberes juveniles con los parámetros normativos escolares. “(…) los jóvenes han rebasado a la institución escolar que permanece, en términos generales, al margen de los procesos de configuración sociocultural de las identidades juveniles, y sigue pensando al “joven” como “ejemplo del libro de texto” con un proceso de desarrollo lineal que debe cubrir ciertas etapas y expresar ciertos comportamientos (Reguillo, 2000: 61). El distanciamiento de los modelos de referencia tradicionales implica que los jóvenes se han empeñado en la búsqueda de nuevos horizontes de referencia para realizar lecturas consecuentes con los rápidos cambios que dicta el mundo. De acuerdo a los planteamientos de Martha Marín, Germán Muñoz y Rossana Reguillo, la juventud encuentra sus modelos de lecturas en las variadas formas del arte y las nuevas tecnologías comunicacionales. Son los discursos del arte y los medios de comunicación donde los jóvenes encuentran los artefactos culturales para generar un instrumento de medición de la realidad con el que realizar lecturas acordes con los tiempos. Entre los consumos culturales, la música ocupa un papel importante, por tal motivo, enfocamos la mirada en este tipo de género musical y su poder de convocatoria entre los jóvenes, y en nuestro caso, los sujetos de nuestro interés investigativo, los rockeros cartageneros. Las sonoridades del rock y la narrativa personal: la música en la conformación del cuerpo La producción de relatos a partir de las formas artísticas y tecnológicas produce lo que Reguillo denomina “metabolismo acelerado” (Reguillo, 2000:66). Es decir, un tipo de consumo masivo y acelerado de información, y es este metabolismo el que provee el material para estructurar las narrativas que los jóvenes utilizan para realizar sus lecturas del entorno. Reguillo asocia la rapidez del consumo de información juvenil con la metáfora del videoclip. En esencia lo que hacen los jóvenes, es crear una síntesis abrumadora de toda la información que consumen. A esto ella comenta: “Decir que

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los jóvenes piensan en videoclip [el mundo como una sucesión de imágenes, no necesariamente armónicas y coherentes], es una forma de aludir a los modos condensados de representación y acción de las culturas juveniles” (Reguillo, 2000:67). La sucesión muchas veces incoherente de la información acumulada y posteriormente reflejada en forma de narraciones visuales, musicales y/o lingüísticas, se relaciona al decir que los procesos identitarios en la contemporaneidad refieren a complejos procesos de integración de elementos que necesariamente no tienen una correspondencia clara. Y es dentro de las complejidades, recalca Hall, donde se puede tener una mejor idea de la identidad en la modernidad tardía latinoamericana. (Hall, 2003:13) A partir de sus construcciones de sentido, a modo de videoclip, los jóvenes entran en las redes narrativas sociales y “parecen adaptarse e interpretar el mundo contemporáneo con mayor facilidad que los adultos socializados por el discurso lineal y continuo […], entrenados por la decodificación binaria del mundo (hombre/mujer, blanco/negro, cielo/infierno) (Reguillo, 2000: 68). En dicha afirmación, Frith plantea que la música en su relación con los individuos permite que estos se entiendan como miembros de una comunidad específica que comparten una serie de valores y conocimientos acerca del mundo. Es decir, la música les permite experimentarse dentro de contextos narrativos, o en palabras del autor:

[…] no es que un grupo social tiene creencias luego articuladas en su música, sino que esa música, articula en sí misma una comprensión tanto de las relaciones grupales como de la individualidad, sobre la base de la cual se entienden los códigos éticos y las ideologías sociales. Lo que quiero sugerir, en otras palabras, es que los grupos sociales […] consiguen reconocerse a sí mismos como grupos [como organización particular de intereses individuales y sociales, de mismidad y diferencia] por medio de la actividad cultural, por medio del juicio estético. (Frith, 2003: 185-187).

En el mismo sentido de Frith, Pablo Vila asume que la música juega un papel crucial en la construcción de la identidad. La música nos hace partícipe de una serie de dinámicas donde reconocemos un “Yo” en construcción, en continuo movimiento entre las diversas propuestas que ofrece como artefacto cultural “que provee a la gente de diferentes elementos, que tales personas utilizarían en la construcción de sus identidades sociales” (Vila, 2002:20-21). Es decir, nos entendemos como seres socio-culturales que comparten creencias y valores sobre el mundo a partir de la música. La identidad como señalan varios autores, entre tales Rossana Reguillo (2.000), es un proceso relacional de identificación y diferenciación. Estos dos procesos se basan en las dinámicas de los relatos que nos estructuran como sujetos socio-culturales. Mediante la narración de un “Yo” nos identificamos con los macro relatos sociales en los que estamos insertos. En el mismo sentido que Pablo Vila, Simon Frith alude a los planteamientos teóricos de otro autor para dar a entender la función de la narración en la existencia humana. Frith cita a Jonathan Ree, quien señala que la identidad personal es “la realización de un narrador, más que el atributo de un carácter […] es la unidad de una vida, no es algo alcanzado gracias a la continuidad esencial sino, por el contrario, mediante una “creencia recurrente” en la coherencia personal, una creencia necesariamente “renovada en el relato de cuentos” (Frith, 2003:207).

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Vemos a partir de lo dicho por Ree que la identidad individual es una reiteración constante de relatos renovables, relatos que en nuestro caso, se funda en experiencias aportadas por la música como artefacto cultural. Es decir, los relatos, fundados tanto en lo musical, como desde otras experiencias basadas en las formas de consumo de otros bienes culturales, son los discursos modeladores que producen al cuerpo, cubriéndolo con un estilo particular, lleno de significados que proveen un marco explicativo a los jóvenes para decirse, pensarse y actuar en el mundo. En suma, acordamos con Frith que: “La mejor manera de entender nuestra experiencia de la música […] es verla como una experiencia de este yo en construcción. La música, como la identidad, es a la vez interpretación y una historia, describe lo social en lo individual y lo individual en lo social” (Frith, 2003: 207). En este orden de ideas queremos incluir otro dispositivo que encaja en las discusiones sobre la identidad. Nos referimos a la noción de discurso. Según Hall la identidad desde el discurso puede pensarse como:

El punto de encuentro, el punto de sutura entre, por un lado, los discursos y prácticas que intentan “interpelarnos”, hablarnos o ponernos en nuestro lugar como sujetos sociales de discursos particulares y, por otro, los procesos que producen subjetividades, que nos construyen como sujetos susceptibles de “decirse”. De tal modo, las identidades […] Son el resultado de una articulación o “encadenamiento” exitoso del sujeto en el flujo del discurso. (1996:20)

Si las identidades, como lo plantea Stuart Hall, son puntos de adhesión temporaria a posiciones subjetivas que construyen prácticas discursivas particulares, se puede decir que los discursos provenientes del rock interpelan a los jóvenes, ubicándolos como individuos sujetos de ciertas prácticas y representaciones que los construyen como sujetos culturales que se dicen desde el rock. La música se apropia del cuerpo, lo moldea de acuerdo a las propuestas estéticas presentes en ella.

El rock dispone de sus propios discursos según sea la época en la cual se desarrolla y de acuerdo con las ideologías de cada conjunto; también cuenta con los discursos de su público, es decir, gestó su propio campo discursivo, que excede al lenguaje, al habla y se planifica con sus otras producciones. […]Discursos, cuerpos y aparataje utilizado en los recitales (luces, consolas, parlantes, amplificadores, grabadores, videos, etc.) confluyen en la constitución de un campo discursivo que incluye sus propias galaxias y se recorta del mundo adulto. (Giberti, 1998:177).

“Lo que hace que la música sea especial para la identidad es que define un espacio sin límite, un juego sin fronteras” (Frith, 2003:213). Tomamos las últimas palabras de la cita de Simon Frith, y afirmamos que el cuerpo se convierte en ese espacio sin límites nombrado por las interpelaciones del rock. El cuerpo es el producto de los múltiples discursos existentes, entre tales, los del rock. En este sentido, “el cuerpo se convierte en un campo de fuerzas, que son tanto activas como reactivas. El cuerpo forma parte del proceso total de la voluntad de poder y de la voluntad de saber. El cuerpo no es un hecho biológico dado de nuestra presencia en el mundo, sino una visión, un objetivo, un punto de llegada y salida para las fuerzas que conforman la vida” (Ganter, 2005: 4).

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Asumir el cuerpo como campo de fuerzas tanto activas como reactivas que forma parte de un proceso, implica que como proceso, el cuerpo se asume como fenómeno producto de prácticas y posiciones diferentes, algunas veces antagónicas; y son estas mismas características las que fundan la noción de identidad en las concepciones de Hall y Frith, cuando afirman la identidad como proceso continuo e inacabado. Por lo tanto, podemos afirmar que el cuerpo tiene un rol importante como elemento para expresar identidad. Colectivos juveniles como focos de la mutación del cuerpo y sonoridades discursivas del rock Ubicados en el territorio de la música y su papel crucial en los procesos identitarios de los jóvenes adscritos a colectivos en Cartagena, creemos que se da un mejor acercamiento a estas culturas, pensándolas dentro del entorno musical de la ciudad. Para dicho propósito, se hace necesario reconocer el terreno donde éstas se inscriben. Se trata del concepto de “comunidades sonoras”. 3 Mediante este concepto tenemos, por una parte, un mapa musical de la ciudad, y por otra, la explicación de cómo se construye la delimitación de un campo particular o territorio de pertenencia de los rockeros y sus propuestas de sentido dentro de un entorno musical bastante complejo, complejidad expresada en la multitud de géneros y sus dinámicas en el escenario citadino. Jorge Nieves Oviedo habla de las comunidades del Caribe colombiano presentando un tipo de mapa musical de Cartagena. En palabras de Nieves Oviedo:

La expresión sonora sirve para designar un conjunto más o menos abstracto, pero cuyos miembros existen en condiciones concretas. Los une una común preferencia por ciertas prácticas musicales, es decir, es en comunidades que se identifican como miembros que comparten unos parámetros sociales, ideológicos, espaciales, que tal o cual valor funciona como reconocimiento efectivo de tal o cual modalidad musical (…) este concepto es análogo a la noción de “comunidad de habla” de la etnografía del habla.

Esto explica como dentro de los distintos territorios delimitados por una música particular, se crean y comparte parámetros sociales, ideológicos, etc. Las naciones del rock no son la excepción. Los rockeros en Cartagena tienen interacciones reales que les estructuran como comunidad, y desde donde se expresan las visiones de la vida nacidas en el rock que, a pesar de ser estigmatizadas, son igual de significativas que las expresadas desde otros campos musicales. A pesar del señalamiento y descrédito de las posiciones ante la sociedad que surgen desde las comunidades del rock local, estas comparten y/o tienen nexos con comunidades a nivel global. Tales nexos funcionan como amplificadores de sus visiones de la sociedad, en el sentido de que las producciones de sentido de los rockeros locales se anexarían a todas las prácticas y representaciones que se han originado desde el rock a nivel global en distintas épocas. Las conexiones globales actúan como un tipo de argumento de fuerza, es decir, muestran y respaldan el linaje rockero de la localidad,

3 Concepto planteado por Jorge Nieves Oviedo en su texto Comunidades sonoras del Caribe colombiano, en revista: Historia y cultura 1, segunda etapa, año 1 revista de la facultad de Ciencias Humanas, Universidad de Cartagena.

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haciendo uso del status histórico del rock, en otras palabras, otorgan credibilidad al rock local a través de la historia. “Los rockeros escribieron una historia de deseos y abolicionismos que redacto textos blasfemos, músicas ásperas y convoco las gargantas estranguladas de cantantes pelilargos. Ellos fueron portavoces de esa red secreta, eficaz en su diseminación y fortaleza, que atraviesan geografías de toda índole (Giberti, 1998:192). Piénsese en cualquier joven adscrito al rock, que exterioriza y define su identidad a partir de un estilo particular. Por ejemplo, un joven punk que usa indumentaria obrera [pantalones ajustados, botas industriales altas ajustadas, corte mohawk de colores, cinturones de taches, cadenas, y accesorios] que se pasea por el centro de la ciudad. Es probable que sea motivo de señalamiento, marcado por ser usuario de un estilo, que para él resulta tan válido como cualquier otro estilo nacido de procesos de la moda u otros procesos. Respecto a lo anteriormente dicho nos causó curiosidad un comentario encontrado en secretos de mutantes de Marín y muñoz a lo cual una joven de nombre Sandra milena rojas Hernández, nos comentan desde su punto de vista al respecto: “[…] en otros países del mundo es mucho más fácil tener una apariencia diferente y llevar una vida “normal”, conseguir trabajo o vivir del Estado. En nuestro país todavía pesa mucho la apariencia, así que a un joven punk que pudiera tener un [estilo] (pelos de colores, crestas, taches, tatuajes, etcétera) es mucho más difícil, le toca luchar más el espacio para que lo demás lo respeten como persona que vale igual que los demás” (Marín y Muñoz, 2002:115). El cuerpo es una frontera disputada por discursos de distinta naturaleza. […]Haciendo uso de la metáfora de la moneda, afirmamos que es importante observar ambas caras de ésta, esto es, observar cómo propuestas y contrapropuestas tiene un papel significativo dentro de los procesos, analizar cómo se superponen muchos elementos a la hora de configurar un cuerpo, elementos muchas veces antagónicos. Desde este ángulo que permite apreciar ambas caras del proceso, confirmamos que no incidimos en una mirada esencialista, nos pensamos teóricamente desde los planteamientos de Hall al momento de entender los mecanismos identitarios. Es decir, somos conscientes de la multitud de sentidos presentes tanto en los discursos que intentan confiscar el cuerpo, como también en aquellos que buscan negociar con las interpelaciones normativas. En fin, advertimos que ambas facciones aunque, muchas veces, contradictorias coexisten estructurando la identidad en cuestión. Hall revisa de forma crítica algunos postulados teóricos en relación a la identidad. El autor pone de manifiesto la poca agudeza de Foucault al detallar teóricamente aspectos relacionados a las formas como la sociedad ejerce el control desde sus organismos. En palabras de Hall:

Foucault pasa con demasiada ligereza de describir el poder disciplinario como una tendencia dentro de las formas modernas de control social a postularlo como una fuerza monolítica firmemente instalada que satura todas las relaciones sociales. Esto lo lleva a sobreestimar la eficacia del poder disciplinario y a plantear una idea empobrecida del individuo, incapaz de explicar las experiencias que están al margen del reino del cuerpo dócil (Hall, 2003:30).

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Sobre este punto afirma Hall: “Foucault admite tácitamente que no basta con que la Ley emplace, discipline, produzca y regule; debe existir también la producción correspondiente de una respuesta (y, con ello, la capacidad y el aparato de la subjetividad) por el lado del sujeto (Hall, 2003:30-31)”. La afirmación tácita de Foucault es un argumento de fuerza que brinda apoyo a nuestra idea de considerar los procesos creativos relacionados al cuerpo. Por lo tanto, podemos decir que sí se exterioriza una respuesta por parte de los interpelados por las normas reguladoras. La respuesta de los interpelados por la norma se da desde los territorios de pertenencia. Al proponer los colectivos como focos de origen, somos conscientes de la necesidad de encontrar una perspectiva teórica consecuente con nuestro principio rector, es decir, pensar la identidad como proceso complejo que significa devenir. Para tal efecto recurrimos a Carles Feixa, cuyos planteamientos, por una parte, se ajustan a tal principio; y por otra, proponen una definición sobre los colectivos juveniles, que juzgamos acertada, ya que los define, y plasma las condiciones y los procedimientos que estos utilizan para conformarse. Feixa afirma que:

Se refieren a la manera en que las experiencias sociales de los jóvenes son expresadas colectivamente mediante la construcción de estilos de vida distintivos, localizados fundamentalmente en el tiempo libre, o en espacios intersticiales de la vida institucional. (…) En un sentido más restringido, definen la aparición de “micro sociedades juveniles”, con grados significativos de autonomía respecto de las “instituciones adultas”, que se dotan de espacios y tiempos específicos. (Feixa, 1999:1).

De la cita anterior destacamos lo que Feixa afirma sobre la construcción de estilos de vida distintivos ubicados en los intersticios de la vida institucional, esto es, los espacios tradicionales dedicados a la formación del individuo. Entre tales, la académica, el trabajo, la familia y la religión, etc. El autor plantea que los espacios que difieren de las lógicas tradicionales, o si se quiere, institucionales, también son lugares igualmente primordiales para la constitución del individuo. Las propuestas de sentido nacidas de la vivencia de experiencias diferentes a las ubicadas dentro del marco de la norma, resultan atractivas para los jóvenes. Dentro de las dinámicas de las experiencias grupales, los miembros se piensan y se dicen como sujetos que comparten gustos y opiniones de variada índole. Los diálogos, las disputas, los abrazos, los besos, las miradas, los cigarrillos, las copas de más, las fotografías, los coqueteos, todas estas interacciones otorgan un sello semántico peculiar a los espacios de ocio de los jóvenes. La forma como consumen, piensan y hablan de la música, la literatura, el cine, la ciudad, el trabajo, la escuela, el vecino, el look, la moda, el sexo, las drogas, el alcohol, la política, el futuro, los padres, la religión, etc., se hace desde lógicas y posturas que rayan y/o desbordan los límites de la norma y la tradición. Estas formas específicas de consumo simbólico y cultural, son una clave para acercarse y entender los procesos de integración de los jóvenes en grupalidades, y por consiguiente, la creación de estéticas corporales particulares dentro de dichos espacios:

Lo significativo resulta ser que el cuerpo inscrito al interior de las culturas juveniles se configura no solo en un campo objeto de políticas de intervención juvenil, gestión económica, vigilancia policial, y control biopolítico sino que por sobre todo en un campo sujeto a la resignificación y apropiación que los propios jóvenes urbanos realizan, a través de procedimientos específicos y prácticas cotidianas de micro resistencias expresadas en lo diferenciado de sus vestimentas,

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sus peinados, sus accesorios, sus perforaciones y sus tatuajes. Ello con el fin de alterar y trasgredir las lógicas (…) impuestas por las estrategias de poder. (Ganter, 2005:26).

El autor reafirma el status de importancia de los espacios de ocio dentro de la vida institucional. A partir de prácticas y procedimientos específicos se apunta a la constitución del cuerpo en un campo de resistencia que constantemente está sometido a fuerzas que lo crean y/o lo resignifican de manera constante. Además de esto, observamos que las explicaciones de Ganter amplían lo expresado por Feixa acerca de los colectivos, en el siguiente sentido: Feixa habla de espacios y tiempos específicos que estructuran a las instituciones adultas, y de cómo los jóvenes elaboran territorios de sentido en los intersticios del mundo adulto. El panorama revelado por las citas de Feixa y Ganter señala la capacidad de cambio de los jóvenes enfocada a ciertos aspectos de su existencia, en los que la institucionalidad parece no tener un entendimiento definido de los procedimientos que dan vida a las marcas identitarias por medio de las cuales los jóvenes se reconocen y se asumen como sujetos socioculturalmente diferentes ajenos a muchos valores y principios en los que no depositan su confianza. Podemos decir entonces, que la esencia de la autonomía, del activismo y de lo heterogéneo, articula un tipo de argumento que se contrapone a la idea del mundo adulto que sitúa a la juventud dentro de límites definidos y con visos de homogeneidad. Frente a esto, Feixa plantea que la carta de presentación de las asociaciones de jóvenes es el carácter efímero de sus contactos y asociaciones, es decir, territorios de fronteras casi imperceptibles, características nacidas precisamente de la flexibilidad y maleabilidad de los procesos al interior de los colectivos. “Es la novedad lo que da carta de naturaleza a las cultura juveniles […] Por ello es posible analizarlas como una metáfora de los procesos de transición cultural, la imagen condensada de una sociedad cambiante en términos de sus formas de vida, régimen político y valores básicos” (Feixa, 1999:5). Queremos señalar para efectos teóricos, que lo propuesto por Hall, en líneas anteriores, al entender las propuestas de la identidad (y dentro de éstas aquellas centradas en el cuerpo) […] tiene relación con lo planteado por Feixa sobre el carácter autónomo, activo y heterogéneo de la juventud, en el sentido de que la continuidad y la volatilidad de los procesos al interior de los individuos en formación no puede resultar en otra cosa que no sea dinamismo. En términos de Feixa: “Las culturas juveniles no son homogéneas ni estáticas […] Los jóvenes no acostumbran a identificarse siempre con un mismo estilo, sino que reciben influencias de varios, y a menudo construyen un estilo propio” (Feixa, 1999: 3-4). De la cita anterior, se desprende un término clave para el estudio de nuestro objeto de interés. Se trata del concepto de estilo que se asocia con la noción de cuerpo entendido como receptáculo de múltiples propuestas que anidan en su interior para dar vida a una identidad particular. Feixa habla del estilo y su importancia al interior de las culturas juveniles. El autor lo define como la fusión de elementos de diversa naturaleza que interactúan constantemente: “El estilo puede definirse como la manifestación simbólica de las culturas juveniles, expresada en un conjunto más o menos coherente de elementos materiales e inmateriales, que los jóvenes consideran representativos de su identidad […] (puede hablarse también de estilos individuales, en la medida en que cada joven manifiesta determinados gustos estéticos y musicales y construye su propia imagen pública)” (Feixa, 1999:11-12).

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Según Ganter, el cuerpo debe ser visto como algo más que un contenedor biológico, debe entenderse como un campo en donde existe la posibilidad de confluencia de elementos con una carga semántica propia provenientes de diversos fuentes, que al momento de integrarse al mundo de sentidos del individuo, son despojados de su significado original y se transforman en otra cosa, confiriendo un sello particular al cuerpo. A su vez la interacción del individuo con su entorno agrega un grado más de complejidad a la ecuación identitaria, es decir, las relaciones, los intercambios de ideas que se presentan entre sujetos dentro de los territorios juveniles también es un elemento más a tener en cuenta para pensar la elaboración del cuerpo a partir de un estilo.

El cuerpo ciertamente se constituye en la propia subjetividad de las diversas culturas juveniles, donde es posible pensarlo como un nuevo territorio político para el mundo de los jóvenes, […] el cuerpo se constituye en subjetividad colectivo – juvenil bajo el entendido de las culturas juveniles con sus estilos multiformes y sus estéticas oblicuas, es decir, (…) el cuerpo se configura en el soporte básico para la práctica efectiva de la reinvención de sí mismo. (Ganter, 2005:27).

Al seguir la línea de ideas de Ganter sobre el cuerpo, vemos como se enlazan los dos conceptos, el autor explica que el cuerpo se constituye en un territorio político, a través de estilos particulares, que permite a las diferentes colectividades reinventarse y expresarse a sí mismas ante el mundo ajeno a sus prácticas, al igual que ante otras colectividades asociadas a la música. El concepto de estilo demuestra su importancia a la hora de explicar la politización del cuerpo, ya que nos conduce a pensar que la adopción de un estilo se da por una serie de influjos, que creemos son discursos modeladores producto de la formas específicas de consumo cultural de los jóvenes. Puesto que el concepto de consumo cultural es una pieza clave para entender los procesos del cuerpo, decidimos presentar varios puntos de vista del mismo. El texto de Graciela Castro, Los jóvenes: entre consumos culturales y la vida cotidiana, ofrece varios acercamientos a la idea de consumo cultural que se complementan mutuamente. Un primer momento se presenta en Bourdieu (1996:134) quien afirma que “el consumo conlleva símbolos, signos, ideas y valores y todos ellos son el producto de los […] habitus, o sea de las estructuras mentales a través de las cuales se aprehenden el mundo social y orientan las prácticas. Los diferentes objetos de consumo funcionan como signos distintivos y como símbolos de distinción”. Por su parte, García Canclini (1993:34) sostiene que “es posible definir la particularidad del consumo cultural como el conjunto de procesos de apropiación y uso de productos en los que el valor simbólico prevalece sobre los valores de uso y de cambio o dónde al menos estos últimos se configuran subordinados a la dimensión simbólica”. Finalmente, Emilia Bermúdez (2001:11) propone definir el consumo cultural, “como un proceso en el que los actores sociales se apropian y hacen circular los objetos atendiendo a su valor simbólico y a través de este valor simbólico interactúan, resignifican y asignan sentido a sus relaciones y construyen sus identidades y diferencias”. El común denominador en las tres citas es el carácter simbólico presente en las operaciones de apropiación de los objetos y su posterior uso. Las apreciaciones de estos autores coinciden en el papel

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que cumple lo simbólico dentro de los consumos culturales, pero es Bourdieu, quien apunta de manera precisa que los habitus orientan las maneras de consumo de los jóvenes, permitiéndoles resignificar y asignar un sello particular a los objetos culturales que consideran importantes para hablarse, pensarse y expresarse con un estilo particular frente al mundo adulto.

“El fan suele instituir una alianza afectiva con su música, con sus ídolos y con sus pares. Experimenta, placer de la identificación con la música que adora, sus músicos y con quienes comparten sus gustos musicales; siente que posee la música que ama y, a la vez, se siente

poseído por ella”.