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Capítulo uno de la novela corta "Regeneración, Parte 1: Incendio en la Planta Amuay".
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Agradecimientos.
Regeneración es el resultado de un largo recorrido, mi primer intento de
narrar desde la ciencia ficción y la novela fantástica. Mi esfuerzo habría sido
infructífero de no ser por buenos amigos que me han rodeado.
Quiero agradecer a mis padres, Gustavo E. Sosa y Macaria del Carmen,
por el apoyo e interés en mis trabajos, también a mis hermanas Gusleiry y
Guslerby Sosa. A Scarlet Gómez Romero, por su apoyo y dedicación en la
corrección del manuscrito, por su estímulo y fe en mis trabajos.
A mis amigos José Luis Blanco, Argenis Yepez, Rafael Ayala Páez,
Richard Yance, quienes leyeron el “piloto” de este proyecto y con sus
comentarios me animaron a construir esta novela corta con la visión de
extenderla a dos entregas más.
Quiero agradecer a Richard Sabogal, con quien comparto ideas casi a
diario que suelen servir de inspiración mutua para narrar historias. Mi
agradecimiento para Mileidys Bermúdez, por su aporte para la difusión del libro.
Gracias a Selimar Olaves, por la compañía y atención durante el trayecto.
A usted que tiene el libro en sus manos, o frente a usted en la versión
digital, por permitirme adueñarme de alguna de sus horas, fragmentadas en
minutos tal vez, en días, semanas o meses. Es mi deseo que una tormenta
agite su consciencia y sentido crítico y que cada despertar signifique
regeneración…
Como un homenaje a los caídos de Amuay…
Dedicado a mis hijos, Efraín y Benjamín Sosa, la chispa que enciende a
diario la regeneración de mi consciencia…
La luz se refleja en los charcos de agua que van agitándose tras sus
pisadas. Como ondas sonoras se filtra entre los arbustos altos y fornidos que le
dan forma a la selva occidental. Sus brazos aún sienten las llamas que van
disminuyendo mientras la brisa es cortada por su cuerpo que a toda velocidad
se dirige a ningún lugar.
¿Por qué huye? ¿Es necesario? ¿Qué sucede?
Sus preguntas son otras.
¿Quién soy? ¿Dónde estoy? ¿Qué me sucede?
Siempre quiso huir de sí mismo, pero una maldición parece impedírselo.
No se detiene, con la misma velocidad que corre intenta atrapar algún recuerdo
que le permita asirse del presente, descifrar su existencia, pero no puede.
Solamente ve fuego en su memoria, solamente siente la opresión de saberse
perdido, desorientado, confundido.
Corre sin sentido de orientación. Mientras corre observa sus piernas
cubiertas por un jean negro desgarrado por el fuego. Desesperado y sin
disminuir sus pasos, pasa sus manos por la cabeza sintiendo el cuero pegajoso
y muerto, igual en su rostro. El pánico le gana, como un reflejo se detiene y
grita, su respiración agitada comienza a disminuir el ritmo, ya no le importa el
fuego en sus brazos, igual no siente dolor.
Las llamas se apagaron y en el medio de la selva un rancho se deja ver,
piensa si es buena idea o no acercarse al rancho. Siente que el corazón podría
estallarle en cualquier momento. Camina alrededor del rancho, prestando
atención por si un ruido evidencia que está habitado, toma una piedra y la lanza
al techo, nadie sale, nadie pregunta nada. Entra con cautela, observa todo.
Fotos cubiertas por telarañas, un espejo conquistado por el polvo, un colchón
sin sábanas ni almohadas, un escaparate con aire de legendario, un taburete
junto a la cama.
Es un rancho de dos piezas, desde ahí se asoma a la otra pieza, una
cocina, un hueco que sirve de ventana, una silla de mimbre. Toma una de las
fotos, un anciano retratado con una escopeta en mano y una sonrisa triste. No
puede evitar que una tos escandalosa y grave se le escape repetitivamente, su
corazón sigue acelerado y la tos parece excitar la prisa.
Casi cayéndose camina por las dos únicas piezas del rancho. Aún siente
el calor azotando sus brazos, sus piernas, su rostro. Se sienta en el taburete y
ante el descanso de su cuerpo la madera cruje como pidiendo clemencia.
Muerde sus labios para no gritar y su mirada recorre de nuevo el lugar. Es
evidente que nadie vive en el rancho desde hace mucho tiempo, tal vez el
anciano del retrato murió ya, así que suelta sus labios y exclama con un grito
infeliz toda la confusión que siente por no saber qué rayos sucede.
Tras el grito su corazón desacelera, va acoplándose a un ritmo normal.
El hombre mira las heridas de sus piernas, en sus ojos se ve el reflejo de una
cicatriz que lentamente va desapareciendo. Sorprendido se levanta dando
pasos hacia atrás y entonces nota que en sus brazos no hay huellas del fuego
que venía azotándolo.
-¿Qué soy?
Su mente está vacía y tan agitada como lo estuvo su corazón mientras
corría. Intenta encontrar algún recuerdo, alguna pista. Se asoma por la única
ventana del rancho, nota la columna de humo que se levanta hasta los cielos
desde más allá de los árboles. Intuye que desde ahí corría, que huía de lo que
sea que sucedió en aquel lugar.
-¿Por qué no recuerdo nada?
Ni siquiera recuerda que ya había sufrido ese lapso de amnesia antes.
En cinco minutos recordaría todo, y recuperaría su fatídico carácter suicida, ese
vicio de lamentar su existencia. Así había sido siempre el proceso. Primero su
cuerpo, luego su mente. Y como una burla del destino siempre estaba
implicado en sucesos como ese que se originó a kilómetros del rancho.
Llevaba dos años trabajando en la industria petrolera, dos semanas
asignado a la refinería de Amuay. Habían pasado diez minutos de la trágica
explosión producto de la fuga de gas propano por una falla en una válvula que
debió cambiarse dos meses antes, así lo reseñarían los diarios al día siguiente.
Está a aproximadamente dos kilómetros del lugar donde se produjo la
explosión, las ondas expansivas hicieron estallar todo el complejo, en
segundos el fuego se propagó a través de una de las líneas de flujo del gas
propano haciendo estallar algunos tanques en uno de los patios,
incrementando el fuego y la amenaza de continuidad.
Sintió su interior reventar con el sonido del estallido que inmediatamente
enmudeció todo el escenario. Su cuerpo se encendió en llamas al instante, vio
a su alrededor cómo sus compañeros ardían en fuego con notable
desesperación, chocaban entre sí, al chocar muchos se desmembraban;
escombros caían como una lluvia de pesadas y voluminosas gotas de agua
encendidas en llamas. El suelo temblaba tras el impacto de los escombros,
algunos parecían proyectiles dirigidos por enemigos de guerras directo a los
trabajadores de la refinería. Gritaba de dolor, su instinto lo llevó a tirarse al
suelo para no chocar contra nadie y cubrirse del impacto de los escombros que
caían de todas direcciones. Diez segundos después de la explosión, expiró.
Sus piernas apenas habían sufrido leves heridas, un tubo de dos
pulgadas de diámetro había atravesado su hombro izquierdo. Sus brazos
ardían en llamas. Cinco segundos después abrió sus ojos como un acto reflejo,
como cuando recibes un golpe en el ligamento rotuliano y al instante extiendes
tu pierna. Al abrir sus ojos desconoció todo el lugar, pero percibió el caos.
El lugar exhalaba desesperación, él respiró toda la desesperación y
entonces sintió las llamas en sus brazos e intentó levantarse acentuándose el
dolor en el hombro atravesado. Ignoró el dolor, seguía sordo, se apoyó en una
baranda a su derecha para balancearse y ponerse en pie. La baranda ardía de
calor y ahí dejó parte del cuero de su mano. Se abalanzó hacia adelante y sus
piernas respondieron sin problemas. Poco a poco aceleró el ritmo hasta salir de
la refinería.
Esquivó los escombros que se hacían visibles entre la niebla de humo
que se esparcía por todo el lugar, mientras corría observaba la escena muda,
cuerpos de personas hechos cenizas, otros corriendo a todas direcciones
mientras caían al suelo sin poder levantarse, el cielo gris y el aire contaminado
por un olor que le hacía arder la nariz e incluso los pulmones hasta el punto en
que dejó de percibir olores. Todavía no llegaban las unidades de rescate, a lo
lejos se escuchaban las sirenas de emergencia de los camiones bomberos que
se trasladaban a toda velocidad. Corría sin detenerse y sin sentido de hacia
dónde se dirigía, pero corría sabiendo que era mala idea permanecer en ese
lugar. Se perdió entre los árboles en una selva sin senderos.
Ahora lo recuerda, sabe por qué está allí, aunque no logra comprenderlo
todo.
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