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De regreso de la revolución. Gloria Cuenca 11 A MANERA DE PRÓLOGO Este libro ha sido pensado, soñado, imaginado, iniciado muchas veces. A lo largo de más de 30 años lo he tenido en el pensamiento. Mu- chas veces comencé a escribir, otras tantas suspendí la tarea. En oportuni- dades me sentí acobardada por lo que había decidido escribir: mi regreso desde la ideología marxista; mi regreso desde la revolución comunista hacia el mundo espiritual; mi regreso desde los conceptos marxistas y utópicos hacia el individualismo, la espiritualidad y el verdadero huma- nismo. Durante ese tiempo, unos cuantos años se fueron en expiar mis culpas (sí, me he sentido muy culpable por haber sido comunista y atea); en ocuparme de mi familia; en desarrollarme profesionalmente y en cre- cer en los aspectos emocional, existencial y espiritual. Cuando tomé conciencia en lo que yo creía, de lo absurdo de la utopía cerrada en la que me había connado como mujer; como madre; como venezolana; como docente y periodista amante de la libertad de expresión, de la ética periodística y como ciudadana de la democracia, sentí una profunda vergüenza. ¿Por qué vergüenza? Por cuanto una per- sona que tenía la formación que yo tuve y la vida de la que había dis- frutado, me había vuelto una marxista-leninista dogmática. Literalmente hablando, me tragué semejantes mentiras y sueños y me intoxiqué. No conforme con eso, pasé a la acción al inscribirme en el Partido Comu- nista de Venezuela, para luego volverme maoísta. Como si fuera poco, me creí la historia del “hombre nuevo” 1 y prácticamente aposté todo a mi “fe comunista”. No me casé por la iglesia, no bauticé a mi hija, desprecié oportunidades de trabajos bien remunerados por ser de medios “burgue- ses”. ¿Cómo pudo ser? Siendo una persona con vida próspera, ese tipo de 1 El “hombre nuevo” es la promesa básica del comunismo. Pretende cambiar al hombre, como si de Dios se trata, al transformar las estructuras económicas, sociales y políticas de manera automática. Más de 70 años de socialismo real en la URSS demuestran con claridad tal falacia. La esencia del humano, con partes oscuras y luminosas, no puede cambiarse por decreto, mucho menos por mandatos revolucionarios.

Regreso de La Revolucion; por Gloria Cuenca

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De regreso de la revolución. Gloria Cuenca 11

A MANERA DE PRÓLOGO

Este libro ha sido pensado, soñado, imaginado, iniciado muchas veces. A lo largo de más de 30 años lo he tenido en el pensamiento. Mu-chas veces comencé a escribir, otras tantas suspendí la tarea. En oportuni-dades me sentí acobardada por lo que había decidido escribir: mi regreso desde la ideología marxista; mi regreso desde la revolución comunista hacia el mundo espiritual; mi regreso desde los conceptos marxistas y utópicos hacia el individualismo, la espiritualidad y el verdadero huma-nismo. Durante ese tiempo, unos cuantos años se fueron en expiar mis culpas (sí, me he sentido muy culpable por haber sido comunista y atea); en ocuparme de mi familia; en desarrollarme profesionalmente y en cre-cer en los aspectos emocional, existencial y espiritual.

Cuando tomé conciencia en lo que yo creía, de lo absurdo de la utopía cerrada en la que me había confinado como mujer; como madre; como venezolana; como docente y periodista amante de la libertad de expresión, de la ética periodística y como ciudadana de la democracia, sentí una profunda vergüenza. ¿Por qué vergüenza? Por cuanto una per-sona que tenía la formación que yo tuve y la vida de la que había dis-frutado, me había vuelto una marxista-leninista dogmática. Literalmente hablando, me tragué semejantes mentiras y sueños y me intoxiqué. No conforme con eso, pasé a la acción al inscribirme en el Partido Comu-nista de Venezuela, para luego volverme maoísta. Como si fuera poco, me creí la historia del “hombre nuevo”1 y prácticamente aposté todo a mi “fe comunista”. No me casé por la iglesia, no bauticé a mi hija, desprecié oportunidades de trabajos bien remunerados por ser de medios “burgue-ses”. ¿Cómo pudo ser? Siendo una persona con vida próspera, ese tipo de

1 El “hombre nuevo” es la promesa básica del comunismo. Pretende cambiar al hombre, como si de Dios se trata, al transformar las estructuras económicas, sociales y políticas de manera automática. Más de 70 años de socialismo real en la URSS demuestran con claridad tal falacia. La esencia del humano, con partes oscuras y luminosas, no puede cambiarse por decreto, mucho menos por mandatos revolucionarios.

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ideologización hizo que sintiera vergüenza de ese estado extraño de dog-matismo en el que caí. Era, soy pequeño burguesa (hija de profesionales liberales, y con mucho orgullo), y tal cual se me consideró siempre desde el marxismo por no ser pobre en mi origen familiar.

Tanto Adolfo Herrera como yo, casados por 49 años, pasamos mu-chos años antes de comprender lo nefasto y absurdo de los planteamien-tos económicos del marxismo y, en especial, lo que se pretendía en aque-llos años. Nosotros, equivocados por completo, queríamos ser coherentes con lo que se predicaba: es decir, ser pobres. Era una locura, evidente-mente, pero así eran las cosas en aquellos años. También en la actualidad se hacen esos planteamientos. Solo que los veo sin mucha fuerza, y hoy en día casi no hay utopistas que acepten esa demencia, mucho menos que se planteen tales renuncias. Todavía hoy, cuando oigo las expresiones de que “ser rico es malo” y “ser pobre es bueno”, me pregunto: ¿piensan eso de verdad?, o ¿se trata de envidia, ignorancia o incoherencia vital? Estos revolucionarios de hoy día, que han dado origen a la llamada “boli-burguesía”, no tienen nada que ver con nuestro pensamiento y acción de aquellos años.

Otro aspecto que retrasó la escritura del libro fue saber que mi madre –cuando estaba viva– y algunos de mis familiares no estaban del todo de acuerdo con algunos aspectos que pensé narrar al escribir. “Son temas familiares”, dijeron. “No deben salir de nosotras”. Pido perdón por no complacerlos. Se trata de algo muy importante para mi vida y la del país en estos momentos. Así lo entiendo, les ruego que me disculpen por haber ventilado hechos que parecían secretos. Los miembros del partido comunista tienen también un cierre informativo, una opacidad de la que se sirven a la hora de su propaganda. Hay un silencio cómplice al no hablar de muchos aspectos negativos. También un cierto pudor en decir cosas íntimas, en airearlas. Lo puedo entender, pero no fue suficiente para mí, necesité escribirlo para dejarlo atrás.

Otra tarea compleja y fuerte para mí, que también me ocupó un buen tiempo, fue perdonarme. No fue un proceso fácil. Al comprender que la culpa y la pena que sentía por haber sido tan irreflexiva a la hora de escoger el camino del comunismo como el “gran objetivo de vida”, fue de gran irresponsabilidad e inconsciencia. Tuvo consecuencias desa-gradables, complejas, inadecuadas –de alguna manera– para: mi vida; el

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país; amigos; alumnos; profesión y, en especial, para mis hijos y familia. Tuve que empezar por perdonarme a mí misma. La ruta no fue fácil. Sí, había muchas buenas intenciones en mi renuncia a tantas cosas desde la perspectiva del comunismo. Sin embargo, era de una ingenuidad tal, que rayó en la idiotez, lo que también me avergüenza. Resultaba inaceptable esa postura al verdadero análisis racional, de allí la necesidad del perdón. A lo largo de la vida observé a muchas personas de mi entorno perdonar. Algunas con el sentido cristiano del perdón de “ofrecer la otra mejilla”. Otras simplemente perdonaban y se liberaban de esos sentimientos terri-bles que te corroen el alma: el rencor; el resentimiento; la rabia y la culpa, entre otros. Al dejar de lado la soberbia, al darme cuenta de mi error, sentí la necesidad de perdonar y de perdonarme. Asistí a un grupo de terapia dirigido por el Dr. César Arbeláez en busca de apoyo y solidari-dad y con la necesidad imperiosa de perdonar a otros y otras. Resultaron de gran ayuda las posturas de mis compañeras de grupo y del terapeuta. Pero faltaba algo. ¿Y, a mí misma, cómo hacer? Reflexioné bastante al respecto y luego encontré un libro maravilloso, Perdonar, de la doctora Robin Casarjian2. También el colega y exalumno Carlos Fraga contribuyó con este proceso y me puso en el camino de poner en concreto la práctica del perdón.

Con Carlos Fraga se dio una posibilidad magnífica a partir de una extraordinaria carta astral que me hizo. Comprobé lo preciso y definitivo de muchas de sus explicaciones e interpretaciones. Tengo gran confianza en él, fue un excelente alumno, conozco la seriedad del proceso de forma-ción espiritual que tiene. También su formación académica. Me explicó y me señaló la técnica de las afirmaciones y la llamada “Dieta del perdón”. Me incentivó a incursionar en el renacimiento (consejo muy acertado que seguí), tal como luego relataré en detalle. Su orientación y amistad fueron de gran ayuda en los momentos difíciles en los que decidí “hay que hacer una autocrítica”, no a la manera del marxismo, sino ser capaz de perdonar. Perdonarme; exorcizar esos paradigmas obsoletos y anacró-nicos; renacer con esperanza y continuar la vida con otros objetivos, sin frustraciones ni rencores.

2 Perdonar. Robin Casarjian. Edit. Urano. Barcelona, 1998.

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Otro aspecto que quiero destacar es la duda que tuve en torno a si era oportuno, pertinente, escribir y divulgar estos hechos, testimonios y vivencias. La opinión de una parte de mi familia era contraria, tal como ya lo he expuesto. Me pregunté: ¿Interesa el tema? ¿Se trata de una cues-tión de ego? ¿Tiene importancia para los sectores que siguen el proceso revolucionario? Me enfrenté a diario con estas interrogantes. Adolfo, mis hijos, amigos y algunos familiares me ayudaron y me apoyaron en la idea de escribirlo. Mis hijos en concreto leyeron las primeras páginas y los bo-rradores iniciales y me dieron el visto bueno. Esto fue definitivo para mí.

La tarea de escribir la enfrenté con dudas, por saber que habrá mu-cha polémica en torno a lo que aquí narro. No importa. Si contribuye con la paz espiritual, la ampliación de conciencia y el darse cuenta, de algu-nos revolucionarios que han revisado o cuestionado los planteamientos marxistas leninistas y demás apellidos, es suficiente. Me siento conforme.

G. C. H.

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Ante todo aviso a los periodistas ingleses de izquierda y a los in-telectuales en general: recuerden que la deshonestidad y la cobardía siempre se pagan. No vayan a creerse que por años y años pueden es-tar haciendo de serviles propagandistas del régimen soviético o de otro cualquiera y después pueden volver repentinamente a la hones-tidad intelectual. Eso es prostitución y nada más que prostitución.

Georges Orwell. Rebelión en la granja, 1945.

Soy humano, por ello a ningún humano, estimo extraño.

Miguel de Unamuno. Del sentimiento trágico de la vida, 1912.