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[1] 241 Antropología Aplicada y cooperación al desarrollo. Reflexiones desde la frontera agrícola en río San Juan, Nicaragua CARMEN TOMÉ V ALIENTE E n el ámbito de la Antropología, resulta corriente escuchar voces que se al- zan protestando por el escaso interés que despierta nuestro campo de es- tudio y trabajo entre personas e instituciones ajenas al mismo, y la poca con- sideración en que se tiene habitualmente la tarea del antropólogo/a. Yo mis- ma me he sumado a estas voces en muchas ocasiones al constatar que, so- cialmente, se nos percibe como elementos más o menos excéntricos que ha- blan sobre obviedades de las que todo el mundo sabe o, por el contrario, de asuntos enrevesados y abstrusos que no interesan a nadie. Y esto, en el mejor de los casos. En el peor de ellos se nos cataloga de agentes de extensión del colonialismo, vampiros de conocimientos e historias ajenas y aventureros de poca monta. Ante semejante imagen tan generaliza- da, de la cual nosotros somos los responsables últimos, solemos contraatacar ofreciendo peroratas gratuitas a los públicos más diversos, argumentando lo esencial del estudio de la cultura para aproximarnos a aquello que damos en llamar “lo humano”, así, de un modo global, cuando no nos quedamos en si- lencio manteniendo una actitud de digna indiferencia y conmiseración por la ignorancia del interlocutor. Es evidente que la Antropología resulta un campo de investigación ex- cepcionalmente atractivo por lo que tiene de puerta de acceso a la compren- sión de “los otros”, pero también porque, como todo colega sabe, constituye en definitiva un camino hacia el autodescubrimiento y autoanálisis perma- nente. Hacer antropología para desvelar “lo otro” nos conduce irremisible-

reflexiones desde la frontera agricola nicaragua

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    Antropologa Aplicada ycooperacin al desarrollo.

    Reflexiones desde la fronteraagrcola en ro San Juan,

    NicaraguaCARMEN TOM VALIENTE

    En el mbito de la Antropologa, resulta corriente escuchar voces que se al-zan protestando por el escaso inters que despierta nuestro campo de es-tudio y trabajo entre personas e instituciones ajenas al mismo, y la poca con-sideracin en que se tiene habitualmente la tarea del antroplogo/a. Yo mis-ma me he sumado a estas voces en muchas ocasiones al constatar que, so-cialmente, se nos percibe como elementos ms o menos excntricos que ha-blan sobre obviedades de las que todo el mundo sabe o, por el contrario, deasuntos enrevesados y abstrusos que no interesan a nadie.

    Y esto, en el mejor de los casos. En el peor de ellos se nos cataloga deagentes de extensin del colonialismo, vampiros de conocimientos e historiasajenas y aventureros de poca monta. Ante semejante imagen tan generaliza-da, de la cual nosotros somos los responsables ltimos, solemos contraatacarofreciendo peroratas gratuitas a los pblicos ms diversos, argumentando loesencial del estudio de la cultura para aproximarnos a aquello que damos enllamar lo humano, as, de un modo global, cuando no nos quedamos en si-lencio manteniendo una actitud de digna indiferencia y conmiseracin porla ignorancia del interlocutor.

    Es evidente que la Antropologa resulta un campo de investigacin ex-cepcionalmente atractivo por lo que tiene de puerta de acceso a la compren-sin de los otros, pero tambin porque, como todo colega sabe, constituyeen definitiva un camino hacia el autodescubrimiento y autoanlisis perma-nente. Hacer antropologa para desvelar lo otro nos conduce irremisible-

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    mente, as, a desenmadejarnos nosotros mismos. Y en este deshacer del no-sotros es como podemos acercarnos, en algo, a los dems.

    Sin embargo, qu hemos hecho, o ms bien, qu hacemos los antrop-logos/as con el ingente corpus de materiales y datos que almacenamos y re-gistramos?, cmo empleamos nuestros vastos conocimientos de lo huma-no?, qu prxis puede derivarse de nuestra actividad, hasta la fecha emi-nentemente acadmica y abocada a un mundo cerrado de pocos pero selec-tos conocedores y partcipes de una jerga y ciertas afinidades literarias?

    Pues hay que hacer un ejercicio de autocrtica, mal que nos pese, y reco-nocer que, en la mayora de los casos, nuestro trabajo no ofrece servicios ti-les a las sociedades y culturas en las cuales lo desarrollamos, y ni siquiera re-vierte en acciones en nuestro propio medio cultural conducentes a la mejoradel conocimiento colectivo sobre la compleja y rica diversidad de las creacio-nes culturales humanas. Quiz, si se nos considera como una especie de di-letantes y disertadores de la nada que nada hacen, puede que la razn no seencuentre en la incapacidad de los dems para entender nuestros elevadospropsitos, sino en que, pura y llanamente, no queremos y/o no sabemos nisiquiera nosotros/as para qu sirve la Antropologa y qu podemos ofrecer anuestra sociedad y a aquellas en las que trabajamos como profesionales. Loms normal es que nos esforcemos por ocultar este taln de Aquiles conuna verborrea envolvente e indescifrable para la cual solemos estar bien do-tados y entrenados.

    Existe la Antropologa Aplicada? En mi opinin, debe entenderse,como su nombre indica, el ejercicio responsable de la Antropologa comoinstrumento para intervenir en los procesos culturales de distintas sociedadeso facilitarlos. Insisto en el adjetivo responsable porque nuestra incidenciaen dichos procesos, de no plantearse con seriedad, es decir, de no aceptar queel verdadero protagonismo en los mismos no corresponde al antroplogo/a,sino a la comunidad local, puede llegar a ser una autntica catstrofe para laspoblaciones con las que trabajamos, convirtindose en una injerencia nefas-ta en las vidas de los otros, e incluso, en neocolonialismo, una actitud gene-ralmente arropada con loables declaraciones de principios. Es muy difcil tra-tar de arrinconar nuestro substrato cultural de rancia raigambre evolucionis-ta a la hora de iniciar acciones en el terreno. Inconsciente o conscientemen-te, pensamos que nuestra cultura y modus vivendi son superiores a los de losdems, y que es nuestra funcin apoyar a los pueblos en su proceso civiliza-dor para que consigan, finalmente, salvar ese incierto estadio entre el animaly el ser humano en el cual les suponemos estancados. En nuestra soberbia,siempre estamos dispuestos a ensear al nativo, incluso altruistamente, c-mo realizar este trnsito, lo cual nos hace sentirnos una suerte de hroes dela cultura solidarios con el otro. Pero, cuntos antroplogos/as estamos dis-puestos a aprender, o mejor dicho, a desaprender aquello que nos impide unacomunicacin autntica entre iguales? aceptaramos el dictamen heterodoxoy hertico (en el amplio sentido del trmino) de los miembros de la otra cul-tura sobre lo propio y lo ajeno? quines de entre nosotros seramos capacesde despojarnos del academicismo, del status social y del grado que otorganuestra cultura a los expertos de cualquier rea de conocimiento occidental?Este debe ser necesariamente un pensamiento que debemos tener presente si

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    nos decidimos por el ejercicio de una Antropologa vivencial y comprometi-da, sinnimo de Antropologa Aplicada.

    Los antroplogos/as somos tambin personas, con prejuicios, manas ytodo tipo de veleidades. Nada ms lejos que la objetividad en la Antropolo-ga, donde el encuentro con lo diferente significa la construccin de una in-tersubjetividad que solo es posible desde la experiencia plenamente humana,con errores y sentimientos incluidos. La construccin de la intersubjetividades el camino a la cultura y la cultura en s. No cabe la asepsia del mtodocientfico en semejante empeo. Por esto, considero que la empata es unacualidad fundamental de los antroplogos/as que quieren esforzarse en el tra-bajo aplicado. En este sentido, y despus de mi reciente experiencia en Nica-ragua, estoy convencida de que no se puede llevar a cabo una tarea profesio-nal en este terreno sin la incorporacin de las emociones en aquello que ha-cemos. No quiero por ello decir que no podamos o debamos utilizar los re-ferentes tericos y las herramientas metodolgicas que estn a nuestra dispo-sicin, pero s que ningn trabajo de este tipo es neutral, que siempre nos exi-ge algo de nosotros mismos que hay que poner en juego y arriesgar, y que,definitivamente, resultar una experiencia que cambiar con seguridad nues-tra vida.

    Acabo de aludir a mi estancia en Nicaragua. Este pequeo pas centroa-mericano ha protagonizado, sin duda, uno de los acontecimientos polticosms destacados del siglo en el continente: la Revolucin Popular Sandinista.Liderado por el FSLN (Frente Sandinista de Liberacin Nacional), el pueblode Nicaragua consigui en el ao 79 liberarse del yugo impuesto por la di-nasta Somoza, una autntica dictadura cuyos principales fiadores eran losEEUU. En su empeo por recuperar esta rea de influencia para el capitalis-mo y arrebatrsela a las fuerzas de la izquierda, el gobierno norteamericanofinanci una guerra de agresin en suelo nicaragense formando lo que se co-noci en su momento como la Contra, un verdadero ejrcito cuyas filasfueron integradas fundamentalmente por campesinos e indgenas a los que seutiliz como carne de can contra sus propios hermanos en aquella ocasin.La guerra provocada desde fuera devast el pas, hasta el punto de que elFSLN tuvo que embarcarse en unas negociaciones de paz que implicaban laaceptacin de la celebracin de unas elecciones en Nicaragua.

    El Frente pierde las elecciones en 1990 por escaso margen, pero esto su-pone la reintegracin del pas en el sistema econmico capitalista y la vueltaal mismo de la oligarqua tradicional, refugiada en Miami durante el perio-do de mandato de los sandinistas. Actualmente (1998), en el gobierno se en-cuentra instalada dicha oligarqua, de pretensiones supuestamente demo-crticas, cuya nefasta gestin no hace sino acrecentar el enorme abismo, enlo que a condiciones socio-econmicas se refiere, entre una pequea eliteacomodada y el grueso de la poblacin, de extraccin fundamentalmentecampesina. La aplicacin del programa de Ajuste Estructural diseado por elBM, el FMI y la AID slo ha supuesto para los nicaragenses un descenso dela capacidad adquisitiva de los salarios, el aumento del desempleo, un en-deudamiento progresivo de la balanza comercial, la privatizacin acelerada dela sanidad y la enseanza y, en definitiva, un incremento escandaloso de losniveles de miseria y precariedad econmica, que se han disparado. Slo poraportar una cifra, el porcentaje de hogares con ingresos inferiores a la lnea

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    de pobreza ha pasado del 644% en 1990, al 822% en 1997. Jvenes y mu-jeres son dos de los sectores sociales ms golpeados. Nicaragua es hoy el se-gundo pas ms pobre de Amrica Latina segn el ndice de Desarrollo Hu-mano de la ONU, nicamente aventajado en este triste honor por Hait.

    Durante el periodo de junio de 1997 a octubre de 1998 desarroll dife-rentes actividades como antroploga en Nicaragua. A lo largo de este casi aoy medio, el desempeo de la antropologa me permiti conocer por dentrodistintas entidades, oficiales y no gubernamentales, locales y extranjeras, quetratan de fomentar un modelo de desarrollo sostenible dirigido a los habi-tantes de la frontera agrcola nicaragense. Tambin tuve oportunidad deconvivir con la poblacin de esta regin. Es mi intencin presentar seguida-mente en estas pginas una reflexin acerca de esta experiencia en Antropo-loga Aplicada y de lo que de ella pude aprender.

    El escenario de nuestro trabajo fue Ro San Juan. Se trata del ltimo de-partamento al sudeste del tringulo irregular que conforma el pas. La anchabanda de plata del ro que da nombre a la zona corre de oeste a este: nacien-do en el lago Cocibolca, desemboca en el Caribe. Durante bastantes kilme-tros, el ro sirve como delimitador de otra frontera, en este caso administra-tiva y traumticamente real entre Nicaragua y Costa Rica.

    La problemtica que presenta la regin est fuertemente vinculada con elfenmeno inmigratorio y colonizador de espacios vrgenes, potenciado a par-tir de los aos 60 por la administracin somocista, y con la explotacin de-predatoria de los recursos naturales de un rea de enorme importancia eco-lgica y medio ambiental. Existen actualmente en la zona varios espacios pro-tegidos, entre los cuales destacan el Refugio de Vida Silvestre de Los Guatu-zos y La Gran Reserva Indio-Maiz. El primero de ellos est conformado fun-damentalmente por humedales, mientras que el segundo es una todava res-petable mancha de bosque tropical hmedo. Ambos se encuentran actual-mente amenazados por la presin demogrfica y las prcticas productivas noadaptadas e insostenibles.

    La poblacin actual de la zona proviene en su mayora del Pacfico nica-ragense, de donde fueron expulsados a raz de la concentracin latifundis-ta, fruto principalmente de la expansin del algodn y la caa de azcar enlas dcadas de los 50 y 60. En aquella poca, los planes desarrollistas de aper-tura de la frontera agrcola potenciaron el traslado de miles de campesinosque quedaban sin tierra en el oeste del pas hacia la zona atlntica, un terri-torio menos frtil y con unos elevadsimos ndices de pluviosidad. Estas ini-ciativas se enmarcaban en las polticas dictadas por la estrategia contrainsur-gente de la Alianza para el Progreso, liderada por EEUU. El Pacfico de Ni-caragua poda convertirse en un polvorn cuya mecha fuera incendiada por eldescontento campesino, que creca al ritmo de la expansin de los latifun-dios.

    Una nueva ola migratoria se produce tras la guerra de los aos 80, cuan-do se inician los repartos de tierras y la legalizacin de las mismas a favor depersonas desmovilizadas del Ejercito Popular Sandinista y las fuerzas de laContrarrevolucin. Actualmente, siguen llegando contingentes poblaciona-les, fundamentalmente procedentes de la antigua frontera agrcola, en dondeel despale indiscriminado y el mal uso de los suelos han convertido lo que an-tes era una impresionante selva en una extensin de potreros, solo aptos pa-

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    ra la ganadera extensiva. El hbitat es disperso, y la regin es todava un in-salubre rincn del pas infradotado en lo que a comunicaciones e infraes-tructuras se refiere, con enorme incidencia de la pobreza y el analfabetismo.

    Para sintetizar, la frontera agrcola constituye un fenmeno caleidoscpi-co, ecolgico, socio-econmico y cultural a un tiempo. A nivel ecolgico, su-pone la vigencia de modelos productivos insostenibles con el medio, el usode las quemas indiscriminadas como forma de apertura de nuevos espacios,con la consiguiente prdida de acuferos, degradacin de suelos y alteracinambiental, y la prctica de la depredacin de los recursos naturales, tanto dela flora como de la fauna. A nivel socio-econmico, implica un tejido socialdesestructurado, desgarrado por las migraciones constantes y procesos de to-ma de decisiones basados en la preeminencia del caziquismo y las redes deparentesco, una marcada divisin sexual del trabajo, as como una economaprcticamente de autosubsistencia, un nivel muy bajo de aplicacin de tc-nicas modernas en el campo, y la dependencia de mediadores para la ventade las cosechas. En cuanto a los aspectos culturales, se constata una elemen-tal falta de identificacin de la poblacin con el medio y con los otros veci-nos, una gran rigidez en lo que a la construccin de identidades de gnero serefiere, la presencia del incesto y el peso excesivo de la iglesia como casi ni-ca actividad social. Desde mi punto de vista, atacar esta problemtica com-pleja requiere de soluciones complejas e integrales, a su vez.

    Mi trabajo como antroploga consisti en realizar inicialmente una mo-nografa de la poblacin de la zona. Dicha investigacin estaba enfocada aprofundizar en aspectos de la cultura y la organizacin socioeconmica delcampesinado fundamentales para iniciar acciones en el mbito productivo,organizativo, y en las relaciones de gnero. Primeramente, considero que eltrabajo de investigacin puramente antropolgico, a la antigua usanza, debemantener, en estos contextos, un dilogo abierto con las caractersticas delproyecto a desarrollar, proyecto que debera ser modificado si las observacio-nes y los datos de la investigacin arrojan una nueva luz en lo que a objeti-vos y procedimientos para alcanzarlos se refiere. En relacin a esto, la inves-tigacin debera preceder al diseo de los proyectos de cooperacin. Por des-gracia, en muchos de ellos se contrata a los antroplogos/as con el fin de queelaboren un discurso a posteriori que otorgue legitimidad cientfica a las ac-ciones que se desarrollan en el campo social, econmico y cultural. No de-bemos engaarnos al respecto: nuestro trabajo es tambin un trabajo polti-co, puesto que en nuestras manos est calibrar si trabajamos para la comuni-dad, o para favorecer intereses esprios a la misma y no siempre transparen-tes.

    Los intereses de la comunidad siempre deben estar por encima de losacuerdos que los miembros de las ONGs alcanzan con sus financiadores. Es-to, lamentablemente no es la norma, y lo ms habitual es que se trate de ajus-tar la realidad al papel, lo que garantiza la consecucin de nuevas subvencio-nes y ayudas futuras para la entidad que opera en un territorio. Sin embar-go, este es el camino ms sencillo para abocar cualquier accin al fracaso msrotundo. As, muchos/as de nosotros/as nos podemos fcilmente convertir enperpetuadores de los problemas que abiertamente decimos tratar de solven-tar y en nuevos fichajes de los clanes de la cooperacin, conformados por

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    personas que, con poco o ningn escrpulo, viven permanentemente de lasdesgracias ajenas.

    Como coordinadora del componente social de un proyecto de desarrollo,a la par que completaba una monografa que a mi entender deba haber sidorealizada mucho tiempo antes, era mi responsabilidad coordinar actividadesencaminadas al fortalecimiento de las estructuras organizativas y del tejidosocial existente, muy dbil y caracterizado, como ms arriba mencionba-mos, por la preeminencia de las relaciones de parentesco y de una cultura po-ltica basada en el cacicazgo. Me vi obligada a comprender la realidad en lacual me mova a la par que diseaba estrategias de trabajo con la poblacin.Ciertamente, era preciso entonces, y es necesario an, apoyar el afianza-miento de identidades colectivas entre los pobladores, provenientes de muydistintos orgenes geogrficos y culturales. En relacin con ello, resultabaprioritario fomentar procedimientos participativos de toma de decisiones enlas comarcas, diversificar el liderazgo y favorecer el conocimiento, por partede sus habitantes, de cules eran sus derechos como nicaragenses y comopersonas, y de qu procedimientos deban emplearse habitualmente para en-tablar las relaciones necesarias con la administracin pblica, siempre tan dis-tante de su problemtica cotidiana, a fin de reclamar su atencin y su com-promiso con las demandas de los pobladores. Como antes mencionaba, la ac-titud gubernamental hacia el campesinado es, a veces, hasta de insultante in-diferencia.

    Pero la identidad humana es un asunto extremadamente complejo deabordar. Los procesos a travs de los cuales las personas se interpretan a smismas, en relacin con un entorno fsico y sociocultural, implican modelosde socializacin y espacio-tiempos en los que los encuentros humanos pue-dan tener lugar. Mantengo que un campesino o campesina de la fronteraagrcola tiene, tanto a nivel intelectual, material y fsico, como afectivo, ne-cesidades, miedos y deseos que transcienden las barreras del universo cultu-ral propio para incursionar en el terreno de lo universal. Por esto, abogo por-que las actividades en el mbito de la cultura no se dejen al margen en el di-seo y puesta en marcha de los proyectos de cooperacin, pues nicamenteparece importar a los diseadores de proyectos de cooperacin y a las agen-cias financiadoras el aspecto productivo. La gente vive de pan (en este casode maz), pero sigue siendo humana y la persona no crece y se desarrolla n-tegramente con el mero alimento, sino que resulta fundamental para ello queacceda a otros recursos de tipo cultural. La solucin no estriba en suplir lasnecesidades de la poblacin, por ejemplo, construyendo escuelas all dondeexiste carencia de cobertura educativa, sino en apoyar decididamente a la co-munidad en las justas reivindicaciones que llevan adelante frente a las auto-ridades competentes y en presionar a los gobiernos para que atiendan las de-mandas que se les plantean.

    Tengo la impresin de que se le pide demasiado al receptor de ayudas:queremos que sean perfectos, que se organicen, que desarrollen un espritude trabajo en grupo y las habilidades para ello, que superen los conflictos y,en definitiva, que cambien segn nosotros pensamos que deben hacerlo, y to-do para darles un quintal de arroz o frijol. Nos olvidamos que estamos tra-bajando en contextos de guerra o postguerra, donde no resulta tan sencillocerrar las heridas an sangrantes. Es de un cinismo que espanta el exigir a

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    otras personas cosas que no somos capaces de exigirnos a nosotros/as mis-mos.

    En nuestro proyecto nos preocupaba la situacin de la mujer en el agro,que sigue siendo de franca dependencia econmica y de subordinacin al va-rn. De hecho, la mujer no es duea an ni de su propio cuerpo; por ejem-plo, la planificacin familiar es todava rechazada por amplios sectores (sobretodo por los varones). Esto es debido en parte a la profunda religiosidad delos habitantes del campo. Existen en la regin aproximadamente unas 17 de-nominaciones evanglicas que estn experimentando una expansin notable,adems de la iglesia catlica, y el discurso de todas ellas es muy conservadoren lo que a estos temas se refiere. Sin embargo, lejos de perdernos en pers-pectivas pseudo-feministas a la occidental, es muy importante partir de laconstruccin de la identidad femenina y masculina entre la gente con la quetrabajamos. Los cambios culturales que tienen que ver con la identidad de laspersonas son procesuales, y a menudo, como es el caso de la propia sociedadde la que yo procedo, precisan de ms de una generacin para consolidarse.Nuestro proyecto contemplaba inicialmente un componente de gnero delque una persona era responsable. Lo que ocurre es que el tema, ms que co-mo un compartimento estanco, debera verse como un aspecto de la realidadde las personas que permea cualquiera de sus actividades en la vida cotidia-na; se trata de un enfoque nuevo que no puede ni debe agotarse en la meraimplementacin de algunas ayudas particularmente dirigidas a las mujeres.Primero, porque cuando hablamos de gnero, no hablamos de un gnero,sino de dos, segundo, porque todos y todas estamos implicados en igual me-dida con las transformaciones socio-culturales en el seno de cualquier grupohumano al que nos sentimos pertenecer, y tercero, porque hay que empezarpor concienciar a los propios compaeros de trabajo para que hagan un es-fuerzo por abandonar actitudes en ocasiones claramente machistas y sexistas.

    El avance de las distintas iglesias evanglicas en Amrica Latina es un fe-nmeno en pleno auge actualmente. Las ramas pentecostales de dichas igle-sias se caracterizan por la capitalizacin de los smbolos culturales propios dela poblacin existente all donde se instalan, que resultan manipulados paradotarlos de contenidos afines al nuevo credo. En nuestro caso, la afiliacin delos campesinos a estas iglesias est, sostenemos, muy vinculado con la nece-sidad de anclaje emocional de las personas. Muchos excombatientes han pa-sado por un proceso de redefinicin identitaria, y las iglesias evanglicas hantenido grn xito proporcionando un espacio expresivo e instrumental a laspersonas que han aceptado la conversin como mecanismo para ello. Ante lacrisis de los discursos polticos para explicar la realidad, y el derrumbe del r-gimen sandinista, los hombres nuevos solo pueden construirse desde la fe.Se insta a que las personas olviden su pasado e inicien una nueva vida enCristo. Hay que destacar que las mujeres han sido los agentes conversoresfundamentales en la expansin de estas nuevas versiones del protestantismo,de carcter muy folklrico, milenarista y apocalptico. Los evanglicos prohi-ben el consumo del alcohol y del tabaco, a la par que condenan el baile y lamsica que no tenga como fin alabar a Dios. Para las mujeres, esto ha su-puesto una garanta econmica importante: los hombres ya no se gastan losexiguos ingresos familiares en estos menesteres, con lo cual la economa fa-miliar resulta favorecida. A la par, el nivel de violencia domstica, tan co-

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    rriente y tan asociado al consumo de alcohol, desciende en las familias evan-glicas. Tampoco los hombres visitan a las prostitutas, con lo cual, las muje-res contraen menos enfermedades de transmisin sexual, bastante comunes.

    Actualmente, existe en Antropologa un debate abierto en torno a la fun-cin modernizadora o, por el contrario, conservadora de valores y estructu-ras socio-culturales tradicionales de estas iglesias. En este caso, en mi opininlos presupuestos ideolgicos que se translucen del discurso y la prctica delevangelismo tienen como resultado la acentuacin del individualismo entrelas personas, con la consiguiente desmovilizacin social, ausencia de partici-pacin y falta de confianza en proyectos colectivos o en los cuales participenmiembros de otras iglesias, fundamentalmente la catlica. Existe al respectouna amplia bibliografa que puede ser manejada.

    Adems de los mtodos tradicionales al uso en antropologa, tales comola observacin participante, las entrevistas en profundidad, los grupos de dis-cusin y las historias de vida, nos planteamos que en esta situacin era pre-ciso decidirnos, partiendo de una epistemologa crtica, por la formula de lainvestigacin-accin. Su especificidad radica en que los propios pobladores seconvierten en agentes de la misma. Son objeto y sujeto de estudio al mismotiempo, desarrollando una conciencia clara acerca de su situacin, de los pro-cesos que les han conducido a este punto, y de aquellos que hay que poneren marcha para llevar a cabo un cambio social y cultural en profundidad alldonde ellos/as mismos/as consideran que es preciso. El investigador (en estecaso la antroploga) debe decidirse a convertirse en un facilitador de dichoproceso, modificando radicalmente el papel tradicional del antroplogo/aque dictamina desde fuera cul es la problemtica de una comunidad, de qurecursos dispone para superar dicha problemtica, y cules son las accionesque deben emprenderse para ello. Desebamos potenciar el autoconocimien-to y la autopercepcion de la propia comunidad como un colectivo con unaidiosincrasia particular y con problemticas compartidas. En este sentido, elconocimiento otorga a los miembros de la comunidad un saber que se con-vierte en el poder para iniciar transformaciones necesarias. El DiagnsticoParticipativo era la herramienta de trabajo social mas adecuada; su eficacia hasido probada con ptimos resultados en muy distintos contextos culturales,principalmente en Amrica Latina y en el mundo rural. Su utilizacin persi-gue, entre otras cosas, crear comunidad a partir del anlisis colectivo de la re-alidad y del planteamiento de objetivos compartidos.

    Para llevar a cabo el diagnstico, primero contactamos con los/las lderesnaturales de las comunidades y con las personas con autoridad en las mismas.Conjuntamente con la investigadora y los tcnicos de campo del proyecto,definimos los contenidos iniciales de lo que deba ser una consulta popularde amplia cobertura. Diseamos talleres de capacitacin para estas personas,que fueron las encargadas de llevar a cabo todo el proceso, con el apoyo tc-nico del proyecto. Buscbamos conseguir un efecto multiplicador: cuantamas gente se involucrase e involucraran a su vez a otras personas en este es-fuerzo colectivo, mayor efectividad y fiabilidad de los resultados obtenidos.Procuramos siempre que la participacin femenina fuese, al menos, del or-den de un 30 a un 40% en todo momento. Una vez realizada la pesquisa, losdatos eran sistematizados y devueltos a la comunidad para analizar las con-

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    clusiones con la totalidad de las familias participantes en el proyecto me-diante procedimientos asamblearios.

    Esta misma dinmica asamblearia se emple para identificar los recursosmateriales, humanos e institucionales de los que la comunidad dispona decara a resolver los problemas identificados, uno por uno. Finalmente, idea-mos estrategias de accin conjunta definiendo responsabilidades en el senode la comunidad. La idea era facilitar la apropiacin del proyecto por los lu-gareos y la consolidacin de una dinmica de trabajo comunal que despuspoda seguir funcionando en aspectos de la vida social colectiva no directa-mente ligados con la investigacin.

    A la par de la evolucin del diagnstico, desde el componente social delproyecto iniciamos la emisin de un espacio radiofnico semanal. Resulta departicular importancia identificar los mecanismos de comunicacin y trans-misin de informacin que maneja la poblacin con la que trabajamos, so-bre todo en lugares donde, como antes mencionbamos, el hbitat es disper-so. Nuestro programa tena como objetivo apoyar la comunicacin entre loscampesinos de la zona, recuperar la memoria colectiva y afianzar el conoci-miento de la poblacin acerca de la historia de Ro San Juan, en aras de fo-mentar un sentimiento de identificacin con el espacio y con la comunidad.A travs de la radio, las mujeres adquiran a su vez un nuevo protagonismosocial, pues se convirti en un foro de discusin de asuntos que a ellas les in-teresaban, contando con su participacin directa. Mujeres y hombres de lascomunidades grababan sus opiniones sobre distintas cuestiones y estas eranretransmitidas desde la emisora. En nuestro caso, utilizamos a lo largo de lasemisiones el registro lingstico local... No es posible tratar de llegar a un p-blico determinado sin utilizar el sociolecto, los modismos y giros lingsticospropios de dicho pblico. En este sentido, utilizamos mucho las lecturas dra-matizadas en las que el campesinado apareca representado abordando dis-tintas temticas; a veces incluso se radiaban ancdotas reales extradas de lavida cotidiana en las comunidades. La msica utilizada era aquella cultural-mente idiosincrsica y popular entre ellos/as y que ms atractiva les resulta-ba. Hay que pensar siempre que el ritmo de los programas debe ser gil, pa-ra no cansar a los oyentes. Otra finalidad del programa fue hacer familiar en-tre la gente la idea de lo que es el desarrollo sostenible respetuoso con el me-dio ambiente, nica alternativa econmica y social con viabilidad para la re-gin, cosa que se consigui en gran medida; de hecho, observ que los habi-tantes de las comarcas haban incorporado a su vocabulario conceptos que es-taban siendo difundidos a traves de la radio.

    Todo esto parece un plan perfecto en teora, pero las dificultades de rea-lizacin fueron muchas, y hubimos de trabajar duro para superarlas. Porejemplo, nos enfrentbamos con el analfabetismo. Potenciamos entonces co-mo lderes del diagnstico a personas con algn nivel de instruccin, mu-chos de ellos y ellas, jvenes. Tampoco el clima y las condiciones geogrficasayudaban, puesto que las familias viven en pequeos ranchitos muy distan-tes entre s, a menudo separados por obstculos naturales como ros que ex-perimentan crecidas espectaculares de la noche a la maana por las lluvias.En otros casos, hubo que luchar por vencer una desconfianza inicial del cam-pesinado que no acababa de comprender que sentido tena semejante des-pliegue de actividad. La mayora de la poblacin ha sido Contra, y todo lo

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    que tiene que ver con organizacin comunitaria, an les parece peligrosa-mente sandinista. Algunos caciques locales, comprendiendo que el procedi-miento poda mermar su poder en las comarcas, se opusieron al mismo. Elprograma de radio y las estadas en el terreno, durante las cuales nos hospe-damos en las casas de la misma poblacin, fueron importantsimos en estesentido, y conseguimos pronto el apoyo masivo de la gente para el inicio delas actividades. Podemos decir que el diagnstico fue un xito; en l partici-paron directamente ms de cien personas, e indirectamente, la totalidad delas familias de las comunidades, entrevistadas una a una en sus viviendas.

    Desde mi punto de vista, el rea social de los proyectos de cooperacin,tan a menudo entendida como un mero adorno es, sin lugar a dudas, el pi-lar bsico sobre el cual deben disearse las acciones del mismo en otros cam-pos, como el econmico, por ejemplo. Cualquier profesional que conduzcadicho componente en un proyecto debe estar al tanto de las acciones que serealizan en las distintas reas y esforzarse porque exista una retroalimentacinentre todas las actividades que se llevan a cabo, de modo que se refuercen en-tre s y no se perciban como independientes. A veces esto nos cuesta ciertotrabajo, puesto que, en muchas ocasiones, no hay, al contrario de lo que pu-diera suponerse, una integracin inicial de todos los componentes. La buenacomunicacin dentro del equipo conductor de un proyecto debe estar ga-rantizada para que esto ocurra, y es corriente que los planteamientos jerar-quizantes y la concepcin excesivamente burocrtica del trabajo en coopera-cin impidan que este cometido se realice.

    Como antroploga, en colaboracin con otros organismos, tambin fuico-responsable de la redaccin de un manual antropolgico para tcnicos decampo, que trataba de dar respuesta a otros problemas detectados, como esla excesiva especializacin de los tcnicos de campo y trabajadores de las re-as productivas. En su practica totalidad, estas personas tienen una formacinvinculada a los estudios agropecuarios y forestales, por lo que era preciso apo-yarles en los aspectos ligados al trabajo social. Habitualmente, en los proyec-tos de cooperacin al desarrollo se priorizan los componentes productivos yeconmicos a los sociales, generalmente desde una visin muy tecnicista yteida a menudo de etnocentrismo. En muchas ocasiones, solo se obtienenresultados mermados por la incomprensin de la cultura campesina, que ennuestro caso, presenta elementos claramente indgenas mestizados con aque-llos propios de la colonizacin espaola. Por ejemplo, los ciclos productivosse encuentran an fuertemente relacionados con las fases lunares, y factorestales como la temperatura que los campesinos atribuyen como una cuali-dad intrnseca de tierras, objetos, plantas, animales, estados de nimo, enfer-medades y remedios, se tienen muy en cuenta para garantizar la fertilidad yla produccin, por lo que no pueden dejar de ser contemplados al trabajar eneste contexto.

    Finalmente, tuve ocasin de realizar un diagnstico de gnero especficopara una institucin, en este caso nicaragense, que mantiene proyectos decarcter cooperativo en la regin. Para esto, me mantuve sin salir de las co-munidades campesinas durante aproximadamente un periodo continuado deun mes y medio, en las mismas condiciones que sus habitantes. Los talleresparticipativos que se montaron para llevar a cabo la investigacin nos dieronla oportunidad de intercambiar experiencias, vivencias y conocimientos con

  • ANTROPOLOGA APLICADA Y COOPERACIN AL DESARROLLO. REFLEXIONES DESDE...

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    las personas de las comarcas campesinas. A lo largo de este ltimo trabajo,profundamente enriquecedor, tuve tiempo de reflexionar acerca de otros as-pectos, no por materiales menos relevantes, acerca de lo que supone la expe-riencia del trabajo de campo. Para empezar, la resistencia fsica a un mediotan hostil y diferente del propio debe tenerse en cuenta, puesto que hay quecaminar largas distancias y adaptarse a la precariedad material generalizada,al menos en este territorio. No es fcil acostumbrarse a los ataques de los in-sectos, a la rutina y escasez alimenticia o al agua que generalmente se tomade las quebradas y riachuelos. La preparacin a conciencia en este sentido esfundamental y no debe desdearse.

    Por otro lado, tambin hay momentos de profunda soledad. Como antescomentaba, en mi opinin, el trabajo de campo exige importantes dosis deempata para poder meternos en la piel del otro/a y comprender en algunamedida un mundo completamente ajeno. Sin embargo, una debe establecerun dilogo consigo misma para distanciarse tambin de aquello que ve y po-der registrarlo y analizarlo con el mayor rigor posible. La disciplina de traba-jo regular exige el registro cotidiano de los datos y el mantenimiento de undiario que no puede interrumpirse sean cuales sean las condiciones materia-les y emocionales en las que desempeemos nuestra tarea. En lugares tan ais-lados, tampoco contamos con el apoyo de los centros acadmicos, que resul-tan muy alejados de las zonas de trabajo. Es estas situaciones el investigador/apone todo su capital humano, emocional e intelectual en accin, sin el apo-yo de nadie con quien poder compartir muchas reflexiones.

    Los antroplogos/as solemos resultar incmodos para los bienpensantesde la cooperacin porque, cuando nos tomamos nuestro trabajo en serio,cuestionamos los lugares comunes y los discursos estereotipados sobre la na-turaleza de la realidad socio-cultural en la cual estamos inmersos y, cierta-mente, no siempre los financiadores de los proyectos tienen inters en que losprotagonistas del desarrollo sean los propios pobladores del territorio en quese implementan los proyectos, independientemente del discurso que esgri-man pblicamente. Hay presiones para que nuestro trabajo se burocratice yse escore hacia la aplicacin de metodologas exclusivamente cuantitativasque abandonan el anlisis cualitativo, diacrnico e integral de los fenmenosque investigamos. Sin embargo, no es nuestra tarea proporcionar argumen-tos cientficos para justificar polticas de desarrollo que no tienen en cuen-ta a los sujetos que las padecen. Si queremos mantener nuestra tica profe-sional, es nuestro deber denunciar estas maniobras que, lejos de apoyar a lacomunidad en cuestin, tal vez no hacen ms que contribuir a que se hagancrnicos los problemas que la afectan, favoreciendo indirectamente la perpe-tuacin en el poder de quienes abusan del aislamiento de los campesinos pa-ra utilizarlos en su propio beneficio. Definitivamente, nuestra postura anteesta situacin debe ser muy clara y consecuente.

    Para finalizar, me gustara comentar las dificultades que las mujeres tene-mos desempeando este tipo de trabajo en las sociedades patriarcales, dondeno se nos suele considerar bien en el mbito laboral y en las que los compa-eros no siempre respetan que el responsable de un componente en un pro-yecto sea una mujer. Las expectativas sociales sobre lo que debe y no debe ha-cer una mujer pesan mucho en estos contextos y todava somos percibidascomo objetos sexuales antes que como profesionales en nuestro campo.

  • CARMEN TOM VALIENTE

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    De cualquier modo, este breve escrito no pretende disuadir a nadie delesfuerzo, sino ms bien, animarlo al mismo. Mi intencin ha sido ofrecer enpocas paginas, desde la experiencia, algunas ideas para antroplogos/as quetrabajan en el terreno, comprometidos con transformaciones sociales y cul-turales como facilitadores de las mismas. En este sentido, en mi opinin, de-bemos abandonar la butaca y pasar a la accin, sin olvidarnos que la investi-gacin es siempre importante, pero que de nada nos sirve ese esfuerzo si nohemos aceptado y entendido que los autnticos protagonistas de los procesosson los hombres y mujeres que viven en las comarcas donde trabajamos, yque existen tcnicas como el diagnstico participativo, que otorgan a la co-munidad el papel preeminente que le corresponde y el poder de intervenir enel devenir de su propia historia.

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