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Gloria Cuenca 69 tros éramos jóvenes y resistimos bastante bien las exigencias de nuestros antriones, que se esmeraban en hacernos conocer y ver las grandes rea- lizaciones que supuestamente se habían logrado. China es asombrosa. Por la gigantesca cantidad de gente, por lo diferente y lejano de todos sus paisajes, por la uniformidad al vestirse en aquellos años. Prácticamente todos, hombres y mujeres, vestían de gris y de azul, con las chaquetas estilo Mao. Aquello producía un impacto te- rrible a mis ojos caribeños, acostumbrados a las luces y a los colores. Nos miraban como si fuéramos extraterrestres. No había casi extranjeros y, en muchas oportunidades, en silencio, una multitud de chinos nos seguían e intentaban tocarnos. Para ellos resultábamos muy raros. En efecto, lo éramos. Adolfo Herrera, con una estatura de 1,94 m; yo trigueña y de 1,67 m y nuestra hija, también grande y muy diferente a ellos, que pare- cían –a nuestros ojos– iguales, unos a otros y otras. La revolución había cumplido 37 años. Con inmensa curiosidad y una gran angustia en el corazón, descubría la falta de libertad y, en especial, de libertad de expre- sión. El autoritarismo reinante y el miedo. Tampoco veía que los logros, las maravillas de las que me habían hablado, estuvieran en alguna parte. ¿Qué estaba pasando? Mi hija de 10 años, sin ningún tipo de prejuicio, me señalaba las cosas que se observaban y que nos sorprendían. Había sucio, descuido en el trabajo, falta de interés en quienes no eran miem- bros y militantes del partido. Mientras que los intérpretes y los militantes del partido comunista se esforzaban por complacernos y darnos todas las explicaciones que pudieran satisfacer nuestra inmensa curiosidad e inquietud. Poco a poco comenzamos a tener conciencia de lo que signica la gigantesca propaganda comunista. No existía un periodismo libre e inde- pendiente, sino que los periódicos, todos, estaban al servicio de la ideo- logía y de la revolución. A la semana de estar allí, en medio del silencio informativo y noticioso, estábamos desesperados de no saber nada de lo que pasaba en el mundo. Nuestros colegas e intérpretes nos consiguieron la edición en inglés de un boletín, editado en multígrafo, con las noticias de las agencias internacionales, que allí se llamaba “Noticias de referen- cia”: Asociated Press (A. P.); France Press (FP); Agencia Italiana de No- ticias (ANSA); la Agencia Soviética (TASS); Tanjug, agencia yugoeslava y Prensa Latina, la agencia cubana, entre las que recuerdo. Este boletín, editado en inglés y en francés, era solo para periodistas. Allí tropecé con

Regreso de La Revolucion, por Gloria Cuenca

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tros éramos jóvenes y resistimos bastante bien las exigencias de nuestros anfitriones, que se esmeraban en hacernos conocer y ver las grandes rea-lizaciones que supuestamente se habían logrado.

China es asombrosa. Por la gigantesca cantidad de gente, por lo diferente y lejano de todos sus paisajes, por la uniformidad al vestirse en aquellos años. Prácticamente todos, hombres y mujeres, vestían de gris y de azul, con las chaquetas estilo Mao. Aquello producía un impacto te-rrible a mis ojos caribeños, acostumbrados a las luces y a los colores. Nos miraban como si fuéramos extraterrestres. No había casi extranjeros y, en muchas oportunidades, en silencio, una multitud de chinos nos seguían e intentaban tocarnos. Para ellos resultábamos muy raros. En efecto, lo éramos. Adolfo Herrera, con una estatura de 1,94 m; yo trigueña y de 1,67 m y nuestra hija, también grande y muy diferente a ellos, que pare-cían –a nuestros ojos– iguales, unos a otros y otras. La revolución había cumplido 37 años. Con inmensa curiosidad y una gran angustia en el corazón, descubría la falta de libertad y, en especial, de libertad de expre-sión. El autoritarismo reinante y el miedo. Tampoco veía que los logros, las maravillas de las que me habían hablado, estuvieran en alguna parte. ¿Qué estaba pasando? Mi hija de 10 años, sin ningún tipo de prejuicio, me señalaba las cosas que se observaban y que nos sorprendían. Había sucio, descuido en el trabajo, falta de interés en quienes no eran miem-bros y militantes del partido. Mientras que los intérpretes y los militantes del partido comunista se esforzaban por complacernos y darnos todas las explicaciones que pudieran satisfacer nuestra inmensa curiosidad e inquietud.

Poco a poco comenzamos a tener conciencia de lo que significa la gigantesca propaganda comunista. No existía un periodismo libre e inde-pendiente, sino que los periódicos, todos, estaban al servicio de la ideo-logía y de la revolución. A la semana de estar allí, en medio del silencio informativo y noticioso, estábamos desesperados de no saber nada de lo que pasaba en el mundo. Nuestros colegas e intérpretes nos consiguieron la edición en inglés de un boletín, editado en multígrafo, con las noticias de las agencias internacionales, que allí se llamaba “Noticias de referen-cia”: Asociated Press (A. P.); France Press (FP); Agencia Italiana de No-ticias (ANSA); la Agencia Soviética (TASS); Tanjug, agencia yugoeslava y Prensa Latina, la agencia cubana, entre las que recuerdo. Este boletín, editado en inglés y en francés, era solo para periodistas. Allí tropecé con

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el primer horror concreto: los periodistas no eran tales; eran propagan-distas al servicio del régimen. Para quien el periodismo se transformó en parte esencial de la vida, esto significó un gran descalabro. “Estamos dedicados a la revolución, a educar en la ideología marxista, a ayudar al pueblo”, nos dijeron. ¿Cómo lo ayudan?, pregunté: “educándolos en la ideología marxista-leninista-pensamiento de Mao”, fue la respuesta. Em-pecé a darme cuenta de que me estaba ocurriendo algo grave: no podría seguir siendo periodista si triunfaba la revolución. Cómo es posible, pen-sé: ¿mi vida gira en torno a la docencia para los periodistas en libertad? Habíamos definido al periodista como “un profesional crítico y comba-tiente por la libertad de expresión, siempre en guardia frente al poder”. Con los días fuimos tomando confianza con los colegas chinos y entra-mos en los temas. Sí, ellos leían las “Noticias de referencia”, solo tocaban temas de política, nacional e internacional; economía; algunas cuestiones de la cultura. ¿Y los sucesos? “No, eso no son noticias”, fue la respuesta tajante. Creo que se pueden imaginar el shock que sufrimos. Por supuesto, tampoco la farándula o periodismo del espectáculo tenían ningún interés para ellos. Las noticias sobre Latinoamérica eran escasas. Apenas algunas sobre Cuba. Pocas sobre ciencia, ninguna polémica. Muy poco o nada sobre deporte. Ante nuestra sorpresa, por ese periodismo tan dogmático y lejano de la realidad, ellos nos dijeron con sinceridad: “A veces, busca-mos los periódicos en las embajadas. Así practicamos idiomas extranje-ros, pero nos resulta muy difícil entender, sobre todo las noticias raras”. ¿Y cuáles son las noticias raras? Todas las que no son sobre los temas que se habían señalado con anterioridad. Las preguntas constantes mías, en algunos momentos, los angustiaban. Cuando ya éramos cercanos, pre-guntamos muchas cosas a los intérpretes. Amigos venezolanos en Beijing me señalaron que no debía hacer preguntas personales porque era muy mal visto. No podía contenerme y mucho menos dejar pasar por alto esta extraordinaria oportunidad, así es que, de seguro, fui considerada indis-creta e impertinente por parte de los amigos chinos. El tema femenino me apasionaba, como es natural, y con las dirigentes femeninas mantuve cordiales entrevistas y amenas conversaciones. También me demostra-ron rasgos de honestidad al preguntarles si, en efecto, tal como decía la consigna, hermosa y poética del presidente Mao, “la mujer es la mitad del cielo”. ¿Eran, de verdad, la mitad del cielo desde la revolución? Me contestaron que las mujeres chinas sentían que, después de la revolución, sostenían o formaban parte de la mitad del cielo. Se miraron, hablaron entre sí y me respondieron: “En efecto, la revolución comunista había

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resuelto problemas que las mujeres chinas venían sufriendo, pero aún el machismo es una realidad en China”. No es un machismo como el cari-beño ni el tropical. Es mucho peor. “No querían tener hijas”, agregaron. “Con facilidad se desprendían de embarazos de hijas hembras practicán-dose abortos. Y si las llegaban a tener, sobre todo en el campo, seguía la práctica de matarlas y había orfanatos llenos de niñas chinas”. Reciente-mente, en Europa y Estados Unidos se ha puesto de “moda” ir a adoptar niñas chinas, salidas de esos orfanatos.

Iniciamos el recorrido por el norte de China, en la ciudad llamada Harbin. Antes pasamos ocho días en Beijing. Fueron intensos. Subimos a la Gran Muralla en un recorrido extraordinario, en donde el contacto con los miles de años que respaldan esa cultura nos hizo comprender la ju-ventud de nuestro país y cómo el peso de la civilización china da soporte a una sabiduría innata en el pueblo chino. Sin embargo, toda esa sabidu-ría ancestral no sirvió para protegerlos de los desmanes del comunismo y de las hambrunas provocadas por la locura desatada por el presidente Mao. Otro de los días que hicimos turismo visitamos las “Trece tumbas”, monumento que alberga muchos aspectos históricos de las antiguas di-nastías. También en esa visita probamos los llamados “Huevos de mil años”. Son huevos de pato, se entierran envueltos en cal, por un período de cuatro a seis meses. Después se sacan de la tierra. Su clara se ha vuelto color marrón y la yema se observa negra. No son de buen ver. Me cos-tó trabajo probarlos. Puedo asegurar que saben muy bien, es un sabor desconocido, pero la apariencia es muy desagradable. Sirven en muchas oportunidades de almuerzo ligero. Posteriormente, cuando estuvimos en Xiam, visitamos unas tumbas extraordinarias que habían sido descubier-tas poco antes de nuestra visita. Es de los monumentos más importantes. Al llegar allí, se veían como un gran ejército: se “hospedaban” unos diez mil soldados de terracota. Aquello es tan impresionante, que los primeros momentos, frente a aquel ejército de terracota, pudiera pensarse que se trataba de caballos y soldados esculpidos en piedra. Quedamos inmóviles y sin palabras, asombrados ante algo que no nos imaginamos nunca que existía y que tendríamos la suerte de ver y conocer.

Por otra parte, siento que debo dedicar algunas líneas a las comidas en China. Lo que se refiere a la gastronomía es cuestión aparte y requiere de una investigación y estudio especial. Sin embargo, hago un resumen rápido de lo más importante de lo que nos ocurrió, confiando en que el