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Juan José Saer (1937-2005) LA OLVIDADA No se asusten: esta vez la historia termina bien. En lo que a mí respecta, fui testi únicamente a partir del clímax. Por una de esas casualidades unas horas más tarde tam presencié, en un bar a orillas del mar, dichoso, el desenlace. Yo había bajado del Talgo Montpellier-Valencia, a eso de las seis de una tarde calie verano, y estaba esperando en la vereda de la estación a unos amigos que tenían que buscar en auto para ir a un pueblito de la Costa Brava, cuando unas voces rugosas de catalanes que discutían en español me hizo volver la cabeza. La violencia desesperada de tono m la agitación del grupo que discutía, más parecida al pánico que a la amenaza, me indu acercarme con discreción para tratar de entender lo que pasaba. Tan concentrados esta debate, que ni siquiera se enteraron de mi presencia. (Mi objetivo en la desapercibido en tanto que individuo, puesto que soy editor de obras clásicas de filo otros han escrito, o traducido, o anotado, y que yo me limito, en el más riguroso ano sacar a luz en la ciudad de Lausana). Eran cuatro personas: un adolescente, una pareja de ancianos, y un señor de edad ind que parecía estar tratando de calmar los ánimos, y que debía ser sin duda un empleado estación. La mujer se limitaba a lloriquear y a retorcer entre sus dedos atormentados artrosis un pañuelito blanco con el que de tanto en tanto se secaba las lágrimas. Ens comprendí que los viejos eran los abuelos del adolescente. Es imposible imaginar un contraste mayor en el aspecto del abuelo y del nieto, que que discutían con aspereza. El viejo limpio, calvo y bronceado, llevaba una camisa im gris perla y de mangas cortas y unos pantalones de verano recién planchados, mostrand vez más esa sencillez en el vestir tan agradable que suelen practicar los adolescente, en cambio, tenía puesto encima o arrastraba consigo todo lo que a moda m destinada a estimular el consumo en esa etapa de su vida lo inducía a comprar, a caus de esos imperativos universales que no se sabe bien quién los dicta, y que reducen a miembros de la especie humana al papel de meros compradores ya desde cuando están en vientre de sus madres: no bien se han instalado en el óvulo que ya hay descubriéndoles una supuesta necesidad, tiene algo para venderles. A pesar del despoj del anciano y de la abundancia barroca de su nieto (gorra americana con la visera al plano inclinado sobre la nuca, remera blanca con leyendas en inglés bajo una camisa demasiado amplia, color kakí , pantalones que caían en acordeón sobre unas espesas zapatillas deportivas de suela de goma. Su walkman cuyo casco pendía alrededor del c numerosas pulseras y collares y su cinturón ancho con compartimentos diferentes para dinero, llaves, documentos, pasajes, cigarrillos, etcétera) y a pesar también del ant obstinado que los oponía en la discusión que iba haciéndose cada vez más exaltada y v un innegable parecido físico, no exento de comicidad, con las variantes propias de la cada uno, delataba su parentesco. En pocas palabras, el problema era el siguiente. El chico, que debía tener unos qui dieciséis años, y que venía desde Francia a pasar las vacaciones en lo de sus abuelo, olvidado de la hermanita dormida en el tren. Así como suena: se había olvidado en el nena de cinco años, la hermanita que, diez años después de su nacimiento, y de su reinado absoluto de hijo único, sus padres, por accidente o con premeditación, habían decidid mundo. La criatura gordinflona y rosada, de lindo pelo cobrizo a causa de sus antepas catalanes, atiborrada de masitas, gaseosas y chocolate, se había dormido hecha como s ovillo en el fondo de su asiento y el chico, al darse cuenta de que el tren llegaba a la cabeza perdida en un archipiélago imaginario de conciertos monstruo de salsa, y e proyectos de aprendizaje acelerado de planche á voile, poco habituado a vi compañía que la de sus padres o la de los profesores del secundario, los cuales tomab todas las decisiones, había cargado su mochila y, atravesando el pasillo a toda velo saltado a tierra encaminándose hacia la salida. Cuando el abuelo, después de saludarl preguntado por la hermana, el Talgo Montpellier-Valencia, que el chico se había dado 1

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Juan Jos Saer (1937-2005)

LA OLVIDADANo se asusten: esta vez la historia termina bien. En lo que a m respecta, fui testigo ocular nicamente a partir del clmax. Por una de esas casualidades unas horas ms tarde tambin presenci, en un bar a orillas del mar, dichoso, el desenlace. Yo haba bajado del Talgo Montpellier-Valencia, a eso de las seis de una tarde caliente de verano, y estaba esperando en la vereda de la estacin a unos amigos que tenan que pasarme a buscar en auto para ir a un pueblito de la Costa Brava, cuando unas voces rugosas de catalanes que discutan en espaol me hizo volver la cabeza. La violencia desesperada de tono me turb, y la agitacin del grupo que discuta, ms parecida al pnico que a la amenaza, me indujo a acercarme con discrecin para tratar de entender lo que pasaba. Tan concentrados estaban en el debate, que ni siquiera se enteraron de mi presencia. (Mi objetivo en la vida es pasar desapercibido en tanto que individuo, puesto que soy editor de obras clsicas de filosofa, que otros han escrito, o traducido, o anotado, y que yo me limito, en el ms riguroso anonimato, a sacar a luz en la ciudad de Lausana). Eran cuatro personas: un adolescente, una pareja de ancianos, y un seor de edad indefinida que pareca estar tratando de calmar los nimos, y que deba ser sin duda un empleado de la estacin. La mujer se limitaba a lloriquear y a retorcer entre sus dedos atormentados por la artrosis un pauelito blanco con el que de tanto en tanto se secaba las lgrimas. Enseguida comprend que los viejos eran los abuelos del adolescente. Es imposible imaginar un contraste mayor en el aspecto del abuelo y del nieto, que eran los que discutan con aspereza. El viejo limpio, calvo y bronceado, llevaba una camisa impecable, gris perla y de mangas cortas y unos pantalones de verano recin planchados, mostrando una vez ms esa sencillez en el vestir tan agradable que suelen practicar los espaoles. El adolescente, en cambio, tena puesto encima o arrastraba consigo todo lo que a moda mundial destinada a estimular el consumo en esa etapa de su vida lo induca a comprar, a causa de uno de esos imperativos universales que no se sabe bien quin los dicta, y que reducen a los miembros de la especie humana al papel de meros compradores ya desde cuando estn en el vientre de sus madres: no bien se han instalado en el vulo que ya hay alguien que, descubrindoles una supuesta necesidad, tiene algo para venderles. A pesar del despojamiento del anciano y de la abundancia barroca de su nieto (gorra americana con la visera al revs, en plano inclinado sobre la nuca, remera blanca con leyendas en ingls bajo una camisa abierta y demasiado amplia, color kak, pantalones que caan en acorden sobre unas espesas zapatillas deportivas de suela de goma. Su walkman cuyo casco penda alrededor del cuello. Sus numerosas pulseras y collares y su cinturn ancho con compartimentos diferentes para guardar dinero, llaves, documentos, pasajes, cigarrillos, etctera) y a pesar tambin del antagonismo obstinado que los opona en la discusin que iba hacindose cada vez ms exaltada y violenta, un innegable parecido fsico, no exento de comicidad, con las variantes propias de la edad de cada uno, delataba su parentesco. En pocas palabras, el problema era el siguiente. El chico, que deba tener unos quince o diecisis aos, y que vena desde Francia a pasar las vacaciones en lo de sus abuelo, se haba olvidado de la hermanita dormida en el tren. As como suena: se haba olvidado en el tren a una nena de cinco aos, la hermanita que, diez aos despus de su nacimiento, y de su reinado absoluto de hijo nico, sus padres, por accidente o con premeditacin, haban decidido traer al mundo. La criatura gordinflona y rosada, de lindo pelo cobrizo a causa de sus antepasados catalanes, atiborrada de masitas, gaseosas y chocolate, se haba dormido hecha como se dice un ovillo en el fondo de su asiento y el chico, al darse cuenta de que el tren llegaba a Figueras, con la cabeza perdida en un archipilago imaginario de conciertos monstruo de salsa, y en proyectos de aprendizaje acelerado de planche voile, poco habituado a viajar con otra compaa que la de sus padres o la de los profesores del secundario, los cuales tomaban por l todas las decisiones, haba cargado su mochila y, atravesando el pasillo a toda velocidad, haba saltado a tierra encaminndose hacia la salida. Cuando el abuelo, despus de saludarlo, le haba preguntado por la hermana, el Talgo Montpellier-Valencia, que el chico se haba dado vuelta

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para mirar un poco aterrado, ya haba salido de la estacin y, con la previsibilidad estpida de las cosas mecnicas inventadas por los hombres, rodaba despreocupado hacia el sur. Y en medio de la discusin recia y amarga que sigui, entr yo en escena. Si los abuelos daban la impresin de estar muy preocupados, el muchacho, en cambio, pareca ms bien apesadumbrado y perplejo, e incluso vagamente indignado. Cmo diablos pareca insinuar su actitud- poda haber cometido semejante dislate? La falta enorme era desproporcionada a su capacidad de culpa, y en su fuero interno una vocecita insistente que l trataba de no or, le susurraba que era a la nena a quien le incumba la responsabilidad de lo que haba sucedido, que no deba de haberse quedado dormida, oronda y displicente, acostumbrada como estaba a que todo el mundo revoloteara a su alrededor para ocuparse de ella. Una rabia intensa comenzaba a cegarlo: quedndose dormida en el tren, la nena demola sin delicadeza todos sus proyectos y sus ensoaciones. Dejando vagar la mirada del otro lado de la calle, ms all de la parada de taxis, por la sombra espesa de los pltanos adensndose en el crepsculo que pareca expandirse desde la plazoleta triangular, hubiese querido en ese momento que su hermanita fuese castigada como se lo mereca, para que aprendiese de una vez por todas las consecuencias que los otros deban sufrir a causa de su egosmo monstruoso. Pero a pesar de sus sentimientos contradictorios (Siempre soy yo, yo, el que paga los platos rotos), nicamente un observador imparcial y exterior, un editor suizo de obras filosficas por ejemplo, hubiese podido percibir algo ms que pnico y real preocupacin en su mirada. Como la discusin cada vez ms ardua y estril, se prolongaba intilmente, el empleado de los ferrocarriles, dispuesto a la accin, desabroch el telfono porttil que llevaba en la cintura y, elevndolo hasta la oreja derecha, sali corriendo hacia las oficinas de la estacin, justo en el mismo momento en que el coche de mis amigos estacionaba a mi lado, sacndome de mi ensimismamiento con su bocinazo discreto. Un relato una vida- no se compone solamente de elementos empricos, as que, vindolos esa noche, felices, en el bar de la costa, revolotear otra vez alrededor de la nena que devoraba un sandwich y una naranjada con la crueldad desdeosa de una diosa que acepta, imbuida de su propia importancia, sacrificios humanos, deduje de inmediato que al salir corriendo con el telfono contra la oreja, el empleado de la estacin haba llamado directamente al tren para advertir al guarda de lo que pasaba y sugerirle bajar a la nena en la estacin siguiente, adonde algn miembro de la familia fue a buscarla en auto. As que ah estaban: los abuelos, una pareja mucho ms joven (los tos sin duda), la nena y el muchachito, comiendo sndwiches y tapas de papas fritas y de calamares, tomando gaseosas o cervezas, aliviados por el reencuentro y por el desenlace provisoriamente feliz de la historia. La pequea emperatriz rubia y regordeta, con los ojos entornados, devoraba con aplicacin su interminable sndwich, empujndolo de tanto en tanto con un trago de naranjada, indiferente a la proteccin excesiva que los otros le prodigaban, bajo la mirada neutra y furtiva de su hermano mayor, como si de ella dependiese su supervivencia. Estaban todos inscriptos, ntidos y vivos, en mi campo visual y yo, distrayndome de la conversacin corts y un poco irnica que reinaba en mi propia mesa, los contemplaba fascinado, movindose como estaban en ese espacio ambiguo, al mismo tiempo inmediato y remoto, en el que lo familiar se transfigura y empieza a parecerse a lo desconocido.

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