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REVISTA EUROPEA. 177 DE JULIO DE 1877. AÑO IV. DOMICIANO La ley fatal del cesarismo se realizaba. El rey legítimo mejora al envejecer en el trono; el César empieza bien y concluye mal. Cada año se acentua- ba en Domioiano el progreso de las malas pasiones. El hombre había sido siempre perverso; su ingra- titud hacia su padre y su hermano mayor tuvo algo de abominable; sin embargo, su primer gobierno ao fue el de un mal soberano. Poco á poco se desar- rollaron en él la envidia sombría contra todo mé- rito, la perfidia refinada, la negra malicia y todas las demás pasiones que estaban como en germen en su naturaleza. Tiberio había sido muy cruel, pero con una especie de rabia filosófica contraía humanidad, rabia que tuvo su grandeza y no le impidió ser, bajo algunos puntos do vista, el hombre más inteligente de su tiempo. Calígula fue un bufón lúgubre, terri- ble y grotesco á la vez, pero divertido y poco peli- groso para los que no se le aproximaban. Bajo el reinado de aquella encarnación de la ironía satá- nica que se llamó Nerón, una especie de estupor se apoderó del alma del mundo dejándola en suspenso; se tenia !a conciencia de asistir á una crisis sin pre- cedente, á la lucha definitiva del bien y del mal. Después de su muerte se respiró; el mal parecía encadenado; la perversidad del siglo parecía dulci- ficada. Juzgúese del horror que se apoderaría de todas las almas honradas cuando se vio renacer la Bestia, cuando se reconoció que la abnegación de todos los hombres de bien del Imperio sólo había conseguido librar al mundo de un soberano mucho más digno de execración que los monstruos que se creían relegados en los recuerdos del pasado. Domiciano es probablemente el hombre más mal- vado que ha podido existir jamás. Cómodo es más odioso, porque era hijo de un padre excelente; pero Cómodo es una especie de bruto. Domiciano era un hombre muy sensato, de una maldad reflexiva. En él no había el atenuante de la locura; su razón se hallaba completamente sana, fría y clara. Era un político serio y lógico. No tenía imaginación; y si en determinada época de su vida se ejercitó en al- gunos géneros de literatura ó hizo versos bastante buenos, fuó por afectación, para aparecer extraño á los negocios. Bien pronto, sin embargo, renunció, y no volvió á pensar en ello. No le gustaban las TOMO x. artes; la música no le impresionaba; su tempera- mento melancólico no se complacía más que en la soledad. Cuando se le veía algún tiempo paseándo- se solo, se podía tener seguridad de que realizaría algún plan perverso. Casi siempre sonreía antes de matar. Los Césares de la casa de Augusto, pródigos y ávidos de gloria, eran malos, muchas veces absur- dos, pero casi nunca vulgares. Domiciano lo era en el crimen; sacaba provecho de él. Poco rico, todo lo convertía en dinero, llevando el impuesto hasta los últimos límites. Su siniestra faz no conoció nunca el loco reir de Calígula. Nerón, tirano muy literario, pensando siempre en hacerse querer y admirar del mundo, consentía las bromas y las pro • vocaba. üomiciano no tenía nada de burlesco, no se prestaba al ridículo; era demasiado trágico. Sus costumbres no valían más que las del hijo de Agri- pina; pero á la infamia unía el más so'apado egoís- mo, una hipócrita afectación de severidad, de aires de rígido censor (Sanclissimus censor) que no eran más que pretextos para hacer morir á inocentes. Algo difícil de soportar es el tono de austera virtud que adoptan sus aduladores, Marcial, Slace, Quin- tiliano, cuando pretenden realzar el título de que él hacía más alarde: el de salvador de los dioses y restaurador de las costumbres. Su vanidad no era menor que- la que impulsó á Nerón á tactos lastimosos desatinos, y era mucho menos natural. Sus falsos triunfos, sus pretendidas victorias, sus monumentos llenos de mentida adu- lación, sus consulados, tienen algo de nauseabundo, de mucho más irritante que las mil ochocientas co- ronas de Nerón. Las anteriores tiranías habían sido menos sabias. Esta era administrativa, escrupulosa, organizada. El tirano desempeñaba por sí mismo el papel de jefe de policía y el de juez instructor. Aquello fue un terror jurídico. Se procedía con la legalidad irrisi- ble del tribunal revolucionario. Flavio Sabino, pri- mo del Emperador, fuó condenado á muerte por un lapsus del pregonero, que le proclamó imperator en vez de cónsul; un historiador griego, por ciertas imágenes que parecieron oscuras; todos los copis- tas fueron crucificados. Un romano distinguido fue muerto porque le gustaba recitar las arengas de Tito-Livio, tenía en su casa carias geográficas y había puesto á dos esclavos los nombres de Magon y Aníbal. Un militar muy estimado, Salustio Lúeulo,

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REVISTA EUROPEA.177 DE JULIO DE 1 8 7 7 . AÑO IV.

DOMICIANO

La ley fatal del cesarismo se realizaba. El reylegítimo mejora al envejecer en el trono; el Césarempieza bien y concluye mal. Cada año se acentua-ba en Domioiano el progreso de las malas pasiones.El hombre había sido siempre perverso; su ingra-titud hacia su padre y su hermano mayor tuvo algode abominable; sin embargo, su primer gobierno aofue el de un mal soberano. Poco á poco se desar-rollaron en él la envidia sombría contra todo mé-rito, la perfidia refinada, la negra malicia y todas lasdemás pasiones que estaban como en germen en sunaturaleza. Tiberio había sido muy cruel, pero conuna especie de rabia filosófica contraía humanidad,rabia que tuvo su grandeza y no le impidió ser, bajoalgunos puntos do vista, el hombre más inteligentede su tiempo. Calígula fue un bufón lúgubre, terri-ble y grotesco á la vez, pero divertido y poco peli-groso para los que no se le aproximaban. Bajo elreinado de aquella encarnación de la ironía satá-nica que se llamó Nerón, una especie de estupor seapoderó del alma del mundo dejándola en suspenso;se tenia !a conciencia de asistir á una crisis sin pre-cedente, á la lucha definitiva del bien y del mal.Después de su muerte se respiró; el mal parecíaencadenado; la perversidad del siglo parecía dulci-ficada. Juzgúese del horror que se apoderaría detodas las almas honradas cuando se vio renacer laBestia, cuando se reconoció que la abnegación detodos los hombres de bien del Imperio sólo habíaconseguido librar al mundo de un soberano muchomás digno de execración que los monstruos que secreían relegados en los recuerdos del pasado.

Domiciano es probablemente el hombre más mal-vado que ha podido existir jamás. Cómodo es másodioso, porque era hijo de un padre excelente; peroCómodo es una especie de bruto. Domiciano era unhombre muy sensato, de una maldad reflexiva. Enél no había el atenuante de la locura; su razón sehallaba completamente sana, fría y clara. Era unpolítico serio y lógico. No tenía imaginación; y sien determinada época de su vida se ejercitó en al-gunos géneros de literatura ó hizo versos bastantebuenos, fuó por afectación, para aparecer extrañoá los negocios. Bien pronto, sin embargo, renunció,y no volvió á pensar en ello. No le gustaban las

TOMO x.

artes; la música no le impresionaba; su tempera-mento melancólico no se complacía más que en lasoledad. Cuando se le veía algún tiempo paseándo-se solo, se podía tener seguridad de que realizaríaalgún plan perverso. Casi siempre sonreía antes dematar.

Los Césares de la casa de Augusto, pródigos yávidos de gloria, eran malos, muchas veces absur-dos, pero casi nunca vulgares. Domiciano lo era enel crimen; sacaba provecho de él. Poco rico, todolo convertía en dinero, llevando el impuesto hastalos últimos límites. Su siniestra faz no conociónunca el loco reir de Calígula. Nerón, tirano muyliterario, pensando siempre en hacerse querer yadmirar del mundo, consentía las bromas y las pro •vocaba. üomiciano no tenía nada de burlesco, nose prestaba al ridículo; era demasiado trágico. Suscostumbres no valían más que las del hijo de Agri-pina; pero á la infamia unía el más so'apado egoís-mo, una hipócrita afectación de severidad, de airesde rígido censor (Sanclissimus censor) que no eranmás que pretextos para hacer morir á inocentes.Algo difícil de soportar es el tono de austera virtudque adoptan sus aduladores, Marcial, Slace, Quin-tiliano, cuando pretenden realzar el título de queél hacía más alarde: el de salvador de los dioses yrestaurador de las costumbres.

Su vanidad no era menor que- la que impulsó áNerón á tactos lastimosos desatinos, y era muchomenos natural. Sus falsos triunfos, sus pretendidasvictorias, sus monumentos llenos de mentida adu-lación, sus consulados, tienen algo de nauseabundo,de mucho más irritante que las mil ochocientas co-ronas de Nerón.

Las anteriores tiranías habían sido menos sabias.Esta era administrativa, escrupulosa, organizada.El tirano desempeñaba por sí mismo el papel de jefede policía y el de juez instructor. Aquello fue unterror jurídico. Se procedía con la legalidad irrisi-ble del tribunal revolucionario. Flavio Sabino, pri-mo del Emperador, fuó condenado á muerte por unlapsus del pregonero, que le proclamó imperatoren vez de cónsul; un historiador griego, por ciertasimágenes que parecieron oscuras; todos los copis-tas fueron crucificados. Un romano distinguido fuemuerto porque le gustaba recitar las arengas deTito-Livio, tenía en su casa carias geográficas yhabía puesto á dos esclavos los nombres de Magony Aníbal. Un militar muy estimado, Salustio Lúeulo,

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66 REVISTA EUROPEA.—15 DE JULIO DE 1 8 7 7 , N.* 477pereció por haber permitido que se diese su nom-bre á unas lanzas de nuevo modelo que había in-ventado. Jamás se llevó tan lejos el oficio de losdelatores; los agentes provocadores, los espías pe-netraban en todas partes. La loca confianza que elEmperador tenía en los astrólogos aumentaba elpeligro. Los secuaces de Calígula y de Nerón habíansido viles orientales, extraños á la sociedad roma-na. Los delatores de Domieiano, especies de Fou-quier-Tinvílle, siniestros y descoloridos, herían ágolpe seguro. El Emperador concertaba con losacusadores y los falsos testigos lo que convenía quedijeran; presenciaba después los tormentos; se re-creaba en ver la palidez de los semblantes, y pare-cía contar los suspires que arrancaba la piedad.Nerón esquivaba la vista de los crímenes que or-denaba. Domieiano quería verlo todo. Tenía refi-namientos de crueldad sin nombre. Su carácter eratal, que se le ofendía igualmente adulándole que sinadularle; su desconfianza, su envidia, no reconocíanlímites. Todo hombre estimado, todo hombro decorazón era para él un rival. Nerón, al menos, noodiaba más que á los cantores, y no considerabanecesariamente á todo hombre de Estado, todo mi-litar superior, como un enemigo.

El silencio, durante aquel tiempo, fue espantoso.El Senado pasó algunos años en un tétrico estupor.Lo que había de terrible era que no se vislumbrabaningún término. El Emperador.tenía treinta y seisaños. Los accesos de fiebre del mal que se habíaconocido hasta entonces habían sido cortos; se creíaque eran crisis que no podían durar. Aquella vez nohabía motivo para que concluyese. El ejército esta-ba contento; el pueblo indiferente: Doiniciano, escierto, no alcanzó nunca la popularidad de Nerón,y, en el año 88, un impostor creyó tener probabili-dades de derribarlo, presentándose como el señoradorado que había proporcionado al pueblo tan her-mosos dias. No se perdió mucho, sin embargo. Losespectáculos eran tan monstruosos como nuncalo habían sido. El anfiteatro Flaviano (el Coliseo),inaugurado en tiempo de Tito, había presenciadoprogresos en el arte innoble de divertir al pueblo.No había, pues, ningún peligro por este lado. É),sin embargo, no leía más que las Memorias de Tibe-rio. Sentía desprecio por la familiaridad que animóá su padre Vespasiano; calificaba de niñería la bon-dad de su hermano Tito y la ilusión que se hablaformado de gobernar la humanidad haciéndoseamar. Pretendía conocer mejor que nadie las exi-gencias de un poder sin Constitución, obligado ádefenderse, á fundarse diariamente.

Se comprendía, en efecto, que tales horrores te-nían su razón política; que no eran meros capri-chos de un fanático. La horrorosa imagen de la nue-va soberanía, tal como la habían hecho las necesi-

dades de la época, sospechosa, temiéndolo todode todos, cabeza de Medusa que helaba de espanto,aparecía encubierta por la odiosa máscara inyecta-da de sangre con que el prudente terrorista queríasin duda preservar su rostro de todo pudor...

Las monstruosidades del «Nerón calvo» seguíanuna horrible progresión. Llegó á la rabia; pero áuna rabia sombría, reflexiva. Hasta entonces habíatenido intervalos en sus furores. Desde aquel mo-mento fue un acceso continuo. El sentimiento deaparecer en ridículo por su nulidad militar y porlos mentidos triunfos que él se adjudicaba ó conce-día, le inspiraba un odio implacable contra todohombre sensato y honrado. Se le hubiera podidocomparar á un vampiro arrojándose sobre el cuerpodo la humanidad espirante. Tenía abiertamente de-clarada la guerra á toda virtud. Hacer la biografíade un grande hombre era un crimen. No parecíasino que había empeño en abolir el espíritu humanoy quitar su voz á la conciencia. El mundo estaballeno de muertes y destierros. Preciso es decir, enhonor de nuestra pobre especie, que soportó aquellaprueba sin rendirse. El filósofo se afirmó más quenunca en su lucha contra los tormentos; hubo es-posas heroicas , maridos de abnegación , yernosconstantes, esclavos fieles. La familia de Tlirasea yde BareaSoranus se encontraba siempre en primerafila de la oposición virtuosa. Helvidius Priscus (elhijo), Arulenus, Rustiens, Junins Mauriens, Sene-cion, Pomponia Gratula, Faunia, toda una sociedadde almas grandes y fuertes, resistían sin esperanza.Epicteto les repetía diariamente con voz grave:

«¡Sufro y calla! Dolor, no podrás convencerme deque eres un mal. Anitus y Mélitus pueden matarme,pero no hacerme daño.»

Es un honor para la filosofía y el cristianismo ha-ber sido perseguidos juntos, lo mismo en tiempo deDomieiano que de Nerón. Como dijo Tertuliano, loque tales monstruos condenaron debía ser algo ex-celente.

El nombre de filósofo implicaba entonces unaprofesión de prácticas ascéticas, un género de vidaparticular. Esta especie de frailes seculares, pro-testando por su renuncia de las vanidades del mun-do, fueron, durante todo el primer siglo, los mayo-res enemigos del cesarismo. La filosofía, digámosloen su gloria, no saca partido de la humillación de lahumanidad y de las tristes consecuencias que estahumillación ocasiona en la política. Herederos delespíritu liberal de la Grecia, los estoicos de la épo-ca romana soñaban con virtuosas democracias enun tiempo que sólo toleraba la tiranía. Los políticosque profesan el principio de encerrarse en los lími-tes de lo posible, sentían, naturalmente, una fuerteantipatía contra tal manera de ver. Tiberio tuvo yaaversión á los filósofos. Nerón (en 66) persiguió á

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N.' 177 E. RENÁN.—D0M1CIAN0. 67estos importunos, cuya presencia era para su vidaun constante reproche. Vespasiano (en 74) tuvomás razón para obrar del mismo modo. Su joven di-nastía se veía continuamente minada por el espíriturepublicano que el estoicismo alimentaba, y no hizomás que defenderse, tomando precauciones contrasus más mortales enemigos.

Domiciano, para perseguir á los sabios, no nece-sitó otro móvil que el de su propia maldad. Desdemuy joven había odiado a los hombres de letras;toda idea era una condenación tácita de sus críme-nes y su falta de capacidad. En los últimos tiemposno pudo contenerse. Un decreto del Senado expul-só á los filósofos de Roma y de Italia. Epicteto,0¡on Chrysostomo y Artemidoro salieron. La animo-sa Sulpicia osó levantar la voz en favor de los des-terrados y dirigir á Domiciano amenazas proféticas.Plinio el Joven se libró por milagro del suplicio áque había sido condenado por su distinción y suvirtud. La pieza de Octavio, compuesta por aqueltiempo, encierra crueles arranques de indignacióny desesperación:

Urbe est nostra mitior AulisEl Taurorum bárbara telíus:Hospilis illie cmde lilaturNumen superum; civis gaudel

Moma ernore.

No es extraño que los judíos y los cristianos ha-yan sufrido las consecuencias de aquellos tremen-dos furores. Una circunstancia hacia inevitable laguerra: la de que Domiciano, imitando la locura deCalígula, quiso recibir los honores divinos. El ca-mino del Capitolio se hallaba cubierto por las víc-timas que se conducían ante su estatua para serinmolados. La fórmula para los documentos desu cancillería empezaba por: Dominus el Deusnoster. Hace falta leer el monstruoso prólogoque puso al frente de una de sus obras uno de losmás elevados talentos de la época, Quintiliano, aldia siguiente del en que Domiciano le encomendóla educación de sus herederos adoptivos, los hijosde Flavius Clemens: «...Sería no comprender elhonor de las apreciaciones celestes mostrarme in-ferior á mi tarea. ¡Cuántos cuidados exigirán lascostumbres que deben obtener la aprobación delmás santo de los censores! ¡Qué atención deberéconsagrar á los estudios para no defraudar ¡as espe-ranzas de un príncipe tan eminente por su elocuen-cia como por todo lo demás! No se extraña que lospoetas, después de haber invocado á las musas, alempezar, renueven sus votos cuando llegan al puntomás difícil de su obra... Lo mismo se me dispensa-raque llame en mi auxilio á todos los dioses, y es-pecialmente al que, más que ninguna otra divini-dad, se muestra propicio á nuestros estudios. Que

él me infunda el gomo que hacen necesario las fun-ciones con que me ha distinguido; que me asistasin cesar; que me haga ser lo que me ha creído!»

Hé aquí el lenguaje que empleaba un hombre pia-doso, según la expresión de aquel tiempo. Domicia-ao, como todos los soberanos hipócritas, se mos-trabfi severo conservador de los antiguos cultos.La palabra imputas tuvo en general, sobre tododesde su rejtfícfó, una significación política, y erasinónima de lesa-majestad. La indiferencia religio-sa y la tiranía habían llegado hasta el fÉrnto de queel Emperador era el único dios cuya majestad fuesetemida. Querer al Emperador; en esto consistía lapiedad. Ser sospechoso do oposición ó únicamentede frialdad; esto era la impiedad. Y no se creía quela palabra hubiese perdido por esto su sentido re-ligioso.

El amor al Emperador implicaba, en efecto, laadopción respetuosa de toda una retórica sagradaque ningún espíritu sensato podía ya tomar en se-rio. Se consideraba revolucionario átodo el que nose inclinaba ante los absurdos de que se había he-cho una rutina de Estado; y el revolucionario erael impío. E¡ imperio llegó así á una especie de or-todoxia, á una pedagogía oficial, como la China.Admitir lo que quería el Emperador con una espe-cie de lealtad semejante á la que los ingleses afec-tan hacia su soberano y su Iglesia establecida; héaquí lo que se llamaba religio, lo que valía á unhombre el título de pius.

En tales condiciones, el monoteísmo judío y cris-tiano debía parecer la suprema impiedad. La reli-gión del judie y del cristiano se concretaba á unDios supremo, cuyo culto era una especie de hurtohecho al dios profano. Adorar á Dios era dar un ri-val al Emperador; adorará otros dioses que los deque el Emperador era el modelo legal, constituíauna injuria peor aún. Los cristianos, ó más bien losjudíos piadosos, se creían obligados á hacer un sig-no de protesta más ó menos aparente al pasar pordelante do los templos; al menos, prescindían abso-lutamente del b«so que los paganos piadosos en-viaban al edificio sagrado al pasar por delante de él.El cristianismo, por su principio cosmopolita y re-volucionario era «el enemigo de los dioses, de losemperadores, de las leyes, de las costumbres, dela naturaleza entera.»

Los mejores emperadores no sabrán siempredesenvolver este sofisma, y, sin saberlo, casi sinquererlo, serán perseguidores. Un e-píritu mezqui-no y malvado como el de Domieiano debía serlo conpedantería y hasta con una especie de deleite ó vo-luptuosidad.

KRNKSTO RENÁN.

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68 REVISTA EUROPEA.—15 DE JULIO DE 1 8 7 7 . N.° 177

LA POESÍA HORACIANA EN CASTILLA.

IV.'

La escuela sevillana dio en su primer período no-tables humanistas, traductores de Horacio y poetasen lengua latina á imitación suya, pero escasísimoslíricos horádanos en lengua vulgar. El canónigoPacheco, Juan de Mal-Lara, Francisco de Medina,Diego Girón, nunca, que yo sepa, imitaron al Venu-sino en lo poco que de sus versos castellanos hallegado á nuestros dias. Y en verdad que así el can-tor de Psique, como el intérprete del Beatus Ule,pero más aún el autor de la hermosa oda Natalisalmo lumine candidus, tenían condiciones bastantespara figurar con honra en este géneroá par de loslíricos salmantinos.

El primero que entre los sevillanos probó susfuerzas en tal empresa, mas sólo como epistológra-íb y satírico, fue el ingenioso y fecundo Juan de laCueva de Garoza, que si en algún modo pertenece ála escuela hispalense, fue sumamente revoltoso éindisciplinado dentro de ella. Su larga vida le per-mitió asistir a no pocas trasformaciones del artenaciona', y su vaga curiosidad, dirigida por un cri-terio menos severo, pero á la vez monos estrechoque el de sus doctos paisanos, le movió a tentarsus fuerzas en muchos géneros, algunos bien leja-nos de la rígida disciplina herreriana. Hizo roman-ces históricos, en verdad malísimos; hizo comedias

. y tragedias nada clásicas que debieron escandali-zar al maestro Mal-Lara (con haber alterado éste enalguna parte el antiguo uso), pero que influyeron, ymucho, en los progresos del teatro; no temió bur-larse del artificioso procedimiento con que Herreratrabajaba sus versos, y por fin y postre, ya en losúltimos años de su vida, sancionó las libertadesdramáticas en su célebre Ejemplar Poético, espe-cie de manifiesto revolucionario en pro de la escue-la de Lope de Vega, físta obra es curiosa, no sóloen tal concepto, sino por ser en asunto, forma, y áveces en principios y estilo, la más antigua imitacióncastellana de la Epístola adPisones. Como ella, estáescrita en modo epistolar, aunque las cartas soncuatro; y si bien en mérito dista mucho de parecer-se á la del poeta romano, lóese, no obstante, congusto y utilidad, y os de interés grandísimo para lahistoria de las teorías estéticas y críticas entre nos-otros. A veces imita directamente á Horacio: véase,por ejemplo, cómo traslada el precepto contenidoen los versos Honoratum si forte reponis Aehi-llem.,.:

Vprtso el número anterior, páí>-. 3

Pinta al Saturnio Júpiter esquivoContra el terrestre bando Briaréo,

Y al soberbio jayán en vano altivo,Zelosa á Juno, congojoso á Orfeo,Hermosa á Hebe, lastimada á Ino,Á Clito bello, y sin fe á Teseo (i).

Otras veces rompe con la tradición clásica, y en-tonces sube de punto el interés de su libro. De estasuerte habla en defensa propia, al tratar de la poe-sía dramática:

Dirás que ni lo quieres ni deseasQue ni á Ennio ni á Plauto conocemos,

Ni seguimos su modo y artificio,Ni de Nevio ni de Aecio caso hacemos.

Que es en nosotros un perpetuo vicioJamás en ellas observar las leyesNi en personas, ni en tiempo ni en oficio.

Que en cualquier popular comedia hay reyes,Y entre los reyes el sayal grosero,Con la misma igualdad que entre los bueyes.

A mí me culpan de que fui el primeroQue reyes y deidades di al tablado,De la comedia traspasando el fuero:

Que el un acto de cinco le he quitado,Que reducí los actos en jornadas,Cual vemos que es en nuestro tiempo usado...

Introdujimos otras novedades,De los antiguos alterando el uso,Conformes á este tiempo y calidades...

Huimos la observancia que forzabaA tratar tantas cosas diferentesEn término de un dia que se daba...

Confesarás que fue cansada cosaCualquier comedia de la edad pasada,Menos trabada y menos ingeniosa.

Señala tú ¡a más aventajada,Y no perdones Griegos y Latinos...

Mas la invención, la gracia y traza es propiaA la ingeniosa fábula de España.

El que de tal suerte hollaba la autoridad clásicaen nombre del teatro libre, sin buscar disculpas nipedir perdones como Lope de Vega, sino fundán-dose en tres principios: la pobreza de acción en lacomedia antigua, en contraste con la variada tramade la moderna; la diferencia de tiempos y costum-bres, y el aplauso común, venía á echar los cimien-tos de una ingeniosa é influyente teoría literaria,que algunos de sus sectarios en el siglo XVII llega-ron á conciliar con la Poética de Aristóteles, asen-

(1) Parnaso Español, tom. VIII. Martínez de la Rosa,en los Apéndices á su Poética, hizo un "buen análisis delEjemplar de Juan de lfi Cueva.

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N." 177 MENENDEZ PELAYO. LA POESÍA HORACÍANA. EN CASTILLA.

tando que los españoles habían cumplido excelen-tísimamente con el principio de imitación, y quepor tanto estaban dentro de la legislación clásica.De Juan de la Cueva arranca esa serie de pre-ceptistas agudos, enamorados por igual del teatroespañol y de la sabiduría antigua, que se llamaronBarreda, Alcázar, González de Salas. Todos procla-man el naturalismo , todos acatan la preceptivaaristotélica; pero entendida de tal suerte, que lle-gan á deducir consecuencias como estas: El mejormodo de escribir... comedias es el que más agrada alpueblo... los antiguos ignoraron el arte de escribircomedias. El jesuíta, autor de estas osadas asevera-ciones, razonaba de este modo:

«Gomólos antiguos dejaron sin usar muchas cosaspara que las explicara nuestra edad, así nosotrosdejaremos para que las ilustren los pósteros... Laverdad está patente á todos: aun no está ocupada...No debemos seguir en todo á nuestros mayores...Muchas cosas no supieron, muchas trataron sólode paso.» Y obsérvese bien, porque muestra elencadenamiento de nuestras tradiciones científi-cas: las palabras con que el P. Alcázar asienta elprogreso en el arte, son casi traducción de las que,con más fundamento, empleó Luis Vives para esta-blecer la necesidad de progreso y de reforma en laciencia: «Palet ómnibus veritas, nondum est oceu-pata... Nulla ars simul est et inventa et absoluta.»Pero sin querer me he venido apartando del propó-sito, y dejo para lugar más oportuno la exposicióny comentario de otras atrevidas y singulares propo-siciones del P. Alcázar en su curiosa poética dra-mática, y de Tirso de Molina en Los Cigarrales eleToledo.

Volvamos á Juan de la Cueva. En el tomo II delEnsayo de una biblioteca española de libros rarosy curiosos se han publicado algunas epístolas suyasen tercetos, de carácter bastante horaciano, á ex-cepción de una que os heroida, del género de lasde Ovidio (1). Todas son ingeniosas y amenas, aun-que escritas con abandono y desaliño extremados, yofrecen curiosos materiales para la vida de su autory de otros ingenios andaluces. La mejor es acasola que en el códice de poesías de Cueva lleva el

úmero 14 y comienza:

Junto á la calle que dejando el nombreAntiguo, se llamó del Alameda,Encontré por desdicha mía un hombre...

La epístola tiene trozos pesados y versos muymalos; pero á veces imita bien el tono del lbamforte via sacra, y otras presenta rasgos originales

(1) Es la más antigua composición de esta clase que hevisto en lenguas vulgares.

dignos de alabanza. El importuno hablador, despuésde decir á Cueva:

A comer hoy os quedaréis conmigo,Por estar aquí cerca mi posada,Y en esLo ha de ser sólo lo que digo.

Á una sola comida moderadaOs convido, no á pavos ni á capones...

llévale á su casa, que el poeta describe de estamanera:

Tenía en una pieza desviadaUna gran mesa de papeles llena,Junto á ella una silla derrengada,Un plato con salvado por arena,Un tiesto por tintero, un mal cuchillo,UnLasso, y un Roscan, y un Juan de Mena...

Cuando esperaba el huésped que empezase la co"mida, vése condenado á oír los versos del reforma-dor de toda poesía:

Tomó la silla, abriendo un cartapacioDe propias obras, y tiró do un bancoPara mí que soy hombre de palacio...

Déjelo (aunque á mi daño) con su antojo,Y comenzó á leer, y yo á escuchalloLa muerte viendo, cual se dice, al ojo!

Yo hecho un yunque, sin que fuerza ni arteMe v.ilieso, le oía ya el tormentoDe Belcrma, ya el fin de Durandarte,

Ya el llanto de Galván, ya el desconciertoDo Moriana viéndose cautiva,lio Gaiferos la vuelta y vencimiento...

En el resto de la epístola no faltan situacionescómicas y chistes sazonarlos:

Estando puesto en esta angustia fiera,Trajo un plato de espárragos cocidosY un medio pan en una faltriquera:

Ya que en e! plato no quedaba nada,Echó la bendición y levantóse,Diciendo: «Esta es comida regalada.»

Sacudió las migajas y limpióseCon la manga del sayo boca y barba,Y un poco sobre el brazo reclinóse,

Diciéndome: «Razón tuvo, y no pocaQuien alabó el espárrago, en que halloMil excelencias que Laguna toca.»

¿No parece un trasunto ele esta ridicula figura ladel licenciado Cabra?

En otra epístola á D. Juan de Arguijo hácense con

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70 REVISTA EUROPEA.-—15 DE JULIO DE 1 8 7 7 . N.° 177

tinuas alusiones á cosas y personas hoy descono-cidas y á desacuerdos (que fácilmente se explican)entre Juan de la Cueva y sus compañeros de la es-cuela sevillana.

Hay dardos que van derechos contra Herrera:

¿Es porque voy, como es razón, huyendoDuras frásis, perífrasis de extremos,Metafóricos nombres imponiendo?

¿Es porque alcázar no llamé á la popa,Capa de Marte al defensivo escudo,De Baco escudo á la vinosa copa?

Dos de estas epístolas son morales, tratando unacuál sea de más estimación, el rico y necio ó el po-bre y sabio, y enseñando la otra que en todo se debeseguir mi medio. En ambas abundan las reminis-cencias horacianas, y en la primera hay pensamien-tos y expresiones que parecen haber pasado á laEpístola Moral de Andrada. La primera (15.° en- lacolección poética de Cueva) aparece escrita y ver-sificada con mayor esmero que otras composicionesde su autor.

La crítica literaria da asunto frecuente á estascartas, que pueden estimarse como buen suplemen-to al Ejemplar Poético. Cueva flagela implacabley graciosamente á los traductores del toscano enla epístola á D. Alvaro de Gélves, ó enumera, es-cribiendo al jurado Rodrigo Suarez, los riesgosainquietudes del pobre escritor que da á la estampaun libro, ó diserta con Herrera acerca de los viciosde la oratoria y poesía, ó dirige sangrientas burlasá un maltraductor de las églogas de Virgilio quemudó en ellas los nombres y el sentido, y á vueltasde todo esto, intercala animadas narraciones de su-cesos contemporáneos, describe las grandezas deMéjico, donde residió algunos años, ó nos pono á lavista, sin fantasías bucólicas y con riqueza de do-naires, la vida sosegada y quieta de un lugar deAndalucía en el siglo XVI. La variedad de asuntos,la curiosidad de noticias, la facilidad y gracia des-cuidada del poeta y la ausencia de toda pretensiónliteraria, hacen muy sabrosa la lectura de estosdevaneos de su ingenio, siendo de lamentar que nose hayan dado á la estampa íntegros, de igual suer-te que otras poesías suyas conservadas en rarísi-mos códices., de los cuales alguno ha desdichada -mente perecido. Entre las epístolas del todo inédi-tas hay dos ó tres sobre asuntos morales, segúnresulta del índice que formó Gallardo.

De los poetas propiamente sevillanos no hay mu-cho que decir en este estudio.

Herrera en las elegías y en los sonetos fuó pe-trarquista; en sus dos admirables canciones bíblicocon estro superior al que mostró, siglo y mediodespués, Filicaja, pero sólo en dos ó tres ocasioneshor aciano.

Pasa por pindárica su altisonante oda A D. Juande Austria, pero yo encuentro allí poco ó nada dePíndaro y bastante de Horacio: hasta hay reminis-cencias de la oda á Caliope Descende cwlo. No haymás que comparar estos dos fragmentos:

Scimus ut impiosTitanes, immanenque turbaraFulmine sustulerit caducoQui terram inertem, qui mare temperatVentosum, oí urbes, regnaque tristiaDivosque, mortalesque turbasImperio regit unus a?quo.

Magnum illa terrorem intulerat JoviFidens hórrida brachiis,Fralresque, tendentes opacoPelion imposuisse Olympo.Sed quid Typhoeus et validus Mimas,Aut quid minaci Porphyrion statu,Quid Rhcotus, evulsisque truncisEnceladus, jaculator audax;Contra sonantem Palladis ¡egidaPossent ruentes?

Testis mearum centimanus GygesSententiarum

Cantaba la victoriaDel ejército etéreo y fortalezaQue engrandeció su gloria,El horror y asperezaDe la titania estirpe y su fiereza.

De Palas AteneaEl gorgóneo terror, la ardiente lanza...

Tú solo á OromedonteTrajiste el hierro agudo de la muerte...

Si este al cielo ampararaContra las duras fuerzas de Mimante,Ni el trance recelaraEl vencedor Tonante,Ni sacudiera el brazo fulminante... etc.

Las rápidas y valientes estrofas en que describeHerrera la derrota de los moriscos, parecen reflejode la oda A Druso, y hasta el empleo de la lira deGarci-Lasso, nunca usada por el divino poeta sinoen esta ocasión, contribuye á dar carácter koracianoal total de la pieza. Han censurado en ella, y conrazón, todos los críticos no sevillanos, aparto dela profusión de efectos onomatópicos, lo incon-gruente del plan, semejante al de aquellas odas detiempos arcádicos en que, para felicitar á una per-sona, se ponía en movimiento á todos los dioses delOlimpo griego. Yo sospecho que Herrera, que habíahecho una giganlomáquia, no supo resistir á latentación de dar fuera de propósito alguna muestrade los primores del poema en que cantó la guerra

Oe la gente de Flegra conjurada.

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N.°177 MENENDEZ PELAYO. LA POESÍA HORAC1ANA 1ÍN CASTILLA. 71

Encuéntrase en las poesías de Herrera una can-ción moral, en estancias largas al modo italiano,pero en lo demás muy horaciana. Es la octava del li-bro II en la edición de Pacheco, y abunda en gra-ves pensamientos dignamente expresados y sin ex-cesivo aliño:

No os desvanezca el pechoLa soberbia ignorante y engallada,Ni lo mostréis estrecho,Que para aventajarosEntre las sombras de esta edad culpadaDebéis siempre esforzaros,Pues solo aquello es vuestroQue á vos debéis y á vuestro brazo diestro.

En la primera edición escribió Herrera, y piensoque mejor:

Pues solo es vuestro aquelloQue por virtud pudistes laerecello.

Es sentencia de Epicteto al comienzo del Enchi-ridion, donde divide las cosas en propias y enajenas.

También es doctrina estoica la de estos hermososversos:

Aquel que libre tieneDe engaño el corazón, y solo estimaLo que á virtud conviene,Y sobro cuanto preciaEl vulgo incierto, su intención sublima,Y el miedo menosprecia,Y sabe mejorarse,Solo señor merece y rey llamarse.

#Sabido es que los sonetos de 1). Juan de Arguijo

versan casi siempre sobro argumentos clásicos, yreproducen muchas veces ideas y frases de poetasgriegos y latinos. Algunos hay que en pensamientoó forma recuerdan á Horacio:

A lí de alegres vides coronado,llaeo, gran padre, domador de Oriente,

He de cantar, á tí que blandamenteTemplas la fuerza del mayor cuidado.

Ora castigues á Licurgo airado0 á Penteo en tus aras insolente,Ora te mire la fos'tiva genteEn sus convites dulce y regalado...

listo se escribió indudablemente después de unalectura del ditirambo Bachum in remotis carmina,rupibus. De igual suerte el soneto de la constancia

Aunque en soberbias olas se revuelva...

trae á la memoria el Jitstum et lenacem, al paso queel Eheu fugaces está repetido en el soneto que co-mienza:

Mira con cuánta priesa se desvía...

Aun pudieran presentarse otros ejemplos. Tiene,además, Arguijo una poesía muy horaciana, la silvaA la vihuela, instrumento en que él era destrísimo.En el Ensayo de una biblioteca de libros raros y cu-riosos , se ha estampado otra poesía inédita delmismo carácter. A ella pertenecen estos versos:

Tan sólo tú, oh virtud, de las accionesArbitro justo, entre los dos extremosRegla segura pones".A tu verdad debemosLa elección conveniente. Tú deshacesCon luz divina las humanas nieblas,Le enseñas el camino ó norte cierto,Y le conduces á dichoso puerto.

Esto pasaje es de una serenidad y una limpiezaclásicas.

Mas véase el contraste en Baltasar de Alcázar, quetuvo la humorada de hacer una oda burlesca Al Amoren sálicos-adóíiicos, comenzándola de este modo:

Suelta la venda, sucio y asqueroso,Lava los ojos Henos de légañas,Cubre las carnes y lugares feos,

Hijo de Venus.

Tras de^o cual le amenaza con azotes y le mandair á casa de su madre para que se vista. Aunqueeste desenfado no sea el hermano más digno de Lacena, no parece inoportuno hacer mérito de él porla singularidad del metro y del estilo.

De Francisco de Medrano poco me resta que de-cir en esta Memoria, puesto que en la de los tra-ductores hablé largamente de sus odas y del géneroá que pertenecen. Medrano es un poeta de la es-cuela salmantina, y no sigue la tradición de Herre-ra, sino la de Fr. Luis de León y Francisco de laTorre. Hasta imita la Profecía del Tajo, quedandomuy inferior á su maestro. No acertó Medrano áinfundir su espíritu en lo que tomaba de la poesíaantigua, ni procedió en sus remedos con libertad degenio, acomodando formas clásicas á pensamientosnuevos. En cambio, fue más fiel al genuino espíritudo la lírica romana, y alcanzó un alto grado de so-briedad y pureza cu sus ululaciones. Sirva de ejem-plo la oda siguiente, tomada casi del ('celo stipinassi íuleris manus:

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7 2 REVISTA EUROPEA. 1 5 DE JULIO DE 1 8 7 7 . N . " 1 7 7

Al cielo si las manos levantaresY los ojos, Minardo, vergonzosos,Si con votos piadososSus iras aplacares.

No sentirá los astros pestilentesTu vid, ni las langostas tu sembrado,Ni los hielos tu prado,Ni los soles ardientes.

El rico á quien el oro ensoberbece,Diez escogidas vacas las más gruesasQue pastan sus dehesas,A Dios en voto ofrece.

A tí de un hogar pobre humilde dueño,No toca, nó, tan ambiciosa ofrenda;Darle has la mejor prendaDe tu redil pequeño.

Que si imploraren su deidad ajenasTus manos de venganza y de codicia,Hallarla han más propiciaQue las del rico llenas.

Este es Horacio hablando en lengua vulgar.Gran mérito es en Medrano no tender nunca á la pe-rífrasis ni á la amplificación, defectos comunes de lalírica hispalense.

Medrano no desarrolla otras ideas morales que lasde Horacio. Así escribe á Fr. Pedro Maldonado:

Vive despacio, olvida cuerdamenteLo pasado, no temas lo futuro,Mas con seso maduroGoza del bien presente;

Que todo es humo y sombra y desparece;Dejará Eutropio sus preciosos lares,Sus rentas, sus lugares.V cuanto le envanece...

Todos seremos, todos, cuan tempranaVíctima de la muerte. ¿Qué cansamosLa vida? Hoy, hoy, vivamos,Que nadie vio á mañana.

Era nuestro poeta un excelente versificador, ysiempre acomoda con destreza combinaciones fáci-les y ligeras á sus odas, como quien comprendía laoculta relación del ritmo con el sentimiento y conla idea. Usa mucho la estrofa de Francisco de la Tor-re, pero aconsonantada, v. gr.:

Sosiego pide á Dios en la desiertaY alta mar el piloto, á quien la lunaNubes robaron tristes, y ninguna

f.e luce estrella cierta.Sosiego el alemán infante armado.Sosiego el volador jinete moro,Que no con perlas, Niño, ni con oro

El sosiego es comprado...

De Francisco de la Torre tomó esta otra formade cuartetos:

Mas los daños del tiempo, presurosas,Las lunas los reparan,Y restituye el céfiro las rosasQue los cierzos robaran.

Nos, de peor condición, si tal vez unaA aquella luz cedemos,¿En qué abril, á que viento, con qué luna,Renovarnos podremos?

Pero dióles mayor variedad, usándolos de dosmaneras distintas:

1." Si do renta más cuentosQue los ingas y chinos alcanzares,Y tus anchos cimientosLas tierras ocuparen y los mares....

2." ¿Qué pide al cielo el bien disciplinadoFilósofo? De Creso no el tesoro,Ni de Midas el oro,Ni de Augusto el estado,Ni el trigo que Sicilia fértil siega,Ni las vacadas de Calabria gruesas.Ni las anchas dehesasQue el claro Bétis riega...

Con frecuencia emplea Medrano una especie deliras propia y peculiar suya, á este tenor:

¡Oh, mil veces conmigo reducidoAl postrer punto de la vida odioso!¿Cuál astro poderosoHoy te ha restituidoA tu suelo dichoso?...

Las estrofas de seis versos le son familiares, porejemplo:

Allá Grecia remisaSufre e! yugo tirano, y el pié besaQue la cerviz le pisa,¡De tan gentiles pechos, digna empresa!¿Dónde tus soberanosIngenios, Grecia, dónde están tus manos?

No faltan en sus poesías ejemplos de estrofas lar-gas, con la particularidad notable de que suelenterminar en un eptasílabo contra la costumbre denuestros poetas clásicos.

Dispénsennos estas citas y estos pormenores rít-micos los amantes de profundas consideraciones yvastas síntesis. Precisamente por no tener en cuen-ta estas minucias, se han cometido graves yerros alclasificar en escuelas á nuestros poetas, alterando

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N.° 177 MENENDEZ PELAYO. LA POESÍA HORACIANA EN CASTILLA. 73

las naturales relaciones de unos con otros, y rom-piendo el hilo de la tradición literaria que los une.

Jáuregui, ingenio italiano por excelencia, com-puso una larga Canción al oro, horaciana en lasideas, mas no en la estructura, y tan admirablemen-te escrita y versificada como todas las poesías de suprimera época. Cuánto se acordaba del InclusamDanaem al componerla, mostraránlo estos versos:

Ya con la Argiva damaServida del Tonante,Fueron de Aerisio los recatos vanos,Cuando apagó la llamaDel cauteloso amanteTu espesa lluvia de lucientes granos...

Jáuregui tiene donde quiera la expresión rica ylozana del Acaecimiento amoroso, su poesía máscaracterística, mas nunca la rapidez horaciana, niaun cuando quiere imitar el Meccenas alavis:

Con un igual desveloSe entrega el cazador al bosque espeso,Y sin envidia al lecho regalado,Pasa la noche al yelo,Al jabalí atendiendo, que el sabuesoYa levantó, ó al tímido venado.Tras el neblí templadoOtro se aventa, y de la vista prontaNo pierde el blanco de la garza aladaCon el halcón trabada,Que en vuelo oblicuo al cielo se remonta,Y su halcón tal vez y su contentoLo lleva el aire, como pluma el viento.

Este irozoesde buena y noble poesía descripti-va; pero nada hay más lejano del estilo de Horacioque esa insistencia en los detalles y ese afán de des-cribirlo todo. Una vez fue horaciano Jáuregui, y esasin quererlo, y cantando precisamente el asuntomás cristiano y español que puede imaginarse, losmísticos desposorios de Santa Teresa.

Extraño ha sido el destino de Rioja. Su celebri-dad se funda principalmente en dos poesías ajenas,las Ruinas de Itálica de Rodrigo Caro, y la EpístolaMoral de Fernandez de Andrada. Pero aun separán-dolas, queda en Rioja un admirable poeta, y poetacon frecuencia horaciano, en las silvas y en los so-netos. El mayor brillo de aquellas composiciones noha dejado hasta hoy percibir debidamente el méritode estas otras más modestas y sencillas. Al hablarde los traductores mencioné ya un soneto, imita-ción muy directa del Ewtremnm Tanaim si biberes:

Oye con qué ruido la violentaFuria del viento en el jardín se extiende,

Y que apena aun la puerta se defiendeDel soplo que en mi daño se acrecienta.

Pon la soberbia, oh Laida, y blandos ojosMuestra, pues ves en lágrimas bañadoEl umbral que adornó de fresca rosa;

¡ Que no siempre tu ceño y tus enojosPodré sufrir, ni el mustio invierno heladoNi de Bóreas la saña impetuosa!

También es imitación, y muy bella, de Horacio elsoneto que principia:

No esperes, nó, perpetua en tu alba frente,¡Oh Aglaya! lisa tez, ni que tu bocaQue al más helado á blando amor provoeaBañe siempre la rosa dulcemente...

No es necesario recordar el origen de esta sen-tencia:

Pasa, Tirsis, cual sombra incierta y vanaEste nuestro vivir...

De las primeras estrofas del Canto secular sacónuestro poeta aquel otro soneto que principia condos versos famosísimos:

Almo divino sol que en refulgenteCarro sacas y escondes siempre el dia...

Dejadas aparte las incomparables silvas A las flo-res, no sin recrearnos de paso con aquella músicadivina:

Naciste entre la espumaDe las ondas sonantesQue blandas rompe y tiende el ponto en Chío,Y quizá te formó suprema manoComo á Venus, también, de su rocío,

conviene hacer mérito de otras piezas más pro-piamente horacianas, cuales son la oda Al Verano:

Fonseca, ya las horasDel invierno ateridas...

y las dedicadas á la tranquilidad, á la constancia, ála riqueza y á la pobreza, cuatro composiciones que.después de las de Fr. Luis de León, son lo mejor queen punto á odas morales atesora nuestra literatura.No están exentas de conceptos oscuros y frases la-boriosas, pero ¿quién no las perdona al leer trozoscomo este:

¡Oh, ejercite yo siempre el sufrimientoCon frente no marchita!

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REVISTA EUROPEA. 1 5 DE JULIO DE 1 8 7 7 . N." 177

Que los valientes ánimos más debenA la acerba ocasión que á la dichosa,Porque en el daño su valor se aumenta,Como el estéril campo que acrecientaSu virtud, abrasadoEn incendio, sonante y dilatado...¡Oh, cuánto es infelice quien la vidaBreve pasa olvidado,Siempre igual cuando nace y cuando muere,Yace en alto silencio sepultado!

En todas las poesías morales de Rioja, y aun enlas silvas A las flores, nótase una grave ó intensatristeza, conveniente, por cierto, á estos últimosdestellos de Ja escuela sevillana, que logró de Diosel raro privilegio de coronar su gloriosa vejez conuna obra maestra, y bajar al sepulcro no arrulladapor cantos de amores, sino por los altos consejosde la antigua sabiduría. Refiérome á la Epístola ce-lebérrima del capitán Fernandez de Andrada, atri-buida á Rioja, hasta que el docto gaditano D. Adol-fo de Castro ha descubierto su autor verdadero. Enla Carla á Fabio los pensamientos son trillados, sonhasta lugares comunes; pero, ¡cómo los realza laexpresión vibrante y sentenciosa del poeta! Muchosse han convertido en proverbios y viven en la me-moria de literatos y de indoctos. Es esta pieza elsummum de la Epístola horaciana, y uno de losmás bellos monumentos de la escuela de Sevilla.Gloriosamente la enterró el capitán Andrada.

V.

No se agotó en la escuela sevillana toda la vitali-lidad de la poesía andaluza. Florecieron al mismotiempo otros dos grupos poéticos, que el engrei-miento local ha bautizado con los nombres de escue-las cordobesa y granadina. Que Córdoba y Granadadieron en nuestra edad de oro excelentes poetas,nadie lo negará por cierto. Pero que estos ingeniosaparezcan entre sí bastante enlazados y ofrézcanlasimilitud de condiciones y estudios necesaria paraconstituir una escuela poética con teoría y prácti-ca, propias, cosa es difícil de admitir en vista de losdatos históricos. ¿Qué semejanza puede haber entrel'ablo de Céspedes y Barahona de Soto, ni entreéstos y Góngo;'a? Poca ó ninguna. Más relación seobserva entre los granadinos, y ciertamente Juan deArjona, Gregorio Morillo, Luis Martínez de la Plaza,Pedro Espinosa, Agustín de Tejada, Doña Cristoba-lina Fernandez de Alarcon, Soto de Rojas, PedroRodríguez, Vicente Espinel, tienen algunos carac-teres comunes de estilo y versificación, mas no bas-tante determinados ni de bastante importancia paraque podamos calificar de escuela á la reunión deestos lozanísimos ingenios.

¿Quién fue el legisladory preceptista, el Brócense

ó el Herrera de esa escuela? ¿Qué doctrina estéticaó crítica la dirigió en sus creaciones? ¿Dónde estánsus períodos de infancia, desarrollo, virilidad ydecadencia? ¿Hay entre sus discípulos alguno de in-dividualidad tan enérgica como Fr. Luis ó Herrera,bastantes á dar tono y color á sus respectivas es-cuelas? Pienso que no. Mas lo indudable es que los,ingenios granadinos forman un grupo de considera-ción en la historia de nuestra poesía lírica, y con-viene estudiarlos reunidos para buscar en ellos elelemento horaciano que vamos persiguiendo.

Los padres y fautores del movimiento literario enGranada fueron, á lo que entiendo, D. Diego deMendoza en sus últimos años; Hernando de Acuña,que murió allí pleiteando la sucesión del conda-do de Buendía; Gregorio Silvestre, organista por-tugués, partidario en un principio de la escuelade Castillejo y cultivador al fin del endecasílabo,en el cual fijó la ley de los acentos; y el negro JuanLatino, señalado por su poema tm loor de D. Juande Austria. Pero el gran desarrollo de la llamadaescuela no tuvo lugar hasta íines del siglo XVI. Porentonces trabajaba el licenciado Juan de Arjona ensu excelente traducción de Estacio, que continuóGregorio Morillo, y entonces se escribieron la ma-yor parte de las composiciones líricas que en 160ÍSrecogió en las Flores de poetas ilustres Pedro deEspinosa. Recorriendo aquella curiosa colección,tropiézase muy luego con el nombre y obras delDr. Agustín de Tejada Paez, uno de los más valien-tes poetas de la escuela, notable por el número yaltisonancia, con frecuencia excesiva, de sus ver-sos. Tres de sus canciones (Á la Asunción, Á laDesembaeion de los santos de Granada, A la armadainvencible) son imitaciones del estilo de Herrera,mas otra de las escasas poesías suyas publicadaspor Espinosa pertenece al género moral de Hora-cio, cuyo estilo y pensamientos remeda con bastan-te felicidad, aunque no sin algunos rasgos de malgusto. Hablando del sabio, dice:

Vése.este tal entre salobres ondasQue al cielo so levantan,Y que en peñascos cóncavos quebrantan,En muerte envueltas, las arenas hondas,Mas su divino alientoCalma el mar, rinde el tiempo, enfrena el viento.

Vése este tal donde el furioso scita,Entre escarchada nieve,Sangre espumosa de cab'illos bebe,Y va ante él, aunque más su furia incita,Más seguro y constanteQue ante el ladrón desnudo caminante.

Y si por caso de su patrio muroEl contrario avasallaLa libertad, á fuerza de batalla.

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N.° 177 MENENDEZ PELAYO. LA POESÍA HÜRACIANA EN CASTILLA. 75

Entre el común despojo está seguro;Burla de su enemigo,Porque sus bienes llevará consigo.

Grande era en verdad el estro lírico del que acer-tó á expresar la constancia del sabio con esta so-berbia imagen:

Solo el sabio se ve firme y constanteEntre mudanzas tantas,Porque tiene firmísimas las plantasSobre duras columnas de diamante.

Esto vale tanto como el Mstum el tenacem. ElConstancio á quien va dedicada esta oda es el li-cenciado Andrés del Pozo, de quien se conservanmss. una oda A la noche y un poema Al elementodel agua.

Otras poesías de Tejada conozco, no insertas enLas flores de Espinosa, pero ninguna de ellas perte-nece al género horaciano.

Poeta de muy diverso temple fue Luis Martin óMartínez de la Plaza, cuyo renombre estriba princi-palmente en sus madrigales. Es recuerdo del Audi-oere Di mea vota, Lyce un soneto suyo, que prin-cipia:

Lidia, de tu avarienta hermosuraPide el tiempo enemigo larga cuenta...

A Gregorio Morillo pertenece una viva y donosasátira en tercetos lindamente versificada, y más delestilo de Horacio que del de Juveoal, á lo que en-tiendo.

No tengo á Juan de Morales por granadino: nacióá orillas del Bétis, según dice él mismo, pero nohay duda que pertenece á este grupo poético. Ensu oda al señor de Guadalcázar hay imitaciones ho-racianas. El Yixere fortes ante Agamemnona estáreproducido en estos versos:

No fue solo en el mundo Ayax valiente,Ni el valeroso Héctor el primeroQue murió peleando por su tierra;Mas éstos la divina voz de HorneroConserva en la memoria de la gente,Aunque breve sepulcro los encierra.Hombres hubo famosos en la guerraAntes de Agamenón

Ignoro también la patria de un ü. Fernando deGuzman, de quien anda en VAS Flores una oda algosemejante al Vides %l alta stet nwe candidum. Eltono de burlas que á veces forma el autor perjudi-ca al efecto de su composición.

Sumamente prosaica es una canción moral del

Dr. Andrés de Perea, compuesta á ejemplo del Bea-tus Ule:

¡Por cuan dichoso estadoAquél puede tenerseQue con pobre posada está contento...

Vicente Espinel merece señalado lugar en estecatálogo así por sus traducciones, de que en lugaroportuno queda hecha memoria, como por algunasde sus poesías líricas originales, especialmente laepístola Al Marqués de Peñafiel, en que ha sidomuy celebrada la descripción de un incendio y re-bato en la ciudad de los Alhamares.

El licenciado Luis Barahona de Soto, autor delcélebre poema Las lágrimas de Angélica, nació enLucena; pero residió gran parte de su vida en di-versos lugares del reino de'Granada, ejerciéndolamedicina. Hasta el siglo pasado permanecieron iné-ditas cuatro sátiras suyas en tercetos, que se es-tamparon, al fin, en el tomo IX del Parnaso Espa-ñol. Son de carácter bastante horaciano, en espe-cial la que censura varias necedades, y la endereza-da contra los malos poetas afectados y oscuros ensus poesías. No carecen de rasgos de ingenio, pero,en general, no pasan de medianas. Así en estascomo en otras poesías suyas, Barahona fue grandeimitador de Juan de la Cueva, cuyas obras suelenandar mezcladas con las suyas en los antiguos có-dices.

Poco me resta que decir de los poetas de la es-cuela granadina. Sus últimas glorias, Mieademéscuyy Pedro Soto de Rojas, rara vez fueron horádanos.Del segundo recuerdo una bella canción A la pri-mavera:

->La primavera hermosa,

ISella madre de flores,Viene esparciendo amoresCon mano generosa,Y el céfiro templadoCon dulce aliento solicita el prado...

Tampoco fue Horacio el favorito entre los vatescordobeses. Ni Pablo de Céspedes ni Juan Rufo leimitaron nunca do propósito. Carrillo de Sotoma-yor compuso dos canciones sobre el asendereadotema de la vuelta de la primavera, con ideas, enparte, horacianas, aunque el estilo diste muchodo parecerse al del lírico de Yenusa. Algunas delas poesías do Góngora, en su primera época, per-tenecen á la lírica clásica. Sirva de ejemplo la lindacanción

Corcilla temerosa,Cuando sacudir siente

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76 REVISTA EUROPEA. \ ft DE JULIO DE 1 8 7 7 . N.° 177

Al soberbio Aquilón con fuerza fieraLa verde selva umbrosa...

el soneto :

Ilustre y hermosísima María...

y la sátira en tercetos á la vida de la corte. Buscaren sus posteriores desvarios la huella horaciana,fuera excusado intento.

VI.

Valencia, donde aún duraba el eco de los senti-dos cantos de Ansias March y de las punzantes sá-tiras de Jaume Roig, dio albergue en el siglo XVIá una brillante escuela poética, de la cual fueronespléndido ornamento los Aldanas, Fernandez deHeredia, Ramírez Pagan, Timoneda, Gil Polo, Cris-tóbal de Virués, D. Alonso Girón de Rebolledo, Reyde Arlieda, el canónigo Tarraga, Aguilar, Guillende Castro y muchos otros. Las tendencias dramáti-cas de esta escuela sirven para distinguirla y ca-racterizarla entre las demás peninsulares, mas nohemos de estudiarla ahora en ese concepto. Lasreminiscencias de la poesía catalana contribuyen ádar color al grupo valentino, y la afición al cultivode la sátira fácil y ligera, manifiesta en el Cancio-nero de la Academia, de los Nocturnos, es otro delos rasgos más señalados de su fisonomía artística.Dicho se está que en la patria de los grandes hu-manistas Vives, Nuñez, Oliver, Falcon, HonoratoJuan, Vicente Marinér, tampoco habían de faltarimitadores de la lírica antigua. No fueron, con todo,muy numerosos. El capitán Francisco de Aldana, áquien algunos han supuesto tortosino, era hombrede altos pensamientos, pero versificador tan duro yescabroso que deja atrás á Boscán y á D. Diego deMendoza. Inclúyense en la primera parte de sus Poe-sías tres epístolas, una á su hermano Cosme, otra áGalanio, y la tercera á un amigo que no se nombra,imitaciones todas de las de Mendoza, y pertenecien-tes, por tanto, al género de Horacio. En la segundaparte se insertan unas octavas en loor de la vida re-tirada, reproducción de algunos pensamientos delVenusino.

Ningún poeta de Valencia sobrepujó á Gil Poloen amenidad y halago. Las poesías insertas en suDiana presentan algunas reminiscencias de Horacio.Tal acontece en las Rimas provenzales del libro I,por mas que los pensamientos allí expresados per-tenezcan también á otros poetas latinos como Vir-gilio y Tibulo, siendo además visible la influenciade Garei-Lasso y otros bucólicos nuestros. Sonmuy de notar las innovaciones métricas de Gil Polo.A él se deben, aparte de las Mimas proveníales, los

únicos alejandrinos que tal vez se compusieron du-rante el siglo XVI:

Ue flores matizadas se vista el verde prado,Retumbe el hueco bosque de voces deleitosas.Olor tengan más fino las coloradas rosas,Floridos ramos mueva el vienlo sosegado.

Pero volvamos á Horacio. Las epístolas de Cristó-bal de Viruós, y las liras de su hermano JerónimoA la libertad no son sobresalientes. No diré otrotanto de los Discursos, Epístolas y Epigramas fieArlemidoro, seudónimo de Micer Andrés Rey deArtieda, poeta más aragonés que valenciano, y casicomparable en su género á los hermanos Argenso-las. Fúndase sobre todo la celebridad de Rey deArtieda en su Epístola acerca de la comedia, de-chado de aticismo, discreción y fáciles versos. Noes su doctrina libre y revolucionaria como la deJuan de la Cueva, antes peca por rigorismo clási-co, censurando, aunque sin nombrarle, á Lope deVega:

Galeras vi una vez ir por el yermo,Y correr seis caballos por la postaDe la isla del Gozo hasta Palermo.

Poner dentro Vizcaya áFamagossa,Y junto de los Alpes Persia y Media,Y Alemania pintar larga y angosta.

Como estas cosas representa HerediaA pedimento de un amigo suyoQue en seis horas compone una comedia.

Ha sido muy celebrada la graciosa imagen de lospoetas que se levantan como las ranas,

Con el calor del gran señor de Délo.

No es menos feliz, en otro género, esta paráfrasisde unos versos griegos (referidos por Ateneo) enque se expone la enseñanza moral del teatro:

La gravedad que ha tener la dueña,La ley que ha de guardar firme y constanteEl hombre que su fe y palabra empeña,

Celo y amor del padre vigilante,De los hijos el miedo y el respetoQue han de guardar, teniéndole delante,

Del que es galán el término discreto,La vergüenza y valor de una doncellaCuando se mira en confusión y aprieto.

El fin de una justísima querella,La muerte arrebatada de un tiranoQue todo por su gusto lo atropella,

Esto enseña al discreto cortesano...

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177 MENENDEZ PELAYO. LA POESÍA HORACIANA EN CASULLA. 77

La teoría dramática de Artieda está compendiada¡n estos acicalados tercetos:

Es la comedia espejo de la vida,Su fin mostrar los vicios y virtudesPara vivir con orden y medida.

Remedio eficacísimo (no dudes)Para animar los varoniles pechosY enfrenar las ardientes juventudes,

Materia y forma son diversos hechosQue guían á felices casamientosPor caminos difíciles y estrechos,

0 al contrario placeres y contentosQue pasan como rápido torrenteY rematan en trágicos portentos.

En otras epístolas y sátiras suyas Artemidoro seinclinó ala imitación del Ariosto, según él mismoconfiesa en la dedicatoria de sus versos. Pasemos álos poetas aragoneses.

VIL

Nadie manifestó con tanta insistencia como losArgensolas el propósito de imitar al Horacio de lassátiras y de las epístolas. Quedaron, no obstante,á buena distancia de él,. aunque por cima de Boi-leau, diga lo que quiera el abate Marchena. Faltá-bales de cierto ligereza y travesura; solían apelma-zarse y caer en largas divagaciones; las (lechas desu sátira son pesadas más que agudas, van certeraspero suelen entretenerse en el camino, y si no yer-ran el golpe, pierden parto de su fuerza y hierendébilmente , menoscabándose así e! efecto final.La forma monótona del terceto, aunque maneja-da por ellos superiormente, contribuye al cansan-cio del lector, demostrando fatiga en el poeta mis-mo, que en ocasiones parece deseoso de acabar lasátira, y no encontrando medio y arrastrado por laintermitencia de la versificación, prosigue eslabo-nando tercetos. En Horacio no hay palabra quehuelgue: en los Argensolas hay muchas, y largospasajes, y digresiones eternas, que pueden sindificultad suprimirse. Horacio posee una variedadinagotable de asuntos y de medios artísticos. Laaparatosa severidad de los estoicos; la sensuali-dad de los epicúreos de baja estofa, personificadosen Caeio; el elogio de la frugalidad en boca de Ofe-lo; las diversas locuras de los hombres en el diálogocon Damasipo; la vanidad nobiliaria; el adulterio;los peligros de escribir sátiras; el ridículo altercadode Persio y Rupilio; las donosas relaciones del viajeá Brindis, y de la comida de Nasidieno; los hechizosde Sagana; las astucias de los capta-herencias; todoesto y mucho más aparece en las amenísimas sáti-ras del vate de Ofanto, rico museo de la sociedadromana en el siglo de Augusto. En cambio, los Ar-gensoias apenas encuentran asuntos en que ejerci-

tar su humor satírico, y rara vez salen de la entona-ción magistral y sentenciosa que desde el principiotoman. Pero esto es cuanto se ha dicho y puede de-cirse en reprensión suya: en lo demás, sólo mere-cen elogios. ¿Quién los igualó (con ser aragone-ses) en lo puro y castizo de nuestra dicción? ¿Nose les deben infinitas frases felices por lo aceradode la sentencia ó por la asociación oportuna de laspalabras? Aunque su estilo no tenga la originalidadni el nervio que ostentan las sátiras de Quevedo,¿cabe dudar que es de los más clásicos y mejor tra-bajados de nuestra lengua? El respeto y amor al arteque campean en los escritos de ambos Argensolas;lo acertado y á veces profundo de sus máximas; lasagacidad de sus observaciones de costumbres; elcolor local y de época, menos del que se apetecie-ra, pero grande al cabo; y sotu-e todo esto, el sa-bor clásico imperecedero, son bastantes á librar dalolvido esas preciadas joyas de la escuela arago-nesa.

Del secretario Lupercio se conservan una epístolay una sátira. La carta

Aquí donde en Afránio y en PetreyoA César se rindió la vez primeraLa no vencida suerte de Pompeyo...

es obra de sus mocedades, y fue compuesta en Lé-rida, como de ese terceto se deduce. Nótase en ellamás soltura y desaliño que en otros versos del poe-ta, y el tono es jovial y regocijado. Toca el satíricovarios asuntos, é invectiva principalmente á los pa-rásitos y aduladores:

Así se canonizan hoy los vicios,Y se compran y venden los favores,Y son los grandes príncipes propicios.

La sátira A la Marqnesilla es famosa, y se en-cuentra reproducida donde quiera. Ha sido, y conjusticia, una de las obras más encomiadas por nues-tros preceptistas y críticos al modo clásico. En es-tos elogios entra por mucho la delicadeza con queel secretario aragonés acertó á tratar una materiade suyo escabrosa, hasta el punto de que en su des-cripción de los enredos y trapacerías de Flora ape-nas hay pensamiento ni palabra ofensivos á los cas-tos oidos. Por otra parte, la sátira osténtase llenade vida y animación en sus pinturas, y aunque nadacorta (defecto común en los Argensolas), léese sindificultad, y se relee con agrado. No faltan alusio-nes contemporáneas; pero son muchos más los re-cuerdos clásicos. De Ovidio está tomado en sustan-cia, aunque con variantes que lo mejoran, el pasaje'célebre:

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78 REVISTA EUROPEA. 4 5 DE JÜUO DE 1 8 7 7 . N.° 177

Y cuando veas al triste que se ablandaLleguen el portugués con el joyero,Éste con oro. el otro con holanda...Atraviésase luógo Magdalena,Pide para chapines ó una toca,Y tu paje de lanza pide estrena...

En algunos trozos parece que el autor se propusoimitar la sátira de Juvenal contra las mujeres; peroni tiene sus declamaciones ni su amargura, ni pecaen desnudeces excesivas. El alma de la composi-ción es horaciana.

Sabido es que Jáuregui y Quevedo trataron elmismo argumento, el primero en la epístola

Bien pensarás ¡oh Lidia! engañadora...

y el segundo en la sátira

Pues más me quieres cuervo que no cisne...

Pero Jáuregui no tenía verdadero ingenio satíri-co, y en cuanto á Quevedo, que le poseyó en másalto grado que ningún poeta castellano, quedó allíinferior á Lupercio en igualdad, decencia y gusto,cuanto le supera en originalidad y brío.

Son ingeniosos y pertenecen á la sátira horacianalos tercetos leidos por Lupereio en la Academia Sel-vaje para explicar el nombre de Bárbaro que sumujer le había impuesto. Resplandece en ellos eldon de la brevedad, rara vez alcanzado.

Rica es la cosecha de sátiras y epístolas que noslegó Bartolomé Leonardo. Nueve, y todas de gran-de extensión, son las originales impresas.

Abre el catálogo la encabezada

¿Estos consejos das, Euterpe mia?Tu plática me deja de maneraQue no sé si te llore ó si me ria...

que recuerda los diálogos horaeianos con Trebacioy Davo. Euterpe aconseja al poeta que la abandoney procure por diversos medios acrecentar su ha-cienda y hacerse lugar en el mundo. Bartolomé pro-cura destruir sus argumentos, alegando la propiaincapacidad para los negocios de la vida, y lo vanoy perecedero ie las grandezas humanas, tesoro quese trasforma en carbones. Encierra esta sátira pa-sajes que demuestran una vez más contra ranciaspreocupaciones la libertad casi absoluta con que sehablaba y escribía de todo en la España de nuestrosmayores.

Argensola no teme decir:

Ni á Italia has de pasar por beneficios.Para darles asalto con la capa

De que son subrepticios ú obrepticios.Para engañarlo no verás al Papa,

Aunque te llame el golfo de Narbona, fTan pacífico en sí como en el mapa. i

Que si Micer Pandolfo trae corona *Y prebendado ha vuelto ya, Dios sabe ¡Cuál Simón le ayudó Mago ó Barjona. j

¿Qué dirán á esta y otras citas por el estilo los }que siempre sueñan con la intolerancia y el des¿¡o- ttismo'! |

Siguiendo la costumbre de Horacio, intercala Bar- |tolomé en sus sátiras cuentos y fábulas. En esta se [refiere el caso del labrador que pensó haber encon- ¡trado un tesoro. \

La segunda de dichas piezas, no en el orden ero- :

nológico,sino en el de las ediciones, es la epís-tola

Para ver acosar toros valientes...

dirigida á don Fernando de Borja, virey de Aragón.Como en obra de la madurez del poeta, el elementosatírico cede allí al moral y filosófico. La doctrinapúnese en boca de

Cierto bien entendido cortesano...

que no es otro que el gran conde de Lomos, enton-ces retirado de la corte, y en desgracia. De él es-cribe el Rector de Villahermosa:

Allí se ajusta bien con el modeloDel cuerdo labrador que pinta HoracioCon poética voz llamado Ofelo...

Mayor celebridad ha obtenido la sátira

Díeesme, Ñuño, que en la corte quieres...

brillante imitación de Juvenal en estilo y asunto.¡Cuánto supera á la insípida sátira de Boileau sobrelos inconvenientes de París! ¡Qué indignación tanverdadera y sostenida la de Argensola contra la de-pravación de costumbres! Lástima que largos con-sejos pedagógicos, acomodados en verdad al inten-to del poeta, entorpezcan y debiliten aquella briosacensura de la corte de los Felipes. La juventud no-ble, degenerada del alto ser de sus abuelos, es elprincipal blanco de las iras del canónigo aragonés.El pasaje relativo á las dueñas, autoridad y norte dela casa, y terceras de toda intriga amorosa, es laperfección del género. Nunca dio la sátira castella-na versos más nutridos, ni frases más vigorosas ypintorescas:

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N.° 177 MENENDEZ PELAYO. LA POESÍA HORACIANA EN CASTILLA. 79

El agraz virginal de las alumnas ¡En las prensas arroja, aún no maduro... I

La gravo auloridad de la moneda ¡Del áspero desdén nunca ofendidaPorque jamás oyó respuesta aceda...

La epístola

Con tu licencia, Fábio, hoy me retiro...

tiene el mismo asunto que la anterior, con leve di-ferencia. Pero el tono es diverso, y mucho más ho-raciano que juvenalesco. La descripción de su gran-ja y de los placeres sencillos que allí esperan alpoeta, así como el cuento de los dos ratones, es deHoracio.

Y vaya otra muestra del modo cómo escribíanen ciertas materias nuestros satíricos:

Y Crisófilo cauto con la tretaDel volador Simón la mitra agarraCon que después la indocta frente aprieta,

Para oprimir la Esposa como sierva.Dándole á César el peculio nuestro,Que sus ovejas él no las conserva

Sino por el vellón que les trasquila,Sin zelo de que rumien sal ni yerba.

El marqués de Cerralbo, joven de livianas costum-bres, decidido ya á mejorar de vida, escribió á Bar-tolomé Leonardo su propósito. Lo cual dio motivoal severo eensoi' para enderezarle la epístola

No te pienso pedir que me perdones...

manifestándole algunas dudas sobre la sinceridadde su conversión. Ha sido muy celebrada la fábulaEl águila y la golondrina, aunque prolija y afeadapor una impertinente enumeración de todas las avesque el poeta, conocía.

Para que no se me pueda hacer un cargo seme-jante, aligeraré esta noticia de !as sátiras y epístolasde Argensola. Dos de ellas versan sobre materias li-terarias

Yo quiero, mi Fernando, obedecerte...Don íuan, ya se me ha puesto en el cerbeio...

y son modelos horádanos. Allí compilen la sabidu-ría de los preceptos, la agudeza de la crítica, y losprimores de estilo y lengua. De Horacio está tomada,buena parle de la doctrina, pero diestramente reju-venecida. Lo que sintetiza las teorías literarias delautor son estos dos tercetos:

Por esa docta antigüedad escrita

Deja correr tu ingenio, y sin recelo,Conformo á tu elección, roba ó imita.

• Suelta después al voluntario vueloPomposa vela en golfo tan remotoUne no descubra sino mar y cielo.

Con esta libertad entendieron el principio do imi-tación casi todos nuestros clásicos. De la amenidady halago que ponía Argensola en la crítica literaria,dé muestra esta censura del estilo cortado y senten-cioso tan de moda en su siglo:

Mas quien al genio floreciente y vagoDe Séneca llamó cal sin arena,No probó los efectos de su halago.

No niego yo que de sentencias llenaLa agudeza sin límites congoja,Y al rigor con que hiere, nos condena:

Como la nube que granizo arrojaSobre esperanzas rústicas floridas,Que aquí destronca, y acullá deshoja,

Y al golpe de las recias avenidasMira el cultor su industria defraudada,Que yace entre las ramas esparcidas.

Con esta otra graciosa imagen pinta los efectosde lo que él llama estilo llano:

Como en invierno descender la nieveTan sosegada vemos, que al sentidoParece que ni baja ni se mueve;

Pero en valles y montes recibidoDe la candida lluvia el humor lentoLos cubre y fertiliza sin ruido...

Donde má#apareee la discordancia de estas epís-tolas con las que forman el Ejemplar poético de Juando la Cueva, es en lo relativo al teatro. Argensolaproclama el rigorismo clásico

Yo aquellas seis ficciones reverencio(¿Cómo que reverencio? que idolatro)Que en sus cinco actos desplegó Terencio...

Mas era partidario de la libertad del ingenio, yclaro lo prueba en este final de la primera epístola:

Y si algún Aristarco nos acusa,Sepa que los preceptos no guardadosCantarán alabanzas á mi Musa.

Que si sube más que ellos ciertos gradosPor obra de una fuga generosa,Contentos quedarán, y no agraviados.

Así habrás visto alguna Ninfa hermosaQue desprecia el ornato, ó lo moderaQuizá con negligencia artificiosa...

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80 REVISTA EUROPEA. 1 5 DE JULIO DE 1 8 7 7 . N.° 177

Con igual juicio satiriza el Rector de Villahermo-sa los centones de versos latinos, el amoroso dis-creteo de los petrarquistas, y otras enfermedadesliterarias de entonces. Apenas hay que escoger enestas epístolas: son oro puro y cendrado.

Más breves y de menor importancia me parecenlas dos cartas á Fernando de Soria Galvarro, yal príncipe de Esquiladle, contestaciones á otras delos mismos que van insertas entre las de nuestrodoctor. Ambos poetas pertenecen á su escuela: delsegundo hablaré en seguida. El primero, aunquesevillano, liama maestro suyo á Argensola, y sigueen aquella pieza, única suya que he leido, el estilode la escuela aragonesa. Bartolomé le apellida en sucontestación

La esperanza mayor del siglo nuestro...

Fáltame decir algo de los Argensolascomolírjcoslioracianos, género que cultivaron con monos amoré insistencia que el epistolar y satírico. Dejónos, sinembargo, Lupercio aquella su admirable canción áLa Esperanza, muy latina, aunque en estancias lar-gas, y otra de carácter no menos lírico:

Estas sierras vecinasDe nieve están vestidasMás que en la Scitia suele estar helada...

Bartolomé Leonardo se acordó de Francisco de laTorre, al escribir las liras

Filis, naturalezaPide la ostentación y los colores...

Del Rector de Villahermosa es también una me-diana oda moral

Quien vive con prudenciaEn el bien y en el mal guarda templanza...

D. Esténan Manuel de Villegas, en quien lucharonsiempre las tendencias clásicas con el ingenio des-igual, revoltoso y dado á extravagancias, acertóá veces con la lírica antigua, especialmente en lasabida oda Al Céfiro, y en otra también sáfteo-adónica, A la Paloma, en que los pensamientos sonde Anacreonte, aunque la forma es eólica ú hora-ciana. A él se debe la perfección del sáfico, y elhaber fijado sus acentos en cuarta y oclava, reglaseguida por los líricos posteriores. Entre las Odasdel primer libro de sus Eróticas, haylas muy hora-rianas en el pensamiento y aun en la concisiónlírica, pero afeadas siempre con rasgos de pésimogusto. ¿Quién esperaría leer en una imitación del•fam satis terris estas monstruosidades:

Cuajaba el torbellinoSierpes de indignación en ambos senos...Tanto que allí el VesubioTemió sin Pirra universal diluvio.

En las composiciones eróticas anda más feliz Vi-llegas. La oda

Antes que llegues con tus años, Lida,Á la vejez cansada...

laque comienza

Aunque enseñada al bárbaro ruidoDel Tánais extranjero...

imitación del Extremum Tatiaim si liberes, la di-rigida A Brasildica, y alguna más, sobrado epicúreaen el pensamiento, merecen, ser leidas. La sátiraA la mujer de Eurito fuera también apreciable, siel imitador no hubiese ido en desenvoltura y licen-cia más allá del texto que remedaba. Pero la máscelebrada de esta colección de odas ha sido la com-puesta en loor de Garci-Lasso.

Si al apacible vientoEterno huésped de este prado umbrío...

por más que, á mi juicio, la superen en correccióny gusto la encabezada

Yo pensó, luces bellas,Llegar con mí esperanza á vuestra cumbre...

y aun alguna-otra de las anteriormente nombradas.No sé por qué Villegas, tan entendido en letras

clásicas, llama Elegías á las trece composiciones entercetos que forman el libro I de la segunda partede sus Eróticas. Fuera de la 2.", 10.a, 11." y 12.", lasrestantes son epístolas y sátiras. Una de ellas,

Así, Bartolomé, cuando camines...

es célebre por sus invectivas á Lope-de Vega y Cer-vantes. Mas no carece de gracia y donosura, ni espara despreciada su doctrina, ni pequeño su interéscomo documento crítico.

Curiosas me parecen asimismo las restantes, aun-que ninguna pueda presentarse como dechado.Grima da ver á Villegas ensalzar en hinchados yretumbantes metros el absurdo Faetonte del condede Villamediana:

Ya suenan por acá los estallidosDe tu precipitado carreteroA numerosos versos reducido...

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N.° 177 D. NOLEN. KANT Y LA FILOSOFÍA DEL SIGLO XIX. 81

¿Quién, quién de aquesta bóveda vacía,Que nos sirve de mitra á los moríalesHiciera plenitud de melodía...

Pero descansa el ánimo de tales desatinos aloir al poeta najerano repetir, con algunas insu-fribles afectaciones es verdad, la epístola de Hora-cio á Lolio sobre Hornero, ó narrar discretamentesus amores, ó conversar con su amigo D. Juan ennoche de invierno. Se conservan tres sátiras de Vi-llegas no coleccionadas y bastante mejores que estasepístolas. Dos de ellas se estamparon en el tomo 11del Parnaso Español. Encamínase la primera á cen-surar el estilo culto, y es la otra un diálogo entre elautor y un amigo consejero, á semejanza de la 1."del libro II de Horacio.

En suma, aunque Villegas no debe el alto puestoque en nuestro Parnaso ocupa a sus odas y sátiras,sino á sus cantilenas y anacreónticas, debe figu-rar honrosamente entre los cultivadores de la líricahoraciana, tiene la gloria de haber perfeccionado laestrofa sáfica, y siguió, aunque con desigual paso,las huellas do los Argcnsolas en la sátira y en laepístola. Encierran ¡as suyas liarías aberraciones yoscuridades para que no sean leídas ni anden enboca de las gentes; pero estudíelas el curioso, y deíijo hallará algo que le aproveche.

No hemos de negar un recuerdo al príncipe deEsquiladle, poeta menos genial que Villegas, peromás correcto, y discípulo como él do BartoloméLeonardo de Argensola. Diez son sus Cartas en ter-cetos. En la primera reproduce, con menos nervio,las diatribas de su maestro contra la vida de lacorte. La segunda es De re litteraria en su primeraparte, y de alabanzas de la vida del campo en laúltima. Tampoco los argumentos de las domas ofre-cen novedad grande ni la ejecución méritos particu-lares, como no sea ¡una pureza de estilo desusadaen su tiempo. Algunas de sus canciones son untanto horacianas, sobre todo las que empiezan:

Clóris, alegre el añoRompió á sus días la prisión molesta...Estas flores, Belisa,Que advierten su peligro á tu hermosura...

Entrambas pertenecen á la escuela de Franciscode la Torre.

KANT Y LA FILOSOFÍA DEL SIGLO XIX.

M. MENENDEZ PELAYO.

(Continuará.)

(Conclusión.) *

En Alemania,, los representantes da las antiguasescuelas intentan rejuvenecer su idealismo, dejandoá un lado las teorías arriesgadas do la filosofía dela naturaleza y prestando más atención á la ense-ñanza de la experiencia. El recuerdo de las temeri-dades metafísicas de los teóricos del Absoluto estáaún demasiado vivo para qae sus esfuerzos alcancende nuevo el favor del público. Los que por profe-sión ó por gusto ejercitan todavía cierta actividadfilosófica, la consagran de mejor grado á las inda-gaciones de la historia que á las novedades de lateoría.

La atención general se fija por completo en lasciencias de la naturaleza. Los progresos de la quí-mica orgánica, de la teoría mecánica de las fuerzasnaturales; los de la fisiología y la anatomía compa-radas; los maravillosos descubrimientos que el mi-croscopio y el análisis espectral multiplican en elmundo de lo infinitamente pequeño, lo mismo queen el de lo infinitamente grande; el desarrollo deuna ciencia nueva, la psicología fisiológica; lasinesperadas conquistas de la lengüística y de la fi-lología, excitan y concentran únicamente en las in-dagaciones de la ciencia la curiosidad, la simpatíay los esfuerzos do las inteligencias.

Los sabios no tienen tiempo de pensar en la filo-sofía, ó si se ocupan de ella es para adoptar la delos métodos que más se aproximan á los suyos, laque pueden comprender con menos esfuerzos, y laque, por consiguiente, les distrae lo menos posiblede los t?abajos especiales de su profesión.

Por esto el positivismo y el materialismo reclutansin cesar nuevos partidarios. Los libros.de Moles-chott y de Büchner acaban de proporcionar á losespíritus ardientesel elemento filosófico que desean,y los de M. Littré á los comedidos.

Replicando á un manifiesto imprudente del fisió-logo Wagner, en la reunión de los naturalistas deGoltingan en 1855, la escuela materialista afirmóatrevidamente sus principios en una serie de folle-tos, de artículos, destinados á la popularidad. Alapasionado manifiesto de Vogt, La fe del hombresencillo y la ciencia, á las Cartas fisiológicas deMoleschott (1852) sucede el libro de Büchner,Fuerza y materia (1885), que llega á ser como laBiblia del materialismo, y cuyo éxito atestiguanmultiplicadas ediciones y traducciones numerosas.

El genio dogmático de Alemania, al que la expe-riencia de los excesos y la esterilidad del dogma-

Véay<3 el uúiuefu anterior,

I OJIO X.

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REVISTA EUBOPKA. 1 5 DE JULIO DE 1 8 7 7 . N.° 177

tismo idealista no podía impedir que se entregase áun dogmatismo contrario, el del materialismo,acepta los nuevos oráculos con la misma confianzaque había demostrado á los antiguos.

La materia es, para los discípulos de Büehner, elprincipio supremo y último de la realidad; las leyesdel mecanismo material bastan para la universalexplicación. La vida, el pensamiento, no son yamás que formas del movimiento, el cual se trasfor-ma incesantemente, pero sin dejar de ser el mismoen su cantidad bajo la movilidad de sus modifica-ciones. Y no se manifiesta ningún escrúpulo en re-petir la frase de Broussais: «El pensamiento es unasecreción del cerebro.»

En Francia los positivistas se ven protegidos con-tra tales excesos por la circunspección del geniofrancés; pero sienten por ¡os problemas extraños ála ciencia y á sus métodos una indiferencia que per-judica á las necesidades de la inteligencia y del co-razón. Si abandonan ias aventuradas teorías de Au-gusto Comtc sobro la religión y la política, sólo dansatisfacción, como los malerialistaa, á las exigen-cias especiales, á las necesidades restringidas de!espíritu científico; como si fuera de las certezas fun-dadas en el cálculo y la experiencia no hubieseotras, según dice Pascal, que se apoyan en el cora-zón y en ia conciencia.

En una palabra, ni Uüeliner ni Liltró se preocupanmás que Feuerbaeh ó que Comtc de determinar cuáles el papel del espíritu, cuáles sus títulos en eldescubrimiento de la verdad científica.

Los materialistas hablan de la materia sin definir-la; los positivistas no ven que1 las ideas de fenóme-nos y de leyes, como las de materia y de fuerza,son nociones complejas,'y que la lógica exige im-periosamente que las hiladas de toda construcciónsistemática sean severamente verificadas y resistan¡a crítica del análisis y de la duda filosófica.

No tardaron en comprenderlo así los espíritus se-rios cuando las diversas escuelas realistas hubieronhecho triunfar defmitivaiifentc la causa que antetodo se trataba de defender, la del método experi-menta!, la del mecanismo físico. Después que el de-recho de la ciencia fue cumplidamente reconocidoy el campo de la investigación científica desemba-razado por completo de las hipótesis y de las sutile-zas de la imaginación metafísica, se preguntaba silas doctrinas nuevas daban realmente al espíritutodo lo que le ofrecían, y si la opinión moderna nose exponía á pagar las conquistas de la filosofía rea-lista con la perdida de los bienes no menos precio-sos que el antiguo idealismo le aseguraba.

Un talento distinguido se hizo en Francia el in-térprele de aquella disposición de las inteligencias:el filósofo de Montpellier, Carlos Renouvier, quedebutó con el estudio de las ciencias matemáticas

y la del cartesianismo. En esta doble escuela apren-dió bien pronto á separar la verdad que explica eléxito del materialismo y del positivismo, del erroren que se revela su insuficiencia. Ni una cosa niotra le parecían más que inevitables reivindicacio-nes de los derechos desconocidos de la ciencia, yvio sin pesar que ninguna de las dos sabían hallaren el espíritu el principio supremo de que la cien-cia se deriva. Se distinguen en hacer resaltar, unalos límites del conocimiento humano, y la otra ladependencia en que el mecanismo universal colocaal hombre respecto á la naturaleza; pero sólo justi-fican la primera mitad de la frase do Pascal; «Si elhombre se eleva, yo le hago descender; si se humi-lla, yo le elevo.» La inteligencia de Renouviery suconciencia de moralista buscaron, sin vacilar, en laenseñanza de Kant la doblo satisfacción que recla-maban; y, por primera vez acaso en Frarreia, la filo-sofía crítica encontró un intérprete celoso y capazde comprenderla.

No hacemos aquí mas que comentar los elocuen-tes y profundos juicios que uno de los maestros dela filosofía universitaria, M. Ravaisson, formuló en1867 en su notable memoria sobre el Estado de laFilosofía en Francia.

Ai misino tiempo que la filosofía de Kant inspirabaias críticas dirigidas por la pequeña, pero animosaescuela de Uenouvier contra el realismo intempe-rante de los positivistas y los materialistas, tampocoera extraña á las tentativas igualmente notablesque, bajo distintas banderas, hacían Vacherot, Re-nán y Pablo Janet contra el común enemigo. Peroacaso se crea que lo que falta á estas refutaciones,lo que ha hecho incierto el éxito, es que el espíritude Kant no se reflejó en ellas mas que de un modoincompleto. Aunque así sea, los principios de Kantson los opuestos victoriosamente á los principiosrealistas en los libros de esos nuevos intérpretes,más ó menos fieles, más ó menos conscientes, de lafilosofía crítica.

Por otra parte, los mismos positivistas y materia-listas empiezan á sentir y reconocer la insuficienciade sus propios principios. Stuart Mili llega, por elanálisis del conocimiento y discutiéndolas teoríaslógicas de Hamilton, á formular proposiciones queel positivismo de su escuela desaprueba expresa-mente y que se separan bien poco del idealismokantiano. Sostiene que la idea de la materia no esmás que la ¡dea de una posibilidad de sensaciones, óque la idea de espacio no es en el fondo más queuna idea de tiempo. Y Bain no vacila en unirse á élpara combatir sobre este punto el realismo intrata-ble de Spencer.

A estas declaraciones que el progreso de la re-flexión arranca á los más ¡lustres positivistas, res-ponden en Alemania las protestas que el materia-

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lismo insolente de Biichner provoca en las filas delos mismos materialistas. No conocemos nada másinstructivo, bajo el punto de vista de la cuestiónque nos ocupa, que el espectáculo de dos hombreseminentes por su talento y erudición, Czolbe y Ve-berweg, á quienes ¡a reacción general de su tiempoeontra el abuso de las abstracciones había ido ale-jando del idealismo hasta arrojarlos en brazos delmás decidido materialismo, pero á los que el análi-sis de las leyes del conocimiento condujo gradual-mente á una especie de idealismo crítico, mostrán-doles la imposibilidad de explicar el pensamientopor el movimiento.

No ofreceríamos, sin embargo, más que un bos •quejo incompleto de la profunda reacción que, de1855 á 1865, siguió á las exageraciones de las es-cuelas realistas, y quo recuerda en sentido contra-rio la que anteriormente habían producido los ex-cesos del idealismo, si olvidáramos describir lanueva actitud de los mismos sabios. En Francia,Claudio Bernard en su bella introducción al estudiode la medicina experimental y Beiiholot en una cé-lebre carta que dirigió á Renán; en Inglaterra, el fí-sico Tyndail y el naturalista Wallacc; y en Alemania,el fisiólogo Helmholtz y el astrónomo Zoedner, re-chazan con ostenlosa unanimidad las pretensionesdogmáticas del materialismo contemporáneo, sinconformarse tampoco con las reservas cscéptieasdel positivismo. La opinión do todos esos hombresconsagrados á la ciencia, es que el espíritu tieneotras exigencias que las que satisface la ciencia fí-sica, y que la materia ni da cuenta del pensamientoni la puede dar de sí misma. Y, sin embargo, laciencia acababa de confirmar de un modo brillante,con inesperadas conquistas, la autoridad do sus mé-todos. Los trabajos de la escuela de Darwin pare-cían demostrar que todo puede explicarse mecáni-camente, es decir, por la sola virtud do ¡as fuerzasnaturales y sin intervención de ninguna potencia di-rectora, y que tanto la evolución de las especies vi-vientes como la trasformacion progresiva de lasfuerzas físicas, se debe exclusivamente á la acciónde un mecanismo universal. La gran fase de Descar-tes parecía estar definitivamente justificada: «Lanaturaleza es un vasto mecanismo; la ciencia unamatemática universal.»

Pero los sabios cuyos nombres acabamos de ci-tar vuelven en cierto modo á la doctrina de Kant,que no hace más que profundizar y extender la deDescartes, de que si la ciencia experimental, laciencia de la naturaleza no es posible sino á con-dición de que se sometan los fenómenos á lasleyes de la necesidad mecánica, el espíritu, en sulibertad, es superior á esas leyes, y sus unes sondistintos y más elevados que los de la naturaleza.Y esta es la enseñanza común de todas las filoso-

fías verdaderamente dignas de tal nombre. Kant,á nuestros ojos, no aventaja á Descartes ó Leibnitzmas que en haber venido después y haber podidocontar para su obra con el caudal de verdades quele habían legado aquellos grandes pensadores.

En la época á que hemos llegado, después queel idealismo y el realismo, ó la metafísica y la cien-cia, han pasado los dos primeros tercios del sigloentre impotentes pretensiones y apasionadas lu-chas, justificando las palabras de Schiller de: «¡Fi-lósofos y sabios, que la discordia reine entre vos-otros! El dia de vuestra conformidad aún no ha lle-gado. Dividiendo vuestros esfuerzos en el estudioes como llegareis á descubrir la verdad,» pareceque el período final debe ser el de la reconcilia-»cion y que se halla en vísperas de firmarse un tra-tado de paz, sobro la base de los principios formu-lados por la filosofía crítica.

El que á nuestro juicio ha tenido la convicciónmás profunda de que había llegado el momento dela unión, es el filósofo aloman Lange, en su nota-ble Historia del materialismo, cuya primera edi-ción es do -1866 y la segunda de 1874. Corno Kant,da su parle respectiva á la metafísica y á la ciencia,al espíritu y á la materia, á la poesía y á la reali-dad, al senlimiento y á ia demostración.

Lejos de ver uu peligro para su idealismo en elprogreso de los estudios físicos, los considera pro-vechosos; celebra resueltamente sus más recien-tes descubrimientos, sus resultados más alarman-tes para un esplritualismo tímido; y demuestra elo-cuentemente que las conquistas de la ciencia noson, después de todo, más que el instrumento ne-cesario para la realización de los fines superioresdel eá|iírM{

Dos años más tarde, un filósofo francés intenta-ba demostnr en una ingeniosa Memoria sobre elEstado de la filosofía en Francia, que el movimien-to de la filosofía y de la ciencia francesas en el si-glo XIX. no es más que una sorda evolución haciael advenimiento de un esplritualismo más profundoy más extenso.

El idealismo do Bcrkeley, ¿no ofrece con fre-cuencia el carácter del idealismo de Kanl?

Desde hace diez años parece que la critica deKant ha llegado á ser el estudio constante y comúnde las inteligencias filosóficas.

Uno de los maestros de la ciencia alemana, elfisiólogo Wundt, ¿no acaba de proclamar solemne-mente en Zurich y en Leipzig que Kant es incontes-tablemente entre los filósofos modernos el que haejercido en las ciencias particulares, y sobre todoen la ciencia do la naturaleza, la influencia másduradera y profunda? Dubois-Reymond, Max-Müiler,Helmholtz, se complacen en hacer iguales declara-ciones.

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84 REVISTA EUROPEA. 4 5 DE JULIO DE 1 8 7 7 . N.° 177

Por todas partes se emprende en Alemania el es-tudio de la filosofía crítica. Una infinidad de sabiosy de pacientes intérpretes se dedican á poner enclaro el verdadero sentido de las doctrinas críticas,& explicarlas, á justificarlas por los recientes descu-brimientos de ¡as ciencias. Unos analizan los prin-cipios de su mecanismo conciüándolos fácilmentecon las últimas teorías de la física moderna. Otrosestablecen que su teología no contraría en nada álas concepciones esenciales de la doctrina de laevolución, y que Haeckel ha hecho mal en colocará Kant entre los adversarios del darvvinismo. Sointenta probar que su psicología supera en muchospuntos, sin contradecir en ninguno do una manera•irremediable, las nuevas enseñanzas déla psicologíafisiológica.

La historia del desarrollo histórico de su doctrinano es objeto de trabajos menos interesantes. Seprocura determinar con exactitud la parte que cor-responde á las filosofías anteriores ó contemporá-neas en la formación de su propia doctrina; descar-tando cuidadosamente la influencia que su edu-cación pietista, su admiración por Rousseau, elestudio de las ciencias y la lectura de Nevvtonejercieron en la dirección de sus ideas.

En Inglaterra, un fisiólogo y psicólogo eminente,Jorge Lewes, tanto en su Historia de la filosofía,como en una reciente obra sobre los Problemas dela vida y del espíritu, concede una atención espe-cial y un valor extraordinario á las teorías de Kantsobre el conocimiento. Y e! mismo Spencer, quepretende refutar con la doctrina empírica de la evo-lución las ideas a priori de Kant, se aproxima sin-gularmente al filósofo á quien cree combatir por suteoría de lo desconocido, y como él Wstinguo elmundo de los fenómenos y el de los números.

Este marcado interés por la filosofía crítica se hacomunicado á la mayor parto de los pensadoresfranceses. Al mismo tiempo que la pequeña escuelade M. Renouvier prosigue su oscura, pero eficazpropaganda, la filosofía de Kant se esparce gradual-mente y tiende á predominar en la enseñanza pú-blica. Va no se lo hace responsable de los erroresde sus primeros intérpretes. Obtiene la misma im-parcialidad respetuosa y simpática que se concedeá las concepciones veneradas de la sabiduría anti.gua. Se considera áKant como un clásico, lo mismoque á Aristóteles ó Platón. El estudio directo y pro-fundo del texto de Kant ha sido durante muchosaños objeto de la enseñanza filosófica en la Sobor-na, sin que las dificultades de la interpretación, laextravagancia y la sutileza do las doctrinas, hayanquitado nada al celo del comentador ni á la bené-vola atención del auditorio. Al mismo tiempo, en laescuela normal, un filósofo distinguido aclaraba lasoscuridades demasiado frecuentes de la obra de

Kant, demostrando que la filosofía francesa no estácondenada, como en el extranjero se cree y comonuestra pereza ó nuestra indiferencia da motivospara suponer, á entretenerse en la superficie de losproblemas y á posponer la lucidez á la trivialidad.

Al considerar fundada en la interpretación deKant la revolución filosófica de estos últimos treintaaños, únicamente tratamos de determinar la direc-ción general, más ó menos disimulada por el com-plicado detalle de los movimientos aparentes, queha seguido la actividad filosófica de la opinión con-temporánea.

Y no se crea que esta vuelta á la doctrina críticasea un movimiento retrógrado. No es solamenteuna obra de reconstrucción histórica que se realizapor el múltiple trabajo de diferentes capacidades:el progreso entóneos sería ficticio. Del mismo modoque las concepciones idealistas de Kant resucitanprofundizadas, engrandecidas, notablemente enri-quecidas en la obra de sus primeros intérpretes,así en ¡os modernos los principios de su mecanismohan obtenido confirmaciones ó correcciones ines-peradas. Han aprovechado los progresos realizadospor las ciencias positivas, utilizando lo mismo lasteorías de Mayor ó de Grove que las de Darwin ó deHaeckel; tanto los análisis de la fisiología psicoló-gica, como los trabajos de la antropología. De estasuerte, todas las ciencias vienen, como afluentesinesperados, á engrosar la corriente de la filosofíacrítica, y los esfuerzos de los más diferentes talen-tos se dirigen hoy á vulgarizarla, á facilitar su es-tudio.

Esta rara fortuna de ser invocado por las másdistintas inteligencias, la debe Kant, no vacilamosen decirlo, á riesgo de emitir una paradoja, á quees, más que ningún otro, un genio cosmopolita. Loque hay en él de más alemán son sus hábitos y susdefectos de escritor; su lenguaje oscuro y compli-cado; su afición completamente escolástica al for-malismo abstracto de las divisiones y do las clasifi-caciones artificiales. Poro por su profundo respeto áDescartes; su decidido gusto por nuestros escrito-res, y especialmente por Rousseau; su viva simpatíapor los principios de la revolución francesa, y mástodavía acaso por su-mesurado carácter, enemigode quimeras metafísicas, se halla más cerca do nos-otros que ningún genio extranjero.

La Inglaterra á su vez también puede considerarcomo suyo á quien tanto debe al estudio de sus fí-"sicos y su:; filósofos; á quien sólo David Hume sacódel sueño dogmático en que enervaba su inteligen-cia; á quien por la firmeza de su sentido práctico, laelevación moral de su carácter, y su inflexible se-paración del dominio de la creencia y el científico,responde mejor á las disposiciones tradicionales delgenio inglés, que casi siempre so muestra resuelto

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N.°177 J . 0LMED1LLA. LA POPULARIDAD DE LA HIGIENE. 85

á no dejar que las novedades temerarias de la cien-cia penetren en el dominio sagrado ó inviolable dela conciencia. Enrique Heino ha podido decir que elpanteísmo os la religión latente de Alemania, l'oroKant es uno de los pocos pensadores do su país áquien nn grano de buen sentido francés y casi vol-teriano (como atestigua un curioso folleto sobrólasvisiones de los alucinados comparadas con las delos metafísicos), y la influencia del espíritu prácticoy experimental de los ingleses, han protegido con-tra las ilusiones de la teosofía ó impedido extra-viarse en las teorías sin freno del panteísmo.

En este supuesto, podemos estudiarte sin temernada por nuestro espíritu francés, cuyas cualidadesnativas son, como dojMa muy bien uno de los maes-tros de la juventud, «un patrimonio de la nación,»y sin comprometer nuestro buen sentido ni nuestranatural predilección por la claridad.

I).

LA POPULARIDAD DE LA HIGIENE.

Si á toda hora excita nuestra habitual curiosidadtodo acontecimiento político y social, siquieraofrezca proporciones exiguas en la tumultuosa vidado los pueblos, ¿cuánto más no debiera dirigirsenuestra infatigable ansia do novedades hacia otroshorizontes donde tienen lugar tranquilos sucesosy en cuyo sereno cielo no se fraguan amenazadorastempestades? No es mil veces más placentera lacontemplación de los dulces encantos que la Natu-raleza nos ofrece, cual floridísimo jardín por cuida-dosa mano cultivado, y donde multitud de vistosasflores nos recrean con sus innumerables matices, alpar que embalsaman de aroma deleitoso el ambien-te puro que las rodea? Nadie podrá poner en dudaque el estudio de la naturaleza puede conducir-nos al conocimiento de la conservación de la vida.Lu idea de prolongar la existencia es innata en elhombre, por más que en el camino del mundo sehallen más espinas que llores; pero el hombre noprocura adquirir el necesario caudal de ¡deas quepuede proporcionarlo los medios de alcanzar elideal de sus placenteros y dulcísimos ensueños.Abramos el libro de la historia donde se hallan lashuellas de pasadas generaciones, y veremos laselocuentes máximas del gran legislador del pueblohebreo, que armonizando la religión con la higiene,consigna importantes preceptos que sirvan de nor-ma para la conservación de la vida en su estado dolozanía y perfección.

Las ideas de los filósofos griegos fueron abrien-do más tarde extensos horizontes á la ciencia; las

costumbres del pueblo romano, de memoria impe-recedera; las preciosas máximas que vinieron enpos del cristianismo; el cúmulo de consejos de losmédicos árabes; el benéfico fulgor de la época delRenacimiento, y los multiplicados descubrimientosde los posteriores siglos, basta llegar á nuestrosdias, por todas parles hallamos monumentos que átoda hora confirmen él sin igual valor dado al cono-cimiento de los medios do conservar la salud.

Kfeotivamento, el aire que respiramos, y que enforma de- huracanes arrolla los edificios, ó cuasuavísimo céfiro riza la superficie de las aguas; losalimentos que encienden en nuestra organizaciónla hoguera do la vida; los vestidos que cubrennuestro cuerpo, y los pensamientos que agitan nues-tro espíritu, han de organizarse sujetándose á lasreglas de la ciencia, á las que no debiera ser extra-ño nadie que se juzgo digno de vivir y disfrutar dela armonía social.

El aire, (luido en el que nos hallamos sumergi-dos, consta principalmente do dos sustancias: unaque representa la vida, llamada oxigeno; otra queapaga y regulariza admirablemente sus efectos,llamada nitrógeno; ambas en cantidades fijas. Ade-más hay agua en vapor, ácido carbónico y sustan-cias orgánicas, pero esto en variables y accidenta-les proporciones. Todo aquello que tienda á dismi-nuir el elemento de vida (oxígeno), es un enemigoal que hay que combatir enérgicamente, porque sehalla en oposición con la imperiosa necesidad denuestra sangre, que do una manera despótica exigeá los pulmones un aire vivificante y puro.

Por eso las llores, que nos encantan en el cam-po, son mortífero veneno al lado de nuestro lechocolocadas; el fuego del carbón, que nos da el calorque el crudo ambiente nos niega, exhala un gasque no taKfc en producir gravísimo perjuicio en-cerrado en nuestro gabinete; la reunión de multitudde personas que á un espectáculo concurren, jun-tamente con las luces que iluminan la estancia, estambién otro enemigo do nuestra salud, y más ómenos pronto contribuye á producir en ella efectosperniciosísimos, y lo es también la proximidad á si-tios pantanosos, y la de algunas fábricas que, si bienson elemento poderoso de la vida social, eorazo-nes de la industria que maravilla con sus progre-sos, lanzan á la atmósfera vapores' que ofrecen ries-go gravísimo cuando se aspiran.

Ofrécenos la historia, en sus instructivas páginas,el caso de haber sido en la India inglesa encerra-dos 116 prisioneros de-guerra en oscuro y pequeñí-simo calabozo, de 20 pies cuadrados, donde el be-néfico airo llegaba á los abrasados pechos de aque-llos infelices por dos diminutas ventanas abiertasen galería estrecha. No tardaron en experimentarardorosa sed y fatiga extraordinaria, y después de

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86 REVISTA EUROPEA. 1 5 DE JULIO DE 1 8 7 7 . N." 177

algunas horas de terrible lucha, desesperado com-bate para procurarse por todo medio aire con querespirar, como fue el despojarse de sus vestiduras,arrodillarse todos y simultáneamente levantarsatrascurridos intantes breves, etc., vieron sus ver-dugos, cuando las puertas do la prisión so abrieron,que habían convertido el calabozo en tumba de casitodos aquellos desgraciados.

Mas no es solamente peligroso el aire por la des-proporción en que sus componentes se hallen, sinoque ejerce notabilísima influencia en la salud lapresión á que se encuentra sometido, ó lo que eslo mismo, la altura á que nos encontramos. En lasorillas del mar no se respira igu^l cantidad de aireque en las nevadas cimas de los Andes, gigantescoronas de la meridional América. El mareo llama-do de las montañas, y otros varios efectos de másconsideración, son resultado de la diversa presióndel airo.

Los alimentos que nos dan la vida pueden sercausa de profundas alteraciones en la salud y á ve-ces de la muerte. Los cambios ó modificacionesquímicas que experimentan las sustancias alimenti-cias por la acción de la temperatura, del aire y de lahumedad, así como de las vasijas en que se preparanó colocan, son otros tantos enemigos que, ocultosen ocasiones bajo espesa y negra sombra, nos hie-ren traidoramente. Necesario es que conozcamoslos perjuicios de la conservación ó preparación deviandas determinadas en vasijas de cobre ó de latón,ó de barro barnizadas con un mineral de plomo, ósustancias, en fin, como algunos vegetales que,parecidos á los que sirven de alimento, son el puñalque traidoramente penetra en nuestras entrañas.Así es que las ideas suministradas por las cienciasnaturales y físicas son indispensables para el cuida-do de nuestra vida; sin que podamos dispensarnosde cumplir sus rigorosos y benéficos preceptos.

Y si ya no es el acaso, sino la perversión ó malafe las que intervienen en las condiciones funestasdel alimento, debemos redoblar los medios preven-tivos para evitar la consumación riel crimen, quede tal debe calificarse una sofisticacion cuyos re-sultados pueden ser tan desastrosos. La imitacióndel sabor, color y peso de los alimentos de primeranecesidad, la introducción en ellos de extrañoscuerpos, es más frecuente de lo que parece, en per-juicio notabilísimo de la salud pública. Así es queel estudio de los medios que la ciencia química nosproporciona para reconoce." esas sustancias altera-das 6 adulteradas, es indispensable. ¡Loor á la cien-cia de Lavoisier y de Berzeiius, que tantos y tangrandes servicios presta á la sociedad, contribu-yendo á la investigación de los delitos, al par quenos suministra heroicos remedios con <iue combatirnuestras dolencias!

Todos los alimentos de más uso, sometidos & lainspección química, nos revelan inmediatamente síla mano del adulterador ha osado llegar hasta ellos.

El estudio de los vestidos ofrece también parti-cularidades dignas de consideración por parte delque desea estar conforme con los preceptos de laciencia. La moda, que no tan sólo se halla muchasveces reñida con las leyes generales del buengusto, sino también, y esto es lo más sensible, conlas ideas científicas, impone su tiránico yugo, milveces más despótico que las más inexorables le-yes, yugo que establece por castigo el ridículo,arma punzante y venenosa cuya sola idea nos llenade espanto. Fijémonos en las voces de la ciencia;desoigamos los clamores gárrulos de la muchedum-bre indocta, y tengamos el valor suficiente para ar-rostrar la contrariedad de la opinión general, siesta, por acaso, se encuentra extraviada.

Por último, se ocupa la higiene hasta de nues-tros pensamientos. Conoce el humano corazón ysigue sus inclinaciones para' aspirar el suavísimoaroma de sus dulzuras y dichas, ó para llorar conél sus aciagas desventuras. Las pasiones se apo-deran muchas veces hasta de la voluntad, condu-ciendo al precipicio del crimen y á enfermedadesfísicas y morales, para las que da remedio la hi-giene, atravesándose en la vertiginosa carrera delque marcha impelido por tan terrible influencia.Puede asegurarse muy bien que las pasiones á sípropias abandonadas, rara vez ó nunca terminanpor curación verdadera.

Al individuo en primer lugar, y á los gobiernosdespués, toca impedir los efectos horribles del des-bordamiento de las pasiones, para no ver poblarselos manicomios de desgraciados, ó aumentada deuna manera aterradora la criminal estadística. Poreso deben remediarse esos grandes dolores morales,perseverantes y concentrados, que allá .en el fondodel alma son torcedor incansable, tormento eternoque sin cesar destruye la existencia, para impedirá todo trance que el desesperado busque el reme-dio en el suicidio ó el crimen.

Las diversas pasiones, al nacer deben ser com-batidas, al comenzar deben ser heroicamente reme-diadas. De otra suerte, es de todo punto imposibleatajar sus consecuencias, como lo es impedir altorrente que loco se precipito y confunda cuanto ásu paso devastador encuentra. Así lo ha demostra-do el célebre Desruiret en su notabilísima obra ti-tulada Medicina de las pasiones.

La lectura deleitosa y amena que recrea el áni-mo sin molestar la inteligencia, conduciendo porhermosos senderos donde se vea siempre clarísimocielo sin nubes; la novela moral é instructiva encuyo argumento no haya episodios que desgarrenel corazón, sino que á la par del interés de la fábula

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N.° 177 .1. EYMA. UN DHAMA KN LA MARTINICA. 87

sepa mantener la serenidad en el ánimo del lector,es un medio muy adecuado, juntamente con el buenejemplo y la emulación del hombre virtuosa y pro-bo para combatir esa desdichada enfermedad.

Tales son, pues, las principales ideas sobro queversa la higiene, ideas que no hemos hecho másque enunciar; pero es suficiente para dejar entreverel inmenso interés que encierran, y los sublimesservicios que en la vida social proporcionan. Ya losexaminaremos en sucesivos artículos.

JOAQUÍN OLMEMLIA V l'uu..

UN DRAMA EN LA MARTINICA,

i.

Una mañana del año 4831, poco después de lasalida del sol, entraba un joven á caballo en SanPedro de la Martinica, acompañado por un negroque á pié seguía la lenta marcha del cuadrúpedo.

El jinete se llamaba Armando de Puisgourdain; yel negro, que era su criado, Narciso.

Armando pertenecía á una de las mas antiguas yricas familias de la colonia; pero aunque había na-cido en la Martinica, podía pasar por extranjero ensu país.

Siendo muy niño aún, le habían mandado á Fran-cia para que allí se educase, y en la época en quecomienza nuestra historia, sólo hacía tres semanasque había vuelto á pisar el suelo patrio.

En este corto tiempo, sin embargo, pudo conven-cerse de que estaba en lucha abierta con las opi-niones y los hechos de sus compatriotas.

Su orgullo se hallaba comprometido en la lucha,y aceptó por el pronto el aislamiento en que le de-jaban, con amarga y desdeñosa resignación. Masdespués, poco á poco, había llegado á serle muydolorosa la soledad, y experimentaba crueles sufri-mientos.

Vivía fuera do la ciudad, en una casa que su pa-dre tenía en los alrededores, acompañado única-mente de Narciso.

La mañana á que nos referimos, había recorridoel camino desde su casa á la ciudad más silenciosoy sombrío que de ordinario.

Al llegar á un sitio en que el camino formaba unángulo cuyo vértice era el pico de una roca de in-mensa elevación, se detuvo un instante á contem-plar la extensa llanura del Océano que se presentabaA su vista tranquilo como un lago.

Do repente, alucinado sin duda por la idea do po-ner fin con el suicidio á sus pesares, hizo avanzaral caballo hasta efe matorral que coronábala roca,ocultando traidoramente la profundidad del abismo.

vio dejó sentir el acicate. Pero el noble animallanzó un relincho y dio un bote girando sobre elcuarto trasero.

Al movimiento del caballo, siguió un grito de ter-ror. Fue do Narciso, que, velo/ como un rayo, searrojó sobre aquél, y le asió con mano fuerte de labrida.

—Vamos,—murmuró Armando en voz tan bajaque el negro no le oyó;—no quiere Dios que mueratan pronto. ¡Tendré quizás ¡ilgun deber que cum-plir, alguna obra difícil que llevar á cabo!

Y dirigiendo después una fria mirada á su criado,emprendió de nuevo la marcha.

Dentro ya de la ciudad, al atravesar sus calles,tuvo una nueva ocasión de observar la poca simpa-tía que encontraba enlre los hombres de su clase ysu color.

linos volvían la cabeza, ungiendo no haberlevisto.

Otros contestaban fríamente á su saludo.Los más descarados y atrevidos le miraban con

fijeza pareciendo querer desafiarle, y pronunciabaná su paso el nombre de mulato, con que injuriosa-mente habían dado en designarle.

Apenas dos ó tres amigos, obligados por la con-sideración de quo gozaba su padre, se dignabanalargarle la punía de los dedos. Y aun esto lo ha-cían como avergozados.

Tranquilo en la apariencia, y con la sonrisa enlos labios, pero lleno de indignación y rabia, atra-vesó Armando por eu medio de aquella gente, alpaso de su cabalgadura.

Sin afectar desafiarla, dejaba ver claramente quehacía tan poco caso de la indiferencia de los unoscomo de las provocaciones de los otros, y que des-preciaba los sarcasmos do que era objeto.

En cambio, por la gente de color era tratado conel mayor respeto y las más afectuosas considera-ciones.

A su paso, todos los sombreros se inclinaban, ysólo llegaban á su oido frases de elogio y gratitud,como un incienso popular.

Pero el joven Puisgourdain no había pensado ja-más hacerse jefe de partido, ni había buscado aque-lla popularidad; y como no fundaba en ella ningunaesperanza, acogía las demostraciones de afecto,con política, mas no con entusiasmo. Más diremos:Armando fluctuaba entre el agradecimiento y eldesprecio hacia aquella parte de la población quehacía de él un dios.

Porque esa misma clase tenía también sus ex-cepciones. Y' en esto puede, verse una extraña ano-malía que revela la influencia de las preocupacionesy la brutalidad irreflexiva de las pasiones, en unpaís donde es preciso que todo, como el sol, quemev consuma.

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88 REVISTA EUROPEA. 1 5 DE JULIO I»E 1 8 7 7 . N." 177

Aquella población, en honor de la cual había re-caído sobre Armando la cólera de la raza blanca,había lomado por su cuenta, en sus canciones y ensus sátiras, á una joven de color, causa primera deaquella lucha de un criollo contra su casta.

Las imprecaciones que lanzaban los blancos ensu odio contra Armando, las devolvían los negrogcontra aquella mujer.

Este es un rasgo característico de h, sociedad co-lonial.

Curanto su estancia en Paris, Armando de Puis-gourdain había encontrado algunas veces en distin-tas casas á dos jóvenes de la misma edad, cuyabelleza había oido siempre ponderar en las círculosque frecuentaba.

Estas dos jóvenes, de las que se disputaban unapalabra, una mirada ó una sonrisa, oran en aquellaépoca dos educandas, pensionistas del mismo con-vento, que so recreaban en los bailes los dias de li-bertad, como dos pájaros escapados de sus jaulas.Estaban íntimamente unidas, y parecían insepa-rables.

Cuando Armando preguntó sus nombres, le dije-ron que la más alta y más bella de las dos se llama-ba Trinidad Fournier, y la otra Cristina Rabilhac.

Estos nombres eran completamente desconocidospara Armando; pero el joven atribuyó su ignoranciarespecto á las familias de sus lindas compatriotasá su larga ausencia del país natal. Había salido dela Martinica á la edad de siete años, y contaba en-tonces veinticinco. Antes de volver al hogar pater-no, se dedicó á viajar, y no había vuelto á ver álas dos jóvenes, una de las cuales, preciso es con-fesarlo, había dejado huella en su corazón. EraCristina, cuyo carácter, ligero y animado tenía unencanto irresistible.

Trinidad, más seria y reflexiva, tenía algo de fa-tal en su semblante; tanta gracia como su compa-ñera, pero menos atractivos; y más belleza, peromenos expresión.

Cristina seducía á primera vista. Trinidad parecíanacida para una de esas pasiones en las que el hom-bre se expone á perder el reposo y la vida.

Al cabo de tres años de viajes, volvió Armando ála Martinica; y una semana después de su regreso,asistía en San Pedro á un baile que daba el coman-dante militar de la colonia.

Al entrar en el salón, recorrió rápidamente conla vista el círculo que formaba el bello sexo, y fue ádetener su mirada en un exti-omo, donde, encanta-do y complacido, apercibió el alegre y fresco rostrode Cristina Rabilhac.

Corrió hacia ella presuroso, manifestando una sa-tisfacción que le valió la más cordial acogida, unamistoso apretón de manos y la primera contra-danza.

—¿Y vuestra amiga Trinidad Fournier?—le pre-guntó en seguida.—¿No está aquí?

La señorita Rabilhac enrojeció súbitamente, ycon voz alterada por la emoción, dijo tan sólo:' —No, señor.

Armando se abstuvo de preguntar más. Porquela emoción de Cristina y un imperceptible estreme-cimiento de cólera que había notado en ella, le ha-cían comprender que había algún misterio. No po-día suponer que hubiera excitado los celos de lajoven, y dejó para más tardo el averiguar la verda-dera causa de la impresión que había causado enCristina el nombre de su antigua é inseparable ami-ga Trinidad.

Al abandonar el baile, recibió una invitación delSr. Rabilhac para una comida que tendría lugar ensu casa cuatro dias después. Y este honor lo debiósin duda á Cristina; porque entre sus padres, porlas circunstancias especiales de uno y otro, noexistían las menores relaciones.

El Sr. de Puisgourdaio, antiguo procurador ge-neral, pertenecía á una familia de rancios pergami-nos que se había establecido en la Martinica pocodespués de la fundación de la colonia. En su doblecondición de noble y criollo, era de un estremadoorgullo respecto á su rango, y difícilmente transigíacon quien no fuese criollo y noble desde dos gene-raciones por lo menos.

Rabilhac, el padre de Cristina, no se encontrabaen ninguna de las dos categorías exigidas por elSr. de Puisgourdain. Había llegado á la Martinica,hacía veinte años, formando parte de la tripulaciónde un brick procedente de Marsella; y abandonandola vida marítima, se estableció en el país poniendouna tienda de comestibles. Trabajador, económico yhábil, no tardó en ver, como la mayor parto de losprovenzales establecidos en las colonias, que su for-tuna aumentaba considerablemente, y de tenderoque era se elevó en poco tiempo á negociante engrande escala. Pero su origen pesaba siempre sobreél, y á pesar de su gran fortuna, rápidamente adqui-rida, no había podido hacerse lugar en la sociedadcolonial, tan orgullosa y severa respecto á los ante-cedentes. Pertenecía á la clase que allí llaman blan-quillos, que es un término medio entre la raza nc-

I gra y de color y la blanca nacida en el mismo sue-I lo. Y si al menos, siendo rico, hubiera procuradoI entrar en alguna familia criolla arruinada, por me-; dio de un casamiento, tal vez hubiese logrado ven-!' cer la repugnancia de las gentes que le rechazaban.I Pero se había unido, á poco de establecerse, conj la hija de otro tendero provenzal, y tuvo que re-

signarse. Andando el tiempo, llegó á fundar algunaj esperanza de llenar el vacío que hallaba en su po-j sicion, en su hija Cristina, que había nacido criolla,' tenía en perspectiva una fortuna considerable, y

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N.M77 J . EYMA. UN DRAMA EN Í.A MARTINICA. 89

había recibido en Francia una completa educación.Y efectivamente, cuando Cristina volvió de Paris,como por encanto se cambió en dulce lisonja parael antiguo tendero la reprobación que hasta enton-ces había enrontrado en la sociedad colonial.

La bella joven introdujo á su padre en la buenasociedad, en la que Rabilhac llegó á ser tan aten-dido como el mismo Puisgourdain. Y finalmente, elprovenzal puso colmo á sus esperanzas, pensandoen casar á su bija con Armando, cuya familia eraaún rica, y, sobre todo, ocupaba un elevado rangoen el país.

Hé aquí por qué Rabilhac había convidado á comerá los señores de Puisgourdain.

La invitación hecha en pleno baile, delante decien personas, fue inmediatamente interpretada; yla noticia de un próximo casamiento entre Cristinay Armando se esparció por la ciudad con la rapidezdel relámpago.

Dos horas después, todo el mundo lo sabía, y has-ta en el último rincón se hablaba de ello.

Al dia siguiente atravesaba Armando á caballouna calle del barrio do San Pedro, con dirección ála orrilla del mar, que era su paseo favorito. Lasevoluciones de su corcel y el ruido que producíanlas herraduras sobre el pavimento, hacían asomarseá las ventanas á muchas curiosas.

Al llegar al extremo de la calle de la Consolación,calle de poco tránsito, por la cual no había pasadohasta entonces, distinguió á través de las persianas,en el primer piso de una casa en que al azar fijó suvista, el bello rostro de una joven que, al aperci-birle, se retiró súbitamente.

Armando experimentó una extraña sensación.Detuvo al caballo en la puerta de aquella casa yentró en ella.

Una vieja, negra, salió á recibirle, y nuestro jó-ven se apresuró á exclamar:

—Decid al Sr. de Fournier que Armando-de Puis-gourdain desea hablarle.

La negra abrió desmesuradamente los ojos, y unasonrisa de estupefacción asomó á sus labios.

—¿No está?—prosiguió Armando;—pues anun-ciadme á la señora.

La vieja volvió á abrir los ojos asombrada; peroesta vez respondió.

—Amo mió, aquí no hay señor ni señora deFournier.

—¿Que no? Pues bien, rogad á la señorita Trini-dad que me dispense el honor de recibirme, —re-puso Armando, en cuyo espíritu habían despertadocierta alarma las palabras y los gestos de la negra.

—Heme aquí, caballero,—exclamó una voz querevelaba emoción.

Y Armando vio salir á su encuentro, pálida, tem-blorosa y con el semblante cubierto de lágrimas, á

la encantadora joven que había conocido en losbailes de Paris.

A una seña de Trinidad, la vieja los dejó solos.Puisgourdain, sin decir palabra, siguió á su triste

amiga hasta el salón.

11.

Hubo un momento de silencio, durante el cualArmando examinó atentamente á la joven, confir-mándole esto examen en las sospechas que le ha-bían ocurrido. La tez de Trinidad tenía algo demulata, color que había desaparecido durante supermanencia en Francia, pero que bajo el ardientesol de las Antillas había vuelto á su primitivo esta-do. Además, otros signos no monos característicosrevelaban do una manera evidente el origen de Tri-nidad; por cuyo motivo-se la conocía desde que na-ció, con el sobrenombre de mulata, á pesar de es-tar en contradicción con su color y sus facciones.

Armando quedó sorprendido, sin poder explicar-se la emoción que había experimentado Trinidad,las lágrimas que derramó al verle y el embarazoque le causaba su presencia. Esto no obstante, ellafue la que rompió el silencio, diciendo:

—Ya sabía que estabais en la Martinica, eaballero.

—Pues yo ignoraba que tendría la dicha de en-contraros, señorita; pues si hubiera sabido que vi-viais aquí, podéis creer que ya hubiese tenido elgusto de venir á ofreceros mis respetos.

—lié ahí un lenguaje,—exclamó Trinidad ten-diéndole la mano y sonriendo con tristeza,—que noesperaba oir en boca de un blanco, y por el cual osdoy sinceramente las gracias de todo corazón.

—¿Qué os asombra? ¿No estáis acostumbrada?...—¿A qy$ me escuchen y me respeten? No, caba-

llero. La.; palabras de mi negra Nanette os habrándado á entender que yo no soy una mujer como lasdemás. Mi madre murió al darme á luz, y nunca heconocido á mi padre, aunque vive; el nombre quellevo no es el suyo ni el mió, es un nombre qne hetomado. Aquí no me llamo la señorita Fournier,sino simplemente Trinidad la mulata. ¡Vos no habéisvivido bastante tiempo en este país para saber loque significa esto epíteto, pero yo, que desde haceseis semanas estoy sufriendo los mayores tormen-tos, sé ya muy bien lo que significa el nombre demulata! Este nombre significa, caballero, que todoslos blancos tienen derecho á despreciarme, y si en-tra alguno en mi casa es para insultarme. Significaque si me encuentro en la calle á alguna mujerblanca me mira de pies á cabeza con desden, cuan-do no es con desprecio!...

—¡Eso es una infamia!—exclamó Armando le-vantándose por un movimiento de indignación.

—¡Oh! pues no es eso todo, Sr. Puisgourdain,—

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repuso Trinidad.—Todavía hacen más. Las gentesde mi raza, con cortas excepciones, me odian y meenvidian; las mujeres me desprecian, y pronto mecalumniarán quizas, porque no soy una joven depra-vada como ellas; y los hombres porque suponen quetrato de elevarme y alternar con los blancos. ¡Encualquier lado á donde me dirija me encuentro conmi desdicha!

—Es decir que la brillante educación que habéisrecibido en Francia, vuestro talento, vuestra bon-dad de corazón, vuestra belleza y los elevados sen-timientos que poséis, como pocas personas de aquíposeen, ¿no han bastado para haceros respetar, ad-mirar y querer de todos?...

—Al contrario; todas esas cualidades no han ser-vido más que para agravar mi situación. Si yo fueracomo las demás jóvenes de color de este país, losblancos me hubieran idolatrado, y sus mujeres mehubieran protegido; las gentes de mi raza no hu-bieran fijado en mí su atención, pues á nadie hubierahecho sombra!... Mientras que ahora, basta quevuestro caballo esté á la puerta de mi casa para quetodo el mundo sepa ya que os halláis aquí...

—¿Y qué importa?—Dentro de un instante, toda la ciudad contará

los minutos que habéis pasado en mi compañía, y...—¡Y seré causa de que os calumnien!—exclamó

Armando.—No os inquietéis por mí,—repuso Trinidad,—

sino por vos.—¿Por qué?—Porque se lo dirán á la señorita Cristina Ra-

bilhac; y las malas lenguas desfigurarán las cosasde tal suerte, que tal voz hagan'fracasar vuestrocasamiento.

—¿Mi casamiento?—Según dicen, ya están concertados los esponsa-

les y se verificarán dentro de tres dias.—Es demasiada ligereza disponer de raí sin mi

consentimiento. Y á propósito, señorita, ya quehabéis pronunciado el nombre de Cristina, permi-tidme una pregunta...

—Ya la adivino, y me apresuro á contestaros. Laseñorita Rabilhac y yo no nos hemos visto, desdemi venida aquí, más que una sola vez, y fue el diaque ella misma me arrojó de su casa.

—¡Eso es imposible! — exclamó Armando gol-peando el suelo con el pié.

—Pero sin embargo es exacto.—Pues en Paris estabais anidas por una estrecha

amistad...—Un común infortunio nos había reunido. A las

dos nos habían enviado á Paris para nuestra educa-ción, y no teniendo allí familia ninguna de las dos,fuimos recomendadas á la superiora del convento.Algunas de nuestras compañeras habían hecho que

sus madres se compadecieran de nuestro aislamien-to, y nos sacaban con sus hijas en los dias de vaca-ciones. Compatriotas, sin distinción de color ni deorigen, nos juramos una de esas amistades eternas,que la desgracia nos hizo estrechar, prístina dejóel convento antes que yo, para volver á la Martinica,y dos años después, cuando yo también regresé,tuve la desgracia de ir á su casa... á hora en que sehallaba recibiendo visitas. Corrí hacia ella con losbrazos abiertos... y me recibió fríamente, rogándo-me que pasara á su gabinete, adonde ella iría cuandose marcharan las visitas.

—¡Qué indignidad!...—¡La blanca no podía recibir en su c;;sa á la

mulata! Desde entonces no he vuelto averia.—¿Y ella no ha hecho nada para sincerarse?—Absolutamente nada.—¿No ha tratado de veros?...—¡Nunca!Estas palabras explicaron á Armando la fria re-

serva y lacónica contestación de Cristina, cuando élla preguntó en el baile por Trinidad.

—Por lo visto, es una sociedad estúpida la deeste país,—exclamó Armando recorriendo á largospasos la habitación.—¡Y yo me había de unir á unamujer de corazón tan mezquino, de tan escasa inte-ligencia y do alma tan ingrata!... ¡No, no!... Es de-cir,—añadió dirigiéndose á Trinidad,—que yo ten-go un amigo, un compañero de colegio, que esmagistrado en Fort-Royal, y porque es mulato, nodebo tener el gusto de estrecharlo entre mis bra-zos cuando le vea. como espero hacerlo dentro deunos dias...

—Estáis perdido si talbaceis,—murmuró Trinidad.—Pues lo haré,—repuso Armando fríamente.—

porque yo soy agradecido.I.uégo, volviendo á sentarse al lado de Trinidad,

cogió entre sus manos las de la joven, y besándolasrespetuosamente, añadió:

—No tenéis, pues, ni un hermano, ni un amigo en •este país. ¿Queréis que yo lo sea?

La joven ocultó un momento la cabeza entre susmanos, y después, deslizándose de su asiento, cayóde rodillas ante Armando, balbuceando entre so-llozos:

—¡Gracias! ¡oh! ¡gracias!... Pero no, no debo con-sentirlo,—exclamó luego levantándose de pronto;—expondríais vuestro porvenir, vuestra reputación,tal vez vuestra vida, y yo no puedo aceptar tangrande sacrificio. Idos, pues, señor Puisgourdain;yo os estaré eternamente agradecida, pero olvi-dadme...

Y antes que Armando pudiera detenerla desapa-reció del aposento. Al volverse el joven para seguir-la, se halló frente á frente de uno de sus amigosllamado León de Chalons,

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N." 177 3. EYMA. UN DBAMA EN LA MARTINICA. 91

—Os buscaba,—le dijo éste,—y al saber que estabaisaquí...

—¿Quién os lo ha dicho?—¡Qué diablos! vuestro caballo que está á la puer-

ta hace tres horas. Querido, para correr dos liebresá la vez no me parece que os dais muy buena traza.

—¡Silencio, caballero!—repuso Armando con talacento^que f.eon no se atrevió á pronunciar una pa-labra más sobre el asunto á que aludió.—¿Qué mequeríais?

—Venia á proponeros una partida de Marsellesa,de ese juego del infierno, como vos le llamáis, quetanto os gusta y en el que con tan maravillosa gra-cia os dejais ganar.

-Gracias, no estoy dispuesto á jugar esta noche-Dicho esto, montó á caballo y se alejó pensativo

y preocupado.Trinidad no so había engañado. En toda la ciudad

se sabía ya que aquella tarde había ido Armando ácasa de la mulata, y el tiempo que estuvo-á su ¡ado.Unos por hablar de nuevos sucesos, y otros por en-vidia do su doble conquista, habían circulado lanoticia exagerándola, y participándola, antes que ánadie, á los señores Puisgourdain padre, y Rabilhac,los cuales amigablemente y como consejo hicieroná Armando serias observaciones sobre aquella visitaescandalosa. A ambos respondió con la dignidad yel respeto que su posición respectiva les merecía, ycon la conciencia que tenía de haber cumplido undeber. Faltaba todavía otra persona con la cual de-bia tener una explicación: Cristina.

Como la doble conversación de que acabamos dehablar tuvo lugar en casa del Sr. Rabilhac, pudoArmando desahogar pronto su corazón.

Se aproximó, pues, á Cristina, y, sentándose á sulado, le dijo:

—Señorita, ayer os dirigí una pregunta y me con-testasteis con vaguedad,

--¿Cuál?—Creo, y me complazco en ello, que los lazos de

la amistad son para vos una cosa sagrada. Tengo lacostumbre de juzgar á las personas según el cariñoque demuestran y el valor que conceden á las gra-tas afecciones de la infancia; pero á los que cubren,por el contrario, los recuerdos del pasado con unvelo de desprecio, confieso que á mi vez les pagodespreciándolos y olvidándolos.

—¡No os comprendo!—balbuceó aturdida la joven.—Ya me comprendereis. ¿Qué habéis hecho de la

señorita Trinidad Fournier? ¿Cómo recibisteis á esaamiga de la niñez cuando se presentó en vuestracasa?

—Pero, caballero...—¿Es cierto, pues, que la habéis expulsado de

vuestra casa, después de haberla desterrado devuestro corazón?

Cristina se levantó temblando.—Eso es vergonzoso é indigno, señorita; pero

vos no tenéis la culpa, estoy seguro de ello... y...Cristina huyó al otro extremo de la habitación en

donde estaba su padre hablando con el Sr. Puis-gourdain.

—¡Luego es verdad!—murmuró Armando.Y saludó y salió, dejando estupefactos á los tres

espectadores de esta escena.

Excusado es decir que á la anterior conversaciónsiguió el rompimiento que tan directamente habíaprovocado.

Armando, expuesto entonces á las duras repren-siones de su padre, cambió en odio profundo elsentimiento que empezaba á experimentar por Cris-tina; y su corazón y su pensamiento se volvieronpor completo hacia Trinidad, llenos do entusiasmoy de ardientes aspiraciones. De esta lucha nació unprofundo y terrible amor. Muy de mañana se dirigióArmando á la calle do la Consolación; pero esta veztuvo cuidado de ir á pié para que nadie supiera ádónelo iba. En cuanto franqueó el umbral de la puer-ta de la casa de Trinidad, se le presentó ésta.

—Ya sabía yo,—le dijo tendiéndole la mano,—que vendríais hoy.

— Trinidad, — repuso Armando,—¿aceptáis elofrecimiento que os hice ayer? Hoy vengo á supli-caros que añadáis un título más á los que he recla-mado de vos.

-¿Cuál?—El de esposo.—¿Estáis loco'?—exclamó la joven.—No , no.

jamás. %

—¿No me encontráis digno de serlo?--¡Oh! ¡No es eso! ¡Dios mió! ¿En dónde podría

encontrar un corazón más noble, un alma más ele-vada y de mejores sentimientos? ¿Pero no sabéisque, á consecuencia de vuestra visita de ayer tarde,vuestro nombre, unido al mió, sirve ya de tema áuna canción que se va á cantar por las calles y queno podréis dar ur, paso sin que os asalten con eseestribillo? ¿No tenéis en cuenta que vuestro padrese moriría de pena, que vuestros compatriotas osmaldecirían, y que mañana, esta tarde, tal vez den-tro de una hora, vendría alguno de ellos á pediroscuenta del ultraje que hacéis á vuestro color? ¡Yqueréis que yo consienta en arrojaros al abismo!¡Oh, no! Os esperaba hoy; pero era para deciros ásangre fría, con la calma de la razón: Separémonos.Armando; no volvamos á vernos nunca. Dejad queyo sufra la humillante suerte de mi condición, y re-cobrad vos vuestro rango, volviendo al seno devuestra raza. El peligro por vuestra parte y la des-

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92 REVISTA EUROPEA. 1 5 DE JULIO DE 4 8 7 7 . N.° 177

gracia por la mia nos separan al jjno del otro...¡Adiós!...

Armando detuvo á Trinidad por un brazo y laobligó á sentarse.

—Trinidad,—le dijo, —ayer tarde, después de de-jaros, hice doblegar la (rento á la señorita Rabilhacbajo el peso de su vergüenza; y esta mañana he su-frido los más amargos reproches de mi padre. Hecreído, en efecto, oir á lo lejos un canto vago quesonaba á mi oido, y estoy pronto á aceptar el desa-fío que me lance cualquiera do mis compatriotasque se crea ultrajado. Ya lo veis, pues; los peligrosque por mí tenéis, están previstos y no me asus-tan. Trinidad, no es solamente porque vuestra belleza y vuestro talento me inspiran un sincero yprofundo amor, sino también porque quiero vengaruna injusticia que me indigna; y á mí solo me cor-responde hacerlo, puesto que nadie, ni aun el queos dio el ser, se levantará á decir á esta sociedadtan orgullosa de sus pergaminos de nobleza: «Estamujer, por su corazón, su inteligencia , su alma, suvirtud y su honradez, vale tanto, por lo menos,como esa otra que respetáis porque es blanca, noporque supere :i esta en nobleza de sangre ni enorigen, en grandeza de alma y elevación de senti-mientos.» ¡Oh, ya sé á lo que me expongo al quererluchar contra esa preocupación, mucho más pode-rosa que los siglos y los hombres! No todos ten-drían este valor ó esta imprudencia; y si yo no oshubiera encontrado tan digna de consideracióncomo la que más, envuelta en esta tempestad, lu-chando contra la ofensa que han hecho á vuestrocorazón, acaso hubiera inclinado la cabeza y gemi-do en silencio. Pero hoy levanto la frente. Y el quese atreva á pisar vuestra casa sin guardaros el res-peto debido, pagará caro su ultraje. Ya veis, Tri-nidad, que mi resolución es firme, y no retrocedo.Hablad; si me creéis digno de vos, una sola pala-bra de vuestros labios puede hacerme dichoso.

— Armando, — repuso la joven llena de emo-ción,—os lo repito, no conozco en este mundo nin-gún hombre en cuyas manos depositara mi destinocon más confianza y orgullo que en las vuestras;pero os lo pido por favor, vivid todavía algúntiempo más en esta sociedad; no os dejéis llevar deun' apasionamiento tal tez fatal...

—¿Es decir, que exigís una prueba? ¿Os bastantres meses? Durante este tiempo realizaré la heren-cia de mi madre, y partiremos juntos para Francia.

—Sea; pero hasta entonces, en nombre del cieloos lo pido por vos más que por mí, no nos volva-mos á ver...

—Trinidad, yo sabré lo que he de hacer. ¡Adiós!Algunos dias después, Armando, que no tardó en

apercibirse de la frialdad con que le recibían susamigos, se encontraba entre algunos de ellos dis-

putando calurosamente contra lo absurdas que sonlas preocupaciones, cuando, por un nuevo giro de laconversación, se pronunció el nombre de Trinidad,unido al de otras mujeres indignas do comparár-sele.

—¡Caballero, os ruego que respeteis^ese nom-bre!—exclamó ol joven Puisgourdain.

—¡Pardiez!- repuso Chalons; ¿en qué se deshonrael nombre de una mulata, que es vuestra querida,al figurar entre los de las nuestras?

—Señor de Chalons,—replicó Armando,—os exijoque os retractéis de esas palabras.

—¿Que las repita, querréis decir?—Bien, señores, comprendo el propósito de cuan-

tos habéis tomado parte en esta discusión; desea-bais provocarme, ¿no es cierto?...

—Hé aquí mis testigos,—repuso Chalons seña-lando á dos de los jóvenes.

—Los míos no los elegiré entre vosotros, pues nocreo que ninguno sienta la menor simpatía por micausa...

Todos permanecieron mudos, cosa muy rara ge-neralmente en tales casos en las colonias, y enton-ces muy significativa.

—Pero yo sabré dónde encontrarlos,—continuóArmando.

En efecto, á la mañana siguiente, dos jóvenesmulatos, el uno magistrado y el otro oficial de ar-tillería, que estaba con licencia en la Martinica,ambos dignos de ocupar los primeros puestos de lasociedad de la colonia, pero muy postergados ácausa de su color, fueron los encargados de arre-glar las condiciones úel desafío. Los testigos deChalons mostraron alguna repugnancia en tratarcon aquellos dos jóvenes, pero no tuvieron otro re-medio.

La víspera del dia fijado para el duelo tuvo lugaren casa de Armando una escena muy característicade las costumbres criollas.

A la media noche, su criado le avisó que una ne-gra vieja deseaba hablarle.

Esta mujer era Nanelte, la criada de Trinidad.En cuanto entró en la habitación se arrojó á los

pies de Armando y le besó las manos con efusión.— ¿Traes algún encargo do.Trinidad para mí?—Sí, amo mió, helo aquí,—contestó Nanette

presentándole una carta y una cadena de oro, de lacual pendía una pequeña cruz.

La carta era breve; pero se había desbordado enella todo el corazón de la joven, y le participabaque aquella cadena era la que ella tenia puesta alcuello el dia en que le había visto por primera vezen París. Armando besó aquella joya y la colocósobre su corazón.

—¿Habéis tomado vuestras precauciones antes debatiros, mi amo?—preguntó la negra.

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N.° 177 J. EYMA. UN DRAMA EN LA MARTINICA. 93

—¿Qué precauciones, Nanette?—¿Tenéis un quimboix?—¿Y qué es eso?—Tomad, aquí tenéis uno. Esta mañana he ido á

buscarlo á casa de un hechicero, y lo he hechobendecir por la Santa Virgen. Llevadlo con vos y ospreservará.

Este quimboiw ó amuleto era sencillamente unasimiente del país, reblandecida por una capa decera y aceite, en la cual estaban incrustadas algu-nas cabezas de clavo en forma de cruz. Los negrosabrigaban la sincera convicción de que estos quim-boix preservan de todo ataque, y, confiados en suprotección sobrehumana, desafian los más terriblespeligros.

—Mi quimboix,—repuso Armando,—es este.Y presentó la cruz y la cadena de oro de Trini-

dad, que con la superstición del amor había tenidotambién confianza en este amuleto.

Pero Nanette le rogó tanto, llorando y arrastrán-dose suplicante á los pos de Armando, qua tuvoque prometerle ponerse su qwimboiai. Nanette semarchó, siendo portadora de una carta para Trini-dad, en la que iba la última voluntad y los últimospensamientos de Puisgourdain.

Llegó la hora del duelo, que fue como todos losque con demasiada frecuencia han ensangrentadoel suelo do nuestras colonias. Los dos adversariosllegaron al terreno seguidos do una turba de curio-sos, compuesta hasta de niños y mujeres. Este de-safío podía tener consecuencias enojosas y tomar lasproporciones de una guerra civil; pues la gente decolor, agradecida á Armando por haber tomado ladefensa de una mujer de su raza y haberse atrevi-do á elegir padrinos entre olios mismos, considera-ban el lance como asunto político.

Acudieron en gran número y muchos iban arma-dos. Los resultados de la revolución de Julio enFrancia habían producido allí cierta efervescencia,y los partidos se hallaban en combustión. No se ne-cesitaba más que una chispa para que estallase elincendio.

Colocáronse ambos adversarios á veinte pasos dedistancia, armado cada cual con una carabina de dostiros. Estaban vueltos de espaldas, y á la orden de«fuego» se volvieron y descargaron los dos tiros desus armas. Las cuatro detonaciones so oyeron casial mismo tiempo. Los criollos, valientes como todosson,esperaban con calma c inmóviles que el humo sedisipara y les permitiera ver ol resultado. Los padri-nos se aproximaron. Las balas do M. Chalons habíanatravesado el sombrero de Puisgourdain, y una delas de Armando había rasgado la manga de la ca-misa de su adversario.

En Francia los testigos hubieran declarado, sinduda, que el honor estaba satisfecho, pero en las

colonias son más descontentadizos; no se va nuncaal terreno inútilmente. Los criollos dicen que no sebaten para agujerear sombreros y chamuscar cami-sas. Los padrinos volvieron á presentar á cada unode los adversarios las mismas armas nuevamentecargadas. Se acortó la distancia en cinco pasos, dostiros sonaron á un tiempo y á estos siguieron en se-guida otros dos. M. de Chalons había recibido unabala en el pecho. Cinco minutos después espiraba •en los brazos de sus amigos.

Armando, vencedor ya de aquel desgraciado com-bate, se dirigió inmediatamente á casa de Trinidad,pero encontró la casa cerrada. Una vecina le parti-cipó que durante la noche Trinidad había partido,sin decir á dónde iba, pero, según creía, so habíadirigido al Fort-Royal. Al Hogar á su casa, encon-tró Armando una carta de la joven anunciándole suresolución do estar separada de ól durante los tresmeses de prueba que ól mismo había fijado.

«Sucumbáis en ese duelo ó salgáis vencedor,—«decía la carta,—no puedo volver á San Pedro, en»donde una triste suerte me estaría reservada. Sólo«volveremos á vernos, pues, en Francia ó en el» cielo.»

La primera impresión de Armando, al leer la car-ta, fue de rabia y de desesperación.

—¡Trinidad no me ama sinceramente!—excla-mó.—¡Creí que para ella hubiera sido un placer re-cibirme vencedor ó cerrar mis ojos! ¡Cómo ha deser! Sacrifico mi vida á una causa en la que no ha-llaré la debida recompensa.

Poco después se dirigió á casa de su padre, áquien encontró retirado en una de sus habitacio-nes. Sabía de antemano el recibimiento que le es-peraba; pero como último testimonio de respeto,quiso cunyilir el deber de anunciar á M. de Puis-gourdain que su hijo estaba ileso.

—Preferiría saber que habíais muerto,—respon-dió el viejo con un estoicismo digno de Spartaco,—á veros deshonrado.

—Pues debéis estar satisfecho, padre mió,—re-plicó Armando, que había comprendido el doble sen-tido do la frase;—estoy vivo y he cumplido mi de-ber como hombre de corazón y como criollo.

—La deshonra no está en donde ahora queréissuponer; estáis deshonrado, Armando, porque oshabéis batido por una joven de color.

—Me he batido por el honor de una mujer ultrarjada, padre mió, sin repararen la cara á'que per-tenecía.

—¡Y no os avergonzáis do haber tenido por padri-nos á dos hombres de color!

—No hubiera oneontrado otros que quisieran ser-lo, y he elegido dos hombres de corazón y devalor...

—Si no tienen más recomendación...

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94 REVISTA EUROPEA. 1 5 DE JULIO DE 1 8 7 7 . N.° 177

' —Olvidáis, sin duda, que uno de ellos ejerce lamisma profesión que vos, y el otro la de vuestropadre.

—Bien. Ahora comprendereis que no podéis se-guir viviendo en este país, y yo, que deseo morireu él, sólo puedo quedarme á condición de romperrelaciones con vos de una manera notoria.

—Padre mió, anteponéis el orgullo á vuestros sen-timientos.

—Mi nombre estaba puro y sin tacha, y vos lohabéis manchado; quiero salvar mi nombre; estoes todo.

—No hago ánimo de permanecer aquí más que eltiempo estrictamente necesario para arreglar misasuntos; después me volveré á Francia.

—¡Corriente!Esta breve respuesta del viejo terminó la conver-

sación; Armando saludó á su padre, y salió.Por guardar las conveniencias, permaneció tres

dias retirado en otra casa que su padre poseía enlas afueras de la ciudad. De esta casa salía cuandohemos empezado nuestro relato y le hemos vistoatravesar en dirección á San Pedro.

IV.

Graves acontecimientos se habían preparado enla sombra, durante esos tres dias, de los que nopuede decirse que el duelo de Armando fuera lacausa determinante, pero sí que había apresuradosu desenlace.

Los hombres de color, admitidos recientementeal goce de los derechos civiles, de que habían es-tado privados hasta entonces, no creían que la re-volución de Julio había hecho bastante por ellos.Como todos los partidos alentados por una primeravictoria, querían más todavía; reclamaban todo loque habían esperado, cuanto habían soñado tal vez.Una insurrección estaba próxima á estallar. Noreferiremos aquí este dramático episodio; al hablarde él, solo lo hacemos por la necesidad de seguir lapista á nuestro héroe.

En el mismo momento en que los primeros tirosse oyeron en la ciudad, Armando vio invadida sucasa por algunos de los principales caciques delpartido, que iban á suplicarle se pusiera á la cabezade la insurrección. Hizo esfuerzos sobrehumanos yprodigios d3 elocuencia por calmarlos, presentán-doles el porvenir abierto A sus esperanzas y dere-chos, y demostrándoles la victoria asegurada de losblancos y.la pérdida segura Je la primera conquistaque en la revolución había alcanzado la gente dede color. En vano luchó durante dos horas contraaquella exaltación. A consecuencia de haber sidodesignada su casa como cuartel general de los prin-cipales jefes, á quienes se les había visto entrar unoá uno, y de las opiniones que había defendido desde

su llegada al país, lo cual le ocasionó la indignaciónde los blancos, Armando vio en seguida rodeada sucasa por una compañía de dragones de la milicia ypor la tropa.

Los hombres de color, al encontrarse así prisio-neros, libraron un combate desesperado, durante elcual, Armando, con los brazos cruzados ó impasi-ble, esperaba que le alcanzara una bala.

El combate no podía durar mucho; todas las puer-tas se cerraron rápidamente, y mientras que los in-vasores penetraban en la casa, una joven, jadeante ycon los cabellos en desorden, se precipitó entre-ellos llamando á Ai-mando con voz lamentable. Aestos gritos que desgarraban su corazón, Armandose lanzó á su encuentro. En el momento en queTrinidad (pues era ella) se arrojó en sus brazos,una bala hirió al joven en la cabeza y cayó ensan-grentado.

—¡Le han muerto! ¡Le han muerto esos misera-bles!—exclamó Trinidad.

Cuando el oficial de la milicia se presentó en lahabitación en donde yacía Armando, teniendo sobresu pecho la cabeza de Trinidad, que lloraba, el mo-ribundo se incorporó trabajosamente, y con voz to-davía llena de autoridad:

—Caballero,—dijo al oficial,—escuchad el jura-mento que hago antes de bajar á la tumba: Juro queesta joven es un ángel de bondad y de virtud... y...

La sangre le ahogó; lanzó un grito gutural, sucuerpo se puso rígido, y espiró.

Tres semanas después, una joven vestida de lutoestaba arrodillada sobre la losa" de una tumba yoraba santamente. Aquella joven era Trinidad, y latumba la de Armando de Puisgourdain.

Empezaba á anochecer; el cementerio estaba de-sierto. De repente se oyeron unos pasos furtivos yligeros; una joven avanzó, andando de puntillashasta llegar junto á Trinidad, y le tocó en la espalda.

—¡Cristina!—exclamó la mulata volviéndose.—Sí, yo que vengo á decirte que dentro de dos

dias me caso con un capitán de fragata y que al díasiguiente partiré para Francia. Tú te quedas aquí,tú podrás rezar sobre esta losa; ¡reza por las dos!¡Y delante de esta tumba te pido perdón, Trinidad1

Pero no soy yo la culpable, sino las preocupacionesde la sociedad. Hé aquí mi mano... ¿la quieres?

•—No, los brazos son los que yo te ofrezco...Las dos jóvenes se abrazaron llorando. Pero la

voz de Rabilhac se oyó no lejos de allí, y Cristina,separándose precipitadamente de su amiga, desapa-reció dirigiéndole con la mano un cariñoso y tiernoadiós. Trinidad volvió á caer de rodillas sobre latumba y continuó su oración.

JAVIER EYMA.

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N/177 BOLETÍN DE ASOCIACIONES CIENTÍFICAS. 95

BOLETÍN DE LAS ASOCIACIONES CIENTÍFICAS.

ADULTERACIONES

DK tOS VIMOS V MFD1OS DE KEf.O.NO RULAS,

por D. Vicente de Vera.

Ocupóse primeramente el orador de hacer notarel atraso y lo imperfecto de la elaboración délosvinos españoles, atraso que proviene de la falta deconocimiento, por parte del productor, y más aún,de los expendedores, de datos científicos y verda-deramente sólidos respecto á la naturaleza de losterrenos, á la influencia del clima, á la composiciónde las diferentes partes de la uva, y á la determina-ción respectiva de los prineipales elementos delmosto, con cuyos conocimientos podrian obtenersesiempre vinos buenos, fueran las que fuesen las va-riaciones del año, pero con cuya falta queda entre-gado en general el cosechero á influencias extrañas,sin más defensa que un ciego empirismo y una torperutina. Encareció la importancia do estos estudios,que contribuirán á realzar los vinos españoles hasta el punto que deben llegar por las cualidades queson susceptibles do presentar. En la imposibilidadde ocuparse de todos los puntos que á la industriavinícola se refieren, concretóse á explanar uno delos más importantes, cual es las adulteraciones queordinariamente presentan los vinos. Para compren-der mejor su trascendencia, dio á conocer los ele-mentos que entran en la composición do los vinospuros, indicando los que provienen del mosto y losque se originan en la fermentación, al mismo tiem-po que las diferencias que caracterizan las distintasclases de vinos puros.

Al enumerar después las materias con que todosellos pueden falsificarse, colocó en primer lugaHasmaterias colorantes extrañas, no só!o por lo que ensí significan, sino porque son siempre el origen ymanto de otras adulteraciones más importantes ynocivas, como la adición de gran cantidad de agua,de alumbre, ácido cítrico, sulfúrico, etc.

Indicó las sustancias colorantes más usadas coneste objeto, y la necesidad de encontrar una reaccion que separase y diferenciase los vinos puros delos teñidos artificialmente, á fin de que las perso-nas no habituadas á las manipulaciones químicas,no tuvieran necesidad de ir ensayando en un mis-mo vino las reacciones de todas las materias colo-rantes que se emplean, hasta conocer si el vino esó no puro, y en vista de aquella necesidad y de lainsuficiencia de los métodos hasta hoy usados conesto objeto, según fue indicando al examinarlos su-cesivamente, dio á conocer un nuevo procedimientoque llena todas las condiciones de facilidad y certe-za apetecidas. Por este método, según práctica-

mente demostró en la conferencia, puede el menosacostumbrado á trabajos de esta índole, y por unasencilla operación, reconocer inmediatamente si unvino es ó no puro, y en este último caso, con quésustancias está adulterado. El método del Sr. Veraestá fundado en la propiedad de la oenocianina, ma-teria colorante natural del vino, de ser insoluole enal alcohol y en el agua, á no sor en presencia délosácidos tartárico y acético; en la acción que sobre elvino neutralizado ejerce una mezcla, en condicionesconvenientes, de carbonato de cal y harina, y porúltimo, en la acción del alcohol sobre esta mezcla,después de haber filtrado el vino. Por este métodoha llegado el Sr. Vera á reconocer la presencia de

| una millonésima de grano de fuchsina en cinco cen-tímetros cúbicos de vino.

MISCELÁNEA

La fitolácea eléctrica.

Existe en Nicaragua una planta de !a familia delas íitoláceas que posee propiedades electro-mag-néticas. Al cortar una rama de la misma, se experi-

| menta una conmoción tan viva, como si se trataseI de una bobina Humkhorff. Se han hecho experimen-i tos con la misma y con el auxilio de una brújula, y

á siete y ocho pasos de ella se dejaba ya sentir suinfluencia. La desviación es proporcional á la dis-tancia, y cuanto más se aproxima la brújula á la

| planta, tanto más precipitados son sus movimientos,que se convierten en una rotación acelerada encuanto se coloca uno en el interior de la mata. Exa-minado el terreno, se ha visto que no contiene trazaalguna do hierro ni de otro metal magnético, lo cualno deja lugar á dudas sobro si la calidad citada espropia de la misma planta.

La intensidad del fenómeno varía según la horadel dia, llegando á su máximo á las dos de la tarde.Durante la noche es casi nula. Mientras los tempo-rales, su potencia aumenta, y jamás se ve ningúnpájaro posarse sobre dicha planta.

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Brújula vegetal.

En ciertos parajes de Méjico se cria una plantaque tiene la singular propiedad do que sus hojasmarquen constantemente la dirección Norte, en tér-minos de que, cual la brújula magnética, sirve paradirigir al viajero extraviado en las selvas que tienela fortuna de encontrar algún ejemplar. Con razónle dan los ingleses el nombre de Compass-Plant.Pertenece al orden de las compuestas, y la conocenlos botánicos por Silphinm laciniatum. Es plantaperenne, y por sus propiedades físicas la designan

Page 32: REVISTA EUROPEA. - Ateneo de Madrid · que eres un mal. Anitus y Mélitus pueden matarme, pero no hacerme daño.» Es un honor para la filosofía y el cristianismo ha-ber sido perseguidos

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también los ingleses con los nombres de rosin-roeed y turpentine-weed, esto es, yerba resina yyerba trementina.

• • •Nuevo tratamiento del mareo.

Ninguno de los aplicados hasta ahora ha produ-cido tan satisfactorios resultados como el propuestopor M. Obet, médico de los vapores trasatlánticos,que consiste en hacer tomar á las personas atacadasjarabe de ehloral en dosis de uno á dos gramos. Cajola influencia de este medicamento, á los dos ó tresdias se adquiere el hábito de la navegación y unexcelente apetito. Para que produzca efecto, espreciso, sin embargo, que no haya sufrido .altera-ción por la humedad ú otra causa, pues en casocontrario, puede ocasionar excitaciones nerviosasmuy violentas. Mientras se está sometido á estetratamiento, conviene alimentarse á menudo, aun-que sea en pequeña cantidad, y sin sujetarse á lashoras fijadas para las comidas.

•5K-

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Primeras materias para la fabricación delpapel.

El Jurado de la Exposición internacional de Hor-ticultura, que acaba de celebrarse en Amstordam,ha recompensado con medalla de oro á ios señoresNaeger y compañía de Willebroeck (Bélgica), porhaber expuesto 29 materias vegetales diferentes,convertidas en pasta de papel, y en papel sin mez-cla de ninguna otra sustancia. Dichas 29 materias,son las siguientes: cañas, paja de centeno, cebada,avena y trigo, junco, esparto, paja de lúpulo, espár-ragos, retama, bambú, paja de colza y de maíz,limo de los pantanos, fibras de pina, raíz de grama,retama salvaje, ortigas, paja de mijo, caña dulce,palmito y maderas de aliso, castaño, sauce, álamoblanco, álamo del Canadá, pino silvestre, y polvo óálamo temblón.

Población india en los Estados Unidos.

Según una estadística recientemente publicada,la poblacicn de indios que habitan en el territoriode los Estados Unidos es de 77.000. Los indios nó-madas y en completo estado de salvajismo, que nose dedican á ningún cultivo, conocidos con el nom-bre genérico de Blanket se componen de las tribusde los Ocages, Creyennes, Arapahoes, Kiowas yPawneas, y su número se calcula en 20.000. Losmezclados con los blancos ó mestizos y parcialmen-te civilizados son las tribus de los Cherokees,Oeeks, Seminóles, Choetanos y Chickasaws. Exis-ten además indios que por su tinte bronceado tansubido se les puede clasificar entre los negros, y

cuyo número se hace ascender á 58.000; de estaraza hay como 6.S00 que son actualmente ciudada-nos de los Estados Unidos y cuya cifra no está in-cluida en la anterior; unos y otros fueron anterior-mente esclavos de la tribu de los Chickasaws.

Un aerolito de grandes dimensiones.

Una porción del gran meteoro que pasó por elNorte de Vermont, á principios de este año, se dicique la han encontrado cerca de la población de Jay,enterrada á unos cuatro pies de profundidad. Sapariencia es de lava ó ganga de hierro y piedresteátiea, y pesa unas dos toneladas. Se cree quos el aerolito mayor que se ha encontrado en aquelpaís.

***Fuerza de las olas.

En el puerto de Oswego, sobre el lago Ontario,hay una torre de piedra de 60 pies de alto, una decuyas ventanas de tope, que son do una plancha decristal do media pulgada de espesor, la hicieron pe-dazos las olas lanzando contra ella un trozo dehielo.

Exposición de ciencias antropológicas. f

En la Exposición universal de París se verificará iuna de ciencias antropológicas, desde el 1." de Ma- [yo de 1878 al 31 de Octubre siguiente.

La organización y la instalación de este certa-men se han coííado á la Sociedad de Antropología,la cual ha nombrado ya una comisión-, á la queMr. Krautz, comisario general de la Exposición, hadesignado un extenso local en el pabellón centraldel palacio del Trocadero.

Los expositores extranjeros deberán remitir losobjetos por medio de los comisarios de la naciónrespectiva.

La exposición comprenderá las categorías si-guientes:

1." Cráneos y osamentas; momias; piezas con-cernientes á la anatomía comparada de las razashumanas.

2.* Instrumentos; métodos de enseñanza.3." Colecciones prehistóricas y etnográficas.4." Fotografías; pinturas y dibujos; esculturas y

modelos.5.° Cartas geográficas y cuadros corcenientes á.

la etnología; la arqueología prehistórica; la lingüística; la demografía; la geografía médica, etc.

Y 6.° Libros, periódicos y folletos.