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Relatos de vida

Relatos de vida - "la Caixa"

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Relatos de vida

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En ocasiones, la generalización masiva de un determinado concepto nos impide llegar a profundizar en la magnitud del hecho al que denomina o al que hace referencia. Es como si a fuerza de repetirlo, consiguiera anestesiar nuestra capacidad de empatía o sufrimiento. Nos pasa por ejemplo con las personas migrantes, los refugiados, o las llegadas masivas en patera. Son conceptos, vocablos que escuchamos a diario en las noticias sin que lleguen a atravesar la epidermis de nuestra indiferencia.

Pero hoy, sin embargo, nos hemos enterado de que Nabody ha fallecido y nuestro corazón ha tardado un instante de más en latir. Porque ahora sí, el concepto no lo es tal, ahora estamos hablando de una niña pequeña de dos años a la que le encantaba jugar con una muñeca que su padre le había hecho con retazos de caña y madera sujetos con los juncos de los que crecen cerca de su pequeña chabola muy cerca del río Níger. Un día, sus padres la metieron en una patera, junto a veinte personas más. Ella, asustada, miró a todos aquellos hombres de rostros serios y se acurrucó junto a su mamá. Le daba miedo ese mar negro y embravecido, pero confiaba ciegamente en sus padres, como lo hacen los niños de dos años, porque sabía que jamás la pondrían en peligro si no fuera estrictamente necesario. Sabía que, de no haber sido porque ya no podían aguantar más la guerra, la hambruna, la miseria, nunca habrían iniciado aquel viaje maldito. Nabody tuvo que soportar varios días de frío e hipotermia que le provocaron un infarto del que no ha podido recuperarse, a pesar de que en la que iba a ser su tierra de acogida hicieron todo lo posible porque su pequeño corazón volviera a latir. Pero no pudo ser y su muerte debería servir para que la próxima vez que escuchemos el concepto de “población migrante” algo en nuestro interior se agite en su memoria.

Desde hace años colaboro con la gran recogida del Banco de Alimentos. Fue mi hija la que me lo pidió y yo, siempre ajetreada y perdida en el maremágnum conceptual de palabras como: donación, ayuda, voluntariado, dije que sí sin pensar. La experiencia me sirvió para traspasar la palabra hasta llegar al núcleo porque uno de esos días, una mujer mayor, a la que una expresión avejentada y triste dejaba adivinar una dura vida de trabajo, se acercó para darme un frasco de colonia y una crema facial de las más caras. Solícita le dije que quizá se había confundido, que con un kilo de arroz o de macarrones era suficiente, y ella me respondió: “durante años me vi en la situación de tener que vivir del Banco de Alimentos para poder sacar adelante a mis hijos. Jamás pude gastar en algo que hubiera servido para fortalecer mi espíritu, y me gustaría aportar mi pequeño granito de arena para que ninguna otra madre se sienta culpable por intentar dignificar su aspecto”. Ese día el “Banco de Alimentos” dejó de ser una conjunción de tres palabras para significar toda una vida.

Voluntario del Banco de Alimentos, Navarra

Toda una vida

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Estamos acostumbrados a escuchar el drama de países lejanos que sufren por falta de alimentos, las hambrunas en tiempos de sequía en algunos países del Sur y las guerras que dejan en extrema pobreza países enteros.

En nuestro mundo occidental “desarrollado”, pasar hambre, en algunos países como el nuestro, no es excepcional. La pandemia sanitaria ha dado paso a una pandemia social de características también dramáticas. Me refiero a la pandemia de la pobreza, no ya la cronificada a la que siempre nos hemos acercado con solidaridad, sino a la nueva pobreza y desgraciadamente creciente que ha asomado por la puerta cuando empezó el estado de alarma por COVID, cuando vinieron los ERTE, los despidos de los negocios que quiebran, o los emigrantes que habían podido incorporarse en trabajos relacionados con el turismo, algunos sin contrato y con pequeñas remuneraciones que les permitía vivir, etc.

Tenemos muchos medios de comunicación que nos hablan en clave estadística de la recesión que nos viene, hacen medias del PIB, de los sueldos que cobramos… De nada sirven las estadísticas y las campanas de Gauss (las cifras estándar) para hacernos conscientes de la cantidad de personas empobrecidas, tanto que ya no tienen ni para comprar alimentos. Y muchas de ellas son personas que no sabían lo que eran Servicios Sociales pues iban tirando, clases medias sin capacidad de ahorro pero que cubrían sus gastos. Ahora sí que las vemos. Han quedado sin recursos para pagar la compra de alimentos y para pagar alquileres. Y estamos reinventando las maneras de poder dar el soporte del todo necesario. Vienen a buscar alimentos a nuestro economato solidario, pero en su mirada notamos que buscan algo más, que buscan que alguien les abra oportunidades para seguir trabajando, para seguir siendo útiles en una sociedad que aparta a los que no se ajustan al mercado que ella necesita.

Y aquí es donde las ONG, las entidades sociales de proximidad vamos reinventándonos para ponernos al lado de personas

con nuevas necesidades primarias no cubiertas. Y desde esta primera línea que yo he venido a llamar “trabajos esenciales” que no admiten las distancias de las pantallas ni el teletrabajo, como el de los médicos, enfermeras, personal de limpieza, de supermercados…estudiamos y acompañamos a buscar dónde, cómo y con quién pueden recuperar su autonomía, pueden levantarse de esa cuneta del camino donde van quedando quienes no encuentran ojos y corazones con mil iniciativas solidarias que van creciendo aquí y allá. Pues sí, los trabajadores y los voluntarios de las entidades Sociales, Fundaciones que viven de la generosidad de tanta gente, de tantas empresas que, pese a sus pérdidas por la situación que vivimos, se acercan a colaborar económicamente con nuestros proyectos, unas con donativos en metálico, otras con donativos en especie, otras con iniciativas que conciencian a aquellos que la vida no les ha dado la oportunidad de estar cerca del mundo empobrecido.

Dar alimentos hoy, no es dar de lo que nos sobra. Es hacer todo lo posible para alimentar el cuerpo y el espíritu (con la mirada que reconoce la dignidad de cada persona empobrecida) para dar una mano del todo necesaria en estos momentos y prepararnos para un mundo donde no debería caber la malnutrición, el despilfarro o el derroche alimentario ahora que sabemos que, si cuidamos del planeta tierra, nadie tendría que quedar fuera de la posibilidad de alimentarse. Este es el mensaje que intentamos transmitir aquellas personas que estamos junto al camino y vemos lo que está pasando con nuestros propios conciudadanos.

Cuando hacemos un reconocimiento agradecido a entidades y personas que con su trabajo aportan lo que otras necesitan para vivir, estamos anunciando un mundo mejor que el que tenemos, un mundo donde el corazón bueno no está dañado y busca maneras de compartir lo que gratuitamente ha recibido. En medio de toda crisis, la historia nos enseña que crece la esperanza y que la dificultad se convierte en oportunidad de ser constructores de algo nuevo que da sentido a nuestra vida.

Presidenta Fundació Roure, Barcelona

Alimentación en tiempos de pobreza

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Es martes, cojo el coche y voy a recoger a mi amigo. De allí vamos a buscar la furgoneta que nos sirve para recoger los alimentos de los hoteles que nos preparan 100 menús para repartirlos entre dos comedores sociales.

Mientras vamos en la furgoneta charlamos sobre los nietos, sobre las dolencias que tenemos debido a nuestra edad, que si la espalda, el brazo..., pero cuando llegamos a los hoteles y recogemos los contenedores que llevamos a los comedores sociales, nos sumergimos en otro mundo que sabemos que existe y más aún en los tiempos de pandemia en que estamos.Es un mundo muy lejano para muchos de nosotros, pero está aquí, en una Barcelona próspera, moderna, vanguardista en muchos aspectos, pero esta necesidad de alimentos existe y va en aumento progresivo.

Cuando llegamos, lo primero que vemos es la cara sonriente de la gente que ya nos espera, unos son los voluntarios de los comedores que preparan las mesas y calientan la comida y otros son los beneficiarios, que nos ayudan a descargar y nos preguntan cómo ha ido la semana, el partido del Barça...

Si llegamos justo a la hora de la comida, vemos la cola ordenada y silenciosa de los beneficiarios, algunos son veteranos, otros son nuevos en un ambiente entre silencioso y ordenado que los voluntarios del comedor intentan por todos los medios dignificar, intentando, cosa muy difícil, que haya una sintonía de familia entre todos.

La primera vez el impacto fue mayúsculo, al ver un padre de familia y a sus tres hijos en una mesa en silencio y esperando la comida. Cuando piensas que, por las circunstancias que fueran, no lo pueden hacer en el comedor de su casa, da que pensar.

A la vuelta a casa piensas que hoy no he necesitado ibuprofeno, que ya no siento ni dolor de espalda ni del brazo, pero sí dolor del alma que no se quita con un medicamento, sino mentalizándonos de que, a pesar de que estamos en el primer mundo, hay mucha gente que hasta de lo más básico tiene carencias.

Debemos pensar que podemos prescindir de muchas cosas y a veces pienso que podemos morir de un ataque de calidad de vida, ya que nos angustiamos con la cantidad de cosas que tenemos y que no las podemos disfrutar todas.

Hay que seguir la máxima de que como no podemos poner días a nuestra vida, pongamos vida a nuestros días.

Voluntario del Banco de Alimentos, Barcelona

Dolor en el alma

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Sin duda las recogidas de alimentos son duras, el hecho mismo de plantearte recoger alimentos para vecinas y vecinos arruga el corazón y te deja con una sensación extraña en el pecho. Aun así, lo hicimos con toda la alegría, y aprovechando la oportunidad para aprender.

Hemos tenido recompensas, a modo de regalo; han sido momentos de trabajo y tensión, pero sin duda ser puente entre las gentes del barrio es un lujo , hemos tenido la suerte de conectar esperanza y ansiedad, de ver detrás de las mascarillas la mirada de señoras de 80 años que bajan desde un quinto cargando con sus alimentos para donar, la preocupación de si lo donado será lo correcto o no... para más tarde ver un ligero brillo en las miradas cansadas y agradecidas que acudían a recoger los alimentos.

Un día una vecina de un pueblo rural nos llamó alarmada porque en un polígono cercano parecía haber un contenedor industrial lleno de plátanos.

– ¿Qué van a hacer con ellos? nos dijo.

Llamó insistentemente al rescate del plátano a todo aquel que parecía estar implicado y, efectivamente, en plena pandemia y cuando en muchas casas había carencia, algunas fábricas determinaban como defectuosas algunas frutas que no cumplían cánones estéticos y los tiraban a la basura.

– ¡Qué gran oportunidad se nos presentó!

Con toda premura, organizamos el comité al rescate del plátano y conseguimos nuestro cometido de poder repartir por toda la región una merienda saludable.

En nuestras mentes quedan momentos curiosos con todas aquellas toneladas y toneladas de plátanos en furgonetas. Fueron días difíciles, en los que todos nosotros apostamos por la ayuda mutua, con el objetivo de que ningún vecino, pariente o amigo se sintiera solo.

Voluntario de La Caracola Iniciativas Sociales, Navarra

La aventura del rescate del plátano

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Como en muchas ciudades, cientos de familias somos beneficiarias de becas comedor, lo que permite que los más pequeños puedan, día tras día, comer en el colegio arropados de profesores y compañeros. Y entonces, llegó el temido día del mes de marzo de 2020 y nos fuimos todos a casa.

Familias enteras sentimos la fragilidad de la protección y el simple hecho de quedarnos en casa nos causó una revolución. Qué contradicción, en tan solo unos días pasamos de tener en el comedor escolar no uno, sino dos, tres o cuatro hijos, a preguntarnos día tras día como podríamos salir de esta situación, qué pondríamos en la mesa unas horas más tarde; las neveras lucían vacías y de repente y sin planificar teníamos a nuestros hijos 15 días en casa, sin leche para el desayuno ni embutido para el bocadillo.

En la intimidad familiar intentábamos buscar solución al hecho de que los niños en casa comen más, no es lo mismo que en circunstancias normales ya que en la calle están entretenidos y la ansiedad de estar confinados hacía que comieran más. La situación era desesperada, y aunque las redes solidarias se activaron con rapidez, lo cierto es que tardamos días y días en recibir las ayudas.

Sensibilidad, gratitud, solidaridad son palabras que han quedado grabadas en nuestras mentes para el resto de nuestros días y que heredarán generaciones futuras.

Gracias a personas anónimas se creó una red de ayuda increíble que alivió nuestros pesares durante todas aquellas semanas en las que pensábamos que habíamos tocado fondo. A destacar en mayúsculas la labor de la Fundación por la Acción Social Mar de Niebla. Desde el 13 de marzo trabajó con intensidad para liderar una campaña para paliar situaciones de forma ágil, se agruparon con otras asociaciones en red y trabajaron permanentemente conectados con el Banco de Alimentos de Asturias. Todo ello para hacer frente a todas y cada una de las complejas situaciones que, día tras día, teníamos las familias y que el confinamiento podía haber invisibilizado y aislado.

¡Gracias, gracias y gracias!

Voluntario de Mar de Niebla, Gijón

La revolución del mes de marzo

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Un matrimonio mayor se acerca al Banco de Alimentos a solicitar ayuda. Eran de la zona del Muselin y contaban con la pensión mínima por lo que sus ingresos eran bastante reducidos. Nos cuentan que están ayudando a sus hijos y a sus nietos porque uno de ellos estaba sin trabajo y aprovechaba todos los trabajos sin asegurar que le salían y el otro estaba en ERTE. “Llevaban meses yendo muy al día y ahora se han quedado sin nada. Les hemos dado todo lo que teníamos para que los niños pudieran comer”, decían con voz frágil, tristeza y resignación.

En el momento en el que llegaron Pepe y María, los voluntarios poníamos orden a estanterías devastadas por las entregas de lotes del día anterior, a familias con necesidades. Los escuchamos conmovidos y con la piel de gallina. Ante el drama que nos exponían les preguntamos por sus necesidades. “zancas de pollo, bacaladas, un paquete de arroz, un paquete de pasta”, nos dijeron. Nos pedían productos muy y muy básicos, los más baratos. Fueron

muchas las familias que se acercaban al Banco de Alimentos durante esos días y todas pedían alimentos básicos, pero ellos en concreto, con las bacaladas, que no existe en el mercado pescado más barato, y con las zancas de pollo, nos plasmaron una necesidad extrema, era un mensaje diferente. Era una situación desesperada porque Pepe y María no tenían nada, no comían y pedían auxilio al Banco de Alimentos porque todo se lo daban a sus hijos y a sus nietos. “Nosotros no comemos mucho, de verdad, no nos hace falta que sea mucha cantidad, pero es que no tenemos nada”, nos decían.

Semana tras semana llovían las demandas de ayuda. Éramos conocedores de una realidad con personas y familias con paros cronificados que, aunque trabajaran disponían de salarios precarios, pero esta crisis sanitaria y social nos ha traído otro espectro más amplio de situaciones. Se han sumado familias con situaciones diversas, incluso algunas que tenían negocios e ingresos y que vivían medianamente bien y que se les habían acabado sus ahorros y reservas.

Voluntario del Banco de Alimentos, Gijón

Red solidariafamiliar

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Hace un año, cuando todo comenzó, el ritmo de trabajo en el Banco de Alimentos cambió y se hizo frenético. Durante sobre todo dos meses fueron muchas las familias que llamaron pidiendo ayuda, pero hubo una que nos impactó especialmente. Se trata de una familia, formada por cuatro miembros que, procedente de otro país, se estableció en un pueblo de nuestra comarca y que, gracias al trabajo duro de los padres, están intentando, ya no solo salir adelante, si no que dar a sus dos hijos una educación universitaria.

Cuando en el confinamiento se tuvieron que cerrar los mercados, se quedaron sin ingresos, gracias a algunos ahorros y a las becas de sus hijos, lograron mantenerse a flote. Pero llegó un momento en que se vieron obligados a pedir ayuda. Para alguien que está acostumbrado al trabajo y el sacrificio, el pedir ayuda, y más para comer, es muy difícil.

Un día, nos llamó la hija, nos contó la difícil situación por la que estaba pasando su familia, estaban solicitando alguna prestación, pero esto llevaba su tiempo. Les dimos alimentos mientras los necesitaron, en el momento que pudieron volver a trabajar, ellos mismos nos avisaron que ya no era necesaria nuestra ayuda. Sus palabras, literalmente, “Gracias a la ayuda del Banco de Alimentos del Sil, nuestra familia ha salido adelante con algo tan básico como nuestra subsistencia”.

Ayudar es nuestro cometido, pero cuando lo haces con familias luchadoras y buenas, la satisfacción es mayor.

Voluntario del Banco de Alimentos, Ponferrada, León

Ayuda en tiempo de pandemia

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Fin de la travesía, objetivos logrados y metas por conseguir. Son dos jóvenes, Franck Lamine de 23 años procedente de Camerún y Ngassam Njimmi, de 24, procedente de República Centro Africana.

Salen de sus respectivos países, por distintos caminos y diferentes motivaciones pero con muchas coincidencias, vidas marcadas por el sacrificio, falta de oportunidades, chavales de barrios , calles llenas de laberintos pero personas fuertes con mente clara queriendo salir de sus ambientes y que, sin comunicarlo a sus familias y solo a unos pocos amigos, cierran los ojos y empiezan la aventura para conocer el mundo mejor que les ofrecen los medios de comunicación “el primer mundo”, formarse y emprender un nuevo estilo de vida, es decir, REALIZARSE, crecer como personas; aunque ello les haya supuesto recorrer un larguísimo camino lleno de grandes dificultades, problemas, penurias, nostalgias, amigos que han fallecido en este caminar y pérdida de otros amigos que se han ido quedando en otros países.

Providencialmente ellos eligieron España y, dentro de este país, Burgos fue su destino. Empiezan en el albergue y muy pronto son trasladados a la Casa de Acogida de San Vicente de Paúl donde han permanecido el mayor tiempo por ser personas sin papeles, lo que popularmente conocemos como migrantes indocumentados.

Aquí se les acoge y apoya con todo el respaldo necesario para crear en ellos una estabilidad emocional y personal para que puedan ser artífices de su historia presente y futura. Gozan de alojamiento completo: habitación, alimentos, ropa, medicinas y de formación humana en valores, estudios, cursos, talleres de formación profesional, todo no reglado al carecer de documentos, por lo que sólo pueden conseguir diplomas y no títulos. Siguen en esta situación hasta que se puede justificar que llevan tres años en España cumpliendo así los requisitos legales y gozan de un contrato de trabajo, también solicitado por un año a tiempo completo según manda la ley, conseguido gracias a sus contactos y a personas que voluntariamente se implican en esta colaboración.

Hoy ya documentados caminan por las calles de nuestra ciudad con gozo e ilusión, muy integrados y con la esperanza de seguir superándose hasta conseguir su plena realización y alcanzar sus expectativas e ideales tanto personales (familia, vivienda, etc.) como profesionales teniendo siempre la casa de acogida como referencia, ya que las personas que la habitan se han convertido en su propia familia, a la que acuden para preguntar, informar, compartir gozos y entregados por entero a la colaboración con la misma.

Voluntario Casa de Acogida San Vicente Paul, Burgos

Frank y Ngassam

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Soy voluntario de la Fundació d’Ajuda integral a les persones Monti-Sión Solidària (FMS) que a través del proyecto “Aliments i Solidaritat” desarrolla 15 programas orientados al reparto de alimentos, cobertura de alimentación para bebés, mochila solidaria, juguetería solidaria, canastillas para recién nacidos, ropero infantil y asesoramiento social y personal a través de cursos de formación y bolsa de trabajo, clínica jurídica y atención personalizada a mayores. Nuestro voluntariado formado por 202 personas asiste a 1947 familias. En la FMS no tenemos asalariados y, obviamente, todos los servicios que ofrecemos son gratuitos.

Nuestra principal misión es evitar la exclusión social con un voluntariado, que es nuestro principal activo, muy comprometido.

Es de todos conocido que las desgracias, catástrofes naturales, crisis financieras, etc. se ceban siempre en los mismos. Sus consecuencias y posteriores secuelas aumentan, consolidan y enquistan la pobreza. Esta pandemia ha provocado que los pobres sean aún más pobres y que las crisis empresariales y el creciente desempleo propicien una “nueva” pobreza cuyo alcance aún no podemos prever. Esta visión triste y realista nos la recuerdan a diario los medios de comunicación. Por ello, deseo hablar de otras experiencias y aprendizajes que ha propiciado esta desoladora pandemia.

El estado de alarma generó gran inquietud y soledad en muchos beneficiarios y la consecuencia inmediata de la crisis de la Covid-19 fue el aumento desbordante de nuevas peticiones. Por otro lado, el lote de comida que recogían estaba compuesto básicamente de productos no perecederos, sobre todo alimentos en conserva. Ante este panorama de familias aisladas y, en especial, de personas mayores en las que concurría la triple condición de pobreza, soledad y movilidad reducida, junto con el incremento de beneficiarios y la necesidad de mejorar la calidad y variedad de los alimentos, debíamos dar una respuesta inmediata y eficaz.

La emergencia social sobrevenida exigía una planificación pues lo importante no era solo llegar, sino mantener el flujo de ayudas a casi 2.000 familias, más de 6.000 personas de las cuales 1.600 eran menores de 10 años. Cuando las cosas pintan mal se agudiza el ingenio, vives los dramas ajenos de forma empática y las adversidades te hacen crecer. La primera medida fue, con la ayuda de la Conselleria d’Afers socials y de nuestros benefactores, conseguir alimentos frescos, fruta y verdura. A nuestros habituales y generosos proveedores como la Fundación Barceló, Cooperativa S’Esplet de Sa Pobla o Banco de Alimentos les pedimos un esfuerzo consistente en duplicar sus ayudas. Su respuesta fue inmediata.

La segunda acción se dirigió a la hostelería. El aprovisionamiento de pescado y carne para la temporada de verano en los hoteles ya estaba avanzado. Su respuesta fue asimismo generosa. Comenzamos a repartir carne y pescado congelado. También contamos con otros productos, especialmente importantes para la población infantil, como son los cereales de sémola de maíz natural (durante 3 meses repartimos 300 Kg semanales) leche de continuación, papillas etc. suministradas por varias farmacias benefactoras.

La cuarta acción tuvo un doble objetivo. Se decidió que, con el soporte económico extra de nuestros benefactores, podríamos ampliar la adquisición de carne, fruta y verdura, con lo cual se apoyaba, por un lado, a nuestros agricultores y ganaderos con una compra de carácter permanente y por el otro, gracias a su sensibilidad con los precios, se podía comprar más cantidad. Esta acción sigue activa hoy en día.

Todo este movimiento exigía una logística con la que no contábamos. Esta es la quinta acción. Surgió entonces el inestimable y eficaz apoyo de Acción Social de CaixaBank con fondos de la Fundación ‘la Caixa’. Durante cuatro meses financió el transporte a domicilio a más de 40 familias y otras tantas personas de movilidad reducida. Financió el transporte con vehículos frigoríficos de todos aquellos alimentos que no

La solidaridad le da un revolcón a la pandemia

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podían perder la cadena de frío. Por último, colmó nuestras aspiraciones con un importante donativo, que se destinó a la adquisición de productos desinfectantes.

La sexta acción consistió en la adquisición de productos de higiene personal y pañales, pues advertimos su necesidad durante el reparto de alimentos. De nuevo nuestros benefactores mostraban ese espíritu solidario que la sociedad demandaba.

La séptima acción: la seguridad. El movimiento Rotario atento a las necesidades creadas por la pandemia nos proveía de gel hidroalcohólico, mascarillas, pantallas etc. en cantidades suficientes para que voluntarios y beneficiarios estuvieran bien protegidos.

Por último, el Banco de Alimentos siempre presto para cubrir la mayor parte de los alimentos no perecederos, fue en los meses más críticos y sigue siéndolo en la actualidad nuestro principal proveedor.

En el aspecto humano, la reacción ciudadana fue asimismo ejemplar. Desde el día 20 de marzo hasta final de abril se incorporaron 70 nuevos voluntarios. Su actitud ante las 500 familias que acudían semanalmente a retirar alimentos era la imagen perfecta de la solidaridad. Amables, comprensivos, pacientes, prácticos y eficaces, son merecedores de reconocimiento. Sin embargo, rehúyen el protagonismo con la humildad, discreción y austeridad que caracteriza la FMS. Y ahora es el turno de la juventud. Hay que destacar el papel de los jóvenes en estos tiempos de incertidumbre, crisis sanitaria, de valores, económica y social. Han irrumpido con vigor, entusiasmo y creatividad. Su capacidad de respuesta durante el confinamiento ha sido ejemplar y ejemplarizante, mostrando pasión por la solidaridad. Ellas y ellos-los jóvenes- son más necesarios que nunca. Sería recomendable hacerse eco de estos “otros” jóvenes. De su revolución solidaria, su sincera implicación y capacidad de compromiso. De ellos se habla poco y se dedica mucho espacio en los medios a la “otra” juventud, la del botellón y de las fiestas ilegales.

Al enemigo común -el virus- que ha provocado la globalización de la pandemia, le hacemos frente con la vacuna y medidas económicas y sociales, pero además debería combatírsele con la globalización de la solidaridad. Este es el adversario de la Covid-19 que presenta mayores garantías y recursos. El voluntariado de las ONGs, fundaciones e instituciones se mueve por vocación y actúa con valentía, compromiso y pasión sin dar tregua pues, como dice un compañero de la FMS, la valentía disminuye cuando no la usamos, el compromiso languidece si no lo practicamos y la pasión se disipa cuando no la expresamos.

De esta crisis saldremos reforzados, aprendiendo de las experiencias, evitando que flaquee la memoria, dando más oportunidades a los jóvenes, actuando sobre las causas de la desigualdad y apoyando una economía al servicio de las personas. La pandemia y sus consecuencias nos llevarán a una cierta austeridad y a la defensa de los bienes de la tierra. Estas son lecciones que nos ofrecen los efectos de la pandemia. De estas lecciones se aprende y del aprendizaje nace el conocimiento y de éste nace la acción. Acción y conocimiento deben ponerse al servicio de la sociedad. El hambre y la pobreza no admiten demora y convocan a la responsabilidad de todos.

Tengo el deseo y la certeza de que haciendo de la solidaridad un hábito cotidiano, entre todos conseguiremos, darle ese revolcón a la pandemia.

Voluntario de la Fundació d’Ajuda integral a les persones Monti-Sión Solidària,

Palma de Mallorca

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Aunque existe en nuestro país una increíble red

solidaria, recuerda que tú también puedes ayudar a quienes más lo necesitan