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REVISTA EUROPEA. NÚM.155 11 DE FEBRERO DE 1877. AÑO IV. LA VERACIDAD DE LA CONCIENCIA. Uno de los puntos más capitales de la filosofía es la veracidad de la revelación de la conciencia. Pero hay dos modos de considerar esta veracidad. El uno es el de Reid y sus inmediatos sucesores, los cua- les suponen que las primeras revelaciones son irre- sistibles y necesariamente aceptadas por todos los hombres, siendo una verdadera «locura metafísica» el disputar sobre su exactitud; el otro, representado por Descartes y su escuela, mientras admite que en la práctica todos los hombres deben poseer tales creencias fundamentales, estiman que estas creen- cias no deben ser aceptadas en filosofía como fina- les, sino en el grado en que ellos rechazan toda du- da. Los que manifiestan la primera tendencia, los naturalistas realistas, afirman que las declaraciones primarias poseen á la vez una veracidad subjetiva y objetiva; mientras los que señalan la segunda, los idealistas, con marcada inclinación hacia el escepti- cismo, sostienen que tales declaraciones no poseen más que una veracidad subjetiva. En este artículo tratamos de hacer un esfuerzo para apoyar el Realismo natural- ó sea la doctrina del sentido común, la cual, una vez comprendida, no puede confundirse con el áspero é imperfecto sentido común. Esta teoría, discutida como aquí lo hacemos, se halla tan dentro de un método riguro- samente crítico como la doctrina de Descartes, de Berkeley, de Kant ó de Fichte. Para ello tomaremos nota primeramente de nuestras creencias prácticas, después las reduciremos á sus elementos primarios con el objeto de comprobar su verdad comparándola entre sí, y por último, aplicándola la última ley de contradicción. Mas cuando lleguemos á los elementos primarios del conocimiento así entresacados, nos encontra- mos con el hecho, claro para Reid como la luz del sol, de que es imposible probar ó dejar de probar la integridad de la conciencia como la fuerza más alta de la evidencia. Porque está bien claro que, á me- nos que ya exista un verdadero poder revolador, el intento de probar ó no probar no tiene valor al- guno; la prueba exige una veracidad con la cual se verifique. En último resultado, pues, nos vemos precisados, con Hamilton, á convenir en que «la creencia es la condición primaria de la razón, y no es la razón el último fundamento de la creencia. TOMO IX. Es fuerza que cedamos al soberbio Intellige ut cre- dos de Abelardo, y que nos contentemos con el Crede ut intelligas, de Anselmo.» La demostración, en verdad, descansa, después de todo, sobre loa datos primarios; pero cuando la razón se opone á la fe como anteriormente, ¿no ten- dremos en cuenta más que una simple demostra- ción? No, ciertamente, sino aquel juicio del pensa- miento que considera y pesa todas las clases d# evidencia, sea intuitiva ó inductiva. La filosofía es por entero el resultado de lomas dependiente, lo más comprensivo, lo superior, por- que el juicio intelectual expresa que la plena eviden- cia es la que puede satisfacer su ardiente deseo por la certidumbre. Este juicio de la inteligencia es el que decide finalmente; examina cuidadosamente lo que se le ofrece como evidente, y lo acepta como satisfactorio, ó lo rechaza como dudoso. La autoridad, según la ley de evolución, no au- menta á medida que nos vamos acercando á los fundamentos del conocimiento. Por el contrario, nosotros concluimos finalmente, en cuanto al valor de toda evidencia, en la autoridad de nuestro juicio. Bien claro se ofrece que si estuviéramos limitados a! pensar espontáneo ó no especulativo, la idea, ya sea con las preguntas del escepticismo ó con el de- seo realista de vindicar su integridad, no hubiera na- cido en el pensamiento humano de mejor modo que la idea de inmortalidad puede presentarse en la inte- ligencia del elefante ó del perro. Según esto, todo lo que pasa por verdad dentro de la filosofía, debe ser comprobado por aquel criticismo supremo del cual depende toda filosofía. Si, como Ferrier afirma, la filosofía no puede ra- zonarse en su principio, no obstante podemos dis- currir sobre este principio con el objeto de satisfa- cer al criticismo final en cuanto al grado de veraci- dad que encierra. ¿Cómo se verifica esto? En la historia de la moderna filosofía, recordamos Oos in- tentos de principal importancia para resolver esta cuestión: uno es el de Descartes; otro es el de Ha- milton. Bien sabido es que Descartes hacía de la duda el punto de partida de su indagación especulativa; y lo que daba firmeza á su teoría, según él, era que existia como un ngente que piensa y que duda. Cogito—de este hecho no puedo dudar—luego exis- to. La conciencia que tengo de mi existencia como agente conscio, se halla para mí fuera de toda 11

REVISTA EUROPEA. - Ateneo de Madrid · 2007-04-25 · Necesitamos, por lo tanto, un medio de compro-bar la verdad, más exacto que el que nos ofrece la ley de contradicción ó la

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REVISTA EUROPEA.N Ú M . 1 5 5 11 DE FEBRERO DE 1 8 7 7 . A Ñ O IV.

LA VERACIDAD DE LA CONCIENCIA.

Uno de los puntos más capitales de la filosofía esla veracidad de la revelación de la conciencia. Perohay dos modos de considerar esta veracidad. El unoes el de Reid y sus inmediatos sucesores, los cua-les suponen que las primeras revelaciones son irre-sistibles y necesariamente aceptadas por todos loshombres, siendo una verdadera «locura metafísica»el disputar sobre su exactitud; el otro, representadopor Descartes y su escuela, mientras admite que enla práctica todos los hombres deben poseer talescreencias fundamentales, estiman que estas creen-cias no deben ser aceptadas en filosofía como fina-les, sino en el grado en que ellos rechazan toda du-da. Los que manifiestan la primera tendencia, losnaturalistas realistas, afirman que las declaracionesprimarias poseen á la vez una veracidad subjetiva yobjetiva; mientras los que señalan la segunda, losidealistas, con marcada inclinación hacia el escepti-cismo, sostienen que tales declaraciones no poseenmás que una veracidad subjetiva.

En este artículo tratamos de hacer un esfuerzopara apoyar el Realismo natural- ó sea la doctrinadel sentido común, la cual, una vez comprendida,no puede confundirse con el áspero é imperfectosentido común. Esta teoría, discutida como aquí lohacemos, se halla tan dentro de un método riguro-samente crítico como la doctrina de Descartes, deBerkeley, de Kant ó de Fichte. Para ello tomaremosnota primeramente de nuestras creencias prácticas,después las reduciremos á sus elementos primarioscon el objeto de comprobar su verdad comparándolaentre sí, y por último, aplicándola la última ley decontradicción.

Mas cuando lleguemos á los elementos primariosdel conocimiento así entresacados, nos encontra-mos con el hecho, claro para Reid como la luz delsol, de que es imposible probar ó dejar de probar laintegridad de la conciencia como la fuerza más altade la evidencia. Porque está bien claro que, á me-nos que ya exista un verdadero poder revolador,el intento de probar ó no probar no tiene valor al-guno; la prueba exige una veracidad con la cual severifique. En último resultado, pues, nos vemosprecisados, con Hamilton, á convenir en que «lacreencia es la condición primaria de la razón, y noes la razón el último fundamento de la creencia.

TOMO IX.

Es fuerza que cedamos al soberbio Intellige ut cre-dos de Abelardo, y que nos contentemos con elCrede ut intelligas, de Anselmo.»

La demostración, en verdad, descansa, despuésde todo, sobre loa datos primarios; pero cuando larazón se opone á la fe como anteriormente, ¿no ten-dremos en cuenta más que una simple demostra-ción? No, ciertamente, sino aquel juicio del pensa-miento que considera y pesa todas las clases d#evidencia, sea intuitiva ó inductiva.

La filosofía es por entero el resultado de lomasdependiente, lo más comprensivo, lo superior, por-que el juicio intelectual expresa que la plena eviden-cia es la que puede satisfacer su ardiente deseo porla certidumbre. Este juicio de la inteligencia es elque decide finalmente; examina cuidadosamente loque se le ofrece como evidente, y lo acepta comosatisfactorio, ó lo rechaza como dudoso.

La autoridad, según la ley de evolución, no au-menta á medida que nos vamos acercando á losfundamentos del conocimiento. Por el contrario,nosotros concluimos finalmente, en cuanto al valorde toda evidencia, en la autoridad de nuestro juicio.Bien claro se ofrece que si estuviéramos limitadosa! pensar espontáneo ó no especulativo, la idea, yasea con las preguntas del escepticismo ó con el de-seo realista de vindicar su integridad, no hubiera na-cido en el pensamiento humano de mejor modo quela idea de inmortalidad puede presentarse en la inte-ligencia del elefante ó del perro. Según esto, todolo que pasa por verdad dentro de la filosofía, debeser comprobado por aquel criticismo supremo delcual depende toda filosofía.

Si, como Ferrier afirma, la filosofía no puede ra-zonarse en su principio, no obstante podemos dis-currir sobre este principio con el objeto de satisfa-cer al criticismo final en cuanto al grado de veraci-dad que encierra. ¿Cómo se verifica esto? En lahistoria de la moderna filosofía, recordamos Oos in-tentos de principal importancia para resolver estacuestión: uno es el de Descartes; otro es el de Ha-milton.

Bien sabido es que Descartes hacía de la duda elpunto de partida de su indagación especulativa; ylo que daba firmeza á su teoría, según él, era queexistia como un ngente que piensa y que duda.Cogito—de este hecho no puedo dudar—luego exis-to. La conciencia que tengo de mi existencia comoagente conscio, se halla para mí fuera de toda

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duda. Por cuyo motivo, Descartes aseguraba que laconciencia era la base de la certidumbre. Pero laconciencia, bien lo saben todos, es también la fuen-te de muchos errores y decepciones. ¿Cómo podre-mos ..distinguir las verdaderas de las falsas declara-ciones de la conciencia? Descartes vio que la dudaera el criterio. Es un error el suponer que la con-ciencia en general es la base de la certeza. Todo loque Descartes pretendía, junto con su duda comopiedra de toque, es que el dato proporcionado porla conciencia, el cual no admite duda, aquella per-cepción tan clara y tan obvia que hace callar á todoescepticismo, es el fundamento de la verdad.

Mas consignar simplemente que la duda es la pie-dra de toque de la veracidad de la conciencia, escasi tan indefinido como el afirmar que la concien-cia es la base de la certidumbre. Necesitamos saberqué clase de duda es la que sirve á este propósito.La piedra de toque de la duda, tal como la aplicaDescartes, no le preserva de caer en el error y deformar fantásticas hipótesis. Leibnitz desenvuelveeste medio de prueba en mayores proporciones;mas en la práctica, aún no consigue excluir el error.La ley de la contradicción espera todavía que se laresuelva de una vez.

Hay ciertamente gran parte de verdad en lo queJ. S. Mili sostiene con respecto á lo inconcebibleque es la contradicción como medio de comprobarla verdad necesaria. Muchos creon firmemente ase-gurar, al comprobarlo de este modo, la base de lacerteza, pero esto se ha probado ya que es un error.La piedra de toque de la duda no ha sido muy eficazcuando no pudo arrancar las creencias infundadas;sirvió únicamente para medir la fuerza y la obstina-ción con que tales creencias se adhieren á la mente.Una proposición puede aparecer cuando la personaque la sostiene no ve la evidencia contraria, verda-dera, fuera de duda, y después de un período máslargo resultar falsa.

Necesitamos, por lo tanto, un medio de compro-bar la verdad, más exacto que el que nos ofrece laley de contradicción ó la piedra de toque de la du-da, como so ha comprendido hasta aquí. Vamos áliaeer un esfuerzo para llenar este vacio.

El otro ensayo para comprobar la veracidad demuestras creencias primarias es aquel al cual harecurrido Hamilton,

Bl principio de que la filosofía no debe razonarseen sus comienzos no hace derivar su validez deunía fuente primitiva. Pero los principios del cono-cer son muchos, y siendo iguales en autoridad, per-mite que se les compare entre sí con el objeto dedescubrir si so contradicen, invalidando por tanto suautoridad mutuamente. Si esto sucediera, queda-ría probada su inutilidad, como declara Hamilton.Esto, sin embargo, como Mr. Herberl Spencer apun-

ta, es una extraña afirmación en Hamilton; pues co-mo demuestra anteriormente, el intento de probar'óno probar la veracidad de nuestras creencias prima-rias exige que se dé por supuesta una veracidad.Consignar, pues, como Hamilton hace, que si nues-tras creencias primarias estuvieran en contradicciónquedaría completamente probada su falsedad, no esmás que una petición de principios. Al mismo tiem-po, si tal conflicto existiese no habría más remedioque declarar que el escepticismo era el fin de laindagación filosófica. Podemos anticipar, sin em-bargo, que los resultados obtenidos por la mutuacomparación de nuestras convicciones primarias,son favorables á la verdad del Realismo natural,porque hallamos que tales convicciones, lejos de es-tar en contradicción, viven en amigable concierto.

Mas no se piense que este es el único medio deprueba que Hamilton reconoce de la verdad de nues-tras creencias primarias. Como realista natural,afirma el valor objetivo de tales creencias; y sólopara vindicarlas aplica la mencionada piedra de to-que. Por lo que respecta al valor subjetivo de nues-tros datos fundamentales, adopta el medio de prue-ba cartesiano.

Es altamente necesario tener una noción clara dela diferencia que existe entre la revelación subje-tiva y la objetiva de la conciencia. Séanos permitidollamar al conocimiento revelación. Lo primero querevela es su propia existencia conteniendo ciertascualidades, esto es, el conocimiento se revela á símismo y es, bajo este sentido, un objeto para símismo. Mas aquí el conocimiento y el objeto sonidénticos, y este es por tanto el solo caso en queestamos autorizados para declarar que el conoci-miento y su objeto son una misma cosa. Aquí esforzoso declarar que el conocimiento no se conocemás que á sí mismo. Tratándose de un objeto ex-terior, la declaración es igualmente clara y forzo-sa por lo que se refiere á que el conocimiento nopenetra simplemente en su propia existencia, sinotambién en la existencia de algo que no vive tansólo en la mente. En tanto que el conocimientorevela únicamente su propia existencia, tenemoslos hechos del proceso; así que estos hechos reve-lan la existencia exterior á eilos mismos, ya entra-mos en relación con la veracidad objetiva de laconciencia. Si pudiéramos comparar esta revela-ción á la narración de un viajero por comarcas ig-notas, observaríamos que el viajero existe y quedeclara que sus acciones son de tal ó cual natura-leza. ¿Pero es exacto su relato? ¿Es cierto el relatode la conciencia en cuanto á los hechos exteriores?No puede caber duda acerca de la existencia deesta declaración, lo mismo que de la existencia delviajero y su relato. ¿Pero qué es lo que hay acercade la exactitud de esta declaración? No siendo en

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este caso el objeto idéntico á la conciencia, ladeclaración no puede verificarse como en aquel enque la conciencia y el objeto eran una misma cosa.En un caso, la inteligencia revela que algo existe yque este algo se revela á sí mismo; en el otro, lainteligencia revela que existe algo, pero que estealgo no se revela á sí mismo; así, en el caso últimoel conocimiento no se verifica á sí mismo; y por lomismo acude al pensamiento este gran problema defilosofía: ¿Las declaraciones 'primarias de la con-ciencia cuando no pueden verificarse á sí mismas es-tán fuera de toda duda? Esta, que ha sido llamadala cuestión cardinal de la filosofía, es el secretoque debemos averiguar: cuidemos, sin.embargo, deentenderla mejor que lo han hecho Reid y sus dis-cípulos: la convicción práctica no debe confundir-se con la especulativa, porque la primera no ne-cesita de la última. Presentemos un ejemplo me-morable de este hecho. En la percepción externarelativa á las cualidades primarias, la revelación esmás clara porque existe un mundo exterior inde-pendiente del que percibe, y en la práctica nos ve-mos forzados por nuestra naturaleza á tener unaimplícita confianza en esta declaración. Esta, noobstante, es tan sólo una convicción práctica, ypor muy natural, irresistible, inmutable y universalque sea, no está considerada, en lo que se refiere ásu veracidad, fuera de duda. Hacemos mayor hinca-pié sobre esta distinción, porque Reíd y los que lesiguieron parecen cerrar á ella sus ojos, arguyendocon aquella «vulgaridad» do que si un filósofo noquisiera dar crédito á sus sentidos, pronto perece-ría abrasado en el fuego ó caería en un precipicio.

Ya hemos manifestado que el medio de pruebade Hamilton sólo se aplica á la exactitud' objetiva denuestras creencias originarias. La integridad subje-tiva de estas, reconoce él que debe colocarse fuerade los tiros del escepticismo. «Los hechos de la con-ciencia, como puros fenómenos, dice, están, segúnconfesión unánime de escéplicos é idealistas antiguosy modernos, fuera de toda cuestión.» Descartes nopodía dudar de que en tanto que era conscio, existía.Hume nunca trajo su escepticismo á la cuestión do laexistencia de ideas y de impresiones; y J. S. Mili afir-ma que, en general, de las facultades humanas nohay apelación. Aquí, pues, en el centro mismo denuestro ser inteligente existe una fuente de certidum-bre, que ha sido y será siempre indemostrable. Per-teneciendo, por tanto, al criticismo, la comprobaciónde la veracidad subjetiva de la conciencia, el pro-blema que queda por resolver es el que se refiere ála veracidad objetiva cuando la conciencia afirma lascualidades primarias. Hamilton trabajó mucho paraestabler esta veracidad objetiva. «El idealista, dice,al negar que el mundo externo sea masque un fenó-meno subjetivo interior, no consigna una doctrina

nula ab initio, como es la del escepticismo, que niegael fenómeno mismo del mundo interno.» Después deuna concesión de esla especié, no sorprende el queuna lumbrera como Ferrier aparezca en el firma-mento de la metafísica escocesa, y que diga:—«Mifilosofía es escocesa hasta en su mismo corazón; esnacional en sus fibras y en la articulación de sushuesos.» Ahora bien: lo que nos proponemos aquíos demostrar, en oposición á Hamilton, que el idea-lista, al negar la integridad objetiva de la convicciónprimaria relativa á la existencia independiente delnon-ego, establece una proposición nula ab initio.

Es regla admitida en lo que se refiere á los jui-cios primarios revelándose a sí mismos, que no pue-den poseer la veracidad de que tratamos sin envol-ver una subversio principii directa. Pues bien: unadeclaración objetiva primaria debe tener por baseuna declaración subjetiva. Asi, la declaración de quelas cualidades primarias tienen un esse el cual noespercipi, de ningún modo existe como una decla-ración, como un fenómeno, es decir, como unabase. ¿Pero es esta base, además, un dato ob-jetivo exacto? El idealista lo niega. El esse de lascualidades primarias, como de cualquiera otra cua-lidad, sostiene que es percipi. Ahora bien: esta esuna afirmación relativa á la naturaleza de la com-probación subjetiva, y está en directa contradiccióncon lo que la subjetiva comprobación revela de símisma, esto es, que el esse de las cualidades prima-rias no es una parte constitutiva de la comprobaciónsubjetiva, no eapercipi. Esta negación del idealismosobre los datos de la comprobación subjetiva pruebaque no es simplemente una «vana paradoja,» sinouna subversio principii.

Con el objeto de aclarar la doctrina que aquíapuntamos, entremos en la critica de las opinionesde Furrier como se consignan en los «Principios demetafísica.» Ferrier insiste fuertemente en que losdatos primarios de la conciencia, aun después deexplicados, criticados y vindicados por Hamiltonson inadvertencias naturales; que la filosofía estable-ce y os preciso establecer que el hombre no piensapor naturaleza rectamente, sino que es preciso quese le enseño; que la verdad no viene á él espontá-neamente, sino que es preciso que la traiga por suspropias fuerzas; que la filosofía debe razonarse des-de sus principios. Si, desde los principios cierta-mente, si ha de razonarse por completo; pero,¿cuál es el principio y cómo podemos cerciorarnosen último resultado de su exactitud? El dato deFerrier es este: «Junto con lo que cualquiera inte-ligencia conoce, precisa, como fundamento ó con-dición del conocimiento, tener algún conocimientode sí mismo.» Para mejor explicación de este prin-cipio, Ferrier consigna «que el objeto del conoci-miento, cualquiera que él sea, siempre es algo más

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que lo que natural ó normalmente se considera co-mo objeto. Siempre es, y es fuerza que sea, el obje-to plus sujeto, cosa ó pensamiento mecum. El suje-lo es una parte integrante y esencial de todo objetode conocimiento.» Sí, de todo objeto que se com-prueba subjetivamente del objeto que es idéntico alconocimiento. Pero hay un objeto que no es idénticoal conocimiento, esto es, el conocimiento mismo; ysi de esta afirmación no puede dudarse ni que laduda se contradiga á sí misma, ¿qué hacemos, pues?

La objeción más obvia que puede dirigirse á lateoría de Ferrier, es aquella que ha sido hecha contanto sentido por Reid y sus afines; que está encontradicción á la creencia clara y universal de queel propio objeto existe. Aquí, pues, se hallan dosdeclaraciones de la conciencia en flagrante antago-nismo, y una de ellas constituyente, irresistible éinvariable. ¿Pero no es completamente inverosímilque exista contienda ineludible entre dos estados dela inteligencia? «La Naturaleza, como Hume confie-sa, es siempre demasiado poderosa para principio;»y Fichte admite que «por muy evidente que parezcala demostración de que el objeto mismo de la con-ciencia es tan solo ilusión y sueño, yo me siento in-capaz de creer en ella.»

Aquí tenemos, pues, para el filósofo una cruel ymonstruosa necesidad, una inteligencia en luchaconsigo misma. ¡Oh, dichosa ignorancia la de mu-chos si este es el resultado de la sabia filosofía!

Pero viendo que nuestras creencias primarias nopueden extinguirse, aun cuando se pruebe, comoalgunos lo han hecho, que son inadvertencias natu-rales, ¿cómo es que los idealistas depositan tal con-fianza en lo que ellos tienen por mentira? La res-puesta á esta pregunta se desprende de lo que sigue:La autoridad subjetiva de la conciencia es más dig-na de respeto que su autoridad objetiva. El dato deFerrier es una disquisición subjetiva, un hecho deconciencia, por cuanto el dato objetivo que vieneá negar es de más baja autoridad, y sólo debe acep-tarse como un fenómeno. Notemos bien ahora queeste antagonismo que aquí indicamos no existe nientre un dato objetivo y su base, ni como Hamiltonha demostrado por medio de la piedra de toque yamencionada, entre una creencia primaria y sus her-manas. ¿Dónde, pues, si es que en el primer princi-pio de Ferrier no lo encontramos, hemos de buscarsu origen?

Cuiando los datos que nos describen las leyes dela inteligencia están en contradicción, es más razo-nablle pensar que algunos de ellos son defectuo-sos, que no que la inteligencia se halle en lamen-table contradicción consigo misma;y en verdad quecuando los varios dalos se examinan minuciosamen-te, se ve que así como «Dios ha hecho el país y elhombre las ciudades,» del mismo modo los datos

primarios de la conciencia son la obra intelectualde la humanidad que se va trasmitiendo de genera-ción en generación, al paso que otros datos se ad-quieren por la observación, por la experiencia, y,frecuentemente, por anticipación. Los unos formanel capital de la naturaleza; los otros son adquisicio-nes que necesariamente implican la preexistenciade tal capital.

Estos datos, sin embargo, suelen estar faltos cuandose pesan en la balanza de una exacta investigación.Siendo este el caso presente, no hay más que unaverdadera conclusión á la cual podamos llegar, yes que los datos adquiridos pueden ser falsos, perono las afirmaciones fundamentales y universales dela inteligencia. Esta regla es despreciada por Fer-rier, el cual arguye que la filosofía declara, y espreciso que declare, que el hombre no piensa pornaturaleza con acierto, sino que es preciso que sele enseñe á ello; lo cual equivale á decir que la de-claración de la naturaleza, en lo que se refiere á laexistencia independiente de las cualidades prima-rias, debe ser corregida por un dato adquirido; por-que, como hemos visto, el dato de Ferrier no esuna declaración que se comprueba por sí misma, óun hecho subjetivo de la conciencia. ¿Dónde, pues,hemos de buscar su origen?

A fin de contestar á esta pregunta es necesarioque nos refiramos brevemente á la «hipótesis ideal.»Reid destruyó este híbrido obstáculo que se nosofrecía para llegar á la verdad. Su espíritu, no obs-tante, todavía rodea y extravía la mente de los me-tafísicos; y es tiempo ya, si es que la filosofía quie-re ocupar el lugar que le corresponde en la opinión,que este espíritu desaparezca para siempre. El ca-rácter esencial de la hipótesis ideal no necesitaconsignarse; es el sostener que la inteligencia co-noce los objetos externos á través de un médium ótertium quid. Después el idealista pretende haberprobado satisfactoriamente que este médium es elúnico objeto del conocimiento. Para él, el objetorepresentante,de Descartes y de Locke hace des-aparecer el objeto representado, y queda consti-tuido como único. Se conserva necesariamente unobjeto; pero en vez de aceptarlo como externo, noen la mente, como Reid y la conciencia declaran,se toma simplemente como una modificación denuestra subjetividad.—El ser es solamente una fasedel conocer.

Esta opinión, por las razones hasta aquí aduci-das, estamos persuadidos de que es errónea. Nin-gún objeto propio forma parte constituyente delhecho de la conciencia—de aquella que se comprue-ba, á sí misma, de aquella que declara que un ob-jeto propio no espercipi, de aquella que no puedeser considerada falsa sin que tal pensamiento se re-vele contra sí mismo.

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Para mayor desarrollo de este problema es con-veniente consignar que cuando nosotros conocemosnuestras propias cualidades materiales en correla-ción con las de objetos exteriores, la conciencia esdoble, formando un todo cuyas dos partes son se-mejantes ciertamente, pero distintas. Así, cuando altocar sentimos el organismo rechazado en ciertasuperficie, sentimos al mismo tiempo que es recha-zado por una superficie correlativa externa. Estehecho parece haber inspirado el concepto de que enel tacto se verifica una impresión como la que pro-duce un sello sobre cera, y que esta impresión re-vela la'existencia del objeto externo correspondien-te. Mas esta es la doctrina representativa, la cualno constituye prueba contra el escepticismo. Segúnaquella hipótesis, sólo una parte del doble procesoes inmediatamente conocida y sirve para sugerir ála imaginación lo que produce la impresión.

No' es esta la doctrina de una doble concienciaperceptora; según cuya doctrina, ambas partes dela doble conciencia existen simultáneamente for-mando un solo acto de conocimiento, una relaciónentre el ego y el non-ego.

Debe tenerse presente que la doble concienciade que estamos tratando, existe tan sólo en el casodel tacto. Tratándose de otros sentidos, la concien-cia es una. El color no necesita un color correlati-vo, ni el sonido un sonido correspondiente. En es-tos casos, la causa externa de la sensación no estáconocida directamente, sino inferida. El objeto deltactoy el sentido motor se perciben en el mismo mo-mento; en las sensaciones del color, del olor y delsonido se forma una asociación entre el primero y elúltimo, y se infiere que las causas que excitan alúltimo se derivan de los objetos revelados por ladoble conciencia, cuyos objetos son el subslratumal cual se atribuyen por inferencia las cualidadessecundarias de los excitantes externos de la con-ciencia única.

La conclusión á que llegamos después de estoes que:—Mientras la conciencia única ó simple (con-siderada como un dato primario) revola tan sólosu propia existencia como medio de comprobarse ásí misma, la doble conciencia (tomada como un datoprimario) revela directa y claramente la no exis-tencia de este modo de comprobación. Pues la pro-pia verificación, base de la doble conciencia, decla-ra que el non-ego no es una parle constituyente detal base, no es percipi; y negar esta declaraciónsubjetiva, como el idealismo pretende, es cometeruna subversio principii.

Otro punto que debemos tener muy en cuentaes el siguiente: En el orden de la conciencia, la ca-tegoría de diferencia viene antes que la categoríade semejanza. El conocimienio de los objetos comodiferentes en individualidad y número viene antes

que el conocimiento de estos objetos como seme-jantes entre sí. Ahora bien, el idealismo está fun-dado sobre una completa violación de este orden.Veamos cómo ilustra esta consideración J. S. Milien las siguientes palabras:

«No existe la más pequeña razón para creer quelo que nosotros llamamos cualidades sensibles delobjeto son el tipo de algo inherente á sí mismo óguarda alguna afinidad con su propia naturaleza.Una causa, como tal, no semeja á sus efectos; unviento del Norte no guarda semejanza con la sensa-ción del frió, ni el calor se parece al vapor de agua:¿porqué, pues, se parecen nuestras sensaciones?¿por quó la naturaleza esencial del fuego ó del aguasemejan á las impresiones hechas por estos objetossobre nuestros sentidos'? Y si no consiste en el prin-cipio de la semejanza, ¿en qué otro principio puedela manera con que los objetos nos afectan por mediode nuestros sentidos ofrecernos una profunda per-cepción de la naturaleza de aquellos objetos? Poresto puede establecerse como una verdad obvia ensí misma y aceptada por todos, que del mundo ex-terior, nosotros no conocemos y no podemos cono-cer absolutamente nada, excepto las sensacionesque por su causa experimentamos.»

Reconocemos que el argumento por el cual Milisostiene en este caso su opinión, es falaz. Cuandoun sentido se pone en actividad por medio de unaexcitación, y esta excitación se trasmite por losnervios correspondientes á los centros sensorios,y así se continúa hasta que se alcanza el resultadofinal,—la revelación por la doble conciencia de lascualidades primarias como exteriores al organis-mo,—¿qué significado puedo tener la prevención deque á menos que esta revelación semeje al propio-objeto, no podemos formar conocimiento de talobjó!e-? El juicio que determina la existencia desemejanza ó no semejanza implica un anterior co-nocimiento, el cual en el orden de la evolución de-be preceder al otro. La consecuencia de esto es,que siempre que se ha intentado explicar el actoprimordial del conocimiento, se ha cometido unapetitio principii; porque estas explicaciones estánbasadas todas sobre el supuesto (ola negación) de

» que hay algo en la mente que semeja al objeto ex-terno y por lo que puede revelarse su existencia.Asegurar, pues, que nosotros no podemos conocernada de aquellos objetos que no pueden compro-barse subjetivamente porque nuestro conocer noguarda semejanza con ellos, es lo mismo que afir-mar que no podemos aprender el alfabeto porqueno hemos aprendido á leer. La doble conciencianos revela que existen objetos que no pueden com-probarse subjetivamente, con especialidad el egoen relación con el correspondiente non-ego. Pre-guntar cómo acontece esto, es buscar una explica-

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cion á lo inexplicable, buscar un principio másallá del principio; y preguntar si la filosofía puedetener confianza en la doble conciencia, es levantarla cuestión á la que hemos contestado afirmativa-mente en este artículo. En verdad que cuando con-templamos en el hombre una serie de sistemasnerviosos envueltos los unos en los otros, un com-pleto microcosmos; cuando volvemos nuestra vistaá los diferentes grados de los reinos animal yvegetal, en los cuales el más alto lleva consigo lapreexistencia de uno más bajo en especialidad ydignidad; cuando fijamos nuestro pensamiento enlas varias etapas geológicas hasta las capas de se-dimento, hasta las rocas de erupción y aun másallá, hasta el período nebuloso de la formaciónplanetaria, no podemos menos, con un intérpretetan ilustre de la ley de la evolución como Mr. Her-bert Spencer, de llegar á la conclusión de que elidealismo es, como hemos intentado demostrar, unadoctrina nula ab initio.

W. G. DAVIES.(Mine,.—Trad. de A. F. V.)

EL ÚLTIMO DISCURSO

DEL SEÑOR ALONSO MARTÍNEZ.

i.Confesamos ingenuamente que, al repasar las pri-

meras páginas de este documento (1), donde se re-conoce la capitalísima importancia que reviste ennuestros dias la cuestión religiosa, la fuerza conque ésta se impone como obligado tema á todas lasconciencias, y el profundo interés que despierta entodas las esferas de la vida, concebimos la espe-ranza de que su lectura vendría á darnos un nuevotestimonio de la honda crisis que en este orden deideas trabaja á los espíritus y también nuevas lucespara determinar la importancia del problema y lamanera de plantearlo.

Propónese, con efecto, el Sr. Alonso Martínez co-mo t,fima de su disertación «el movimiento de la ideareligiosa en la Europa moderna;» y abrazando eneste primer enunciado el problema religioso consentido tan comprensivo y universal, que ni excluyeuna sola de las particulares confesiones estableci-das, ni una sola tampoco de las innumerables direc-ciones en que se mueve el pensamiento contempo-ráneo, debíamos esperar que este mismo sentido

(1)) El movimiento de las ideas religiosas.—Exposicióny CTÍtica del sistema krausista.—Discurso leido por elExcmo. Sr. D.Manuel Alonso Martínez el dia 31 de Di-ciembre de 1876 ante la Real Academia de Ciencias Mora-les y Políticas, en memoria de su fundación y para la dis-tribución de premios.

prevaleciera en el ulterior desarrollo de su trabajo,exponiendo primero con imparcialidad y exactitudla complexión do todas aquellas influencias, así teó-ricas como prácticas, juzgándolas después bajo uncriterio claro y definido, y terminando por plantearrazonadamente la cuestión, y aun indicar, si á tantoalcanzaba su propósito, el camino y procedimientopara resolverla.

Insistiendo en este propósito, y tratando de re-sistir á la solicitación de su aptitud y de sus aficio-nes, pone especial empeño en apartar la cuestióndel terreno candente de las pasiones, y procura man-tenerla en la región serena de las ideas, en el librodel filósofo y del teólogo. Pero como el hábito creaen nosotros una segunda naturaleza, y es difícil paraquien está habituado á mirar las cosas siempre porsu lado práctico y de inmediata aplicación, perma-necer firme por mucho tiempo en el terreno de lasespeculaciones científicas, apenas si hace otra cosaque citar los nombres de los filósofos y teólogosque han ejercido principal^ influencia en el movi-miento científico religioso de la Europa moderna,para venir al examen y crítica de las doctrinas krau-sistas en lo que al problema religioso concierne;por cuanto estimando que es ésta la doctrina filo-sófica entre nosotros dominante, cree sin duda desu deber anticiparse á prevenir los funestos resul-tados que pudiera acarrear á la patria la aplicacióny práctica de sus afirmaciones.

No se necesita, pues, gran penetración y sutilezade entendimiento para comprender que, no al exa-men imparcial y desapasionado del problema reli-gioso en nuestro tiempo, sino á la discusión del sis-tema religioso de Krause está consagrado en laintención y en los resultados el por más de un con-cepto notable trabajo del Sr. Alonso Martínez. «Se-ría imposible, dice, comprender el estado actual delas ideas religiosas en Europa, sin estudiar sus cau-sas y sus precedentes á partir de la Reforma, ócuando menos de mediados del siglo último.» Re-conoce las dificultades de la empresa por el inmensonúmero de factores que han contribuido á este mo-vimiento, desde que «el libre examen» se introdujoen los dominios de la religión, y tras titánica luchaarrebató su cetro «.al principio de autoridad;» pero nilos obstáculos le detienen, ni le intimida la inmen-sidad de la obra; y como haciendo gala del poderextraordinariamente sintético de sus facultades in-telectuales, le bastan cinco páginas de las setenta ycuatro de que el discurso consta, no ya sólo paraexponer todos los precedentes del problema y es-tudiar las causas de su estado actual, sino para fa-llar definitivamente y sin apelación del mérito y va-lor real de todas las modernas concepciones delmundo y de Dios, las cuales considera raeros abs-tracciones, creaciones caprichosas de 2«/<Míteííí»,que

N." 155 A. ATIENZA. EL SISTEMA KRAUS1STA. 167

no bien fascinan un momento con la brillantez desu aparato y de sus formas, cuando caan desplo-madas «á los golpes ie la piqueta del Míen sentido.»En verdad que nc podemos prescindir en este puntode manifestar nuestra admiración y aun nuestroasombro ante el valor que revelan tan rotundasafirmaciones; que si en boca del vulgo pudieran pa-recer insensatos atrevimientos, hijos de la más crasaignorancia, en labios de persona tan autorizada ycompetente no pueden ser estimados sino comofruto legítimo de laboriosas meditaciones, y ge-nuina expresión de las convicciones más arraigadasy profundas.

Pero pasemos ya al verdadero objeto de esta di-sertación académica. Aunque reducido el tema ori-ginal de la misma por deliberado intento de su au-tor al examen de las doctrinas que formulan Krausey su escuela, todavía el asunto ofrece anchos hori-zontes á la investigación y á la crítica; pues pide enprimer término la fiel exposición de todo un siste-ma filosófico en su racional enlace con los anterio-res, bajo cuyas múltiples influencias se ha produci-do; pide luego la explicación del grado de civili-zación á que ha llegado la humanidad en esta tierra,para ver si corresponde y engrana con él, ó lo con-tradice, aquel fruto del pensamiento científico;pide también la exposición, siquiera sumaria, de losprincipios que el crítico profesa; y pide, en fin, laformación y expresión del juicio que bajo estosprincipios merezcan las doctrinas religiosas del sis-tema en cuestión, las cuales no pueden ser enten-didas de un modo cumplido, sino en la relación or-gánica que como parte interior mantienen con to-das las demás que constituyen el sistema, y con elsentido general y principio que á todas preside.¿Cómo ha desempeñado este cometido el Sr. AlonsoMartínez? A satisfacer esta pregunta van encamina-das las siguientes observaciones.

Duele y apena, cuando llega el momento de juz-gar las producciones de hombres cuya fama y repu-tación, justamente adquiridas, inspiran universalrespeto, tener que parar mientes en los principiosmás sencillos y en las reglas más elementales de lacircunspección científica; pero como está en eldeber de todos, y principalmente de aquellos quese consagran con verdadera vocación á la ciencia,evitar que sean infringidas y atropelladas impune-mente las leyes que deben presidir á su investiga-ción y exposición, no nos podemos estimar dispen-sados de recordar las bases esenciales de toda sanacritica que aspire á merecer este nombre, y sinlas cuales nacen desautorizadas todas las doctrinas,por mucho que sea el ingenio y el talento que serevele en la forma de preseniarlas.

Es creencia harto común, y ha llegado á constituiruna arraigada preocupación que interesa arrancar de

cuajo, la de pensar que, mientras para tratar cual-quiera cuestión de las concernientes á las llamadasciencias Matemáticas, Físicas y Naturales, se nece-sita una especial preparación científica—aparte delas condiciones de aptitud que cada género de co-nocimientos reclama,—bastan las luces naturales ylo que se llama el buen sentido para plantear y re-solver cuantos problemas puede proponerse la filo-sofía. Y así, mientras todos procuramos imponer-nos en los conocimientos de la ciencia correspon-diente, cuando pretendemos darnos cuenta de lanaturaleza de una planta, de las leyes que obran ensu nacimiento, desarrollo y propagación, de sucomposición química, etc., etc., cualquier mortalse juzga autorizado para venir al campo de la filo-sofía, y en un dia dado, sin preparación de ningúngénero, dando tregua por un instante alrudobata-llar de las pasiones políticas y al estruendo y agi-tación de la vida social, en la que según su vocacióny la manera de entender su misión en el mundoprestan al cabo señaladísimos servicios; precisadopor extrañas exigencias, que* le fuerzan acaso ácumplir un deber oficial, y alentado á la par por lafama que ha alcanzado su nombre, se lanza á plan-tear de primera intención cualquiera de los graví-simos problemas que interesan al bien de la huma-nidad entera, y hasta á resolverlos según la buenainspiración y las ocurrencias del momento. No deotra manera so explica que espíritus verdaderamen-te superiores por sus naturales talentos y por sucultura olviden en estos casos los principios elemen-tales de critica á que antes nos referíamos.

Ora se trate de juzgar una obra científica, aqui-latando su mérito real en razón de la verdad quecontenga, su influencia general en la Historia y lainmediata en el pueblo donde se produce ó ptopaga;ora se pretenda estimar una creación artística, unaobra^urídica ó política, moral ó religiosa, eco-nómica ó industrial, el crítico necesita ante todoformar conocimiento cabal y verdadero de la obra,so pena de juzgar otra obra distinta, tomando pordesaforados gigantes los molinos do viento; dadoque, sin caer en el absurdo, no pudiera faltar enabsoluto este término y dato indispensable á todojuicio. Pero !a crítica supone otro elemento y tér-mino no menos necesario: el conocimiento de losprincipios y leyes según los cuales ha debido pro-ducirse la obra; una como norma á que deben suje-tarse los productos de cada género; un criterio, ensuma. Podrá luego este criterio ser erróneo, defi-ciente; cabrá poner en cuestión el criterio mismo,sobre todo cuando por su evidencia no se impone,ó cuando por su falla de trabazón é interior enlacese muestra insubsistente; pero sin un criterio óprincipio de juicio, toda crítica es irracional é im-posible. ¿Cómo podríamos juzgar racionalmente de

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la justicia ó injusticia de una ley positiva sin el ca-bal, determinado conocimiento de ella, y sin algúnconcepto firme y verdadero del derecho, sin crite-rio jurídico?

Y sin embargo de ser ambas condiciones tan ele-mentales y tan sabidas, preciso es declarar que unay otra faltan en el documento que examinamos. Ynace esto, no de que su autor las desconozca nilas haya olvidado, sino de que, cuando en el exa-men de ajenas doctrinas ponemos por delante nues-tras particulares opiniones y nos preocupamos tansólo de satisfacer las exigencias de nuestra situa-ción y de los intereses que representamos, no nospueden acompañar la serenidad é imparcialidad ne-cesarias; y parando la atención en aquellos puntosaislados de la opuesta doctrina que nos parecenvulnerables, nos damos por satisfechos, y hasta noscreemos autorizados para elevar á dogmas indiscu-tibles nuestras mismas aberraciones y prejuicios.Si á esto se une luego nuestra falta de competenciaen la materia de que se trate por no haber hechojamás de ella cuestión seria en nuestra vida, fácil-mente se alcanza todo lo infundado y arbitrario ydesautorizado de los juicios que hayamos de for- jmar por semejante procedimiento.

II.

Parecía natural que, para juzgar acertadamentela doctrina de Krause y de sus discípulos en cues-tión tan interesante y capital como la religiosa, ó,mejor dicho, para lanzar sobre ella las más duras yacerbas recriminaciones, que es, aunque parezcaextraño, por donde comienza su nada envidiabletarea el Si1. Alonso Martínez, hubiese acudido enprimer término á examinar las obras del maestro,como la fuente y manantial de la doctrina, sin per-juicio de estudiarla después en sus múltiples deri-vaciones. Sin esto, además, ¿cómo puede estimarseel grado de fidelidad con que sus discípulos han po-dido reproducir su pensamiento, y la legitimidadde las deducciones y aplicaciones con que se pre-tende completar el desenvolvimiento del mismo?¡Lástima grande que el desconocimiento de la len-gua en que Krause produjo sus obras y la falta detraducciones directas hayan privado al eminentejurisconsulto de las armas de más buena ley parajustificar la severidad de sus cargos! Entonces ha-bría podido ver si Krause maltrataba y calumniabaal Cristianismo, ó si, por lo contrario, se esforzabaen hacer resaltar la santidad y pureza del verda-dero espíritu cristiano, y ponía especial empeño enlibrarlo de las impurezas con que los modernosgentiles lo han falsificado y corrompido.

Pero todavía, y á falta de ese medio, que era elobligado y en rigor el único legítimo, quedábanleotros al Sr. Alonso Martínez, Ya que le era imposi-

sible estudiar la cuestión en los propios trabajos deKrause, podía y debía estudiarla en las numerosaspublicaciones que se han hecho dentro y fuera deEspaña, bajo la inspiración del ilustre filósofo; y re-cogiendo el espíritu común que late en todas ellas,ofrecerlo lisa y llanamente á la contemplación desus contemporáneos, sin desfigurarlo con comenta-rios y declamaciones retóricas. También ha prescin-dido el disertante de este, aunque secundario, im-portante recurso; y se ha creído suficientementemunicionado y pertrechado con algunas notas entre-sacadas de los Estudios sobre Religión de Tiber-ghien, ó, mejor dicho, de la versión castellana deestos estudios, con las mismas palabras de la tra-ducción, upara poner de relieve una vez más (asílo declara él mismo) el carácter impío, anárquico ysocialista de la doctrina de Krause.»

A este fin copia de la página 21 de la mencionadaversión española las siguientes palabras: «Ya nadaes CATÓLICO en las sociedades modernas sino losdogmas y los misterios que nadie puede compren-der y que se enseñan á los niños;» y dejando pen-diente el sentido y truncado el período á que per-tenecen las anteriores frases, y estableciendo entreel Cristianismo y el Catolicismo una exacta ecua-ción, cuyo intento no puede escapar al dictado demalévolo sin argüir una ligereza incomprensible,añade que Tiberghien calumnia al Cristianismo,diciendo: «El trabajo no es ya una maldición, sinoun deber y un honor. El lujo no es ya un vicio, sinola eflorescencia de la civilización, etc., etc.» (1).

No sin propósito deliberado hemos insistido enhacer constar que las citas precedentes están to-madas de la traducción española, y no de los Estu-dios originales. Aparte que el espíritu de esteopúsculo en nada contradice ni amengua las exce-lencias del Cristianismo, cuyo desenvolvimientogradual, ordenado y continuo en las naciones pro-testantes se complace en reconocer, al paso quelamenta las acciones y reacciones violentas queagitan y perturban la vida de los pueblos adictos alabsolutismo avasallador de la Iglesia romana, alfrente de la versión castellana que ha tenido á lavista el Sr. Alonso Martínez para la confección desu trabajo, aparece un prefacio debido á uno de losmás ilustres representantes y continuadores de laobra de Krause en España (2), donde se hacen tanaltos elogios del Cristianismo en el estilo traspa-rente y nítido, de que tan partidario se muestra elSr. Alonso Martínez, que no podemos resistir á latentación de copiar algunos de sus párrafos. «Con-

(1) Copiado á la, letra, como fácilmente puede compro-barse, de la página 13 de la repetida traducción de los Es-tudios sobre Religión, de Tiberghien.

(2) D. Nicolás Salmerón, ex-catedrático de Metafísicaen la Universidad central,

N.° 155 A. ATIENZA. EL SISTEMA KHAÜS1STA. 1 6 9

«templando la misión providencial del Cristianismo,»que aparece como un hecho de vida de la con-«ciencia religiosa, y siguiendo la historia de los«primeros siglos de la Iglesia, en que aquel hecho«humano-divino se formula en doctrina y se ofrece«como ideal á las nuevas sociedades, redimidas de«la servidumbre gentil del espíritu, no es lícito des-«conocer en él una verdadera revelación de Dios,«mediante el Cristo.» Tratando luego de determinarla relación entre esta revelación positiva y la per-manente en que el fundamento de toda religión es re-cibido en la conciencia según su progresiva cultura,prosigue: «Con este sentido, no definitivo, cerrado,«petrificado, sino libre , vivo, y de todos lados«abierto al ulterior progreso y educación de la con-«ciencia humana, es lícito estimar al Cristianismo«como la más perfecta santificación hasta hoy del«espíritu religioso.» Y más adelante, hablando delos principios fundamentales del Cristianismo, laUnidad de Dios, la Unidad humana, la Piedad, laCaridad y la Perfección como precepto divino,afirma que éstos «constituyen un puro y santo ideal,«ciertamente el más noble que hasRi hoy formulara«la historia é inspirara el sentido de comunión al-«guna positiva.» Si estas palabras, llenas de verda-dera unción religiosa, ste hubieran puesto al ladode las tomadas del opúsculo de Tiberghien en eldiscjrso que examinamos, ¿habría sido, no ya lícito,mas ni siquiera posible que su autor se permitieracalificar de impía, anárquica y socialista la doctrinade Krause?

Importaba sin duda al propósito preconcebido yparcial del disertante salir airoso en su crítica delsistema krausista; y como esto era difícil sin mos-trar la posesión de un criterio levantado, firmey verdadero, interesábale presentar las afirmacio-nes de aquél desprovistas de todo razonamiento yformuladas de la manera más repulsiva y contrariaá la creencia de la generalidad de las personas quehabían de escucharle. ¿Cómo explicarnos de otrasuerte su absoluto silencio respecto de las elocuen-tes declaraciones que contiene el prólogo que en-cabeza la traducción de los Estudios sobre Eeligionde Tiberghien?

Bastaría lo dicho para que se comprendiera loinfundado y desautorizado de una obra de críticaque sobre semejantes bases se asienta. Pero, hu-yendo de imitar al Sr. Alonso Martínez en eso dejuzgar toda una dirección del pensamiento filosó-fico (siquiera no se atribuya otra intención y al-

. canee á la llamada escuela krausista) por una solaproducción, y no de las más importantes, vamos ácitar algunas de las innumerables expresiones enque sus representantes han revelado el juicio queles merece el Cristianismo.

Aunque sería preciso para avalorar en toda justi-

cia el pensamiento de Krause multiplicar indefini-damente las citas, y copiar numerosos pasajes desus obras, nos ha parecido suficiente trascribir aquíalgunos de los que han visto la luz con ocasión depublicaciones hechas en nuestra patria. Así, porejemplo, en un artículo del barón de Leonhardi so-bre la Religión y la Ciencia, cuya traducción se pu-blicó primeramente en el Boletin-Revista de la Uni-versidad central (1), se citan entre otras las si-guientes piadosas frases, tomadas de las páginas 21y sucesivas de su Ideal de la Humanidad: «La idea«de la Humanidad, que tú, ¡oh divino fundador de la«Religión del amor! fuiste el primero en encender«como una chispa de la Sabiduría celestial en los«corazones renacidos, es ya hoy una llama viva y«brillante, á cuya luz renacerá también tu misma«eterna obra, ganando nueva vida y nueva fuerza«de santificación.» ¿No le parece nítido y traspa-rente al Sr. Alonso Martínez el pensamiento formu-lado en estas palabras? ¿Es justo acusar de impie-dad y de anarquismo á quien con tan ingenua ynoble elocuencia las profiere?

Pero hay más aún: pasando revista en su discur-so el Sr. Alonso Martínez á todos los espíritus ver-daderamente superiores que han cooperado en elmovimiento religioso de la Europa moderna, llegaá decir que ninguna de las afirmaciones de estoseminentes filósofos y teólogos ha sido tan nocivaá la sociedad como las formuladas por el krausis-mo; y que «el mismo Strauss, justamente anatema-tizado por los teólogos católicos y protestantes, «sianuncia yo no sé qué religión del porvenir,» lo haceno ¡wr supresión, sino por adición al Cristianismo,que como tipo de perfección moral es á sus ojosprogresivo.» ¿Diría esto el Sr. Alonso Martínez, sin .suponer una mala fe que es inconcebible dada lanoble»! de su carácter, si hubiese pasado la vistapor las siguientes declaraciones que con relación& este punto hace el mismo Krause? «Puede bien su-«ceder, dice, que los cristianos en cierto grado de«cultura no se preocupen de Filosofía, y viceversa,«que los filósofos en cierto grado de cultura no se«preocupen de Cristianismo; pero jamás cabe aflr-«mar que el Cristianismo y la Filosofía no mantie-«nen esencial relación, ni están destinados á com-«penetrarse íntimamente. Por el contrario, miéo-«tras más progresen la educación filosófica y la«cristiana, tanto más se buscarán y hallarán ambas,»y tanto más estrechamente han de unirse y con-«certarse (2).»

(1) El traductor de este trabajo, D. Francisco Giner delos RÍOS, ex-catedrático de la Universidad de Madrid, loha incluido luego en sus Estudios Filosóficos y Religiosos,publicados el año último.

(2) Krause. Crítica filosófica de la parte general de laIntroducción á la obra del Dr. F. Scnleiermacaer: La f»

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En el empeño que anima al disertante de presen-tar las doctrinas de Krause en oposición y abiertaenemiga contra las religiones positivas, especial-mente contra la cristiana, no repara en la enormeinjusticia que comete al afirmar que aquel «no ad-mite la revelación temporal ó histórica, sino sólo lafilosófica; y que es aquella á sus ojos, ya que nouna impostura, un mero producto del entusiasmodel genio, y cuando más una de las manifestacionesprogresivas de Dios á la Humanidad.» Si no implica-ran ya los términos en que se formula este pensa-miento una contradicción palmaria, desdiciéndoseen las palabras subrayadas lo mismo que en lasanteriores frases se afirma, nos creeríamos obliga-dos á acumular textos que desvanecieran el errorque contiene—dicho sea sin ofensa—aquel falsotestimonio. Pero existiendo la contradicción notada,valga por todos el pasaje que copiamos a continua-ción: «Ante todo, aquí radica la distinción entre laneterna revelación de Dios á todo ser racional«finito (revelación permanente y á cada instante«reconocida y recibida en la conciencia, tan luego«como el hombre llena siquiera en su inteligencia»y su ánimo las más elementales condiciones subje-tivas) y la revelación INDIVIDUAL que parte estriba«en que Dios asiste al hombre y á la Humanidad á«fin de producir estas internas condiciones para la«intimación y recepción de su revelación eterna,«guiándolo y auxiliándolo individualmente; parte en«que Dios atrae hacia sí de igual modo los pensa-«mientos, sentimientos é inclinaciones; parte en«que Él da á conocer al hombre el camino individual»de su Providencia en la historia de su propio espí-»ritu y corazón y en la historia de los demás hom-»bres y de la Humanidad; parte, por último, en la«revelación individual de verdades divinas, eternas,«temporales y eterno-temporales, así en nuestro«mismo espíritu, como por la comunicación y en-«señanza de otros hombres iluminados por Éfo (1).

Vengamos ahora á los pensadores y publicistasque bajo la inspiración de la doctrina de Krausehan consagrado su vida dentro y fuera de nuestropaís al cultivo del pensamiento filosófico. No confrenesí y por motives que no son de este lugar, comoafirma el Sr. Alonso Martínez, sino con profundointerés por la verdad y por motivos que son muydel caso para contrastarlos con los que suelen ins-pirar generalmente los trabajos de nuestros escri-tores, el inolvidable D. Julián Sanz del Rio, alabrazar el sistema krausista con libre, que no ser-vil adhesión, contribuyó á que nuestra patria des-pertase de su profundo y vergonzoso sueño, y se

dispusiera á entrar honrosamente en el movimientocientífico contemporáneo. ¡Noble y humanitaria em-presa, digna de eterna alabanza, y que en dias másbonancibles y serenos será timbre de gloria para

•esta pobre patria!Pues bien; el iniciador en España de este movi-

miento, en su libro titulado Ideal de la Humanidad,trabajado sobr.3 el que Krause escribió con el mis-mo título, habla en varios pasajes, siempre con ad-miración y respeto, de la religión predicada porCristo; pero hay uno en que se expresa con tantajusticia, amor y veneración por esta doctrina, queno debemos omitir aquí su reproducción, aun á ries-go de hacer interminables y penosas—que ya loson bastante—estas observaciones. Doliéndose conamargura de los desastres ocasionados por la into-lerancia religiosa, y de que males sociales como laesclavitud y la tiranía hubiesen largo tiempo reina-do en la sociedad cristiana, exclama: «Mas nunca«fueron estos hechos y estados históricos conse-«cuencia de aquella santa doctrina, sino efectos ge-«nerales de la limitación humana, y en particular de«la limitación histórica contemporánea, que no com-«prendía claramente aquella idea ni la aplicaba con«igualdad y arte práctico á las nuevas relaciones«sociales. Y al lado de estas manifestaciones anti-«religiosas y anti-humanas, abundan los beneficios«generales y durables del Cristianismo, debidos sólo

»4 la virtud de la doctrina» ; «y estos beneficios,«añade después, se mantendrán y propagarán por«toda la tierra con fuerza invencible á medida que«el conocimiento de esta doctrina penetre más igual«y más interior en nuestra humanidad.» ¡Qué inmen-sa distancia entre este espíritu verdaderamente puroy piadoso que se recrea saboreando los sazonadosfrutos de una santa doctrina, y ese otro espírituegeista, utilitario y grosero que se satisface conapariencias vanas de religiosidad, y no pretendeayudar á la conservación de las creencias sino encuanto pueden servir de freno y de barrera á losapetitos desordenados de desgraciadas masas in-conscientes!

Otro ilustre krausista—y entiéndase que nos va-lemos de este nombre por acomodarnos al uso, masá reserva de explicar el sentido en que lo emplea-mos,—decía en ocasión solemne, dirigiéndose ámujeres españolas (1) (que no se escandalizaron,sino que antes bien mostraron con su respetuosorecogimiento simpatía y adhesión á lo que escucha-ban), «que era la revelación permanente de Dios la«primera y fundamental en la vida y en la historia,

cristiana ordenadamente expuesta, según los principios de laIglesia evangélica.

(1) Krause. Filofofia absoluta de la Religión, pág. 128.

(1) Discurso pronunciado por el Sr. D. Tomás Tapia enlas conferencias dominicales sobre la educación de la mujer el dia 9de Mayo de 1869, y cuyo tema era: La Religiónen la conciencia y en la vida.

N.°155 0 . H . LEWES. LAS FUNCIONES DEL CEBEBBO. 171

A. ATIENZA MEDRANO.

(Concluirá.)

(1) El positivismo y la civilización, artículos publicadosen LA REVISTA EUROPEA por D. Gumersindo de Azcárate,

ex-catedrático de la Universidad central,(2) Minuta de un testamento, publicada y anotada

por W...

»y manifestaciones de ella, más ó menos puras, más»ó menos perfectas, pero divinas todas, las múlti-»ples y diversas revelaciones que han aparecido en»el tiempo y en los distintos países y civilizaciones«humanas; y que entre todas ellas, la cristiana es,y>á no dudarlo, la más completa y conforme con lairrealidad y con la vida, y á la cual debe la civiliza-ndon moderna lo más selecto y elevado que en ella semota.»

¿A qué seguir enumerando tan prolijamente lascitas de textos inspirados en el pensamiento deKrause, todos ellos impregnados del más noble ypuro espíritu cristiano, si son, aun dentro de nues-tro país, verdaderamente innumerables? Frase deun krausista es la de que, «por lo que hace al ele-«mento subjetivo (intencional), no es posible corre-«gir ni completar el principio moral de la abnegación«y del desinterés afirmado por el Cristianismo (i).»Bajo la inspiración de la misma doctrina, tan sin ra-zón ultrajada en este peregrino discurso, se haproducido en el año último un libro de incalculablevalor práctico (2), donde á la profundidad del fondose une la sencillez y claridad de la expresión, y lainteresante originalidad déla forma. Podríamos co-piar para servir á nuestro intento multitud de pasa-jes; pero trascribimos sólo el siguiente, porque enél se condensa todo el espíritu de la obra, por loque hace al problema religioso en su3 relacionescon el Cristianismo. Helo aquí: «Creo que la mani-«festacion más alta y más divina de la vida religiosa«hasta hoy es la cristiana, en cuanto ofrece al hom-»bre como ideal eterno el Ser absoluto ó infinito,«como ideal práctico la vida santa de Jesús, como«regla de conducta una moral pura y desinteresada,«como ley social el amor y la caridad, como dogma«el Sermón de la Montaña, como culto la Oración•^dominical..» Y basta ya de citas, que sobran lashechas para demostrar la sinrazón y la injusticiacon que el Sr. Alonso Martínez acusa de impiedad yde anarquismo y de enemiga á la religión cristianalas doctrinas que Krause y sus discípulos profesan.

LAS FUNCIONES DEL CEREBRO,SEGÚN M. FERRIER.

El libro que acaba de publicar el Dr. Ferrier (1)es por muchos conceptos importante. Lleno de de-talles de experimentación y de deducciones teóri-cas, escrito con claridad y con vigor, contribuye engran parte á nuestro conocimiento (ó á nuestra ig-norancia) de las funciones del cerebro. No se tomemi paréntesis por un epigrama; nuestra ignorancia,en lo que toca á las funciones del cerebro, no dalugar á duda, y lo confesamos implícitamente alaceptar como verdades indiscutibles los conoci-mientos adquiridos, lo cual nos impide investigaren otras direcciones. Esta falsa opinión que tene-mos de nuestra ciencia se aumentará con la obradel Dr. Ferrier, a causa de sus mismas cualidades,si las conclusiones que presenta son erróneas y silas concepciones que le sirven de base no son fisio-lógicas: acerca de estos dos puntos estoy bastantedispuesto á pronunciarme por la afirmativa. Hayalgo seductor en la precisión de sus teorías y en laconfianza llena de seguridad que le induce á con-tentarse con presentar solamente un lado de lacuestión. El lector se deja cautivar fácilmente porun escritor que no manifiesta dudas. Si añadimos áesto las numerosas dificultades que se encuentranpara la comprobación de los datos experimentales,asi como la poca disposición de la mayor parte delas personas á emprender trabajos de comproba-ción, podemos desde luego prever que médicos yfisiólogo! se apresurarán á aceptar la obra del doc-tor Ferrier como una autoridad material para susespeculaciones. Encontrarán que estos datos se ar-monizan con sus ilusiones más caras, é interpreta-rán observaciones clínicas ó hechos psicológicos ala luz de sus conclusiones. Ya hemos visto diversasteorías invocar las ideas de Hitzig y Ferrier; ycuando en una región determinada de la cortezacerebral se encuentran células nerviosas más gran-des que el término medio, se declara en seguidaque esas son células motoras, porque, según Hitzigy Ferrier, la región es motriz; luego precisamentela presencia de esas células sirve de confirmacióná la hipótesis formada sobre esa región.

Para evitar la precipitación con que serán adop-tadas probablemente las conclusiones de este libro,debemos reproducir la advertencia con que el autortermina su prefacio.

(1) The funclions ofthe brain, por el Dr. David Ferrier,de la Sociedad Real de Londres.—Sraith Eider and G.°

172 REVISTA EUROPEA. 1 1 DE FEBRERO DE 1877. N.° 155

«Estamos en la infancia de estas investigaciones,y quizá no se pueda preguntar todavía si ha llegadoel tiempo de intentar una explicación del cerebroy de sus funciones. El tiempo oportuno puede pare-cer quizá todavía tan lejano como siempre.»

El volumen empieza por una descripción elemen-tal del cerebro y de la médula espinal, seguida deun capítulo bastante corto sobre las acciones refle-jas de la médula, con una explicación de la teoríade Pflüger sobre las funciones sensoriales y de losexperimentos de Goltz contra esta teoría. Vienedespués un capítulo sobre la médula prolongadacomo centro respiratorio y vaso-motor; otro sobrelas relaciones generales del mesencéfalo y del ce-rebelo. Después de una exposición corta, pero com-ple tare lo que se ha dicho acerca de los efectos dela recepción del cerebro, el mecanismo del equili-brio, el sentido muscular, la función de los canalessemicirculares, el vértigo, la coordinación de la lo-comoción y el mecanismo de la expresión de lasemociones, llegamos al verdadero asunto del libro,las funciones del cerebro y de los ganglios nervio-sos de su base. No olvidemos el excelente capítuloen que el autor se ocupa del cerebro bajo el puntode vista psicológico.

Esta obra, tan rica en hechos y en teorías, estátan desprovista de la comprobación indispensablede los hechos y argumentos contradictorios, que ellector no podrá admitir ninguna proposición sincomprobarla en otra parte. Sea que, á fuerza de ocu-parse de su asunto, el Dr. Ferrier, no lo pueda versino alumbrado por su propia hipótesis, y rechazapor lo tanto todos esos hechos y esos argumentoscomo sin importancia real; sea, quizá, que su me-moria haya dejado escapar lo que hubiera debidoconservar, lo cierto es que hay una especie de des-precio por las pruebas contradictorias, que seria-mente le recomiendo rectifique en una segundaedición. Permítaseme citar ejemplos.

Al combatir las funciones sensoriales de la mé-dula espinal, considera como decisivo el célebreexperimento de Goltz sobre la insensibilidad al do-lor» de la rana privada de cerebro. En otra ocasiónhe hecho notar la falta de lógica de los que delhecho de la insensibilidad al dolor de un animal sincerebro (lo cual también se verifica en animales concerebro), deducen que el animal está ya privado detoda clase de sensibilidad. El Dr. Ferrier no halciclo sin duda el artículo en que contesté á Goltz;pero ¿ha dejado pasar también sin fijar su atenciónel ¡artículo del Journal of anatomy (Noviembrede 1876), inserto en los Trabajos del laboratorio deñsiiología de Cambridge (primera parte), en que elproifesor Miguel Foster demostró con experimentosdecisivos que los hechos observados por Goltz po-dían ser interpretados de otra manera? Y también,

;es posible que el Dr. Ferrier no haya tenido dudanunca al designar las capas ópticas y los cuerposestriados, los primeros como centros sensitivos, ylos segundos como centros motores, ante experi-mentos que demuestran que la sensibilidad persistealgunas veces después de la completa destrucciónde las capas ópticas, y que la parálisis no siguesiempre á la destrucción de los cuerpos estriados?Una sola observación de este género bastaba paraaniquilar la hipótesis de estas localizaeiones. ElDr. Ferrier no refuta ninguno de estos hechos, perotampoco emite su opinión sobre las funciones deestos órganos. En fin, hay un experimento del doc-tor Burdon Sanderson que, como demostraré en se-guida, hace abrirse el terreno bajo los pies delDr. Ferrier, y de esto no dice una palabra. Proba-blemente ha considerado insignificante el experi-mento de Sanderson; pero de todos modos, no loda á conocer á sus lectores.

No debe atribuirse este desden á deslealtad, sinomás bien á una especie de fijeza de miras, proce-dente de la preocupación constante de ciertas ideas;porque el autor desdeña hasta sus propias contra-dicciones, de lo cual nos da un elocuente ejemplocuando, después de haber designado los lóbulos oc-cipitales como el centro de las sensaciones orgáni-cas, apoyándose sobre el hecho de la abolición deestas sensaciones después de la destrucción de loslóbulos, llega á citar un caso de su restableci-miento completo al cabo de cjnco dias, y en vez dereconocer que su hipótesis flaquea por sí mismaante este hecho, la sostiene como antes.

Lo mismo sucede en lo que se puede llamar laecuación personal. Otra fuente más peligrosa deconsecuencias desagradables que encuentro en estelibro, es que el autor adopta una concepción cadadía más popular, pero de ningún modo fisiológica,la localizacion. Si las nociones corrientes sobre elcerebro y sus funciones no fuesen un verdaderocaos, y si el análisis, ese artificio indispensable, nose tomara algunas veces por algo más que un artifi-cio, que exige completarse por la síntesis, nos sor-prenderíamos ver tantos investigadores eminentesexcitándose unos á otros con la voz en esta caceríafantástica, y corriendo tras de una función locali-zada en una circunvolución cerebral. Pero noquiero detenerme en este punto, que exigiría unaextensa discusión. Solamente quiero indicar en estoun peligro, y esto nos conduce á la cuestión de laexcitación cerebral.

En 1870, Hitzig y Fritsch pusieron en conmociónel mundo científico, anunciando que la noción um-versalmente acreditada de la inexcitabilidad delcerebro era un error. Los experimentadores máseminentes habían declarado que los excitantes me-cánicos , químicos y eléctricos eran impotentes

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para obrar sobre la sustancia gris; y más de un escri-tor llegaba á la paradoja de que el cerebro era insen-sible. Podemos citar aquí un nuevo ejemplo de estaconfusión tan común de la sensibilidad y del dolor;se creía insensible el cerebro porque se le podíacortar, quemar, pinchar y hasta electrizar sin nin-guna huella de dolor; pero nadie se ocupaba deotros indicios de sensibilidad que se habrían podidoencontrar. Todo lo que estos experimentos podianprobar era que el cerebro no es excitable por esosmedios anormales, aunque lo sea por las diferentesexcitaciones normales del sistema nervioso peri-férico. Y hasta esta conclusión fue rechazada porHitzig y Fristch, cuando demostraron que ciertasregiones de la sustancia cortical eran excitablespor la electricidad, como lo demostraban los movi-mientos consecutivos á esta excitación; en cuantoá las demás regiones consideradas no excitables,las juzgaban también excitables, pero de otra ma-nera, es decir, por la producción de las sensacio-nes (Vorstellungen).

Era un descubrimiento que hizo época. Los expe-rimentadores de Alemania, de Italia, da Inglaterra,de Suiza, de Francia y de América lo comprobaronbien pronto, diferenciándose entre sí en hechosparticulares y en su interpretación. Entro los quese adhirieron debe citarse al Dr. Ferrier, al quecorresponde el primer lugar, tanto por la extensióncomo por la precisión de los resultados que obtuvo:hé aquí por qué los nombres do Hitzig y Ferrierestán habitualmente unidos cuando se habla de lanueva hipótesis de las localizaciones de diversoscentros motores en núcleos particulares de la cor-teza cerebral.

Ya he dicho que este descubrimiento marca unaépoca, porque abrirá á las interpretaciones anató-micas y fisiológicas del mecanismo nervioso unanueva via que un dia nos permitirá seguir la exci-tación de un punto á otro de su carrera, en vez dedejarnos en esa vaga concepción del cerebro quedetermina los movimientos poniendo en juego decierta manera el aparato motor; sin embargo, nocreo que la hipótesis de los centros motores seasostenible; aún más, no reconozco que Hilzig y Fer-rier hayan probado la excitabilidad de la sustanciagris. Admitir que el cerebro os excitable, y admitirque esta excitación se efectúa poniendo en juegolas propiedades especiales de la sustancia gris, sondos cosas diferentes. No consideramos la gargantacomo centro del vómito, aunque el cosquilleo de lagarganta provoque los esfuerzos para vomitar. Nolocalizamos el centro de la risa en la planta de lospies, aunque el cosquilleo en la planta de los piesprovoque la risa. Se necesita algo más, y esto esprecisamente lo que no ha encontrado la hipótesisde Hitzig y Ferrier: me refiero á la conexión ana-

tómica de los pretendidos centros con el aparatomotor.

¡Que se ha descubierto la prueba de que la excita-ción eléctrica obra desde luego sobre la corteza, yen seguida—-por intermedio de este estímulo—sobrela sustancia blanca, que á su vez obra sobre losganglios motores! En esto no hay nada que resistala crítica. Sabiendo, como sabemos, que si se quitaó se destruye la corteza, la excitación eléctrica,aunque obrando sin intermediario sobre la sustan-cia blanca, determina los mismos movimientos quecuando la corriente se aplicaba á la corteza, tene-mos el derecho de preguntar: ¿Qué es lo que pruebaque la corriente no hace más que atravesar la cor-teza (como cualquier otro medio conductor) sinexcitar su actividad? Este simple paso á través de lacorteza es probable bajo dos puntos de vista:i." La corriente eléctrica puede determinar una ex-citación; los excitantes mecánicos y químicos notienen tales efectos, porque no pueden atravesar lacorteza para llegar á la sustancia blanca. 2." Esuna ley bien conocida que contrariamente, á la dela electricidad, la propagación de la nevrílamílisno se produce sino á ínfimas distancias; si se cortaun nervio y las dos secciones se ponen en el con-tacto más íntimo, la propagación de la excitaciónno se produce de una superficie á otra, mientrasque la electricidad pasa libremente á través de lassecciones. Y aquí el experimento concluyente deldoctor Burdon Sanderson, á que ya nos hemosreferido, viene, como he dicho, á rechazar lahipótesis de Hitzig y Ferrier. «Si por una incisiónhorizontal con un cuchillo de hoja fina se corta laporción superficial de los hemisferios que contienelos núcleos activos, para separarla de las partesprofundé, y se retira el cuchillo sin quitar de susitio las partes divididas, la excitación de los nú-cleos activos, tal como se ha descrito más arriba,produce el mismo resultado que cuando se obrasobre esas superficies sin haber descantillado elórgano.» (Proceedings of the royal Society, nú-mero 453). Aquí la interrupción producida por lasección, que debe haber detenido completamentela propagación de la excitación nevríl, no ha impe-dido la propagación de la corriente eléctrica. Esevidente también que necesitamos otras pruebaspara poder relacionar los efectos motores á unaexcitación de la corteza. Todos los argumentos deldoctor Ferrier quedan reducidos á la nada por elexperimento del doctor Burdon Sanderson; y des-pués de las teorías fisiológicas é histológicas ac-tualmente adoptadas, no veo cómo este experi-mento puede conciliarse con la hipótesis del centromotor.

Sin embargo, considerando como no probado porHitzig y Ferrier el principio de la excitación de la

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corteza, yo no dudo de ese principio, aunque lasrazones en que me fundo puedan parecer bastanteparadógicas y tenga necesidad de presentarlas conalgún desarrollo.

n.Como es incontestable que los movimientos de

los miembros pueden ser provocados por una idea,una emoción ó una sensación, y también por el re-flejo de una excitación exterior; como, por otraparte, es cierto que uno de esos movimientos puedeser detenido por una idea ó una emoción, y que, enfin, hay fuertes razones para suponer que los he-misferios cerebrales son, si no los únicos agentes,al menos los accesorios indispensables de la pro-ducción de las ideas y de las emociones, tenemosel derecho de deducir que estos hemisferios ejercenun papel importante en la producción normal demuchos movimientos, y que las ideas y los procesoscerebrales no son más que los aspectos subjetivo yobjetivo de una sola y misma cosa. Pero la expe-riencia nos enseña que la mayor parte, si no la to-talidad de esos movimientos, pueden ser efectuadosen ausencia de los hemisferios; luego los hemisfe-rios no son elementos indispensables, sino acceso-rios. De aquí resulta esta cuestión que se planteapor sí misma: ¿Qué misión es-la de los hemisferios?Y esta otra: Los procesos cerebrales ¿correspon-den á todas las ideas, emociones y sentimientos, óá una parte solamente, siendo las demás movimien-tos moleculares que propagan su excitación á loscentros de inervación de los músculos?

La hipótesis de Hitzig y Ferrier me parece quese reduce á esto: Un cierto número de procesoscerebrales, teniendo sus centros ó sus puntos departida en una región determinada de la corteza,son sensacionales, emocionales ó ideales; los pro-cesos de otra especie, teniendo también sus cen-tros ó sus puntos de partida en una región deter-minada de la corteza, son motores. No estoy com-pletamente seguro que sea esta la representaciónexacta de la teoría, porque no se encuentra defini-ción precisa ni sn uno ni en otro de ambos escri-tores. Pero lo cierto es que declaran haber descu-bierto regiones determinadas de excitación sen-sorial y motriz, y en esas regiones núcleos deter-minados por ciertas sensaciones y ciertos movi-mientos. Toda interpretación debe, por supuesto,estar apoyada en hechos, aunque se puedan reco-nocer los hechos sin admitir necesariamente la in-terpretación. Así, pues, hay aquí una fuerte vero-siimilitud en favor de los hechos, y muy poca enfavor de las conclusiones. Ya he indicado que losdescubrimientos de Hitzig y Ferrier tienen gran im-portancia, pero solamente á título de indicadores,para los anatómicos que buscan el camino de laexcitación nerviosa, y no como estaciones de in-

ducción de donde puedan partir deducciones teóri-cas. Todo lo que podemos decir actualmente es queel estímulo de ciertos núcleos por la electricidadva seguido de ciertos movimientos; pero la manerade llegar esta excitación á los nervios motores estan oscura como antes.

Hasta aquí, pues, el papel de los procesos cere-brales no se nos aparece sino en forma de excita-ción; no producen los movimientos, no hacen másque excitar los órganos motores. Permanecen, porlo tanto, en el mismo nivel que las excitaciones pe-riféricas, tales como la excitación de la risa por elcosquilleo en la planta de los pies, ó la del vómitopor el cosquilleo en la garganta. La risa es unafunción cuyo aparato es complicado, y puede po-nerse en juego de muy diferentes maneras y conpuntos de partida muy diversos: una idea, un es-pectáculo, un contacto. El vómito también sobre-viene después de un golpe en la cabeza, acedia enel estómago, un espectáculo asqueroso, un olor, óun cosquilleo en la garganta. Nadie considera lagarganta ó la planta del pié como el centro ó elpunto de partida de las funciones de la risa ó delvómito. ¿Por qué, pues, cuando vemos movimientosdo los miembros ó de los ojos, consecutivos á ex-citaciones de la corteza cerebral, hemos de dedu-cir que esos movimientos tienen sus centros en lacorteza? El pió puede ser cortado ó quedar insensi-ble, sin que eso impida la risa producirse como an-tes bajo la influencia de las ideas, de la vista, etc.Del mismo modo los núcleos de la corteza cerebralpueden ser quitados, sin que los miembros dejende moverse como antes. Aún más: se pueden qui-tar, no solamente los núcleos de la corteza,-sino loshemisferios enteros, y los miembros conservaránsus movimientos como antes.

En anatomía hacemos una distinción bien marca-da entre la sustancia gris y la sustancia blanca, ymás todavía entre la sustancia nerviosa central y laperiférica. En fisiología, tales distinciones son er-róneas, bajo mi punto de vista, no formando másque una unidad todo el sistema nervioso. Pero ladistinción entre un centro, es decir, un punto adon-de van á parar las excitaciones y de donde emananlos impulsos motores, y una región de h. periferiadonde empiezan ó concluyen las excitaciones, esuna distinción útilmente conservada, tanto bajo elpunto de vista de la anatomía, como de la fisiología.En razón de esta definición del centro, podemospreguntarnos si la corteza cerebral tiene algún de-recho á la denominación de centro ó grupo de cen-tros, y si no es, en realidad, una región, periférica,siendo los procesos de su estímulo del mismo or-den que los de la excitación de la piel ó de las mu-cosas, es decir, simplemente los de la excitaciónperiférica.

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Hé ahí la paradoja á que antes hice alusión. Comose necesitaría mucho espacio para discutirla aquí,y por otra parte, la he desarrollado en un volumenque actualmente está en prensa, me limito á pre-sentarla á las meditaciones del lector, y vuelvo allibro del doctor Ferrier.

Se ha hecho valer contra sus localizaciones lacircunstancia de que había empleado una corrientedemasiado fuerte. Yo no tengo una opinión en estepunto; pero me inclino á aceptar como satisfacto-ria la respuesta del doctor Ferrier, aunque no sedeba perder de vista la observación de Carville yde Duret, de que los movimientos muy diversos,según la intensidad de la corriente, pueden serproducidos por la excitación de un solo y mis-mo núcleo, lo cual es un hecho análogQ al quese observa en la excitación de la piel. Han dichoHitzig y Braun que en los experimentos del doctorFerrier sobrevienen los mismos movimientos des-pués de la excitación de diferentes núcleos, ya es-tuvieran situados en las regiones excitables, ya enlas no excitables. Esta objeción, no solamente estávictoriosamente contestada por el doctor Ferrier,sino rechazada también por el mismo por medio dela introducción de una idea que tiene un gran al-cance: «El simple hecho, dice, de que la excitaciónde una región dada de los hemisferios produce mo-vimientos, no implica necesariamente que esta re-gión sea un centro motor, en el sentido propiamen-te dicho. Más adelante se verá que los movimientosque resultan de la excitación de las regiones encuestión, no hacen más que expresar sensaciones,y que el carácter do estos movimientos suministraun indicio importante de la naturaleza d« la sen-sación.»

Hé ahí, á lo que creo, una respuesta concluyen-te. ¿Pero no presenta esto una seria dificultad á lahipótesis del Dr. Ferrior? Sugiere ingeniosamente,en otra parte, que «las sensaciones que acompañaná la acción muscular se repiten tan frecuentementecomo la acción misma; el lazo orgánico, entre loscentros motores y táctiles, se aprieta hasta el puntode que esta cohesión sensorio-motriz entre, comouna radical química, á título de simple factor, entoda asociación que pueda establecerse entre loscentros motores por una parte, y otros centros mo-tores ó centros sensoriales en general.» Sin dudaesto da cuenta exactamente de los movimientosconsecutivos á la excitación de las regiones senso-

. ríales; pero deja en la oscuridad el hecho de lasotras excitaciones análogas que no son seguidas demovimientos, y esto provoca la cuestión de sabersi todos los movimientos serán debidos á una exci-tación sensorial.

En primer lugar, preguntamos: ¿por qué las capasópticas, que él considera como centros sensoriales,

no responden á la excitación por manifestacionesmotrices? Considera esto «suficiente para dar razónde las ideas de los que quieren atribuir funcionesmotrices á esos núcleos, sin que el hecho de las le-siones de las capas ópticas, seguidas de parálisis,pruebe nada sobre su verdadera significación fun-cional.» Admitámoslo; pero entonces, ¿por qué nodeduce también que la ausencia do parálisis de losmovimientos, después de la destrucción de los cuer-pos estriados, refuta la función motriz que atribuyeá esos ganglios especialmente, como su excitacióndirecta no produce movimientos?

Además, si las excitaciones sensoriales producenmovimientos obrando sobre los centros motores,¿por qué no adoptar la teoría que considera todaexcitación cerebral como sensorial? La hipótesis delos centros motores en la corteza, se resolvería asíen el sentido de que sensaciones determinadasproducen movimientos determinados; y la localiza-cion en ciertos puntos de la corteza no sería nadamás que lo que son las localizaciones análogas de lapiel, puesto que la sensación del cosquilleo de la -planta de los pies produce otros movimientos dis-tintos de la agitación del talón ó del empeine.

El Dr. Ferrier ha declarado explícitamente «queno hay razón para suponer que una parle del cere-bro es excitable, mientras la otra no lo es. La cues-tión consiste en saber cómo se manifiesta la exci-tación.» Esto está de acuerdo con lo que yo he sos-tenido, es decir, que \os procesos nevriles tienen'uncarácter uniforme y que la diversidad de sus conse-cuencias, sensación, movimiento ó secreción, sólodependen de conexiones anatómicas. En si, un pro-ceso neuril no es más sensación que secreción.Para determinar un centro motor es preciso bus-carlo rn^ás allá de la corteza, y descubrir sus co-nexiones anatómicas con el aparato motor. ¿Prue-ban los experimentos del Dr. Ferrier que la regiónde la corteza, designada por él como una regiónmotriz, tiene tales conexiones con el aparato mo-tor, y la región sensorial tales conexiones con losórganos de los sentidos, que podamos considerarsus acciones nomo funciones motrices y sensoriales?En otros términos: ¿se pueden considerar las regio-nes de la corteza como representantes de funcionescentrales, ó solamente de las excitaciones peri-féricas?

El autor ha sostenido su idea con tal fuerza en loshechos y en los argumentos, que no dudo arrastraráá su partido á la mayor parte de los lectores; ycomo yo no participo de sus opiniones, me veoobligado á consagrar el lugar que me resta á inten-tar atenuar las consecuencias de su argumentación.Ferrier considera las indicaciones que le sugiere laobservación de los fenómenos de excitación eléc-trica, como confirmados por los efectos que produ-

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cen las lesiones ó la extirpación. La excitación denúcleos determinados va seguida de ciertos movi-mientos; la destrucción de estos núcleos produce laabolición de esos movimientos, y el lector se dejacautivar por esta lógica en apariencia irresistible.La prueba parece decisiva; pero ¿y si fuera ilusoria?Creo que se puede probar bajo tres puntos de vista.

i.° Los fisiólogos italianos Lussana y Lemoignehan hecho notar á los experimentadores las contra-dicciones que resultan do la confusión entre los dosperíodos de experimentación, es decir, entre losefectos que se observan inmediatamente después dela operación y los que se pueden demostrar cuandose ha disipado el trastorno y ha vuelto de algúnmodo el organismo á su estado normal (Fisiologíadei centri nervosi, -1871). El primer periodo com-prende las que se pueden llamar consecuencias dela perturbación funcional; el segundo los efectos dela abolición funcional. La distinción tan útilmenteintroducida por el Dr. Hughlings .lackson, en lesio-nes desprendentes y en lesiones destructoras, entraen la misma concepción. Añadiré solamente que nilos efectos de la perturbación, ni los efectos de laabolición prueban de una manera coneluyente quela función perturbada ó abolida pertenezca al órga-no sobre el cual se ha operado; pero todas las vecesque una función persiste ó reaparece después dela destrucción de un órgano, es una prueba positivade que la función no pertenece á este órgano.

Dicho esto, soy de opinión que no deben consi-derarse como decisivas las experiencias del doctorFerrier, porque no ha podido conservar bastantetiempo vivos los animales para dejar desaparecerlos efectos de la perturbación funcional, de maneraque sólo se conserven los efectos de la destrucción.Y me veo obligado á insistir mucho en esto, porqueen ciertos casos los animales han sobrevivido bas-tante tiempo para dejar demostrar una ligera ate-nuación del trastorno funcional y un principio dereaparición de las /unciones perdidas. Así, el retor-no de una función, después de la destrucción de unórgano, no permite más que dos interpretaciones: óla función ha sido interrumpida por el efecto de untrastorno funcional, ó su órgano ha sido destruidoy ireemplazado por la sustitución de otro órgano.Esta segunda interpretación está muy extendida conel nombre de ley de sustitución. Esta idea de queuna función puede pasar de órgano á órgano, «comouní gorrión saltando de rama en rama», según lapintoresca frase de Goltz, es ciertamente la eleva-ción de la hipótesis á la novena potencia. El doctorFesrrier, sin adoptar la primera interpretación, com-bate la segunda con su vigor habitual y la reem-plaza por otra que tiene más autoridad bajo elpunto de vista fisiológico, á saber: «que no se esta-blecen nuevos centros en lugar de los que han

desaparecido, sino que los que quedan, pueden,indirectamente, y sin asumir nuevas funciones, pro-veer á lo que falta, al menos en ciertos limites.» Eneste caso, «el paso de la impresión ala acción no severifica como en el trayecto ordinario de la voli-ción, atravesando los centros motores para llegaral cuerpo extraído y volver á los núcleos y nerviosmotores, sino que se efectúa directamente á travésde los glanglios de la base.» Esto resulta de acuer-do con el caso en que, por ejemplo, la funciónvisual ha desaparecido de un lado después dela desaparición de su centro cortical y reaparecesin embargo. El oido no podría reemplazar al ojo, ysi sucede alguna vez que el tacto suple á la vista,es en virtud de una educación que no se adquieresino con el tiempo. Aquí, por el contrario, el animalrecobra la vista que ha perdido, y esto en el espaciode algunos dias.

Pero extender esta explicación á los movimien-tos, ¿no es abandonar la hipótesis de los centrosmotores voluntarios? ¿No es recurrir á la hipótesisde la excitación periférica? Nótese bien esto: el doc-tor Ferrier no extiende su hipótesis más que á losmovimientos determinados automáticamente en loscuerpos estriados. Todas las acciones que no seconvierten en automáticas son imposibles despuésde quitar los centros corticales,

«Se podría afirmar con confianza, dice, y quizá elhecho se demostrará algún dia, que un perro alcual se le quitaran los centros corticales, perdería lanoción de todos los ejercicios que se le habrían en-señado.» Después de escritas estas líneas, la expe-riencia ha resuelto la cuestión. Por un ingeniosoprocedimiento, que consiste en quitar por el lavadouna parte de la sustancia cerebral, Goltz ha llegadoá atenuar considerablemente los desastrosos efec-tos de la operación y á conservar por este medio elanimal varias semanas, durante las cuales ha ob-servado un restablecimiento casi íntegro de la fun-ción desaparecida. Uno de los casos más notablesde que habla es el de un perro, al cuál había ense-ñado á dar la pata al que se la pedía. Después del¡avado de la corteza del hemisferio izquierdo, sedemostró primero una abolición completa de la fa-cultad de dar la pata derecha, y el perro, cuando sele insistía para que obedeciera, parecía muy con-trariado y concluía por dar la pata izquierda. Si elanimal hubiera sucumbido en los seis dias que si-guieron á la operación, se habría podido ver en ellouna prueba de la destrucción de un centro volun-tario; pero el perro sobrevivió, y al cabo de ochodias empezó á dar de nuevo la pata siempre que sele ordenaba: un mes después hacía esta habilidadtan fácilmente como antes.

2.* En segundo lugar, ocupémonos de las prue-bas sobre las cuales se quiere fundar la existencia

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de regiones exactamente limitadas y de núcleos biendeterminados en el seno de esas regiones. El doc-tor Ferrier nos presenta á este propósito algunaspáginas muy instructivas, pero que, bajo mi puntode vista, no bastan á establecer su conclusión enpresencia de los experimentos por los cuales de-muestra Goltz que la parálisis de sensación y demovimiento no puede atribuirse razonablemente ála destrucción de núcleos determinados, porque de-pende solamente de la masa de sustancia quitada yno de las localidades. Es preciso añadir á esto elhecho sobre el cual hemos insistido con razón, dela no permanencia de la parálisis. El Dr. Ferrierpiensa que sus experimentos establecen las locali-zaciones distintas de centros motores. Presentacomo ejemplo la inflamación y la supuración obser-vadas en un punto y seguidas de parálisis del movi-miento de todo un lado del cuerpo. Presenta estehecho como una prueba de abolición de la facultadmotriz, sin alteración de las sensaciones. Despuésde un detenido examen, no veo en esto otra cosaque las consecuencias de un trastorno momentáneo:el autor confiesa, en efecto, que cuando en vez deuna supuración irritante hay extirpación del cen-tro, la parálisis desaparece completamente. «En es-tos experimentos, añade, la facultad motriz era loúnico destruido; las sensaciones permanecían in-tactas y tan delicadas como antes.» Esto es muyEquívoco. La sensación y el movimiento estabanintactos en otra parte, en el otro lado del cuerpo,pero la sensibilidad había desaparecido de los miem-bros paralizados.

Consideremos ahora un centro sensacional; esco-geremos el de la visión, porque los experimentos queencierra son los más notables. La destrucción delpliegue curvo ó gyrus angularis de un lado producela ceguera del ojo opuesto. Pero este efecto no esmás que temporal, y empieza á atenuarse al cabo deun dia. Creeríase que en presencia de tales obser-vaciones, el hecho de la ceguera debe atribuirse altrastorno pasajero y no á la abolición déla función,y el retorno de la vista á la desaparición de esetrastorno. El doctor no ve en el retorno de la visiónmás que una consecuencia de la acción compensa-dora del centro perteneciente al otro hemisferio.Pero esto es invocar la ley de sustitución (que harechazado con éxito), y no es explicar por qué laacción compensadora no se ha manifestado desdeluego. El experimento de Goltz me parece demos-trar que la ceguera observada es simplemente unefecto del trastorno pasajero; y no solamente la vi-sión reaparece, sino que es evidente que esto nopuede atribuirse á una acción compensadora delcentro intacto, puesto que reaparece hasta en ani-males privados de su otro ojo. En efecto, á un perroprivado de uno de sus ojos, se le levantó casi todo

TOMO IX.

un hemisferio; de suerte que en un lado no babiaaparato óptico y en otro no había núcleo corticalvisual; se demostró, sin embargo, la conservaciónde la vista. Discutamos el dilema que aquí se pre-senta: ó hay completa decusacion de los nervios óp-ticos y cada hemisferio es un centro para un soloojo, ó la decusacion es incompleta y cada hemis-ferio es un centro para ambos ojos. En el primercaso, la destrucción de un hemisferio determinaríauna ceguera absoluta y permanente en un ojo, locual contradice la experiencia. En el segundo caso,determinaría una ceguera parcial en los dos ojos,lo cual está también en contradicción con lo que seha observado. 0 bien, por último, los centros visua-les no están on los hemisferios y su destrucción noimplica la de la visión, y esto es lo que prueba laexperiencia.

3.° Seré muy breve en este tercer punto, á sa-ber, los diversos electos que produce la excitaciónde un solo y mismo núcleo. Si consideramos la cor-teza cerebral como una superficie de excitaciónperiférica, no hay nada de misterioso en los varia-dos electos que producen los reflejos, como sobrela piel; pero si la consideramos como una reuniónde centros sensoriales y motores distintos, es muydifícil conciliar los resultados de la experimenta-ción. Por ejemplo, los que se llaman centros volun-tarios de los movimientos de los miembros y de lacola, serían, según los experimentos de Bochefon-taine, un grupo de centros de secreción salivar.En una memoria publicada en los Archivos de ñsio-logía, el mismo experimentador resume los resul-tados de sus observaciones en conclusiones tales,que con la hipótesis de los centros voluntarios dela corteza se llegaría á deducir que el mismo núcleosería el centro de los movimientos voluntarios deun mimbro y de las contracciones involuntarias dela vejiga y del bazo, al mismo tiempo que de la di-latación pupilar. •

Me falta el tiempo y el espacio, y sólo he podidohacer algunas observaciones criticas sobre el asun-to del libro del doctor Ferrier, sin darles el desar-rollo que exigiría la importancia de la obra. Pero sihe demostrado que la hipótesis de los centros vo-luntarios de la corteza está lejos de haberse proba-do, y si para esto he tenido que lomar una actitudde antagonismo, debo, para ser justo, expresar aquí,antes de terminar, una alta idea del valor de la obradel doctor Ferrier, obra llena de ideas y de hechosirrefutables, que será por mucho tiempo como unarsenal donde irán a buscar sus materiales todos

¡ los trabajadores en estos estudios, y quizá sirva dei punto de partida á una nueva anatomía del cerebro.I G. H. LBWES.

i (Tks natnr.)

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178 REVISTA EUROPEA. 1 1 DE FEBRERO DE 1 8 7 7 . N.° 155

EL REVERENDO A. TOOTHY LOS RITUALISTAS INGLESES.

¿(iuién es este hombre completamente descono-cido en el continente, como lo era hace dos mesesen su país, y que sin embargo concentra hoy ensu persona toda la atención del pueblo inglés? Elreverendo Arthur Tooth es el ministro de la parro-quia de San James, en Hatcham, diócesis de Roches-ter, y pertenece al partido ritualista. Sabido es loque representa esta palabra. Cuando hace treintaaños, el Dr. Newman, por medio de un trabajo quetiene analogía con el de Cuvier, reconstituyó el ca-tolicismo con ayuda de los fragmentos del cristia-nismo que encontró esparcidos en la constituciónde la Iglesia anglicana, dio impulso á un movimientopoderoso. Muchos de sus correligionarios imitaronsu ejemplo, lo sacrificaron todo y entraron resuel-tamente en el seno de la Iglesia romana. Pero elmayor número, sea porque les faltara la Gracia ó elánimo, sea por cualquiera otra causa, no llegaron tanlejos y se detuvieron en e! camino. Creyeron que,permaneciendo en posesión de sus beneficios en laIglesia establecida, podrían dar satisfacción á lascreencias que el estudio de los Padres de la Iglesiales había revelado como las creencias de la verda-dera religión, y prestar al triste y monótono ritualanglicano el atractivo de las ceremonias católicas.Empezaron, pues, á enseñar la necesidad de los sa-cramentos y una especie de presencia real de Jesu-cristo en la Eucaristía con el nombre de Consustan-

ciacion, á practicar la confesión auricular, etcAl mismo tiempo dieron á su celebración de la Cenajas exterioridades del Santo sacrificio de la misa;revestían, en vez de la ancha sobrepelliz anglicana,albas, estolas, dalmáticas, casullas; encendían ciriosen los altares, quemaban incienso y cantaban encoros, en lengua inglesa, el Kyrie, el Gloria, elCredo, el Sanctus y el Agnus Dei de las misas deHaydn y de Mozart, y aun, algunas veces, los delcanto gregoriano. En honor de la verdad, debemosreconocer que el clero ritualista había tomado á losclérigos de la verdadera Iglesia algo más que su ce-remonial y ciertos usos de su disciplina; esforzábaseen imitar su celo y su adhesión, mientras que susfeligreses se distinguían por su piedad. A pesar detodo, la posición de los ritualistas era esencialmentefalsa. Se les ha dado maliciosamente el nombre deanfibios, epíteto que no es exacto, porque los seresá tos cuales se aplica esta calificación, pertenecená lia vez á dos clases de un misino reino, mientrasque los ritualistas no son ni católicos ni protestan-tes; oscilan entre Roma y la Reforma. Reivindicanpara si un lugar y un título aparte; son, según di-cen, católicos ingleses. No son católicos romanos,

porque rechazan la supremacía del Papa; no sonprotestantes, porque ellos mismos rechazan este tí-tulo, porque hablan con desprecio de la pretendidaReforma y porque profesan dogmas, como, porejemplo, la necesidad de los sacramentos y espe-cialmente de la confesión, que el protestantismorechaza. Sin embargo, persisten en formar parte dela Iglesia anglicana. Esta se proclama altamenteprotestante por boca de sus obispos y del Parla-mento, cuya competencia en materias eclesiásticasreconoce.

Se comprende todo lo que esto tiene de falso parala iglesia del Estado. Por otra parte, no se puede di-simular que las prácticas del clero ritualista, pormucha justicia que se quiera hacer ásus buenas in-tenciones, no salvan una multitud de inconvenien-tes. No hablamos de lo que estos llaman «la cele-bración de la Santa Comunión;» sin embargo, sabidoes que sus ministros, cuya ordenación es nula, notienen el poder de convertir el pan y el vino encuerpo y sangre de Nuestro Señor Jesucristo, y,por consiguiente, las multiplicadas genuflexionesque hacen ante los elementos no consagrados sonverdaderos actos de idolatría. Pero tomemos porejemplo la confesión: ¿quién no ve lo que ofrecede... singular la situación de esos jóvenes minis-tros, no consagrados al celibato, y sin tener enrealidad ningún carácter sagrado, escuchando, almismo tiempo que se retuercen los bigotes (porquelos usan), en una sacristía ó en una sala particular,las confesiones y los pensamientos más íntimos deuna joven? En presencia de toda esta anomalía, elParlamento ha votado una medida legislativa paraobligar á los ritualistas á conformarse á las pres-cripciones, si no á las creencias, de la religión delEstado, y ha instituido al mismo tiempo un tribu-nal para aplicar la nueva ley. Este tribunal estabadestinado á absorber y á reemplazar al antiguoCour des Arches (abreviatura de «Tribunal de losArzobispos»—Archeveques), resto de la antigua ju-risdicción de los tiempos católicos, pero cayo pro-cedimiento era á la vez demasiado costoso y pocoexpeditivo. «El acta sobre la celebración del culto»fue adoptada en 1872. La aplicación de esta ley haempezado á encontrar obstáculos imprevistos, y hatenido un adversario resuelto y activo en la personadel reverendo^Arthur Tooth.

Los ritualistas pertenecen á un partido con elcual se confunden, pero que es más antiguo queellos, y que se llama la «Alta-Iglesia.» La doctrinade este partido consiste en rechazar la intervencióndel Estado en los asuntos de la Iglesia, y en esteconcepto no se ha visto con buenos ojos el actade 1872. Hasta aquí, el partido se había contentadocon protestar en los periódicos, esforzándose poreludir la ley, pero inclinándose ante ella por nece-

N." 4 55 F. BENHARDT. LOS RITUALISTAS INGLESES. 179

sidad y obedeciendo sus prescripciones. Por la pri-mera vez la ley acaba de encontrar resistencia ac-tiva. Relatemos los hechos.

Los feligreses de la parroquia de Hatcham, de queera pastor M. Tooth, eran igualmente entusiastaspor las prácticas ritualistas, es decir, por las cere-monias imitadas, más ó menos fielmente, del ritualcatólico. Todos los domingos jugaban juntos al ca- ¡tolicismo, como los niños juegan álos soldados. Unextranjero superficial, al entrar en la iglesia de SanJames durante los oficios, hubiera podido creerseen un Santuario católico: el incienso elevaba suscolumnas de humo; los cirios ardían en los altaresadornados de flores ante imágenes de la Santa Vir-gen y de los Santos; monaguillos cuidaban las lu-ces y los incensarios, y, sobre todo esto, sobresalíaM. Tooth, revestido de ornamentos brillantísimos,oficiando de pontifical.

A primera vista todo esto parece inocente; sinembargo, constituye, á los ojos de los protestantesseveros, prácticas idólatras. La ocasión no podía sermejor para invocar la legislación de 1872 y paraacudir al famoso tribunal creado por ella y que po-dría llamarse un Santo Oficio Calvinista. La Aso-ciación de la iglesia anglicana (Chnrch Association)no quiso dejar escapar la ocasión y denunció al de-lincuente al obispo de Rochester. Este creyó de-ber poner término á lo que consideraba espantosoescándalo, y mandó decir al fogoso ritualista queapagara los cirios, guardara la casulla y oficiara enadelante con esa monotonía que hace el encanto delos protestantes. El reverendo, como todos los ri-tualistas, hizo oidos de mercader á las amonesta-ciones de su prelado. En tesis general, los ritualis-tas creen que los obispos se equivocan, que el Par-lamento manda tonterías, que los católicos hacendisparates, que los protestantes dicen absurdos,que lodo el mundo se equivoca y que ellos solostienen razón. El ritualismo rehusa reconocer la ju-risdicción de los tribunales laicos en materia de fe;no se inclina, según dice, más que ante la autoridadde la Iglesia; peio soltó voce define la iglesia comoLuis XIV definió el Estado. El obispo de Rochester,desairado en su autoridad, acudió al famoso tribu-nal presidido por lord Penzance. Presentóse la difi-cultad de que, para determinar la acción del tribu-nal eclesiástico, se necesitaba una queja previa con-tra el pastor, firmada por dos miembros al menos desu rebaño, lo cual no podía existir, porque ministroy feligreses estaban estrechamente unidos, rituali-zando de común acuerdo; pero, buscando bien, seencontraron tres feligreses que no concurrían á laparroquia. Con este punto de apoyo el Obispo secreyó más afortunado que Arquímedes, y que si nopodía moverla tierra, removería al menos áM. Tooth.Ante el tribunal todo pasó como debía pasar: el

acusado no se dignó comparecer ni hacerse repre-sentar por un defensor, y por lo tanto, se le sus-pendió en sus funciones por dos meses. Pero aquíempieza el drama, ó si se quiere, la comedia. ElObispo se apresuró á nombrar á un canónigo de lacatedral para oficiar, en vez de M. Tooth, y la vis-pera de Noehe-Buena el suplente lomó el camino dela iglesia de Hatcham para cumplir el mandato epis-copal. Pero en el momento en que este nuevo He-liodoro se preparaba á franquear la entrada del tem-plo, abriéronse las puertas y apareció M. Tooth ro-deado de sacristanes y de monaguillos y con unaescolta de feligreses capaz de quitar á cualquierala idea de entrar á la fuerza en la iglesia. El su-plente protestó, como buen protestante, y se re-tiró.

Al dia siguiente, alguien emitió la idea de ha-cer ejecutar la orden del tribunal impidiendo queM. Tooth entrase en la Iglesia el domingo próximo;pero se supo este proyecto, y desde entonces elbuen pastor no salió de la Iglesia, y hasta hizo po-ner su cama en la sacristía.

No hay necesidad de decir que la nación inglesase ha dividido en dos campos, los partidarios deM. Tooth y sus adversarios. Las extensas columnasde los periódicos ingleses fueron pequeñas paracontener todas las cartas y artículos que los com-batientes disparaban unos contra otros, y los atri-bulados redactores se veían en la precisión de ex-tractarlo todo para que tantos documentos cupiesenen sus inmensas sábanas. M. Tooth y sus partida-rios invocaban los derechos de la libertad de con-ciencia. Pero, formalmente, ¿estaba comprometidaesta libertad tan cara á los ingleses? Que los ritua-listas funden una secta independiente, entre las 150confesiones que existen ya, y no solamente no seráninquietados, sino que la ley inglesa los protegeráen el ejercicio do su culto, cualesquiera que seanlas ceremonias que quieran practicar. Pero quierenser miembros de la «Iglesia tal como se halla esta-blecida por la ley» (the Church as by lavo establis-hed), reivindican una parte de sus privilegios y desus rentas; y en este caso, lo natural es que se con-formen con las condiciones á las cuales está unidoel goce de estos favores.

Esperábase con impaciencia el domingo siguientepara ver lo que iba á pasar, y cómo tomarían lascosas las autoridades para salvar la dignidad de laley. Para muchas personas, este episodio, un tantoescandaloso, venía á propósito para romper un pocola monotonía fastidiosa del dia de fiesta en Inglater^ra. Llegó el domingo, y M.' Tooth perseveró en surebelión. Ofició como de costumbre en la Iglesia deSan James con toda la pompa ritualista; solamentese podia penetrar en el templo con una papeleta deentrada. Una multitud inmensa, reunida al lado del

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cementerio, amenazaba entregarse á manifestacio-nes tumultuosas, y se necesitaba una fuerza impo-nente de policía para contenerla. ¡Singular espec-táculo el de los representantes de la ley convoca-dos para asegurar el libre ejercicio de funcionesilegales! Porque, bajo cualquier punto de vista quese consideren, las prácticas ritualistas son actos deflagrante ilegalidad; y si las ceremonias del cultocatólico son augustas y sagradas, las falsificacionesde M. Tooth y consortes son tonterías ridiculas,por no decir sacrilegas.

No se sabía lo que debía hacerse con M. Tooth.El juez del tribunal eclesiástico dudaba si ponerloen prisión, porque esto hubiera sido erigir mártir alcura de Hatcham, lo cual constituía el objeto su-premo de su ambición. Sin embargo, era precisollegar á la prisión si se querían evitar nuevas esce-nas de escándalo. El tribunal eclesiástico volvió ádeliberar; pero de todos modos, quedaba triunfanteM. Tooth; si quedaba en libertad, continuaría desa-fiando á su obispo y á lord Penzance; si se le redu-cía a prisión, agitaría victoriosamente las palmas delmartirio.

Esta última victoria fue la que se le concedió. El13 de Enero, lord Penzance, á instancia de losfeligreses de ocasión que habían sido instigadoresdel proceso, condenó á Mr. Tooth por contumacia, yordenó que su sentencia «se comunicara á la can-cillería de la Reina para asegurar la prisión del de-lincuente.» El dia siguiente era domingo; la senten-cia no podía ser comunicada en tiempo hábil al in-teresado, y mucho menos podia ser ejecutada. Mis-ler Toolh resolvió aprovechar el tiempo que lequedaba, y á las cinco de la mañana convocó á susfeligreses para cantar maitines. A las nueve de lamañana llegó un delegado del obispo de Rochester,portador de un rescrito episcopal, ordenando á lossacristanes que cerrasen la iglesia de Hatcham, elcual fue fijado en la fachada. Una multitud de gentede armas tomar, enviada desde Londres por la «Aso-ciación de la Iglesia» á fin de reivindicar los dere-chos imprescriptibles del protestantismo, aullabaná la puerta de la iglesia, amenazando entrar á lafuerza é insultando a los curas de las cercanías que,ignorando la prohibición episcopal, llegaban paraasistir á los oficios de las once. La aldea de Hat-cham está habitada por negociantes de Londres ypor otras personas lavorecidas por la fortuna, queprefieren vivir en la proximidad de la capital. El po-pulacho prodigaba los insultos más groseros á lasdamas elegantes que viven en el pueblo, y aun sedice que un mendigo de los enviados de Londresabofeteó públicamente á dos .señoras. No hay bas-tante indignación para protestar contra semejanteprotestantismo.

La Asociación que envió esos delegados á afir-

mar, á su manera, los que ella considera principiosortodoxos, representa la «Baja-Iglesia,» ó como sellama también, el partido evangélico. La Alta-Iglesiatiene también su organización, que se titula «LaUnion de la Iglesia de Inglaterra (Church Union).»Esta sociedad no podia ser insensible á los aconte-cimientos que acabamos de relatar: ¡un clérigo sus-pendido á divinis por un laico! Esto era bastantepara trastornar todas las teorías de la Alta-Iglesia.En vano lord Penzance habia explicado compendio-samente que el Tribunal de los Arzobispos es untribunal esencialmente eclesiástico; que el acta de1872, al conferirle poderes más extensos, no hacambiado de ningún modo su origen ni su natura-leza, y que la única observación que se puede ha-cer es que el tribunal eclesiástico está presididopor un laico. La Union no ha querido acoger estasexplicaciones, y ha celebrado el 16 de Enero en lagran sala de los fracmasones un numeroso meeting,en el cual ha reinado el orden más perfecto en me-dio del mayor entusiasmo. En este meeting se haelogiado calurosamente la conducta de Mr. Tooth yse le han tributado los más entusiastas votos degracias. Además se han adoptado por unanimidadresoluciones declarando que los ritualistas se creíanemancipados, en la interpretación de las rúbricas,de toda fiscalización de los tribunales, cualesquieraque sean, y que en este concepto no reconocían(probablemente hasta nueva orden) más autoridadque la de la «Cámara baja de la convocación» (óParlamento eclesiástico de la provincia de Canter-bury). Hé aquí la bandera de la rebelión iniciada.Resta saber si esta bandera conducirá al combate álos que se han congregado á su alrededor, ó si delmeeting de Freemasons'Hall saldrán solo palabrasy nada más, á imitación de la Conferencia de Cons-tantinopla.

F. DE BERNHARDT.(Revne genérale.)

EL PROGRESO CIENTÍFICO MODERNO. (1)

Hemos venido al mundo en época de suyo espe-cialísima, llamada á formarla notable sin disputa enlos fastos de la humanidad. Aturdidos un instantepor clamores estentóreos que pregonaban los pro-gresos de nuestro siglo, hemos echado una miradade asombro á nuestro alrededor, y comparando conlos cuadros de la antigüedad el cuadro que á nues-tra vista se desplegaba, heridos por su magnificen-

(1) Este estudio forma parte del discurso pronunciadoen la solemne apertura del curso actual en la Universidadde la Habana.

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cia, sorprendidos por su esplendor, no ha sido bas-tante que gritáramos con toda la fuerza de nuestravida y el entusiasmo entero de la propia satisfacción:¡el mundo progresa! sino que arrebatados en alasdel entusiasmo, unidos al concierto general, hemosempuñado las trompetas de la fama y proclamadoese progreso colocándolo por encima de todas lasgeneraciones pasadas; y mirando con lástima y pie-dad á los hombres que nos precedieron en el ordende la existencia, cantamos nuestros loores del unoal otro polo, del oriente al ocaso, sin tregua nidescanso.

Un momento de reposo, señores, y examinemosese progreso, veamos sus condiciones y su alcance;que ninguna otra ocasión ha de mostrarse tan pro-picia cual la presente, que abre los días en que lasgeneraciones que se van se consagran á depositarlosin limitación ni restricciones en las generacionesque vienen y nos empujan y nos acosan para queacabemos de confiarles tan portentoso tesoro. Vein-ticuatro años escasos quedan al siglo XIX en la seriede los tiempos, ¿y veinticuatro años, qué son en lavida de la humanidad sino algo menos que el granode arena para la extensión del Sahara, que la gotade agua para la inmensidad del Océano?

¡Siglo XIX, yo te emplazo para ante este Tribunalaugusto presidido por sabios y en que son juradostus hombres de más saber: se acerca tu hora, tumomento de perecer y confundirte en la eternidad:adelántate á examinar tu conciencia, y á preparartus legados al siglo que te ha de'suceder! ¡ Silencioá tus trompetas, tregua á tus cantares y loores, yno temas, que el verdugo está proscrito, y seancuales fueren tus merecimientos, tu muerte serásueño apacible, tu desaparecer tranquilo, como elde la flor cuando ha producido su fruto, como todolo que se cumple obedeciendo á la ley eterna delCreador!

¿Y por dónde empezar? ¿A qué ciencia dar la pre-ferencia en este examen tan atrevido, que, sin em-bargo de su extensión y de su importancia, sólopuedo hacer á grandes rasgos para obtener la bene-volencia que tengo solicitada? Carácter distintivo deeste siglo es llevarnos á esa perplejidad y vacila-ción, lo que constituye notorio signo de progreso,por cuanto no es posible ya, ni permitido, estable-cer diferencias ni preferencias entre ninguno de losramos tan variados del saber humano, como se ha-cía en las antiguas edades. Se ha comprendido tanbien, tan perfectamente, que todas las ciencias, sinexceptuar ninguna por retardada que aparezca ensus adelantos ó pequeña en sus conquistas, nos lle-van al mar insondable de la Divinidad, que á todasse las iguala, á todas se las agasaja é inquiere, selas invoca y aprecia, sin más distinción que la vo-

luntad aislada de cada uno en escoger la que ha deser objeto de su particular estudio y predilección.Se ha llegado á penetrar que es tanto su íntimo en-lace y tanta la fuerza de su estrecha unión, que esnotoria la aspiración cada dia más acentuada áaceptar y reconocer la ciencia cual una y nada más,dividida y subdividida en multitud de ramos, comonecesidad imperiosa para que pueda abarcarla lalimitada inteligencia del hombre. Y como en el or-den moral, del mismo modo que en el físico, se su-cede siempre la reacción á la acción hasta encon-trar el equilibrio y acertar, hemos visto amontonarprimero los estudios y exigirlos á la juventud abru-mando su entendimiento, aislar luego las ciencias yaspirar á constituir especialidades, y tratar de acer-carnos por fin al justo medio según nos persuadíanlos mismos conocimientos adquiridos de aquel enla-ce, invisible primero y tangible después, entre lasciencias todas, cruzando entre tanto por períodosde amargura y desazón, de júbilo y placer, á medi-da que nos infundía pavor lo que se debía aprender,tan luego como conquistábamos alguna verdad enel campo extensísimo del saber.

La humanidad ha venido sellando sus conquistascon raudales de lágrimas y viéndolas florecer vivi-ficadas por oleadas de sangre. Cada paso en el ca-mino de la civilización está marcado con la heca-tombe de varias generaciones; de la propia maneraque cada renovación en la naturaleza física ha sidoengendrada por el huracán ó las tremendas sacudi-das de sus ignotos cimientos. Hervidero de pasio-nes en violento choque cruzado por oleadas de ce-lestial esperanza, hé ahí el tránsito de la humanidaden su derrotero por el tiempo y en su marcha porla historia.

La primera civilización allá en Oriente se estrellaCentra la que había de seguirle y le siguió, pere-ciendo ahogada entre la sangre de las generacionesque en serie diiatada de años quisieron resistirla.La que fue arrogante vencedora, cae á su vez triste,vencida tras larga lucha, y así, señores, una conti-nuada serie de sufrimientos diversos, y que cadaedad aspira á que los suyos se entiendan los máscrueles, va sucediéndose como los eslabones de nointerrumpida cadena, levantando epopeyas glorio-sas cada pueblo que el triunfo conseguía, hasta cer-rar la toma de Constantinopla con broche ensan-grentado los linderos que separan de la edad mo-derna las otras que pasaron.

La edad moderna abrió anhelante, recibiendo como don de la Omnipotencia la extensión de las Amé-ricas para ensanche de su espíritu y como nuevocampo en que derramar los tesoros adquiridos.Desahogo para el mundo antiguo fue aquel descu-brimiento providencial en esos momentos de la his-

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loria: las nuevas luchas allí, corriendo parejas conlas dificultades que aquí producirían sus mismascondiciones de virginidad y novedad, habían depermitir el simultáneo arribo á grado semejante deesplendor. Distintos campos se ofrecían á la activi-dad del espíritu para llegar al mismo fin: contrarie-dades de diverso orden equilibraban la marcha paraque fuera coetánea y no se adelantase más en unoque en otro continente.

Mas el ardor guerrero de la vieja Europa no po-día amortiguarse de momento, y conquistada ya lacivilización, si no había enemigos que exterminar,quedaban rivales que vencer, y entrando de llenoen la nueva vía, siguió la sangre manando á torren •tes para disputar una superioridad ó una primacíaá que todos aspiraban. La barbarie do los tiemposmedios pasó; pero algo quedaba de ella todavía, yeran menester esas luchas intestinas en una mismacivilización para llegar al perfeccionamiento. Siglosde investigación y de renacimiento, de estudios yde afanes han sido los predecesores del nuestro:entre los escombros y las cenizas amontonados sebuscaba el rastro de la civilización antigua paracontinuar la obra comenzada tomándola en su orí-gen; y entre el estruendo de los combates, los ayesde los heridos y el estertor de los moribundos, aso-maba un sabio ya cerca, ya lejos, en uno ú otrobando, y cual nuevo eureka bendecido proclamabaalgún descubrimiento que empujaba la ciencia haciaadelante.

Abiertos los ojos de los pueblos á la luz de esacivilización que alboreaba, comenzaron á aprendersus derechos y á pedirlos, y repitióse el viejo bata-llar de allá de Roma en los tiempos que precedie-ron al imperio. Vencidos y sojuzgados, uncidos bajotremendo yugo, guardóse á los sabios en oscuroscalabozos, ó cayeron rodando las cabezas de losnuevos mártires; pero en medio del crujir de lascadenas fue preparándose lentamente la obra de lossiglos, y estalló por fin de la manera más violentaque recuerda la historia al espirar el siglo prece-dente. Horrendo volcan comprimido en las entra-ñas de la tierra, que revienta con fragor estrepitosoy sacude en sus cimientos los ejes del planeta yvomita mares de lava destructora que arrasa cuantoencuentra así la humanidad, abriendo cráterpavoroso, estalló con violencia irresistible, y en-cendiendo en pira gigantesca los restos del pasado,se iluminó con luz vivificante, pobló de eternos res-plandores lo creado, y en faro de consuelo conver-tida brilló límpida la misma llama devoradora de loque no habrá de tornar.

Así entramos en nuestro siglo, siglo de gloriaque recogió su herencia empapada en sangre toda-vía, y que necesitó para poseerla por completo der-

ramarla otra vez en abundancia. Al estampido delcañón vinieron á la luz nuestros abuelos, y no pasódécada en la actual centuria que no marcara terri-ble colisión. Pero notad cuan distintas han sidoaquestas guerras de las otras que la historia nosrefiere: no son ya unas á otras generaciones suce-diéndose en el puesto del combate. Si al comienzodel siglo era una por completo exterminada ó triun-fante en la pelea, á medida que el tiempo ha ade-lantado de la misma generación batalladora queda-ban quienes cantaran sus triunfos ó lamentasen susderrotas. Hé aquí un progreso.

El último brioso encuentro de dos naciones po-derosas y grandes ha durado breve instante, y ad-vertid en él un hecho singular: un bando ha utili-zado monstruosa artillería, no soñada en los deliriosde ningún guerrero del pasado: allá en el horizonte,allá bien lejos, ni cañón ni artillero se veían, ape-nas si se escuchaba un débil estampido, y con pre-cisión matemática caían allí donde lesera ordenadocolosales proyectiles: el otro bando buscó auxilioen la paloma, sencillo emblema del amor y de lainocencia. Hé aquí que los extremos se tocan; ycuando este hecho se registra unido á aquel pro-greso, bendigamos á la Providencia que no3 per-mite vislumbrar la nueva era de paz que se apro-xima y escuchar, aunque vagos é indecisos, lospreludios del himno á la fraternidad universal.

No há mucho que otros dos pueblos de un mismoorigen, los dos grandes, se miraron con encono yse aprestaron al combate; mas vueltos á la reflexión,dejaron sus armas destructoras y pusieron su con-tienda en manos de los hombres de la ley, que entribunal el más solemne y más grandioso que vieronlas edades, reunidos en tierra neutral, pronuncia-ron su fallo y su fallo se cumplió. Hé aquí el impe-rio del derecho, y cuando un siglo ha escuchadorespetuoso los preceptos del derecho puro y hadoblado ante él su indómita cerviz, ese siglo, seño-res, tiene que ser grande, ha de entrar en la eter-nidad ceñida la frente de brillantes y augustos res-plandores.

Arranearon á pedazos los bárbaros el imperialmanto y la imperial diadema á la ciudad Señora delmundo, y de cada uno de sus girones brotaron lasnuevas nacionalidades: en ellas imprimieron su es-píritu aventurero las hordas invasoras, y aquellasguerras antes apuntadas terminaron por conquistascuando á ello no se dirigían exclusivamente. Lasorillas de arroyuelo desconocido, que cual cinta deplata discurría en silencio fertilizando la pradera;las márgenes de algún rio que daba vida á la co-marca; la cresta de los montes, sirvieron despuésde pretexto para la pelea en busca de los llamadoslímites naturales de cada agrupación, como si á lahumanidad no se hubiera dado la tierra sin bandos

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ni parcialidades para que creciera en paz y se mul-tiplicara con amor. Pero levántanse en nuestro siglodos diques contra esa avalancha adversaria de losdesignios providenciales prescritos en la creacióny ratificados en el Calvario. El uno elemental, insu-ficiente, rudimentario todavía, mero precursor ynada más, lo que se llamó el equilibrio europeo: elotro, señores, grandioso, sublime, verdadero pri-mer paso hacia la unidad del género humano. Re-liérome al principio de las nacionalidades, queacaba de surgir rutilante y espléndido, brillante yreposado como la luz de la electricidad, que con laserena y dulce intensidad de esta ha iluminado deun golpe los cerebros todos, poniéndolos en movi-miento con febril actividad.

¡No más guerras! ¡No más sangro! Un pueblo áotro pueblo no ha de dirigirse ya preñado de ira yderramando odio en son de conquista y á pedirlevasallaje: buscando su origen, buscando sus creen-cias, estudiando su lenguaje, al encontrarlo todocomún, siquiera parecido, batiendo palmas con jú-bilo sincero y gritando ¡hermanos! desde el fondode su alma, entregaránse los corazones para fun-dirse, tenderánse las manos para acercarse y unir-se. Ved, pues, el amor como móvil de esos pasosen aisladas agrupaciones, y de aquí á la reuniónde las otras que resulten por idénticos conceptosqueda poco, señores, queda menos en la esfera deldesenvolvimiento de la humanidad que lo que en elorden material separa la crisálida de la dorada ymulticolora mariposa, la enhiesta y encendida flordel sazonado fruto. ¡Loor á ese principio, arpegiosdivinos para las cítaras de oro con que han deacompañarse los cantos de la humanidad ensalzandola mañana de su fraternal enlace! ¡Coro de ángeles,música del cielo, para depositar en el panteón dela historia al siglo que lo engendró en sus entrañascual signo de progreso, que ha comenzado á darlecima con fe en su misión,"con conciencia de sufuerza!

Las ciencias exactas uniéndose á las físicas, lasfísicas con las naturales en su vastísima extensiónformando armónico consorcio, han contribuido alacrecentamiento de los dominios del saber de unamanera portentosa. Maravilla, señores, pasma enocasiones analizar lo que ha alcanzado la humanainteligencia en sus múltiples investigaciones. En-contrados, como ya lo dijimos, los trabajos primiti-vos confundidos en el crisol da una observaciónconstante y activa, han ido después separándosegradualmente, emancipándose como el hijo de fa-milia, y aparecieron ciencias nuevas jamás sospe-chadas, mejor dicho, hánse descubierto ramas delárbol de la ciencia antes escondidas y de una ro-bustez y savia que han llenado de asombro á sus

mismos inventores. Abierto ancho campo á la acti-vidad colectiva é incesante, aprovechado el tiempo,se han utilizado los legados de la edad pasada, ynuevos horizontes ilimitados, incomensurables, seextienden ante las miradas atónitas de la criatura.

Su propia organización, su manera de ser, la es-cala animal do que es el rey, el fondo de los volca-nes y el centro de la tierra, la atmósfera que nosrodea y la que rodea álos demás astros, los bólidoscon los huracanes y los otros meteoros, las plantasque viven y las piedras siempre muertas, la mecá-nica de los cielos, la correlación de las fuerzas físi-cas en el universo, los astros que vemos y los quenos ponen á la vista poderosos telescopios ideadosal presente, la pluralidad de los mundos y las leyesque los rigen, todo ha sido objeto de examen y decomparación, de estudio y de inquisición, despuésque enfrenando el vapor recorremos en minutos porla tierra ó por el agua distancias inauditas, y ha-ciendo nuestro esclavo al rayo, aprovechamos suvertiginosa velocidad para que ponga en relaciónnuestros espíritus y lleve á do le manden nuestrapalabra y nuestra ¡dea. Enfrenar el vapor y dominarel rayo ha parecido poco, y comienza ya á fijarsederrotero preciso á los vientos y á los huracanes yá buscarse los signos que anuncien las grandes ca-lamidades y epidemias para atajarlas á su paso.

La Química, recibida en estado rudimentario, selevanta matrona soberana, y rompiendo cada dia unvelo á la naturaleza, nos muestra sus arcanos en elfondo de sus crisoles y le arranca sus secretos ennuestro provecho: la Meteorología, en pañales re-cogida, articula sus reglas y preceptos, y agregán-dose á las demás ciencias, proclama que nada en locreado vive en aislamiento y soledad. ¿Visteis, se-ñores, aquel globo con que ensayó el hombre subirá las alturas, débil é imperfecto? Pues mirad el quesev^lanza ahora, fuerte y obediente, y corre en losespacios hasta esconderse en la inmensidad: en élva el hombre de nuestro siglo á emprender nuevosestudios, arrostrando sereno y sin contarlos milpeligros por amor á la ciencia, hasta sudar, comodiría el vulgo del pasado, su propia sangre, sangre,señores, en esas pacíficas empresas, como si porley fatal debiera preceder su derrame á todo ade-lantamiento.

Mirad allá hacia el polo: sudario de perpetuo hie-lo guarda los restos venerandos de quien allí buscósepulcro honroso, sacrificado en aras de su amorpor la investigación y los descubrimientos. En cá-lida mortaja nos disputan las entrañas del Áfricaabrasada á quien fue á ella buscando nuevos cam-pos á la civilización, á interrogar al Nilo por susorígenes, á empujar á la ciencia. ¡Paz y bendiciónpara sus restos! Mas mirad por todas partes el mis-mo incesante anhelo, ese movimiento continuo,

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fructífero siempre, generador de progreso: no sepuede invocar hoy el nombre de uno solo, no vieneya quien levante una maravilla y llene un siglo, nose presenta un adelanto que humille á los demáspara que el nombre de su inventor se alce sobreellos cual señor. Siglo de Perícles, siglo de Alejan-dro, siglo de César... para esas edades siempre unnombre por cualquier concepto merecido : paranuestro siglo no le hay prestado por ninguno desus hijos, porque él es el siglo de la ciencia y de lahumanidad, del derecho y la justicia.

Y á medida que se ha ido avanzando, á medidaque más se ha hallado el enlace entre las cienciastodas, su unidad en medio de su variedad, se per-cibe mejor el armónico concierto, la infinita sabi-duría que ha presidido á la creación, y abiertos losoidos die la inteligencia se ha escuchado claro, ar-gentino, el himno'que entona el universo unísono ysonoro cantando ¡Dios! con épica sencillez, y ca-yendo de rodillas la humanidad ha clamado tambiéndesde el fondo de su alma: ¡Hossanna, bendito seael Señor en las alturas y paz en la tierra á los hom-bres de buena voluntad!

Pereció el panteísmo, caido casi está apenas co-menzado á levantarse el materialismo moderno,hijo de la ofuscación que en los primeros momentosprodujeron aquella armonía y aquel enlace en e\Universo. Pero notad, señores, que los adelantosprimeros, que los primeros descubrimientos hanvenido á evidenciar gran número de las verdadesfundamentales sentadas por los sabios primitivos; ysi no, preguntad á nuestro claustro de medicinacuantas verdades enseña á sus alumnos tal comolas proclamó el sabio de Cos. Uno de los progenito-res de la ciencia moderna, aproximándose á la fa-mosa sentencia sólo seque no sé nada, comenzó lareconstrucción del edificio de sus conocimientos; ycuando se advierte que aquellos sabios venerandosprocedieron sin los instrumentos del dia, sin las fa-cilidades actuales, ¡qué genio, señores, hay que con-cederles! ¡cómo debemos admirar la intuición pode-rosísima de sus cerebros privilegiados, que les per-mitió llegar con nosotros casi al mismo fin! Y deaquí sin esfuerzo alguno se desprende que la obser-vación ;y la experimentación son la base primordialy constante del estudio de la ciencia; mas cuidadde no separar de ellas el criterio de la razón que hade iluminar la esfera tan anchurosa de su órbita. Lacélula y el microscopio, por ejemplo, son muchopara las ciencias naturales, pero no son el todo, nipueden vivir ni producir adelanto en exclusiva so-ledad: lia mensura de un glóbulo, el desarrollo de unaceldilla, son hechos que en sí poco significan, peroque sometidos al criterio de la razón y por ella acla-rados se convierten en manantial inagotable de ade-lanto. Observar bien el todo sin perder de vista su

relación con las partes y la parte sin olvidarnos deltodo, experimentar mejor, guiados por la razón, héaquí la base de nuestro progreso, lo que constituyeun nuevo adelantamiento por sí, de que con justiciahace alarde nuestro siglo.

La Filosofía, en su estricta y legítima acepción,no ha quedado por cierto más atrasada en esa mar-cha constante hacia la perfección. ¿Cómo habia desuceder así, si ella fue la madre de todas las cien-cias, la que las amamantó en su seno, la que les diosu método y no las dejó de la mano hasta consti-tuirles principios especiales con que ganaran ser yvida propia? Escuelas y más escuelas, discípulosemancipados de sus maestros que las fundaban óconstituían sectas, raciocinios seductores por sufuerza real unas veces y otras aparente, teorías lasmás atrevidas ó en ocasiones las más menguadas,estudio siempre y observación y raciocinio; hé aquí,señores, el camino andado, camino erizado de difi-cultades para la inteligencia, pero sin lágrimas nidolores para quienes le emprendieron; de lucha yde controversia, pero lucha como las del entendi-miento, engendradoras de gloria para los que lasempeñan, de provechoso jugo para quienes las si-guen, de alivio y consuelo en sus fines para la hu-manidad.

La ciencia que en sus investigaciones va del hom-bre á Dios, que derrama bálsamo consolador sobretodos los dolores sociales, que tiene por sólido oi-miento la moral y vela por su conservación eterna,no merecía quedar estacionaria. Siguen en pié cues-tiones importantes, dura todavía la controversia,porque no hemos obtenido aún el fin ambicionado.Nosce te ipsum, dijo el sabio en la antigüedad, yconocernos á nosotros mismos, sigue siendo unade las bases de la Filosofía, la clave y el enigma dedonde ha de partir en sus investigaciones; y si elhombre no es completo ni con mucho, ¿cómo extra-ñar que sus lucubraciones no se resientan de aque-llos defectos, del sello que cada uno haya impresoen sus propias imperfecciones, hijas de las miles devariadas circunstancias que concurren á constituir-las? A medida que la civilización vaya extendiéndo-se irán desapareciendo aquellas divergencias y es-trechándose los círculos en la Filosofía. ¡Pero encuántos puntos están conformes los filósofos denuestro siglo, y cuánta hermosura en esa concor-dancia! Los derechos del hombre reconocidos y res-petados, la conciencia convertida en un santuario,el pensamiento libre como la luz, hé ahí, entreotras, las conquistas de la moderna Filosofía: cual-quiera de ellas bastante por sí sola para inflamar lahumanidad en santa gratitud y servirle de faro ru-tilante en su peregrinación por lo futuro.

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La Literatura también ha ensanchado su esfera deuna manera portentosa. No basta ya conocer lasobras de la antigüedad y las producciones de susgenios, sino que cada pueblo estudia las de losotros pueblos en sus distintos periodos, siguiendoel ansia de armonizarlo todo, para contribuir así ala unión de las inteligencias y de las almas. La cien-cia que se consagra á estudiar lo bueno, lo bello ylo verdadero en todas sus manifestaciones no hapodido menos de tomar un desenvolvimiento prodi-gioso, halagado el espíritu en su marcha con la mis-ma materia ú objeto de sus investigaciones, con-tribuyendo no poco esa continuada y perpetua con-templación délo bello al aumento de la cultura, alrefinamiento de las costumbres, á la marcha delprogreso. Rechazar lo deforme, lo contrario á lasleyes de la humana condición y absorberse en loque á esta sólo se ajusta, es encaminarse á la Divi-nidad directamente, por la via más risueña y deli-ciosa, por senderos de luz poblados de armonías.

Por boca del poeta exhalan los pueblos sus cán-ticos de gloria, sus tristes elegías, que suben álos cielos con dulcida cadencia , ora rebosando deplácido contento, ora envueltas en lágrimas amar-gas que arrastran los corazones en demanda deconsuelo. No se solicitan ya los beneficios de unMecenas á trueque de cantaros ; no corre el tro-vador el arpa á cuestas mendigando sonrisas nisustento : se canta á la humanidad , que paga conla gloria y premia con laurel inmarcesible. Ga-llego y Quintana, Luáces y Milanés, Byron y La-martine, y tantos otros, decid ¿por qué cantasteis?La humanidad fue vuestro norte y ella no os olvi-da: en cada corazón erige altares para guardarvuestros cantos, y cúbrelos de flores mantenidas alcalor de la gratitud y al riego del amor.

Y ved, señores: el poeta, para comprender la hu-manidad en sus fines y tendencias y poderla cantary dirigir, necesita volar, ascender en alas de su ge-nio y alejarse de la esfera de su propia existencia:el filósofo ha de reconcentrarse en sí mismo paraexplicarse la humana condición y encaminarla á suvez: expansión en el uno, abstracción en otro. ¡Quémedios tan opuestos para llegar al mismo fin! ¡Quéenlace y qué concierto donde la contradicción pa-rece más marcada! Así el filósofo y el poeta, el unodesde las alturas de la gloria, el otro desde el fondode su conciencia, se completan y se auxilian y cor-ren á encontrarse en el mismo punto, irradiandopor su tránsito torrentes de luz vivificante, vertien-do á raudales insólita armonía.

Morigeradas las costumbres, dulcificada la vida,nuevas necesidades han surgido para la propia co-modidad, para Henar las exigencias delicadas delbuen gusto, y la industria ha corrido presurosa an-

ticipándose á los deseos, adivinando los variadoscaprichos de la fantasía. Pero la industria, señores,descansa en la ciencia, que, sirviéndole de palancapoderosísima, le ha dado ese impulso que á todosnos admira. Las Exposiciones de la industria, esosmagníficos certámenes en que se comprueba suadelanto, demuestran con la frecuencia de su cele-bración la rapidez en el progreso. El afán de las na-ciones por convocarlas, el mayor número de pro-ductos que cada vez se comprenden en sus exhibi-ciones, sirven al observador juicioso para marcarla senda de los adelantamientos humanos; cada unaseñala un progreso, sirve de punto de comparacióny de partida para estudios é investigaciones con-soladoras y fructíferas.

Disponiendo del vapor, que suprime las distan-cias en servicio de la industria, dominados los ma-res y rodeadas de atractivos las más largas trave-sías, á todos es permitido concurrir á esas citas pa-cificas de la humanidad; pero, ¿será bastante laintensa admiración que tantas maravillas nos pro-duzcan para entregar el cetro del universo á lamateria y rendirle adoración? ¡Ah, no! La industriaso mueve obediente á la ciencia, que la tiene sub-yugada por completo: sin esta, aquella viviera esta-cionaria; y, señores, la ciencia de nuestro siglo nodebe, no puede satisfacer las necesidades de sushijos al igual de las del hombre de la edad de pie-dra, de las del cazador errante, ó del batallador en-vuelto en hierro. Con más ciencia, más cultas ne-cesidades, mayor refinamiento y más industria,desenvolviéndose en correlación perfecta, constantey simultánea, dentro de círculos que van amplian-do sus órbitas en busca del fin universal.

Llego, señores, á la ciencia del Derecho, la que esobjeto de mis predilectos estudios, y no temáis porello qu e os fatigue extendiéndome más en su enco-mio y alabanza. ¿Quién ha de negar su adelanto ymejoramiento, á quién se esconde que él es la vida,como dijo el sabio? No hay necesidad de esfuerzoalguno para comprobarlo: lo sentís vosotros todosque mo oís, aun los mismos que no le cultiváis: loexperimentáis en el fondo de vuestras almas, ahí,en donde os halláis reposados y tranquilos, felicesy consagrados á las tareas de vuestra inclinación;al dirigir los ojos á vuestro alrededor para ver ordeny paz, al respirar en la atmósfera ventura y conten-to, porque el Derecho existe, porque el Derechoimpera y nada más. ¡Salve, Imperator, morituri lesalutant! se decía en el Circo: ¡Salve, Derecho, losque viven por tí te glorifican! clamaremos en nues-tras aulas.

Permitidme sólo locar un ramo de esa ciencia enque su progreso es más grande: el derecho penal.Nacido en el mundo casi con el hombre, es el pr¡-

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mero en el orden de los derechos y ha venido si-guiendo la suerte de la criatura en su peregrina-ción por la tierra. Yo no lo calificaré, no, de atra-sado hasta el presente, sino cuando hable de él conrelación á nuestro actual estado: yo lo veo en lahistoria guardando siempre lógica relación, siguien-do en perfecto consorcio á la civilización de cadaedad, más lógico, más concertado con ella que losotros ramos del saber, que aparecen el uno ó elotro, ya este ya aquel, mejor cultivado, adelanta-dísimo para tal época determinada: el derecho civil,por ejemplo.

En este siglo se comenzó á comprender la verda-dera índole y esencia del derecho penal, y códigoshan brotado unos tras otros que la humanidad aco-gía y acoge con aplauso y bendiciones: nosotrospresentamos el de 1850, reformado en 1870, y conlegítima satisfacción hemos escuchado proclamarápropios y extraños que su libro primero es un mo-delo de codificación á la vez que de doctrina. Y esaobra se profundiza más y más, se estudia y se per-fecciona aún con creciente rapidez. La noción deldelito se presenta clara y definida, la teoría de lapena se desenvuelve á los destellos de luz intensay bienhechora: el criminal no es el ilota degradado,sino conserva su condición de hombre por comple-to: no más odio, porque el odio no ha sido nuncainspirador de justicia: un rey joven é ilustrado, es-peranza do la nación grande y civilizadora cuyosdestinos rige, Alfonso XII, el Pacificador sin ven-ganzas, restaña con generosidad la sangre de lasheridas que se infirieron hermanos, baja de su tro-no, y con aplauso universal pone la primera piedradel edificio destinado á encerrar para la enmienda ála juventud descarriada.

Escuchad, ¿no lo oís? Esa armonía insólita que selevanta sonora y á nosotros llega, que nos seducey embriaga y á los cielos sube, es coro de bendi-ciones, eco de los acordes más dulces de un himnode gratitud. La humanidad que despierta, bendiceagradecida y cania satisfecha, porque la ciencia delderecho penal, al dar esos pasos de progreso, der-rama sobre ella en cascadas de luz raudales de re-demcion.

J. M. CARBONELL Y RUIZ.

Profesor de la Universidad de la Habana.

LA REPRODUCCIÓN DE LOS COLORESEN FOTOGRAFÍA.

Si por medio de un prisma se descompone laluz solar, se obtiene una faja diversamente colo-reada que se llama espectro solar. Esta faja presen-ta los colores siguientes: morado, añil, azul, ver-de, amarillo, naranja y encarnado. De estos colo-res, solamente tres son simples, el azul, el amari-llo y el encarnado, que se llaman los colores primi-tivos; los demás son compuestos: el morado, deencarnado y azul; el añil, de morado y azul; el ver-de, de azul y amarillo; el naranja, de amarillo y en-carnado.

Se ve, pues, que no existen en realidad más quetres colores, el azul, el amarillo y el encarnado,que, por las mezclas y variadas combinaciones quepueden formar entre sí, constituyen todos los ma-tices que se encuentran en la naturaleza. Para re-producir los colores de un cuadro basta, pues, re-producir el azul, el amarillo y el encarnado quefiguran en el cuadro, y si se llega á reunir en unasola prueba la reproducción aislada de cada uno deestos tres colores, se obtiene una imagen que re-presenta exactamente los colores del modelo. Eneste principio se basa el procedimiento de que nosocupamos. Examinemos ahora cómo se pueden ais-lar los tres colores fundamentales.

Si se coloca ante un aparato fotográfico un cua-dro iluminado, este cuadro aparecerá perfecta-mente sobre el cristal esmerilado del aparato, contodos los colores que le componen; pero si se inter-pone, entre el objetivo y el otro cristal trasparen-te y de color verde, por ejemplo, ¿qué sucede-rá? Los rayos verdes, y por consecuencia los azulesy amarillos (puesto que el verde es la mezcla deestos dos colores), pasarán á través del cristal, ylos demás colores no le atravesarán por quedaranulados: al hablar de los demás colores nos refe-rimos al encarnado, no habiendo más que tres. Así,pues, los rayos encarnados quedarán detenidos, ysi se reemplaza el cristal-esmerilado por un crista!sensible, este último no recibirá más que la acciónde los rayos azules y amarillos; por lo tanto se ob-tendrá una prueba negativa en la cual quedarántrasparentes todos los puntos encarnados ó quecontienen algo de encarnado; y si entonces se sacade este cliché una prueba positiva (encarnado),so tendrá la representación de todo lo que es en-carnado ó contiene encarnado en el modelo. Héaquí obtenido un color.

De un modo análogo se operará para el colorazul; pero en este caso, se reemplazará el cristalde color verde por otro de color naranja, el cual,no dejando pasar más que los rayos encarnados

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y amarillos, detendrá los azules, y suministraráun cliché que, tirado en azul, dará todo lo azuladodel cuadro que se reproduce.

Para la reproducción del amarillo se procederádel mismo modo, pero reemplazando el cristal na-ranja por otro morado, que interceptará todos losrayos amarillos. En definitiva, se habrán obtenidotres pruebas monocromas: una encarnada, otra azuly otra amarilla, que, reunidas y confundidas enconjunto, formarán por medio de su mezcla la re-producción fiel del modelo, con todos sus matices ysus degradaciones de tintas.

A primera vista se puede creer que los blancos ylos negros del cuadro que se reproduce no pasaráná la prueba definitiva con sus valores respectivos;pero no hay nada de eso: los blancos y los negrosquedarán íntegramente representados, y hó aquípor qué: los rayos de luz blanca que emanan de laspartes blancas del modelo atravesarán cada uno delos tres cristales de color, coloreándose, por su-puesto, de la tinta respectiva del cristal, pero con-servando, sin embargo, una acción fotogénica, yesta acción será indicada en cada uno de los clichéspor opacidades que en las pruebas positivas mono-cromas estarán representadas por trasparencias; ycuando los tres monocromos se superpongan sobreuna hoja de papel blanco, aparecerá libremente ensus sitios representando los blancos de la imagenque se reproduce.

En cuanto álos negros, como no encuentran nin-gún rayo luminoso, quedarán indicados en cada unode los tres clichés por trasparencias, y, por lo tan-to, se marcarán en cada uno de los tres monocro-mos con el máximun de intensidad; y cuando estastres pruebas positivas monocromas se superpon-gan, el encarnado, el azul y el amarillo, por sumezcla, formarán el negro precisamente en los si-tios que son negros en el cuadro que se reproduce.

La superposición de los tres monocromos, que almezclarse constituyen la prueba definitiva, se hacecon gran facilidad, gracias á los perfeccionamientosrealizados sucesivamente en las manipulaciones deeste procedimiento: las pruebas monocromas se obtienen por el procedimiento llamado al carbón, quepermite sacar pruebas inalterables en todos colo-res, y la adherencia de estos monocromos sobre lahoja de papel que sirve de soporte se verifica pormedio de la gelatina.

En un principio los tres monocromos se obteníanseparadamente sobre láminas de mica, sencilla-mente superpuestas después; el resultado dejababastante que desear; la mezcla de los colores noera bastante íntima, y las pruebas sólo podían verseá la trasparencia. El método de tirada de pruebasque describimos en la parte manual del procedi-miento no es exclusivo, y podrían ser apropiados

otros sistemas de tirada, como, por ejemplo, la ti-rada en tintas grasas ó la fotogliptia.

También se puede, aplicando los procedimientosconocidos, obtener heliocrornias esmaltadas ó cris-talizadas.

La dificultad más importante que presentaba elprocedimiento en su origen era la de llegar á dis-minuir el tiempo de colocación. Esta dificultad hasido vencida. Al principio el cliché del cristal colorde naranja sólo podía obtenerse por una colocaciónexcesivamente larga, á pesar del empleo de un co-llodion fuertemente bromurado; pero gracias á lacoralina, incorporada al collodion, se ha llegado ádisminuir considerablemente el tiempo de coloca-ción. La coralina, en efecto, posee la propiedad decomunicar al collodion una sensibilidad particularpara los rayos encarnados y verdes.

El último perfeccionamiento que se ha hecho hasido reemplazar por una parte la coralina por laclorofila, y por otra el desarrollo ordinario por eldesarrollo alcalino; y de este modo se ha podidodisminuir todavía más el tiempo de colocación, ob-teniendo en pocos minutos el cliché del cristalcolor naranja, que antes necesitaba varias horas.

EUGENIO DUMOUMN.

BOLETÍN DE LAS ASOCIACIONES CIENTÍFICAS.

Ateneo de Madrid.

CÁTEDRA DEL SENOS VILANOVA.

GEOLOGÍA AGRÍCOLA.

IX.Continuando la descripción de los diferentes sue-

los que figuran en el cuadro de clasificación admi-tida, toca decir algo esta noche de los llamadosarenosos, equivalentes de las arenas y barros deRojas Clemente.

Llámanse arenosas aquellas tierras en las cualespredomina el elemento silíceo, y con él ciertas cua-lidades qut* las distinguen fácilmente de las que he-mos dado á conocer. No se crea, sin embargo, poresto que todas las tierras de este nombre seansiempre é igualmente silíceas, pues acontece á me-nudo que afectan el estado de arenas y de gravaotras sustancias distintas, como sucede, por ejem-plo, con las rocas volcánicas, que con frecuenciadan suelos arenosos sin ser la sílice el elemento enellas dominante. Estos suelos son ligeros,- secos ycalientes,á diferencia ó en contraposición de los ar-cillosos, por efecto de la escasa y á veces hastanula trabazón que se nota entre sus materiales, ypor su extremada permeabilidad, dando pronto yfranco paso al agua y á los principios nutritivos delas plantas; razón por la cual, si aquellas propieda-des se acentúan demasiado, merced al gran predo-minio de la arena, son poco ó nada productivas.Además de estas circunstancias que les imprimen

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carácter, distínguense estas tierras lanto por suscolores, que generalmente son claros, dominandoel blanco, gris, pardo y rojizo si llevan algo de óxi-do de hierro, cuanto por el tacto áspero cuando setoma un puñado, pues por lo común los granos decuarzo, que forman el elemento principal, son an-gulosos y producen una impresión desagradable enlos dedos. También bastará para reconocerlas echarun poco en el agua, pues sobre desleírse muy pron-to, fácil es advertir el abundante poso que se for-ma en el fondo de la vasija. Durante los tiempos se-cos, los campos formados por estas tierras cam-bian á menudo de aspecto, por no resistir los granosde la superficie el embate de los vientos. El desiertoy las landas que pueden presentarse como prototipodel suelo arenoso, no obstante lo cual, ofrecencierta fertilidad donde hay agua, como se observaen los oasis, presentan á menudo ejemplos notablesde este cambio de aspecto en el suelo, por ser susmateriales muy tenues y voladores, lo cual permiteque sean trasportados fácilmente de un punto áotro á favor de las corrientes atmosféricas, talescomo el simún, que levantan á veces verdaderasnubes de arena. De esta manera se forman en lascostas planas los médanos y avanzan las arenas porel territorio, dando origen á las landas si una manointeligente no opone oportunos obstáculos á estamarcha invasora, como se practicó no hace muchotiempo, bajo la acertada dirección de Bremontier,en Francia en el trayecto comprendido entre Bayo-na y Burdeos, antes arenales tristes y estériles, yhoy plantado de innumerables pinares.*

Respecto de las plantas espontáneas más comu-nes y, por consiguiente, características de estossuelos, Herrera decía ya en su tiempo ¿que los enci-nales suele» por la mayor parte en tierras arenosasnacer;» después de lo cual añade: «onde nacen elromero y el berezo, suelen ser tierras las más veceslivianas y aun. del todo para pan estériles.^ La ex-periencia, sin embargo, invalida con frecuencia es-tos principios sobrado absolutos, notándose, porejemplo, en casi toda la costa de Cataluña, Valen-cia y Alicante, etc., que aquellos terrenos en queabunda el romero y adquiere notorio desarrollo,así como la aliaba y otras á estas análogas, sumi-nistran suelos en que los cereales, la vid, el algar-robo y el olivo se dan muy bien. Rojas Clementeasegura que en Andalucía no se cria mal la vid enlas arenas y en los barros, siquiera sus productossean en cantidad y en calidad inferiores á los quese obtienen en la albariza.

Entre las plantas cultivadas en estas tierras,ocupael primer lugar la patata, cuyo tubérculo puededesarrollarse perfectamente, dada la poca trabazónde sus moléculas; sigue el cacahuete en tierrasde regadío; luego las plantas de forraje, como lamielga y el trébol, particularmente aquella, por re-sistir mejoría sequía sus raices largas y profundas.En cuanto á los árboles, los pinos, la encina, el ála-mo blanco, el cerezo y el castaño, puede decirseque son los más adaptables á estas tierras, cuandoel elemento dominante es la arena ó la grava cuar-zosa. Recuerdo en este momento los magníficos pi-nos, y sobre todo cerezos, que se dan en términosde Castelnovo y Almidejar, junto á Segorbe, en lasfaldas de Sierra-Espadan, cubiertas del detritus dela arenisca rojatriásica, llamada allí rodeno, lo mis-mo que el pino que se cría lozano hasta en su mis-ma cumbre. También gozan de merecida reputaciónen el mercado de Valencia las ricas uvas de aque-

llos pueblos y los vinos de Portaceli, que se danigualmente en el mismo horizonte geológico y agrí-cola.

Después de estas consideraciones generales apli-cables á la mayor parte de las tierras incluidas onel grupo, pasemos á la descripción de sus principa-les especies y variedades.

Los suelos arenoso-areillosos sólo se distinguende los anteriormente examinados bajo las denomi-naciones de tierras francas y arcillo-arenosas en elpredominio de la sílice ó cuarzo, según claramentese reconoce por el tacto. No debe extrañarse, pues,que estas tierras pasen fácilmente á las otras, siendodifícil establecer sus verdaderos límites, lo mismoen su composición y estructura, como en las plan-tas espontáneas, y en las que cultivadas dan mejo-res productos. Si á pesar del predominio de la arenallevan estos suelos cierta proporción de arcilla yalgo do cal ó de caliza, son excelentes, sobre todopara cereales, como lo acreditan el delta del Nilo,el del Missisipí y de otros grandes rios, que son losmejores graneros del mundo. En donde las aguasno escasean, estas tierras rinden abundantes cose-chas en toda clase de verduras; las patatas son ex-celentes, y las leguminosas se desarrollan perfecta-mente. En Valencia las destinan por lo común alcultivo del maíz; tampoco se da mal el naranjo ygranado, según se observa en Játiva, Carcagente,Alcira, Benifayó y otros pueblos de la ribera delJúcar.

La segunda especio de tierras arenosas es la que,por decirlo así, representa el tipo del grupo, pueses aquella que consta de gran cantidad de arena,grava ó guijo silíceo, con pequeñas porciones dearcilla y caliza. Aplícanse á estos suelos los nom-bres de arenosos por excelencia, de grava, pedre-gosas, etc., según sea el tamaño que afecte el ele-mento silíceo, ofreciendo en todos casos cierto as-pecto fácil de distinguir y propiedades comunespoco propicias en general para el cultivo.

Cuando el suelo se ostenta como en estos casosde una manera tan clara por el predominio de al-guna de sus partes constituyentes, los mejoramien-tos los indica su propia, naturaleza, ya que , estri-bando la verdadera fertilidad de la tierra en que noadquiera excesivo predominio ninguna de sus pro-piedades, cuando esto ocurre como en el caso pre-sente, deberá aplicarse aquella sustancia que contra-reste ó produzca efectos diametralmonte opuestos,como le sucede á la arcilla, á la caliza terrea, y mejoraún á la marga, por cuanto en la misma roca llevaaquellos dos elementos minerales tan útiles paragran número de vegetales.

A favor de esto procedimiento, por desgraciapoco conocido y menos practicado en España, y delriego, si no es muy costoso el proporcionarlo, es-tas tierras aún pueden rendir buenos, siquiera nomuy variados productos. Un ejemplo palpable de loque puede esperarse de la eficacísima influencia delagua en el cultivo de estas tierras nos lo propor-ciona el oasis en el Desierto, y más particularmenteel pozo artesiano abierto en medio de los arenalesde la Argelia francesa en estos últimos años, bajola acertada dirección de la casa Lipman de Paris,con la circunstancia, muy digna de tenerse en cuen-ta para quilatar el valor de estas conquistas de laciencia y de la industria, de ser aquel uno de losmás poderosos medios de dominación que el euro-peo puede emplear, pues el árabe, al ver salir elagua del seno mismo del seco y árido desierto, no

N.° 155 LA CONSTITUCIÓN POLÍTICA DE INGLATERRA. 189

puede monos de rendir pleito homenaje al hombreque tales maravillas sabe producir.

A favor de este sistema que de dia en dia se vageneralizando en el inmediato continente, conviér-tense en soberbias huertas inmensas extensionesde tierra que antes parecían maldecidas y conde-nadas á la esterilidad, formando una amenazadoracompetencia en productos agrícolas con nuestrasprovincias de Levante y Mediodía, consideradashasta aquí como las únicas explotadoras. Convieneno echar en olvido este hecho ni dormirse demasia-do en los propios laureles, pues fácilmente pudierasuceder que al despertar de nuestro letargo, nosencontráramos con un competidor inteligente y ac-tivo que haga desmerecer nuestros naturales pro-ductos.

También enseña la experiencia lo que puede es-perarse déla oportuna aplicación de la ciencia á laagricultura, cuando se trata, por una parte, de im-pedir la invasora marcha de las arenas en ias cos-tas que, como las del Océano, son planas y areno-sas, y de otra, mejorar las condiciones de un sueloingrato y hasta completamente estéril; todo lo cualpuede el hombre alcanzar, y en el departamento delas Landas lo ha conseguido por medio de planta-ciones hábilmente dirigidas. Una vez lijas las arenasde los médanos á favor de plantas sobrias de hume-dad y de tallo rastrero, los árboles que más con-vienen á las nuevas tierras naturalmente abonadascon los despojos mismos de aquellas, son el pinomarítimo y silvestre y el cedro. La riqueza que estesistema, admirable por la perseverancia y fe conque se ha adoptado, ha producido á la indicada re-gión francesa, es harto difícil de calcular, siquierapueda dar una idea de sus resultados el que, ade-más del carbón, madera para diferentes usos y bro-za que de aquellos interminables bosques atrave-sados por la vía férrea de Bayona á Burdeos, cadapino rinde, por término medio, un franco anual sólode la resina.

La tercera especie de sucios arenosos lo repre-sentan los llamados graníticos por su procedencia;á saber, la destrucción mecánica y química de to-das las rocas que genéricamente se comprendenbajo esta denominación. Los granitos, las pegmáli-cas, las sienitas, los gneis, etc., se incluyen en estacategoría; pues descompuesta la parte de feldes-pato que (ontienen por ser el elemento que máspronto cede á la acción de los agentes exteriores,el cuarzo, la mica, el talco, elanflbol, que resistenmás, faltos de la natural trabazón que los unía en-tre sí, se desprenden, y acarreados por las corrien-tes van á formar suelos ó tierras que gozan de com-posición y propiedades físicas especiales. Conviene,no obstante, tener presente el punto que estas tier-ras ocupan respecto de las rocas de cuya destruc-ción mecánica y química proceden; pues sobre quecon el trasporte los materiales van atenuándose ypresentando claras señales de su mayor descompo-sición, contribuye también la mezcla con materia-les de otros terrenos á modificar más ó menos pro-fundamente sus condiciones agrícolas. Obsérvaseesta circunstancia en la provincia de Madrid deuna manera que no permite la menor duda, ponien-do también en evidencia las estrechas relacionesque entre el suelo vegetal y el geológico existe.Con efecto, nótanse en ella tres regiones botánicasy de cultivo caracterizadas por la vid, el olivo y laspraderas y pinares, y por multitud de plantas espon-táneas diferentes en cada una; regiones agrícolas

que corresponden, pero exactamente, con otras tan-tas geológicas; á saber, la terciaria, la cuaternaria yla cristalina, ó en otros términos, vega del Tajo y Ja-rama, meseta de la capital, y Guadarrama, en cuyacordillera distingue el eminente Sr. Cutanda en sulibro intitulado Flora compendiada de Madrid y suprovincia, á quien debemos estos datos, dos sub-regiones, la inferior ó de las coniferas, y la superioró de los prados. Esta coincidencia es por demáscuriosa é instructiva; pues aun concediendo á laaltura ó presión barométrica, á las condiciones cli-matológicas y de exposición, etc., la influencia querealmente ejercen sobre las plantas, ello es indu-dable que entra por mucho en el carácter botánico-agrícola de cada región la naturaleza y estructuradel suelo y del subsuelo, que es arcilloso y calizoen Aranjuez, arenoso arcilloso en Madrid, y are-noso-granítico en Miraflores y el Escoria!, equi-valentes del terreno terciario, del diluvial y delgranítico.

De estas tres circunscripciones, pues, sólo debeconsiderarse como perteneciente á suelos arenoso-graníücos puros la de la sierra donde los detritusde la descomposición de sus rocas se hallan á cortadistancia del punto de su procedencia, sin mezclade otros de diverso origen. Estas tierras son, porlo común, de poca miga ó fondo; descansan sobre unsubsuelo que suele ser de las mismas rocas menosalteradas, de consiguiente apenas permeable; todascuyas circunstancias lo hacen poco á propósito paraun varia do cultivo. En las faldas y puntos más bajosde la sierra dánse regularmente los cereales, y enespecial el centeno y avena, las patatas y los pinos,de los que se cultivan magníficos bosques, sobretodo en Balsain y en las posesiones del duque deMedinaceli; en los puntos más elevados, y tambiénen o! fondo de los valles, abundan y prosperan losprados naturales.

En la próxima conferencia trataremos de lastierras arenoso-volcánicas y de las restantes delgrupo, con las procedentes de las pizarras de todasespecies.

J. VlLANOVA.30 de Enero de 1811.

SECCIÓN DE CIENCIAS MORAL'ES Y POLÍTICAS,

La Constitución política de Inglaterra.

Rectificó el Sr. Moreno Nieto negando que hubie-se atacado la libertad y que fuese partidario deldoctrinarismo, como el Sr. Rodríguez había supues-to en su discurso. La sección había escuchado conqué rigor había censurado el doctrinarismo francés,y cómo había considerado á la democracia euro-pea como la única salvación de las sociedades mo-dernas. Cree, sin embargo, que la libertad no pue-de vivir sino dentro de la forma representativa.Esta forma representativa no es el doctrinarismo,sino lo que el orador había denominado constitu-cionalismo moderno, y que cumplidamente habíaexpuesto en su discurso. Afirma que la concepciónque tiene de la sociedad es muy distinta de la delSr. Rodríguez. Para éste y para la escuela indivi-dualista, la sociedad no es más que un agregadoexterior de individuos, y el Estado la instituciónencargada de la defensa de los derechos. Para elorador, por el contrario, la sociedad es el únicomedio de que se realicen los grandes deslinos de

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la humanidad; no es un agregado, sino un orga-nismo y una armonía.

El Sr. Rodríguez afirmaba que la monarquía enInglaterra no es más que un símbolo y una apa-riencia.

El Sr. Moreno Nieto no está conforme con esteaserto. La monarquía, dice, sin ser toda la sobera-nía, es un factor importante de la vida política.Para probar esto citó específicamente las atribu-ciones legislativas y ejecutivas que la monarquíatiene en Inglaterra. Extendióse después en algu-nas consideraciones de no tan capital interés.

Queda en el uso de la palabra para rectificar elSr. Rodríguez.

1,° de Febrero de 1817.

Institución libre de enseñanza.CONFERENCIAS PÚBLICAS.

Bajo felicísimos auspicios han empezado en estecentro científico y literario las conferencias públi-cas que, con arreglo á sus estatutos, se proponendar ilustrados publicistas, oradores y hombres deciencia.

La primera conferencia ha estado á cargo delSr. I). Justo Pelayo Cuesta, que ha desarrollado deun modo admirable el tema: Sistema federativo delImperio alemán, que cautivó al numeroso públicoque asistió, por la gran novedad que encierra parala mayor parte de las personas ilustradas de nues-tro país y por la claridad con que expuso el señorCuesta todos los resortes de la organización políticay administrativa del Imperio alemán.

La base del derecho internacional moderno estáen el equilibrio europeo, equilibrio que siempre seha demostrado observando el fiel de la balanza quese hallaba en París. Pero la caida del Imperio napo-leónico, por una parte, las victorias de Prusia pormar y por tierra, mucho antes del conflicto con Fran-cia, y, por último, las derrotas del ejército francésque dieron por resultado el sitio de Paris en 1870,han trasladado evidentemente el fiel de la balanzaá Berlín, no á las manos de un emperador, cuyospoderes son mucho menos amplios de lo que secree, sino á la capital de una federación admirable-mente organizada bajo todos sus aspectos.

Investigando si esta variación tan radical de lanación más influyente en la conservación del equi-librio europeo había sido un bien ó un mal para elporvenir, el Sr. Cuesta se decide por lo primero,fundándose en que Alemania ofrece á Europa mayo-res garantías de libertad y de progreso.

Alemania ha vencido al Austria y á la Francia,más que por la fuerza de las armas, por la fuerzaque le ha dado el principio liberal en que se inspira.

La Constitución federal de Alemania es una ley,sin división de títulos ni capítulos, en que constanlas principales bases de la federación, casi sin or-den expuestas, y de un modo bastante reducido,pero que se completa con un conjunto de leyessueltas que forman parte y complemento del Códigofundamental, asegurando por completo la unidaddel imperio y la libertad más amplia de cada uno delos Estados que forman la federación, para todo,menos para iniciar idea separatista alguna.

La organización política y administrativa del im-perio es tan original y tan sabiamente calculada,que lamentamos la falta de espacio que nos priva deseguir al orador en los curiosísimos é importantes

detalles que ha dado á conocer. Indicaremos, sinembargo, algunos.

Derechos individuales, descentralización admi-nistrativa, libertad completa para realizar todos losfines de la vida, y autonomía absoluta de cada unode los Estados para regirse como tenga por conve-niente, bajo la forma de gobierno y con las leyesque cada uno quiera darse; hé aquí las bases car-dinales de la federación, en la cual entran, no laAlemania entera, pues todavía faltan algunos países,sino los veinticinco Estados que constituyen la ma-yor parte del territorio alemán.

El poder del emperador es casi ilusorio, al con-trario de lo que generalmente se cree, hasta elpunto de que, exceptuando todo lo relativo al ejér-cito federal que exclusivamente manda y organiza,asumiendo en este punto hasta facultades legisla-tivas, en todo lo demás tiene menos facultades,atribuciones y prerogatiyas que cualquier rey deEuropa ó cualquier presidente de república.

En medio de la autonomía de cada Estado, elciudadano de cada uno lo es, al mismo tiempo, detodos, y en todos goza los mismos derechos esen-ciales del individuo y todas las facultades naturalesy libertades propias para realizar el fin de la vida,sin limitaciones de ninguna clase, hasta el extremode que en cualquier punto del imperio en que sehalle cualquier ciudadano alemán, tiene hasta sudomicilio para los efectos municipales y puede vo-tar y ser votado en toda clase de elecciones. Estasse realizan siempre por sufragio universal. La liber-tad de conciencia, todos los derechos individualesy la unidad del imperio, por medio de la federacióntan dichosamente realizada, son las condicionescomunes a todos los Estados, que ninguno de éstospuede variar en modo alguno.

El Parlamento federal se compone de dos Cáma-ras, la de Diputados, que es verdaderamente demo-crática, y otra que se llama Consejo federal, queviene á ser una especie de Senado, pero con muchí-simas más atribuciones que las Cámaras legislati-vas, y con una organización verdaderamente pro-digiosa, que sirve de reguladora de todos ios po-deres y garantiza la perfecta armonía de todaslas instituciones ó intereses. Esta Cámara no secompone más que de 58 individuos, y reviste trescaracteres distintos, el legislativo, con la Cámarade Diputados, como un Senado; el diplomático, quehace á cada uno de sus individuos representante desu Estado dentro de la confederación, y reviste á laAsamblea de toda las atribuciones federales para elcaso de declaración de guerra, tratados internacio-nales, etc., y el administrativo por medio de unaalta inspección de la administración federal, y porla confección de todos los reglamentos é instruc-ciones administrativas, en lo cual obra tambiéncomo poder legislativo, pues en Alemania no sedeja á la administración el cuidado de alterar lasleyes por medio de reglamentos ó aclaraciones delos centros ú oficinas más ó menos superiores.

Este Ccnsejo federal es al mismo tiempo poderejecutivo, pues en realidad es el Consejo de minis-tros de la federación.

En esta organización del imperio alemán se hallantan bien calculadas las fuerzas sociales, tan contra-pesados los intereses, tan armonizadas todas lasnecesidades, y tan deslindadas y bien definidas lasatribuciones de todos los poderes, que no solamen-te se impide por completo la absorción por partedel Estado que se llama tiranía y la absorción por

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parte del pueblo que se llama anarquía, sino que seevitan los más pequeños rozamientos políticos, so-ciales y administrativos, y funcionan con la mayorregularidad las diferentes máquinas que trabajanpor la elaboración del bienestar y del porvenir delpueblo alemán.

La segunda conferencia pública de la Instituciónlibre de enseñanza estuvo á cargo del Sr. D. LuisSimarro, que expuso de un modo claro y correctola teoría de las llamas, haciendo al mismo tiempocuriosísimas demostraciones prácticas. Verificósede noche para mayor lucimiento de los experimen-tos, y el Sr. Simarro mereció unánimes aplausos.Sentimos no poder dar detalles de esta importanteconferencia.

El llamado poder administrativo, ha sido el temaque ha desarrollado el Sr. D. Gabriel Rodríguez enla tercera conferencia. Con esa facilidad de pala-bra, con esa claridad y galanura, con esa verdaderaelocuencia que todos le reconocen, el Sr. Rodrí-guez demostró palmariamente los grandes malesque resultan de la llamada centralización adminis-trativa, que ahoga la vida de los municipios y lasprovincias, y malogra muchas disposiciones y ele-mentos que podrían ser de grandísima utilidad parael desarrollo de todos los intereses materiales quepodrían constituir el bienestar del país, y para eldesenvolvimiento de la idea de libertad y progresoque ha de regenerar las costumbres, ayudando alaumento de !a cultura general.

El poder administrativo á la española y á la francesa es tan absorbente, con perjuicio de los intere-ses generales y de la justicia, que legisla por me-dio de los reglamentos y se permite frecuentementealterar las leyes bajo pretexto de aclararlas.

Extendióse el Sr. Rodríguez en poner de mani-fiesto los grandes inconvenientes de estas extrali-mitaeiones de atribuciones, que son sistemáticas ycontinuadas, y pasó después á examinar el sistemacontencioso-administrativo para la resolución detodas las cuestiones que puedan surgir entre losciudadanos y la administración, sistema que con-vierte á esta en juez y parte y que es contrario á lamás elemental noción del derecho. En los asuntosde exacciones ilegales de impuestos ó de repartosindebidos de contribuciones, y en los de contratosde ,1a administración con particulares, es donde seve más claro el vicio de este sistema, porque laadministración puede cometer abusos y ella mismaes la que falla sobre su justicia ó equidad.

CRÓNICA GEOGRÁFICA.

LAS EXPLORACIONES.

Sabido es que por iniciativa del rey de Bélgica seestán formando en Inglaterra, Alemania, Italia,Austria y otras naciones, Comités nacionales parala exploración y la civilización del África central.El comité inglés, de acuerdo con el presidente dela Sociedad de Geografía de Londres, ha terminadoun proyecto que en breve se dará al público.

Portugal, á cuyo gobierno no se habia invitado,

por un olvido singular, á la conferencia de Bruse-las, está haciendo los preparativos necesarios paraobrar por su cuenta y aisladamente; y ya ha nom-brado los miembros de la expedición, á cuyos pri-meros gastos destina el gobierno de Lisboa unos10.000 duros.

La expedición italiana ya está organizada y pre-parada para partir en breve; su objeto es llegar alÁfrica central pasando por el Congo.

Se han recibido las primeras noticias de la ex-pedición Brau de Saint-Pol-Liais, que tiene por ob-jeto explorar la isla de Sumatra. Una carta de uningeniero que forma parte de esta expedición, mon-sieur Aquiles Wallon, anuncia la llegada de losfranceses á Deli el 9 de Agosto del año último.

Los viajeros partieron á pió para el interior, peroen breve tuvieron que renunciar á este medio delocomoción por inmensas dificultades y peligros,empleando barcas indígenas y pequeños caballosdel país.

Asaltados por los monos, los franceses tuvieronque hacer una Saint-Barthelerny entre los cuadru-manos. Un inmenso cocodrilo y un lagarto de me-tro y medio de extensión cayeron también á lasbalas de los expedicionarios, que también tuvieronque habérselas con serpientes, con los peligrososmosquitos del país y con una especie de pequeñassanguijuelas que se introducen por las hendidurasdel calzado.

La expedición ha podido tratar con el Dato, due-ño de la comarca y señor muy poderoso, cuya ha-bitación está protegida por 15 cañones, de la con-cesión de un inmenso terreno, representado por unrectángulo de 11 kilómetros por 6.

Ei suelo es excelente, pero todavía cubierto deselvas vírgenes, abundante en animales de toda es-pecie, como tigres, elefantes, rinocerontes, osos,caballos, ciervos, monos, serpientes, etc.

La temperatura no es insoportable; oscila entre25 y 35 grados á la sombra; al sol casi nunca pasade 50 centígrados.

El estado sanitario de los colonos es bastante sa-íisfactorio; sin embargo, M. Wallon está sufriendouna oftíümía que alarma bastante al médico de laexpedición.

En suma, los colonos franceses tienen grandes es-peranzas de conseguir pronto su instalación defini-tiva, á cuyo efecto M. Brau de Saint-Pol-Liais seencuentra en Batavia gestionando lo conveniente.

La 'Sociedad de Geografía de Paris ha recibidonoticias de la expedición que explora actualmenteel Ogóoue, rio notable cuyas fuentes se encuentranen elcorazon de África y que sólo es conocido enuna pequeña parle. El jefe de la expedición, M. Sa-vorgnan de Brazza, después de haber hecho algunasexcursiones al país de los Oseyba, por los cualesfue bien recibido, se había adelantado hasta el paísde los Adouma que nadie había visitado todavía, yen cuya comarca esperaba al resto de la expe-dición.

El marqués de Compiegne y M. Marche habíandado á conocer hace algún tiempo una parte delcurso del Ogóoue; pero la expedición actual, si pue-de continuar su camino, ofrecerá resultados de ma-yor importancia geográfica.

I o, REVISTA EUROPEA.—11 DE FEBRERO DE 1 8 7 7 . N.° 155Las útimas noticias del coronel Gordon, que hace

cinco años explora el Nilo superior, anuncian queeste infatigable viajero pensaba haber regresadoya á Inglaterra, pero ha tenido que detenerse ácausa de un importante descubrimiento de su com-pañero M. Gessi. Se había reconocido que las cor-rientes de Tola forman una barrera insuperablepara la navegación del Nilo superior, obligando áhacer los trasportes por tierra en una extensión de150 millas, á través de una región montañosa alOeste de Duffle. M. Gessi ha descubierto un brazodel rio, de unas 200 yardas de ancho, de corrientebastante rápida, y que sale del Nilo unas 100 millasal Sur de Duffle. El coronel Gordon va á recorrer elpunto de partida de este brazo, porque los indíge-nas dicen que se reúne de nuevo al Nilo, después deun curso desprovisto de obstáculos, lo cual, si esverdad, facilitaría una comunicación por agua entreel lago Albert-Nyanza y Kartum.

También ha descubierto el coronel Gordon unlago bastante grande, de SO millas de extensión,enLre Urondogain y Moorli, un poco al Norte deVictoria-Nyanza, á los 10 grados de latitud Norte dedonde sale el brazo principal del Nilo llamado Nilo-Victoria, enlazando el lago Victoria al lago Albertocon un brazo que probablemente debe reunirse alrio Sobat ó al rio Asua. Si esto se confirma, podráabrirse á la navegación el Nilo en una extensiónmucho mayor de lo que se esperaba. El coronelGordon ha contribuido poderosamente á la supre-sión del comercio de esclavos y al establecimientode estaciones militares.

El doctor Nordenskiolo, que había salido de Ham-merfest (Suecia) en el mes de Agosto último á bor-do de un pequeño vapor, ha conseguido abrirsepaso á través del Océano Ártico hasta la embocadu-ra del Yenisse'i, rio por el cual se llega, á través dela Siberia, hasta los confines de la China.

El viajero sueco ha encontrado en aquellos para-jes una extensión de tierras fértiles é inmediata-mente cultivables. Durante su viaje ha hecho expe-rimentos científicos muy curiosos ó interesantes, yha recogido numerosas muestras para enriquecerlas colecciones ya existentes de los productos deaquellas regiones apenas conocidas. Lo que ha lla-mado muchísimo la atención del doctor Nordens-kiolo, ha sido encontrar bastante templada el aguade los mares boreales.

MISCELÁNEA.

Marfil artificial.

Hé aquí un curioso procedimiento de fabricaciónde esta sustancia, según el Journal de Pharmacieel de Chimte: «Dos partes de cautehue puro se di-suelven en 36 partes de cloroformo, y la soluciónso satura con gas amoniaco puro. El cloroformose destila entonces á una temperatura de 85" c. Elresiduo se mezcla con fosfato de cal ó carbonato dezinc pulverizado, se prensa en molde, y se seca.Cuando se usa el fosfato de cal el producto posee,en grado avanzado, la naturaleza de la composicióndel marfil natural; hay proporciones necesarias de

cal, de fosfato y de cautehue para reemplazar lamateria orgánica, siendo de poca importancia lasotras partes del producto.

Por otra parte, Les Mondes habla de un marfil ar-tificial que fabrica en Francia M. Dupsé, con ayudade una simple pasta de papel mascado y de gelati-na. Las bolas de billar, compuestas de esta sustancia, cuestan menos de la tercera parte del preciode las de marfil verdadero, y ofrecen, sin embargo,bastante dureza y elasticidad para resistir los cho-ques más violentos; se las puede tirar desde lo altode una casa al suelo ó darle fuertes golpes de mar-tillo sin romperlas. Con esta misma pasta, á la cualse ha dado el nombre de mármol de Paris, se con-siguen obtener, entre otras muchas cosas, ladrilloscomplicados y artísticos para suelos, y capiteles decolumnas de los más variados matices para imitarlos más preciosos mármoles.

Noticias.La Academia de Ciencias de Turin adjudicará por

la primera vez en 1879 un premio de 12.000 fran-cos «á la persona, sin distinción de nacionalidad,que haya hecho el descubrimiento más importanteó publicado la obra más notable sobre la filosofíanatural y experimental, la historia natural, las ma-temáticas, la química, la fisiología y la patología,así como la geología, la historia y la estadística.»liste premio ha sido fundado por un legado particu-lar y se adjudicará cada cuatro años.

—Una de las grandes Revistas inglesas, la Con-lemporary, ha pasado á propiedad de una sociedadcompuesta de personas del partido protestante me-todista; también cambia de nombre y se denomina-rá en lo sucesivo El Siglo XIX, título indicado porel poeta Tennyson.

—Parece que el gobierno griego trata de venderalgunos de los más importantes objetos arqueoló-gicos encontrados por M. Sehliemann en las exca-vaciones de Mycenes; y con objeto de sacar elmejor partido posible para los museos ingleses, hasalido de Londres para Atenas Mr. C. Newton, delBritish Museum.

—La última obra del novelista inglés Gorge Eliot,titulada Daniel Deronda, cuyas tendencias judíashan escandalizado á una parto de la prensa inglesa,está obteniendo el éxito más colosal que se conoceen la librería. La obra contiene ocho tomos y sevende cada ejemplar á 50 francos, de los cuales lamitad es para el autor. Según el corresponsal de laRevista Británica, se han vendido más de 40.000ejemplares en dos meses, produciendo al autor eneste tiempo un millón de francos.

—En la biblioteca de la Universidad de Eidelbergse ha encontrado un libro importante para la histo-ria del periodismo, ó sea la colección completa deun diario en el año 1609, que es la colección más an-tigua de este género, al menos en Alemania. El títu-lo de la colección no es muy breve y se conoce queestá puesto antes de empezar el año á que se refie-re: Relación de todos los acontecimientos notables ydignos de atención que ocurran en 1609 en la alta ybaja Alemania y también en Francia, en Italia, enEscocia, en Inglaterra, en España, en Hungría, enPolonia, en Transilvania, en Valaquia, en Molda-via, etc., cuyos acontecimientos serán impresos pormí ñelmenle y tal como yo los sepa.