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Resumen Un Dios para Hoy

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Resumen del articulo de Andres Torres Queiruga "Un Dios para Hoy."

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Resumen articulo. UN DIOS PARA HOY. ANDRES TORRES QUEIRUGA 1

UN DIOS PARA HOY

“Un Dios para hoy” intenta apuntar a las

necesidades de repensar nuestras imágenes de Dios. A cada tiempo le toca apostar en su intento de dar una respuesta mínimamente significativa a sus precisas preguntas.

El futuro presiona irresistiblemente a las puertas de la actualidad, pero su perfil concreto nadie puede todavía comprenderlo ni, menos, dibujarlo. La humanidad camina, hacia nuevas configuraciones culturales, sociales, económicas, políticas y novedosas de una realidad tan radical, que rompe todos los esquemas del presente. Además lo hace en el seno de la transformación no lineal y pacífica, sino en el torbellino de una situación trágicamente conflictiva, azotada hasta la sangre y la muerte de millones a lo que se ha llamado los nuevos Jinetes Apocalípticos: el paro estructural, el deterioro ecológico, la amenaza de la “bomba demográfica” y el conflicto latente entre Norte y Sur.

Para bien o para mal, de nada de esto están excluidas las religiones, ellas mismas en crisis internas, lo cual significa que ellas tampoco puedan quedar inmutadas.

Estas reflexiones tienen que renunciar de ante mano a todo asomo de descripción acabada, de diagnostico definitivo o de respuesta inmutable. Situándose de manera expresa y consiente entre lo nuevo y lo heredado de su tradición, trataran tan solo de clarificar algunos aspectos fundamentales.

El proceso de la exposición constara de los siguientes puntos:

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1) la nueva imagen de Dios se nos descubre desde la situación actual.

2) la nueva relación de cristianismo con las demás religiones y con el mundo.

3) desde ahí, indicar algo acerca de algunas tareas concretas.

LA NUEVA IMAGEN DE DIOS.

Dime como es tu Dios, y te diré como es tu visión del mundo. Dime como es tu visión del mundo, y te diré como es tu Dios. Dos proposiciones obvias y estrictamente correlativas, que , sin embargo, nos sitúa ante una tarea solo en muy pequeña parte realizada. La razón está en que nuestra raíz por las experiencias y los conceptos de u n mundo que ha dejado de ser el nuestro, puesto que nos separa de el uno de los cortes más profundos de la humanidad: la emergencia de un paradigma moderno.

De repetir la tradición a la responsabilidad intelectual.

1) Esa distancia entre nuestra actualidad y nuestro pasado es el precio que debemos pagar por algo que constituye una de las mayores riquezas del cristianismo: su antigüedad.

A nuestro tiempo se le está exigiendo nada menos que la remodelación total de los medios culturales en los que comprendemos, traducimos, encarnamos y tratamos de realizar la experiencia cristiana. En las encrucijadas decisivas se han ido imponiendo, de manera casi fatal, los movimientos de restauración: persecución o marginación de los humanistas, restauración barroca de la escolástica, condenación del modernismo, re-imposición de la Neo-escolástica.

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Sin duda, este es, el desafío fundamental que a nivel teórico se plantea hoy a la intelectualidad cristiana, y de manera especial a la católica.

2) El advenimiento de la ciencia y la emancipación de la razón filosófica han hecho patente para la conciencia, y consolidado de manera ya irreversible para la vida, el hecho de la autonomía de las realidades creadas. Mientras hablemos de fenómenos acaecidos en el mundo, se ha impuesto la evidencia de que la “hipótesis de Dios” es superflua como explicación; más todavía, que es ilegitima y obstinarse en ella acaba fatalmente dañando la credibilidad de la fe.

Solo teniéndolo en cuenta y repensando desde el nuestra concepción de Dios y de sus relaciones con el mundo, cabe hoy una fe coherente y responsable. Esto conviene sostenerlo con energía absoluta, pues hacer estas afirmaciones no significa “entregarse atado de pies manos al espíritu de la modernidad”.

Un paradigma no se cambia de la noche para la mañana.

El problema más sutil y por eso mismo la tarea más difícil aparece más bien por el costado de las posturas de compromiso, que o bien aceptan los principios pero no sacan las consecuencias o bien admiten unos elementos pero no se resisten a aceptar otros que, sin embargo, son solidarios. La intención puede ser buena, pero los daños acaban siendo muy graves. Hasta el punto que cabe hablar de un peligro sutil: el de una “impiedad de los piadosos” que en realidad está impidiendo a muchos el acceso a la fe. Por eso no es exagerado afirmar que aquí reside uno de los desafíos más serio para la teología actual.

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Tratare de mostrarlo en dos dimensiones fundamentales: la que atañe al problema del mal y la que remite a la realización integral de la realidad creada.

De la omnipotencia arbitraria a la compasión solidaria.

1) El problema del mal afecta desde siempre la humanidad. Auschwitz y el Gulag lo han subrayado con tal violencia, que ya no es posible esquivar su desafío. Un desafío universal y perenne, porque Auschwitz y Gulag son de alguna manera el mundo. ¿Es posible rezar después de Auschwitz? ¿Es posible creer en Dios ante el panorama que nos abruma con guerras y genocidios, con crímenes y terrorismo, con hambre y explotación, con dolor, enfermedad y muerte?

“Solo el Dios sufriente puede salvarnos”. Pero, mas allá de la simple proclamación, entre la pregunta y la respuesta queda todavía un amplio vacio, que clama por una mediación teológica. Porque esa afirmación solo es válida, si se sitúa con plena consecuencia dentro del nuevo paradigma de un Dios no intervencionista y exquisitamente respetuoso de la autonomía del mundo.

No sería ni humanamente digno ni intelectualmente posible creer en un Dios que, pudiendo, no impide que millones de niños mueran de hambre que la humanidad siga azotada por la guerra y el cáncer. Si el mal puede ser evitado, ninguna razón, por muy alta y misteriosa que se pretenda, puede valer contra la necesidad primaria e incondicional de hacerlo.

Los cristianos y las cristianas debemos tomar con seriedad mortal esta objeción que, antes incluso que a la verdad de nuestra fe, afecta a su mismo sentido.

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Cada vez que pedimos Dios que acabe el hambre en África o que cure la enfermedad de un familiar, estamos suponiendo que puede hacerlo y, en consecuencia, que, si no lo hace, es porque no quiere. Lo cual, en la actual situación cultural, está teniendo unas consecuencias terribles.

Porque, ¿Quién, si pudiese, no eliminaría el hambre, las pestes y los genocidios que asolan el mundo? ¿Seremos nosotros mejores que Dios?

2) Urge, sacar con todo rigor la consecuencia justa, que consiste en dar un vuelco radical a la comprensión. Un Dios que crea por amor, es evidente que quiere el bien y solo el bien para sus creaturas.

Pero, por fortuna, el mal no es un absoluto: podemos y debemos luchar contra él, sabiendo que Dios está a nuestro lado, limitándolo y superándolo en lo posible ya ahora dentro de los límites de la historia y asegurándonos el triunfo definitivo cuando esos límites sean rotos por la muerte.

Esta es la imagen de Dios que los cristianos y las cristianas actuales debemos grabar en nuestro corazón y transmitir a los demás. No un Dios de omnipotencia arbitraria y abstracta que, pudiendo librarnos del al no lo hace, o lo hace solo a veces o a favor de unos cuantos privilegiados.

Si logramos ver las cosas de este modo, el escándalo del mal puede convertirse en su contrario: en la maravilla misteriosa del Dios de Jesús que ante todo restablece la dignidad del pobre, del que llora, del qie sufre y del que es perseguido.

Dios ofrece el coraje y la esperanza: la persona humana sabe que puede estar en pie sobre la tierra, puede esperar con Job y con Jesús de Nazaret que en la carne traspasada por la cruz

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verá al Dios de la resurrección. Algunos creyentes pudieron pensar que después de Auschwitz era imposible rezar. Desde el Dios vivo y verdadero comprendemos lo contrario: solo rezando es posible esperar a pesar de Auschwitz, porque solo la fe en Dios es capaz de mantener viva la esperanza de las victimas dentro del terror brutal de la historia.

De la insistencia en la Salvación a la centralidad de la Creación.

1) La visión tradicional en las religiones tiende a ver a Dios como el “Señor” que nos crea para que le sirvamos. La realidad se divide en dos zonas: una sagrada, la que le corresponde a Dios, y la otra profana, la que nos corresponde a nosotros. A la sagrada pertenece todo lo “religioso”. En la profana se mueve nuestra vida ordinaria, “pro-fana” (exterior al templo), que, en el fondo, no interesaría a Dios o que incluso es mejor negar y “sacrificar”.

Igual que en el problema del mal, no cabe ignorar la existencia de un vacio entre la afirmación teórica y la realización práctica y vivencial. Sería poco realista desconocer que el dualismo entre lo sagrado y lo profano sigue dominando en buena medida los esquemas del imaginario cristiano, conformando muchos de sus hábitos intelectuales e influyendo los modelos de sus praxis. Urge, llenar este vacío, buscando una coherencia más plena. Algo que la situación actual a un tiempo pide y propicia.

Un Dios que Jesús hereda ya como Creador del cielo y de la tierra, porque enriquece con su vivencia filial, al proclamarle como creador en cuanto que “Abbá”, es decir, como padre/madre que solo por amor a nosotros nos trae a la existencia y que única y exclusivamente por amor actúa en

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nuestra historia. Un Dios que por ser Plenitud, no tiene carencias, sino que todo Él es don: que consiste en ser ágape y cuya acción es por tanto infinitamente transitiva, sin sombra de egoísmo, pura afirmación generosa del otro.

Hegel insistió con toda razón que en el cristianismo era preciso protestar, con más vigor todavía de lo que hicieran Platón y Aristóteles, de que los dioses “tienen envidia” de la felicidad humana.

El Dios de Jesús no crea para ser servido, sino, en todo caso y si queremos hablar así, para servirnos Él a nosotros.

2) La idea de creación desde el amor, que se hace única y exclusivamente por nosotros, elimina todo equivoco y rompe de raíz todo dualismo. Hablar de salvación tiende a inducir el pensamiento de que a Dios le interesa somos nosotros, todo en nosotros: cuerpo y espíritu, individuo y sociedad, cosmos e historia.

Dios no crea hombres y mujeres “religiosos”: crea simplemente hombres y mujeres humanos. Si la religión es pensar en Dios, el Abbá de Jesús no piensa en sí mismo ni busca ser servido. El piensa en nosotros y busca exclusivamente nuestro bien.

Nada más opuesto al cristianismo que la actitud negativa ante un avance en la maduración personal o un progreso científico, político o económico en la vida social. Cuando la fe logra comprenderse y realizarse, despierta una enorme sintonía en lo mejor de la sensibilidad moderna.

La nueva imagen del cristianismo

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Resulta coherente pensar que “fuera de la Iglesia no hay salvación”. Nada más opuesto a la universalidad radical y a la generosidad irrestricta del Abbá Creador, que cualquier tipo de elitismo egoísta o de particularismo provinciano. Un Dios que crea por amor, es evidente que vive volcado con generosidad irrestricta sobre todas y cada una de sus creaturas. Dios que nos crea para la felicidad en comunión con Él, llama a todos y desde siempre: no ha habido desde el comienzo del mundo un solo hombre o una sola mujer que no hayan nacido amparados, habitados y promovidos por su revelación y por su amor incondicional.

Iglesia y humanidad: “fuera del mundo no hay salvación”

Hablar de “iglesias” desde la nueva conciencia del universalismo religioso produce hoy cierta incomodidad. Es preciso hacerlo, puesto que no existe “la religión general”; la religión solo existe en las religiones. La incomodidad se acentúa, cuando se acentúa la nota de “catolicismo”, pues hoy esa denominación evoca una ruptura dolorosa.

Se impone por lo mismo, la recuperación del sentido originario de “católico”. Ser católico pero como una forma generosa y abierta de vivir con los hermanos y hermanas ortodoxos y evangelicos el cristianismo común, olvidados de divisiones “demasiado humanas” y unificados por la urgencia “verdaderamente divina” de abrir hacia la humanidad la experiencia del Dios de Jesús. En lugar de tanta discusión ecuménica buscando la unidad uniforme, unirnos ya vitalmente como una única iglesia articulada en el respeto de las diferencias (Karl Rahner).

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Desde la idea del Dios Creador en cuanto Abbá comprendemos bien que no tiene nada de un secularismo barato, sino mas bien todo lo contrario: evoca una visión del mundo que sin negar su consistencia propia, lo ve todo él desde Dios, rompiendo los limites de una falsa sacralización: “ni en este monte, ni en Jerusalén”, sino “en espíritu y verdad” (Jn 4, 21.23)

La verdadera divinidad de Jesús no está en su negación de lo humano sino, por el contrario, en su plenificación autentica: solo porque era Hijo de Dios pudo Jesús de Nazaret ser tan plenamente humano.

Las grandes tareas actuales

Si fuese preciso señalar un solo vector que marque sin lugar a dudas un avance inequívoco en el proceso de la humanización, ese podría ser el acceso creciente de los distintos grupos e individuos a la categoría del sujeto real y efectivo. El intento de superarlos constituye el lento y durísimo esfuerzo de la historia verdaderamente humana.

La humanidad lo ha intuido con cierta claridad a partir de ese periodo con perfiles un tanto vagos pero enormemente sugestivos que es el “tiempo eje” alrededor del S. VII a. C., cuando se forjan las grandes religiones y conceptos universales.

Oscar Javier Úbeda Úbeda