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“El Poder dicta, por la palabra del sujeto mismo, lo que hay que hacer” Las autoras critican la noción de “resiliencia” –de creciente uso en salud mental y educación–: sostienen que “retoma el viejo concepto de ‘desviación’” y afirman que “la resiliencia tiene mucho que ver con la obediencia”. Por Ana Berezin y Gilou Garcia Reinoso* El término “resiliencia” viene de la física y también se usa en ingeniería y arquitectura. Se refiere a la cualidad de ciertos materiales de no alterarse, a su capacidad de recomponerse sin que los impactos dejen rastros ni marcas. En analogía con esta terminología de la física, se importa el término al campo de la educación y al de la salud mental, y también incursionan en él algunos psicoanalistas. Es necesario además diferenciar la importación del término, como herramienta, de su implantación como aplicación de la ideología dominante. El ideal de la resiliencia parece ser la funcionalidad, la eficacia de los sujetos y sobre todo del sistema. Así, lo que parece simple –y obvia– descripción de situaciones de hecho implica peligros: bajo un nombre nuevo se retoma el viejo concepto de “desviación”: en el campo de la salud, con el modelo médico; en el de la educación, con el modelo pedagógico; ambos remitiendo al concepto de normalidad y adaptación, con sus consecuencias de orden teórico, ético y político. Michel Foucault, en El discurso del Poder, propone reflexionar críticamente de tal manera que “los actos, gestos, discursos que hasta entonces parecían evidentes devengan problemáticos, peligrosos, difíciles”. Analiza el poder de “jurisdicción” y el poder de “veridicción”, y los modos en que estos poderes son transmitidos: “El Poder dicta, por la palabra de los sujetos mismos, lo que hay que hacer y lo que no hay que hacer; lo que hay que saber y lo que no hay que saber”.

Resiliencia - Ana Berezin y Gilou Garcia Reinoso

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resiliencia

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Page 1: Resiliencia - Ana Berezin y Gilou Garcia Reinoso

“El Poder dicta, por la palabra del sujeto mismo, lo que hay que hacer”

Las autoras critican la noción de “resiliencia” –de creciente uso en salud

mental y educación–: sostienen que “retoma el viejo concepto de

‘desviación’” y afirman que “la resiliencia tiene mucho que ver con la

obediencia”.

Por Ana Berezin y Gilou Garcia Reinoso*

El término “resiliencia” viene de la física y también se usa en ingeniería y

arquitectura. Se refiere a la cualidad de ciertos materiales de no alterarse, a su

capacidad de recomponerse sin que los impactos dejen rastros ni marcas. En

analogía con esta terminología de la física, se importa el término al campo de

la educación y al de la salud mental, y también incursionan en él algunos

psicoanalistas.

Es necesario además diferenciar la importación del término, como

herramienta, de su implantación como aplicación de la ideología dominante.

El ideal de la resiliencia parece ser la funcionalidad, la eficacia de los sujetos y

sobre todo del sistema. Así, lo que parece simple –y obvia– descripción de

situaciones de hecho implica peligros: bajo un nombre nuevo se retoma el

viejo concepto de “desviación”: en el campo de la salud, con el modelo

médico; en el de la educación, con el modelo pedagógico; ambos remitiendo

al concepto de normalidad y adaptación, con sus consecuencias de orden

teórico, ético y político.

Michel Foucault, en El discurso del Poder, propone reflexionar críticamente

de tal manera que “los actos, gestos, discursos que hasta entonces parecían

evidentes devengan problemáticos, peligrosos, difíciles”. Analiza el poder de

“jurisdicción” y el poder de “veridicción”, y los modos en que estos poderes

son transmitidos: “El Poder dicta, por la palabra de los sujetos mismos, lo que

hay que hacer y lo que no hay que hacer; lo que hay que saber y lo que no hay

que saber”.

Page 2: Resiliencia - Ana Berezin y Gilou Garcia Reinoso

La resiliencia es efectivamente la capacidad que algunos sujetos tienen, más

que otros, de creer lo que el Poder dicta, y de acatar y transmitir sus mandatos.

La resiliencia tiene entonces mucho que ver con la obediencia, y en nuestro

país tiene una resonancia siniestra: ¿Resiliente u obediente? ¿La resiliencia es

“debida”?

El concepto y la práctica de la resiliencia vienen en línea directa del

conductismo partiendo de una observación banal, que describe lo obvio

observable: no todo el mundo reacciona de la misma manera ni registra

impactos de la misma magnitud ante acontecimientos de gran exigencia o

incluso ante los que tienen carácter de trauma. En la línea de la “ingeniería

humana”, merced a la resiliencia se aprende de la adversidad, el sujeto se

reconstruye después de un quiebre, catástrofe o violencia destructiva, haciendo

más fuertes a los que padecieron esas violencias.

Los “resilientes” serían capaces de soportar mejor –sin que les queden

marcas– el embate de condiciones adversas, en particular traumatismos

sufridos durante la infancia o bien contemporáneos a la vida adulta. Las

prácticas que se aplican para desarrollar la resiliencia son encaradas como

técnicas de aprendizaje, es decir prácticas correctivas de conductas, sin tomar

en cuenta los procesos sociales y psíquicos que bloquean potencialidades.

Como psicoanalistas, debemos advertir que, en tanto sujetos, estamos

constituidos por nuestras marcas, que nos imponen un trabajo psíquico de

simbolización, o eventualmente derivan en inhibiciones, síntomas y angustias.

¿Qué sujeto podría concebirse inmune a todo lo que le suceda? ¿Qué concepto

de sujeto implicaría esto?

Es inevitable evocar la concepción del “más fuerte”, idea rectora en el

neodarwinismo social propio de los regímenes totalitarios, sea el fascismo, el

nazismo o los portadores del “Bien contra el Mal”: sean inquisidores o

neoliberales, sean los “civilizadores” contra los calificados como inferiores o

como terroristas a excluir o eliminar.

Dicen que lo dijo Nietzsche, en todo caso es un dicho popular: “Lo que no

mata fortalece”. Analicemos esa frase: existe algo que puede matar, el crimen

aún no se concretó. Pero lo que sí se concretó es el crimen cotidiano, el crimen

sociopolítico de exclusión, por selección de “los más aptos”.

Corremos el riesgo de que la salud mental, con la colaboración de

psicoanalistas desprevenidos, se haga cómplice de las nuevas formas de

coerción (¿amenaza?) a la subjetividad; de que ayude a soportar “sin daños”

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exigencias desmesuradas, por ejemplo en el trabajo, en el marco de la

precariedad laboral.

Con la “resiliencia”, práctica para la sobrevivencia, se inventa un concepto

valorativo y se propone una práctica tendiente a reforzarla, en vez de trabajar

para que algo de verdad humano pueda emerger y transformar las condiciones

de vida, y no simplemente para poder soportarlas. Como metodología de

intervención en el campo de la salud mental se sostiene, aunque desmentida, la

consolidación de modos adaptativos al exceso de exigencia y de sufrimiento.

Una de nosotras ha sido testigo de cómo supuestos agentes de salud

revictimizan a los refugiados que huyen del conflicto armado en Colombia.

Por ejemplo, una agente de salud se acerca a una mujer que ha sufrido

violaciones reiteradas y cuyo marido está desaparecido: “Pare de llorar -le

dice–, deje de quejarse. Usted debe aprender de la experiencia que vivió: sea

fuerte, agradezca que está viva”. La mujer, desesperada, se va corriendo.

Luego, interpelada desde una supervisión, la “agente de salud” contestará:

“¿Pero tú no conoces el concepto de resiliencia? Nosotros trabajamos con él”.

Y no crean que esa persona entendió mal el concepto: lo entendió muy bien; lo

que no hizo es simular. Incorporó la enseñanza de una pedagogía de la

opresión.

Resiliencia: re-silencio. Acallemos el dolor humano, enmudezcamos a los

niños de la guerra: “Miren qué dibujo maravilloso ha hecho; es terrible, sí,

pero cómo aprendió a dibujar...”

Declarar que se aprende después de padecer es una denegación de la

dimensión destructiva que el Poder impone a la subjetividad; la expropiación

de la experiencia del dolor y la desmentida del padecer deshumanizante

amenazan la subjetividad. Esta, apoyada en las pulsiones de Eros, lucha por

sobrevivir, en la cama de un hospital, en el delirio luego del derrumbe

psíquico como intento de restablecer alguna relación con el otro, en o después

de alguna trinchera o de la mesa de tortura.

Los sobrevivientes luchan por volver a ser vivientes, es así desde que la

memoria humana puede abarcarlo, pues, como dice Walter Benjamin, “todo

documento de cultura es también un documento de barbarie”. ¿No haría falta

analizar una por una cada situación histórica? El concepto de resiliencia,

naturalizado como cualidad intrínseca a sujetos singulares, es esencialista, no

hace necesario analizar sus condiciones: sólo resultarán valoradas las prácticas

tendientes a desarrollarla, en sintonía con la demanda que se le hace al sujeto;

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en obediencia. Si, en cambio, no naturalizamos la crueldad de las condiciones

de vida ni la capacidad de resistirla, podremos analizar cada situación en su

singularidad.

* Psicoanalistas. Texto extractado del trabajo “Resiliencia o la selección de los

más aptos”.

PAGINA 12

Psicología del Jueves, 12 de Mayo de 2005|Hoy

EN DEFENSA DEL CONCEPTO DE “RESILIENCIA”

“Recursos comunitarios para sobrevivir”

Por Daniel Rodriguez *

El articulo publicado el 5 de mayo pasado en esta sección, a propósito del concepto de resiliencia, formula atendibles advertencias respecto de los posibles riesgos de su implementación si no prestamos atención a la base conceptual en que se sustenta. Los riesgos implícitos de una aplicación intencional o acrítica de esta resiliencia, que algunos autores latinoamericanos llamaron de “primera generación”, son expuestos claramente en el articulo de Berezin y García Reinoso, no sólo en un plano conceptual, sino a través de ejemplos clínicos concretos. Destacan las autoras el riesgo de reinstalar, a partir de los modelos de resiliencia por ellas considerados, el concepto médico de “desviación” fortaleciendo actuales corrientes neodarwinistas que, en consonancia con los ideales del modelo neoliberal, promueven la sobrevida de los más aptos como mecanismo de realización personal. Desde su aparición en el campo de la salud hemos asistido durante estos años a una significativa extensión de la temática de la resiliencia a distintos campos disciplinarios, y a un notable crecimiento en el número de publicaciones que se ocupan del tema. La resiliencia, por lo menos desde las propuestas de resiliencia comunitaria que en Latinoamérica y en nuestro país ha desarrollado Elbio Suárez Ojeda (p. ej. en “Una concepción latinoamericana: la resiliencia comunitaria”, en Resiliencia. Descubriendo las propias fortalezas, Paidós, 2001), se ha despegado de su origen biomédico individual para pasar decididamente a insertarse en el territorio de las ciencias sociales y a participar por consiguiente de sus problemáticas e instrumentos conceptuales. En el aporte latinoamericano al concepto de resiliencia, se pasa de los atributos de los individuos, resaltados por los trabajos estadounidenses o europeos, al análisis de las condiciones colectivas de grupos humanos o sociedades para enfrentar las adversidades y buscar en conjunto el logro de su bienestar, partiendo de la base de que las claves explicativas del sufrimiento no residen en las características individuales, sino en las condiciones sociales, en las relaciones grupales y en los aspectos culturales y valores de cada sociedad. El interés de los primeros trabajos que llegaron al país, centrados en las habilidades y destrezas personales, se fue desplazando hacia el estudio y análisis de los mecanismos sociales de producción de subjetividad y sus posibles efectos.

Page 5: Resiliencia - Ana Berezin y Gilou Garcia Reinoso

A esta resiliencia de “segunda generación” le interesa no sólo “la” pobreza como sustrato permanente de desigualdad social, sino también “las pobrezas”, a las que aluden, entre otros y en nuestro país, los trabajos de María Teresa Sirvent (p. ej. “El talón de Aquiles del pensamiento único”, en revista Voces, Nº 10, 2001), que muestran cómo en el mundo actual, bajo el peso de un pensamiento globalizado con pretensiones de único, que, a lo Leibniz, presenta las actuales condiciones de vida como “el mejor de los mundos posibles”, aparecen otras pobrezas dignas de ser tenidas en cuenta: la pobreza política o de participación social, que fomenta el individualismo y el escepticismo político, o la pobreza de comprensión, que alude a aquellos factores sociales que dificultan un manejo reflexivo de la información que nos invade y encolumna pasivamente. Desde la perspectiva de la resiliencia comunitaria, algunos factores incluidos dentro del territorio de la resiliencia individual, como el sentido del humor o la creatividad, pueden ser analizados desde una nueva perspectiva que los separa de los criticados modelos individualistas, para reubicarlos, junto al pensamiento crítico, como elementos imprescindibles dentro de una subjetividad comprometida. Es posible que el concepto de resiliencia, al igual que el de “comunidad”, adolezca de cierta imprecisión que lo vuelva irritante, o nos dé la sensación de ser sólo una nueva forma de llamar a antiguas preocupaciones del ser humano, pero lo que no puede negarse, en tanto nuevo significante, es su progresiva incorporación al lenguaje cotidiano, que probablemente da cuenta de una necesidad social de encontrar nuevas respuestas para enfrentar nuestras actuales condiciones de vida. El concepto de resiliencia, que alguien calificó como un concepto “en tránsito”, aloja diferentes acepciones, algunas de las cuales pueden resultar francamente contradictorias, y si el modelo de resiliencia individual, tomado como base de la crítica formulada, lo convierte en un aquiescente elemento que convalida con su silencio lo que actualmente calificamos como pensamiento único, los desarrollos predominantemente latinoamericanos acerca de la resiliencia comunitaria se inscriben en la línea de un pensamiento crítico en la que, desde diferentes miradas, se analizan posibilidades y recursos de la comunidad para sobrevivir y desarrollarse en condiciones desfavorables de vida en un mundo cada vez más complejo, hostil e inequitativo. * Director del Departamento de Salud Comunitaria de la Universidad Nacional de Lanús, en la cual funciona el Centro Internacional de Investigación y Estudios sobre Resiliencia (CIER).

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