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aleph ISSN 0120-0216 Julio/Septiembre 2021. Año LV N o 198

Revista Aleph No. 198. Año LV (2021 1

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alephISSN 0120-0216

Julio/Septiembre 2021. Año LV No 198

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ISSN 0120-0216Resolución No. 00781 Mingobierno

Año LV

julio/septiembre 2021

Fragmento de pintura:Pilar González-Gómez.

Consejo Editorial

Luciano Mora-Osejo (א)Valentina Marulanda (א)

Heriberto Santacruz-IbarraLia Master

Marta-Cecilia Betancur G.Carlos-Alberto Ospina H.Andrés-Felipe Sierra S.

Carlos-Enrique Ruiz

DirectorCarlos-Enrique Ruiz

Tel. +57.6.8864085http://www.revistaaleph.com.co

e-mail: [email protected] 17 Nº 71-87

Manizales, Colombia, S.A.

Diagramación:Andrea Betancourt G.

Impresión:Xpress - Estudio Gráfico y Digital

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/Fernando Cruz-Kronfly

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Gerardo Molina. Humanismo y magisterio de la Política

Darío Valencia-Restrepo

En momentos críticos de la vida nacional, muchos ocurridos en el pasado siglo, se alzó la voz de Gerardo Molina para analizar los acontecimien-

tos, ocuparse de sus causas, arrojar luces históricas y proponer caminos de cambio siempre basados en la de-mocracia, la libertad y la justicia social. Como todo pasa por la política, su aproximación siempre estuvo signada por un fundamento en la teoría y el pensamiento polí-tico. Pero como además era un hombre de acción, con frecuencia una práctica política lo llevó a diversos esce-narios de lucha por sus principios e ideas.

El panorama actual en el mundo nos muestra un completo descrédito de la política, los políticos y los partidos, así como una pérdida de confianza en la de-mocracia, en la democracia representativa y en la poca participación ciudadana, sería más preciso decir. Pero para el maestro Molina solo existía el camino de los mo-vimientos políticos para promover la superación de unas estructuras y unas condiciones de vida intolerables para la mayoría del pueblo colombiano. Situación esta que no ha cambiado en nuestro tiempo, y antes podríamos decir que se ha agravado cuando, como nunca antes, las gen-

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tes son más conscientes de sus derechos y los exigen con continuadas formas de protesta. Lo vemos hoy cuando jóvenes sin futuro marchan por las calles de Colombia, a veces iracundos y a veces en bulliciosa protesta. Y la violencia que Molina atribuyó principalmente al hambre, la miseria y el desamparo de tantos compatriotas, en especial en el ámbito campesino, tiene hoy unas for-mas que causan espanto y parecen no tener fin.

Cuando se tiene la oportunidad de leer tantas enseñanzas que nos legó ese gran colombiano, vemos que señala una advertencia que tiene más de sesenta años y que ha sido totalmente ignorada por el país. Se trata de un extracto de la Misión de Economía y Humanismo en Colombia, publicada en 1958 y diri-gida por el sacerdote francés Louis Joseph Lebret, extracto que con una gran visión anticipatoria dice así:

El aspecto ético y el aspecto económico se conjugan, por tanto, para que los dirigentes del país preparen una evolución de la estructura del ingreso. El mantenimiento de la estructura actual no hará sino provocar a mediano o largo plazo una agravación del malestar social que ya se puede percibir en la nación y cuyas repercusiones antieconómicas serían considerables.

Es un deleite leer los análisis históricos del destacado intelectual, en aten-ción a la claridad de ideas y conceptos, la argumentación basada en los con-textos social y económico, las lecciones de grandes acontecimientos del pa-sado y una prosa castiza, carente de retórica y de una fluidez narrativa que cautiva al lector. Y, sobre todo, una narración no afectada por dogmatismos y siempre abierta al debate de sus propias tesis.

Un buen ejemplo lo constituye una obra fundamental titulada Las ideas liberales en Colombia, publicada en los años setenta en tres tomos y de gran acogida por historiadores y público en general, que revela a un singular pen-sador de la política nacional y que además contaba con una praxis que sometía a prueba sus propios análisis y comentarios. Consideró que el partido liberal podría impulsar grandes cambios, pues en varias ocasiones su causa fue la del pueblo, y por ello durante un tiempo estuvo afiliado al mismo y, muy en espe-cial, se vinculó a la llamada “Revolución en marcha” que, encabezada por el presidente López Pumarejo, prácticamente permitió que Colombia entrara al siglo XX. Pero pensando que el verdadero cambio tendría que impulsarlo un movimiento socialista que sustituyera el capitalismo.

Su desencanto posterior con dicho partido lo llevó a unas complejas apre-ciaciones, incluidas en el capítulo “El socialismo posible” de uno de sus libros

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fundamentales, Breviario de ideas políticas, publicado originalmente en 1981 y en buena hora rescatado recientemente por la Universidad Nacional de Co-lombia en una colección rectoral. Dicen así las apreciaciones:

El partido que hasta 1902 vertió la sangre en las guerras civiles en defensa de los principios y que luego libró batallas inolvidables contra la legisla-ción liberticida, contra la pena de muerte y en favor de la justicia social, se volvió una entidad burocratizada, amiga del orden autoritario, del Estado de sitio, de la ampliación de las funciones del Ejecutivo y de las Fuerzas Armadas. La rigidez de una organización económica con marcada concen-tración de la riqueza y del ingreso, tenía que llevar a que por el liberalis-mo se tengan hoy por subversivas las clases obreras, las clases medias, la juventud estudiosa y los intelectuales. El ala socialista dentro de esa co-lectividad desapareció del todo, y los pocos políticos liberales que hablan esporádicamente del socialismo lo hacen en el exterior, o aquí después de renovar la adhesión a los gobiernos del Frente Nacional y después de jus-tificar las violaciones de los derechos humanos, el Estatuto de Seguridad y todas las manifestaciones del crecimiento del poder autoritario. A la altura de 1980 el liberalismo se comporta como el partido por excelencia de la burguesía, con más títulos para ello que el conservatismo, aunque cuente, como cuenta todavía, con el concurso sentimental de gruesos contingentes de las masas.

Vemos entonces que en el mundo político actual hay espacio para movi-mientos nuevos, necesariamente de inspiración socialista, cualquiera sea el calificativo que se adopte. La experiencia universal prueba que la tercera vía, el camino medio entre el capitalismo y el socialismo, el ejercicio de andar por el filo de la navaja, no ha dado ni puede dar resultados convin-centes.

El magisterio político de Molina se expresó en la urgencia de promover en Colombia un socialismo propio, de carácter democrático, que se apoye en el marxismo como método de análisis e interpretación de la historia, pero que rechace la dictadura del proletariado, la supresión de las libertades y la exis-tencia del partido único. Todo ello, agregaría quien esto escribe, fuente de un autoritarismo que propicia la represión y la corrupción.

En efecto, su propuesta en el mencionado Breviario es la siguiente:

Ese socialismo tendrá su centro de gravedad en Colombia, lo que significa que será auténticamente nacional, es decir, que su única fuente de inspira-

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ción será la voluntad de nuestras gentes, con plena independencia de los grandes y pequeños centros socialistas de poder del mundo contemporá-neo. Si hay algo que debe ser nacional es el modo como cada país debe buscar el camino para edificar la sociedad que le conviene. Respetando las diversas revoluciones que han implantado el socialismo a su manera, la que se efectúe entre nosotros no debe ser calco de ninguna. El movimiento de renovación que propugnamos será el producto de nuestra historia, de nuestra cultura, la cristalización de tantos anhelos de liberación que se han intentado desde el arribo de los españoles.

Y agrega algo que no puede olvidarse en nuestra crítica situación actual:

En el caso de Colombia, de un pueblo que ha padecido la orgía de la sangre desde la Conquista, es deseable que la transformación social se efectúe por vía pacífica y con el mínimo posible de violencia.

Ese proceso liberador no puede ser obra de un solo partido y de una sola clase. Son tantas y tan plurales las energías que hay necesidad de movi-lizar, que solo un vasto frente social y político puede ser efectivo. Ha-blar, por ejemplo, de dictadura del proletariado es un doble error, porque la palabra dictadura, en cualquiera de sus usos, despierta entre nosotros general repulsa; y la noción de proletariado, por el número tan reducido de trabajadores que están en esa condición, no garantiza el volumen de gentes indispensables para semejante mutación.

Podríamos afirmar que ese magisterio político fue entendido como la ne-cesidad de “elevar la conciencia democrática, la participación ciudadana y la promoción de las más altas virtudes cívicas, y que además nos enseñó con su ejemplo la práctica de la tolerancia en un medio en el que la vivencia de lo político ha estado signada por la hostilidad y el sectarismo”, tal como lo des-cribe Darío Acevedo Carmona en la Presentación de su libro de 1992 titulado Gerardo Molina. El magisterio de la política.

En esa educación política desempeña una tarea central el Estado, opuesta a una tendencia que busca su reducción, que le impide llevar a cabo una acción social y que pregona las bondades del libre mercado de bienes y del capital financiero. Vale la pena poner de presente que la actual pandemia ha reivin-dicado la acción del Estado, y que una mirada desapasionada muestra que el mercado no funciona cuando se trata de bienes meritorios como la salud, el ambiente, la cultura, la ciencia… Además, basta observar que no se cumplen las condiciones clásicas del mercado, pues la información no es igual para las

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partes, los seres humanos no actúan siempre con racionalidad, se descarta la colaboración en vez de la competencia y no se tiene en cuenta un atributo tan importante como la confianza.

Ante esas tesis y sus posibilidades en la práctica, conviene referirse a la existencia de un cierto socialismo democrático, la socialdemocracia, que sin renunciar al capitalismo propicia la justicia social y las políticas redistributi-vas. En varios países esa ideología condujo al llamado Estado de Bienestar, el que ha permitido a sus habitantes el disfrute durante décadas de una paz social y un decidido progreso. Se trata de un Estado que tiene la capacidad de intervenir para que todos gocen de una protección social. Esta alta función del Estado la estudia Gonzalo Cataño en su ensayo “Gerardo Molina y el Estado providente” cuando desde el comienzo trae a colación una cita muy diciente:

En el contexto del presente trabajo se entiende por Estado providente –tam-bién conocido como asistencial o de bienestar– aquel Estado que garantiza los patrones mínimos de ingreso, salud, alimentación, vivienda, educación y trabajo, como derecho político y no como beneficencia.

La solidaridad del maestro Molina con los débiles y excluidos, su acom-pañamiento a las luchas de la clase obrera, y su a veces pertenencia a cau-sas perdidas, obedecieron a una ilustre tradición humanista de intelectuales e ideólogos de diferentes países que históricamente han enfrentado la injusticia social. Y la fuerza de su humanismo, mencionado en el título de este escrito, tuvo un temprano desarrollo que se fue afirmando al viajar de su población natal en Antioquia, el municipio de Gómez Plata, a Medellín y luego a Bogo-tá, recorrido cuando pudo conocer situaciones de miseria y abandono que le causaron una grande impresión.

Ya desde niño pudo observar en aquel municipio la injusta situación que allí se vivía, pues ni siquiera se disponía de un médico y el único futuro de sus habitantes eran las precarias situaciones del minero y el campesino pobre. Más tarde en Medellín, se encontró con realidades que le llevaron a tomar como ejemplo a la líder de los trabajadores, María Cano. En Bogotá, a partir de 1929 encontró un ambiente más abierto que le permitió conocer pensado-res extranjeros, especialmente socialistas franceses, y recibir la influencia de Rafael Uribe-Uribe.

Para resaltar ese profundo arraigo humanista, es apropiado extraer unos párrafos de las palabras que Carlos Gaviria Díaz pronunció cuando en 1981

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la Universidad de Antioquia le concedió al profesor e investigador Molina el título de Sociólogo Honoris Causa:

Me parece que el sentimiento originario que ha determinado el pensamien-to y la acción de Gerardo Molina, su ser y su quehacer, es la solidaridad con el género humano. El amor al hombre, podría decirse en un lengua-je quizás más llano, pero de connotación más problemática. Su punto de partida es, pues, humanístico y a él hay que referir su vida y su obra para poderlas interpretar cabalmente.

Consciente, como el que más, de que las verdades fundamentales sobre el hombre las enseña la historia, ha hecho de ella el objeto básico de su traba-jo intelectual, permanente y fecundo.

Reflexionando sobre los fenómenos y escrutando los procesos históricos, se ha percatado de que las causas generadoras de la miseria en que se halla sumida una gran parte de la humanidad, son contingentes, removibles, y lo ha pregonado en alta voz, porque el conocimiento de la verdad no se aviene con el silencio.

Allí, justamente, en el desvelamiento de la verdad y su revelación, conside-rados como unidad ética inescindible, podemos encontrar un primer valor, incuestionable para la Universidad, como que constituye su esencia, e in-separable de cualquier postura auténticamente humanista, y por añadidura científica, como la asumida por el doctor Molina.

Era el sentido humanista del socialismo lo que más atraía al maestro, pues su vigencia haría posible el desarrollo cabal del hombre, tal como aparece en las conclusiones del citado ensayo “El socialismo posible”. En efecto, el fin último del socialismo, como insistió siempre Marx según cita de Roger Ga-raudy, es restituir al hombre la dimensión perdida, la dimensión fundamental de su trabajo, la dimensión que lo lleva a realizar todas las posibilidades que hay en él.

Para terminar, un recuerdo personal. Durante los años setenta, el maestro Molina ocupó la vicerrectoría académica de la Universidad Nacional de Co-lombia durante la rectoría de Luis Carlos Pérez, momento en el cual quien esto escribe ejercía la vicerrectoría de la institución en su sede Medellín. Me causó una profunda impresión el señorío y la bondad del maestro, su amor por la Universidad y su preocupación por el sentido nacional de la misma. Siempre estuvo pendiente del progreso de las sedes de fuera de Bogotá, una

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preocupación que lo acompañó durante sus años de rector de dicha universi-dad, entre 1944 y 1948, años en los cuales hizo posible la creación de la Sede en Manizales.

Estamos, pues, ante un espíritu libre que permaneció fiel a sí mismo, que centró su ideario en la necesidad de una democracia real y no una de palabras y textos, que aspiró a “Vivir en un suelo libre con un pueblo libre” como bella-mente lo dijera Fausto en el libro de Goethe. Esa fidelidad a unas ideas y unos principios éticos, a lo largo de su vida, constituye uno de los mayores legados para la juventud colombiana. Recordemos las palabras que Shakespeare pone en boca de Polonio cuando despide a su hijo Laertes que viaja a París: “Sé fiel a ti mismo.” Esta máxima entraña una condición necesariamente humanista, cuyo cumplimiento nos permitiría afirmar que podemos confiar en nosotros mismos.

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Colombia es un país que registra una frágil me-moria histórica la que se manifiesta, entre otras expresiones, en el desconocimiento o simplifica-

ción de muchas de sus más relevantes figuras políticas e intelectuales. Las urgencias, sobresaltos y contingen-cias vividas en unas difíciles circunstancias históricas signadas por la violencia, la anomia y la carencia de un proyecto nacional, suelen conducirnos a vivir en un continuo sobresalto sobre lo que nos sucede día a día, incurriendo así en el “presentismo” y, como diría García Márquez, en la “peste del olvido”. Se suele pensar en amplios círculos sociales, que cobijan también sectores intelectuales y universitarios, que la historia colombiana (en particular en sus últimos 70 años), ha estado signada por el fracaso de los grandes proyectos nacionales, el asesinato de muchos líderes esperanzadores, la impo-tencia colectiva y el predominio de personajes autorita-rios, individualistas y corruptos. Sin negar, por supues-to, estas negativas realidades, debe señalarse que existe también un lado “luminoso”, esperanzador, en nuestro devenir contemporáneo, el cual, para la circunstancia que aquí nos concita, se manifiesta en la existencia y proyección de personalidades, hombres y mujeres de

Gerardo Molina, intelectual público

Jaime-Eduardo Jaramillo J.

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diversas regiones y condiciones sociales, que han luchado de forma tesone-ra –sí, con vueltas y revueltas, aciertos y errores- para buscar construir una forma diferente de hacer política y de gestar cultura, por medio de la creación artística, la investigación científica y la enseñanza.

Por esta razón nos parece pertinente, pensando ante todo en las nuevas ge-neraciones, realizar una semblanza política e intelectual de Gerardo Molina, en la primera parte de la Presentación de su Breviario de ideas políticas, en buena hora reeditado por la Universidad Nacional de Colombia. Así, el lector contemporáneo podrá dimensionar las calidades humanas y la dimensión histó-rico-cultural y política de esta notable personalidad colombiana del siglo XX.

Gerardo Molina Ramírez (Gómez Plata, 1906 - Bogotá, 1991), desarrolló a lo largo de su intensa vida pública dos roles sociales, los del intelectual y el político, que constituyen también dos maneras contrastadas de percibir y de actuar en la sociedad. Estas dos facetas tan características de su personali-dad, se interrelacionaron de modo inescindible en su dilatada trayectoria vital, como ha sucedido con muy pocas personalidades en la historia colombiana del siglo XX.

La labor política y la actividad intelectual suelen presentarse no sólo como dos profesiones y formas de “ganarse la vida” distintas, sino que se plantean como aspiraciones vocacionales, modos de vivir y actuar que se postulan, muchas veces, en calidad de opciones disyuntivas, tal como lo señalara Max Weber en su clásico texto: El político y el científico. Pues bien, Gerardo Mo-lina asumió, en calidad de actividades centrales en su vida, estas dos formas de existencia y de proyección pública. Dos maneras distintivas de “estar en el mundo” y de buscar en la medida de sus posibilidades, transformarlo. Asu-mió con valor civil y convicción, sin temor a equivocarse, estos dos papeles sociales, enfrentando sus tensiones mutuas, riesgos, contradicciones y costos personales.

Gerardo Molina realizó estudios de Derecho en la Universidad de Antio-quia, de donde fue expulsado por organizar una huelga estudiantil contra los “malos profesores”, en plena “hegemonía conservadora”, para terminar su carrera en la Universidad Nacional en Bogotá. En su trayectoria política se puede destacar que, a los 27 años, se desempeñó como Representante a la Cá-mara por el Partido Liberal (1933-1935). En dos ocasiones posteriores ocupó el mismo cargo (1939-1941 y 1962-1964), además de haber sido en un par de veces Senador de la República (1935-1939 y 1982).

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Desde el primer gobierno de Alfonso López Pumarejo (1934-1938), Ge-rardo Molina hizo parte de las que este denominara “audacias menores de 40 años”, las cuales, decía aquel estadista liberal, “deben manejar el poder y el gobierno”, como expresión de lo que se denominara la “Revolución en mar-cha”. Se vivía entonces en Colombia el memorable periodo histórico-politico de la República Liberal (1930-1946), lapso en que se desarrollaron importan-tes reformas -en el plano político, jurídico, social y de la cultura- que preten-dían realizar una “modernización desde arriba”, institucional y por los cauces legales, de la sociedad colombiana. Así, se buscaba sintonizar al país con las tendencias contemporáneas en el ordenamiento jurídico-estatal y en las instituciones culturales, propias de países democráticos de Europa Occiden-tal, Estados Unidos y algunas naciones latinoamericanas. El Partido Liberal acogía en sus filas a representantes de concepciones que fluctuaban, podría decirse con un lenguaje contemporáneo, desde la centro-derecha hasta la iz-quierda y el socialismo democráticos. Esta heterogeneidad ideológica supuso la existencia de profundos debates y tensiones internas en su interior. Pues bien, Gerardo Molina hizo parte activa de un ala “izquierda” de su partido, y como parlamentario participó en el impulso de las audaces reformas que se realizaron en los dos años iniciales de la primera administración López Pumarejo, que culminaron en la Reforma Constitucional de 1936, de la que se afirmaba que le había “quebrado una vértebra” a la cincuentenaria Consti-tución de 1886.

En especial, Gerardo Molina participó en el Parlamento en la discusión y el impulso de la novedosa legislación sobre el trabajo, derecho de sindicali-zación y de huelga, servicios médicos para los trabajadores e indemnización por despido injusto, entre otras medidas progresistas. Bien puede afirmarse que impulsar las bases fundadoras de lo que podría denominarse (al tenor de la Constitución de 1991), un “Estado social de derecho”, desarrollar la “fun-ción social de la propiedad” (en especial, la rural), e impulsar una universidad pública, de carácter autónomo, laica y pluralista (en particular, la Universidad Nacional), fueron empeños de los sectores avanzados del liberalismo, que Molina secundó animosamente.

Pero tras el agotamiento de la “Revolución en Marcha”, y con la “pau-sa en las reformas” predicada por las directivas del Partido Liberal, Gerardo Molina, quien era un liberal heterodoxo, contribuyó a crear una nueva organi-zación la Liga de Acción política [LAP]- alejada del bipartidismo dominante y, de otra parte, del Partido Comunista Colombiano, alineado con la III Inter-

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nacional Comunista. Participaron en esta agrupación intelectuales-políticos tales como José Francisco Socarrás (rector entonces de la Escuela Normal Superior en Bogotá), Carlos H. Pareja, Indalecio Liévano Aguirre y, como su principal impulsor, el científico social colombiano, Antonio García Nossa. Este último escribía que la LAP era: “una fuerza autónoma de izquierda, inde-pendiente de las camarillas que controlan –en la oposición o en el acuerdo- la vida política colombiana”1. Según Molina, la LAP, “estaba dirigida a ser el núcleo catalizador del Partido Socialista Democrático”2. En realidad, este era un grupo de intelectuales y políticos sin vínculo orgánico con movimientos sociales, ni cauda electoral propia, por lo que muy pronto la Liga de Acción Política debió disolverse. En todo caso, expresaba la búsqueda incansable de Gerardo Molina, hasta el final de sus días, por contribuir a crear en Colombia, un “socialismo democrático”.3

Molina participó, poco tiempo, en el sector de izquierda del Movimien-to Revolucionario Liberal (MRL), dirigido por Alfonso López Michelsen, y fue parlamentario de esta organización disidente del Partido Liberal, en los comienzos del Frente Nacional. Pero su fundador e inspirador pronto vol-vió a las toldas del partido oficialista, y Molina, como otros participantes del M.R.L., se retiró del movimiento.

En 1964, un eje del debate nacional lo constituía la denuncia de sectores de los partidos tradicionales y de la prensa oficialista acerca de la existencia de “Repúblicas independientes” en el país, a las que se acusaba de estar domi-nadas por guerrillas “comunistas”, señalando que uno de sus epicentros era el municipio de Marquetalia (Tolima). Allí, Pedro Antonio Marín (“Tirofijo”), lideraba un grupo armado pequeño de las que se denominaban “autodefensas campesinas”, que venían de la insurgencia liberal y comunista de los años cin-cuenta, frente a la arremetida de las fuerzas gubernamentales propiciada por los gobiernos de Mariano Ospina y Laureano Gómez. Este grupo armado so-licitaba dialogar con el gobierno de Guillermo León Valencia, para expresarle una serie de reivindicaciones de los campesinos y pobladores de la región en donde estaban asentados, así como de otras regiones campesinas. Escribía Gustavo Pérez:

1. Cit. por Juan Carlos Villamizar. “Antonio García Nossa (1912 – 1982)”. En: Santiago Castro (Ed.). Pen-samiento colombiano del siglo XX. Universidad Javeriana. Bogotá. 2007. P. 38.

2. Gerardo Molina. Breviario de ideas socialistas. P. 66.3. Gustavo Pérez y Jaime Díaz. Camilo Torres Restrepo: mártir de la liberación. Ediciones La Tierra.

Quito. 2009. P. 127.

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“Un grupo de políticos de izquierda solicitó la colaboración de Camilo Torres, de Monseñor Germán Guzmán, de los doctores Gerardo Molina, Her-nando Garavito Muñoz, Eduardo Umaña Luna y de mi persona, para ofrecer al Ejército una mediación, que permitiera conocer las necesidades de los cam-pesinos de Marquetalia y su posición ante los planes gubernamentales, a la vez que informar a los campesinos como veía el gobierno el problema”.

En principio hubo autorización del Ministro de Guerra para realizar esta labor de mediación, pero el Cardenal Concha Córdoba desautorizó a los sa-cerdotes de la “Comisión civil de diálogo y mediación”, con el grupo alzado en armas en Marquetalia. La Comisión se disolvió, emitiendo un comunicado el 2 de mayo de ese año. En esos días, el representante a la Cámara Hernando Garavito, advirtió que si se realizaban acciones militares en Marquetalia, “van a provocar una guerra de guerrillas en el país”.4 El 16 de mayo, rotos todos los puentes entre el Estado y el grupo guerrillero de Pedro Antonio Marín, se des-ataba una vasta ofensiva militar en la región, la “Operación Marquetalia”. El grupo guerrillero logró huir de este cerco, y cinco meses después, junto a otras agrupaciones armadas de territorios afines, se realizó el acto fundacional de las FARC. Lo que deseamos evidenciar aquí, en esta tentativa de mediación y negociación política, era el compromiso de Gerardo Molina -como también de otras personalidades académicas, religiosas y políticas en el país- por bus-car una vía de negociación y resolución pacífica de los conflictos político-mi-litares en Colombia, actitud en la que Molina persistió hasta el final de sus días. Treinta años después de estos acontecimientos desafortunados, Gerardo Molina participó en la Comisión de Paz impulsada en el gobierno de Belisario Betancur (1982-1986), la cual buscaba una negociación, dejación de armas y reincorporación al ordenamiento jurídico-político de Colombia, por parte de la que ya era la más poderosa guerrilla insurgente en América: las FARC.

A finales de los años setenta, en el gobierno autoritario de Julio César Tur-bay Ayala, Gerardo Molina se constituyó en uno de los principales impulsores del movimiento político de oposición: Firmes, habiendo sido designado su director nacional.

Sus estatutos se centraban en señalar a Firmes como un movimiento am-plio, democrático y popular, del que todos los colombianos decididos a cam-

4. Cit. Jaime Eduardo Jaramillo J. Enseñar y hacer sociología en Colombia en los años sesenta. Universi-dad Nacional de Colombia. Bogotá. 2017. P. 335.

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biar la realidad podían hacer parte. Sus concepciones estratégicas y objetivos de largo plazo, eran un socialismo que aplicara y enriqueciera todas las liber-tades y todas las formas de participación política, eliminando la dominación de pequeñas minorías políticas. Era un movimiento de carácter nacional, in-dependiente de los centros de poder en que se dividía el campo socialista.5

En esta novedosa y audaz propuesta política, que buscaba superar la rigi-dez ideológica y el sectarismo de los partidos de izquierda en el país, partici-paron (en la primera etapa de su existencia) personalidades nacionales como fueron algunos miembros de la revista Alternativa, tales como Gabriel García Márquez, Enrique Santos Calderón y Daniel Samper, abogados como Carlos Gaviria, sicoanalistas como José Gutiérrez, futbolistas como Alejando Brand, figuras de la televisión, como Pepe Sánchez y Carlos Duplat, historiadores como Jorge Orlando Melo y Álvaro Tirado Mejía, poetas como Luis Vidales, así como líderes sociales, intelectuales y universitarios de toda Colombia. Jor-ge Orlando Melo ha evocado lo siguiente, sobre el ascendiente ético y político de Molina en este heterogéneo movimiento político:

“Era la gran figura, respetado por todos. Como había mucha divergencia, se esperaba que él las resolviera. Y los grupos claramente enemigos de la lucha armada esperaban que orientara el movimiento en un sentido de parti-cipación democrática”.6

Al respecto, proclamaba Gerardo Molina:

“Firmes es una organización legal que hace en su trabajo uso exclusivo de los métodos abiertos y democráticos. Por lo cual rechaza las formas des-esperadas que desconfiando de la agitación se precipitan en el terrorismo y el anarquismo, métodos que suplantan a las masas”.7

Gerardo Molina fue nombrado Senador de la República por este movi-miento y, en 1982, se presentó como candidato presidencial de Firmes, pero ya esta plural organización se hallaba minada por insuperables contradiccio-nes políticas, lo que la llevó finalmente a su disolución. El autor del Breviario de ideas políticas fue también, por la época, miembro del Comité de Derechos Humanos en Colombia, el que hacía frente al Estado de sitio, casi perma-nente, y al tristemente célebre Estatuto de Seguridad.

5. William Sebastián Carvajal. La experiencia del Movimiento Firmes (1978-1986). Trabajo de grado para optar al título de Licenciado en Ciencias Sociales. Universidad Pedagógica. Bogotá. 2019. P. 42.

6. Ibíd. P. 51.7. Ibíd. P. 48.

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Otra faceta de su “alma”, una decisiva opción existencial de Gerardo Mo-lina, la constituyó su polifacética expresión como intelectual, en las dimen-siones del periodista, ensayista, investigador social, autor de libros, docente y conductor universitario. Era firme en sus principios (que fueron debatidos por “tirios” y “troyanos”), pero no era dogmático. Incansable en la lectura y la reflexión ponderada, abierto ante nuevas experiencias culturales y políticas, emergentes ideas y propuestas, así ellas contradijeran sus certezas actuales. Hombre de “izquierda”, desde su juventud hasta sus últimos días, su pensa-miento fue con todo evolucionando al vaivén de acontecimientos nacionales y universales, a lo largo de diversos momentos de su intensa y extensa vida pública.

Conjugando su vocación intelectual y académica, con su experiencia como político y convocador de acciones colectivas, Gerardo Molina se proyectó como uno de los más notables conductores universitarios en el país: líder académico, carismático organizador y eficiente administrador. Bien se puede afirmar que de su multifacética actividad pública, esta constituyó su más per-durable y significativo aporte a la cultura colombiana y, más ampliamente, a la historia nacional.

Tal como lo expreso en el libro de mi autoría: Universidad política y cul-tura: La rectoría de Gerardo Molina en la Universidad Nacional de Colom-bia (1944-1948)8, en su periodo de orientación de tan importante institución de educación superior, este incansable intelectual y político fue el inspirador de una expresión pionera, anticipadora, de la universidad contemporánea en Colombia. En su calidad de parlamentario liberal en los años treinta, Molina participó con entusiasmo y convicción en el impulso de la ley 68 de 1935 (promovida por el presidente López), la cual reorganizó la Universidad Na-cional para centralizarla y dotarla de un campus, que no tenía antecedentes en América Latina. Así mismo, López Pumarejo y políticos liberales como Jorge Zalamea, Germán Arciniegas y Gerardo Molina, lucharon por conferirle autonomía y presupuesto a la principal universidad pública de la nación, en consonancia con lo planteado por sus fundadores en 1867. En el año de 1944, en el segundo periodo presidencial de Alfonso López Pumarejo, Gerardo Mo-lina fue elegido rector de la Universidad Nacional por su Consejo Académico, lo que constituyó un triunfo efectivo de la autonomía universitaria puesto que

8. Jaime Eduardo Jaramillo J. Universidad política y cultura: La rectoría de Gerardo Molina en la Universi-dad Nacional de Colombia (1944-1948). Universidad Nacional de Colombia. Bogotá. 2007.

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este nombramiento enfrentó el veto enfático de poderosas fuerzas y persona-lidades políticas y religiosas del país. Entre ellas cabe destacar al Arzobispo de Bogotá, Ismael Perdomo (la máxima jerarquía eclesiástica en el país), al Partido Conservador y al periódico El Siglo, así como a representantes del ala más conservadora del Partido Liberal. En su defensa, escribía Luis Cano, director de El Espectador, que Molina era:

“Un concienzudo y laborioso profesor universitario. Hombre de estudio, de un temperamento a la vez frío y cordial, ha ocupado en dos ocasiones una curul parlamentaria, otorgada sin el menor esfuerzo por el liberalismo antio-queño, pero desempeñada con dedicación, con un severo sentido del trabajo. Allí contribuyó a las reformas expedidas por el régimen liberal, en perfecta armonía con la revolución que el partido se esforzaba entonces por incorporar a las instituciones nacionales” (….) “El nuevo rector de la Universidad Nacio-nal es la antítesis constitucional del demagogo”9

Señalemos que en la dinámica rectoría de Gerardo Molina: moderniza-dora, secularizadora y democratizadora, comenzó a establecerse la carrera docente en la Universidad Nacional (por primera vez, en el país), y a promo-verse de manera sistemática la investigación académica, así como lo que hoy se denomina la Extensión universitaria, hasta entonces prácticamente inexis-tentes en las universidades colombianas. Este rector postulaba, con ambición académico-política para la Universidad Nacional, que esta se convirtiese en “el centro asesor del gobierno” y “el núcleo coordinador y orientador de todas las actividades mentales del país.”10

En este periodo de perdurables realizaciones, se fundó la Facultad de Cien-cias y los Institutos de Economía y Filosofía, así como se crearon las bases de lo que iría a constituirse en la Facultad de Psicología. Todas estas institucio-nes académicas fueron pioneras en la profesionalización de sus disciplinas correspondientes en el país. También, se adquirió una imprenta propia, para iniciar la edición permanente de autores nacionales e internacionales, y co-menzó a circular la revista Universidad Nacional que difundía los más recien-tes aportes, endógenos y exógenos, en las diversas áreas del saber.

La situación personal, política e intelectual de personalidades liberales o de izquierda en Colombia registró un cambio dramático tras el asesinato del

9. Ibíd. P. 6.10. Ibíd. P. 9.

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líder liberal Jorge Eliécer Gaitán, el 9 de abril de 1948. Ese mismo día, aún como rector de la Universidad Nacional, Gerardo Molina fue nombrado pre-sidente del Comité Ejecutivo de la autodenominada “Junta Revolucionaria de Gobierno”, en donde participaron figuras intelectuales y políticas como Jorge Zalamea, Adán Arriaga Andrade, Carlos H. Pareja y Carlos Restrepo Piedrahita. Desde la Radiodifusora Nacional, en medio de la confusión de los acontecimientos, Gerardo Molina, a nombre de esta “Junta Revoluciona-ria”, llamaba públicamente a quienes desarrollaban saqueos y enfrentamien-tos desorganizados (en una ira enceguecida por la impactante y aleve muerte de su caudillo), a cesar estas acciones vandálicas, organizarse y demandar un nuevo gobierno que sustituyera al régimen conservador de Mariano Ospina Pérez, que pudiera restablecer la paz. Por esta actuación, que muchos podrían denominar temeraria y voluntarista (que dice mucho del carácter y el arrojo de Molina en estos años), se lo acusó en la prensa conservadora, sin ningún fundamento, de ser uno de los organizadores de la insurrección del 9 de abril. Dicho señalamiento público, que ponía en riesgo su libertad y hasta su inte-gridad física, obligó a esta personalidad académica a buscar el exilio, en ese mismo año, como debieron hacerlo en los años subsiguientes otros intelectua-les y políticos (liberales, socialistas y comunistas), que se oponían al régimen conservador. El ex rector de la Universidad Nacional vivió entonces en París, durante varios años. Sobre este decisivo periodo de su vida, escribe Gonzalo Cataño:

“Francia fue para Molina un respiro intelectual. Allí estudió la teoría po-lítica moderna y observó la reconstrucción europea y el desenvolvimiento de la guerra fría, aquella sofocante tensión entre los Estados Unidos y la Unión Soviética que siguió a la finalización de la Segunda Guerra Mundial y perduró hasta la caída del socialismo en 1989. En París frecuentó las aulas de la Facul-tad de Derecho y de la Escuela de Ciencias Políticas para seguir los cursos de derecho público de Georges Burdeau y Gustave Vedel, y las conferencias de historia y sociología política de Jean-Jacques Chevallier y Maurice Duverger.

Molina regresó a Colombia a comienzos de 1954. Su perspectiva teórica se había enriquecido: ahora quería un socialismo alejado del autoritarismo soviético, un socialismo que respetara los derechos humanos y procurara la igualdad, la participación y la democracia.”11

11. Gonzalo Cataño. Afirmaciones y negaciones: Maestros del siglo XX. Universidad Externado de Colom-bia. 2005. P. 41.

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En París, Molina se encontró con la antioqueña Blanca Ochoa, quien es egresada de la Escuela Normal Superior, un verdadero “semillero” de las ciencias sociales en Colombia. Ochoa era una de las primeras antropólogas colombianas (con Edith Jiménez, Alicia Dussán y Virginia Gutiérrez de Pine-da), al haber realizado estudios superiores en el Instituto Etnológico Nacional, anexo a la Escuela Normal. Realizaba estudios de posgrado en antropología, en París. Allí, contrajo matrimonio con Gerardo Molina, habiendo tenido la pareja, dos hijos.

En los años 1960-1962, en los inicios del Frente Nacional, Gerardo Mo-lina fue nombrado rector de la Universidad Libre, institución que había sido fundada en los años veinte de ese siglo por representantes del Partido Liberal que deseaban establecer una alternativa académica, independiente y plura-lista, al asfixiante y autoritario control político y cultural de los gobiernos conservadores. Gerardo Molina, firme en sus convicciones y hablando siem-pre sin circunloquios, fue objeto de debates, acres impugnaciones y epítetos apasionados, a lo largo de su vida, aunque tuvo siempre a su lado, personas que defendieron sus acciones. En la Universidad Libre su gestión fue con-frontada, no a causa principal de temas administrativos, financieros o acadé-micos sino, de nuevo, por la orientación política de su rector, quien se había convertido en una bête noire, en una personalidad pública considerada como un “rojo”, “agitador filocomunista”, “subversivo” y peligroso, por sectores influyentes del bipartidismo conservador-liberal. Al mismo tiempo, desde al-gunos grupos radicalizados de las izquierdas surgidas en la década de los se-senta, Molina aparecía cercano al Partido Comunista pro soviético, por más que nunca fue militante suyo, pues siempre tuvo divergencias ideológicas y políticas con esta agrupación. Se lo apreciaba desde estas agrupaciones, muy ideologizadas, como a un “mamerto”, “conciliador”, “pequeño burgués” y demasiado liberal. Frente a esta tempestad de impugnaciones, acusaciones y tergiversaciones de su pensamiento, Molina proseguía en sus labores, sin enzarzarse en el mismo discurso encendido de sus malquerientes. Escribe Gabriel Restrepo:

“¿Cuáles fueron los fundamentos del carisma de Gerardo Molina? Sere-nidad fue, a mi ver, la primera cualidad del maestro de maestros. En épocas turbulentas, él parecía como en una película clásica japonesa de Kurosawa, La Montaña, imperturbable en medio de las contrariedades, bien firme en su puesto, sin vacilación, con un oriente preciso de su actuar. Opuesto, por

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temperamento muy pacífico, al guerrero, sublimaba las armas por el oficio de la razón.”12

Tras su regreso a Colombia, Molina publicaba su primer libro, madurado en su productivo exilio: Proceso y destino de la libertad. Es un texto hasta cierto punto programático, el cual suscitó debates en círculos políticos e in-telectuales de la época. Ya expresaba su faceta ideológico-politica como un liberal socialista (o un socialista liberal), concepción que iría refinando y re-elaborando al calor de acontecimientos políticos internacionales y nacionales, la cual se decantaba en su Breviario de Ideas Políticas.

En el plano intelectual, su opus magna fue constituida por los tres tomos de la Historia de las ideas liberales en Colombia, publicados entre 1970 y 1977. En estos, el disciplinado investigador rastreaba el devenir de las ideas políticas liberales en el país, vinculándolas a sus marcos partidistas y a sus contextos sociales y políticos, partiendo de los escritos mismos de sus princi-pales autores.

Con una base documental de menor calado que la anteriormente referida, pero manifestando un conocimiento amplio y madurado de la temática polí-tica abordada, Molina publicó posteriormente Las ideas socialistas en Co-lombia, en la que el intelectual y el político parecían fundirse de una manera más entusiasta que lo sucedido en su anterior obra. En efecto, Molina fue un liberal disidente dentro de su propio partido, crítico persistente de la ero-sión de su ideario genuinamente liberal (por lo que terminó abandonando esta agrupación política).

Gerardo Molina fue también un universitario, en su persistente actividad de catedrático. Era un disciplinado y claro expositor de los temas que desa-rrollaba en sus cursos, de modo particular en las Facultades de Derecho de la Universidad Nacional y la Universidad Libre. Cuando me desempeñé como estudiante de Sociología en la Universidad Nacional de Colombia, a finales de los años sesenta, recuerdo haber asistido a algunas de sus clases en la contigua Facultad de Derecho. Impactaban duraderamente a jóvenes de 20 años, en su proceso de formación profesional y de conformación de sus ideas éticas, políticas y sociales, las variadas y disciplinadas lecturas del Maestro y la amplitud de su saber histórico y jurídico. Él traspasaba entonces los sesenta años, y continuaba expresando un notable entusiasmo, convicción y lucidez

12. En: Jaime Eduardo Jaramillo J. Op. cit. P. 13.

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en sus pedagógicas exposiciones. Es cierto, sus contradictores más inteligen-tes podían señalarle inconsistencias en sus ideas, omisiones intelectuales y un “utopismo” político, del cual no renegaba, aunque buscara ajustar siempre lo deseable a lo posible. Cuando era cuestionado en su cátedra, siempre respon-día a impugnaciones, a veces airadas y sumarias, con su característico estilo reflexivo, sereno y argumentativo.

Breviario de ideas políticas: síntesis del devenir histórico de las ideas políticas en la modernidad occidental

El libro que aquí examinamos, y procuramos contextualizar, fue publicado originalmente en 1981, habiendo registrado otras ediciones (hoy agotadas), habiendo circulado en espacios universitarios y fuera de ellos. Él constituye mucho más que un manual o un texto divulgativo, tal como podría pensarse partiendo de su título y de las 114 páginas de su primera edición.

Por cierto, en la medida en que el Breviario expresa las ideas políticas de la madurez de Gerardo Molina, tanto en su dimensión histórica, como en su dimensión proyectiva, en su deber ser (recuérdese que el autor era tanto un “hombre de letras”, como un hombre de realizaciones prácticas), el examen que realizaremos del texto permitirá al lector un acercamiento a su asimila-ción personal y a su interpretación de movimientos políticos e ideológicos que han contribuido a diseñar la fisonomía de la modernidad.

El Breviario de ideas políticas constituye un sintético recorrido históri-co-ideológico de cerca de cinco siglos. Allí, Gerardo Molina decanta sus con-cienzudas lecturas, de autores de orientaciones intelectuales disímiles, sobre el devenir histórico-político de la modernidad en Europa Occidental (en par-ticular, Francia, Inglaterra, Italia y los Países Bajos), Colombia desde el siglo XIX, los Estados Unidos y América Latina en el siglo XX. En este denso, pero claro escrito, se trasunta la trayectoria intelectual, académica y política de su autor, por más de cinco décadas, constituida por estudios universitarios y lecturas meditadas, una labor pedagógica perseverante y rigurosa, en fin, por debates políticos en el Parlamento, la prensa diaria, los libros y la universidad.

Este es un texto corto, pero preñado de ideas, escrito con un estilo diáfano, terso, con intención pedagógica, pero no academicista, que puede ser com-prendido por un lector escolar avanzado, con más razón por lectores univer-sitarios y profesionales. Pero es necesaria una advertencia a quien aborde su lectura. El Breviario de ideas políticas requiere para su cabal aprovechamien-

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to, de una lectura lenta, reflexiva, crítica, a fin de poder asimilar los nombres de autores y actores políticos (auctores), las características de grandes mo-vimientos sociales y políticos, los conceptos maestros de idearios estatales y antiestatales, así como de personalidades, eventos y procesos, todos ellos sustentados en una amplia información.

Así, se combinan en este interesante relato histórico-ideológico, la refe-rencia a los textos directos de autores clásicos del liberalismo (Locke, Hume, Smith, Montesquieu), la Ilustración (Diderot, Voltaire), el socialismo (Owen, Fourier, Proudhon) y el marxismo (Marx, Engels, Lenin, Berstein, Kautsky). También, aparecen nombres e ideas del liberalismo moderno y de la social-democracia. El autor, desde sus años juveniles, había estudiado a Marx y, posteriormente, lo hizo respecto de historiadores y politólogos europeos, como Sombart, Pirenne, Chevallier o Laski. En esta senda intelectual, Molina analizaba las profundas transformaciones económicas y tecnológicas acae-cidas desde el siglo XVI, en Europa Occidental, vinculadas a los orígenes y desarrollo del capitalismo concebido como un sistema económico-social con vocación de expansión y hegemonía planetarias. Caracterizado por sus tendencias y contratendencias, sus tensiones y contradicciones. Esto consti-tuye un marco de referencia de los análisis de Molina en este libro. Con esta visión holística, lo sucedido en el plano de los partidos e ideas políticas en Europa Occidental y los Estados Unidos, se relacionaba con lo acaecido en este mismo plano en Colombia y, en alguna medida, en América Latina. En la parte segunda del Breviario, aparece con rasgos más nítidos el país del autor, situado en la “periferia de la periferia”. “Estado nacional”, diría Molina, que siempre fue la razón de ser de sus desvelos, sus escritos y sus luchas políticas.

En un esfuerzo laudable para que su exposición no se limitara sólo al tras-currir de las ideas políticas, en este texto Molina señalaba también algunos elementos subrayables de las hondas mutaciones sociales acaecidas en más de cuatro siglos de historia, poniéndolas en conexión íntima con las trans-formaciones técnico-económicas de la sociedad. En esta vía de análisis, el autor se refería al ascenso de nuevas clases sociales, propias de la moderni-dad, en especial la burguesía, con sus diversos tipos humanos como eran el comerciante, el banquero, el empresario, el administrador, el intelectual y el aventurero. Estos trascendentales movimientos históricos se iban gestando en el marco de la declinación del orden feudal, el dominio monárquico y la hegemonía cultural y religiosa de la Iglesia Católica. Este irreversible proceso histórico, advertía, se vio acelerado por las grandes revoluciones religiosas,

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sociales y políticas europeas: el Humanismo, la Reforma, las Revoluciones Inglesa y Francesa. De este modo, en la primera parte del texto el autor re-lievaba las conquistas culturales del Humanismo, desde finales del siglo XV, al impulsar la libertad del individuo y la enorme ampliación de las fronteras del pensamiento (Erasmo, Moro, Bacon). Se refería a la Reforma Protestan-te, especialmente a Calvino, cuyo pensamiento y acción fue relacionado por autores que Molina conocía, con el surgimiento del capitalismo y de la demo-cracia de su época.

El punto de referencia del texto son las ideas políticas. Pero el autor, jurista de profesión, expresaba en estas páginas una óptica interdisciplinaria, por la amplitud y variedad de sus intereses intelectuales y sus varias lecturas. En una operación complementaria a la realizada por él, para interrelacionar las ideas políticas y su contexto socio-histórico, Molina vinculaba aquellas, con auto-res centrales del pensamiento filosófico en la época, ya que esta disciplina del saber constituyó la matriz intelectual de la que se fueron desprendiendo, muy gradualmente, saberes especializados como la Historia, Sociología y Ciencia Política. Así, Bacon, Hume, Locke, los filósofos de la Ilustración, Hegel, son referenciados por nuestro autor para buscar comprender holísticamente diver-sos periodos, correspondientes al desarrollo de las ideas políticas.

Hay momentos en el Breviario en que su creador -que como ha sido se-ñalado era un personaje “híbrido”, a la vez intelectual y político práctico- no puede impedirse expresar su entusiasmo y sus personales valoraciones cuan-do se refiere a algunos actores históricos, portadores de idearios filosóficos y políticos. Es el caso particular, cuando describe en el siglo XVIII a los llamados “philosophes”, en el periodo de la Ilustración: Voltaire, Diderot, Helvetuis, Condorcet, prefiguradores del intelectual público contemporáneo. Como este último, sus legítimos antecesores expresaban un “compromiso”, al mismo tiempo ético y político, por lo que les fue ineludible enfrentarse y ser muy críticos (con los riesgos que esta posición siempre ha entrañado), respecto de ideologías y poderes que consideraban contrarios a la justicia, el progreso y la igualdad, verdaderas ideas movilizadoras de su época. Escribía Gerardo Molina, de alguna manera un “sucesor” de aquellos:

“Los filósofos lanzados a la batalla social, se constituyeron en los perso-neros de las demandas del pueblo, entendido éste como el conglomerado que no forma parte del mundo del privilegio. Defensa de la mujer, defensa de la juventud, y por consiguiente necesidad de reorganizar el sistema educativo,

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defensa de la libertad de prensa, todo eso y mucho más fue objeto de sus des-velos. Era que el saber ya no se consideraba como derecho de unos cuantos sino como propiedad de todos.”13

Un problema, a la vez histórico e intelectual, que se han planteado en Lati-noamérica notables pensadores y políticos (desde Miranda, Bolívar y Andrés Bello), ha sido el de la “exportación” y, sobre todo, la recepción, asimilación (y, en algunos casos, la recreación), de los sistemas filosóficos, sociales y políticos gestados en las “metrópolis”, en primer término algunos países de Europa Occidental. Molina era consciente de esta problemática, epistémica y política, con más razón si su marco conceptual buscaba relacionar el naci-miento y la proyección de las ideas políticas, con las condiciones económicas, las fuerzas sociales y el mundo cultural en donde aquellas habían surgido o, en otro caso, en donde buscaban aplicarse. Reivindicaba la herencia intelec-tual del marxismo, como método de análisis histórico (sin por ello incurrir en las versiones mecanicistas de la “base” económica que “produce” la supe-restructura política e ideológica), pero también registraba en su pensamiento la influencia de las corrientes historiográficas contemporáneas, sobre todo europeas (y, en alguna medida, latinoamericanas), referentes a los campos de la historia social y de la cultura. Consecuente con esta posición metodológi-ca, escribía:

“El liberalismo europeo tuvo su asiento en un sistema económico que sig-nificó inconmensurable progreso humano, el capitalismo, y una clase social que le dio forma y lo impuso: la burguesía.

En la Nueva Granada no teníamos en aquel momento ni ese sistema ni esa clase. Ocurrió entonces que los sectores en capacidad de absorber la nueva doctrina fueron los intelectuales, los artesanos, la vasta capa de comerciantes y los escasos profesionales. De ahí el carácter popular que tuvo el liberalismo al comienzo y que duró unos años. Pero el poder real estaba en otra parte: en la aristocracia proveniente de la Colonia, en los señores de la tierra, en los dueños de esclavos y en los militares que venían de las guerras de indepen-dencia. Declaraciones deslumbrantes como la libertad absoluta de imprenta y de palabra y la del sufragio universal, muy poco les decían a esas masas por la imposibilidad intelectual y material de ejercer esos derechos. La democracia que el liberalismo postulaba era una democracia sin el pueblo, aristocrática, en la cual los avances doctrinarios que se hacían eran más concesiones de

13. Gerardo Molina. Breviario de las ideas políticas. P. 20.

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arriba que conquistas de abajo. Todo estaba organizado para que de esas liber-tades hiciera uso sólo una minoría.

Por falta de una burguesía con sentido del desarrollo, no se podía esperar que el liberalismo constituyera aquí una batida en regla contra el orden feudal de la tierra. De ese modo, el liberalismo dejó de cumplir en Colombia su tarea histórica: hacer la revolución democrático-burguesa”.14

Una temática central de Las ideas liberales en Colombia, que el autor re-toma en su Breviario, consiste en el desencuentro, la inadecuación, en países como el nuestro, entre instituciones jurídico-políticas respecto de las forma-ciones económico-sociales donde ellas han pretendido ponerse en práctica. Recuérdese que la denominada Teoría de la dependencia, de origen latinoa-mericano, prefigurada por contemporáneos de Gerardo Molina (y, más re-cientemente, las teorías poscoloniales y decoloniales), han profundizado en esta problemática histórico-cultural, de la que el autor del libro referenciado, dentro de su momento histórico, tenía conciencia.

Cuando en el libro que analizamos, Molina se refería al “liberalismo mo-derno”, su mirada no era ya sólo la del historiador, que habla ex post (“des-pués de los hechos”), como lo hacía en referencia al “liberalismo clásico”, sino también la del partícipe directo y comprometido en su inicial configura-ción en Colombia, en la primera parte del siglo XX. Escribía Molina:

“Cuando el liberalismo recapturó el poder en 1930, por las vías legales, era una colectividad ambiciosa, radical en muchos planteamientos, fuertemente influida por las masas y por los intelectuales de izquierda. [En la Convención de 1935] encontramos tesis, no realizadas todavía, como realizar la reforma agraria y establecer el pleno divorcio y la escuela única, laica y obligatoria”.15

Como parte activa de este renovador proceso político, Gerardo Molina se-ñalaba que la “Revolución en Marcha” de López Pumarejo -que este había calificado como “el deber del hombre de Estado de efectuar por medios pací-ficos y constitucionales todo lo que haría una revolución”-, se había desvir-tuado debido a la predominancia del “sector de derecha” del Partido Liberal y a la falta de “entereza de la burguesía asustada”, que prefería mantener sus nexos “con los otros estratos dueños del dinero.16

14. Ibíd. P. 24.15. Ibíd. P. 35.16. Ibíd. P. 36.

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En este sentido, nuestro autor evocaba:

“[Alfonso López Pumarejo] en el instante propicio a los remordimientos, al despedirse en 1958 de la vida pública, reconoció que no había profundizado bastante en las reformas iniciadas, y que ése había sido uno de sus magnos erro-res. El camino quedaba abierto para que se consolidaran los intereses creados.”17

En sus discursos parlamentarios en los años treinta, en libros, artículos de prensa y alocuciones públicas y, específicamente, en el Breviario de ideas polí-ticas, Molina, en su condición de figura discrepante y crítica del Partido Liberal, cuestionaba la contradicción existente en esta tradicional agrupación política entre unos principios suyos que partían, desde el siglo XIX en su país, de los enunciados centrales de la Revolución francesa: Libertad, igualdad y frater-nidad, y la práctica histórica de sus gobiernos en el siglo XX, así como de la mayoría de sus parlamentarios. En Las ideas liberales en Colombia, y en el Bre-viario de ideas políticas, exponía con conocimiento y entusiasmo las propuestas enunciadas en su momento por algunas figuras que consideraba “avanzadas” del liberalismo colombiano en el siglo XX, entre las cuales se encontraban Ra-fael Uribe Uribe, Alejandro López, Alfonso López Pumarejo, Carlos Lleras y Hernando Agudelo Villa. Mostraba de qué manera sus ideas y propuestas ha-bían naufragado en un mar de intereses creados y coaliciones del Partido liberal con fuerzas retardatarias, así como por el carácter minoritario dentro de los parlamentarios del Partido, en varios momentos, de estas y otras personalidades liberales “progresistas”.

Leamos las siguientes palabras de Gerardo Molina, escritas para enjuiciar al “liberalismo económico” (diferente, no puede olvidarse del liberalismo políti-co), propio de los sectores hegemónicos en el Estado colombiano y así consta-temos, para el día de hoy, la actualidad de sus afirmaciones:

“En Colombia los progresos del liberalismo económico se manifiestan sobre todo en el abandono en manos particulares de servicios que corresponden al Es-tado o que él venía prestando, como el de educación en sus diversos niveles, el de la conservación de carreteras, el de la construcción de puertos, en el traspaso a la propiedad privada de establecimientos que formaban parte del área estatal, como el caso de las Acerías Paz del Río, sin que hayan faltado quienes propon-gan que los Seguros Sociales deben encomendarse a la iniciativa particular.”18

17. Ibíd. P. 36.18. Ibíd. P. 47.

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En el libro aquí comentado, el autor dedica unas páginas esclarecedoras a la exposición crítica de una influyente expresión del socialismo -el marxis-mo-, denominado por sus fundadores “socialismo científico“. No es la visión del autor de tipo propagandístico -en un sentido exaltatorio, o bien, denigra-torio-, posiciones polarizadas muy comunes en la época, antes las ideologías políticas. Más bien, asistimos a la exposición informada del pedagogo y, en ese espíritu, Molina busca contextualizar, de modo socio-histórico, el sur-gimiento de este sistema de ideas políticas, para aportar sus opiniones ma-duradas, aprobatorias o críticas, sobre algunas temáticas centrales plantea-das por los fundadores de este movimiento (o, contramovimiento) político e ideológico. Señala que esta debatida teoría social y su correspondiente praxis política apareció en la segunda mitad del siglo XIX, cuando el capitalismo industrial comenzaba a ser predominante en los países europeos con un mayor desarrollo tecnológico y, de modo concomitante, se desarrollaba una podero-sa clase social, el proletariado. Marx y Engels, creadores del “Materialismo histórico”, pretendían que esta clase social ascendente constituía el sujeto político revolucionario, por excelencia, en la sociedad moderna, en razón de su posición estructural en el sistema capitalista como creadores de la “plusva-lía”, del trabajo excedente apropiado por los burgueses. La condición de clase “explotada” de los trabajadores, respecto de la clase social hegemónica dentro del capitalismo, la burguesía, los enfrentaría ineluctablemente.

Así, el marxismo confería un papel central a la “lucha de clases“, consi-derada como el motor del desarrollo histórico, postulando una visión inhe-rentemente conflictiva del desarrollo histórico, que va a tener considerable incidencia, no sólo en las ideas políticas, sino en el pensamiento social del siglo XX.

Como se ha señalado, Gerardo Molina conoció el marxismo desde sus años juveniles, el que lo influenció intelectual y políticamente, pero jamás tuvo hacia este sistema una posición fideísta o acrítica, no fue nunca un “mar-xista de filas”. Al respecto, cabe señalar que Gerardo Molina -el político y el intelectual- fue siempre un personaje disidente frente al bipartidismo colom-biano, del cual formó parte en un momento de su vida política, sin dejar de ser una voz discrepante dentro de su propio partido, hasta que decidió abando-narlo. Fue, igualmente, un heterodoxo, un “revisionista” (como se decía en la jerga de la época), respecto del Partido Comunista Colombiano del cual pudo ser, en ocasiones, un “compañero de ruta”, sin convertirse nunca en militante suyo. Sin incurrir en el anticomunismo obsesivo, “macartista”, apoyado por el

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Partido Conservador y sectores del Partido Liberal, desde los años treinta, en ciertos momentos políticos de su vida Molina expresó divergencias políticas e intelectuales con el Partido Comunista colombiano, y con el modelo sovié-tico, lo que le generó ácidas críticas dentro de los considerados “marxistas-le-ninistas”. Uno de los capítulos más sugestivos del Breviario, es aquel donde Molina señalaba las que, a su juicio, serían las diferencias entre el “socialis-mo” y el “comunismo”. Volveremos sobre este tópico, pero señalemos que la tradición socialista que reivindicaba Molina -uno de cuyos referentes centra-les era el pensamiento de Jean Jaurès y de León Blum, en Francia- rechazaba la noción comunista de la “dictadura del proletariado”, y su predicción de la inevitable desaparición del Estado.

En su calidad de método de análisis económico-social, Molina retomaba los que consideraba “aportes” del marxismo, en su múltiple análisis de la génesis, evolución y contradicciones del sistema capitalista. Pero en su con-dición de investigador social, que podríamos afirmar hoy en día, era “situa-do” o “enraizado”, Gerardo Molina consideraba que la predicción de Marx y Engels acerca de que el capitalismo iría reduciendo la sociedad a dos grandes clases sociales, la burguesía y el proletariado, no era aplicable a un país como Colombia, “subdesarrollado”, “dependiente” o del “Tercer Mundo”, según conceptualizaciones populares de la época. En el Breviario de ideas políticas, su autor señalaba que en el país continuaban existiendo las “viejas clases me-dias“, tales como la pequeña burguesía del campo y la ciudad, los pequeños comerciantes, artesanos y funcionarios. Al mismo tiempo, habiendo conocido otras teorías sociales de la segunda mitad del siglo XX, señalaba el “florecer de nuevas clases medias formadas por técnicos, ejecutivos, administradores, artistas, investigadores, etc., cuya influencia es manifiesta”.19

Aludía también en su libro a la tendencia a la “concentración de los capi-tales”, analizada por Marx en su opus magna, El Capital. Molina confrontaba estos señalamientos, realizados en el siglo XIX, con la sociedad colombiana de su época. Al respecto escribía:

“En 1978 una institución oficial, la Superintendencia de Sociedades Anó-nimas, reveló la existencia de 24 conglomerados que controlan 434 empresas. El presidente Turbay, a comienzos de 1979, le informaba a la opinión que el 5% de los accionistas controlan el 95% de las acciones industriales, que el 0.2% de ciudadanos que acuden a obtener los servicios de los bancos reciben

19. Ibíd. P. 57.

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el 64% del crédito, y que el 0.9% de los propietarios territoriales tienen en sus manos el 93% de la superficie laborable.”20

Y agregaba, en un señalamiento que hoy en día posee plena actualidad, que:

“El poder económico concentrado da lugar a que en la esfera política ocu-rra lo mismo, por lo cual cada día le resulta más difícil al Estado escapar al asedio de los grupos de presión. Todo esto pone en peligro el funcionamiento de la Democracia representativa, pues ésta no puede funcionar en una nación donde hay tales disparidades en la distribución y el uso de los instrumentos de influencia y de dominio. El control de los medios de información por unas pocas entidades es una prueba más de ese perturbador fenómeno.” 21

Al final de este denso Breviario de ideas políticas, el intelectual-político que era Gerardo Molina abandona su distancia expositiva, para “tomar partido” entre las diversas corrientes políticas que describe y contrasta en su libro: el Liberalismo clásico y el liberalismo moderno, el Socialismo, en sus diversas vertientes, el Comunismo, pensado en especial en referencia al sistema sovié-tico, antes de la desintegración de este en 1989 y la Socialdemocracia. Aquí, el investigador histórico, doblado ahora en actor político, pasa de la descripción y el análisis del devenir de estos idearios políticos, al deber ser, a la esfera de lo deseable y de lo que considera posible, esto es, a la síntesis de su ideario políti-co, tras una trayectoria de más de medio siglo, en una brillante carrera académi-ca y como parlamentario, líder político y candidato presidencial.

Gerardo Molina reivindicaba, en especial, la tradición socialista, en sus expresiones en la Europa de la modernidad, y en América, en relación a las que, a su juicio, constituían las expresiones de un ”socialismo precolombino.” Examinemos, en esta última parte de su texto, sus palabras, debatibles, como él mismo lo había reclamado, al tiempo que revestidas de la energía, el rigor intelectual y la capacidad de imaginar (y, si se quiere, de pensar utópicamen-te), de este interesante personaje colombiano, en su plena madurez.

Como escritor, catedrático y dirigente político de “izquierda”, Molina abo-gaba por un socialismo “a la colombiana”, nacionalista, pero jamás chovi-nista, que tenía como un marco geopolítico de referencia, en particular a la América Latina y a Europa Occidental. Fue siempre crítico de un capitalismo

20. Ibíd. P. 67.21. Ibíd. P. 67.

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que propiciaba la extrema concentración de la riqueza, el “poder de los mo-nopolios” y una democracia restringida, revestida con “rigurosas medidas de seguridad, para reducir a la inacción a las clases subyugadas”.22

En otro espacio más amplio cabría analizar las convergencias significati-vas (aunque también algunas divergencias), entre esta concepción moliniana del socialismo, y de la sociedad colombiana, con la postulada por dos amigos suyos quienes eran también reconocidos intelectuales-políticos en Colombia: Antonio García Nossa, con su concepción de un socialismo “orgánico”, y Orlando Fals Borda, con su idea de un “socialismo raizal.” Señalemos, con la brevedad que requiere este texto introductorio, que García y Fals estuvie-ron (como lo estuvo también Gerardo Molina), vinculados de manera muy significativa en diversos momentos de su vida, a la Universidad Nacional de Colombia. Ellos alternaron, o combinaron en sus trayectorias, su cualidad de profundos investigadores sociales, con su condición de políticos “alternati-vos”, vinculados a movimientos de oposición al sistema socio-político vigen-te en Colombia. Antonio García y Orlando Fals Borda, tal como su amigo (y, ocasionalmente, su contradictor político), Gerardo Molina, eran pensadores sociales muy conscientes de su aquí y su ahora, pero abiertos al conocimiento de diversas corrientes del pensamiento social y político, nacional e internacio-nal. Fueron estudiosos permanentes del país donde nacieron y desarrollaron una gran parte de su carrera. Puede decirse de estos tres reconocidos inte-lectuales colombianos, que aceptando siempre sus influencias académicas e ideológicas, expresaron una cierta “originalidad” en sus posiciones públicas, investigaciones sociohistóricas y propuestas académicas y políticas. Volvien-do a nuestro tema, planteaba en el Breviario, Gerardo Molina:

“Ese socialismo tendrá su centro de gravedad en Colombia, lo que signi-fica que será auténticamente nacional, es decir, que su única fuente de ins-piración será la voluntad de nuestras gentes, con plena independencia de los grandes y pequeños centros socialistas de poder del mundo contemporáneo.

Si hay algo que debe ser nacional es el modo como cada país debe buscar el camino para edificar la sociedad que le conviene. El movimiento de renova-ción que propugnamos será el producto de nuestra historia, de nuestra cultura, la cristalización de tantos anhelos de liberación que se han intentado desde el arribo de los españoles.”23

22. Ibíd. P. 108. 23. Ibíd. P. 69.

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El autor retomaba la inquisitiva búsqueda de algunos antecesores suyos en América Latina, en el sentido que, como escribía José Carlos Mariátegui, un autor citado por Molina: “El socialismo no debe ser calco y copia”. Esta noción de un pensamiento y un actuar enfocados a una sociedad nacional o regional, fundamentalmente, consciente de sus circunstancias socio-históri-cas, ponía en confrontación crítica a Gerardo Molina no sólo con los Partidos Comunistas adscritos a la III Internacional (“estalinistas”), sino con las orga-nizaciones de izquierda que en toda América Latina y, en Colombia en parti-cular, se regían por las experiencias y el deber ser político de otros procesos revolucionarios. Escribía este intelectual disidente:

“Ese proceso liberador [del socialismo] no puede ser obra de un solo parti-do y de una sola clase. Son tantas y tan plurales las energías que hay necesidad de movilizar, que sólo un vasto frente social y político puede ser efectivo. Hablar, por ejemplo, de dictadura del proletariado es un error. Este punto, pluripartidismo o partido único, es capital para marcar las diferencias entre las escuelas socialista y comunista, pues cuando se dice pluripartidismo se dice respeto a las libertades de pensamiento, de expresión y de organización, y cuando se habla de partido único se niega la vigencia de las mismas.”24

El autor tenía en mente, con sentido crítico, las experiencias del “socialismo realmente existente”, no sólo en la U.R.S.S. sino en otros países, y fue esta concepción suya, compartida por gentes de diversas regiones, orígenes sociales y afiliaciones ideológicas, la que buscó materializar en su actividad múltiple y en sus propuestas ideo-políticas proyectadas en distintas experiencias políticas, que registraron su momento más visible en el Movimiento Firmes y en su candidatura presidencial, en 1982. En su toma de distancia con los modelos políticos y sociales “marxistas-leninistas”, Molina pensaba en propuestas alternativas de planificación y tipos de propiedad. Escribía:

“Enfrente de ese modelo [de socialismo estatista] existe otro, descentrali-zado, flexible, en el que la planificación también es aplicada, pero con mayor libertad de movimiento en el plano regional, sectorial o de empresa. Es, pues, un modelo que se expresa en la fórmula sabia de “socializar sin estatizar”. Él puede manifestarse de diversas maneras, todas susceptibles de funcionar simultáneamente: en la empresa autogestionada; en las empresas cooperati-vas, las que permiten que haya propiedad sobre los bienes aportados por cada

24. Ibíd. P. 69.

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miembro; en las empresas estatales, en áreas estratégicas del desarrollo eco-nómico y social, con participación de los trabajadores en la gestión, o sea la co-gestión.”25

En la polaridad propiedad privada-propiedad estatal, cabe pensar, también, en la propiedad pública, no estatal. Así, en relación a las expresiones de pro-piedad comunitaria y colectiva en Colombia, recordemos en primer término que Gerardo Molina, al final de su vida, siguió con mucha atención las discu-siones de la Asamblea Nacional Constituyente, que dio lugar a la Constitución de 1991. En nuestra Carta magna, se legisló sobre los pueblos indígenas y las comunidades afrodescendientes, concibiéndolos como sujetos plurales de de-recho, con posibilidad de disfrute de “territorios colectivos”, lo que “resguar-da la propiedad de tierras ancestrales y protege el entorno natural”. De esta manera, se reconocían formas de propiedad que no eran únicamente de pro-piedad privada, ni tampoco estatal, protegidas y no enajenables. También se puede aludir a las “Zonas de reserva campesina” (tampoco enajenables, ni de propiedad estatal), reconocidas en el ordenamiento jurídico del Estado colom-biano en 1994. Finalmente, recordemos la propuesta realizada en la Asamblea Nacional Constituyente, de la cual fue artífice principal Orlando Fals Borda, para la delimitación de Provincias y Regiones en Colombia, concebidas como zonas político-administrativas, revestidas de un fundamento histórico, social y cultural, que deberían constituirse en el eje de “Planes de Ordenamiento Te-rritorial” por parte del Estado colombiano. Estas realidades jurídico-políticas, que se desprenden de esta progresista Constitución, han sido muy parcialmen-te cumplidas en la práctica pues contradicen los intereses de grupos sociales minoritarios y las formas de acaparamiento de la tierra, propias de un capita-lismo depredador y concentrador, que ya eran objeto del análisis y de crítica fundamentada por parte de Gerardo Molina. Pero en este enfoque, que han expresado también, con particularidades y matices propios, organizaciones políticas y sociales en Colombia hace al menos un siglo, es posible llegar a construir una expresión política diferente del Estado colombiano (respetando y desarrollando su Estado de derecho), que pueda expresar, como también lo planteaba Molina, la inclusión de nuevas fuerzas políticas y sociales. En este escenario hipotético, pero no imposible de realizar, bien puede plantearse que estas manifestaciones, legalmente reconocidas, de propiedad comunitaria y

25. Ibíd. P. 69.

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colectiva, y de ordenamiento territorial, podrían ser susceptibles de integrarse en modalidades de planeación flexible y participativa.

El pensamiento político del autor del Breviario, como se ha expresado, era un “socialismo liberal”, en polémica, desde la izquierda, con el modelo leninista de partido único, economía estatizada y Estado-Partido. Al respecto, Molina argumentaba:

“El punto de partida consiste en saber si vale la pena batirse por las libertades existentes, con la mira de profundizarlas o ensancharlas, o si es posible esperar a que la evolución social, una vez logrados ciertos avances en la emancipación material del hombre, se encargue de edificar las bases mínimas sobre las cua-les deben asentarse esas maneras de ser. Es del caso decir que consideramos inexacta la expresión “libertades burguesas”, usada para caracterizar las que constituyeron la esencia del evangelio liberal. Lo cierto es que se trata de adqui-siciones alcanzadas por la civilización en un esfuerzo que se prolonga desde la antigüedad.”26

Esta personalidad colombiana siempre defendió consistentemente las liberta-des de reunión, asociación, expresión, prensa y cátedra. Así mismo, el derecho a un juicio justo, al sufragio libre y transparente, el pluripartidismo y la expresión jurídico- institucional, correspondiente al Estado de derecho. Consideraba que este debería estar incorporado en la cultura ciudadana, podría decirse que como un conjunto de reglas construidas y acatadas, de derechos y deberes correlati-vos. En este sentido, desconfió de los autoritarismos plebiscitarios, porque ellos podían menoscabar el Estado de derecho, en aras de la voluntad e intereses de un caudillo. Gerardo Molina siempre abogó por respetar la separación de los po-deres: ejecutivo, legislativo y judicial, la alternancia en el control del Estado y el debate civilista dentro de un Estado democrático. Todas estas eran instituciones, procedimientos y prácticas planteadas desde la época del liberalismo clásico (por más que hayan sido menoscabados, muchas veces, en regímenes de “derecha” y de “izquierda”), que Molina defendía, aceptando las modificaciones que fueran históricamente necesarias. Bien sabía que en democracias restringidas como la colombiana, estas instituciones y procedimientos tenían una existencia limitada, sino precaria. Para él, se trataba no de sustituir las instituciones creadas por el liberalismo político, sino de profundizarlas, transformándolas en la medida en que los procesos cambiantes de la sociedad y del mundo, lo demandaran.

26. Ibíd. P. 74.

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A su vez, Gerardo Molina era muy crítico del liberalismo económico, y de lo que ya comenzaba a expresarse, con Ronald Reagan, Margaret Tatcher y Augusto Pinochet (desde los años setenta), como la orientación hegemónica, en los planos económico, político y cultural, del “neoliberalismo”. Así, se opo-nía a la mercantilización y privatización de servicios sociales básicos propios de una sociedad contemporánea, como la educación y la salud. Criticaba, con fundamento argumental y empírico, la imparable concentración de la riqueza que se expresaba en la creciente desigualdad económica y social. Cuestionaba la desnaturalización de la “democracia representativa”, en su país en especial, en donde el poder Ejecutivo adquiría un predominio exagerado, los “derechos humanos” se menoscaban y ciertas libertades básicas de los ciudadanos se con-servaban en la letra constitucional, pero se vulneraban cotidianamente.

Como el Dios Jano, en la mitología romana, hemos examinado las dos “ca-ras” de la vida pública de Gerardo Molina, podríamos denominarlas también como la del saber y la del poder. Ya en su inicial madurez, la faceta del escritor, profesor, investigador de las ideas políticas y notable líder académico, se con-virtió en el sello más característico de su personalidad pública, el fundamento de lo que podríamos denominar su “capital simbólico”. De este modo, con per-severancia y coherencia ética y política, fue construyendo un prestigio y una respetabilidad reconocidas (así se pudiera divergir de sus ideas), que van a ser el fundamento de su “legitimidad”, de su “carisma”, cuando ocupara posiciones públicas y, también, en su condición tardía de candidato presidencial. Gerardo Molina tenía el tono de un conferencista, más que de un orador de plaza pública, pretendía antes persuadir, que movilizar por las solas emociones del momento. Sus intervenciones “políticas”, en su condición de gestor de paz entre el Estado colombiano y las guerrillas insurrectas, defensor de los Derechos Humanos, fundador y director de un Partido plural de oposición y candidato presidencial, podían no ser valoradas por partidos y medios de comunicación oficiales, pero expresaban en el país una corriente política y cultural “subalterna”, con presen-cia significativa en diversos momentos de la historia nacional (que hoy en día, adquiere una presencia cada vez más creciente). Pensaba y proponía, en con-junto con personas de diversas condiciones sociales, unos idearios y acciones consideradas por algunos como “utopistas”. Pero lo realmente importante, no era que todo lo que proponía fuera inmediatamente realizable, sino su pensa-miento proyectivo, si se quiere la utopía, concebida, en la tradición occidental, como una idea reguladora, un imaginario movilizador, un horizonte de senti-do, de pensamiento y acción colectivos.

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Por supuesto, los tiempos cambian. Esas posiciones suyas, progresistas, humanistas, crítico-constructivas, que hacían parte de corrientes culturales y políticas, nacionales, latinoamericanas e internacionales, deben ser hoy en día desarrolladas y resignificadas, en convulsos momentos histórico-planetarios en donde asistimos a la redefinición de modelos de estado y “sociedad civil”, de producción y distribución económicas, cuando se buscan alternativas al capitalismo y al socialismo, “realmente existentes”. Sí, podríamos decir con Gerardo Molina: “Otro mundo es posible”.

Los lectores del autor del Breviario tienen el derecho a pensar críticamente sobre aspectos del pensamiento y la obra de su autor, como él mismo lo habría reclamado. Lo que sí puede plantearse es que sus propuestas políticas en el dinámico periodo de la República Liberal (en los años treinta y cuarenta del siglo anterior), las realizaciones perdurables de su rectoría en la Universidad Nacional, sus empeños permanentes por un “socialismo democrático”, por una política decente y reflexiva, en fin, su compromiso con la paz, pueden y deben permanecer en la memoria de las generaciones jóvenes, junto a otras personalidades colombianas, mujeres y hombres, que han buscado tesonera-mente, en medio de tergiversaciones, hostigamientos y persecuciones; inter-fecundar en sus vidas públicas, el pensamiento, la argumentación, la escritura, el debate y la crítica, con la acción política, social y cultural. Para incidir, desde sus particulares condiciones y oficios, al logro (sino a corto, a mediano plazo), de renovadas instituciones, prácticas y representaciones sociales, más acordes con los principios de libertad e igualdad (que son dos nociones bási-cas del Breviario de ideas políticas), las que han constituido fundamentos éti-co-políticos de las luchas y aspiraciones de varias generaciones de colombia-nas y colombianos, desde los comienzos mismos de nuestra vida republicana.

Un pensador, universitario y líder nacional, como Gerardo Molina, conti-núa siendo para nosotros un referente intelectual, ético y político. La lectura o relectura de sus obras (específicamente del Breviario de ideas políticas), por personas de diversas generaciones, ideologías y clases sociales -realizada, por supuesto, con discernimiento y contextualización sociohistórica- constitu-ye una actividad muy recomendable para contribuir al enriquecimiento de la cultura política de los colombianos, y para auspiciar la conformación de una ciudadanía informada, crítica y activa.

[Ensayo prologal del libro “Breviario de ideas políticas” de Gerardo Molina; Ed. Univer-sdiad Nacional de Colombia, Colección del Rectorado, Bogotá 2021]

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LEONOR GÓMEZ: Profesor Cataño, usted fue escogido por el Simposio Internacional Investi-gación-Acción y Educación en Contextos de Po-

breza: un homenaje a la vida y obra del maestro Orlando Fals Borda, convocado por la Universidad de la Salle en mayo 16-18 de 2007, para presentar la semblanza del profesor Fals, la cual fue sencillamente excepcional. Tuve la oportunidad de asistir al evento y de escuchar la reconstrucción de la trayectoria del profesor desde diferentes ángulos y de disfrutar la integralidad y cali-dez de su exposición. Es usted ahora invitado especial a participar en un reconocimiento que le hace la Universi-dad Pedagógica y Tecnológica de Colombia de Tunja a tan singular investigador y maestro. En primer término, ¿cómo definiría hoy, en pocas palabras, a Fals Borda?

GONZALO CATAÑO: En primer lugar, como un gran investigador; en segundo lugar, como un soberbio orientador académico y, finalmente, como un político mediano si no francamente opaco.

Lecciones de Orlando Fals-Borda

Entrevistado: Gonzalo Cataño, doctor en Sociología del Derecho. Sociólogo de la Universidad Nacional. Profesor-investigador de la Universidad Externado de Colombia.

Entrevistadora: Leonor Gómez. Profesora de la Facultad de Educación de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia.

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GÓMEZ: A Fals se le reconoce como fundador de la sociología moderna en el país. ¿Qué acciones y hechos lo evidencian?

CATAÑO: No cabe duda de que el fundador de la sociología moderna en el país es Fals Borda. Sabemos que la ciencia de Comte llegó a nuestro país a fines del siglo XIX, pero fue él quien le dio un contenido y alcance muy particulares: hizo que la sociología fuera un oficio y una profesión. Fundó la primera Facultad de Sociología en la Universidad Nacional en 1959 y diseñó un currículo moderno para la formación de los sociólogos en nuestro medio. Después de él la disciplina alcanzó una presencia académica ausente en el pasado. Junto a ello hizo que fuera un campo de aplicación para el diseño de programas de desarrollo social y para la orientación de instituciones dirigidas a promover cambios en el mundo rural y urbano, especialmente en el primero, su campo de investigación preferido. Esto significa que tomó en sus manos una disciplina algo etérea y la convirtió en un quehacer del cual podían vivir hombres y mujeres que hubiesen cursado los estudios pertinentes.

La fundación de los demás departamentos de sociología del país siguió, de una u otra manera, el patrón establecido por Fals. No trabajó solo, por supues-to. Contó con la colaboración del inolvidable Camilo Torres, de varios egre-sados de la antigua Normal Superior con inclinaciones por la investigación –como Virginia Gutiérrez y su esposo Roberto Pineda– de algunos profesores extranjeros, especialmente de Estados Unidos, y de otras personas centra-das en la docencia, que dejaron una huella particular, como el profesor Darío Mesa, otro egresado de la Normal Superior, y del historiador y antropólogo Juan Friede. Cabe recordar, además, al jurista Eduardo Umaña Luna, uno de los coautores de La violencia en Colombia, el libro insignia de aquélla época del Departamento de Sociología de la Universidad Nacional.

GÓMEZ: La sociología rural, una de las pasiones de Fals en la teoría y en la práctica, ¿qué impacto generó en la educación colombiana?

CATAÑO: Creo que hay un acuerdo en afirmar que los trabajos más sig-nificativos de Fals son los de juventud aparecidos durante los años cincuenta. En primer lugar, Campesinos de los Andes, un estudio detallado de la vereda de Saucío perteneciente al municipio de Chocontá. A éste le siguió El hombre y la tierra en Boyacá, para mí su trabajo más notable y por el cual será recor-dado por los investigadores sociales del país y del extranjero. Pero también sé que muchos lectores prefieren los tomos de la Historia doble de la Costa por su aire de compromiso con los pobres del campo. Como lo sugieren sus títu-

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los, los dos primeros trabajos pertenecen a la sociología rural, y a la mejor de su tiempo, aquella que provenía de los discípulos del ruso-americano Pitirim Sorokin. En ellos combinó varios enfoques y técnicas de investigación que le ayudaron a reconstruir los modos de vida del campesino cundiboyacense. Observó sus costumbres, aplicó encuestas y utilizó las estadísticas de la épo-ca, como los censos y las series ofrecidas por el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE). A esto sumó un enfoque histórico en el que registró el desarrollo de la comunidad estudiada desde la época colonial hasta mediados del siglo XX. Son, en pocas palabras, trabajos históricos y socioló-gicos con sabor antropológico; estudios que examinan el pasado y el presente de gran interés para los estudiosos del siglo XX como para los analistas del pasado nacional. El tercero, el de la Costa, no se sustrae al campo de la so-ciología rural, pero en asuntos de teoría y método, de conceptos y de acción social y política, se remite a otras corrientes de pensamiento muy cercanas a la tradición socialista.

GÓMEZ: ¿La tesis de doctorado en la Universidad de Florida sobre la tenencia de la tierra, El hombre y la tierra en Boyacá, estuvo precedida por algunas experiencias o intereses sociológicos en nuestro Departamento?

CATAÑO: El trabajo sobre Boyacá era un eco de las reformas agrarias de aquellos años en América Latina. Esto hace especialmente valiosa su investi-gación. Había un asunto concreto, la tenencia de la tierra, los minifundios de Boyacá, y la necesidad de transformar esta estructura para alcanzar el bienes-tar de la población campesina. Aquí la sociología mostraba su fuerza aplicada, su capacidad de examinar un problema y ofrecer respuestas para su eventual solución. Estas eran las primeras aventuras intelectuales de un costeño en los Andes.

GÓMEZ: La llamada “sociología comprometida”, que construye en la década de los sesenta y principios de los setenta, ¿cómo estaría relacionada con sus obras y sus escritos sobre la subversión en Colombia?

CATAÑO: En su primera época, Fals quería afirmar una sociología cien-tífica, objetiva, animada por teorías y datos precisos. Quería superar las pos-turas impresionistas y especulativas dominantes. A su juicio, los datos le con-ferían certeza a lo estudiado y las teorías capacidad explicativa a los hechos. Pero a continuación quiso que los investigadores sociales se comprometieran con la realidad que estaban estudiando. Deseaba que eligieran los temas can-dentes de la sociedad, aquellos que eran objeto de controversia, especialmente

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los que examinaban al pueblo, a los necesitados, a los grupos menos favoreci-dos. Tenía especial querencia por los pobres. Le incomodaban las élites. Para la clase dirigente tenía su prosa más incisiva y afilada. Todo esto estaba muy cerca de los enfoques de Camilo Torres, su amigo y colega en la Universidad Nacional que, como sabemos, ofrendó su vida por los humildes.

GÓMEZ: La postura de Fals de considerarse “socialista a la colombia-na”, socialista democrático, ¿cómo puede interpretarse?

CATAÑO: Fals subrayó la necesidad de alcanzar un pensamiento nacional, que él llamaba “auténtico”, colombiano. Luchó por una conciencia nacional, la predicó y la intentó hacer. Esto lo unió al predicado del socialismo a la co-lombiana. Creo que es uno de los aspectos más frágiles de su pensamiento, no exento de paradojas. El mejor Fals se formó en Estados Unidos con notables profesores de sociología rural en las universidades de Minessota y La Florida. Allí adquirió sus habilidades en los métodos y técnicas de investigación y su destreza teórica para el análisis. Estos recursos metodológicos hacen de la sociología una ciencia universal, como lo son la historia, la psicología y la economía. Puede tener visos nacionales cuando estudia los problemas parti-culares de una sociedad y se unen a la tradición intelectual de ese país, pero la teoría y las técnicas de investigación las comparte con el cuerpo general de la sociología que es una disciplina que nació y tomó cuerpo en Europa. En pocas palabras, una manifestación más de la cultura Occidental.

La sociología surgió y creció en el Viejo Mundo y de allí se difundió por los países de los continentes americano, asiático, africano y autraliano. La connotación de “nacional” viene del estudio reiterativo de problemas parti-culares de un pueblo o de una región siguiendo los patrones de la teoría y los procedimientos universales de la ciencia. Y si surgen contribuciones, como ha sucedido en América Latina con la teoría de la dependencia, se integran al desarrollo general de la disciplina. Es en este sentido que podría hablarse de una sociología latinoamericana o colombiana, de la misma manera que hablamos de una sociología alemana, francesa o norteamericana. Todas ellas tienen una coloración especial derivada de sus problemas, pero siguen siendo sociología en el sentido más amplio y general en cuanto se nutren del núcleo central constitutivo de la disciplina.

GÓMEZ: En el largo y continuo recorrido de un trabajo sociológico de reconocimiento nacional e internacional, ¿cómo fue ese compartir, profesor Cataño, con Fals, en su calidad de alumno, amigo, académico e investiga-

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dor? Con alegría, remembranza y añoranza, el nombre de Fals evoca –al parecer– muchas cosas.

CATAÑO: Mi generación, la que estudió sociología en la mitad de la déca-da de los sesenta en la Universidad Nacional, lleva, sin duda, la impronta de Fals. Su nombre representaba en aquel momento la avanzada de la sociología. Nos enseñó a leer a los sociólogos, a investigar, a escribir y a difundir las bon-dades de la investigación en el salón de clases. Para el Fals de aquella época, sociólogo que no investigara era algo así como un “metafísico”. A su juicio, la investigación era lo que legitimaba el estatus científico de la disciplina. Sin ella la sociología sería sólo una cátedra universitaria dedicada a examinar teorías y tradiciones de pensamiento, una labor más cercana a la filosofía y a las humanidades muy lejos de las demandas de la ciencia. Fals fue quien hizo posible entre nosotros el predicado de que la sociología podría ser una ciencia, y lo reveló con sus propios trabajos. A diferencia de la mayoría de nuestros profesores, muy dados a hacerle propaganda a la investigación pero a dejarla en manos de los estudiantes, él mostró que lo predicado en el salón de clase sólo tenía una feliz realización en el trabajo de campo.

GÓMEZ: Situación que usted reafirma en uno de sus últimos artículos:

Al lado de estas labores organizativas, Fals no se olvidó de sus trabajos académicos. Sabía bien que profesor y departamento de ciencias socia-les que no haga investigación carecen de legitimidad para exigírsela a sus estudiantes. Junto a sus tareas administrativas emprendió investigaciones sobre la violencia, la educación, la modernización y la acción comunal, trabajos que difundió en la colección Monografías Sociológicas, el órgano oficial de la Facultad.1

GÓMEZ: ¿Qué caracterizaba en él la relación docente-estudiante?

CATAÑO: Fals era un profesor muy entregado a sus estudiantes. Leía con atención sus trabajos, los criticaba y los mejores los citaba en sus propias investigaciones. Tenía un especial sentido de comunidad científica; sabía que una investigación, por limitada que fuera, ofrecía algún dato o enfoque de interés para el desarrollo de la disciplina. Este colegaje y sentido de colabo-ración lo había aprendido en Estados Unidos, donde profesores y alumnos graduados se funden en un solo cuerpo para el adelanto de la ciencia.

1. Gonzalo Cataño, “Orlando Fals Borda, sociólogo del compromiso”. Revista de Economía Institucional, n.º 19, Bogotá, 2008, pp. 79-98.

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Fals también orientaba a sus alumnos en la esfera ocupacional. A los más dedicados los recomendaba en el mercado de trabajo y a los más consagrados los promovía para que avanzaran en sus estudios de posgrado. Era un maestro poco usual en el medio universitario. Veía en sus alumnos al futuro colega que mañana sería su compañero de labores.

GÓMEZ: Sabemos que se retiró de manera temprana de la docencia uni-versitaria, a comienzos de la década de los setenta, y que se dedicó por com-pleto a la investigación. ¿Podría considerarse esta etapa como la de mayor plenitud de su vida?

CATAÑO: La faceta más recordada de Fals es su lucha por la investiga-ción-acción, una postura metodológica nada fácil de resumir. Posee muchos matices y tonalidades. Una respuesta sumaria, esquemática, debería –a mi modo de ver– decir lo siguiente. En primer lugar, investigar en ciencias so-ciales consiste en la reunión y análisis de datos. En segundo lugar, esto solo se logra con la colaboración del objeto de estudio. En tercer lugar, la inves-tigación debe tratar un problema acuciante de la comunidad o grupo objeto de estudio. En cuarto lugar, la llamamos acción, un vocablo muy atractivo, porque estudia una situación con la finalidad de superarla. En este proceso puede intervenir el investigador, pero su papel es siempre secundario. Puede sugerir, “concientizar”, pero quien decide es la comunidad, las personas que sienten y llevan a cuestas una dificultad.

La investigación-acción es entonces una variante de la investigación apli-cada, que compromete al investigador y al objeto de estudio. Es un instru-mento de conocimiento dirigido a orientar las decisiones del grupo. En este proceso se recupera uno de los aspectos más fértiles de la sociología, su uti-lidad, muy descuidado por los sociólogos de bufete, aquellos calificados de torre de marfil por los críticos más acerados. Recordemos aquí las palabras de un célebre texto de metodología de la época: “La investigación realizada con la mente puesta en su inmediata aplicación requiere, a lo largo de todo el pro-ceso investigativo, un esfuerzo de colaboración entre investigadores sociales y aquellos que van a utilizar sus hallazgos”2.

Podríamos decir algo más sobre este asunto tan manoseado de la investi-gación-acción. El investigador aflora el tema, el problema del grupo, lo aclara

2. Claire Selltiz, Marie Jahoda, Morton Deutsch y Stuart W. Cook, Métodos de investigación en las relacio-nes sociales, Madrid, Rialp, 1965, p. 7.

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con las personas más conscientes, aquéllas que tienen mayor conocimiento de los apuros de la comunidad. Organiza la información y a continuación la re-vierte a los miembros con influencia en la colectividad. Al definir la situación, al dar a conocer las condiciones de vida, comienzan a surgir los eventuales caminos para superarla. Aquí es cuando surge la acción, la movilización para conseguir los objetivos deseados, asunto que conecta la vida comunitaria con la política. Hay que recordar que las regiones y poblaciones de escala reducida no son entidades aisladas. Pertenecen a una sociedad mayor, a la nación-Esta-do con un sistema jurídico que rige la conducta del conjunto de los asociados. Esto significa que la “subversión” de alguna de sus partes se las tendrá que ver con el aparato de gobierno, con el organismo que monopoliza el uso de la vio-lencia mediante instituciones como la policía, el ejército y los tribunales. En este terreno la ciencia tiene poco que hacer. Dice cómo son las cosas, pero no cómo deberían ser. Esto último pertenece a la esfera de los valores, al mundo de las elecciones atadas a los intereses materiales y espirituales; a los deseos, inclinaciones y apetencias de los miembros de un grupo. Lo que la ciencia sí puede decir es qué eventuales riesgos y consecuencias tendría la elección de una u otra vía para alcanzar lo anhelado.

GÓMEZ: Para la educación colombiana y en general para el país, ¿qué representó y seguirá representando el nombre de Fals?

CATAÑO: No creo que haya duda de que Fals es el sociólogo colombiano más notable del siglo xx. Cuando él comenzó su labor en los años cincuenta, el sociólogo más prestigioso era el antioqueño Luis López de Mesa, pero diez años después pocos lo recordaban. López de Mesa se desdibujó rápidamente y hoy apenas lo leen los historiadores del pensamiento social. Su enfoque perdió fuerza para el estudio de los problemas sociales. Su sociología era especulativa, intuicionista, romántica, ajena a los datos rigurosos y a la in-vestigación de archivo. Fals, sabemos, era todo lo contrario, y sus mejores trabajos no han perdido valor formativo y energía para orientar al investigador de nuestros días.

Nos deja un legado adicional. Su ejemplo muestra que cuando se adquiere una buena formación, en el país o en el extranjero, y nos familiarizamos con lo mejor de la tradición sociológica, se está en condiciones de hacer contri-buciones en el plano nacional o internacional. Fals copó esta aspiración con realizaciones de alto nivel. Al lado de nombres como el escritor Jorge Isaacs, el pintor Fernando Botero y nuestro premio Nobel de literatura, representa la mejor cara del país en el exterior.

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GÓMEZ: Como comentario adicional, profesor Cataño, usted tuvo el pri-vilegio de ser alumno de Fals. De mi generación, junto a colegas de Tunja y de Bogotá, tuvimos otra de igual fortuna: el ser alumnos de ese alumno en el antiguo programa de maestría en Investigación Socioeducativa de la Univer-sidad Pedagógica Nacional. Con frecuencia evocamos a sus dilectos y bien preferidos amigos de la ciencia como Durkheim y Weber ¿Cómo veía Fals a estas grandes figuras?

CATAÑO: Fals tuvo escaso interés por el estudio pausado de los padres fundadores. Aludía a los clásicos para nutrir sus investigaciones, pero nunca se detuvo en ellos para explorar su pensamiento o dedicar un tiempo pruden-cial al examen de alguno de sus libros. Su relación con Marx, Durkheim o Weber fue siempre fugaz e instrumental. Usó algunos de sus conceptos y de sus perspectivas teóricas para cubrir exigencias del trabajo de campo o para apoyar una discusión –como la de la sociología libre de valores que tanto cri-ticó–, pero no fue más allá del empleo circunstancial y de ocasión. No le atraía la teoría como área particular y específica de estudio. Esto lo dejaba para los sistematizadores y los historiadores de las ideas, de donde tomaba, a veces, sus instrumentos conceptuales.

GÓMEZ: ¿Cómo describir entonces su aprendizaje con él?

CATAÑO: Aprendí de Fals la importancia de tener un contacto directo con la investigación empírica. Me gradué como sociólogo con una tesis so-bre educación y movilidad social. Allí analicé una encuesta sobre el origen social de los estudiantes de la Universidad Nacional y años después me fui, siguiendo sus huellas, a Boyacá para estudiar las escuelas rurales. Fue una gran experiencia de campo. Entrevisté maestros y maestras, observé escuelas, estudié los métodos pedagógicos, hablé con los niños y con los campesinos, los padres de familia. Este fue uno de los aprendizajes más fructíferos en mi carrera inicial de sociólogo. En medio de estas tareas desarrollé mi interés por la teoría social, tanto la europea y norteamericana como la latinoamericana, por pobre y limitada que esta fuera. Cuando regresé a las actividades docentes en la Universidad Pedagógica Nacional me interesé por el legado de Émile Durkheim, el fundador de la sociología de la educación. Y ¡claro! por la obra de Max Weber, autor que abordó los más diversos campos de la indagación social con una sutileza analítica todavía no superada.

Siempre he creído que los clásicos tienen un gran valor formativo. Un pen-sador clásico nos ayuda a escribir, a redactar frases complejas y abarcadoras.

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Los padres fundadores iluminan nuestros trabajos de investigación; son ima-ginativos, recursivos y creadores; nos protegen de las explicaciones fáciles, fugaces y de ocasión. De la misma forma que un pedagogo que tome en serio su disciplina no puede ahorrarse la lectura, por aburrida, pesada y tediosa que ella sea del Emilio de Rousseau, un sociólogo honrado no puede saltarse el estudio de libros como El suicidio, La división social del trabajo o secciones enteras de Economía y sociedad.

GÓMEZ: ¿Como esposos, Fals y María Cristina Salazar, una investigado-ra reconocida, desarrollaron un trabajo profesional compartido?

CATAÑO: El matrimonio Fals-Salazar no hizo investigaciones conjuntas. Se apoyaron pero cada uno desarrolló y publicó sus trabajos en forma in-dependiente. Ella emprendió investigaciones puntuales sobre el cultivo del tabaco y sobre el niño trabajador, la mayoría de estas últimas aparecidas en la Revista Colombiana de Educación cuando yo era miembro de su cuerpo de redacción. A diferencia de Fals, que miraba la sociedad como un todo, los textos de María Cristina examinaban la situación de grupos relativamente pequeños para derivar de allí políticas de desarrollo y de bienestar social de alcance medio.

Pasando a su relación más personal, como esposos, por cerca de trein-ta años, es claro que se ayudaron mutuamente. Hubo tensiones sin duda. Se unieron, se separaron y se volvieron a unir. María Cristina, descendiente de la familia Camacho Roldán, era una mujer adinerada y, cuando murió, Fals –un hombre de clase media que siempre vivió de un sueldo–, heredó la pensión de su esposa y alcanzó cierta holgura durante sus últimos años. Viajaron por Eu-ropa y Norteamérica. Ambos eran bilingües (inglés y español) y creyentes en su juventud. Fals era protestante y ella una monja seglar, pero con los años y la militancia política se fueron enfriando sus adhesiones confesionales. Uno y otra habían hecho los estudios universitarios, desde el bachelor hasta el PhD, en universidades de habla inglesa. Sus nombres eran muy conocidos en los medios intelectuales, y continuamente recibían invitaciones para participar en simposios y congresos internacionales. Los unió, además, una común actitud crítica frente a la política nacional. Eran de izquierda, ¡y del ala más radical!

GÓMEZ: Gracias profesor Cataño. Este es sólo el comienzo de un aporte al conocimiento de la vida de este singular maestro. Ahora recuerdo que en algún momento usted manifestó que fue una de las mentes más fecundas de las ciencias sociales latinoamericanas. No quiero, sin embargo, terminar esta

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entrevista sin compartir con los lectores unas líneas escritas por Fals en el acto de su jubilación y despedida de la Universidad Pedagógica Nacional. En el discurso de evocación, “Un alumno de los años sesenta”, Fals apuntó:

[El rescate de la Asociación Colombiana de Sociología] es lo que más re-cuerdo y lo que más agradezco de la gestión como sociólogo de Gonzalo Cataño; de ese alumno angelical que tuve en los años sesenta y que sigue, sin cansarse, leyendo libros, criticando autores, rescatando tradiciones de pensamiento todavía actuales y, en fin, cultivando su pensamiento para enriquecernos a todos.3

GÓMEZ: Y, para finalizar, ahora sí, me vienen a la mente unas líneas su-yas sobre Fals proferidas en otras circunstancias y en otros escenarios:

El gran tema de Fals fueron los campesinos. Ellos constituyeron el amor de su vida. El mundo urbano le fue ajeno; vivió en la ciudad, pero nunca la estudió. Su gran apego fueron los moradores de veredas, poblados y aldeas, y al final de sus días observó con nostalgia cómo este universo de solidaridades ancestrales se desvanecía ante la violencia y el desarrollo impetuoso de las ciudades.4

3. Orlando Fals Borda, “Un alumno de los años sesenta”, Revista Colombiana de Educación, n.º 49, Bogo-tá, diciembre de 2005, pp. 203-205.

4. Gonzalo Cataño, “Despedida de Fals Borda”, Revista Nueva Época, n.º 31, Bogotá, octubre de 2008, pp. 271-274.

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Introducción

En la breve historia de la literatura de Guinea Ecuatorial, han aparecido tres antologías tras-cendentales. Estas recogen las obras de los auto-

res más significativos de todas las etnias y pueblos que conforman la República de Guinea Ecuatorial. Muchos de ellos han alcanzado notoriedad tanto a nivel nacional como internacional. Sus obras han tenido difusión mun-dial y, en la actualidad, sirven de herramienta de con-sulta para estudiosos e investigadores que tienen algún interés en las literaturas africanas escritas en castellano, las denominadas literaturas hispanoafricanas.

La primera antología de esta trilogía se publicó en 1984 (Antología de la literatura guineana, Editora Na-cional), del escritor y periodista guineoecuatoriano Do-nato Ndongo-Bidyogo Makina. La segunda, en el año 2000 (Antología de la Literatura de Guinea Ecuatorial, Sial/Casa de África), coordinada por Donato Ndongo Bidyogo Makina y el investigador y especialista en li-teratura africana francófona e hispanohablante M´bare N´gom Faye, de la Morgan State University de Balti-more (Maryland). En 2012, doce años después, apareció

Guinea Ecuatorial, punto neurálgico de la literatura hispanoafricana

Juan Riochí Siafá

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en las librerías la tercera entrega (Nueva Antología de la Literatura de Guinea Ecuatorial, Sial/Casa de África), una nueva versión de la anterior corregida y ampliada, esta vez coordinada por la escritora, africanista, fotógrafa y espe-cialista en literatura de Guinea Ecuatorial Gloria Nistal Rosique, en colabora-ción con el profesor M´bare N´gom Faye.

En la antología del 2012, no solo se introdujeron las obras de los autores guineoecuatorianos que no habían sido recogidas en las dos anteriores, sino que, con pericia y rigor, se realizó un recorrido amplio y detallado, incidien-do en otros aspectos de la literatura guineoecuatoriana y recogiendo nuevos elementos de la literatura oral y tradicional en las lenguas vernáculas de los pueblos que conforman Guinea Ecuatorial, como son: los cuentos, las cancio-nes, las manifestaciones de los griots, las leyendas, los relatos, las epopeyas, la poesía tradicional y la literatura tradicional en pidgin1.

Por otro lado, en el continente africano en general y en Guinea Ecuatorial en particular, existe un repunte de la literatura escrita por mujeres que ha es-tado en segundo plano, dominado por industrias dirigidas por hombres. Las mujeres en África han tenido muchas dificultades a la hora visibilizar su acti-vidad literaria, ya que la literatura escrita por hombres ha tenido más impacto y reconocimiento, producto de la sociedad androcéntrica y patriarcal.

Veremos a lo largo del texto que muchas escritoras africanas han tenido que dejar su país por varias circunstancias y marcharse a otros lugares para poder desarrollar su carrera profesional de forma libre. Nos centraremos prin-cipalmente en las mujeres de Guinea Ecuatorial, pero de forma breve y tes-timonial, abordaremos algunos aspectos de escritoras que provienen de otras latitudes africanas y que, de alguna forma, presentan características y circuns-tancias similares desde la perspectiva de la migración.

Estas mujeres cuando abandonan sus países y se trasladan al lugar de desti-no se encuentran con ciertas ventajas y desventajas. Por una parte, se mueven

1. El pidgin es una lengua simplificada, creada y usada por individuos de comunidades que no tienen una lengua común ni conocen suficientemente alguna otra lengua para usarla entre ellos. El pidgin ha sido común a lo largo de la historia en situaciones como el comercio, donde los dos grupos hablan lenguas diferentes, o situaciones coloniales en que había mano de obra forzada (frecuentemente, entre los esclavos de las colonias se usaban temporalmente pidgins). En esencia, el pidgin es un código simplificado que permite una comunicación lingüística escueta, con estructuras simples y construidas azarosamente mediante convenciones entre los grupos que lo usan. El pidgin no es la lengua materna de ninguna comunidad, sino una segunda lengua aprendida o adquirida. Los pidgins se caracterizan por combinar los rasgos fonéticos, morfológicos y léxicos de una lengua con las unidades léxicas de otra, sin tener una gramática estructurada estable.

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en un escenario donde aparentemente pueden crear libremente, es decir un espacio libre y democrático. Pero, por otro lado, descubren que el mercado literario del país de destino está dominado por hombres; ya que las editoriales en estos países a menudo publican y prestan más atención a las obras de sus compañeros varones.

En el caso de Guinea Ecuatorial, desde la primera antología editada en el año 19842 coordinada por el escritor guineoecuatoriano Donato Ndongo Bidyogo, las mujeres han tenido una presencia escasa y casi nula. Según puntualiza la investigadora de la Universidad de Cambridge, experta en literatura de Gui-nea Ecuatorial escrita por mujeres Rosemary Clark3, en la primera antología se incluyó a solo dos mujeres de los 23 escritores recogidos: las poetisas Raquel Ilombé†, de la isla de Corisco, y María Nsué†, natural de Ebebiyin en el África continental. Dieciséis años después, en el año 2000 apareció la segunda antolo-gía4 coordinada por Donato Ndongo y M´bare N´gom Faye donde de los treinta y un escritores seleccionados escogieron a dos mujeres más, aumentando de esta forma la lista: Caridad Riloha Ebuera, escritora de relatos y cuentos y Tri-nidad Morgades Besari, escritora de obras teatrales. Doce años después con la tercera antología5 de la colección coordinada por M´bare N´gom Faye y Gloria Nistal Rosique se incluyeron a seis mujeres más entre sus treinta y siete escrito-res seleccionados. Y, finalmente en la cuarta antología6 coordinada, compilada y editada en el año 2019 por Juan Riochí Siafá, se escogieron a unce escritoras de la nueva generación de los veintidós autores seleccionados.

En definitiva la literatura de Guinea Ecuatorial y la literatura escrita por mu-jeres está recibiendo tímidos reconocimientos, escalando poco a poco y apun-tando hacia la dirección correcta, sobre todo durante los últimos veinte años.

El objetivo de este artículo es mostrar el panorama literario guineoecua-toriano a nivel general y al mismo tiempo dar a conocer las vicisitudes y obstáculos con las que se encuentran las mujeres a la hora de desempeñar su actividad literaria tanto en país de origen como el de destino.

2. Donato Ndongo Bidyogo (1984). Antología de la literatura guineana. Editora Nacional. Madrid.3. Rosemary Clark. «Escritoras nómadas entre Guinea Ecuatorial y España», en Nuevas voces de la litera-

tura de Guinea Ecuatorial (2008-2018), Juan Riochí Siafá. Madrid: Diwan Mayrit, 2019. Pág.104.4. Donato Ndongo Bidyogo y M´bare N´gom Faye. Literatura de Guinea Ecuatorial (Antología). Madrid:

Sial/Casa de África, 2000.5. M´bare Ngom Faye y Gloria Nistal Rosique. Nueva antología de la literatura de Guinea Ecuatorial.

Madrid: Sial/Casa de África, 2012.6. Juan Riochí Siafá. Nuevas voces de la literatura de Guinea Ecuatorial (2008-2018). Madrid: Diwan

Mayrit, 2019.

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Apuntes generales sobre la literatura de Guinea Ecuatorial Guinea Ecuatorial ha dado grandes escritores y escritoras en poesía y na-

rrativa, que se reparten entre las islas (Bioko, Annobón y Corisco) y la parte continental del país (Rio Muni). Por nombrar algunos, tenemos a: Juan Bal-boa Boneke, Donato Ndongo-Bidyogo, Justo Bolekia Boleká, Ciriaco Bokesa Napo, María Nsué Angüe, Maximiliano Esono Nkogo, Francisco Zamora Lo-boch, Julián Bibang Oyee, Maplal Loboch, Rafael María Nzé Abuy, Constan-tino Ocha´a Nve, Anacleto Oló Mibuy, Eugenio Nkogo Ondó, Joaquín Mbo-mio, Juan M. Davies, Juan Tomás Ávila Laurel, Leoncio Evita Enoy, José Fernando Siale Djangani, Raquel Ilombé, etc.

Recientemente, han aparecido en el panorama literario guineoecuatoriano autores y autoras que apuntan alto y mantienen el ritmo marcado por sus pre-decesores, con nuevos estilos y nutriendo y transformando la literatura gui-neana. En esta línea, tenemos a: Remei Sipi Mayo, Djongele Bokokó Boko, Ángela Nzambi, Guillermina Mekuy, Nina Camó, Recaredo Silebo Boturu, Francisco Ballovera Estrada, Trifonia Melibea, Adelaida Ondua Casaña, Vic-toria Evita Ika, Lucía Mbomio Rubio, Barón Ya Búk-Lu, Liki Loribo Apo, César Mba Abogo, Estanislao Medina Huesca, Paloma Loribo (Paloma del Sol), Herminio Treviño (Nánãy-Menemôl Lêdjam), Edjanga Divendu, Sonia María Reina Ondó Baha, Amparo Méndez da Cruz (Aurora da Cruz), Aurelia Bestúe Borja, Fumilayo Johnson Sopale, Diana-Alene Ikaka Nzamio, Carmen Mangué Saint-Omer, Juan José Ería Itoji, Blas Bolekia Boko, Pedro Santos Mbá, Trinidad Akeng, Mayra Rondo Ndjinga, Desirée Bela-Lobedde, Mario Mulé Ribala, Juan Riochí Siafá, etc.

Guinea Ecuatorial es el embrión de las literaturas hispanoafricanas por ra-zones históricas obvias. Es el único país africano que utiliza el español o cas-tellano como vehículo de expresión oficial, transacción internacional y admi-nistrativa, así como de expresión cultural. Es la única comunidad política con herencia cultural hispana, hecho que ha convertido al país en punto neurálgico del castellano en el continente africano. Y, como defiende el historiador José Urbano Martínez Carreras7, esto hace que Guinea Ecuatorial ocupe uno de los vértices del triángulo afro-hispano-iberoamericano, por lo que debe servir de puente del mundo hispánico en África. A pesar de contar con esta ventaja, la

7. Martínez Carreras, José Urbano. «España y Guinea Ecuatorial desde 1968», en Mariano de Castro y Donato Ndongo, España en Guinea. Construcción del desencuentro 1778-1968. Madrid: Sequitur, 1998, p. 224.

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producción literaria de Guinea Ecuatorial es escasa y la menos explorada si la comparamos con la producción literaria de otros países de su entorno. Nos estamos refiriendo a la producción literaria anglófona, francófona y lusófo-na. Eso se debe, en parte, a que los escritores de estas colonias tuvieron un contacto con la metrópoli que les permitió introducir parte de su incipiente producción literatura en la cultura y sociedad europea.

El nacimiento de la literatura africana escrita en la legua del colonizador comienza a emerger en la segunda mitad del siglo XIX; unas producciones literarias estrechamente ligadas a la escuela colonial y a la prensa colonial8. Los primeros textos producidos por los colonizados aparecen en el África occidental poco antes de la Primera Guerra Mundial9. En Francia, con el mo-vimiento de la négritude, liderado por Léopold Sédar Senghor, estos autores aseguraron su consolidación y posición. Los escritores guineoecuatorianos no tuvieron esta suerte.

En ningún momento, la metrópoli (España) propició el ambiente necesario para el desarrollo de la literatura escrita por los colonizados. Tampoco erigió un espacio de difusión cultural y un lugar de encuentro, diálogo e interacción para estudiantes, intelectuales y escritores guineanos que se encontraban den-tro del país y en la diáspora. Entre los autores guineanos que vivían y estudia-ban en España no había conexión, y eso dificultaba poder crear asociaciones y encuentros entre escritores e intelectuales que se encontraban dispersos por toda la península ibérica. Tampoco existían en la capital de España infraes-tructuras de transmisión cultural que pudieran arropar el talento guineano, como sucedía en Francia con la revista Présence africaine, fundada por el senegalés Alioune Diop en Paris, en el año 194710.

La literatura guineoecuatoriana ha permanecido invisible y ha dado pasos lentos a lo largo de varias décadas, si bien esta contingencia no la convierte en una literatura de menor calidad. Los textos producidos hasta ahora presentan una calidad extraordinaria. Las primeras manifestaciones literarias guineanas (Guinea Española) en castellano aparecen a mediados de los años cuarenta del siglo XX, lideradas principalmente por hombres, sobre todo seminaristas residentes en el seminario de Banapá (Bioko), donde copaba el espacio el

8. Miampika, Laudry-Wilfrid y Arroyo Patricia (2010). De Guinea Ecuatorial a las literaturas hispanoa-fricanas. Madrid: Verbum, p.24.

9. Miampika, Laudry-Wilfrid y Arroyo Patricia. ibíd., p.24.10. Miampika, Laudry-Wilfrid y Arroyo Patricia. ibíd., p.25.

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periódico quincenal La Guinea Española (1903-1969). En cambio, las lite-raturas francófonas y anglófonas propiamente dichas habían dado comienzo tres décadas antes, logrando sentar las bases de una literatura propia. Habían conseguido posicionarse.

Si realizamos un breve recorrido y un repaso general a la historia de la li-teratura guineoecuatoriana desde la época colonial hasta las dictaduras impe-rantes, veremos que las primeras manifestaciones literarias serias y con cierta entidad comienzan a partir de los años cincuenta. Primero, con la novela de Leoncio Evita Enoy, Cuando los combes luchaban (1953), considerada la pri-mera novela escrita por un autor guineano. Según el mismo autor, se trata de «una novela etnológica de las costumbres de la tribu combe». Una obra que rompió los moldes y destruyó los estereotipos sobre el africano construidos por el discurso colonial español y por el europeo en general.

Once años más tarde, apareció la obra del autor Daniel Jones Mathama, Una lanza por el Boabí (1962), obra considerada por muchos especialistas e investigadores de la literatura guineoecuatoriana e hispanoafricana como la segunda novela escrita por un autor guineano durante la época colonial.

A partir de los años 60 del siglo XX, aparecerán numerosos escritores, una nueva generación que adoptará como género principal la poesía, una manifes-tación artística poco utilizada en la época. Sus temas principales se centran sobre Guinea y África. En este período, tenemos a los siguientes autores: Juan Chema Mijero, El león de África (1964); Francisco Zamora Loboch, Lamento sobre Annobón, belleza y soledad (1967) y Ciriaco Bokesa Napo, Isla verde (1968).

Después de la independencia (1968), y debido al régimen dictatorial de Fran-cisco Macías Nguema, muchos escritores e intelectuales se marcharon al exilio —voluntario o involuntario— motivado por la situación política y económica imperante, un alejamiento que se produce principalmente hacia la metrópoli, donde tendrán más posibilidades de desarrollarse cultural y académicamente. Estos autores tomaron la poesía como principal arma de discurso y resistencia política. La nostalgia de la tierra, el desarraigo social, económico y cultural fueron sus temas favoritos. Aparecieron obras de autores como Donato Ndon-go-Bidyodo (Epitafio,1984), Constantino Ocha´a Nve (Libertas,1984), Anacle-to Oló Mibuy (A un joven fusilado en Santa Isabel,1984), Juan Balboa Boneke (Vencedores y vencidos, 1982), Julián Bibang Oyee (Cuando el viento llora, 1971), Cristino Bueriberi Bokesa (El topo topero,1984), etc.

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Los autores antes señalados utilizaron también el ensayo como medio de expresión y denuncia de la situación social que los afectaba. Destacaron las obras ensayísticas de Eugenio Nkogo Ondó como El problema humano (1985), una colección de ensayos escritos entre 1973 y 1977, donde se recoge la experiencia traumática y dramática del exilio y de la diáspora guineana. También hay que destacar a Donato Ndongo-Bidyogo con Historia y Trage-dia de Guinea Ecuatorial (1977) o a Juan Balboa Boneke con ¿Dónde estás Guinea? (1978).

En la década de los años 80 descollaron diversas obras, principalmente las de Raquel Ilombé (Leyendas guineanas, 1981), Juan Balbo Boneke (O´Boriba (El exiliado), 1982; Susurros y pensamientos comentados: desde mi vidriera, 1983) o María Nsue Angüe con Ekomo (1985).

En 1984, apareció la Antología de la literatura guineana de Donato Ndon-go-Bidyogo. En esta selección se recogieron las obras de los principales auto-res del panorama literario guineano: muchas eran inéditas y desconocidas por el público guineano y extranjero. En esta década, se publicó la primera no-vela de Donato Ndongo-Bidyogo, Las tinieblas de tu memoria negra (1987), seguida de dos títulos más: Los poderes de la tempestad (1997) y El metro (2007), convirtiéndose de esta manera en una trilogía, cuyas partes aparecen separadas unas de otras por un periodo de diez años.

En la década de los años 90 entraron en escena nuevos autores, como el profesor universitario Justo Bolekia Boleká con su primer libro de poesía, Löbëla (1999), al que siguieron obras como Ombligos y raíces (2006), Poesía africana o Las reposadas imágenes de antaño (2008). Reapareció en el esce-nario literario Francisco Zamora Loboch con su libro de poesía —también el primero de su pluma— Memorias de Laberinto (1999), además de Desde el Vijil y otras crónicas (2008). Recordamos también a Juan Tomás Ávila Laurel con La carga (1999), y, de José Fernando Siale Djangany, Cenizas de Kalabo y Termes (2000), La revuelta de los disfraces (2003) y Autorretrato con un infiel (2007). Sin olvidar a Juan Manuel Davies Eisso con Obiamo (2004), Siete días en Bioko (2007), Héroes (2008) y La guerra de Hormelef (2005).

Finalmente, asistimos al surgimiento de las nuevas voces femeninas y mas-culinas de los últimos quince años. Entre las femeninas destacan: Remei Sipi Mayo (Cuentos africanos, 2005; y El secreto del bosque, 2007), Guillermina Mekuy (El llanto de la perra, 2005; Las tres vírgenes de Santo Tomás,.2008; y Tres almas para un corazón, 2011), Ángela Nzambi (Biyare, 2016; y Ngulsi,

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2012), Adelaida Ondua Casaña (Esta soy y esto quiero, 2017), Lucía Mbomío Rubio (Las que se atrevieron, 2017), Paloma Loribo, también llamada Paloma del Sol (Cuentos africanos, 2006; La batalla de los dioses, 2010; Pasos des-conocidos, 2012; y Momentos fugaces, 2015), Victoria Evita Ika (Mokambo, Aromas de libertad, 2010; y Kanga, la tierra de los sueños, 2016), Sonia Ma-ría Reina Ondó Baha (Tan cerca y tan lejos, 2017), Trifonia Melibea Obono (Herencia de Bindendee, 2016; La bastarda, 2017; La albina del dinero, 2017; y Las mujeres hablan mucho y mal, 2018), Mari-Carmen Baca Smith (Entre dos mundos, 2014), Nina Bokesa Camó (El otro lado de la puerta, 2016; y A este lado del mundo, 2017), Mari-Carmen O´sírima Mota Ripeu (El punto cie-go de Cassandra , 2017), Carmela Oyono Ayingono (Acacio Mañé Elá. Una historia por contar, 2011; Obiang Nguema Mbasogo, presidente, 2011; Las claves necesarias para una Guinea mejor, 2012; y Guinea Ecuatorial: razones para un premio, 2012), Rufina María Raso Bijeri (Del alba al ocaso, 2010), Fumilayo Johnson Sopale (Los cuentos de la abuela Chioma, 2017), Desirée Bela-Lobedde (Ser mujer negra en España, 2018), Trinidad Akeng (Camino de piedras gordas: Mamá Etugu, la voz de una activista, 2018), entre otras voces.

De las voces masculinas destacan: José Eneme Oyono (Más allá del de-ber, 2005), Liki Loribo (Mi Jardín-Retratos, 2015), Juan Riochí Siafá (Redes migratorias e inserción laboral de los guineoecuatorianos, 2016; Tragedias y Laberintos, 2017; Bëtápànó (Recuerdos), 2017; Las mujeres de Guinea Ecua-torial. Una aproximación a los estudios de género, 2018; y Soledad, 2018), Barón Ya Búk-Lu, (El acontecimiento, 2005; Mikaná ya midjoán, nkóbo fang «Proverbios, refranes y dichos en lengua fang», 2012; ¡Ziliyang!, 2016; y Bidje Ndúan, 2018), Djongele Bokokó Boko (Sueños y dolor. Historia que-mada de Guinea Ecuatorial, 2017), Edjanga Divendu Jones (Heredarás la tierra, 2015; y El diario de Marc, 2018). Completan la relación de nuevas voces masculinas: Estanislao Medina Huesca, con sus relatos Tierra prome-tida (2017) y El agua lleva el cambio (2008); y su novela Barlock. Los hijos del gran búho (2016), El albino Micó (2019). Francisco Ballovera Estrada es autor de los poemas Lejos de mi tierra (2007), El secreto de los libros (2013), Caminando por África (2014) y Mil novecientos ochenta (2017). No hay que olvidar, entre otros autores a Herminio Treviño, también conocido como Nánãy-Menemôl Lêdjam, y sus obras: Búdjigêl (2008) y Cancionero oral annobonés (2008). En poesía y teatro recordamos a Recaredo Silebo Bo-turu, Luz en la noche (2010) y Crónicas de Lágrimas anuladas (2014). Como

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colofón de esta relación de escritores, contamos, asimismo, con Inocencio Engon (Nostalgia de un emigrante, 2008), Cesar Mba Abogo (El portador de Marlow/Canción negra sin color, 2007), Ambrosio Sebastián Ndjeng Angono (Gafas opacas, 2002), Ramón Esono Ebale (La pesadilla de Obi, 2015) y Cé-sar Brandon Ndjocu (Las almas de Brandon, 2018).

Migración, mujer y creación literaria Antes de comenzar con los argumentos de este apartado, sería conveniente

presentar algunas consideraciones, ya que existe una tendencia de querer ho-mogeneizar las razones que motivan a los emigrantes a abandonar sus países de origen.

A menudo escuchamos, vemos, leemos la información sobre investigacio-nes, artículos o estudios donde se incide en la razón económica, política y la-boral como factores principales de motivación para la emigración. Señalando a los emigrantes como un problema para el país receptor y como personas que carecen de un nivel intelectual en la medida de los ciudadanos del país de aco-gida. Se presenta a los emigrantes como «incultos, incompetentes, personas difíciles de integrarse en la sociedad, etc.». Se trata pues, de una tendencia a nuestro modo de ver, que hace que se acentúe el racismo, la xenofobia y los estereotipos. Pero, conviene reconocer al mismo tiempo que este tipo de com-portamientos hacia los emigrantes, no es compartida por todos los ciudadanos de la sociedad de acogida, sino más bien de una minoría de la población.

Principalmente hablaremos de las mujeres que emigran cuyo único obje-tivo es desarrollarse en el campo literario. Identificaremos las dificultades y las barreras con las que se encuentran en el país de destino por su condición de mujer; y también las ventajas y oportunidades que les ofrece una sociedad relativamente libre y democrática.

Comenzamos afirmando que los motivos de la emigración no son en nin-gún caso homogéneos como han venido sosteniendo numerosos estudios. Los emigrantes abandonan sus países de origen por varios motivos. Existen otras variables que les empujan a emigrar al margen de las puntualizadas más arri-ba. A demás de las razones políticas, económicas y laborales, emigran por motivos culturales y académicos, incluido los literarios o de creación literaria.

La emigración hacia España y Europa de muchas mujeres y hombres de países africanos denominados «en vías de desarrollo o del tercer mundo», ha provocado en las últimas décadas una crisis intelectual en estos países. La

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mayoría de los intelectuales han abandonado sus países con el objetivo de seguir promocionándose cultural e intelectualmente más allá de sus fronteras. Esta «fuga de cerebros» afecta tanto a hombres como mujeres que cuentan con cierto nivel académico (enfermeras, maestras, profesoras, escritoras, etc). Se sospecha que la emigración de las escritoras fue mucho más elevada que la de los escritores. Con sus escritos incomodaban a los gobiernos dictatoriales, ya que en ellos reivindicaban, su identidad como mujer, sus derechos polí-ticos y sociales, sobre todo el derecho a la participación política y el acceso a los puestos de responsabilidad en las empresas. El exilio, sea provocado o voluntario, se convierte en la única salida para muchas mujeres escritoras. Mujeres comprometidas con la sociedad. Mujeres que en sus países de origen habían perdido no solo sus derechos como mujeres, sino su identidad y cual-quier participación en la esfera intelectual y cultural. Nos encontramos ante una emigración que puede considerarse dramática por sus características. Eso hace que en sus textos aparezcan testimonios históricos de la situación de sus países y de su propia situación personal, creando en ellas un dilema entre lo que creen ser y lo que la sociedad quiere que sean.

Las escritoras que emigran sufren un doble exilio marcado por su con-dición de mujeres y de exiliadas. Esta situación condiciona el rumbo de sus vidas para siempre. (Piñeiro, 2014, p. 305). Este doble exilio afecta en gran medida sus aspiraciones personales y profesionales en el país de destino.

El término exilio tiene que ver con la separación del lugar de residencia por motivos políticos. Pero, si nos alejamos de las acepciones de este tér-mino y nos acercamos a las cuestiones que conciernen al género, veremos cómo el hecho de ser mujer se convierte en una dificultad añadida a la hora de desarrollarse como persona y alcanzar las aspiraciones ya sean políticas, laborales o en este caso culturales. (Piñeiro, 2014, p. 306).

Las escritoras emigrantes encuentran en la creación literaria el instru-mento o la vía para canalizar sus inquietudes como mujer. A través de la escritura intentan visibilizar y denunciar las discriminaciones que sufren. A través de la escritura reivindican su papel cultural y el espacio arrebatado por los hombres.

En lo que se refiere a las oportunidades o ventajas que les ofrece el país de emigración, podemos destacar lo siguiente: en el país de destino las mujeres emigrantes han encontrado un escenario cultural e intelectual que les permite, a pesar de las dificultades y trabas, poder expresarse de una manera relativa-

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mente libre. En el país de destino existen editoriales, organismos cuyo objeti-vo principal es promocionar y financiar los proyectos literarios emprendidos por mujeres emigrantes y autóctonas. Editoriales y revistas especializadas en materias de género, donde las escritoras pueden desarrollar sus ideas, plantear sus problemas y reivindicar sus derechos.

En lo que se refiere a las desventajas o dificultades, podemos destacar en primer lugar, el poco espacio que tienen estas mujeres en el mercado literario a pesar de las ventajas que tienen a la hora de publicar algunas de sus obras. Este mercado está monopolizado por los escritores varones. Las grandes edi-toriales y de renombre a menudo no apuestan por el trabajo desempeñado por estas mujeres, sobre todo las escritoras noveles y de trayectoria corta. En segundo lugar, los estereotipos que imperan en la sociedad, resultado de una construcción social; donde se enseña desde la infancia que todo lo que hace una mujer al margen del hogar familiar, carece de valor.

La vida de los escritores de Guinea Ecuatorial está marcada por la emi-gración y el exilio, sea político o voluntario. La situación política y social del país ha condicionado el modus operandi de estas mujeres y hombres. La falta de un espacio cultural para poder manifestarse libremente ha permitido que proyecten su mirada hacia España y otros países europeos que les brindan oportunidades para desarrollarse y promocionarse en el mundo literario.

Actualmente existe una creación literaria activa en Guinea Ecuatorial pro-tagonizada principalmente por hombres. Los hombres han dominado y si-guen dominando el espacio literario desde los tiempos de la colonia hasta los momentos actuales, aunque en las últimas décadas están apareciendo nuevas voces femeninas en el panorama literario.

Las primeras voces literarias en Guinea Ecuatorial aparecieron durante la época colonial cuando los periódicos (La Guinea española11), estaban contro-lados y gestionados por los misioneros y religiosos católicos. Los seminaris-tas, fueron los primeros en participar en los espacios dedicados a la literatura de aquellos periódicos. Esta es la razón por la cual los hombres fueron los primeros en contribuir en la literatura del país.

Durante la primera dictadura de Francisco Macías Nguema Biyogo, mu-chas mujeres y hombres abandonaron el país y se vieron obligados a vivir en

11. El primer número apareció en el año 1903.

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el exilio ya que, era imposible manifestarse culturalmente en un ambiente político donde imperaba la censura, los asesinatos y la violencia física.

En el panorama literario femenino destacaron en aquella época de los inicios, solo dos mujeres: María Nsue Angüe (1945-2017), recientemen-te fallecida y Raquel Ilonbé (1938?-1992), seudónimo de Raquel del Pozo Epita. Las dos se trasladaron a la metrópoli (España) siendo niñas y, fue en este país donde desarrollaron la mayor parte de su producción literaria. Raquel Ilombé era de padre español y su madre guineoecuatoriana. Por eso, en sus escritos refleja la búsqueda de su identidad y sus orígenes africanos. Sus obras aparecieron en letra impresa por primera vez en la Antología de Guinea Ecuatorial (1984) preparada por el escritor y periodista, Donato Ndongo-Bidyogo.

En la última década el número de mujeres guineoecuatorianas escritoras ha incrementado. La salida de Guinea Ecuatorial hacia otros países se ha con-vertido en un trampolín para poder lanzarse como escritoras, aunque algunas consiguen publicar desde Guinea Ecuatorial con la ayuda de editoriales ex-tranjeras (Diwan Mayrit, Verbum, Sial/Casa de África, Casa África, Wanáfri-ca, etc.).

En España publicaron sus primeras obras y se dieron a conocer como pro-fesionales de las letras. Destacan en esta lista, Remei Sipi Mayo, Caridad Riloha, Ángela Nzambi y Victoria Evita Ika. Recientemente han aparecido en el panorama literario guineoecuatoriano autoras de la talla de Paloma del Sol, Guillermina Mekuy, Lucía Asué Mbomío Rubio y Trifonia Melibea Obono. Se trata de escritoras de la nueva generación, que en su mayoría han tenido que salir de Guinea Ecuatorial para dedicarse a la escritura combinándola con otras profesiones.

En la antología coordinada, compilada y editada en el 2019 por el escritor Juan Riochí Siafá titulada Nuevas voces de la literatura de Guinea Ecuato-rial (2008-2018), publicada en la editorial Diwan Mayrit (2019), se recogen fragmentos de las obras de once escritoras de la nueva generación, muchas de ellas residentes en Guinea Ecuatorial. Algunas de ellas han sido citadas en el párrafo anterior, pero conviene mencionar a las otras de las que creemos que con sus textos apuntan muy alto en el panorama literario africano e internacio-nal. En esta lista destacamos a Amparo Méndez da Cruz, Adelaida Ondua Ca-saña, Mayra Rondo Ndjinga, Aurelia Bestué Borja, Sonia María Reina Ondó Baha y Fumilayo Johnson Sopale. Aparecieron en el escenario meses después

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de la publicación de la última antología las escritoras, Desirée Bela-Lobedde, Deborah Ekoka y Carolina Nvé Díaz San Francisco.

La emigración no solo ha sido un trampolín para las mujeres guineoe-cuatorianas que escriben, sino también para otras mujeres de países del con-tinente africano. La mayoría de las escritoras africanas consagradas en el panorama literario africano se marcharon fuera de sus países para poder es-cribir libremente y reivindicar sus derechos desde la escritura. En esta lista de escritoras africanas destacan, Ama Ata Aidoo (Ghana), que residió en Es-tados Unidos, Inglaterra, Alemania y Zimbabwe. Grace Ogot (Kenia), que se marchó a Inglaterra como enfermera. Buchi Emecheta (Nigeria), que vivió en Londres. Y, en los últimos años la prolífica escritora y feminista Chima-manda Ngozi Adichie (Nigeria), que vive a caballo entre Estados Unidos y su Nigeria natal. Todas ellas mujeres que en sus países no podían expresarse libremente y desarrollarse plenamente como escritoras. En sus obras tienen como temática central, la búsqueda de la identidad y la lucha por los dere-chos de las mujeres.

En el caso de las escritoras de Guinea Ecuatorial mencionadas anterior-mente, sobre todo María Nsue12, la temática de sus textos se centra en la situación marginal de la mujer dentro de las estructuras familiares africanas. La búsqueda de la identidad, las vicisitudes de las mujeres, el conflicto entre tradición y modernidad y la condición de la mujer en un universo tradicional, patriarcal y androcéntrica. Pero, conviene resaltar que esta temática cambia cuando llegan al país de destino. Su literatura se convierte en una escritura de exilio donde se explora la alteración de la identidad, los obstáculos en la nueva sociedad, la emancipación de la mujer, su condición como extranjeras, la situación del país de origen, la incomprensión de los suyos, el éxito profe-sional y el ascenso en la escala social. (Miampika, 2005, p.31, 2002, p. 174).

Las escritoras guineoecuatorianas de la nueva generación, son mujeres que se sienten presas en el dominio de dos mundos. El impacto de la nueva socie-dad sobre estas mujeres que viven muchas veces a caballo entre Guinea Ecua-torial y España, produce una generación de escritoras de mayor densidad. Son escritoras que abandonan más libremente que sus madres literarias, las convenciones del realismo formal. En sus obras aparece el postmodernismo transnacional. Sus narraciones se centran en la creación de personajes que

12. Nsue Angüe, M. Ekomo. Madrid: UNED, 1985.

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se difieren ante la situación que les otorgan sus identidades complejas, tanto como las sociedades que las acogen (Benítez, 2010, pp. 142-143).

En definitiva, la mayoría de estas escritoras recurren a la emigración para poder buscar un hueco en este mundo literario controlado, copado y domina-do por los hombres. La emigración y el exilio sirven como espejo para poder reflejarse en estos dos mundos; por un lado, el mundo tradicional donde están subordinadas a los sistemas sociales y culturales; y por otro, el mundo moder-no y global, donde son capaces de reivindicar y conquistar derechos.

ReferenciasBenítez Eyzaguirre. L. (2010). Mujeres migrantes africanas. Literatura, género, mi-

gración. Chile: Universidad de la Frontera.

Clark, R. (2019). Escritoras nómadas entre Guinea Ecuatorial y España: En: Juan Riochí Siafá, Nuevas voces de la literatura de Guinea Ecuatorial (2008-2018). Madrid: Diwan Mayrit.

Miampika, L-W. (2002). Autobiografías ficticias: identidades y subversiones femeni-nas en el África negra. En: Martín, Aurelia; Velasco, Casilda; y García, Fernanda (coord.), Las mujeres en el África subsahariana: Antropología, literatura, arte y medicina. Barce-lona: Ediciones del Bronce.

— (2005). Narrativa subsahariana en lengua francesa: En: en Díaz Narbona, Inmacu-lada; y Aragón Varo, Asunción (eds.), Otras mujeres, otras literaturas. Madrid: Zanzíbar.

Ndongo Bidyogo. D. (1984). Antología de la literatura guineana. Editora Nacional. Madrid.

Ndongo Bidyogo. D y N´gom Faye. M. (2000). Literatura de Guinea Ecuatorial (An-tología). Madrid: Sial/Casa de África.

Ngom Faye M y Nistal Rosique. G (2012). Nueva antología de la literatura de Guinea Ecuatorial. Madrid: Sial/Casa de África.

Nsue Angüe. M. (1985). Ekomo. Madrid: UNED.

Piñeiro, Domínguez. MJ. (2014). El exilio político y de género de las escritoras es-pañolas en la emigración. Departamento de Filología Española y Latina. Universidad da Coruña.

Riochí Siafá. J. (2019). Nuevas voces de la literatura de Guinea Ecuatorial (2008-2018). Madrid: Diwan Mayrit.

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I

Lejos

Del puerto,

Sí, tan lejos ya…

Y cómo el litoral se va perdiendo,

Pues otros eran su destino y norte,

Mas sin saberlo, ni aún presentirlo,

Y tras creerse de la misma materia de los suyos:

¿Dónde…

Lejos del puerto

Jaime García-Maffla

Para: Juan Francisco Jiménez-Mejía

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II…Cuál?

Entre contrarios signos

lo han dejado al partir

Hacia extrañas Ínsulas

Que ahí estaban, están en la mar alta

De la extrañeza, en la zozobra del extrañamiento

De ese ir dejándose entre horas por ondas del engaño.

IIIEl que se hizo

Por el puente de mando de su alma

Una fe,

Creencia por querencia, sea

Entonces, pues

Mar o desierto, de olas de palabras, que

Consigo confiesa hoy a su alma:

En silencio se ofrece a la voz del silencio,

Si oído o brújula que ha de orientarlo

Será

Su incertidumbre a tientas y entre jarcias...

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IVEntregarse

En las manos de ese

Tal destino contrario,

Abandonarse:

¿Ha partido y qué busca en andas de su huir?

De ese ir en andas a un navegar sin rumbo,

Salvo, ahora:

¿Ser acaso llevado al latido ancestral de las mareas?

VSí estar lejos,

Aunque ajeno a sus actos,

Sobre una

Oscura superficie que ahora no lo acoge,

Entre el desamparo,

Sin siquiera las voces

Tan entrañables antes,

Tras de olvidadas playas de sólo ajenos labios.

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VILejanía la del puerto,

Si de sí,

Alma, agua, superficie de lluvia

Llueve para la espera,

Y otra vez en su ser,

Sin don alguno,

Sin ningún adónde,

en fin: el olvido se haría,

Si botara su ancla un día en la rada lo recordable.

.

VIIMateria

El llanto

Pues, de aquello

Que no ha de decirse

Ni indicarse en señales,

quietas líneas de agua, cielos y pensamientos,

En el dejarse, en ser lo así dejado,

Lo ofrecido, pues aparte quedó

El sacrificio y oblación la suya un día cuando el amar…

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VIII¡Ah de otra rada!

De otra vida de alguien

Por las vidas,

Él en su espejo, que

Sobre la línea de algún horizonte

Se han de escribir la invalidez y la desprotección…

Decir, decirlo,

¿Pero quién oiría?

Sacralidad aquella lejanía, como es trascendencia su vacío.

IXAl fin cuando

Fueron soltadas las amarras,

La pasarela

Alzada,

Para otro inicio, otra así

Despedida, que habría de hacerse

Encuentro en la pérdida, partida

Si de aquella se agitan ya las manos

En el muelle,

Dentro de la

Saudade del pensamiento de otro afuera.

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Antonio García-Lozada/

Compromiso humano en la poesía de Carlos-Enrique Ruiz

La Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, ha publicado recientemente una antología poética del escritor colombiano, Carlos-Enrique Ruiz (1943),

edición a cargo de Gustavo Silva Carrero y con prólo-go de Berta-Lucía Estrada. Cuestiones del decir (2020) de Carlos-Enrique Ruiz reúne ocho libros desde Decires (1960) hasta Angustiosa armonía de las estrellas (2006), convirtiéndose en un valioso repaso que abarca 46 años de su obra lírica. Antología en la que se encuentran poe-mas que, evidentemente, son concomitantes entre sí pues-to que podemos notar cómo un poema se corresponde a dos o más de sus libros. Pero esto, que podría parecer ob-vio para cualquier antología, es especialmente importante en este caso, puesto que Carlos-Enrique Ruiz, al recono-cer sus temas y problemáticas recurrentes, las escribe y, por ello asumimos que, las reescribe de ordinario, con lo cual vienen a borronear los límites de una cronología y de un discurso. Por lo tanto, nos parece que Carlos-Enri-que Ruiz en sus sucesivos libros ha venido escribiendo un mismo libro, en constante mutación, de empeño, y ries-gos similares alos de Walt Whitman.

Comenzaré apuntando que, para nuestra propuesta de lectura, hemos considerado recurrir a la crítica estilística

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como una herramienta interpretativa idónea a fin de explorar Cuestiones del decir, por cuanto atiende a la conexión entre manifestaciones formales y la vi-bración espiritual, las exigencias psicológicas o los rasgos biográficos que las determinan. Además, de tener en cuenta que algunas obras literarias son más adecuadas que otras para el ejercicio de este instrumento crítico. La de Car-los-Enrique Ruiz es óptima, por su carácter sensorial y su riqueza realista, que despliega una apretada red de elementos expresivos, en la que intervienen la música y los ritmos, las imágenes visionarias, de corte onírico, la expresión fértil, la madre naturaleza, las calles, las sombras, los silencios, y una amplia ba-tería de contrastes, compuesta por paradojas, referentes bibliográficos y metáfo-ras. La poesía de Carlos-Enrique Ruiz es una llama elocutiva que corresponde a una llama emocional: ambas están unidas por un vínculo creador, que es el que nos proponemos abordar.

El entramado de rasgos que sustenta la poesía de Carlos-Enrique Ruiz opera en sus poemas como un cuerpo vivo. Nada más lejos de sus composiciones que la simpleza, la unidimensionalidad o la acumulación insignificante de ecos. Lo que les da su solidez y su dinámico equilibrio es, precisamente, la unión de to-dos los elementos expresivos, y su plena adaptación al horizonte exaltado que pretenden describir. Internarse en la poesía de Carlos-Enrique Ruiz es descubrir un múltiple edificio en cuyo centro late, lacerado, pero inacallable, el corazón humano. Porque el oficio, las técnicas empleadas, en ningún momento empañan la autenticidad de la palabra. Los versos son sudor espiritual, exudación de un ser humano que vive con intensidad, y con asombro ante la frágil condición hu-mana: “Qué vaina esa/la de los pobres mortales/ tan ajenos desconocedores/ de la fragilidad propia” (Cuestiones del decir, 227)1. Como lo sentencia el conde de Buffon en el Discurso sobre el estilo: “El estilo es el ser humano mismo”2. Ello admite creer en la pertinencia del método estilístico para acercarnos a la poesía de Carlos-Enrique Ruiz, que es tributaria de sus avatares espirituales. Asimismo, nos permite apreciar los rasgos formales de un poeta reflejo de sus pulsiones anímicas -y de su visión del mundo en particular-, y, a la vez, instru-mento elegido por éste para reproducirlas en la conciencia del lector.

1. Ruiz, Carlos-Enrique, Cuestiones del decir: Antología personal (1960-2006). Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2020. P. 227, las siguientes citas se incorporarán en el texto.

2. Georges-Louis Leclerc de Buffon pronunció su célebre discurso en 1753, con ocasión de su ingreso en la Academia Francesa: «Los hechos y los descubrimientos se arrebatan fácilmente, se transfieren e incluso mejoran cuando son empleados por manos más hábiles. Estos son exteriores al hombre; en cambio, el estilo es el hombre mismo. El estilo no puede, pues, ni arrebatarse, ni transferirse, ni alterarse» (Discurso sobre el estilo, traducción de Alí Chumacero, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2004, p. 29).

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A tenor de lo anterior, notamos claramente un signo existencial en la poesía de Carlos-Enrique Ruiz que se asienta en la convicción de la vulnerabilidad del ser humano y en su sumisión al deletéreo paso del tiempo. A partir del na-cimiento, desde la articulación mítica del mundo dorado de la infancia, el ser humano aparece sometido al desgaste físico, psíquico y vital, y, en último tér-mino, al desamparo (o la muerte) como lo expresa puntualmente Carlos-En-rique Ruiz en los siguientes versos: “Se tiene la idea del desamparo/ desde que se nace (…) desamparo quizá sea la fuerza/ de la incertidumbre” (204). Sinembargo, no hay que entender esta muerte solo como la desaparición físi-ca, sino como la extinción progresiva de las ilusiones, esperanzas, e incluso del hábitat que rodea nuestro entorno: “Esplendor que fue solo/ solitario en su día. / Cayó por fin la rosa apetecida/ fugaz/ viajera de nunca volver/ a ser en su ser. / La tierra se desvaneció con su estrépito.” (59) De hecho, con el paso del tiempo hemos experiemntado la quebradiza condición humana, una suerte de gran lecho existencial que encauza todas las debilidades y caídas: el olvido, la vigilia, la soledad, la inutilidad, la desesperanza; en suma, el sinsentido de ser. Y he aquí la confirmación de Carlos-Enrique Ruiz en estos versos: “So-litario avanza en su destino pensamiento/ entre la maraña y la ponzoña/ entre la desidia y las imágenes fugitivas/ que prendieron la ilusión en todo lo que huye” (156); o “Titila en mi alma la sombra de las vidas/ perdidas en la inuti-lidad / a causa de la falta de razón/ dicen” (228). Las inquietudes manifiestas en esta antología tienen un fulgor, que resulta significativo, en el vocabulario empleado; es decir, en sus opciones semánticas que revelan y delimitan, con nitidez, preocupaciones íntimas.

A medida que avanzamos en la lectura de Cuestiones del decir, distingui-mos que el tiempo, aunque no sea el sujeto, o autor, principal de este poema-rio, casi siempre está presente en una u otra forma; puesto que se ramifica en múltiples alusiones, que se articulan polifónicamente y despliegan un amplio arsenal imaginario. Estas alusiones no aparecen deslindadas unas de otra, sino cuidadosamente entrelazadas: “Nunca habré de olvidar ese pálpito/ al saberse fugaz/ al saberse esplendorosa/ en el instante. / Siento que algo también se nos va a los mortales/ cuando la flor / respira y parte” (65). Es relevante notar que en los poemas incluidos en Cuestiones del decir no solo hay una referencia temporal, sino varias, que se fecundan e interpenetran. Y para efectos exclusi-vamente didácticos, en esta antología se puede apreciar una suerte de amplio mapa léxico que alude a cuantas emociones puede suscitar el tácito fluir del tiempo.

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Desde esta perspectiva los rasgos que caracterizan al tiempo, en este poe-mario, nos remonta a la mejor tradición clásica que es su fugacidad. El tempus irreparabile fugit de los latinos y, después, de los barrocos aparece, explícita-mente, en algunos de los poemas en Cuestiones del decir, como en ¿Camino sobre huellas indescifrables?: “He comprendido la incomprensión del tiempo. / A cada instante cosas incontables ocurren. / Basta una vuelta al reloj/ para que la noche haya regresado” (74), o en Las Tardes, donde destaca otra ob-servación, que se sitúa entre las diversas alusiones al tránsito: “… y el tiempo sigue inflexible su cauce/ a la vista de quienes pasan y pasan/ sin la osadía de dejar huella” (345), o al mutarse —“El tiempo se deshace en tragicomedia/ frente a nubes de polvo cósmico/ acumulado en puntos/ en la confrontación de lo más grande/ y de lo más pequeño…” (356). La vida, entonces, pasa como una condición temporal: “No se sabe si llueve o hace sol en cielo abier-to/ Corre la vida hacia su extinción…” (167). El poeta amplía y, a la vez, constriñe aún más esta idea cuando la expresa con firmeza: “Heráclito pensó en la vida/ al ritmo de aguas que corren” (50). En este sentido, consideramos que Carlos-Enrique Ruiz comparte el concepto heideggeriano del ser como mero pasar, prefigurado por los autores barrocos, que concebían la existencia como un tránsito fugaz, como una fórmula a la que todo estaba sujeto, y que, paradójicamente, sustentaba el mundo: así lo afirmaron algunos poetas como Lupercio Leonardo de Argensola, Calderón de la Barca o Gabriel Bocángel.

No obstante, hallamos una dinámica singular en varios de los poemas reuni-dos en Cuestiones del decir a través de oscilaciones, de cambiante y esperanza-dor perfil afectivo y de permanencia a su vez. Es una poesía a un tiempo nove-dosa, pues siempre agrega elementos, y conservadora dada la solidez de otros rasgos: “En La Existencia de las ruinas/ se encuentra lo olvidado / (…) pero qué bueno que las huellas del pasado/ incorporadas como acierto de hallazgo/ vayan aclarando el camino que otros deben transitar / con menos pena /más esperanza” (175). Esto es importante porque las formas de la escritura de Carlos-Enrique Ruiz contienen una actitud frente al tiempo histórico y, con ello, el lector com-parte el intento de anular ausencias y distancias mediante la palabra.

También es importante señalar que en Cuestiones del decir ronda el interés del poeta de reducir distancias con el universo que le rodea; a fin de establecer una comunicación íntima, entrañable, y solidaria, la cual se demuestra en el poema El tiempo…: “El tiempo despierta el escozor / en las axilas del cos-mos / para ensimismarse en pensamientos / de lento transcurrir” (377). Bajo esta línea de interpretación, ya Carlos-Enrique Ruiz había expresado en uno

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de sus primeros poemas Mirada en azul esta ensoñación de perfil cósmico, que le permitía al poeta abandonar su soledad para asimismo ser observado por el cosmos: “Me llaman el soñador/ (…) que de puro ver paisaje/ la mar confundió mis ojos, / deteniendo la mirada/ en cuanto ser habita”. (25) Esto es precisamente lo que Gaston Bachelard -cuyas investigaciones resultan im-prescindibles en nuestra lectura- expresó con claridad esta actitud singular: Una ensoñación hablada transforma la soledad del soñador solitario en una compañía abierta a todos los seres del mundo. El soñador observa al mundo y he aquí que el mundo le observa.3 Naturalmente, y como era de esperar, Gaston Bachelard no es el único investigador francés que expresa dicha ex-periencia humana universalmente conocida. Marc Girard, algunos años más tarde, escribía acerca del agua en la Biblia unas líneas que apuntan en la mis-ma dirección: El aspecto vivo del agua lanza la imaginación a tratarla y a frecuentarla como un ser animado. El agua se lleva los secretos del soñador, el poeta le hace habla.4 Así́ pues, en Cuestiones del decir el poeta contempla el mundo transformado en ser animado y éste se hace notar: “Que diga el agua su penar” (49), o “El continuo sollozo de los árboles” (84); o “Las lluvias no cesan de expresar su lamento” (219). De hecho, este macroantropos, que es el cosmos, no es mudo, sino todo lo contrario, es un ser total, posee un cuerpo, una mirada, un soplo, o una voz.

En efecto, el arroyo, el río, la cascada, la lluvia tienen un habla que los seres humanos intentamos comprender naturalmente. Y es que, en definitiva, la contemplación de Carlos-Enrique Ruiz no se opone a la voluntad, sino que siguen otra rama de la voluntad, participa en la voluntad de belleza que es un elemento de la voluntad general. Sin duda, el agua no es nunca sólo pura con-templación a distancia; instaura siempre una relación empática con el obser-vador en general, y Carlos-Enrique Ruiz lo resume del siguiente modo: “La vida se arrima al arroyuelo/ y sus aguas cantan…” (109). Imágenes del mundo natural (agua, viento, luna, sol, arroyo y mar) que asimismo no desestiman las fuerzas impredecibles del cosmos: “Los ríos a su vez arrastran al final los lodos/que aguas arriba se forman por el deterioro mismo/ que circunda cada cauce/ sin el rótulo de las huellas que dejaron las arrasadoras/ avalanchas en señal del mortífero olvido”. (171).

3. Bachelard, Gaston, La poétique de la rêverie. París, P.U.F., 1960, 9a ed., p. 160.4. Girard, Marc, Les symboles dans la Bible. Essai de théologie biblique enracinée dans l’expérience

humaine universelle. París, Les éditions du Cerf, 1991. p.239

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El agua, inevitablemente, nos hace retroceder en el tiempo, nos conduce a un mundo lejano en el que los límites entre la realidad y el mito son bastante difusos. Resulta en ocasiones imposible hablar del agua sin referirse a la cul-tura clásica, sin adentrarse en un mundo insólito, mágico, poblado por imáge-nes irrepetibles, llenas de intensidad, que, unas veces, sirven de telón de fondo a los sueños de nuestros poetas, otras veces, como acabamos de observar en Cuestiones del decir, que cobran un significativo protagonismo. En la historia de la literatura, el río aparece como una metáfora de la vida humana, que nace en una fuente lejana, atraviesa los paisajes del mundo durante un periodo de tiempo determinado — siendo, también, representación de ese tiempo— y desemboca en la muerte, donde se extingue el ser individual. La primera ma-nifestación cuajada de esta concepción del río como flujo existencial, que ha condicionado su tratamiento por parte de casi toda la poesía de Occidente, la proporciona, como ya lo hemos anotado, Heráclito y su celebre aforismo todo fluye, que refleja la pluralidad móvil del mundo, esto es, de diversas maneras la inestabilidad de todo. Bajo esta sintética afirmación se esconde, no obstan-te, el germen de un complejo pensamiento existencial, que se ha proyectado a lo largo de los siglos.

Por otra parte, en Cuestiones del decir, hallamos paralelamente el asombro como consecuencia del estrago perpetrado por los humanos contra el medio ambiente. Esto se constata, por ejemplo, en los siguientes versos del poema Los Sauces: “Otra vez nuevos árboles intentaron el mismo/ cobijo/ y las pi-quetas demoledoras de la ciudad/ los echaron al suelo” (227).

La constatación de esta nueva realidad del deterioro ecológico lleva a Car-los-Enrique Ruiz a otorgar cada vez mayor importancia a la observación y al despiadado comportamiento del ser humano con todo lo que lo rodea y lo que toca. Hay un centelleo permanente en sus versos que delatan la destrucción de nuestro hábitat. Para Carlos-Enrique Ruiz el mundo ya no es el mismo; el sufrimiento ha cambiado de manera no sólo cuantitativa, sino también cuali-tativa. Hoy sufre también la tierra, y es capaz de conducirnos a la destrucción del mundo natural y a la abolición de la especie humana.

La perseverancia de Carlos-Enrique Ruiz por redimir la magnificencia de la naturaleza deja una huella indeleble en su obra poética. En el poema Los Sauces la voz poética vibra en contra de la indiferencia humana; puesto que, este árbol podría ser el símbolo de la inmortalidad y la resurrección. Es un árbol que se dobla, pero no se quiebra: renace. Vive del aire y de la luz, y

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también de las sílabas del lenguaje poético. Como es sabido, el sauce es el símbolo del agua y del aire, y su signo es lunar. Aparte, de que el tópico de la apatía humana se presente como una manifestación natural, el que se dobla sin quebrarse sobrevive porque le ha tocado calmar su fiebre y su desilusión ejemplificadas en los siguientes versos: “Los sauces dan cobijo en la calle/ para que los transeúntes sientan siquiera/ en ese momento/ que hay alguien en la naturaleza que les protege/ Los sauces llorones lamentan toda desmesura/ y le brindan a la Humanidad/ dosis exactas de aspirina” (227). Tal vez Car-los-Enrique Ruiz habrá pensado en el Arthur Rimbaud que dijo que llegará el tiempo en que habrá un lenguaje universal del alma. Una voz creada a través de la poesía, que realmente santifique el espacio cósmico, dándole cualidades de protector que es el sentir del propio autor.

Por otra parte, es interesante la alusión que se expresa en Cuestiones del decir sobre la calle, como símbolo variante de camino, símbolo constante para la travesía que es la vida. Y con la calle se menciona a su vez la sombra, efecto de la luz, que ha sido desde siempre considerada como figuración de emociones, en literatura y en la vida. Pero también la sombra simboliza al “otro” que cada cual lleva dentro de sí. Y en la distancia la sombra tanto de los seres humanos, como los árboles, o las cosas, más que resaltar sus perfiles, los borra y dan aspecto de seres irreales como se expresan en el poema Lejanía: “Se dilata la sombra al extinguirse la luz del sol/ en cada tarde-noche/ con un crecimiento a ritmo acelerado / hasta que todas las sombras se confunden/ con árboles montañas edificios transeúntes perros… / gentes masificadas en su tránsito por calles / bajo el desaliento de una nueva esperanza desfallecida” (248). Por lo tanto, se podrá asumir, que la calle es un ámbito interior de la ciudad; pero que es interior y también exterior, en donde lo dentro y lo de afuera se unen para contribuir a recordar una intimidad perdida en la sombra de la memoria, o como dijo Jorge Luis Borges: la calle es una herida abierta al cielo o tus estrellas albrician mi vagancia, pena tras pena - calle que dolorosamente como una herida te abres.5

Aunque la sombra no proporcione siempre beneficios para esclarecer el camino; en este mundo poético, para decirlo con palabras de Antonio Macha-do, el andar hace el camino: es el movimiento hacia algo, hacia lo descono-cido -algunas veces simbolizado por las sombras- lo que traza la dirección.

5. Borges Jorge Luis, “Fervor de Buenos Aires”, España: Emecé, 2007, p.p.77-81.

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El movimiento del ser humano en la vida y el modo cómo ocurre, se puede describir como vueltas, y revueltas, en una calle o en un camino. El viaje en el espacio -a lo largo de la calle- coincide, sean las que fueran las diferencias de paso y dirección, con el viaje en el tiempo, expresado en Cuestiones del decir por las alusiones a la luz, la sombra y la lejanía. Elementos que nos permiten percibir la luz física y la sombra de forma culturizada, metafísica, y poética que permanece indefinidamente como símbolos primordiales que iluminan un espacio y el alma del poeta.

Cuestiones del decir, “humaniza” con la dinámica del mirar hacia fuera para poder explicar el adentro. La reflexión sobre el tiempo, el espacio y la fragilidad humana toma tonos filosóficos y universales al cotejar metáforas que muestran el proceso en que esta obra desarrolla una imaginería mitifican-te como parte constitutiva de la figura del poeta, desnudando una infinitud de impresiones glorificadas de su firmamento interior. La postulación del sentido nuevo de la significación simbólica, en la poesía de Carlos-Enrique Ruiz, es el trabajo de todos los elementos que se entretejen en las relaciones semióticas de su discurso. Muy a la manera que Paul Ricoeur lo expondría, pudiéramos señalar que el movimiento del discurso poético de este poeta se nos revela como un hecho por el cual se abre una relación disímil al de la lengua co-mún, con los infinitos semánticos, no de referencia a ellos, pues su dispositivo significativo no es el signo, sino el atributo; por ello logramos decir que la disertación poética de Carlos-Enrique Ruiz, al descansar en el efecto estético y no en el designativo-cognoscitivo del discurso cotidiano de la lengua, pos-tula una nueva situación, nos obliga a ver de otra manera nuestro mundo, nos ofrece una configuración de sentido que lo enriquece y lo abre a dimensiones inusitadas para el sentido común y para el conformado en las constelaciones semánticas de la lengua.

A través de esta Cuestiones del decir descubrimos de igual forma una mi-rada cercana y un apego a la vida misma y a la realidad circundante. Cada verso genera al siguiente en los que se sintetiza de manera muy concreta esa confluencia que explota Carlos-Enrique Ruiz, y resume la problemática exis-tencial, mediante la exploración de sus propios sentimientos e impresiones: “Tan cruel la vida con almas desprotegidas/ bajo mentes negadas a la ternura/ a la solidaridad y por supuesto al amor / ¿Qué será del mundo? / ¿Qué será de las vidas?” (233). De esta forma, una de las motivaciones centrales a lo largo de estas composiciones líricas, es la constante preocupación por el rumbo que las personas se han marcado y, cómo las sociedades, problemáticas y contro-

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vertidas en una época caracterizada por el aparente progreso, ha imbuido al ser humano a una inseguridad acuciante. La suscitación sobre el sentido de la vida que Carlos-Enrique Ruiz nos propone, no se aleja del pensamiento que el colectivo ha generado, con lo que nos ofrece una obra imbricada en las diva-gaciones de la mente humana y, por consiguiente, nos plantea la meditación acerca de parámetros vitales para la realización personal y para la compren-sión de la existencia del ser humano.

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En medio del mastodóntico festejo, Un fósil pequeñín me guiñó el ojo. -Ánimo, triste mundo – chilló en seguida,Que la extinción es más bien divertida.

Ogden Nash, El Carnaval de los animales

Hace tiempos escuché a unos jóvenes decir que el planeta estaría mucho mejor si no hubiera humanos. Fumaban lo que fumaban, se toma-

ban su traguito, y lo decían tan frescos. Se imaginaban viendo algún día en un noticiero el desmoronamiento progresivo de nuestras huellas, tal como aparece en Nat Geo (¿o es en Discovery?) - “Cinco años sin humanos…

¿Y ahora qué?*

Gabriela-Mercedes Arciniegas

* “Querido Carlos-Enrique: Esto que te mando no es para publicar, sino para que se diviertan un poco. Es que en el taller de Cristina Maya –la Tertulia de La Soledad– al cual pertenezco, se sugirió que escribiéramos algo sobre la pandemia. Cristina escribió dos poemas bellísimos, que compartió en Facebook. Otros escribieron otras cositas, cada uno en su estilo, pero con la conciencia de que esto es serio. Yo resolví recurrir al humor negro, porque, si no nos reímos, nos suicida este sinvergüenza bicho peludo. Y como no he tenido la oportunidad de compartir mi profundísimo, filosofiquísimo y eruditísimo ensayo con nadie más, se los mando para que se rían./ Un abrazo,/ Gabriela-Mercedes (Bogotá, 18.VIII.2020)” [Gabrielita II, hija del Maestro D. Germán Ariniegas y de Sra. Gabriela Vieira (Gabriela I)]

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Diez años sin humanos… Veinte años sin humanos…” - y exclamando: “¡Uy, ¡qué chévere! ¡El mundo se quedó sin nosotros!”

Mentiras. Los mismos niños ahora tiemblan cuando ven en la pantalla ciu-dades donde se pasean descaradamente osos, monos, pavos reales… aquí mismo, en Chapinero Alto, zorros y zarigüeyas… La verdad es que somos una raza plañidera, quejumbrosa y apegada a su existencia.

Los dinosaurios no hicieron cara de nada cuando les cayó la pedrada celeste. Mírenlos en Discovery (¿o es en Nat Geo?). Sólo una carita de sor-presa y medio corren. Nunca, en ningún documental, se les ve una expresión de tragedia. Tengo una amonita del tamaño de una chirimoya cuñando la puerta. Está irremediablemente tiesa, lo mismo que todos los parientes, ami-gos y simples conocidos que tuvo en la Belle Époque del cretáceo. Y ella, ni se mosquea. En cambio, nosotros inventamos novelas, películas, series enteras para refregarnos la condición de especie amenazada. Nos vestimos de astronautas en nuestro propio planeta. Hablamos en tono lúgubre del “enemigo invisible”.

Pero es que ahí está el detalle (uno de ellos). ¡El intruso maligno que ahora se está metiendo con nosotros es chiquirriquitico! Es uno de los microbios más enanos que existen. ¿Por qué nos tiene que joder la vida este sute de la naturaleza? Estamos acostumbrados, desde la infancia - cuando nos desvela-ban con cuentos de hadas para que durmiéramos -, a que el chiquito siempre gana. Pero esto… Esto ya se pasa.

Algún sabio que no he podido encontrar ni en Firefox ni en Google dijo una vez que nunca se le debe declarar la guerra a un enemigo pequeño. Es obvio. Si lo derrotas, eres un salvaje sin alma. Si te derrota, eres un payaso. Y si no lo ves, ¿qué eres?

Cada uno de estos pequeños y monstruosos prodigios es una impecable ciudad amurallada, inexpugnable, perfecta. Ni el más bravo de los guerreros de antaño – ni siquiera Gengis Kan – tuvo jamás que arrasar un número tan in-finito y extraordinario de ciudades amuralladas por arriba, por debajo, por los lados… ¡y él las veía! Tan buenos asesinos que somos los seres humanos… ¡y aquí nos tienen!

Nos queda la ciencia. La ciencia es santidad, los científicos se unen, ol-vidando cualquier ambición mezquina, trabajan de luna a luna, comparten, edifican, destruyen, equilibran, como sólo ellos pueden hacerlo. Mientras es-

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peramos su épica victoria, sólo podemos agarrarnos de la palabra que rima con su sabiduría: resiliencia.

Es una palabra que antes poco se usaba, tal vez por lo aparatosa para pro-nunciar, pero no es nada mala, especialmente si se piensa que los ejemplos más perfectos de resiliencia que hay en el mundo son otros “patojitos” que parecen de cuento.

Johan August Ephraim Goeze, un zoólogo cuyo nombre es 23 veces más largo que cualquiera de ellos, los descubrió en el siglo dieciocho. Los llamó “osos de agua”. Con una lupa, se pueden ver en una gota de rocío, en el manto líquido de un copo de musgo. Los más grandes miden un milímetro. Ositos. A las hembras, las podríamos llamar Úrsula, como la Señora Buendía. Longevos como ella, tal vez un poco más. Han sobrevivido a cinco extinciones. No a seis, porque el planeta no ha tenido seis. Suben hasta la estratosfera con la humedad que se evapora, vuelven a caer con la lluvia y siguen caminando por el suelo mojado con pasitos de oso gordo y tranquilo. Si caen en mal sitio, se enrollan, se convierten en un grano duro y esperan. Su confinamiento es más largo que los nuestros. Pueden ser cuarenta siglos de cuarentena, pero ¿qué les importa? Al final, su entorno cambia, porque tiene que cambiar, entonces estiran sus gordas patitas terminadas en garra, se desenrollan, y otra vez a caminar, despacio, despacio, a ver qué afán tienen, ninguno.

Los han llevado al espacio. Si hay vida en el más allá sideral, es probable que tampoco sea muy corpulenta, y que se comunicará de preferencia con ellos:

-¿Cuál es la especie dominante en su planeta?

-Nosotros.

-¿Y los gigantes vestidos de blanco que los acompañan?

-Ellos son nuestros conductores y mecánicos.

Se presentan a los extraterrestres como una raza benévola con sus inferio-res, que les deja plena libertad, que no los importuna con su presencia y que respeta los derechos humanos.

El nombre oficial de estos plácidos viajeros es tardígrado. Me parecieron tan fascinantes, que los busqué en internet. ¡Cual no sería mi sorpresa al en-contrarme con anuncios de peluches rosados, cremas, azules y color de miel! Los japoneses han descubierto su encanto y los están comercializando en for-

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ma de muñecos felpudos, acariciables, con los que un niño pequeño puede acostarse a dormir y volar en sueños. Y soñar que sobrevive y sobrevive y sobrevive… No está mal. Tenían que ser los japoneses.

Tal vez, cuando termine esta pandemia, la criaturita –gigantesca, si la ve-mos en términos de tardígrado– llegue a nuestras jugueterías. Entonces pode-mos mirarla a los ojos -les pusieron dos pepitas negras que no tenía– y decirle, con un guiño de los nuestros, la palabra que ella ni siquiera sabe que existe. Una palabra lenta, lenta de pronunciar: resiliencia.

______________________“Muchas gracias, Carlos-Enrique, por compartir el texto de Gabriela Arciniegas. Lo

he entendido como una reflexión, para mí compleja y crítica, con notas de humor, para meterse con la tan desgastada “resiliencia”, ante eventos traumáticos -entre ellos la muerte. No sé si asocia resiliencia con la sorprendente capacidad adaptativa de los osos de agua, y si la actitud de los jóvenes divertidos que contemplan el mundo sin seres humanos es la del fósil de Ogden Nash. Quizás la crítica, y el humor se dirigen en el fondo a nuestra limitada capacidad de resiliencia -salvando a los japoneses- ante el poder de la negación, que nos puede llevar pronto a la extinción. Pero es muy probable que me haya extraviado por el camino.../ Abrazos con toda gratitud y afecto a ti y a Livia, en este domingo de verano./ Pilar González-Gómez” (Madrid, 23.VIII.2020)

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Los 100 años de Edgar Morin (por Nelson Vallejo-Gómez). “El día en que tu naciste, nacieron todas las flores”. Las festividades parisinas para festejar el centenario del maestro Morin con-cluyeron, después del Palacio de los Elíseos y la Alcaldía de París, como se debía, en los jardines del Despacho del Ministerio de Educación Nacional y Ju-ventud de Francia.

El Ministro recordó que el 8 de julio se festejaron 100 años de nacimiento de Morin y 400 de Jean de la Fontaine, quien decía que dentro de la Educación hay un tesoro guardado.

Evocando la guía que Morin elaboró para la UNESCO en 1999, “Los siete saberes necesarios para la educación del futuro”, Jean-Michel Blanquer dijo que ahí está el tesoro.

Al hacer su último discurso de las festi-vidades oficiales en París por su cente-nario, Morin precisó que ése tesoro está hecho de amor y poesía, sabiduría, com-prensión humana y ética de religazón:

Notas

responsabilidad, solidaridad, fraterni-dad y dignidad.

El maestro Morin acotó que el combate espiritual contra la crueldad, la indife-rencia y la corrupción pasa por la edu-cación de los niños a la complejidad individual, social y bio-humanológica.

Morin recordó que él viene de una fa-milia de emigrantes, judíos sefaradas exiliados en una ciudad cosmopólita (Tesalónica), dentro de un imperio ter-minal en Medio Oriente, a orillas de la mar Mediterráneo, pero que él nació en París y se adoptó francés, gracias a la Historia de Francia y gracias a Montaig-ne, La Fontaine, Blaise Pascal, Víctor Hugo, Rimbaud (del “Barco ebrio”), el cine... gracias en suma a la escuela repu-blicana y laica.

“Me hice una Patria a través de la Es-cuela pública”.

Con cien años y de pié en los jardines bicentenarios del Ministerio, detrás del despacho del Ministro de Educación y Juventud de Francia, al lado de la ofi-

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cina donde ejerció como asesor del Mi-nistro, Guy de Maupassant, en el siglo XIX, Morin levantó el puño y concluyó su discurso, enérgicamente, diciendo: “¡Es aquí donde empieza el futuro, es aquí donde se debe enseñar la comple-jidad, las cegueras del conocimiento, la comprensión humana y la identidad te-rrenal!”.

Su esposa, Sabah Abouessalam, nos regocijó con una mano a mano espec-tacular de Mariachis y de música de Marruecos, como testimonio de religa-zón cultural propia a un humanista pla-netaria.

Gracias en ramillete florecido de agra-decimientos por siempre, eternamente Morin.

El testimonio de Laura ADLER sobre la vida y obra de Edgar MORIN, en este 8 de julio de 2021, fue muy emotivo:

′′ Primero la madre, tu madre que te dio la vida y que arriesgó la suya para dar-te esa vida (...) Todavía escribes sobre tu madre para que ella esté en el mismo mundo Solo tú (...)

′′La erosión de la amistad, que es el abandono de cualquier narcisismo como un método de aclaración del mundo y de la vida (...)

′′Escribiste un libro hermoso, AUTO-CRITICO (1957), que debería ser el vademécum de todo nuestro mundo intelectual (y yo diría político) para au-to-criticarse, abandonar las posturas e ir en el camino (... )′′

Aplausos a granel por el centenario de Edgar Morin, en el Palacio de los Elí-seos, 8 de julio de 2021. “En nombre

de la República francesa, os declaro reconocimiento y amistad. ¡Feliz cum-pleaños!”, dijo el Presidente Emmanuel Macron al humanista planetario Edgar Morin. “Usted es un apóstol de la Gaya Ciencia -sabiduría sin sequía, un ser-si-glo, un ciudadano-mundo que ha vivi-do su pensamiento y pensado su vida; en nombre de la República francesa le expresamos reconocimiento y amis-tad”, dijo el Presidente de Francia, Em-manuel Macron, a Edgar Morin, durante el discurso de homenaje que ofreció con motivo del cumpleaños centenario del filósofo, en el Palacio de los Elíseos.

Ahí, testigos encarnados y presentes, cien personas reunidas en la Sala Fes-tiva de la Casa Presidencial francesa, entre las cuales vi yo al ministro de Educación Nacional de Francia y ami-go de Morin, Jean-Michel Blanquer, el exministro de Cultura y de Educación, Jack Lang… Y personalidades del mun-do cultural y académico, tales como Laura Adler, Alain Touraine, Catherine Bréchignac, Jordi Savall…

El Presidente Macron precisó lo que en-tendía por “apóstol de la gaya ciencia”: amar comer, amar beber, amar bailar, amar cantar, amar sonreír hasta en la ad-versidad, amar la autocrítica y no expre-sar en su vida ni en su obra resentimien-to, ni cinismo y yo diría, ni nihilismo. En suma, amar, amar, amar; la lección de vivencia y pensamiento moriniano es un método de re-ligazón de amor, poe-sía y sabiduría.

Emmanuel Macron destaca que lo más sorprendente de la obra o la cara de Ed-gar Morin es que no hay rastro de re-sentimiento ni amargura ni nihilismo y

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que hace un siglo que hizo resplandecer a todo el mundo. Felicidad, orgullo e inmensa responsabilidad de tener un án-gel de la guarda, un padre espiritual en el corazón de la mirada para combatir la crueldad y la indiferencia, desde finales del siglo pasado. Gracias Edgar Morin.

¡Felíz cumpleaños! Hoy, un 8 de ju-lio, es el día más felíz en la Casa de los Nahum, en París, por el distrito Nueve. Una Rosa para Doña Luna... Salud, Ale-gría y Acqua Vita para su hijo, mí maes-tro bien amado, que hoy cumple 100 años! Y sigue con el ojo espiritual tan alerta como el Gran Condor-Chamán de los AlpAndes que lo habita.

Su pensar, jóven y vital, alegre y rege-nerador, nos ayuda a combatir los mons-truos que genera el dogmatismo, el re-duccionismo, el estigmatismo, el odio y la venganza, la crueldad y nuestra ínti-ma barbarie.

Centenario de felicitaciones de 100 per-sonas de más de 28 países religadas a Multiversidad Mundo Real Edgar Mo-rin que de manera simbólica unen sus voces en un solo mensaje de paz, amor, fraternidad, solidaridad y alegría para felicitar al padre del Pensamiento Com-plejo - Edgar Morin por sus 100 años de vida y obra monumental. ¡Vida eterna, gran maestro de generaciones!

Centenario del Decano de Vigías Es-pírituales Francés y Planetarias. Edgar MORIN siempre estuvo orgulloso como un niño feliz, cuando veía uno de sus artículos publicados en @lemondefr. Incluso en vísperas de su centenario, tuvo que precipitarse en el vendedor de los periódicos, el corazón en chamade,

como quién tendría una cita de amor. La vida.

¡Ad Augusta per Angusta!

Palabras de la pianista Teresita Gó-mez, al ser galardonada (Teatro Co-lón, Bogotá; 26.VII.2021). Quiero de-dicarle estas palabras a mi madre quien me dio su color./ No deja de sorprender-me que en pleno siglo XXI hablemos de raza, que en pleno siglo XXI tengamos que usar eufemismos como afrodescen-diente para decir simplemente negro. Sí, somos negros a mucho honor y con mucho orgullo. Pero ese orgullo y ese honor lo hemos tenido que ganar con una gran cuota de sufrimiento. He sido privilegiada por la vida pues al haber es-tado rodeada de seres que sin ser negros, aportaron a mi vida y se me abrieron muchas puertas. Claro que tambien se cerraron otras, pero al hacer el balance, me siento agradecida.

No ha pasado lo mismo con muchos de nuestos hermanos quienes han sido víc-timas de un racismo soterrador a veces, abiertamente otras. La historia ha sido larga y cruel con nuestra gente. Por eso es necesario, hoy más que nunca, que nos unamos y alcemos nuestras voces de las miles de maneras que sabemos hacerlo: a través de la música, la dan-za, la escritura, la oralidad, la pintura, el teatro, los ritmos ancestrales, la caden-cia melancólica y triste con ecos de la diáspora, o mejor, de las múltiples diás-poras que hemos tenido que enfrentar. Éxodos, desplazamientos, desaparicio-nes,… palabras todas que quisiéramos borrar de nuestro vocabulario y cam-

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biarlas por fuerza, unión, oportunidades para todos, vida digna y plena. Me uno a las palabras de la gran Nina Simone: ”Te digo lo que es la libertad para mi: no tener miedo”. / Muchas gracias.

Mamá Emma; por Gabriela Arciniegas [Gabriela S. Arciniegas; Gabriela III; nieta del maestro Germán Arciniegas, hija de Aurora].Conocí a Emma Reyes cuando vino a Bogotá en 1982 para una exposición. Era la época a mi juicio más hermosa de su carrera. Había traído una serie de verduras, frutas y flores gigan-tescas llenas de color en pinturas de gran formato. Para ella debió haber sido un acontecimiento: hacía muchos años que no iba a Colombia. Se había ofreci-do a pintar un barco a cambio de viajar a Europa hacía unos cuarenta años y de ahí no había regresado a nuestro con-tinente sino en contados viajes cortos. Había dejado un pasado amargo, una infancia de miseria, un hijo muerto en la selva, una hermana cuya alma había sido templada en otras aguas.

La conocí en 1982, cuanto yo tenía unos 6 años y ella unos 60, y nunca volví a verla en persona, pero su espíritu, sus cartas, sus llamadas desde Francia y las anécdotas que se contaban durante la sobremesa en casa de mis abuelos, la hacían un miembro más de la familia.

Alguna vez mi tía materna me confesó que Emma había sido como su madre. Mi abuela fue engendrada en una fami-lia de arrieros paisas que perdieron todo por el vicio del padre por las apuestas; luego el padre murió y la madre se fue consumiendo lentamente a causa de la

artritis. Mi abuela era una mujer de una belleza cegadora pero con un tempera-mento endemoniado. Nacida en 1903, freudianamente podría haberse llamado una mujer histérica. Llena de aprehen-siones, presa de ataques de pánico a la vez que caprichosa, intransigente y ade-más, muy temerosa de Dios —énfasis en “temerosa”—, ella misma aceptaba que no había querido tener hijos. No le gustaban los niños. Por su tempera-mento nervioso, la sacaban de quicio. Mi abuela vivía siempre al borde del precipicio. Por eso, mi madre y mi tía se criaron entre los pellizcos de monjas gringas y europeas y... Emma.

La pintora de los laberintos y de las máscaras, de las flores murales hechas con minuciosos tejidos de témpera con marcador, la mujer que se había ganado la vida como niñera de momias nobles y como chofera de limosinas, que se había vuelto la protectora de artistas jóvenes colombianos como Botero, Morales y Teyé en Francia, había dejado la adus-ta y primaria educación conventual que había recibido, y el mundo, un gran tea-tro de lo absurdo como se había abierto para ella, la había moldeado en la músi-ca experimental, en el arte conceptual, el surrealismo, en encuentros con escri-tores de todo el mundo, en el contras-te entre ser una socialite y conocer las luchas sociales de los intelectuales lati-noamericanos exiliados en Europa.

Emma sacaba a mi mamá y a mi tía, de una casa de un escritor callado y una beata, al cine escandaloso de Fellini y Antonioni, al teatro denso de Ionescu. Improvisaba con ellas sesiones de gra-bación de música casera al modo de los

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dadaístas y los precursores del rock in-dustrial. Les hablaba de Frida Kahlo, de los muralistas, de Buñuel. Y les ponía el dedo sobre la boca antes de mandarlas de nuevo a la casa, como el Arcángel Gabriel, para que no le contaran nada a su madre, sobre las aberraciones paga-nas de que habían sido testigos.

Donde mi abuela se escandalizaba, don-de el consejo de una madre típica co-lombiana de principios de siglo era re-zar por todo y pedir perdón por respirar y por tener un cuerpo, ahí estaba Emma, caminando con el siglo, abrazando la sensualidad, Emma, quien después de haber jugado con basura en vez de mu-ñecas y haber cruzado el Atlántico con unas monedas en el bolsillo, la única cosa que se tomaba en serio era su arte.

Con su pelo larguísimo, sus ojos gran-des y curiosos, su inmarcesible acento paisa, su —cultivada— mala ortografía, su florido frañol (¿o espancés?), la pe-renne nostalgia que debía sentir por la exhuberancia del trópico y que quedaba inevitablemente impresa en su pintura, agregaban una nota de refinada frescu-ra en las vidas de dos niñas que de otro modo hubieran tenido las vidas de dos monjas de clausura del siglo XVIII.

Mis abuelos, que Quemuenchatocha los tenga en su gloria, debido a la reticen-cia de mi abuela frente a la maternidad, se casaron a los veinte años como todos entonces, pero no fueron padres sino hasta los treinta. Y en 1930, un colom-biano promedio de esa edad ya estaba casi lanzándose de candidato para ser abuelo. Emma, hay que decirlo, no era más joven que mis abuelos. Sería a lo sumo unos diez años menor. Como sus

orígenes para ella misma eran tan nebu-losos, su fecha exacta de nacimiento es un misterio. Cuando murió a comienzos de los 2000 tendría unos ochenta años. Sin embargo, tuvo que haber vivido la revolución de mayo del ‘68 con toda la fuerza y la vitalidad de su eterna juven-tud interior.

Emma tenía una forma peculiar de ver la vida. Se había levantado literalmen-te de la nada. La forma como habla, en Memoria por correspondencia, de esa “señora María” que no es otra que su madre biológica, una prostituta sin ningún instinto maternal y con toda la pulsión vital atada al eros. El destino que siguió el anónimo bebé, que no era otro que su hermanito, podría haber sido el de ella. Su sobrevivencia sólo puede entenderse como una terquedad del ADN, de esa misma pulsión vital de su madre, pasada a ella por los miste-rios del ADN, canalizada y transmutada gracias a las monjas en un cariño por el bordado y madurado en el alambique de esa alma obstinada hasta materializarse en un amor por la habilidad salvadora del arte. Quizá por eso atraía las situa-ciones más absurdas a su cotidianidad. La más absurda de todas fue morir sien-do una desconocida en Colombia, ser rechazada su historia por varios edito-riales mientras vivía, ser publicada de forma póstuma y cobrar la fama que tie-ne hoy cuando ya no puede disfrutarla, cuando no podemos interpelarla sobre las inquietudes que nos quedan. Más irónico es que los artistas a quienes ella ayudó a ubicarse en Europa, a hacer contactos con galerías, con art dealers, a ganar la fama que tienen hoy jamás hablaron de ella.

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Lo que más lamento es haberla conoci-do a través de terceros. Haber sido tan joven cuando ella murió. En el puñado de veces que me pasaron el teléfono para hablar con ella, había tantas cosas que me hubiera gustado preguntarle, y sólo permanecíamos en silencio, de lado a lado del Atlántico. Bueno, no todo era silencio, seguro. Quizá me hizo pregun-tas tontas de cómo estás, cómo va el es-tudio y qué has hecho, y luego quizá me diría algo de su salud ya tan quebrada, pero no recuerdo eso. Me quedo con ese silencio tenso, expectante y a la vez tan lleno de sapiencia.

Seguro gran parte de la sustancia que soy yo viene de ella. Muchos de los consejos que a mí misma me daban en casa, partían con un: “Emma decía...”, o un: “una vez con Emma...”. Seguramen-te debo mi propia vida a sus palabras, a su consejo, y no exagero. Fui gestada en un entorno hostil, pero imagino a Emma poniendo el tono de sensatez en la situa-ción, equilibrando las cargas, llamando al orden.

Si yo tuviera la oportunidad de hablar con ella ahora, siendo las dos adultas y hablando el mismo idioma, mi torpeza social seguro haría que se repitiera ese silencio, esa incapacidad. Pero si pu-diera hablarle, le agradecería por haber entrado en nuestras vidas. Era bonito pensarla como una tía, como una tía que no solucionaba todo biblia en mano, que antes de juzgar, sondeaba, nadaba en nuestras almas y comprendía, ante todo comprendía.

Los objetos que tengo de ella, un paja-rito de cristal que me dio en esa visita en 1982 (un regalo muy adulto para

una niña pequeña, pensarían algunos, pero yo siempre fui una enamorada de los prismas y de los colores de la luz), un cuadro diminuto que me envió por correo, sin conocerme ella y sin conocerme yo aún (en colores café y amarillo que nunca me gustaron, pero ahora pienso que era un mensaje cifra-do y que quería decirme que yo, como ella, debía ser una luchadora), la copia de una foto que le mandé a los 16 años con el acuso recibo de un cuadro que nos mandó (es tanta la gratitud que le tengo, que habiendo conversado con ella tan poco, me di el lujo de salir en la foto haciendo un bizco y sacando la lengua), las cartas que le mandó a mi madre con su escritura tan distintiva y sus historias, que incluso siendo de do-lor, de operaciones, de médicos al final de su vida, eran tan graciosas, y un pu-ñado de sus máscaras, me los he traído hasta Chile. Y el más preciado de todos: un estudio fotográfico que le hizo a mi madre de joven cuando ella vivía en Pa-rís. Cuando veo esas fotos, me hablan de una niña que aún no sabía del dolor, pero más aún, la pose, el ángulo, el jue-go de luces y sombras, deconstruyen las dimensiones de la realidad de los obje-tos y los seres y la vuelven una compo-sición abstracta de líneas, curvas, textu-ras y tonos de gris.

Complemento de Gabriela-Mercedes Arciniegas [Gabriela II; hija del maes-tro Germán Arciniegas]. Bello el artí-culo anterior; eres una gran escritora. Desgraciadamente, las historias de familia se van diluyendo, convirtien-do en leyenda. En literatura. Por eso,

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lo que voy a decir no es para dañar el texto, pero no puedo callar. Emma fue supremamente importante en mi vida. Ahora pienso que ni siquiera fue como una mamá -uno a los padres, por más que los adore, les hace muy pocas confi-dencias-. Tal vez fue como una tía o una hermana preferida. Sí nos llevaba a mi hermana Aurora y a mí a ver películas de vanguardia, que después callábamos. Ionesco lo vimos en familia. Tampoco eran tan atrasaditos mis padres, eran intelectuales. Mi mamá era muy tierna, pero hipersensible. Con el tiempo fue volviéndose más irascible. Lo sabía, y siempre pedía perdón. Sufría de fuertes ataques de ansiedad, una herencia ma-terna, que yo llamo “el miedito”. Hacía esculturas preciosas, amaba la poesía y la música, y hubiera sido feliz dedicán-dose al arte y a recorrer mundo con una mochila. No le tocó eso. Su familia no fue de arrieros, fue de tumbaselvas. Los

Llano abrieron medio Cauca. Luego los hombres se jugaron las fincas en París, aunque no alcanzaron a arruinarse, sólo a no ser latifundistas. Mi abuelo Valen-tín Vieira era conservador y organizado. Mi abuelita Gabriela Llano tocaba pia-no y cantaba ópera, hasta que una artri-tis dolorosa acabó con todo eso. Murió cuando yo nací. Yo nací en medio de la tristeza, pero fui amada. Mi mamá fue una mujer valiente, que se sobrepuso a su carácter depresivo y estuvo siempre “al pie del cañón” apoyando a mi papá. Lo convenció de que no se metiera en la política, sino que se dedicara a escribir, que él era escritor por encima de todo. Sí, ella lloraba mucho. Y quejaba. Pero seguía adelante. En este momento, yo la admiro. Las vidas de los demás son de-masiado complejas. Creo que nunca en la vida nos vamos a comprender unos a otros. Querernos, sí, pero comprender-nos, jamás.

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Patronato histórico de la Revista. Alfonso Carvajal-Escobar (א), Marta Traba Jorge Ramírez-Giraldo ,(א) Bernardo Trejos-Arcila ,(א) .José-Félix Patiño R ,(א) ,.José-Fernando Isaza D ,(א) Valentina Marulanda ,(א) Luciano Mora-Osejo ,(א)Rubén Sierra-Mejía (א), Jesús Mejía-Ossa (א), Guillermo Botero-Gutiérrez (א), Mirta Negreira-Lucas (א), Bernardo Ramírez (א), Livia González, Matilde Espi-nosa (א), Maruja Vieira, Hugo Marulanda-López (א), Antonio Gallego-Uribe (א), Santiago Moreno G., Rafael Gutiérrez-Girardot (א), Ángela-María Botero, Eduar-do López-Villegas, León Duque-Orrego, Pilar González-Gómez, Graciela Matu-ro, Rodrigo Ramírez-Cardona (א), Norma Velásquez-Garcés (א), Luis-Eduardo Mora O. (א), Carmenza Isaza D., Antanas Mockus S., Darío Valencia-Restrepo, Guillermo Páramo-Rocha, Moisés Wasserman L., Carlos Gaviria-Díaz (א), Hum-berto Mora O. (א), Adela Londoño-Carvajal, Fernando Mejía-Fernández, Álvaro Gutiérrez A., Juan-Luis Mejía A., Marta-Elena Bravo de H., Ninfa Muñoz R., Amanda García M., Martha-Lucía Londoño de Maldonado, Jorge-Eduardo Sala-zar T., Jaime Pinzón A., Luz-Marina Amézquita, Guillermo Rendón G., Anielka Gelemur-Rendón (א), Mario Spaggiari-Jaramillo (א), Jorge-Eduardo Hurtado G., Heriberto Santacruz-Ibarra, Mónica Jaramillo, Fabio Rincón C., Gonzalo Du-que-Escobar, Alberto Marulanda L., Daniel-Alberto Arias T., José-Oscar Jarami-llo J., Jorge Maldonado (א), Maria-Leonor Villada S. (א), Maria-Elena Villegas L., Constanza Montoya R., Elsie Duque de Ramírez, Rafael Zambrano, José-Gre-gorio Rodríguez, Martha-Helena Barco V., Jesús Gómez L., Pedro Zapata P., Án-gela García M., David Puerta Z., Ignacio Ramírez (א), Georges Lomné, Nelson Vallejo-Gómez, Antonio García-Lozada, María-Dolores Jaramillo, Albio Martí-nez-Simanca, Farid Numa-Hernández, Jorge Consuegra-Afanador (א), Consuelo Triviño-Anzola, Alba-Inés Arias F., Alejandro Dávila A.

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ColaboradoresPilar González-Gómez. Pintora/Dibujante y Psicóloga Clínica colombo-españo-la. Ilustradora tradicional de la Revista Aleph.

Fernando Cruz-Kronfly. Profesor Titular de la Universidad del Valle, de la cual es Doctor h.c. en Literatura. Escritor en los géneros de ensayo, narrativa, poesía. Sus obras más recientes: La vida secreta de los perros infieles (novela, 2011), La última noche de Antonio Ricaurte (Cuentos, 1997), La derrota de la luz (Ensayos, 2007), Abismo de origen (Poesía, 2020).

Darío Valencia-Restrepo. Profesor Titular, Emérito, Honorario, Doctor h.c. de la Universidad Nacional de Colombia. Miembro Honorario de la Academia Co-lombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Investigador/Escritor. Sus obras más recientes: Viaje del tiempo (Tres volúmenes; 2004, 2020); Comenta-rios sobre la vida y obra de Johann Sebastian Bach (2021).

Jaime-Eduardo Jaramillo J. Profesor Titular e Investigador de la Universidad Nacional de Colombia. Ensayista, de amplia y calificada producción. Entre sus libros están: Cultura, identidades y saberes fronterizos (2005); Universidad, po-lítica y cultura: la rectoría de Gerardo Molina en la Universidad Nacional de Colombia 1944-1948 (2007); Estudiar y hacer Sociología en Colombia (2017)

Gonzalo Cataño. Sociólogo de la Universidad Nacional de Colombia, Ph.D. en Sociología del Derecho. Profesor-investigador de la Universidad Externado de Colombia. Ensayista.

Leonor Gómez. Profesora de la facultad de Educación de la Universidad Peda-gógica de Colombia.

Juan Riochí Siafá. Escritor e investigador, Hempstead (Reino Unido). Sus obras más recientes: Nuevas voces de la literatura de Guinea Ecuatorial. Antología 2008-2018 (Diwan Mayrit, 2019); La historia de Guinea Ecuatorial a través de sus protagonistas (Diwan Mayrit, 2020).

Jaime García-Maffla. Formado en Filosofía y Letras de la Universidad de los Andes, con Maestría en Literatura de la Universidad Javeriana, en la cual se ha desempeñado como profesor. Ensayista y poeta.

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Antonio García-Lozada. PhD. Professor of Spanish. World Languages, Litera-tures, and Cultures Department. Central Connecticut State University. USA

Gabriela-Mercedes Arciniegas. Escritora en narrativa y poesía. Su obra más reciente: “La armónica de cristal” (Ed. Planeta, Bogotá 2021). Hija del maestro D. Germán Arciniegas.

Teresita Gómez. Pianista de notable trayectoria en Colombia. Concertista. Pro-fesora en la Universidad de Antioquia y fue, de igual modo, docente de piano en la Escuela de Música de la Universidad de Caldas. Ha recibido múltiples honores por sus destacados desempeños.

Gabriela Arciniegas. Escritora, nieta del maestro D. Germán Arciniegas.

Nelson Vallejo-Gómez. Intelectual-escritor colombo-francés, residente en París donde desempeña el cargo: “Inspecteur général de l’éducation, du sport et de la recherche. Collège métier en majeure: Etablissements, Territoires, Politiques éducatives Collège métier en mineure: Enseignement supérieur, Recherche, In-novation.” Ensayista, singular especialista en la obra de Edgar Morin, de quien es su discípulo más aventajado.

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Pilar González-Gómez

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Revista Aleph No. 198. ¡Año LV! (Julio/Septiembre 2021)

Los alcatraces /poema en manuscrito autógrafo//Fernando Cruz-Kronfly/

Gerardo Molina. Humanismo y magisterio de la Política/Darío Valencia-Restrepo/

Gerardo Molina, intelectual público/Jaime-Eduardo Jaramillo J./

Lecciones de Orlando Fals-Borda (Entrevista)/Gonzalo Cataño & Leonor Gómez/

Guinea Ecuatorial y la literatura hispanoafricana/Juan Riochí Siafá/

Lejos del puerto (poema)/Jaime García-Maffla/

Compromiso humano en la poesía de Carlos-Enrique Ruiz/Antonio García-Lozada/

¿Y ahora qué?/Gabriela-Mercedes Arciniegas/

N O T A SLos 100 años de Edgar Morin (por Nelson Vallejo-Gómez)/

Palabras al recibir galardón (por Teresita Gómez)/ Mamá Emma (por Gabriela Arciniegas & Gabriela-Mercedes

Arciniegas)/

Patronato histórico de la Revista

Colaboradores