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¿POR QUÉ EL SER NO ES UN GÉNERO? Relatoría de la mesa redonda de Filosofía 1 Andrea Lozano Vásquez Universidad Nacional de Colombia La ponencia del profesor Correa comienza señalando que la tesis en discusión —el ser no es un género— es uno de los puntos de quiebre más relevantes en las diferencias entre Aristóteles y Pla- tón. Más que una polémica abierta sobre la existencia del ser como género único, Correa está interesado en recalcar que la tesis aris- totélica posee implicaciones diametralmente opuestas a las deri- vadas de la unificadora visión platónica. Su hipótesis parte de dis- tinguir cuál es la naturaleza que cada una de estas posiciones otor- ga al ser. Así, mientras Platón supone que éste es una entidad real que otorga realidad a los otros entes que participan de ella, Aristó- teles lo concibe como de naturaleza lógica, que nos sirve para ha- blar de y pensar sobre el mundo y sin realidad ontológica separada alguna. Así pues, mientras Platón postula la existencia de una pro- piedad única compartida por muchos existentes, Aristóteles cree que hay un cierto número de instancias individuales que pueden ser descritas de la misma manera sin que ello implique su partici- pación en un único ser que cuente con una existencia superior. Con todo, la tesis aristotélica parece tener una consecuen- cia indeseable en el plano epistemológico. En Analíticos, Aristóte- les afirma tajantemente que la existencia de un género bajo el 1 En esta mesa participaron, como ponente, el profesor Alfonso Correa Motta y, como coponentes, los profesores Andrea Lozano Vásquez, Ger- mán Meléndez Acuña y Alejandro Tellkamp Tietz. Todos pertenecen al Grupo Peiras del Departamento de Filosofía de la Universidad Nacional de Colombia.

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¿POR QUÉ EL SER NO ES UN GÉNERO?

Relatoría de la mesa redonda de Filosofía1

Andrea Lozano Vásquez Universidad Nacional de Colombia

La ponencia del profesor Correa comienza señalando que la tesis en discusión —el ser no es un género— es uno de los puntos de quiebre más relevantes en las diferencias entre Aristóteles y Pla­tón. Más que una polémica abierta sobre la existencia del ser como género único, Correa está interesado en recalcar que la tesis aris­totélica posee implicaciones diametralmente opuestas a las deri­vadas de la unificadora visión platónica. Su hipótesis parte de dis­tinguir cuál es la naturaleza que cada una de estas posiciones otor­ga al ser. Así, mientras Platón supone que éste es una entidad real que otorga realidad a los otros entes que participan de ella, Aristó­teles lo concibe como de naturaleza lógica, que nos sirve para ha­blar de y pensar sobre el mundo y sin realidad ontológica separada alguna. Así pues, mientras Platón postula la existencia de una pro­piedad única compartida por muchos existentes, Aristóteles cree que hay un cierto número de instancias individuales que pueden ser descritas de la misma manera sin que ello implique su partici­pación en un único ser que cuente con una existencia superior.

Con todo, la tesis aristotélica parece tener una consecuen­cia indeseable en el plano epistemológico. En Analíticos, Aristóte­les afirma tajantemente que la existencia de un género bajo el

1 En esta mesa participaron, como ponente, el profesor Alfonso Correa Motta y, como coponentes, los profesores Andrea Lozano Vásquez, Ger­mán Meléndez Acuña y Alejandro Tellkamp Tietz. Todos pertenecen al Grupo Peiras del Departamento de Filosofía de la Universidad Nacional de Colombia.

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cual se puedan agrupar individuos numéricamente distintos pero de la misma clase es una de las condiciones necesarias de cual­quier ciencia; de modo que si el ser no es un género, en sentido estricto, la ciencia del ser sería imposible; de allí concluiríamos que no hay un único conocimiento que abarque toda la realidad. Correa afirma, entonces: «Esta conclusión, por más directa que sea, contradice explícitamente las afirmaciones de otro Aristóteles, el Aristóteles del libro G de la Metafísica. En efecto, en este texto célebre se lee, en la primera frase; "hay una ciencia que contempla el ente en cuanto ente y todo lo que le corresponde de suyo"».

El análisis de Correa se concentra, a continuación, en mos­trar que no es necesario rechazar ninguna de las dos tesis. De he­cho, su intento supone demostrar cómo es posible la metafísica manteniendo simultáneamente —como él lo dice— una "defensa de la diversidad". Lo anterior se apoya en la idea de que, por un lado, la metafísica es un tipo de conocimiento dialéctico y, por otro, en que la unicidad de la ciencia depende de la prioridad lógi­ca y ontólogica del ser con respecto a otros géneros y no de su existencia independiente y/o superior.

El profesor Correa, además, presenta el funcionamiento de las nociones de especie y diferencia con el propósito de allanar el camino de su argumentación. Para él, la definición de una especie "supone un doble gesto de circunscripción". En primera instan­cia, se trata de localizar la especie dentro de un conjunto más ex­tenso, con el propósito de caracterizar la especie frente a otros in­dividuos y especies del mundo. En segunda instancia, se tratará de eliminar la imprecisión de esa primera operación, distinguien­do la especie de las otras que pertenecen al mismo género. Es de­cir, en el primer caso se dice que la especie 'hombre' pertenece al género 'animal' y en el segundo, que un individuo de la especie 'hombre' es el único 'animal' 'dotado de razón'. A continuación, Correa nos presenta el test aristotélico para comprobar que el re­sultado de ese doble proceso sea una definición: el principio de sustitución según el cual si la fórmula es una definición, el sujeto (la especie) y el predicado compuesto por el género y la diferencia podrán sustituirse en todo contexto proposicional salva veritate.

Pero, ¿cuáles son las razones para que Aristóteles se com­prometa tan tajantemente con aquella tesis? Correa afirma que el argumento más completo para ello se encuentra en Metafísica B, 3:

Relataría de la mesa redonda de Filosofía 193

Ni el ser, ni el uno pueden constituir un género único de los seres, pues es necesario que cada una de las diferencias de cada género exista y sea una, pero es imposible (1) que la es­pecie se predique de sus propias diferencias y (2) que el gé­nero se predique <de sus diferencias > en ausencia de sus especies. Por consiguiente, si el uno o el ser son géneros, no habrá ninguna diferencia ni del ser ni del uno.

Correa señala que el argumento opera como una doble re­ducción al absurdo de la cual nos interesa solamente la segunda imposibilidad, a saber: "es imposible que el género se predique de sus diferencias en ausencia de sus especies". Es decir, son im­posibles —esto es, falsa e incluso absurdas— oraciones como "lo racional es un animal".

La imposibilidad anterior es aún más patente en el caso del ser; pues al ser necesario, como se afirma en el pasaje que las diferencias de cada género sean existentes y sólo una para cada género, si se predica el ser de cada una de estas en el mismo sentido, tendríamos que aceptar que todas ellas se situaran en el mismo género, cosa que eliminaría su carácter mismo de diferen­cias. Poco después se insiste en que si se comprende el ser como un género, habría que postular una entidad aberrante —dice Co­rrea— un género sin diferencias, pues cada una de ellas supon­dría la mención del ser en tanto género eliminando cualquier po­sible pertenencia a otra clase.

La comprensión de todo esto depende del correcto entendi­miento de las relaciones entre género, especie y diferencia. Co­rrea, apoyado en la argumentación de Tópicos, sostiene que éstas son nociones funcionales, por lo que al no cumplir con la tarea que poseen por definición pierden su razón de ser; si un género es, esencialmente, aquello que contiene especies y, a su vez, una especie es lo que se contiene en un género dado, un género sin especies o una especie sin género son sinsentidos. Estas relacio­nes y las imposibilidades que su naturaleza conlleva dan lugar a algunas de las reglas dialécticas expresadas en Tópicos. En ellas también se apoya Correa para dar una explicación más concreta del problema; él acude concretamente a un pasaje del libro VI —144a31-b3— en el que se presentan dos razones por las cuales no debe predicarse el género de sus diferencias en ausencia de la especie. La segunda razón tiene una formulación un tanto extra­ña pero su aplicación nos deja ver el problema de forma contun-

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dente. Dice el Estagirita: "si animal se predicara de cada una de las diferencias, muchos animales se predicarían de la especie" (144a36-bl). Es decir, puesto que es posible sustituir salva verita-te las especies por el enunciado de su esencia, en nuestro ejem­plo, el enunciado 'el hombre es un animal bípedo' teniendo en cuenta que la definición de 'bípedo es el animal con dos patas' podría resultar en 'el hombre es un animal animal con dos patas'.

Correa afirma que considera contundente esta razón no sólo por el evidente absurdo que entraña sino porque ella tiene también consecuencias importantes en el terreno de la teoría de la definición, concretamente porque nos aclara sobre qué tipo de términos es posible hacer definiciones y la forma en que deben construirse. Los ejemplos de Aristóteles para estos problemas en Refutaciones sofísticas son igualmente claros; allí se señala que tan­to los relativos como los 'accidentes por si' —aquellos que perte­necen necesariamente al sujeto del que se predican, aunque no le son esenciales— podrían llevarnos a sinsentidos semejantes. Los relativos se dejan de lado porque los problemas relacionados con ellos no inmiscuyen su definición. Dentro de los accidentes por si, el ejemplo aristotélico por excelencia es la chatez y presenta dos posibles definiciones para ella: 'la chatez es una nariz cóncava' y 'la chatez es una concavidad de la nariz'. El análisis pretende mostrar que una de las dos definiciones implica un error al mencionar el sujeto del que se predica el accidente como si fuese el género del accidente; esto es, suponer incorrectamente que la chatez es una nariz y no una propiedad de la nariz como de hecho lo es. Todo este aparente excursus se vuelve interesante y pertinente cuando Correa aclara que la relación entre género y especie es muy seme­jante a la que se establece entre estos accidentes por si y los suje­tos de los que se predican. Entonces, es posible afirmar que si bien predicar el género de su diferencia es imposible, sí ha de admitirse que el género haga parte de la definición de una diferencia dada.

La intervención de Correa termina con esta conclusión. Quizá le faltó agregar que, en consecuencia, la metafísica sí es po­sible puesto que el ser sí es un género —aunque en un sentido distinto, pues es un género relacional o un género de géneros— y que los enunciados problemáticos que considerábamos hace un momento no han de tratarse como enunciados de identidad. Las intervenciones de los componentes se enfilaron en dos direccio-

Relataría de la mesa redonda de Filosofía 195

nes principales, de un lado, señalando que las razones aristotéli­cas son algo más que requisitos formales y que ellos se expresan en el núcleo de su filosofía de la ciencia, los dos tratados analíti­cos. De otro lado, se anotó que en uno de los pasajes sobre las re­peticiones de Refutaciones Sofísticas —173a 34-173b4—, Aristóteles pone en claro que el parloteo se produce toda vez que no haya nin­guna diferencia entre 'decir el nombre' y 'decir la definición' o, como se explicaba, siempre que sean intercambiables salva veritate el término empleado en la proposición y el enunciado que expresa su esencia. Pero se percata de que esta intercambiabilidad, aunque deseable, no siempre es posible. Digo deseable porque bajo el es­pectro de una investigación científica demostrativa es importante que las expresiones empleadas tengan criterios absolutos de refe-rencialidad, o en términos contemporáneos, que pertenezcan a lenguajes extensionales. Sin embargo, en este afán de univocidad característico —otra vez, por poner solo un ejemplo— de Platón, el Estagirita nota la existencia de ciertos acertijos o paradojas, como el parloteo, que una buena conciencia del empleo del len­guaje podría evitar y resolver. En un contexto dialéctico, específi­camente refutativo como el de las obras lógicas citadas, el Filósofo se adentra en una interesantísima y actual reflexión sobre las rela­ciones entre el definir y el significar, entre el conocer y el nombrar que proveen, espero, algunas luces a nuestro problema.

También en el argumento expuesto en Metafísica G, 4 se sostiene que hablar o pensar algo implica significar algo, o mejor, supone algo más que charlatanería y repetición. En otras pala­bras, hablar o pensar implica que quien habla o piensa sostiene, al menos, alguna creencia asociada al nombre que usa en ambos casos. Así las cosas, este interlocutor debe aceptar que algo es como lo piensa y por ello no de forma contraria, de modo que ex­cluye, como mínimo, que las creencias contrarias a las suyas se puedan predicar verdaderamente del objeto en cuestión. A veces esas imágenes y creencias representan la esencia del objeto men­tado y son expresadas en su definición; así sucede en el caso del término 'hombre' y su enunciado definitorio 'animal racional'. No obstante, otras veces, esas imágenes u opiniones son vagas, se asocian a los términos temporalmente, condensan simple­mente una comprensión provisional, propia del lenguaje ordina­rio. Esto nos obliga a admitir que los enunciados del tipo 'x es y'

¿POR QUÉ EL SER NO ES UN GÉNERO?

Relatoría de la mesa redonda de Filosofía1

Andrea Lozano Vásquez Universidad Nacional de Colombia

La ponencia del profesor Correa comienza señalando que la tesis en discusión —el ser no es un género— es uno de los puntos de quiebre más relevantes en las diferencias entre Aristóteles y Pla­tón. Más que una polémica abierta sobre la existencia del ser como género único, Correa está interesado en recalcar que la tesis aris­totélica posee implicaciones diametralmente opuestas a las deri­vadas de la unificadora visión platónica. Su hipótesis parte de dis­tinguir cuál es la naturaleza que cada una de estas posiciones otor­ga al ser. Así, mientras Platón supone que éste es una entidad real que otorga realidad a los otros entes que participan de ella, Aristó­teles lo concibe como de naturaleza lógica, que nos sirve para ha­blar de y pensar sobre el mundo y sin realidad ontológica separada alguna. Así pues, mientras Platón postula la existencia de una pro­piedad única compartida por muchos existentes, Aristóteles cree que hay un cierto número de instancias individuales que pueden ser descritas de la misma manera sin que ello implique su partici­pación en un único ser que cuente con una existencia superior.

Con todo, la tesis aristotélica parece tener una consecuen­cia indeseable en el plano epistemológico. En Analíticos, Aristóte­les afirma tajantemente que la existencia de un género bajo el

1 En esta mesa participaron, como ponente, el profesor Alfonso Correa Motta y, como coponentes, los profesores Andrea Lozano Vásquez, Ger­mán Meléndez Acuña y Alejandro Tellkamp Tietz. Todos pertenecen al Grupo Petras del Departamento de Filosofía de la Universidad Nacional de Colombia.

192 ¿Por qué el ser no es un género?

cual se puedan agrupar individuos numéricamente distintos pero de la misma clase es una de las condiciones necesarias de cual­quier ciencia; de modo que si el ser no es un género, en sentido estricto, la ciencia del ser sería imposible; de allí concluiríamos que no hay un único conocimiento que abarque toda la realidad. Correa afirma, entonces: «Esta conclusión, por más directa que sea, contradice explícitamente las afirmaciones de otro Aristóteles, el Aristóteles del libro G de la Metafísica. En efecto, en este texto célebre se lee, en la primera frase: "hay una ciencia que contempla el ente en cuanto ente y todo lo que le corresponde de suyo"».

El análisis de Correa se concentra, a continuación, en mos­trar que no es necesario rechazar ninguna de las dos tesis. De he­cho, su intento supone demostrar cómo es posible la metafísica manteniendo simultáneamente —como él lo dice— una "defensa de la diversidad". Lo anterior se apoya en la idea de que, por un lado, la metafísica es un tipo de conocimiento dialéctico y, por otro, en que la unicidad de la ciencia depende de la prioridad lógi­ca y ontólogica del ser con respecto a otros géneros y no de su existencia independiente y/o superior.

El profesor Correa, además, presenta el funcionamiento de las nociones de especie y diferencia con el propósito de allanar el camino de su argumentación. Para él, la definición de una especie "supone un doble gesto de circunscripción". En primera instan­cia, se trata de localizar la especie dentro de un conjunto más ex­tenso, con el propósito de caracterizar la especie frente a otros in­dividuos y especies del mundo. En segunda instancia, se tratará de eliminar la imprecisión de esa primera operación, distinguien­do la especie de las otras que pertenecen al mismo género. Es de­cir, en el primer caso se dice que la especie 'hombre' pertenece al género 'animal' y en el segundo, que un individuo de la especie 'hombre' es el único 'animal' 'dotado de razón'. A continuación, Correa nos presenta el test aristotélico para comprobar que el re­sultado de ese doble proceso sea una definición: el principio de sustitución según el cual si la fórmula es una definición, el sujeto (la especie) y el predicado compuesto por el género y la diferencia podrán sustituirse en todo contexto preposicional salva veritate.

Pero, ¿cuáles son las razones para que Aristóteles se com­prometa tan tajantemente con aquella tesis? Correa afirma que el argumento más completo para ello se encuentra en Metafísica B, 3:

Relataría de la mesa redonda de Filosofía 193

Ni el ser, ni el uno pueden constituir un género único de los seres, pues es necesario que cada una de las diferencias de cada género exista y sea una, pero es imposible (1) que la es­pecie se predique de sus propias diferencias y (2) que el gé­nero se predique <de sus diferencias > en ausencia de sus especies. Por consiguiente, si el uno o el ser son géneros, no habrá ninguna diferencia ni del ser ni del uno.

Correa señala que el argumento opera como una doble re­ducción al absurdo de la cual nos interesa solamente la segunda imposibilidad, a saber: "es imposible que el género se predique de sus diferencias en ausencia de sus especies". Es decir, son im­posibles —esto es, falsa e incluso absurdas— oraciones como "lo racional es un animal".

La imposibilidad anterior es aún más patente en el caso del ser; pues al ser necesario, como se afirma en el pasaje que las diferencias de cada género sean existentes y sólo una para cada género, si se predica el ser de cada una de estas en el mismo sentido, tendríamos que aceptar que todas ellas se situaran en el mismo género, cosa que eliminaría su carácter mismo de diferen­cias. Poco después se insiste en que si se comprende el ser como un género, habría que postular una entidad aberrante —dice Co­rrea— un género sin diferencias, pues cada una de ellas supon­dría la mención del ser en tanto género eliminando cualquier po­sible pertenencia a otra clase.

La comprensión de todo esto depende del correcto entendi­miento de las relaciones entre género, especie y diferencia. Co­rrea, apoyado en la argumentación de Tópicos, sostiene que éstas son nociones funcionales, por lo que al no cumplir con la tarea que poseen por definición pierden su razón de ser; si un género es, esencialmente, aquello que contiene especies y, a su vez, una especie es lo que se contiene en un género dado, un género sin especies o una especie sin género son sinsentidos. Estas relacio­nes y las imposibilidades que su naturaleza conlleva dan lugar a algunas de las reglas dialécticas expresadas en Tópicos. En ellas también se apoya Correa para dar una explicación más concreta del problema; él acude concretamente a un pasaje del libro VI —144a31-b3— en el que se presentan dos razones por las cuales no debe predicarse el género de sus diferencias en ausencia de la especie. La segunda razón tiene una formulación un tanto extra­ña pero su aplicación nos deja ver el problema de forma contun-

194 ¿Por qué el ser no es un género?

dente. Dice el Estagirita: "si animal se predicara de cada una de las diferencias, muchos animales se predicarían de la especie" (144a36-bl). Es decir, puesto que es posible sustituir salva verita-te las especies por el enunciado de su esencia, en nuestro ejem­plo, el enunciado 'el hombre es un animal bípedo' teniendo en cuenta que la definición de 'bípedo es el animal con dos patas' podría resultar en 'el hombre es un animal animal con dos patas'.

Correa afirma que considera contundente esta razón no sólo por el evidente absurdo que entraña sino porque ella tiene también consecuencias importantes en el terreno de la teoría de la definición, concretamente porque nos aclara sobre qué tipo de términos es posible hacer definiciones y la forma en que deben construirse. Los ejemplos de Aristóteles para estos problemas en Refutaciones sofísticas son igualmente claros; allí se señala que tan­to los relativos como los 'accidentes por si' —aquellos que perte­necen necesariamente al sujeto del que se predican, aunque no le son esenciales— podrían llevarnos a sinsentidos semejantes. Los relativos se dejan de lado porque los problemas relacionados con ellos no inmiscuyen su definición. Dentro de los accidentes por si, el ejemplo aristotélico por excelencia es la chatez y presenta dos posibles definiciones para ella: 'la chatez es una nariz cóncava' y 'la chatez es una concavidad de la nariz'. El análisis pretende mostrar que una de las dos definiciones implica un error al mencionar el sujeto del que se predica el accidente como si fuese el género del accidente; esto es, suponer incorrectamente que la chatez es una nariz y no una propiedad de la nariz como de hecho lo es. Todo este aparente excursus se vuelve interesante y pertinente cuando Correa aclara que la relación entre género y especie es muy seme­jante a la que se establece entre estos accidentes por si y los suje­tos de los que se predican. Entonces, es posible afirmar que si bien predicar el género de su diferencia es imposible, sí ha de admitirse que el género haga parte de la definición de una diferencia dada.

La intervención de Correa termina con esta conclusión. Quizá le faltó agregar que, en consecuencia, la metafísica sí es po­sible puesto que el ser sí es un género —aunque en un sentido distinto, pues es un género relacional o un género de géneros— y que los enunciados problemáticos que considerábamos hace un momento no han de tratarse como enunciados de identidad. Las intervenciones de los componentes se enfilaron en dos direccio-

Relataría de la mesa redonda de Filosofía 195

nes principales, de un lado, señalando que las razones aristotéli­cas son algo más que requisitos formales y que ellos se expresan en el núcleo de su filosofía de la ciencia, los dos tratados analíti­cos. De otro lado, se anotó que en uno de los pasajes sobre las re­peticiones de Refutaciones Sofísticas —173a 34-173b4—, Aristóteles pone en claro que el parloteo se produce toda vez que no haya nin­guna diferencia entre 'decir el nombre' y 'decir la definición' o, como se explicaba, siempre que sean intercambiables salva veritate el término empleado en la proposición y el enunciado que expresa su esencia. Pero se percata de que esta intercambiabilidad, aunque deseable, no siempre es posible. Digo deseable porque bajo el es­pectro de una investigación científica demostrativa es importante que las expresiones empleadas tengan criterios absolutos de refe-rencialidad, o en términos contemporáneos, que pertenezcan a lenguajes extensionales. Sin embargo, en este afán de univocidad característico —otra vez, por poner solo un ejemplo— de Platón, el Estagirita nota la existencia de ciertos acertijos o paradojas, como el parloteo, que una buena conciencia del empleo del len­guaje podría evitar y resolver. En un contexto dialéctico, específi­camente refutativo como el de las obras lógicas citadas, el Filósofo se adentra en una interesantísima y actual reflexión sobre las rela­ciones entre el definir y el significar, entre el conocer y el nombrar que proveen, espero, algunas luces a nuestro problema.

También en el argumento expuesto en Metafísica G, 4 se sostiene que hablar o pensar algo implica significar algo, o mejor, supone algo más que charlatanería y repetición. En otras pala­bras, hablar o pensar implica que quien habla o piensa sostiene, al menos, alguna creencia asociada al nombre que usa en ambos casos. Así las cosas, este interlocutor debe aceptar que algo es como lo piensa y por ello no de forma contraria, de modo que ex­cluye, como mínimo, que las creencias contrarias a las suyas se puedan predicar verdaderamente del objeto en cuestión. A veces esas imágenes y creencias representan la esencia del objeto men­tado y son expresadas en su definición; así sucede en el caso del término 'hombre' y su enunciado definitorio 'animal racional'. No obstante, otras veces, esas imágenes u opiniones son vagas, se asocian a los términos temporalmente, condensan simple­mente una comprensión provisional, propia del lenguaje ordina­rio. Esto nos obliga a admitir que los enunciados del tipo 'x es y'

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—aquellos en los que se produce la chachara— no son todos de la misma clase. Algunos se ocupan de objetos perfectamente defini­bles, los que pueden ser significados plenamente. Así en la ora­ción "el hombre es un animal racional" 'animal racional' y 'hom­bre' designan unívocamente lo mismo: una substancia, hombre, que es completamente definible y por ello sustituible. Otros no agotan la significación del nombre que se 'define' pues en virtud de su individualidad expresa características que escapan al enun­ciado de su esencia. En la oración "Callias es un animal racional", aunque la esencia de 'hombre' se predique de Callias como lo más verdadero que se puede decir de él, no es todo lo que se dice de él verdaderamente. Por ende, para algunos términos la signifi­cación esencial o por naturaleza no agota su significado.

En un pasaje de Analíticos posteriores, separa el significado de ciertos términos de su definición, planteando la existencia de otro tipo de enunciados, o definiciones, que determinan el signi­ficado de un término; estos son denominados por el mismo Aris­tóteles enunciados nominales:

Por tanto, si el que define muestra qué es o qué significa el nombre, y no es posible en modo alguno < mostrar nada> del qué es, la definición será un enunciado que significa lo mismo que el nombre. Pero eso es absurdo. Pues, en primer lugar, habría < definición > de las no-substancias y de las co­sas que no son: pues también las cosas que no son significan algo. {APo. 92b 26-30)

Esta distinción posibilita una ontología que, con pretensio­nes platónicas de ciencia unitaria, posee un método completa­mente aristotélico, un proceder que pone a salvo las apariencias. La teoría de la definición es un tópico complejo, entre otras razo­nes porque ella parece sufrir algunos cambios a lo largo de la obra del Filósofo. De un enunciado casi nominal que establecía la per­tenencia de un objeto en términos de género y especie, se llega a la expresión de la esencia que sólo es atribuible a las substancias —cfr. Meta G 4— y que expresa su causa. Sin embargo, desde las primeras acepciones de los Tópicos, es bastante claro que mien­tras las otras formas de razonamientos funcionan como pasos del proceso mental, la definición cumple un papel conclusivo deter­minando la esencia del objeto de la investigación. En otras pala­bras, definir sería proveer el conocimiento de la esencia, determi-

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nar el concepto intemporal que se manifiesta en el objeto concre­to. De esta forma, se haría casi imposible la identificación entre definición y significación, o entre el definir y el nombrar, o entre el nombre y la definición, condición del parloteo.

Si bien las reflexiones de Metafísica se concentraban en la significación esencial, constataban, además, la existencia de otro tipo de 'significación' que hace posible la predicación copulativa. 'Músico', 'blanco' y 'hombre' pueden entonces significar de algo sin que ello implique que significan una misma cosa.

Sin embargo, parece haber una confusión en el empleo del término 'significar' pues la relación que se establece se da entre las cosas —los predicados— y no entre un término y sus correla­tos mental y real. Por ello, es necesario analizar la relación de pre­dicación y encontrar las posibles razones que Aristóteles encuen­tra para denominarla también 'significar'.

La distinción entre la significación esencial y la predicación se realiza puesto que si la única relación que se establece entre las cosas es la identidad propia de los términos sinónimos, todas las cosas quedarían reducidas a una sola entidad de la cual se pre­dican atributos. Mas, en el ámbito de} lenguaje es evidente que no todo aquello que se atribuye a un sujeto es idéntico a él o ex­presa su identidad; por ello la distinción entre significar una cosa y significar de una cosa impide que el discurso sea sólo significa­tivo en el plano de la identidad. Para evitar la reducción del len­guaje a un único término —probablemente ser como parece suge­rirse en el Sofista platónico—, Aristóteles plantea una predica­ción accidental en la que se significa accidentalmente de una cosa y no la cosa misma.

Otro de los dogmas aristotélicos que ocupó al profesor Co­rrea plantea que algunas cosas se denominan de la misma mane­ra y aunque la relación que determina esa denominación común no es la misma que entablan el género, sus especies y sus indivi­duos, tampoco es producto de una equivocidad puramente acci­dental que puede eliminarse creando nuevos términos.

En efecto, en Meta Z,7 se aclaran los diversos modos en que se significa el término 'lo que es' sin que por ello se afirme que el

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término sea equívoco. Así, ente puede denominarse algo por acci­dente o por sí, porque es verdadero o falso o porque está en acto o en potencia. Pero ninguno de estos diversos significados es otor­gado al término ambiguamente; todas esas denominaciones guardan algo en común, un mismo referente real que posibilita la predicación y también la buscada ciencia de lo que es. En esa me­dida este tipo de significación guarda una estrecha relación con la predicación accidental. Sin embargo, la relación que aquí se pro­duce no sólo se da en el plano de los predicables —de las cosas— sino también en el plano de los términos.

Como se anticipó, la polisemia del término ser es la refle­xión inicial de Meta Z: "Ciertamente 'lo que es' se dice de muchas maneras aunque con relación a una sola naturaleza y no homóni­mamente" Meta 1003a 31-1003b.

Este pasaje plantea una relación significativa que se en­cuentra entre la sinonimia fundada en la comunidad de género y la total diferenciación que define la homonimia. Luego, la natura­leza a la cual se refieren los múltiples significados de ser no es un género aunque los significados guarden una relación de cierta forma similar a la que entabla el género. En Top. I, 15 se afirma que algo es homónimo cuando puede aplicarse en varios géneros y especies no subordinadas entre sí. Un homónimo no acciden­tal, como el ser, sería entonces algo que está más allá del género y cuya vinculación no tiene que ver con el enunciado de su esencia. Es decir, se diría ser no como el género de un grupo de objetos que se denominan ser precisamente por esa pertenencia, sino por una comunidad más general y, de cierta manera, transgenérica.

La unidad que se exigía en la significación esencial nueva­mente es remitida a una substancia —esencia— a cuya existencia remiten todos los términos anteriores. Precisamente esa remi­sión a una instancia concreta impide que el término por excelen­cia, ser, se convierta en algo generalísimo que no puede ser aprehendido por el lenguaje. Aunque se diga 'ser' de todo y en muchas formas, la existencia de esa significación esencial garan­tiza la comprensión de esos diversos aspectos. Así como, la 'sig­nificación' accidental justificaba su apelativo en la esencia a la que en últimas refiere, esta significación relacional se apoya en la significación esencial, en la substancia-esencia a la cual todos sus términos, de alguna forma, refieren.

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Entonces, con el objetivo de apuntalar la reflexión de Co­rrea se muestra cómo aun cuando el Filósofo busca una ciencia unificada del ser, un lenguaje preciso para esa ciencia y establece unas condiciones estrictas para los enunciados definidonales de ella, su compromiso con las apariencias, con las realizaciones concretas del lenguaje, lo llevan a establecer finas distinciones semánticas, mecanismos de protección contra los sinsetidos e in­cluso una concepción funcional del lenguaje que, en términos que quizá usaría el profesor Páramo, comprende los enunciados como estructuras de funciones en las que una categoría léxica se identifica y define con base en su posición en la realización del hablante.