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Retrato de Agustín I, Emperador Constitucional de México — Primitivo Miranda

Retrato de Agustín I, Emperador Constitucional de México ......El cuadro presentado en nuestra portada, Agustín de Iturbide por Pri-mitivo Miranda, pintado en óleo sobre tela en

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Retrato de Agustín I, Emperador Constitucional de México— Primitivo Miranda

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«Retrato de Agustín I, Emperador Constitucional de México, de Primitivo Miranda»

El cuadro presentado en nuestra portada, Agustín de Iturbide por Pri-mitivo Miranda, pintado en óleo sobre tela en 1865, se encuentra en la Expo-sición temporal: Amanecer de una nación en el Castillo de Chapultepec, en la Sala 6, junto con un óleo sobre tela de Leona Vicario, de autor desconocido del siglo xix; otro óleo sobre tela de José María Morelos y Pavón, pintado por «El Mixtequito» en 1812; un facsímil de los Sentimientos de la Nación de José María Morelos y Pavón; un estatua en madera tallada y policromada de la Virgen de los Dolores, obra de Laureano Montañez quien la realizó en 1813 y finalmente un Estandarte de la Virgen de Guadalupe, en óleo y acuarela sobre tela de algodón.

Es oportuno recordar que la pintura mexicana del siglo xix, estuvo influi-da grandemente por el neoclasisismo que le dio un sentido moderno, a pesar de la influencia del academicismo de la Real Academia de la Tres Bellas Artes de San Carlos fundada por decreto de Carlos III.

Una vez consumada la Independencia nacional y a la caída del efímero Imperio Mejicano de Agustín de Iturbide, los pintores de la Academia dejaron de producir el registro visual de lo que ocurría en esos turbulentos años.

Prácticamente todas las escenas que glorifican la Independencia y el pri-mer imperio y plasman los hechos del momento, fueron realizaciones de arte-sanos, por lo que la mayor parte de cuadros fueron obra de pintores anónimos que no tenían ni por pienso, la calidad de los academicistas

Así es que vemos que los grandes acontecimientos, como la entrada del Ejército Trigarante a la capital, la jura de la Independencia, la proclamación de Iturbide como emperador y su coronación son obritas de un estilo que po-dríamos calificar de «naive» totalmente alejadas de la estética académica. Esos artesanos fueron los que dejaron evidencia de personajes y momentos históricos y sus obras, son apenas pálidos reflejos de la realidad aunque algu-nos logran mostrar gran fuerza expresiva como son los cuadros del generalí-simo Morelos y de Doña Ana Huarte de Iturbide, esposa de Don Agustín y los pocos del poco emperador que han sobrevivido a casi dos siglos de incuria y olvido, desde que la política lo excluyó del santoral patrio.

El cuadro que presentamos en nuestra portada fue pintado en 1865 por el pintor neoclásico y escultor, Primitivo Miranda, que fue alumno de la Aca-demia de San Carlos y en el año de 1844, fue becado por para perfeccionar su arte en Roma. El 23 de enero de 1850 aparece como firmante de un recibo por 150 pesos, producto de la venta de su cuadro La virgen con el niño.

Pharus Academiæ

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También es conocido por las litografías que diseñó para el famoso El Libro Rojo de Vicente Riva Palacio y Guerrero y Manuel Payno impreso en 1870 por Díaz de León y White.

Otras obras atribuidas a «el liberal» Primitivo Miranda, son las primeras las primeras dos estatuas del Paseo de la Reforma, la de Leandro Valle y la del escritor Ignacio Ramírez, «El Nigromante», develadas el 5 de febrero de 1899 en Reforma esquina con Bucareli en la capital del país. La crítica fue impla-cable con Miranda, a quien le decían «el sastre», porque no ponía arrugas en la ropa.

Otras obras de Miranda son: Tropas republicanas en una Venta del camino de Puebla de 1858, un cuadro alusivo a la batalla del 5 de mayo de 1862, de 1863, y una República Mexicana con símbolos masónicos.

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Directorio / Contenido

viRectorC.P. David Gómez Fuentes

Vicerector académicoDr. Alejandro Montano

Comité editorial

José Villaseñor

Alberto Bazaldúa

Enrico Martínez

Emilio Lamadrid

Francisco Gámez

Diseño

Ernesto Peña

Formación

Alejandra Sánchez Salas (ldg 80.)

Revisión y corrección de estilo

Martín Castillo

Pharus Academiæ, Revista de divulgación e in-vestigación del Instituto de Estudios Superiores de Tamaulipas. Número 9, año v. Este número se terminó de editar en diciembre de 2011, el tiraje total de esta edición es de 1 000 copias.Reserva de derechos: 04-2008-062316205000-102

Diciembre 2011Año v09

Prólogo

Agustín de Iturbide, mitos y verdades: ¿Autor o consumador de la independencia? ¿Héroe? ¿Traidor? ¿Víctima?Emilio lamadrid

El Texto Líquido Ernesto Peña Alonso

Quelación de Cadmio mediante esencia de clavo de olor «syzygium aromaticum» (Eugenol), y su aplicación en el tratamiento de residuos sólidos peligrosos con contenido de CadmioMarisol Martínez Hernández

La Religión desde el ConocimientoIvette Chang Bencomo

Gestión del ConocimientoFr ancisco Solís Solano

La Escatología de la PostmodernidadJosé Luis Villaseñor

La Valentía: de Platón en nuestros díasJuan Carlos Rendón Aguilar

Ensayo sobre el AmorErnesto Sosa Díaz

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Prólogo

Pharus Academiæ

Uno de los más notables fenómenos de los últimos años, ha sido la renovada controversia acerca del papel del Papa Pio XII en la Segunda Guerra Mundial, especialmente en su actitud ante el esfuerzo de Adolf Hitler que llevó al holo-causto, en el que murieron 6,000.000 de judíos. Eugenio Pacelli ha sido some-tido a la crítica pública llegando incluso hasta el vilipendio por su presunta falta por no haber hablado contra Hitler para prevenir el Holocausto, que in-cluso lleva a sus vilipendiadores a acusarlo de «simpatizante de los Nazis» o un nefando «antisemita».

La gran calumnia contra Pío XII está de moda y ha sido tantas veces repe-tida que es ya aceptada por muchos como una verdad irrefutable. Con estas mentiras, se quiere desprestigiar a Pío XII y de este modo desprestigiar el papado.

En 1999 el periodista John Cornwell creó un escándalo internacional con la publicación del «best seller» Hitler’s Pope, El Papa de Hitler.

Los últimos años han visto la publicación de ocho libros más relativos a la presunta «indolencia» de Pío XII durante el Holocausto. Ha habido también algunos defensores, pero sus detractores son los que han recibido mayor co-bertura mediática, mientras que los libros de estudiosos católicos como: el abogado norteamericano, Ronald J. Rychlack; el jesuita francés, Pierre Blet; la monja italo-norteamericana, Margherita Marchione y el filósofo norteame-ricano, Ralph McInerny, apenas si han recibido un par de líneas en la prensa internacional.

Por el contrario, los libros Hitler’s Pope, del periodista y escritor John Cor-nwell; Papal Sin del también periodista y escritor Garry Wills y Constantine’s Sword de James Carroll se convirtieron el grandes éxitos, generando enorme discusión y debate. El ataque de Susan Zucotti contra el papa Pacelli con su libro Under His Very Windows: The Vatican and the Holocaust in Italy recibió también gran atención de los medios.

No solo se ha renovado la controversia sobre Pio XII, sino que se ha ex-tendido a otros papas a quienes se califica como «antisemitas», ampliándose incluso el apelativo a toda la Iglesia.

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Es evidente que durante la segunda guerra mundial y el Holocausto, Pio XII tuvo que lidiar con un crecimiento repentino del mal en el mundo que lo obligó a tomar deci-siones críticas. Tuvo que determinar si una buena acción (como por ejemplo lanzarse a discursar en contra de las atrocidades) eliminaría la maldad o causaría peores pro-blemas.

Al principio de la Segunda Guerra Mundial, la prime-ra encíclica de Pio XII resultó ser tan claramente anti-nazi que la Real Fuerza Aérea Británica y la Fuerza Aérea Francesa dejaron caer 88.000 copias sobre Alemania. Esto jamás hubiera sucedido si el Papa hubiera sido un aliado secreto de Hitler.

La historiadora católica Margherita Marchione re-porta que durante una audiencia privada con el Cardenal Paolo Dezza en diciembre de 1942, Pio XII mencionó su frustración con algunos que lo presionaban para hablar de las atrocidades nazis. Aquellas personas no entendían que los nazis estaban esperando escuchar la más ligera reacción del Vaticano para golpear aún más fuerte.

La manera de operar de la Santa Sede siempre se ha caracterizado por su prudencia, por ejemplo durante la Revolución Bolchevique en Rusia. Los nazis eran un nuevo enemigo con tácticas similares a las de los bolche-viques. Por supuesto, el Papa no podía ni siquiera men-cionar el esfuerzo secreto que estaba haciendo por sacar tantos judíos como fuera posible de los territorios ocupa-dos por los nazis. Tuvo que llamarse a silencio para evitar que pasara algo peor.

Es preciso recordar la sangrienta represalia que ocu-rrió, cuando el 20 de julio de 1942 se leyó en todas las Iglesias de Holanda una carta pastoral de los Obispos de aquel país condenando enérgicamente el trato dado a los

judíos. Hitler nunca respondió a esa carta con palabras. Lo que hizo fue desatar una campaña brutal de depor-tación en Holanda en la que miles de católicos y judíos murieron, incluyendo la monja Edith Stein y Anna Frank. La Iglesia europea entendió el «mensaje» de Hitler.

Mientras tanto, dentro de Roma y por toda Europa, los conventos y monasterios abrían sus puertas para es-conder miles de judíos. En Roma, cientos de judíos eran alimentados diariamente por el Vaticano durante la ocu-pación alemana de Italia. El Vaticano rescató a muchos de ellos por medio del pago de rescates en oro. Como testimonio de esos actos bien documentados, tenemos el ejemplo del Gran Rabino de Roma, Eugenio Zolli (nacido como Israel Zoller.) El 5 de julio de 1944, el Rabí Zoller fue recibido por Pio XII. En notas tomadas por el Secretario de Estado Vaticano, Giovanni Battista Montini (quien lle-garía al papado como Paulo VI) se muestra que el rabino agradeció al Santo Padre por todo lo que hizo para salvar a la comunidad judía de Roma. Su agradecimiento fue transmitido por radio.

El 13 de febrero de 1945, el rabino Zolli fue bautizado por Monseñor Luigi Traglia, el Obispo Auxiliar de Roma, en la iglesia de Santa María degli Angeli. En agradeci-miento a Pio XII, Zolli tomó el nombre de Eugenio.

La historia del vilipendio de Pacelli se inició con una obra de teatro titulada El Vicario de un joven dramaturgo alemán, Rolf Hochhuth, estrenada en Berlín en febrero de 1963 que inició la controversia al presentar a Pio XII como un colaborador del Nazismo, y condenarlo de «cobardía moral» por el presunto «silencio culpable» ante uno de los más monstruosos crímenes de la historia humana, cuando su voz como líder moral y como cabeza de la Igle-sia Católica posiblemente habría evitado, o —al decir de

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algunos— dificultado los planes de los Nazis para lograr la «Solución Final» (Endlösung) al «Problema Judío» en Europa.

A pesar de que la obra El Vicario era una puesta en es-cena ficticia y altamente polémica, que ofrecía muy poca o ninguna evidencia histórica para su alegato contra Pío XII, fue aclamada por la crítica de muchos países, incluso México. De hecho, es inspirador de una nueva generación de periodistas e intelectuales revisionistas, que preten-den desacreditar los bien documentados esfuerzos de Pacelli para salvar judíos durante el Holocausto.

Esta denuncia contra Pio XII, recibió amplia publici-dad con el éxito comercial del libro de Cornwell, que lo acusa de ser el «el eclesiástico más peligroso de la his-toria moderna», sin el cual, «Hitler nunca hubiera po-dido… llevar a cabo el Holocausto». Aunque este es un juicio lleno de rencor, otros autores han concurrido con él, como es el caso de otros detractores recientes como Wills y Zucotti.

Más aún, en sus persistentes esfuerzos por vilipendiar a Pacelli y calumniar su memoria, sus detractores igno-ran el estudio del teólogo y diplomático israelí, Pinchas Lapide, judío ortodoxo, que en su amplio y profundo es-tudio que documenta claramente el papel principal del Papa Pío XII en el rescate y cobijo de judíos durante el Holocausto. En la preparación de este estudio, titulado Tres Papas y los Judíos y publicado en 1967, Lapidas habló con muchos sobrevivientes del Holocausto que debían sus vidas a la intervención de Pío XII y que les dio la base empírica de su gratitud. Lapidas concluye que Pío XII sal-vó a no menos de 700,000 y posiblemente hasta 860,000 judíos de una muerte cierta a manos de los Nazis.

En 2007, el ex general rumano Ion Mihai Pacepa reveló que El Vicario fue el fruto de un plan de desacreditación ordenado por Nikita Khrushchev y pergeñado por la kgb en 1960, y al igual que 60 años antes se publicaron Los protocolos de los sabios de Sion, El Vicario tuvo como ob-jetivo minar la autoridad moral del Vaticano y su influen-cia en Occidente.

La obra de Hochhuth encendió la controversia pública que continúa en nuestros días.

En 2002 la obra teatral fue llevada al cine por Costa Gavras, que la tituló Amén, tomándola de la expresión hebrea que significa «así sea».

Libros como A Question of Judgment (1963) del Dr. Joseph Lichten, en respuesta a El Vicario, defienden la

conducta de Pío xii durante la guerra. Lichten afirma que cualquier crítica a las acciones del Papa durante la Se-gunda Guerra Mundial es una «sorprendente paradoja» y que «nadie que conozca el historial de las acciones de Pío XII a favor de los judíos puede suscribir las acusacio-nes de Hochhuth». Hannah Arendt también comentó la obra (y la reacción pública ante ella) en su ensayo de 1964 The Deputy: Guilt by Silence? («El vicario: Culpable por su silencio?»)

Ante el ruido provocado por El Vicario, Pablo VI res-pondió abriendo los archivos secretos del Vaticano y pidiendo a cuatro jesuitas, entre ellos el padre Blet, que hicieran pública toda la documentación publicable.

En un artículo aparecido en la revista jesuita Civiltà Cattolica, de Pierre Blet, el único superviviente del equipo que recogió en doce volúmenes las Actas y Documentos de la Santa Sede relativos a la segunda guerra mundial. una imponente obra documental en la que se publican

Pharus Academiæ

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todos los documentos de la Santa Sede en ese candente período, a excepción de aquellos que afectan a cuestiones íntimas de personas en vida.

El padre Blet hace una interesante constatación. Has-ta antes de 1963 todos los protagonistas de aquel período, en especial, los exponentes de la comunidad judía, reco-nocieron la labor realizada por Pío XII en favor del pueblo judío. Declaraban que el «silencio» del Papa se debía a su conocimiento del nazismo (había sido nuncio en Alema-nia y recibía constantes informes de las nunciaturas de los países europeos): hablar contra las purgas de Hitler hubiera supuesto provocar la ira del Führer y condenar instantáneamente a muerte a todo aquel que tuviera san-gre hebrea. Blet cita en su artículo algunos testimonios representativos de la labor realizada por Eugenio Pacelli. «El mundo —declaró el presidente Eisenhower— ahora es más pobre después de la muerte del Papa Pío XII». Y Golda Meir, ministro de Asuntos Exteriores del Estado de Israel: «La vida de nuestro tiempo ha sido enriquecida por una voz que expresaba las grandes verdades morales por encima del tumulto de los conflictos cotidianos. No-sotros lloramos a un gran servidor de la paz».

Sin embargo, a partir de 1963 comenzó a elaborarse una «leyenda negra» alrededor de Pío XII. Las acusacio-nes consideran que «durante la guerra, por cálculo políti-co o pusilanimidad, el Papa se habría quedado impasible y silencioso ante los crímenes contra la humanidad, que hubieran podido detener una intervención suya».

El resto del artículo, constituye una defensa científica del trabajo de documentación que contienen las «Actas y Documentos de la Santa Sede relativos a la segunda gue-rra mundial». En ellas se recoge la extraordinaria labor

del Papa a favor del pueblo judío. Cuando las ss exigieron a las comunidades judías de Roma que les entregaran 50 kilos de oro, el gran rabino de Roma se dirigió al Papa para pedirle su colaboración con 15 kilos. «Pío XII dio inmediatamente orden a sus oficinas para que hicieran lo necesario para conseguir esa cantidad», asegura Blet.

Gestos como éste llenan los doce volúmenes de la obra. Y dado que la Santa Sede no se podía permitir el lujo de ocultar documentos que en muchas ocasiones ya se encontraban en el «Foreign Office» de Londres o en el «Département d’Etat» de París, la colección es histórica-mente completa. El jesuita asegura que cuando llegue el momento establecido de abrir totalmente los archivos del Vaticano de esa época, muchos quedarán decepcio-nados, pues toda la información importante de aquel pe-ríodo ya ha sido publicada.

El padre Blet concluye asegurando que las críticas contra Pío XII no son de carácter histórico o científico, sino que constituyen una auténtica «leyenda, construida con elementos disparatados y con gran trabajo de ima-ginación». Aunque no lo menciona explícitamente, se re-fiere a la obra teatro que en 1963 hizo estallar el «caso» Pío XII. Se trata de El Vicario, escrita por el alemán Rolf Hochhuth, en la que se acusó por primera vez al Papa de haber callado durante el Holocausto. La obra causó gran polémica en toda Europa. Hasta entonces nadie había lanzado acusaciones semejantes contra su pontificado que abarcó desde 1939 a 1958. Es más, la prensa había publicado siempre numerosos testimonios de hebreos a favor de Eugenio Pacelli. Entre ellos, se encuentra un sentido artículo de agradecimiento firmado por Albert Einstein y publicado por la revista Time.

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Para los líderes judíos de la generación anterior, el ma-lévolo retrato del Papa Pío XII y la campaña de vilipen-dio en su contra, hubiese sido motivo de profundo dolor. Desde el fin de la segunda guerra mundial hasta cinco años después de su muerte, el Papa Pío XII gozó una en-vidiable reputación lo mismo entre cristianos que entre judíos. Al final de la guerra, Pío XII fue aclamado como el «inspirado profeta de la victoria» y recibió aclamación casi universal por haber ayudado a los judíos europeos. Numerosos líderes judíos, incluyendo a Albert Einstein, los primeros ministros de Israel, Golda Meir y Moshe Sharett y el Gran Rabino en Jefe Isaac Herzog, expresa-ron su públicamente su gratitud a Pio XII, nombrándolo «justo gentil» que salvó miles de judíos durante el holo-causto.

Incluso un judío ha saltado a la palestra en defensa de Pío XI. El Rabino de Nueva York, David G. Dalin publicó en 2005 el libro «The Myth of Hitler’s Pope» afirmando que el Papa Pio XII ayudó a salvar las vidas de 860,000 judíos durante la segunda guerra mundial.

David Dalin, un reconocido escritor y conferencista judío, su libro Religión y Estado en la Experiencia Judía Estadounidense considerado como uno de los mejores trabajos académicos de 1997, propuso que el Papa Pío XII fuera proclamado «Justo entre las Naciones», el máximo reconocimiento que ofrece el Estado de Israel a las per-sonas que se han destacado por ayudar a judíos perse-guidos.

Dalin afirma: «En el Talmud está escrito: “quien salva una vida, salva el mundo entero”. Pues bien, más que nin-gún otro en el siglo xx, Pío XII ha respetado esta indica-ción. Ningún otro Papa ha sido tan magnánimo con los

judíos. La entera generación de los que han sobrevivido al Holocausto testimonia que Pío XII fue auténticamente y profundamente un “justo”».

El Rabino cita un gran número de hechos, documen-tos, declaraciones y libros. Por ejemplo, afirma que «Pío XII fue uno de los personajes más críticos del nazismo. De los 44 discursos que Pacelli pronunció en Alemania, entre 1917 y 1929, 40 denuncian los peligros de la ideolo-gía nazi emergente. En marzo de 1935, escribió una car-ta abierta al obispo de Colonia denominando a los nazis “falsos profetas con la soberbia de Lucifer”». El mismo año, denunció, en un discurso, en Lourdes, las ideologías «poseídas por la superstición de la raza y de la sangre».

Su primera encíclica Summi Pontificatus, de 1939, fue tan claramente antirracista que los aviones aliados lan-zaron millares de ejemplares sobre Alemania con el fin de instigar un sentimiento antinazi.

En respuesta a quienes se quejan porque Pío XII no habló más alto contra el nazismo, Dalin trae las palabras de Marcus Melchior, el rabino jefe de Dinamarca, que so-brevivió al Holocausto, quien dijo: «Si el Papa hubiera ha-blado, Hitler habría masacrado a muchos más de los seis millones de judíos y quizá a diez millones de católicos».

Robert M. W. Kempner, fiscal por Estados Unidos en el Juicio de Nuremberg, añadió: «Cualquier acción de pro-paganda, inspirada por la Iglesia católica, contra Hitler, habría sido un suicidio y habría llevado a la ejecución de muchos más judíos y cristianos.»

Sobre la obra de asistencia a los judíos, el rabino Dalin recuerda que «en los meses en los que Roma fue ocupada por los nazis, Pío XII instruyó al clero para que salvara a los judíos con todos los medios». El cardenal Pietro

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Boetto de Génova, por sí solo, salvó al menos a 800. El obispo de Asís a 300. Cuando al cardenal Pietro Palazzi-ni, le fue entregada la medalla de los Justos entre las Na-ciones por haber salvado a los judíos en el Seminario Ro-mano, este afirmó: «el mérito es enteramente de Pío XII que ordenó hacer todo lo que estuviera a nuestro alcance para salvar a los judíos de la persecución.»

La obra de asistencia del Papa Eugenio Pacelli fue tan notable que, en 1955, cuando Italia celebró el décimo ani-versario de la Liberación, la Unión de las Comunidades Israelitas de ese país proclamó el 17 de abril «Día de la gratitud» por la asistencia proporcionada por el Papa du-rante el periodo de la guerra.

Dalin concluye afirmando que «contrariamente a todo lo que ha escrito John Cornwell, según el cual Pío XII fue el Papa de Hitler, yo creo que el Papa Pacelli fue la persona que más apoyó a los judíos»

L’Envoy

Se puede no ser creyente de una religión dada. Incluso se puede no simpatizar con los primados de esa religión. Pero lo que no es admisible es el vilipendio por el simple hecho de no estar de acuerdo con tal religión o personaje.

Eugenio Pacelli, mejor conocido con su nombre papal de Pío XII era un personaje adusto, hierático que a quie-nes en aquellos años éramos niños nos producía temor, especialmente cuando en el cine lo veíamos sobre aquel resabio del Imperio romano, la «Silla Gestatoria». Su em-paque principesco, iba bien con aquel papado, hoy des-aparecido y llevado al grado de popularidad universal al

que lo han traído tres Juanes; Juan XXIII el primero, aquel papa «de transición», se le calificaba, que se convierte en el del «aggionamento» de la Iglesia. Con el efímero, pero no por ello menos amado, Juan Pablo I y finalmente por Juan Pablo II, el papa que llegó de oriente, el polaco Karol Wojtyła, que ubicaron al papado en un papel mucho más trascendente, como líderes católicos, verdaderamente universales.

Repetir como perico las diversas acusaciones endere-zadas contra Pacelli, sin la menor honestidad intelectual no sólo no deturpa su imagen, sino que provoca en mu-chos miembros de la nación que supuestamente Pío XII traicionó, saltar a la palestra en su defensa. Enorme ver-güenza para tantos y tantos intelectuales católicos que no solo no hacen nada por defender al líder de su supues-ta religión, sino que repiten los falsos que otros emiten.

Seguramente, imbuidos del espíritu Nazi, siguen la máxima de su santón Goebbels, Una mentira repetida adecuadamente mil veces (esperan que) se conviert(a) en una verdad.

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Pharus academiæ

Agustín de Iturbide1, mitos y verdades

¿Autor o consumador de la independencia? ¿Héroe? ¿Traidor? ¿Víctima?

«Bonaparte en Europa e Iturbide en América, son los dos hombres más prodigiosos, cada uno en su género, que

presenta la historia moderna.»

—Simón Bolívar 2

Agustín de Iturbide y Aramburu, militar realista, o sea, del ejér-cito del rey de España en 1821, emitió el Plan de Iguala.En un cuadernillo impreso en 1821 en la oficina de D. José María Betancourt, Calle de San José el Real Núm. 2, intitulado «Acta celebrada en Iguala. El pri-mero de marzo y Juramento que al día siguiente prestó el Sr. Iturbide con la oficialidad y tropa de su mando»3 se encuentra el siguiente texto (se ha mo-dernizado la ortografía, dejando la puntuación original):El autor del cuadernillo, que sólo firma como mm, escribe una introducción en la que asegura:

«Por el convencimiento de esta razón me he resuelto, amados conciuda-danos, a imprimir la acta celebrada en el pueblo de Iguala, el primero del próximo pasado marzo, y juramento que al día siguiente prestó el Sr. Itur-bide con la oficialidad y tropa que se halló presente, cuya copia por una casualidad llegó a mis manos y es a la letra como sigue:»

Y a continuación transcribe el documento:

«En el pueblo de Iguala a primero de marzo de mil ochocientos veinte y uno, se unieron en la casa habitación del Sr. Comandante general coronel D. Agustín de Iturbide los señores jefes de los cuerpos de la guarnición los comandantes particulares de los puntos militares de toda la demarcación y demás señores oficiales. Colocados en sus asientos con el mejor orden y arreglo, el Sr. comandante general tomando la voz indicó, que la inde-pendencia de la América, la veía como necesaria, así porque se persuadía ser ésta la opinión general, como porque se anunciaba un pronto rompi-miento, que sin duda nos anegaría en sangre, confusión y desastres acaso

Emilio Lamadrid SánchezPeriodista, editorialista y ensayista, ha publicado una novela histórica Santa Anna de Tampico, saga de una familia, investigador en el iest, Coordinador del Consejo de la Crónica Municipal para el Municipio de Tampico.

1 Este apellido suele hacerse esdrújulo indebidamente y, a sí se encuentra escrito en libros y periódicos. Es voz vascuence compuesta de iturri, fuerte, y bid. camino, como OIavide, camino de la herrería, y otros del mismo tenor. (Longinos Cadena).

2 Carta de Simón Bolívar a José De La Riva Agüero, Lima, 4 de septiembre de 1823.

3 La versión electrónica del «Acta celebrada en Iguala…» se puede ver, e incluso conservar, en http://digitalcollections.smu.edu/all/cul/, de la Southern Methodist University, Central University Libraries, DeGolyer Library, (consultada el día 9 de enero de 2011).

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más crueles que los últimos experimentados desde el año de ochocientos diez a la fecha, que un plan que arreglase la común opinión con contento de todos, era el único remedio: que había tomado todas las me-didas necesarias para ello, y no obstante que al mili-tar le es muy glorioso el vencer, era mucha más gloria a las tropas restauradoras de la libertad, conseguida sin que se derrame una sola gota de sangre.

Concluida esta indicación se leyó en voz alta clara y comprensible por el capitán de Tres villas D. José María de la Portilla el plan, oficio y lista nominal de los señores vocales para la junta preparatoria, remi-tida al Excmo. Sr. Conde del Venadito; volvió a tomar la voz el Sr. Comandante general y dijo, creía firme-mente de la bondad así del Sr. Conde del Venadito como de los sabios que se hallan a su lado y lo dirigen accederían a tan justa pretensión; pero de no, que era indispensable sostenerla a toda costa. El entusiasmo de los Señores oficiales interrumpió el silencio y entre vivas y aclamaciones prometieron sostenerlo hasta derramar la última gota de sangre.

El Sr. Iturbide impuso silencio con la moderación que le es característica y añadió que su edad provecta y despreocupación, le dictaban servir a las órdenes del que eligieran por general de los mismos jefes de mayor graduación, que pudiera haber y manifestaría en caso necesario, que puramente el amor a su Patria y conservar la religión que profesó desde el Bautismo le habían obligado a emprender una obra que creía su-perior a sus alcances, y no el aspirar a ascensos, man-dos ni otra especulación personal. Aquí se pararon los Señores oficiales y tomándose la palabra unos a otros le daban la enhorabuena, y le decían que persuadidos de su integridad y resolución, tenían jactancia sola-mente en servir a sus órdenes: que cuantas penalida-des habían sufrido en la carrera, y especialmente en este país sin recursos, se daban por contentos, por tener la gloria de ser los verdaderos conquistadores de la libertad de la América del septentrión; que se sirviese tomar la investidura de teniente general y re-cibir el tratamiento de Excelencia. Rehusó con pala-bras bastante enérgicas el tratamiento y nombre de general, no obstante ser la voluntad única y decidida de todos los señores oficiales, declarando que el ejér-cito se le denominase el de las tres garantías por de-fender religión, independencia y unión. Concluyó este solemne acto con las mayores aclamaciones a la reli-gión, al digno general D. Agustín de Iturbide y a cada uno de los Señores vocales de la junta preparatoria.»

A continuación da los pormenores del que marca como Día dos:

… se juntaron a las nueve de la mañana en la casa del primer jefe (único título que ha admitido) los Señores jefes y oficiales del ejército de las tres garantías; en la

sala se hallaba puesto en la mesa un Santo Cristo y el libro de los Santos Evangelios: colocados en pie los Señores oficiales, leyó el padre capellán del ejército D. Fernando Cárdenas el del día, el Sr. Jefe se acercó a la mesa y poniendo la mano izquierda sobre el Santo Evangelio y la derecha en el puño de su espada le fue tomado el juramento por dicho eclesiástico…

Siguiendo en el mismo tono, informa de los juramentos del «teniente coronel D. Rafael Ramiro del Regimiento de Tres villas, como jefe más antiguo» y así consecutiva-mente de todos los «Señores oficiales», para pasar todos «a la Iglesia Parroquial de este pueblo» (Iguala).Acabado el acto religioso, y de regreso a la casa del Sr. Jefe, frente a la cual desfiló la tropa y se sirvió «un de-cente refresco».

Después de relatar los incidentes de la fiesta, la mú-sica, y el juramento de las tropas, el Sr. MM dice, dirigién-dose a un «jefe que nos gobierna»:

Que es un principio de eterna verdad que el superior que no cuenta con la opinión pública es imposible pueda hacer feliz y acertado su gobierno. En esta in-teligencia V. E. más que ninguno debe coger el fruto de este papel. Si depone toda preocupación y exa-mina atentamente el común sentir, él será sin duda el termómetro por donde con facilidad vea el deseo general y hasta qué grado llega la adhesión al sistema que debe forzosamente hacernos felices, daré la ra-zón; unos suponen temerariamente que V. E. está de acuerdo con el Sr. Iturbide para plantear la indepen-dencia bajo el sistema antiguo y con las mismas leyes de la arbitrariedad: otros creen (y lo confirma un ofi-cio de Acapulco) que el Sr. Iturbide se ha valido para alucinar a la tropa y pueblos de que procede con órde-nes de V. E. más luego que vean las formalidades prac-ticadas en Iguala, se convencerán de que ni V. E. ha estado de acuerdo, ni el Sr Iturbide se ha valido de las viles armas del engaño, sino que los que han estado, y están hoy a su lado han entrado con pleno conoci-miento de sus miras y planes; con este desengaño se cimentará la opinión pública y V. E. se aprovechará de ella para arreglar sus disposiciones.

Hasta aquí el contenido de dicho cuadernillo.

El Plan de Iguala, origen de la Independencia, fue creado por Iturbide.

El Plan de Iguala es el origen, causa y motivo eficiente de la Independencia de México. Recurramos al historiador que más ha estudiado la época del Imperio mexicano, el inglés Timothy E. Anna, que en su libro The Mexican Empire of Iturbide, explica, a vuelo de pájaro, lo que para él es el plan.

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Pharus academiæ

«La fuerza fundamental del Plan de Iguala, el primero de los muchos que jalonarán la historia de México, fue que hizo posible el consenso. Fue el primero y nece-sarísimo paso —que había eludido a los insurgentes desde 1810— para la separación política de España. El Plan de Iguala trató la separación como un hecho consumado, cuando en realidad el plan no era más que una propuesta alrededor de la cual Iturbide, espe-raba que todo el país se uniera.Tiene un aire de autoridad que llevaría, por lo menos a Iturbide, a creer que era ley fundamental, acep-tada sin objeciones por todo el país, especialmente después de haber sido respaldado en los Tratados de Córdoba. Iturbide con fe ciega se adhirió a lo que él interpretaba como sus puntos básicos: la creación de una monarquía constitucional moderada, la protec-ción de la Iglesia y la protección de los españoles que se quedaran en un México independiente»4.

El plan enumera hasta 23 las garantías que englobaban los tres estamentos, pueblo, clero y ejército, para con-cluir con las siguientes palabras:

«Americanos:He aquí el establecimiento y la creación de un nuevo imperio. He aquí lo que ha jurado el Ejército de las Tres Garantías, cuya voz lleva el que tiene el honor de dirigírosla. He aquí el objeto para cuya cooperación os incita. No os pide otra cosa que la que vosotros mismos debéis pedir y apetecer; unión, fraternidad, orden, quietud interior, vigilancia y horror a cualquier movimiento turbulento. Estos guerreros no quieren otra cosa que la felicidad común. Uníos con su valor para llevar adelante una empresa que por todos as-pectos (si no es por la pequeña parte que en ella he tenido) debo llamar heroica. No teniendo enemigos que batir, confiemos en el Dios de los ejércitos, que lo es también de la paz, que cuantos componemos este cuerpo de fuerzas combinadas, de europeos y ameri-canos, de disidentes y realistas, seremos unos meros protectores, unos simples espectadores de la obra grandiosa que hoy he trazado, y retocarán y perfec-cionarán los padres de la patria.Asombrad a las naciones de la culta Europa, vean que la América Septentrional se emancipó sin derramar una sola gota de sangre. En el transporte de vuestro júbilo decid: ¡Viva la religión santa que profesamos! ¡Viva la América Septentrional independiente, de todas las naciones del globo! ¡Viva la unión que hizo nuestra felicidad!Agustín de Iturbide, Iguala».

La separación de España y la independencia se conside-raron como sinónimos, lo que explica por qué muy pocos autores han observado que el resultado de los Tratados de Córdoba no era independencia sino autonomía5.

Iturbide y la consumación de la Independencia

Hace décadas los niños, al estudiar la historia de la inde-pendencia, aprendieron que su culminación era el 27 de septiembre de 1821 y que quien la culminó fue Agustín de Iturbide y Aramburu. Era común que aquellos niños se preguntasen ¿Por qué no festejamos el 27 de septiem-bre nuestra independencia que fue cuando los esfuerzos de Hidalgo, Morelos y Guerrero y tantos otros fueron co-ronados, por fin, con éxito? ¿Por qué a Iturbide no se le menciona jamás en el grito de independencia que dan las autoridades el día 15 en la noche, no el 16 en la madru-gada, como debía ser y como se hizo por más de 60 años?Hoy en día se dice que Guerrero fue el consumador y no Iturbide, quien está muerto en la historia, a pesar de ser el verdadero libertador de México.

La respuesta es muy sencilla: el Plan de Iguala estaba constituido alrededor de la unión, de criollos y españo-les, que daría al pueblo mexicano la religión católica. Además, Iturbide fue elegido Emperador por aclama-ción, por buena parte del pueblo —primero de la capital del país y después de todas las provincias— debido a su gran carisma. Eso no agradó a muchos de los adversarios ideológicos de la monarquía que, muy poco tiempo an-tes, se desvivían por postrarse ante él.

Sería ocioso enumerarlos, pero nos enfocaremos en uno solo, un personaje interesante y poco conocido, don Vicente Rocafuerte6, ecuatoriano, que se afilió al par-tido enemigo del Imperio apenas coronado Iturbide. Las logias escocesas comisionaron a Rocafuerte para que fuese a los Estados Unidos a lograr que no se reconociese a Iturbide, cuya inminente caída el ecuatoriano auguró y preparó.

El festejo a las 11 de la noche del día 15, es un rema-nente del porfiriato, cuando algún cortesano lambiscón

4 anna, Timothy E.: The Mexican Empire of Iturbide, Lincoln, Neb. and London, University of Nebraska Press, p. 5, 1990.

5 Ibídem, p. 6.

6 Nacido en Guayaquil Vicente Rocafuerte fue elegido diputado por su provincia natal a las Cortes de España en 1812. En las Cortes se vincula al partido reformista, donde se hizo amigo de los diputados mexicanos conocidos por la audacia de sus ideas. Después de breve permanencia en la Habana y en Estados Unidos, pasa a México, para propagar la idea de emancipación. Este país le acoge como hijo adoptivo y le honra con importantes comisiones. A partir de 1822 se documenta su participación en la lucha contra el general Iturbide en México, y luego como diplomático de este país ante Estados Unidos, Dinamarca y Hannover, pero sobre todo ante Londres. En 1829 regresó nuevamente a México, pero se negó a colaborar con el presidente Bustamante, porque había derrocado a Guerrero. Se le negó pasaporte para viajar a Guayaquil. Escribió un Ensayo sobre la tolerancia religiosa, por el cual fue apresado y sometido a juicio. Otra obra, El Fénix de la libertad, le mereció de nuevo mes y medio de arresto. Finalmente pudo dejar México y llegar a Colombia. Allí sostuvo una agria entrevista con Bolívar a quien calificó de «usurpador».

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decidió —con la autorización de Don Porfirio, sin duda—empatar el festejo por el cumpleaños del héroe del 2 de abril a la ceremonia del grito.

A Iturbide se le ha negado, sobre todo tras el encono de la intervención francesa y del segundo imperio, pues Maximiliano —que no podía tener hijos— adoptó al nieto, Agustín Iturbide y Green, como príncipe heredero.A diferencia de otros libertadores de América como Bolí-var, San Martín y Washington, la inquina en su contra en vida, se ha extremado hasta el grado de negarle el sitio que merece en el calendario cívico y el título de padre de la nación y libertador de México.

Iturbide constructor de la patria mexicana

A través de los años, Agustín de Iturbide, ha sido conde-nado al ostracismo por el gobierno mexicano que no ha dejado conocer su verdadera historia al país. Se omite decir que fue él quien construyó la nación mexicana in-dependiente como tal, que fue él quien dio los colores a la bandera, La enseña patria fue el único triunfo que Iturbide le arrebató a la historia oficial. Nadie, ni sus ene-migos ni sus detractores, pudieron quitarle tal honor.

Gracias a él que ahora este país es reconocido con el nombre de México, y no con el nombre copiado de Es-tados Unidos Mexicanos; pero, como siempre pasa, a la sociedad se le cambia la información y, desde pequeños a los mexicanos se les ha dicho que Iturbide fue un traidor.Sería hora de reconciliarnos con nuestra historia y cono-cer la verdad, no sólo acerca de este personaje si no de todos aquellos que han sido convertidos en villanos.

Es indudable que Iturbide, al igual que Santa Anna y Porfirio Díaz, contribuyeron de una u otra forma a la creación del México actual; sin lugar a dudas, ellos lu-charon por formar un México mejor e incluso arries-garon sus vidas, cosa que no ha hecho ninguno de los políticos del pasado inmediato ni los actuales.

Agustín de Iturbide fue un hombre que supo aprove-char las oportunidades que vio frente a él, fue el militar que dio una bandera a los mexicanos, hecha a partir de la unión, la religión y la independencia, el caudillo que consumó la Independencia. Fue parte esencial para lo-grarla. Hidalgo mismo le pidió unirse a la causa inde-pendentista, pero él no aceptó, porque sabía que era una lucha sin un ideal político específico.

Dice Iturbide en su Manifiesto:

«En el año de 10, era yo un simple subalterno: hizo su explosión la revolución proyectada por D. Miguel Hidalgo, cura de Dolores quien me ofreció la faja de teniente general. La propuesta era seductora, para un joven sin experiencia y en la edad de ambicionar; la desprecié sin embargo porque me persuadí a que los planes del cura estaban mal concebidos; ni podían producir más que desorden, sangre y destrucción, y

sin que el objeto que se proponía llegara jamás á ve-rificarse. El tiempo demostró la certeza de mis pre-dicciones. Hidalgo y los que le sucedieron, siguiendo su ejemplo, desolaron el país, destruyeron las fortu-nas, radicaron el odio entre europeos y americanos, sacrificaron millares de víctimas, obstruyeron las fuentes de las riquezas, desorganizaron el ejército, aniquilaron la industria, hicieron de peor condición la suerte de los americanos, excitando la vigilancia de los españoles, á vista del peligro que les amenazaba, corrompieron las costumbres; y lejos de conseguir la independencia, aumentaron los obstáculos que á ella se oponían.

D. Antonio Lavarrieta, en un informe que dirigió contra mí al virrey, dice: que yo habría tenido uno de los primeros lugares en aquella revolución, si hubiera querido tomar parte en ella. Bien sabía Lavarrieta las propuestas que se me hicieron.7»

Veamos una opinión al respecto:

«¿Podía D. Agustín Iturbide aceptar los procedi-mientos de revolución elegidos por el cura Hidalgo? No, indudablemente, por la misma razón que no los aceptaban Allende, Aldama y Abasolo; la diferencia radica en que los liberales, sobre todo los jacobinos, consideran su héroe a Allende y no a Iturbide, siendo así que ambos son muy semejantes: los dos jóvenes, robustos, ágiles, impetuosos, valientes, parranderos y sobre todo militares de su época, estrechamente aristócratas por donde no podía pasar el más delgado hilo democrático; ambos de mediana inteligencia, de gran carácter, y escandalosamente ignorantes de todo lo que no fuera militar, dentro de su ciencia de subalternos…8»

Miguel Hidalgo se levantó en armas sin tener un plan de lo que iba a hacer después de consumarla, ni cuáles eran los objetivos que quería alcanzar aparte de la indepen-dencia. Por eso Iturbide no se unió al grupo; vio desde un principio que era una lucha perdida.

Iturbide consumó la independencia sin derramar san-gre y presentó un resultado perfecto: Independencia sin destrucción del Estado.

Para lograrlo, supo negociar de manera correcta con los insurgentes y con la corona. Tanto realistas como In-surgentes lo aceptaron como líder para la independencia sin poner resistencia.

Por ejemplo, aquí la última carta a Vicente Guerrero antes de Acatempan:

7 Manifiesto del General D. Agustín de Iturbide Libertador de México, Edición de la Voz de México, Imprenta a cargo de M. Rosselló. pág. 3 y siguientes, 1871

8 Bulnes, Francisco: La guerra de independencia Hidalgo-Iturbide, Talleres Lino tipográficos de «El Diario», p. 311, 1910.

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Ultima carta de Agustín de Iturbide previa al encuentro en Teloloapan

«Amigo querido:Aunque estoy seguro de que Vd. no dudará un mo-mento de la firmeza de mi palabra, porque nunca di motivo para ello, pero el portador de ésta D. Antonio Mier y Villagómez la garantizará á satisfacción de Vd., por si hubiese quien intente infundirle la menor des-confianza.

Al haber recibido antes la citada de Vd., y á haber estado en comunicación, se habría evitado el sensibi-lísimo encuentro que Vd. tuvo con el teniente coronel D. Francisco Antonio Berdejo el 27 de diciembre, por-que la pérdida de una y otra parte lo ha sido como Vd. escribe á otro intento á dicho jefe, pérdida para nues-tro país. Dios permita que haya sido la última.

Si Vd. ha recibido otra carta que con fecha de 16 le dirigí desde Cunacanotepec, acompañándole otra de un americano de México cuyo testimonio no debe serle sospechoso9, no debe dudar que ninguno en la Nueva España es más interesado en la felicidad de ella, ni la desea con más ardor, que su muy afecto amigo que ansia comprobar con obras esta verdad, y S. M. Agustín de Iturbide».

— Sr. D. Vicente Guerrero

Iturbide fue un héroe popular, su figura fue reverenciada por propios y extraños. Inclusive para los republicanos radicales —que para 1821 eran minoría—, no vieron con malos ojos el artilugio legal que significaba el Plan de Iguala. Veían como traición la posibilidad de un sobe-rano europeo, pero el que Guerrero haya aceptado el li-derazgo de Iturbide, hizo ver que la insurgencia también era capaz del pragmatismo indispensable para la forma-ción de un Estado. Y de este pragmatismo nació México.

Logró que Juan de O’Donojú firmara la Independen-cia, que España no reconocería sino muchos años des-pués.

Y en el acta de Independencia, señaló que se ofrecería la corona a Fernando VII o a alguno de su familia, y si no, que aquella recaería en algún mexicano. Ciertamente Agustín de Iturbide buscó el poder y la Independencia como propósito final. ¿Es por eso un villano? Iturbide na-vegó de héroe a emperador. Fue emperador no al traicio-nar su heroísmo, sino al ejercerlo.

Cómo fue que Iturbide se convirtió en Agustín i

En septiembre de 1821, Iturbide era Presidente de la Re-gencia, pero el trono seguía vacío y el Plan de Iguala es-tipulaba un gobierno de monarquía moderada por una Constitución. La noche del 18 de mayo de 1822, el pueblo, por aclamación, exigió que Iturbide fuera emperador. La

9 El licenciado D. Carlos María de Bustamante.

10 «Por la naturaleza de las localidades, riquezas, población y carácter de los mexicanos, imagino que intentarán al principio establecer una república representativa, en la cual tenga grandes atribuciones el poder Ejecutivo, concentrándolo en un individuo que, si desempeña sus funciones con acierto y justicia, casi naturalmente vendrá a conservar una autoridad vitalicia. Si su incapacidad o violenta administración excita una conmoción popular que triunfe, ese mismo poder ejecutivo quizás se difundirá en una asamblea. Si el partido preponderante es militar o aristocrático, exigirá probablemente una monarquía que al principio será limitada y constitucional, y después inevitablemente declinará en absoluta; pues debemos convenir en que nada hay más difícil en el orden político que la conservación de una monarquía mixta; y también es preciso convenir en que sólo un pueblo tan patriota como el inglés es capaz de contener la autoridad de un rey, y de sostener el espíritu de libertad bajo un cetro y una corona». Carta de Jamaica, Simón Bolívar, Kingston, 6 de septiembre de 1815.

muchedumbre llegó hasta su casa, hoy conocida como Palacio de Iturbide. Al día siguiente, 19 de mayo, se re-unió el Congreso; Iturbide manifestó que se sujetaría a lo que decidieran los diputados, representantes del pueblo, mientras la gente aclamaba.

Ante el rechazo de Fernando VII para reconocer la in-dependencia de México, junto a la prohibición a sus pa-rientes para aceptar la corona que se le ofrecía, el pueblo propuso que Iturbide fuera coronado.

Una manifestación cívico-militar fuera de su casa sorprendió a Iturbide con los gritos de «¡Viva Agustín Primero!». Tuvo que salir al balcón para pedir calma a sus seguidores. No estuvo seguro de aceptar la corona hasta que sus amigos y colaboradores cercanos lo con-vencieron de ceder a las demandas del pueblo.

Días después, Iturbide le confiaría sus pensamien-tos en una carta a Bolívar, a quien consideraba el único hombre de América que podía comprenderlo:

«Carezco de la fuerza necesaria para empuñar un cetro; lo repugné, y cedí al fin por evitar males a mi patria, próxima a sucumbir de nuevo, si no a la anti-gua esclavitud, sí a los males de la anarquía10.»

Ante una multitud exaltada, el Congreso no tenía ele-mentos para su control; se dieron dos alternativas: con-sultar a las provincias o proclamarlo inmediatamente. Iturbide insistió en la primera opción.

Ante la aclamación del pueblo, el Congreso se reunió a deliberar, los diputados votaron en secreto y el resul-tado fue que sesenta y siete votaron a favor de hacerlo inmediatamente, mientras quince propusieron consul-tar a las provincias, por lo que, por mayoría, se proclamó a Iturbide emperador constitucional de México. Dos días después la decisión sería ratificada, esta vez, por unani-midad.

Iturbide explica su insistencia en consultar a las pro-vincias:

«La cuestión de mi nombramiento se discutió inme-diatamente, y ni un solo diputado se opuso a mi ele-vación al trono. La excitación que manifestó un corto número, provino de que no creían bastante amplios

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sus poderes para resolver esta cuestión, les parecía que era necesario consultar a las provincias, y pedir-les una adición a los poderes que habían acordado a sus diputados, u otros nuevos aplicables a aquel solo caso.

Yo apoyé esta opinión, porque me ofrecía una oca-sión de buscar un modo evasivo para no aceptar una dignidad que yo renunciaba de todo mi corazón.

Pero la mayoría expresó una opinión contraria, y fui elegido por sesenta votos contra quince. Los miembros de la minoría no me rehusaron sus sufra-gios; se limitaron simplemente a expresar su opinión de que se consultase a las provincias, porque no se creían con poderes amplios. Me declararon al mismo tiempo que sus comitentes estarían de acuerdo con la mayoría, y pensarían que lo que se había hecho era bajo todos aspectos ventajoso al bien público. Jamás vio México un día señalado por una satisfacción más completa; y todas las clases de sus habitantes la ma-nifestaron del modo menos equívoco. Volví a mi casa lo mismo que había ido al congreso; mi coche era lle-vado por el pueblo, y una multitud de ciudadanos a mi rededor me felicitaban y daban testimonios de la alegría que experimentaban al ver cumplidos sus vo-tos.

La noticia de estos acontecimientos se trasmitió a las provincias por correos extraordinarios, y las res-puestas que llegaron sucesivamente, no sólo expresa-ban, sin excepción de una sola ciudad, la aprobación de lo que se había hecho, sino aún añadían que aque-llo era puntualmente lo que deseaban, y que hubie-ran expresado sus votos mucho tiempo antes, si no se hubiesen considerado como impedidos de hacerlo por el plan de Iguala y tratado de Córdoba que habían jurado. Recibí también las felicitaciones de un hom-bre que mandaba un regimiento y ejercía un grande influjo sobre una porción considerable del país. Me decía que su satisfacción era tan grande, que no po-día disimularla; pero que había tomado disposiciones para proclamarme en caso de que no se hubiese ve-rificado en México. (Esto hace alusión a D. Antonio López de Santa-Anna.)11

Se ha dicho también que no hubo libertad en el congreso para mi elección, alegándose que asistí á ella. Ya se ha visto que lo hice porque el mismo con-greso me llamó: que las galerías no dejaban hablar á los diputados, no es tan cierto: que cada uno expuso su parecer, sin más que algunas interrupciones: esto sucede siempre que se discute una materia impor-tante, sin que por ello los decretos así discutidos, de-jen de ser tan legítimos como los que resultan de una sesión secreta: que me acompañaron algunos jefes: el destino que yo entonces obtenía, el objeto para que

11 Zavala, Lorenzo de: Ensayo histórico de las revoluciones de México desde 1808 hasta 1830, fce-Instituto Cultural Helénico, 1985.

12 «No es esto decir que la nación no hubiera nombrado en aquellas circunstancias emperador á Don Agustín de Iturbide mejor que á otro alguno. Las ideas republicanas estaban en su cuna: todos parecían contentos con una monarquía constitucional.» Ensayo histórico de las Revoluciones de México desde 1808 a 1830.

13 Olavarría y Ferrari, Enrique y Riva Palacio, Vicente, México a través de los siglos, México Barcelona Ballescá, Espasa y Comp. Editores, Tomo iv, p. 67, 1880.

había sido llamado, exigía trajese á mi lado quien co-municara mis órdenes, en casos necesarios».

Por deseo popular y decisión legítima del Congreso, Itur-bide fue proclamado emperador.

Lo anterior desmiente a quienes alegan que la elec-ción de Iturbide como emperador no contaba con el voto popular. Lucas Alamán manifiesta que todas las provin-cias del imperio aceptaron con grandes muestras de jú-bilo su elevación al trono; y el liberal Lorenzo de Zavala reconoce que la inmensa mayoría de la nación estaba a favor del Imperio12. Francisco Bulnes, historiador repu-blicano y liberal, lo confirma en pleno siglo xx:

«En 1910 he visto sostener unánimemente por todos los escritores jacobinos, que para que haya democra-cia basta que el gobernante emane de la voluntad de la mayoría del pueblo. Conforme a esta doctrina(...), debe asegurarse que Iturbide con su imperio fundó la democracia mexicana de la manera más correcta y completa».

La coronación se llevó a cabo el 21 de julio de 1822 en la Catedral Metropolitana, él y su esposa Ana María Huarte fueron nombrados emperador y emperatriz del Imperio mexicano. La bandera trigarante fue modificada por el mismo Iturbide, poniendo ahora las franjas verticales en el orden de verde, blanco y rojo, además del águila del Imperio coronada sobre un nopal, en representación de la leyenda Náhuatl.

Mientras tanto:

«[…] la francmasonería había tomado creces; en ella se habían alistado, á más de los ambiciosos sin des-tino, los empleados civiles y militares y muchos de los funcionarios públicos que á la sombra del misterio de las sociedades secretas entraban á conspirar sin más planes que los que pudiera presentar la eventualidad, y sin más fin que el de dirigir los negocios de la po-lítica bajo la influencia de los personajes que desde el fondo de las logias imprimían movimiento al par-tido que, como antes hemos dicho, tomó el nombre de escocés. Determinóse por éste, como se dijo en el capítulo iii, fundar un periódico intitulado El Sol, aludiendo con él al nombre de una de sus principales logias, y que al fin dejó ver que su exclusivo objeto era el de hacer á Iturbide la más ruda oposición. Frente á ese periódico apareció otro, El Noticioso, que se publi-caba una vez por semana y que defendía muy débil-mente al gobierno.13”

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Pharus academiæ

Menos de un año después Iturbide abdicaría.Manuel Payno explica las razones de Iturbide para

abdicar sin oponer mayor resistencia:

«No había trascurrido un año, cuando el emperador, que no podía saciar tantas grandes y pequeñas am-biciones; que no podía acallar las murmuraciones ni curar las fiebres de cerebros, llenos más de orgullo y presunción que de saber, abdicó la corona, y el capi-tán de 1809, el coronel de 1820, el generalísimo de 1821, y el emperador de 1822, era el 19 de Abril de 1823 un preso infeliz á quien habían perseguido los españo-les, engañado sus amigos, traicionado sus adictos, y olvidado sus soldados y su pueblo. La nación que él hizo libre lo arrojaba de su seno, porque su conducta había dejado de ser justa. ¡Lección enérgica para los ambiciosos! ¡Tan cierto es que la adulación cambia los mejores sentimientos!El pueblo, dicen los historiadores, sintió algo á su rey; pero el hecho es que por la noche se retiró á descansar tranquilo y satisfecho como el día en que lo proclamó.En cuanto al emperador, como hizo juramento de no derramar en lo sucesivo una sola gota de sangre, se dejó insultar y arrojar de México. Muchos lo acusan de debilidad, yo creo que el no haber quebrantado su juramento y preferido su sacrificio al de sus conciuda-danos, es un mérito que dio cima y lustre á la grande obra que comenzó al meditar el plan de Iguala.Veamos ahora las cuestiones que se caen de su peso. ¿Subió Iturbide al trono porque así lo deseaba, ó por contentar al pueblo y á sus amigos? ¿Creyó Itur-bide que efectivamente el pueblo lo proclamó rey, ó que sólo era obra de las maquinaciones de sus adic-tos? ¿Pensó Iturbide en lo poco que dura el favor del pueblo, y lo mucho que puede la envidia de los que no siendo héroes tampoco son pueblo? ¿Fue malo ó bueno su corto gobierno? Si hubiera durado en el po-der todo el tiempo de su vida, ¿cuál hubiera sido su carácter? A ninguna de estas cuestiones me atrevería yo á responder, y simple narrador de lo que me han contado, me limito á decir que el día 11 de Mayo de 1823, en que se embarcó Iturbide en Veracruz, no era ya ni capitán, ni coronel, ni generalísimo, ni empera-dor, sino sólo un hombre desgraciado. Bajo este as-pecto es digno de tanta veneración, como cuando se le considera libertador de México; porque me avanzo á creer que la desgracia debe ser más respetada que el poder y que la gloria14».

Iturbide, el Olvidado

Iturbide no sólo se olvida. Se fuerza su olvido. En el Dia-rio de los Debates de la Cámara de diputados aparece la

14 Payno, Manuel: Bosquejo biográfico de los generales Iturbide y Terán, Manuel Payno, Impreso por Ignacio Cumplido, calle de los Rebeldes no. 2, pp. 10 y 11, 1843.

15 Osorio Espinosa, Federico: Inscripciones con letras de oro en la Cámara de Diputados, Tomo i, Expediente parlamentario 6 Centro de Estudios de Derecho e Investigaciones Parlamentarias, pp. 8, 167.

«Sesión de la Cámara de diputados celebrada el día 29 de septiembre de 1921», apenas dos días después de ser cele-brado el primer siglo de la entrada a México del ejército trigarante, a cuya cabeza marchaba Iturbide:

«… en la que se discute la moción presentada a la H. Asamblea Legislativa por un grupo de diputados de la misma y en donde se pide sea borrado el nombre de Agustín de Iturbide del Salón de Sesiones de la H. Cámara de Diputados».

Y en la sesión del 4 de octubre:

«…continúa la discusión del dictamen de la 1era. Co-misión de Puntos Constitucionales, para que en el recinto de la Cámara de Diputados se substituya el nombre de Iturbide por el del Senador Belisario Do-mínguez».

Finalmente, en el Diario Oficial, Órgano del Gobierno Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, de fe-cha 30 de noviembre de 1936:

«…en el que se publica el decreto que dispone se ins-criba con letras de oro en el recinto de la Cámara de Diputados el nombre de Belisario Domínguez».

Se acusa a Iturbide de:

«…haber desvirtuado los altos fines de la revolución insurgente que anhelaba el fin de aquel oprobioso estado social en que el régimen virreinal mante-nía al pueblo mexicano. Es bien sabido que Iturbide consumó la independencia de acuerdo con los abso-lutistas de la época, con el fin de garantizar sus tra-dicionales privilegios y que hoy, los mantenedores de las ideas conservadoras, son los únicos que se obsti-nan en presentarlo como nuestro libertador, porque ven en este soldado realista el símbolo de sus tenden-cias reaccionarias»15.

A principios del siglo xx, el intelectual y político liberal Francisco Bulnes escribió:

«¿Cómo se explica el atentado contra la memoria de de Iturbide, denigrándolo y dirigiendo sobre ella la odiosidad del pueblo? La respuesta es tan bochornosa como fácil, dado el analfabetismo de nuestras masas y su organización tan científica para el servilismo demagógico. El jacobinismo dispone temporalmente de todos los lugares de la historia patria, sin que en frente puedan ponérsele los pocos escritores elevados

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16 Bulnes, Francisco: La Guerra de Independencia, Hidalgo-Iturbide, talleres Lino tipográficos de «El Diario», pp. 417 y 425, 1910.

17 Riva Palacio, Vicente; Payno, Manuel; Mateos, Juan A. y Rafael Martínez de la Torre; El Libro Rojo, Ángel Pola, Editor, págs. 119 y 120.

que en México se ocupan de asuntos históricos. Entre nosotros, y desgraciadamente, la historia es una espe-cie de club faccioso, en cuya tribuna dominan los que hacen de la literatura un puñal, de la verdad un delito, de la lógica una ofensa a la nación, y de la justicia un vaso de embriaguez, pérfida y degradante. Mientras que el pueblo mexicano, en sus masa sin instrucción y moral pública, tenga por la demagogia el culto que de-bía tener por la civilización, no conocerá como debe ser a sus grandes hombres, pues no son todos los que están, ni están todos los son».

Y con una notable penetración del futuro, envía el reco-nocimiento de Iturbide hasta el siglo xxii:

«Espero que para el Centenario de 2110, dentro de doscientos años, se habrá reconocido que los tres hé-roes prominentes de nuestra independencia, fueron Hidalgo, Morelos e Iturbide. Como los muertos no se cansan de reposar en sus tumbas, Iturbide bien puede esperar algunos cientos de años, a que el pueblo mexi-cano, en la plenitud de su cultura, le reconozca con moderados réditos lo que le debe.Mientras no se honre como debe ser a los verdaderos héroes de la independencia y se suprima de los home-najes, la figura de uno o algunos de los más grandes, habrá derecho para decir que en las solemnes fiestas del bicentenario de la Independencia quedó vacío el lugar del primero de los personajes: la Justicia…16»

Don Vicente Riva Palacio, prominente liberal y nieto de don Vicente Guerrero escribió:

«Iturbide libertador de México, Iturbide emperador, Iturbide ídolo y adoración un día de los mexicanos, expiró en un patíbulo, y en medio del más desconso-lador abandono.

Los partidos políticos se han pretendido culpar mutuamente de su muerte. Ninguno de ellos ha que-rido hasta ahora reportar esa inmensa responsabili-dad.

En todo caso, y cualquiera que haya sido el partido que sacrificó á D. Agustín de Iturbide, yo no vacilaré en repetir que esa sangre derramada en Padilla, ha sido y es quizá una de las manchas más vergonzosas de la historia de México.

Guerrero é Iturbide consumaron la independen-cia, y ambos, con el pretexto de que atacaron á un gobierno legítimo, espiraron á manos de sus mismos conciudadanos.

No seré yo quien pueda hablar de la muerte de Guerrero; pero en cuanto á la de Iturbide, exclamaré

siempre que fue la prueba más tristemente célebre de ingratitud que pudo haber dado en aquella época la nación mexicana. —Iturbide reportaba, si se quiere, el peso de grandes delitos políticos, venía á conspirar á la República, bien; ¿pero no hubiera bastado con re-embarcarle?

El pueblo que pone sus manos sobre la cabeza de su libertador, es tan culpable como el hijo que atenta contra la vida de su padre. —Hay sobre los intereses políticos en las naciones, una virtud que es superior á todas las virtudes, la gratitud.

El pueblo que es ingrato con sus grandes hombres, se expone á no tener por servidores, más que á los que buscan en la política un camino para enriquecer y so-focan todas las pasiones nobles y generosas.

Dios permita que las generaciones venideras per-donen á nuestros antepasados la muerte de Iturbide, ya que la historia no puede borrar de sus fastos esta sangrienta y negra página»17.

Ya en la época de Alamán se ignoraba a Iturbide, de quien Alamán aseguraba que junto a Simón Bolívar, eran los dos mejores hombres que había dado la América.

Don Lucas lo relata así, al recordar que el gobernador de Michoacán al hablar en «la función nacional de 16 de Setiembre de este año» (1852):

“…él mismo hablando en público en la ciudad que fue la cuna de Iturbide, en un discurso encomiástico de la independencia, ni aun siquiera mienta el nombre del que procuró á la nación mexicana, este inmenso beneficio. ¿Sería ignorancia? Parece indisculpable en el gobernador del Estado de Michoacán, y si ésta estu-diada omisión ha de atribuirse á otro motivo, no pudo hallarse sino en la opinión absurda que han querido establecer, los que para atribuir la independencia á los que la promovieron en 1810, pretenden persuadir que el mérito de la empresa consistió en haber dado el primer paso, aunque de una manera tal que fue el obstáculo que impidió el buen éxito de ella, y lo nie-gan al que con el mayor tino y felicidad ejecutó lo que aquellos intentaron y no pudieron llevar al cabo. No me habría detenido á hablar de este insignificante escrito, condenándolo al olvido ó al desprecio que el orador pide para mí a sus oyentes, si él no fuese el eco de un partido que quiere todavía sostener la máquina de engaños que á la luz de la verdad ha caído desbara-tada, para no restablecerse jamás»

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Pharus academiæ

Es una vergüenza que se haya quitado su nombre del himno nacional18, y también que se hayan eliminado las letras de oro con su nombre de la Cámara de diputados, y que sus restos estén en la Catedral de México y no en la columna de la independencia, con todos los demás.

Ahí, uniendo la ofensa al insulto en su interior:

«Oculto de la vista del público, entre las dos puertas, un monumento de carácter peculiar, guardián de las cenizas de los héroes. Es el monumento de Guillermo de Lampart,19 personaje bastante oscuro que, sin em-bargo, encuentra su lugar en la historia patriótica porfiriana. Lampart fue un irlandés del siglo xvii, que dedujo, de una extraña lectura de la Biblia, que España no tenía ningún derecho de soberanía sobre las colonias, cosa que aprovecha para urdir un mo-vimiento de independencia. Después de años de no-madismo, perece en 1650 quemado por la Inquisición. Este monumento parecería honrar al precursor de la Independencia, pero su emplazamiento significa también que los intelectuales y la burocracia del por-firiato —la mayoría liberales jacobinos— no estaban muy inclinados a reabrir hostilidades contra la Igle-sia. El ubicar este tipo de monumento en un lugar tan público como el Monumento a la Independencia, habría provocado si duda, un importante conflicto político, religioso e historiográfico. Sea quien sea, Lampart se encuentra siempre ahí, en ese antro casi secreto, haciendo guardia a los héroes que precedió, y simbolizando las convicciones historiográficas de un pequeño grupo.20»

Hay la esperanza de que el tiempo llegará en que los mexicanos sólo vean el servicio que Iturbide prestó a la Patria, consumando su Independencia, y entonces apa-recerá el Libertador de un pueblo agradecido, que le per-dona sus errores y extravíos, para ver en él únicamente al Libertador y al Héroe.

Sin embargo, ahora Iturbide fue nuevamente excluido en la conmemoración del mal llamado bicentenario.

Los mitos

AcatempanEl abrazo de Acatempan entre don Agustín de Itur-

bide y don Vicente Guerrero que se fecha el 10 de enero

18 Estrofa vii (dedicada a Iturbide):

Si a la lid contra hueste enemiga / Nos convoca la trompa guerrera, / De Iturbide la sacra bandera / ¡Mexicanos! valientes seguid / Y a los fieros bridones les sirvan / Las vencidas hazañas de alfombra; / Los laureles del triunfo den sombra / A la frente del bravo Adalid.

19 Probablemente el irlandés más famoso de México, William Lamport, mejor conocido por los mexicanos como Guillén de Lamport, precursor y autor de la primera proclamación de Independencia en el nuevo mundo. Algunos piensan que es el que inspiró el personaje de El Zorro a Johnston McCulley.

20 Monnet, Jérôme: L’urbanisme dans les Amériques: modèles de ville et modèles de société, Karthala Editions, 2000 – p. 72.

21 Lucas Alamán desmiente esta versión. Según él, Iturbide no logró inspirar suficiente confianza en Guerrero, y éste envió en su lugar al teniente José Figueroa, quien estaba facultado por Guerrero para arreglar todas las condiciones. Historia de Méjico, tomo v, Imprenta de Victoriano Agüeros y Comp., Editores. Calle 2a de la Aduana Vieja no. 14. p. 76, nota 46, 1885.

22 Alamán, Obra citada, p. 119.

23 Alamán, Obra citada, pág. 50

de 1821 nunca existió. Es un mito que ha prevalecido, in-ventado y repetido por los historiadores mexicanos. Esto lo señala don Lucas Alamán (contemporáneo de Iturbide y con quien no simpatizaba): «Casi todos los escritores cometen el error de suponer, que Iturbide tuvo una con-ferencia con Guerrero antes de la publicación del plan de Iguala. Esto es falso: Iturbide nunca vio a Guerrero, hasta estar en marcha hacia el Bajío»21.

De Guerrero no se conoce evidencia histórica con-fiable, que afirme que hubiese, ya no digamos partici-pado, sino tan sólo haber estado siquiera presente en la proclamación del Plan de Iguala, o en la jura de ese Plan efectuado el 2 de marzo, fecha en que nació la bandera creada por Iturbide —no como se celebra actualmente el día de la bandera, el 24 de febrero, que corresponde a la proclamación del Plan—. De haber sido cierto el mí-tico abrazo de Acatempan, que se supone ocurrió el 10 de enero, el insurgente Vicente Guerrero hubiese acudido a ambos eventos.

Lucas Alamán, reconocido como historiador obje-tivo por el bando liberal, revela que Iturbide y Guerrero sólo se habían comunicado por carta o por medio del representante personal del insurgente, y que se conocie-ron hasta el 10 de marzo de 1821 en Teloloapan como lo anuncia la carta que Guerrero envía a Iturbide y que cita Alamán:

«En Teloloapan se presentó Guerrero a Iturbide, como se lo había anunciado en carta escrita desde el campo del Gallo el 9 de marzo, en que le decía:

“Mañana muy temprano marcho sin falta de este punto para el de Ixcatepec, y en breve tendrá V.S. a su vista, una parte del ejército de las Tres Garantías, del que tendré el honor de ser un miembro y de presentármele con la porción de beneméritos hombres que acaudillo, como un subordinado militar. Ésta será la más relevante prueba que confirme lo que le tengo ofrecido, advir-tiendo que mi demora ha sido indispensable para arre-glar varias cosas, como le informará el militar D. José Secundino Figueroa, que pondrá ésta en manos de V.S., y con él mismo espero su contestación”22».

Continúa Alamán:

«En efecto, Guerrero se adelantó hasta las inmedia-ciones de aquel punto, y dejando a su gente acampada en una altura, entre su campo y el pueblo tuvo su primera entrevista con Iturbide»23.

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Luego, Iturbide y Guerrero no se conocieron el 10 de enero de 1821 cuando no hubo tal abrazo de Acatem-pan, ni antes del 24 de febrero (Proclamación del Plan de Iguala) o el 2 de marzo (jura de dicho Plan y creación de la bandera) sino hasta el 10 de marzo de 1821. Nada tuvo que ver directamente Guerrero en ninguno de estos eventos como hace creer la historia oficial.

Vicente Guerrero se unió a Iturbide como «subordi-nado militar», como él se llamó a sí mismo.

Haciendo honor a su apellido fue un bravo guerrero insurgente pero con insuficiente ilustración como para idear y redactar un plan. Así, sus cartas a Iturbide muy bien escritas, eran firmadas por él pero redactadas por don José Secundino, según señala Lucas Alamán.

Luego, sin quitar ningún mérito a don Vicente Gue-rrero, presentarlo como el creador de nuestra bandera nacional, ideólogo del Plan de Iguala y realizador de la independencia de México, es un mito histórico sin nin-gún sustento, cuando por el contrario, todas las pruebas históricas demuestran de manera abrumadora y contun-dente que todas fueron obras exclusivas de don Agustín de Iturbide, verdadero Padre de la Patria y libertador de México.

Es falso que Agustín de Iturbide y Vicente Guerrero desfilaran juntos el 27 de septiembre de 1821. Al frente del ejército marchó Iturbide. En la retaguardia, al mando de la última división del contingente venía Guerrero como subordinado militar, y sus tropas no contaban con uni-formes para el desfile, a diferencia del resto del ejército Trigarante que iba perfectamente uniformado. Para sal-var el escollo fue necesario utilizar, de último momento, los uniformes del Cuerpo Urbano de Comercio de la ciu-dad de México.

Ninguno de los viejos insurgentes como Guerrero o Victoria, firmó el acta de independencia que firmó en primer lugar Iturbide, el 28 de septiembre de 1821.

Que su nombramiento fue «producto de una asonada»

La elección de Iturbide dejó justamente disgustados á una minoría de los diputados, que se pronunciaron por-que se suspendiese toda resolución, hasta no conocer la opinión de las provincias y comprobar que dicha opinión estaba de acuerdo con la manifestada por el pueblo y la guarnición de la capital.

No hay duda que la proposición de los que esto pi-dieron era la más prudente y justa —Iturbide asegura haberla respaldado— y la deberían haber aceptado los partidarios de Iturbide, puesto que de esta manera su elevación al trono, que sin duda se habría efectuado, pues las provincias, en su mayor parte, se hallaban en-tusiasmadas por él, en vez de aparecer como efecto de un motín de la guarnición y de la plebe, hubiera tenido el carácter de un acto de la voluntad nacional.

No se puede culpar á Iturbide de que su nombra-miento recurriese a una asonada para ceñirle la corona,

puesto que todos los documentos y opiniones de con-temporáneos imparciales, lo presentan esforzándose en evitar su nombramiento tan temprano como el 27 de septiembre, desde su entrada en la capital hasta el mo-mento mismo de estar reunido el congreso, apoyando la idea de los diputados que opinaban que se debía con-sultar a las provincias; pero sí son dignos de censura los autores del movimiento que, sin cuidarse de la opinión que pudiera tener el país en general, quisieron que preva-leciese la suya, sin comprender que así abrían la puerta á los motines: y que si, por medio del uno elevaban al hom-bre que juzgaban con relevantes méritos para sentarse en el trono, por medio de otro, promovido por los que an-helaban un sistema de gobierno distinto, podía caer de la altura en que le habían colocado.

Los representantes de las diversas provincias habían jurado respetar el tratado de Córdoba; pero nulificado éste por las cortes españolas, estaban en el derecho de discutir sobre el sistema de gobierno que la nación de-sease tener, sin que la fuerza armada ni la sola voluntad de un punto, obligase a adoptar á las demás poblaciones lo que acaso repugnaba á sus ideas.

Los diputados, pues, en masa, aún aquellos que anhe-laban premiar los servicios de Iturbide dándole un trono, debieron protestar contra el motín, si es que lo había, ó no haber asistido á la sesión para manifestar así que nunca transigirían con nada que no llegase al congreso, por la vía legal y en la forma digna y pacífica que corres-pondía.

Hecho el nombramiento de emperador, los diputados que habían votado en contra, viendo que era preciso con-formarse con lo que había dispuesto la mayoría, no sólo se resignaron con ello sino que, deseando evitar discor-dias que pudiesen envolver á la patria en males de terri-bles consecuencias se manifestaron dispuestos de buena fe á revalidar y confirmar lo hecho en la sesión del día 19.

Por su parte, Iturbide ordenó se enviase a todos los comandantes militares con la instrucción de que se lle-vase de inmediato a los Ayuntamientos, la proclama he-cha por Iturbide la noche del 18 de mayo:

«Mexicanos:Me dirijo a vosotros sólo como un ciudadano que anhela el orden y ansía vuestra felicidad infinita-mente más que la suya propia. Las vicisitudes políti-cas no son malas cuando hay por parte de los pueblos la prudencia y la moderación de que siempre disteis pruebas.

El ejército y el Pueblo de esta Capital acaban de tomar un partido: al resto de la Nación corresponde aprobarlo o reprobarlo: yo en estos momentos no puedo más que agradecer su resolución y rogaros, sí, mis Conciudadanos, rogaros, pues los mexicanos no necesitan que yo los mande, que no se dé lugar a la exaltación de las pasiones, que se olviden resenti-mientos, que respetemos las autoridades, porque un

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pueblo que no las tiene ó las atropella, es un mons-truo. (¡Ah no merezcan nunca mis amigos, este nom-bre!) Que dejemos para momentos de tranquilidad la decisión de nuestro sistema y de nuestra suerte; van a suceder luego, luego.

La Nación es la Patria: la representan hoy sus Dipu-tados: sigámosles: no demos un escándalo al mundo; y no temáis errar siguiendo mi consejo. La ley es la vo-luntad del pueblo: nada hay sobre ella: entendedme, y dadme la última prueba de amor que es cuanto de-seo, y lo que calma mi ambición. Dicto estas palabras con el corazón en los labios, hacedme la justicia de creerme sincero y vuestro mejor amigo.

—Iturbide. —México, 18 de Mayo de 1822.24»

Una respuesta típica de un Ayuntamiento:

«Señor:Cuando este Ayuntamiento se anticipo en expre-

sar al Soberano Congreso Constituyente, que su vo-luntad y la del fidelísimo Pueblo cuyas confianzas desempeña, es y ha sido corresponder a V. M. con la Diadema del imperio, el inmenso bien que disfruta, de ser libre; nada más hizo que seguir los impulsos de la Naturaleza. Ella le dice que está consumada la obra de su felicidad con el Gobierno Paternal de V. M., que se conservará en todo su esplendor, la Religión santa que profesa: y que consolidada la unión entre todos los habitantes de Anáhuac, se realizará en ellos el fin-gido siglo de oro. Entre tanto, reciba V. M. las más sin-ceras felicitaciones de un pueblo y su Ayuntamiento, que por ser fiel, obediente, y procurar la conservación de V. M. sacrificará gustoso su existencia.

Dios guarde V. M. muchos años. Sala capitular del Ayuntamiento Constitucional de San Luis Potosí, 29 de Mayo de 1822, segundo de nuestra feliz indepen-dencia.

—Señor Juan M de Azcarate. —Ignacio Azte-gui. —Juan N. García Diego. —Eusebio Esparza.

—Ignacio Guerrero. —Ignacio del Conde. — Félix Escobar. —Antonio Soto. —Francisco

Condelle. —Ignacio Erguía. —José Vicente Linden. —Ignacio Ortiz. — Lic. Víctor Rafael

Márquez, Srio.25»

El presidente del congreso Don Francisco García Can-tarines, los exhortó a obrar de esa manera en la sesión del día 2, presentándoles los peligros que podrían ame-nazar a la nación la divergencia de opiniones, que darían por resultado convulsiones políticas que envolverían al país en desgracias sin fin; que para evitar las calamida-des que sin duda resultarían de la desunión, debían su-

24 Muro, Manuel: Historia de San Luis Potosí, Imprenta litografía y Encuadernación de M. Esquivel y Cía., p. 321, 1910.

25 Muro, Manuel, obra citada, pp. 324 y 325.

jetarse, en bien de la patria, á la opinión de la mayoría, sosteniendo la elección de emperador los que habían disentido. Todos contestaron que estaban prontos á ha-cerlo así. Ciento seis diputados asistieron a ésta sesión, y en consecuencia del acuerdo que acababan de hacer, se acordó el decreto para publicar la elección.

El acta del congreso decía así:

«En la corte de Méjico, á 19 de Mayo de 1822, se-gundo de la independencia, el soberano congreso constituyente mejicano, congregado en sesión ex-traordinaria, motivada por las ocurrencias de la no-che anterior y arte que de ellas dio el generalísimo almirante, con reunión de varios documentos que se transcriben en la acta de este día: oídas las aclama-ciones del pueblo, conformes á la voluntad general del congreso y de la nación: teniendo en consideración que las cortes de España por decreto inserto en las Gacetas de Madrid de 13 y 14 de febrero último, han declarado nulo el tratado de Córdoba, y que, por lo mismo, es llegado el caso que no obligue su cumpli-miento á la nación mejicana, quedando ésta con la libertad que el artículo 3 de dicho tratado concede al soberano congreso constituyente de este imperio, para nombrar emperador por la renuncia ó no admi-sión de los allí llamados: ha tenido á bien elegir para emperador constitucional del imperio mejicano al Sr. D. Agustín de Iturbide, primero de este nombre, bajo las bases proclamadas en el plan de Iguala y acep-tadas en generalidad por la nación, las cuales se de-tallan en la fórmula del juramento que debe prestar ante el congreso el día 21 del corriente.»

Acto continuo se nombró una comisión de veinticuatro diputados, incluso dos secretarios, para poner este de-creto en manos del emperador. También se redactó la fórmula del juramento que debía prestar al aceptar el alto puesto á que se le elevaba, fórmula que, así como el ceremonial con que había de ser recibido el emperador para aquel acto, habían sido aprobados en la sesión del día anterior. En consecuencia de lo dispuesto, D. Agustín de Iturbide se presentó en la tarde del mismo día 21 al congreso, y prestó el juramento que estaba concebido en los términos siguientes:

«Agustín, por la Divina Providencia y por nombra-miento del congreso de representantes de la nación, emperador de Méjico, juro por Dios y por los santos Evangelios, que defenderé y conservaré la religión ca-tólica, apostólica, romana, sin permitir otra alguna en el imperio: que guardaré y haré guardar la cons-titución que formare dicho congreso, y entre tanto la española en la parte que está vigente, y asimismo las leyes, órdenes y decretos que ha dado y en lo suce-sivo diere el repetido congreso, no mirando en cuanto hiciere, sino el bien y provecho de la nación: que no

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26 Gaceta del gobierno imperial del 31 de Mayo de 1822, no. 42, fol. 316, en Zamacois, Niceto: Historia de Méjico, desde sus tiempos más remotos hasta nuestros días, Tomo xi, I. F. Parres y Compa. Editores. Barcelona – Méjico (1879).

enajenaré, cederé ni desmembraré parte alguna del imperio: que no exigiré jamás cantidad alguna de frutos, dinero, ni otra cosa, sino esas que hubiere de-cretado el congreso: que no tomaré jamás á nadie sus propiedades, y que respetaré sobre todo la libertad política de la nación y la personal de cada individuo, y si en lo que he jurado ó parte de ello, lo contrario hiciere, no debo ser obedecido, antes aquello en que contraviniere, sea nulo y de ningún valor. Así Dios me ayude y sea en mi defensa, y si no, me lo demande.»26

Prestado el anterior juramento, Iturbide dirigió un dis-curso al congreso y á la nación entera, en que reiteró las mismas protestas, terminando con estas palabras:

«Quiero, mejicanos, que si no hago la felicidad del Septentrión; si olvido algún día mis deberes, cese mi imperio.»

Frases que revelan el buen deseo que le animaba de ha-cer la felicidad del país, así como la esperanza que abri-gaba de conseguirlo; pero que si no lo alcanzaba, podían ser una arma poderosa para hacerle descender del trono. Los mismos sentimientos de amor á la patria, de desin-terés y de afán en el acierto de la dirección de la nave del Estado, manifestó en las proclamas que dirigió al pueblo y al ejército, diciendo á los soldados, que el título con que más honrado se creía era el de compañero y de primer soldado del ejército trigarante.

Todas las opiniones políticas parecían haber termi-nado con el nombramiento de emperador. El congreso, juzgando la unión como el elemento más necesario para que el gobierno condujese á la nación por la senda del progreso y la prosperidad, publicó un manifiesto con motivo del juramento del emperador, dando á conocer al país los acontecimientos que precedieron á la proclama-ción. En él, lejos de atribuir á la presión ni á la violencia el voto que había dado para que ocupase el trono D. Agus-tín de Iturbide, decía que le había elegido,

«…porque habiendo sido el libertador de la nación, sería el mejor apoyo para su defensa; porque así lo exigía la gratitud nacional: así lo reclamaba imperio-samente el voto uniforme de muchos pueblos y pro-vincias, expresado anteriormente, y así lo manifestó de una manera positiva y evidente el pueblo de Mé-jico y el ejército que ocupaba la capital.» (Gacetas de aquellos días)

La noticia de la elevación de Iturbide al trono, fue recibida en todas las provincias con regocijo. Diputa-ciones provinciales, cabildos eclesiásticos, obispos, jefes

políticos, generales, comandantes, colegios, comunida-des religiosas, todas las clases, en fin, de la sociedad, le dirigieron felicitación por la elección del congreso de premiar sus servicios á la patria de la manera que corres-pondía. El regocijo era general. En muchas de esas felici-taciones, no sólo aprobaban los que las suscribían todo lo hecho, sino que añadían que aquel había sido su de-seo, el cual no lo habían manifestado antes por hallarse comprometidos á observar el plan de Iguala y el tratado de Córdoba que habían jurado. Las corporaciones de la capital se presentaron personalmente á besar la mano al emperador, y no había pueblo, por pequeño que fuese, que no enviara sus plácemes al hombre elegido para re-gir los destinos de la patria.

Entre las felicitaciones enviadas por los jefes militares aparece la del brigadier López de Santa-Anna, coman-dante de Jalapa, y la otra del general Guerrero, que se hallaba en su capitanía general del Sur. El primero, que estaba a la cabeza del 8º regimiento de infantería, decía á la tropa que estaba bajo su mando, al anunciar la procla-mación del emperador:

«No me es posible contener el exceso de mi gozo, por ser ésta medida la más análoga á la prosperidad co-mún; por la que suspirábamos y estábamos dispues-tos a que se efectuase, aun cuando fuese necesario exterminar algunos genios díscolos y perturbadores, distantes de poseer las verdaderas virtudes de ciuda-danos: anticipémonos, pues, corramos velozmente á proclamar y jurar al inmortal Iturbide por empera-dor, ofreciéndole ser sus más constantes defensores hasta perder la existencia —sea el regimiento que mando el que primero acredite con esta irrefragable prueba; cuan activo, cuan particular interés toma en ver recompensado el mérito y afirmado el gobierno paternal que nos ha de regir. Multipliquemos nues-tras voces llenas de júbilo, y digamos sin cesar com-placiéndonos en repetir, viva Agustín I, emperador de Méjico.»27

En una carta de felicitación que al mismo tiempo escri-bió á Iturbide, le decía que experimentaba la mayor satis-facción en verle ocupando el trono, pues era «una digna recompensa al mérito más sublime, y un dique poderosí-simo que oponer á la furiosa avenida de las pasiones más exaltadas.»

Luego agrega:

«Viva V. M. para nuestra gloria, y ésta expresión sea tan grata, que el dulce nombre de Agustín I se trans-mita á nuestros nietos, dándoles una idea de las me-morables acciones de nuestro digno libertador. Ellos

27 Gaceta del gobierno imperial de 14 de Junio, no. 54, fol. 401 en Zamacois, Niceto, Historia de Méjico, desde sus tiempos más remotos hasta nuestros días, Tomo xi, I. F. Parres y Compa. Editores. Barcelona – Méjico (1879).

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por la historia se eternizarán como es justísimo, y yo, en unión del regimiento de infantería de línea número 8 que mando, y que bajo mi dirección estaba prontí-simo á dar tan político como glorioso paso mucho an-tes de ahora, sintiendo no hayamos sido los motores de tan digna exultación; mas sí los primeros en ésta provincia que tributamos á V. M. nuestros sumisos respetos; sí los primeros que ofrecemos nuestras vi-das y personas por conservar la respetable existencia de V. M. y corona que tan dignamente obtiene, lo que cumpliremos exactamente y nos complacemos gus-tosos en repetir, somos constantes súbditos que ver-terán su sangre por el más digno emperador.»

La felicitación de Guerrero en carta escrita en Tixtla con fecha 28 de mayo dice así:

«Cuando el ejército, el pueblo de México y la nación representada en los dignos diputados del soberano congreso constituyente, han exaltado á V. M. I. á ocu-par el trono de este imperio, no me toca otra cosa que añadir mi voto á la voluntad general, y reconocer como es justo las leyes que dicta un pueblo libre y so-berano. Éste, que después de tres siglos de arrastrar ominosas cadenas, se vio en la plenitud de su libertad, debida al genio de V. M. I. y á sus mismos esfuerzos con que sacudió aquel yugo, y así como haya afian-zado el pacto social para poseer en todo tiempo los derechos de su soberanía, ha querido retribuir agra-decido los servicios que V. M. I. hizo por su felicidad, ni es de esperar de quien fue su libertador, sea su ti-rano: tal confianza tienen los habitantes de este im-perio, en cuyo número tengo la dicha de contarme.»

Después de encarecer el noble proceder con que había re-husado admitir la corona cuando por dos veces le habían ofrecido el ejército y el pueblo, termina diciendo:

«Mi corto sufragio nada puede, y sólo el mérito de V. M. I. supo adquirirse, es lo que le ha elevado al alto puesto á que lo llamó la Providencia, donde querrá el imperio y yo deseo que se perpetúe V. M. I. dilatados años para su mayor felicidad. Reciba por tanto V. M. I. mi respeto y las más tiernas afecciones de un corazón agradecido y sensible. A los imperiales pies de V. M. I.28»

En otra comunicación, escrita el 4 de Junio, en el mismo Tixtla29, manifestando á Iturbide el placer que había cau-

28 Gaceta del gobierno imperial de 6 de Junio, no. 50, fol. 375. En Zamacois, Niceto, Historia de Méjico, desde sus tiempos más remotos hasta nuestros días, Tomo xi, I. F. Parres y Compa. Editores. Barcelona – Méjico (1879).

29 Gaceta del gobierno imperial de 18 de Junio, no. 55, fol. 415 En Zamacois, Niceto, Historia de Méjico, desde sus tiempos más remotos hasta nuestros días, Tomo xi, I. F. Parres y Compa. Editores. Barcelona – Méjico (1879).

sado á los habitantes de aquel pueblo su proclamado que había sido celebrada con repique de campanas salvas de artillería y otras demostraciones de júbilo añade:

«nada faltó á nuestro regocijo sino la presencia de V. M. I. resta echarme á sus imperiales plantas y el ho-nor de besar su mano: pero no será muy tarde cuando logre ésta satisfacción, si V. M. I. me lo permite. Bien querría marchar en este momento á cumplir con mi deber; pero no lo haré ínterin no tenga permiso para ello; y si V. M. I. llevare á bien que con este objeto pase á esa corte, lo ejecutaré en obteniendo su licencia que espero á vuelta de correo. Esta es contestación á la muy apreciable carta de V. M. I. de 29 del próximo pasado Mayo con que me honró, presentándole de nuevo mi respeto, mi amor y eterna gratitud. Creo ha-ber dado pruebas de estas verdades y me congratulo de merecer la estimación de V. M. I, en quien recono-ceré toda mi vida á mi único protector.»

Muchos de los que en sus felicitaciones se manifestaron altamente satisfechos de la elevación de Iturbide al trono de Méjico, fueron, transcurrido algún tiempo, partida-rios del sistema republicano, figurando en las convulsio-nes políticas entre los más exaltados liberales.

Que quiso convertirse en monarca absolutista

Otra acusación sin bases fue que disolvió el congreso para convertirse en monarca absoluto. La realidad es to-talmente diferente.

El congreso en vez de dividirse en dos cámaras o em-pezar a redactar la Constitución esperada, se dedicó a obstaculizar o a conspirar en contra del emperador, gra-cias a la influencia e intervención, por un lado, de los ma-sones escoceses, monarquistas, que querían a Fernando VII por rey, y por otro, las maniobras del turbio Joel Poin-sett, agente de Estados Unidos.

El 3 de noviembre de 1822 Poinsett visita a Agustín de Iturbide, emperador de México desde el 18 de mayo de ese año. Así describió Poinsett su visita y su opinión acerca del Emperador:

«Día 3. Hoy en la mañana fui presentado a Su Ma-jestad. Al apearnos en la puerta de palacio, que es un edificio amplio y bello, nos recibió una numerosa guardia y en seguida subimos por una gran escalera de piedra, entre una valla de centinelas, hasta un es-pacioso salón en donde encontramos a un general brigadier que nos esperaba ahí para anunciarnos al soberano. El Emperador estaba en su gabinete y nos acogió con suma cortesía. Con él estaban dos de sus favoritos. Nos sentamos todos y conversó con noso-tros durante media hora, de modo llano y condes-cendiente, aprovechando la ocasión para elogiar a los Estados Unidos, así como a nuestras instituciones, y

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para deplorar que no fueran idóneas para las circuns-tancias de su país. Modestamente insinuó que había cedido, contra su voluntad, a los deseos de su pueblo y que se había visto obligado a permitir que colocara la corona sobre sus sienes para impedir el desgobierno y la anarquía.Su estatura es de unos cinco pies y diez u once pul-gadas, (muy alto para la época en México) es de com-plexión robusta y bien proporcionado; su cara es ovalada y sus facciones son muy buenas, excepto los ojos que siempre miran hacia abajo o para otro lado. Su pelo es castaño, con patillas rojizas, y su tez es ru-bicunda, más de alemán que de español. Como oiréis pronunciar de distintos modos su nombre, os diré que se debe acentuar por igual cada sílaba, I-tur-bi-de. No pienso repetir las versiones que oigo a diario acerca del carácter y de la conducta de este hombre. Antes de la última revolución, en la que triunfó, tuvo el mando de una pequeña fuerza al servicio de los realistas y se le acusa de haber sido el más cruel y sanguinario perseguidor de los patriotas y de no haber perdonado nunca a un solo prisionero. Sus cartas oficiales al vi-rrey comprueban este hecho. En el intervalo, entre la derrota de la causa de los patriotas y la última revolu-ción, residió en la capital, y en una sociedad que no se distingue por su estricta moral, él se destacó por su inmoralidad. Su usurpación de la autoridad principal fue de lo más notorio e injustificado y su ejercicio del poder ha sido arbitrario y tiránico. De trato agradable y simpático, y gracias a una prodigalidad desmedida, ha atraído a los jefes, oficiales y soldados a su persona, y mientras disponga de los medios de pagarles y re-compensarles, se sostendrá en el trono. Cuando le fal-ten tales medios, lo arrojarán de él. Es máxima de la historia que probablemente se ilustre una vez más con este ejemplo, que un gobierno que no está fundado en la opinión pública, sino establecido y sostenido por la corrupción y la violencia, no puede existir sin amplios recursos para pagar a la soldadesca y para mantener a sus pensionados y partidarios. Sabedor del estado de sus finanzas y de las consecuencias probables para él de la falta de fondos, está desplegando grandes es-fuerzos para negociar empréstitos en Inglaterra, y tal es la ceguera de los hombres adinerados de ese país, que es posible que logre su objeto. Se han concertado las condiciones de un empréstito y recientemente ha salido un agente para Londres —hay otro más que se prepara a partir rumbo al mismo destino, con toda la pompa de una embajada— y los profesores de botá-nica y de mineralogía me participaron ayer con gran consternación que habían recibido órdenes de prepa-rar colecciones para su envío a Inglaterra. Entre todos los gobiernos de la América española existe un deseo muy fuerte de conciliar a la Gran Bretaña y aunque el pueblo mismo en todas partes siente mayores sim-patías por nosotros, los gobiernos intentan uniforme

y ansiosamente instituir relaciones diplomáticas y enlazarse con el de la Gran Bretaña. Están temerosos del poder de esa nación y comprenden que sus intere-ses comerciales requieren el apoyo de un gran pueblo industrial y comercial.

Nosotros recogeremos alguna parte del comercio de dichos países, pero la cosecha será para los ingle-ses.

Juzgando a Iturbide por sus documentos públicos, no le considero como hombre de talento. Obra rápi-damente, es audaz y resuelto y nada escrupuloso en elegir los medios para lograr sus fines.»

Las pugnas por el poder entre facciones, la envidia y la amenaza de la Santa alianza no se hicieron esperar. Así las cosas, se descubrió una conspiración contra Iturbide y se aprehendió a sus participantes, de los cuales, no po-cos eran diputados.

Agustín I, después de recibir miles de cartas de las provincias y escuchar el parecer de muchos, disolvió el congreso y estableció de manera provisional una Junta Nacional Instituyente mientras convocaba a elecciones para un nuevo congreso. Nadie lamentó la desaparición de este órgano político y el pueblo, por este hecho, volvió a llamarlo libertador.

En febrero de 1823, mediante el Plan de Casa Mata maquinado por Antonio López de Santa Anna respal-dado por Vicente Guerrero, a pesar de que ambos en su momento, apoyaron la coronación de Agustín I, se levan-taron en armas exigiendo la reinstalación del Congreso que había sido disuelto por el Emperador, la anulación del Imperio, y que la monarquía deviniera en República, aunque casi nadie sabía qué era eso30. En el mundo había una sola, la de los Estados Unidos, nacida 46 años antes.

Iturbide pensó que todo era un malentendido, puesto que él deseaba que sí hubiera un congreso; pero una vez convencido de la mala fe de quienes dirigían el movi-miento en su contra, pensó en combatirlos. Contaba en todo momento con el apoyo popular, así como con los medios necesarios y gran parte del ejército. Pero, ¿cómo reafirmar militarmente un trono que nunca ambicionó, si su lucha había sido por detener el derramamiento de sangre?

30 Años después durante su prisión en Tejas, visitado por el Coronel Bernard Bee, adinerado cooperador de la República tejana, que se había reunido recientemente con J. R. Poinsett durante un viaje a los Estados Unidos, llevaba un mensaje de reproche a Santa Anna de su amigo el anterior Ministro norteamericano en México. Poinsett lamentaba el hecho que Santa Anna se había vuelto contra los Principios del Federalismo y comentó duramente que el Presidente merecía su destino, porque había «cambiado la libertad en despotismo». Santa Anna contestó con una rara explosión de honestidad: «Sea tan amable de decir al Sr. Poinsett, que es muy cierto que yo lancé mi sombrero por la libertad, con gran ardor y perfecta sinceridad, pero muy pronto encontré la absoluta tontería de ello. Señor, durante un siglo por venir nuestro pueblo no estará listo para la libertad; ellos no saben lo que es. Ignorantes como son y bajo la influencia del clero católico, el despotismo es el único gobierno apropiado para ellos; pero no hay ninguna razón por qué no debería ser uno sabio y virtuoso.» Hanighen, Frank C., Santa Anna: The Napoleon of the West 1934.

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Resentido por las voluntades desleales, restableció el viejo congreso y abdicó. El congreso, para humillarlo todavía más, no quiso discutir su abdicación, manifes-tando, contrario a lo dicho meses antes, que la corona-ción había sido obra de la violencia.

A nueve meses escasos de haber sido coronado, fi-nalizó el breve Imperio de Agustín I al abdicar el 19 de marzo de 1823 ante el Congreso que lo había nombrado. El 11 de mayo partió al exilio.31

Veamos cual fue el resultado de esta abdicación en la política mexicana:

«Concluido el motivo de unión de los enemigos de Iturbide y de su trono, quedaron los partidarios, presa, unos del pavor, y otros de la fascinación: produ-cidos por el derrumbamiento en el corto período de veinte meses, de dos tronos; el primero de trescientos años y el último de diez meses de existencia fundado en el prestigio del triunfo sobre el primero.

Víctimas también de la novedad y boga de ciertas doctrinas, llamadas filosóficas, y de la falsa compa-ración y exagerados encomios de la prosperidad de los Estados Unidos, atribuida exclusivamente a tales ideas sintetizadas en la democracia; era ley de con-secuencia revolucionaria, reactiva y forzosa que, ha-bían de trasladarse al terreno político; los adictos a Iturbide, a la monarquía y a la colonia, optando por la forma republicana con tanto entusiasmo iniciada por Morelos en la Constitución que promulgó en Apatzin-gán el 24 de octubre de 1814.

Hubo más que a tal asimilación los indujo. La his-toria de la República en Francia era bien reciente, conocida por todos, y profundamente temida su re-producción aquí, aún por sus adeptos.

Si bien lo expuesto creó en todos la necesidad de reconocer en común, como sistema de gobierno que debía sustituir al imperial, al republicano, quedaron como se comprende fácilmente, vivas las conviccio-nes y creencias, los hábitos y propensiones de cada partido.

Ceñidos a la República, se encontraron los parti-dos, en el caso de obrar dentro de ella, pero en conso-

31 «Es más difícil —dice Montesquieu— sacar un pueblo de la servidumbre, que subyugar un libre.» Esta verdad está comprobada por los anales de todos los tiempos, que nos muestran las más de las naciones libres, sometidas al yugo, y muy pocas de las esclavas recobrando su libertad. A pesar de este convencimiento, los meridionales de este continente han manifestado el conato de conseguir instituciones liberales y aun perfectas, sin duda por efecto del instinto que tienen todos los hombres de aspirar a la mayor felicidad posible, la que se alcanza infaliblemente en las sociedades civiles, cuando ellas están fundadas sobre las bases de la justicia, de la libertad, y de la igualdad. Pero, ¿seremos nosotros capaces de mantener en su verdadero equilibrio la difícil carga de una república? ¿Se puede concebir que un pueblo, recientemente desencadenado, se lance a la esfera de la libertad, sin que, como a Ícaro, se le deshagan las alas y recaiga en el abismo? Tal prodigio es inconcebible, nunca visto. Por consiguiente, no hay un raciocinio verosímil que nos halague con esta esperanza”. Carta de Jamaica, Simón Bolívar, Kingston, 6 de septiembre de 1815.

nancia con sus convicciones, tendencias históricas y objetos finales, propios de cada uno.

Así, los borbonistas y coloniales, más claro, los mo-narquistas adictos a la independencia, y los que de-seaban constituir el país como colonia, debían optar y lo hicieron decididamente, más o menos tarde, por la República central, tan análoga en su concepto, con la monarquía, de que veían algunos destellos, aunque pálidos, en tal forma.

Los otros se decidieron por la Democrática pura: verdadera reacción que cambiaría todo lo hasta allí existente, como lo anhelaban; y llevaría al país a la cima de la civilización y adelantos que creían consi-guientes a la adopción de dicha forma o sistema de gobierno. Suponían a México en decadencia, y (que) esta (era) debida a la forma hasta entonces existente y al vecino norteamericano en el apogeo, debido exclu-sivamente a dicho sistema democrático.

De aquí la división de los partidos en centralista y demócrata federalista; cuyos nombres tomaron de los de las formas indicadas, porque se habían decidido.

Los iturbidistas faltos de bandera como expre-sión de principios qué seguir y reglas consiguientes qué acatar, supuesto que habían rasgado su historia: en odio de los borbonistas y a los adeptos al antiguo sistema colonial: en odio también a los monarquistas constitucionales, o adictos a los Tratados de Córdoba; todos los cuales se habían unido a los republicanos para derribar, como derribaron a Iturbide, cuando menos quitándole su importante apoyo: los Iturbidis-tas, victimas, del pánico consiguiente al triunfo com-pleto que veían en los radicales enemigos32.

A la ausencia de Iturbide, las conspiraciones a fa-vor de él se hacían cada vez más presentes y borbonis-tas e iturbidistas unidos, ponían trabas y dificultades al gobierno republicano que empezaba a formarse.33

El destino de un libertador

Poco después de su abdicación, Agustín de Iturbide sa-lió de Tacubaya hacia Veracruz para partir al exilio. Lo acompañaban su esposa, sus ocho hijos; un amigo de nombre José López; su confesor José Treviño; su sobrino José Malo; Francisco de Paula Álvarez, su secretario, que llevaba a su padre, su esposa y dos hijos, y 10 sirvientes. Eran escoltados por 500 hombres al mando de Nicolás Bravo, que por el grave temor de que se atentara contra la vida del ex emperador, ordenó ir a campo traviesa evi-tando pasar por ciudades.

32 Martínez, Víctor José, Sinopsis histórica, filosófica y política de las revoluciones mexicanas, Segunda edición, México, Imprenta Tipográfica, Parte cuarta, la revolución en su marcha y desarrollo; desde Padilla al Cerro de las Campanas. 1884.

33 Un año antes de morir Bolívar habría dicho: «No pudiendo nuestros pueblos soportar ni la libertad ni la esclavitud, mil revoluciones harán necesarias mil usurpaciones».

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Llegaron a la Antigua, pues en Veracruz campeaba la fiebre amarilla. El 11 de mayo, el grupo se embarcó en el buque Rawlins, de la Compañía Alemana de Indias, que tardó 83 días en llegar al puerto italiano de Liorna, en donde Iturbide vivirá en una villa propiedad de Paulina, la hermana de Napoleón. Durante su estancia de algu-nos meses, la correspondencia del libertador de México nos muestra que pasó grandes estrecheces, pues la pen-sión prometida por el Congreso a su abdicación —le asignaron veinticinco mil pesos anuales para subsistir en Italia—, jamás llegó, por lo que se vio obligado vender sus servicio de plata y joyas de su esposa y a pedir pres-tado a amigos.

Como ejemplo sirvan estas cartas34:Documento # 1697; Webb & Co. Escribe a Iturbide

avisando que tienen una letra de cambio a su favor que envía el señor Echenique y que se ponen a sus órdenes.

Documento # 1708; Carta de Iturbide a Pedro del Paso y Troncoso que las letras de cambio contra Cádiz no pue-den ser cobradas en Liorna debido a la situación actual de España.

Documento # 1831; Webb & Co. escribe a Iturbide so-bre la protesta de sus cartas de crédito en Cádiz.

Documento # 1852; Webb & Co. escribe a Iturbide so-bre los problemas de un préstamo en Londres.

Documento # 1859; Carta de Iturbide a Macbean so-bre la venta de su plata y sus brillantes y entrega del va-lor a su sobrino, José Ramón Malo, y al presbítero José Antonio López; Fletcher.

Documento # 1871; Macbean & Co. escribe a Iturbide sobre la venta de la plata y entrega del dinero a José An-tonio López.

Documento # 2038; Iturbide escribe cartas a Gómez Navarrete… quejándose de no haber recibido un solo real y la mucha necesidad que tiene. Desde Londres, 14 de febrero y 8 de marzo. En ellas hace referencia a las difi-cultades para cambiar dinero a través de Cádiz; la nece-sidad de proveer para su familia.

Documento # 2047; Mylins (?), Charles. Carta a José Malo sobre una oferta de trescientos mil francos por las perlas que le dejó a consignación.

Documento # 2050; Malo, José. Carta a Charles Mylins aceptando la venta de las perlas y pidiendo se remitan los fondos al señor Mathew Fletcher.

Todo esto y la presión que ejerció la Santa Alianza, provocaron que cambiara de domicilio, a pesar de que los diplomáticos de las Alianza, intentaron por todos los medios de impedir su partida, como lo demuestra el documento # 2056, un artículo de un periódico italiano. Copia sin firma, de febrero de 1824 que hace referencia a los esfuerzos de Cónsul francés en la Toscana, para im-pedir la partida de Iturbide; y los esfuerzos de todas las potencias incluyendo a Inglaterra, para impedir que la Señora Iturbide se reuniera con su marido.

34 Juan E. Hernández y Dávalos Manuscript Collection, Benson Latin American Collection, General Libraries, The University of Texas at Austin.

35 Tornel Y Mendivil, José María, Breve reseña histórica de los acontecimientos más notables de la Nación Mexicana, desde el año 1821 hasta nuestros días; Edición de La Ilustración Mexicana, p. 16. at Austin, 1852.

En diciembre partió hacia Londres, a donde llegó el 1 de enero de 1824. Primero se alojó en Saint Paul’s Coffee House, pero al enterarse de que ahí no se hospedaba la gente «decente», se trasladó a George Street Picadilly.

El fervor por el ex monarca y la noticia de su próximo regreso, provocaron que el congreso expidiera un de-creto declarando traidor y fuera de la ley a Iturbide, y lo condenó a muerte, sin más trámite, en caso de que se presentara en territorio mexicano.

Los partidarios de Iturbide lo motivaban para regre-sar a salvar el país, y él, ingenuamente, envió un oficio al congreso, ofreciéndose a defender la libertad mexicana frente a la amenaza que significaba la Santa Alianza, formada por Austria, Prusia y Rusia en apoyo a España. Este oficio aparentemente no llegó a tiempo para evitar la declaración de traidor.

Veamos como lo relata en su libro35 un testigo con-temporáneo —que además es el más grande admirador de Santa-Anna— José María Tornel y Mendivil:

«Iturbide desde que pisó á Londres, dio sobradas muestras en todos sus hechos, de que obraba bajo las impresiones de la alucinación mas funesta.

Como por medio del español Torrente, el mismo que escribió la historia de las revoluciones de las colonias sublevadas, se le habían hecho ventajosas proposiciones, esperando que se prestara á servir de instrumento de venganza, y que cooperara con sus relaciones y con su influencia en México, al designio que abrigaba Femando VII de someterlo otra vez á su cetro de hierro, adquirió numerosos datos de que Es-paña contaba para realizar su proyecto con poderosos auxilios de algunos de los soberanos que componían la Santa Alianza, especialmente del rey de Francia. Su honrosa negativa cambió enteramente su situación, y precisado á buscar un asilo, donde únicamente podía encontrarlo, que era en Inglaterra, se persuadió de que este servicio, muy importante aunque negativo, destruiría las prevenciones contra su persona, que dejó tan animadas al tiempo de ausentarse.

Entonces resolvió manifestar al Congreso mexi-cano los nuevos y graves riesgos á que estaba ex-puesta su común patria, y le ofreció su corazón y su espada para el día del peligro. El libertador ignoraba, sin duda, que contenta la nación con la expectativa de bienandanza con que el nuevo sistema le brindaba, había de recibir con disgusto, y más que con disgusto, con desconfianza, la probabilidad de que se pre-sentara un caudillo, cuyas miras ambiciosas le eran harto conocidas.

La nota dirigida al Congreso, era un aviso que él mismo daba á sus enemigos, con inexplicable candor, de su aventurera resolución de venir á mezclarse en la

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política del país; y como su carácter fogoso y decidido autorizaba para recelarlo así, no dudaron de su tenta-tiva, y se prepararon para frustrarla con la actividad tan propia de los que saben que juegan el todo por el todo.»

En Londres, Iturbide se entrevistó con José de San Mar-tín —libertador de Chile y Perú que vivía exiliado allí—, quien trató que disuadirlo de regresar a México.

Pero Iturbide no hizo caso y zarpó el 11 de mayo de 1824 en el barco inglés Spring desde el puerto de Southampton, acompañado de su esposa y de sus dos hi-jos más pequeños. Iban con él su sobrino, José Malo, los sacerdotes José López y José Treviño, el italiano Macario Morandini, el impresor inglés John Armstrong y Carlos Benesky, coronel polaco que le había acompañado en sus campañas mexicanas. Llevaba consigo una prensa, do-cumentos personales, joyas de la familia y un manifiesto que dirigiría al pueblo mexicano.

Antes de regresar, se puso de acuerdo con dirigentes ingleses para la explotación de las minas de plata y para abrir el país a la introducción de sus productos textiles, pues aquéllos ambicionaban apoderarse del mercado americano. Iturbide se embarcó en Londres el cuatro de mayo, en compañía de su familia y del coronel polaco Be-nesky.

Los británicos pensaban que su retorno era necesa-rio, incluso un autor escribió que se trataba «de una de-cisión patriótica y desinteresada». En cambio, para los mexicanos, incluido Alamán, regresaba a México porque pretendía restaurar la monarquía.

El Spring se dirigía a Tampico pero las corrientes ma-rinas obligaron a desembarcar en Soto La Marina. Itur-bide envió a Benesky para que se pusiera en contacto con el general Felipe de la Garza, comandante general de las Provincias Internas de Oriente —hombre a quien había perdonado por protestar por la prisión de algunos dipu-tados cuando era emperador—.

De la Garza dijo ser partidario de Iturbide y respaldar su regreso al país. El 17 de julio bajó a tierra y acudió con De la Garza. Después de la entrevista que sostuvieron, fue apresado y escoltado hasta Padilla, donde se hallaba sesionando el Congreso del estado.

Dos días más tarde, De la Garza se reunió con siete de los once legisladores que estaban presentes y dos susti-tutos. Un total de nueve miembros sentenciaron a Itur-bide a la pena capital, acatando lo dispuesto por la ley federal del 28 de abril que proscribía su regreso al país por considerarlo traidor y fuera de la ley.

El oficio enviado por De la Garza al Congreso de Ta-maulipas, dio origen a la sospecha de que Iturbide inten-taba entrar subrepticiamente a México, aunque desde un punto insospechable, el relato de Don Vicente Riva Palacio de los últimos momentos de Iturbide, se verá que esto es falso:

«Los historiadores no están conformes en el modo con que fue aprehendido D. Agustín de Iturbide.

Algunos de sus biógrafos, más apasionados de la memoria del desgraciado emperador que de la ver-dad, afirman que Iturbide llegó á las playas mexica-nas ignorando el decreto de proscripción formulado contra él en la República, y agregan que desembarcó disfrazado, fingiéndose colono, en compañía de Be-nesky; pero que fue reconocido por el modo expedito y airoso que tenía de montar á caballo.

Todas estas dudas se disipan y todas esas relacio-nes se desmienten con sólo trascribir el principio de una carta que en el momento casi de desembarcar escribía Iturbide á su corresponsal en Londres D. Ma-teo Fletcher, y que inserta D. Carlos Bustamante en su apéndice á los Tres siglos de México.

«A bordo del bergantín ‘Spring’ frente á la barra de Santander, 15 de Julio de 1824.

«Mi apreciable amigo:Hoy voy á tierra, acompañado sólo de Benesky, á

tener una conferencia con el general que manda esta provincia, esperando que sus disposiciones sean favo-rables á mí, en virtud de que las tiene muy buenas en beneficio de mi patria. Sin embargo, indican no estar la opinión en el punto en que me figuraba, y no será difícil que se presente grande oposición, y aún ocu-rran desgracias. Si entre éstas ocurriere mi falleci-miento, mi mujer entrará con Vd. en contestaciones sobre nuestras cuentas y negocios.»

Y esta carta está firmada: Agustín de Iturbide.Toda la versión, pues, sobre el incógnito de Iturbide,

no pasa de ser una novela.En el folio 11 del libro de actas del Congreso de Ta-

maulipas, consta lo ocurrido en la Sesión extraordinaria del 18 de julio de 1824 y dice como sigue:

«Leída y aprobada el acta anterior, el ciudadano presidente dijo: que se acababan de recibir pliegos por la secretaría, del ciudadano general de las armas, que contenían asuntos de gravedad.

El ciudadano Gil, expuso: que hallándose actual-mente en esta villa dos de los diputados suplentes, y faltando cuatro de los propietarios, se llamasen aque-llos á tomar el asiento que en el caso les corresponde, y más cuando la gravedad del asunto así lo exige, pues aunque uno de ellos estaba nombrado gobernador del Estado, (El Sr. Gutiérrez de Lara.) aún no se recibía del mando, y debía por ahora venir á desempeñar en ésta augusta asamblea las funciones que le tocan. Así se acordó, después de una corta discusión, y fueron lla-mados los ciudadanos suplentes Juan Bautista de la Garza, y Bernardo Gutiérrez, que siendo presentes, otorgaron el correspondiente juramento, y tomaron asiento.

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A continuación, se leyó un oficio del comandante general, ciudadano Felipe de la Garza, insertando el parte que dio al S. P. E. (supremo poder ejecutivo), de haber aprehendido en el paraje de los Arroyos, seis le-guas distante de Soto la Marina, á D. Agustín de Itur-bide, que disfrazado, en compañía de un extranjero llamado Carlos de Benesky, marchaba con el objeto de internarse en ese continente, según se advertía. Hace ver asimismo, que á ambos individuos condujo (En el acta está escrito «condució») el bergantín inglés Spring, procedente de Londres, con sesenta y cuatro días de navegación, y que el segundo, al día siguiente de su desembarco, se presentó á dicho ciudadano ge-neral, quien preguntándole por el primero, dijo que-daba en Londres, pasando una vida mediana con su familia; y por último, expone el citado general, que á ambos individuos conduce á presentar á este con-greso, para que disponga lo que juzgue conveniente.

Se leyó también un oficio, que D. Agustín de Itur-bide dirige á este honorable congreso, demostrando que el objeto de su venida no es otro, que el de ayudar á sus hermanos á consolidar su independencia, inclu-yendo dos ejemplares de las exposiciones que hace al congreso general, con fecha, 13 de Febrero y 14 del co-rriente; igual número de las proclamas que dirige al pueblo.

El ciudadano Fernández, dijo: que los papeles que incluía Iturbide, pedía no se leyeran, ni los tomase en consideración el congreso, hasta que se declarase la suerte de este individuo.

El ciudadano presidente, dijo: que habiendo tres eclesiásticos en el seno de este congreso, le parecía, no debían tomar conocimiento en la suerte de Itur-bide, pues si se decretaba fuese decapitado, quedarían en tal caso irregulares: que él por su parte pedía, se le permitiese separarse de la sesión, para no incurrir en la irregularidad.

Los ciudadanos Garza García, y Fernández, de-mostraron no ser incursos en la irregularidad, por cuanto el congreso no hacía otra cosa en esto, que cumplir y mandar que se cumpla la ley. No hubo lugar á la petición del ciudadano presidente, y luego se leyó la ley de 28 de Abril último, en que se declara pros-crito á D. Agustín de Iturbide.

El ciudadano Gil, pidió al honorable congreso, cumpla con la ley que se acaba de leer, el goberna-dor del Estado, haciéndole responsable de la más leve falta.

Después de una larga discusión, se entró á vota-ción, en la que salvaron sus votos los ciudadanos pre-sidente y Fernández; siendo los demás unánimes por la afirmativa sobre la proposición hecha por el ciu-dadano Gil, y en virtud de ello, se mandó comunicar esta resolución al gobernador, á quien se le autorizó para que haga la ejecución cuando lo juzgue conve-

niente, conciliando la piedad cristiana con los dere-chos de la patria.»

Nada impidió que Iturbide fuera ejecutado. Ni sus servi-cios al país ni haber consumado la independencia. Nada fue suficiente para perdonarle la vida. De ese modo, la clase política de entonces, acabó con uno más de los hé-roes de la independencia.

El 19 de julio Iturbide escribió una carta al Soberano Congreso de México, en la que pedía que se le explicara qué crimen había cometido para merecer ese castigo36. Poco después, un ayudante de De la Garza, le informó que a las 6 de la tarde sería pasado por las armas.

No se le concedió su último deseo de oír misa y el cura que lo confesó era miembro del congreso que lo había condenado a muerte.

Escribió una carta a su esposa en la que le decía: «La legislatura va a cometer en mi persona el crimen más injustificado: acaban de notificarme la sentencia de muerte por el decreto de proscripción; Dios sabe lo que hace y con resignación cristiana me someto a Su sagrada voluntad.»

D. Antonio Gutiérrez de Lara, presidente de la legisla-tura de Tamaulipas, sacerdote, le administró los últimos sacramentos a Iturbide quien confesó tres veces sus pe-cados.

Crónicas de la época dicen que se veía sereno:

«Marchó con firme paso hasta el lugar de la ejecu-ción, encargó al cura que lo acompañaba, que tomase un reloj y el rosario que llevaba al cuello para que se lo enviase a su hijo mayor, le entregó también una carta de despedida para su esposa, y tres onzas y media en oro para que se distribuyesen a la tropa que iba a ha-cer fuego sobre él, y con voz clara y segura, dijo di-rigiéndose a los asistentes al indisculpable desacato:

¡Mexicanos! en el acto mismo de mi muerte, os re-comiendo el amor a la patria y observancia de nuestra santa religión; ella es quien os ha de conducir a la glo-

36 1824 Extracto de las sesiones del congreso general, en que se declaró á D. Agustín Iturbide fuera de la ley.

En 3 de abril. Se puso á discusión el dictamen reducido á los artículos siguientes:

1° Se declara traidor á D. Agustín de Iturbide, siempre que se presente en cualquier punto de nuestro territorio bajo cualquier título.

2° Igualmente se declaran traidores á la federación, á cuantos cooperen directa ó indirectamente por escritos encomiásticos ó de cualquiera otro modo, á favorecer su regreso á la República. Se declaró haber lugar á votar, salvando su voto los Sres. Romero, Alcocer, Castillero, Berruecos, Sierra (D. Ángel), Ibarra, Martínez (D. Florentino), Castro, Castoreña, Rejón, Portugal, Moreno, Mangino y Llorente.—El artículo fue aprobado, suprimiéndose los adverbios directa ó indirectamente.

Los Sres. Lombardo, Gordoa (D. Luis), y Barreda, hicieron la siguiente proposición, que fue aprobada, «ó protejan las miras de cualquier invasor extranjero.»

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ria. Muero por haber venido a ayudaros, y muero gus-toso porque muero entre vosotros: muero con honor, no como traidor; no quedará a mis hijos y su poste-ridad esta mancha; no soy traidor, no. Guardad sub-ordinación y prestad obediencia a vuestros jefes, que haciendo lo que ellos os manden es cumplir con Dios; no digo esto lleno de vanidad, ¡porque estoy muy dis-tante de tenerla!

Rezó después, besó el crucifijo que se le presentó, y a la voz de mando de D. Gordiano del Castillo, Itur-bide cayó muerto. Una bala le abrió la cabeza y otras varias el pecho.»

Puesto de rodillas cuatro hombres le dispararon, pero sólo tres balas lo alcanzaron: una, mortal, dio en la parte izquierda de la frente; otra en el costado izquierdo, en-tre la tercera y cuarta costillas; la tercera penetró en el lado derecho del rostro, junto a la nariz. Tenía 40 años de edad.

Su cuerpo fue recogido y vecinos del pueblo de Padi-lla lo reconocieron para cumplir con el papeleo legal. Fue velado en la habitación que servía como recinto legisla-tivo. El general De la Garza cubrió los gastos del funeral que se efectuó a la mañana siguiente y José Miguel De la Garza García, quien votó a favor de la ejecución, ofició una misa a la que concurrieron los diputados37.

Los agentes del gobierno, con loca y bárbara alegría, aplaudieron el funesto y trágico fin del hombre de cuya cabeza inmortal nació la independencia y soberanía de México, así como Minerva de la de Júpiter. El Congreso que se había saboreado con el buen resultado de otro decreto semejante para terminar el motín del general Lobato, pudo espantarse de su obra terrible, y no sería extraño que se arrepintiera del cumplimiento de una ley que acaso no dictó más que para inspirar terror, supo-niendo que la ilustre víctima la conociera con oportuni-dad.

«Amortajado con un hábito de San Francisco, el cadáver estuvo expuesto toda la noche en la capilla

37 1824 Extracto de las sesiones del congreso del Estado de Tamaulipas, reunido en la villa de Padilla, relativas á la ejecución de D. Agustín de Iturbide. Copias sacadas de un libro en folio, forro de cuero colorado, que se titula: «Libro de actas del congreso constituyente del Estado libre de las Tamaulipas.» — «Una águila por trofeo. — Año de 1824.»

—Empieza en la villa de San Antonio de Padilla, á los siete días del mes de Julio de 1824, y concluye con la sesión del 80 de Abril de 1825. á fojas 198.

El congreso lo instalaron los diputados siguientes:

1. — Presbítero, D. Antonio Gutiérrez de Lara, presidente.

2. — Presbítero, D. Miguel de la Garza García, vicepresidente.

3. — Presbítero, D. José Eustaquio Fernández.

4. — D. Juan Echeandía (e).

5. — D. José Antonio Barón.

6. — D. José Ignacio Gil, secretario.

7. — D. José Feliciano Ortiz. secretario

que servía de sala de sesiones del Congreso, y al día si-guiente se le hizo un funeral que Garza costeó, y cuya misa canto el diputado D. José Miguel de la Garza García, que fue uno de los que votó la muerte de Itur-bide; ¿tiene conciencia un hombre semejante?»

Después de pasear el cadáver por la plaza del pueblo:

«…se le dio sepultura en una iglesia vieja sin tejado.»

Días después, el diputado José Antonio Gutiérrez de Lara, quien presidía la legislatura de Tamaulipas en esos momentos, escribió a un amigo cercano que había acom-pañado al caudillo en sus últimos momentos.

«Muchas veces, Iturbide dijo en el Congreso gene-ral que para él no se había hecho el miedo; y aún esta verdad confirmó en su muerte, la recibió sin que le temblara un dedo y la precedió con una elocuente y bien concertada arenga, que produjo con los ojos ya vendados y en una voz tan sonora y entera como la que vio en el Soberano Congreso reducida a los mexi-canos para que siempre unidos y sujetos a sus auto-ridades evitaran segunda esclavitud, concluyéndola para manifestar que no era traidor a su Patria supli-cando, que no recayese esta impostura sobre su fami-lia.»

Gutiérrez de Lara no pudo olvidar la ejecución:

«Vi su cuerpo despedazado por las balas y su san-gre corriendo sobre la tierra que antes había liber-tado: mi corazón quedó herido de este primer estrago que habían visto mis ojos y lo vieron por fin en una persona tan amada.»

Los Congresos de todos los Estados felicitaron al de Ta-maulipas; se ofreció a su aprehensor la banda de General de Brigada; Los nombres de los diputados que votaron por su muerte fueron inscriptos con letras de oro en los salones de varias legislaturas; en fin, hubo muchas de-mostraciones de júbilo.

Más tarde, en 1838, se llevaron a la Capital los restos del infortunado Emperador, rehabilitando temporal-mente su memoria.

Hoy descansan dentro de una urna de mármol, en la Capilla de San Felipe de Jesús, en la Catedral Metropoli-tana de la Capital de la República.

Veamos lo que dice el historiador español Niceto de Zamacois, autor de una monumental «Historia de Mé-jico», respecto al regreso de Iturbide:

«Iturbide había salido expulsado del país; bien sabía, por lo mismo, que no podía volver a él, sin que el go-bierno no lo autorizase á ello. No ignoraba, pues, al ponerse en marcha para el suelo natal, que se expo-

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nía á grave peligro, y mucho más cuando era llamado por los que anhelaban un cambio político, como se ve manifiestamente por las comunicaciones que al disponer su partida dirigió al ministro Canning, a Lord Cochrane y a su agente Don Miguel José Quiny; lo comprueba el haber llevado con él una imprenta y papel moneda grabado en Londres. Se dirá que esta imprenta, y yo lo creo así, la llevaba para manifestar á los mejicanos, desde el punto en que desembarcase, que no lo conducían al suelo de la patria, la ambición de mando y de honores, sino el noble sentimiento de procurar unir todos los partidos para poner fin á las discordias intestinas. No quiero dudar, ni por un mo-mento, en que este era ciertamente su noble anhelo, como lo expresa en un manifiesto á los mejicanos, im-preso en el mismo bergantín en que marchaba.

“Vengo,” decía en él, “no como emperador, sino como un soldado, y como un mejicano, más aun por los sentimientos de su corazón, que por los comu-nes de la cuna: vengo como el primer interesado en la consolidación de nuestra independencia y justa li-bertad: vengo atraído del reconocimiento que debo al afecto de la nación en general, y sin memoria alguna de las calumnias atroces con que quisieron denigrar mi nombre mis enemigos. Pretendo asimismo mediar en las diferencias que existen entre vosotros, y que os arrastrarían por sí solas á la ruina.”38»

Pero seguramente el responso por Agustín de Iturbide más interesante, es el que escribió Manuel Payno en su «Bosquejo biográfico de los generales Iturbide y Terán»39:

«Como el pueblo amaba á Iturbide, se temió un levan-tamiento, y se apresuró la ejecución; así es que al día siguiente salió del llamado palacio para la esquina de la plaza, donde estaba el suplicio. Allí dio sus disposi-ciones para el regreso de su familia, y la encomendó á la piedad de su patria. Exhortó en seguida á los mexi-canos á la unión y á la concordia; perdonó á todos sus enemigos, y les deseó acierto y prosperidad. Hizo al Señor su última oración, y aguardó la muerte con tranquilidad. Los soldados que lo fusilaron lloraron de dolor y despecho. ¡Dios haya recibido su alma!

La familia del héroe de Iguala vive en los Estados Unidos. Su hijo el mayor lleva al pecho la cruz de Aya-cucho, que ganó combatiendo por la independencia de Colombia á las órdenes de Simón Bolívar, y es ac-tualmente secretario de la legación mexicana en In-glaterra. Benesky se suicidó.

38 Zamacois, Niceto: Historia de Méjico, desde sus tiempos más remotos hasta nuestros días, Tomo xi, I. F. Parres y Compa. Editores. Barcelona – Méjico (1879).

39 Payno, Manuel: Bosquejo biográfico de los generales Iturbide y Terán Manuel Payno, Impreso por Ignacio Cumplido, calle de los Rebeldes no. 2, pp. 17 y 18, 1843.

40 Esta experiencia iba a servir a Bolívar para rechazar, con sabio criterio, la corona que le ofrecían amigos como el caudillo llanero Páez y enemigos solapados como Santander. «Ni Colombia es Francia, ni yo Napoleón —escribe al caudillo venezolano. Tampoco quiero imitar a César, menos a Iturbide».

En cuanto al general Garza, como llegó su hora fi-nal, habrá reunídose en la eternidad con su víctima. El héroe y el verdugo han dado cuenta de sus obras á un tribunal más justo y más severo que el de los hom-bres. Lloremos sobre la tumba del desgraciado, y ro-guemos al cielo por el criminal.Conclusión.Un día llegué á Padilla. El pueblo estaba casi desierto, y me pareció que la maldición del cielo lo agobiaba. Busqué al alcalde y tuve la fortuna de encontrar un hombre de buenos modales y algún talento. Como fue testigo presencial de la muerte de Iturbide, me contó algunas particularidades que unidas á los apuntes históricos que existen impresos, me han servido para formar este artículo. Me enseñó los sitios donde se desenlazó este drama histórico, que comenzó por un alegre grito de libertad, y concluyó con un lúgubre lamento de muerte. La sala donde se reunió el con-greso para sentenciar al supuesto reo, es una galera de veinte varas de largo, sucia y lóbrega, y que enton-ces, lo mismo que ahora, estaba ocupada con algunos costales de maíz. El sitio es muy digno de los repre-sentantes que legislaban y juzgaban en él.

La pieza donde estuvo preso Iturbide es un cuarto estrecho con una alta claraboya por donde recibe es-casa y triste luz. Las paredes están llenas de letreros y rúbricas pintadas con carbón; pero entre esas líneas mal formadas se encuentra un barquito pintado. El alcalde me aseguró que este barco lo pintó el mismo Iturbide.

Del palacio nos dirigimos á una iglesita de adobe, que está amagando ruina. A un lado de la puerta esta-ban dos palos que sostenían una pequeña campana, y frente á la puerta de la iglesia una gran lápida sin inscripción, debajo de la cual reposaban los restos del mártir de la independencia. En la esquina, que forma un jacal situado frente de la iglesia, se halla una cruz de madera clavada en un montón de piedras. En este sitio fue fusilado Iturbide. La cruz estaba cayéndose, por lo cual me entretuve en amontonar más piedras y ponerla derecha, cavilando mientras en el destino que arrastra á los hombres desde un lecho de púr-pura, hasta el camaranchón de un calabozo; desde el esplendor de un trono hasta la oscuridad de una se-pultura40.»

Iturbide, hombre de carne y hueso

¿Es acaso Iturbide culpable de todos los pecados con que la historia oficial lo envuelve? No lo sabemos a ciencia cierta. Por los documentos nos podemos dar la idea de

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que mucho de lo que se le acusa es falso de toda falsedad. Hay otros casos, en los que un asomo de duda aparece al carear la información oficial con la documental, por ejemplo, ¿ignoraba las innumerables conspiraciones que existían tomando su nombre como justificación? Tal vez sí, pero aún cuando lo supiera, ¿estaba dispuesto a enca-bezarlas a su regreso a México? Tal vez sí, tal vez no. No hay evidencia de que esa fuera su voluntad, y sí la hay de su ingenuidad.

Iturbide fue un héroe, no un santo, un héroe de carne y hueso, con virtudes y defectos, como todo ser humano. Dejamos el mito y la forja de seres perfectísimos para los inventores de la historia de bronce pagados por la nómina oficial. Pero, sin negar la carga de virtudes y de-fectos innata a todo hombre, nadie puede honradamente negar el amor de Iturbide por su Patria y su alta calidad moral.

Esto se evidencia, de una manera particular, cuando el libertador abdica como emperador para evitar derra-mamiento de sangre y, más tarde, cuando a su regreso a México, la forma en que enfrenta la muerte.

Liberales honrados, que los hay y los hubo, como Justo Sierra, Lorenzo Zavala, Guillermo Prieto, Carlos María de Bustamante, Francisco Bulnes y Vicente Riva Palacio, contrarios a la postura conservadora han reconocido la calidad moral y los méritos del libertador de México.

Veamos aquí algunos renglones del relato que hace Don Vicente Riva Palacio, prominente liberal y nieto de Vicente Guerrero acerca de Iturbide primero, y después de lo ocurrido en Padilla:

«Padilla III.Amaneció el día 17, y se notificó á Iturbide que den-

tro de pocas horas debía morir. Su muerte estaba decretada por Garza, que se fun-

daba para dar esta determinación en la ley que pros-cribía á Iturbide para siempre de la República.

Notificóse al preso la sentencia, y la escuchó sin inmutarse; pidió que viniera, para auxiliarle en el úl-timo trance, su capellán que había quedado en el bu-que, y envió á Garza un manifiesto que había escrito para la nación.

La serenidad de Iturbide y la lectura del manifiesto conmovieron sin duda al general, porque mandó sus-pender la ejecución y se puso en marcha para Padi-lla, en donde estaba reunido el congreso del Estado, llevando consigo al prisionero y tratándole con tantas consideraciones como si él fuera mandando en jefe.

Llegaron por fin á Padilla, y el congreso determinó que sin excusa ni pretexto fuese pasado por las ar-mas. En vano Garza, que asistió á la sesión, procuró probar, convertido entonces en defensor de Iturbide, que el decreto de proscripción no alcanzaba á tanto, que Iturbide daba pruebas de sus intenciones pací-ficas, trayendo consigo á su esposa y á sus pequeños hijos. El congreso se mantuvo inflexible, y Garza fue

encargado de ejecutar la sentencia dentro de un breve término.

Volvió entonces á notificarse á Iturbide que podía contar con tres horas para arreglar sus negocios, des-pués de los cuales debía morir.

Iturbide se preparó á morir como cristiano y se confesó con el presidente del congreso que era un eclesiástico, y que había salvado su voto cuando se trató de la muerte del prisionero.

Las seis de la tarde del día 19 fue la hora señalada para ejecutar la sentencia. —Iturbide salió de la pri-sión sereno y firme, y deteniéndose al encontrarse en el campo exclamó:

— Daré al mundo la última vista.Después pidió agua, que apenas tocó con los la-

bios, y se vendó él mismo los ojos.Se trató entonces de atarle los brazos; resistióse al

principio, pero después se resignó con humildad.Detúvose allí, caminó cosa de setenta u ochenta

pasos y llegó al lugar del suplicio, repartió el dinero que llevaba en los bolsillos entre los soldados, y en-tregó su reloj, un rosario y una carta para su familia al eclesiástico que le acompañaba.

En seguida, con firme acento habló á la tropa, rezó en voz alta algunas oraciones y besó fervorosamente un crucifijo.

En ese momento el jefe hizo la señal de fuego y se escuchó el ruido de la descarga.

Cuando se disipó el humo de la pólvora, D. Agustín de Iturbide no era ya más que un cadáver cubierto de sangre.»

Los intentos por sacar a Iturbide del olvido

Después de la Segunda Guerra Mundial, la política mexi-cana dio un giro conservador que propició la aparición de varias obras en torno a Iturbide, intentando superar la campaña de denigración y calumnia que la historia oficial había vertido contra Iturbide. Se publicó entonces, en 1944, Iturbide, varón de Dios, de Rafael Heliodoro Va-lle, en 1946 apareció Iturbide: oficial realista, el libertador, el emperador, de José Macías y al año siguiente vio la luz El libertador. Documentos selectos de D. Agustín de Itur-bide, de Mariano Cuevas.

Estos trabajos ofrecían una visión idílica de Iturbide que lo describía como héroe de la causa independentista, injustamente denostado y acusado de traicionar a su pa-tria, y lo elevaba a la categoría de mártir tras su ejecu-ción.

Valle dedica prácticamente la totalidad de su libro a reproducir cartas y documentos de fuentes secundarias para reconstruir paso a paso la vida de Iturbide desde su nacimiento hasta su muerte. Aunque el autor intenta ofrecer una visión imparcial, no deja de llamar la aten-ción que en el relato cronológico no incluye la disolución del Congreso constituyente.

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Mariano Cuevas considera que, del mismo modo que Bolívar es llamado El Libertador de América del Sur, México debía llamar a Iturbide El libertador de México.

La recuperación de la figura de Iturbide tuvo un efecto breve que traspasó las fronteras nacionales mexi-canas. El historiador norteamericano William Spence Robertson publicó en 1952 su Iturbide of Mexico, un volu-men que se convirtió rápidamente en la obra más citada sobre la vida del ex emperador y, casi, en su biografía «oficial».

L’Envoy

¿Qué fue lo desorbitado que hizo Iturbide? ¿Hacer lo que era corriente hacer en su tiempo? ¿Imitar lo que sucedió apenas dos décadas antes en Francia? Ese era el mundo de principios del siglo xix. Los gobernantes eran reyes o emperadores. La invención de la República de los Esta-dos Unidos era muy reciente, y aún aquella apenas se lo-gró, pues a George Washington el Ejército Continental le ofreció la corona, aunque el libertador la rechazó.

Así que lo que hizo Iturbide era moneda corriente en la época.

Si acaso podríamos acusarlo de no haber sacado el ejército a las calles, como Napoleón para sentarse en el trono, o no haber rechazado el ofrecimiento, como hizo Washington.

«¿Qué aberración tan monstruosa, sólo vista en México —dice Alfonso Junco42— ... loar la libertad y mal-decir al libertador, glorificar la obra y desdeñar al obrero, tomar el don y escarnecer al que lo da? … Iturbide es una gloria de México... Su genio militar, su visión política, su gobierno magnánimo, su abdicación gloriosa, su decen-cia personal, su amor al pueblo y el amor de su pueblo, pónenlo entre las figuras universales».

Iturbide no debe ser héroe o apestado de cada una de las facciones que, desde hace dos siglos, mantienen una lucha por la hegemonía política e, incluso, por el pensa-miento de los mexicanos; no, Iturbide debe ser, porque lo es, un héroe nacional.

Para honrarlo bastará con conocer la verdad acerca de quién fue y cuál fue su comportamiento y optar por la justicia.

Armando Fuentes Aguirre —Catón— escribió en su columna De política y cosas peores del 15 de septiembre de 2009:

«La emancipación de México la hizo —que no la consumó*— Agustín de Iturbide. Los hechos lo de-muestran; pretender ocultarlos es negar la verdad y desvirtuar la historia. México es una gran nación, y no necesita de la mentira para ser amado. Decir esto no es agraviar a Hidalgo. Fue él un hombre iluminado a quien las circunstancias llevaron a las oscurida-des en que cae quien deja de ser dueño de sí mismo. Arrebatado por la muchedumbre, cayó en excesos

que dañaron su causa y lo condujeron a la ruina junto con sus seguidores. Pero en presencia de la muerte el Padre Hidalgo volvió a ser quien antes era, y afrontó su final con entereza y dignidad. Debemos recordarlo igual que a todos los personajes de nuestra historia: con sus luces y sus sombras; como a hombre, no como a estatua».

El 27 de septiembre pasado, México cumplió 191 años como nación independiente. No es cierto que hayamos cumplido «200 años de ser orgullosamente mexicanos».

Las últimas palabras que el hacedor del Plan de Iguala dejó en sus memorias deben hacernos reflexionar:

«Cuando instruyáis a vuestros hijos en la historia de la patria, inspiradles amor por el jefe del ejército triga-rante (...) quien empleó el mejor tiempo de su vida para que fueseis dichosos».

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El cálculo de densidad de caracteres por línea,como herramienta en el diseño editorial.

En su momento, los psicólogos Miles Tinker y Donald Paterson generaron investigación de mucho interés para el campo de la tipografía y el diseño editorial.

Sin embargo, mucha de esta obra permanece desconocida por diferentes moti-vos. En su trabajo La investigación olvidada de Miles Albert Tinker, Sandra Wright Sutherland (1988) expone tres de ellas: en primer lugar; muchos de estos resultados fueron presentados en revistas de psicología y no puestos a disposición de la indus-tria editorial o de los diseñadores, «herederos y depositarios» del ejercicio editorial y de toda la responsabilidad que ello implica. En segundo lugar, cuando estas inves-tigaciones fueron publicadas en el libro How to make type readable (Tinker, 1940), un texto dedicado —literalmente, según el título— a «tipógrafos, impresores y publi-cistas», los expertos en estas áreas se sintieron ofendidos por la presunción de dos psicólogos con nula experiencia en sus campos. Y en tercer lugar, los impresores de la época no entendieron que el enfoque de Tinker y Paterson era exclusivamente dirigido a la eficiencia de lectura, no la calidad de las publicaciones.

Tinker presentó en su momento resultados de estudios sobre el tamaño de la le-tra, el largo de la línea y el interlineado como factores de influencia para la lectura desde un punto de vista científico. Pero debemos considerar que, siendo los inves-tigadores psicólogos y no tipógrafos o diseñadores, dichos resultados no se apegan del todo a los cánones de la tipografía como disciplina. Sabemos, por ejemplo, que cuando hablamos de legibilidad, la altura de x es un factor de mucha mayor influen-cia que el tamaño del cuerpo.

Recientemente, textos como el de Bringhurst (2002) o el de De Buen (2008), recu-peran mucho de estos cánones, reivindicando indirectamente a Tinker.

Ernesto Peña Alonso Licenciado en Diseño Gráfico por la Universidad Autónoma de Tamaulipas. Maestro en Diseño de la Información por la Universidad de las Américas, Puebla.

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Densidad de caracteres

Específicamente, en lo referente a longitud de línea (Ll), ambos autores establecen parámetros o rangos mínimos, óptimos y máximos dependiendo —en el caso de Bringhurst— de las características del texto o —en el caso de De Buen— de la expe-riencia del lector. Estos rangos están dados en caracteres por línea o densidad de ca-racteres (Dyson, 2004) (ρcc) un criterio mucho más objetivo que el de palabras por línea propuesto en su momento por el mismo Tinker y convertido informalmente en un estándar hasta la fecha. Determinar la longitud de línea en función de la densidad de caracteres permite dejar fuera de consideración factores que pueden enrarecer el establecimiento de un protocolo de diseño, como es el caso del idioma.

Consideremos, que no todos los idiomas se comportan igual y de uno a otro el pro-medio de caracteres por palabra puede variar mucho, (como del español al alemán, por ejemplo); incluso entre géneros literarios escritos en el mismo idioma este promedio puede tener variaciones (De Buen [2008] reporta que la prosa en español tiene 4,72 ca-racteres por palabra contra 5,14 del ensayo en español).

Los rangos de densidad de caracteres establecidos por De Buen y Bringhurst pueden resumirse en estas tablas:

Según Bringhurst:

Según De Buen:

De Buen (2005), en su caso, explica que la densidad de caracteres en líneas de texto va aumentando en función de la experiencia del lector, empezando con líneas muy cortas cuando se está aprendiendo a leer y aumentando progresivamente hasta llegar a los rangos máximos. Esto se debe (explica De Buen) a la necesidad de proveer estímulos en función de la experiencia del lector, así, un lector neófito necesitará más estímulos (más líneas cortas) que uno experimentado (menos líneas largas). Esta observación se puede comprobar empíricamente en el uso que los niños en edad escolar le dan a los cuadernos de forma italiana (de orientación horizontal) cuando se les solicita hacer «planas» de letras, palabras o frases: Es común observar que el niño busque llenar la página avanzando por columnas y no por filas (aun cuando el sentido original del ejer-cicio es seguir el orden convencional de lectura). La razón podría estar en la cantidad de estímulos (entendiendo «estímulo» como una sensación de avance) que se obtiene en cada una de las situaciones; un cuaderno de formato horizontal tendrá —evidente-mente— más columnas que filas, un cuaderno de formato vertical, más filas que co-lumnas.

De Buen explica que un lector que se considere «alto» encuentra estímulos a la lec-tura ya no en las líneas, sino en páginas, capítulos o libros enteros; para este tipo de lectores, la densidad de caracteres puede ser muy alta (tanto como la establecida en los rangos máximos de la tabla).

Si atendemos a lo planteado por ambos autores (y por Tinker, en su momento), la densidad de caracteres debería ser —en atención al lector— el criterio (o por lo menos uno de los criterios) para determinar el largo de la línea del texto.

ColumasMonocolumnaMulticolumna

Tipo de LectorBajoAlto

Rango Mínimo4538

Rango Mínimo3445

Rango Máximo7560

Rango Máximo6080

Óptimo6645

Óptimo4560

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En su obra, Bringhurst ofrece una tabla para determinar la densidad de caracteres a partir de la medida de la línea de texto y la longitud del alfabeto básico occidental en minúsculas (abcdefghijklmnopqrstuvwxyz). Sin embargo, bajo este sistema, es impo-sible determinar el largo de línea sin dicha tabla. De Buen, por su parte, le asigna las siglas lca para referirse a esta medida (longitud de los caracteres del alfabeto) y ofrece un recurso aritmético para determinar rangos; recurso que (sin considerar su efectivi-dad) resulta más fácil de utilizar que la tabla de Bringhurst.

De acuerdo con De Buen, el valor lca deberá multiplicarse por 1,75 para obtener una medida óptima de largo de línea; una vez obtenido este valor, se multiplica a su vez por 0,75 para longitud mínima y por 1,5 para una longitud máxima. Aparentemente, De Buen determina estas constantes a partir de los 26 caracteres del alfabeto; de modo que 26 multiplicado por 1,75 se tiene por resultado 45,5, (la densidad óptima de carac-teres para bajo lector de De Buen y la densidad óptima de texto multicolumna y rango bajo para texto monocolumna de acuerdo con Bringhurst); al multiplicar 26 por 1,75 y posteriormente por 0,75 tendríamos por resultado 34,125, (la densidad mínima de ca-racteres para bajo lector de De Buen, y el rango mínimo para texto multicolumna de acuerdo con Bringhurst); al multiplicar 26 por 1,75 y posteriormente por 1,5 tendríamos como resultado 68,25.

Aunque como punto de referencia este recurso se puede considerar suficiente, no es del todo exacto. Obsérvese el porcentaje de error o variación de la cifra ideal, presen-tada en cada caso.

Lo cierto es que la determinación de un largo de línea por densidad de caracteres involucra muchos otros factores que solo el factor lca.

Evidentemente, la medición del lca se debe hacer con la fuente elegida al tamaño con el que se va a formar, pero también con el espacio como se va a utilizar. En programas como InDesign de Adobe se ofrecen tres opciones de kerning: automá-tico, métrico y óptico. Las diferencias entre cada uno de estos procedimientos tiene por consecuencia un desfase en la lca, el cual, en los rangos óptimos y máximos puede significar una variación de hasta uno a dos caracteres.

lca9p6,83 (114,83)

Densidad de cc. ideal /densidad realVariación (%)

9p8,425 (116,425)Densidad de cc. ideal /densidad real

Variación (%)10p0,36 (120,359)

Densidad de cc. ideal /densidad realVariación (%)

10p4,24 (124,242)Densidad de cc. ideal /densidad real

Variación (%)10p8,88 (128,88)

Densidad de cc. ideal /densidad realVariación (%)

Fuente

Tabla 1. Determinación de densidades según la fórmula de De Buen. En todos los casos se empleó el mismo texto (lorem ipsum) de 200 palabras con la fuente elegida a un tamaño de 10 puntos, con formación en bandera y separación silá-bica, limitada a 3 guiones seguidos. El cálculo de caracteres se hizo dividiendo los caracteres totales entre la cantidad de filas resultantes.

Adobe Jenson

Adobe Garamond

Baskerville

Officina Serif

Meta

l=(lcax1,75)16p8,953

45 / 49,14 cc9.2%

16p11,74445 / 49,85 cc

10.7%17p6,628

45 / 50.7 cc12%

18p1,42345 / 51.26 cc

13.91%18p9,54

45 / 50.11 cc11.35%

m= l x 0,7512p6,714

34 / 36,6 cc7.64%

13p2,80834 / 39,15 cc

15.14%13p1,971

34 / 36.86 cc8.41%

13p7,06834 / 34.7 cc

2.05%14p1,155

34 / 36.86 cc8.41%

n= l x 1,525p1,43

68 / 75,6 cc11.17%

25p5,61668 / 77,17 cc

13.48%26p3,942

68/ 76,23 cc12.10%

27p2,13668 / 77,05 cc

13.31%28p2,31

68 / 76,29 cc12.19%

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La determinación del criterio de kerning es entonces una decisión de im-portancia similar que el tamaño de la letra o el interlineado porque todos los métodos planteados (a reserva de que exista uno que desconozca) requie-ren una medición relativamente exacta del largo de caracteres del alfabeto; y más aún si se pretende ser lo más preciso posible en la determinación del largo de línea en función de la densidad de caracteres.

Ahora bien, la razón de esta precisión puede no solo estar en lo planteado en las investigaciones de Tinker, Bringhurst o De Buen con respecto a la con-ducta del lector; además, puede ser un factor de control muy importante en el diseño editorial en general.

Hablando de libro, por ejemplo, la densidad de caracteres que se decida inducir en una línea de texto (en función del posible tipo de lector), el interli-neado y la proporción de la página serían suficientes para tener una cantidad promedio aproximada de los caracteres que puede tener cada página; y este dato con la cantidad de caracteres totales de toda la obra (medido por cada capítulo) nos puede dar la cantidad aproximada de páginas de la obra com-pleta. Con esta información previa a la formación, se puede tener más control sobre la elección de papel, tamaño de los márgenes, tipo de encuadernación, etc.

En el caso de revista o periódico, en función del diseño de la retícula (can-tidad de columnas, modulación), se puede saber cuántas palabras solicitar a los colaboradores o cuál puede ser la cantidad probable de páginas, conside-rando los porcentajes de ocupación de imágenes contra textos.

Para cumplir estos dos posibles propósitos del cálculo de la densidad de caracteres, es recomendable que se considere en el procedimiento: 1) que el índice de variación o error sea el menor posible (menor al que ofrece la fór-mula de De Buen), 2) estar más cercano a los rangos establecidos por ambos autores, 3) pero ser fácilmente modificable en función del lector y el texto. La intención de este documento es presentar un protocolo para calcular largos de línea en función de densidades de caracteres, que cumpla con estos tres objetivos.

Este protocolo partiría de la obtención de la medida lca (implícito en la tabla de Bringhurst y explícito en la opción aritmética de De Buen), escri-biendo el alfabeto básico occidental (26 caracteres) al tamaño y sistema de kerning, al cual se formará el documento en sí. La medida resultante consi-dera la cantidad de caracteres, pero no considera el comportamiento de los espacios, que suele variar de acuerdo con la fuente elegida. Estas variaciones responden a las características formales de la letra. Por ejemplo, las fuentes con serif suelen tener menos espacio (métrico, no óptico) entre letras que las fuentes sin serif.

En azul: lca establecido con kerning métricoEn rojo: lca establecido con kerning óptico

Adobe Caslon, kerning óptico

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Pharus academiæ

En la fórmula presentada por De Buen, la medida de lca adquiere un valor de 1, y este valor se modifica en virtud de la cantidad de caracteres que se quiere inducir. Para esta propuesta, el espacio entre caracteres se considera como un factor independiente al carácter mismo, al asignarle al espacio una medida derivada del promedio de lca sin espacios.

Aunque esta medida —evidentemente— será variable, en función de la cantidad de la letra elegida, se consideró una constante de 3 caracteres. Así, lca (con un valor de 1) se tendría que dividir entre 29 caracteres para obtener otra constante a la que llamaremos c, con un valor de 0.0345 [c=1/(26+3)=0.0345].

Este valor, multiplicado por lca y a su vez por la cantidad de caracteres que se quiere contener en la línea, nos dará por resultado la medida de la misma: lca x c (0.0345) x cc = Ll.

Por ejemplo, siendo el valor lca de Adobe Jenson a 10 puntos con kerning óptico de 114,83, y 45 la densidad de caracteres deseada, tendríamos que: 114,83 puntos x 0.0345 x 45 = 178,273575 puntos = 14p10,274.

Evidentemente, es imposible descartar un margen de error dado que no se puede controlar: la aparición de palabras en un texto determinado, pero este margen de error quedaría reducido a un +/- 4% de la densidad de caracteres en la línea, siendo mayor mientras más corta es la línea. En el caso del ejem-plo anterior, la densidad de caracteres es de 44.47, con un margen de error del 1.17%.

A manera de comprobación, se comparan los resultados obtenidos por medio de la fórmula presentada en el texto de De Buen, mostrada con ante-rioridad, con otros en los cuales se aplicó la fórmula que acaba de explicarse.

Meta Pro, kerning óptico

Proforma Regular

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El reducir el margen de error en el cálculo de densidades de línea (por el mé-todo presentado en este documento, o por cualquier otro existente o por existir), es más un recurso de organización y control que una curiosidad.

El método expuesto en este documento, su consideración del espacio in-terletra medido en términos de caracteres y la posibilidad de hacer un cál-culo de densidades, busca acercarnos a una noción que podemos denominar «texto líquido», haciendo referencia a la propiedad de fluidez que pareciera adquirir el texto.

Muy probablemente, el potencial y valor de este recurso en su dimensión completa será mejor entendido en la práctica y en el ejercicio del diseño edi-torial.

lca9p6,83 (114,83)

Densidad de cc. ideal /densidad real

Variación (%)

9p8,425 (116,425)

Densidad de cc. ideal /densidad real

Variación (%)

10p0,36 (120,359)

Densidad de cc. ideal /densidad real

Variación (%)

10p4,24 (124,242)

Densidad de cc. ideal /densidad real

Variación (%)

10p8,88 (128,88)

Densidad de cc. ideal /densidad real

Variación (%)

FuenteAdobe Jenson

Adobe Garamond

Baskerville

Officina Serif

Meta

45 cc16p8,95314p10,274

45 / 49,14 cc45 / 44,46 cc

9.2%-1.2%

16p11,74415p0,75

45 / 49,85 cc45 / 45,17 cc

10.7%0.3%

17p6,62815p6,857

45 / 50,7 cc45 / 44,46 cc

12%-1.2%

18p1,42316p0,886

45 / 51,26 cc45 / 45,13 cc

13.91%0.3%

18p9,5416p8,086

45 / 50,11 cc45 / 44,46 cc

11.35%-1.2%

34 cc12p6,71411p2,695

34 / 36,6 cc34 / 32,975 cc

7.64%-3.01%

13p2,80811p3,566

34 / 39,15 cc34 / 33,1 cc

15.14%-2.64%13p1,97111p9,181

34 / 36,86 cc34 / 32,975 cc

8.41%-3.01%

13p7,06812p1,949

34 / 34,7 cc34 / 32,975 cc

2.05%-3.01%

14p1,15512p7,176

34 / 36,86 cc34 / 32,73 cc

8.41%-3.73%

68 cc25p1,43

22p5,39168 / 75,6 cc

68 / 68,89 cc11.17%1.3%

25p5,61622p9,133

68 / 77,17 cc68 / 68,94 cc

13.48%1.4%

26p3,94223p6,362

68/ 76,23 cc68 / 68,89 cc

12.10%1.3%

27p2,13624p3,472

68 / 77,05 cc68 / 68,94 cc

13.31%1.4%

28p2,3125p2,352

68 / 76,29 cc68 / 68,73 cc

12.19%1.07%

Tabla 2. Determinación de densidades según la fórmula de De Buen compara-da con la presentada en este documento según las condiciones presentadas en la tabla 1.

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Pharus academiæ

Bibliografía

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De Buen, Jorge: Manual de diseño editorial, 3a. edición, Editorial Trea, España, 2008.

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Quelación de Cadmio mediante esencia de clavo de olor «syzygium aromaticum» (Eugenol), y su aplica-ción en el tratamiento de residuos sólidos peligrososcon contenido de Cadmio.

Resumen

Este trabajo presenta la síntesis de quelacion de Cadmio, utilizando como materia prima óxido de Cadmio, esencia de la especia conocida como clavo de olor (Syzygium aromaticum) eugenol y agua; en la síntesis se obtuvo un producto sólido de estructura petrificada e insoluble en agua, mismo que fue caracterizado mediante espectroscopia infrarroja.

Para poder proponer la síntesis como una ruta química para el tratamien-to de metales pesados, se evaluó la toxicidad de los lixiviados del quelato obtenido, mediante bioensayos de germinación, utilizando semillas de Lens esculenta. Como resultado del bioensayo, se observó que en ambientes ácidos hubo disminución significativa en el crecimiento de las raíces en las semillas, y en ambientes neutros no hubo efectos negativos en el crecimiento de las semillas.

Las ventajas que ofrece el estudio de esta síntesis son: la participación de compuestos naturales como los aceites esenciales de «Syzygium aromati-cum», además de que la materia prima principal es un residuo peligroso y que el producto final, al petrificar, impide la dispersión de partículas de Cadmio; de acuerdo con la estructura química se mantiene estable a pH neutros y al-calinos, y en estas condiciones los efectos tóxicos de sus lixiviados, dismi-

Marisol Martínez Hernández

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nuyen o no se presentan, lo cual hace de la síntesis una metodología candidata para poder aplicarse como trata-miento de residuos sólidos peligrosos.

Metales pesados

En la industria, uno de los tratamiento que se aplica a los efluentes para eliminar metales pesados, consiste en la precipitación en forma de hidróxidos; los metales precipi-tados en forma de hidróxidos terminan en confinamien-tos y, en muchos casos, otras empresas se encargan de la disposición final; sin embargo, el riesgo de su ingreso a los ecosistemas —y por ende a la cadena trófica— depen-derá de la reactividad de sus formas químicas finales, es-pecialmente de su capacidad para disolverse en el agua.

El término «metal pesado», a pesar de ser ampliamen-te utilizado entre los profesionales y científicos, no tiene una base científica rigurosa o una definición química. Aunque muchos de los elementos que se enlistan en el término «metal pesado» tienen una gravedad específica mayor que cinco, existen diversas excepciones a esta re-gla.

Una forma opcional de nombrar este grupo es: «ele-mentos tóxicos», los cuales —de acuerdo con la lista de contaminantes prioritarios de la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos (usepa)—, incluyen los siguientes elementos: Arsénico, Cromo, Cobalto, Níquel, Cobre, Zinc, Plata, Cadmio, Mercurio, Titanio, Selenio y Plomo.

Afectaciones a la salud por metales pesados

Ciertos metales funcionan como venenos metabólicos, ya que pueden reaccionar e inhibir una serie de sistemas enzimáticos; elementos como Hg+2, Cd+2 y Ag+1 forman complejos tóxicos inespecíficos en la célula, lo que pro-duce efectos tóxicos para cualquier función biológica. Elementos como el Hg, As, Sn, Tl, y Pb, pueden formar iones órgano-metálicos liposolubles capaces de penetrar membranas y acumularse en las células. Aún elementos sin propiedades toxicas en baja concentración, como Zn+2 o Ni+2, y especialmente Cu+2, son tóxicos en con-centraciones mayores.

En México, el Instituto Nacional de Ecología (ine), órgano dependiente de la Secretaria Medio Ambiente y Recursos Naturales (semarnat), considera que son tres de los denominados metales pesados, cuyo manejo re-presenta mayor preocupación en el país. A continuación se citan sus principales efectos en la salud.

Mercurio

El mercurio puede estar presente en dos formas prin-cipalmente: mercurio inorgánico y especies órganomer-curiales, de las cuales el metilmercurio es la más estu-diada, por su alta toxicidad al atravesar fácilmente las paredes celulares y entrar al sistema biológico. Por otro lado, ha sido demostrado por varios autores que muchos organismos vivos pueden transformar el mercurio inor-gánico a sus formas orgánicas. Los compuestos más peli-grosos del mercurio son los alquilmercurio, los cuales se encuentran en la cadena alimenticia1.

La gravedad de los daños que puede ocasionar a la po-blación se ilustra por los episodios de intoxicación ocu-rridos en Minamata y Nigata, Japón, en 1956 y en 1965 res-pectivamente, como resultado de la ingestión de pescado que contenía metil-mercurio, procedente de las aguas contaminadas con descargas de plantas fabricantes de acetaldehído, que involucraron a 2255 personas en el pri-mer caso y a 700 en el segundo. Estos sucesos pusieron de relieve las transformaciones que sufre el mercurio en el ambiente, ya que se vertió al agua como mercurio me-tálico y fue biotransformado a metilmercurio, además de que fue bioacumulado a través de la cadena alimenticia.

También ocurren efectos tóxicos por inhalación de vapor de mercurio, el cual daña especialmente el siste-ma nervioso. Las exposiciones leves están caracterizadas por pérdida de la memoria, temblores, inestabilidad emo-cional (angustia e irritabilidad), insomnio e inapeten-cia. A exposiciones moderadas, se observan desórdenes mentales más importantes y perturbaciones motoras, así como afecciones renales. Las exposiciones breves a elevados niveles de vapor de mercurio pueden producir daños pulmonares y la muerte. El empleo de cosméticos y medicamentos que contienen mercurio es una fuente adicional de exposición.

Cadmio

La población abierta se expone al cadmio principalmen-te a través de la cadena alimenticia, aunque también por el consumo de tabaco contaminado con cadmio presente en los fertilizantes fosfatados. El cadmio se acumula en el organismo humano fundamentalmente en los riñones, causando hipertensión arterial. La absorción pulmonar es mayor que la intestinal, por lo cual, el riesgo es mayor cuando el cadmio es aspirado.

La concentración crítica en la corteza renal, que da lu-gar a una prevalencia de 10% de proteinuria —presencia de proteína en la orina— en la población en general, es aproximadamente de 200 mg/kg, y que se alcanza con una ingestión alimentaria diaria de unos 175 µg por per-sona durante 50 años.

1 Morel, et al (1978). ops.

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En la ciudad de Toyama, en Japón, ocurrió un brote epidémico de intoxicación (síndrome de Itai-Itai), ocasio-nado por la ingestión de arroz contaminado con cadmio, el cual era irrigado con agua contaminada por «jales». Las personas afectadas, principalmente mujeres postme-nopáusicas, sufrieron deformación de los huesos, acom-pañada de intenso dolor y fracturas, además de protei-nuria y glaucoma. Se considera que estas alteraciones se produjeron favorecidas por factores dietéticos, como deficiencia en vitamina d.

El cadmio ha sido asociado con la aparición de cáncer en animales de experimentación, así como con casos de cáncer de próstata en humanos.

Plomo

Las intoxicaciones ocasionadas por plomo, conocidas desde la antigüedad, se han debido al consumo de be-bidas contaminadas por este metal, principalmente de fabricación clandestina, como el vino. Más común, sobre todo en países en desarrollo, es la intoxicación provocada por el consumo de alimentos preparados o almacenados en recipientes de barro vidriado, de los cuales se despren-de plomo.

En las zonas urbanas con intenso tráfico vehicular, la principal fuente de exposición al plomo resulta de la inhalación de partículas extremadamente pequeñas que persisten en el aire durante algunas semanas, antes de sedimentarse, y que son emitidas por los autotranspor-tes que consumen las gasolinas que contienen tetraetilo de plomo. Se ha visto que el plomo es el principal conta-minante metálico en la atmósfera. En los países en los cuales se han empleado pinturas de interiores con óxidos de plomo, es común la intoxicación de niños al ingerir la pintura descascarada.

Afectaciones al ambiente por metales pesados

Los metales pesados pueden incorporarse a un sistema de abastecimiento de agua por medio de residuos indus-triales que son vertidos sin previos tratamientos, los que posteriormente se depositan en lagos, ríos y distintos sis-temas acuíferos. La absorción de metales pesados por las plantas es generalmente el primer paso para la entrada de éstos en la cadena alimentaria. La absorción y poste-rior acumulación dependen en primera instancia del mo-vimiento —movilidad de las especies— de los metales, desde la solución en el suelo a la raíz de la planta.

Algunos elementos metálicos son indispensables para el metabolismo vegetal, ya que algunos de ellos son nece-sarios para activar enzimas; de manera natural es posi-ble encontrar Níquel en los primeros horizontes del suelo que aparece ligado a formas orgánicas. Este elemento, junto con el Zinc, son requeridos por el metabolismo ve-getal en bajas concentraciones, de ahí que se conozcan

como oligoelementos.En el suelo, los metales pesados como iones libres,

pueden tener acción directa sobre los seres vivos, lo que ocurre a través del bloqueo de actividades biológicas, es decir, la inactivación enzimática por la formación de en-laces entre el metal y los grupos —SH (Sulfidrilos) de las proteínas, causando daños irreversibles en los diferentes organismos.

Cuando el contenido de metales en el suelo alcanza niveles que rebasan los limites máximos permisibles, causa efectos inmediatos como inhibición del crecimien-to normal y el desarrollo de las plantas, y un disturbio funcional en otros componentes del ambiente, así como la disminución de las poblaciones microbianas del suelo. El término que se emplea es «polución de suelos».

Los metales pesados incorporados al suelo pueden se-guir cuatro diferentes vías; la primera, quedar retenidos en el suelo u ocupando sitios de intercambio; segunda, específicamente adsorbidos sobre constituyentes inorgá-nicos del suelo; tercera, asociados con la materia orgáni-ca del suelo; y cuarta, precipitados como sólidos puros o mixtos. Por otra parte, pueden ser absorbidos por las plantas y así incorporarse a las cadenas tróficas, pueden pasar a la atmósfera por volatilización y pueden ser mo-vilizados a las aguas superficiales o subterráneas. Para elucidar el comportamiento de los metales pesados en los suelos y prevenir riesgos tóxicos potenciales, se re-quiere la evaluación de la disponibilidad y movilidad de los mismos.

La toxicidad de los metales depende no sólo de su con-centración, sino también de su movilidad y reactividad con otros componentes del ecosistema.

Los metales pesados contribuyen fuertemente a la contaminación ambiental. La cantidad de metales dispo-nibles en el suelo está en función del pH, el contenido de arcillas, el contenido de materia orgánica, la capacidad de intercambio catiónico y otras propiedades que las ha-cen únicas en términos del manejo de la contaminación.

Principales fuentes de contaminación en México

México es uno de los países de Latinoamérica que se en-cuentra localizado en una región volcánica rica en mi-nerales. La tradición minera en el país se remonta a la época prehispánica, con la explotación de yacimientos ubicados principalmente en las zonas de Taxco, Pachu-ca, Guanajuato y Querétaro. Dicha actividad adquirió una gran relevancia económica y social hasta el periodo de la Colonia, convirtiéndose entonces en el motor del crecimiento económico y modernización de la Corona española. La minería suministró insumos a la industria de la construcción, metalurgia, siderurgia y química, por más de tres siglos, ayudando a generar infraestructura y polos de desarrollo en el país. A nivel mundial, el auge de la minería mexicana se tradujo en un importante flujo de metales preciosos, especialmente plata, hacia los cir-

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cuitos comerciales europeos. Actualmente, la posición de la minería dentro de las industrias del sector primario es significativa, aún cuando enfrenta problemas de mercados deprimidos.

La explotación minera en el país se realiza básicamente en dos modalida-des: explotación y beneficio de metales (preciosos e industriales), y explota-ción de piedras preciosas y minerales industriales, como los ópalos y caolines, respectivamente. También es común la explotación de rocas para la elabo-ración de artesanías y construcciones. Entre los estados que destacan por su contribución con la producción de metales y minerales siderúrgicos, se encuentran Coahuila, Jalisco y Michoacán.

El ejemplo más común de la contaminación de suelos por actividades mineras en México es la generada durante la explotación del oro y la plata, realizado comúnmente por amalgamación con Hg y por cianuración. En nin-guno de los dos casos es posible la recuperación total de los compuestos y/o elementos adicionados, por lo que es común encontrarlos en los residuos del proceso (jales) en forma soluble. Durante el proceso de cianuración se incre-menta el pH por la adición de hidróxido de calcio; al generarse hidróxido de sodio (en el caso de beneficio con plata) como producto de la reacción, tam-bién se forma cianuro de sodio.

En México, la separación del mineral de los materiales sin valor se lleva a cabo básicamente a través de dos métodos: la flotación y la hidrometalurgia. Como se mencionó, los impactos ambientales ocasionados por los métodos de flotación aumentan proporcionalmente al incremento del uso de reacti-vos, para favorecer el proceso. En el caso de México, los elementos potencial-mente tóxicos más comunes derivados de estos procesos, son: Pb, Cd, Zn, As, Se y Hg.

De acuerdo con la ubicación del yacimiento, la minería en el país se realiza a cielo abierto (cuando los minerales se encuentran en zonas más o menos superficiales), o bien, opera de forma subterránea. Debido a lo anterior, los volúmenes de descapote varían mucho, desde relaciones desperdicio/mineral de 1:1 hasta 6:1. En el caso de minas no metálicas, como las de sal en Guerrero Negro o de yeso en Baja California, existen diferencias notables con respecto a las minas en las que se extraen metales. La peligrosidad de los residuos generados en este tipo de minas se debe más a los grandes volúmenes ma-nejados y a su dispersión, que a la toxicidad de sus componentes (Gutiérrez y Moreno; 1997) NO ESTÁ EN LA BIBLIOGRAFÍA.

Otra fuente importante de contaminación por metales pesados en México es la actividad industrial. Desde el inicio de la industrialización y hasta la actualidad, este tipo de actividades genera diversos tipos de residuos peligro-sos que, ante la falta de una regulación jurídica adecuada que los identificara como tales, se dispusieron en sitios inadecuados como terrenos aledaños a las plantas industriales, especialmente adquiridos para ese propósito, patios de las propias instalaciones industriales, o bien, se depositaron indiscrimi-nadamente en barrancas, ríos, basureros, terrenos baldíos y cañadas, entre otros (SEMARNAT: 2004b) NO ESTÁ EN LA BIBLIOGRAFÍA.

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Tabla 1. Número de distritos mineros y zonas mineralizadas por estado hasta 1999

Estadobc

Coah

Chih

Dgo

Gto

Gro

Hgo

Jal

Mex

Mich

Qro

slp

Sin

Son

Zac

Mercurio- Actividades mineras de extracción de oro, plata y cobre- Fundición primaria y secundaria de metales- Producción de carbón y coque- Combustión de combustóleo y car-bón en la generación de electricidad- Industria de cloro-sosa -Incineración de residuos peligrosos y biológico-infecciosos.

Plomo- Fundición primaria y secundaria de metales- Loza vidriada- Producción de pinturas- Elaboración de latas soldadas con plomo- Industria electrónica y de cómputo- Uso de gasolina con plomo.

Cadmio- Baterías Recargables de Níquel/Cadmio (Ni/Cd)- Fertilizantes.- Pigmentos y Estabilizadores en Plástico y PVC.- Pigmentos en Pinturas.- Galvanización.- Catalizadores y Conservadores en la Industria del Plástico.- Elaboración de Pinturas.Aleaciones.

Zonas Mineralizadas4

5

32

13

4

18

15 regiones mineras

2 (4 regiones mineras)

6 (7 regiones mineras)

19 (13 regiones mineras)

2 (7 regiones mineras)

23 (14 regiones mineras)

13

10 + 1 región carbonífera (regiones mineras)

12 (18 regiones mineras)

Metaleras y Minerales Au, Ag, Pb, Zn, Cu, W, Mn, cuarzo, barita, ónix calcáreo, ceniza vol-cánica pétrea, zeolita, roca caliza, magnetitaFe, Cr, Sm, Zn, Cu, Ag, Au, Mg, Na, barita, óxidos de Pb y Zn, galena, fluorita, cuarzo, pirita, carbón, yesoAu, Ag, Pb, Zn, Cu, Fe, mármol, fluorita, yeso, pirita, malaquita, óxidos de Fe, caolínAu, Ag, Pb, Cu, Zn, cuarzo, andesitas, pizarras, granito, mármol

Au, Ag, Cu, Pb, Zn, cuarzo, calcita, calcopirita, pirita, arcillas, clori-ta, galena, granito, sulfurosAu, Ag, Pb, Cu, Zn, Fe, Al, Cd, Ba, Sn, W, Cr, Sb, caliza, yeso, dolomita

Au, Ag, Pb, Cu, Zn, Mn, cal hidratada, bitumen, mármol, caliza, caolín, pómez, carbón, arena, sílicaAu, Ag, Pb, Cu, Zn, Mn, Fe, Sn, cantera, ópalo, diatomita, caolín, granito, barita, caliza, yeso, arcilla, mármol, fosforitaAu, Ag, Pb, Cu, Zn, Cd, cantera, grava, arena, ceniza volcánica pé-trea, tepetate, caliza, sílicaAu, Ag, Cu, Pb, Mo, W, Ba, Fe, Mn, caolín, cuarzo

Ag, Pb, Zn, Au, Cu, sulfuros, mármol, ópalo, cantera, caolín

Fe, Au, Ag, Zn, Cu, Pb, Hg, arena, caliza, cuarzo, pirita

Au, Ag, Cu, Pb, Mo, Fe, Zn, Ni, Co, Pt, Ru, Ir, cuarzo

Au, Ag, Cu, Fe, carbón

Au, Ag, Cu, Pb, Zn, Fe, cantera

Entre las principales fuentes de emisión de los metales de mayor preocupa-ción en México según el Instituto Nacional de Ecología, destacan:

Tabla 2. Fuentes de contaminación por metales pesados en México

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TemperaturaCdO

EugenolAgua

AgitaciónTiempo de Reacción

70°c1.0061 g2.74 ml0.1 ml25 rpm5 min

Importancia del estudio

Los metales pesados son un tema actual en el ámbito ambiental y de salud pública. Los daños son tan severos que las autoridades en materia de salud y medio ambien-te fijan sus objetivos en minimizar la exposición de la población a estos elementos tóxicos. El sector industrial representa una fuente importante de contaminación por metales pesados, especialmente la industria metalúrgica y de pigmentos. Los metales pesados tienen la particula-ridad de bioacumularse en los seres vivos, y el incremen-to de la bioacumulación depende de la interacción dentro de la cadena trófica.

La importancia del desarrollo e innovación en tec-nologías, para la disminución de la bioacumulación de metales pesados, radica en el hecho de que algunos se consideran no esenciales, cuando no tienen una función biológica conocida, y otros esenciales, cuando son ne-cesarios para el desarrollo y crecimiento normal de los organismos, como el caso del Zinc, que —a pesar de ser esencial— algunos estudios han demostrado que tiene efectos adversos en concentraciones altas.

El cadmio es un elemento no indispensable para el ser humano, que es muy dañino en bajas concentraciones. El envenenamiento por cadmio produce osteoporosis, enfisema pulmonar, cáncer de pulmón, cáncer de prós-tata, hipertensión, diversas cardiopatías y retraso en la habilidad verbal de los niños; puede ingresar al organis-mo mediante la ingesta de polvo contaminado por el uso de utensilios de plástico en la alimentación, por inhalar humo de tabaco y por ingerir agua contaminada.

En México, el cadmio es un elemento cuya concentra-ción en agua, suelo y atmosfera, se encuentra regulada por autoridades federales (semarnat-conagua).

En el caso del sector industrial, es muy común que sus plantas de tratamiento de aguas generen residuos sóli-dos, comúnmente llamados lodos. Éstos se producen al adicionar sustancias químicas para eliminar la turbidez presente en el agua, a partir de la precipitación de sólidos que se encuentren suspendidos, etapa conocida como clarificación. Los residuos generados en esta operación son de naturaleza química y orgánica, y de no recibir un adecuado tratamiento o confinamiento final, se incre-menta la probabilidad de que diversos contaminantes, como los metales pesados, se incorporen de manera per-judicial a los ciclos biogeoquímicos. El asunto se agrava al tratarse de la industria minera.

Otra problemática en el país radica en los tratamien-tos que utilizan algunas industrias cuyo giro es el trans-porte, tratamiento y disposición final de residuos, ya que en muchos casos el método que utilizan estas empresas es la incineración de residuos, para posteriormente de-positar las cenizas remanentes en rellenos sanitarios. La preocupación surge al considerar que las cenizas pueden ser óxidos de diversos metales, y que en esta forma quí-mica (al entrar en contacto con humedad o materia orgá-

nica), pueden incrementar su toxicidad.Por otra parte el Instituto Nacional de Ecología (en su

sitio de Internet oficial) cuenta con diversas publicacio-nes acerca de estudios y estadísticas sobre el consumo de pilas en México, debido a que estos materiales están al alcance de toda la población en general. Esta condición le da importancia como fuente de contaminación por me-tales pesados, por los riesgos que la población desconoce sobre su manejo y disposición final.

Uno de los métodos eficaces para eliminar metales pesados en los seres humanos es la quelación, método que consiste en la reacción entre un complejo (a partir de un compuesto orgánico) y un metal. El cuerpo huma-no, al poder metabolizar el compuesto formado, termina excretándolo. El eugenol, un derivado fenólico extraído principalmente de la especie Syzygium aromaticum (Cla-vo de olor), tiene una aplicación importante en odonto-logía, ya que por sus características puede reaccionar con oxido de Zinc y formar un quelato. El compuesto que se forma fragua con el agua, formando un cemento de muy baja toxicidad e insoluble en agua, y que mantiene al Zinc en una forma no bioacumulable. El presente tra-bajo aprovecha la información sobre los cementos den-tales, para proponer el uso de Oxido de Cadmio debido a que pertenece al mismo grupo químico 2b y, por lo tanto, posee propiedades químicas similares, dándole una apli-cación diferente.

Metodología

El desarrollo experimental se dividió en dos etapas:

Reacción de quelaciónLa quelación se llevó a cabo en laboratorio, bajo las si-guientes condiciones:

Tabla 3. Condiciones para la síntesis

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Bioensayo de germinación para evaluar la toxicidad de los lixivia-dos

Debido a la baja solubilidad del producto obtenido, se optó por preparar lixi-viados; se eligieron dos escenarios de pH para el experimento, pH ácido para simular el efecto que tendría el producto al entrar en contacto con la materia orgánica del suelo o con lluvia ácida; y pH neutro para simular el efecto que tendría el producto al entrar en contacto con agua dulce o ligeramente alca-lina (agua dura).

Preparación de Testigo pH Ácido. La acidez es una característica que por sí sola puede provocar efectos tóxicos. Para tener presente el efecto producido únicamente por la acidez, se realizó un bioensayo donde la muestra fue la so-lución de HCl que se utilizó para obtener el lixiviado ácido del quelato.

Preparación de Testigo pH Neutro. El agua destilada con la que se prepa-ró el lixiviado, pudiera estar contaminada o tener alguna característica que aumentara el efecto toxico. Para asegurar que no provocara ningún efecto, se prepararon pruebas de germinación, utilizando únicamente 5 ml de agua destilada, y se registraron los resultados.

Preparación de Lixiviado de Ph Neutro. En un vaso de precipitado de co-locaron los 0.2 g del producto sintetizado y se agregaron 100 ml de agua des-mineralizada, previo Ph verificado. Se aseguró que el Ph estuviese en 7, con tira reactiva, se agitó por 5 min a 25 rpm, y se dejó reposar media hora. Poste-riormente se filtró la mezcla usando papel filtro No 40, y el líquido filtrado se identificó como «Lixiviado Ph Neutro».

Preparación de Lixiviado de Ph Ácido. En un vaso de precipitado de co-locaron los 0.2 g del producto sintetizado y se agregaron 100 Ml de HCl 0.4% (Ajustada mediante solución con NaOH 0.4% hasta Ph 3), se verificó mediante tira reactiva, se agitó por 5 minutos, y se dejó reposar 30 min. Posteriormente, se filtró la mezcla usando papel filtro No 40; el líquido filtrado se consideró como muestra al 100% y se identificó como «Lixiviado Ph ácido». Se decidió trabajar con HCl y NaOH, debido a que no forman precipitados, no reaccionan con el eugenol, y este ácido no reacciona con el alto contenido de proteínas que contienen las semillas de Lens esculenta —conocidas comúnmente como lentejas— que se utilizaron en el bioensayo

Organismo de PruebaTemperatura

DuraciónCalidad de Luz

Volumen de la Solución de PruebaAgua de Dilución

Semillas ExpuestasNúmero de Réplicas

Efecto MedidoCriterio de aceptabilidad de los Resultados

Tabla 4. Condiciones del bioensayo

Semillas de Lens Esculenta20 ± 2120 hOscuridad5 ml de muestraAgua desmineralizada202Porcentaje de Germinación. Crecimiento radicular promedioGerminación >90% en testigo

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Protocolo del bioensayo de germinación:

• ColocarenunacajaPetriundiscodepapelfiltro• Marcarcorrectamentecadacajaconladilucióncorrespondiente.• Saturarelpapelfiltrocon5mldeladilución• Colocarcuidadosamente20semillas,dejandoespaciosuficienteen-

tre ellas para permitir la elongación de las raíces• TaparlascajasPetrieinmediatamentecubrirdelaluzdurantetodo

el periodo de ensayo

 

Figura 1. Esquema general del bioensayo

Figura 2. Espectro ir Producto sintetizado

Figura 3. Espectro ir Eugenol

Figura 5. Cadmio quelatado

Figura 4. Estructura propuestadel producto sintetizado.

Caracterización estructural

Obtención de espectro ir

La caracterización estructural consistió en preparar una muestra del pro-ducto sintetizado para análisis por espectroscopía infrarroja. Para lo cual se tomaron 5 muestras de 0.1 gr del producto. Cada muestra se lavó con 25 ml de Cloruro de Metileno grado reactivo para eliminar el exceso de eugenol sin reaccionar; se identificó cada muestra, se resguardó en papel de fibra celulo-sa, y se envió al departamento de posgrado del Instituto Tecnológico de Cd. Madero, para su posterior análisis.

Determinación de la concentración de Cd en el quelato obtenido

Para determinar la concentración de Cd en el producto de síntesis se conside-ró la metodología de la nmx-aa-051-scfi-2001. El principio de esta metodolo-gía se basa en la eliminación de materia orgánica mediante digestión con áci-do nítrico. Una vez que se ha eliminado la materia orgánica en forma de CO2, los metales contenidos quedan completamente ionizados y listos para leerse en el Espectrofotómetro de Absorción Atómica. Este parámetro fue determi-nado por personal del Centro de Investigación y Tecnología en Saneamiento Ambiental, del Instituto de Estudios Superiores de Tamaulipas, A.C.

Resultados

Caracterización químico-estructural

Como resultado de la caracterización estructural, la Figura 2 muestra el es-pectro de absorción ir del producto sintetizado y la Figura 3 muestra el es-pectro de ir del eugenol.

De acuerdo con la estructura propuesta por la literatura, se esperaba que el espectro de absorción del producto obtenido fuese parecido al espectro del eugenol, y la única diferencia que se esperaba sería la desaparición de la banda de absorción típica de los enlaces O-H; sin embargo, en la Figura 2 se observa que persiste la banda de absorción de este enlace (A) y aparece una banda en la región de los 2250 cm-1 (B), que no se presenta en el espectro de la Figura 3; en consecuencia, esta banda puede ser de relevancia para la identifi-cación del quelato. Por lo demás, la banda en la región de los 1500 y 1700 cm-1 (C y D) son típicas en el eugenol. La Figura 4 muestra la estructura propuesta del producto sintetizado.

Como resultado del análisis por Absorción Atómica para determinar la concentración de Cd en el quelato, ésta equivale a 84,67 mg Cd/g de producto.

 

 

 

 

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Caracterización toxicológica

En el caso de las pruebas de germinación se obtuvieron los siguientes resul-tados.

Tabla 5. Efectos tóxicos de lixiviados ácidos

Tabla 6. Efectos tóxicos de lixiviados ácidos en la prueba testigo

Tabla 7. Efectos tóxicos de lixiviados neutros

Tabla 8. Efectos tóxicos de lixiviados Neutros (Testigo)

Lixi

viad

o pH

áci

doTe

stig

o pH

áci

doLi

xivi

ado

pH n

eutr

oTe

stig

o pH

neu

tro

Concentración de Lixiviado100%50%25%

12.5%6.25%

Concentración de Lixiviado100%50%25%

12.5%6.25%

Concentración de Lixiviado100,00%50,00%25,00%12.50%6.25%

No. de Semillas Germinadas09182020

PromedioInhibición de la Germinación

No. de Semillas Germinadas1

12202020

PromedioInhibición de la Germinación

No. de Semillas Germinadas2020202020

PromedioInhibición de la Germinación

No. de Semillas Germinadas202020

Promedio

% de Germinación045901001006733

% de Germinación5

601001001007327

% de Germinación1001001001001001000

% de Germinación100100100100

Longitud Radicular cm0

2.2444

2.84—

Longitud Radicular cm0

4.23

3,73,3

2.84—

Longitud Radicular cm6889

9,58,1—

Longitud Radicular cm898

8.3

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Conclusión

Con respecto al análisis del espectro ir de la Figura 2, se notó un pico atípico con respecto al espectro teórico del eugenol en la región de los 2,250 cm-1, que pudiera ser un dato importante para identificar la formación del quelato. Diversos autores citan que en los quelatos de eugenol, éstos se denotan por la ausencia de la banda de absorción de los enlace O-H; sin embargo, en la literatura consultada se habla de moléculas de agua ocluidas en la estructura sólida de los quelatos formados.

Con respecto a la información del bioensayo de germinación, cabe men-cionar que en el caso del efecto tóxico sobre la germinación de las semillas expuestas a lixiviados ácidos, según la tabla 5, los lixiviados al 100% y 50% presentaron efectos tóxicos; sin embargo, la prueba testigo indica que el efec-to tóxico es generado sólo por la acidez de la solución; por tanto, consideran-do la información de la prueba testigo, el producto sintetizado al interactuar sobre ambientes ácidos, generó lixiviados que inhibieron la germinación en un 33%, y afectó severamente el crecimiento radicular, pues el promedio de crecimiento radicular fue de 2.84 cm c. Estos efectos se generaron al sumarse la acidez a la naturaleza química de los lixiviados generados, y pueden si-mular el comportamiento del quelato sintetizado si este último se llegara a depositar en suelos con alto contenido de materia orgánica o con incidencia de lluvia ácida. En el caso del Cd, diversos autores han citado su citotoxicidad sobre células vegetales: en un ambiente ácido se rompe el enlace coordinado en la estructura, y el metal logra ionizarse y disolverse, incrementando así su efecto tóxico. Ver figura 4.

En contraste, en ambientes de pH neutros, y de acuerdo con la tabla 5, los lixiviados del cadmio quelatado no presentaron efectos tóxicos sobre la ger-minación en las semillas expuestas, hubo un 100% de germinación y tampoco se notó efecto tóxico sobre el crecimiento radicular, ya que la longitud radicu-lar promedio fue muy similar a los valores de la prueba testigo. Esta respuesta se esperaba por la estructura química. Ver figura 4.

De acuerdo con la polaridad del eugenol, éste solo se disuelve en solventes no polares. Por lo tanto, los efectos tóxicos en los lixiviados sólo se asocian a la presencia de iones de cadmio, y no a la presencia de eugenol, dado que este último no es soluble en la matriz acuosa con la que se elaboraron los lixiviados.

Analizando los resultados y observando las propiedades de los lixiviados, principalmente los generados a pH neutros, la información se puede apro-vechar para experimentar a nivel de laboratorio el diseño, por ejemplo, de humedales salobres artificiales, en cuya base queden asentados pelets de ce-mentos a base de la síntesis propuesta, dado que el agua salobre tiene carác-ter alcalino suficiente para el desarrollo de organismos como los moluscos bivalvos, que son excelentes bioindicadores que permitirían monitorear la calidad del agua, una forma sustentable de tratar los residuos sólidos peli-grosos. Desde luego, esta aplicación involucra una caracterización de mayor alcance, que permita evaluar riesgos y beneficios.

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La religión desde el conocimiento

Resumen

El presente ensayo es una aproximación a la religión, no como positividad sino como la «religación», la unión primordial, el acto fundante que abre al hombre a la deidad, el primer y fundamental paso en la espiritualidad humana, en el que se exponen las concepciones que se tienen sobre la religión y que obstaculizan su ejer-cicio, y se identifica como constante la exclusión de la capacidad racional en esta doble relación entre el hombre y Dios.

Se presenta a la religión fundamentada en la racionalidad, pero no constreñida por ella, sino plena y completa. Pues sólo cuando se ponen en juego todas las ca-pacidades se realiza enteramente la espiritualidad. La carencia de una vida espiri-tual limita el perfeccionamiento de todas las demás dimensiones, y la existencia del hombre se encuentra incompleta.

Lo que creemos que es la religión

La religión puede considerarse como la forma acabada de la dimensión espiritual. En ella se desarrolla plenamente la capacidad del hombre, de concebir y aspirar a la trascendencia. Esto no es resultado de una necesidad social, intelectual o psicoafec-tiva, sino que todas ellas son y se fundamentan por la religión.

Se le confunde con leyes de atracción, «buena vibra», «autosugestión» y pensa-miento positivo, con el fin de atraer lo que se desea obtener; todo se ve reducido a la subjetividad de la persona que la emplea, pues su objetivo no es su bienestar integral sino la obtención de satisfactores materiales. Se le convierte en una especie de «va-rita mágica» para obtener no lo que necesitamos sino lo que creemos necesitar, de manera rápida y sin esfuerzo alguno.

Ivette Chang BencomoPeriodista, editorialista y ensayista, ha publicado una novela histórica Santa Anna de Tampico, saga de una familia, investigador en el iest, Coordinador del Consejo de la Crónica Municipal para el Municipio de Tampico.

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También se toma como sinónimo de represión, opuesto a la vanguardia, lo anticuado. Aquello que no permite «ser» en completa libertad y que somete al hom-bre de manera autoritaria.

A su vez, suele ser considerada como identificación inmediata con los referentes, es decir, la religión como positividad, donde los ritos, símbolos, posturas, etc., de ser medios que auxilian para llegar a la deidad llegan a sustituir la religación primera y fundante, dejando atado al hombre a éstos, provocando una dependencia total que transmuta en un cumplimiento ciego y mecanizado, y relegando el ejercicio de la religación, de la comunión con la divinidad.

También se le concibe como una concepción pu-ramente sentimental. Se cree que esta relación con la trascendencia es completa y únicamente visceral; los sentimientos inundan y son el motor para dirigir las ac-ciones a partir de esta experiencia; la subjetividad define la religación y se le despoja de un fundamento intelec-tual.

El problema

Aunque la espiritualidad es parte de las dimensiones antropológicas del ser humano, fuera de los círculos académicos no se le concede capital importancia a la problematización de la religión. «El hombre no es sólo cuerpo material, sino que está constituido por algo que trasciende a los sentidos, a las dimensiones físicas del espacio y del tiempo»1. De esta manera, una falta de reflexión profunda acerca de él mismo, le impide un desarrollo completo, porque pensar acerca de «su espiri-tualidad» es reflexionar sobre el humano mismo, desde una perspectiva totalizante que lo lleva de la inmanencia a la trascendencia.

Así, el problema tiene origen—principalmente—, en dos momentos: el primero, considerar a la religión como un territorio donde se proscribe el ejercicio racio-nal, pues ésta es definida y vivida sólo en función de las pasiones. En segundo lugar, y en relación directa con el momento anterior, es el cotidiano, en el cual la religión, como ejercicio de la espiritualidad, se vive como una realidad que existe solamente dentro de límites repre-sentados por referentes característicos, y que irrumpe directamente dentro del ejercicio de la voluntad, de tal manera que toda la experiencia religiosa es vivida en modo «automático».

Ambas cuestiones mantienen como constante la no participación de la racionalidad en la religación, soste-niendo la imposibilidad de participación de la capacidad intelectual del hombre en este campo.

Todo tiene un inicio

El ser humano entra en contacto con su entorno, vive en y de él, no como el animal lo hace, sino como ser racional; es por esto que llega un momento en que se busca tras-cender la realidad y el sentido de lo sagrado impregna todo aquello que percibe; es decir, sabe que eso que se le hace presente en la naturaleza por medio de los sentidos no es obra suya. Entonces, dirige su mirada a esa causa eficiente de su mundo, se descubre en medio de todo aquello, y sabe que él tampoco es obra suya: la existencia del hombre se vuelve una pregunta que la mera razón no le basta para explicar, y se remonta fuera de los límites de ésta para intentar vislumbrar lo divino.

En un primer momento es «la derelicción como el he-cho experimentable por toda persona, en cualquier mo-mento y que consiste en percibir la existencia como algo que no nos damos, que no producimos nosotros, sino que nos viene dado»2 . Aquí es cuando sucede el hecho religioso, la irrupción de los cuestionamientos: ¿quién?, ¿cómo?, en la conciencia del ser humano, de su contin-gencia y dependencia de algo que se encuentra por en-cima de él.

En un segundo momento se establece no sólo una identificación de causa sino una relación que trasciende:

«Religación significa un doble lazo. El primer lazo con Dios nos viene dado por la existencia recibida. El se-gundo lazo es el reconocimiento consciente de esa exis-tencia en tanto recibida»3 .

En su libro Naturaleza, Historia, Dios, Xavier Zubiri habla de la religación como el carácter personal absoluto de la realidad humana actualizado en los actos que eje-cuta4. El hombre se religa a lo trascendente, a la deidad, no por una causa específica sino por el solo hecho de ser.

En el campo de la religión: la hierofanía

De las raíces griegas hieros que significa «sagrado» y phainomai que significa «manifestarse»5 , el término se lee como la manifestación de lo sagrado, una irrupción en el mundo natural a través de objetos comunes. No tiene demasiadas implicaciones, solamente esta presen-cia divina que se descubre en modos mundanos que in-tentan ser accesibles a la capacidad humana.

La clasificación de las hierofanías puede ser muy va-riada, dependiendo de lo que se ha considerado como tal a lo largo de la historia de la humanidad, aun así, hay dos categorías principales en cuanto a su valoración: la ele-

1 Gutiérrez, Raúl: Introducción a la antropología, Editorial Esfinge, sa de cv, México, 1987.

2 Ibídem

3 Ibídem

4 Zubiri, Xavier: Naturaleza, Historia, Dios, Alianza Editorial, sa, Madrid, 1994.

5 Armstrong, Karen: Los orígenes del fundamentalismo, Tusquets Editores, España, p. 12, 2010.

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mental y la suprema. En la primera forma está incluida la manifestación de la sacralidad en cualquier objeto; la se-gunda categoría comprende la revelación, los «elegidos» para la transmisión del mensaje o el dios encarnado6.

La dificultad estriba en su identificación por el ex-tenso número que hay, y por su dependencia del contexto social. Independientemente de sea cual sea el objeto, éste tiene que cumplir con ciertas características que, aunque inserto en la realidad, sean únicas y muestren lo sobrenatural, algo distinto de todas las demás de su clase, y que a partir de ese momento ya no serán única-mente parte de la naturaleza, sino que serán capacitadas para unir al individuo con la divinidad. Un ejemplo claro: en la lectura sagrada judaica pudieron existir muchas zarzas en el desierto, pero la zarza ardiente de Moisés presentaba elementos únicos:

«Allí se le apareció el ángel de Yahvé en llama de fuego, en medio de una zarza. Moisés vio que la zarza no se consumía. Dijo pues Moisés: Voy a acercarme para ver este extraño caso: porqué no se consume la zarza» (Ex. 3, 2−3)

Después del primer acercamiento a esta hierofanía, le si-gue su reconocimiento como lugar sagrado:

«Cuando Yahvé vio que Moisés se acercaba para mi-rar, le llamó de en medio de la zarza: ¡Moisés, Moisés! El respondió: Heme aquí. Le dijo: No te acerques aquí; quita la sandalias de tus pies, porque el lugar que pisas es sagrado.»(Ex. 3, 4−5)

La comunicación de la sacralidad es característica nece-saria para que el objeto sea considerado hierofánico, es decir, irrupción de lo sagrado del mundo a través de los objetos profanos confiriéndoles un estado ontológico di-ferente; siendo así una hierofanía la materia sobre la cual se fundamenta toda religión.

En el aspecto cognoscitivo de la religión, la hierofanía se considerará como evidencia de lo sacro y como dialéc-tica de lo sagrado y lo profano.

La evidencia siempre será en sí misma en dos modos: inmediata y mediata. La evidencia inmediata se hace ac-cesible al hombre directamente y la mediata a través de objetos conocidos. Lo sagrado, como aquello que rompe con lo profano, al hacerse evidente mediatamente, es hierofanía.

La dialéctica de lo sagrado y lo profano refiere a la contraposición de ambos. Lo sagrado es aquello que re-vela un nivel que trasciende la realidad; en el opuesto, lo profano se mantiene dentro de la misma sin presentar al-guna significación especial. Cuando ambos se enfrentan

obtenemos la hierofanía como el objeto que, anterior-mente profano y ahora revestido de sacralidad, comu-nica algo distinto de su condición normal de objeto:

«La dialéctica de la hierofanía supone una selección más o menos manifiesta, una singularización»7.

«Un hierofanía supone una selección, una separación clara del objeto hierofánico con respecto al resto que le rodea. Este resto existe siempre…»8.

Por consiguiente, una hierofanía no es el mero asom-bro ante la naturaleza, a manera de lo expuesto por la teología natural, no es ese saber espontáneo de algo que nos trasciende ante el espectáculo majestuoso de un paisaje. Porque este tipo de reflexión no incluye la in-tervención de la divinidad en lo sagrado, solamente cir-cunscribe el esfuerzo de la propia razón.

Predeterminación de la concepción hierofánica

Se debe comprender la hierofanía como histórica. El hombre es un ser temporal, existe en un continuo en el tiempo y ese devenir crea la historia. De tal manera que cada una de sus experiencias está inserta en un mo-mento determinado, formado por diversas variables que deben ser tomadas en cuenta para entender la hierofa-nía como tal: «cada documento estudiado sobre religión revela una modalidad de lo sagrado y una situación del hombre en la historia respecto de lo sagrado»9.

La religión desde la razón: un proceso

Existe un momento definitivo en el proceso del conoci-miento, donde la voluntad mueve al entendimiento hacia un asentimiento con certeza y sin miedo a una opinión contraria, provocando la religación.

En el proceso de la obtención del conocimiento —el conocer—, el primer paso es obtener información de lo que nos rodea; esto sólo puede hacerse mediante lo sen-tidos externos: vista, olfato, gusto, oído y tacto. Cada uno de ellos capta una parte de la información, exis-tiendo una especialización en ciertas características, unificando los datos obtenidos de manera posterior en el sentido común y almacenándolo en la imaginación. A este captar el objeto se le llama intuición: «no existe in-tuición sin sensibilidad»10; o bien, dicho de otra manera, es la aprehensión instantánea de lo que se me presenta. Después se procede a la generación de juicios y poste-riormente a los raciocinios, como formas elaboradas del pensamiento.

6 Eliade, Mircea: Tratado de la Historia de las religiones, Ediciones Cris-

tiandad sa, España, p. 197, 2000.

7 Eliade, Mircea: Lo Sagrado y lo Profano, Ediciones Paidós Ibérica; España, p. 79, 1998.

8 Ibídem, p. 80.

9 Eliade, Mircea; Tratado… Op. cit., p. 65.

10 Eliade, Mircea; Lo Sagrado… Op. cit., p. 79.

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En religión, la intuición juega el mismo papel que en cualquier proceso del conocimiento. Con referencia al tema, Schleiermacher afirma:

«La intuición del universo es la piedra angular de todo mi razonamiento… Toda intuición deriva de un in-flujo del objeto intuido sobre el sujeto que intuye…»11.

«Toda intuición particular (lo captado por el indivi-duo) implica la religión»12.

Comprendiendo que no toda la información que obtene-mos es materia de religión, pues en ese caso cualquier cosa que se nos presenta como objeto de conocimiento sería considerado dentro de este campo.

Las ideas: materia prima del pensamiento

En el ámbito religioso, específicamente el de la hierofa-nía, el proceso para generar la idea no difiere de otros momentos, pues nos encontramos frente a un objeto cualquiera, la diferencia radica en ese nuevo añadido que tendrá: la sacralidad, que es captada por lo sentidos como algo diferente, y al mismo tiempo, unido al con-cepto, se mantiene fuera de éste, pero no separado como algo independiente sino como una característica que se asumirá en una forma mental diferente y que al mismo tiempo forma parte de él.

Sobre este asunto, el antropólogo Pascal Boyer co-menta que esta identificación de «lo sagrado» en el pro-ceso cognitivo sucede, debido a que el hombre cuenta con «categorías ontológicas» creadas en las primeras etapas de aprendizaje del ser humano, el género en la Ló-gica, que contienen aspectos específicos que las identifi-carán como «lo sagrado» y que se activarán al entrar en contacto con los objetos que pertenezcan a ellas.

Sobre estas categorías existirán ciertas «expectati-vas» fundadas en sus características. De esta manera, cuando exista algo que salga del marco establecido se le llamara «infracción ontológica», (porque) contradice una parte de la información. Los conceptos religiosos «son combinaciones especificas de representaciones que cumplen con dos requisitos: infringen predicciones de categorías ontológicas y conserva otras»13.

Las infracciones ontológicas aluden a uno o varios as-pectos que no se incluyen en la naturaleza del objeto per-cibido y que aparecen como parte de él. Llevando esto más lejos, se pueden describir tres planos en los que se desenvuelve esta infracción:

1) Material2) Ontológico 3) Psíquico.

En el plano material constituye la violación de los prin-cipios de la naturaleza, y ésta puede mostrarse clara u obscura: Es clara cuando la transgresión se hace comple-tamente evidente en un «catálogo» de infracciones que se ve limitado a las posibilidades del objeto, quedando reducido a tres grandes grupos de propiedades espe-ciales: físicas, biológicas y psicológicas; esto se ha visto ejemplificado con el caso de la hierofanía de la zarza ar-diente en el libro del Éxodo de la Biblia. Por otra parte, es obscura cuando la infracción sólo puede hacerse evi-dente a través del conocimiento de símbolos, lenguajes y mediadores específicos.

En el plano ontológico, es la parte donde el hombre, partiendo de los datos sensibles —plano material—, lo-gra captar un rompimiento de la realidad, que se abre a un nivel superior que rebasa tiempo y espacio: «es la so-brenaturaleza la que se deja aprehender… a través de los aspectos naturales del mundo»14.

La percepción del plano ontológico es acompañada —también— por los sentimientos, siendo que sólo puede medirse su impacto en la psique del hombre. Existe, en-tonces, un perfecto psiquismo, haciendo una síntesis de elementos racionales e irracionales:

«Irrumpe de la base cognoscitiva más honda del alma, pero no antes de poseer datos y experiencias cósmicas y sensibles, sino en éstas y entre éstas. Pero no nace de ellas, sino merced de ellas. Las impresiones sensibles son estímulos»15.

Juicios: núcleo del pensamiento

Se definen elementalmente como la afirmación o ne-gación de una idea respecto de otra cuya característica principal es el verbo «ser». La concepción epistemoló-gica de la religión se conforma por una sucesión de jui-cios que van dando lugar a los elementos necesarios en este proceso.

El orden en el que se generaran los juicios para el co-nocimiento de la religión es el siguiente: la religación, el asentimiento o negación y la valoración de sacralidad. La religación es un juicio hipotético, de causa y efecto, en el que la infracción ontológica fundamenta el descu-brimiento de la relación con la deidad; el asentimiento en el juicio problemático es posterior a la develación de la existencia de una deidad, acto seguido deviene la aceptación o negación voluntaria de ese doble lazo y el incorporación de la creencia como estado de la mente; y

11 Reale, Giovanni; Historia del pensamiento filosófico y científico; Editorial Herder; España: 1988, p. 44.

12 Abbagnano, Nicolás; Historia de la filosofía; Montaner y Simón; España: 1978, p. 36.

13 Boyer, Pascal; Y el hombre creó a los dioses; Editorial Taurus; México: 2010, p. 82.

14 Sánchez, José: Filosofía y Fenomenología de la religión, Editorial Secretariado Trinitario, España, p. 341, 2003.

15 Sahagún, José: Fenomenología y Filosofía de la religión; Biblioteca de Autores Cristianos; Madrid, p. 97, 1999.

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la valoración de la sacralidad como juicio disyuntivo se deriva del asentimiento a la religación, y origina poste-riormente la religiosidad en el ser humano y la posibili-dad de una religión positiva.

Religación: Juicio hipotético

Habiendo identificado previamente la infracción onto-lógica con su propio desarrollo, se origina en el proceso cognitivo una afirmación que descansa sobre un juicio hipotético que se enuncia de la siguiente manera: Hay algo que transgrede los límites de la naturaleza (esen-cia como operatividad) de este objeto, entonces, existe «algo» que da origen y que intenta comunicar algo.

La característica cardinal de este juicio es la relación bilateral que se establece con ese «algo divino» al que se le atribuye dicho fenómeno. Es un doble lazo: de lo hu-mano con lo divino y de lo divino con lo humano, a tra-vés del objeto; a esto se le llamará la religación o religión. Zubiri dirá que estamos religados a lo que nos brinda la existencia creando un vínculo ontológico que es la reli-gación:

«La religión (o la religación) no es una propiedad ni una necesidad; es algo distinto y superior: una dimen-sión formal del ser humano. Religión en cuanto tal no es un simple asentimiento, ni un nudo conocimiento, ni un acto de obediencia, ni un incremento para la ac-ción, sino actualización de ser religado del hombre… un fundamento para ser»16.

Asentimiento: Juicio problemático

Descubierto el vínculo de la religación, sigue el momento en que el hombre debe decidir aceptar o no tal unión. Esta adhesión del pensamiento se efectúa en un juicio problemático que expresa una posibilidad lógica, es de-cir, una elección libre que le proporciona valor a la pro-posición elegida, descrita por Kant como una admisión caprichosa de la misma en el entendimiento.

En esta decisión de reconocimiento —o lo contra-rio— interviene la voluntad como fundamento; por con-siguiente, el juicio es voluntario, no añade nada nuevo al contenido y sólo se refiere al valor de la unión con el pensar.

Simultáneamente a la adhesión de la segunda propo-sición del juicio hipotético en el juicio problemático, ésta se convierte en juicio apodíctico que cumple con la fun-ción de identificar tal proposición con la verdad, mos-trando el enlace con el entendimiento; la verdad lógica que consiste en la identificación del pensamiento con la realidad:

16 Zubiri, Xavier: Op. cit., p. 411.

17 Kant, Emmanuel; Crítica a la Razón Pura; Editorial Porrúa, S. A.; México: 2008, p. 81.

18 Eliade, Mircea; Tratado… Op. cit., p. 638.

«Ahora bien, como aquí todo se incorpora gra-dualmente en el entendimiento, de tal modo que primero se juzga algo problemáticamente, luego se admite asertóricamente como verdadero… resulta que se puede decir que las funciones de la modalidad son otros tantos momentos del pensar en general»17.

La sacralidad: un raciocinio

La sacralidad en el conocimiento es un simple racioci-nio, que se puede explicar a través de un silogismo:

1. Es sagrado aquello que me relaciona con la dei dad.

2. Este objeto me vincula con la divinidad.3. Luego este objeto es sagrado.

Lo sagrado es el calificativo que se otorgará a todo aque-llo que se circunscriba a la religación, la religión primi-genia, y que, por tanto, permita ponerse en relación con la deidad. Lo sagrado tiene como características esen-ciales: la apertura a un nuevo nivel ontológico y la se-paración de la realidad en dos: lo sacro y lo profano, «La sacralidad es ante todo real. Cuanto más religioso en un hombre, más real, más se aparta de la irregularidad de un devenir carente de significación»18.

Conclusión

Es claro que la dimensión espiritual o religiosa es inse-parable del ser humano, y aún cuando se niega sobre ella, es sólo una vía negativa de hacerla presente. El hombre se encuentra abierto a la trascendencia que le es comu-nicada por algo «superior», y sobre ella dirige sus esfuer-zos en un intento de superar su humanidad. Pero, para poder hacerlo es necesario que acceda a esta de alguna manera. Proscribir el uso de la razón en el campo de lo religioso no es más que un andar a ciegas para el hom-bre. Sólo conociendo la parte que de ella pertenece al desarrollo de la espiritualidad humana podremos desen-volvernos como seres completos.

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Gestión del Conocimiento y el cambio en las Universidades

Resumen

El presente artículo aborda la necesidad de cambio por parte de la univer-sidad, ante los paradigmas de la educación superior en la postmodernidad. Asimismo, la gestión del conocimiento como una alternativa de orientación de dicho cambio. Para ello se inicia con el paso de la sociedad moderna a la postmoderna, y se presentan tres características de esta última, a manera de rasgos deconstructivos vinculados con los desafíos de la universidad. Dichos rasgos son los antecedentes de la gestión del conocimiento.

La modernidad y la gestión del conocimiento

La racionalidad de la modernidad modificó significativamente la manera como anteriormente se concebía el trabajo y el conocimiento. Este cambio se manifiesta principalmente en la forma de entender la actividad humana, así como la concepción y manipulación del medio ambiente. Estas transfor-maciones han impactado en el mercado laboral (Navarro, 2000) y, por ende, en la dinámica interna de la universidad, la cual experimenta el dilema de reorientar sus fines y sus medios (Ramphele, 2000).

Dr. Fr ancisco Solís SolanoLicenciado en Filosofía y Maestro en Educación por el iest y en Filosofía por la ucime.

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En lo que se refiere al modo de producción conviene desatacar el modelo taylorista, que permitió «a los em-presarios, apropiarse del saber artesanal» (Barba y Solís, 1997. p. 9), separando a los trabajadores tanto del objeto como del fin de su labor, que en no pocas ocasiones se identificaba con su tradición familiar y su hogar. Ello ge-neró un cambio en el estatus ancestral, de «artesano» de determinado gremio a «proletariado» en una maquina-ria de producción que sólo compra su «mano de obra», dando origen a una crisis de identidad cultural —situa-ción que ha sido ampliamente criticada por el marxis-mo—, y desarticulándolo del conocimiento de su pro-fesión en segmentaciones aisladas, modelos que siguen siendo vigentes en muchas de las industrias y fábricas de la actualidad, en especial en los países subdesarrollados (Auping, 2004).

Bajo este paradigma, la producción pudo ser prees-tablecida con precisión matemática, de modo que el es-tudio de los tiempos y movimientos permitió predecir lo que sucedería en los sistemas de producción en serie.

Paralelamente a la racionalidad de la producción ta-yloriana, la modernidad fue testigo del auge del positi-vismo, corriente filosófica que explica el desarrollo histó-rico, social e individual como un proceso de superación continua del entendimiento de la realidad, y que culmina con el conocimiento científico, ello mediante una dialéc-tica histórica en la cual inevitablemente la ciencia logra-rá dominar a la naturaleza, haciendo realidad el ideal de todo grupo humano, a saber, «el orden y progreso» (Anti-seri, 1999), promesa que resultó utópica en el plano social (Beck, 1998), dando origen a la postmodernidad.

El paradigma del positivismo supone que el único co-nocimiento válido es el obtenido por métodos empíricos, partiendo de hipótesis y experimentación, y presentando sus conclusiones como una verdad objetiva, reduciendo a quimeras y estados de conocimiento inferiores todo tipo de explicación diferente de la realidad. De esta reducción al criterio empírico se deriva la universalidad del conoci-miento científico, de modo que los modelos de análisis, y especialmente los de intervención de la realidad, pueden ser reproducidos en cualquier contexto.

Esta postura estructural−funcionalista de interve-nir en las sociedades, reproduciendo modelos exitosos, acompaña la tendencia mundial a la globalización, y de aquí a la internacionalización de la educación, esto es, replicar los criterios de los países desarrollados en los menos desarrollados. Ello explica el énfasis de organis-mos trasnacionales por identificar indicadores válidos para distintos tipos de conocimiento y aplicables a todos los países.

Los efectos que acompañaron ambas racionalidades, tanto la producción en serie como el paradigma científi-co, se evidenciaron principalmente en la transformación de una vida más cómoda y la promesa de un dominio to-tal sobre la naturaleza, con ello la ciencia se convirtió en referencia de certeza y fuente de verdad (Beck, 1998).

La universidad y sus fines

La universidad —por su parte—, desde su nacimiento, al separarse de las órdenes religiosas, definió como sus metas prioritarias la generación, conservación y trans-misión del conocimiento. Finalidad que en la actualidad, pese a continuar siendo válida, debe ser complementa-da con otras metas sociales, como lo son: la contribu-ción en la participación social y la vida democrática, la conservación y transmisión de la cultura, la generación y aprecio de las manifestaciones artísticas (Ramphele, 2000) y, juntamente con ello, la universidad experimenta la demanda de los estudiantes, para quienes cursar una carrera universitaria ha significado tradicionalmente un medio para obtener un trabajo como profesionista, con la esperanza de obtener la compensación económica y so-cial que de ello supuestamente se deriva (Navarro, 2000).

Tres paradigmas de la Gestión del conocimiento en la postmodernidad

Quizá han sido las promesas no alcanzadas de la moder-nidad, la influencia del nihilismo existencialista tras las dos guerras mundiales o simplemente por lo insostenible del modelo, lo cierto es que la postmodernidad descansa sobre la tesis que la modernidad ha sido «fracturada» y, en efecto, los conceptos científicos y sociales que sirvie-ron para entender la modernidad son insuficientes para representar o predecir la sociedad actual (Beck, 1998). Por ello, los paradigmas de la modernidad han sido severa-mente cuestionados en la postmodernidad y, para efec-tos de la vinculación con el cambio en las universidades, se pueden distinguir tres deconstrucciones de la socie-dad y el conocimiento que exigen transformación en la vida de la universidad.

La primera es la concepción de la información como base de la economía, lo cual supone definir al conoci-miento como causa eficiente de la productividad y el de-sarrollo.

Esta idea es compartida por el Banco Mundial (2003) y la ocde (1996). No obstante que ambos organismos con-cuerdan en que es un factor que produce riqueza, y dada la relevancia que el conocimiento tiene en el desarrollo económico y social de los países, este documento preten-de identificar las mejores prácticas para implementar la economía basada en el conocimiento.

Al ser el conocimiento una variable que influye signi-ficativamente en la producción, los economistas buscan nuevas formas de incorporar directamente los conoci-mientos y tecnologías en sus modelos y teorías y, como consecuencia, se acentúa la demanda —en el mercado la-boral— de nuevas habilidades por parte de los trabajado-res, particularmente de los egresados de la universidad, en especial la de aprender, y una demanda de trabajo más especializado.

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Por lo anterior, resulta significativamente importante para las universidades, específicamente para las particu-lares, dado que representa una de las tendencias actuales a las cuales se debe atender para dar respuesta.

Una de las primeras aproximaciones para tratar al conocimiento como una de las variables del desarrollo, consiste en identificar las categorías en que se pueden agrupar los distintos tipos, la ocde (1996) distingue cua-tro:

Por ello las demandas, tanto del mercado laboral como de los estudiantes universitarios, se caracterizan por la necesidad de un continuo aprendizaje de la información codificada y de competencias en el uso de la información. Lo cual se traduce en la necesidad de incorporar nuevas formas de aprender y —además— de transformar las ya existentes.

En lo referente a los programas universitarios, ante la velocidad con la cual se generan los cambios, resulta casi imposible adecuar los planes de estudio a las vanguar-dias tecnológicas, por lo menos bajo el modelo de ense-ñanza aprendizaje (Ginés 2004).

Lo anterior exige a la universidad romper con este mo-delo educativo, de modo «que los estudiantes aprendan a pensar de manera crítica y a interactuar socialmente» (B.M. 2003: 46), de manera que sean capaces de transferir a nuevas realidades los conocimientos adquiridos du-rante la universidad, con la actitud crítica de búsqueda continua.

Una segunda deconstrucción es la referente al impac-to social de la ciencia y la forma de generarla. A este res-pecto, como se vio anteriormente, la sociedad moderna tiene sus orígenes históricos y fines ideológicos en la idea de progreso, generando la promesa de la modernidad de «tiempos nuevos», donde el efecto de las fuerzas natura-les y sociales estaría bajo control. Asimismo, la moderni-dad ha venido construyéndose y deconstruyéndose sobre la tesis estructural−funcionalista. Ello implica aplicar modelos de desarrollo que tienen resultados «exitosos» a grupos humanos subdesarrollados, dando por supuesto que existe una naturaleza humana y biodiversa lo sufi-cientemente similar como para que los efectos sean repe-

tidos, como en una especie de laboratorio social.Frente a este paradigma de la ciencia como domi-

nadora y controladora, el desarrollo científico ha traído consigo la posibilidad latente de daño de toda la sociedad en su conjunto, denominado riesgo (Beck, 1998). El riesgo es global, no excluye a los pobres, pese a que en no pocas ocasiones el riesgo es gradualmente mayor por trabajar o vivir en cercanía de industrias, cuyos desechos afectan significativamente la calidad de vida. Una peculiaridad de esta concepción del riesgo es que es real, padecido más no codificado, por lo menos no bajo la idea de clari-dad y distinción cartesiana. El riesgo es producto de una configuración de variables, y por ende no hay responsa-bilidad y menos culpabilidad.

La ciencia, y con ello la gestión del conocimiento, jue-ga un papel decisivo en la conciencia subjetiva y social del riesgo, contraria a la racionalidad crítica sobre la cual se basa, y sus conclusiones son empleadas como «dogmas infalibles» por quienes ven favorecidos sus intereses en la explotación e industrialización de la natura. No obstan-te, el riesgo los incluye a tal grado, que incluso el término de propiedad privada tiene una nueva connotación al ser ésta afectada por el riesgo.

Por tanto, se presenta una transmutación del término «privado» como protección al riesgo posible, como reali-dad. Sin embargo, el efecto del riesgo es un símbolo que puede y es comercializado: entre más se expande la ame-naza más lucrativa se vuelve la industria de la protección, que no es más que un riesgo en otra perspectiva.

Ante ello, la educación y el modelo de gestión del co-nocimiento son las variables que influyen significativa-mente en la conciencia que se tiene o se ignora del riesgo. Resulta evidente que el planteamiento de una gestión del conocimiento desde la escuela como institución, estaría incompleto de no incluir un modelo de pensamiento «éti-co» o de «cuidado»: por ejemplo el modelo de investiga-ción participativa denominado raaks.

Esta segunda deconstrucción plantea un segundo desafío para la universidad ¿cómo lograr egresados con conciencia de responsabilidad ética, y una visión integral —contra la fragmentada— de la realidad?

La tercera deconstrucción de la sociedad postmoder-na se refiere al significativo aumento en la generación de la información, por parte de las organizaciones no acadé-micas, especialmente de las empresas trasnacionales. Lo anterior debido a que el conocimiento es una causa de la productividad y ésta, a su vez, de la generación de rique-za (ocde, 1996) lo cual ha motivado una carrera entre las empresas por desarrollar los procesos y tecnologías que les proporcionen ventaja.

En este contexto se presenta una nueva propuesta en la manera de hacer investigación claramente distinta al modo tradicional, donde la resolución de los problemas es una consecuencia secundaria y no el motor primario de la ciencia pura, y con la peculiaridad de ser transdis-ciplinar, implicando con ello una comunicación de diver-

El qué del Conocimiento, que es la parte de los contenidosEl porqué del Conocimiento, como conoci-miento de las causas de los fenómenos propio de la ciencia, los principios y las leyes de la na-turalezaEl conocimiento del cómo, que se refiere a las habilidades o capacidad para hacer algoEl conocimiento del quién (saber quién), mis-mo que involucra la información acerca de quién conoce y quién sabe hacer qué. Estos conocimientos son aprendidos principalmente en la relación social (Lam, 2000)

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gencias sin necesariamente generar una metadisciplina que congregue y unifique los resultados en un sistema (Gibson, 1997).

De facto, este modo de investigación (Gibson, 1997) in-centiva a las organizaciones para invertir considerables recursos en la investigación, generando con ello cono-cimientos nuevos, en no pocas ocasiones más rápido y en mayor cantidad que la misma universidad. Todo ello ha trasmutado el rol tradicional de la universidad, que ha pasado de ser fuente de cultura, ciencia y tecnología —a tal grado que es posible observar sinópticamente el desarrollo del pensamiento científico y la estrecha vin-culación de sus protagonistas con las Universidades, por lo menos hasta principios del siglo xx (Antiseri, 1999)—, a una entidad atenta a las necesidades y avances de las empresas para preparar profesionistas competentes para trabajar en ella. Ante este cambio resulta disfuncional pensar que es suficiente con proporcionar al egresado las competencias propias de la disciplina académica que estudia, como si el mundo —al cual se dirige— estuvie-se más o menos estable. Por otro lado, el conocimiento avaza a una velocidad tal, que no es posible mantener actualizados los planes de estudio para dar respuesta a las exigencias del mercado laboral, mediante egresados acordes a los nuevos conocimientos.

Al tiempo que las empresas generan investigación para la obtención de riqueza, se acentúan las desigual-dades sociales y económicas, dado que —paradójica-mente— las organizaciones y sociedades con más recur-sos económicos son al mismo tiempo quienes tienen la infraestructura para generar y acceder la información, haciendo con ello más difícil de recorrer la citada bre-cha (Castells. 2000). Ello indica que el desarrollo técnico y científico por sí mismo no garantiza la equidad, como pretendían los teóricos del liberalismo (Auping, 2004). ¿Qué debe hacer la universidad ante esta circunstancia?

La necesidad de cambió en la Universidad.

Παντα ρει (Todo cambia)— Heráclito de Efeso

Tanto la evolución de la naturaleza como el devenir his-tórico de la humanidad han evidenciado cómo gran can-tidad de especies, sistemas y modelos, perecen por no realizar pertinentemente los cambios necesarios ante las nuevas circunstancias. Este mismo principio se puede aplicar a buena parte de las organizaciones, que han de-jado de existir debido que no realizaron los ajustes nece-sarios para satisfacer las necesidades del entorno. Otras siguen vigentes pese a ser muy antiguas, debido funda-mentalmente a los cambios que les han permitido ofrecer respuestas a necesidades demandadas por la sociedad. Las universidades, como organizaciones, se ajustan to-talmente a estas premisas.

La disyuntiva de todas las organizaciones, particular-mente la de las universidades, es cambiar sin perder los rasgos esenciales de la organización y con ello la identi-dad de la misma; o resistirse al cambio, permanecer in-mutables y poco a poco dejar de existir, por no responder las demandas del contexto (unesco, 2005).

Mientras que todas las organizaciones cambian, unas lo hacen a tiempos más pertinentes que otras. Esos tiem-pos de tardanza al cambio pueden representar la gran di-ferencia entre tener éxito o fracasar, posicionarse o morir. Un ejemplo de universidades que se ajustó a las nuevas circunstancias es la Pontificia Universidad de México, y más específicamente su Facultad de Filosofía. En ella, además de enseñar las llamadas «lenguas clásicas» y el pensamiento aristotélico tomista, que por siglos han do-minado su currícula, se han adecuado a los cambios que los tiempos demandan, incorporándose los estudios de inglés, francés y filósofos postmodernos (upm, 2005).

Pero aun cuando en el caso concreto de la vida univer-sitaria, la adaptación e innovación son necesarias para dar continuidad a un proyecto educativo, el elemento humano de las mismas no siempre está dispuesto a in-corporar cambios, y lo más común es que se resista a ello (Wise, 2005). En efecto la literatura muestra abundantes evidencias acerca de cómo los seres humanos se resisten a hacer las cosas de manera distinta a como tradicional-mente se hacen, sea para obtener distintos resultados o para satisfacer nuevas demandas antes no atendidas. Sabiéndose estas resistencias, los directivos de las or-ganizaciones son generalmente los indicados a inducir, promover y reforzar el cambio dentro de la organización, enfrentando las resistencias (Ramphele, Mamphela, et al. 2000).

Como consecuencia de los paradigmas deconstruc-tivos de la postmodernidad, la actual dinámica social exige de los egresados de una universidad habilidades, conocimientos y actitudes distintas a las tradicional-mente desarrolladas en la misma. Así, por ejemplo, la globalización implica un dominio no sólo de otras len-guas sino de la cultura de otros países. Por ello se espera de un profesionista que, además del conocimiento de su especialidad, posea una actitud crítica, y aprender a tra-bajar en equipo para llegar a acuerdos con personas de especialidades diferentes (Cuéllar, 2004).

Evidentemente que estas demandas sociales generan nuevas expectativas entre los aspirantes a ingresar en las instituciones particulares; y sus padres, quienes en la mayoría de los casos pagan la colegiatura, evidentemen-te prefieren a las universidades que formen profesionales y postgraduados aptos para la sociedad presente.

Por lo anterior, es necesario que las universidades, encabezadas por sus directivos, adopten una cultura donde la transformación sea un eje central que les per-mita tomar las decisiones adecuadas, para así estar en condiciones de dar respuesta a las nuevas problemáticas sociales y satisfacer las expectativas de los alumnos. Los

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directivos de las instituciones representan el mayor nivel de conciencia en los cambios (Deal, 1999). En esta diná-mica, las organizaciones más efectivas en cambiar son las encabezadas por directivos que promueven constan-temente una cultura de transformaciones (Gene, 2001).

La alternativa desde la Gestión del conocimiento

Indudablemente que la universidad tiene que modificar-se a fin de dar una respuesta a la situación postmoderna. Aunque es claro que no existe una solución, por lo menos no bajo el paradigma de la ciencia moderna, como una relación causa−efecto, no obstante una de las propuestas de la Gestión del conocimiento, que pienso es pertinente estudiar y vincular con la universidad, es la alternativa para armonizar los intereses económicos, tanto de los productores como de los distribuidores y consumidores de los bienes, como las condiciones para un medio am-biente sustentable denominado raaks —cuyas siglas en inglés significan «Evaluación Rápida (o relajada) de sis-temas de Conocimiento Agrícola»—. Dicha metodología ha sido inicialmente desarrollada en la Universidad de Wageningen, y aplicada en distintos programas de Eu-ropa y América.

Justamente el planteamiento inicial de este modelo es que las respuestas científicas y tecnológicas son necesa-rias más insuficientes ante la complejidad del fenómeno, y la multiplicidad de actores con igual número de pers-pectivas que le configuran.

Una de las tesis que sustentan al documento es la epis-temología configuracional, en la cual un fenómeno no obedece a una causa aislada ni a la gradual influencia de varias, como habían pretendido Aristóteles, Kant, Des-cartes, por mencionar algunos, sino a una configuración de actores. Este modelo es más próximo para describir la complejidad de un problema social, en el que cualquier solución afecta los intereses de uno de los actores.

Así como el raaks considerara a los actores sociales como innovadores de sus propias prácticas, se puede pensar en un modelo de educación crítica que no tenga como paradigma formar egresados especialistas sino profesionistas capaces de debatir y construir con otras personas, en un diálogo interdisciplinario que genere un modelo sustentable de totalidad, de modo que se pro-mueva un aprendizaje social, mismo que sea transferible a nuevas o distintas situaciones, y con ello formar una definición compartida del problema y de la solución.

Este modelo implica la aplicación concreta tanto de la construcción del conocimiento como del aprendizaje so-cial. En buena parte la especialización de las disciplinas académicas ha dejado de lado este enfoque, generando en quienes las estudian, y principalmente en quienes las enseñan, «racionalidades» que en no pocas ocasiones propician una visión parcial y, por ende, ofrecen una so-lución similar a problemáticas complejas.

Si bien el ideal de la metafísica de la ciencia —de en-contrar los primeros principios de la realidad natural y social— que diera como consecuencia una metaciencia común a todas las disciplinas es prácticamente imposi-ble, no es menos cierto que dadas las circunstancias ac-tuales, por una parte de especialización de las disciplinas académicas como de diversificación en la naturaleza de los problemas sociales, una parte significativa del reto de las universidades es generar condiciones tales que per-mitan formar profesionistas capaces de interactuar y generar conocimientos, con y a partir del diálogo inter-disciplinario.

La planeación en las organizaciones académicas, pe-culiarmente en las de educación superior, a menudo es central (Deal, 1999). Ello implica que el diseño de estra-tegias y la elaboración de planes son producto de diag-nósticos que no reflejan la perspectiva de los actores, de quienes se espera apliquen y ejecuten estos planes. Esta es una de las influencias próximas de la resistencia al cambio en las universidades. Considero de mucha utili-dad investigar si este modelo de raaks ha sido aplicado a organizaciones académicas, qué modificaciones se han hecho y cuál ha sido el resultado. De no localizar la infor-mación, sería importante generar una adaptación con un grupo de interesados —no podría ser de otra manera—, e implementarlo en los directivos de una universidad.

Conclusiones

A manera de conclusión, se puede apreciar que las pecu-liaridades de la sociedad postmoderna están vinculadas con una sociedad de riesgo, el conocimiento como base de la economía, la innovación y la nueva forma de hacer investigación. Por ello, la pertinencia, o mejor dicho, la necesidad por parte de la Universidad, de implementar los cambios que influyan más directamente en la for-mación de profesionistas competentes en la dimensión crítica y social, con una aptitud para la preparación cons-tante y continua.

Comparto la pregunta del Banco Mundial (2003. 149) ¿Cuál es la combinación correcta de la enseñanza para hacer generar en la universidad espacios de debate y de-sarrollo de la criticidad? Asimismo, la postura de quie-nes afirman que es precisamente en la educación don-de se pueden formar las personas en la justicia social, lo cual incluye la solidaridad y subsidiariedad, como dice E. Fromm (1977), «La formación de la conciencia ética es más una exigencia de supervivencia social que un impe-rativo moral».

Y es en este contexto donde un modelo de educación critica y social, mediante la transferencia de la metodolo-gía del raaks a la universidad, es una opción que merece la pena que consideremos.

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La Escatología de la postmodernidad

1 Naturaleza de la visión cristiana de la historia

La visión cristiana de la historia consiste en creer en la intervención de Dios en la vida humana, por una acción directa en ciertos tiempos y lugares determinados. Tal visión es unitaria, en cuanto tiene un principio, luego un punto central —que es la Encarnación—, y un punto final. Este proceso trasciende la historia, porque no son eventos históricos en el sentido corriente de la palabra, sino actos de la divina creación a la que se subordina toda la historia. Así, la visión cristiana de la historia es una visión que considera lo eterno y humano a la luz de la Revelación y, por tal motivo, la historia cristiana es inevitablemente apocalíptica, ya que el Apocalipsis es el equivalente cristiano de las filosofías seculares de la historia1.

Esta visión abarca toda la vida de la humanidad sobre este planeta, y ter-mina con el fin de este mundo y de la existencia temporal del hombre. El fin de la historia no es el desarrollo de una nueva clase de sociedad económica, sino de una humanidad que rebasa al hombre, así como éste sobrepasa a los animales. El curso total de la historia fuera de la gracia divina es la relación de los sucesivos intentos de construir torres de Babel, que fracasan por el egoís-mo y la codicia inherentes a la raza humana2. Relacionado con este aspecto, el Catecismo de la Iglesia Católica nos dice:

Dr. José Luis Villaseñor DávalosLicenciado en Derecho y con Maestría en la misma disciplina. Doctorado en Educación por la Universidad de Houston, Texas, eeuu. Actualmente funge como Director de Investigación en el iest, en donde se imparte además, algunas materias de licenciatura y posgrado.

1 Dawson, Christopher: La Visión Cristiana de la Historia; Pensadores Católicos Contemporáneos, Edit. Grijalbo, S.A., Barcelona, Tomo ii, p. 290, 1964.

2 Ibídem, p. 303.

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«Este orden a la vez cósmico, social y religioso de la pluralidad de las naciones, confiado por la providencia divina a la custodia de los ángeles, está destinado a li-mitar el orgullo de una humanidad caída que, unánime en su perversidad quisiera hacer por sí misma su unidad a la manera de Babel. Pero a causa del pecado, el poli-teísmo así como la idolatría de la nación y de su jefe, son una amenaza constante de vuelta al paganismo para esta economía aún no definitiva»3.

El sentido histórico y escatológico de la creencia cristia-na se acentúa en los escritores de la Iglesia cristiana. Es decir, la tensión entre trascendencia y «aquendidad», en-tre el Reino de Dios y el Reino terrenal, será sentida por ello con mayor rigor. De este dualismo escatológico par-te San Agustín para moderar la urgente esperanza en la venida del Reino de los Cielos. La raíz de este dualismo habrá que buscarlo, según aquel, en la oposición entre el «hombre natural», que vive para sí mismo y desea solo la felicidad y la paz temporales; y el hombre «espiritual» que vive para Dios, anhelando la beatitud espiritual de una paz eterna4.

1.1 Apocalíptica o escatología

La apocalíptica como género literario tiene como obra central y característica en el Nuevo Testamento, el Apocalipsis de San Juan. Esta obra quiere mostrar cla-ra y globalmente el carácter del tiempo final, es decir, de la época que va de la primera a la segunda venida de Cristo. Pone a la historia final al servicio de la histo-ria temporal, la cual —a su vez— viene reflejada, con múltiples rasgos, en las imágenes del tiempo final o escatológico5.

Por lo que se refiere a la escatología, se vincula di-rectamente a la materia específica del Apocalipsis, que está constituida por los hechos que tienen que suceder6. Tales hechos consisten en los acontecimien-tos finales de carácter salvífico, como son: la muerte, el juicio, el cielo y el infierno; hechos en que termina la historia de la salvación de cada individuo, pero también de la humanidad y del cosmos. Así pues, se entiende por escatología la doctrina o conjunto de creencias relativas a la llegada —querida y realizada por Dios—, de un orden nuevo y definitivo, de acuerdo con el ideal divino de justicia, santidad y paz, que es-tablece en la tierra el reinado de Dios7.

Aquella realidad escatológica o de los últimos tiempos resulta de un proceso interno gradual de la historia; pero si —en cambio— se supone una ruptura brusca y total con el orden histórico, para llegar a una realidad de otro orden, se tiene entonces la concep-ción apocalíptica8.

2 Filosofía de la historia y revelación

Un esfuerzo filosófico que se niega metódicamente a una apertura a la teología, deja simplemente de ser filosófico, y ello por tres importantes razones: la primera, porque la historia es un proceso o marcha, la cual no puede conce-birse o representarse desde un de donde —principio— y un adonde —o fin. Es decir, toda imagen histórica está condicionada por algún tipo de concepción de un co-mienzo y un fin, de los cuales no hay experiencia huma-na, pues tanto uno como el otro, no se captan en el fluir concreto de la historia. Por tanto, aquellos sólo son con-cebibles cuando se acepta una interpretación «tradicio-nal» o pre−filosófica de la realidad; o nos son revelados o son inconcebibles.

La segunda es referible a quien filosofa sobre la histo-ria, el cual se pregunta por lo que ocurre. A lo cual, si se responde que se trata —por ejemplo— de una decadencia de un imperio, de un desarrollo económico o de una lu-cha de clases, quedaría sin respuesta tal pregunta. Por-que lo que sucede realmente es la salvación o la conde-nación. Conceptos que sólo pueden comprenderse desde la revelación, sólo accesible al creyente, y el filósofo que los eliminara, eliminaría con ello también lo que —por definición— se refiere a la investigación filosófica, aun-que se podría recurrir a categorías de índole psicológica, política o sociológica, pero con ello, no se alcanzaría el verdadero núcleo del acontecer9.

La tercera se refiere a que la revelación no expresa una imagen de la historia, sino que más bien es una historia de la salvación, pues su contenido no responde a la pre-gunta ¿qué es?, sino ¿qué ha sucedido? y ¿qué sucederá? Es el razonamiento sobre una única corriente del acon-tecer histórico, empezando por la creación y terminando con el juicio del último día. Esta razón que vincula la fi-losofía de la historia y la teología es particularmente in-tensa: al remitirse a la teología, quien investiga la historia da de lleno en el blanco de la afirmación teológica, que es una afirmación sobre la salvación en curso del hombre10.

No hay un argumento de razón que pueda probar que el mundo ha tenido principio, aunque sí lo hay para de-mostrar que recibe de Dios el ser que tiene. Sólo la fe nos permite saber que el mundo ha tenido comienzo y, de

3 Asociación de Editores del Catecismo; Catecismo de la Iglesia Católica: 2a. Edición, Madrid, p. 26, 1996.

4 Diez del Corr al, Luis: Secularización y dinamismo histórico; Pensadores Católicos Contemporáneos, Editorial Grijalbo, S.A., Barcelona, Tomo ii, p. 338, 1964.

5 Schick, Eduard: El Apocalipsis, Editorial Herder, S.A., 3a Edición, Barcelona, p. 8, 1958.

6 Vanni, Hugo: Apocalipsis; Una Asamblea Litúrgica interpreta la historia, Editorial Verbo Divino, Navarra, España, p. 25, 1991.

7 Mateos, Juan: Marcos 13. El Grupo Cristiano en la Historia; Ediciones Cristiandad, S.L., Madrid, p. 32, 1987.

8 Ibídem, p. 32.

9 Pieper, Josef: El Fin del tiempo. Meditación sobre la Filosofía de la Historia; Editorial Herder, S.A., Barcelona, p. 16, 1984.

10 Ibídem, p. 21.

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todas formas, un mundo sin inicio temporal habría sido posible siempre que Dios le hubiese mantenido desde la eternidad en el ser. Es decir, no tendría inicio ni fin. Y sin embargo, su eternidad no sería divina pues en su ser se daría la sucesión y el movimiento como signo de contin-gencia y de su dependencia del Creador11. En resumen: «sólo entenderemos la historia si creemos»12.

3 Noción de modernidad y su extensión durable

Para Carlos Valverde13, la modernidad es un proceso de secularización o laicización concebido como ruptura y progresivo distanciamiento entre lo divino y lo humano, entre la revelación y la razón. O, si se prefiere de otra manera, es la lenta y sucesiva sustitución de los principios y valores cristianos que habían dado unidad y sentido a los pueblos europeos durante al menos diez siglos, por los pretendidos valores de la razón pura. Este proceso, y la pugna consecuente, inicia en el siglo xiv y concluye, en algún sentido, en 1841 —siglo xix—, cuando Feuerbach cierra su libro La esencia del cristianismo con la sentencia «Homo homini deus», que es la expresión más completa del espíritu secular y del inmanentismo. Así, Dios se ha hecho innecesario, a los hombres les basta la razón; y, por su parte, Nietzsche pronunciará su sentencia mortuoria: «Dios, ha muerto. Nosotros le hemos matado».

3.1 Laicización de la escatología cristiana

Uno de los más lamentables cálculos en la historia del pensamiento, nos dice Carlos Díaz14 , fue el de los que pretendieron laicizar la escatología cristiana por referentes intramundanos. De esta manera, mu-chas doctrinas que nos prometen «cambiar la vida» se apoyan sobre ideologías ruidosas que son otras pseudociencias: la ideología comunista, la ideología psicoanalítica —el freudismo vulgar—, la ideología estructuralista15; el postmodernismo16. «De aquellos polvos, sin embargo, he aquí estos Iodos: el marxismo, luego de producir abundante marxiología, devino en Kremlinología y burocracia; el positivismo no conten-to con encontrar a la razón como deidad, vio cómo ésta degeneraba en racionalidad instrumental, hasta que finalmente, a su vez —baile de las tres metamor-

fosis—, la ética devino [en] dietética; la antropología [en] trofología y la teología [en] ethología o ateología; sin contar con que la psicología, ahora sin la “p” y con permiso de la Real Academia, deviene —no podía ser menos— [en] sicología: ciencia del higo, si hacemos caso a las etimologías; y el nihilismo, incapaz de ani-dar en nada, propuso toda una “nada” como alterna-tiva frente al todo, nada que, no contenta con situarse por cuenta propia “más allá del bien y del mal”, se afir-maba como nueva metafísica más allá de la realidad física misma17».

3.2 La filosofía de la modernidad

Dentro de la filosofía había de surgir, como surgió en la esfera de lo religioso, la destrucción de la filosofía. Descartes (1596-1650), gran filósofo de la Edad Moderna, inicia el proceso de la destrucción de la filosofía, por cuanto que si las cosas son en su ser independientes del hombre, también lo son en su conocer. Así, el error cartesiano destruye todo su posterior discurso filosófico, al afirmar «cogito ergo sum» —pienso, luego existo—, de hecho la realidad está determinada por su pensamiento. Como si el pensamiento humano fuera causa y fuente de la realidad de las cosas. Con Descartes, la filosofía se cierra en la inmanencia del acto de pensar del propio sujeto. Y allí ha de quedar aprisionada. Porque no nos ha de decir lo que son las cosas, sino lo que el hombre piensa que son. Así, el idealismo es la negación de la filosofía, y el proceso de la filosofía moderna que se inicia en Descartes y acaba en Hegel —pasando por Kant— no es sino el suicidio de la razón humana en manos de la propia razón18.

En el presupuesto cartesiano no es posible la metafísica porque, al no llegar al ser el entendimiento humano, no puede llegar a Dios, que es causa y fuente de todo ser. Por eso la filosofía moderna, al ser impotente para llegar a Dios, es profundamente atea. En consecuencia, dada su impotencia para llegar a Dios, a la verdad más grandiosa de su campo de actividad, es una filosofía necia, absurda y sin objeto19.

El resultado de esta inversión, es otra inversión de la misma filosofía, que conforma el idealismo dualista, porque Descartes ha separado las cosas del espíritu de las de la materia; las del alma de las del cuerpo; las del hombre en su saber y en su actividad superior de las del mundo; entregando con ello la esfera de la cultura, de la economía, de la política, al campo mecanicista, de lo terrestre, de la materia de lo laicista. Después de Lutero, agotado el hombre teológico y después

17 Díaz, Carlos: Op. cit . ; p. 28.

18 Meinvielle, Julio: La Iglesia y el Mundo Moderno; Ediciones Theoria, S.R.L., Buenos Aires, p. 170, 1960.

19 Ibídem, p. 172.

11 Sayes, José A.: Ciencia, Ateísmo y Fe en Dios, Ediciones Universidad de Navarra, S.A., 2a. Edición, España, p. 342, 1998.

12 Sáenz, Alfredo, S.J. : El Fin de los Tiempos y seis autores modernos, Asociación Pro-Cultura Occidental, A.C., Buenos Aires, p. 287, 1997.

13 Valverde, Carlos: Génesis: Estructura y Crisis de la Modernidad, B.A.C.; Madrid: 2003; p. XIII.Historia; Editorial Herder, S.A., Barcelona, p. 16, 1984.

14 Díaz, Carlos: Escucha Posmoderno, Ediciones Paulinas, Madrid, p. 27, 1985.

15 Leonard, André: Pensamiento Contemporáneo y Fe en Jesucristo. Un discernimiento intelectual cristiano, Ediciones Encuentro, Madrid, p. 27, 1997.

16 Maíz, Ramón y Marta Lois: Postmodernismo: La libertad de los postmodernos; Ideologías y Movimientos Políticos Contemporáneos, Editorial Tecnos, S.A., Madrid, p. 403, 1998.

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20 Ibídem, p. 173.

21 Gr af Huya, Hans: Seréis como dioses: vicios del pensamiento político y cultural del hombre de hoy, eunsa. S.A., Barcelona, p. 33, 1991.

22 Habermas, Jürgen: El Idealismo alemán de los filósofos judíos (1961), Perf i les f i losóf icos-políticos, Aguilar, Taurus, S.A. de C.V.,Madrid, p. 55, 2000.

23 Ibídem, p. 56.

24 Diez del Corr al; Op. cit . ; p. 349.

25 Ibídem, p. 350.

26 Valverde, Carlos; Op. cit . ; p. 365

de Descartes, agotado el hombre filosófico, han de producirse destrucciones cada vez más profundas en las capas inferiores, pero fundamentales de la sustancia humana20.

3.2.1 Idealismo alemán y paroxismo de lo secular

Tocó al idealismo alemán verter en la filosofía, lo que la Revolución Francesa significó en el ámbito político. En el paralelismo de filosofía y revolución trazado por Heinrich Beine21, se señala que: «Jacobinos de la filosofía, nuestros hombres pensantes congregáronse en torno a la razón pura y su crítica, para no dejar en pie, sino lo que ésta consintiese. Kant fue nuestro Robespierre. Después vendrá Fichte, con su “yo”, el Napoleón de la Filosofía... el imperio hegemónico del pensar..., la voluntad soberana..., el despótico, lúgubre y desértico idealismo. Con su lógica aplastante secaría las flores escondidas que lograron eludir la guillotina kantiana o alcanzaron después a abrirse inadvertidamente... vino luego la contrarrevolución, y con Schelling el pasado... sería nuevamente reconocido..., hasta que Hegel—el Orleáns de la Filosofía— instituyese un nuevo régimen. Felizmente hemos cerrado un círculo perfecto en la filosofía, y es completamente lógico que ahora nos estemos pasando a la política».

Así como Schelling, a partir del espíritu del romanticismo, introduce la Cábala en la filosofía protestante del idealismo alemán, han sido los pensadores judíos —amigos de Walter Benjamin—, los que han pensado hasta el final, la dialéctica hegeliana de la Ilustración, tanto cuanto la propia persistencia del origen permite mirar a un final aún pendiente: Habermas22 se refiere a Theodor Adorno, Marx Horkheimer y Herbert Marcuse, a los que se adelanta el primer Georg Lukacs; y añade, que es espíritu alemán lo que está a la base de la influencia judía, «esa herencia judía que el espíritu alemán lleva dentro de sí, se ha vuelto imprescindible para nuestra propia vida y supervivencia... Ernst Jünger, Martín Heidegger, Carl Schmill son representantes de este espíritu en su grandeza, pero también en su peligrosidad»23.

La idea de progreso que abanderó el positivismo comtiano es la misma que, en términos de rigurosa filosofía, había desenvuelto Hegel, para el cual, el Estado prusiano viene a ser como reino de

Dios realizado sobre la tierra de, modo análogo al de Eusebio de Cesárea; será un tiempo de bienaventuranza eterna, ya sin problematismo verdadero aunque en principio siga atravesado por el eje de la dialéctica histórica24.

Marx, por su parte, convertiría el idealismo dialéctico de Hegel en materialismo dialéctico, para cual el proceso histórico decisivo no acontece en el plano superior del espíritu y de las formas culturales, sino en el plano primario y elemental de la producción. Vista con rigurosa perspectiva materialista, el sujeto verdadero de toda la cultura europea es la masa anónima, es decir, el proletariado que es consecuencia de presentarse como masa desposeída, como proletariado biológico, inorgánico desde el punto de vista social. Para el marxismo coincidirían los momentos de la redención, del juicio final y del advenimiento del reino de Dios; la primera y segunda venida del Salvador. Marx considerará la salvación como algo súbito, tremendo, revolucionario, por obra de un protagonista concreto de carne y hueso, que no viene del más allá, sino de los infiernos cercanos del mundo social. Posteriormente, el marxismo será llevado a China por la revelación del mensaje mesiánico y el programa político de Lenin25.

El paroxismo de todo el proceso, que va desde el siglo xiv hasta el siglo xix, logra su máxima expresión en una corriente de pensamiento, que por un lado es una violenta reacción contra los grandes relatos ideológicos, y por el otro, es una consecuencia de ellos. Se trata pues del vitalismo o filosofía de la vida, que pretende que ésta, es más significativa e importante que las ideas, y por ello es prioritaria. Atiende, además, el torrente voluntarista, instintivo y vital más que al pensamiento objetivo y lógico, que no deja de ser secular y secularizante, que hace de la vida inmanente un absoluto principio y fin de todas las cosas. Entre las múltiples manifestaciones del vitalismo podemos señalar el vitalismo pesimista e historicista, cuyos representantes más señalados son Friedrich Nietzsche y William Dilthey26.

3.2.2 Apocalipsis y modernismo

En Ap. 16, 13-16 se nos relata lo siguiente: «Y vi que de la boca del Dragón, de la boca de la Bestia y de la boca del falso profeta, salían tres espíritus inmundos como ranas. Son espíritus de demonios, que realizan señales y van donde los reyes de todo el mundo para convocarlos a la gran batalla del Gran

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Día del Dios Todopoderoso (Mira que vengo como ladrón. Dichoso el que está en vela y conserve sus vestidos, para no andar desnudo y que se vean sus vergüenzas). Los convocaron en el lugar llamado en hebreo Armagedón».

En esas tres ranas, Leonardo Castellani27 cree ver el liberalismo, el comunismo y el modernismo, en cuya alianza alcanza su plenitud el viejo naturalismo, que es —en el fondo— el gran proyecto del Anticristo. Las tres herejías parecen ranas porque son vocingleras, saltarinas, pantanosas y tartamudas. Es decir, tanto el liberalismo como el marxismo tienen todas las características de una religión. Sin embargo, el modernismo es el fondo común de aquellas dos ideologías contrarias, aunque no contradictorias, que algún día las copulará estrechamente por obra del pseudoprofeta. El modernismo será entonces la herejía suprema, a juicio de Pío x, porque las engloba a todas y será la última, por cuanto que en materia de falsificación del cristianismo no parece posible ir más allá. ¿Habrá una apostasía más execrable que la adoración del hombre en lugar de Dios?

Frente al tema de las ultimidades, caben posiciones erróneas y contradictorias entre sí. El iluminismo de los siglos xviii y xix despreció la escatología cristiana con toda la religión revelada, burlándose del Anticristo y del Dragón como de cuentos medievales. El resultado fue que cayó en una escatología espúrea; o mejor, desembocó en dos escatologías opuestas, fragmentos de la síntesis cristiana: la optimista, del progreso indefinido, y la pesimista, del nihilismo sin sentido. Aquella, la representa Kant, quien creyó en el reino instaurado por la sola fuerza de la Razón pura, profetizando la Paz Perpetua sobre el fundamento del ideario de la Revolución Francesa. La segunda, la visión pesimista, ha sido expuesta por los nihilistas como Schopenhauer y Nietzsche, que heredaron el otro fragmento de la concepción cristiana. Estas dos corrupciones ideológicas perduran en el ateísmo contemporáneo, esperando la hora en que el Anticristo las reúna en amalgama perversa. Así que cuando venga el Anticristo, no necesitará más que tomar a Kant y a Nietzsche como base pragmática de su religión auto-idolátrica28.

3.2.3. Los maestros de la sospecha y la interpretación como ejercicio de la sospecha

La denominación de «filosofía de la sospecha» proviene del gran filósofo francés Paul Ricoeur,

quien calificó como «maestros de la sospecha» a Marx, a Freud y a Nietzsche, distintos en su trabajo concreto pero coincidentes en no fiarse de lo que se ve, en buscar el condicionamiento oculto29.

Como hemos visto anteriormente, si Descartes dudaba de lo sensible para concluir afirmando la auto-evidencia y la auto-transparencia del «ego cogito», a partir de estos maestros dudamos de la conciencia misma, es decir, del sujeto. Ahora, tanto el sujeto, así como sus supuestas representaciones verdaderas, son dudosas; más aún, éstas suelen ser mentiras que aluden a otra verdad escondida o disimulada en su literalidad. Entonces, la estrategia es sospechar de esas verdades, porque hay un inconsciente, dirá Freud; hay una voluntad de poder, dirá Nietzsche; hay una clase social explotadora, dirá Marx. Es la hora de las interpretaciones y de la construcción de reglas para esas interpretaciones. Es el tiempo de las hermenéuticas30.

Como puede observarse, en cada uno de esos tales maestros es fácil reconocer un ejercicio diferente de la sospecha. La fórmula negativa común a ellos es el de la verdad como mentira, y por ende la conciencia del sujeto es una conciencia falsa. Así, estos tres maestros de la sospecha no lo son del escepticismo, son seguramente tres grandes destructores. El mismo Paul Ricoeur trata de dar una explicación atenuante a la labor destructiva de tales maestros, pues hace suya la opinión de Heidegger, el cual dice que la destrucción es un momento de toda fundación, incluida la destrucción de la religión, en cuanto es—según palabras de Nietzsche— «un platonismo para el pueblo». Es más allá de la destrucción donde se plantea la cuestión de saber lo que todavía significan pensamiento, razón e incluso fe31.

Insiste Paul Ricoeur en justificar las estrategias de la sospecha, porque —según él— aquellos tres despejan el horizonte para una palabra más auténtica, para un nuevo reinado de la verdad, no sólo por una crítica destructora sino mediante un arte de interpretar. Es que ellos triunfan de la duda sobre la conciencia por una exégesis del sentido, y es a partir de ellos que la comprensión se convierte en una hermenéutica: buscar el sentido será descifrar las expresiones de la conciencia32.

27 Sáenz, Alfredo, S.J. ; Op. cit . ; p. 365.

28 Ibídem, pp. 395 y 398.

29 Gómez Cafarena, José: La entraña humanista del Cristianismo, Editorial Verbo Divino, 2ª Edición Corregida, Navarra, p. 267, 1987.

30 Dirección: http:/www.antroposmoderno.com/antroarticulo.ph.p.id.109

31 Ricoeur, Paul: Freud: una interpretación de la cultura; Siglo xxi editores, S.A. de C.V., México, p. 32, 2002.

32 Ibídem, p. 33.

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3.2.4 El Fraude de la Modernidad

Esta tesis afirma que si bien es cierto que la formación humana de los primeros tiempos del cristianismo cuidó de desarrollar los valores de la persona, de la libertad, de la responsabilidad y dignidad individuales, así como el respeto mutuo y reciproca ayuda, al igual que la Edad Media fomentó la vida interior y la práctica de la caridad. No obstante, la autonomía de la persona hizo posteriormente su aparición, y se trata de una conquista del orden natural, independiente del cristianismo. Una manifestación de tal situación son los llamados derechos del hombre proclamados por la Revolución Francesa. Sin embargo, tales valores y actitudes están vinculados a la Revelación, en relación específica con lo que es humano por naturaleza. Procede de la liberalidad de Dios, pero asume lo humano dentro de su armonía, naciendo así la estructura cristiana de la vida. Por tanto, la tesis de que estos valores y actitudes en cuestión corresponden al desarrollo de la naturaleza humana, ignora el sentido real de los mismos; más aún, desemboca —digámoslo sin rodeos— en un fraude que pertenece al cuadro de la Modernidad. Es decir, al hecho de que no se reconociera la relación de la revelación con lo humano, de que la Modernidad se adjudicara la autoría de la cualidad de la persona y de la esfera de los valores personales, pero que rechazará la revelación, que constituirá la garantía de esa cualidad y, de esa esfera, ha dado origen al fraude intrínseco de que antes hablábamos33.

3.3 Intentos de destruir la fe: postmarxismo y escuela de Frankfurt

Esta última, como se le llamó cuando fue constituida a través de la creación del Instituto de Investigación Social, se fundó en 1923 a partir de la inspiración de Félix Weil, con el objetivo de crear un marco institucional independiente, tanto económica como intelectualmente. Sus diferentes miembros tenían vínculos formales que compartieron en propósitos comunes, con más coincidencias que diferencias, entre las cuales se podrían mencionar: ser judíos de clase media alta; sus orígenes marxistas; su eclecticismo como reacción de intelectuales radicalizados e insatisfechos con la burguesía; así como compartir tesis similares en cuanto a la crítica del sujeto, de la razón, de la ilustración y de la modernidad. Entre las raíces filosóficas, en su primera etapa, pueden citarse a Hegel y Marx, y posteriormente a

Nietzsche, Heidegger, Spengler, Freud y el judaísmo, del cual se explica su actitud antimodernista. Este último, vinculó a la Escuela de Frankfurt con el postmodernismo en cuanto que conforma una actitud de condena de la modernidad, como represión de la naturaleza y de la cultura. Con la filosofía de Adorno se percibe una clara influencia —vía Benjamín— de la visión cabalística, que concebía a la historia del lenguaje como un permanente oscilar del péndulo de Babel, y un retorno a la armonía de lo unísono, en ciertos instantes mesiánicos y privilegiados donde reinaba la inteligibilidad34.

Como el marxismo trivial del siglo xix se venía amorteciendo por fallar continuamente los vaticinios de Marx, porque en los países desarrollados se carecía del proletariado —pues se había integrado a la burguesía—, y porque el esclerótico marxismo soviético ya no interesaba en occidente, fue necesario reavivar los colores del cadáver a fin de que el marxismo recobrara su atractivo. Así, esta obra de cosmética va a corresponder a los marxistas tardíos —o postmarxistas de la Filosofía Social—, que como Herbert Marcuse y Theodor Adorno componen la llamada Escuela de Frankfurt. Luego, una vez que la Escuela designa al hombre autónomo como protagonista de la revolución, en vez del proletariado, tal revolución dará comienzo ahora por obra no de la clase obrera, sino del individuo; es decir, dentro de cada hombre en particular, en la familia, en las escuelas y universidades, y en todas las demás instituciones culturales y sociales en general —sin que la iglesia sea la excepción. Esto poco tiene que ver con Marx, pero sus ideas serán el conducto hacia una post−filosofía, que constituya no más que un eslabón más de esa cadena tendida por el hombre que se alza contra Dios, desconociendo el pecado original35.

Una de las manifestaciones más destructivas de la Escuela de Frankfurt, que se opone tanto al Estado Nacional como a la civilización occidental judeo−cristiana, es el desconstruccionismo. Con las teorías de la «personalidad autoritaria», Theodor Adorno determinó las bases del análisis psicosocial que dio apoyo al desconstruccionismo, el cual cuestiona, o plantea la pregunta de ¿quién es autoritario? Según Adorno, todo aquel que sostenga que la vida humana debe regirse por conceptos «metafísicos», tales como: Dios, la verdad, la razón, la moralidad, los principios, etc. Así, el presunto caos universal sobre el que tal Escuela funda sus teorías, es justamente el caos que quiere imponer al mundo36.

33 Guardini, Romano: El Ocaso de la Edad Moderna, Obras de Romano Guardini, Ediciones Cristiandad, S.L., Madrid, Tomo i, p. 112, 1981.

34 Arriar an, Samuel: Filosofía de la Postmodernidad. Critica a la Modernidad desde América Latina; Facultad de Filosofía y Letras, unam; México, p. 36, 2000.

35 Gr af Huyn, Hans; Op. cit . ; p. 161.

36 Villasana Munguía, J. A lberto: Entre el Caos y la Esperanza, Editorial Diana, S.A. de C.V., México, p. 116, 2000.

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7.

Este pórtico nos introduce en la postmodernidad que quiere ser, según Lyotard, una reestructura de la so-ciedad y cultura modernas, un corte superior de la modernidad. En este sentido, la posmodernidad se presenta como el intento de cancelar la concepción de la razón, la historia, la sociedad, el ser humano y el arte que engendró la modernidad. Así, la posmoder-nidad es la modernidad que, al desarrollar sus propios mitos, ha llegado a descubrir su propio autoengaño38. La teoría postmoderna prefiere pensarse en términos de la «muerte de la modernidad», es decir como la li-quidación del potencial ilustrado de la modernidad, y como la praxis de la contradicción y desconstrucción

de sus esperanzas utópicas39.Existen, sin embargo, otros diagnósticos diferen-

tes al de la muerte de la modernidad, decretada por los postmodernos dándole a la postmodernidad el efecto de enterrador de aquella. Es el caso de Arnold J. Toynbee40 que ve la presente situación —posmoder-na— bajo el signo de la ambivalencia; es decir, exis-te la posibilidad de la decadencia pero también de la plenitud; y la elección de entre ambas estaría en fun-ción de la respuesta a los retos de la sociedad actual; pues la decadencia supondría la carencia de vibración ante tales problemas, mientras que la plenitud supo-ne la creatividad, el afrontar tales retos con sentido de responsabilidad. Tal diferenciación es la que puede permitir distinguir entre modernismo o postmoder-nismo como decadencia y genuina postmodernidad como resistencia. Sin embargo, modernidad y post-modernidad no se pueden entender como dos épocas autónomas e independientes, pues hay grandes cues-tiones que las atraviesan, y que por tanto las conec-tan, relacionándolas por cuanto que una se define en correspondencia con la otra41.

4 Orígenes del término postmodernidad

El prefijo «post» que precede a moderno ha sido objeto de varias interpretaciones, de las cuales elegimos la de Jean−François Lyotard42, que dice que: el «post» de post-moderno no significa un movimiento de comeback, de flashback o de feedback —de repetición—, sino un proce-so a manera de «ana»: un proceso de análisis, de anam-nesis, de anagogía y de anamorfosis, que elabora un olvi-do inicial. Entre otras cosas, el «post» indica un anhelo de despedirse de la modernidad; y es más que un tiempo o una demarcación cronológica, expresa un desdobla-miento que supone ante todo la pérdida de confianza en la razón, que es un rasgo típico de la modernidad43.

El término moderno, en su forma latina «modernus», se empleó por primera vez a finales del siglo v d.c. para distinguir el presente, que se había convertido oficial-mente en cristiano, del pasado y pagano. Con contenido variable, el término «moderno» expresa una y otra vez según ha reaparecido en la historia, la conciencia de una época que se pone en relación con el pasado de la anti-

3.4 El mundo de la modernidad, sus características y su relación con la posmodernidad

José María Mardones37 nos ofrece un perfil de la modernidad que se caracteriza por los siguientes rasgos:

3.

1.

4.

2.

5.

6.

Un proceso de racionalización, en el cual se configura un tipo de ser humano orientado al dominio del mundo, con un estilo de pensa-miento formal, una mentalidad funcional, mo-tivaciones morales autónomas, junto con un modo de organizar la sociedad alrededor de la institución económica y la burocracia estatal

Un centro productor de relaciones sociales: la economía, que desplaza la religión cada vez más a la esfera privada

Una cosmovisión descentrada, desacralizada y pluralista

Una razón que muestra varias dimensiones o esferas que tienen su propia autonomía

La dimensión científico−técnica adquiere pre-eminencia social

Una estructura social configurada por dos ins-tituciones o sistemas predominantes: la técni-co−económica y la burocrático−administrati-va

Un tipo de hombre moderno celoso de su au-tonomía individual, pero con ambivalentes manifestaciones de hiperindividualismo nar-cisista.

37 Rodríguez Vertiz, Felipe de Jesús: «La Crítica Posmoderna a la Religión», En: Modernidad y Posmodernidad, Editorial Limusa, S.A. de C.V. Grupo Noriega Editores, México, p. 236, 2000.

38 Ibídem, p. 236.

39 Scherpe, K laus R: «Dramatización y desdramatización de “El fin”. La conciencia apocalíptica de la modernidad y la postmodernidad.» En: Modernidad y Postmodernidad; compilación de Joseph Picó, Alianza Editorial, S.A., Madrid, p. 356, 2ooo.

40 Ballesteros, Jesús: Postmodernidad: Decadencia o Resistencia, Editorial Tecnos, S.A., 4a Reimpresión; Madrid, p. 101, 1997.

41 Amengual, Gabriel: Modernidad y Crisis del Sujeto. Hacia la Construcción del sujeto solidario, Caparras Editores, S.L ., Madrid, p. 148, 1998.

42 Lyotard, Jean-Francois: La Postmodernidad (explicada a los niños); Editorial Gedisa, S.A., 6a. Edición; Barcelona, p. 89 y sigs, 2001.

43 Rodríguez Vertiz, Felipe de J. ; Op. cit . ; p. 246.

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güedad para verse a sí misma como el resultado de una transición de lo viejo a lo nuevo. Desde el siglo xix, el ras-go distintivo de las obras que cuentan como modernas, es lo «nuevo», que será superado y hecho absoluto por la novedad del próximo estilo44.

La suma del prefijo «post» más el término moderno, es decir, postmodernidad, lo empleó Baudelaire en 1864, aunque como fenómeno cultural es reciente45. Charles Jencks asigna el minuto preciso de inicio de la postmo-dernidad: Agosto 15 de 1972 a las 3:32 horas de la tarde; fecha correspondiente a la famosa voladura de viviendas sociales de St. Louis, Missouri. En realidad esta precisión no deja de ser un simulacro de periodización, indecible entre irónica suspensión y pretensión de protagonismo en el mercado cultural46. En realidad, el calado del tér-mino «postmodernidad» va más allá de una operación ideológica, de propaganda o incluso de un cambio cul-tural: designa un modo de producción en el que la pro-ducción cultural ocupa un lugar funcional específico. Posiblemente la postmodernidad haya servido para res-quebrajar tanto el euro-yanquicentrismo como la narra-tiva teológica de la modernidad, y estemos entrando en una fase diseminadora en la que los flujos de mercado sean apropiados por las masas subalternas de modos no previstos47.

4.1 El sentido de la postmodernidad

Si hemos de encontrarle un sentido al discurso de la postmodernidad acerca del fin de la modernidad, es la interpretación del mundo que durante la modernidad siempre tuvo como fundamento la metafísica cristia-na, y que la razón moderna fue en todo momento un producto de la secularización del concepto cristiano de Dios. El punto de partida común de todos los pen-sadores postmodernos es —en cambio— la muerte de la metafísica, es decir, de esa certeza de un mun-do sobrenatural, de un valor supremo legitimador del mundo48. Habrá que considerar el hecho de que lo ver-daderamente originario de la metafísica, y que subya-ce incuestionado, es la escisión misma entre el ser y el devenir. Aceptada la separación, los metafísicos se sitúan del lado del ser, y los no metafísicos y antime-tafísicos del lado del devenir. Pero ambos comparten el mismo supuesto metafísico de que el ser no es el de-venir y el devenir no es el ser; éste es realmente el foco del problema49.

En la Grecia clásica se produce la primera gran confrontación del problema, entre metafísicos y no metafísicos. Confrontación entre la filosofía de Par-ménides y los sofistas. El primero, inaugurando la idea de que el ser es uno, idéntico, inmutable, intemporal; y, en consecuencia, el mundo del cambio o la diversidad es pura ilusión, meros nombres según Parménides. En cambio Heráclito, concibe el ser en equivalencia con el devenir; es decir, no piensa una unidad sin multiplici-dad, un ser fuera del tiempo ni una razón sin vista, sin oídos o palabras; visión integral y unitaria50.

4.2 Derrida y las visiones apocalípticas posmodernas

Es interesante la postura que este autor51 asume frente a las tesis postmodernas que predican o declaran el fin del hombre o del sujeto, de la conciencia, de la his-toria, del Occidente o de la literatura y de las últimas novedades del progreso mismo, cuya idea no se ha manejado nunca tan mal tanto por la izquierda como por la derecha. Dicha postura es de cuestionamiento a lo que proponen tales tesis; es decir, nos aconseja que les preguntemos por los efectos que buscan producir, por el adónde quieren llegar o con qué fines predican la terminación del hombre, de su conciencia, de la his-toria, de Dios, y un gran etcétera. A esta postura, el autor citado la califica de «estrategia apocalíptica», la cual es fundamentalmente una, ya que su diversidad es solamente de procedimientos, de máscaras, de apa-riencias o de simulaciones.

Para mi punto de vista, no hallan como ocultar sus grandes fracasos y, para mantenerlos vivos, también recurren a sofismas y elucubraciones absurdas, que la realidad y la verdad se han encargado de descubrir. El diagnóstico postmoderno se concreta, como hemos visto, en torno a determinadas actas de defunción, «no se ha llegado a pensar que los muertos que la postmodernidad mata, gozan de cabal salud; pero sí, que los síntomas en que se han basado para darles por fallecidos son complejos, ambiguos y susceptibles, por tanto, de otras interpretaciones»52.

4.3 Nihilismo y acedia

El nihilismo, nos dice Gianni Vattimo53, que signifi-

44 Habermas, Jürgen: «Modernidad versus Postmodernidad» En Modernidad y Postmodernidad. Compilación de .J. Picó, Alianza Editorial, S.A., 4ª Reimpresión; Madrid, p. 87, 2002.

45 Rodríguez Vertiz, Felipe de J. ; Op. cit . ; p. 245.

46 Ripalda, José María: De Angelis. Filosofía, mercado y postmodernidad, Editorial Trota, S.A., Madrid, p. 54, 1996.

47 Ibídem, p. 68.

48 Frey, Herbert: «El Nihilismo como Filosofía de nuestro tiempo» En: La Muerte de Dios y el Fin de la Metafísica, Facultad de Filosofía y Letras, unam, México, p. 57, 1997.

49 González, Juliana: «¿Post metafísica y posmodernidad?» En: La Muerte de Dios… Op. cit . ; p. 119.

50 Ibídem, p. 139.

51 Derrida, Jacques; Sobre un tono apocalíptico adoptado recientemente en filosofía; Siglo x xi Editores, S.A. de C.V., Madrid, p. 52, 1994.

52 Amoros, Celia: «Feminismo, Ilustración y Postmodernidad. Notas para un debate», En: Retos de la Postmodernidad; Editorial Trotta, S.A.; Madrid: 1999; p.p. 59-60.

53 Vattimo, Gianni: El Fin de la Modernidad. Nihilismo y hermenéutica en la cultura posmoderna, Editorial Gedis, Barcelona, 2000; p. 23.

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ca lo que para Nietzsche es la situación en la cual el hombre abandona el centro para dirigirse hacia la x. Esta acepción es idéntica a la definida por Heidegger: el proceso en el cual, al final, del ser como tal «ya no queda nada». Estas definiciones de ambos autores no se refieren al hombre en un plano psicológico o socio-lógico, sino que atañen al ser mismo, aún cuando no se acentúan, como para significar que el nihilismo atañe a algo más que «sencillamente» al hombre.

Esa dirección hacia la nada no es el movimiento propio del hombre, ni del ser natural, pues siempre se dirigen al bien; la dirección hacia la nada —el ni-hilismo— se presenta por la falta de aquel movimien-to propio, pues a pesar de todas las posibilidades de abismarse en la nada, la dirección del camino apunta al ser, tanto que incluso la decisión por la nada, para ser posible, ha de tener la máscara de una decisión por el ser54.

La mentalidad nihilista tiene que ver con un vicio verdaderamente capital, que es una especie de triste-za relativa al bien divino del hombre; tristeza porque Dios lo ha elevado al orden sobrenatural. Precisamen-te la «laboriosidad» enfermiza del hombre burgués puede ser fácilmente una expresión de la acedia. Tra-tase ésta de una «humildad» pervertida que se resiste a aceptar los bienes sobrenaturales, porque suponen exigencias para quien las recibe. Y en este sentido, implica una aversión consciente del hombre, una au-téntica huida de Dios, con el deseo expreso de que Dios no lo debería haber elevado, sino dejado en paz. Así, Santo Tomás de Aquino ha reunido en la Suma Teológica ii-ii, 35,4 las hijas de la acedia. Para Josef Pieper55, la acedia es uno de los rasgos característicos de la fisonomía espiritual de nuestra época, por la cual sería interesante aplicar las derivaciones de la acedia a nuestra civilización, sobre todo en sus vertientes pe-simistas o desesperadas.

Por lo que respecta a Heidegger, la base de su re-flexión la constituyen ciertos sentimientos funda-mentales que se refieren a la existencia en general y sus modalidades, como la inquietud, la angustia, el tedio y la soledad, sentimientos que son característi-cos de la acedia, por lo cual, nos dice Antonio Caso56, vemos en el ingenioso pensador alemán, al genuino representante de la filosofía de la acedia, al filósofo que, recogiendo en su obra personal los valores y las inspiraciones de su momento histórico, hubo de recu-rrir a la angustia y al tedio, para demostrar los funda-mentos de la existencia del ser, o como el mismo dice del ser-en-el-mundo.

4.4 Orígenes de la postmodernidad filosófica

Afirma Vattimo57, que se puede sostener que la post-modernidad filosófica nace en la obra de Nietzsche, en forma precisa, en el lapso que separa la Segunda Con-sideración Inactual de 1874 del grupo de obras que en pocos años se inaugura con Humano, demasiado Hu-mano de 1878 y que comprende también Aurora de 1881 y la Gaya Ciencia de 1882, de las cuales se deduce que la esencia de la modernidad es una época que reduce el ser a lo nuevo. Es decir, es la idea del eterno retor-no de lo igual, que significa —entre otras cosas—, el fin de la época de superación; esto es, de la época del ser concebido bajo el signo de lo «novum». En fin, lo que busca Nietzsche con «la expresión filosófica de la mañana» y que es la hipótesis que Vattimo propone, constituye la esencia de la posmodernidad filosófica.

4.4.1 Pensamiento débil y utopía

El «pensamiento fuerte» del cientificismo—propio de la modernidad—, llevaba en sus genes un for-midable germen anti−utópico que dio fin al sujeto; entonces, ¿cómo es posible que pueda sobrevivir la utopía a la muerte de su sujeto activo, que es a la vez su beneficiario? Cuando ese germen fructi-fique, entonces emergerá la tesis postmoderna del pensamiento débil, cuyo más auténtico represen-tante, G. Vattimo, está convencido de que el proce-so histórico no es capaz de suscitar novedad, y está resuelto a anunciar «el fin de la historia», no en el sentido apocalíptico o escatológico, sino en cuanto que la historia no puede contemplarse como pro-ceso unitario, progresivo y teleológico. Todo ello significa, en expresión de Lyotard58, el fin de «los grandes relatos», con sus ofertas globales de valor y sentido.

Sobre este particular, Vattimo está de acuerdo, porque la utopía, sea religiosa o laica, ha muerto juntamente con la de la verdad y la del ser; cuando el pensamiento posmoderno se percata de la incu-rable debilidad del ser, no puede menos de hacerse sensible a su propia debilidad y, por tanto, al inexo-rable «oscurecimiento de la verdad». A tal pensa-miento, sólo le queda ejercitarse en la anamnesis, no en la prognosis; es decir, recorrer como parásito aquello que ya ha sido pensado, y en un postrero gesto de lucidez, podría también confeccionarse una apología del nihilismo, al constatar que del ser

54 Pieper, Josef; Op. cit . ; p. 314.

55 Ibídem, p. 315.

56 Caso, Antonio: La Persona Humana y el Estado Totalitario; Obras Completas; unam; México: 1975; Vol. viii; p. 168.

57 Vattimo Gianni; Op. cit . ; p. 145.

58 Ruiz de la Peña, Juan Luis: La Pascua de la Creación. Escatología; Biblioteca de Autores Cristianos; Madrid, 2000; p. 15.

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ya no queda nada y que es preciso ir a la cura de la anorexia del sujeto.

4.5 Postmodernidad: nueva imagen del mundo

Según Romano Guardini59, las señales que revelan el ocaso de la Edad Moderna, y que a su vez indican la gestación de una época futura, son tres fenómenos que constituyen una unidad, y son: el del hombre no humano, el de la naturaleza no natural y el de una cultura no cultural. Esta última presenta un rasgo esencial: el de riesgo, como integrante derivado hacia el poder, porque si el hombre domina en cierta medida los efectos inmediatos de la naturaleza, no domina los indirectos, incluido el dominar mismo; es decir, tiene poder sobre las cosas, pero no sobre su poder.

En lo religioso, continúa Guardini, seremos testi-gos del fuerte progreso de la forma de existencia no cristiana, desarrollándose un nuevo paganismo, ca-racterizado por la voluntad de quitar a la Revelación su carácter trascendente y fundamental. La fe católica tendrá que escapar a la secularización y, añadiríamos nosotros, al neognosticismo; con un sello especial de confianza y fortaleza que nos conduzca a comprender los textos escatológicos, sin que se pueda decir que se acerca el fin, cuando Cristo mismo hizo saber que el fin de las cosas sólo lo conoce el Padre (Mt 24,36), el cual puede ser no cronológico sino substancial, es de-cir, que nuestra existencia está entrando en las fron-teras de la opción absoluta y de sus consecuencias; de que se aproxima a una zona, tanto de las máximas posibilidades como de los riesgos supremos.

4.6 Caracteres del pensamiento postmoderno

Sobre las bases del pensamiento de Nietzsche y Hei-degger, Vattimo60 propone tres caracteres propios del pensamiento de la postmodernidad:

a) un pensamiento de la fruición b) un pensamiento de la contaminación c) un pensamiento tecnológico

El primero, equivale a un revivir —entendido en sen-tido estético— de las formas espirituales del pasado, que tiene como función un efecto emancipador en sí mismo. Tal vez a partir de aquí, una ética postmoder-na podría oponerse a las éticas aún metafísicas del desarrollo, del conocimiento, de lo nuevo como valor último. El segundo, se trataría de un saber residual, es decir, sería un saber que se colocaría en el nivel de una verdad «débil», cuya debilidad podría referirse a la ambigüedad del velar y descubrir, propia de la Li-

chtung heideggeriana. El tercero, el pensamiento tec-nológico, es el que trataría de descubrir y preparar la manifestación de las «chances» ultrametafísicas o postmetafísicas de la tecnología mundial.

4.7 Juicio apocalíptico de la postmodernidad

La modernidad parece transmitir a la postmoder-nidad una doble herencia del fin: una dramática, en cuanto que sitúa la funcionalización del proceso social y su fe, en el expresivo y explosivo momento del «esca-parse» o el «abrirse camino», mientras que la otra es desdramatizadora. La penúltima, soporta la sonrisa descarada de una racionalidad social pervertida y la transforma en una conciencia estética de indiferencia. Un punto de partida contemporáneo podría ser la ac-tual y tibia recepción de las ideas posmodernas sobre el fin. Jugar con el Apocalipsis es una parte integral de la filosofía posmoderna. Una conciencia de la «condi-ción posmoderna», es que la desdramatización del fin ha llegado a ser una imagen dominante, a pesar del hecho de que entre los seguidores de Baudrillard, una redramatización del fin está a mano . La conciencia de aquel filósofo, de carácter estético, que se supone encarna el pensamiento postmoderno, ha sido «enri-quecida» con reflexiones sobre el «fin de la finalidad», y es identificable como una «teoría de la catástrofe» o como una catástrofe teórica, cuando se compara con la conciencia y la teoría de la crisis contenida en la mo-dernidad62

Sin embargo, Baudrillard63 se cura en salud: la autoconciencia contemporánea es «paroxista», está condenada a permanecer siempre al borde de un final que en realidad ya ha tenido lugar. El advenimiento de lo virtual es nuestro apocalipsis, y él nos priva del acontecimiento en el que Baudrillard64 declara no creer, pues en último término, si hubiera razones para creer en ese cataclismo, lo que habría que hacer se-ría precipitado, no oponerse. Parece entonces, que tal autor, al igual que el pensamiento posmoderno, no ha encontrado otra salida que la de una actitud ecléctica, ya sea por la vía del historicismo o del pragmatismo. Por otra parte, el pensamiento postmoderno es un es-fuerzo de la cultura por superar un juicio apocalípti-co, que caracterizó la imagen de la sociedad industrial según la filosofía moderna; y así, si aquel pensamien-to trata de cambiar la actitud de la filosofía frente al mundo tecnológico, ya no tiene sentido esa crítica ra-

59 Guardini, Romano; Op. cit . ; p.p. 70-120.

60 Vattimo, Gianni; Op. cit . ; p. 155

61 Scherpe. K laus R: Op. cit . ; p. 369.

62 Ibídem, p. 62.

63 Naveiro, Juan Carlos: El Fin del Siglo Posmoderno; Ediciones del Serbal, Barcelona: 2002; p. 51.

64 Févre, Fermín: «La Posmodernidad o la transformación de las utopías». Charla con el filósofo italiano Gianni Vattimo, en Clarín, B. Aires, Agosto 15 de Octubre de 1987. En: Filosofía , Modernidad, Posmodernidad de Marta López Gil ; Editorial Biblos, Argentina; Texto 9, p. 17 del Anexo (1993).

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dical y apocalíptica a dicha sociedad industrial65.

4.7 Juicio apocalíptico de la postmodernidad

El pensamiento postmoderno propone, desde el punto de vista religioso, lo que se conoce como New Age: la nueva religiosidad del mundo postmoderno. Este pensa-miento y esta religiosidad, predican el fin o terminación del cristianismo, o mejor, del catolicismo, el cual está por desaparecer, si no es que ya de plano desapareció; pues se le identifica —o se le ubica— en la Era de Piscis, la del cristianismo, y hoy ha surgido la Nueva Era, la de Acuario.

La Nueva Era y su principal fuente ideológica que es el gnosticismo, cuentan con un esquema escatológico que se opone frontalmente al descrito en la Biblia y, según Vidal Manzanares66, se asienta sobre dos pilares: la creencia en la reencarnación y la fe en el triunfo de la Nueva Era. Este movimiento anuncia que estamos a punto de entrar en una época distinta de la historia de la Humanidad, una época que —de he-cho— concluirá la historia; la cual estará dominada por los principios de la New Age y donde sólo existirá un gobierno, una economía y una religión mundiales.

La versión contemporánea de la gnosis más ampliamente extendida hoy es la ideología, es decir, una doctrina cuyo objetivo es social o político, apoyada por una amplia visión del mundo, representada como garantizada por la ciencia y merecien-do a causa de su infalibilidad, casi mágica, una adhesión absoluta de naturaleza casi religiosa. El gnosticismo cristiano contemporáneo consistirá, pues, en abandonar el magisterio auténtico de la Iglesia como criterio de la verdad cristiana, para buscar el lugar de interpretación en una u otra de tales ideologías. Es el caso de todos los cristianos que practican lo que M.J. Guillou llama «“la heterointerpretación” de la fe cristiana, es decir, que interpretan la Revelación, no ya según la regla de la misma fe cristiana, sino según las exigencias de una cultura ajena al cristianismo ortodoxo: así, por ejemplo, interpretan el Evangelio a la “luz” de un marxismo, de un nietzsche-anismo o de un freudismo de bolsillo. En vez de bautizar o de transubstanciar dentro de la fe cristiana la parte de verdad que contienen estas ideologías, o —en el mejor de los casos— “filosofías”, que disuelven la verdad de la Iglesia en un sistema intelectual impermeable al misterio del Padre que se revela en Jesucristo. Entonces, el nombre de Jesús “venido en la carne” (Jn 4,2) ya no es sino un pretexto para una visión del mundo que podría igualmente prescindir de ÉI»67.

65 Vidal Manzanares, César: En las raíces de la Nueva Era; Editorial Caribe; Nashvil le, U.S.A., 1996, p. 155.

66 Leonard, André: Pensamiento Contemporáneo y Fe en Jesucristo; Un discernimiento intelectual cristiano; Ediciones Encuentro; Madrid, 1997, p. 27.

67 Ibídem.

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La valentía:de Platón a nuestros días

En el «Gorgias», Platón nos relata algunos diálogos entre Sócrates y sus amigos. Primero con Gorgias, continua con Polo y después entra en diálogo con Calicles: — «A los de buen juicio para el gobierno de la ciudad y a los de-cididos, les toca regir las ciudades, y lo justo es que ellos tengan más que los otros, los que gobiernan más que los gobernados». Esta es la idea de justicia de Calicles.

No obstante, Calicles no es —en absoluto— el único que ha dirigido su mirada hacia esta superioridad. También otros pensadores, como Herbert Spencer, Nietzsche e incluso Darwin, han encontrado esa constante en la na-turaleza: el que es más fuerte tiene la facilidad de actuar sobre el que es débil. Pero entonces nos encontramos, como Calicles, con las leyes impuestas por el hombre, que se contraponen a la ley natural. Al ser más —en número— los débiles, acomodan las reglas de forma tal que quedan limitados aquellos a quienes por naturaleza les corresponde más.

Y es que, si observamos a la naturaleza, podremos confirmar que Calicles no está en un error. El león más fuerte exige y gana su comida, y en las ma-nadas son los machos más fuertes los que ganan su derecho a aparearse. Y, si así es como actúa la naturaleza; por tanto, aunque no es una conclusión definitiva, sabemos al menos que así actúa la naturaleza. ¿No será que así es como el hombre, que no vive al margen de la naturaleza sino que la refleja en cada aspecto de su vida, debe regirse también? ¿O es que las leyes de la fuer-za deben establecerse para dar paso a una superación como especie, muy al estilo de Nietzsche? ¿O quizá el valor, que toma el centro de la conversación —y que será el que aquí trataremos nosotros— pueda tener un sentido tras-cendente, que no sólo sea ubicado en cuanto a la fortaleza física o al poder que procede del dinero o de posiciones ventajosas, sino también en cuanto a la posición respecto de las propias creencias, del propio crecimiento, espiri-

Juan Carlos Rendón AguilarEstudiante de Filosofía en el iest

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tual y psíquico, y del control de nuestro ser, ordenándolo hacia un bien mayor?

Para poder entender los planteamientos anteriores, debemos tener en cuenta los puntos de vista de Calicles y Sócrates, y también echarle un vistazo al contexto del diálogo. Hacia el final de la conversación entre Sócrates y Calicles, el primero toma la palabra y termina en un mo-nólogo en el que lo resume todo, pasando rápido por la di-ferencia entre lo agradable y bueno, para luego observar que las cosas buenas deben llevar un orden, y terminar aceptando que, para ordenar el cuerpo y el alma, hay que castigar ciertas pasiones que —de otra forma— no se po-drían corregir, y que —por fin—llegando a esta bondad, se podría gozar de la felicidad en la vida. Durante todo el trayecto de la conversación, la palabra griega ανδρεíα, que se traduce al español como valor o valentía, encuen-tra un lugar especial.

Nos enfocaremos al sentido socrático que correspon-de al de tener el valor de aceptar que tenemos pasiones que no nos llevarán a nada, más que a nuestra destruc-ción. Debemos observar que ahora, el cambio que se da en la forma de entender esta palabra no corresponde al cliché de las películas de acción, donde el protagonista es más valiente entre más esforzado o atrevido sea. Es el cambio entre un héroe valiente, cuyo valor es medido por el número de «malos» que mata, y el hombre sensato que se hace frente a sí mismo.

Es la diferencia de la valentía de aparente arrojo a lo desconocido, ante la valentía de un verdadero arrojo al camino de la virtud. Y debemos estar alerta, porque po-demos perdernos en aquel concepto que la sociedad se crea —y que conviene a la falta de conciencia popular— y terminar por no ver esta idea del valor interior en absoluto.

Ahora bien, tampoco debemos pasar por alto que nuestra sociedad está regida por un grupo de normas y con un código moral, que proviene de la ideología cristia-na, la que a su vez fue traída desde un continente donde esta misma se consolidó, sobre la base que estos persona-jes propusieron y otros afianzaron más tarde. Es por esto que me cuestiono que la comunidad de esta era postmo-derna adopte con tanta facilidad esa cobardía frente a sí, y que tenga en tanta estima la valentía de pantalla que —a mi parecer—, nada vale. Usted tendrá su propia opi-nión, y la mía puede o no gustarle.

Continuando con este tópico, tomemos en cuenta que, en esta cultura de base cristiana, los valores son elogiados y muy «ponderados» a la hora de decir pala-bras bonitas, y que copiosas alabanzas les son dadas a aquellos (valores) que son importantes, pero muy poco de esto refleja sinceramente la valentía de la que estamos hablando. Antes, es más fácil que las personas piensen cosas completamente contrarias sobre estas virtudes que tanto alaban, y esto queda muy claro para cualquiera que observe la incoherencia de las actitudes de la gente.

Por eso hoy la reflexión de estos temas y de la cultura

de vida cristiana —para lo cual no es necesario practicar la fe católica (o ninguna otra), sino simplemente respirar en el ambiente de nuestra cultura—, nos lleva a conside-rar la valentía socrática, valorarla y vivirla desde los ojos modernos, donde se necesita más valor para no hacer lo que el mundo nos apremia, sólo porque nos es casi exigi-do por la sociedad.

Claro que —en algunos casos— también hará falta una adecuada educación que no forme a la persona con un código moral impuesto, sino con uno que sea com-prendido y, desde la comprensión, sea aceptado. Creo que este es un asunto vital, pues la valentía que propone Sócrates —y que yo sostengo—, no se logrará sin la acep-tación de un código moral propio que exija a la misma persona el autocontrol y la fuerza de voluntad. Este era precisamente el primer problema de Calicles: entender que la bondad de los actos no siempre corresponde a nuestros apetitos, y a nuestros deseos o dolores.

Aprendamos pues a movernos en la dirección en la que nuestro espíritu realmente encontrará el crecimien-to. No nos dejemos arrastrar por las pasiones que nos es-clavizan. Encontremos la verdadera libertad. Y así, como Calicles, convenzámonos de que es mucho más valiente el que se hace frente, el que se anima a crecer, el que no se esconde en una apariencia de fuerza exterior para di-simular que no puede dominar lo que lleva dentro. En-tendamos que los verdaderos dolores y necesidades que debemos satisfacer, son aquellos que nos conducen por un camino deseable. Y, finalmente, seamos nosotros los que controlemos estas hambres, y no permitamos que és-tas nos controlen a nosotros.

¡Caminemos con los pies de la razón!

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El verdadero sentido del amor

El hombre por naturaleza siempre ha tendido hacia el bien, y este bien trascedente se vuelca hacia el mismo hombre, a través de la principal virtud que existe en el ser humano: el «amor», principio de todo y fuente última de todo.

Es por eso que en este ensayo se analiza el sentido primario del amor, su valor contemporáneo, la interpretación griega acerca de su grafía y su inter-pretación metafísica, para una valoración ética y una aplicación, a través del principio de alteridad.

A través del largo proceso humano, el hombre se ha encontrado con la di-ficultad de constituirse en un ser social: la tendencia a formar una familia, una comunidad, crear un grupo, jugar un determinado rol en la sociedad, a buscar siempre el bienestar comunitario y personal.

La misma historia manifiesta cómo el hombre siempre se ha preocu-pado por ser alguien en la vida, por su familia y en general por su prójimo (próximo). No obstante percibe una fuerza motora que lo impulsa a realizar todas estas acciones, muchas veces no conoce cómo se llama esta realidad que lo conduce a auto−realizarse, a contemplar su fin último, para que su vida obtenga un sentido, es decir, obrar conforme a sus facultades espiritua-les (razón y voluntad) para que tiendan hacia el bien.

Ernesto Sosa DíazLic. En Filosofía por el seminario Ignacio Lehonor Arroyo, de Tuxpan, Veracruz. Diplomado en síntesis filosófica por la Universidad Pontificia de México. Actualmente estudiante de Psicología en el iest.

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Esta fuerza motora es el amor, muchas veces mal en-tendida, e interpretada fuera de su justa dimensión, que le hace perder de vista su valor y su propia esencia. Por eso, la principal preocupación de esta reflexión es retor-nar a la esencia propia del amor, y responder si éste es un sentimiento más del grupo concupiscible, o si está deter-minado por una constitución metafísica que trasciende la realidad misma.

En la vida no se comienza a ser alguien por una inter-pretación racional de lo que somos, o por cuestiones éti-cas implantadas por nuestros padres en la vida familiar. Se comienza a ser alguien por un acontecimiento experi-mentado desde el primer día de nuestra existencia: «ser amados». Este es el suceso que determina nuestra vida y nos cautiva para responder a nuestro proyecto existen-cial.

En la actualidad, nuestro mundo cada vez más prag-matizado y relativizado ha perdido el contexto propio de la palabra amor, que ha sustituido por violencia, destruc-ción, guerra, odio y, en su grado máximo, muerte.

La sociedad, en su mayoría, ya no habla de amor, de amar a nuestros hermanos, de tener una identidad fi-lantrópica. Hoy se habla de yo: de ser yo y no importar nada más que yo. Por eso me atrevo a descontextualizar la palabra guerra, para invitar a la humanidad a hacer «la guerra del amor”» para traer la paz que tanto nece-sitamos. Sólo a través de este camino, el hombre puede regresar a su principio deontológico, es decir, la felicidad.

En la antigua Grecia, ya los grandes pensadores en-contraban un problema para poder aplicar el término amor a diferentes realidades existentes en su época, pues no era posible predicar el amor a nuestros padres, amor a la esposa, a los amigos, a Dios, en un mismo sentido. Así, a través de un largo proceso semántico, llegaron a la gran empresa de tener diferentes grafías para el término amor, con diferentes significados.

Eros (ἔρως) es un amor pasional, con deseo sensual y duradero. Aunque Eros se siente ini-cialmente por una persona, Eros ayuda al alma a recordar el conocimiento de la belleza y con-tribuye a la comprensión de la verdad espiri-tual1

Storge (στοργή) es un afecto natural, como aquel que sienten los padres por sus hijos2

Xenia (ξενία), la hospitalidad, era una práctica extremadamente importante en la Antigua Grecia. Era una amistad casi ritualizada, for-mada entre un anfitrión y su huésped, quienes podían haber sido previamente desconocidos3

Philia (φιλία) es un amor virtuoso desapa-sionado, cuyo concepto fue desarrollado por Aristóteles. Incluye la lealtad a los amigos, la familia y la comunidad, y requiere virtud, igualdad, y familiaridad4

Ágape (ἀγάπη) significa amor en griego ac-tual. La palabra agapó es el verbo «amo». Ge-neralmente se refiere a un tipo ideal de amor «puro», más que a la atracción física sugerida por Eros. Por lo regular los griegos lo aplicaban a la divinidad, y fue el término más utilizado en la Biblia, para referirse al amor de Dios por su pueblo5

Como se puede apreciar, los griegos tenían diferentes términos para referirse al amor. Ellos entendían que existían amores propios y sagrados como el ágape, y que éste es la expresión máxima del amor en todas sus circunstancias. Todo hombre debía aspirar a este tipo de amor, pues purificaba el alma, la mente, el corazón y dignificaba a la persona; daba una certeza mayor que cualquier tesoro humano. Por eso la Biblia en el Nuevo Testamento, que es puramente de procedencia griega, expresa que por seguir el reino de Dios, bien valdría ven-der todo lo que se tiene para obtener ese tesoro que no se roe, ni se corrompe6.

Así, el amor adquiere otro significado; ahora ya no es de carácter personal o algo que se pueda padecer o no padecer. El amor es amarse a sí mismo pero amando a todas las personas, al medio ambiente y a Dios, como su grado máximo.

San Agustín nos refiere en su libro confesiones: «Nos hiciste Señor para ti, y nuestro corazón inquieto está hasta que no regrese a ti»7 , o al mismo Jesucristo expre-sando: «Ama a tu prójimo, como a ti mismo»8 .

En el mundo actual, la palabra amor ha perdido el sig-nificado propio, como lo ha expresado el papa Benedicto xvi, en su carta encíclica Deus Caritas Est, «Hoy el amor se ha prostituido»9. Hoy se habla de amar a todo mundo, de amar cualquier cosa, pero con el mismo significado.

Encontramos expresiones como amor a la esposa, amor a nuestros hijos, amor a Dios, que serían los prin-cipios sobresalientes del amor; sin embargo, también escuchamos expresiones como amor a la bandera, amor al trabajo, amor al dinero, amor al perro, e incluso expre-siones como «vamos a hacer el amor», para referirse al acto sexual humano.

a)

b)

c)

d)

e)

1 Serraima Cirici, Enrique: Gramática Griega, upm, México, p. 56., 2003.

2 Ibídem.

3 Ibídem.

4 Benedicto xvi: Deus Caritas Est; Dabar; México, p. 2, 2006.

5 Ibídem, p. 2-3.

6 Cfr. Mt 6, 19-20.

7 Agustín: Confesiones, Gredos, España, Libro i, cap. 1, 2000

8 Cfr. Mt 22, 34-40.

9 Benedicto xvi: Deus Caritas Est, Dabar, México, p. 3, 2006.

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El amor hoy se ha empantanado, ha perdido su rea-lidad sublime y se ha denigrado así en una realidad dionisiaca, donde se ha llegado a confundir con placer, obsesión, deseo, celos e ira.

Ya los griegos nos advertían de esta realidad, y bien valdría elogiar su tenacidad por diferenciar los tipos de amor en un orden jerárquico, puesto que hoy en día se entiende la palabra amor en un mismo sentido, y para aplicarse a cualquier realidad. Por eso existen personas que aman más su trabajo, que a su familia; o jóvenes que confunden el placer con el verdadero amor; o mujeres deshumanizadas que por «amor a su reputación» pre-fiere abortar y matar a un niño, que tiene su pleno dere-cho a nacer; o los familiares de un enfermo terminal que prefieren aplicarle la eutanasia; o personas deshumani-zadas que contaminan los ríos y provocan el calenta-miento global del planeta, a través de la contaminación, sin importarles los animales, las plantas y todos los que vivimos en este planeta, y que lo necesitamos para nues-tra sobrevivencia; o encontrar países que en nombre de un amor patriótico declaran la guerra a otros países, sin importarles la vida de las personas y el sufrimiento que provocaran en toda la región; o países ricos que prefieren gastar su dinero en armamento, que destinar ese dinero a los niños de África que se están muriendo de hambre por no tener que comer.

Lamentablemente esta es la cuestión neurálgica por la que nuestra sociedad se ha corrompido: se ha creado una subcultura de la muerte. Hoy, en nombre de la liber-tad, se han perdido los principios primeros de nuestra constitución metafísica.

Ya no nos inmuta ver en la televisión la muerte de tan-tas personas a causa del crimen organizado, a causa de la guerra, a causa del odio entre países. Actualmente lo vemos como cualquier noticia sin trascendencia ni im-portancia. Ya no nos dice nada, no nos conmueve, no nos lleva a elevar una oración por todos ellos, por sus fami-lias, y este es el síntoma claro de nuestra deshumaniza-ción. Es por eso que el amor no puede ser un sentimiento como muchos lo expresan: el amor no es un sentimiento, el amor es un estado de vida, es una opción fundamental que debe tomar toda persona, en nombre de su felicidad y la de sus hermanos.

Como se ha afirmado, el amor no es solamente un sentimiento, no queda sólo ahí sino que trasciende la realidad misma: tiene un constitutivo metafísico. El amor no es solamente establecido en un carácter inma-nente al ser humano, ya que se afirma que éste se tiene que adecuar a aquél para establecer una adaequatio plena, puesto que el amor tiene su fundamentación en el ser, del cual también la humanidad posee su carácter ontológico.

Aristóteles manifestaba la constitución metafísica del ser humano, al firmar que el hombre está compuesto

de un binomio metafísico: materia y forma10 o, en un contexto más entendible, de alma y cuerpo. Este bino-mio está formado por una constitución intrínseca, es decir, inalienable, puesto que sin alma no hay vida en un cuerpo, y sin un cuerpo no habría existencia medible de un alma. En otras palabras, se puede certificar que el alma está hecha para un cuerpo y un cuerpo para su alma.

Por tanto, el hombre no puede aceptar sólo su alma o únicamente su cuerpo; éste tiene que aceptar su consti-tución hilemórfica y aceptar esta realidad metafísica, ya que el amor (Eros) mal entendido tiende a exaltar sólo el cuerpo, es decir, si el amor sólo se vuelca hacia la exterio-ridad y la aceptación del cuerpo, sin darle importancia al alma, se está promoviendo la tendencia del hombre a elogiar la belleza exterior; el hombre pierde de vista la dignidad de cada persona; y, como afirma el sumo pon-tífice Benedicto xvi, el amor se convierte en puro sexo, en mercancía, en simple «objeto» que se puede comprar y vender; más aún, el hombre mismo se transforma en mercancía11. No obstante, el hombre no debe perder de vista al alma, ya que la persona en su conjunto exige y re-clama mutua compresión y donación de parte de ambos.

Cada persona debe tener en cuenta esta frase del gran filósofo San Agustín de Hipona «ama et quod vis fac»12 (ama y haz lo que quieras). San Agustín manifiesta un nuevo estado de vida, una condición plena de la per-sona humana; sin embargo, cabría encuadrar bien esta afirmación, puesto que Agustín manifiesta un amor trascendente (Ágape), no un mero sentimentalismo pri-mario, para hacer después un libertinaje. En este sen-tido, la frase manifiesta algo sublime, no es únicamente hacer las cosas por capricho, es un estado en el que se manifiesta lo que como individuo puedes querer, puesto que todas tus acciones tendrán este sentido de amar, «si callas, callarás con amor; si gritas, gritarás con amor; si corriges, corregirás con amor; si perdonas, perdonarás con amor. Si tienes el amor arraigado en ti, ninguna otra cosa sino amor serán tus frutos»13.

Ya con esta afirmación agustiniana se puede perci-bir la existencia propia del amor, y que no es único de la naturaleza humana. Este estado de vida tiene su funda-mento metafísico: ¿cómo se llega a percibir? La respuesta es: a partir del trascendental «bien», puesto que el hom-bre por naturaleza tiende hacia el bien, hacia la perfec-ción, hacia buscar la plenitud de vida, y en la búsqueda de esa plenitud, que es primeramente la búsqueda de fe-licidad. Y en la búsqueda de esta felicidad se encuentra inminentemente con el amor. Ahora, ¿qué es el amor? Ante esta pregunta que socava nuestra existencia se debe responder: el amor es Dios mismo. Por eso san Juan

10 Aristóteles: Física, Gredos, España, Libro vi, 2000. 11 Benedicto xvi: Deus Caritas Est , Dabar, México, p. 4, 2006. 12 Agustín: Confesiones, Gredos, España, Libro vii, 2000.13 Ibídem

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14 Cfr. 1 Jn, 4, 7-8.15 Lévinas: Ética e Infinito, Porrúa, México, pp. 71-72, 1999.16 Discurso de la madre Teresa de Calcuta.

manifiesta «Dios es amor»14 en todas sus manifestacio-nes. Por tanto, la definición de amor nos da una nueva perspectiva. Ahora se puede manifestar que el hombre es imagen y semejanza de Dios, puesto que fuimos creados como expresión máxima de su amor. Es por eso que se tiene que responder a ese amor amando a los demás, ya que no existe en el mundo ninguna persona que pueda decir que no ama, pues su constitución óntica es el amor en su esencia propia.

Bien valdría evocar a la memoria la frase de Virgi-lio en las bucólicas «Omnia vincit amor, et nos cedamus amori» (el amor todo lo vence, rindámonos también no-sotros al amor).

Como ya se ha visto, sólo a través de la vivencia del amor es como el hombre puede y debe ser un hombre nuevo, trasformado, dignificado, pues su constitutivo metafísico es amor. Por tanto, el hombre tiene que res-ponder al amor infinito, amando a las personas que ro-dea.

Es así como surge este principio: «la alteridad», que no es más que el amor al prójimo, es decir; adquirir im-portancia en tanto cuanto el otro también adquiera su importancia. Ahora lo esencial no es lo que yo pienso sino lo que piensa el otro: es una renuncia a mi ego, para hacerme más con mis hermanos.

Este es el camino en el que el mundo ahora debe vol-carse, porque cuando vemos la cara del otro, su cara nos habla y nos dice el quinto mandamiento —no ma-tarás—15, y el no matar significa cambiar nuestros pla-nes, que muchas veces atentan contra la muerte del otro para satisfacer nuestros placeres; en sumo grado, el otro ahora manifiesta el rostro de Dios, y ahora Dios está en el sencillo, en el pobre, en el hambriento, en el desprote-gido, en el que la muerte se hace patente, pero también es el que está en nuestras manos arrancarlo de esa opre-sión, para darle vida.

Porque sólo el hombre puede cambiar a este mundo cada vez más lleno de maldad.

Hoy, «hay que amar hasta que duela, porque cuando amas hasta que duela ya no puede haber más dolor, sino más amor»16.

En esta frase se resume el sentido máximo del amor, la donación por el otro. El amor implica dolor, esfuerzo, sacrificio, miras su fin último y no el medio para llegar a él.

Es así como queda expresado el sentido máximo del amor. Ahora nos toca vivir la ley del amor, donde todos adquirimos una importancia, puesto que todos somos ahora vasijas de barro, puestas en las manos del otro. Ahora nuestras manos las podemos utilizar para dárse-las al que más la necesita, y no para tirarle piedras hasta

que muera; para lanzarle olas de frescura ante su proble-mas, y no olas turbulentas hasta que lo ahoguen.

Entendido el amor en este sentido, resulta muy sen-cillo llevar una ética plena en toda nuestra vida, puesto que el amor ha sido puesto como base preeminente de toda la realidad. Es por eso que quien tiene amor, será una persona que busque siempre el bien por sí mismo, en su vida, en su trabajo, en la escuela, que busque el bien común antes que una remuneración económica, donde exista una sociedad más justa, más humana, llena de plenitud de vida.

¡Hombres! Volvamos a nuestra esencia original. Fui-mos creados para amar, para perdonar, para tomarnos de la mano, y ver que el mundo puede ser feliz si todos empezamos a cambiar nuestra manera de pensar. Hoy estamos en una sociedad gimiendo dolores, asqueados de tanto odio, de tanta guerra, de tantas muertes, de tanto dolor. Hoy vivimos atemorizados, encerrados en nuestras casas, temblando ante el monstruo que noso-tros como sociedad fuimos creando, y que hoy se ha sa-lido de control. Por eso, te invito a hacer esta «guerra del amor», para que la paz que tanto necesitamos reine en nuestro mundo, en nuestro país, en nuestro estado, en nuestra sociedad, en nuestra familia, en nuestro hogar, en nuestro corazón.

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Bibliografía

Agustín: Confesiones, Gredos, España, 2000.Aristóteles: Física, Gredos, España, 2000.Benedicto xvi: Deus Caritas Est, Dabar, México, 2006.Biblia de Jerusalén, Descleé de Brouwer, España, 1998.Lévinas: Ética e Infinito, Porrúa, México, 1999.Serraima Cirici, Enrique: Gramática Griega, upm, México, 2003.