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REVISTA EUROPEA. NÚM. 247 17 BE NOVIEMBRE DE 1 8 7 8 . AÑO v. EL SOCIALISMO EN ALEMANIA. Los tiros disparados por Hoedell y Nobiling contra el emperador Guillermo, han resonado con estrépito en el mundo civilizado. Nadie podía preveer atentados tan criminales como insensatos, respecto á un soberano justa mente'popular, y que es ya, aunque vivo, una figura histórica por los grandes acontecimientos realizados durante su larga existencia. El^resultado de esos actos de barbarie, atribui- dos á los socialistas, hasido provocar en el público un vivo deseo de conocer el estado real del socia- lismo en Alemania. - Que locos, alucinados ó fanáticos sectarios me- diten en. la soledad siniestros proyectos y acome- tan con feroz audacia al objeto de su odio, nada •tiene de extraño ni de nuevo, porque la historia registra á cada paso hecho» de igual naturaleza. Lo raro, en verdad, es ver á una nación, con- movida aun por sus inesperadas y prodigiosas victorias, orgullosa de su rápida elevación, y que con frecuencia se ha creído llamada a dirigir los destinos de la humanidad, reconocer con estu- por que alimenta en su seno una asociación terri- ble, insensible á las recientes glorias, negándose á participar de las alegrías nacionales, predicando laguerra y la destrucción de cuanto existe y cu- yo poder, siempre en aumento, amenaza compro- meter la obra del príncipe de Bismark. El socialismo en Alemania no data do ayer. Desde Lassalle puede decirse que tiene raíces bastante profundas en el país. Nunca, sin embar- go, había inspirado temores verdaderamente ge- nerales . Al principio del año último alcanzaron la vic- toria en algunos círculos nuevos los candidatos socialistas, y se vio que el socialismo habia ga- nado prosélitos en proporciones alarmantes. ¿Cuáles eran las causas de aquél persistente pro- greso? TOMO X! En dos ó tres diarios y revistas se han ex- puesto las principales por publicistas compe- tentes. Al reasumirlas nosotros, indicaremos otras no monos verdaderas y directas, aunque monos co- nocidas. Sabido es que después de la última guerra Alemania exageró considerablemente las conse, cuencias de sus triunfos militares: la supremacía de sus armas y de su política, la cándida'preten- sion de ser una raza superior por la, inteligencia, la ciencia y la moral, no le satisfacían; debiaser también la más rica, industrial, comercial y ar- tística de las naciones. El maná que el dios Krupp hacia llover bajo el nombre de miles de millones, hizo volver la cabeza á los más calmo- sos. De Norte á Sur, como de Esto á Oeste, se acometieron las empresas más increíbles y más temerarias, con una confianza, una audacia y una ligereza inconcebibles, tratándose de un pueblo que se precia de tener tanta razón y sangre fría' Los hábiles—y eran muchos según parece se aprovecharon de aquel estado psicológico, y en algunos años despojaron á nobles y propietarios, enriqueciéndose, como compensación, á expen- sas de sus víctimas. Mientras duraron las ilusiones, mientras ri- cos^bidalgcs y campesinos vendían sus bienes pa- ra llevar el dinero á la caja de las sociedades que brotaban de la tierra, el obrero gozó de un bienes- tar que probablemente no volverá á disfrutar nunca. Por todas partes se construían casas, bar- rios nuevos, hoteles, fábricas, y se organizaban vastos talleres. Los brazos faltaban para tanto trabajo. Entonces comenzó una especie de fiebre, de delirio sin ejemplo en Europa. Los jornales alcanzaron precios fabulosos. Además, como los iniciadores de tales empresas no entendían nada de los trabajos que encargaban, porque única- mente lo hacian por ofrecer el espectácalo de una gran actividad, pagaban sin regatear, pro- metiéndose á sí mismos no perder nada en ello. Pero qué eran 15, 20 y aun 25 francos para un trabajador obligado á estar cabando,albañileando ó serrando, desde por la mañana hasta la noche 1 ? 39

REVISTA EUROPEA. - Ateneo de Madrid · sion de ser una raza superior por la, inteligencia, la ciencia y la moral, no le satisfacían; debiaser también la más rica, industrial, comercial

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REVISTA EUROPEA.NÚM. 247 17 BE NOVIEMBRE DE 1878. AÑO v .

EL SOCIALISMO EN ALEMANIA.

Los tiros disparados por Hoedell y Nobilingcontra el emperador Guillermo, han resonado conestrépito en el mundo civilizado.

Nadie podía preveer atentados tan criminalescomo insensatos, respecto á un soberano justamente'popular, y que es ya, aunque vivo, unafigura histórica por los grandes acontecimientosrealizados durante su larga existencia.

El^resultado de esos actos de barbarie, atribui-dos á los socialistas, hasido provocar en el públicoun vivo deseo de conocer el estado real del socia-lismo en Alemania.

- Que locos, alucinados ó fanáticos sectarios me-diten en. la soledad siniestros proyectos y acome-tan con feroz audacia al objeto de su odio, nada

•tiene de extraño ni de nuevo, porque la historiaregistra á cada paso hecho» de igual naturaleza.

Lo raro, en verdad, es ver á una nación, con-movida aun por sus inesperadas y prodigiosasvictorias, orgullosa de su rápida elevación, yque con frecuencia se ha creído llamada a dirigirlos destinos de la humanidad, reconocer con estu-por que alimenta en su seno una asociación terri-ble, insensible á las recientes glorias, negándose áparticipar de las alegrías nacionales, predicandolaguerra y la destrucción de cuanto existe y cu-yo poder, siempre en aumento, amenaza compro-meter la obra del príncipe de Bismark.

El socialismo en Alemania no data do ayer.Desde Lassalle puede decirse que tiene raícesbastante profundas en el país. Nunca, sin embar-go, había inspirado temores verdaderamente ge-nerales .

Al principio del año último alcanzaron la vic-toria en algunos círculos nuevos los candidatossocialistas, y se vio que el socialismo habia ga-nado prosélitos en proporciones alarmantes.¿Cuáles eran las causas de aquél persistente pro-greso?

TOMO X!

En dos ó tres diarios y revistas se han ex-puesto las principales por publicistas compe-tentes.

Al reasumirlas nosotros, indicaremos otras nomonos verdaderas y directas, aunque monos co-nocidas.

Sabido es que después de la última guerraAlemania exageró considerablemente las conse,cuencias de sus triunfos militares: la supremacíade sus armas y de su política, la cándida'preten-sion de ser una raza superior por la, inteligencia,la ciencia y la moral, no le satisfacían; debiasertambién la más rica, industrial, comercial y ar-tística de las naciones. El maná que el diosKrupp hacia llover bajo el nombre de miles demillones, hizo volver la cabeza á los más calmo-sos. De Norte á Sur, como de Esto á Oeste, seacometieron las empresas más increíbles y mástemerarias, con una confianza, una audacia y unaligereza inconcebibles, tratándose de un puebloque se precia de tener tanta razón y sangre fría'Los hábiles—y eran muchos según parece seaprovecharon de aquel estado psicológico, y enalgunos años despojaron á nobles y propietarios,enriqueciéndose, como compensación, á expen-sas de sus víctimas.

Mientras duraron las ilusiones, mientras ri-cos^bidalgcs y campesinos vendían sus bienes pa-ra llevar el dinero á la caja de las sociedades quebrotaban de la tierra, el obrero gozó de un bienes-tar que probablemente no volverá á disfrutarnunca. Por todas partes se construían casas, bar-rios nuevos, hoteles, fábricas, y se organizabanvastos talleres. Los brazos faltaban para tantotrabajo. Entonces comenzó una especie de fiebre,de delirio sin ejemplo en Europa. Los jornalesalcanzaron precios fabulosos. Además, como losiniciadores de tales empresas no entendían nadade los trabajos que encargaban, porque única-mente lo hacian por ofrecer el espectácalo deuna gran actividad, pagaban sin regatear, pro-metiéndose á sí mismos no perder nada en ello.

Pero qué eran 15, 20 y aun 25 francos para untrabajador obligado á estar cabando,albañileandoó serrando, desde por la mañana hasta la noche1?

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Verdaderamente la posición de aquellos desgra-ciados era intolerable: había absoluta necesidadde disminuir el número de horas de trabajo. Yen cuanto se propuso, se aceptó.

En aquellos felices tiempos hemos visto á car-pinter w y albañiles volverse á sus talleres encoche, y en coche ir á almorzar y á comer. Denoche se bebia entre ellos vino do Champagne,se fumaban buenos cigarros, se jugaba á las car-tas y se celebraba cantando la grandeza y la pros-peridad de Alemania.

Toda aquella dicha imprevista se atribuía álas grandes cualidades intelectuales de la razaalemana, y en el fondo de las botellas de unvino adulterado se vislumbraba un dorado por-venir, como los sueños de la adolescencia.

Un juez nos ha asegurado que vacilaba encitar para declaraciones ante el tribunal, á losobreros, por las exorbitantes indemnizacionesque exijian por "pérdida de tiempo.n

El lujo se introdujo naturalmente en todas lasclases. ¡Pero qué lujo! Hubo momentos en quelas criadas iban mejor puestas, con más riquezavestidas que sus amas. Las exijencias de estasno tenian ya límites.

La primavera en el Norte es hermosa, porode escasa duración; el invierno, eu cambio, eslargo y rudo, y en él tuvieron tiempo do mar.chitarse todas aquellas ilusiones.

JSn Alemania se designa dicha época con elnombre de período de los explotadores.

Cuando llegó el invierno, es decir, cuando sedespertó del sueño, nó se vieron más que ruinassobre ruinas, fábricas sin concluir, casas maledificadas, pero caras, etc. etc., La realidad fuóterrible para la clase acomodada y rica que habíaconsumido sus más preciados capitales; los milesde millones habían desertado del país, y Alema-nia empezó á reflexionar sobre la vanidad y lanada de las grandezas humanas.

Cerrados los talleres, no tuvieron ya trabajolos obreros. Pero les quedaban mulos hábitos ycostosas necesidades. Cuando • tuvieron que re-nunciar al vino de Champagne y al coche, grita-ron que habían sido engañados, que el militaris-mo los aniquilaba; y entonces en batallones formados corrieron á engrosar las huestes d ¡ lossocialistas. Estos los acogieron con los brazosabiertos. Y como después no ha habido másguerra ni tampoco más indemnizaciones, dester-

rados los obreros def paraíso terrestre alemán,marchan unidos bajo la bandera socialista.

Tales son las razones generales, no de laexistencia del socialismo en Alemania, sino desus progresos. Pero otras causas deben tambiénmencionarse: son de un orden económico, polí-tico, y sobre todo particular al carácter alemán.

Desde 1866, Prusia ha impuesto leyes mejoresy más equitativas á los países que se ha anexio-nado, lo cual es un beneficio. El reverso de lamedalla ha sido introducir una profunda perturbacion eu el mundo de los negocios.

Al decr. tar la facultad en todo individuo deestablecerse libremente en cualquier punto delimperio, ha obrado sabiamente el üeichstag; losmalos efectos de esta disposición serán pasagerosmientras que los buenos resu tados se manifestarán después y serán estables.

Desgraciadamente esas leyes liberales, dictadas precisamente en una época en que habia des .aparecido toda idea de probidad industrial ycomercial, no han servido apenas más que á losintereses délos aventureros, tanto de la alta esferacomo de la baja.

La espantosa crisis que sucedió al período delos explotadores, agravó todavía aquel enojosoestado. La poca reputación de que gozaba la in-dustria alemana, se desvaneció por completo.

Si á semejante cuadro se añade las enorme?sumas que consuma el ejército, los impuestos detoda clase que los contribuyentes deben pagar alEstado y á los municipios, los miles empleadosen dotar á los generales, en perfeccionar los arma-mentos y aumentar la escuadra, sin distraer lamás pequeña cantidad en favor de la industria ydel comercio, se comprenderá cuan profundo hadebido ser el descontento en ciertas clases de lapoblación.

Hay más todavía: en la época en que se nada -ba ó se creia nadar eu oro, los artículos de con-sumo y de primera necesidad doblaron, triplica-ron y hasta cuadruplicaron de valor. En muchospuntos resulta más cara la vida en Alemania queen París.

Por desgracia, la trasforraacion del sistemamonetario favoreció aquella tendencia al enca-recimiento; porque en lugar de darse al marcoel valor do un franco, se le fijó en 1 franco y 25céntimos.

La falta de trabajo, la introducción del lujo,los hábitos de pereza y bienestar exajerado, el

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aumento de precio de los víveres, los impuestosdestructores; un ejército admirable pero que ar-ruima al país; una libertadescesiva concedida sintransición á los pequeños y grandes banqueros,fabricantes, industriales, etc.; una Sonedaindudablemente superior á las diversas monedasque debia reemplazar, pero que sin tener elpeso normal pierde de su valor nominal enlas transacciones; una probidad, en fin, general-mente dudosa en el comercio. He aquí loscargos dirigidos por los descontentos al nuevo imperio alemán, y que sirven para explicar-nos el progreso del socialismo.

Ninguna de estas razones, sin embargo, noshace comprender que profesores y sabios pongansu talento al servicio de la causa socialista.

Preciso es, pues, que busquemos la explica-ción en otra parto.

Para darse cuenta de este fenómeno es nece-sario conocer al alemán, lo cual no es muy fá-cil. Hoy es libre, goza de sus derechos políticos,y, sin embargo, no es "ciudadano."

Los alemanes rara vez discuten su políticaen el café ó de sobremesa; su mayor sorpresacuando llegan á Francia, es ver al último de losobreros, lo mismo que al primero de los prohom-bres, interesarse por las cosas del Estado. Ver-dad os que ellos consideran su libertad y susjde-rochos como ficciones, en el sentido de que loshombres do estado que los gobiernan no se in-clinarían ante las manifestaciones de su volun-tad. Por lo demás, las luchas diarias, la aplicacion du ciertos principios no leu interesan sinoinedianainentej y como no creen en la eficacia desus derechos políticos, prefieren atenerse á susconductores naturales. Esta era el pueblo quecouvenia á M. Bismarck y que hubiera conve-nido á los emprendedores del 16 de Mayo. Noacusamos por lo tanto á, los alemanas; recorde-mos que durante siglos han sido conducidos comoun rebaño de corderos, que jamás han sido con-sultados sobre ningún caso de interés público,que han estado divididos, humillados, hasta ven-didos al extranjero; que la vida pública era cosadesconocida para aquellos tranquilos habitantesque gobernaban tiránica ó paternalmente reyes,príncipes ó duques. Recordemos cuántas expe-riencias, revoluciones y desdichas hemos tenidoque sufrir antes de croemos libres y sobre todode hacernos diguos de serlo.

Si el alemau no aprecia todavía sus derechos

cívicos como nosotros, tiene en cambio la pasiónda la libertad intelectual. Esta data de hace mu-cho tiempo, y la reforma de Lutero es para elalemán una conquista más preciosa que la do laslibertades políticas. Hó aquí por qué muchos es-píritus se han preocupado del socialismo, no co-mo fórmula posible de gobierno, sino comocuestión de filosofía especulativa.

La monarquía, á decir verdad, no es otra cosaque el socialismo favoreciendo á ciertas clases;pasar de la monarquía de la Edad Media á unamonarquía que extiende sus beneficios á mayornúmero de individuos, es un terna admirablepara los eruditos del otro lado del Rhin. Estanueva forma monárquica les convendría más queuna república en la que la lucha y la vigilanciaconstantes con condiciones indispensables.

Una vez puesta en movimiento la máquina,no exigiría grandes cuidados; y los ánimos, des-embarazados de las preocupaciones de la política,podrían abismarse á su sabor en los estudios ylas investigaciones, en los sistemas metafísicos,filológicos, históricos, etc., que es lo que consti-tuye todavía el fondo del carácter alemán.

Los socialistas especulativos no reclaman larealización de sus teorías. Ninguno ignora queun sabio alemán habita dos mansiones: una enla que admite todas las virtudes, todos los pro-gresos, todas las innovaciones, en la que diseu-te, juzga, acoge y rechaza con pasión los princi-pios, los sistemas, las religiones, los métodos,toda clase de teorías,—-que es su morada intslec-tual; y la otra, en la que cuida de no practicarnunca las máximas que reconoce como verdade-ras, en laque soporta pacientemente los caprichosde los grandes, depos ministros, en la que se in-clina ante cada cuerpo constituido, en la queprofesa el culto de la fuerza, en la que siempre,en fin, está dispuesto á servir á los maestros cu-yas ridiculas é injuaijas pretensiones ha estable-cido en sus libros,—que es su morada social yterrestre.

Un sabio alemán niega al Creador, se burla detodas las creencias, enseña el materialismo másabsoluto; pero va á la Iglesia, hace bautizar ásus hijos y se asombra desmesuradamente deque los franceses pro\oquen el "escándalo" ha-ciéndose enterrar civilmente, on el deseo de mo-rir conforme ásus opiniones.

Como individuos, esos socialistas no son peli-grosos; pero su influencia es ciertamente muy

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funesta. Su ciencia brutal, analítica, positivista,do la que excluyen con menosprecio todo senti-miento, toda moral, produce y debe producirdeplorables resultados. Cuando sus desoladorasteorías brillan como nuevas verdades en la masade los trabajadores, agriados por la mis ria, noson ellos capaces de calmar los odios de aquellosdesgraciados, ni de enseñarles las grandes virtudes que descansan en el deber y la justicia.

En cuanto al partido socialista ncristianon,t'ene alguna analogía con los círculos de obrerosdirigidos por Mun y consortes: los jefes de esasincreíbles asociaciones esparcen también muchasmalas semillas, espirando que se convertirán undia en ricas mieses para ellos; per > allí, comoentre nosotros, este partido cuenta con pocosadeptos, y la voz de los promovedores de laobra, no inspirando confianza en las masas, sepierde en el desierto.

LKTEIGY.

(Concluirá.)

MAHON,

i.

Me hallo en la gruía del palacio que formaparte de la estupenda fábrica de San Lorenzodel Escorial.

¡Qué de imágenes no se representa la fanta-sía en mi derredor á cual más siniestras y fatí-dicas!

Aquí, la memoria, á cada paso, de aquel se-vero monarca tan apasionadamente juzgado, yel insondable abismo de dolores abiórtole con latragedia misteriosa del Principo, cuyo sombríocarácter y fin prematuro habrían de dar pábuloá tanta conseja y á tan calumniosos conceptoscomo explotara la política más tarde. Aquí lanegra intriga urdida por las ambiciones más bas-tardas para distraer de otro, heredero tambiénde la corona, el amor de un pueblo generoso quese lo dedicaba todo entero. ¡Quede manifesta-ciones, aquí, por fin, de valimientos inmereci-dos; qué de artes tenebrosas para obtenerlos; quéde groseras humillaciones para conservarlos;qué de envidias, qué de odios los más tenaces yrencorosos! •>

Y, sin embargo, todas esas memorias melan-cólicas y pavorosas parecian haberse borrado enla de los más meticulosos con el fausto aconte-cimiento del año último, cuyo desenlace, repug-nado en un principio por algunos, apareció lue-go admirable, como el más natural y sabio quepudiera imaginar su augusto iniciador.

Todavía creo ¡ay de mí! escuchar la voz su-ya anunciando la nueva feliz de haber venci-do los obstáculos que se oponian á la que con-sideraba, y con razón, la propia felicidad y la desus pueblos. Y eso cuando, ausentes del sitio losque pretendían hacerse tener por consejeros losmás hábiles ó preferidos, no cabia duda en queaquella solución era debida á la sola y enérgicainiciativa del que tanto tiempo antes venia aca-riciando su proyecto.

¡Qué porvenir tan grato no auguraba; qué es-peranzas tan halagüeñas no infundía la elecciónacertada y feliz de un monarca que, apartándo-se de las rutinas impuestas por la razón de Estado, entrega su corazón y su mano á la que áun amor, antiguo en sus pocos años, une los tim-bres de la cuna y los doñea de la hermosura, dela educación y del talento!

Porque .esas eran, con otras más, todas sobre-salientes, las cualidades, horodidas ó adquiri-das, que caracterizaban á la reina María de lasMercedes; y de su enlace con nuestro augustosoberano, no otra cosa debia esperarse que lafelicidad mayor, sin una nube siquiera que laturbase en luengos y dichosos años.

El Escorial habia, pues, perdido su fisonomíapeculiar tétrica; el palacio brillaba, más que delas mil luces que se encendían en sus expléndi-dos salones, con la alegría que en ellos reinabay parecía rebosar por encima de las gigantescastorres que'lo coronan. Los saraos improvisadosdesmentían la triste faml, del ingente edificio;y las girái campestres y las cabalgatas amena •zaban trasformar en amenos valles y en flores-tas umbrías los peñascosos y áridos contornos,por tales y desiertos," elegidos para asiento deaquella masa de piedra, más que ellos, imponen-te de grandiosidad y veneración.

¿Cómo olvidar la peregrina fiesta del 16 deSetiembre, en la, por Jo exausta, mal llamadafuente de los estudiantes1? Reyes y princesas, sen-tándose en desorden por el suelo, y formando uncuadro, cuya composición no desdeñaría el gus-to más exigente, llena, como de belleza artísti-

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ca, de la más elocuente filosofía. Porque si lointeresante de las figuras y abigarrado de sustrajea; aquella colocación, al parecer casual,pero estudiada y Lábilmente dirigida por la pa-sión; y el embeleso de los circunstantes, dibu-jado en todos los rostros, eran para inspirar algenio más frió y concentrado, óralo tambiénpara sumir en las más serias meditaciones laobra, de refundición pudiéramos decir, que allíse podia observar, de olvido y de concordia nue-va, de una paz general y sincera. Es imposi-ble describir aquel cuadro, pero lo es más aúnel manifestar el efecto que producia, pintado entodos los semblantes, cual reflejo vivo del sen-timiento que embargaba los corazones, colmán-dolos de satisfacción y de alegría.

jY las expediciones después de todo género enSan Ildefonso?

Ayer una cacería que, aun seguida de reciatempestad de lluvia y truenos, recibia con estanuevo aliciente para aumentar, si era posible,la animación y algazara antoriores, con los milgraciosos episodios, consecuencia precisa de unaccidente, en otras condiciones, funesto y per-turbador. Hoy, una excursión á la monumen-tal Sogovia, con sus multiplicadas visitas, conla procesión bulliciosa, en tales casos de rúbri-ca, de la mitad del vecindario tras de los co-ches reales, con su Salve imprescindible á laVirgen deja Fuencisla.

Nunca se borrará de la memoria mia la im-presión que experimentó al entrar en aquel co-legio, de donde habia salido alférez, sin ambi-ción ni pretensiones, y al que volvia de gene-ral, al lado del rey y como su ayudante de cam-po. Aun no siendo el mismo, pues el en que yoestudié era aquel alcázar admirable que el fuegoha consumido , asombro de las generacionespresentes y orgullo, uno de los más legítimos,de las pasadas, la emoción, al visitarlo, no pudoser más viva ni más efieaz tampoco. Y eso quehabían pasado 38 años desdé el de mi partidade Segovia; que me presentaba casi anciano, de-mudado el rostro y distinto también el color delos cabellos, entristecido y laso por las decep-ciones sufridas; que me veia desconocido de lamayor parte de los que nos recibieron, muchomás jóvenes y frecuentando el mundo de que yopuede decirse que me ausentaba ya; pero aunaaí, los dormitorios y las clases de los alumnosque recorría, y los exámenes que presenciaba,

trayóndome á la memoria la de mis primerosaños, á tal punto me impresionaron con su es-pectáculo, que hube de recurrir á un supremoesfuerzo del espíritu para no poner de manifies-to á todos la honda emoción que de mí se habiaapoderado. . .

Las fiestas, además, que se celebraban en laGranja como inspiradas por la alegría de losmejores años y la satisfacción de los más vehe-mentes y puros deseos, daban á la corte, contrasu manera de ser ordinaria, contra sü caráctermismo peculiar, un airo de existencia verdade-ramente campestre y hasta pastoril. Aquellassombrías florestas del pensil ameno de palacio,con las tan celebradas fuentes repitiendo en sussaltos y cascadas el canto de amor de las innu-merables avecillas que se balancean en los árbo-les y arbustos que en sus aguas se retratan; elespeso bosque de pinos y las rocas puntiagudasencumbrándose al cielo; el límpido y fresco Bal •sain despeñado por los laberintos* do Guadarrama; todo, todo convidaba á considerar allí lavida como un perfecto é inacabable idilio.

¡Y, sin embargo, veo el panteón de San Lo-renzo cómo se abre, para hundir en su lóbregoseno alegrías tan puras, aspiraciones y esperan-zas tan legítimas y fundadas!

¡Qué cambiado está y cuan diferente aspectopresenta el sitio este año! Reina en él, como enlos antiguos tiempos, el silencio de la muerte,..no llegando á interrumpirlo los cobardes pasosde los pocos, poquísimos, que forman la corteen sus vaStos corredores. Honras fvínebres queapenas se hacen oír en las inmensas naves y bó-vedas del templo que.la triste salmodia agigan-ta más y más, han sustituido á las misas mi-litares del otoño anterior, alardea bélico-religio-sos celebrados espada en mano y con el estruen-do de laa músicas más aturdidoras y brillantes.A los festines y & los saraos han sucedido lasoraciones y el recogimiento. El Escorial havuelto á ser lo que está visto que no puode de-jar de ser, el Monasterio de San Lorenzo, contoda su triste y emblemática significación.

Y por más que apelo á la idea, A todos acce-sible, de la instabilidad de las cosas humanas,y remonto mis imágenes á la, por lo cristiana,más filosófica aún de la conformidad con los de-cretos dé la suprema sabiduría, infalible comoanterior que es á todo lo creado, n# llego sinembargo, á resignarme, sin cierta aunque in-

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útil resistencia, á ver anularse así desti-nos que la mente y el deseo auguraban comotan felices y estables.

Habia presenciado las regias bodas en la ba-sílica de Atocha. No terminadas aun las fiestascon que se solemnizaron; vivas las alegrías queprodujeron; escuchándose los plácemes que álos felices cónyuges dirigía el pueblo, el verda-dero pueblo español, incansable en su lealtadhistórica; infiltrándose con corriente cada diamás arrebatada en todos la idea de la conve-niencia de enlace tan propio para la prosperi-dad general; ya asomó envidiosa su horripilantecabeza la desgracia que hace tantos años persi-gue á la desventurada España. Como el truenoen dia sereno y apacible, la sorprendia la nue-va, increíble al principio pero fatalmente cier-ta, del riesgo que amenazaba la vida preciosa dela que ya era gala y orgullo de la monarquía,la prenda más segura de paz en los tristes y tur-bulentos días de la patria. Yantes de salir dejprimer estupor; antes de poder medir el abismoá que iban los objetos más caros á asomarse, memiraba al pié de un lecho funeral, con los ojospreñados de lágrimas y el corazón hecho pe-dazos.

Príncipes de la Iglesia confortando con suspláticas un espíritu que pugnaba por remon-tarse al cielo; esposo, padres, hermanos, cuantoamaba aquel ángel postrado en la agonía mássanta, deshechos, unos en llanto, y los otroscon la fortaleza de los grandes deberes, de losaltos é ineludibles destinos; los más próximosservidores á: los pies, y los dignatarios del Esta-do y los representantes de cuantos poderes com-parten con el trono la gloria de la nación; todoeso, iluminado por una luz que las colgadurashacian crepuscular, aun siendo mediodía, y porlas que ayudaban á la lectura del rezo; todoeso, repito, ofrecía un espectáculo que no bor-rarán de la memoria los años, por muchos quopasaren, ni los golpes tampoco de la fortuna,pOr rudos y contundentes que sean.

¡Hé aquí por qué el Escorial ha vuelto á serel Escorial de antes, el Escorial de siempre!

I I

Visitaba yo ayer de mañana la Casita de aba-jo, ese estucke preciosísimo de alhajas que, comola del Príncipe en El Pardo y la del Labrador

en Aranjuez, está para siempre revelando elamor á la familia que distinguía al honrado yexcelente rey Carlos III!

Iba ya á poner término á mi visita, caando alfin del Pasillo superior, me sorprendieron losfrescos con que Maella lo adornara represen-tando el desembarco de los españoles en Me-norca y el sitio y toma del castillo de San Felipede Mahon.

Y no es que rae fueran desconocidos, puesque cien veces me habia parado ante ellos alrecorrer y estudiar el elegante casino de Carlos IV: no; es que precisamente llevaba en lamano y haciendo las funciones de abanico, unperiódico del dia anterior que contenía el con-venio anglo-turco para la ocupación y adminis-tración de la isla de Chipre por las tropas y elgobierno de la Gran Bretaña.

Lo que no me habia sucedido en repetidasocasiones á la vista de aquellos lindos cuadrosde una de nuestras glorias nacionales, me pasóen esta última; que en vez de la satisfacción ydel entusiasmo de antes, sentí un extremeci-miento raro, como el de una sacudida eléctrica;que el abundante sador que inundaba mi frentese tornó frió, casi glacial, y que se puso á tem-blar en mi 3 manos aquel papel que nada decia,sin embargo, ni del casino del Príncipe ni deMahon.

¡Cosa más extraña!Y, con todo, lanzado por el calor y la emo

cion da allí, gané la cuesta que separa aquellafábrica de la del Monasterio sin poderme darcuenta de aquel extraño accidente; y, presa to-davía d& él ó agobiado por el cansancio, caí enmi lecho y luego en letargo dilatado y hondo.

Y soñó.Era el dia de Santa Bárbara de mil ocho-

cientos y... tantos. Habia yo desembarcado enMahon, el puerto, dicen, que con Junio, Julioy Agosto, se llora la primacía entre los me-jores del Mediterráneo. Cansado ya de dar vuel-tas por la población y oido el famoso órganode su iglesia principal, montó á caballo y meechó á recorrer el campo, no muy ameno, porcierto, de sus inmediaciones.

Y sin sentirlo, cual suele decirse, me fui ale-jando de la ciudad hasta encontrarme al fin dela tarde muy lejos y al pié de una montaña, lamás alta, sin disputa, de la isla.

Comenzó pronto á anochecer; la soledad se

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hizo á la par completa, y sólo interrumpía elsilencio que en mi derredor reinaba la brisa ves-pertina, agitando suavemente las delgadas y secas ramas de algunos sauces vecino». La vistadejó luego de distinguir los objetos, y el hacíapoco rojo horizonte, oscureciéndose por mómentos, si consentía descubrir las grandes aglome-raciones de rocas que me rodeaban, era por suinterposición con él, no porque las iluminaratodavía.

¿Qué hacer]Lo prudente era retroceder sin vacilación al-

guna ni demora; pero no era tan fácil el hacerloy tan llano como parece. El país está casi de-sierto; la tarde tocaba á su fin, el caballo debíaestar cansado y mi humorada de recorrer lacampiña iba á proporcionarme una noche algomás que toledana.

—Meditemos,—me dije, y, echando pió átierra, me senté en una peña.

Ya llevaba una media hora de reposo y medisponía á montar de nuevo, resuelto á, atrope-llando por todo, volverme á Mahon, cuando mepareció distinguir en lo alto de la montaña unaluz tenue y vaga como la que durante la nochese observa en la cúspide del Vesubio, coronadade una ligera nubs de vapor, blanquecina ycomo fosforescente. No era volcan, puesto queno lo hay en la isla, y me habían revelado suausencia el pórfido y las serpentinas que observóá flor de tierra aquella tarde.

lUn incendio quizá]íQué seria]La luz principió á moverse y á ofrecer eclip-

ses, como si para descender á la llanura bajaradando vueltas á la montaña ó en un zig-zag delargas y tortuosas líneas. Mas su rapidez era ex-traordinaria, vertiginosa, aumentando de volu-men y de intensidad por instantes, según seprecipitaba de lo alto al pió de las rocas, dondeyo estupefaoto y ya tan cerca me encontraba.Parecíame el incendio que avanza contra el in-feliz que solo y sin esperanza de socorro no des-cubre ni reparo á qué acojerse ni salida pordonde huir y salvarse.

Y de entre aquella hoguera chispeante cuyomismo fulgor impedia observar el objeto en quese produjera y, menos aún, su especie ó forma,arrancaban unos'oomo bramidos horrísonos defiera, capaces de infundir miedo en el corazón demás elevado temple.

Podia decirse con el poeta:

» E non mi si partía dinanzi al volto;uAnz h'mpediva tanto» I mió cammiho,nCh'i'fui,per rüornar,piu volte

Pero, nada; mis piernas se resistían' á montary á correr; Como clavado en tierra, me quedémudo y estático ante aquel enigma moviente.

Ya se aproxima á mí, y creo ver un monstruo.enorme, un toro, al parecer, de cuya boca yollares salen chorros de fuego que deben ilumi-narme por completo. El caballo empieza por bu-far, de espanto también, y encabritándose y re-culando hasta desprenderse de mía manos que letenían de la brida, huye á escape por aquelloscampos de Dios. Continúa la fiera la que habiainmediatamente comenzado y pudiera yo lla-mar su revista de inspección sobre mi persona,maniobra tanto más fácil, cuanto que yo estabacomo un mármol sin pestañear, sin prorrumpirsiquiera en un solo grito; me mira detenidamen-te y, como si allá en sus adentros hubiera almaá lo humano capaz de observación y descerni-miento, me olfaltea, por fin, y de piesá cabeza,recelosa, puede ser, de alguna equivocación tras-cendental para su existencia ó sus destinos.

Y yo, ahogándome de angustia, pero firme éinmoble, petrificado, sin que me acudiera nin-gún Virgilio ni Mentor alguno que me sacasede aquel atolladero.

Más, ¡oh portento! El fuego, que en verdadno quemaba, principia á amortiguarse; la luzantes cebadora se hace débil y trasparente, ape-nas si tiene fuerza para iluminar en un radio detres ó cuatro varas; y á su través y fespuesto enparte de la primera impresión, llego á distin-guir que el monstruo es efectivamente un toroque al cabo de unos instantes concluye por mi-rarme como con benevolencia y hasta por lamer-me las manos con la mayor mansedumbre. ¿Quédigo] Se vuelve de un lado á otro y lanzándomemiradas cada vez más expresivas, como que meanima á seguirle por uno que se presenta á mifrente, áspero camino, trillado, al parecer, enotro tiempo, el mismo sin duda, por donde aca-baba el monstruo de bajar de la montaña.

Y como quien nada tiene que hacer ni obli-gación alguna á que acudir, me ful tras él. ¿Eramiedo aquello, fascinación ó encantamiento]No sé decirlo; pero quisiera yo ver1 en' mi lugaral más pintado. *

616 REVISTA «ÜROPEA.—17 DE NOVIEMBRE DE 1878. N.° 247

La ascensión fue lenta: se conoce que la fieracomprendía el estado en que yo iba y el can-sancio que el camino, y sobre todo las emocio-nes recientes, debían producirme. Se detenia áveces, en los pasos escabrosos principalmente, yvolviendo la cabeza con frecuencia, me mirabacomo para alentarme en el propósito de seguir-la. Después tomaba á su tarea de iluminar lavia con la luz milagrosa que su boca y sus olla-res despedían.

Rocas asperísimas y en sus quiebras é inters-ticios un olivo ó Un almendro raquíticos, eracuanto íbamos encontrando á los lados del ca-mino, á cada paso más trabajoso é incómodo.Lo avanzado ya de la noche, lo alto del montey la baja temperatura, natural en tal dia del año,tenían que producir su efecto; y el que yo sen-tia era casi polar. Lo extraordinario, sin em-bargo, del caso, de tal modo me embargaba elánimo y lo sostenía, á pesar del miedo la emo-ción y el frió, que daba por pasado el primero,por grata la segunda, y miedo, emoción y friópor despreciables comparados con lo arrebata-dor de la aventura.

Y llegamos á la cumbre.Era todavía de noche y ni un rayo de luz

asomaba por el horizonte, lo cual no era, enverdad, extraño, siéndola aurora tan perezosa enDiciembre.

La claridad fenomenal que me iluminaba enel camino me mostró, con todo, ruinas gigan-tes de acrópolis, templo ó cosa parecida queel tiempo ó la mano del hombre hubiesen arro-jado en montones por el suelo. Aquí un paredónenorme parecía querernos cerrar el paso; másallá un* sima, pozo ó subterráneo, medio llenosu fondo de piedras ó matorrales, nos deteniahasta encontrar por dónde salvarla;ypor variaspartes las escombros impidiéndonos la circu-lación, por ocupar los tránsitos y obstruir laspuertas, formaban con los murallones y los fo-sos un laberinto inextricable. La multitud,además, de aves nocturnas que nuestros pasosdespertaron, y la de reptiles y toda clase dealimañas que veía saltar ó deslizarse entre lasruinas, revoloteando las unas, amontonándosecomo fascinados los otros, en derredor de laluz, y todos produciendo los más extraños rui-dos, aumentaba, si aun era posible, la singula-ridad y el horror de aquella escena. Siendo sá-

bado me hubiera creído en lo alto de Zugarra-murdi ó el Valpárgis.

Jfil toro, como si á todo aquello se encontraraacostumbrado, á recorrer las ruinas y á la pre-sencia y á los graznidos da los vampiros, lagar-tos y demás animalejos que lo circuían y aco-saban, iba de un lado á otro sin cuidarse deolios y con la sola preocupación, al parecer, deguiarme con su luz y de animarme con sus mo-vimientos, ya que no me atreva á llamarlosademanes, que tales parecían.

I Qué buscará este animal? me decia yo re-cobrado completamente de mis temores y conla curiosidad y los deseos que había por fuerzade despertar suceso tan maravilloso. Los do lasMil y una noches eran cuentos de niños, compa-rados con el de que aparecía yo protagonistaen aquellos momentos; Goathe y Hoffman tras-mitían impresiones de su fantasía, propias paradistraer, no como aquella, que yo experimenta-ba, real y aterradora; y sólo en la memoria delas visión es bíblicas podría hallarse la de una se-mejante á aquel toro un instante hacia treme-bundo, humanizándose, puede decirse, con al-gún objeto que no dudaba ya debería ser pro-videncial.

Y seguimos adelante.La fiera se detuvo por fin, después de lanzar-

me una mirada altamente significativa del or-gullo que á ambos debía inspirar el servicio que,á lo visto, íbamos á prostar en aquel instantesolemne, á no dudarlo, y decisivo. El continen-te que adoptó; su mirar fijo y como de resolu-ción premeditada; un aire de vanidad sublime;t.odo su aspecto, revelaban una misión sublime,tanto más importante, cuanto que iba á decla-rarse por instrumento, como aquel, extraordi-nario é inesperado. Púsose luego á remover losinmensos bloques de cantería que llenaban unadepresión, indudablemente artificial, del suelo.No tardó, así, en dejar á descubierto una losacon su argollon de hierro en el centro, que con-vidaba á levantarla; losa que á una mirada delmonstruo fuó alzada por mí, dejando ver unacavidad y en su seno una caja de bronce, depó-sito, al parecer, de algún tesoro.

Mas para que no se interrumpiese la serie demisterios de tan azarosa noche, al suspender lacaja en mis manos y al tornar los ojos hacia miportentoso cantarada, á mi admirable guía, éstehabia desaparecido, y cuanto pude observar en

Ti.° 247 J . GÓMEZ DE ARTÉCHE. MAHON. 6Í7

mi derredor fuó ya i beneficio de la luz crepus-cular de la mañana . . . . . .

Estaba en lo alto de una montaña coronada,cual antes había podido inferir, de la fábrica in-gente de un monasterio casi completamente ar-ruinado. Me lo decian con harta elocuencia lastorres con sus capiteles á medio desgajarse, ynaves del templo en su mayor parte desploma- ,das; reinas venerandas de donde en otro tiemposé habrian alzado preces al Altísimo en demanda de favor para la comarca que desde ellas seatalayaba.

Se descubría la isla con el mar por horizonteen su casi total circuito; el cielo, azul oscurotodavía, por fondo, y algún pueblo, aldea ó ca-serío con sus campos y huerta por alfombra.Hacia el Oriente, por donde comenzaba á ele-varse el sol, se mostraba Mahon, orgullosa desu puerto y alardeando, ella toda nueva y esplén-dida, con las ruinas gloriosas de sus fuertes deSan Felipa .San Garlos V Malborough, por unlado, y las líneas, ya perceptibles, do las futu-ras casamatas de la Mola, por otro, de su po-deroso influjo en los destinos de aquel gran pié-lago, vehículo de las antiguas civilizaciones.Por el opuesto rumbo, el de Occidente, se veía,aunque lejos también, la antigua capital de laisla, con sus viejos é inútiles muros, su bahíadesierta y dando muestra muy escasa de su an-terior importancia, despreciada por su cosmopolita rival.

Al Norte, y casi al pie de la montaña, elpuerto de Fornélls 3e hacia ver por lo dilatadotambién y lo anchuroso, inmejorable sin losbajos que lo entorpecen y hacen difícil é incó-modo su aprovechamiento. En sola una direc-ción, en la delS. E., se veia interrumpido decerca el horizonte con la tierra fraternal de Ma-llorca, abriendo sus bracos á la hermana menorpara ofrecerla el amparo de su extenso y abri-gado seno de Aleadla. Y rocas, por todas par-tes, desnudas, y barrancadas con escasa y pobrevegetación, y los pueblos en corto número ycon muy poca también en sus contornos; for-mando el todo un suelo árido, frió, casi misera-ble. La hermosura, la riqueza, los atractivosque cada país tiene según su varia naturaleza,están para Menorca en aquel puerto incompa-rable y en la posición estratégica que la han

hecho envidiar de tolas laanaciones y han cau-sado sua desgracias y sus glorias.

Todo eso veia yo y observaba desde el monteque llamaré del Toro para recuerdo dejmi aven-tura de aquella noche, con la caja misteriosafuertemente sujeta entre mis manos y el deseo,á cada momento más punzante, de abrirla yexaminarla.

Pero, ¿iba á hacerlo allí] ¿Es que no debiapensar en mi regreso á Mahon? j,No necesitabadescansar, abrigarme y comer después de tantashoras y de fatigas y emociones tan Vudasi

La idea de tener en mis manos misterio tansingular, cuyo descubrimiento no dependía yamás que de mí, y el rubor, si no "o acometí»,de mi negligencia, me estimulaban á no dejarlopara más tarde, temeroso también de que, dila-tándolo, se desvaneciera el encanto.

Me senté, pues, en el fuste de una columnatumbada: y, colocando la caja en el capitel, mépreparé á abrirla. E iba , dada la segundavuelta á la llave, que hasta con llave, y de oro,me fue ofrecida por aquel monstruo metamor-foseado en genio benéfico, iba, repito, á levan-tar la tapa, cuando una detonación que me hizosaltar por los aires, me sacó de sueño tan ex-traordinario para encontrarme sudando á maresy casi sin aliento en mi lecho del Escorial.

III

Pues no vaya el lector benévolo á creer queyo, al ser tan bruscamente despertado por miasistente, soltara la caja tan misteriosamenterecogida en el monte del Toro de Menorca, por-que se engañaría muy mucho. A pesar del rui-do de la puerta y su enorme picaporte, la se-guia apretando ent/re mis brazos, como en miacalorada fantasía la sujetaba antes al pecho,produciéndome con su peso el anhélito y el su-dor de que no conseguí en largo rato vermelibre. v

La historia de esto es muy sencilla, y, lo quees más, completamente veraz y exacta.

Con el número del periódico'á que me he re-ferido en el capítulo anterior; esto es, en élmismo tren que lo trajo al sitio, llegó una cajacon varios legajos de papeles qué M3 remitía elteniente general D. Fernando Cotoner, mar-qués de La Cenia. Todos ellos se refieren á lahistoria de la menor de las Baleares, y forman

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una colección completa de cuantos documeatosde importancia se sabe existen sobre ella desdelos tiempos- más remotos hasta nuestros días.Inspirándose en la idea del peligro que pudieracorrer la isla de Menorca en una conflagracióneuropea, en las circunstancias actuales no distante quizá, é impulsado por un patriotismoque en él pudiéramos llamar doble como espa-ñol y balear, me enviaba el genera) esos papelesy, con ellos, planos curiosísimos, muy propiospara su mayor ilustración., por si pudieran ser-vir par» continuar la serie de escritos que hátiempo publiqué con el título de Nieblas de lahistoria patria. ¡Hallazgo para mí precioso,mis que en otros, en los momentos presentesque, dígase cuanto quiera en contrario, son másgraves de lo que el optimismo de algunos espab-ilóles quiere suponer!

Cuando nos engolfamos en el examen de pro-blemas tan complicados y trascendentales comolos que cada dia se ofrecen al estudio y resolu-ción de la diplomacia europea, nos estremece laidea de loa peligros que corre todo Estado queno se mantenga constantemente en armas óqae en las distintas peripecias que á cada mo-mento experimenta este viejo continente hayasufrido el menor revés, el contratiempo más in"significante. Lo diremos de una vez, y contra-yéndonos ya al objeto de este escrito: al recibirla noticia de la cesión de la isla de Chipre á losingleses, nosotros, en el lugar del gobierno, hu-biéramos reforzado la guarnición de las Balea-res con dos regimientos, lo menos, de infante-ría, uno ó dos batallones fuertes de artilleríaotros tantos de ingenieros, alguna caballería li-gera y material y municiones en abundancia.

La priesa por poner término á una lucha cu-yos límites no llegaban á descubrir los más pers-picaces desde que se presentaban nuevos acto-res en su teatro, y la preocupación en alguna delas partes contratantes de. seguir apareciendo enel lleno de la preponderancia recientemente ad-quirida, han precipitado las negociaciones deltratado de Berlín hasta el punto de prescindir-se de la discusión madura y detenida que exigian algunos de sus artículos, dejando como enel aire las decisiones que, en caso, habrían deasegurar y hacer duradera la paz. Se han deses-timado quejas muy legítimas; no se ha hechoaprecio de intereses vitales para el honor de al-.guna nación importante, y mucho nos equivo-

camos si esa imprevisión no es causa de quemuy pronto se haga escuchar el estrépito deotraguerra mucho más encarnizada que la última.

Y al pensar así, nos lanzamos, mejor que alcampo de las hipótesis, al más elocuente de lahistoria, en el que, si es verdad que se hallansiempre argumentos para los más encontradostemas, puede recogerse abundante cosecha deexperiencia, el mejor guía de las acciones hu-manas.

Y ya en ese orden de ideas, tenemos que acu-dir á la memoria de los despojos de que se hahecho víctima á nuestra España, sin que susaliados los hayan resistido por afecto ó grati-tud, ni sus enemigos hayan temblado ante elengrandecimiento y preponderancia exclusivosde uno tan sólo de entre ellos.

El que antes recordamos, aunque no sea elúnico ni el primero, por trascendental y humi-llante, es el de Gribraltar, de todos los españolesapreciado en sus verdaderas proporciones, porhaberse hecho asunto de interés y de dignidademinentemente nacionales.

El dia 4 de Agosto de 1704 caia en poder deun almirante inglés aquella fortaleza, la cual, ápesar de las reclamaciones más justas y ,de es-fuerzos, puede decirse que desesperados, no hasido aún devuelta á su legítimo dueño, la Es-paña.

Dice el marqués de San Felipe: "Fijando ennía muralla el estandarte imperial, proclamó aliiEey Carlos el príncipe de Armestad. Resistié-uronlo los ingleses, plantaron el suyo, y acla-iimaron á la Reina Ana, en cuyo nombre se con-nfirmó la posesión, y se quedó presidio inglés, n

Y con espíritu verdaderamente profético,añade el ilustre historiador: "Esta fue la primeriipiedra que cayó de la española monarquía,nchica, pero no de poca consecuencia, n

La misma suerte hubiera cabido á Ceuta sinla energía del marqués de CHronella, ayudadodel obispo admirable que gobernaba la iglesiade aquella plaza, y con recursos defensivos muysuperiores á los con que contaba el desventura-do D. Diego de Salinas, 80 infantes y 30 caba-llos, únicos presidiarios, en tales circunstan-cias, de la antigua Calpe- De caer en manos delos insulares bretones el promontorio africano,seria el Mediterráneo todo lo opuesto á lo queNapoleón soñaba después hacerlo; sería un lagoinglés, á cuya entrada pagarian un tributo ver-

247 J . DBÍ'ÁRTteCHE.—-MÁ.HON.

gonzoso ol honor y el comercio del resto de Eu-ropa.

¿Perdió Inglaterra por eso la esperanza hala-güeña de llegar á resultado para ella tan gran-dioso]

Ni por un momento. Cuatro años después, enel de 1708, después de cerca de dos de intrigasruines, de conspiraciones bastardas y de inten-tonas en otros menos culpables castigadas, sehacia también con la isla de Menorca, plantan-do sus orgullosas enseñas, lo mismo que en Gi-braltar, en el castillo de San Felipe, llave y ba-luarte, el más robusto entóneos, del puerto deMahon.

El tratado de Utrecht sancionó aquellos aten-tados, cometidos en nombre de nuestra mismaEspaña, aunque en interés, así mentidamentese proclamaba, de una dinastía que, por un con-trasentido político, resultó ser distinta de lavencedora. Y Gibraltar y Menorca quedaronhechas posesiones inglesas, aprobando la Euro-pa tamaño despojo como si nada importara a suequilibrio. También entonces era necesaria lapaz y hasta urgente su restablecimiento; y laFrancia, si no la única, la más responsable deaquella dilatada lucha, no vaciló, para salir dela precaria situación en que sus ambiciones ylos reveses sufridos la habían colocado, en sacri-ficar la -España, su aliada, en aquel tristementecélebre Congreso.

¿No hiere éste último recuerdo la memoria delos españoles al observar la indiferoncia con queesa misma Europa ha recibido el convenio an-glo-turco del 4 de Junio, cuando otro Congro-so, presidido por el omnipotente príncipe deBismark, trataba de poner término alas inquie-tudes y á los celos y desconfianzas que forzosa-mente habia de producir tanta guerra como seha sucedido desde la de Crimea'!

¡Gibraltar, Malta y Chipre! ¿Qué otra escalapodria convenir á la Inglaterra en el Mediter-ráneo para asegurar el Canal de iánez y los ca-minos de la India?

Decía en 1852 un oficial de ingenieros, aun-que en estilo algo anticuado: nSiempre el puer-nt.o de Mahon ha sido la manzana de la discor-ndia, ó el vellocino apetecido por todos; peronen el dia puede en cierto sentido considerarsencomo el trono de Neptuno sobre el Mediter-uránoo. El que se siente en él, teniendo regu-nlares fuerza» navales, dará leyes ó podrá im-

uponer condiciones, máa ó niéníjs duras- á losnque navegasen ó tengan dominios eü('íiíia únotra de sus coatas desde Malta áGI-ibráltar. Siná la opinión de los cronistas de Menorca, al"Criterio de la historia y á la luz de la eviáén-1

itcia puede todavía añadir algún valor el dietá-Mtnen de un buen español y veterano ingénierojusólo diré que en seis meses que llevo de dis-ncurrir sobre este asunto, cada vez me Confirmonmás y más en la predicha aserción.n '

Pues si dirigimos nuestras observaciones á larival secular de la Gran Bretaña, hoy por núé-^vos intereses creados su aliada eventual, laFrancia, arbitra, que se ha creido mucho tiempo, de los destinos del Mediterráneo, ¿cómo noprevenirse Contra su natural aspiración á re-sarcirse de los daños recibidos y á iieutralizarel aumento de influencia que acaba de adquirirallí nación ya tan poderosa?

Su intervención en loa asuntos de Oriente,antes casi decisiva, ha dejado de sentirse cuan-do más necesaria aparecía; la obra gigantescade Suez acometida y ejecutada por ella comopara burlar la perspicacia y las previsiones delos ingleses, ha pasado cuando más les con Veniaá poder de éstos; y la permanencia de los "mis-mos en Malta después del tratado de Amiens,la ocupación hoy do Chipre y la futura casi in-dudable de Tenedos, la arrebatan el cetro deaquel mar como sirve para poner un dique álas aspiraciones hereditarias del emperador deRusia.

¿Cómjp, pues, no temer también dé lá Franciaque cada di.a vé en su camino de la Argelia esajoya inapreciable de Mahon, y que cada diatambién con mayor fuerza proclama la necesi-dad de una compensación á sus pérdidas y á lasusurpaciones de los demás?

En cuanto á los medios usados para con Espa-ña cuando se la ha querido herir en su honor (ien sus intereses, todo el mundo sabe que ningu-^no de sus ocultos ó manifiestos enemigos ha te-nido escrúpulo en usar de los más reprobados;Francia é Inglaterra, sobre todo, han dado prue-bas de que el famoso secretario de Florencia'séquedaba en mantillas para ellas. Tropiezos pues-tos todos los dias á nuestro bueno ó mal gobier-no; lazos arrojados á su buena fé, candida por loregular; intrigas y conspiraciones urdidas paraimpedirle toda acción enérgica, aun reconocién-dole como amigo y hasta aliado; violencias in^

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justificadas, ejercidas cobardemente, á mansalvaj en plena paz; guerras, por fin, sin motivo nipretexto siquiera; atropellos sin cuento, olvidosde la fé jurada, cuanto el odio, la soberbia ó eldesprecio pueden inventar de más denigrativo,de más infamatorio, se ha empleado para conEspaña, siempre ciegamente confiada ó hidalgasiempre hasta el quijotismo.

Mientras á un rey cristianísimo se le ayudabadesinteresadamente hasta enviarle fuerzas con-siderables que le defendieran y salvaran la ciu-dad de París de sus enemigos más encarnizadosen política y religión, él veía cómo se alistabany armaban y cómo invadian los Estados españo-les esos mismos contrarios suyos, sin oponerlesel menor obstáculo ni menos impedírselo; ymientras confiada en la paz y tratando de apro-vechar Io9 beneficios que pudiera reportarla,procuraba España reponerse de sus anterioresdesgracias, los buques ingleses la arrebatabanlos suyos sin previa declaración de guerra, y lasumían en nuevas y más tristes miserias.

Otro soberano francés, que pretendía pasarpoi: magnánimo, el más poderoso de la tierra enlos tiempos modernos, usaba de las artes másviles para, con cara de aliado y de protector, ar-rancar á nuestro pueblo sus monarcas ó inde-pendencia; y con igual fingimiento y la mismatraza arrasaban los inglesoa los reparos alzadospor los españoles para defenderse de sus ataquesy violencias, les quemaban sus industrias y po-blaciones y violentaban y asesinaban sin escrúpulo alguno á los habitantes, sus carosaliados.

Con España se ha echado mano á toda clasede procederes, por inmotivados ó indignos quepareciesen.

De modo que, toda esa desconfianza, todo esedesvío de que se nos acusa á los españoles haciael extranjero, no son sino muy legítimos y fun-dados; y no es raro ni fenomenal el que, contantos ejemplos como pudiéramos aducir desdelos de Sagunto y Numancia, proverbiales porsu mala fe hasta entre los mismos que los die-ron, se hayan hecho características esas cuali-dades en nuestro pueblo,

El examen de los documentos que tenemos ála vista sobre la historia de Mahon, nos daránuevas pruebas de lo que venimos exponiendo,y debe hacer también comprender á todos, queno sin causa se alarma la opinión pública en

ocasiones como la presente, de instabilidad enel equilibrio europeo. En la colección del gene-ral Cotoner, los hay que pueden ilustrar muchoesa opinión, los hay que deben servir de ense-ñanza, también elocuentísima para nuestra re-generación militar, y se hallan, además, de losque parecen aviso de la Providencia, dignocomo todos los de tal origen, de honda y dete-nida meditación en el estado actual de nuestropaís.

Sirvan de todos modos, y ya que de otra cosano, para continuar la serie de las Nieblas de lahistoria patria, tanto tiempo hace interrum-pidas y tan merecidamente olvidadas.

JOSÉ G. DE ARTECHE.

M MAFMTO lili1 PÍMDfl

B E R N A R D O D E A l_ D A N A

Á HUNGRÍA EN 1548.

(Continuación). *

Después que el Emperador nuestro señor diofin á la guerra de Alemana con tanta reputa-ción, prendiendo las principales cabezas delexército enemigo, que fueron el duque Juan Fede-rico de Saxonia y el Lanzgraf, el serenísimo Beyde Romanos y Hungría, D. Fernando, su herma-no que habia hecho treguas con el Turco, y ha-bia ansí mesmo pacificado el reino de Bohemia,cuyas alteraciones dependían de las de Alema-ña, hallábase trabajado porque algunos caballe-ros principales de Hungría se le habían revela-do alzándose con tierras y castillos y rentas delpatrimonio Real, haciendo muchos robos y otrosdaños en loa lugares circunvecinos, y como con-tra ellos hobiese enviado gente de los meamoshúngaros y no hobiesen hecho efecto alguno,por cuanto los húngaros, unos contra otros sir-ven de mala gana ni menos tienen la plática ymodo de combatir castillos, ni tierras fuertes,porque su modo antiguo de pelear es en campa-ña y bosques, y otros lugares semejantes dondelibremente puedan combatir: por esta causa en-vió á suplicar al Emperador, le enviase alguna

(") Véase el núui. 246. pág. 577.

N."-21 A. ROORIGUEZ VIM;A.-Í—EXPEDICIÓN'DE BEKSTARDÓ DÉ ÁLDA.NA..

gente española, con la cual pensaba sujetar losdichos tiranos y pacificar su reino. S. M. Cesá-rea se la concedió, y habiéndole de enviar el ter-cio vie Ñapóles, que á la sazón estaba ain maes-tre do campo por ser muerto Alonso Vives sobreConstancia, que hasta allí lo habia sido, hizomaestre de campo del á Bernardo da Aldana,que ora capitán de arcabuceros á caballo, y lemandó que con toda diligencia fuese á tomar laposesión del dicho tercio.Sy dándola muestra yrecibiendo la paga del, se embarcase en el Da-nubio y caminase la vuelta de Viena de Austria,donde el serenísimo Rey do Romanos, su her-mano, e9taba;.y allí llegado hiciese lo que S. M.le mandase y estuviese acerca del hasta que otracosa le fuese mandada.

Tomóle eBta óiden en Hala á los 28 de Agos-to 1548, á donde por mandado de S. M. habiaido á tomar á Lanzgraf y traerlo á Canastat,cibdad del estado de Viertinberg, para que cuan-do S. M. pasase de Ulma á Espira lo hallase enel camino y lo llevase en su corte. Habida estaorden, con toda la diligencia que pudo vino áCanastat con el Lanzgraf y entregándolo junta-mente con su compañía, según la orden que paraello tenia de S. M. á Alonso de Varagas, sar-gento mayor que habia sido del dicho tercio, sevino á Erlinge, y besando las manos al Empera-dor que venia de camino, pasó á Retclinga, encuyos contornos estaban las compañías del di-cho tercio, y metiéndolas todas en la mismaciudad las reformó conforme á la instrucción quede S. M. traía, y las reduxo de once banderasque oran, en cinco, que fueron la del mesmoMaestre de campo, la de Diego Velez de Men-doza, la de Gaspar de Mardones, la de Luis Ve-lez, la de Antonio de Barrientos que se dio á suprimo Luis de Barrientos; y despidió los demáscapitanes que fueron Gonzalo de Ulloa, Luis deBarrientos el viejo, D. Juan de Urrias, donTristan, Jacobo Puxol y Balcázar, y conformeá la dicha instrucción tomó dol tercio de donAlvaro de Sande la compañía del capitán PedroDávila, que junta con las otras seria el núrtnrodesta gente mil y docientos hombres, la cualhizo caminar la via de Tanabert, ciudad sobroel Danubio adonde se habia de embarcar paraViena, y él tomando la posta se fue á Espira,donde ya'el Emperador habia llegado, y conclui-das algunas cosas á su viaje necesarias, se tornó,y alcanzada la dicha gente, entró con ella en

Tanabert á 14 de Setiembre, y otro dia siguien-te dio la muestra á Iñigo de Peralta; contadorde S. M., y pagóse la gente lo que hasta enton-ces se le debia, porque de allí adelante había deser pagada por la majestad del Rey de Romanos,yendo por contador desde tercio por mandadodel Emperador Diego de Aguirre.

Cuando esta gente llegó, ya los comisariosdel Rey de Romanos la estaban esperando Conlas barcas necesarias para conducirla á Viena;y así pagada que fue, á los 17 del dicho mes Séembarcó, y por orden de Aldana el bagaje fuepor tierra con 50 soldados en su guardia, lo»cuales llevaba á eargo el capitán de campañaN. Peralta. Con esta orden los unos por agua ylos otros por tierra, comenzaron su camino lavuelta de Viena, donde el Rey con gran 'de-seo, estaba esperando esta gente, que para sertan poca era la más hermosa banda de sol-dados que S. M. tenia, sin la cual iban algu-nos soldados aventureros sin plazas para cuan-do las hobiese; y con buen tiempo que lashizo, sin algún contraste llegaron á vista de ladicha cibdad de Viena en trece dias, donde &media legua desembarcaron y se alojaron enunos casares que allí habia, y luego Aldana fueá besar las manos al Rey, y S. M. quiso ver lagenteen escuadrón, y tornándose el dicho Alda-na á ella la hizo poner en orden para otro diade mañana, y puesta se acercó con ella por unosprados adalante hacia Viena; y serian tres ho-ras del dia cuando S. M. salió á verla, delantedel cual pasó en muy' gentil ordenanza, y el ar •cabuée*ría le hizo una salva muy concertada, deque ól y todos los de su corte recibieron grancontentamiento. Y vuelto el Rey, Aldana ansímoEsmo se volvió con la gente á su alojamiento.

Al tiempo que esta gente llegó, habia llamadoel Rey Cortes en una cibdad principal de Hun-gría llamada Pusonia, diez leguas de Viena, enlos confines de 1% mesma Hungría y Mora via; yporque el plazo des tas Cortes se iba acercando,.mandó el Rey se embarcase la gente en la mis-ma flota que habia venido, y caminase el rioabaxo hasta una tierra de Hungría llamada Ro-candolfo, la cual está dos leguas de Pusonia,

¡ donde las dichas Cortes se habían de hacer, yque en olla y otras tres aldeas de su contorno sealojase. Allana lo hizo ansí, pero antes de supartida trató con S. M. enviase en Italia á ha-cer otra compañía de españoles, para lo cual le

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aseñaló un buen soldado llamado Luis Ordoñez,sobrino de Luis Pizaño, capitán del artilleríadel Emperador. Lo cual concluido, se partió conla gente, y llegado á Rocandolfo la alojó en lameMBa \ illa y sus aldeas, como el Bey lo habiamandado, así por serlos mantenimientos más ba-ratoscomo por queenlasCórteslehiciesen espal-das, q\je según las cosas andaban desvergonza-das en Hungría era menester todo recaudo, yaun era tanto el espanto que en Viena había,que se maravillaban de haber osado ir en Hun-gría los españoles siendo tan pocos y tenian porcierto no tardaría mucho la nueva de cómo loshabían hecho á todos pedazo» como entrasen unpoco «iá9 adentro, á lo eual se persuadían porhaber visto que el Rey habia otras veces enviardo gente y habían vuelto con las cabezas rotasy sin haber hecho efecto alguno.

Con todo esto, Aldana, entretanto que lasCortes se hacían y el tiempo de salir en campa-ña venia, procuraba reformar y poner en buenadisciplina aquella gente para que los húngarosperdiesen la mala opinión y voluntad que con-tra ella tenian, á causa de algunos malos trata-mientos que de la nación española otras veceshabían recebido, debaxo el gobierno de otrosmaesos de campo, según que ellos decían y sequexaban; y también para que los mismos espa-ñoles pudiesen vivir quieta y pacíficamente en-tre sí. Y para estos dos efectos, ordenó queninguno tomase de sus huéspedes cosa algunasin pagar, y porque no tuviesen ocasión de to-marlo, hizo con el Rey que les pagasen mes pormes y les hiciese dar las provisiones á buenos yhonestos precios; y en el tercio quitó cuadrillasque por algunas quistioiies los soldados suelenhacer entre sí, y que ninguno tuviese tnugerparticular en s>u casa sino fuese casado con ella,y que ninguno ansí mismo jugase con otro so-bre palabra ni sobre otra prenda que de oro nide plata, ni que tampoco los mercadantes diesen cosa fiada á ningún soldado, porque con es-to se escusaban los gastos excesivos que loa sol-dados hacían hallando quien les diese ropa fia-da; y en esta disciplina los sostuvo todo el tiem-po que él tuvo autoridad para los gobernar, quefue hasta la venida de Juan Bautista Gastaldo,con la cual disciplina los del reino perdieronpoco á poco el mal concepto que hasta allí ha-bian tenido de nuestra nación, y se holgaban>le alojarlos en sus tierras y casas, porque esta-

ban ciertos no les habian de tomar nada de suhacienda, ni les habian de hacer agravio, y quesi alguno se le hiciese con quexarse á su maesode campo habian de ser desagraviados y casti-gados los agresores, y desto vieron largamentela experiencia.

Luego el Rey se partió á las d'chas Cortes, álas cuales vinieron muchos señores del reinomás acompañados de lo que para venir á Cortesse convenia, por lo cual no se presumía bien desus ánimos y se creia fuesen reprimidos viendola gente española. También vinieron otros al-gunos por ver los dichos españoles, por ej ami-cicia que con algunos dellos habian tomado enla guerra de Saxonia. A estas Cortes no vinie-ron los rebeldes, los cuales fueron llamados dán-doles término de 40 dias para que restituyesenlo que tenian usurpado, y se presentasen delan-te del Rey; donde no, los declaraba S. M.'porrebeldes y , traidores, publicando sus bienes ypersonas como de inobedientes á su Príncipe, yque quien quiera que los matase y hiciese todomal y daño, recibiría favor y merced del Rejr,todo conforme á laa leyes y Estatutos de Hun-gría. Y esto así concluido, el Rey mandó á Al-dana pasase el Danubio y fuese á alojar la gen-te en dos lugares de Hungría, llamado el unoFramarh y el otro Clive, que están entre trescastillos que el uno de los rebeldes tenia, loscuales se llamaban Leña, Xabrach y Citna, loscuales están en triángulo, ordenándole lo demásque habia de hacer. Y con esto el Rey ae partióá Viena y Aldana á su alojamiento para efec-tuar la orden que el Rey le habia dado; y conél se juntó Obrestorff con 600 caballos húnga-ros, que en su lengua dicen uzaros, y 200 depió, á que llaman ayduques ó aydones ó gra-bantes... el cual era maestre de campo generaldesde Austria hasta el rio Tiscia. Y así pasaronel Danubio con grandísimos fríos y hielos enprincipio de Hebrerd del id, los cuales fueronaquel año mayores que los pasados. Y llegadosá los dichos lugares, las cuatro banderas se alo-jaron en Framarh, que era sugeta al castillo de'Lena, y á legua y media dól, y el maestre decampo Aldana, con las tres y los húngaros sealojaron en Clive, á legua.y media de Xabrach yá una de Citna, los otros dos castillos. Deade ápocos dias llegó el capitán Luis Ordoñez con los200 hombres que traía de Italia, todos muybuena gemte.

247 A. RODRÍGUEZ V I t t A . . — EXPEDICIÓN DE BERNARDO TJE ÁLDA.NA.

Eran los rebeldes dos caballeros principales,llamado el uno Melchior Balax, y el otro BajoMatías. El Melchior Balax tenia en empeño elcastillo de Xabráeh, muy fuerte, y un monteque se dice Atila, fortísimo, por 9.000 florines,y enviándoselos el Rey, y querindiese los casti-llos, no sólo no los rindió más los proveyó degente y de lo demás que para defenderlos eranecesario, habituallándolos lo mejor que pudo,haciendo lo mismo en el otro castillo dichoLena, que siendo de un hijo de su mujer quehobo del primer marido, que se llamaba Gri-niel de Lena, se habia también alzado con él; yal tiempo que el Rey andaba envuelto con losbohemios,el dicho Melchior Balax hizo en aquelmonte Atila, á la parte más inferior del, uncastillo que llamó Gítna, al pié del cual monteestán unas minas de oro y plata que le valen alRey más de 200.000 ducados cada año. y hizoeste castillo con intención' que si al Rey le fueramal en lo de Bohemia y Saxonia de alzarse tam-bién con las dichas minas.

El Bajo Matías era pariente de un caballerollamado Tornay Joanes, que murió con el reyLudovico en la batalla que hobó con el Turco;el cual, antes que se partiese con el Rey, dexóencomendado un castillo que tenía fortísimo ycasi inespugnable, dicho Moran, á este BajoMatías, y un hijo que tenía, para que si él mu-riese en la batalla, lo diese al dicho su hijo. ElBajo Matías, sabida la muerte del Tornay Joa-nes, sin guardar la fe que había dado, se alzó conel castillo, y no lo quiso dar al hijo del Torn*yJoaaes, cuyo era, y lo proveyó de gente y detodo lo demás que para defenderlo y aun .paraofenderlo era menester, favoresciéndose del Tur-co y ¡de fray Jorge, gobernadorde laTransilvaniapor el hijo del rey Joanes, bayboda'que nosotrossolemos decir.

También se habia alzado otro señor llamadoFrancisco Bebec; pero éste, siendo enemigo delBajo Matías, y viendo que no se podia valercon él, á causa de la fortaleza de Moran, y vien-do que el Rey se determinaba á hacerles guerra,y que habia traido españoles, por se vengar desu enemigo se vino al Rey á pedir perdón, yofreciéndose si le daba alguna gente que con lasuya juntamente pornia cerco al dicho Bajo Ma-tías. El Rey le perdonó y le dio alguna gentehúngara, y así cuando después Aldana fue so-bre el dicho castillo, habia tres meses que le te-

nía tomados Io9 pasos, qtie por ninguna parte eldicho Bajo Matías podia salir á hacer las. corre-rías y robos'que antes.

AnsímismO se habia alzado una señora prin-cipal, viuda, que se decia la señora de Galgoz,mujer qtté fue de un gran señor llamado AlexbTursu; mas ésta, teniendo casada una hija conel Conde de Salma, capitán generar del Rey, pormedio del dicho Conde de Salma, se reduxo á laobediencia del Rey; de modo que quedaban so-lamente los dichos dos rebeldes arriba nom-brados.

Para saber quién era éste fraile y quien el ReyJoanos que tuvo & Transilvaniaj hacerlo he de lamanera que yo fui informado en aquellas partesde personas dignas de fó.

Habia en tiempo del rey Ludcvico, conquien la reina María, hermana de nuestro Em-perador, estuvo casada, un caballero principaly rico en Hungría, llamado Joanes Sapolius óCapolius, natural de Corvatia, a quien di-cho rey Ludovico nombró Baiboda de Tran-silvania, que es oficio como Virrey, el cualmuerto el rey Ludovico en la batalla que tuvocon el Turco cerca de Mohacho, aprovochán-dose de las disensiones de los magnates sobre susucesión, se alzó con el señorío de las tierrasque gobernaba y aun con buena parte dé Hun-gría; pero el rey Fernando, sucesor de Ludo-vico, lo echó fuera del territorio. El dichorey Joanes se fue á amparar del Rey de Polonia,siendo también ayudado en sus pretensiones delTurco,á quien prometiójvasallaje. Con estos au-silios, secundado también por los naturales delpaís, se apoderó de Transilvania, sobre cuyodominio hubo después ciertas capitulacionesentre él y el rey Fernando. Con el socorro queentonces enviaba, tomó el Turco la primera vezá Buda y la dio al mismo rey Joanes, y así latuvo hasta quo murió, que enviando el Rey deRomanos'gente sobre ella, por pláticas que teniacon los de dentro que se le darían, el Turco en-vió ansí mesmo gente para defenderla y estan-do dentro el fraile el Turco se entró dentro y seapoderó la segunda vez de ella, diciendo que élla quería tener por el hijo del rey Joanes, conla cual se ha quedado hasta hoy. Algunos son daopinión que si el fraile quisiera, el Turco no seapoderara della; otros dicen que no pudo más ylo escusan. Murió el rey Joanes de 60 años;dejó al tiempo que murió un hijo de su mujer

BEVISTA EUBOPEA.—17 DE NOVIEMBBE DE 1878. N.°247

Isabela, hija del Rey de Polonia; él de poco másde un año y ella de poco más de 20; y dexó porGobernador del reino y curador de su hijo áfray Jorge, obispo de Varadino, dejándole en-cargado y en su testamento que si el Rey deRomanos diese á su hijo el estado que él tenia,antes que fuese bay boda que le fuese restituidaTransilvania.

Era este fray Jorge también de Corvatia, debaja condición: crióse en casa del rey Joanesque le favoreció y encumbró mucho. Cuandoeste murió él era el que mandaba en el reino yera atendido más que la Eeina. Tratábase bienen cuanto al comer y en tenor muchos y muyprincipales criados y muy arreada su casa, mu-cha y muy buena plata con que se servia, muybuenos caballos de pelea y otras cabalgadurasde camino y de carros y-coches. Traia siempreen guarda de su persona 200 caballos y 200 hom-bres de pié, los ciento arcabuceros. En cuantoal trato de su persona en el vestir y cama eramuy modesto. Traia su hábito blanco (de loshermitaños de San Pablo) y encima un zamarroó aforro blanco; su cama común, todo blancotambién, sin otra curiosidad ni delicadeza. Erahombre alto de cuerpo, robusto y enxuto, másmoreno que blanco, el rostro largo, la frentemediana, calvo y de pocos cabellos; los ojosazules y pequeños, la nariz aguileña, los dien-tes muy menudos y raros; tartamudeaba un po-quito y algunas veces no se le parescia. Oiácada dia misa y todos los domingos y fiestas ser-món; pocas veces la decía. Era amado de lossuyos y bien quisto de todos. Murió ó le mata-ron de más de 70 años. Tenia fama de gran te-soro, del cual decia Joan B. Gastaldo no se ha-bia hallado más que diez mil escudos que traiaconsigo cuando le mataron, pero aunque él supola verdad si loa tenia ó no mejor que otro, en loque él decia créalo quien lo quisiere creer, peroyo sé que tuvo 12 años el gobierno de aquelreino y cobraba sus rentas, que lo ordinario eranmas de 600.000 ducados sin los extraordinarios"

Entretanto que el plazo pasaba, Aldana noperdía tiempo en espiar lo que Melchior Balaxhacia y cómo tenia proveídos sus castillo», ytambién enviándole á hablar para si le pudierareducir al servicio del Rey, y aún él mismoquiso hablarle, y enviándoselo á decir se con-certaron; y Aldana tomando 200 soldados sevino con ellos al caatülo de Xabrach, donde el

dicho Melchior Balax estaba, para verse con él,y dexando los dichos soldados en un montecüloá vista del castillo, el dicho Aldana solo baxónna cuesta abaxo hasta un molino, donde elMelchior Balax le estaba esperando, paseándo-se en un prado que se hacia junto al arroyo delmolino, también solo con un paje que le teniade rienda un caballo y la lanza y la tablachina,el cual como vio baxar al dicho Aldana cabal-gando en su caballo, tomando su lanza y tabla-china le salió á recebir, donde saludándose, to-cadas las manos, Aldana le habló largamente;mas hallóle tan obstinado que por más exorta-ciones y buenos amonestamientos que le hizo,no pudo con él acabar cosa alguna, porque de-mandaba partidos muy desconvenientes; y asídespedidos, no sin dolor que Aldana recibió dever la ceguedad de aquel caballero, se volvió ásu gente y de allí á su alojamiento.

Cumplíase el plazo que á estos rebeldes sedio dos dias después que esto pasó; y así el mis-mo dia que se cumplió, que fue á 23 de Marzo,tuvo Aldana aviso cómo el monte y castillo deCitna estaba con solos 150 hombres de guardia,que para tan gran plaza ora muy poca gente, yque el Balax habia enviado á decir al Bajo Matíasle enviase 200 hombres para meter dentro y quehabiéndoselos concedido venían ya de caminoy que entrarían aquella noche á 3 ó á 4 horasde la noche. Lo que entendido por Aldana pusoluego en orden 240 soldados y ordenó al capitánLuis Ordoñez que con ellos se fuese á poner alpié de la montaña en un lugar y paso estrechopor donde aquella gente habia de pasar, y lesimpidiese el paso ó si le pareciese y pudiese en-trase con ellos á las vueltas en el monte; y qvtesi acaso no viniesen, que un hora antes del diaacometiese el monte para ver cómo estaba laguardia del, y de lo que sucediese lo avisase lue-go, porque él quedaba con otros 300 hombrepara le ir luego á socorrer si fuese necesario,porque no habia de allí al castillo que unalegua.

El capitán se partió con esta orden á dos horasde noche, guiándolo un capitán de caballoa hún-garos llamado Coruato Noviz con algunos caba-llos; y llegando al dicho paao antes que el socorroviniese, la noche hizo tan oscura y tempestuosade agua, truenos y relámpagos, que los nues-tros, con grandísimo trabajo, la pasaron. Losenemigos, ó que supiesen haber salido de CU ve

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nuestra gente, ó que los impidiese la noche, novinieron. Pues visto por el capitán Luis Ordo -ñez la tardanza de los enemigos, siendo pasadaslas tres partes de la noche, se determinó de aco-meter el monte, el cual tiene de circuito unalegua española, y es eminente sobre todas lasmontañas que están en su contorno, y la natu-raleza la cerca por todas partes de unas rocasaltísimas, excepto por donde se sube, y entra aldicho monte y castillo, que es un espacio decincuenta pasos comunes, á la cual entrada hayuna fuente de muy gentil agua, y tan abundan-te, que bastaria para proveer un gran exército.En esta entrada se hacen dos caminos para su-bir á lo alto, harto áspero. Pues con e¡sta deter-minación subieron por el uno destos caminoshasta el monte, con harto trabajo, cuya entra-da estaba fortificada de un rastrillo de madera,que á estar los de adentro apercebidos, bastaraá defenderlo á todo ol mundo. Y cierto con razóntenian por cosa de burla decir que el monteAtila se habia de tomar por fuerza, mas la tem-pestad de la noche dio lugar á que los nuestrosno fuesen sentidos, y fue causa que los de den-tro estuviesen más descuidados. Y así llegadosal dicho rastrillo, acometieron las guardias condeterminación y presteza increible, los cuales,viéndose acometidos coa tan grande ímpetu yfuria y una cosa no pensada, fue tanta su tur-bación, que antes que se pudiesen poner á la de-fensa, los nuestros fueron con ellos á las manosen su fuerte, que con poca resistencia les habíanganado; y de tal manera los apretaron que,vueltas las espaldas, se fueron huyendo haciael castillo. Los que dentro estaban, como sin-tieron la revuelta, recogieron los que primerollegaron huyendo; mas viendo que los nuestrosles iban tan cerca en su alcance, alzaron lapuente y cerraron la puerta, dexando fuera mu-chos de los suyos, los cuales, viéndose apretadosde los nuestros, les paresció mejor partido saltarde aquellas peñas abaxo, que venir en sus ma-nos; y como los nuestros llegasen en baxo delcastillo, los de dentro les comenzaron á tirarcon mosquetes y arcabuces, y mataron un sol-dado y hirieron cinco, y por no recebir másdaño, viendo que tenian ganado el monte, queera lo principal y más importante, y que fueradel castillo no les quedaban enemigos, se reti-raron á ciertas casas que allí cerca estaban,donde se recogían las guardas del monte, y

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donde habia herrazas y otros servicios necesa-rios al castillo; y enviaron luego aviso de todoesto á Aldana que estaba en Clive.

Grande fue el contentamiento con que Alda-na recibió este aviso, por haber habido tan buenprincipio en cosa que se tenía por tan dificulto-sa, como á la verdad, lo era; y lnego, sin perdertiempo, se partió con 300 soldados y con el at-tillería de campaña que consigo traia, que erandos medias culebrinas y cuatro falconetes¿ y lle-gado se comenzó á subir la dicha artillería, aun-que con gran trabajo, hasta cerca de la entradadel monte, porque el camino principal que su-bia á lo alto lo señoreaba el castillo, y el otroera asperísimo y muy lleno de nieve; pero contodas estas dificultades los soldados se dieroatan buena maña, que el propio dia, que fue do-mingo á los 24 de Marzo, la pusieron cerca dela entrada del monte, y esperóse la noche parameterla, á causa que el castillo descubría aque-lla parte, y si se metiera de dia los nuestrosrecibieran gran daño. Venida la noche, Aldanahizo meter el artillería y plantarla á 80 pasosdel castillo, y por no tener cestones se sirvió dobotas llenas de tierra, y hechas las trincheras yreparos para donde los soldados pudiesen estar,se comenzó á batir el lunes siguiente, dia deNuestra Señora, y hallóse el muro tan grueso yfuerte que el artillería no era suficiente parabatirlo, de lo que Aldana se hallaba mal con-tento; y buscando manera cómo se pudieseaprovechar de los enemigos, reconoció unas ven-tanas d cl mismo castillo que respondían á aque-lla parte y hizo batir los cantones dellas y des-te modo comenzó á cortar el muro de suerteque si el dia durara más, se hiciera entrada su-ficiente, aunque fueran menester escalas parasubir, por quedar la batería algo alta. Venidala noche, Aldana no dexó reposar los enemigos,tocándoles muchas veces arma y juntamentehizo arrimar algunas mantas (l)ypicar el muropor alguna parte, mas estaba el fundamento tanalto sobre el muro que no se pudo hacer efectoalguno, las cuales mantas fueron muy reñidaspor más de una hora por se defender los de den-tro valerosamente, y sobre ellas mataron seissoldados y hirieron algunos; y viendo el dañe

(1) Tiene aquí esta palabra el significado genéricode máquina teotoria 6 oubridora. Véase el Diccionariomilitar etiaiiológico del Sr. Almirante.

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que se recibía y quo no se hacia efecto, Aldanahizo retirar las dichas mantas y los de dentrouo quedaron sin cansancio y daño y mucho es-panto de la determinación de los nuestros, y noosando esperar otro asalto se huyeron esa nochepor la otra parte del castillo cuarenta hombresy ol alcaide, y 'cincuenta que quedaban deman-daron plática casi media hora antes del di a, lacual Aldana le concedió, y que el alcaide pu-dieso seguramente salir á hablarle; y así saliócon su cimitarra ceñida y un arco en la manocon tres flechas y un paje que le traía una es-copeta de nueve palmos. Era hombre bien alto,de cuerpo enxuto y muy moreno, hecha la bar-ba á la turquesca y él habia sido turco y servidode jenízaro sobre Rodas y después se habia Jie-cho cristiano en Transilvania y el Balax lo ha-bia traído. Y así como se vio con Aldana co-menzó á tratar con él que le rindiria el castillosi. le dexaba salir con toda la gente y armas contodo lo que en el castillo tenian. Aldana no lequiso conceder otra cosa sino que, sin armas so-lamente las personas libres y con la ropa quo ácuestas pudiese sacar cada uno, pudiesen salir;y el mismo alcaide que pudiese salir con las ar-mas que salió á la plática; y desta manera^acep-tando el partido se salieron y el castillo se en-tregó, en el cual puso Aldana á un soldado, lla-mado Pedro Montañés, que ora su sargento,concien hombres, hasta que el Rey enviase personaque lo guardase, al cual luego «lió aviso de lohecho. Halláronse dentro tres piezas do artille-ría pequeñas de campaña y muchos mosquetesy gran abundancia de municiones y vituallas.Murieron en esta empresa de los nuestro! sietesoldados y un artillero y unos 25 heridos. Delos enemigos murieron la noche que se tomó elmonte 40 hombres y en el castillo 10 y algunosheridos.

Fue esta empresa de grandísima importancia,por ser teñid?, por la más dificultosa, y por es-tar en su contorno las minas. Puesto este re-caudo, Aldana se volvió á Clive á su aloja-miento. El Balax, abandonado por el Turco, conquien mantenía tratos, al saber la pérdida deeste castillo, acordó irse á socorrorde fray Jorge,gobernador de la Transilvania, á quien él habiaservido antes que al Rey de Romanos, y antes desu partida proveyó muy bien á Lena y á Xa-brach, los dos castillos que le quedaban, y enLena por ser en llano y estar más á la frontera,

puso todo i loa mii oabülos que pudo, que fuo-ron 150, todos húngaros y gente noble, porquoen Hungría antos se doxará un noble ó hidal-go cortar la caboza, que servir de soldado á pié;y así no pued3n creer qtle entre nuestra infante •ría haya ningún hidalgo. Daxó más 200 arcabu-ceros bohemios y 150 villanos para que siempretrabajasen en fortificar y en lo demás que fuesenecesario en el castillo, y dexó por capitán dola gente un caballero llamado Tomás Dazo, ypor alcaide otro llamado Chicandras. En Xa-brach, por ser el castillo fortíúmo y de monosplaza que Lena, y puesto entre montañas, nopuso más de 50 caballos, gente noble, y 200 ar-cabuceros húngaros y bohemios, y por capitán,un caballero llamado Chinchimihal, y por alcai-de otro llamado Nacoso Ferenze, y dexó todoslos castillos muy bien prevenidos.

En este medio, por todas las vías posiblesno dexaba Aldana de molestar los castillos, has-ta que supo que el conde de Salma, camareromayor del Rey y su capitán general,|venia conalgún número de gento de á caballo y las ochopiezas de artillería, quo eran ocho cañones re-forzados; y así como lo supo, tomó la compañíade Diego Velez de Mendoza y 200 aiduques ylos cien caballos de Corvato Noviz, y fuese conesta gente al castillo de Xabrach y púsola en ellugar más conveniente para cercar el castillocon los reparos y defensas necesarias; y por es-tar Diogo Velez ausente, dexó con toda estagente al sargento mayor de aquel tercio llamadoGarci Ximonez do Hélices, y él, volviéndose á sualojamiento, tomó las otras dos compañía» yfuese á juntar con las cuatro que estaban enFramarch. y el mismo dia, quo fue lunes d^ laSemana Santa, llogó también el conde de Sal-ma y estuvo hasta el jueves tratando con Alda-na lo que en la expugnación de aquellos casti-llos se habia de hicer y partióse á recibir el ar-tillería quo venia ya cerca; y Aldana el lúnosde Pascua, 22 de Abril 1549, tomando toda lagente qu-3 estaba en Framarch, se fue á ponerel cerco á Lena, cuya podcion e tan ventajosay tan defendida por ol arto y la naturaleza quecasi lo hacia inexpugnable. Hallóse la fábricatan fuerte, quo on li expugnación de una dolas torre3 y en rompor un podazo do lo alto doltorreón, so gastaron 1.700 pelotas en siete dia:ide batería, sin que se hiciese la suficiente paradar el asalto, por lo cual fue necesario enviar á

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Viena, que estaba de allí veinticuatro leguastudescas por más pelotas y municiones), Des-pués de muchos trabajos y combates se tomó elcastillo por asalto. Ahogáronse de los sitiadosen el agua del foso casi cien hombres, y en elcastillo se mataron 130, y en otro fuerte do losque huian, mataron otros 50. Todos los demásque quedaron, se prendieron y llevaron paratrabajar en algunas fortalezas que el Eey hacia.Murieron de los nuestros 27, ocho antea de labatalla y 19 en la toma del castillo; heridos hu-bo casi 60. Fue razonable saco do dineros, ro-pas y caballos muy buenos.

Ganado este castillo de Lena, mandó el Con-de do Solma, que hasta que el Rey proveyese,quedase dentro la compañía de Luis Barriento3,y envió dos la vuelta de Xabrach, que fueron lade Aldana y do Diego Velez de Mendoza, queya era vuelto de Ñapóles y se halló en este asal-to, para que con la más gente que allá estaba,apretasen ol cerco, entretanto quo las cosas ne-cesarias para partir allá so ponían en orden.Este castillo estaba situado en lugar asperísimo,con grandes defensas y buena guarnición; perolos nuestros hicieron sus trincheas en piedraviva, cosa que no maravilló poco á los enemi-gos, y plantada la artillería comenzaron á ba-tirlo vigorosamente; y. como se iban acercandoá los sitiados cada hora sin podérselo defender,tomaron por partido darse como les pedian ámerced del Rey, entregándose así el castillo sinderramar sangre.

Partió aqivl pequeño ejército de Xabrach,después de puesta en ól guarnición del Rey hún-gara, víspera de San Juan, y caminaron la vuel-ta de Moran, sin otra artillería quo cuatro piezasde campaña que Aldana traia consigo, por-qao no llevaban esperanza, según la forma y dis-posición del castillo de poderlo tomar por ba-tería ni asalto, y también por el aspereza de lasmontañas. Llegados al castillo de Moran, tu-vieron una entrevista con el mismo Bajo Ma-tías para ver de reducirle; pero halláronle tansoberbio, que no fuá posible conseguirlo. Porotra parte, habla grandes dificultados para a o -meter la empresa de rendir el castillo, y el Con-de no sabia resolverse ni qué expediente se po-día tomar, porquo aunque estas dificultado;! ce-saran, tomíaae mucho de otros inconvenientes,y eran que fray Jorge, el gobernador de Tran-silvania, pretendia que este Bajo Matía'sera sub-

dito del hijo del Rey Joanes que ól tenia á sucargo, y envió á decirlo al Conde y á protestarcontra ello, porque daba ocasión- á romper laatreguas que habla entre el Rey de Romanosy elRey, su señor, porque él no podia dejar de socor-rer el castillo de Moran. También el baxá deBuda envió otro mensajero á requerir al Condedesistiese de aquella empresa, poique su señortenia en protección los hijos y cosas del reyJoanes, y que no podia clexar de responder porellos. Así mismo vino otra embaxada de partede un tio del hijodel Rey Joanes, gran señor enTransilvania, llamado Pedro Vicho.

Viendo Aldana que si cualquiera destos en-viaba socorro era bástante á impedir la empre-sa, dixo al Conde: "Señor, V. S. haga con todabrevedad proveer de artillería para batir el cas-tillo, que pues Dios nos ha ayudado en las otrasempresas, también nos ayudará en esta por sercontra mayor tirano y más enemigo suyo; por-que si algún socorro hubiese de venir, antes quellegue tengamos algo hecho, ó con ayuda deDios, el todo, en el cual espero nos le dará enlas manos; que cuanto á plantarle el artillería,yo lo tomo á mi cargo con mis españoles, n Pu-sieron estas palabras mucho ánimo al Conde, yasí prometió que dentro de quince dias haríavenir allí ocho cañones de batería con todas susmuniciones y 500 gastadores, con. todo lo demásque fue:íe necesario, sin que faltase cosa alguna.Con esta promesa, Aldana fue por la gente y latraxo, y alojóla con la demás que allí estaba enun vaíj$ al pié de la montaña sobre la cual es-taba el castillo, el cual, por mucho que su sitiose quisiera describir como él era, no se podrácomprender con el entendimiento para ponerleadmiración como con la vi«ta.

Venida la artillería, Aldana comenzó á darorden donde más daño pudiesen hacer á los ene-migos y cantillo, y por todas partes hallabagrandísimas dificultades, así para subirla comopara plantarla, por la aspereza de las montañas;pero al fin colocóla lo mejor .que pudo con losgastadores y soldados españoles, que sirvieron ytrabajaron aquí lo que no se puede creer de no-che y de dia, y no sin peligro por los mosqueteay arcabuces que tiraban del castillo. Tambiénse hicieron con gran dificultad algunas trinche-as quo llegaron hasta el pié del mismo castillo.Así las cosas, comenzó á batir el castillo, ha-ciendo á la vez Aldana de artillero y gastador.

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de capitán y de soldado. Al cabo de siete dias •so acabaron laa pelotas, y habiendo necesidad deir por más á Viena, Aldana dijo al Conde quepor aquello poco que estaba batido sería biendar la batalla al castillo. El Conde }e respondióque hiciese lo que le pareciese, que confiado desa buena fortuna y buen celo que en todo mos-traba al servicio del Roy, su señor, esperaba enDios se saldria con la empresa.

Aldana, vista la voluntad del Conde y quepor mala puntería de los artilleros muchos tirosdaban en las peñas y las pelotas volvían atrásy otras pasaban por lo alto del castillo, mandóechar bando entre los gastadores y villanos, queallí habia, que á los que le trajesen pelotas lesdaría cuatro reales por cada una, y tantas tra-jeron que bastaron para tirar otros dos dias; yporque los enemigos asimismo habían hechouna trinchea á fuera) del castillo, envió |dossoldados á reconocerla, el uno llamado Ochoade Salazar y el otro Diego de Arévalo, los cua-les para llegar al amanecer, comenzaron á su-bir después de media noche; y así como llegaronarremetieron á las guardias y el Ochoa de Sa-lazar mató luego una de ellas y los demás hu-yeron, y como fueron descubiertos del castillocomenzáronles á tirar. Y visto por algunos sol-dados de los nuestros, acudían para ayudarlos áretirar, y del castillo mataron algunos y en finse retiraron; á los cuales dio el Conde 12 escu-dos por uno y cuatro de ventaja más cada mes,y Aldana les dio sendos vestidos de carmesí.

Concluido sábado en la noche que se diese labatalla al castillo, algunos capitanes había decontraria opinión que Aldana, pareciéndolesque más era temeridad que cosa de esfuerzo ydiscreción el querer dar batalla á un castillo deaquella manera, y así lo decían al Conde, elcual se tenia siempre al parecer de Aldana; elcual viendo lo que los capitanes habían dichoal Conde y que por otras partes lo murmurabany daban causa á que los soldados estuviesen ti-bios y de mala voluntad, los exortó de maneraque ya deseaban habérselas con los enemigos.Comenzó entonces á poner en orden la gentepara subir la montaña, y andándola ordenandollegó á él Corvato Noviz, capitán de caballoshúngaros con 40 gentileshombres á rogar áAldana le permitiese con aquellos 40 compañe-ros fuesen á dar el asalto al castillo en compa-ñía de los españoles, lo cual Aldana graciosa-

mente le concedió y se lo agradeció con pala-bras amorosas, y así lo metió con sus compañe-ros entre su compañía encargándoselos á sualférez, la cual con la de Diego Velez de Men-doza y la de Pedro Dávila y la de Luis Barrien-tos hizo que subiesen por la parte del espu-ton (1) y que tomasen unas peñas que estabancerca del. Ordenó ansí tnesmo que la gentehúngara así de pié como de caballo al tiempoque los españoles arremetiesen al castillo, ellostentasen á pié si podían subir en unas peñas qnoestaban á las espaldas del castillo hacia la partoque caia sobre el valle, y si viesen que habiaquien las guardase que las dexasen, porque soloun hombre que hubiera bastaba á defender queninguno subiese; mas como ellos tenían estederiscadero ó precipicio por] muy seguro, nocuraron de guardarlo, sino acudir todos á ladefensa del castillo; y así nuestros húngaros tu-vieron lugar de ganarlo sin haber quien se loimpidiese.

Mandó ansí mesmo que la compañía de LuisVelez y la de Juan de Ulloa Pereira, que habiasucedido en ella á Gaspar de Mardones, quoera ido á Ñapóles por orden de la Majestad Ce-sárea, que tomasen otras peñas que estabanjunto á la batería de la puerta. También cabeaquella parte por donde aquellas dos compañíashabían de arremeter, estaban unas peñas aspeií-simas que por ser tales, tenia Aldana aviso queno las guardaban. Mandó al capitán Luis Or-doñez enviase allí á su sargento con 40 hombresque las tomase y que él con su compañía, des-pués que todos estuviesen arriba, tomase el ca-mino del esputon al largo del castillo y que nohiciese sino tirar á todas las defensas que tu-viesen los enemigos por donde pudiesen perju-dicar á nuestra gente.

Con esta orden, habiendo los españoles he-cho lo que á sus conciencias convenia, el sábadoen la noche á los 10 de Agosto de 1549, comen-zó la gente, cada uno por la parte que le tocaba,á subir la cuesta arriba, no sin grandísimo tra-bajo y fatiga, y con todo ello antes de amanecercada uno estaba en su puesto. Venida la mañanadel domingo, 11 del dicho mes, al salir del sol,habiéndose quedado el Conde con la caballeríatoda á punto en lo baxo y habiendo Aldana

(1) Sic, acaso por espolón, estribo ó contrafuerte.

N.° 247 A. PALACIO VALDÉS.—LOS NOVELISTAS ESPAÑOLES. 629

reconoscido todas las estancias de los soldadospara ver si estaba cada uno como con venia,vuelto á donde su compañía estaba con las otrastres, hizo tocar una trompeta para señal dearremeter, la cual oída, con gran ánimo y de-terminación y un ímpetu terrible arremeten losalférez con sus banderas acompañadas de sussoldados á las partes de las baterías, y arrima-dos al muro tentaban por todas partes de en-trar.

ANTONIO RODRÍGUEZ V I L L A .

('Continuará. J

LOS NOVELISTAS ESPAÑOLES,

DON JOSÉ DE CASTRO Y SERRANO

Yo no diré que el Sr. Castro y Serrino seaun gran novelista. No señor, no lo diré. Peroconfiesen ustedes que después de haber habladodel señor Pérez Escrich tendría derecho á decirlo.

Al llegar á un villorrio de la Mancha ó deCastilla, sobre todo viniendo directamente de lacorte, habrás observado lector, que las rnujoresparecen zafias desgarbadas y hasta ridiculas. Puesyo te juro que á permanecer algún tiempo enaquel pueblo, llegarias á juzgarlas con menos se-veridad y aun presumo que no tardarias en ponerlos ojos dnlces á alguna, teniéndola por tan airo-sa y gallarda como la dama más elegante quepasea sus gemelos de nácar por el ámbito del tea-tro Real. Mas supongamos que te haces carlistay vienes á Madrid con un buen empleo, y al ca-bo de algún tiempo te encuentras de manos á bo-ca en la Carrera de San Jerónimo con tu man-en-¡ga deidad. ¡Qué horror! Te pones colorado al.pensar solamente que el amigo que va contigollegue á saber que has compuesto unas octavasreales á aquel talle.

Perdona que me suceda algo parecido tratán-dose de novelistas. Dospues de leer á VíctorHugo, Dikens, Tourguenef, Galdós, y Manzoni,soy lo más impertinente y quisquilloso que ja-más se ha visto: pero lo mismo es andar algunosdias entre Fernandez y González, Pérez Escrichy Tarrago, que ya se me ensanchan las tragarle-de un modo inverosímil.

O no sé lo que me digo ó acabo de prevenirlesá ustedes contra los elogios que voy á tributar alseñor Castro y Serrano.

Lo siento de todas veras, y si no llevase escri-tas ya muy cerca de dos cuartillas, es casi seguroque empezarla de nuevo esta semblanza.

No hay cosa que más repugnancia y desazón mecause que esa malhadada y nunca.bien entendidadivisión de las obras de arte en realistas ó idealis-tas. No obstante, por espíritu de humildad evan-gélica y sin otro pensamiento que el de mortificarla carne, diré que el señor Castro y Serrano esun escritor realista.

Hay gente—á quien la palabra realismo lehuele á hospital, á carbón y á taberna—que deaquí para adelante no ha de minr más de buenojo á nuestro novelista sólo por esto. Así comolos liaturalistas dividen el mundo que habitamosen reino orgánico y reino inorgánico, ellos lodividen en verso y prosa¡ A la jurisdicción delverso pertenecen las noches despejadas de luna,el primer beso que se dá á la novia, el canto delruiseñor, los murmullos del rio, las mariposas,el aire, cuando no es muy fuerte, que toma enton-ces el nombre de céfiro ,etc, etc. Entra en el re-cinto de la prosa toda la maquinaria industrial,el comercio por mayor y por menor, los pcesi •dios, los hospitales, las grandes ciudades, las es-taciones de ferro-carriles, etc., etc.

Ahora bien, yo no creo en esta división. Amí se me figura que el verso y la prosa andanconfundidos en este mundo lo mismo que en elAlmanaqua de la Ilustración Española y America-na. Él distinguirlos entre sí, no es tan fácil comoá primera vista parece. Hay ocasiones en quedentro de un espacio tan reducido como el deeste Almaneque, cuesta trabajo ímprobo el dife-renciarlos, ¡qué no acontecerá tratándose delorbe entero! Para eso están los poetas; para esoy para hacer disparates cuando son ministros.

Quisiera ponerme muy serio, muy serio, ydespués de ponerme tan serio como en Españase necesita para ser oigo de proaecho, diña áesos señores detractores del realismo como sigue.

La vida tiene toda ella un aspecto poéticoEste aspecto peético, total ó parcialmente veladoy desconocido para el comua de los hombres, essólo visible en la mayoría de los casos para lasalmas privilegiadas. El que no sabe libar de lasbajezas y miserias de este mundo la rica miel dela poesía, no se tenga por poeta, por más que le

630 REVISTA EUROPEA.—17 DE NOVIEMBRE DE 4878.

encanten y deleiten hasta conmoverle la ameni-dad de los campos, la serenidad del cielo y lostrinos de los pájaros, y haya escrito en su juven-tud algún artículo titulado "Impresiones.»

Introducid á Dante en los talleres de una fá-brica, y allí, donde nadie sospecha que existeelemento alguno poético, es bien seguro que éllo encontrará. Véase sino como nuestro Campo-amor lo ha encontrado en un tren expreso, Nuñezde Arce en los áridos y monótonos campos deCastilla (Idilio), Pérez Galdós en la explotaciónde unas minas de calamina {Marianela).

Acercad mucho los ojos al cuadro de lasMeninas, de Velazquez, y no percibiréis otra cosaque manchones ó plastas de color. Si queréisadmirar aquellos prodigiosos efectos de luz, esfuerza que os coloquéis á una distancia conve-niente. Así el poeta busca en todoa los momentosy situaciones de la vida lá distancia para ver losobjetos bajo la apariencia bella.

La llamada escuela realista ha padecido la-mentable error traduciendo al arte, sin buscarpreviamente su punto de vista, muchos momen-tos de la vida indiferentes ó indignos. ¡Perocuánto bien ha merecido por haber traspuesto labarrera en que los románticos lo tenían encerra-do! Innumerables acciones y sentimientos huma-nos desdeñados por el romanticismo vinieron áreclamar el puesto á que tenían derecho, y aunaquellos otros, perseguidos sin tregua por losrománticos, presentáronse desnudos de todo apa-rato absurdo y convencional. Derrumbáronse losblancos albornoces de los hombros de los genti-les caballeros y empezaron á sentir los afectosmás tiernos debajo del forrado paleto. Las da-mas, que hasta ahora no habían comido ni bebi-do, sacaron la tripa de mal año en las novelas ópoemas realistas. Era ya tiempo. Las pastoras yzagales que tanto tiempo perdieron cogiendo flo-recitas, sonando el caramillo y mirándose en losarroyos, empuñaron el arado y la rueca quenunca debieron haber soltado. Después de tantaholganza, todos vinieron perezosamente á sustareas, y tuvimos la satisfacción de verlos enpoemas y novelas como si estuviesen en su casa.

jManchó sus alas el poeta por acercarse á latierra? ¡Oh no! Yo he visto' & Eugenia Grámdetguardando terrones de azúcar á hurtadillas de supadre para endulzar el cafó de su amante, y nome pareció por eso menos bella. Yo he visto áPepita Jiménez con si vestido corto de merino

y su pañolito de seda á la cabeza, y no me pare-ció menos amable é interesante. He visto sobretodo á Margarita, á la inocente niña de los ca-belloa rubios delante 4e\ torno de hilar movión -dolo con el pié al son melancólico de su canto, yjamás sacudió mi alma la poesía de los hombrescon tal violencia. Antes de verla, grandes poetasque la humanidad justamente reverencia, mehabían puesto delante de las más explóndidasbellezas, ideales y magníficas señoras ante cuyahermosura paséine absorto muchas horas. Massiempre me infundieron tanto respeto^, que aun-que vivamente herido de la gloriosa luz que entorno suyo esparcían, en el fondo del corazónno las amaba. No se ama lo que está muy bajoni lo que está muy alto. Cuando cayó en mismanos el libro de Goethe y conocí á Margarita,no me postro de hinojes confesando mi bajezacomo había hecho con las otras, sino que meadelanté á saludarla con efusión como si fuesesu amigo. ¡Qué temor puede inspirar la timidez!Entonces caí en la cuenta de que también en lavida de los que oímos á Perier en el Ateneo ytomamos chocolate á última hora en el estableci-miento de doña Mariquita, puede existir muchapoesía. Margarita no vive entre las nubes, noes una visión, es nuestra hermana que canta cer-ca de nosotros mientras pone en orden los mue-bles de la habitación; es la mujer que amamos,cuya aguja cruje sobre el bastidor como si seriera del rubor que la causan nuestras palabras.Margarita es poesía, pero es verdad.

Lo acabo de decir. El arte no es otra cosa enresumen que verdad y poesía. De un puñado detierra se hace un brillante. Con un puñado desentimientos se forma un poema. Todo se reduceá saber tallarlos. El poeta puede mover la cabe-za sobre las flotantes nubes y bañarse en la ra-diante luz del sol, cuando para los demás mor-tales no aparece, pero es á condición de que pisecon un pió á lo menos esta pobre tierra, que contanta paciencia nos soporta.

Mas ahora advierto que con la mayor frescuraestoy coitando y rajando en asuntos estéticos, nimás ni menos que si yo fuese un orador del Ate-neo. Bien se habrán reido ustedes de mi. Sin em-bargo no estoy arrepentido. El dia menos pen-sado les encajo una defensa del idealismo. Hacetiempo que me llamo discípulo fiel de aquellafrase de Voltaire: "Todos los géneros son bue-nos menos el fastidioso.n

N.° 247 A. PALACIO VALDÉS.—IOS NOVELISTAS ESPAÑOLES.

Una vez consignado que me despepito y alam-po por el género realista, surge inmediatamen-te esta formidable pregunta. jEs el Sr. Castro ySerrano un realista como Dios manda?

Aquí me tienen ustedes i aseándome la cabezapor detrás de la oreja, subiendo y bajando loshombros y ejecutando otra porción de muecasá cual más ridicula, como si no supiese qué contestar ó allá adentro me tuvieran agarrada lacontestación con tenazas. En último resultadopodría responder como el estudiante de marras:npor mí que lo sea.n ¡.Pero así se declina una res-ponsabilidad contraída? ¿De esta manera indeco-rosa se zafa uno de un compromiso sagrado por elmezquino interés de quedar bien con todos?

No en mis dias. Por algo dijo un crítico quela crítica era un sacerdocio. En esie momento la-te dentro de mí el sacerdote con terrible pujanza,como laten siempre los sacerdotes, y si no mevan á la mano voy á escribir una qne seasonada.

El señor Castro y Serrano pudiera ser muchomejor novelista de lo que es. De esto no mecabe ninguna duda. Todavía más; creo que tam-poco le cabe á él mismo. No se por qué se meantoja, que es el Sr. Castro y Serrano uno deesos hombrea que saben que se debe escribir bien,y que si en su mano estuviera, aun á costa decnalquier sacrificio, escribiría admirablemente.Esto ya es algo. Todo hombre debe proponersehacer bien aquello que tiene entre m nos.

¡Yqué gusto me daria á mí el Sr. Castro y Ser-rano si consiguiese siempre su propósito! Apre-tar el entendimiento, privarse del paseo y otrosrecreos honestos, ganar muy pocos céntimos,gastar la tinta y la salud escribiendo cuartillasobre cual tilla, y al fin de todo, comtemplar quela obra no es un monumento literario. ¡Ohqué cosa tan triste es esta para el escritor! CreanVds. que estuve tentado muchas veces á tirar lapluma y entrar con algún negocio de ferro-carri-les.

Pero volviendo al tema. ¿Qué mal me resulta-ría á mí de queSr. Castro y Serrano escribiese tanbien comoel Sr. Valera? SicuandolleguóáMadridy por primera vez pisé las calles de esta corte

al rico aduladorasComo al pobre severas, desbocadas,

según reza Tirso, me hubiesen mostrado al señorCastro y Serrano diciéndome: »ese caballero que

va ahí es el Sr. Valera,n téngase por seguro queá la hora presente el Sr. Castro y Serratto seriapara mí un eminente escritor.

Y para que se vea lo que son las aprensio-nes humanas; si al pasar el Sr. Valera pormi lado me hubiesen dicho, i'ese es el Sr. Cas-tro y Serrano, n es más que probable que no raecausara ni la mitad de impresión esa noblezaque la comunica el culto fervoroso y constantedel arte, y esa firmeza que la experiencia de lavida ha prestado á la fisonomía del señor V»leraé

Más el Sr. Valera y el turrón de Jijonason dos cosas muy difíciles de contrahacer, y niel mismo Sr. Castro y Serrano, que es horiubredocto y de ingenio, sería capaz de ofrecernos unValera sin descubrir al momento la hilaza de lafalsificación. Porque si bien puede oponérsenosque la frialdad es una cualidad en que ambos in-genios parecen ajustarse, yo no puedo menos derevolverme contra tal especie. No negaré qué enValera reina de vez en cuando tanto fresco quele obliga a uno á levantar el cuello del gabán yá apretar un poco el paso, pero apenas si lleganunca á cuajar en él la nieve, mientras que el se-ñor Castro y Serrano es un escritor de nievesperpetuas. ¡Al diablo quien pare allí!

Este es el secreto de por qné el Sr. Valera ymucho menos el Sr. Castro Serrano, no llegaránjamás á ser escritores populares. Pero como esun secreto, estimaré que no lo comuniquen uste-des á nadie.

¡Oh cómo ayuda á escribir este musculito hue-co que^inca á todas horas en nuestro pecho!Entiende poco de sintaxis y méno3 de ortografíapero, créame el Sr. Castro y Serrano, és el me-dio mejor que se ha inventado hasta el dia paraentenderse con el pueblo soberano.

Todas las novelas del autor que nos sirve detema padecen de lo mismo. Hay en ellas obser-vación fina, munho acierto en la exposición yaliño en el estilo; les falta calor y poesía. Por esojuzgué siempre qne el Sr. Castro y Serrano nodebia tomar otro papel que el de escritor de cos-tumbres, el cual no hace más que describirlas sindarlas vida en la acción más ó menos complica-da de una fábula. No hay que olvidarse de queel novelista es ante todo un poeta. Copiar fiel-mente la vida ordinaria de los hombres podráser en ocasiones obra meritoria pero no uaáobra romancesca. Es verdad que deseamos cono-

632 REVISTA KUROPEA.—17 DE NOVIEMBRE DE 4878. N.#

cer con empeño á veces los actos más insignifi-cante ó indiferente, de la vida de un hombrespe-ro es sólo cuando este hombre ha cumplido, estácumpliendo ó va á cumplir algo extraordinarioó interesante. {Querrá decirme el Sr. Castro ySerrano quá tiene que partir con el arte la vidadel tendero que habita debajo de su casa desdeque abre el establecimiento y limpia el polvodel escaparate por la mañana, hasta qu apaga elgas por la noche? Nada en mi pobre juicio,mientras no se aparte del vulgo de los tenderos,mientras no ponga de relieve de un modo genialy característico algún sentimiento humano ó tomeparte activa ó pasiva en el curso de una accióndramática; No me cabe duda; el realismo delSr. Castro y Serrano no es el verdadero realis-mo. Podrá ser el realismo de la vida, pero no esel realismo del arte. Aquí vendría muy bien po-ner una llamada y citar una docenita de autoresalemanes, para que al Sr. Castro y Serrano no lequedase ninguna duda sobre este punto. ¡No esvergonzoso que no tenga ni uao disponible!

He leido con placer en otro tiempo una nove-Lita publicada por nuestro autor en la IlustraciónEspañola y Americana quo llevaba por título,Juan de Sidonia. Aunque escesivamente sencillaen su trama, siene mucho colorido y gran verdady delicadeza en los sentimientos. Por Juan deSidouia adelante, se puede llogar á ser un grannovelista.

Mas el Sr. Castro y Serrano muestra aficióntan decida á reposar frecuentemente, que sospe-cho no ha de llegar jamás al término del viaje.Esta tendencia al reposo que se observa en el se-ñor Castro y Serrano no acusa una consiitucionmuy sana; es señal de apoplegia. Adviértese confrecuencia que se detiene ante cualquier obj eto, aunel más insignificante y despreciable, y se quedadormido describiéndolo. [Por qué para este nove-lista serán iguale» un paraguas ó unos guantesá una mujer hermosa y ha de gastar la mismatinta en describirlos? No comprende que el te-nernos quietos tanto tiempo' ante cualquier ca-chivache nos ocasiona gran molestia. Yo creoque el Sr. Castro y Serrano lo hará con la mejorintención del mundo, pero no parece más que lohace adrede para aburrirnos. Si á e3to se agrega—que se agrega casi siempre—un laberinto dereflexiones paradógicas brumosas, y ensortijadascon que el autor se cree en el caso de sazonar to-das sus descripciones, hay que convenir que en

la brevedad es la primera de las virtudes teologales.

El Sr. Castro y Serrano es un gran observa-dor. Pero también lo es el Sr. Valera, y nuncase le ocurrió abusar de este don del cielo, gas •tando ó por mejor decir malbaratándolo en to-dos los sitios y en todos los momentos.

El Sr. Castro y Serrano es ingenioso. Perotambién el Sr. Valera lo es, y no se obstina enestrujar y retorcer conceptos y vocablos paraextraerles la gracia.

El Sr. Castro y Serrano es doctor Pero tam-bién lo es el Sr. Valera y no siente comezónpor mostrarlo.

Según la retórica, acabo de cometer nada mé.nos que tres carientismos. ¡Dios me lo perdone!

Por todo se podría pasar, no obstante, si elSr¿ Castro y Serrano no fuese filósofo. Con estodeclaro que n9 puedo transigir. ¿No es bastanteque el Sr. Alarcon lo sea? Aquí en España la fi-losofía ya vá picando en historia, y se cuentademasiado sobre la paciencia de los naturales.Por lo demás, justo es decir que el Sr. Castroy Serrano no es de los filósofos más cerriles, ysi con fe se lo propusiera creo que pronto consi-guiria dejar de serlo.

He dado á entender hace un instante por me-dio de una figura retórica que el Sr. Castro ySerrano solia introducir en sus novelas observa-ciones triviales, oscuras y desnudas de interés, yque asimismo no pocas veces alambicaba y re-torcía los conceptos y las frases estéril é in-oportunamente. Si no añadiese otra cosa á estacensura, cuando me fuese á la cama no me de-jarían dormir los remordimientos. Apresuróme,por tanto, á manifestar, que siendo muy exactolo anterior, no lo es menos que este novelistasabe formular su pensamiento en consideracionesprofundas, discretas ó ingeniosas, como lo tieneprobado en muchas páginas de sus libros; y queesparcidos por ellos se encuentran también fra-ses sumamente felices y agudas. Suur/i cuique tri-

El Sr. Castro y Serrano tiene un estilo corn-pletamante propio. Ha salvado, pues, la barreraque separa al escritor del que no lo es. Sinembargo, con el estilo aeontece lo que con todaslas haciendas. Quién la tiene situada en un vallefértil y ameno, en las márgenes de un rio bulli-dor y cristalino, regalada por los céfiros, elazahar y los pájaros, quién se ve precisado á po-

N.° 2*7 J . FUE SITES Y C. SOtiSONA..—VOZ DEL PUEBLO.. . 633

seerla en Navalcarnero, entre el cielo y el trigo tque se abrazan allá á lo lejos, lo menos á catorceleguas. Pues bueno, si no rao engaño, la finca delSr. Castro y Serrano debe hallarse hacia Creta,muy cerca del famoso laberinto. Tiene bello yelegante aspecto como la morada de un opulento,pero no pocas veoes remedando á Teseo ha teni-do que dejar el ovillo á la puerta y llevar biencojido el hilo al internarme en sus crujías á finde encontrar salida cuando la hubiese menester.

Este escritor trata á su estilo como á barra deplomo. Machaca por él hasta que lo convierte enlámina. No bastándole esto, sigue batiendo hastaque lo trasforma en papel. Y no satisfecho toda-vía continúa empuñando el mazo hasta que re •salta un gas veintisiete veces más lijero que elaire. Por donde no pase el estilo del Sr. Castroy Serrano, crean ustedes que no pasa la puntade una aguja.

Que estire su estilo hasta romperlo por lo másdelgado dentro del radio de la ciudad, como pue-de observarse,en sus cuadros Gomiempordneos, noes pecado tan feo, pues al fin en la corte, desdelos novelistas hasta los garbanzos, todo anda esti-rado, ¡Pero ponerse á sutilizar, como lo hace enLa novela del Egipto, frente á la naturaleza, fren-te al mar, lo mismo que si estuviera delante de lasala de lo civil en pleito de mayor cuantía! Va-mos que esto me parece.... Permítaseme quesobre ello haga pronóstico reservado.

En el estilo, nuestro novelista se atiene tambiéndemasiado á la simetría, no permitiendo queningún símil ó parecido marche sin.su corres-pondiente desemejanza, esforzándose con empeñoen rebuscar unos y otros de suerte que formensiempre una serie. De tal esfuerzo resulta en elestilo un cierto paralelismo artificioso que nadatiene que ver con el de la Biblia.

En fin, creo que por mucho que en ello mefatigase, nunca recomeüdaria bastante al señorCastro y Serrano la naturalidad.

Y aquí daña remate á esta semblanza si nofuese que aun me resta por decir unas palabras.Helas aquí.

Aunque el Sr. Castro y Serrano observe enocasiones más de lo necesario, aunque reflexioney considere también más de lo justo, aunque seamuchas veces nebuloso y afectado en el estilo,aunque se dé aires de filósofo y se entregue sinpiedad á las descripciones; por mucho que se es-fuerze en ocultarlas, el Sr. Castro y Serrano tie-

ne bastantes cualidades para ser uu novelista estimable y un excelente escritor de costumbres.

ARMANDO PALACIO VALDÉS .

VOZ DEL PUEBLO...paradia del drama en tres actos U OPINIÓN PUBLICA,

(Conclusión.)

ESCENA XIV

CRIADO solo.

(Al público con mucho misterio.)Vá á salir un caballeroque huye de la sociedad,y es preciso que la luz,peligrosa por demás,no le ofenda en la pupila,que está de los ojos mal.(Apaga las luces que alumbran la escena y Ibiuadespacho.)

Don Luis, pase usté adelante.Luis. (Dentro.)

Allá voy! Vete.CRIADO. Aquí está. (Mutis foro.)

ESCENA XV

Luis solo.

Siempre con la policíase acerca la adversidad...Esta es una gran verdad

^ que todo el mundo sabia.Cuatro perdidos abajo,bullen y gritan sin calma,que quieren romper el almaal que los vuelve al trabajo.De mi venganza no cedo:caerá oon furia, y aguardoque suene más que el petardo :de casa de Manzanedo. (Pequefla pausa.)Desde el punto eu que nacíla caridad me amparó,hombre, su mano me diouna mujer hasta allí.Fue su amor firme y sincero,luego, para más venturanació Tom, una criaturaque vale cualquier dinero.Hoy me proteja el destinoy la ingratitud me engorda,y ahora preparo la gorda

634 REVISTA EUEOPEA.—17 DE NOVIEMBRE DE 1878. N.° 247

en la casa del vecino.No obrará como un señor,armando una pelotera;pero soy de una randeraque no puede ser peor.Sociedad! Llámame á coromiserable, impenitente,haz que me niegue la gentela vergüenza y el decoro.Y qué! No soy el villanoque vive en el lodo inmundo?no me llama todo el mttudoel reptil, el hospiciano?Sí; soy hospiciano vil,soy un reptil, un villano,dale con el hospiciano

(Transicion.)y dale con el reptil.Por qué tiránica grey,despreciado y maldecidome has arrojado á un partidoque está fuera de la ley1?Qué me dio tu mano ingratapara alivio en mi aflicción1!Un cirio en la procesióny un bombo en la serenata!De una torpe liviandadfui el engendro y la obra:yo soy el hueso que sobradel pavo de Navidad.

Y pues me niega sus besosMatilde, voy á buscarlay contra el pecho estrecharlahasta que crujan sus huesos.Sociedad! hasta más ver;de tí se me importa un pito;á esa mujer necesito,y me llevo á esa mujer.

ESCENA XVI.

Luis y MATUDE«por la puerta de su cuarto.Continúa oscuro.

Luis. Oigo pasos; atención.MAT. Quién es? Estoy en un tris.Luis. Eres Matilde!MAT. Eres Luis!Los DOS. Nos lo daba el corazón.MAT. Hay peligro, bien lo sé.Li'is. En eso no hay que pensar,

porque me quiero explicar.MAT. Pues bien, expliqúese usté.Luis. Eindo á tus pies mi albedrío,

mi amor en su punto está,yo voy á tí como vasorbido al mar... ese río.

La pasión crece gigantey no halla dique ni atajopor arriba y por abajo,por detrás ni por delante.Responde á mi frenesícon la más ciega pasión,ó arráncame el corazónó yo te lo arraneo á t í .(La coge la mano • Sale Gloria y se acerca pocoápooo.)

MAT. Suelta!Luis. NO por Belcebúi

juro que me has de quererMAT. Digo que no puade ser

soy tu...Luis. Acaba.MAT. Tururú. (Con fuerza.)

(Se separa de Luia, echa k correr maquinal*mente, y Luis detrás tropieza con Gloria, y laabraza.)

Luis. NO te vas. ser adorableGLOBIA. Que es esto, Virgen María!Luis. Ya eres mia, ya eres mia.

(Baldomero por el despacho con un candela*bro encendido.)

BAID. Como tuya! Miserable!

ESCENA XVII.

BALDOMERO, LUIS MALTILPE, GLORIA, ÁNGEL, VIR-

TUDES, KETTY TOM y convidados.

GLORIA .BALD.

VlH.ANG.BALD.

LUIS.

KETTY.TOM.BAL.

ANG.

BAL.

GLORIA.

LUIS.GLORIA.

MAT.BAL.

INSP.

CONVID.

Luis.

Padre!Abrazados los dos!antes te qtiisiera muerta.La maledicencia aciertaVoz del pueblo, voz de Dios!Esa tu esposa será.Yo no tengo inconvenienteen casarme de repente.Mi marido! (Esta frase debe decirsecon gran vigor)

Tes papá!Casado, pillo, gandul!!! (Indignación.)Bravo! Que ruede la bola.Venga un sable, una pistola,el cañón de Barba azul.Hospiciano!

Mal criada!Ay!

La va usted á matar.Salga usté, le voy á dará volapié una estocada.Usted no puede salir:es usted mi prisionero.Horror! (Se van precipitadamente.)

(A Baldomero.) E n el Saladerolo van á usté á reeibir.

N." 247 F. M(M~A Y BOLIVAB.—NOTAS DE VIAJE. 635

GLORIA. Yo acompaño á mi papá!

MAT. Vete bendita de Dios!(Mutis de D.Ba Idomero y Gloria por el foro.)

Luts. Obra vez aquí I03 dos:con que Matilde, agua va.

ESCENA XVIII.

MAJILDE, LUIS y luego GLORIA.

MAT. Qué quieres, monstruo, de milLuis. Una palabra de amor.MAT. Quién delató á mi maridoiLuis. Vaya una pregunta, yo.MAT. ¿Por qué enamoraste á Gloria

teniendo un hijo menoriLuis. Pues para pasar el rato,

en alguna ocupación.Además, yo te amo á tí.

MAT. ¡Qué bárbaro! Cuánto amor,¿No ves que yo soy tu madre?

Luis. NO lo veo.MAT. Mientes!Luis. No.

La teja á ver no lleguéque nos hubiera aplastado,á mí por desvergonzadoy á tí por lo que yo sé.

MAT. Rapito que soy tu madreLuts. ¡Hijo tuyo, maldición!

Sobra el volean en que estamosabrazándonos los dos,caiga el mar en chorro eterno,que es muy poco voto á taltoda el agua del canalpara apagar este infierno.

MAT. Me quiere más que á su almade una manera feroz.

Luis. Si es verdad eso que dices,dame un beso sin pasiónen esta frente malditamanchada por deshonor.Después, ya verás despuésal cementerio I03 dos.

MAT. NO mereces que te bese.Luis. Pues reza el Yo pecador

porqu3 te quedas aquí,y después me quedo yo.

MAT . (Echándose en brazos de Luis.)Hijo de mis entretelas!(Aparece Gloria y loa ve abrazados.)

GLORIA. Aquí abrazados los dos, ?

el hombre que yo adoraba,la madre que el ser me dio.mi padre en el Saladero,en la esquina el inspastory don Ángel pregonando

voz del cielo, voz de Dios!Infamas! Ay! Yo me muero!Adiós, madre! Ay! Sa acabó. (Muere.)

MAT. Hija del alma! Contigoal otro mundo me voy. (Muere )(Entra Don [Ángel en el momento <jue Luistoma dos pistolas; le dá una y se va conla otra.)

Luis. Mientras yo me pego un tiromate usté al apuntador.

ÁNGEL. Pero, qué ocurre, qué pasa]Gloria, Matilde! (Tiro dentro.)(Explosión.) Redios! (Cae sobre una hataca.)

ESCENA FINAL.

Luis y ÁNGEL; aquél por la primera derecha. SaleLuis como si estuviese herido en el pecho, y pre-

parándose á morir en escena.

Luis. Me he muerto; pero no quieroque se acabe la funciónsin que se diga otra vez:¡¡VOZ DEL PUEBLO, VOZ DK DLOSÜ

JOSÉ DE FUENTES.—CONRADO SOI-SONA,

N O T A S D E V I A J E .

(Continuación.)

VENEGIAEL CANAL GRANDE.

En ll!y. se apresta la República á Vengar ultra-jes del emperador griego Manuel, enviando aldux Vítale Michiel como jefe de una escuadraformidable con rumbo á Grecia.

Atemorizado el insidioso monarca pide la paz,explicando satisfactoriamente su conducta, hastaconseguir que la flota se retire á Scio, en cuyopuerto, sea por naturaleza, sea por crimen delenemigo que envenenó los pozos del agua, se de-clara una espantosa peste que acaba con los vene-cianos. Tantos sucumben, que el dux, por falta detripulantes, manda quemar las naves, volviendosólo á la patria diez y siete de los ciento que sa-lieron. La familia Giustinian, que formara partede la expedición, sucumbe también, con gran nú-mero de domésticos; pero la República, obtenidoel consentimiento del Papa, llama al monge Ni-colás Giustinian, que en el monasterio del Lidocumple sus votos, y le casa con la hija del dux, enla que tiene seis hijos. Satisfechos ambos espososdel cumplimiento de sus deberes en aras del bien

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público, rompen de comuu acuerdo el vínculoconyugal, tornando Nicolás á la soledad del claus-tro, y entrando su mujer en la regla de San Benito. ¡Admirable ejemplo de armonía entre lo ma-terial y lo espiritual en la conciencia de un asce-ta de elevada alcurnia!

Tanto como de su conservación al principio,cnido después de.su buen nombre, cubriendo conun velo negro el lugar destinado á Marino Falieroen la serie de retratos que componen el friso de lasala del Gran Consejo, en el Palacio Ducal, porhaber muerto aquel dux decapitado: desterrando ála abrasada doncella Blanca Cappello que huye delhogar paterno con su amante, y prohibiendo quese vistiera luto por su muerte, después de casadacon Francisco de Mediéis, gran duque de Toscaca: haciendo que el personaje llamado Moro, quesirvió á Shakespeare para su creación de Ofcello,sea un negro (en italiano moro) cuando en reali-dad fue un noble veneciano, por no citar otroscasos, hasta que, al fin, trabajada por las luchasentre las Casas viejas y las Casas nuevas de laaristocracia, que á mitad del siglo décimo quintose iniciaron en la sucesión á la suprema gerar-quía, vino el predominio de la nobleza flamantesobre la antigua, y posteriormente el cambio depergaminos por escudos.

La magnífica morada de los dos Foscaris, cuyosinfortunios pasan de la historia á la literatura,haciendo que el sentimiento de la compasión vi -bre pulsado por la enérgica mfcno de la tragedia,encierra en sus cámaras el eco de los sollozos deun padre, cuyo hijo marcha al destierro, alta laindómita cabeza sobre la que se ciernen iracundasamenazas de una familia enemiga, sedienta devengarse. Sirve la inmediata, en cuyas ventanasse goza del riente aspecto que ambos brazos delCanal presentan en su mayor curvatura, de gene-roso hospedaje á los grandes que llegan á la encan-tada ciudad, desde que á fines del siglo xvi la República florec'e al influjo de una paz duradera, sinmezclarse en las guerras civiles de Francia, en lasturbulencias religiosas de Alemania, y en las lu-chas entre España é Inglaterra, hasta que Napo-león I motiva espléndidas regatas celebradas ensu honor al comienzo del siglo xix, convertida yala fiera República en Principado de, los Bonapar-tes.

Al llegar ante el palacio Mocenigo, fuerza estraspasar sus umbrales, amarrando la góndola áalguno de los enhiestes pilotes, pintados en re-torcidas franjas de alegres colores, que se alzan alpió déla gradería. Allí componia Lord Byron losprimeros cantos del poema Don Juan.

Penetremos en la estancia del poeta. Si las pa-

redea hablaran, nos contarían interesantes anéc-dotas acerca de la espontánea Margherita Cogni,y la fina condesa Guieeioli.

Los agrestes arrebatos de la primera, contras-tan enérgicamente con las apasionadas delicade-zas de la segunda. En el alma de Byron, como entodo lo incomensurable, cabian las grandezas deaquellas dos mujeres, pequeñas con relación ála sublimidad del amante. Margarita representala exacerbación de una naturaleza potente, de unsentimentalismo original, vaciado en el hermosocuerpo de la mujer del pueblo; la Guiccioli signi-fica la pasión noble, atemperada por la culturaaristocrática: ambas, mal avenidas con el hombreque la sociedad lea impusiera, sirviendo de inter-mediario el sagrado ministerio de la religión. Y,¡cosa extraña! el dueño de Margarita padecia detisis, el artesano se matizaba con los pálidos colo-res de una enfermedad romántica, distinguida;mientras el patricio transigía con su honra comoun plebeyo, mediante el dinero del ofensor. An-daban trocados los papales en aquellos singularesmatrimonios que la siniestra aparición de Byrondescompuso para siempre, arrojando simpáticosdestallos sobre las interesantes figuras de sus apa-sionadas víctimas.

El canto primero de Don Juan se comenzó á es-cribir en aquella estancia á primeros de Setiem-bre de 1818, concluyendo con Noviembre, mien-tras que el melancólico otoño entristecía la ciudad.

Al entrar nosotros en aquel recinto, el sol sehunde lentamente en la lejana laguna; los objetosdesaparecen en la penumbra, luchando sus con-tornos contra la invasión de las negras sombrasque se enseñorean del espacio.

Poco á poco en el fondo de la habitación se ini-cia tenue elaridad que alumbra débilmente laforma de un hombre. Se borra ésta, y se concretaotra nueva, á la cual sigue una tercera, y variasque en ordenada sucesión se nos aparecen. Suscuerpos son la revelación de un ser, y este ser esla imagen de una época. A veces, llevan tal sello dehumanidad permanente, que representan un tipoeterno en el mundo, el tipo de D. Juan.

La primera figura es la imaginada por el in-mortal Tirso de Molina. Estamos en un siglo cre-yente, supersticioso, que respeta los misteriosinexcrutables de la Providencia, armonizando porla fé la inexorable justicia con la inexausta mi-sericordia. El burlador de Sevilla, realidad basadaen algunas circunstancias de un ilustre miembrode la familia de los Tenorios, dotado de ánimosereno para afrontar el amedrentador aparato delmundo inmaterial con que se le quiere avasallar,se engrandece d«spues con el carácter de la fic-ción. Es la intrepidez de la protesta contra el cié-

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lo aue se opone á la satisfacción de sus deprava-dos caprichos.

La audacia, el desenfreno, la inipaniteneia encarne y hueso. De varonil apostura, las gracias lehermosean, el vicio le recomienda, la impiedad leengrandece, y pasa á través de las edades perso-nificando locas aspiraciones que el gánio de lospoetas naturaliza. La batalla entre el bien y elmal se resuelve en él á favor del mal, por interce-sión del amor de la mujer sacrificada. Hasta lodivino se pone al lado de lo satánico para quetriunfe. Así se agiganta, sin que los principios deorden social y de temor religioso hayan podidojamás minar el pedestal sobre que se yergue el co-loso, cuya cabeza toca en el cielo.

Desvanecido el parsonage de Tirso, se dibuja elLibertino de Shdvell, que muere pronto á impul-sos de su horrorosa obscenidad, estremando la im-pureza de la carne, una sola entre las múltiplesfaces de esta soberbia creación. Cede el puesto alfantaseado por la inventiva francesa. A oidos deMoliere llega el estruendo que D. Juan produce,y le da carta de naturaleza para que castigue á loscorifeos de aquella sociedad devota , chocandoabiertamente con sus pequeneces. El protagonistadel Convidado de Piedra ha perdido su nativamonstruosidad; es un caballero ingenioso, pródi-go, franco, que ama poco á muchas mujeres; queno rinde culto á Dios, y, sin embargo, cree en lahumanidad, en cuyo nombre da limosna á los po-bres.

Una encantadora melodía que conmueve todaslas fibras del corazón, resuena acompañada de ar-mónico torrente en la estancia, á tiempo que nue-va aparición surge en el fondo luminoso. Es laobra maestra de Mozart, rindiendo homenaje alextraordinario galanteador, perenne en el arte.

Apagadas las úlbimás notas musicales, se pre-sonta el Disoluto de Goldoui, del ilustre abogadocuya vena cómica ha regocijado la sociedad fran-cesa é italiana de tolo un siglo. Vitalba es unD. Juan de ocasión, que sopla la novia (signorinaPazzalacqua) al enamorado Carino, pastor que re-presenta á Goldoni. El rencoroso dramaturgoaprovecha el paso de D. Juan por el mundo literarii, para satisfacer las reclamaciones del públi-co, en una fábula puramente personal.

D03 confusas imágenes se observan, que tienenel aire da familia del héroe. Son el Fausto deMarlowe, cuya vida desordenada se reflaja en elprotagonista de su Historia trágica, y el FaustodeGoethí , que se asemeja un tanto al otro. Ape-nas desaparecen, se ofreca á nuestra vista el in-signe Looelaoe. El tipo de Richardson es un Te-norio vestido á la inglesa, desfigurado por el cli-ma, por el humorismo británica, pero que sus-

tancialmenfce so iguala al primitivo; audaz, ea-céptieo, duelista, libertino, lleno de refinadoegoísmo, y amable por el brio, la gracia y elingenio.

El Don Juan que más fuertemente se destaca enel nimbo es el de Byron. En esta habitación seoyeron sus vagidos. La musa del lord ea por esen-cia sarcástica. Lo que en Childe Harold se dicede Rousseau es aplicable al poeta. Supo dar talencanto á la demencia, que su brillante y celestialestilo arrancaba lágrimas ñor el criminal.

Don Juan se revuelve contra la meticulosa hi-pocresía de la sociedad inglesa, haciendo blanco desus profundas observaciones, do sus ocurrentes sa-lidas, la infidelidad femenina, el deshonor de loshombres, y la locura de los buenos que buscan lavirtud en los demás, cultivándola por cuenta propia para un mundo que es indigno de ella. Cono-ce y penetra los recónditos resortes del humanocorazón; defendiendo todas las causas en todos lo itonos á merced de las varias trasformaciones quosu entidad sufre. Aventurero en los últimos pe-ríodos de su existencia, jamás permite el triunfodel pesimismo prosaico, porque derrama tesorosde conmovedora poesía sobre los azares de su con-ducta desatentada.

Junto á esta arrogante personificación, decae elMaraña de Dumas, que á seguida vemos, bajo elaparato de religiosa fantasmagoría que le rodea;sucediéndole el Maraña de Balzac, cuya indecenteimpiedad se burla entre los resplandores del altardel fanatismo de las gentes crédulas.

Como Byron, de Musset y Espronceda representan una generación que al escepticismo enmaterias religiosas une altísimas ideas caballe-rescas, aspiradas por la tendencia romántica, lamás extraña de las figuras que se perciben des-pués del amable escéptico byroniano, es el Estudiante de Salamanca, quien rinde parias al universal dominio de la Iglesia, cuya sepulcral hormosura le atrae, á pesar de que blasfema contraDios.

La liltima que nos seduce con sus poéticos con-tornos es el D. Juan de seráfica hermosura, elmás opulento de la tierra, que pierde su belleza,su genio y su gloria por una soñada mujer que noexiste, por esa aspiración infinita que jamás lograver realizada en la interminable serie de amoríos,nobles ó infames, que esmaltan su vida turbulen-ta. Es el magnífico personage que la musa de Al-fredo de Musset encarna en el inmortal canto se-gundo de Namotina.

La mágica luz ha desaparecido en la estanciadel palacio Mocéuigo. Tras las sombras de la noehe viene la claridad durna, y volvemos é la gón-

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dola que continúa marchando á impulsos de losremeros.

La complicada fábrica de maderas que consti-tuia el puente de Rialto, situado en la parte masantigua de la ciudad paTa unir las dos partes enque el canal la divide, desaparece en el ultimotercio del siglo xvi, ante la grandiosa fábrica depiedra que estriba en doce millares de piloteaBajo el extenso arco pasa nuestra embarcación,sintiéndose encima de nuestras cabezas el bullicioque transita por las tres vías de que consta elpuente, paralelas á dos órdenes de tiendas latera-les que en forma de arcos componen las fachadasde éste.

• »Un sentimiento de piedad nos asalta á la vis-

ta del palacio de la infortunada Catalina Cor-uarOj reina de Chipre. En 1488, amenazada la islapor enemigos externos ó internos, víctima la ani-mosa soberana de las maquinaciones de los suyos,torna Catalina á Venecia, después de haberse al-zado el estandarte de San Marcos en aquellos dominios de que se posesionó la República' con so-lemnes ceremonias.

Bien pronto llama nuestra atención un espec-táculo halagüeño. Del gran balcón central debello edificio, ornado con elegantes ojivas cuyosrosetones de pintados vidrios trasmiten al interior en multicolores rayos la intensa luz de fuera,parten alegres carcajadas que estallan en frescasbocas. Marieta del Oro, Clara, Margarita Pocofilacon otras compañeras, caprichosamente vestidas,y semi-ocultas por toldos de claras telas en queso quebrántala fuerza del'sol, se entregan ádeva-neos propios de sus años y carácter, quizá bur-lándose de cuanto ven sus lindos ojos, quizá mo-fando los rasgos sentimantales que alguna vezaparecen fugaces en el curso de sus insensatas con-versaciones.

Gran número de góndolas atracan á la grade-ría del edificio, cuya escalera interior tiene lospeldaños usados por el incesante subir y bajar deabigarrado gentío. Turcos, judíos, indianos, fran-ceses, alemanes, españolea é italianos, en cuantoal origen; soldados, estudiantes, frailes, letrados,caballeros, príncipea, en cuanto á la profesión,componen la muchedumbre.

Aquellas son jóvenes puestas al servicio de unhombre famoso por la procacidad del talento co-mo por la licencia de las costumbres. Estos sonadmiradores ó clientes suyos, de ese extraordi-nario producto de la cultura italiana llamada elSecretario del Mundo, por sus servicios á los va-sallos; el azote de los príncipes, por sus diatribascontra los reyas; el primor periodista del siglodécimo sexto, por sor como el prototipo de [a,

prensa periódica; en una palabra, el divino MeserPietro Aretino, á quien I03 poderosos regalan, losemperadores pensionan y brindan amistad, y losPapas quieren investir con la púrpura cardena-licia.

En espaciosa cámara, profusamente decoradacon presentes que de todas partes afluyen, recibeMeser Pietro las consultas, ofrendas y adulacio^nes del público.

De costosos brocados, y sedas son los trajes quegasta, de oro macizo la pesada cadena que delcuello le cae sobre el pecho. La mefistof élica ca-beza, representada con aditamentos córneos enlos relieves que enriquecen la puerta de la sacrid-tia en la Basílica de San Marcos, ea la forma másgráfica de su esencia y naturaleza.

A los diez años se burlaba ya públicamente dolas cosas religiosas. Parece como que todas las in •

| f amias se habían aunado para echarle al mundo.Nace bastardo en un hospital, y sus hermanasescandalizan en un lupanar. Su lengua no co •noce rival en maledicencia. Su cinismo es épico,si cabs grandeza en el cinismo. "No he queridocasarme, dice, porque el dia en que nací me dieronpor consorte la Virtud, de cuyo enlace tengo laprole que todo el mundo sabe, n Y parece, también,que todas las noblezas se aunan para elevarle.Confiesa que no la tiene, pero que pueda darla,porque su alma es de rey. Quieren hacerle caba-llero, y lo rehusa, así como el legitimar á sus hijas,porqua bastante ilustras son con venir de talpadre. Con su busto, con el de éstas y do las que-ridas que en casa sustenta, llamadas las aretinas,corren medallas que los grandes señores poseen.Cardenales y duques dotan á sus parientas soltéras para que se casen ventajosamente. El mundoentero se complace en convertir un monstruo enídolo.

La pluma del Aretino es la vara mágica quehace surgir tesoros pronto desvanecidos. Con uncuaderno de papel y uu frasco de tinta se agenciamillares do escudos, derrochados para satisfacerlas exigencias de su vida fastuosa, qua el viciodesenfrenado degrada.. Su estilo hiperbólico, abun-dante en calificativos, rebosa ingenio libre detrabas. La desfachatez suple la falta de ciencia,pues la poca que sabo fue aprendida en los librosque da niño encuadernaba en Arezzo. Semejantesescritos le alcanzan universal reputación, al parque su3citan enconados odios que dirigen más deuna vez el puñal contra su pecho. Por ellos pasa ála historia, que no por lo-i religiosos y cómicos, elhombre original á cuya muerte preside un parale-lismo con la vida, que hace pensar en los castigosprovidenciales. El Arotino muere de la risa que leproduce uu relato obsceno. La convulsión le hace

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caer, chocando contra un muable que le hiere lacabeza. Y sus contemporáneos condensan en el si-guiente epitafio I03 innumerables latinos ó italia -nos que inspirara:

«(JIM giace I Aretin, poeta tosco,che aisse mal d'ognvn, fuorchédi Dio,Scusandosi col dinnon lo conoscon

Abandonamos esta lugar, transitando por el pa-lacio del desventurado Antonio Foscarini, muer-to ignominiosamente en 1622 por suspicacias delgobierno de la Serma. República, y rehabilitadaal año su memoria con noble paro tardío decretodel temible Consejo de los Diez.

Más adelante miramos el suntuoso depositopara las mercancías de los turcos, con columnasde ceniciento mármol oriental, donde moró el su -blime loso Torcuato Tasso; y pooo á poco llegamosen artístico arrobo hasta el puente da hierro quenaca en la estación, á donde va á morir el cursode la ligera góndola, llamándonos á la realidad dela vida las arquitectónicas construcciones férreasde la actual civilización.

EL LIDO.

A diversas distancias, y de variadas formas ydimensiones, surgen al rededor de Venecia uncoro do islas que, al igual de las demás cosas deeste mundo, han venido sufriendo desde su apari-ción I03 efectos de la inflexible ley de la instabili-dad. Algunas permanecen sumergidas en el fondode las aguas, sobre cuya superficie vivieron prime-ro, encanto de la quieta laguna, raramenteencrespada. Otras subsisten aun, conservandovenerables ruinas de monumentos civiles y reli-giosos que atestiguan su primitiva importancia.Las casas de refugio para los peregrinos quetornaban de Tierra Santa, los conventos y monas-terios en ellas construirlos de antiguo, so trocaronen manicomios y lazaretos. Las basílicas silen-ciosas, á medio dormir, ostentan artísticos taso-ros que el viajero admira. Los mil:» de habitan-tes que componian las pasadas generaciones que-dan reducidos á escasos centenares de modestosagricultores ó nrarinoj que aa dedican á la pasca.A los emigran tas guerreros da Chioggia han su-cedido los tranquilos naturales de pintorescos tra-jes y dialecto original. No parta ya de Mu-rano laespléndida cascada de cristales coloreados en quecentelleaba el oro llevando á Europa, Asia y Áfri-ca I03 primores de su fantástica industria.

No se fabrican en Burano los costosos encajesque sirvieran de marco á las delicadas formas dehs dama», aristocráticas. Carean las derrumbadastorrocillaa de Torcello, que en otro tiempo presi-

dian extenso caserío, pobre3 cuadros de hortali-zas que sirven da su3tanto á miseros aldeanos. So-lamente parmanaca en San Lázaro la congregaciónde benedictinos machitaristas, dedicados al estu-dio dala historia y langülstica orientales, dueñosde una rica biblioteca, de un museo de antigüeda-des y de una tipografía políglota, que los sabiosadmiran. .

Donde má3 3e manifiesta el movimiento de lavida es en'el Lido, situado al Este de la ciudad.Compónese esta isla de una larga tira de terrenoarenoso, cuya longitud recorren los aficionados ála equitación, no pudiendo satisfacer su deseo enel casco veneciano, por imposibilidad material.

Al Lido arribaba la pomposa mve destinada áIa3 ceremonias de la RepiVblica, llamada Bucen •tauro, para que el dux celebrara anualmente eldia de la Ascensión la fiesta de los esponsales delMar .

Como I03 narentanos ó eslavo-croa tas se dieroná piratear por las coatas y Archipiélago dálmatas,el dux Pedro Oraeolo II, hijo de Orseolo el Santo,partió en ayuda á las ciudades de la Dalmacia,con una flota, á cuya nave capitana subió el diade la Ascensión el año 993. Triunfante después deluchas encarnizadas, y arrasada hasta los cimien-tos la isla de Lagosta, que servia de guarida á lospiratas por sus fortificaciones naturales y artifi-ciales, tenidas par inexpugnables, volvió el dnxá Venecia, después de recibir nuevas protestas deadhesión de los pueblos de la Dalmacia ó Istria.

En conmemoración de tan brillante victoria,que reportó grandes beneficios al comercio y go-bernación de la República, se instituyó la fiestallamada posteriormente de los Esponsales delMar, q$e con el trascurso de los años fue cele-brándose con creciente aparato. Al principio, su-bia por la mañana el clero á una barca cubiertacon un paño dorado, llevando un vaso de agua yotro con sal pwa consagrarla. Después se dirigíaála iglesia do San Nicolás, á cuyo punto llegaba lanave del dux. Cantadas las letanías, decia el obis-po en alta voz: "Dignao3, Señor, hacer que estemir permanezca tranquilo para seguridad nuestray de los demás navegantes.« En seguida bendecíael agua é hisopeaba al dux y á los circunstantes,arrojando al agua el remanente.

En 1177, con ocasión de hallarse en Venecia elemperador Barbarroja y el Papa Alejandro IIT,para acordar una tMgna de seis años á las ciuda-des de la Liga Lombarda, que acaban da triunfaren Lagnano, se celebró la fiesta con mayor pompa.El Papa presentó al dux un anillo, diciéndole:"Recibe, dux, este anillo como una cadena parasujetar el mar al dominio veneciano. Con él ledesposará*, para que loa veniderorsepan cómo las

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armas venecianas han logrado el imperio de lasondas, y cómo el mar les está sujeto, á semejanzadelaesposasujetaalesposo.il Entonces, y postenórmente, siguió verificándose; el duz marchó enel Bucentauro hacia la boca del puerto del Lido,el patriarca bendijo el anillo, y el dux se echó alagua, diciendo: "Mar, Nos te desposamos de ver-dadero y perpetuo dominio.#n

Hoy la isla es risueña mansión, embellecida porjardines y bosquecillos; animada con el tránsitode pedestres, caballos con sus ginetes, y carruajesque la atravisan en sentido latitudinal, desde losembarcaderos hasta los baños, multitud de cafésy fondas brindan reposo y sustancias restauran-tes de las perdidas fuerzas. Desde sus principalespuntos de vista, se mira al frente entre el nacara-do cielo y las aguas que de sus reflejos se tiñen, labella ciudad, como verse pudiera entre las conchasde la madre perla el tesoro que guardan: mientrasque al lado opuesto se pierde la contemplación enen el profundo azul del Adriático.

Nada tan placentero como el trascurso de undia de verano en estos parajes. Cada cuarto dehora salen pequeños vapores de dos distintas em-presas, con embarcaderos situados en el muelledegli Sehiavoni. El estridente pito llama á losviajeros tardíos. La chimenea del vapor fatigacon su anhelante resuello. La tripulación manio-bra. Se oye á los vendedores de periódicos mati-nales pregonar su mercancía. Van saltando sobrecubierta ágiles caballeros que dan la mano á da-mas medrosas; ellos vestidos según requieren lapoco ceremoniosa estación y la hora temprana,ellas envueltas en ligeras batas, superficialmentetocado el cabello, fresca la cara, y desvaneciéndo-se en los traicioneros ojos que la luz aviva los úl-timos sopores del sueño que aún velan la limpidezde la mirada. La brisa impalpable roza con alasaéreas los rostros. Los conocidos se saludan, losdesconocidos se curiosean.

F. MOJA Y BOLÍVAR.

Continuarán.

TEATKOS.

Además de las obras nuevas que ya hemos dicho,se preparan por la activa empresa del teatro Es-pañol, se han puesto en estudio, una del señorHerranz titulada El alma y el cuerpo, y-obra, deprocedencia desconocida hasta ahora, cuyo títuloes Amor y honra.

También se habla, cou referencia á este coliseo,

de un drama titulado Luchar "á vida y a muerte, enel que se espera que obtengan un importantetriunfo la Srta. Mendoza Tenorio y el Sr. CalvoD. Kafael), á quienes encomienda su autor los

principales papeles.

El jueves hicieron su presentación en el teatrode la Comedia los siete hermanos campanólogos. Elnumeroso público que llenaba todas las localidades, aplaudió á estos jóvenes artistas en todas laspiezas de música que ejecutaron. Creemos que hande proporcionar buenas entradas.

En el teatro Eslava se ha estrenado reciente-mente una comedia titulada La Brigadiera.

Y no tardarán en sucederle otras nuevas, entrelas cuales figuran las de los siguientes títulos:Infierno y Gloria, Ganar la plaza, La vecina deenfrente y Acusar las cuarenta.

BIBLIOGRAFÍA.

África.—Fragmentos de un diario de viajes deexploración, en la zona de Corneo, por D. ManuelIradier Bulfy.—Un folleto en 4.° de 92 páginas.Madrid, 1878. Imprenta de Fortanet.

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Guia judicial de España para el año de 1879;obra indispensable para todos los funcionariospúblicos, y especialmente para los magistrados,fiscales, relatores, jueces de primera instancia,promotores, registradores, jueces, fiscales y secre-tarios municipales, abogados, cónsules, notarios,escribanos, procuradores, agentes de negocios, deBolsa, y de Comercio, sociedades, corporacionesy particulares que tengan asuntos pendientes enlos tribunales ó en cualquiera dependencia delEstado.

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