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REVISTA EUROPEA NÚM. 302. 7 DE DICIEMBRE DE 1879. AÑO VI. BASES CIENTÍFICAS PARA LA EDUCACIÓN FÍSICA, INTELECTUAL Y SENTIMENTAL DE LOS NIÑOS. EL MANÁ INFANTIL. ¿Quién no ha bebido con deleite inexplica- ble el líquido blanco, suave, azucarado, nu- tritivo, que se llama leche, ese alimento tan completo, que da la vida al niño y al anciano, que atempera todo estómago débil, y consti- tuye la sabrosa ambrosía que hemos llama- do maná infantil? Agua, manteca, caseína, albúmina, lacti- na, sales y aromas diferentes: hé aquí la composición de la leche, según los químicos; si la examinamos con el maravilloso ins- trumento llamado microscopio, veremos los glóbulos lácteos, gotas de grasa que parecen moneditas recien acuñadas por lo relucien- tes, que destacan y se diferencian de los gló- bulos del calostro, de los purulentos, de cuan- tas sustancias se mezclan indebidamente con la preciada emulsión. Han dicho algunos fisiólogos que la leche deriva de la sangre, y tiene grandes analogías con la composición de ésta; para hacer más comprensible seme- jante idea, podríamos decir que aquel líquido es la representación clara y elocuente del es- tado de mayor ó menor riqueza de la econo- mía, y que así como bastará para conocer aproximadamente la importancia del capital de un banquero echar una ojeada por su caja en dia de pago, así también nada hay que re- vele mejor el estado de prosperidad orgánica de una mujer como el examen de los pechos, en este caso sacos de fondos (y perdónenme la comparación), los cuales permitirán el pa- so de los centenes y de las monedas sonoras y vibrantes. Entonces se verá si hay sobra de calderilla y falta de plata, y aun si ésta es falsa en su mayor parte. De todos modos, para completar la idea fa- vorable que deseamos tener de la casa de co- mercio, habremos de examinar su crédito, anotar el resultado dé sus negociaciones, ha- TOMO XIV. ciendo el balance de vez en cuándo, es decir, dejando ya el ejemplo, observar al niño, ver si prospera, si se nutre, para lo cual, no sólo nos contentaremos con la observación, sino que convertiremos en números el acrecen- tamiento de su cuerpo, acudiendo á la balan- za, como veremos después, la cual no puede engañarnos. La vaca, la cabra, la perra, y hasta la hembra del más grave de los solípedos, han sido ordeñadas en beneficio del niño. Desde Rómulo y Remo, que recibieron el precioso alimento de una loba, hasta el huer- fanito que debe la vida á una cabra, media un mundo de niños criados de distinto modo. Todas las aplicaciones que se han hecho de las hembras citadas, dependen de la ana- logía que tiene su leche con la de la mujer, lo cual puede .perfectamente comprobarse examinando los trabajos analíticos de los químicos. La leche de perra ha sido empleada como remedio terapéutico de gran importancia para todas las enfermedades en que es nece- sario reconstituir las fuerzas del niño y pro- porcionarle las sales calcáreas que abundan tanto en aquel líquido. Los experimentos lle- vados á cabo por profesores españoles (1) nos permiten colocar en primer término esta leche para los niños raquíticos. PcJfcas serán las madres que admitan sin protesta semejante alimentación para suhijo, considerándola quizá demasiado humilde, quién sabe si repugnante. Piensen que mayor repugnancia inspiran las pobres criaturas de cuerpo contrahecho y plagado de dolorosas ulceraciones, que han de arrastrar una vida llena de achaques y penalidades innúmeras. Nada hay humilde en la naturaleza cuan- do se trata de la salud; nada repugna cuando se estudia la vida. Si por la inteligencia y el trabajo el hombre se dignifica y se eleva pro- gresivamente sobre los demás sores que constituyen la escala zoológica, piense que éstos son sus compañeros de organización, y que tan bello es el espectáculo de la circu- lación de la sangre en la rana, como en el (1) Dr. Castro. —«La leche da perra».—Analeí de la Sociedad Ginecológica Española. 87

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REVISTA EUROPEANÚM. 302. 7 DE DICIEMBRE DE 1879. AÑO VI.

BASES CIENTÍFICASPARA LA EDUCACIÓN FÍSICA, INTELECTUAL

Y SENTIMENTAL DE LOS NIÑOS.

EL MANÁ INFANTIL.

¿Quién no ha bebido con deleite inexplica-ble el líquido blanco, suave, azucarado, nu-tritivo, que se llama leche, ese alimento tancompleto, que da la vida al niño y al anciano,que atempera todo estómago débil, y consti-tuye la sabrosa ambrosía que hemos llama-do maná infantil?

Agua, manteca, caseína, albúmina, lacti-na, sales y aromas diferentes: hé aquí lacomposición de la leche, según los químicos;si la examinamos con el maravilloso ins-trumento llamado microscopio, veremos losglóbulos lácteos, gotas de grasa que parecenmoneditas recien acuñadas por lo relucien-tes, que destacan y se diferencian de los gló-bulos del calostro, de los purulentos, de cuan-tas sustancias se mezclan indebidamentecon la preciada emulsión. Han dicho algunosfisiólogos que la leche deriva de la sangre,y tiene grandes analogías con la composiciónde ésta; para hacer más comprensible seme-jante idea, podríamos decir que aquel líquidoes la representación clara y elocuente del es-tado de mayor ó menor riqueza de la econo-mía, y que así como bastará para conoceraproximadamente la importancia del capitalde un banquero echar una ojeada por su cajaen dia de pago, así también nada hay que re-vele mejor el estado de prosperidad orgánicade una mujer como el examen de los pechos,en este caso sacos de fondos (y perdónenmela comparación), los cuales permitirán el pa-so de los centenes y de las monedas sonorasy vibrantes. Entonces se verá si hay sobrade calderilla y falta de plata, y aun si ésta esfalsa en su mayor parte.

De todos modos, para completar la idea fa-vorable que deseamos tener de la casa de co-mercio, habremos de examinar su crédito,anotar el resultado dé sus negociaciones, ha-

TOMO XIV.

ciendo el balance de vez en cuándo, es decir,dejando ya el ejemplo, observar al niño, versi prospera, si se nutre, para lo cual, no sólonos contentaremos con la observación, sinoque convertiremos en números el acrecen-tamiento de su cuerpo, acudiendo á la balan-za, como veremos después, la cual no puedeengañarnos.

La vaca, la cabra, la perra, y hasta lahembra del más grave de los solípedos, hansido ordeñadas en beneficio del niño.

Desde Rómulo y Remo, que recibieron elprecioso alimento de una loba, hasta el huer-fanito que debe la vida á una cabra, mediaun mundo de niños criados de distinto modo.

Todas las aplicaciones que se han hechode las hembras citadas, dependen de la ana-logía que tiene su leche con la de la mujer,lo cual puede .perfectamente comprobarseexaminando los trabajos analíticos de losquímicos.

La leche de perra ha sido empleada comoremedio terapéutico de gran importanciapara todas las enfermedades en que es nece-sario reconstituir las fuerzas del niño y pro-porcionarle las sales calcáreas que abundantanto en aquel líquido. Los experimentos lle-vados á cabo por profesores españoles (1)nos permiten colocar en primer término estaleche para los niños raquíticos.

PcJfcas serán las madres que admitan sinprotesta semejante alimentación para suhijo,considerándola quizá demasiado humilde,quién sabe si repugnante. Piensen que mayorrepugnancia inspiran las pobres criaturas decuerpo contrahecho y plagado de dolorosasulceraciones, que han de arrastrar una vidallena de achaques y penalidades innúmeras.

Nada hay humilde en la naturaleza cuan-do se trata de la salud; nada repugna cuandose estudia la vida. Si por la inteligencia y eltrabajo el hombre se dignifica y se eleva pro-gresivamente sobre los demás sores queconstituyen la escala zoológica, piense queéstos son sus compañeros de organización,y que tan bello es el espectáculo de la circu-lación de la sangre en la rana, como en el

(1) Dr. Castro. —«La leche da perra».— Analeí de laSociedad Ginecológica Española.

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hombre; tan admirable la disposición de lascélulas del rnás insignificante insecto, comolas del dignatario más eminente.

No debe olvidarse tampoco que la alimen-tación de la nodriza tiene una influencia di-recta en el reciennacido, y que las emocio-nes morales se reflejan también en el mismonotablemente; por lo tanto, preciso será nohaga ningún exceso la encargada de criar alniño. Este es quien revela si le conviene laleche que se le da, mejor que cuantos ensa-yos se lleven á cabo.

Asimismo, las mujeres nerviosas debeneludir todo motivo de disgusto que pueda te-ner tanta trascendencia. Por mi parte, heconocido niños que han padecido mucho delsistema nervioso, á causa de los trastornosmorales experimentados por la madre du-rante el embarazo y la lactancia. Eran, pues,muy fundadas las antiguas prescripciones,que castigaban á quien no respetara la nodriza, esa majestad de la cuna, como diceVíctor Hugo, en el cumplimiento de su sa-grada é importantísima función. La higienede la nodriza debe ser rigurosa bajo todospuntos de vista.

La lactancia reclama por su especial in-terés párrafo aparte, sobre todo desde quese ha pronunciado la memorable frase «.tole-rar el biberón es absolver el infanticidio» (1), ydesde que la moda ú otras causas peores aúnhan generalizado la lactancia mercenaria,tan perjudicial en muchas ocasiones.

Es, pues, necesario, mejor dicho urgente,ver qué hay de verdad en la cuestión, puesde algún modo se ha de remediar la agalaxia<j la galactorrea que imposibilitan á una ma-dre la crianza de su hijo.

Y que debe criarlo es indudable. Se lo dicecon voz elocuente su propia naturaleza al ex-perimentar ciertos órganos modificacionesespeciales. Se lo indica el instinto maternal;lo recomienda la higiene, y hasta el mismoniño parece como que llama á su madre aldeber con doliente gemir. Algunos hechos cu-riosos parecen indicar que la lactancia im-prime en el ser modificaciones especiales entodo el organismo, reproduciéndose las en-fermedades corporales, y reflejándose en elcarácter la fisonomía moral déla nodriza.

Ya Diodor o de Sicilia, y otros escritoresde la antigüedad, han dejado en sus obrasejemplos que parecen demostrar que las no-

(1) Bouchard.— <Sur la mort par inanitión d«3 nou-Teaux néa, >

drizas ejercen una gran influencia en suscrias.

Así, se atribuye la sanguinaria crueldadde Caligula á la costumbre que tenía su amade humedecerse con sangre el pezón, así co-mo que la decidida afición de Nerón por elvino, en virtud de la cual mereció el apodode bibarius, dependía de la misma causa.

Sin embargo, todo esto no tiene base cien-tífica sólida, en opinión de los autores que sehan ocupado seriamente de la cuestión (1).

Lo importante en este capítulo es el estu-dio de las enfermedades que pueden trasmi-tir, lo cual encierra puro interés médico-le-gal de primer orden, así como el examen dela sustancia en sí.

Bastaría citar los casos observados por elDr. Dron. de Lyon, para convencernos de latrascendencia de tales hechos (2). Un niño in-fecta á su nodriza. Esta, para desengurgitar-se los pechos, da de mamar á tres niños, loscuales se infectan y comunican á sus respec-tivas madres la terrible enfermedad. Cadauna de éstas infectó á su marido, resultandodiez contagios procedentes de un mismopunto.

Otro niño de poco tiempo es admitido enuna inclusa; sano, al parecer, es entregadoá una nodriza, á la cual infecta; ésta daba demamar á otro infeliz, que no tardó en pere-cer, así como un tercero. Otra nodriza, ami-ga de la anterior, que habia dado, por cari-dad, de mamar cuatro ó cinco veces al últi-mo de los niños citados, recibe también lafatal herencia, y contagia á su cria. De modoque en este caso hay cinco contagios y dosmuertes.

¿Será posible permanecer indiferentes anteestos verdaderos torrentes de contagio quetodo lo inundan, llevando en pos de sí lamuerte y la desventura? Se comprende queno. En estos casos, la lactancia artificialestá indicadísima, sobre todo organizada deun modo conveniente, y escogiendo los me-dios más apropósito para oponer un dique ála mortandad, tan terrible en ciertos estable-cimientos benéficos, como después veremos.

Por otra parte, ocurre hacer esta pregun-ta: ¿Puede quedar impune la familia de dondeprocede un niño infectado, que á sabiendaslo entrega á una mujer honrada del campo?

(1) Jaoquemisr. — «Die. Cochambre.» Art. Allaité-ment.

(2) C. Appay. — «Des maladies oommuniquées parl'allaitement-, etc., 18*76.

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. 302. M. TOLOSA.—BASES PARA LA EDUCACIÓN DE LOS NIÑOS. 707

4N0 es completamente inmoral consentir ódejar sin castigo esos graves abusos?

Para obviar tan graves inconvenientes,propone el escritor español Dr. Valera deMontes (1) que los gobiernos castiguen conmano fuerte las nodrizas que oculten el tiem-po de su leché y los males que hayan padeci-do, aumentando la pena cuando padezcan enaquel momento alguna enfermedad, y no cui-den el niño ó le abandonen.

Para ello propone que los párrocos y al-caldes de los pueblos extiendan certificacio-nes acerca de la moralidad de la nodriza,exigiendo responsabilidad á los padres ó almarido de ésta.

Creemos más oportuno el establecimientode centros médicos que, á semejanza de losde vacunación, cuenten con personal sufi-ciente para reconocer diariamente las muje-res que se presentaran para ser nodrizas. Yaen Madrid hay establecida una dependenciade este género; pero nosotros desearíamosque tuviera relaciones más íntimas con otrosde provincia, de tal suerte, que el módico delpueblo de la pretendiente informara en pri-mer término, y por una tramitación lógicapudieran saber los directores de los centrosgenerales la procedencia y condiciones de lanodriza que solicita protección oficial, llevan-do nota de las casas donde había estado, yde los resultados que dieron sus cuidados.

Lo propio decimos nosotros, como ya seha visto, de los padres; se exigiría la respon-sabilidad conveniente á la familia que á sa-biendas entregara á una mujer robusta unniño enfermo que pudiera contagiarla. Ya he-mos indicado anteriormente la trascenden-cia patológica que tiene un hecho de esta na-turaleza. Los ejemplos citados son verídicosy elocuentes.

Más tarde necesitaremos indicar una ne-cesidad que se hace sentir con verdadera ur-gencia, relacionada con la lactancia.

Sigamos examinándola ligeramente, cualcorresponde á nuestro propósito.

Puede haber tres variedades en la lactan-cia, á saber: natural, maternal ó mercena-ria; artificial cuando se utiliza un animal,como la cabra, por ejemplo, ó el biberón, em-pleando á veces las harinas llamadas lác-teas (2), y, por último, mixtas cuando se em-plea el biberón y el pecho.

(1) «Ensayo de Antropología.»(í) Muqlios compañeros elogian extraordinariamente

«1 uso de «Bte modo de alimentación en cierto» casos, «o-

Las ventajas de la primera son bien mani-fiestas para el niño y para la madre; mas es-pecialmente opuesta, la evolución retrógradade los órganos reproductores, se verifica en-tonces de un modo silencioso, en tanto queen las mujeres que no crian, la sobreacti-vidad funcional y congestiva que acompa-ña la ovulación, provoca numerosas metri-tis hemorrágicas, catarrales, parenquimato-sas, etc. (1)

En este caso e,l niño deberá mamar á laspocas horas de su, nacimiento, sin darleagua azucarada, ni otra bebida que arrojacasi siempre.

No es posible fijar el número de mama-das, pues están en relación con el estado delniño, la cantidad de la leche, etc. Sin embar-go, hay que tener presente, como indicanBouchut, Odier y Chaloet, que necesita dige-rir el alimento que toma. Nada es tan per-judicial como ese inoportuno celo de algunasmadres que están dando constantemente demamar á sus hijos. La Sociedad francesa dehigiene limita á diez l,as mamadas en veinti-cuatro horas.

Grave es el resolver el problema de lalactancia mercenaria, sobre, todo teniendo encuenta, las razones apuntadas en un prin-cipio.

Los casos especiales deben ser resueltoscon enérgica decisión por los módicos, evi-tando abusos por una y otra parte.

Mucho se ha escrito sobre el biberón, ytampoco se les puede proscribir del todo, co-mo el Dr. Bouchaud quería. Una señora, gra-duada por la facultad de París, ha ideado un.biberón muy ingenioso (2), pues ha tratadode ilSítar el pezón materno con caoutchouc.Consiste en, un frasco con, tapón bítubuladoen comunicación con urja pieza hecha con lasustancia, elástica cit,ada, la cual, en lugarde un solo orificio, tiene varios pequeñísi-mos, como los, que, se ven en el pezón de lamama femenil. Ápesar de todo, presenta, ennuestra opinión, dificultades para su limpie-za, y sabido es que esto da lugar á que lasleches se agrien y sean nocivas.

Ademas, según análisis practicados re-

bre todo en los establecimientos de beneBceneia. dondeacuden tantos infelices desvalidos que no pueden recibiruna leche de buenas condiciones, por mil circunstanciasque no son del caso apuntar.

(1) Veriet-Litandiere.—«Etude sur les avantages ma-teriels de l'allaitement maternel. >

(2) Mad. Madeleine Brés.—«L'aUaitementartifioiel etle biberón. >~18t7.

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cientemente en Alemania, se ha reconocidoque las piezas de caoutchouc contienen sus-tancias venenosas dependientes de las ma-nipulaciones fabriles á que es sometida di-cha sustancia elástica pa,ra experimentar lavulcanización.

Sea cual fuere el método elegido, la ver-dadera piedra de toque para saber con segu-ridad si el niño se cria bien, consiste en laspesadas regulares y exactas, hechas con ba-lanzas sensibles á cinco gramos. Quetelet (1)fue el primero en pesar los reciennacidos,comprobándose la disminución del peso enlos dias consecutivos al nacimiento, que he-mos apuntado ya.

Natalis Guillot (2), Blache y otros muchoshan utilizado este medio precioso de conocerla ley de crecimiento en los niños.

La orina y secreción aumentadísima enel reciennacido con relación á su peso, revelatambién la próxima aparición de lesionesgraves, condensadas por Parrot (3) bajo ladenominación de atrepsia, es decir, la seriede trastornos mortales relacionados con lanutrición comprendidos bajo esta palabra.

Hay circunstancias, quién lo duda, en.quepuede ser perjudicial la lactancia materna ómercenaria, bien por causas generales, bienpor locales, pero en ambos casos el niño vapoco á poco aniquilándose. Empieza por es-tar inquieto, no dormir bien, ser un gruñón-cilio sediento, mamón incansable, pero quedeja el pecho con la misma frecuencia conque lo pide; más tarde, en los pañales, em-piezan á verse señales repetidas é indeleblesde los trastornos digestivos, acentuándosecada vez más este síntoma, cuya intensidadllega hasta impresionar los nervios olfato-rios dé un modo harto desagradable.

Ya no tiene aquel ansia por mamar quecasi regocijaba á la buena y candida nodri-za; ya toma el pezón con la misma dejadezcon que el chino aspira las últimas bocana-das de su pipa de opio; solamente que en lu-gar de un humo denso, arroja el precioso lí-quido en regurgitaciones nidorosas é inso-portables. Para completar su parecido conel fumador novel, no tardan en presentarsevómitos, en enrojecerse la boca y hasta lle-gar á tener ulceraciones en este y otros va-

(1) Quet«let. — <Bssais sur l'homme et sur le develop-pemeat de sas facultes».

(*) «De la nourrice et dvt noijvusoii>—Union Medi-es, 1854, t. VII, p. «5.

(8) ParMt.— «I/Athrepii»».

rios puntos del cuerpo; todo lo cual provocaun adelgazamiento notabilísimo. iQue espec-táculo ver la cara reducida, apergaminán-dose poco á poco como la famosa piel de zapade Balzac, los ojos deprimidos y rodeados deun débil círculo azulino, los miembros des-carnados y caidos! Aquellas carnes que pro-vocaban la admiración de las comadres, yano presentan resistencia á la presión deaquellas sus manos expertas y sobonas; encambio el niño grita casi incesantemente, ácada momento llora con desconsuelo, y sólose acalla un poco en los instantes en queotras armonías poco agradables alarman ypreocupan á la infeliz madre.

¡Y si fuera esto todo! Pero no, aún le que-da vía dolorosísima por recorrer á la pobrecriatura.

Las tintas del retrato antes bosquejadose acentúan con espantosa rapidez; aquellacabecita sonrosada se convierte en el cráneodeforme de un mono too en balde tantas ve-ces se lo llamaron); l a s mejillas, al adelga-zarse, han revelado la forma de los pómulos;los ojos, refugiados allá en el fondo de lasórbitas, se mueven con una expresión de in-finita agonía; la boca, agrandada por unamueca- siniestra, deja escapar por entre loslabios, pálidos y azulados, gritos cada vezmenos frecuentes, pero de verdadera deses-peración; al tomar el pecho, parece un náu-frago que instintivamente trata de asirse ápelada roca, y sin fuerzas vuelve á caer alabismo; el mismo grito que exhala al aban-donar el pezón, indica la impotencia, el des-consuelo.

Algún tiempo más, y aquel frágil esquele-to, revestido de un poco de piel y aparienciasde tejidos blandos y como gelatinosos, irálen-tamente preparándose á descansar en uno deesos estuches blancos donde encierran parasiempre las madres sus más preciosas joyasjenvueltas en trozos de un alma hecha jiro-nes. Si alguna de ellas leyera las presenteslineas, se apresuraría á decir que mi relatono es exagerado; en todo caso, incompleto.Nos referiría sollozando que ella notó concreciente pavor aumentarse la penosa res-piración de su niño; percibió su aliento hela-do, sintió, on fin, la llegada de .la muerte,que no contenta con enfriar el cuerpo y de-tener el tierno corazoncito, desfiguró horri-blemente el rostro de quien era su esperanzay su ventura.

¡Quién sabe si pronunciaría aún, mirán-donos con recelo, la frase mal de ojo, ese ab-

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gurdo', que sostienen las gentes supersti-ciosas!

Convénzanse de que la causa de todo loapuntado está en la alimentación, ya sea conleche, ya con otras sustancias, no siempreen armonía con el aparato digestivo del niño,las cuales se dan á éste sin temor de ningu-na especie, con la desfachatada seguridadpropia de la ignorancia.

En el caso citado, lo que la ciencia indicacomo más oportuno, es cambiar la nodriza,pues en tal caso puede variar la escena rá-pidamente, salvándose un infeliz más á unamuerte segura. ¿Quién indica la oportunidaddel cambio? En primer lugar esa intuición,esa vigilancia exquisita de la madre; des-pués el consejo del médico.

Algunos volverán á fruncir el entrecejoal leer por segunda vez en estos apuntes lafrase intuición; sí, no lo duden, la mujer adi-vinará, presentirá el peligro, sobre todo sitiene corazón.

¿Quieren convencerse? Pues va de histo-ria, ó historia conmovedora, digna de ser re-presentada por el artista, propagada por elescritor, ó, imitada por los llamados grandes,que quieren serlo ante Dios y ante la huma-nidad.

La escena pasa en un sitio agreste, mon-tañoso, cercano á Madrid; es la protagonistauna bella y dulce princesa que vivió entrenosotros, presa de nostalgia infinita, y de-rramando á manos llenas beneficios entrelos desvalidos.

No es posible expresar con más sencillafidelidad el hecho, que como lo hace un tes-tigo ocular (1). Oigámosle:

«En las laderas de la sierra que circundaal Monasterio del Escorial, fuera ya de losjardines y alamedas que embellecen la ma-jestuosa obra de Juan de Herrera, hay algu-nos prados que cultivan los pobres vecinosde los pueblos y aldeas de las faldas del Gua-darrama. En uno de estos sitios se ocupabaen la penosa y poco productiva faena de es-pigar un pobre matrimonio; no muy lejos deellos, y envuelto entre pañales sucios y ha-rapientos, estaba echado un niño como dediez meses, sirviéndole de cuna los aparejosde la pollina quo habia de acarrear las mie-ses recolectadas espiga á espiga durante

(1) La relación que signe es debida á Don A. E., autorde un artículo sobre Dona María Victoria de Saboya, pu-blicado en 1 de Noviembre de 1819 en «El Liberal-.

todo el dia. El niño se desgañotaba á llorarpor la larga ausencia del regazo materno, ysin duda alguna por la escasez del preciosoalimento de la primera infancia; que por des-gracia la pobreza y mala alimentación delos infelices aldeanos alcanzaba al tierno in-fante.

Paseaban por aquel solitario campo losregios consortes, dejando los cuidados de lacorte y del trono... é interrumpiendo su pa-seo Doña María Victoria, se dirigió súbita-mente á la rústica cuna, tomó al niño en susbrazos sin cuidarse de su pobrisima envol-tura, lo acercó á su seno, y cesó el llanto be-biendo el dulcísimo néctar de la vida.

La pobre labradora no oia con indiferen-cia el llanto de su hijo, quizá su agotado pe-cho acrecentaría su pena; pero tan momen-táneo silencio y aquella edificante acciónatrajo á los aldeanos, sin que por eso dejarala egregia señora de alimentar al niño hasta,hartarla y dormirlo en su regazo. Allí estabael infeliz en el trono de la caridad y del amor.

Aún hay que añadir, como final de estebellísimo episodio, que la reina previno áaquellas gentes el más absoluto silencio, quénada dijeran, porque nada tenia más majestadque el inocente llanto de la infaneia.»

Hoy que ya no existe la persona aludida,puédese venerar su memoria refiriendo estesublime cuadro, yexclamar al propio tiem-po: ¡Bendita sea la caridad!

Este hecho sencillo hace pensar en ungravísimo conflicto que se presenta con bas-tante frecuencia. Muchas veces los niños depecho se hallan sin el necesario alimento porfaltare nodriza en momentos determinados.Una enfermedad, un accidente imprevisto, lamuerte quizá, deja á la infeliz criatura com-pletamente abandonada. ¿Qué hacer enton-ces? No queda otro recurso que acudir á men-digar ese precioso maná de casa en casahasta encontrar una persona caritativa, unamadre, como la sublime de nuestra historiaanterior, que satisfaga la perentoria necesi-dad del tierno niño.

Este problema nos lleva á otro punto ló-gica ó inevitablemente, nos induce á entraren esos edificios tan diferentes (según lospaíses donde se hallan establecidos), que me-recen ó deben merecer siempre con justiciael nombre de palacios de la caridad.

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710 REVISTA EUROPEA - DE DICIEMBRE DE 1879. KÚM. 302.

VI

LOS PALACIOS DE LA dARIDAD.

Las instituciones que protegen á la ma-dre desgraciada, amparan al niño desvalido,crian al huérfano desamparado y educan ycuran los males del cuerpo y del espíritu detantas infelices criaturas, merecen la pro-tección decidida de los gobiernos, la cariño-sa cooperación de las gentes caritativas ylos consejos desinteresados de la ciencia,pues no de otro modo pueden prosperar dan-do opimos frutos.

Louvres de la miseria llamaba el Dr. Lo-rain á los lugares donde se refugia la pobreniñez; nosotros hemos preferido llamarlospalacios de la caridad, esa sublime virtud quecon sus incesantes desvelos contribuirá áhacer los asilos de la indigencia lugares lle-nos de comodidades donde reine el orden y laabundancia.

Maternidades, inclusas, casas-cunas, hos-pitales de niños, hospicios... he aquí los dife-rentes sitios fundados, pa ra proteger la in-fancia, sobre cada uno de los cuales se po-dria escribir mucho.

Las casas de maternidad deben tener bue-nas condiciones higiénicas ó no exist ir , puescon razón se consideran como establecimien-tos públicos de mefitismo permanente .

Debe hacerse guer ra sin t regua á los lu-gares donde clandestinamente se cometen in-famias sin cuento, y son frecuentados pormuchas jóvenes ansiosas de ocultar su des-honra y su vergüenza.

Tales casas han de ser vigiladísimas, te -miendo fundadamente los actos criminalesque pueden l levarse á cabo en las mismas. (1)No en balde h a dicho de ellas Giraud (2) queeran «talleres de aborto, con frecuencia ofi-cinas de prost i tución, y á veces guaridasdonde se verificaba un odioso comercio desustitución de niños».

El medio mejor para evitar tan tos peli-gros consiste en bor ra r el est igma de infa-mante desprecio que pesa sobre las madressolteras, proporcionándoles medios, tan to labeneficencia oficial como la privada, de reha-bilitarse educando á su hijo, ese infeliz expó-sito que fue legitimado de real orden por unmonarca español (3) que mandó cast igar á

(1) Tardieu.— «Estudio médico-legal sobre el aborto.»(2) Trabajos de la comisión de 1849. Paria.(8) Cirios iV. Pragmática de H94.

«quien llamase al desgraciado niño espurio,adulterino, etc.; librándole ademas de la penade azotes, pues pudiera suceder, decia elrey, que el expósito castigado por la ley fuerade familia ilustre-». Sin embargo, nada puedehacerle más digno de sí mismo y de la socie-dad como los caritativos desvelos de un Vi-cente de Paul ó una amante madre que le so-corra, ampare y eduque.

La prosperidad de una nación, bajo el pun-to de vista antropológico, resulta del excesode los nacimientos sobre las defunciones.

En los niños, la mortalidad es por reglageneral espantosa. El Dr. Lombard ha ob-servado en Austria, Holanda, Italia y Suizaque la mortalidad absoluta y relativa en elprincipio de la vida puede exceder de un 900por 1.000, siendo menor en el campo que enla ciudad, y más en el sexo masculino queen el femenino durante los primeros años dela vida.

Por lo que respecta á España, la estadís-tica de las casas de socorro de Madrid reve-la una gran mortalidad de niños (1).

Según los datos que publicó la Revista deMadrid y menciona Monlau (2), de,sde el año1787 á 1843 entraron en la Inclusa 65.580, mu-

i rieron 54.847 y quedaron 10.733.En las cuarenta y nueve inclusas y cien

hijuelas que habia en España en 31 de Di-ciembre de 1858, existían 35.387. Entraron en1859:17.077, salieron con destino á otros esta-blecimientos 3.822 y murieron 12.332. Estascifras son verdaderamente aterradoras; in-dican que la mortalidad es de un 50 por 100por regla general, aunque en la misma obrase lee que la mortalidad en la Inclusa ha si-do de 85 por 100, en tanto que la de los niñoscriados por nodrizas en sus casas era de 14por 100 solatnente.

En las inclusas es preciso también entrar•y corregir abusos de grave trascendencia,haciendo que la administración pública norecoja los niños exánimes, y desfallecidos,del inmundo cajón llamado torno, repugnan-te boca de monstruo que afea la fachada delos que han de ser palacios de la infancia des-valida.

En Valencia tuvimos ocasión de visitar laInclusa, que podría recibir el nombre antesapuntado, por la grandeza del edificio, lasbuenas condiciones de Ventilación de las sa-

(1) Jesús Torres.—«Xa mortalidad de niñas en Ma-drid.» «Criterio Médico.»

(S) .Higiene pública», tomo n, p. 8»"!, 1862.

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NÚM. 302. M. TOLOSA.—BASES PARA LA EDUCACIÓN DE LOS NIÑOS. 711

laa y el cuidado de las hermanas de la Cari-dad, si desgraciadamente la contemplaciónde los magnates que lo habitan no hicierallorar.

Francia suprimió los tornos, y el infanti-cidio aumentó, lo cual ha hecho pensar se-riamente sobre si se deben ó no restablecer.Sin involucrar esta cuestión, cuyo examennos llevaría muy lejos, debemos manifestarque en nuestro país no se tocan los inconve-nientes que en la nación vecina, y por lo tan-to, que puede hacerse mucho bien á la infan-cia ampliando las maternidades, estrechan •do las inclusas y protegiendo las madres quecrien a sus hijos.

Con el objeto de hacer esto bueno se hancreado las casas-cunas, que no son más queasilos benéficos donde se recogen los niñosde pecho durante un corto espacio de tiempo,mientras las madres están trabajando, ha-biendo algunos establecidos dentro ó en lascercanías de ciertas fábricas. Gran falta ha-cen en laa poblaciones, manufactureras comoBarcelona, Málaga, etc., y en las fábricas detabaco muy especialmente, donde hemos vis-to (1) muchos niños junto á sus madres en lassalas de elaboración, respirando una atmós-fera evidentemente viciada por' el tabaco yla acumulación de individuos.

En las casas-cunas puede ser la lactanciaartificial, ó bien las mismas madres vienen ádar de mamar á sus hijos á ciertas horas.

Madrid cuenta con establecimientos deesta clase, uno de ellos fundado por DoñaMaría Victoria para los hijos de lavanderas.

Los hospitales de niños son benéficas ins-tituciones que en el extranjero tienen unanotable extensión, hasta el punto de haberen una sola población varios.

Citaremos con elogio los de escrofulososy raquíticos, establecidos á orillas del maren algunos puntos de Italia y Francia.

Italia fue la primera que, por iniciativa delvenerable Dr. Varelaj, estableció un hospi-tal de estas condiciones en Viareggio, cercade Pisa. Nuestro sabio amigo el Dr. Montejodio, no hace mucho tiempo, una notable con-ferencia (2) donde refirió, con sentida y pin-toresca frase, la visita que hiciera á dichopunto, abogando por su planteamiento enEspaña, donde en verdad no faltan ni pla-yas saludables donde establecerlos, ni raquí-

(1) En la de Sevilla más principalmente.(2) Ea el «Ateneo de alumnos internos la facultad de

de medicina de Madrid». 1818.

ticos a quien curar. Sentimos no poder tras-ribir la mencionada descripción en este si-

tio, pero unimos nuestros pobres ruegos áos del Dr. Montejo á fin de que cuanto antes

veamos planteada en nuestra querida patriauna institución tan importante bajo el puntóde vista médico y social.

En Madrid, no ha mucho que por iniciati-va particular se fundó un hospital de niños,cuyos resultados deben sin duda alguna ha-ber correspondido á la importancia y valíadel personal científico, pero cuyas condicio- *nes higiénicas dejan tanto que desear, que lapureza de la intención no resplandece enaquel hediondo barranco, foco dé infecciónmoral y material que afea de un modo ex-traordinario la capital de España. En el mo-mento de publicar estos apuntes se ha colo-cado con la solemnidad de costumbre la pri-mera piedra que ha de servir de base al nue-vo hospital del Niño Jesús. Él haga que enbreve plazo terminen los comenzados traba-jos, y no sirva dicha fiesta de la caridad paraque con la primera piedra, como es costum-bre en ciertos puntos, se entierren ilusionesy esperanzas.

Las madres españolas son refractarias állevar sus hijos al hospital, lo que se explicafácilmente por las costumbres de nuestrasclases menesterosas, no tan relajadas comoá primera vista parece, pues el pueblo noes ese légamo mendicante ó prostituido queasedia á las clases llamadas elevadas. Bajóun oscuro y raido manto late muchas vecesun corazón magnánimo y lleno de generosos "sentimientos, desconocidos, si no menospre-ciados, en más de una ocasión.

Ello es que la repugnancia indicada reve-la un provechoso amor maternal, pero es ungrave inconveniente, pues no estando orga-nizada como debiera la caridad domiciliaria,quedan los pobres niños en pugna con lamuerte dentro de un hogar de malísimas con-diciones, sin más recursos que el ciego cari-ño de una madre inhábil é ignorante.

En China, y dispénsenme mis lectores siles hago dar un salto tan grande, llevándo-les nada menos que á la célebre ciudad delCeleste imperio llamada Cantón; en China,repito, la familia y la propiedad son dos ins-tituciones á que los legisladores han dadouna gran importancia, siendo la primera deorden divino y sirviendo de base á toda creenvcia. Con este motivo, la población China semultiplica c,on una rapidez tan asombrosaque puede explicar hasta cierto modo las

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712 REVISTA EUROPEA. 7 DE DICIEMBRE DE 1879. NÚM. 302.

prácticas infames de algunos chinos, quearrojaban á los muladares su prole. Sinembargo, hay establecida en China la cos-tumbre de comprar y vender niños, de talsuerte que los habitantes que carecen deellos aun cuando se hayan casado con va-rias mujeres, adquieren su descendencia, eli-giendo casi siempre los varones, porque creenque los sacrificios religiosos que éstos lle-van á cabo tienen más eficacia que los ritoscelebrados por las hijas. Esto explica por quédurante la penuria que azotó las provinciasdel Norte de la China hace tiempo, se citaracomo un caso completamente extraordina-rio que los padres pobres no hubiesen vendi-do sus hijos, y es porque, como se deduce fá-cilmente de lo expuesto, los niños chinos re-presentan un capital trasmisible.

Existen, pues, en China individuos dedi-cados sólo á la cria de niños, cuyo oficial co-mercio consiste en comprar niños y niñas áfin de revenderlos á los solteros ó á los casa-dos que carecen de sucesión. Las pobres ni-ñas, que, en China como en otros puntos, lle-van la peor parte, son educadas para corte-sanas ó madres, de suerte que vemos que nofaltan en el mundo gentes que se dedican áespecular con las supersticiones de sus con-ciudadanos.

Como hemos dicho, en Cantón hay un es-tablecimiento de éste género, que según lasindicaciones del Sr. Regamey, que lo visitóen 1879, es importante por su buena disposi-ción y por la escasa mortandad. Tiene exten-sos patios con árboles, varias veces secula-res, que acreditan la antigüedad de la ins-titución. Las nodrizas están en cuartos inde-pendientes que constituyen calles alrededordel establecimiento, y en los umbrales haycanales que sirven para el riego y la lim-pieza.

Cada nodriza tiene tres niños que cuidar,y recibe cincuenta céntimos de peseta, estan-do todas en buen estado de salud.

Los niños no tienen nombre, pues se espe-ra sean comprados, lo cual se verifica á losdiez meses, siendo pedidos de antemano, yacostumbrándose á dar en pago una pieza detela y dos dollars á la nodriza, y de cincuentaá ciento en la casa.

Ademas de las nodrizas tienen vacas ycabras.

Para los niños enfermos existe un hospi-tal católico de expósitos, obra de la SantaInfancia.

Hemos hecho esta rápida excursión á Chi-

na con objeto de demostrar que aun cuandoen la actualidad siguen abandonándose losniños en los campos, aquellos que recibenprotección en establecimientos como el indi-cado, tienen una educación física muy buena.

Y ya que hablamos de la nodriza y de losniños, volveremos á insistir en un punto quede intento no hicimos más que apuntar en elcapítulo anterior.

Es urgentísimo, repetimos ahora, que losnumerosos conflictos que se presentan dia-riamente para los pobres niños de pecho pue-dan tener socorro inmediato. Para ello nadamejor que la constante existencia de amasen los centros de nodrizas antes indicados,las cuales, por retribuciones módicas, die-ran el alimento al huérfano desgraciado, lomismo en la humilde habitación del pobreque en los fastuosos salones del poderoso,que en ambos se ceba la muerte despiadada.Sin embargo, en estos últimos puntos es fre-cuente que abunden las amas de cria y losservidores complacientes; pero en casa delproletario, ¿qué recurso le queda á éste sinoapelar á la caridad de las vecinas ó allega-dos, en los casos de urgencia?

No há mucho tiempo que ante un hechode este género hablaba largamente de estafalta, con mi inteligente y querido compañeroDon Gustavo Saenz Diez, haciendo con talmotivo proyectos que no dejarían de dar bue-nos ó inmediatos resultados, caso de apli-carse. Una de las ideas que el examen de lacuestión ñas inspiró, fue la protección demadres-nodrizas pobres, que en los momen-tos de verdadera angustia podían prestarauxilios inmediatos, mediante un estipendioprefijado, y conociéndose en las alcaldías ócasas de socorro su residencia. Excusado esindicar que, tanto el niño favorecido como lanodriza del momento, deberían ofrecerse mu-tuamente garantías de salud. Dejamos paraotra ocasión el amplio desarrollo de nuestropensamiento.

Muchos hospitales existen en Franciapara los niños, contándose no tan sólo paralos afectos de enfermedades comunes, sinopara convalecientes, incurables, idiotas, etc.Entre todos ellos, los de más importancia,en nuestro concepto, son los de incurables ylos de idiotas. Encomiar la importancia delos asilos convalecientes sería ocuparnos deun asunto que no corresponde á este sitio.Actualmente, un amigo nuestro muy queri-do, el Sr. Larra y Cerezo, aboga, con la elo-cuencia persuasiva propia de la verdad, por

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NÚM. 302. J. LISKE.—VIAJES DE -EXTRANJEROS POR ESPAÑA Y PORTUGAL. 713

el establecimiento de dichos asilos (1) paraadultos; unimos nuestro ruego al suyo, pi-diendo ademas para los pobres niños.

Muchas personas creen ver en la Inclusade Madrid una casa-cuna vastísima, dóndeson criados todos los expósitos. No es así;la mayoría de éstos son enviados al campo ylactados por nodrizas asalariadas, cuyas nó-minas no siempre son satisfechas con lapuntualidad debida. Y conste que ignoramosquiénes pagan ó debían pagar á dichas muje-res, dotadas, como la mayoría de las espa-ñolas, de un corazón de oro, pues aun cuan-do sus niños entren en el Hospicio ó en losotros asilos, no por eso dejan de visitarlos,como personalmente hemos tenido ocasiónde comprobar, con una asiduidad y cariñoenternecedores.

España quizá sea el país más apropósitopara que resplandezca la caridad en todassus esplendentes.manifestaciones.

Lo único que falta es una inteligente di-reccion y una administración celosísima,pues, por fortuna, aún hay muchas buenasalmas entre nosotros.

Ante la vista tenemos lo& datos referen-tes á la Casa de caridad de Barcelona, dondehemos visto con inmensa satisfacción esta-blecido un régimen armónico y perfectamen-te relacionado con las exigencias de un asi-lo de la extensión ó importancia de éste. Yano se contentan con dar á los infelices «sopay misa entre las. cuatro tapias de una cua-dra»; los últimos adelantos de la pedagogíaracional, las postrimerías de la ciencia y dela industria han sido aplicadas con edifican-te celo por los encargados de dirigir dicho es-tablecimiento, digno por más de un conceptode ser imitado. Más tarde insistiremos, en eldebido capítulo, sobre varios detalles olvida-dos en muchos hospicios análogos, donde escierto que se llevan mejoras, pero no obede-cen á una unidad de miras y á un objeto su-perior, que en instituciones de tamaña tras-cendencia deben servir de norma y guia paratodas y cada una de las modificaciones gene-rales ó de detalle planteadas.

Estos sitios han sido considerados detiempo inmemorial como lugares repugnan-tes. Ciertos padres amenazan todavía á sushijos con llevarles á ellos, y más de una vez,con notoria inmoralidad, se ha convertido en

(1) «De la convalecencia» (Tesisdoctoral inédita).—«La infancia de la salud>. Apuntes para una reforma. —(Artículo.)

TOMO XIV.

correccional de un niño rico el sagrado asilode la infancia desvalida.

La dirección de todos los establecimientosmencionados, en una palabra, de los palaciosde la caridad, corresponde por derecho pro-pio á la ciencia, y no debieran darse de hechotan delicados puestos á quienes desconocie-ran las bases de la educación de la infanciay no se sintieran animados de una caridadparecida, si no igual, á la del sublime autorde la frase divina y amorosa:

«.Dejad á los niños que vengan á Mi.» (1)No deben olvidarse los directores, las di-

putaciones, y las juntas todas, que tienen ensus manos el porvenir de miles de sores quehan de formar parte de la Sociedad. ]Ay deellas si han descuidado la crianza y educa-ción de tantos infelices, y en lugar de impul-sarlos hacia la senda del .trabajo, les han de-jado recorrer el enmarañado laberinto de lavagancia acompañados del vicio!

Más tarde el crimen les abrirá las puer-tas de ese aterrador cementerio de la honra-dez llamado presidio, ¡y quién sabe si apoya-dos en la miseria y la demencia, ascenderánlas gradas de ese trono de infamia y muer-te donde diariamente muchas naciones sesuicidan en nombre de la leyl

MANUEL TOLOSA LATOUR.

(Continuará.)

v i .A. y.

EXTRANJEROS POR ESPAÑA Y PORTUGAL"o»

EN LOS SIGLOS XV, XVI Y XVII

(Conclusión.)

EL REINO DE PORTUGAL.

Este reino varía de los que acabo de atra-vesar: es alegre, fértil y mejor poblado. Lalengua portuguesa difiere algo en la pronun-ciación y ciertos vocablos de la española.Entre los portugueses y españoles rige unaantipatía muy profunda; los primeros nopueden sufrir á los últimos. Las costumbresvarían también: el portugués es chistoso, yel español grave. Hay en Portugal muchísi-mos judíos, y tan numerosos que varias ca-sas tienen su origen de ellos. Apesar de ha-

(1) Marc. X. 14.

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7l4 RKVlSfA ÉUltdpÉÁ.-i-'7' BE DtCÍEÍIBItE DE 1879.

"berlos quemado y expulsado, Viven müchtísocultos entre los portugueses. La gente dePortugal tiene muy buenas disposiciones pa-ra el comercio y la navegación.

Valencia es la primera localidad en Por-tugal donde hay guardia.

Ponte de Linaa, á cinco millas de Valen-cia, tiene un puente de piedra, bastante lar-go y ancho, y de tan grande hermosura, que,según mi parecer, no se encontraría otro enla cristiandad de igual obra, beldad y magni-ficencia.

Oporto, hermosa ciudad, principal de Por-tugal, situada en las montañas, alegre porlos ríos, y con muy buen puerto, que le diosu nombre. Es como si fuera la segunda Lis-boa: un puerto anterior á su existencia lasirvió de apellido.

Coimbra es una ciudad de las principalesde Portugal, con su renombrada Academia.Los padres jesuítas poseen allí un colegio,edificio grande y construido de piedra. Deeste lugar salió el curso de filosofía que lla-man: «Colegio Coimbricense». Me encontréallí con un célebre varón, de canas, como unapaloma (1), el anciano Soares, que he vis-to en su propia celda; apesar de su avan-zada edad, estuvo todavía bastante anima-do, y ciertamente valia la pena entretenerse*con él. Los bosques de olivos en todas par-tes, las viñas y los ríos que allí corren, pre-sentan un espléndido panorama de la ciudad.Los numerosos estudiantes que hay en ella,la animan un poco.

Lisboa: los españoles la llaman Lisboa, ylos latinos Olysipo; "es la capital del reinode Portugal, situada sobre el Tajo; su puer-to, lleno de naves, particularmente de comer-cio, es celebre en la cristiandad; de él se ha-cen expediciones á las Indias Orientales.Aquí termina sus fronteras la Europa. Laciudad es populosísima, rica, comercial; suscalles y edificios numerosos se extiendenhasta las montañas; los alrededores de Lis-boa son muy agradables, hermosos, llenosde huertas, jardines, bosques dé naranjos,limoneros, '̂ olivos y viñas ert todas partes.Si en algunos puntos de España se encuen-tran muchos extranjeros, tampoco faltanaquí. Lisboa es la residencia de un virey deEspaña con su magnífica corte. Los más im-portantes principes, marqueses, condes y de-mas títulos viven actualmente con sus fami-

(1) Es unrafran polaco: «Canoso como paloma»,expresar el respeto y cariño a un anciano.

íiás enteras en esta capital, que tieñó tam-bién su arzobispado. El viréy oóüpa la resi-dencia de los Reyes de Portugal, tiene suguardia como rey, y vive *poco más ó mé-noS con real ostentáciori. En los tiempos demi viaje, fue de virey un ilustre varón, untal... (1), hombre de gran talento, aunque de fpequeño cuerpo, de más de sesenta años deedad, favorito del padre del Rey Don Feli-pe III, de quien sé servía en graves negocios,como de una inteligencia superior. Los por-tugueses, á quienes sabía manejar, le mira-ban del mismo modo que mira el zorro & sucazador; mas él conocía bien con quién tra-taba, y les puso muy buen freno. En el puer-to encontró catorce navios de la armada, tresgrandes galeones y muchas galeras, todo lle-no de tropa. Defienden la ciudad tres castillosfuertes, ocupados por los españoles, y justa-mente estas medidas no eran de mucha s*a-tisfaccion á los portugueses, y les causabanhondo Sentimiento.

Belén es un fuerte en la costa dé mar,provisto de ün buen contingente de tropa,distante una milla (2) polaca de Lisboa, tíayallí ün monasterio dé la orden de Sáñ Jeró-nimo, tina iglesia muy costosa de fundacióndel Rey Dolí Emmaiiüei de" Portugal, con uncoro enteramente de mármol: sirve dé pan-teón para los Reyes de Portugal, en d;ué sehallan Sus magníficos mausoleos con precio-sas lápidas: aquí descansan los restos mor-tales del fundador* $ los de su esposa.

En Lisboa misma hay también muchasiglesias de gran precio, y monasterios dota-dos con opulencia. Entre los comerciantes seencuentran fortunas fabulosas; en él interiordé sus casas sorprenden las riquezas en ta-pices y plata. Atacado un dia de calentura,ün tal Benito, negociante portugués, me lle-vó del hotel á su casa; hombre honradísimocomo' su esposa, me preparó un aposentó tanprecioso, tapizado, aromatizado dé agrada-bilísimos perfumes, que el mismo Rey de Po-lonia hubiera podido ocupar. Tanta aficiónme manifestaron, tanto cariño y cuidado,que ni siquiera mis propios padres hubieranpodido hacer más por mí. Esta casa poseíaun sinnúmero dé preciosidades y c'oáás ra-ras de las Indias. En verdad lo digo, las tien-das y casas de comercio estaban llenas desemejantes' objetos, y al entrar uno dentrose figuraba vivir enmedio de aquellos países.

(1) El original está en blanco.(2) Esta i. unas cuatro leguas de Lisboa.

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NÓM. 302. J. LISKE.—VIAJES PE EXTRANJEROS POR ESPAÑA T PORTUGAL.

De Lisboa tomé mi dirección para Sevilla,atravesando hasta Andalucía por un terrenofeo, triste, arenoso, largo, de una semana deviaje, entrecortado únicamente de algunospequeños burgos y pueblos diseminados; lasposadas de dos á tres leguas de distanciaunas de otras, que adornan este camino, yproporcionan el descanso al viajero, carecende comodidades, como de costumbre suelenofrecerlas los hoteles: no tienen camas, nicolchones, etc., y es preciso llevarlo todoconsigo. El servicio de alimentos tampoco sepuede comprar; quien quiere comer, es me-nester que se prepare él mismo su alimento.Los posaderos son ladrones: fuera de vestir-se y adornar para la apariencia exterior, dis-currir sobre las guerras y los monarcas, ycon perjuicio al servicio propio de su estado,no saben nada más. Esa travesía de nuestroviaje fue la más fastidiosa, y no comimosotra cosa que conejos, que se crian allí en elcampo libre de una manera extraordinaria,y son bastante sabrosos. Los posaderos sedivierten en cazarlos y venderlos á sus hués-pedes (1).

Conna es una población en el camino deLisboa á Sevilla; antes de acercarse á ella,es menester pasar el rio en tres puntos. Allívimos galeones de una sorprendente dimen-sión; nuestra compañía fue bastante nume-rosa, cabalgando todos en muías, y llevandocon nosotros negros de ambos sexos, queabundan en las cercanías de Lisboa, y paravenderlos: las aldeas están llenas de negros.Seguimos nuestro camino desde allí por undesierto, durante toda la semana, reunión-donos á mediodía en una, y por la noche enptra posada, siempre aislada, sin pueblo niburgo. Por fin llegamos á, una aldea con adua-na entre Portugal y Andalucía.

Andalucía.

También es uno de los reinos de España. Alentrar en Andalucía, nuestras vistas, cansa-das de un desierto monótono, han sido recom-pensadas con la hermosura, alegría y abun-dancia de productos de aquel país. Desde lasfronteras mismas encontramos numerososlugares y ciudades populosas; la Andalucíaes el país más poblado de España. En todas

(1) La cria de conejos en campo Ubre es desconocidaen los países del Norte, ni se cazan, ni ss comen, y poreso su cria en los países del Mediodía, su comercio y uso,sorprende a la gente del Norte.

partes descansa la \ista sobre grandes ex.»tensiones, como selvas de limoneros, olivos,cipreses, palmas de dátiles, viñas,riquísi-mas que producen finísimos vinos. Despuésde un desierto de arenas que acabamos daatravesar durante el largo tiempo de una, ge-mana, me pareció encontrarme en un pa- ,raíso, . . , • • .

Granada es una ciudad linda y grande,con un hermoso castillo. • . . . , - .

Sevilla, célebre ciudad de España y capi-pital de Andalucía, muy comercial, rica, po-blada, con numerosas calles, edificios bajospor causa de los grandes calores, y de unpiso, como los de los turcos. Tiene un puer-to, lleno siempre de sinnúmero de barcos, na-vios de guerra y de comercio; un rio bañasus murallas, y aunque parece pequeño ypoco ancho, es tan profundo, que pueden parsarle sin inconveniente los más grandes na-vios y galeones. Los monasterios ó iglesiasde Sevilla son riquísimos, así en sus funda-ciones y construcción, como en ornamentosde oro y plata. ííay edificios enormes y ex-tensos, como el castillo llamado.., (1), de ad-mirable hermosura dentro, baldosado su sue-lo y las paredes de sus cuartos, pero de cons-trucción baja. Los edificios públicos, comola aduana y el depósito general de las ricasmercancías que se desembarcan, son cómo-dos y bien distribuidos. Al llegar una flota aSevilla, la reciben con grande y solemne ce-remonia, triunfo y cañonazos; una procesiónsale á su encuentro, dando gracias á Dios,por su feliz venida. Una de estas solemnida-des hubiera, podido presenciar; pero se jnepasó sin verla.

Córdoba es también uno de los antiguosreinos de España, célebre por sus caballos.Es patria del emperador Trajano, del inmor-tal y gran varón Séneca, ciudad antigua ycapital del mismo reino. Tiene varios edifi-cios, y especialmente una iglesia de cons-trucción morisca, grande, y con centenaresde columnas; es antigua mezquita de los mo-ros. Vimoa también alli una primorosa eaballexiza, muy rica en caballos, del Rey 4e Es-paña. •'.-.;.••

Castilla la Nueoa. , -

Entramos aquí en Castilla la Nueva. To-ledo. Antiguamente existió un reino del mis-mo nombre, cuya capital fue Toledo: Ijoy es

(1) En blanco.

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718 REVISTA EUROPEA.—7 DE DICIEMBRE DE 1879. NÚM. 302.

capital de Castnia la Nueva. Esta ciudad seencuentra situada entre las montañas, yhasta se extiende en las mismas', es bastan-te grande y bien poblada, y tan numerososmonasterios, monjes y monjas tiene, que porcierto, ni en alguna otra parte de España, niacaso en ningún lugar de toda la cristiandad,podría encontrarse igual número; parece quelas iglesias solas con los monasterios cons-tituyen la ciudad entera. Toledo es Primadodel reino de España: los productos del arzo-bispo llegarán á unos 300.000 ducados de oro;pero no le dejan disfrutar de todo: la solacantidad para el calzado del Rey, como dicenallí, le absorbe una considerable parte; asíse lo picotean bajo varios pretextos. La ca-tedral, no sólo es hermosa, sino muy majes-tuosa, y su tesorería, prescindiendo de todoslos relicarios de oro, preciosas piedras y al-hajas, posee una riqueza, que, según mi pa-recer, no hay otra en el mundo de más for-tuna. El Real palacio, de magnífica construc-ción, no está terminado; el hospital es mag-nífico. En el convento de los Jesuítas encon-tró y habló á Juan Mariana, cuyos libros,por causa de Ravaillac, asesino del rey En-rique IV, quemaban en Francia. Marianaestuvo preso en la cárcel de los jesuítas deToledo, por su obra sobre la moneda, en queparece censuró al mismo Rey, ó un magis-trado español; fue un grande ó ilustre varón:escribió una Historia de España, y muchasotras obras. Le permitieron salir á verme;en su cara se pintaba el sufrimiento de suprisión, con marcas de una profunda aflicción:pálido, amarillo, hinchado, con pocas canas,apesar de más de sesenta años de edad, apa-reció delante de mí.

Aranjuez tiene un pequeño palacio delRey, en que he visto el árbol chino, que ennuestro país sirve de medicina; estaba en-tonces en flor, semejante á la del almendro,desprendiendo ur: olor tan desagradable, queno se podía uno parar en su proximidad.

Alcalá (1), una pequeña ciudad á seis mi-llas de Madrid, tiene una imagen de la Santí-sima Virgen, muy milagrosa, y que los espa-ñoles la veneran mucho. Lámparas de granvalor y muchos votos de plata cuelgan allí.

Madrid, capital y residencia hoy de losReyes de España, donde encontré á Don Fe-lipe III con su esposa Doña Margarita (2),

(1) Álcali de Henares.(2) Murió en 8 de Octubre da 1611, durante el viaje

de Sobieski.

hija del archiduque Carlos, señora muy afa-ble y piadosa. Tres hijos tenían: á Don Feli-pe, rey actual (1), á Don Carlos y Don Fer-nando; dos niñas, Doña Margarita y DoñaMaría, actual emperatriz de la Cristiandad;durante mi estancia por España, todos eranniños. Las infantas tenían una superiora,que cuidaba también de los infantes en sutierna edad, según las costumbres españolas,y era hermana carnal del duque de Lerma,condesa de Lemos, y ya señora de edad avan-zada; el primogénito de la Real familia teníapor su mayordomo, como lo llaman en Espa-ña, al mismo duque de Lerma. En aquellaépoca estuvo en la corte Filiberto, duque deSaboya, y sobrino del Rey de España, hijo deuna hermana del Rey, del mismo padre, perode diferente madre, porque el Rey nació dela francesa, hermana de Carlos IX, ó hija deEnrique II. Muchos comentarios se haciansobre la permanencia del joven duque de Sa-boya en la corte de España: unos decían quesu tio le quería mucho, y tenía proyectosde darle el vireinado de Portugal después dela muerte del que habló en otro lugar, ó elalmirantazgo de la armada española, quepertenece también al orden de superiorespuestos en España. Otros pretendían que elRey le guardaba de rehén y garantía porparte de su cuñado, duque de Saboya, cuyainconstancia de ánimo conocía. Sea lo quequiera, en mucha consideración se tenía áeste joven príncipe; pero es preciso confesartambién que el cortejo de españoles que se ledio, so pretexto de honrarle más, le rodeabay vigilaba en todas partes, como si fuera unprisionero. El primero, después del Rey, co-mo lo dije ya, era el duque de Lerma: éstegobernaba la España, y al Rey mismo, y llegóal más alto poderío entrando en alianzas conlos más poderosos de España. Al lado del mis-mo Rey tenía un aliado suyo, un tal... (2), suconsejero particular. Su hijo mayor, duquede Uzeda, se casó con la condesa de Lemos;el conde de Lemos se casó con su hermanaviuda, aya de los infantes; otro conde de Le-mos se casó con una hija suya; el conde deNiebla, duque de Medina-Sidonia, señor muypoderoso, y de las más altas familias, se ca-

(1) Es decir, Don Felipe IV, en el año de 1642, cuandoSobieski ponia en orden las notas de sus peregrina-ciones.

(2) El original está en blanco. Supongo que ese talfue D. Rodrigo Calderón, acusado de •varios delitos, ydecapitado en al alio de 1621.

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NÚM. 302. J. LISKE.—VIAJES DE EXTRANJEROS POR ESPAÑA Y PORTUGAL. 7Í7

só con su hija; Mendoza, un Grande de Espa-ña, se casó con la hija tercera; el segundo hi-jo de Lerma, conde... (1), se casó con la hijadel duque del Infantado, señor de una grandey poderosa familia; su sobrino fue camarerodel Rey, y el mismo Lerma, mayordomo delinfante mayor, como lo he dicho, y su her-mana camarera mayor de la Real casa. Comose ve, el duque de Lerma tenía individuos desu devoción en los más elevados puestos, asíen el reino, como al lado del Rey mismo.

Los confesores de los Reyes en Españadisfrutan de la más alta autoridad, y de ellosse nombran obispos, arzobispos y cardena-les; la orden privilegiada para este empleo,es la de Santo Domingo: nadie puede ser con-fesor del Rey si no pertenece á esta ordenreligiosa. A. uno de estos confesores mandóel duque de Lerma ahogar, por haberse per-mitido comunicar privadamente con el Rey,no sólo en el confesonario, sino también enasuntos políticos (2). Tenía mucha autoridadcon el Rey, y por eso el duque de Lerma letomó odio, porque estaban él y el Rey (comodicen ellos) «unum velle, unum nolle».

Las reinas de España están obligadas átener sus confesores de ía orden de SanFrancisco, á la cual se daba monos impor-tancia que á la anterior.

Los embajadores ordinarios que encontróen la corte, fueron los de Roma, de Francia,"de Inglaterra y de Venecia; estuvo entoncesun embajador extraordinario dePersia , queanteriormente pasó por'Polonia: vivía en Ma-drid con su señora, que tenía entre sus don-cellas á una polaca, vestida siempre y en to-das partes según las costumbres de su paísnatal; su traje parecía extraño á los españo-les. Habló con nosotros, y se encontró muysatisfecha de haber tenido la ocasión de verá uno de los suyos. En la corte estaban en-tonces: el arzobispo de Toledo, primado y car-denal; el almirante de Castilla1, empleo demuy alta categoría en España, defensor de lanobleza, y el condestable de Castilla, defen-sor del pueblo. Los Reyes de España antigua-mente no podían ccmdenar á nadie á la últi-ma pena sin asentimiento de estos dos se-ñores.

Luego siguen los vireyes: de Ñapóles,Cerdeña, Portugal, Valencia, Aragón, Cata-luña, Navarra y de las Indias orientales y oc-cidentales. Estos residen todos en sus res-

(1) Esta en blanco.(2) «Partieeps arcanwum principia.»

pectivos puestos, pero tienen ert Madrid susagentes , que he visto yo mismo.

Hay también títulos de Grandes dé Espa-ña, que asis ten siempre ante el Rey cubier-tos de bonete . Estos se dividen en Grandes denacimiento, como los duques del Infantado,Medina Sidonia, Medina de las Torres , e tc . ,y en Grandes á vida, cuyo titulo concluye consu muer te . Cuando el Rey quiere hacer á ifnoGrande de España con derecho á sus here-deros (1) le dice e s t a s pa labras : «Duque, óconde ó marques», en un estilo familiar, y en-tonces sus descendientes son duques, con-des ó marqueses . Al contrar io, si el Rey nopronuncia ningún título, y nada m á s que elnombre del individuo agraciado, en e s t e casoserá Grande has t a su muer te , como ocurrióen mi presencia, cerca de la fiesta del Cor-pus Christi, con D. Ambrosio Spínola, capi-tán general de los Países-Bajos, quien apro-vechándose de la tregua, vino á esta corte,donde se le obsequiaba mucho, haciéndolegrandes honores y favores. Para otorgarleel titulo de Grande de España, el Rey dijo:«Spínola es grande», y al instante le pusoen la cabeza una gorra; este titulo le sirviópor toda su vida, y es una dignidad muy ele-vada. Mariscales de la Real Casa hay cua-tro. He visto en la corte caballeros del Toi-són, de Santiago, con cruces rojas de tercio-pelo, que llevaban en sus trajes; de Calatrá-va, con cruces encarnadas y bordadas de se-da; del Cristo, caballeros de Portugal. Todosestos caballeros disfrutan de muy ricos prio-ratos. Ademas, residen también constante-mente en la corte los Consejos de Estado,como el Consejo de Guerra, Hacienda, Esta-do)»etc. En el Consejo secreto tenía el duquede Lerma á un confidente suyo. Lo que, ex-traño en España es que, teniendo su gobier-no absoluto, los Reyes no hacen nada sinConsejos, no firman nada sin ellos, ni siquierala menor cuestión en los asuntos públicosla determinan solos. Los títulos y señorestodos residen en la corte por causa de políti-cas consideraciones; el Consejo de Españaquiere tenerlos reunidos y presentes paraimpedir sus facciosas rebeldías; se les abo-nan honorarios anuales del real tesoro, y nose quiere tener señores ricos; sin embargo,algunos de mi tiempo en España, como el du-que del Infantado, de Osuna, Sessa, Alba,Feria, Pastrana, Mendoza, Alcalá, Lemos yotros, eran muy ricos.

(1) -Cura sua posteritatí.»

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718 REVISTA EURQpEA.—7 DE DICIEMBRE DE 1879. 302.

La corte de Madrid, en miiiempo, fuómuynumerosa; el Rey, desde el Corpus Christihasta la Asunción, asistia públicamente álas funciones de la iglesia, y por la tarde álas procesiones todos los dias, que se hacíancon manifiesto del Santísimo Sacramento enel tiempo de la santa octava. Los embajado-res de las, potencias extranjeras y los másnotables acompañaban siempre al monarcaen sus ejercicios devotos. No me faltó pro-porción para ver á los caballeros y á las da-mas de España, sobre todo en un lugar de ár-boles, ó bosque, que llaman Pardo (1), adon-de va toda la sociedad elegante para hacerallí sus reuniones; los caballeros, á caballode muy hermosa raza española, y las damas,en sus coches. Es un sitio sobre el caminode Nuestra Señora de la Almudena, donde,en el convento de los PP. Dominicos, se ha-lla una imagen milagrosa, con grandes y pre-ciosos votos y donativos colgados. Entre lavigésimosegunda y tercera hora, suelen apa-recer todos fuera de sus casas; porque en elmes de Julio, en que yo he salido, hacía uncalor horroroso; á mediodía y por la tardetemprano no se ve en las calles á nadie; lasriegan arrastrando toneles de agua sobrecarros, con jueyes. Las horas de vísperasson las de una general animación en Madrid.El bello soxo sale al público, pero las damasvelan sus. caras; sin embargo, si las saludaun caballero y suplicarse la descubren conmucho gusto. Así en }a Es,paña como en Ma-drid mismo, la gente es muy devota, las igle-sias están, llenas de gente. Las iglesias care-cen de bancos; las mujeres se sientan en elsuelo, unas en almqbadas bordadas de oro,piras dp, s,eda? otras extienden cueros, parasentarle, cada upa según su condición, demodo que. el suelo déla iglesia parece tapi-zado ricamente. Madrid, apesar de ser ciu-dad, carece de murallas y puertas; se puedeentrar y salir pqr todas partes, es bastantegrande y poblado; su interior posee magnífi-cos palacios de varios títulos y Grandes deEspaña; aus iglesias y monasterios son ricosen oro y plata,. El real palacio no es muygrande,, pero si* exterior es hermoso y su in-terior ésta adornado da preciosas pinturas,cuadros y otras magníficas cosas de már-mol; e.n su prpxirnidad se encuentra un jar-din bastante ancljp.

Los PP. Carmelitas descalzos,jen. Madrid,

(1) Sic: debe entenderse el Frado, en el camino deNuestra Señora de Atocha.

tenían un hermano lego, de una gran pie-dad, el cual en vida, como después de sumuerte, fue célebre por sus milagros: le hevisto yo; se reia siempre, tenía la cara re-donda, estatura mediana, y cubierta su ca-beza de canas. Llevaba siempre una estatuade la Virgen, colgada en un saco de cuero ásu correa, que ponia en la cabeza de la gen-te; lo mismo hizo con nosotros en sus devo-ciones. Los españoles de Madrid se divertíantambién en matar toros á caballo; les gustanmucho las comedias, y más aún las trage-dias. Rara vez se encontrará una ciudad enEspaña sin actores, y Madrid nunca se privade ellos.

El Pardo, á una media milla de Madrid, esun pequeño palacio para distracción de losReyes, con un parque y jardín; no es gran-de, pero agradable, con hermosas pinturasdentro.

Escorial, á nueve millas de Madrid, es,como se sabe, fundación de D. Felipe II, rey deEspaña, en acción de gracias á Dios por la cé-lebre victoria obtenida en San Quintín (1), Si-tiando esta población, convirtió la iglesia deSan Lorenzo en un castillo de defensa, y pararecompensar al santo por la profanación desu templo, edificó en su honor otro con un mo-nasterio de tanta maniflcencia, que, de otraparte del Océano (2), los geógrafos lo pintany publican en sus mapas como un milagrodel mundo. La estructura da esta obra formauna parrilla á la imitación de la en que SanLorenzo sufrió su martirio. No cabe duda, esuna obra magnífica, costosa y digna de ad-miración; grande, con un soberbio monaste-rio de la orden de San Jerónimo, un.a precio-sa iglesia y un palacio que sirve de residen-cia al monarca con toda su familia cuandova por allí. Las divisiones entre la casa real>servidumbre de los monjes, gente lega y ar-tesanos, están muy bien establecidas. El co-legio tiene su edificio .separado, un semina-rio junto al claustro, dos bibliotecas, boticasdel monasterio, con el brillo del oro, la plata,perlas y piedras preciosas en todas partes.El conjunto de este monumento parece cons-tituir por sí mismo una buena ciudad; losjardines están cercados de tapias de piedra,no faltan varias fuentes ni buenos paseostampoco. La iglesia por dentro y pQr fuera

(1) También en cumplimiento de un encargo de DonCarlos V, antes de su muerte, con deseo de un sepulcropara su eterno descanso y el de Doña Iaabql, emperatriz.

(2) «Trape Oceanum mir&culum mundi. >

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NÚM. 302. B. ESCUDERO.— ESTUDIOS SOBRE ECONOMÍA POLÍTICA. 719

es grande y costosísima, llena de hermososmármoles y varias piedras, especialmenteen el presbiterio y altar mayor, que es de ad-mirable construcción; allí tienen los Reyes deEspaña sus panteones, donde se entiórrancon todas sus familias; allí hay sepulcros deCarlos V y Felipe II, hijo suyo, con lápidas óinscripciones correspondientes.

La sacristía es hermosísima, rica en oro,plata, piedras" preciosas y ornamentos. Lasgalerías están adornadas de admirables pin-turas; én el monasterio existe una bibliote-ca, gran salón pintado dentro, con libros devarias ciencias y retratos en los lados, delas celebridades literarias; enmedio de estesalón se encuentra una gran esfera, hermo-sa, bien hecha (1) y dos globos, uno terres-tre y otro celeste. Muchos libros habia, y micorto tiempo fue insuficiente para consignar-los; hubiera sido pr'eciso quedarme allí, á lomenos el espacio de una semana (2). Existetambién una biblioteca aparte, que contienemuchos manuscritos con hermosas pinturasdibujadas á pluma (3); en ésta hay muchoque ver y que admirar, y fuera de obras ma-nuscritas pintadas, no se halla otra cosa. Enla proximidad del Escorial está establecidoun lugar de diversiones poco común (4).

Mi vuelta de España. Entró en España elprimer'o del mes de Marzo y salí de Madriden el mes de Julio, y para evitar mi viaje áItalia por mar, lo emprendí otra vez porFrancia. Toda mi peregrinación desde Parisá España y éri España misma, la hice á ca-ballo ó én ñiüla. A mi salida de Madrid hacíacalor extraordinario, y por este motivo via-jaba siempre de noche y descansaba de día.

Provincia de Guipúzcoa.

Es' un paraje admirable, con numerososcamftíóS; en algunos sitios ofrece muchohierro.

Saíi Sebastian. Es un puerto de mar conuri pequeño fuerte ocupado por cuatrocien-tos hombres de tropa.

(1) Sistema de Ptolomeo.(2) Pocos libros habia entonces; hoy, el Sr. SoMeski

Solo no podría consignarlos todos en el término de unaño. La sola sala pintada ó biblioteca principal tienetinos 1.400 volúmenes.

(3) A principios del siglo rvu, según parece, seguardaban los códices con miniaturas y pinturas! sepa-rados de los demás manuscritos; hoy no existe eso.

(41) Será acaso la Granjilla, hoy propiedad de un par-ticular.

Bayona. Ciudad situada nó rntty tejos delas fronteras españolas, éh la qtie paéé* lánoche, preparé mi servidumbre y emprendími camino derecho á Lyon, es decir; hacia láMfronteras de Italia, y para ver át niisffió tié'íri-po los hermosos países de Francia, éri íá pai-te de la Gallia Narbonensé.

J. LISKE.Traducción dé #. R.

ESTUDIOS SOBRE ECONOMÍA POLÍTICA

DEL LUJO

ERROR DE LA OPINIÓN COMUÑ RESPECTO' ÁLLUJO. BAJO EL PUNTO DE VISTA DEL PROGRESOPURAMENTE MATERIAL, EL TRABAJO DESTINA-DO AL LUJO SE PUEDE COMPARAR CON ÉLDOMÉSTICO.

Es sabido por todos que una gran renta,por ejemplo, de' cuatro ó seis millones, puedeser invertida de diferentes maneras, produ¿

ciendo diferentes resultados también para lasociedad: puede gastarse una parte y econo-mizar el restó; puede gastarse toda y au-mentarla trabajando; puede, en fin, gastarseen totalidad.

La opinión corriun llama avaro, con ciertomenosprecio, al que invierte su renta de laprimera manera; juzga con algo memos seve-ridad al que la invierte de la segunda, repu-tándole sólo como ambicioso; de la terceramanera, por el contratrio, se muestra plena-mente satisfecha la opinión común. DirefiftoSá eso que, si no se tiene en mira, otra consi-deración que la ventaja que pueda reportarla sociedad de esas diferentes maneras deinventir una fortuna, la opinioW c'otrritftí Séengaña groseramente; porque la1 ultimé deesas tres maneras es incomparablementemonos ventajosa para la sociedad, áunctían-do se suponga que vaya acompañada d¡e to-das las exterioridades seductoras de la mag-nificencia y de la caridad.

Recordamos haber leido en alguna parteuna interesante experiencia, que vietíe biená nuestro actual propósito. Pasó la cosa-*-sedecia—en Inglaterra: dos graíldes propieta-rios colindantes, A j B, invertían stía? ren-tas en aliviar las clases menesterosaig; peroal paso que A las invertía en limosnas con

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720 REVISTA EUROPEA.—7 DE DICIEMBRE DE 1879. NÚM, 302.

extraordinaria munificencia, B hacía traba-jar, y sus beneficios se esparcían en salarios.

Al cabo de veinte años, poco más ó mo-nos, A, lejos de haber mejorado sus domi-nios, más bien los veia deteriorados, habien-do atraído á ellos una masa considerable demiserables, cuyas necesidades crecienteshaciaa más impotente su generosidad, alpaso que más intenso también su pesar porno poder socorrer á todos; alrededor de sumorada sólo se ostentaba el horroroso espec-táculo de la miseria: barracas cenagosas,calandrajos sucios, y, tras esto, todos los vi-cios vergonzosos engendrados siempre entales condiciones. B, por el contrario, habialevantado fábricas, abierto minas, disecadolagunas, puesto baldíos en cultivo: así queen sus dominios, cuyo valor había triplicado,se habían agrupado gran número de veci-nos, activos e industriosos, en cuyos hoga-res aparecía la pulcritud y brillaba en todassus formas el bienestar. El contraste entreA j B era, pues, sorprendente al terminarlos veinte años. Pues bien: A, cuyos benefi-cios habían producido resultados tan lasti-mosos, disponía de su fortuna de acuerdo conel ideal de la opinión común.

Se dice: el rico que consume todas susrentas hace trabajar. ¿Dónde se ha vistoque el rico económico, que el avaro, si tal sequiere, no haga trabajar? A menos de ente-rrar sus tesoros, lo cual no puede hacerse yapor nadie que tenga sentido común, es denecesidad emplearlos en algún trabajo, yeso mismo sucede con las rentas economiza-das, puesto que toda economía ha de serconsumible y consumida, sopeña de no tenervalor, sopeña, por consiguiente, de no sereconomía. La cuestión está, pues, en averi-guar si todos los trabajos remunerados porlos ricos deben ser igualmente apreciadospor la sociedad, teniendo en mira la dichacomún de sus miembros.

Lo que hace que muchos se forjen ilusio-nes, cuando se trata de los dispendios enlujo, es el ver pasar la moneda de las ma-nos del rico, donde abunda, á las del traba-jador, á quien lleva la alegría y el bien-estar. Y es tanta esa ilusión, que apenasse piensa en el trabajo que va á remunerar;pero es preciso ver si ese trabajo es ó noútil, porque la sociedad no vive, estrictamen-te hablando, del trabajo, sino de lo que eltrabajo produce.

Otra de las ilusiones consiste en creerque cuanta más riqueza se destruya, tanto

más trabajo tienen que hacer los operarios.Esta ilusión es tal, que al saber que unacosa se ha estropeado ó alterado, roto ó per-dido por un accidente cualquiera, suele de-cirse: ¡Tanto mejor! ¡Tendrán más trabajolos operariosl ¡Tanto mejor! Pues entonces,pongamos fuego á cuanto tenemos todos, y¡cuánto trabajo no habrá que desempeñardespués de una hazaña tan juiciosal ¡Cuangran filósofo era Nerón, puesto que hizo ponerfuego á Romal Todo eso está muy bien paradeterminadas inteligencias; pero, después desemejantes hazañas, ¿con qué se pagará álos jornaleros? El trabajo se paga con la ri-queza, y destruir la riqueza en provecho deltrabajo, equivale á matar la gallina quepone los huevos de oro.

El dueño de una casa alterada, rota óperdida, no dice jamas ¡Tanto mejor!, porquesabe perfectamente que, si no la reemplaza,no la gozará, y que para reemplazarla debe-rá privarse de otra cosa equivalente en va-lor, puesto que no puede adq'uirir dos cosasdiferentes con una misma parte de su haber;por consiguiente, si algunos trabajadoresganaren con motivo de aquel accidente quepriva de alguna cosa, otros habrán de per-der: no hay cosa más clara.

Si en vez de un vidrio, una joya ó cualquie-ra otra cosa por el estilo fuera trigo, pan úotro producto reputado de primera necesidadlo que se alterare ó perdiere, nadie diria: ¡Tan-to mejor! ¿Dedónde procede esa diferencia, esacontradicción de juicio en que incurre la opi-nión común? De un error, puesto que todacontradicción implica error. La opinión co-mún juzga perfectamente cuando se pierdeuna cosa de primera necesidad; por consi-guiente, juzga grandemente mal cuando sepierde una cosa que no reputa de primeranecesidad.

Los escritores que exageran los beneficiosque proceden del lujo, razonan, en general, ála manera que la opinión común cuando seregocija por una pérdida. Dicen que el lujohace trabajar; pero una epidemia ¿no da tra-bajo á los médicos, á los boticarios, al cleroy á los enterradores?Las penas capitales, ¿nodan trabajo á los verdugos? Hay trabajo ytrabajo, como suele decirse vulgarmente; seve, pues, que esa teoría del- trabajo, por símisma, puede conducir al absurdo. El lujoproporciona trabajo, es incontestable; peroes á los .operarios del lujo á quienes lo pro-porciona, y no .se puede decir que esos ope-rar ios m erezcan más ó mej or de la sociedad que

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NÚM. 302. B. ESCUDERO.—ESTUDIOS SOBRE ECONOMÍA POLÍTICA. 721

los otros. La cuestión está, lo repetiremos,en averiguar cuáles trabajos remuneradospor los ricos debe preferir la sociedad, te-niendo en cuenta, como no puede menos, ladicha común de todos sus miembros.

Dadas las industrias del lujo, comprende-mos perfectamente las quejas de sus obreroscuando una crisis suspende sus ocupaciones;pero no debemos colocarnos bajo ese puntode vista para estudiar esta cuestión, porquede lo contrario, podríamos concluir lógica-mente la utilidad de una peste, y de las eje-cuciones capitales, para la fortuna de los mé-dicos, boticarios, verdugos, etc. El lujo, fe-lizmente, no es el resultado de la interven-ción de la autoridad; por consiguiente, nodepende de ella el hacerle cambiar de natu-raleza; pero sí pende en gran parte de la opi-nión, y ésta puede modificarse. Se debe aspi-rar, sobre todo, á que se modifique esa incli-nación bien conocida que tienen ciertas cla-ses de la sociedad, y aun con frecuencia losgobiernos, á estimular el lujo, porque se-mejante inclinación conduce algunas veces ámedidas muy lastimosas.

Presentada así la cuestión, no se nosoculta que interesa á la prosperidad, á la li-bertad, á las artes, y aun á laeducacion de lasmasas; tendríamos, por lo mismo, gran pe-sar al darle una solución contraria bajo nin-guno de esos puntos de vista, excelentes to-dos, según nosotros, pero tampoco querría-mos que por un proceder irreflexivo en, favorde uño ú otro, se desconociera la primeracondición para la dicha de todos, la de vivir, yque no puede haber verdadera dicha en unasociedad en tanto que una parte de sus miem-bros se pudren y mueren en el fango delpauperismo.

Los operarios que producen sólo para ellujo son, para la inmensa mayoría de la so-ciedad que no consume jamas esos produc-tos, miembros improductivos, ocupados ex-clusivamente en satisfacer las necesidadesexcepcionales de clases opulentas; viven delas rentas, poco más ó monos, como sus do-mésticos. Sin duda que no tienen nada de ta-les, por otro lado, puesto que son verdaderosproductores; pero la inmensa mayoría de lasociedad apenas obtiene satisfacción mayorde su producto que de la domesticidad, nisus progresos materiales son tampoco másfavorecidos. Si A, en lugar de dar limosna,como dejamos dicho, hubiera ocupado á susfavorecidos en producir fuegos artificiales ócosas análogas, habria conservado en ellos

TOMO XIV.

hábitos laboriosos, muy preferibles á la ocio-sidad que estimulaba, pero por eso no habriahecho que prosperaran tampoco sus domi-nios.

No creemos necesario extendernos en másreflexiones, y aun podríamos decir que estánpor demás las anteriores, para demostrar queno todos los trabajos son igualmente útiles ála sociedad, y que los hay que no le prestanninguna, como son los fuegos artificialeSi Lacuestión de Lujo, bajo este punto de vista, es,pues, de fácil resolución. Que el opulento gas-te su tiempo en ocupaciones sin utilidad gene-ral, y hasta sin utilidad propia, se comprendeperfectamente; que le haga pasar de igual mo-do ásu servidumbrey acierto número de ope-rarios, se comprende también; pero eso noquiere decir, y es pre'ciso dejarlo consignado,que producen nada que sea favorable al pro-greso económico de la sociedad, y lo sentimos.Lo que los operarios del lujo economizan, po-dria economizarlo él, lo cual no impediría queellos pudieran economizar por su lado'dedicáii-dose á otras ocupaciones preferibles. De estamanera se obtendrían dos economías en vezde una, y no habria consumos inútiles, cuandono muy peligrosos. Bajo este punto de vista,no podemos monos que condenar el lujo.

Sin embargo, no queremos que los opulen-tos se impongan privaciones; nos agrada,,porel contrario, verlos buscar satisfacciones quepertenecen al lujo; pero hay lujo y lujo: le hayque embellecelaexistencia., forma las costum-bres, el buen gusto, que constituyela educa-ción estética de todos, pobres y ricos, y que, áfavor de las esperanzas que despierta, hastaen^re los más desheredados de lafortuna, llevaá todos los espíritus una generosa y fecundaemulación; hay lujo, por el contrario, que per-turba, enerva, pervierte y corrompe, no sóloá los que le gozan, sino también á los que as-piran á gozarlo, y hasta á los que son testigosé instrumentos. Este es un veneno para lascostumbres, el gusto y la razón, es perjudicialá la sociedad; así que está en la naturaleza delas cosas que la opinión se pronuncie enérgi-camente contra sus desastrosos efectos.

Nos parece excusado añadir que no excep-tuamos del anatema de la opinión á los go-biernos que creen estimular algunas indus-trias por medio de éstas ó las otras fiestas.Estas producen siempre un doble mal: losgastos excesivos de parte del Estado, y de losque quieren disfrutarlas, y las huelgas á queestimulan á los trabajadores. La misión delEstado no es la de divertir á la sociedad, y

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722 REVISTA EUROPEA.—7 DE DICIEMBRE DE 1879. NÚM. 302.

debe abandonar ese cuidado á los histrionesy á los volatines.

EL LUJO TIENE SU RAZÓN DE SER EN LADESIGUALDAD DE FORTUNAS.

La cuestión del lujo, sin embargo de todolo que venimos diciendo, implica otra en ex-tremo grave, cuya solución no depende sólode los hábitos que la riqueza engendra, sinotambién de ese conjunto de hechos económi-cos, de los cuales dependen la producción y elconsumo, la prosperidad ó la miseria de lospueblos. Esa grave cuestión es la de sabersi, faltando por hipótesis la producción de lascosas de lujo, podría reemplazarla otra queno fuera de lujo. Sismondi ha presentado yaesta objeción, y Mili la ha combatido. Nos-otros, apesar de lo que dice Mili, no la cree-mos resuelta.

Después de lo que hemos dicho del lujo ysus efectos, no comprendemos el reemplazode su producción sino por una ampliación dela que no responde á sus necesidades; y paraque ésta sea posible, es preciso, ó nuevosconsumidores, ó que cada uno consuma más.Mili asegura que esto es posible de dos ma-neras: por un aumento del número de traba-jadores, ó por la elevación de sus salarios:analicemos. Si cada trabajador nuevo produ-ce tanto ó más que consume, ó no habríancambiado en nada las condiciones, ó habríanempeorado, y no se resolvería la cuestión; siprodujera menos, podría quedar resuelta, pe-ro de seguro que Mili no aspiraría á semejanteresolución. La elevación proporcional de lossalarios, incontestablemente la resolvería;pero sería en perjuicio de los emprendedoresy de los capitalistas, y r.o se prestaría á ellola sociedad; porque no se opondría'al princi-pio que regúlala distribución equitativa délariqueza entre todos los cooperadores á pro-ducirla. Sabemos cómo se verifica esa distri-bución, como sabemos, y ya lo hemos dicho,que no se verifica en las mejores condicionesposibles; pero tenemos al mismo tiempo elconvencimiento de que se verifica lo mejorque se puede en el estado actual de las cosas.Para que se verificara de otro modo, no se-ría preciso nada monos que un cambio fun-damental de la economía de la sociedad.Cuando llegue á obtenerse ese cambio, habrádesaparecido la razón de ser del lujo; pero¿qué deberemos hacer para conseguir esecambio? Hó ahí precisamente la cuestión. Lasubida de los salarios no es, pues, un medio,

sino un resultado, y proponerla por remedioal lujo, equivale á propone la igualdad por re-medio á la desigualdad, ó la salud por reme-dio á la enfermedad.

En vista de las reflexiones que preceden,nos creemos autorizados para afirmar que lacuestión queda en el mismo estado que la he-mos anunciado: cesando, por hipótesis, laproducción destinada al lujo, ¿hallará consu-midores la que la reemplace? Ó, en otros tér-minos, ¿habrá medios de pagar la mayor ónueva producción no destinada al lujo? Bajoeste punto de vista podemos considerar divi-dida la masa total de consumidores en cua-tro categorías:

1.a Los que no consumen ningún artículode lujo, y que, apesar de eso, no economizan;de la cual no pueden esperarse consumido-res para la nueva producción, á menos queésta no aumente los medios de adquirir de losque componen esa categoría, cosa que no po-dría hacer sino privándose de una parte desu remuneración correspondiente, cuya su-posición es inadmisible, puesto que, en lascondiciones actuales de la producción, no po-dría continuar ésta en general si no obtuvie-ran sus colaboradores la remuneración queobtienen hoy.

2.a Los que no consumen tampoco artícu-los de lujo, pero que economizan. Tampocode esta categoría se pueden esperar consu-midores de la nueva producción, dado quehan limitado ya voluntariamente sus consu-mos.

3.a Los que consumen artículos de lujo, yal mismo tiempo economizan. Algo se podríaesperar de esta categoría, pero poco, puestoque los que la componen han limitado ya vo-luntariamente el consumo de las cosas, quese quisiera aumentaran.

4.a Los que consumen artículos de lujo yno economizan. Los consumos de lujo de estacategoría son debidos muchas veces á pre-ocupaciones que conspiran contra el bienes-tar de los que la componen; y si una necesi-dad general hiciera desaparecer esas preocu-paciones sin lastimar su vanidad, quizá acep-tarían una economía más nacional; pero ¿bas-taría esta categoría sola, aun añadiéndole al-gunos miembros de la anterior, para alimen-tar la nueva producción? Creemos que no.

Vemos, pues, que la cuestión de lujo, sen-cilla á primera vista, se complica en la prác-tica con otras que llegan hasta los funda-mentos de la economía general; así que seconfunde con la de desigualdad de fortunas y

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NÚM. 302. t>. ALCALDE PRIETO.—LA FELICIDAD HUMANA. 723

de miseria, y para resolverla, es preciso re-solver éstas antes. El lujo en efecío, tiene surazón de ser en la abundancia de una clase,más ó menos numerosa; y esta abundancia,que produce la desigualdad de fortunas, latiene á su vez en las mil circunstancias, delas cuales hemos hablado al tratar de lasdesigualdades económicas.

En atención á estos hechos, no es de aspi-rar á la cesación propiamente dicha del lujo,eino a su trasformacion, tal que conduzca aldesarrollo de las fuerzas productivas de to-dos. Si se empleara una parte en instruir sa-namente al pueblo, de suerte que no nacieraen el ese desprecio por las ocupaciones mo-destas, como sucede aún hoy, que la instruc-ción es el privilegio de un pequeño número,se daria un grandísimo paso hacia la rique-za, la paz y la dicha general, esto es, haciala mejor economía posible.

Procediendo así, cierto que se podría, sinpeligro alguno, consagrar una buena partede esas fuerzas al desarrollo del trabajo,agrícola sobre todo, que deja mucho que de-sear. La sociedad anhela tanto mejoras deese género, que puede recibirlas en gran es-cala sin alterar sensiblementelos arreglos quedetermina, bajo el imperio de un estado decosas menos lisonjero siempre por necesi-dad que aquel á que aspira sin cesar. En to-do caso, las mejoras que se obtuvieran desdeluego en su economía, consistiendo sólo enuna anticipación de las que deben resultar desus progresos ordinarios; no causarían tras-torno alguno que no fuera sensiblementebeneficioso.

Semejante aplicación de los recursos dellujo ha sido comprendida ya por muchas per-sonas opulentas en Francia, en Inglaterra yen otros países; así que se hallan algunascomarcas que deben toda la prosperidad quegozan á la generosa y fecunda iniciativa deesas personas. La introducción del cultivo dela patata en Europa es debida á una iniciati-va de ese mismo género; tal es la única ma-nera de proteger convenientemente las in-dustrias. Desgraciadamente, esta apetecibleaplicación del lujo no ha encontrado aún bas-tantes imitadores.

B. ESCUDERO.

LA FELICIDAD HUMANA

CUADRO DE COSTUM BRES

(Continuación.)

—Confieso que jamas me habia detenido eneso, — me contestó palideciendo ligeramen-te;—pero hablemos de otra cosa. Pablo meha confirmado la exactitud de lo dicho portu padre. La señora Piñón es prima lejanadel mió; rompió el casamiento convenido en-tre los dos por un motivo bastante singular,casi inverosímil, y sin embargo, verdadero:por la diferencia de opiniones políticas de losdos prometidos.

—Eso no es posible... ¡Una joven no pue-de tener opiniones políticasl

—Pues ya lo ves. Pero yo me haré conesos papeles. Pablo está seguro de obtener-los, y dentro de dos dias, la víspera de supartida, me los entregará. Así lo hemos con-venido, y he dispuesto de tí.

—¡De mil—exclamé con verdadero terror.—Sí, se que estás sola y he pensado en

convidarme á comer pasado mañana. Pabloirá al anochecer á la puerta de tu jardín; leesperamos, me da los-papeles, le doy las gra-cias, y todo se acabó. Y por mi no tengascuidado; doy á mi padre esos papeles, quepor lo visto necesita para su tranquilidad, yde esta manera no dudo que aceptarás.

—No lo sé, — contesté meneando la cabe-za;—preferiría mejor que mi mismo padre teacompañara.

—Está ausente.—Pues que retarde Pablo la entrega de

esos papeles.—Si se marcha...—Es verdad,—repliqué desanimada al ver-

me metida en los misterios que tanto repugnaba; pero no habia medio: ó cometer unaimprudencia, ó ser despreciada por aquella,mi única amiga, que me hubiera acusado deegoísmo y debilidad.

—Pero ademas, todo está felizmente conirbinado...

—Así lo creo...—reflexionó. Y ya que des-pués dehese esfuerzo no habia motivo paraevitarlo* convine en los proyectos de miamiga.

»A1 siguiente día pasé la noche en casa deMartin. Brillaba en la señora una satisfac-ción tan opuesta á su carácter, que ha.cía á

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uno dudar; más aún, inspiraba un temor in-explicable. La alegría de los malvados esuna amenaza para los que les rodean, y yono podia desechar los síntomas de un vagotemor. Prodigaba á Villena sonrisas inteli-gentes y atenciones aduladoras. Toda la no-che demostró un humor igual y tan extraño,que su marido no cesaba de estudiarla áhurtadillas, como se estudia un peligro paraevitarle con tiempo. Comprendía que algo in-sólito sé formaba en aquel cerebro, siemprepreocupado con el mal, y me preguntabaquién sería la víctima cuya desgracia exci-taba de antemano aquella alegría de tan malpresagio.

»Dicha señora tenia por costumbre des-preciar á cuantas personas su marido esti-maba; habia ridiculizado á éste por sus pa-seos y encuentros con Pablo Piñón, hasta elextremo que no se ocupaba ya de aquel gro-sero soldado, para evitar á su mujer talespalabras; pero ella, con la claridad que ve laenvidia, comprendía que la conversación medesagradaba, y por lo mismo la reproducía;aquella noche, en vez de hablar con despre-cio del hombre salvaje, preguntó con ínteresá su marido por él.

—Sí, todos los dias le veo; va á marchar, ylo siento,—respondió inocentemente Martin.

«Ella y "Villena me miraron en aquel mo-mento, y yo no pude menos de sonrosarme.

—Sí,—continuó Martin;—va á reunirse consu regimiento, y es verdaderamente sensi-ble que un muchacho de tan buenas disposi-ciones para las ciencias se exponga á la ac-ción de una bala traidora. Le habia regaladoun Quijote en cambio de un libro antiguo queme ha rogado conserve como un recuerdo...Pero ¿en dónde está?

»Esta pregunta alteró las facciones de sumujer visiblemente, y tanto, que se apresuróá responderle malhumorada:

—Ya sabes que jamas toco esos volúmenesaveriados y llenos de polvo, que un dia metemo lleguen á ocupar toda la casa.

—Es verdad, amiga mia,—respondió el ma-rido apresuradamente, á fin de conjurar latempestad que á lo lejos rugía;—no era á tí,sino á mí mismo á quien dirigía la pregunta*,¿dónde está mi Saavedra Fajardoi... ¡Ah! Enaquella rinconera... jQué demonio! ,£i yo nole he puesto allí... En este libro hay algunospasajes en que mi amigo y yo hemos conve-nido... Por cierto que puso una señal paraque me acordase y volviera á leerlos... y essingular, ha desaparecido el papel.

—Le habrás perdido en el camino, — con-testó la mujer encogiéndose d© hombros. -*-¡Qué! ¿Buscas algún otro papel?

—No... pero es raro que se haya perdidoéste... [Bah! Es una desgracia, pero no valela pena.

»La conversación cambió, tomando otrogiro más agradable, y por último, el señorMartin me acompañó á mi casa.

»A1 siguiente dia, Magdalena no parecía;yo ya empezaba á estar inquieta, cuando unode los criados entró con una carta suya quedecia:

«Mi querida amiga: Un accidente impre-visto, que á no ser por tí consideraría comouna verdadera calamidad, me retiene en ca-sa. Paseándome ayer me retorcí un pió, yaunque no es cosa de cuidado, no me permitesalir... Lo demás ya lo sabes. ¿Harás por mílo que necesito? En este caso, vas á las ochode la noche á la puerta del jardín; allí nosesperará; recibes los papeles y vienes á ver-me mañana. Espero sólo una palabra, un sí,y me evitarás la fiebre que de seguro tendríaesta noche. Te conozco, y no rehusarás, ape-sar de tu prudencia, ese servicio á tu buenaamiga,—Magdalena.»

«Cuando recuerdo, hijos mios, las pueri-les razones que ambas teníamos para obrarasí, me tengo compasión. La juventud obe-dece á veces á móviles novelescos, y fácil-mente se crea obligaciones que están no sólofuera del deber, sino en contradicción con él.

«Desde los primeros momentos yo debíparticipar á mi padre cuantos pasos dabaMagdalena; pero así como ella creia obrargenerosamente, aun exponiéndose á torcidasinterpretaciones, yo estaba persuadida defaltar á uno de los mas sagrados deberes, ála intima amistad que me unia á nii amiga,si en tal asunto introducía un tercero en dis-cordia.

«Supuse que era necesario ayudarla, cal-mar su inquietud, devolverla el reposo nece-sario á su curación, y le mandé el si que mepedia. Ambas creíamos que aquellos papeleseran relativos á algún asunto político de im-portancia... y si por un lado me acusaba defaltar con mi silencio á mi padre, por otro noera insensible á la pequeña gloria de repre-sentar un papel en un sunto gravísimo... Lanoche era oscura; tomé una linterna sordadel cuarto de mi padre, me envolví bien en ,un pañuelo grande, pero blanco, prueba in-

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equívoca de mi inexperiencia para aventu-ras románticas, y me dirigí á la puerta deljardin.

«Pocos minutos pasaron sin dejarse sen-tir golpes en la puerta, que abrí, presentán-dose Pablo Piñón. Le mandó entrar paracumplir mi misión y contarle el accidenteocurrido á Magdalena. Éste me dijo, pasean-do por la próxima calle de árboles, que sen-tia la exagerada importancia que mi amigahabia dado ala existencia de los papeles quetraía; que, en efecto, su madre habia rehu-sado dárselos al señor Laflor, pero que, siéste hubiera insistido, los tendría hacía mu-cho tiempo en su poder.

—¿De qué tratan?—Señorita, hoy de nada. En la época en

que parece iban á casarse ese señor y miquerida madre, dominaban sentimientos mo-nárquicos extremadamente exaltados. El se-ñor Laflor, que le ofendía ver á sus jóvenescompañeros alcanzar rápidamente glopia, pa-rece que trató de obtener un grado de oficialen la Guardia; mi madre, prima suya, y queentonces .habitaba el castillo, buscando enun pupitre un pedazo de papel, encontró lapretensión de una gracia, escrita de puño yletra del mismo, y firmada por él, y mi ma-dre guardó esa petición para el casó de queLaflor, ofendido ó despechado, quisiera dar alrompimiento una torcida y distinta explica-ción. Ahí tenéis todo, que no merece, comoveis, la pena de alarmarse tanto como se haalarmado la señora Laflor. He oido decir queel principal interesado en este punto, quetanto se vanagloria de la inflexibilidad desus principios, se creería rebajado ante suhija si ésta se apercibía de semejante co-sa; así que me parecía preferible, y aun es-taba dispuesto á hacerlo, remitir bajo un so-bre esos papeles al señor Laflor; y á haberencontrado á Magdalena, probablemente Ibhubiera hecho con su consentimiento; peroya que usted la reemplaza, ahí están, y obrecomo juzgue más oportuno. Y en esto tengoun placer, pues al cabo Magdalena es pa-rienta de mi madre, y suplico á usted le digaque me consideraré feliz si alguna vez puedoserla útil, y si por acaso no la vuelvo á ver,que la deseo todo género de felicidades.

«Cambiamos algunas frases corteses, yPablo salió. Yo me volví á mi cuarto algohumillada por haberme dejado arrastrar deMagdalena, y juré que, dadas las penas, te-mores é inquietudes que habia sufrido desdesus imprudentes negociaciones, no volverían

á atormentarme. Era ya, sin embargo, de-masiado tarde.

»A1 dia siguiente fui á casa de Magdalenapara contarle todo; llegué con los papeles yuna porción de argumentos en mi cabeza,sobre los inconvenientes de las empresas á©aquel género, y sin autorización de los pa*dres, quienes son la experiencia que nos fal-ta y la razón de que aún carecemos por com-pleto. Apoyé mis argumentos sobre la insig-nificancia de aquellos papeles mojados. Mag-dalena se alegró mucho y me aseguró era deinmensa importancia el que su padre entraseen posesión de aquel irrecusable testimoniode su volubilidad, de que siempre se estabaacusando. Convinimos en meterle en un som-bre con esta leyenda: «De parte de la señoraPiñón», y que le pondríamos sobre su pupi-tre. Así tampoco sabría el pecado cometidopor su hija.

»Despues de haber hablado alegrementecon Magdalena, volví á tomar el camino demi casa, muy contenta con la seguridad déno tener que ocultar nada á mi padre y á mínovio en lo sucesivo, y aun prometiéndomepasar bien la noche al lado de Villena, encasa del señor Martin, cuando de repente meencontré con éste.

»Apesar de las contrariedades domésticasque acribillaban su existencia con aceradasespinas, nuestro vecino tenia buen humor,especialmente cuando estaba fuera de casa.Su conciencia estaba tranquila, su alma nocon tenia acrimonia alguna, y sufría con re-signación las pruebas á que su mujer le su-jetaba. Aquel dia estaba triste y con la ca;

bezj»baja... Le examiné sorprendida.—¿Qué tiene usted?—pregunté apretándole

la mano que me tendía silenciosamente.—¿Usted sufre?

—No... es decir, sí... Ahí viene mi mujer,—añadió precipitadamente, volviendo la cabezacon temor. .

«Efectivamente, la señora aparecía porun sendero próximo. Salí á su encuentro,pero adelantándose, me dijo con una expre-sión do alegría que nunca olvidaré:

—Íbamos á su casa.—Me alegro mucho,—respondí,—y espero

que este encuentro no varíe la intención deustedes.

—Sí, la acompañaremos.»Y manifestaba una satisfacción impropia

que me sorprendía tanto como la melancolíadel marido. Sin darme cuenta de mis impre-siones, me inquietaba aquel cambio de pape-

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les, y caminábamos en el mayor silencio.«Desde que la señora de Martin tomó

asiento en el salón, era en esta misma sala,empezó á hablar haciendo recriminaciones yalusiones indirectas, y habló de la mala ideaque tenía de las jóvenes imprudentes, y dematrimonios no realizados, y que acaso nose realizarían. El marido callaba, y aquellavisita, que tan desagradable me iba siendo,terminó cambiando nuestros respectivos sa-ludos, y diciendo yo al marido:

—Hasta la noche.—Sí,—contestó como saliendo de un letar-

go;—vendré por usted.—Acaso estemos solas,—respondió la mu-

jer,—pues Villena se ha marchado.»Por desagradable que sea contribuir á

aumentar la alegría de los malvados, no pu-de dominar la cruel sorpresa que se apoderóde mí, y exclamó:

—¡Enrique se ha marchado!—Sí,—contestó con glacial indiferencia:—

esta mañana ha ido á despedirse. Ha parti-do para Italia, anunciando que su ausenciaserá probablemente muy larga.

»A1 oir esto conocí la imperiosa necesidadde ocultar á sus ojos la profunda herida querecibía; tuve el valor de contestar que acasoVillena habría escrito á mi padre, y de repe-tir la promesa de ir aquella noche á su casa.»

—Permitidme que descanse un momento.Hay ciertos hechos de la vida que no puedenrecordarse sin la misma emoción que produ-cen la primera vez.

Marta bebió un vaso de agua y continuó:

XII

«Én cuanto me vi sola, experimentó esatriste languidez que se apodera de uno en elmomento que ve desaparecer sus precon-cebidas ilusiones. ¡Dios permita, hijos mios,que nunca conozcáis el desconsuelo de quefui •víctima en aquel momento! El sol perdiórepentinamente su claridad y su calor; des-aparecieron los colores, todo tomó á mi vis-ta un tinte oscuro, uniforme, desgarrador, yme veia sola, sola para sufrir y para adivi-nar el inexplicable sentido de aquella repen-tina determinación.

»Si era un rompimiento, ¿cual la causa detan incalificable proceder? ¿Cómo combatirley vencerle? ¿Mi dignidad lo permitiría? ¿Po-dría condescender a disculparme condenán-dome sin oírme?

»Hubó un momento en que me pareció ver

cierta relación entre la ausencia de mi padrey la de Villena. ¿Quién sabe? Acaso los nego-cios de mi padre fuesen graves, acaso su for-tuna estuviera comprometida. ¿Sería ésa lacausa de su abandono? Hay momentos en queel orgullo habla muy alto, y éste era uno enel que hubiera deseado encontrar una expli-cación que le rebajase á mis ojos, pero unsentimiento contrario me decia que no era elcorazón el únicamente herido.

«Por otro lado, era tal el cariño que teníaá mi futuro, que le respetaba, y en su extre-mado rigorismo me habia inspirado una de-ferencia absoluta; su abandono era para mídeliberado, y ello me rebajaba á sus propiosojos.

»¡Ohl ¡Qué de contradictorias ó inverosí-miles hipótesis se apolpaban á mi mente! Meparecía á esos pobres pájaros encerrados re-cientemente en una jaula, que, en su an-siedad por ía libertad, tropiezan con todoslos alambres, y que no encontrarían la puer-ta de su prisión aunque estuviera abierta.Ninguna solución me ocurría, y debí evitarel empeño que habia tomado, pues por la tar-de se apoderó de mí una violenta fiebre. Laseñora de Martin podía estar satisfecha. Tu-vo el gusto de saber que sus tiros habíansido perfectamente certeros.

«Mandé llamar á mi padre, que vino ense-guida; al cabo de seis semanas me encontra-ba convaleciente. Aun entonces mi padre nome dirigió pregunta alguna. Martin venía ca-si todos los dias, pero su mujer no volvió áaparecer.

»Ya fuerte para resistir aquella penosaenfermedad, me dijo padre que ésta le habiaimpedido contestar á Villena, que le habiaescrito su partida á causa de no poder reali-zar los proyectos de su enlace.

—Al cabo de dos meses, la tal enferme-dad me ha hecho olvidarme de esa ofensa,pero ya es tiempo de que me ocupe de ello.Cuéntame lo que sepas... ¿Cómo ó quién teparticipó la marcha de ese... individuo?

—La señora de Martin.—Apostaría cuanto poseo á que esa mu-

jer es la causa de todo. Si es, lo pagará comomerezca esa infame.

—Padre mió... ¡si es mujer!—¿Y porque lo sea ha de gozar del dere-

cho de impunidad? ¿Y no lo es para hacer da-ño?... Tiene marido.

—El pobre Martin... ¡Si es tan buenol Ade-mas, ya sabes que siempre nos repite que sumujer tiene la cabeza al revés.

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—En ese caso, que la encierre en un ma-nicomio; pero no es loca, es mala y quien ha-ce mal, responde de sus hechos y de todas susconsecuencias. Los animales dañinos vivenlejos de la sociedad, que les'repele.

«Ausente Villena, era imposible averi-guar nada por este lado..Padre no sedes-animó; se dirigió al suyo, pero éste acaba-ba de marcharse á Madrid. Allá füé mi pa-dre , encomendándome al cuidado de Mag-dalena, que durante mi enfermedad se por-tó como verdadera amiga. Aun así no obtu-vo resultado, pues dicho señor habia aban-donado la corte, acaso para reunirse con suhijo. Volvióse mi padre con la esperanza delos abandonados y perseguidos, con la espe-ranza en la justicia distributiva.

«Vino uno de esos pronunciamientos tancomunes en este desdichado país, patrimo-nio de ambiciosos sin ciencia ni conciencia,y Magdalena me abandonó, puesto que su pa-dre dejó el país. Martin fue separado, si bienmás tarde, cuando todo se concluyó, obtuvouna reparación en otra parte.

«Pasaron dos años sin poder explicarnosel doloroso enigma, que apesar de todo teníael mismo interés que el primer dia para nos-otros. Un dia habló mi padre con el de Ville-na, que ya vivia en el país, pues hasta supropia fortuna bamboleaba, efecto de las em-presas industriales en que la tenía compro-"metida, y le obligó seria y formalmente áque explicase tan anómalo proceder.

«Este contestó que su hijo habia sabidocon certeza que yo tenía amores con unjoven; que habia llegado imprudentemente áescribirle y hasta á recibirle en su ausencia;en una palabra, que llegó á ser imposiblenuestro matrimonio; que las leyes de la deli-cadeza habian obligado á su hijo á echarsela culpa de lo que yo era la única culpable; yque si partió, fue por evitar explicaciones ytener que acusarme cerca de mi padre.

»Éste se quedó absorto; trató de dominarla cólera y preguntó cuando se repuso quiénera el joven desconocido. El padre de Villenasólo sabía que no era del país, y sí un militarque no se le habia vuelto á ver.

»Cuando mi padre lo supo todo, aseguróformalmente que Villena, hijo, habia menti-do; que todo aquello era una calumnia, y quesabria buscar y castigar á quien se habia

. atrevido á componer tan odiosa historia.Dueño de sí mismo, añadió Villena que suhijo poseía un billete mió á aquel joven, y queél me habia visto conversar en el jardín, y

\ prometió que pediría á su hijo autorizaciónpara presentar esa prueba á padre.

»Éste no dudaba de mí; creía que yo nopodia ocultarle ningún secreto por insignifi-cante que fuera, pero la prueba... y aquellaafirmación tan segura... Se decidió á esperarla respuesta del hijo antes de darme un te-rrible golpe.

»En efecto, una mañana se presentó Ville-na en casa, encerrándose con mi padre ensu cuarto; á poco oí que éste me llamabacomo indignado, y maquinalmente me dirigíadonde me esperaban mis dos jueces. .

—Ese billete no es letra de mi hija; ustedse convencerá.

»Mi padre me enseñó la carta, que deciaasí: «Caballero: Le espero á las ocho en el jar-din, como lo tenemos convenido. Le ruego elsecreto. Usted sabe cuan importante es paramí...—M...»

—Se ha cometido la infamia de asegurarque tú has escrito esa carta,—dijo mi pa-dre,—y sobre tan despreciable fundamento sehan edificado suposiciones calumniosas. Mar-ta, estoy seguro de que la indignación te darávalor. Te acusan de haber dirigido esa cartaá un joven desconocido, de que le has recibi-do en casa durante mi ausencia... y ese hon>bre se llama Pablo Piñón,—añadió leyendo elsobre de la carta.—]Ah!

—Todo eso es verdad á medias,—dije súbi-tamente iluminada.—Sí, señor, yo he recibidoá Pablo á la puerta del jardín para que me die-se unos papeles de una amiga. Puedo citarsu nombre, porque la luz en este asunto leservirá de disculpa y justificación en vez dedatarla.

—No comprendo...—dijo mi padre.—Pues es sencillo,—respondí con triste-

za.—Es una pequeña aventura realizada poruna romántica entrevista, á la que me aso-ció para mi eterno disgusto.

»Y contó á mi padre cuanto debí haberhecho á su tiempo.

—Mucho has debido sufrir, hija mia,—medijo éste abatido;—yo no puedo acusarte, peroya lo ves, los acontecimientos te dicen á quépeligros nos expone el hecho más insignifi-cante cuando éste se oculta á los padres.

«Visiblemente conmovido Villena y concierta expresión melancólica, tomó la pala-bra y dijo:

—Afortunadamente, aún estamos á tiem-po, todo puede repararse...

—Un hecho queda sin explicar,—-añadí sincuidarme de lo dicho por Villena.—¿Cómo se

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encuentra en poder de este señor la carta deMagdalena?.

—Es verdad. ¿Cómo llegó á poder de suhijo de usted?—preguntó mi padre.

»En la creencia Villena de que todo era re-parable, se apresuró á hacer causa común,denunciando el nombre del principal motorde aquel enredo, y contando el modo y formade pasar á sus manos, de las de la señoraMartin, y á las de ésta del libro regalado á sumarido por el joven Piñón.

—Así debia ser,—añadió mi padre hacien-do un esfuerzo.—No podía ser otra cosa; setrataba del honor de una familia, y allí debiaestar esa mujer.

—¡Oh! No la defiendo; acaso si no hubieseabandonado el país callase su nombre, por-que al fin...

—Sí,—dijo mi padre bruscamente,—es demuy buen tono tratar con exquisito cuidadoa los que hacen mal... siquiera sea á costade sus víctimas.

—No lo entiendo así,—respondió Villena;—y dejando discusiones enojosas, pensemos enel sencillo medio de remediar ese deplorableerror; todos hemos obrado ligeramente. Re-produzcamos, pues, los antiguos proyectos;dados los acontecimientos políticos de enton-ces, á nadie chocará... Me consta que mi hijoha deplorado más de una vez la resoluciónque entonces creyó debia tomar; me constaque se considerará feliz si al darle yo expli-cación de esta entrevista le envió la autori-zación para presentarse en esta casa y pedirperdón.

«Una sonrisa irónica y punzante aparecióen los labios de mi padre. Yo vi claramentelo que ella leia en el pensamiento de Villena.A no perder la mayor parte de su fortuna, elpadre ni se hubiera apresurado ni hubierahablado con tanta seguridad del arrepenti-miento de su hijo. El mió, dirigiéndose á mí,me dijo:

—Habla, á tí te corresponde, eres libre.—Si su hijo de usted—le respondí—me ins-

pirase los mismos sentimientos que en untiempo me arrancaron el si, aceptaría congusto su proposición; pero desgraciadamen-te yo no puedo relegar al olvido lo sucedido;caballero, la conducta de su hijo es honrosa,pero no estimo su carácter.

—¡Señorita! •—Qué quiere usted, no me gustan los ca-

racteres débiles. ¿Qué seguridad puede ofre-cer su ligero apoyo, siempre dispuesto á servíctima de parecidas prevenciones? Ademas,

la vanidad es compañera inseparable de ladebilidad, porque aquélla es la que pone éstaá disposición del primer ocupante, y yo des-precio la vanidad. Quizá usted me diga queahora será fácil dominar su carácter; acaso;pero me sobra dignidad para no aspirar áser guia y directora de mi marido; y el impe-rio sobre los caracteres débiles no es fáciladquirir, ni monos conservar. Siempre sondominados por los que valen monos cuantomás adulen su vanidad. Aún hay algo másduro todavía, y es que siempre desconflan delos que valen más que ellos, aunque carezcande motivos para dudar de su buena fe y de-mas bellas prendas que les adornen.

—Está usted bajo el imperio de un resenti-miento justo, que disminuirá ante los testi-monios de afecto que dará á usted mi hijo;puedo asegurárselo.

—¡Su afectol ¡Ohl Ni existe ni ha existidojamas. ¿Por qué no destruyó una á una laspérfidas insinuaciones que han sido las eta-pas del plan seguido por la señora Martin?Si en vez de ocultarse con esa mujer paraespiarme, hubiera tenido verdadero cariño,hubiese venido á mí y se hubiera enteradode todo, y no me habría herido cobarde nen-te sin pensar en el dolor que debia producirmesemejante conducta. La Marta de hace dosaños no existe ya, amigo mió. Entonces eraconfiada, hoy duda de todo; entonces creia,en los sentimientos generosos, y vuestro hijose convencerá ahora de que... en fin, no esposible dar á la persona cualidades que sela desean.

»Jamas habia hablado tanto; me exaltódemasiado; pero, si mi juicio sobre Villenaera exacto, yo no tenía ni podia tener lossentimientos y el escepticismo que creia; des-pués he recordado... y mi historia posterioros probará, hijos mios, que nunca debemosdesesperar de nuestro corazón, que á travésde las más dolorosas decepciones siempreencontraremos en él la bienhechora facultadde amar y de creer.

»Villena padre hizo aún algunas tentati-vas, pero en balde; yo merecí la más grataaprobación del mió, y no volvimos á hablarni una palabra de semejante suceso.»

—El hijo fue un villano,—exclamó Eduardo.—Fue un hombre ligero, débil, vanidoso,—

replicó Marta;—por ligereza no calculaba elalcance de sus actos , dejándose arrastrarhasta ,1a violencia, y por vanidad temia serengañado siempre. Se creyó superior, y fueenvuelto y vendido por una despreciable mu-

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jer; creyó tocar la meta, y pegó en, el suelo;causó males irreparables, y se hizo desgra-ciado; sin embargo, no era un mal hombre,porque en sus condiciones hizo feliz á su es-posa; no carecía de probidad, y, si llegó á serpobre, nunca cometió una acción indigna.No debió fijarse, a lo que creo, en que exis-ten muchas variedades de probidad, y en quepuede hacerse mucho mal, ó absteniéndosecuidadosamente en dañar al prójimo, ó cre-yendo que no se le perjudica cuando desgra-ciadamente no es así. El egoísmo es un viciodel alma que á nadie daña tanto como alque le posee.

—¿Tardó mucho en casarse?—preguntó Ce-cilia.

—Estaba empleado en una casa de bancaalemana cuando tuvimos la conferencia queos acabo de referir. Su padre, que veia dis-minuirse su fortuna, se lanzó en algunasempresas temerarias, de las que salió conlas manos en la cabeza. Su hijo, pues, notuvo otro remedio que continuar donde esta-ba, y aceptar como definitivo el puesto provi-sional que desempeñaba. Se casó en Alema-nia con una joven pobre, y algunos años des-pués volvió, con objeto de salvar el resto delo que su padre habia dejado. Él no sobrevi-vió mucho tiempo á su desgraciado padre.

La viuda se estableció definitivamenteaquí, educando á su solo hijo con los mediosde que podia disponer. Gracias á una media-nía, muy próxima á la pobreza, ese hijo po-see hoy cualidades preciosas.

—Pero, tia, ¿usted cree que el pobre sólopuede poseer cualidades preciosas?

—Desfiguras una observación hija de la ex-periencia; he querido decir que en generallos padres que han hecho por sí mismos sufortuna, valen más que los hijos que se la en-cuentran ya hecha.

—¿Y por qué?—preguntó Cecilia un tantopensativa.

—Porque siempre necesitamos de una ba-rrera que contenga nuestras malas inclina-ciones, en oposición muchas veces con nues-tros deberes, y, por consiguiente, con nues-tra fortuna y honor. El trabajo realza y su-jeta á su ley; ley que al principio parece duraporque impone el orden en el empleo del tiem-po, y aparta de las diversiones que degene-ran en vicio, y después parece á todos bene-ficiosa porque evita el enojo y conserva la fa-cultad de gozar las distracciones que sumisma rareza hace más envidiables.

El trabajo pone al hombre en condicionesTOMO XIV.

de bastarse á sí mismo; le comunica senti-mientos de verdadera dignidad, que el ociosoé ignorante confunde con las exigencias de supropia vanidad. El trabajo dice: sé honrado;la ociosidad repite sin cesar-, vé bien vestidoy arreglado, excita la atención y la envidia...sin reparar en nada.

Y en el camino emprendido por el derro-tero de los placeres, se vaa marcando las tetapas por la inutilidad, el ridículo y la rui-na, que directamente conducen á los compro-misos que con la conciencia se contraen; esdecir, á las acciones despreciables, indignas -ó malvadas.

—¿Pero usted cree—repitió Eduardo comoavergozado ante esa profesión de fe—quepor el hecho de ser rico no puede el hombrepreservarse de esos peligros?

—No por cierto,—contestó Marta con viva-cidad;—puede uno escaparse, y eso se ve to-dos los dias, pero cuesta algún trabajo, por-que ¡es tan dulce dejarse llevar por la pen-diente del lujo y de los placeres, de la ociosi-dad y adulación 1 ¡OhI ¡Se enaltece tanto á losque no se contentan con gastar sus rentas...ó su capital; á los que conocen el crédito, lospréstamos y operaciones atrevidas, la intri-ga y la hipocresía del vicio! El trabajo raravez es voluntario, ¿no es verdad, Eduardo?

—Es verdad; pero ¿qué debe hacerse cuan-do uno es rico y no tiene necesidad de tra-bajar?

—La riqueza no es el único móvil y fin deltrabajo, y desmerece el que así lo crea. Elhombre debe instruirse para no degenerar,en un ente inútil y ridículo, y para arrebataruna^arte de la existencia á los placeres em-briagadores ó embriagados. El que carece defuerzas (que sólo da la ciencia) para comba-tir las perniciosas influencias de la riqueza,es hombre perdido, á no ser que sobrevengaalguna de esas tempestades bienhechorasy cambie las condiciones de su existencia,obligándole á buscar la calma en el empleodel trabajo.

—¡Ridículo, tia!... ¿Pero era yo ridículo?—¡Ya lo creo!—contestó ésta levantándola

cabeza con una enérgica convicción.—¡Pobreniño! ¡Aún te veo haciendo ensayos de igno-rante y despreciable dandysmo, ejercitándoteen tratar á tu madre como á un camaradade placeres... pálida copia de muchos y neciosoriginales, y empeñado en empequeñecerte,en ahogar tus buenos instintos! Y tus her-manas obraban y pensaban lo mismo; creían,persuadidas por el ejemplo, que su única mi-

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sion era la de adornarse y exhibirse; pero, áDios gracias, vino la ruina, y con la desgra-cia la reforma de los sentimientos y la seve-ridad del juicio. Di con sinceridad, Eduardo:¿no encuentras algún placer en tu actualexistencia?

—¡Dios mió! Yo mismo no sé lo que ha pasa-do por mí. La verdad es que creí no me acos-tumbraría jamas á vivir solo en una pobrecasa de huéspedes, ni á trabajar diariamenteen un pobre y reducido despacho, ni á vestirtrajes mal hechos y baratos; y poco á poco,no sólo me he habituado, sino que he ido en-contrando en el trabajo pequeneces que nisospechar hubiera podido tuvieran un agra-dable encanto, y... no se incomode usted, tia,he tenido deseos de tener algo confortable yelegante... El primer dinero... mis ahorros...cuya cifra me entristecía ó indignaba al pen-sar en ellos cuando no los poseía, me han pa-recido de un valor superior al de todo el dine-ro que he derrochado, y no ha sido poco. El díaque pude comprar y poner por mí mismo loscortinones de damasco en mi ventana, pro-ducto de un trabajo extraordinario, aqueldia, lo confieso... tuve un placer mayor queel que pudiera experimentar volviendo á con-templar mi lindo departamento madrileño.

Ahora aspiro a aumentar mis ahorros ymejorar mis muebles; y al efecto me he pues-to á trabajar por mi cuenta, á fin de repararel tiempo perdido y aprender cosas que acasome enseñaron, pero que yo olvidé ó no lasescuché. Con este motivo se me pasan las ho-ras tan pronto, que ni me queda tiempo parapensar en lo pasado. Me acuesto pronto, melevanto temprano, y no siento, como en Ma-drid1, pesadez en la cabeza, ni tengo aquellosratos de murria y mal humor que me inco-daban sin cesar.

—Ahí tienes la ventaja que la desgracia detu padre debia producirte,—continuó la tia.—La Providencia ha hecho con vosotros lo queMentor con Telémaco, arrojarle al mar parasalvarle, y pues la riqueza no la has de ad-quirir tan rápidamente como te dejó, supon-go continuarás trabajando y, por consiguien-te, siendo hombre de bien.

—Efectivamente; papá tiene mejor salud, ymamá mejor humor,—dijo Cecilia.

—Ni podia ser otra cosa; á tu padre ya nole atormentan aquellos disgustos que le pro-ducían sus enormes gastos, y tu madre ape-la al trabajo para distraerse; al trabajo, quees generoso porque otorga cuanto de él se so-ícita: á unos su bienestar, á otroa la distrac-

ción, á éstos el olvido de sus males, á aqué-llos la esperanza del porvenir.

—Tia, termine usted su historia,—dijo Ce-cilia.

—Ya no me queda mucho que contaros, hi-jos mios.

—¿Y por qué no se ha casado usted des-pués?

—Eso ya es más difícil de explicar. Yo nopodia aceptar á Villena, y, sin embargo, re-chacó cuantas proposiciones se me hicieronposteriormente. Me parece — añadió Martacon sencillez—que no siempre depende de unomismo el desterrar de su corazón aun á losque juzga indignos de figurar en él. En mu-chos años no pude pensar en otra cosa, ydurante ese tiempo, y con el afán de deste-rrar tristes recuerdos, me dediqué á ayudará mi padre en la administración de sus bie-nes. Conforme envejecía, me iba haciendomás indispensable y ¿podia pensar enabandonarle cuando todas las pretensionesme repugnaban?... Yo habia creído siempreque mi verdadero destino era el de ser centrode una familia, amar y honrar á mi marido,cuidar y educar á mis hijos... y todo me hasido negado; pasó mi juventud cuidando á mipadre; pasa mi vejez ocupándome de vos-otros, y gracias á Dios que no he sido inútil,ni tengo por qué arrepentirme.

—¿Qué fuó déla señoritaLaflor?—preguntóEduardo.

—La pobre Magdalena, muy joven arreba-tada por la tisis, y en tierra extranjera, ja-mas supo, felizmente, las consecuencias desu inocente Imprudencia: yo siempre la ase-guró que mi matrimonio no se efectuó porlos acontecimientos políticos que subsiguie-ron. Su padre, cada dia más descontento,exigente y altanero; fuó arrastrado por sumujer y se fijó en Francia después de vendertodas sus propiedades. Pablo Piñón, causainocente de todos mis sinsabores, perdió ásus padres, y no he vuelto á saber de él. Tam-poco he sabido nada del pobre Martin, quesin duda habrá abandonado este mundo. Encuanto á su mujer, ¡oh! es otra cosa: yo es-toy segura que vive todavía, siempre obran-do mal y maldiciendo siempre, porque la mal-dad es un seguro de larga vida. Sin embargo,la cuestión acerca de ella queda sin resolver,porque éste asunto no es sólo de esta vida,sino de la otra también. Y si no, observad loque en el mundo pasa, estudiad el fin últimode todos los tipos de este género, reflexionadsobre el último período de su vida, y juzgad.

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NÚM. 302. D. ALCALDE PRIETO.—LA FELICIDAD HUMANA. 731

Y ahora que sabéis toda mi historia, va-mos á cenar.

XIII

El párroco tenia por costumbre ir á co-mer todos los domingos en casa de Gil, ygracias á él, los papas podían jugar al tre-sillo, en tanto que las jóvenes hablaban consu hermano y con Enrique Víllena.

—Ya sabrán ustedes—dijo el cura, verda-dero cronista de la población—que el cas-tillo ha sido vendido por su actual propieta-rio, el cual le adquirió del señor Laflor, hacelo monos treinta años.

—¿Quién le ha comprado?—preguntó Gil.—Un banquero; acaso sea alguno de sus

antiguos compañeros. Se llama Domingo.Aquel nombre recordaba á los señores Gil

antiguas y fastuosas glorias y rivalidades; ydesagradó bastante á Marta, pues era se-guro que se pondrían en contacto sus sobri-nas con aquella familia.

—¿Y le ha comprado para habitarle?—pre-guntó la mamá.

—Sí, han enviado un porción de muebles; yun ejército de obreros se proponen arre-glarlo para dentro de seis semanas, en cuyaépoca se instalarán en él los nuevos propie-tarios. ¿Ustedes les conocen?

—Mucho,—contestó Gil algo contrariado.—Me alegro, pues así tendrán una vecin-

dad de su gusto.—Lo dudo,—añadió Gil;—espero que nos de-

jen en nuestra oscuridad. Para disfrutar denuestra suerte' no debemos alternar con mi-llonarios.

—A nosotras ya no nos interesa tratar conMatilde,—exclamó Luisa.

—En' verdad,—añadió Cecilia, apoyando ásu hermana,—nuestro destino es muy diver-so, y probablemente no nos entenderíamos;ella ama la riqueza antes que todo, y yo heaprendido á no necesitarla.

Enrique Villena prestó su aprobación áesta declaración, y convinieron, después deuna larga sesión, en no renovar los antiguoslazos de amistad que les unian á la familiade Domingo.

Eduardo recordó los incidentes del al-muerzo dado por la señorita Matilde, cosaque hizo reir muy de veras á Villena.

—Sabían nuestra desgracia,—dijo Eduar-do indignado,—y por eso nos recibieron co-mo lo he referido.

—Pues era lo natural. ¿No acabáis de ase-

gurar que su pasión favorita era la del di-nero?—preguntó Enrique. :

—Sí, pero un cambio tan repentino...—Os constituía en una inferioridad indudá,-

ble. En ciertos círculos, ó yo me engaño, ó riohay más barómetro que el dinero; desapare-ce ó disminuye, pues con arrojar al amigose concluyó. Creerás que ese proceder denoi-ta vanidad; pues lo que denota es la humil-dad más inocente; los que se ofenden reve-lan que no sen nada, ni tienen más impor-tancia á sus propios ojos que la que les da eldinero que el acaso ó la maldad social puso,un dia en sus manos para arrebatárselo alsiguiente. Si ademas de la fortuna poseye-ran una inteligencia medianamente cultiva-da, y sobre todo un corazón honrado, esco-gerían sus amigos entre sus iguales en in-teligencia y corazón, no entre sus iguales enriqueza ó maldad... y la desgracia no les se-pararia, no, les uniría y haria más respeta-bles que nunca. Los que se alejan de sus ami-gos porque la fortuna les abandona, se con-denan á sí mismos. Veo, Eduardo, que aúnte preocupan los recuerdos de tu vida deotros tiempos. Cuando el hombre es víctimade una de esas crueles y despreciables de-cepciones , habiendo sido constante y lealcon los que se llamaban sus amigos en lafortuna, es preciso exclamar con el inmor-tal poeta, con el gran Schiller: «Mucho he ga-nado perdiéndole». En efecto, ¿sabes lo quegana el que se ve olvidado por el hombre dé-bil, frió y á quien únicamente atrae la famaó renombre, el éxito ó ruido, el metal ó laficticia posición? Lo que gana es incalculable.¿Sajjes lo que pierdes perdiendo un verdade-ro amigo de quien siempre has sido digno?No es posible apreciarlo, sólo la experienciate lo enseñará.-

Gracias á esa mezcla de ardiente fé y en-tusiasmo, y no por la circunstancia de serjoven, como á muchos sucede, Enrique, po-bre, pero efe un valor y honradez reconoci-dos, conquistaba las simpatías de toda la fa-milia de Gil; sus generosas creencias, su rec-to lenguaje, su rigurosa equidad en lo quele concernía y el conjunto de su carácter,contrastaban notablemente con los recuerdosmadrileños de sus amigos. Cuando éstos evo-caban su pasado, tropezaban con otros sen-timientos y otras doctrinas. Glorificado eléxito en el gran mundo, cualquiera sea suorigen, condenada y despreciada la debilidadaunque sea justa, protegido el mal ó insulta-do el bien por la indiferencia, la familia Gil

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se vio abandonada y aun despreciada en unmomento dado; herida profundamente por elegoísmo de los que llamaban sus amigos,comprendieron más tarde su miseria y ba-jeza.

D. ALCALDE PRIETO.

(Continuará.)

WILHELM MEISTER

PRIMERA PARTE

A.ÍTOS DE APRENDIZAJE

Libro cuarto.

(Continuación.)

CAPÍTULO XIII.

Serlo le recibió con los brazos abiertos, yle gritó al salir á su encuentro:

— ¿Conque sois vos? ¿Os reconozco? ¡Sólo •)estáis un poco cambiado! ¡Vuestro amor alarte puro es siempre tan fuerte y tan violen-to! Tan feliz me hace vestra llegada, que ol-vido la desconfianza que me habían inspira-do vuestras últimas cartas.

Sorprendido Guillermo, le pidió que se ex-plicase más claramente.

—Vos no habéis obrado conmigo comoviejo amigo, respondió Serlo; me habéis tra-tado como á gran señor, á quien puede reco-mendarse con toda seguridad gentes sin va-lía. Nuestra suerte depende del juicio del pú-blico, y me temo que á vuestro señor Melinay á su gente les cueste trabajo el hacerse re-cibir favorablemente aquí.

Guillermo quiso decir algo en su favor,pero Serlo se puso á hacer tan despiadadadescripción de la tal gente, que nuestro ami-go se felicitó de que una dama, entrando enel aposento, ljegara á interrumpir la conver-sación; su amigo se la presentó por su her-mana Aurelia. Hízole ésta muy amistosaacogida, y era de tan agradable conversa-ción, que no observó en ella un pronunciadotinte de melancolía que daba un atractivomuy particular á su espiritual figura.

Por vez primera desde hacía tiempo, vol-via á hallarse Guillermo en su elemento.Hasta entonces habia encontrado oyentesque sólo le escuchaban porque á ello les obli-gaban las conveniencias, en tanto que ahoratenía la dicha de hablar con artistas y con

inteligentes, que, notan solóle comprendían,sino que daban á sus palabras respuestasinstructivas... ¡Con qué rapidez examinaronlas obras nuevasl ¡Cómo sabían apreciar ypesar el juicio público! ¡Conque presteza seilustraban mutuamente!

La preferencia de Guillermo por Shaks-peare hizo girar sucesivamente la conversa-ción hacia este escritor. Manifestaba vivaesperanza de que sus admirables obras ha-rían época en Alemania, y no tardó en traersu Hamlet, que tanto le habia preocupado.

Serlo le aseguró que la obra se hubierapodido hacer mucho tiempo antes, y que vo-luntariamente se hubiera encargado él delpapel de Polonini.

—Y, añadió sonrióndose, de igual manerahubiéramos encontrado Ofelias si teníamosel príncipe.

Guillermo no observó que Aurelia no pa-recía muy satisfecha de la broma de su her-mano, y expuso con gran saber y con gransuma de detalles en qué forma hubiera de-seado ver representar Hamlet. Ofreció á suconsideración los resultados que tanto le ha-bian ocupado, ó hizo todos los esfuerzos ima-ginables para inculcar su opinión, aun ape-sar de la duda con que Serlo contestaba ásus hipótesis.

—Sea, dijo por fin éste: os lo concedemostodo; pero ¿qué es lo que queréis probar conello?

—Mucho, todo, replicó Guillermo. Imagi-naos un príncipe tal como lo he pintado, cuyopadre muere repentinamente. La sed de loshonores y del poder no son las pasiones quele mueven: le bastaba con ser hijo de rey, y,sin embargo, vedle obligado á cuidarse másde la distancia que separa al rey de los sub-ditos. El derecho á la corona no era heredi-tario, pero la prolongación en la existenciadel padre no hubiera hecho más que robus-tecer los derechos de su hijo único y asegu-rar* su esperanza de sucederle en el trono.En vez de esto se ve excluido, quizas parasiempre, y apesar de falsas promesas por sutio, siéntese despojado de riquezas, de crédi-to, y ajeno á todo aquello que desde su ju-ventud hallábase acostumbrado á considerarcomo propio. Sabe que no es más, si acaso,que un simple caballero; se hace servidor delos demás; no es cortés, no es afable, no; es-tá degradado y en la indigencia.

Mira su estado anterior como un sueñodesvanecido. Y en vano procura su tio levan-tar su ánimo y hacerle ver su situación bajo

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otro punto de vista: el sentimiento de su nu-lidad no le abandona. El segundo golpe queha recibido le ha causado herida más profun-da; le ha humillado todavía más el matrimo-nio de su madre. Hijo fiel y tierno, al morirsu padre le quedaba una madre: esperabahonrar la heroica figura del difunto en com-pañía de su noble madre abandonada; y pier-de á su madre de un modo más cruel que sile hubiera sido arrebatada por la muerte. Laidea consoladora que todo hijo bien nacido seforma de sus parientes, se habia borrado; yano ejerce protección para con el muerto; noestá unido con la vida; es mujer, y como talse ha sometido á la ley genérica de su sexo:la fragilidad.

Entonces es cuando se siente rebajado,huérfano, y ninguna dicha en el mundo sus-tituirá á la que ha perdido, y no siendo pornaturaleza ni triste ni soñador, la tristeza ylos delirios de la fantasía será carga pesadapara él. En tal estado le vimos aparecer. Creono haber añadido nada á la obra, ni alteradosus rasgos.

Serlo miró á su hermana, y le dijo:—¿Te he hecho un retrato inexacto de nues-

tro amigo? Empieza bien, y va á referirnos yhacernos creer en otras muchas cosas.

Guillermo juró que no quería engañar, si-no demostrar, y pidió otro momento de pa-ciencia.

—Imaginaos cuanto posible sea, prosiguió,á este joven hijo de rey: penetraos de su po-sición, y observadle en el momento de apare-cer la sombra de su padre; acompañadle enesa noche terrible, cuando se presenta anteél el venerable fantasma. Un espanto enormeapodérase de él: dirige la palabra á la som-bra, la ve marchar, la sigue y la escucha. Laterrible acusación lanzada contra su tío re-suena en sus oidos con la invocación á lavenganza, y esta urgente súplica: «Acuér-date de mí».

¿Y qué vemos cuando ha desaparecido elespectro? ¿Un joven héroe sediento de ven-ganza? ¿Un príncipe legítimo que se consi-dera feliz de verse impulsado á derribar alusurpador de su corona? No; la estupefaccióny la melancolía envuelven al infeliz abando-nado; es amargo ante los criminales que son-ríen; jura no olvidar al muerto, y acaba conesta queja significativa: «]E1 tiempo ha rotosu cadena. ¡Desgraciado de mí, nacido pararestablecerlal»

En mi sentir, estas palabras son la llavede toda la conducta de Hamlet, y es evidente

para mi que Shakspeare ha querido pintaresto: un grande acto impuesto aun alma queno es bastante fuerte para realizar el actomismo. Con esta intención paróceme que estáconducida la obra del principio al fin. «Uniro-ble plantado en un vaso precioso, incapaz decontener en su fondo mas que flores deli-cadas, extiéndense las raíces y el vaso serompe.»

Un sor bello, puro, noble, profundamentemoral, pero despojado de la fuerza materialque forma el héroe, sucumbe bajo el .pesoque no puede soportar ni rechazar. Todos losdeberes son para él sagrados, pero éste esdemasiado pesado. Se le exige un imposible,no en sí, sino imposible para él. ]Gómo semueve, se agita, se atormenta, avanza, re-trocede, vuelve de nuevo sobre su objeto, yacaba por perderle de vista sin lograr jamasrecobrar la calma!

CAPÍTULO XIV.

Entraron varias personas ó interrumpie-ron la conversación. Eran aficionados quese reunían una vez por semana en casa deSerlo á dar un pequeño concierto. Gustabamucho de la música, y pretendía que sin estegusto no puede un comediante llegar á com-prender nunca ni sentir claramente su arte.Así como Ja acción es más fácil y más pro-pia cuando los gestos están acompañados ysostenidos por una melodía, el comediantedebe componer su papel, aun cuando esté es-crito en prosa, de modo que no lo declamede una manera monótona y según sus cos-tjjgnbres individuales, sino que lo trate conlas modulaciones y según el ritmo y la me-dida.

Aurelia parecía prestar poca atención átodo lo que se hacía: al fin condujo á nuestroamigo á un gabinete próximo, y asomándoseá la ventana, mirando el estrellado cielo, ledijo:

—Os debéis á nosotros todavía en lo que áHamlet se refiere; no quiero ser importuna,y deseo que mi hermano oiga también lo queos resta por decir; pero decidme, sin embar-go, qué pensáis de Ofelia.1

—Apenas si hay algo que decir, contestóGuillermo, porque el maestro ha dibujado sucarácter en algunos grandes rasgos. Todosu ser se mueve en una sensibilidad dulce ypura. Su amor por el príncipe, á cuya manoaspira con derecho, se desarrollaHrañquila-meníe; su excelente corazón se abandona en

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tan gran manera á su pasión, que el padre yel hermano espántanse, y ambos lo dan áconocer de una manera indiscreta. El deco-ro, como la gasa ligera de su seno, no puedeocultar la agitación de su corazón, antesbien revela esta tímida agitación: su imagi-nación hállase excitada, su tímida modestiarespira ua amoroso deseo, y si la ocasión,diosa fácil, sacudiese el arbusto, el fruto cae-ria con seguridad.

—¿Y cuando se ve abandonada, rechaza-da, despreciada? dijo Aurelia. ¿Y cuando enel alma de su amante insensato la sublimi-dad se trasforma en un ínfimo rebajamien-to, cuando en vez de la dulce copa del amorle ofrece el cáliz de la amargura?

—Rómpese su corazón en pedazos, replicóGuillermo, sepáranse todas las articulacionesde su sor: sobreviene la muerte de su padre,y todo el edificio se desploma de una vez.

Guillermo no habia notado la expresióncon que Aurelia habiaescuchado estas últi-mas palabras. Únicamente ocupado de laobra maestra, de su armonía y de su perfec-ción, no recelaba que su amiga experimen-taba muy otra impresión, y que estas imá-genes dramáticas despertaban en ella un do-lor profundo.

Aurelia se habia quedado con la cabezaapoyaáaen.el brazo, y sus ojos, que se llena-ban de.lágrimas, se dirigían al cielo. No pudocontener por más tiempo su dolor en secreto,apoderóse de las manos de nuestro amigo, yexclamó, mientras el permanecía atónito an-te ella:

—[Perdonad, perdonad á un corazón lleno •de angustiasl La sociedad me incomoda y meoprime; roe es preciso ocultarme de mi cruelhermano; ya vuestra presencia ha roto todosmis lazos. Amigo mío, continuó, un instantesólo hace que os conozco, y ya vais á ser miconfidente.

Apenas podía pronunciar estas palabras,y se dejó caer sobre su hombro.

—No opinéis mal de mí, continuó ella so-llozando, si me, abro tan pronto á yos, si meveis tan débil. Sed, continuad siendo mi ami-go, lo merezco.

Él la exhortaba de la más, tierna manera.|En vajiol Sus lágrimas corrían siempre yahogaban sus palabras;

En este; momento Serlo entró muy inopor-tunamente, y Filina, muy de improviso; élla llevaba de la mano.

—Hé ahí á vuestro amigo, le'dijo él: se, ale-grará de daros los buenos días.

—jCómol exclamó Guillermo. ¿Aquí es don-de os vuelvo á hallar?

Ella se adelantó á recibirle con aire dis-creto y ajuiciado, dióle la bienvenida, alabóla .bondad de Serlo, que no' por su mérito,sino con la esperanza de que se reformara,la habia admitido en su excelente compañía.Se mostró amistosa con Guillermo, sin dejarde conservar respetuosa distancia.

Este sentimiento sólo duró mientras losotros dos personajes permanecieron allí. Por-que cuando Aurelia se retiró para ocultar sudolor, y llamaron á Serlo, Filina miró conprecaución por las puertas para ver si se ha-bian marchado realmente, después saltó co-mo una loca por la sala, se sentó en el sueloy á poco se-ahogó de risa. Enseguida se le-vantó, corrió á acariciar á nuestro amigo, fe-licitóse por las medidas que habia tomado,por la buena idea que habia tenido de ade-lantarse á reconocer el terreno y hacer sunido.

—Aquí se vive de una manera abigarrada,dijo, lo cual me agrada. Aurelia ha tenido unadesgraciada intriga con un señor que debeser un muy hermoso hombre, y á quien poruna vez quisiera ver. Él lá ha dejado un re-cuerdo, si no me engaño, porque veo andarun niñito de unos tres años, hermoso comoel sol; el papá debe ser encantador. No pue-do sufrir á los niños, pero éste me gusta in-finito. He h^pho mi cuenta: la muerte delmarido, la nueva relación, la edad del niño,todo eso concuerda.

Hoy, el amigo ha continuado su camino.Hace un año que ya,nolave. Ella está in:

consolable. [Loca! El hermano tiene en lacompañía una bailarina á quien corteja, unapequeña actriz de quien es íntimo; en la ciu-dad algunas damas á quienes hace la corte,y me tiene á mí también en la lista. ¡Loco!Mañana te hablaré del resto de la, sociedad.Y ahora, aún un recadito de Filina, á quienconoces: la archiloca est,á enamorada -de tí.

Juró que esto er.a cierto, luego aseguróque esto no era más que pura broma. Rogóencarecidamente á Guillermo que se enamo-rase de Aurelia, la cual haría completa lapartida.

—Ella corre tras su infiel, tú tras ella, yotras tí, y tras mí el hermano. Si esto no nos.proporciona distracción para seis meses,muera yo en el primer episodio que ílegue áprecipitarse en la cuádruple intriga de .estanovela.

Le rogó que no echara á perder sus asun-

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NÓM. GCETIÍE.•—WÍLHELM fcfEtSTER. 735

tos y que le manifestara todo el respeto queella quería merecer por su conducta paracon él mundo.

CAPITULO XV.

Al dia siguiente por la mañana, Guiller-mo pensó ir á visitar á la señora de Melina;no la encontró en casa; preguntó dónde esta-ban los demás miembros de la compañía am-bulante, y supo que Filina les habia convi-dado á almorzar. Acudió allí por curiosidad,y les halló muy dispuestos y enteramenteconsolados. La prudente criatura les habiareunido, ofrecídoles el chocolate y dádoles áentender que aún no estaba perdida toda es-peranza. Esperaba, gracias á su influencia,persuadir al director de lo ventajoso que lesería admitir en su compañía á gentes tanhábiles.

Escuchábanla atentamente, tragaban ta-za tras taza, encontraban á Filina encanta-dora, y prometían no decir de ella cosa queno fuera buena.

—¿Creéis, pues, le dijo Guillermo cuando sehalló á solas con Filina, que Serlo se decidi-ría á quedarse con nuestros compañeros?

—En modo alguno, replicó Filina, y cierta-mente no creo en ello; quisiera que estuvie-ran muy lejos; sólo deseo guardar á Laertes;dejaremos, poco á poco, á los olfos á un lado.

A este propósito, hizo comprender á nues-tro amigo que estaba cierta de que él no de-ja'ria por más tiempo que se ignorase su ta-lento, y que entraría en el teatro con un di-rector tal como Serlo. No sabía elogiar bas-tante el orden, el gusto, el ingenio que en élreinaban; supo tan bien tender las redes ánuestro amigo, y tan bien elogiar su talento,que su corazón y su imaginación se inclina-ron hacia este proyecto tanto como su juicioy su razón se alejaban de él. Disimulóse suinclinación á sí mismo y á Filiría y pasó undia muy inquieto; no podía decidirse á visi-tar á sus corresponsales é ir á buscar lascartas que podia haber en esta ciudad á éldirigidas, porque, si bien podia representar-se la intranquilidad de los suyos, temia sa-ber en detalle sus cuidados y sus proyectos,tanto más cuanto que se prometía para aque-lla noche un grande y puro goce: la audiciónde una obra nueva.

Serlo se habia negado á admitirle en losensayos.

—Es preciso, decia, que primero nos co-

nozcáis bajó nuestro aspecto, Antes de queos permitamos mirar nuestro juego.

Extremada fue la satisfacción con queasistió á la representación nuestro amigo;era la vez primera que veia un teatro tanperfectamente ordenado. Los actores ¡esta-ban llenos de talento y de felices disposicio-nes; tenían un conocimiento preciso y clarode su arte, y sin embargo, no eran todos deigual fuerza; pero se ayudaban y sosteníanmutuamente, se excitaban entre sí y repre-sentaban con mucha seguridad y concierto.Comprendíase al instante que Serlo era elalma de todo aquello, y él mismo se distin-guía en su pro. Numen cómico, vehemenciamoderada, sentimiento cierto de las conve-niencias, juntos á grande facilid ad de imita-ción, admirábanse de él así que entraba enescena, apenas abria la boca. El personal do-minio de sí mismo parecía comunicarse á to-dos sus oyentes, y el ingenio con que expre-saba los rasgos más delicados de su papel,de la manera más sencilla y más inteligible,excitaba tanta mayor satisfacción, cuantoque sabía disimular el arte que ss habia apro-piado con incesante estudio.

Su hermana Aurelia no le era inferior;aún obtenía mayores éxitos, porque agitabalos sentimientos de los hombres, á quienesél sabía enardecer y alegrar tan bien.

Al cabo de algunos días pasados del masagradable modo, Aurelia mandó llamar ánuestro amigo. Acudió á su casa y la encon-tró tendida en un canapé; parecía tener do-lor de cabeza, y febril agitación conmovía vi-siblemente todo su ser. Su mirada se iluminócuando vio entrar á Guillermo.V>*-Dispensadme, exclamó ella al punto; la

confianza que me habéis inspirado me ha de-bilitado. Hasta el presente pasaba en silen-cio mi dolor; él me daba fuerza y calma. Aho-ra habéis roto, sin que sepa cómo,ha sucedi-do esto, los lazos de mi taciturnidad, y vais áveros obligado á tomar parte, apesaf vues-tro, en ei combate á que yo misma me en-trego.

Guillermo le respondió de una maneraamistosa y amable. Le aseguró que su ima-gen y su dolor no habían cesado de flotar an-te su espíritu, que imploraba su confianza,que se consagraba á su amistad.

Mientras hablaba, llamó su- atención, unniño que estaba sentado en el suelo delantede ól y aporreaba juguetes de todas clases.Podia tener, como le habia dicho Filina, unostres años; y Guillermo comprendió entonces

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736 REVISTA EUROPKA.—*7 DE DICIEMBRE DE 1879. NÚM. 302.

por qué la ligera joven, que raramente em-pleaba expresiones elevadas, habia compa-rado á este niño con el sol. En efecto, en tor-no de sus grandes ojos y de su redondo ros-tro se retorcían bucles de dorados cabellos;en su frente deslumbradora, blanca, dibujá-banse cejas ñnas, oscuras y ligeramente ar-queadas; los vivos colores de la salud brilla-ban ea sus mejillas.

—Sentaos á mi lado, dijo Aurelia; miráiscon sorpresa á este niño feliz. Le he recibidocon alegría en mis brazos; le guardo con cui-dado; pero por él reconozco toda la extensiónde mi dolor, pues éste me deja conocer raravez el precio de semejante tesoro.

Permitidme, continuó, que os hable aúnde mí, y de mi historia, pues me interesamucho que no me desconozcáis. Creia teneralgunos momentos de descanso, y os he man-dado llamar; ahora que estáis aquí, he ahíque el hilo se ha roto de nuevo.

¡Ufia criatura abandonada que añadir álas otras! diréis vos; sois hombre y pensáis:¡Cuál se agita en vista de una desgracia ne-cesaria que alcanza á una mujer más cierta-mente que la muerte, en vista de la infideli-dad de un hombre, local ¡Oh, amigo miol ]Simi destino fuese común, sobrellevaría, desdeluego, una desgracia comunl ¡Pero es tanextrañol ¡Que no pueda yo mostrarle en unespejo, encargar á alguno de que os lo re-fleral ¡Oh! Si yo hubiera sido seducida, sor-prendida, luego abandonada, aún tendría unconsuelo én mi desesperación; pero mi situa-ción es muy de otra suerte cruel: yo soyquien me he engañado, quien me he equivo-cado contra mi voluntad, y esto es lo quenunca me perdonaré.

—Con sentimientos tan nobles como losvuestros, respondió Guillermo, no podéis serenteramente desgraciada.

—¿Y sabéis á quién debo estos sentimien-tos? dijo Aurelia. A la más detestable educa-ción que haya podido pervertir á una joven,al peor ejemplo que haya sido hecho para ex-traviar los sentidos y el corazón.

Después de la muerte prematura de mimadre, pasé mis años más hermosos, los enque* se desarrollan el cuerpo y el espíritu, encasa de una tia que se habia hecho á la cos-tumbre de despreciar las leyes del honor. En-tregábase ciegamente á todos sus caprichos;y sea que, según el caso, mandara, sea quefuera la esclava, ello le era igual, con tal deque en sus groseros placeres pudiera olvi-darse de sí propia.

¿Qué idea podíamos formar, niños con lamirada pura y límpida de la inocencia, delsexo fuerte ? ¡ Cuan estúpidos, exigentes,desvergonzados, mal criados, eran aquéllosque ella atraía á su lado! ¡Cuál, por el con-trario, se mostraban cansados, desdeñosos,vacíos y disgustados cuando habían satisfe-cho sus deseosl De esta suerte he visto du-rante años á aquella mujer envilecida bajola dependencia de los hombres más malos.¡Qué tratamientos tenía que sufrir, con quéfrente sabía admitir su destino, de qué ma-nera sobrellevar sus innobles cadenasl

Así es como aprendí á conocer vuestrosexo, amigo mió, y como le aborrecía contanta mayor franqueza, cuanto que observa-ba de qué suerte los hombres, de suyo con-venientes, cuando se hallan en contacto connosotras , parecen renunciar á los buenossentimientos de que la naturaleza haya po-dido hacerles susceptibles.

Desgraciadamente, hice al mismo tiempo,en tales circunstancias, experiencias acercade mi propio sexo; y, niña de diez y seis años,sabía de ello más que hoy, hoy que no mecomprendo á mí misma. ¡Por qué somos tanrazonables de jóvenes, tan razonables parallegar á ser cada vez más insensatos!

El niño hizo ruido. Aurelia se impacientóy llamó. Una vieja vino á llevársele.

—¿Te duelen aún las muelas? dijo Aureliaá la vieja, que tenía vendada la cara.

—De una manera casi insoportable, res-pondió ella con voz sorda.

Cogió en brazos al niño, que pareció satis-fecho, y se lo llevó.

Apenas se habia marchado el niño, cuan-do Aurelia rompió á llorar amargamente.

—Ya no puedo más que gemir y quejarme,exclamó, y me avergüenzo de estar aquí an-te vos como un gusano miserable. Mi razónme abandona; no puedo continuar este relato.

Se detuvo de pronto y se calló. Su amigo,que no quería decir nada que fuese fatal, yque nada significativo podia decir, la estre-chó la mano y la consideró algún tiempo. Alfin, en su embarazo, cogió un libro que esta-ba en una mesita colocada á su lado; eranlas obras de Shakspeare, abiertas en Hamlet.

GOSTHE.

(Continuará.)