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UNIVERSIDAD CATÓLICA DE SANTIAGO DE GUAYAQUIL
FACULTAD DE ARQUITECTURA Y DISEÑO CARRERA DE ARQUITECTURA
ASIGNATURA: “ESTÉTICA Y FILOSOFÍA DEL ARTE”
PROFESORA: DRA. AIXA ELJURI FEBRES
PROMETEO DOCENTE UCSG
GUIA Nº 06-1
Renacimiento y Humanismo
Entre 1350 y 1550 la sociedad europea occidental conoció y vivió una
auténtica revolución espiritual, una crisis de perfiles muy nítidos en todos
los órdenes de la vida; una profunda transformación del conjunto de los
valores económicos, políticos, sociales, filosóficos, religiosos y estéticos que
habían constituido la vieja civilización medieval, aquella que había sido
definida, con un cierto desprecio, como la edad de las tinieblas. La imagen
que historiográficamente poseemos de aquel período que denominamos
Renacimiento es, por consiguiente, la de una época cuyo común
denominador fue la transformación, la renovación y la creación de nuevos
códigos de conducta. Son precisamente éstos los términos más utilizados
por Burckhardt para caracterizarla: el Renacimiento es una época de
ruptura con el oscurantismo medieval, un período de renovación del arte y
de las letras, de recuperación y de acercamiento a los clásicos, de
restauración de la Antigüedad, de un uso novedoso de la razón en todos
los campos del saber. Asimismo, el período se caracteriza por la aparición
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de un fuerte proceso de secularización de la vida política y por la presencia
de una escuela de pensamiento nueva, el Humanismo. El término
Renacimiento adquirió su sentido actual hacia 1860 cuando J. Burckhardt
publicó "La civilización del Renacimiento en Italia". Es cierto que otros
historiadores habían empleado la palabra más o menos en idéntico
sentido, pero sólo gracias a Burckhardt el vocablo pasó a definir un
período concreto, con sus propias y peculiares características y acabó
convirtiéndose en un concepto histórico. Con todo, el término implica una
noción comparativa. Por consiguiente, para conocer su contenido
originario será necesario acudir a las obras de aquellos que crearon el
término para denominar su propia época. De ese modo, el punto de
partida en la búsqueda del concepto reside en los trabajos de los primeros
humanistas. Villani, en su "Crónica Florentina" de la primera mitad del
siglo XIV, presenta la novedad de entender el fin del Imperio Romano, no
como el comienzo del fin sino como el prólogo de una nueva era. Fue
Petrarca, sin embargo, quien ofreció la primera distinción neta entre
Historia Antigua, anterior al Cristianismo, y Moderna, hasta sus días,
caracterizando a esta última por la barbarie y oscuridad. Petrarca no
acepta que el Imperio Romano pueda perpetuarse, ya que era el producto
de la proyección de la "virtus" romana. Pero esta "virtus", aunque
degenerada, ha permanecido en el pueblo italiano y existe así la
posibilidad de un renacer. Las obras de Leonardo Bruni, Flavio Biondo y
Maquiavelo siguen el mismo esquema. Igualmente encontramos el vocablo
renacer en los escritos de Vasari. En su "Vida de grandes pintores,
escultores y arquitectos" (1550), habla ya de progresos del Renacimiento
de las artes desde el siglo XIII, cuando los artistas toscanos comenzaron a
imitar obras de la Antigüedad clásica grecorromana. Por los mismos años,
el humanista Giovio indicaba que, en tiempos de Boccaccio, las letras
podían considerarse renacidas. Todos los autores citados utilizan el
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término renacer, pero ¿qué entendían realmente por renacimiento,
renovación o resurrección? "Renovatio", en concreto, era un término en
uso con sentido claramente religioso y cristiano. La Biblia habla en
muchas ocasiones del hombre nuevo, renacido. Cristo, Juan el Evangelista
y san Pablo emplearon estas expresiones, como ya lo había hecho Isaías.
No es de extrañar, por tanto, que los teólogos medievales hiciesen
constantemente uso de los mismos conceptos, de tal manera que su
empleo por los humanistas, que se hallaban dentro de la tradición
cristiana, no constituyera ninguna novedad. No obstante, es importante
destacar que los humanistas y los artistas de los siglos XIV al XVI, cuando
empleaban esa terminología, fueron conscientes de poseer por vez primera
un moderno sentido de la periodicidad histórica, esto es, tomaron
conciencia de que entre la Antigüedad clásica y su propio tiempo hubo una
larga etapa de decadencia de la literatura y el arte. En su tiempo, sin
embargo, las letras y las artes habían recuperado el brillo de la
Antigüedad, es decir, se había producido un fenómeno de restauración, de
refloración, de vuelta a la luz. Tenían la certeza de que, pese a imitar a los
antiguos, eran los primeros en descubrir que se hallaban ante algo nuevo.
En definitiva, estaban viviendo un Renacimiento. Posteriormente, en el
siglo XVII, los escritores que admiraron o se ocuparon del estudio de los
doscientos años precedentes, llegaron a pensar que se trataba de un
período intermedio entre la Edad Media y lo moderno. Era una forma más
de aludir a la recuperación cultural que había representado aquella época.
Pierre Bayle en su "Diccionario histórico crítico" (1695) asociará la labor de
los humanistas italianos con el renacimiento de las letras. Historiadores de
aquel tiempo darán precisión al concepto de Edad Media al que harán
corresponder cronológicamente con el período que se encuentra entre el
Imperio de Constantino y la caída de Constantinopla en 1453. Es un
concepto cuyo contenido es peyorativo: época oscura, tenebrosa y bárbara.
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De esa manera ya se podían contrastar con precisión una Edad Antigua
brillante, una Edad Media oscura en la que las letras habían sido
relegadas al silencio y una época nueva en la que renacían. Por el
contrario, los escritores románticos del siglo XIX, defensores de un
medievalismo idealista, prestaron escasa atención al Renacimiento,
considerándolo además como una época pagana y materialista, aunque
para algunos historiadores como Michelet no pasara inadvertido el
carácter extravagante y original de aquel período de la cultura y de la
historia de Italia, a la que él mismo concedió el nombre de Renacimiento
en el volumen VII de su "Historia de Francia", antes que Jacobo
Burckhardt, en la segunda mitad del siglo XIX, acuñara definitivamente el
término y elaborara la primera gran síntesis acerca del Renacimiento. La
obra de J. Burckhardt, "La Cultura del Renacimiento en Italia" (1860),
viene a sostener que el Renacimiento fue una tumultuosa revuelta en la
cultura de los siglos XIV y XV, provocada por el genio del espíritu nacional
italiano. El Renacimiento se distinguía, según Burckhardt, por presentar
las siguientes manifestaciones: por el nacimiento del Estado como una
obra de arte, como una creación calculada y consciente que busca su
propio interés; por el descubrimiento del arte, de la literatura, de la
filosofía de la Antigüedad; por el descubrimiento del mundo y del hombre,
por el hallazgo del individualismo, por la estética de la naturaleza; por el
pleno desarrollo de la personalidad, de la libertad individual y de la
autonomía moral basada en un alto concepto de la dignidad humana. La
historiografía posterior, profundizando en lo dicho por Burckhardt, no hizo
más que completar el concepto. Aceptadas sus tesis, las discusiones en
torno a esa época se dirigieron hacia la fijación de sus límites cronológicos
y del contenido mismo del período. El historiador alemán había mantenido
las fronteras iniciales del Renacimiento en los siglos XIV y XV. Por el
contrario, otros historiadores creyeron encontrar elementos reveladores de
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un renacimiento en el movimiento de san Francisco de Asís y en el arte
emanado de su culto. Igualmente aparecieron teorías sobre otros
renacimientos, como el de Carlomagno y el de Otón I. Por otra parte, los
historiadores no italianos subrayaron las aportaciones de sus propios
países a la formación del Renacimiento, atenuando de esa manera el
carácter exclusivamente italiano que se le pudiera atribuir tras las tesis de
Burckhardt. Justo en el marco particular de Italia, ciertos historiadores
como Sapori habían estimado que el verdadero Renacimiento había
comenzado hacia mediados del siglo XII, cuando en las ciudades italianas
se colocan las bases del primer capitalismo, tan ligado al espíritu de lucro
y al individualismo que caracterizan la moral renacentista. Pese a la
disparidad de las interpretaciones, podría aceptarse, finalmente, la
sugerida por R. Mousnier que sitúa los límites temporales del
Renacimiento entre los inicios del siglo XIV y la segunda mitad del siglo
XVI. Ahora bien, ¿qué fue el Renacimiento con respecto al tiempo que le
precedió, a la Edad Media?, ¿una revolución o una mera quiebra? Edad
Media y Renacimiento no pueden ser considerados como tiempos
contrarios y estancos, pues sólo se oponen, tal como señala Mousnier, en
tanto que constituyen equilibrios del mismo género resultantes de la
composición de fuerzas complejas. Así pues, ciertos elementos son
comunes a ambos períodos y el paso de un equilibrio a otro se hizo de
forma continua. La Edad Media preparó su aparición, consistiendo el
Renacimiento en una prodigiosa expansión de la vida en todas sus formas.
Esta inmensa transformación se produjo inicialmente en Italia desde el
siglo XIV y en Europa a partir de la primera mitad del siglo XV, y conoce
su apogeo durante el siglo XVI. A finales de esta centuria dejará paso a la
aparición de valores culturales nuevos.
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http://www.artehistoria.com/frames.htm?http://www.artehistoria.com/hi
storia/contextos/1848.htm
RENACIMIENTO ITALIANO
FECHAS: 1.380 - 1.560
La península italiana nunca se había visto implicada íntimamente con la
corriente internacional del Gótico. Sus manifestaciones góticas tienen un
carácter muy particular, siempre más ligado a su propia tradición
románica y clásica que a las evoluciones estilísticas de Francia, el gran eje
rector del estilo gótico. Durante el Trecento la inquietud diferenciadora
había ido planteando las bases de una renovación del arte que conmocionó
sus cimientos hasta llegar a preguntarse por la esencia misma de este arte
y de sus artífices, en especial por el papel de los pintores como agentes
intelectuales que deseaban ser incluidos en la élite de la cultura y la alta
sociedad. La ruptura, pues, no llega de la nada, sino que hunde sus raíces
en la elaboración teórica de personajes como Francisco de Asís, los frescos
de Giotto y las esculturas de los Pisano. Los grandes pilares de la ruptura,
o de la renovación si se quiere, son varios. El eje más llamativo es el
Humanismo como nuevo enfoque de la visión teocrática de la sociedad y el
cosmos hacia el papel central del hombre y sus actos. La anatomía del
hombre fue objeto de cuidadoso estudio por parte de científicos, que
dibujan uno a uno sus descubrimientos. La maestría necesaria para estos
dibujos confundió con frecuencia el papel del científico con el del pintor,
que adquiere por eso una relevancia inusitada hasta ese momento. Un
pintor, además, debía de tener hondos conocimientos de mitología, historia
y teología para estar capacitado en la representación decorosa de las
historias que había de narrar. Este volver a centrarse en lo humano no
significa en absoluto un abandono de lo divino; bien al contrario, lo divino
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es revisado desde la perspectiva humana para dotarlo de una mayor
significación: Dios trata de hacerse inteligible a la razón humana, en vez
de limitarlo a la emoción de la fe. El mecanismo de la recuperación de la
Razón tuvo sus apoyos en la reintroducción de la sabiduría clásica: los
textos de la Antigüedad que se conservaban se traducen. La caída de
Constantinopla en manos sarracenas provocó un éxodo masivo de artistas
e intelectuales bizantinos, que se instalan en Italia y llevan con ellos
nuevos manuscritos clásicos, conservados por los árabes, la sabiduría
helenística, los conocimientos de cábala y astrología oriental, etc. Del
helenismo proviene la enorme influencia de las Escuelas neoplatónicas,
filtradas por el Cristianismo, que proponen una adaptación del demiurgo y
el orden cosmológico platónico y aristotélico, equiparándolo a la figura de
Dios y Jesucristo. El peso de la tradición clásica indujo a denominar la
pintura de este estilo como pintura alla antiqua, puesto que la
modernidad, entendida como avance y desarrollo de los presupuestos
góticos, se centra en la pintura flamenca, la pintura alla moderna. El
patrocinio de la Iglesia sobre las artes sigue siendo mayoritario pero
abandona el monopolio; así, las florecientes repúblicas mercantiles se
llenan de familias de comerciantes que establecen auténticas dinastías,
como los Médicis, que apoyan su poder en la Banca internacional, el
control de las rutas marítimas y el prestigio que les otorga ser mecenas de
artistas y científicos. Gracias a esta entrada en escena de un nuevo
mecenazgo se produjo un aumento de los géneros, que hasta ese momento
se habían limitado a la pintura religiosa. Se inicia con fuerza el esplendor
del retrato, puesto que los mismos que pagan el arte desean contemplarse
en él. Se introducen mitologías, frecuentemente con trasfondos religiosos,
incluso mistéricos, de difícil interpretación excepto para círculos
restringidos: es el caso de la sofisticada obra de Botticelli el Triunfo de la
Primavera. El Renacimiento es además uno de los primeros movimientos
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en tener consciencia de época, es decir, sus integrantes se autodenominan
como hombres del Renacimiento, como inauguradores de una nueva Edad,
la Edad Moderna, por oposición a la que identifican ya como Edad Media,
nexo de transición entre el esplendor de la Antigüedad clásica y el nuevo
esplendor de su propia época. Es en este período cuando los artistas
empiezan a firmar sus obras, sus datos biográficos son recogidos por los
especialistas en arte, sus teorías pictóricas componen tratados de gran
elaboración intelectual... el mito del genio moderno inicia su proceso en
estos años, con destellos como Rafael o Leonardo. El Renacimiento se
organiza tradicionalmente en dos hemisferios, el Quattrocento o siglo XV y
el Cinquecento o siglo XVI. La delimitación no es exacta, de manera que
los rasgos de uno pueden estar presentes en otro y viceversa. Sin embargo,
sí es posible agrupar por semejanza de intenciones a los autores de uno y
otro siglo. Aparte de su propio esplendor, Italia fecundó los Renacimientos
de otros países, como fueron España o Francia.
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http://www.artehistoria.com/frames.htm?http://www.artehistoria.com/g
enios/pintores/1369.htm
EL QUATTROCENTO
La división entre Quattrocento y Cinquecento puede resultar a veces
arbitraria, puesto que es imposible marcar una fecha concreta para el
arranque de lo que hoy llamamos Renacimiento. Muchos de los artistas
renacentistas participan de ambos períodos, que remiten respectivamente
a dos siglos diferentes, el siglo XV y el XVI. Las ideas y los pintores están
presentes en ambos siglos, aunque sí puede hablarse de dos generaciones
diferentes de artistas, así como de dos núcleos predominantes cada uno en
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un período. El núcleo de poder destacado durante el Quattrocento es sin
duda alguna la Florencia de los Médicis, así como en el Cinquecento
habremos de mencionar la Roma papal. Como ya se ha dicho, los
precedentes pictóricos del Trecento son los que determinaron el avance
cualitativo del Quattrocento. Los frescos de Giotto y los paneles de
Cimabue anunciaban la transformación. La renovación artística arranca
de la mano de la arquitectura; ya corrían por los círculos intelectuales
voces que clamaban por una revalorización de la actividad artística. La
arquitectura italiana siempre había gozado de una mayor adaptación a la
concepción humana, lejos de la espiritualidad teológica de las catedrales
europeas. Ese sentido de humanismo y de ruptura con lo establecido la
resumió como nadie Brunelleschi en una obra que se considera una
auténtica proclamación de intenciones: la cúpula de Santa María de las
Flores. De una amplitud nunca vista y con una pureza de líneas de
singular belleza, Brunelleschi empleó las últimas novedades de la técnica
para diseñarla, al tiempo que se apartaba del proceso físico de la
construcción. Es decir, planteaba la postura del creador frente a la del
constructor. Además, colocó su obra en el lugar de mayor impacto social:
el centro de la rica república florentina, el cruce de caminos de todas las
rutas comerciales y las operaciones económicas del mundo cristiano. De
esta forma, todo el mundo pudo contemplar la novedad. Las repercusiones
fueron inmediatas y la escultura recibió también un nuevo impulso hacia
un ejercicio de la Razón sobre la imagen. Se abandonaron la planitud y el
hieratismo del gótico en pro de un ansia de belleza y perfección; también
tuvo la escultura su manifiesto público en las Puertas del Paraíso
realizadas por Ghiberti. Por su parte, la pintura disfrutó de los logros en
ambos terrenos. La sistematización de los medios constructivos requirió
un gran esfuerzo científico: las matemáticas, la física y la geometría fueron
las principales armas para unas edificaciones nuevas. La pintura adopta
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sus postulados y a través de ellos consigue lo que será uno de sus rasgos
definitorios: la perspectiva lineal. Consiste en abstraer la mirada y la
posición del objeto representado, que ha de verse centrado desde una
altura media, a partir de un punto único que supone una mirada ideal
desde un sólo ojo. Es un puro ejercicio mental que pretende imbuir la
imagen plástica de tres dimensiones, en lugar de las dos del románico y el
gótico. Con ello se pretendía conseguir una pintura cercana a la realidad,
como una ventana abierta al mundo. La revolución fue inmediata:
Masaccio, joven pintor de moda, realiza un manifiesto pictórico en su
Trinidad, un fresco que finge romper los muros donde se pinta para abrir
ante el fiel una supuesta capilla en la que se manifiesta el misterio de las
tres personas divinas, a tamaño natural, ante los ojos asombrados del
espectador. El escándalo que causó esta imagen sólo puede compararse al
que provocaron los primeros cuadros de los cubistas, y de la vanguardia
en general, a principios del siglo XX. Los florentinos del siglo XV jamás se
habían visto forzados a "leer" una imagen con un sistema tan complejo y el
aprendizaje del nuevo lenguaje resultó una labor costosa. De este afán
científico nacen otras inquietudes aplicadas a la pintura: las leyes de la
óptica regularizaron la jerarquía de los objetos representados en la lejanía,
que han de ser más pequeños y menos nítidos. En este aspecto fue
fundamental la aplicación de la sección áurea. Para una correcta
representación de las historias y de los personajes se hizo necesario que el
pintor cultivara diversas ramas del saber: para los seres humanos se
estudió anatomía y fisiología. Los apuntes con que aquellos primeros
científicos modernos ilustraban sus descubrimientos son difícilmente
separables del terreno artístico. También hubieron de estudiar mitología,
lenguas clásicas y teología para representar decorosamente las escenas,
los vestidos, los ambientes... La consecución de la tercera dimensión se
reforzó mediante varios recursos: las figuras se colocan no sobre un fondo
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neutro, plano, sino en un paisaje o un interior. De esta manera, no sólo el
propio volumen de la figura establece la profundidad, sino también el
hecho de moverse en un espacio aéreo a su alrededor. Las gamas tonales y
el sombreado cromático ejercitados en el Trecento contribuyeron en igual
medida a introducir efectos de masa, volumen y peso de las figuras. Toda
esta ebullición de ideas se vio acompañada de una profunda elaboración
teórica: los propios artistas y los nobles que los patrocinaban escribieron
tratados y manuales en los cuales recogían las novedades para difundirlas
mejor. Igual que el mundo visual estaba siendo ordenado en la práctica se
ordenó en la teoría, lo cual lo relacionó aún más con la ciencia. En su
mayor parte la producción artística siguió dedicada a la temática religiosa,
con tres objetivos principales: aumentar la efectividad de la predicación,
conseguir la emoción del fiel y mantener la memoria del dogma a través de
las imágenes. Sin embargo se introducen con fuerza parcelas de la pintura
profana; por un lado emerge el retrato, en el cual se representan a los
mecenas de los pintores o a figuras representativas del saber, moderno o
antiguo. Por otro, la irrupción del neoplatonismo florentino abre la puerta
a representaciones paganas, que se readaptan al cristianismo. Se estudia
astrología, cábala y moral cristiana sin ningún conflicto. El impulso de
este conocimiento de raíz oriental estuvo provocado por la caída de
Constantinopla, que determina la huida de los intelectuales griegos y
bizantinos hacia territorio cristiano. Las figuras de este período son vitales
para la historia universal de la pintura: además de Masaccio, Paolo Ucello,
Piero della Francesca, Andrea del Castagno y otros forman el grupo más
radical entre la juventud. Sus obras no encontraron parangón en lo lejos
que llevaron el arte nuevo. En una postura más intermedia, que trata de
conjugar la modernidad con las preferencias de un público más cortesano,
se encuentran las figuras de Fra Angelico, como en su Anunciación, o en
las de Filippo Lippi. Las repercusiones del Quattrocento sobre el
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Renacimiento español y francés fueron matizadas en cualquier caso por
los substratos característicos de cada nación, que no hemos de olvidar
estuvieron en ambos casos muy relacionados con el gótico precedente y el
poderoso influjo de la pintura flamenca que se estaba desarrollando en
paralelo.
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EL CINQUECENTO
El Renacimiento iniciado durante el Quattrocento se desarrolló en un siglo
de madurez inigualable, el siglo XVI o Cinquecento. Dentro de este largo
período convivieron dos tendencias fundamentales: la clasicista y la
manierista. Al mismo tiempo, Venecia reaprovechó los logros
quattrocentistas y los mezcló con su particular tradición e influencias, con
lo cual constituía una Escuela, si no aparte del resto de Italia, sí
claramente diferenciada en su estilo. El siglo XVI fue además el siglo de la
renovación romana, culminante con la Contrarreforma. Durante el siglo
XVI nacieron las prédicas de Lutero, el humanismo de Erasmo de
Rotterdam y el principio de la disidencia en el seno del Catolicismo.
También se produjo el avance imparable de los turcos, la gran fuerza
islámica que no puede menos que ser tenida en cuenta al tratar de
explicar el arte, la ciencia y el estado del conocimiento en la época. El
Cinquecento italiano continuó en paralelo a la expansión de la pintura
flamenca. En Italia se atravesaba una época de crisis interna que provocó
una serie de luchas políticas y militares, lo cual contribuyó al
debilitamiento de unas repúblicas en favor de otras. Los hitos más
notables fueron la invasión del Milanesado por el reino francés y el saqueo
de Roma por parte del emperador Carlos V, un auténtico trauma para la
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cristiandad que veía cómo el paladín del cristianismo, el monarca español,
pasaba a fuego y espada la ciudad santa del Vaticano. El arte, a pesar de
la inestabilidad, alcanzó unas cotas geniales, especialmente en Roma y
durante el gobierno del Papa Julio II. Éste actuó como mecenas de los
grandes: los mejores arquitectos trabajaron para levantar San Pedro del
Vaticano y remodelar los Apartamentos Vaticanos. Miguel Ángel pintó para
él la Capilla Sixtina, trazó edificios y diseñó innumerables proyectos
escultóricos que no siempre pudo rematar (como el frustrado proyecto
funerario de la tumba de Julio II). Rafael también trabajó para el Papa,
siendo su obra más famosa pintada para éste, la decoración al fresco de
las Estancias de la Signatura en los Apartamentos Vaticanos. Fuera de
Roma, la gran figura fue Leonardo: hombre de ciencia, humanista,
inventor, diseñador de fortalezas y maquinarias de guerra... y excelente
pintor. Trabajó para diversas cortes y mecenas hasta establecerse en
Milán. Cuando las tropas francesas invadieron la ciudad, se trasladó a
Francia llamado por el rey, donde terminó sus días. Él es el autor del
estupendo retrato que muestra a una misteriosa dama sin identificar, con
un armiño en su regazo, la Dama del Armiño.
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enios/pintores/1369.htm
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PINTURA: LAS ESCUELAS
SIGLOS XIII-XIV. EL TRECENTO
ESCUELA FLORENTINA
El primer pintor de quien se tiene datos es Cimabue, del que se conservan
dos tablas con igual motivo: Una Virgen, en asiento de marfil, con el niño
en brazos y rodeada de ángeles. Hay evidentes vestigios bizantinos, tanto
en la simetría de la composición como la expresión asombrada de los
rostros, y el oro profuso del fondo. A Giotto di Bondone, se le debe el
estudio directo de la naturaleza. Sus figuras poseen emoción y
movimiento. Sus obras más importantes son los veintiocho frescos que se
encuentran en la Iglesia de San Francisco de Asís.
ESCUELA SIENESA
Duccio di Buonisegna, es el primer pintor sienes importante. Su obra
capital es la Madona para la catedral, en la que trata de introducir alguna
expresión y realismo, aunque siga muy apegado a la rigidez del arte
bizantino. Su discípulo mas celebre fue Simone Martini, quien sabe dar a
sus figuras gracia y soltura, como lo revela la encantadora Anunciación,
del museo de los Oficios.
SIGLO XV EL QUATTROCENTO
La pintura italiana toma en el siglo XV una importancia que hasta
entonces le había sido desconocida y la práctica inexistencia de restos de
pintura clásica no resultó óbice para que los pintores del Quattrocento
plasmaran en sus obras todo el sentido clásico que caracterizaba su época.
La búsqueda del naturalismo se muestra también en la pintura, que
pretende ser lo más realista posible, lo cual supone un profundo estudio
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de la óptica y sus leyes que lleva a establecer la perspectiva geométrica,
basada en el encuadre de los objetos representados en un haz de líneas
que convergen en un punto, constituyendo lo que se ha venido a llamar
"pirámide visual". Otras de las preocupaciones que trae la búsqueda de ese
naturalismo es la proporcionalidad, para la que se fijan en los modelos de
la escultura grecorromana. La búsqueda del equilibrio y la armonía,
entendido como el ideal de belleza, tal cual lo comprendían en la
Antigüedad, produce una mayor atención hacia el factor compositivo en
las representaciones, abundando las composiciones triangulares y siempre
perfectamente equilibradas. Del mismo modo, la revalorización
renacentista del Hombre, llevan al pintor a plasmar los personajes de una
manera individualizada y a tener en cuenta la psicología de los mismos.
En resumen, la pintura del Quattrocento rompe con la rigidez y
simbolismo del Medievo, buscando ahora el naturalismo idealizado y la
belleza plástica. En el campo técnico resulta de enorme importancia la
utilización del óleo, ya conocido pero poco aprovechado, con el que los
pintores quattrocentistas comienzan a trabajar y experimentar; con el óleo
se consigue una calidad nueva, un realismo nunca antes conseguido y una
minuciosidad hasta entonces desconocida. Las técnicas y soportes se
multiplican: fresco, temple, óleo; sobre muros o sobre soportes móviles
como tablas y lienzos. Fruto de la idolatría al clasicismo, surgen nuevos
géneros que acompañan ahora a los religiosos que habían monopolizado la
pintura gótica: la mitología clásica, el retrato, los desnudos, las batallas...
Gran deudora es la pintura del Quattrocento, y por extensión de todo el
Renacimiento, de Giotto de Bondone. En los frescos de este artista
trecentista ya se advierten intentos naturalistas que anuncian cambios
importantes. La pretensión de verismo, el individualismo de los personajes,
la utilización de fondos arquitectónicos o paisajísticos, el empleo que hace
de la luz, la volumetría de sus figuras son factores todos ellos que, aunque
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dentro de un contexto plenamente gótico, marcan la pauta de lo que sería
la nueva pintura del siglo XV. El arranque de toda la nueva pintura del
Renacimiento lo hallamos, sin embargo, en Masaccio, con sus talentosos
frescos para la Capilla Brancacci de la Iglesia de Santa Maria del Carmine
en Florencia. El estudio directo de la naturaleza, la fuerza de sus
pinceladas, el impresionismo de efectos, la ilusión de la luz, la expresión
humana de los gestos son algunos de los factores que muestran la
aparición del nuevo estilo y hacen de Masaccio un hito de la pintura.
Masaccio comienza la línea realista que seguirá la pintura italiana.
Rechaza los colores brillantes y emplea blancos y negros en busca de una
pintura más sólida, y es con este mismo afán de realismo que investiga las
leyes de la óptica, observa la degradación de los colores por la distancia y
nota la influencia que la calidad de la tela tiene en la estructura de los
pliegues. La escuela de Perusa aporta a la pintura quattrocentista una
elegante luminosidad cargada de colorido y calidez. Piero della Francesca
es su principal representante, interesado en la perspectiva, los problemas
del claroscuro y, sobre todo, los luminosos, pero no tanto por el efecto de
la luz sobre las cosas como por la naturaleza de las mismas. Sus retratos
son de una elegancia impecable y sus frescos se desvelan como obras
maestras de luminosidad. Uno de los autores que más trabajaron la
perspectiva, que tanto interesó a los renacentistas, es Mantegna,
preocupado por las cuestiones de representación visual del objeto y que
presenta frecuentemente en sus cuadros una dificultad perspectívica
resuelta con talentosa elegancia. Sus impecables escenarios
arquitectónicos, tomados del Mundo Clásico, ofrecen puntos de fuga muy
a ras del suelo, huidas de líneas hacia el centro del cuadro en prodigiosa
alusión de profundidad, y los escorzos de sus figuras son, de este modo,
violentos y de complicada resolución dibujística, como el extraordinario
Cristo Muerto. Grandes artistas quattrocentistas buscan inspiración en los
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temas mitológicos paganos que caracterizan el Renacimiento, e incluso los
mismos temas piadosos pasan a ser un pretexto para mostrar el fausto de
la alta burguesía florentina. Sus paisajes son, a menudo, las campiñas
toscanas; sus personajes, los de la brillante corte de los Medici; y sus
escenarios urbanos, los suntuosos palacios de la época. Sandro Botticelli
es uno de los artistas que pinta alegorías de refinada sensualidad en las
que refleja el gusto paganizante de sus mecenas, como las famosísimas La
Primavera y El nacimiento de Venus.
Botticelli, Piero della Francesca, Mantegna, Paolo Ucello, Gentile de
Fabriano, Filippo Lippi, Filippino Lippi, Pinturichio, Luca Signorelli,
Carpaccio... La lista de grandes pintores que ha dado el siglo XV italiano
parece interminable, al igual que la de sus excelsas obras. El nacimiento de
Venus, los frescos para la Capilla Brancacci de Santa Maria del Carmine, el
Cristo Muerto, la Alegoría de la Primavera y un sinfín de pinturas más de
este periodo son consideradas obras maestras del arte universal.
ESCUELA FLORENTINA
Los artistas Gentile da Fabriano, Paolo Ucello y Andrea del Castagno
aportaron nuevos conocimientos y técnicas, y se plantean problemas de
representación visual, como el de la perspectiva, que fue una preocupación
dominante entre los pintores de la época. Sin embargo, el arranque de toda
la pintura moderna es la obra de Masaccio: Tommaso di Giovanni Cassai,
alias Masaccio (San Giovanni Valdarno 1401 - Roma 1428) es quien
comienza el Renacimiento en la pintura. Heredero de la tradición de
Giotto, supo reaccionar, mediante la fuerza de la expresión y un sentido de
lo humano de gran penetración psicológica, contra los procedimientos
convencionales del estilo gótico, debilitado por la repetición. La decoración
al fresco de la Capilla Brancacci de la Iglesia de Santa Maria del Carmine
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en Florencia (1426-1428) es su obra maestra, consistente en escenas de
temática religiosa como la Expulsión del Paraíso o San Pedro repartiendo
limosnas, se aprecia en ellos el estudio directo de la naturaleza, la fuerza
de la pincelada, el impresionismo de efectos, la ilusión de luz, la expresión
humana de los gestos. Por primera vez en la pintura el aire envuelve a los
cuerpos y se siente una atmósfera real. Masaccio observa la degradación
de los colores por la distancia y se nota la influencia que la calidad de la
tela tiene en la estructura de los pliegues. Interesado en hacer una pintura
sólida, Masaccio rechaza los colores brillantes y emplea blancos y negros
para modelar los cuerpos. De Masaccio parte la línea realista que,
accidentalmente seguirá la pintura italiana al alejarse del idealismo. Estos
frescos han ejercido una influencia considerable hasta nuestros días y
prueban la amplitud y la autoridad de la visión de Masaccio, basadas en
una estricta repartición geométrica y desarrolladas mediante un sentido
del espacio que es un precedente de las conquistas modernas (aunque
durante mucho tiempo ha sido difícil diferenciar la parte por él pintada de
la de Masolino). Los frescos de la Capilla Brancacci, el Políptico de Carmine
de Pisa (1425) y el fresco de La Trinidad de Santa Maria Novella de
Florencia, junto con varias obras cuya atribución al artista es discutida, el
conjunto de la producción de Masaccio.
Los últimos grandes artistas del siglo se resienten en la sensualidad del
ambiente y buscan inspiración en los temas mitológicos paganos que
caracterizan el Renacimiento. Los mismos temas piadosos pasan a ser un
pretexto para mostrar el fausto de la alta burguesía florentina. Sus
paisajes son muy a menudo las campiñas toscanas, los de brillante corte
de los Medicis, sus escenarios urbanos, y palacios de la época.
Sandro Botticelli, también protegido de los Medicis, pinto alegorías de
refinada sensualidad en las que reflejaba el gusto paralizante de sus
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mecenas. Botticelli mantiene un estilo cortado, ceñido, que se basa
naturalmente en un dibujo firme, que aísla la figura con todo rigor. Los
cuerpos, deformados por una estilización que busca mas que nada el ritmo
plástico, tiene sin embargo, una gracia particular que encuentra su razón
de ser en le apariencia de ingravidez. Las figuras de Botticelli carecen de
peso y dan la impresión de moverse flotando sin tocar el suelo. Realizó
también unos frescos en la capilla Sixtina y una serie de ochenta dibujos
para ilustrar la divina comedia.
ESCUELA DE PERUSA
A la elegancia un poco dura de Florencia, aparece Piero della Francesa,
su principal representante. Piero della Francesca (Borgo San Sepolcro
1416 - 1492) fue un reconocido pintor, discípulo de Masaccio y de
Domenico Veneziano. Trabajó inicialmente en Florencia junto con
Veneziano y después viajó por distintas ciudades italianas realizando
obras como el políptico de la Misericordia (1445-1460), la Pinacoteca de
Borgo San Sepolcro o la decoración de la Capilla de las reliquias de la
Iglesia Malatesta en Rímini (1451) y la decoración del Coro de la Basílica
de San Francisco (1452-1460). Este fresco sobre La leyenda de la Vera
Cruz le sirvió a Piero como pretexto para experimentos espaciales en una
dimensión monumental, las cuales confieren a esta obra, de innegable
acento épico, una importancia capital para el futuro de la pintura.
Equilibrio, armonía, ciencias de la perspectiva y de la expresión concisa
concuerdan con una preocupación por la construcción plástica y con una
sensibilidad táctil en las que la nobleza y el rigor se unen a la poesía.
Además de su trabajo práctico como pintor, Piero della Francesca escribió
dos tratados sobre la perspectiva, De prospectiva pingendi y Lubellus de
quinque corporibus, de gran trascendencia para la pintura naturalista.
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Se intereso mucho por los problemas del claroscuro y la perspectiva; en
particular le apasionaron los luminosos, pero no tanto por el efecto de la
luz sobre las cosas, como por la naturaleza de las mismas. Sus ensayos en
este sentido llegan a dar la sensación de que sus figuras están modeladas
en material dotado de luz propia, intima, radiante. Los frescos como la
Leyenda de la Santa Cruz, en el ábside de la Iglesia de San Francisco, en
Arezzo, son una obra de arte en luminosidad.
Su discípulo Melozzo da Forli es celebre por sus ángeles músicos. Otro
gran pintor de la escuela es Pedro Vanuci, llamado el Perugino, artista que
en su tiempo gozo de larga fama. La dulzura de la luz general del cuadro,
el dibujo irreprochable de la figura y la poesía de sus paisajes de fondo,
justifican el nombre de Perugino. Sus obras más importantes son los
frescos de la Capilla Sitian y los de la sala de Cambio, en Perusa, su
patria.
ESCUELA VENECIANA
Ésta escuela que empezó tardíamente sobrevive a las de Florencia y Roma,
agotadas en el siglo XVI. En siglo XVII aun nos sorprende con un narrador
espléndido, como Tiepolo, gran colorista y con Guardi y Canaleto, que nos
retratan la vida pintoresca de la Venecia dieciochesca. El apogeo artístico
de Venecia corresponde al siglo XVI, pero ya en este destacan Gentil
Bellini y su hermano Gian Bellini, que combinan las ganas encendidas de
Tiziano con un difuminado a lo Leonardo. Un pintor siciliano establecido
en Venecia, Antonello de Mesina sobresale por el fuerte realismo de sus
retratos, mientras que Capaccio, autor de la Leyenda de Santa Ursula, se
distingue en la realización de vastas composiciones de género.
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ESCUELA DE PADUA
El nombre de Andrés Mantegna sirve por si solo para dar prestigio a esta
escuela. Andrea Mantegna (Isola di Carturo 1431 - Mantua 1506) es
introducido de muy joven en la cultura clásica y tiene como maestro a
Squarcione en Padua. Se hizo rápidamente famoso con la decoración de la
Capilla Ovetari de la Iglesia de los Eremitani en Padua (1448-1456),
destruida en 1944, y con el retablo La virgen con el Niño, rodeada de
santos. En 1459, Mantegna fue nombrado pintor oficial de la corte de los
Gonzaga en Mantua. Suavizando su estilo duro y vigoroso, realizó
numerosas decoraciones, sobre todo en la capilla del marqués de Gonzaga
en el palacio ducal, hoy desaparecido, y en la famosa Camera degli sposi
(1472-1474). De este periodo datan sus dos versiones de Cristo Muerto, El
tránsito de la Virgen y los nueve lienzos cuadrados de El Triunfo de César
destinados a servir de colgadura. Su prestigio en la corte creció todavía
más gracias a la protección de Isabel de Este y se vio confirmado por la
invitación del Papa, en 1489, a decorar la Capilla Sixtina del Vaticano.
Antes de morir se encontraba trabajando en Mantua junto con otros
pintores en el estudio de Isabel. Empezando, en pleno Quattrocento, con
obras todavía góticas, Mantegna inició, tanto en Florencia como en
Venecia, una nueva fase en la evolución artística, etapa dominada por la
admiración de la Antigüedad y la observación incansable de la Naturaleza,
el movimiento y la expresión. Interesado en las cuestiones de la
representación visual del objeto, Mantegna presenta con frecuencia en sus
cuadros una difícil perspectiva, que resuelve con elegancia. Sus
impecables escenarios arquitectónicos, tomados de la antigüedad, ofrecen
puntos de fuga muy a ras del suelo, huidas de línea hacia el centro del
cuadro en prodigiosa ilusión de profundidad. Los escorzos de sus figuras
son, por el mismo motivo, violentos y de complicada resolución dibujistica,
como en el extraordinario Cristo Muerto.
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SIGLO XVI
ESCUELA MILANESA
Cuenta con un solo nombre, Leonardo da Vinci, no fue solo pintor, dejo
escritos importantes sobre ingeniería, química, y otras ciencias; escultor,
músico, escritor. La suavidad de las formas, la delicadeza del color, el
esmero en el detalle, el exquisito difuminado, el famoso esfumado
leonardesco, la conjunción de sensualidad, la expresión lejana de sus ojos
de gruesos párpados, y la de las manos, elegantes y finas, son notas
inconfundibles de su estilo.
Los problemas técnicos preocuparon a Leonardo toda su vida. Por eso sus
obras son escasas, y algunas a punto de perderse por el deterioro de los
materiales de empleo. Pocas pinturas habrán suscitado más comentarios
que la celebre Gioconda, de su corta producción se puede citar Santa Ana,
La Virgen de las Rocas y La Ultima Cena pintada para el refectorio del
convento de Santa María de las Gracias en Milán.
ESCUELA ROMANA
Los más importantes artistas son: Rafael Sanzio y Miguel Ángel.
Rafael, aunque vivió poco, dejo una obra vastísima que significa la síntesis
de las mejores cualidades de los pintores precedentes, unificadas y
reavivadas por un autentico genio de la plástica renacentista. De Masaccio
aprende Rafael a dar equilibrio a las figuras, de Leonardo la pureza del
dibujo y los secretos del difuminado; de Fra Bartolomé la firmeza de la
composición. Pero la gracia, la riqueza narrativa, los traía él, para dar
realidad a las ideas del Renacimiento.
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Como retratista, ocupa un lugar eminente: Retratos de Julio II, de la
Fornaria, Baltasar de Castiglione, etc., dotados de una aguda penetración
psicológica. Pero a las obras son sus Madonas, de un naturalismo
idealizado: Madona del Jilguero, Madona de la Silla, Madona de la Paz, La
Bella Jardinera, etc...
La obra pictórica de Miguel Ángel responde también a esa tendencia a lo
grandioso, a lo dramático y exasperado que hemos visto en sus esculturas.
Miguel Ángel traslada al campo de la pintura los medios expresivos de la
estatuaria. La máxima ilusión de relieve, el gesto patético, caracterizan el
estilo pictórico de Miguel Ángel.
Su obra maestra, el techo de la Capilla Sixtina, es una majestuosa
interpretación del Génesis, en el que se agitan más de trescientas figuras
de tamaño mucho mayor que el natural. Años más tarde, en la pared
frontal de la misma Capilla, pinto el Juicio Final.
EL CINQUECENTO
El siglo XVI, señala el apogeo de la pintura renacentista italiana y
constituye una de las épocas más brillantes del arte universal. No podía
ser de otra manera con la coincidencia en el tiempo y en el espacio de
maestros de la talla de Leonardo da Vinci, Miguel Ángel, Rafael y Corregio.
Así como Florencia ejerció la hegemonía artística en la centuria anterior,
ahora es Roma la que irradia al mundo entero el poderoso influjo de estos
artistas. Los pintores posteriores se limitarán a seguir las normas trazadas
por los grandes maestros.
Solamente Venecia mantuvo un estilo original, basado en el intenso
cromatismo y en una pincelada ancha decidida que buscaba llegar a una
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especie de vibración luminosa de colores. Hasta cierto punto esta ciudad
permaneció al margen de la creación artística de los grandes maestros
romanos.
Los principales artistas de la época fueron: Sandro Botticelli, Florencia
(1445-1510); Leonardo da Vinci, Anchiano (1452-1519); Miguel Ángel
Buonarroti, Caprese (1475-1564); Rafael Sanzio, Urbino (1483-1520).
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