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REVISTA EUROPEA. NÚM. \\% 16 DE ABRIL DE 1876. AÑO 111. LAS HIPÓTESIS SOBRE EL ORÍGEN DE LA VIDA. Admiten los más, y con razón, que en época, re- mota sin duda, la superficie de la tierra estaba de- masiado ardiente para que fuese posible aquel pro- ceso á que referimos hoy los fenómenos vitales, no presentando en ninguno de sus puntos cuerpos semejantes á los animales y plantas. De lo cual in- fieren que la vida ha tenido un comienzo temporal; y es creencia también muy admitida el suponer que en la tierra han nacido, una vez cuando menos, de cuerpos sin vida, organismos vivientes análogos á los inferiores actuales ó iguales á ellos. Tal origen de la vida tiénenlo muchos por vero- símil, por problema soluble de mecánica aplicada; y aun hay quienes reputan la proto-génesis ó naci- miento de los primeros organismos sin progenito- res probada con seguridad absoluta y tan cierta como la identidad A=A, sin que por esto haya po- dido elevarse á una definición precisa su concepto por tantos nombres expresado (Generatio sponta- nea, originaría, primaria, primitiva, automática, (equivoca, univoca, heleronyma, ó Arquigonia, Ar- quibiosis, Autogonia, y con frecuencia Abiogénesis y lleterogénesis). Bajo tal concepto, tan sólo se comprende, como es sabido, el nacimiento de los organismos vivos sin que preexistan otros. Admitida la proto-génesis, dos casos pueden ocur- rir: ó tuvo lugar en épocas anteriores muy distan- tes de la nuestra, y en ella no se verifica ya, ó bien se efectuó entonces y continúa en la actualidad. Hácese valer en apoyo del primer caso la total diversidad de las condiciones que se daban durante el enfriamiento de la superficie terrestre respecto de las presentes, á saber: otra atmósfera y otra luz, diferente distribución de continentes y mares, dis- tintas combinaciones químicas y otra temperatura en las aguas. Pudo muy bien entonces, así lo esti- man muchos pensadores, bajo condiciones tan es- peciales, no reproducibles, tener lugar, para no re- producirse tampoco, el fenómeno peculiar de la proto-génesis, hasta que la superficie de la tierra, aproximándose más y más á su estado actual, cam- bió tan radicalmente, que pudieron subsistirán ella cuerpos vivos, pero no nacer ya sin intervención de otros. TOMO VII. Aquí está notoriamente el punto vulnerable de tal concepción. Pues no se comprende qué pudo ser—una vez presentes las condiciones necesarias para la composición en organismos de los cuerpos inorgánicos (muertos), surgiendo con esto y sub- sistiendo la vida—lo que hubo de cambiar para que ésta continuara ciertamente y se propagara en sus formas inferiores, pero no se renovase ya por proto- gónesis, sino sólo por mera generación. No hay fundamento alguno por el que deba dejar de tener lugar al presente la generación espontánea, si una vez se realizó. Pues las mismas condiciones que se necesitan y realizan hoy para la conservación de la vida, debieron necesariamente realizarse también al verificarse el supuesto nacimiento de los seres vivos á expensas de los cuerpos inorgánicos: de otro modo no habría podido subsistir viviendo el producto de la proto-génesis. De aquí que muchos indagadores se hayan esforzado, y algunos insistan todavía, en comprobar por la experiencia que tam- bién en nuestros dias es posible, en determinadas circunstancias, hacer que de los cuerpos inanima- dos, no capaces de vida en sí, nazcan seres anima- dos, casi como de los líquidos se hace precipitar cristales. Pero por numerosas y delicadas, por di- versas ó ingeniosas que hayan sido estas tentati- vas, ninguna ha dado á conocer las circunstancias en que se verifica la pretendida heterogónesis. Y si pensaron no pocos haber llegado á obtener mezcla apropiada, temperatura y atmósfera convenientes paraba síntesis do los corpúsculos protoplásmicos (Micrococos, Bacterias, etc.), no faltaron nunca quienes en parte con admirable sagacidad, Pasteur sobre todo, demostraron que los organismos su- puestos engendrados por tal artificio preexistían ya en la mezcla, ó llegaron á ella en el curso del ex- perimento procedentes del aire atmosférico poblado de tales gérmenes. En vista ahora de que millares de experimentos han dado un resultado negativo, compréndese que se determine en lodos cierto desaliento. Sin duda que en los años ó decenios próximos se repetirán más aún tales ensayos, y se tratará sobre todo de producir artificialmente en el laboratorio las condi- ciones que se realizan sólo en el suelo profundo de los mares; pero no hay argumento alguno valedero que legitime la esperanza de alcanzar un resultado positivo. El número de elementos químicos que pueden servir en estos ensayos es muy pequeño; y ' 19

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REVISTA EUROPEA.NÚM. \\% 1 6 DE ABRIL DE 1 8 7 6 . AÑO 111.

LAS HIPÓTESIS

SOBRE EL ORÍGEN DE LA VIDA.

Admiten los más, y con razón, que en época, re-mota sin duda, la superficie de la tierra estaba de-masiado ardiente para que fuese posible aquel pro-ceso á que referimos hoy los fenómenos vitales,no presentando en ninguno de sus puntos cuerpossemejantes á los animales y plantas. De lo cual in-fieren que la vida ha tenido un comienzo temporal;y es creencia también muy admitida el suponer queen la tierra han nacido, una vez cuando menos, decuerpos sin vida, organismos vivientes análogos álos inferiores actuales ó iguales á ellos.

Tal origen de la vida tiénenlo muchos por vero-símil, por problema soluble de mecánica aplicada; yaun hay quienes reputan la proto-génesis ó naci-miento de los primeros organismos sin progenito-res probada con seguridad absoluta y tan ciertacomo la identidad A=A, sin que por esto haya po-dido elevarse á una definición precisa su conceptopor tantos nombres expresado (Generatio sponta-nea, originaría, primaria, primitiva, automática,(equivoca, univoca, heleronyma, ó Arquigonia, Ar-quibiosis, Autogonia, y con frecuencia Abiogénesisy lleterogénesis). Bajo tal concepto, tan sólo secomprende, como es sabido, el nacimiento de losorganismos vivos sin que preexistan otros.

Admitida la proto-génesis, dos casos pueden ocur-rir: ó tuvo lugar en épocas anteriores muy distan-tes de la nuestra, y en ella no se verifica ya, ó biense efectuó entonces y continúa en la actualidad.

Hácese valer en apoyo del primer caso la totaldiversidad de las condiciones que se daban duranteel enfriamiento de la superficie terrestre respectode las presentes, á saber: otra atmósfera y otra luz,diferente distribución de continentes y mares, dis-tintas combinaciones químicas y otra temperaturaen las aguas. Pudo muy bien entonces, así lo esti-man muchos pensadores, bajo condiciones tan es-peciales, no reproducibles, tener lugar, para no re-producirse tampoco, el fenómeno peculiar de laproto-génesis, hasta que la superficie de la tierra,aproximándose más y más á su estado actual, cam-bió tan radicalmente, que pudieron subsistirán ellacuerpos vivos, pero no nacer ya sin intervención deotros.

TOMO VII.

Aquí está notoriamente el punto vulnerable detal concepción. Pues no se comprende qué pudoser—una vez presentes las condiciones necesariaspara la composición en organismos de los cuerposinorgánicos (muertos), surgiendo con esto y sub-sistiendo la vida—lo que hubo de cambiar para queésta continuara ciertamente y se propagara en susformas inferiores, pero no se renovase ya por proto-gónesis, sino sólo por mera generación. No hayfundamento alguno por el que deba dejar de tenerlugar al presente la generación espontánea, si unavez se realizó. Pues las mismas condiciones que senecesitan y realizan hoy para la conservación de lavida, debieron necesariamente realizarse tambiénal verificarse el supuesto nacimiento de los seresvivos á expensas de los cuerpos inorgánicos: deotro modo no habría podido subsistir viviendo elproducto de la proto-génesis. De aquí que muchosindagadores se hayan esforzado, y algunos insistantodavía, en comprobar por la experiencia que tam-bién en nuestros dias es posible, en determinadascircunstancias, hacer que de los cuerpos inanima-dos, no capaces de vida en sí, nazcan seres anima-dos, casi como de los líquidos se hace precipitarcristales. Pero por numerosas y delicadas, por di-versas ó ingeniosas que hayan sido estas tentati-vas, ninguna ha dado á conocer las circunstanciasen que se verifica la pretendida heterogónesis. Y sipensaron no pocos haber llegado á obtener mezclaapropiada, temperatura y atmósfera convenientesparaba síntesis do los corpúsculos protoplásmicos(Micrococos, Bacterias, etc.), no faltaron nuncaquienes en parte con admirable sagacidad, Pasteursobre todo, demostraron que los organismos su-puestos engendrados por tal artificio preexistían yaen la mezcla, ó llegaron á ella en el curso del ex-perimento procedentes del aire atmosférico pobladode tales gérmenes.

En vista ahora de que millares de experimentoshan dado un resultado negativo, compréndese quese determine en lodos cierto desaliento. Sin dudaque en los años ó decenios próximos se repetiránmás aún tales ensayos, y se tratará sobre todo deproducir artificialmente en el laboratorio las condi-ciones que se realizan sólo en el suelo profundo delos mares; pero no hay argumento alguno valederoque legitime la esperanza de alcanzar un resultadopositivo. El número de elementos químicos quepueden servir en estos ensayos es muy pequeño; y

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aunque son en extremo variables las relaciones j

cuantitativas, las proporciones absolutas, los gra-dos do presión y las temperaturas de los particularesingredientes, permanecen en los experimentos, sinembargo, encerradas en límites relativamente es-trechos las posibilidades de !a mezclo, atendiendosobre todo á los límites de temperatura con queson compatibles los movimientos protoplásmicos.Pero habiendo disminuido la probabilidad de un re-sultado positivo sólo ya por el número creciente deexperimentos infructuosos, y restringiéndose conefecto en la actualidad más de lo que pareció es-tarlo en época reciente, decayendo más y más cone! progreso de ia técnica experimental, se imponenecesariamente esta cuestión preliminar, análogade todo punto á la que ocurre tratándose de] pro-blema del movimiento continuo, cuya imposibilidadha demostrado la moderna física, alcanzando conello un verdadero triunfo: ¿no valdría más buscarpruebas de la imposibilidad de la Abiogénesis quede la realidad de la misma, y no será quizás laproto-gónesis no sólo hipótesis innecesaria, sinoademás inadmisible?

El que, apoyándose en los experimentos realiza-dos hasta hoy, pretenda sólo deducir que en la ac-tualidad no se verifica en la tierra heterogénesisalguna, pero que se efectuó en otro tiempo, nopuede satisfacerse con tal conclusión, siquiera fueseaceptable. Sería esto declarar inconcebible en suprincipio la aparición primera de los Organismosanimales y vegetales sobre la tierra. Proscribiríasede tal modo de la esfera de la indagación científicauno de los más capitales problemas de la ciencianatural, admitiéndose como dogma el nacimiento dela vida de las entrañas mismas de la muerte. Quedasiempre por responder en este caso la cuestión indi-cada, á saber: ¿Por qué es al presente imposible laprotogónesis, habiéndose antes verificado una vezcuando menos en la tierra. ¿Qué se agregaba enton-ces á las condiciones de la vida, á la sazón comoahora indispensables, determinadas y circunscritasen límites estrechos? ¿Qué es lo que falta hoy y nopuede ser restablecido? Luz, temperatura, constitu-ción del suelo y de los mares, etc., deben, desde queexistieron animales y plantas, por grande que haya.sido su cambio, haber mudado sin embargo sólode tal manera que subsistan plenamente satisfechaslas condiciones de la vida. Tendría que agregar áellas esta especie de creencia en la proto-génesisun misterio mecánico que apareció engendrando lavida en determinadas épocas de la historia terres-tre y desapareció después.

Satisface tan poco concepción semejante, que yo,por el contrario, pregunto: ¿Sería imposible laproto-génesis en nuestro planeta antes, hoy y en lofuturo?

Habiéndose observado siempre, y siempre denuevo, que sólo se muestran cuerpos vivos allídonde la vida preexiste, y esta es regla que no co-noce excepción hasta el presente, la inferencia deque tampoco se dará en lo futuro nada vivo, que delo vivo no brote, aparece tan justificada, sin duda,como la conclusión inductiva de que han de morirtambién los cuerpos que viven hoy y cuantos vivanulteriormente, toda vez que murieron los observa-dos hasta ahora. Ambas generalizaciones tienenidéntico valor. Que todo cuanto vive y vivirá debemorir,, nadie lo duda; respecto al término de lavida reina el mayor acuerdo. ¿Por qué no ha de su-ceder lo propio tratándose del principio? Que todocuanto ha vivido y vive nació de otro viviente, ytodo lo que haya de vivir nacerá de otro ser vivo,dúdanlo los creyentes en la proto-génesis, siquierano tengan un solo hecho que poder citar en apoyode su duda. ¿Por qué no dudan de que todo ser vivoha de morir? La necesidad de la muerte no está to-davía demostrada en modo alguno deductivamente,y sin embargo, la aceptan sin vacilar sólo porque lamuerte se observa tantas veces cuantas se observancuerpos vivos. El nacimiento, esto es, la reproduc-ción, se presenta del propio modo tantas vecescuantas se ofrecen cuerpos vivos; y si tampocoestá demostrada deductivamente la necesidad delnacimiento como único origen posible de los mis-mos, aún lo está mucho menos la afirmación con-traria, es decir, que pueda haber otro origen paraellos. El estado de la cuestión es éste: la experien-cia enseña que:

Todos los organismos mueren,Todos los organismos nacen.

El número de casos individuales es extraordina-riamente grande para ambas afirmaciones obtenidaspor inducción. El objeto es además idéntico para lasdos. Así, el que trate de bailar un organismo queno haya nacido, sino que resulte por proto-génesis,es decir, compuesto á expensas de cuerpos muer-tos, ha de llegar precisamente al mismo resultadoque el que busque un organismo que pudiese dejarde morir. Fúndase esta reflexión, como se ha di-cho, en que para lodos los organismos la certezainductiva de su nacimiento es absolutamente tangrande como la de su muerte. Y á pesar de esto,cada dia se repiten experimentos para demostrar laproto-gónesis. Aún podría esperar mayor resultadola tentativa para hallar una piedra filosofal que re-juvenezca la vida ó cambie en oro al plomo, que elensayo para componer con agua, aire y sales unanimal ó una planta, un germen, un óvulo capaz dedesarrollo.

Un punto débil ofrece sólo la consideración pre-sente, á saber: que pudiera decirse no ser verdad

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que perezcan todos los organismos. Bajo condicio-nes que se mantengan invariables puede segmen-tarse indefinidamente una Ameba, resultando siem-pre dos Amebas nuevas de la división total de laprimera, y, sin embargo, la Ameba madre no pere-ce, antes bien, muerte y nacimiento son aquí unmismo fenómeno. Pero esta paradoja tan exacta notoca lo más mínimo á la cuestión de que se trata.Pues, primeramente, si pudieran sostenerse lascondiciones tan iguales que continuase, durante al-gún tiempo con la misma intensidad y en progresióngeométrica la división, quedaría limitada ya su re-petición indefinida por los mismos limites del aguadentro de la cual se efectúa, esto es, muchas Ame-bas acabarían por no encontrar aire, agua, espaciosuficientes, perecerían; en segundo lugar, cesa lavida de un cuerpo que se divide sin residuo en otrosdos de igual naturaleza, deja aquel de existir; no esposible, en lo tanto, hablar ya de vida, de comple-xión dinámica del mismo. En su lugar han apareci-do, han nacido otros dos. La vida en absoluto no seextingue, sino que se muestra sólo en cuerpos pe-recederos, en organismos individuales, cuya vidacesa sin duda, para reaparecer en otros organis-mos. Sólo mueren los cuerpos, no el movimiento.

Si se quisiera concebir la segmentación de lasAmebas como una estrangulación de las mismas,deberían los dos producios parciales distinguirse yauno de otro por la diferencia de edad, lo cual no esadmisible para los organismos inferiores que, aun-que complicados siempre, son, con todo, homogé-neos en todas sus partes. Pero aun en esta suposi-ción, la necesidad do un término para la vida deambas partes es la misma exactamente que antes;pues, acudiendo á sutilezas, se debería suponer quealgunos de los organismos segmentados ó estran-gulados en parte eran tan preferidos á todos losdemás que, aun pereciendo la mayoría de estos porfalta de espacio, permanecían viviendo aquellos ácosta de los primeros. Admitamos como demostra-do que no todos mueran, sino tan sólo que muchosdeban morir. Pero esto no toca á la anterior con-clusión, pues que se funda esta en que tal preferen-cia para un individuo no puede realizarse, enseñan-do, por el contrario, la inducción legítima quetambién perece al cabo el preferido á todos en untiempo apreciable, contado á partir de su nacimien-to. Quien niegue esto, sostiene que se dan algunosorganismos inmortales, afirmación que carece defundamento, siendo como es imposible presentarpruebas de la existencia de semejantes cuerpos.Siempre estamos autorizados para afirmar, cuandose pretenda demostrarnos la existencia de un cuer-po imperecedero que puede tener mucha edad yvivir todavía largo tiempo, pero que sin embargomorirá, pues nuestra experiencia no autoriza lo

contrario. Y nunca puede ser contradicha esta nues-tra afirmación, desde el momento en que reconoce-mos la necesidad de la muerto, carácter hereditariode todo organismo, como consecuencia irrefutablede la lucha por la existencia, si extendemos esta álucha por el espacio. Esto, sin embargo, como dichodo paso.

Es verdad que por el análisis anterior no quedademostrada deductivamente la imposibilidad de laproto-génesis en la actualidad, en el pasado, ni enlos tiempos venideros, pero por lo menos apareceinverosímil en el más alto grado, y tanto como elencontrar un cuerpo vivo que no deba morir. Lademostración inductiva de la imposibilidad de laproto-gónesis es absolutamente tan rigorosa comola de la imposibilidad do la duración infinita de unindividuo. Nos vemos, por consiguiente, obligados árechazar toda creencia en la proto-génesis, en elnacimiento de los seres vivos á expensas de loscuerpos inorgánicos (muertos), y á tratar de hallarotro origen para las plantas y animales.

Si se admite en la historia de la tierra una épocaen que carecía esta de plantas y animales, y se ex-cluye la proto-génesis como fuente de la vida telú-rica, queda por discutir la posibilidad de que seresvegetales ó animales, vivos ó capaces de vida y des-arrollo, llegasen del exterior á la superficie de latierra, y que una vez enfriada esta lo bastante yrealizadas las demás condiciones exteriores de lavida, se propagaran en ella por sí propios. Tal inmi-gración desde el espacio cósmico á la tierra podíaverificarse aún hoy lo propio que hace millones deaños.

Esta opinión emitióla, á mi ver el primero, el pro-fesor en Dresde doctor Armando Everardo Richter.En Mayo de 1865 decía en su trabajo sobre la doc-trina de Darwin:

«Según esto, consideramos como eterna la exis-tencia de la vida orgánica en el mundo: ha existidosiempre y propagádose en serie no interrumpida, y,ala verdad, en forma organizada, no como misterio-so proto-plasma, sino informada en organismosvivos, como células ó como individuos constituidospor ellas. ¡Omine vivum ab aternitate e cellula! Conlo cual no hay ya para qué preguntar de qué modovinieron al mundo los primeros organismos. Puesexistiendo estos eternamente en alguna parte delmundo, lo único que cabe preguntar es; ¿De dóndellegaron los primeros á este ó á otro astro, una vezhecho habitable? A lo cual respondemos sin vacilar:¡Del espacio cósmico/ Muestra la Astronomía, queflota en este una cantidad enorme de sustancias te-nuísimas, desde las colas cometarias incorpóreascasi, hasta las piedras meteóricas incandescentes ennuestra atmósfera y que caen con frecuencia sobrela tierra. La Química hn descubierto en estas últi-

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mas, además de los metales fundidos, restos tambiénde sustancia orgánica (carbono.)

La cuestión de si estas materias orgánicas consis-tían en proto-plasma informe ó eran verdaderasinformaciones orgánicas, antes de destruirlas laincandescencia del aerolito, debe ser resuelta ulte-riormente, pues para esto tenemos una experienciaanáloga en nuestra atmósfera.»

Después de mencionar los gérmenes de hongos yios infusorios que existen en el aire de la tierra,añade:

«Existiendo, pues, ahora criaturas microscópi-cas á tal altura en la atmósfera terrestre, puedenellas en ocasiones, por ejemplo, por la atracción decometas que pasen cerca ó aerolitos, llegar al espa-cio cósmico, y encontrando después otro cuerpo sidéreohabitable, esto es, dotado de la temperatura y hume-dad exigidas, desarrollarse ulteriormente en virtudde su propia actividad.»

Cinco años después escribía:«Por otra parte, en este vuelo rápido del globo

terrestre se aleja de 61 constantemente una partede su atmósfera por la resisteacia que la cósmicaopone, a la cual pasa, de tal suerte, que arrastraaquel consigo una como cola de aire impurificado,análogamente á como una locomotora deja tras desi otra de humo y vapor.

Pero en este aire impuro, no sólo se encuentrandiferentes clases de gases, sino también polvo doorigen mineral y orgánico: en este último se com-prenden los esporos, gérmenes, fermentos celula-res y semillas de muchas plantas, y huevos, embrio-nes y larvas de varios animales muy pequeños ófuleramente microscópicos. Estos vehículos de lavida flotan en el espacio cósmico, caen accidental-mente sobre otro cuerpo sidéreo, y, caso de ofrecereste las condiciones necesarias, so hacen en él cen-tros de nuevas evoluciones vitales."

Finalmente, en 187-1 y bajo el título: Microzoosdel espacio cósmico, decía Richter:

«Es evidente que tales criaturas se agitan por doquiera en el espacio cósmico, al cual llegan por dosaminos: primero, cuando por el rápido movimien-

to de traslación de la tierra (y análogos astros ha-bitados) y por la resistencia que ofrece la atmósferacósmica, se separan de las capas superiores de laterrestre en que llotan y pasan al infinito espacio;segundo, cuando al romperse algún cuerpo sidéreoson arrastrados al espacio cósmico en fragmentosque contienen creta ó humus. Hace ya mucho tiem-po que se conoce la existencia del carbono en laspiedras meteóricas, y se sabe además, especialmen-te desde la caida del meteorito de Orgueil, que en-cierran sustancias análogas al humus y al petróleo;pero la nueva caida de meteoros en Sueeia elaño 1870 (donde los negros trozos de humus que ca-

yeron pudieron recogerse de entre la blanda nievey reunirse en gran cantidad) ha elevado este hechoá total evidencia. Pero el humus procede única-mente de la putrefacción de las sustancias orgáni-cas, y esta á su vez no puede concebirse sin el con-curso de hongos que sirvan de fermento. Prueba,pues, este descubrimiento que hemos predicho yahace tiempo, que en el espacio cósmico (¡con unfrió de 100 á 200°!) se agitan corpúsculos organiza-dos, capaces de renacer á la vida al cabo de muchosmiles de años (como vimos antes en los Micrococosde la creta). Esto prueba al mismo tiempo que noes preciso admitir una primera creación de organis-mos; y que es también innecesario afirmar comopostulado una Oeneratio ceguivoca para explicarcómo haya podido aparecer en nuestro planeta elprimer ser vivo. Usté jamás fue producido ni crea-do, sino que la tierra ha sido poblada con seresprocedentes de otras partes del Universo, y la vidaha existido eternamente en el espacio cósmico y seha propagado siempre por sí propia (plasma, yemas,semilla, huevos, gérmenes, etc.). De lo cual se de-duce además que toda discusión acerca de la Qe-neratio ¡equivoca es una supérflua y hueca esco-lástica.

Por lo que toca á la revivificación de los Microco-cos de la creta, es de notar que el sedimento quedeja la disolución de esta en el ácido clorhídrico di-luido, está constituido por organismos microscópi-cos, y que estos pequeños seres, á poco de pasar dela creta al agua, adquieren por momentos «un movi-miento de oscilación y aun do natación,» como lasalgas-oscilatorias, el agua azucarada y la glicerina,según Bechamp, puestas en fermentación, y puedendesarrollarse en pequeñas cadenas y filamentos. Nohay, sin embargo, seguridad alguna de que estosseres procedan de la creta. Al examinar con el mi-ci-oscopio la creta en agua pura, yo observo, cierta-mente, un «movimiento de oscilación y aun de na-tación» muy vivo en las partículas aisladas. Peroesto depende del movimiento del agua. Es el movi-miento molecular de Brown, que bajo iguales con-diciones ofrecen todas las partículas sólidas sufi-cientemente pequeñas. Y «las pequeñas cadenas yfilamentos» deben sin la menor duda resultar, no delos Micrococos de la creta resucitados al cabo demillares de siglos, sino de organismos que han pe-netrado durante la observación.

Pero la primera concepción de Richter siguesiendo siempre digna de atención, y poco despuésfue también expuesta por otros observadores queno tenían conocimiento de ella.

Así es que no deja de tener fundamento el queHelmholtz indique como último recurso de completovalor científico el preguntar, una vez fracasadostodos los trabajos hochos con objeto de que de la

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sustancia inanimada nazcan organismos, si ha exis-tido siempre la vida en todas partes, y si no hansido trasportados sus gérmenes de un cuerpo sidé-reo á otro. En Conferencias de 1871 ha declaradoterminantemente \a posibilidad de que llegasen á laspiedras meteóricas gérmenes orgánicos y fuesenconducidos á los cuerpos sidéreos más frios, endonde se desarrollan cuando encuentran suelo apro-piado. Hace notar á este propósito que las mayorespiedras meteóricas, al caer en la atmósfera en vir-tud de la gravedad, se calientan tan sólo en su parteexterior, quedando frias en el centro; los gérmenesocultos en las grietas pueden, por tanto, librarse dela combustión; «pero también pueden separarsesin duda por la violenta corriente de aire los quedescansan en la superficie al penetrar en las capassuperiores y más enrarecidas de la atmósfera ter-restre, antes de llegar la piedra á la porción másdensa de la masa gaseosa, donde la compresión esmuy suficiente para producir una temperatura apre-eiable. No es, por otra parte, imposible que una ómuchas piedras, moviéndese con rapidez en las ca-pas superiores de la atmósfera de un cuerpo sidé-reo, proyecten y lleven 'consigo una masa de aireque contiene gérmenes no destruidos por el fuego.»

En el verano del mismo año, y en su discurso deapertura de la Asociación británica de naturalistasen Edimburgo, declaraba William Thomson cien-tíficamente admisible tal opinión, á la cual habíatambién llegado por su parte. Él, por lo menos nohalla nada serio que oponer á la idea de que semuevan en el espacio piedras meleóritas condu-ciendo infinidad de gérmenes.

Para sostenerse esta nueva hipótesis acerca de lavivificación de la tierra y domas planetas por Mi-crozoos emigrados del espacio cósmico capaces devida, gérmenes organizados, huevos ú organismoscompletos, á cuyo conjunto y en gracia á la breve-dad Hamo Cosmozoos, necesita muchas hipótesis au-xiliares. Será conveniente tomar en consideraciónlo que tal hipótesis supone de necesidad, y ver sisus exigencias contradicen á la observación. Cuatrode estas suposiciones se nos manifiestan ante todo.

Si concedemos por un momento la existencia deCosmozoos en los aerolitos de todo el espacio cós-mico, hay que admitir inmediatamente como postu-lado que conservan por largo tiempo su aptitudpara la vida. No pueden vivir sin que se realicenpor lo monos las generales y primeras condicionesexteriores de la vida animal y vegetal. Pero estasno se realizan en el espacio cósmico, en el cual rei-na una temperatura tan baja, es tan pobre de aire ytan seco, que aun haciendo abstracción de la caren-cia de elementos nutritivos, no puede atribuírseleuna vida análoga á la que hay en nuestra tierra.Tampoco es admisible que los gérmenes supues-

tos en la atmósfera cósmica ó en las grietas de laspiedras meteóricas, se rodeen de una envoltura deaire y vapor condensados, t¡»n mala conductora delcalor, ó lleven consigo para su viaje cósmico su-ficiente provisión de elementos nutritivos; aunquetampoco sería inconcebible que durante algún tiem-po pudiera haber verdadera vida en el humus delinterior de un meteorito sólido en su parte externa.Pero tan aventuradas hipótesis son innecesariascuando se tiene en cuenta que también en la tierrapueden infinitos organismos, gérmenes y huevos,conservar largo tiempo su aptitud para la vida sindarla menor señal de ella. Yo he llamado (1872)anabióticos á estos organismos vegetales y animalesen estado embrionario y también desarrollados, quepor privación de importantes condiciones vitales seconvierten en una sustancia completamente inani-mada, pero que pueden revivir, y Anabiosis \A revi-vificación misma.

Es evidente que todos los Cosmozoos deben seranabióticos, esto es, persistir en el frió durantelargo tiempo privados de aire, elementos nutritivosy agua, sin que por esto perezcan ni vivan tam-poco. Por inexacta que sea todavía la determina-ción de la temperatura del espacio cósmico, sabe-mos que debe ser muy inferior á cualquiera tempe-ratura natural que se manifieste en la tierra. Perono por esto estamos autorizados para afirmar seatan baja que deba necesariamente sufrir por ella undetrimento irreparable la estructura de los Cosmo-zoos. Por este concepto no aparece inadmisible lahipótesis. Pues los infusorios de la nieve roja, ytambién muchos insectos, pero sobre todo los hue-vos de las plantas, pueden conservar por largo tiem-po su aptitud para la vida á temperaturas inferioresal punto de congelación del agua; los fermentosconservan su capacidad de germinar á—193°. (Sehu-mactior, 1874.)

Además no es dudoso que si el espacio cósmicoha de estar lleno de «un aire peculiar,» será esteen todo caso mucho más enrarecido que el de lasmayores alturas de la corteza terrestre ó el de lasalcanzadas en las ascensiones aerostáticas, de talsuerte que no sería posible en modo alguno respi-ración en esia atmósfera cósmica tan enrarecida.Pero yo he conservado semanas enteras en un per-fecto vacío y han revivido después organismos mu¡complicados, astacoidéos (Macrobiotus).

Finalmente, no admite duda el que en el espaciocósmico tan sólo puede haber mínimos indicios deagua, ni vivir un momento en esta atmósfera secaorganismos como los vemos en la tierra. Pero si enesta colocamos cu lugares secos á tales sores ana-bióticos, pueden manifiestamente sostenerse allí du-rante siglos, y si bajo el influjo del calor adquierendespués aire y agua, empiezan á vivir de nuevo.

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Pueden, por tanto, existir por largo tiempo, bien li-bremente en la atmósfera cósmica, ó bien adheridosá los aerolitDS, infinitos gérmenes no vivos, pero sícapaces de vivir.

Sería en todo caso de profundo interés un estu-dio fundamental de todos los meteoritos coleccio-nados en los gabinetes para decidir si no se ocultanen su interior tales gérmenes anabióticos que se vi-vifican con calor y humedad.

La primera suposición de que á pesar del i'rio, dela falta de aire y de la sequedad pueden en el espa-cio cósmico conservar largo tiempo los Cosmozoossu aptitud para la vida, no es, por consiguiente, im-posible.

La segunda pretende que llegan á otros cuerpossidéreos gérmenes capaces de vida análogos á losque la tierra muestra, lo cual puede suceder. Todoslos meteoritos analizados hasta hoy están compues-tos de elementos químicos conocidos que se en-cuentran en los minerales telúricos.

El postulado de la tercera es que son lanzadosconstantemente al espacio cósmico gérmenes desdelos cuerpos sidéreos. En esto no hay ninguna difi-cultad, si hubieran de adherirse á los aerolitos, locual es posible. Por lo que respecta á que los Cos-mozoos que flotan libremente puedan ser lanzadosde una atmósfera al espacio cósmico, debe obser-varse que hasta el éter cósmico puede ser una at-mósfera enrarecida en extremo, y en la fuerza delviento terrestre, por ejemplo, sería concebible quegérmenes completamente secos y muy ligeros seelevasen con rapidez, y por la resistencia del aireinferior se viesen imposibilitados de caer, en tér-minos de que pudieran, sin duda, arrebatarlos lascorrientes cósmicas, determinables por los movi-mientos planetarios.

Para defender la hipótesis total no es, sin em-bargo, necesario admitir esta opinión ni la emigra-ción de los gérmenes al espacio cósmico por ladestrucción de cuerpos sidéreos habitados, á cuyosfragmentos, aún no incandescentes, quedasen adhe-ridos. Lo único necesario en este caso es que se ha-llasen también gérmenes en las piedras meteóricas.

La cuarta suposición exige que los Cosmozoosatraviesen la atmósfera terrestre sin perder su ca-pacidad vital. La posibilidad de que sea su vehículoun meteorito está demostrada por el hecho de llegará la tierra aerolitos que contienen humus. Estedebiera haber sido destruido por el fuego si todaslas partes de la piedra llegasen á ponerse incandes-centes por el frotamiento del aire al penetrar en lascapas densas de la atmósfera. Existe, pues, en todocaso la posibilidad de que lleguen á la esfera deatracción de la tierra gérmenes que flotan libre-mente en el espacio cósmico.

En vista de que la hipótesis cosmozóica no pre-

tende ningún imposible, por lo que hasta hoy mues-tra la observación, es evidente que no puede serrechazada de antemano. Es posible que á través delespacio cósmico y de la cubierta aérea de la tierrallegasen repetidas veces á su superfleié-y se desar-rollasen, enfriada ésta lo bastante, gérmenes capa-ces de vida procedentes de cualesquiera cuerpossidéreos habitados. También lo es que la inmigra-ción mediante la caida de aerolitos en el mar seefectuase además y aun se efectúe, porque en eltrayecto de la tierra alrededor del sol atraiga haciasí, tal vez por medio de un remolino de viento,aquellos Cosmozoos que, girando libremente en elespacio cósmico, entren en la esfera de su atrac-ción. De este modo se comprendería muy bien laaparición simultánea en diversos puntos de la tierrade organismos muy desiguales, y las exigenciasrespecto do la propagación natural no serían yatan enormes como lo son si se admite que todos losorganismos actuales se han formado gradualmenteen la serie de los tiempos por la concurrencia parala vida á partir de moléculas completamente seme-jantes. Pues si llegaron una vez á la tierra huevosy gérmenes enteros, ó hasta un organismo anabió-tico microscópico desarrollado ya y capaz de pro-pagarse, ni es necesario derivar todas las plantas yanimales de una forma primitiva, ni admitir para suaparición exclusivamente moléculas sencillas.

Ofrece todavía más ventajas, y en verdad impor-tantes, la hipótesis cosmozóica, sobre todo para ladoctrina de la descendencia. Pero el que no se sa-tisfaga con la explicación que ella dá de eómo hallegado á la tierra la vida animal y vegetal,—supo-niendo que tal hipótesis apareciera legitimada yapor los hechos,—no se contentará con que quedeeludido así el problema del origen de la vida telú-rica. Pues aun en el caso más favorable de que su-cediese realmente lo que la hipótesis afirma, siem-pre quedaría sin resolver el problema de la primeraaparición de la vida animal y vegetal, no haciendo,por el contrario, más que trasladar esta aparicióndesde el globo terráqueo á distancia y época inde-terminadas. Demostrado que nos fuera que pueblanla tierra gérmenes procedentes de otros sistemasestelares, preguntaríamos: ¿cómo llegaron talesgérmenes á ese otro cuerpo sidéreo? Y si la hipóte-sis contesta: á su vez de otro cuerpo sidéreo, y asisucesivamente, podemos entonces no conformarnoscon tal respuesta, puesto que supone, ó bien que enúltimo término en algún cuerpo sidéreo puede ori-ginarse la vida á expensas de lo inanimado, ó bienque en la época más remota a que podemos remon-tarnos se dieron gérmenes capaces de vida dis-puestos de un modo análogo á los actuales, por lotanto, cuerpos protoplásmicos.

Lo único que se hace en el primer caso es llevar

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N.° 112 W. PHEYER. LA HIPÓTESIS SOBRE EL ORÍCEN bE LA VIDA. 247

la protogénesis en toda su extensión á otro astro.Ahora bien: la extrema inverosimilitud de la proto-génesis demostrada al principio, es exactamentetan legítima para este astro como para nuestro pla-neta. Por consiguiente, debe rechazarse semejantesubterfugio.

En el segundo caso, el postulado es tan peregrino,que no podrá ser admitido en general. ¡Ser tan an-tiguos eomo el sol gérmenes protoplásmicos y plan-tas enteras! ¡Que aun antes de la formación denuestro sistema planetario pudieran existir en algúnpunto del universo huevos ya preparados, Amebascapaces de segmentarse por sí propias, Bacterias,hongos que, secos y fríos, vagasen por los espa-cios cósmicos esperando á ser conducidos,—¿porlos cometas quizás?—á la esfera de la atracciónplanetaria! Tal pretensión no es ciertamente apro-piada para aumentar la confianza en la hipótesis delos Cosmozoos. En cuanto á su inverosimilitud, correparejas con la de la Generado automática. Tiene deinsuficiente el pretender que debemos creer en laexistencia de protoplasma Huido, contráctil, dotadode respiración, vivo en suma, de todo tiempo antesde la formación del sistema planetario.

Nos vemos, pues, llevados á un dilema fatal. Sila hipótesis de los Cosmozoos nos libra de admitirla proto-génesis en la tierra, la traslada nuevamen-te á otras regiones cósmicas, ó pretende que entodo tiempo han existido en alguna parte del uni-verso cuerpos animales ó vegetales capaces de vidaal lado de los inorgánicos ó inanimados.

Ni lo uno ni lo otro satisface, pues ambas exigen-cias equivalen á renunciar á la posibilidad de la so-lución del problema, toda vez que sustituyen dog-mas á hipótesis.

Es indispensable examinar si acaso se ha estable-cido de un modo falso la alternativa que sirve depunto de partida al análisis total hecho hasta ahora,y es á saber: «0 han nacido en la tierra organismosvivos ó capaces de vida á expensas de los inanima-dos (muertos, inorgánicos), ó llegaron á ella proce-dentes del exterior.»

Pero careciendo nosotros de fundamentos lógicospara deducir lo uno ó lo otro, habrá que discutir laposibilidad que aún resta de que tal vez suceda locontrario, esto es, si los cuerpos inorgánicos pro-ceden de los animados, de suerte que á la cuestióndel origen de la vida telúrica se sustituya, por elcontrario, la del origen de lo inorgánico en la tierra,siendo entonces lo animado lo primero en el tiempo.

En un discurso sobre la indagación de la vida(pronunciado eií Leipsique el 12 de Agosto de 1872en la sesión de apertura de la Sociedad de natura-listas alemanes) hice notar que el carbono terrestre,ya libre, ya en cualquier combinación con otroselementos, lia procedido siempre de organismos, lo

cual es demostrable en el mayor número de casos,probable en otros y posible en todos los demás, sinque deje de ser admisible también respecto del car-bono meteórico. Puse de relieve que antes de pre-guntar por el cómo del primer nacimiento de lavida sobre la tierra, es preciso que se establezcaprimero con seguriclad lo que acabamos de afirmar;y decía textualmente (rechazando ya entonces asilaproto-gónesis como la inmigración deCosmozoos):«No hay, á mi juicio, prueba alguna, ni aun funda-mento, para tener por verosímil la existencia en latierra de su carbono actual antes de la aparición dela vida... Si el carbono, que manifiestamente formaparto de todo ser Vivo, es, según esto, bajo elpunto de vista químico, un elemento indescompo-nible, invariable, que, por lo tanto, como todos loselementos, ni ha nacido ni puede perecer, y si dehecho no puede encontrarse en ningún sitio de latierra donde no haya habido alguna vez ó hayavida en la actualidad, la cuestión fundamental de laFisiología: ¿cómo nació la vida?, se hace más difícilaún de lo que era hasta hoy. 0 el carbono no es unelemento químico, ó el origen de la vida en esteplaneta habrá que buscarlo, no en la tierra, sino enlas regiones cósmicas.» Tal es el fundamento denuestra indicación anterior. Pues es evidente quesi el carbono, este elemento característico de todocuerpo viviente, tan sólo se encuentra allí dondepreexislía la vida, no han podido las purtes inte-grantes del ser vivo ser lo primero y éste lo pos-terior, como hasta aquí se ha admitido en general.Al contrario, legitímase con esto la opinión de quetodo lo inorgánico debe su origen á fenómenos ex-clusivamente vitales, dados ya antes de la forma-ción de la tierra, siendo en lo tanto un producto nomás de la secreción, concreción, descomposición yenfriamiento do cuerpos vivos, como sucede tam-bién hoy.

En el año siguiente G. Th. Feohnor en sus Ideassobre la histuria de la creación y desarrollo de losorganismos, ha tratado de establecer, bajo dis-tinta forma, la misma concepción. Pero aunque susconsideraciones verdaderamente ingeniosas sobreeste objeto le separan en absoluto de las que mecondujeron ai mismo resultado, y sus conclusionesno son las que yo induciría, me limito aquí á indicarel acuerdo en que nos hallamos, con especial satis-facción mia por la índole de la cuestión, en unpunto capital, como es el considerar á la naturalezainorgánica producto de la actividad vital.

Ante todo, ocupémonos de distinguir lo orgánicode lo inorgánico.

Examinando cuidadosamente todas las diferen-cias que entre !os organismos y -les cuerpos natu-ral inorgánicos creen haber encontrado cuantosindagadores antiguos y modernos se han ocupado

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248 REVISTA EUROPEA. 1 6 Mi ABB1L DE 1 8 7 6 . N." 112

de este asunto, se deduce que sólo hay un carácterde valor real, y es el que resulta del hecho de pro-ceder todos los seres vivos sólo de otros vivostambién.

Todas las demás diferencias son fugaces, como lomuestra con facilidad una breve reseña de las másimportantes.

Lo primero, no se puede decir que el crecimientoíjiio todos los organismos ofrecen durante ciertotiempo, pertenece sólo á ellos, pues también crecenlos cristales, y se les puede ver crecer y aun apre-ciar la rapidez de su incremento dejándolos for-marse en sus disoluciones.

Después se ha pretendido que los movimientos delos organismos se efectúan por causas internas,..¡¡entras que toda máquina, un molino , un reloj ócualquier otro aparato móvil por sí, tan sólo por in-fluencias exteriores pueden entrar en actividad.Pero so olvida que también dejan de vivir todos losorganismos apenas se les sustrae á la acción de lasinfluencias externas, aire, agua, etc. Desde este mo-mento se suspende el pretendido movimiento pro-pio de la máquina vital.

Ulteriormente se ha hecho valer que la vida exigela continuidad del movimiento, mientras que el re-loj, aun cuando esté parado, subsiste como tal reloj,y sólo necesita ser montado de nuevo para volver ámarchar. Pero tampoco está justificado esto, puesexisten innumerables organismos, á saber, organis-mos anabióticos, que, como los relojes, quedan in-móviles, sin vida durante largo tiempo, para volverá marchar en cuanto se les proporciona las condi-ciones exigidas.

Tampoco puede dar distinción alguna decisiva lafacultad de propagarse de los seres animados, pues-to que una diferencia entre organismos y máquinas,compuestas do partes inorgánicas, debe valer, sinexcepción, para todo singular cuerpo vivo. Pero esbien sabido que numerosísimos organismos, desdeel mulo hasta los animales más pequeños, están pri-vados de la facultad de propagarse. Las hormigas

. obreras son los representantes de un gran númeroinsectos que no pueden reproducirse por carecer

¡le órganos para eho.Constituiría otro carácter diferencial la capacidad

de todos los seres vivos para recibir en sí cuerposextraños, que se asimilan, convirtiéndolos en su in-terior en propios elementos corpóreos. El mismoBriicke, que rechaza de las diferencias establecidashasta hoy las que hemos presentado, reputa el pro-ceso de asimilación propio, sin excepción, de todocuerpo vivo, un carácter esencial, decisivo, de quecarecen los inorgánicos. Pero el fenómeno de laasimilación se ofrece en todo punto de la natu-raleza.

Cuando el hierro se oxida, se asimila oxígeno y

agua de la atmósfera, y carbono si se le calienta. Eltorrente que se desliza por los valles se asimila yapropia sucesivamente las partes solubles de susorillas, que va corroyendo poco á poco, aun cuandosean de piedra dura. Y además, ¿qué es la absorciónde la lluvia por la tierra, ávida de agua, sino unaasimilación? ¿Qué la reducción á cenizas de las ma-deras, hojas y frutos en el incendio de un bosque?Y el aire atmosférico, ¿no se asimila continuamenteen cualquier punto de la tierra todo lo fluido, gases,vapores y humos de diversas clases? Y, sin embar-go, por su movilidad conserva siempre en conjuntocasi la misma composición. El cambio de materiaanimal y vegetal no es, sin duda alguna, idéntico alde la atmósfera y las rocas descompuestas; perouna metamorfosis, una asimilación y reconstruccióntienen lugar en todo punto en que existen cuerpos,y por esto no pueden constituir una diferencia esen-cial entre lo vivo y lo inorgánico. La rapidez é in-tensidad del cambio material son muy desiguales;pero también lo son en los animales y plantas.

Además, se ha tratado de hallar en la terminaciónde la vida individual por la muerte un criterio parala diferenciación. Pero, ¿no perecen también las má-quinas? Cuando se desgastan se incapacitan para eltrabajo, como los organismos; y, para terminar, todolo que ha tenido un principio, tiene también un fin.

Jamás dá una diferencia gradual la menor dura-ción de la vida de los organismos. Pues se conocenárboles gigantescos que viven centenares de años,llegando á veces á durar tanto como islas y comar-cas enteras; y por otra parte, en la esfera de lo in-orgánico se ofrecen existencias muy efímeras que,como la nieve y las nubes, están sujetas á una apa-rición pasajera.

No hay para qué ocuparnos de otras pretendidasdiferencias, pues ninguna tiene solidez. Tratemosde dos, sin embargo. Se sabe que todo ser animal óvegetal está sujeto á condiciones exteriores biendeterminadas, debe disfrutar de una cierta tempe-ratura y constitución atmosférica, principios nutri-tivos y agua; pero la existencia de las máquinas estásujeta á condiciones en un todo análogas. Con so-brada frecuencia se cita la locomotora como ejem -pío del caso; del mismo modo que nosotros, nece-sita oxígeno, agua y calor, y su alimentación, comola nuestra, contiene carbono.

Si se quiere, por último, haliar una distinción fun-damental en la facultad de sentir que se reconoceen todos los organismos, aun los vegetales, contes-taríamos que no hay el menor fundamento para ne-garla á las rocas y dejar de decir que la piedra quechoca, experimenta satisfacción y la golpeada dolor.Sobre lo cual no cabe llegar á formar juicio, ni aunextendiendo el concepto de excitación; pues tantolos movimientos directos de los organismos ó sus

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N.° W. PBEYER. LAS HIPÓTESIS SOBRE El. ORIGEN L<E LA VIDA. 2 4 9

partes como los que acompañan á las sensaciones,todos los cuales sólo en excitaciones empiezan,nunca son sino variaciones de posición y forma quese producen mediata ó inmediatamente á consecuen-cia del cambio de estado del medio ambiente. Perotodos los movimientos de los cuerpos inorgánicosempiezan asimismo sólo cuando se producen en sumedio ambiente cambios de estado. Y en ambas es-feras el movimiento de masas no se determina sinocuando el cambio de estado adquiere una cierta ve-locidad. En último término, toda excitación es unavariación de velocidad. No se puede, pues, pensarque en ias expresiones: estímulo, sensibilidad y mo-vimiento espontáneo, esté dado ya un carácter vital,lo propio que en las expresiones: respiración y nu-trición.

Fácilmente se puede demostrar por una serie deejemplos que, cuantos fenómenos conocidos se ve-rifican en el proto-plasma vivo, y, por tanto, on to-dos los organismos,—corrientes, trasformaciones desustancia y variaciones en la nutrición y respira-ción, desarrollo de calor, metamorfosis, crecimientodurante cierto tiempo, división y muerte,—se en-cuentran también en los sistemas de cuerpos inor-gánicos.

Un ejemplo inmediato es el mar, que aspira elmismo aire que nosotros, recibe y asimila disolvién-dolas multitud de cosas como su alimento diaria, detal suerte, que llegan estas á constituir elementossuyos permanentes. También necesita el mar, parasubsistir como tal, mantenerse dentro de limitesrestringidos de temperatura, pues cuando por ma-yor enfriamiento se solidifica y por más calor seevapora, se extingue su vida. Los mares presentantambién corrientes en su interior. Los rios les lle-van agua como los vasos conducen el jugo nutritivoá las diversas partes del cuerpo. Los despojos delmar, sus partes muertas, el hielo, los residuos yproductos de su cambio material, son lanzados á laplaya. Por el rozamiento de sus masas de agua seproduce calor, cuyo calor se absorbe cuando es in-ferior al de la atmósfera. Está en regeneración cons-tante, como el proto-plasma. Y del mismo modoque éste, el Océano muda á cada paso su configura-ción. Se mueve, y también periódicamente, comolos organismos, sirviendo de estímulo á este movi-miento la atracción del sol y la luna, que sostiene laalternativa del flujo y reflujo, pulsación de la tierra,por decirlo así. Si esta siente, no nos lo dice, enverdad, la ola espumosa al romperse con estruendocontra los acantilados, y también nos lo oculta elmar respirando dulcemente, tranquilo, reflejandolos astros. Pero tampoco sabemos si siente la Ame-ba cuando está fría, ó si el oido embrionario percibelos sonidos como el del ser que ha nacido.

La extructura complicada es propia á todos los

cuerpos. Ya por la constancia de determinadas cor-rientes, diferencias constantes de presión y de tem-peratura, se hacen desiguales las partes del Océa-no, cambia su contenido de aire y de sales, y si sellama organismo al proto-plasma fluido, informe éinorganizado, la misma denominación se debe daral mar. Y si se quiere llamar órganos á las fugacesprolongaciones proto-plásmicas que atraen del me-dio ambiente al interior granulos, también deberíanllamarse órganos del mar las olas que desgastan lasrocas y deshacen las embarcaciones. Es, en suma,de todo punto imposible hallar una propiedad gene-ral ó función que deba asignarse á todos los orga-nismos, así inferiores como superiores, sin excep-ción alguna, que no pertenezca cuando menos á unconjunto de cuerpos reputados inorgánicos. La dis-tinción están sólo cuantitativa. Diferencia verdade-ramente fundamental sólo existe respecto del orí-gen. Pues podría formarse un mar juntando suselementos constitutivos, un organismo no.

También al fuego se le puede en general consi-derar como vivo. Respira el mismo aire que nos-otros, y se extingue cuando le privamos de él. Con-sume con insaciable voracidad cuanto sus órganosabrazan serpenteando, y se nutre con su presa. Crecelentamente, empezando en la oscuridad, impercep-tible como el germen; después vive en secreto, sedesarrolla cada vez más, creciendo con rapidez hastallama que tiende hacia el cielo, y se propaga conaterradora velocidad, lanzando en todas direccioneschispas que producen nuevo fuego. Corre por todaspartes subiendo y bajando, y todo lo subyuga conla poderosa energía de un mar de llamas, que noperdona la ciudad ni el campo, que con la mismafacilidad se apodera del bosque que de la flota en elpuerto, dejándonos atónitos el majestuoso moví-mieiiíj) del elemento desencadenado en el incendio.y haciéndonos percibir la crepitación y estallido, encierto modo siniestra voz del monstruo, como indi-cándonos su placer por la destrucción. Pero bienpronto queda terminada la obra de la asimilaciónígnea. El incendio se apaga gradualmente. Le faltaalimento y aire. El organismo aún vivo se enfría;su muerte está próxima. Todavía oscila de un ladoá otro. La llama amortiguada respira aún un mo-mento como antorcha luminosa, y después cesa elmovimiento; el fuego ha muerto. Carbón, residuosy cenizas—despojos cadavéricos—son el único tes-timonio de su vida.

Vale también este paralelo para todas las propie-dades generales pertenecientes al proto-plasma, ex-ceptuando el origen. Pues para producir fuego noes indispensable que haya ya fuego. Pero para sumanifestación siempre es de rigor una determinadaclase de movimiento, el calor, en lo cual vuelve áestar de acuerdo con los organismos, mientras que

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los cuerpos inorgánicos se originan por los mediosmás diversos, el agua pura, por ejemplo, por com-binación directa del oxígeno y el hidrógeno, porcondensación del vapor, por fusión del hielo, porinnumerables procesos químicos de descomposi-ción. Los cuerpos inorgánicos más diversos puedencomponerse de cosas que les son en un todo dese-jantes. Cristales sólidos nacen donde se evapora ladisolución completamente líquida en todas sus par-tes. La sal gemma no necesita para existir de salgemina como progenitor, antes bien, la compone-mos artificialmente con cloro y sodio, que en nadase le parecen. Pero todos los organismos, por elcontrario, proceden de cuerpos semejantes á ellos.Todo glóbulo proto-plásmico exige, para existir,mi isuepo vivo análogo á él, que le sirva de progeni-tor. Ninguna planta, ningún animal existe—en loslímites de la observación—sin que hayan preexis-tido organismos análogos. Por lo tanto, si retroce-diendo al pasado seguimos la serie da predeceso-res de los animales y plantas inferiores, los hallamos,ante todo, muy semejantes á mezclas movibles porsi de cuerpos sólidos, líquidos y gaseosos, pero queen algunos puntos deben haber sido completamentedistintos de ellos, como los padres difieren general-mente de los hijos en muchos caracteres. Tuvieroná su vez estos grados de organización otros análo-gos á ellos, que también en algunos puntos diferíande sus antepasados y sucesores, y asi, exclusiva-mente por la acumulación de muchas pequeñas de-semejanzas, llegamos á cuerpos vivos que difierentanto délas actuales formas vivas inferiores, como,por ejemplo, el glóbulo microscópico de proto-plasina, del hombre que se desarrolla de él.

Ahora bien: remontándonos aún más en la histo-ria antigua de la tierra, llegamos á una época enque la temperatura resultante de la contracción delplaneta al enfriarse, era todavía tan grande en lasuperficie de éste, que predominaban los líquidos yizases calientes, y había muy pocos cuerpos sólidos(como el carbono). No hay razón alguna para no lla-

. >nar ya vivos á los organismos de esta época. Pues. propio moverse llamado vida y el inorgánico ser

movido de los cuerpos son sólo, como ya hemosdemostrado, modos de manifestación del movi-miento en general, diferentes en cantidad, intensi-dad ó grado, no en su más íntima esencia; concep-tos congruentes son vida y movimiento, y la vidapresente de la tierra es tan sólo una clase especialde movimiento, fenómenos dinámicos muy compli-cados, coexistentes y sucesivos en los límites de unreducido espacio.

Si, pues, se reconoce á la complicada totalidadde movimientos de la tierra antes de poblarse deanimales y plantas—pues su alta temperatura con-sentía aún estados elementales no más, y después

sólo las más sencillas combinaciones de los ele-mentos—como actividad vital, queda bien plantea-do el problema del origen de los cuerpos que semueven y son movidos, á que llamamos animales yplantas, si podemos demostrar que la vida de laparte líquida incandescente del globo terrestre ro-deado de una atmósfera brillante, debió producirante todo por corrientes, cambios de materia, va-riaciones de temperatura, etc., la concreción detodos aquellos cuerpos inorgánicos que encontra-mos ahora como muertos en la tierra y en su su-perficie desprovistos de residuos de vida animal yvegetal, esto es, la concreción de los metales pe-sados. Los agregados de que se concretaron estosúltimos eran en otro tiempo los organismos vivos.Necesariamente debieron condensarse y trasfor-marse cada vez más en la superficie de la costraterrestre enfriada poco á poco en el espacio cós-mico, y los residuos sólidos procedentes de ellosmismos influirían esencialmente como obstáculo ensu peculiar é intenso movimiento vital.

Ulteriormente, los complejos vivos, líquidos ymasas aéreas anteriores á la aparición de los anima-les y plantas, unidos á los residuos enfriados pro-cedentes del movimiento vital ígneo anterior, de-bieron hacerse emulsiones monos movibles, másfrias y compactas, conteniendo probablemente allado del oxígeno gran riqueza de sílice, y no pare-ciéndose á lo que llamamos hoy protoplasma sinoen respirar, nutrirse, moverse y dividirse como él.

Y después, cuando en el curso do los tiempos sesolidificaron, ó lo que es igual, murieron estas com-binaciones en la superficie del globo terrestre, serealizaron otras de elementos hasta entonces ga-seosos y líquidos, más y más semejantes ya al proto-plasma, base de la vida en nuestros dias.Con el des-censo de la temperatura y disminución de las diso-ciaciones aparecieron combinaciones cada vez máscomplicadas, sustituciones químicas, cuerpos másdensos, movimientos de ¡as partes próximas másdesarrollados y compljjos , y sólo entonces se hizoposible la subsistencia de las formas iniciales comu-nes del reino vegetal y animal engendradas por elprogreso de la diferenciación.

No decimos, por consiguiente, que el protoplas-ma existiese como tal desde el principio de la for-mación de la tierra, ni que inmigrase constituidoya de otro cualquiera punto del espacio cósmicoen la superficie de la tierra enfriada, y menos aúnque se haya instaurado en el planeta sin vida áexpensas de cuerpos inorgánicos , como preten-den los partidarios de la proto-génesis, sino queafirmamos que el movimiento eterno en el Universoes vida, y que el protoplasma debió necesariamentesubsistir después que por la más intensa actividadvital del planeta incandescente se concretaron en

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N.° 112 W . PREYER. LAS HIPÓTESIS SOBRE EL ORIGEN DE LA VIDA. 251

su superficie ya más fria los cuerpos considera-dos hoy como inorgánicos, sin que, á causa delcreciente descenso de la temperatura de la cubiertaterrestre, pudieran volver á formar parte de loslíquidos calientes, cuya masa iba disminuyendo gra-dualmente también. Los metales posados, en otrotiempo elementos orgánicos también, no volvieroná fundirse, no entraron otra vez en la circulaciónque los había segregado. Son los signos de la rigi-dez cadavérica de antiguos colosales organismosincandescentes, cuyo aliento serían quizás vaporesde hierro luminosos, su sangre oro fundido, y me-teoros su alimento.

Una vez dado el material constituido por el agua,el aire y elementos menos densos, más semejanteya al protoplasma, suministra la teoría genealógicaen unión con el principio de Darvvin, de concurren-cia general en la naturaleza orgánica, el medio derepresentarse cómo las plantas, los animales y aunel hombre se han ido desarrollando partiendo deaquella base. Y á la verdad se podría aún, exten-diendo la lucha á todos los cuerpos, intentar laprueba de que los elementos del protoplasma debie-ron necesariamente subsistir en la combinación in-dicada, mediante sus propiedades físicas y químicascuando sobrevino el enfriamiento, manteniéndosehasta entonces, mientras reinaban temperaturasmás altas, en el estado de movimiento en que sehallaban durante millares de años.

Tal concepción do la aparición primera del proto-plasma en sentido estricto sobre la superficie ter-restre, en nada contradice á la observación. Si esadmitida, aparece desde luego todo ensayo paracomponer artificialmente con cuerpos inorgánicosinfusorios, tan imaginario como lo sería la tentativade integrar una máquina de vapor con sólo juntarsus residuos y fragmentos, limaduras y óxido dehierro, agua, cenizas, humo, ó como podría serlola empresa de regenerar con cenizas apagadas yescorias el fuego de que son residuos.

El curso de nuestras ideas no excluye ulterior-mente, á la verdad, la inmigración de gérmenesviables de procedencia extra-telúrica, pero la haceinnecesaria. Tal hipótesis queda, sin embargo, me-diante la nueva posición del problema do la vida,tan completamente libre del defecto capital quepadecía, que merece ser atendida como una posibi-lidad que ayude á explicar la variedad do las for-mas vivas terrestres. Concíbese que el protoplasmade otros cnerpos sidéreos pueda diferir del delnuestro, según la rapidez de su enfriamiento, sucomposición elemental, etc.

La que sí merece prelacion sobre todas las otrasteorías, es la que hemos expuesto de la eternidaddel movimiento vital, que crece y decrece con el ca-lor del cuerpo movido, y del comienzo temporal de

lo inorgánico como producto de anteriores procesosde melamor/ósis material de los cuerpos cósmicos,toda vez que ella—independientemente de llevar ánueva indagación en que han de unificarse los es-tudios geológicos, químicos y biológicos—derramaya desde ahora alguna luz sobre determinados he-chos inexplicables hasta hoy.

Los principales etementos del protoplasma y detodos los organismos actuales, los cufttro elemen-tos orgánicos en el más alto sentido de la expre-sión, carbono, oxigeno, nitrógeno é hidrógeno, sedistinguen de todos los demás elementos químicosen que cuando están en libertad, resisten los mayo-res diferencias de temperatura sin que cambie suestado de agregación. El carbono es el cuerpo me-nos volátil y fusible que conocemos. Los otros tresno han podido ser liquidados hasta hoy. Entre to-dos los elementos, el hidrógeno es el que posee elmenor peso atómico y el mayor calor específico.Respecto del nitrógeno, ofrece este gran resisten-cia á la formación directa de combinaciones quí-micas con los demás elementos. El oxígeno es elelemento más esparcido en la tierra y el que, porlos fenómenos de combustión, donde quiera consti-tuye el principal foco de calor. Coneuerdnn estas yotras propiedades con el hecho de que precisamentelos cuatro elementos que forman á la vez las partesesenciales de la atmósfera, combinados con propor-ciones variadas délos otros, subsisten come cuerposvivos que dan lugar á concreciones, al extinguirsela primitiva actividad vital de todos los elementos,más extendida antes en el calor de los mismos.

Compréndese también, partiendo de esta nuevaconcepción, que los restantes elementos orgánicosconstitutivos normales, que son doce por junto(además de los cuatro indicados, los siguientes:fósforo, azufre, cloro, potasio, sodio, calcio, mag-nesio y hierro), cuyas combinaciones constituyenlas partes esenciales del cuerpo vegetal, animal yhumano en toda su inmensa variedad, se distinguenen muchos aspectos entre los sesenta y tres cuer-pos simples á que reduce la química la totalidad dela materia. Forman, por ejemplo, parte del grupode los veintidós elementos de menor peso atómico.Sin embargo, esta y otras muchas relaciones bio-químicas no son de nuestra competencia.

En conclusión, notemos aún tan sólo que en elcurso de los siglos más es lo que en cada planetase convierte de orgánico en inorgánico que lo quede este estado pasa (por asimilación) al primero.El hecho sabido de que inmensas regiones de latierra firme, no sólo los depósitos zoogénicos yfitogénicos en estricto sentido, son productos, enparte directos, en parte indirectos, de la concre-ción, solidificación y corrupción de organismos an-teriores, hay que extenderlo ahora á todos los cuer-

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pos inorgánicos según el amplio concepto que delorganismo hemos formado. No hay cuerpo inorgá-nico alguno muerto que no haya pertenecido algunavez á un complejo de carácter orgánico de cuerpossemovientes y movidos, ó no haya procedido de él.

En efecto, todo hace presumir que la vida y elcalor de los cuerpos celestes, como de los organis-mos en sentido estricto, no sólo obedecen insepa-rablemente unidos á las mismas leyes generales,sino que en último término brotan de la misma fuen-te. Así, la vida más intensa corresponde al sol. Y sibien nuestra pequeña tierra es tan sólo su satélite,posee, sin embargo, luz de su luz, calor de su ca-lor, y en su seno vida de su vida; y no es un merojuego de la fantasía pensar que también nosotrosprocedemos del fuego del firmamento. Cierto es(jue no percibimos ya en las venas el anterior ardor,que visiblemente no saltan ya chispas alrededor denosotros, que el calor del sentimiento no llega hastala llama, que no brillan los relámpagos del alma nila llama de la pasión ilumina la noche. ¿Pero quizáno nos da el lenguaje en sus términos algo más quepuras imágenes? Desde el descubrimiento del oxí-geno sabemos que la vida de los organismos supe-riores es muy semejante á un proceso de combus-tión. Nuestra sangre es caliente. Tan sólo piensa elcerebro mientras dura este calor, y únicamentepuede latir un corazón caliente. La chispa eléctricay la pólvora inflamada son los instrumentos de lavoluntad humana que transforma el mundo. Nues-tra voluntad convierte en calor multitud de movi-mientos, hace enrojecerse al frió metal por la solaacción del martillo, en cambio de lo cual y en vir-tud de la ley necesaria de la conservación del tra-bajo, una parte del eterno calor del Universo puedeahora y siempre transformarse en movimientos vi-vos de nuestro espíritu, tan imperecederos sinduda como los del mundo mismo.

W. PREVER,Profesor de la Universidad de Jena.

Deutsche Rundschau.1

POLÍTICA DEL TALLER.

EL TRABAJO DE LOS NIÑOSY LA INSTRUCCIÓN OBLIGATORIA.

1.

Confieso que no se puede entrar sin algún receloen esta cuestión de los niños. Trátase de la inocen-cia, ¿cómo no ampararla sin reparos, debates ni di-laciones? del ser más tierno y más querido, ¿cómo noapresurarnos á ser su escudo y sus valedores? deinieuas explotaciones, ¿cómo no atajarlas al momen-

to? de un sórdido interés, ¿cómo dejarle ni un mi-nuto siquiera hacer su provecho? Plaza á la hidal-guía, al corazón, al ardor generoso para el bien:calle la ciencia. Si la ciencia es do buena ley, ellaá la postre dará la razón á la moral que urge y noadmite esperas. Primero amemos, después discuta-mos. Seamos hombres antes que filósofos; padres ótutores antes que estadistas; bronce, duro broncepara el maldito negocio; para la caridad, oro purí-simo.

Eso dirán, como si lo oyera, cuantas personascompasivas vean coger una pluma para examinar sise debe ó no poner límite legal á la costumbre dedar en las fábricas ocupación á ¡os niños. Tan indis-cutible lo creen, que algunos, para hacer más fuer-za cuando tratan de la mujer, la comparan con elniño; y como pretenden que la vida del sexo feme-nino no es más que una niñez prolongada, por estosostienen con tanto empeño que el Estado la debeiguales atenciones y miramientos que á la edadprimera.

Otros, por opuesto camino, van á parar á lasmismas conclusiones. Conciben que haya dudas conrespecto á la operaría. Al fin y al cabo, la mujercuando llega á su edad de discreción, puede gober-narse á sí misma, conocer el mal, ver los peligrosá que se expone, tomar consejo, y dar buena direc-ción á su actividad ó capacidad industrial, aunquela ley la deje abandonada á su propia suerte. Siendoverdad que la mujer está dotada de toda clase decapacidades, las variedades que ofrezca dependeránde circunstancias accidentales, del medio social enque viva, de las costumbres, de las opiniones yhasta del clima. La educación y la instrucción latrasforman por completo: conquista su personalidadsin perder los atributos de su sexo. La inferioridadde la mujer, si tal cosa existe, es relativa y condi-cional.

Por el contrario, la inferioridad del niño es abso-luta. Los niños son siempre y en todas partes niños:no hay teoría ni ficción que pueda hacer de ellosotra cosa hasta que la naturaleza los convierta enhombres. Con la educación mejoran, con la instruc-ción se educan; pero la educación y la instrucciónque trasforman á los grandes, no alteran en losniños su condición de tales: no hacen más que pre-pararlos y disponerlos para otra edad y fines másaltos.

Debido á estas ú otras razones, ello es que si di-fieren mucho los pareceres en la cuestión industrialde la mujer, el sentimiento general es casi unánimeen esta del niño. Las naciones más cultas, las másdiligentes, las que tienen en mayor estima la liber-tad del trabajo, son las que se disputan la gloria dehaber introducido los primeros reglamentos: la queno aspira á la honra de haberlos inventado, se apre»

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sura á copiarlos: la que ha tardado en hacerlo, ex-cusa la demora, no por motivos de imprevisión ódescuido, sino por la dificultad de los tiempos.

De este universal concierto participan los publi-cistas y las escuelas. No hay que preguntar cómopiensa el socialista, ni cómo el conservador, nicómo el hombre de Estado que quiere pasar pororáculo y fiel depositario de la autoridad de los si-glos. Más curioso es saber cómo piensan algunosindividualistas de aquellos que en libertad industrialno admiten concesiones, y ni aun para la operaríaconsienten limitaciones legales ú otras extrañas in-gerencias. Pues de esta clase hay muchos que, alllegar al niño, cambian repentinamente de criterioy de miras. Tan porfiados como son y tan severoscontra la intervención del Estado, ¿por qué razónen este punto de los niños resueltamente la afirmanhasta consentirla tomar autoridad de cosa juzgada?¿Es temor, es debilidad, ó mera inconsecuencia? Nolo sé, pero ellos hacen crecer la corriente, y pare-cerá temeridad tratar de resistirla viéndola tan ge-neral y tan pronunciada.

11.

Empecemos planteando la cuestión en términostales que no dejen lugar á dudas ni á erradas inter-pretaciones. ¿Venimos á discutir si conviene ó nóque el hijo del proletario sea inhumanamente arras-trado á las fábricas y allí se vayan consumiendodesde la infancia sus débiles fuerzas, y allí se per-vierta, se le embrutezca y sea explotado por el másvil de los intereses? Nadie dice tal cosa, ni la ima-gina nadie. Todos nos interesamos por la infancia,todos la profesamos indecible cariño; y porque lacreemos santa, todos ansiamos ver la sonrisa y noel terror en aquellas caras inocentes, el vigor y nola fatiga en aquellos miembros delicados, el con-tento y no la inquietud en aquellos tiernos corazo-nes, la luz, una temprana luz en aquellas almas pu-rísimas. Esto es lo indiscutible, esto lo axiomático.¿Cómo no clamar por ello, cómo no pedirlo con vi-vísimo anhelo? Los que acusan á ciertas escuelasde indiferentes con los niños de las fábricas, losque las culpan de sacrificar la inocencia al ri-gorismo de los principios, los que las hacen respon-sables de criminales abandonos y de pérfidos se-cuestros en provecho de la manufactura, esos talesno saben lo que se dicen, ó de intento apelan á lacalumnia para hacer efecto entre las gentes que dis-curren poco.

Lo ÚNICO que se discute en el trabajo de los niñosES KL MÉTODO. Entiéndanlo, si quieren, los sentimen-talistas. ¿Cuál es el medio más eficaz, más seguro ypermanente de sustraer el hijo del jornalero á la es-peculación y á la codicia? Aquí me encierro, de ahíno me sacarán, v á esto se ha de ceñir la contien-

da. Si logro demostrar que el camino de la regla-mentación está lleno de decepciones acaso másamargas que en la cuestión do la operaría; si, deseu-tendiéndome de razones de pretendida experiencia,por más que vengan de afamados países, estudioatentamente lo que en ellos ha hecho el legisladorpara aliviar la suerte del niño jornalero; si veo, yvemos todos, que ha tenido que reducirse á un tra-bajo de Sísifo, siempre comenzado y vuelto á empe-zar siempre; si, torciendo la vista á otro lado, mepongo á examinar los resortes de la actividad pri-vada, y noto los resultados de los socorros mutuos,de las sociedades libres, de la enseñanza popular,de la propagación de sanas doctrinas morales yeconómicas; si esto consigo y á todo esto llego, noserá infecunda mi tarea. Creeré haber puesto enevidencia dónde está el verdadero cariño: si en losque proponen remedios efectivos, ó en los meroscoloristas que se entretienen en pintar dramas so-ciales y fian los desenlaces al azar ó á inveteradasrutinas.

111.

Mientras existieron los gremios, no hubo necesi-dad de discurrir sobre la aplicación de los niños álas artes mecánicas, porque todo lo gremial exigíaaprendizaje. Señalábase en las ordenanzas el nú-mero de meses y años que habían de permanecerlos muchachos en clase de aprendices y oficiales,cuyo tiempo era más ó monos largo, según la variadificultad de ensoñar y de aprender cada oficio;pero generalmente en nuestro país, y sobre todo enCataluña, nunca bajaba de tres años ni pasaba deseis. Cumplido el tiempo, debía hacer constar elaprendiz, por certificación de maestro, que en nadahabía faltado á lo convenido en la escritura de con-trato^ajustado con sus padres ó tutores. A ningúnmaestro le era permitido recibir un aprendiz ú ofi-cial de otro taller sin consentimiento del dueño deéste, precediendo informe del patrón que queríandejar, ni tampoco se podía admitir á trabajar unmancebo que tuviese obra empezada en otra tienda;y en todas las ordenanzas se atendía á los hijos demaestro para hacerles gracia entera ó parcial de losderechos de examen y recepción.

Estos requisitos, que con sumo rigor y muy á laletra se cumplían, cayeron en desuso con la aboli-ción de los gremios; y de todas maneras hubieransido inútiles ó impracticables cuando empezó el ré-gimen industrial de la maquinaria, que, según arribase indica, simplificó las labores menudas de la fa-bricación. Así como esta circunstancia permitió uti-lizar los servicios de un gran número de mujeres,así también fue dando entrada en las fábricas á unamultitud de niños. Sin adiestrarles, sin necesidadde guía ni de maestro, pudo confiárseles el trabajo

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subalterno que ya venía impulsado y como gober-nado por la misma máquina. El personal formada yrobusto fue llamado á las faenas penosas y difíciles;la población débil y primeriza quedó para lo senci-llo mediante un módico salario.

Ciñámonos por ahora á mencionar el hecho sinentrar en los excesos á que haya dado lugar. Todovendrá á su tiempo, de todo se hablará y todo setendrá en cuenta: el abuso de prolongar el trabajode los niños agravando la sencillez de la labor consu duración excesiva, el de escamotear las fiestas yel descanso, el de privarles de todo género de ins-truccion, el de tomarlos en plena infancia, cuandola prudencia y la humanidad aconsejan no apar-tarlos del calor de la madre. En este momento, y

recediendo con el mismo método que se ha se-guido al tratar de las mujeres, quiero dejar bienconsignado que el niño no vino á la grande indus-tria por capricho, gusto ó voluntad de nadie, sino envirtud de la marcha natural de la fabricación y por%nn ley inflexible de su desenvolvimiento. Aunque nome lo probara la necesaria simplificación operadapor la maquinaria, me lo diría la práctica de las na-ciones en que ha penetrado la grande industria. Niuna siquiera ha prescindido de los niños en las fá-bricas; en muchas es asombroso el número de losadmitidos; en todas considerable. No hay para quéinvocar estadísticas extranjeras: basta y sobra conla de España.

Dos industrias principales tuvo Cataluña en laEdad Media que siguieron con bastante arraigo hastael siglo pasado: la lencería y las lanas. Ambas, comoes de suponer, tenían de aprendices niños ó man-cebos. No consta el número, que necesariamentedebía ser corto, á juzgar por la cautela con que en-tonces se estrechaba la competencia y por otro datocurioso que ha llegado hasta nosotros. La ordenanzacatalana de 1402 para tejedores de lino señala loque se debía dar á los mancebos cuando tomabanen dinero la cama y comida, y bajo igual pió se dis-pusieron las de los tejedores de mantas, fustaneros,pelaires y tejedores de lana. Semejante condición"n un contrato de aprendizaje significa que, aun en¡as grandes industrias de la época, los manceboseran pocos y los niños contadísimos; de otra ma-nera aquello hubiera sido, no un obrador, sino uncolegio de internos. Comparemos tiempos con tiem-pos. Hace algunos años la industria lanera y estam-brera ocupaba en la provincia de Barcelona 141niños, en Logroño 193, en Salamanca 200 y en Na-varra y las Provincias Vascongadas 201. Menor erael contingente que pagaba la niñez á otras indus-trias. Sin embargo, en Valencia la sedera empleabaen la misma época 292 niños de ambos sexos.

Estas cifras son bastante moderadas si las com-paramos con la totalidad de operarios en las respec-

tivas industrias. Habrán crecido tal vez desde 1862,que es la época á que se refieren, porque tambiénnuestra industria ha tomado más cuerpo; pero nun-ca llegarán á la proporción de Inglaterra. Allí, enun solo decenio, el de 18S0 á 1860, el número deniñas admitidas en las fábricas de tejidos aumentóen un 80 por 100, mientras que el de mujeres nopasó de un 30; siendo fácil colegir que algo parecidosucedería con los niños. Cifra más, cifra menos, nohará variar el concepto que el hecho en sí se me-rece: y es la constante tendencia de la fabricaciónmoderna á aprovechar las fuerzas de la primeraedad. Si mirada la cosa así en abstracto ofrece al-gunas ventajas, digámoslas ante todo, ya que luegohemos de hacer grande hincapié en los abusos á quese ha prestado.

IV.

Es cierto que, por su natural contextura, muchasartes mecánicas del dia no exigen condiciones deaprendizaje, y aunque viviesen los gremios, dudoque pudiesen sostener ¡as que en su tiempo habíaestablecidas. Mas ya de pronto tropezamos con unadiferencia que es menester dejar señalada, si apre-ciamos como se debe la índole de la moderna indus-tria. Una cosa son las tareas más expeditas y co-munes de la fabricación, que pueden confiarse á todoel mundo, y otra cosa es la vida industrial tomadaen conjunto. Aquellas no necesitan preparación nienseñanza; esta, por el contrario, reclama una ini-

j ciacion general y temprana. Sin la costumbre deconocer la fábrica, de verla por dentro, de familia-rizarse con aquel ruido, con aquella diversidad delabores y aquel continuo jugar de los motores yotros mecanismos, rara vez se consigue formar ope-rarios hábiles. A la manera que los antiguos cuida-ban de ejercitar á la niñez en el manejo de todo li-naje de armas para obtener buenas generaciones deguerreros, así los modernos cuidan de introducirlaen el mundo de los talleros á fin de preparar buenasgeneraciones de industriales. Hasta aquí estamosconformes; y aquello no solamente no es un malcuando se encierra en justos límites, sino que prue-ba grandísimo tacto y alteza de miras en los pue-blos que lo practican y son los de mayor iniciativaen asuntos económicos.

¿Qué ventaja hay en que los niños de los pobresvivan encerrados y solitarios en un rincón de lacasa, ó corran sueltos y vagabundos por las calles?¿Pretendereis absorber toda su actividad y matarsus horas en alguna escuela pública gratuita ó re-tribuida? Bien está que á ella concurra; mas ¿porqué no ha de saber un oficio? ¿Por qué no lo ha debuscar en la grande industria? Hubo un tiempo enque la organización social daba numerosos desaho-gos á los niños de los pobres: las órdenes mendi-

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.1. M. SANROMA. -EL TRABAJO DE LOS NIÑOS. 255cantes los atraían, empleábanlos con frecuencia lamilicia y las flotas, y en último término les quedabael oficio de mendigos, que no por serlo de profesióneran menos agasajados y tenidos en estima, cuandola limosna se había elevado por un piadoso error ála categoría de institución social. Hoy han vanadolas ideas; y de mí sé decir que no lo siento, porqueprefiero mil veces ver á los niños adiestrando sumano en alguna labor á vérsela tender al paseante,ó acurrucados á la puerta de un convento, ó en im-puro consorcio con la soldadesca.

A esta ventaja moral de la iniciación en la vidadel trabajo se añade la ventaja material del salario.A punto estaría do borrar esta frase, pensando en elclamoreo que suscita. ¡El salario de los niños! ¡Quéhorror! ¿Qué nueva especie de fango es este?

Sí, señor; salario de los niños. Es útil y conve-niente que el hijo del operario pueda tener un jor-nal. Primero, porque no hay derecho para privar deeste recurso á las familias pobres; en segundo lu-gar, y aquí me refiero principalmente á la grandeindustria, porque, si ha de ganar algo el niño, enninguna parte ganará tanto como en ella, á igual-dad de trabajo.

Conozco la opinión de Sismondi. Decía que elsalario de los niños se descuenta del padre, y noaumenta en un sólo céntimo el rédito total do la fa-milia. Perdóneme su autoridad; pero mucho asegu-rar me parece.

Comprendo que en todos los oficios y profesioneshaya hombres egoístas y entregados á la ociosidad,mientras la mujer y los hijos están ganando el sus-tento de la familia, y entonces, con efecto, no sesuma el jornal, si no que pasa de unas á otras ma-nos. Mas cuando no es así, y el padre no es un pa-rásito (y no veo la razón de que lo sea fuera decontadísimos casos), cuando todos arriman el hom-bro, ¿en qué cabeza cabe que la ganancia del unohaya de descontarse de la de los demás? Descuén-tese en buen hora la de la mujer, si por el tristejornal de la fábrica tiene que abandonar las atencio-nes más provechosas de la casa: á esto me he refe-rido ya, y no he de insistir en ello. Pero si elniño toma en fábrica ó taller alguna ocupación ade-cuada á sus fuerzas, y la ocupación es tal que ni leemponzoña, ni le embrutece, ni le consume, ¿quépierde la lamilia con su jornal? Perdería y no pocosin él; y en último resultado, perderían también losmismos padres, es decir, los operarios llegados á lamadurez. Cerrad las fábricas á los niños cuando ha-yáis despedido á las mujeres; echad sobre los hom-bros de adultos y maduros toda la carga del trabajosencillo y elemental, y ya veréis qué clase de por-tillo vais á abrir á aquella tan temida competencia,y cómo, envileciendo la tarea de los hombres, ve-nís á privarles, entre otros recursos, de los que

acaso emplearían en forma;' la educación de esos hi-jos por cuya suerte nos interesamos todos.

Lo que hay en esta cuestión de los niños es unadeplorable y constante confusión entre el uso y elabuso. Es muy común decir: el trabajo de los niñostiene grandes ventajas; pero son tantos los inconve-nientes, que acaban por destruirlas. No es esto ver-dad. Las ventajas son tan sólidas y tan permanentes,que no pueden ser destruidas por nada ni por nadie.Una pronta iniciación en la vida industria!, el hábitoprecoz del trabajo, la temprana costumbre de cono-cer lo que la ganancia cuesta, el aumento de utili-dad para la familia del pobre, cosas son de indisputa-ble mérito y han de quedar en pié cualesquiera quesean las sombras con que las hayan velado el pér-fido afán de lucrar y la torpe codicia. En las venta-jas está lo esencial: lo accidental y transitorio enlos inconvenientes. Vengan acá, estudiémoslos ydepuremos; que todo consiste en hacer esto y en ha-cerlo bien.

A tres principales pueden reducirse: que la fá-brica desmoraliza álos niños, que estorba é impidela instrucción, que es atentatoria á su salud y aldesarrollo de la población en general.

Por el de la desmoralización hay que empezar,que es de todos el más grave. ¡Qué tipo el de algu-nos niños de fábrica! No le hay peor entre los tru-hanes de nuestra novela picaresca. Ni Cervantes, niMendoza, ni Alemán, ni aun el sucio Delicado idea-ron otro parecido. Cigarrillo, tabernuelas, primiciasde aguardiente, malas compañías, escuela de la ma-licia, escuela del juego, rondas y libertades de no-che, todo parece juntarse y darse cita para entrará saco el corazón de las criaturas y desterrar deallí el candor y la inocencia; aparte de que es muyflojo el lazo de la familia, que al padre no se le vesino en muy raras ocasiones, y es un personaje pe-ligroso si le da por el vicio, ó un personaje molestosi cumple con su deber, y la madre no inspira ca-riño, ni infunde respeto, ni tiene autoridad cuandoel maestro está aguardando en la esquina y apremiael tiempo para continuar las correrías.

Y entre tanto, el otro maestro, el bueno, el mé-dico del alma, ¿dónde está? Pero qué, ¿es compatiblela escuela con el egoísmo y la codicia? El monstruode la máquina no descansa. Si se apaga el hornillohabrá que encenderlo de nuevo, y esto cuesta, ysobrecarga el capital, y desbarata la marcha delas labores, y todo ha de andar al compás del mo-tor: la vista, la atención, las manos. Diez, doce, ca-torce horas, ¿qué sé yo? El trabajo cunde á fuerzade trabajo. ¿Qué hace falta? engranajes. ¿Qué sobra?inteligencia. Cultura, pulimento, ¿eso da de comer?pregunta el glotón del interés. Cuidemos los ins-trumentos lo preciso para que no se rompan, que otrotanto hacen los negreros y capataces.

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Sí: los tales instrumentos se quiebran con granfacilidad, y este, aunque de orden material, no es elmás flojo de los inconvenientes que tiene para losniños un trabajo prematuro y fatigoso. El taller con-vertido en presidio, ¡qué compasión! Aquella inmo-vilidad en la edad del movimiento y del bullicio,aquella cruel monotonía para imaginaciones volado-ras, aquella disciplina de cuartel, aquellos rigoresde penado donde otros pondrían el premio y el ha-lago, aquellas posturas violentas, la tensión delbrazo, los cuerpos encorvados, todo en aquella at-mósfera, entre aquellos miasmas, entre aquel es-truendo, todo contrista el ánimo de manera tal que,sin pensarlo y sin quererlo, corre la fantasía tras elsol, el aire libre, el verdor de los campos, el cielosereno, lo que es vida, lo que es acción, lo que son-ríe, lo que hace coro y encantadora armonía con ladulcísima infancia. Huyendo de estos contrastes,lian dado algunos Teócritos en ponderar las exce-lencias de la vida campestre, y suspiran por el pin-loresco cuadro del inocente zagal con su hato y sucaramillo.

Da lástima y enojo ver tanta miseria y tanto aban-dono; mas no todo consiste en el hecho individualde la alteración de la salud, aunque él ya es de porsí harto elocuente y doloroso. Es que esto vieneá reflejarse en el hecho social de la población,porque aquella caterva de muchachos macilen-IÜS y enfermos representan una generación gas-tada de antemano, consumida y estéril para loporvenir. Sobradamente lo tiene demostrado lainexorable estadística, comparando la vida proba-lde, que en algunos puntos no pasa de dos años parael hijo del jornalero y alcanza á los veinte para elde clase más acomodada. Al lado de este dato ter-rible de la mortalidad pongamos el de la decaden-cia de la raza. Las exenciones por defecto físicopara el reemplazo del ejército son siempre más nu-merosas en los distritos fabriles que en los rurales.Sobre un contingente de 10.000 hombres, las po-blaciones rurales daban recientemente en Franciaunos 4.000 exentos por razón de talla, raquitismo ydebilidad de constitución, y excedían mucho de9.000 en las poblaciones fabriles. En España, de110.000 mozos declarados exentos, ha llegado áhaber cerca de 34.000 por defecto físico.

Tales síntomas son para alarmar á cualquiera.Cuando los gobiernos dieron en la manía de fomen-tar la población y colmaban de exenciones, hono-res y beneficios á los que tuviesen muchos hijos,una voz amiga les advertía del errado caminoque llevaban si al compás de la población no cre-cía la riqueza. Malthus, Say, Rossi, Droz con otroseconomistas, y aun si no me engaño el granMontesquieu, decían á los gobiernos que la canti-dad de población es lo de menos y la calidad lo

principal, pues de nada sirve poseer gran númerode ciudadanos si no son robustos, no están bienmantenidos, ni tienen aptitud para el trabajo. Ahorapodemos decir una cosa análoga de la poblaciónobrera. De nada servirá que llenemos y rellenemosel personal de las fábricas con gentes de todasedades. Quizá los presentes, los que vivimos, ob-tendremos por este medio un caudal de riquezasuperior á toda esperanza; mas no nos dejemosfascinar por el impulso vigoroso del primer mo-mento. Si exprimimos todo el jugo de la gene-ración que nos rodea, el dia de mañana nos faltarála savia: los niños que trabajan hoy no serán hom-bres, aunque lleven nombre de tales: sus hijos sal-drán entecos, y dado que se logre aumentar lacantidad de brazos, no aumentará, antes irá decre-ciendo la cantidad de fuerza. Esto digo fijándomeúnicamente en el aspecto económico de la cuestión;que tanto y más diría si entrase en consideracionesde otro orden; mas no lo intento siquiera, pues desobra sabemos que aquí, como en todo, concuerdanperfectamente lo moral y lo económico.

VI..

O no me he sabido explicar, ó de cuanto llevo di-cho se deduce que el trabajo de los niños tiene suslímites naturales. De intento así los llamo, porquede la naturaleza, y no de los cálculos humanos sederivan todos. ¿Qué pide, qué reclama la condiciónpeculiar del niño? Que sepamos cuándo puede em-pezar á ser útil, cuándo se cansa de trabajar, quéhoras ha de dar al reposo, cuáles al estudio, quéclase de trabajos son incompatibles con su salud ysus fuerzas. En otros términos: límite de edad, lími-te de horas de trabajo, descanso de noche, tiempopara la escuela, exención de todo trabajo insalu-bre, alejamiento de las minas y otras faenas sub-terráneas.

No perderé el tiempo en inútiles demostracionesEl límite de la edad, ¿quién lo discute? Nadie segu-ramente pretenderá que los niños trabajen durantela infancia, aunque no siempre es fácil determinarhasta dónde llega. Vacilan los pareceres entre lossiete y los diez años. Regla fija no dan: todo de-pende del clima, del atraso ó precocidad de cadaniño, y, más aún, de la clase de industria á que sepiense dedicarle. Por esto no basta decir límite deedad; hay que añadir graduación de las edades, por-que descartada la infancia y hasta los 15 ó los 16años, queda todavía un periodo en que las tareasdeben distribuirse con gran pulso, y no todas lasque pasan por sencillas pueden confiarse indistinta-mente á cualquier muchacho.

El límite de horas y la asistencia á las escuelasson dos cosas íntimamente relacionadas. La aten-ción y la actividad, del niño no deben fijarse mucho

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N.' J. M. SANROMA. EL TRABAJO DE LOS NIÑOS. 257tiempo en un mismo género de ocupaciones, y todoejercicio ha de cesar de noche, que es la hora con-sagrada al sueño, largo en los niños y para ellosmás reparador que para los mayores. También esmateria indiscutible que el ejercicio del espíritu hade alternar con el del cuerpo, porque la necesidadde la instrucción es común á todas las clases so-ciales.

Los niños deben ser alejados con la mayor dili-gencia de las industrias insalubres y obras subter-ráneas. Las humedades, los miasmas, las contin-gencias de una explosión pueden remediarse en unoperario formado, de constitución fuerte y enterodo juicio: lo que en él no pasa de un peligro, puedeser y es generalmente mortal para el niño.

De manera que hasta aquí continuamos en la me-jor armonía los que paseamos la vista por los talle-res y fábricas. ¡Ojalá no empezase la discordia desdeeste mismo instante! Todos convenimos en que hayun límite necesario: discrepamos en quién ha delijarlo y en el cómo. Es la misma cuestión que he-mos ventilado al hablar de los jurados y de las mu-jeres. Voy á decir en qué se fundan los que quierenque eí Estado imponga aquellos límites por mediode leyes y reglamentos.

Tres razones se alegan: el interés social, la supre-ma dirección de la industria y el precedente de laintervención del Estado en los contratos de apren-dizaje.

No sé dónde he leido esta sentencia que conser-varé siempre grabada en mi memoria: «Los mayoresmales provienen del abuso de los mayores bienes:la-reHgion y la libertad.» De un género muy pare-cido sería esta otra: que las mayores torpezas sehan cometido en nombre del más sabio de los prin-cipios, el interés social. El interés social ¡qué obje-to tan sublime, pero también qué materia tan elás-tica y acomodaticia! Ayer lo invocaban los Estadospara vencer y dominar; hoy, sin haber perdido dellodo esta costumbre, lo invocan más á menudo enprovecho de los débiles y de los que sufren. El de-signio ha mejorado; falta examinar los fundamentos.

Pregúntese á Vacherot, que es de los menos so-cialistas entre los demócratas políticos. ^El Estado,dice este escritor, abandona la industria y el co-mercio á sus leyes económicas de circulación y des-envolvimiento, y únicamente se ocupa en relacio-narlas con la justicia y el orden, con la vida, saludy moralidad de las clases obreras.» Dejemos á unlado la justicia y el orden, atribuciones que nadiedisputa al Estado, y concretemos nuestras observa-ciones á la vida, salud y moralidad de los opera-rios. Estos puntos encierran un interés social evi-dentísimo. Pero ¿quién ha dicho á M. Vacherot queeste interés social no haya de resultar perfectamen-te atendido por el juego natural de las mismas le-

TOMO Vil.

yes económicas? ¡Serían de ver unas leyes econó-micas que sólo cuidasen en abstracto de la circula-ción y desenvolvimiento de la industria! ¡Serían dever una circulación y un desenvolvimiento indepen-dientes de la vida, salud y moralidad del operario!Las leyes económicas y naturales se extienden á lavez sobre el producto y sobre el agente, procuran-do en el producto la perfección, la abundancia, labaratura, y en el agente la energía física y el nivelmoral, sin cuyo concurso todas las fuerzas huma-nas tlaquean ó se destruyen. La vida, la salud y lamoralidad del operario son también leyes económi-cas, tan económicas como la circulación y desen-volvimiento de la riqueza. Hay perfecta identifica-ción en estas dos categorías de fenómenos: no pue-den disgregarse, no puede romperse su unidad.Luego si con Vacherot autorizamos al Estado paraintervenir en una de las categorías, le autorizamosforzosamente para la otra; y no adelantará un pasola industria, ni habrá detalle de fábrica, ni formanueva en el desenvolvimiento de la riqueza, sin darocasión á leyes y reglamentos en nombre de la mo-ral, de la higiene, de las conveniencias políticas,en una palabra, en nombre del interés social.

¿Quién no preferirá á este criterio de balancín elde aquellos que conceden al Estado la suprema di-rección de la industria? Estos siquiera son lógicoscuando sostienen que el límite del trabajo de los

i niños ha de ponerlo la ley positiva, creyendo quenunca llegaría á establecerlo la libre iniciativa delos industriales. Ellos quieren que los gobiernosatiendan á la enseñanza, manejen la población, fo-menten la riqueza y den á las industrias direccióndeterminada. ¿Cómo no han de pretender mezclar-los en todas las tareas de una fábrica? Si no lo ha-cen siempre, es porque á veces se detienen asusta-dos ante una negación demasiado absoluta de lalibertad industrial. Mas para los niños no vacilan ennegarla; y hé aquí un terreno franco y despejadoen que puede empeñarse el debate. Vánse derechosá la cuestión de personalidad, nula en el niño, in-completa para ellos en el padre, real, tangible,completísima en el Estado, según sus teorías. Pron-to me veré obligado á discutir estos puntos.

Tercera razón de los reglamentistas: que la ley*interviene ya en los cpntratos de aprendizaje, ymanera de aprendizaje es el trabajo de los niños enlas fábricas. Lo es y no lo es; porque si bien hastapara lomas sencillo se necesita aprender, cabal-mente se echa mano de mujeres y niños por lasmuchas ocupaciones que no exigen preparación yporque se familiariza uno con ellas en brevísimotiempo. Quiero, sin embargo, aceptar la afirmativa:convengo en que la esencia del aprendizaje no sealtera porque dure un mes ó siete años: sea, yaque así lo desean, verdadero contrato de aprendi-

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REVISTA EUROPEA.—16 DK ABKIL DE 1 8 7 0 . N . ° 1 1 2

zaje la admisión de los niños. ¿Qué intervencióntiene la ley en esta clase de contratos? ¿Penetra enlas condiciones técnicas, entra en lo sustantivo dela fabricación, en el jornal, en las horas, en los des-cansos y en otra multitud de cosas á que se extien-den los reglamentos para los niños? No por cierto:la ley se limita á garantizar el cumplimiento de lasobligaeionesestipuladas entre el maestro y el apren-diz, sus padres y tutores. La verdadera ley es elcontrato mismo: esta es la regla elemental del de-recho. Si hay daños ó perjuicios , habrá que pagar-los; si se ha estipulado indemnización, habrá quesatisfacerla; si se comete falta ó delito con ocasióndel aprendizaje, habrá que sufrir la consiguientepena, como en cualquier otro caso. Nuestras leyes,una vez decretada la libertad industrial, así quisie-ron y entendieron la independencia de la fabrica-ción. No á la ley, sino á las ordenanzas particularesde cada oficio, confiaron la policía de los aprendiza-jes. Ellas habían de fijar las reglas que hiciesencompatibles la instrucción y los progresos del apren-diz con los derechos del maestro y con las garan-tías de orden público que aquél debe dar á ia auto-ridad local sobre la conducta de los empleados ensus talleres (1).

La ley francesa, aunque un poco más acentuada,tampoco interviene en los contratos de aprendizaje.También declara que el contrato es ley; pero deter-mina los casos de rescisión y hace, por punto gene-ral, responsable al maestro do los perjuicios causa-dos por su aprendiz. No va más allá, ni la opiniónpública ha consentido que vaya: á tal punto, quecuantas veces se ha tratado de que todos los con-tratos de aprendizaje se hiciesen por escritura, laresistencia ha sido unánime, recelando sin dudaque esto diera ocasión á trabas é ingerencias perju-diciales á la industria y á sus agentes.

Déjense, pues, los reglamentistas de invocar enla cuestión de los niños nombres sonoros y razonesde analogía; vengan con nosotros á la práctica, yjuntos examinemos si con la reglamentación corre-mos riesgo de conculcar altos principios sociales,y si ha dado resultados prontos y decisivos en lospaíses que la conocen.

JOAQUÍN MARÍA SANROMÁ.

{Continuará.)

(1) Real decreto de 20 de Enero de 1834, regí» 6."

UN MATRIMONIO ARISTOCRÁTICO.

(Continuación.) *

IV.

Creer que la señora Fitz Gerald recibiría á los fu-gitivos con explosión de cólera y reconvenciones,hubiese sido desconocerla por completo. Sin dudala había disgustado aquella escapada contraria á susideas sobre las conveniencias sociales; pero hu-biera sido el colmo del mal gusto exagerar ellamisma la gravedad. Limitóse á sonreír y á encogerseligeramente de hombros al ver á los culpables.

—Hijos mios,—les dijo,—sois ridículos; obráiscomo dos novios de aldea.

—Mamá,—contestó María abrazándola, •— hemosobedecido á la tia.

—Pero, querida, tu tia es una salvaje; debías sa-berlo... Nunca ha frecuentado la sociedad... Es unamujer de los bosques... ¡Pero, basta!

Desde el medio dia hasta la noche la quinta es-tuvo extraordinariamente animada. f,os trenes deParís traian sucesivamente parientes, amigos, testi-gos y señoritas invitadas, que venían acompañadosde sus correspondientes equipajes. El ruido de car-ruajes en el patio, los saludos de bien venida, lasrisas, de las jóvenes, los gritos de los criados, laruidosa traslación de las cajas por las escaleras,confundiéndose todo á la vez, formaba indescripti-ble tumulto. La señora Fitz Gerald y su hija, ayu-dadas por el conde Patricio, recibían los huéspedes,los acompañaban por el dédalo de corredores y losalojaban en sus respectivas habitaciones. Lionel,dentro de los límites que le correspondían, prestabasu concurso con exquisita cortesía, aunque en elfondo de su alma aquella parte de !a fiesta le pare-cía de mediano interés. Una sola persona permane-cía extraña á aquel movimiento; la condesa Juliaque, sentada delante de la ventana, continuaba tra-bajando con impasible serenidad.

A aquel violento ruido sucedió muy pronto el ru-mor más agradable de largas faldas arrastrando porlos corredores y de avalanchas de seda por las es-caleras. Una comida regia reunió á todos los convi-dados en una vasta galería, en medio de ramilletesdo llores, pasando después al salón con ese buenhumor expansivo y esa mutua simpatía que son, entodas las condiciones sociales y bajo todas las lati-tudes, coasecuencias ordinarias de una buena co-mida.

Mientras tomaban cafe, la señorita Fitz Geraldcreyó deber presentar particularmente su prometidoá dos jóvenes, la duquesa de Estreny y la señora de

* Víase el número anterior, pig.

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112 O. FEÜ1LLET. UN MATRIMONIO AR1STOCHÁT1CO. 2 5 9

Moges, que, como la señora de Lauris, eran primassuyas y compañeras de infancia.

La señora de Moges, alegre, petulante y hastaalgo ruidosa, no dejaba de tener algunas veces, enel fondo de sus negros ojos, cierta expresión de vagamelancolía.

—Querida,—dijo con-su brusca voz á la señoritado Fitz Gerald,—la primera vez que vayas á los Bu-fos ó al Palacio Real, me llevarás contigo. Quierogozar de tus primeras impresiones. Ya verás cuántote diviertes... Yo me he casado principalmente porir á los teatritos... pero empiezo á cansarme, porquemi marido no me deja dar un paso sin él.

—Quéjate, querida,—dijo el señor de Mogos, quellegó acariciándose el bigote.—Yo tengo mi siste-ma,—añadió con tono sentencioso, porque era deaquellos á quienes pone graves el vino;—hago quo*mi mujer participe de todos mis placeres. No soyegoísta... tengo mis gustos; pero asocio á ellos ámi mujer. Me agradan los teatros donde se dicenequívocos... pues bien, llevo á mi esposa. Me gus-tan las carreras de caballos... llevo conmigo á miesposa... asisto á un baile en la Opera, llevo á mimujer, y si después del baile ceno con algunos ami-gos... ¡pues bien! mi mujer cena con nosotros... Unaesposa debe ser el camarada de su esposo... este esmi sistema.

—¡Ay, Dios mió!—exclamó la señora de Moges,—estás tonto con tu sistema; mira, amigo mió... mepierdes... ¡pero en último caso te desprecio!

Dio media vuelta y se alejó riendo.La duquesa de Estrcny era rubia, delicada, extra-

ordinariamente elegante, con unos ojos que revela-ban extremada languidez y hasta tristeza. Estabatriste, porque su esposo el duque, que la queria sindada alguna, no la quería con amor. Cuando su pri-ma le presentó al señor de Rias, le miró con ciertodoloroso interés, y en seguida besó tiernamente ála señorita Fitz Gerald:

—Ámela usted mucho, caballero...—le dijo conprofundo acento.

—¡Sí!—exclamó al mismo tiempo detrás de ellosuna voz sonora y jovial;—¡pero diablo! ¡ámela ustedcon amor, querido! Todo consiste en eso. Mire us-ted, querido Lionel,—continuó diciendo el duque deKstreny, que era hombre arrogante y do vigorosaconstitución;—á las mujeres es necesario amarlascon amor ó no amarlas. Por mi parte... desespero ála pobre duquesa, porque no la amo con amor, por-que no la hago versos... ¿Qué quiere usted? He na-cido asi.... ¡no sé hacer versos!

Y acentuaba de tal manera estas palabras, queparecía querer dar á entender, que si no hacia ver-sos, en cambio se consideraba distinguido pro-sista.

Durante este discurso, la duquesa se quitaba los

guantes y se ajustaba las sortijas, manifestando fríadistracción. Cuando terminó el duque sus jovialesfrases, la duquesa so volvió sencillamente hacia lala señorita Fitz Gerald, diciéndola:

—¿Vienes?Y se dirigieron al piano. La duquesa desahogó

primeramente con repetidas escalas cromáticas sualma indignada, y en seguida resonaron en el salónlos compases de un wals á cuatro manos, haciendopalpitar el pecho á las jóvenes.

Poco después fue Lionel á sentarse al lado de laseñora de La Veylc, que presenciaba con gran sa-tisfacción aquella fiesta de familia.

—Querida madrina,—le dijo el joven con serie-dad,—¿es aún tiempo de romper?

—¡Cómo romper!—exclamó la marquesa brin-cando en ia butaca.—¿Está usted loco, amigo mió?

—Seguramente, lo estoy por la señorita Fitz Ge-rald.

—Pues bien, ¿entonces?...En el mismo momento, María, que bailaba, se de-

tuvo delante de ellos é inclinándose vivamente, pre-guntó con la sonrisa en los labios:

—¿Qué le está á usted diciendo?—Me dice que está loco por ti.—¡Oh! ¡Buena locura!—exclamó alegremente la

joven.Y volvió alanzarse al torbellino.—Nunca la había apreciado como hoy,—dijo Lio-

uel.—Es sencilla, tierna, pudorosa... ¡Es una jovenencantadora, un ser perfecto!

Comprendiendo la señorita Fitz Gerald que con-tinuaban hablando de ella, volvió á parar á su ca-ballero.

—¿Qué le dice á usted tovavía, señora?—preguntóá media voz.

—Me dice que eres un ser perfecto.-^-¡Estáloco de veras!—contestó.Y volvió á lanzarse radiante en brazos de su pa-

reja, que sonreía amablemente, pero á quien no di-vertía gran cosa todo aquello.

—Y, sin embargo,—continuó el señor de Rias conacento más confidencial aún,—esta noche me ator-mentan ideas muy siniestras.

—¿Qué ideas, mi pobre amigo?—He observado una cosa espantosa. Tenemos

entre los convidados seis ó siete matrimonios, queseguramente no han sido escogidos, que se han to-mado al acaso en la sociedad... y no hay uno soloque no se encuentre en flagrante estado de mala in-teligencia y desunión. Mire usted en derredor, y lareto á desmentirme.

La anciana señora paseó la vista por el salón, yhaciendo risueño mohín con los labios, contestó:

—Seguramente que en achaques de matrimoniosejemplares no tenemos aquí las mejores muestras.

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260 REVISTA EUROPEA. 1 6 DE ABRIL DE 1 8 7 6 . N.° 112

—Pues bien,—continuó diciendo Lionel,—me re-pito amargamente que todas esas personas, ó al me-nos el mayor número, se habrán amado como nosamamos la señorita Fitz Gerald y yo; que todos hantenido una víspera de matrimonio llena de encantosy de esperanzas, y deduzco que debe haber en eloslado de nuestra civilización, especialmente quizáen nuestras costumbres sociales, algunas causas ge-nerales que alteran el matrimonio en un mismo orí-gen, depositando en él un germen fatal... que deantemano esterilizan las disposiciones más genero-sas y sinceras, y que hacen casi infaliblemente deuna institución de amor y de paz una institución deodio y de guerra... Convendrá usted en que estasMeas son terribles para un hombre que se casa ma-ñana.

—¡Dios mió! no pida usted peras al olmo, hijornio,—dijo la marquesa;—no hay causas generales,no existe germen fatal... no hay nada de eso... Yase lo dije á usted otra vez: existen malos maridos;eso es todo.

—Pero yo no admito esa teoría,—exclamó Lio-nel,— porque, en último caso, es demasiado abso-luta.

—Permita usted, amigo mió... Examinemos unpoco todos esos maridos, se lo ruego... Ahí tene-rnos, en primer lugar, al duque de Estreny. Sin dudaes un buen hombre; no es mal marido, si ustedquiere... pero es torpe hasta lo absurdo. Su mu-jercita es delicada y sentimental como el rocío...y oles un aserrador... un verdadero aserrador, ypor añadidura, no cesa de bromear sobre su ino-cente manía romántica... Pues bien, con ese sis-tema la hiere, la exaspera, y la duquesa concluirápor encontrar alguno que la comprenda; esto es se-guro... pero ¿quién tendrá la culpa?.. Examinemosahora á de Moges.

—¡Oh! ese se lo abandono á usted,—dijo Lionel.—Hace llevar á su mujer la vida de joven soltero, yeso es absurdo.

-Bien,—contestó la marquesa; — ya tenemosdos... Los otros son peores aún... No ignorará us-Ksd que el señor de Eblis ha hecho que su que-rida presente á su esposa en sociedad... Como us-ted ve, es lindo principio... Allá abajo hay otro,cuya sórdida avaricia ha obligado á su mujer á lospréstamos y demás consecuencias... Si no lo sabíausted, ahora lo sabe... Charny no es avaro, todolo contrario... acaba de regalar á no sé qué jovendel teatro de Variedades un tren de 25.000 francos,y su esposa, modestamente llevada por caballos de3.000 francos, la encuentra diariamente en el Bos-que, luciendo su carretela, cuyo origen no ignoraseguramente esta señora... El señor de Lastere esseguramente un hombre formal, demasiado formal;quiere ser ministro... se ocupa de economía polí-

tica; su esposa no entiende nada de eso; su maridola desprecia, la abandona... pero tiene compasiónde ella y le envía todos los jóvenes que encuentraen la calle:—Vaya usted á ver á mi esposa... vayausted á acompañar á mi esposa... vaya usted ácantar con mi esposa, e t c . . Aquel otro, el pobreLaumel, tiene gustos tranquilos, es modesto, tímido,ydesconfia de sí mismo... tiene miedo á las actri-ces, á las mujeres de gran mundo y hasta á la suyapropia... pero no tiene miedo á las doncellas dolabor... ese es su consuelo.—Y bien, amigo mió,creo que esto lo explica todo y que usted debe vi-vir muy tranquilo.

—Perdone usted, de ninguna manera,—dijo Lionel riendo á pesar suyo de aquella severísima enu-meración.—En primer lugar, me cuesta mucho tra-bajo creer que las esposas do todos esos señoressean puras víctimas, completamente inocentes delos extravíos de sus maridos... Además, aceptandocomplacientemente su sistema, me pregunto quéhombre podrá vanagloriarse de escapar á alguna deesas categorías... porque en último caso, si uno noes perverso ó necio, puede ser torpe... ¡Y cuantasmaneras hay de serlo!...

—Cien mil, amigo mió,—contestó la marquesa,—y particularmente una, que consiste en filosofar ybuscar la quinta esencia de las cosas con su viejamadrina, en vez de valsar con su joven prometidacuando esta está rabiando de deseo.

Al oir esta prudente observación, el señor de Riascorrió á cumplir con su deber, que aún no habia ce-sado de ser placer para él, y pronto olvidó bajo laplácida mirada de su prometida las molestas pre-ocupaciones que le habían dominado un momento.

El dia siguiente, que fue el del matrimonio, pare-ció completamente insoportable á Lionel. Algúntiempo antes había insinuado á la señora Fitz Geraldla idea de proceder al matrimonio civil y religioso,bien á las seis de la mañana ó bien á media noche,en la estricta intimidad de la familia; pero la señoraFitz Gerald habia rechazado la insinuación como unaexcentricidad salvaje, que hubiese dado al matrimo-nio de su hija cierto carácter clandestino. Verificó-se, pues, el matrimonio á medio dia, al sonido de lascampanas del pueblo y en medio del público rego-cijo. Hubo que soportar la curiosidad de la multitud,las escarapelas multicolores de los cocheros ycaballos, las libreas nuevas y la ruidosa alegría delos lacayos; en una palabra, todo el aparato á la vezbrillante y vulgar de una boda.

Durante la ceremonia religiosa, que fue lo únicoque le gustó ó impresionó, el joven de Rias observóun hecho que podía dar cierta apariencia de razóná las teorías de su madrina. Entre los asistentes, loshombres tenían generalmente actitudes distraídas,indiferentes ó marcadamente irónicas; las mujeres

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estaban, por el contrario, muy atentas y manifesta-ban cierto fervor apasionado, é inclinadas en sussillas, parecían absortas en misterioso recogimien-to; algunas lloraban, y todas manifestaban recordarcon angustia que en su vida había habido una horaparecida, llena de pureza, de confianza, de es-peranzas infinitas y de dulces juramentos que ha-brían querido observar.

Primeramente so pensó terminar la fiesta con lainmediata partida de los esposos para Escocia ópara Italia; pero la señora Fitz Gerald había supli-cado á su yerno que le dejase á su hija algúntiempo aún, y el señor de Rias, demasiado parisiénpara tener afición á los viajes, accedió prontamenteal ruego.

Bebemos decir que se arrepintió cuando al dia si-guiente de la boda bajó al salón á la hora de almor-zar y se encontró con una docena de parientesy de amigos que habían permanecido en la quinta.En estas situaciones excepcionales, los hombres domás talento se encuentran cortados, la sonrisa esdesgraciada, la risa inconveniente, la expansiónnecia, el abatimiento ridículo y el aspecto de triunfogrosero. La naturalidad sentaría maravillosamente,pero es imposible.

La señora de Rias se presentó en cambio con elaplomo verdaderamente infernal que distingue á lasjóvenes esposas de un dia. Sirvió el té como de or-dinario, sonriendo apaciblemente, con frente puray límpida mirada.

Aquella misma mañana se marchó la condesaJulia, la que, después de montar en el carruaje,llamó á su sobrina y la dejó por despedida estabolla máxima:

—Recuerda siempre, mi pobre niña, que la mu-jer ha nacido para sufrir... y el hombre para que lesufran.

V.

Bespues de dos ó tres semanas pasadas en Fres-nos entre los encantos de su mutuo amor, los se-ñores de Rias se instalaron en Paris á principios deOctubre en un hotel de la calle Vanneau, que perte-necía á Lionel. La señora Fitz Gerald vino al mismotiempo á ocupar su habitación de la calle de laChaussée d'Antin. Algo lejos se encontraba de suhija, pero estaba acostumbrada á su barrio, que eramuy tranquilo, como intrépidamente decía. La ver-dad era que el barrio de Saint-Germain, por su so-ledad relativa, le recordaba la paz de los campos, ála que tenía horror.

Corrían los primeros dias de Febrero del inviernosiguiente, y la luna de miel no había cesado de bri-llar con su esplendor más dulce en el cielo del jo-ven matrimonio, cuando una mañana la señora deRias llamó á su madre por medio de un billete fur-

tivo. La señora Fitz Gerald acudió en seguida á lacalle Vanneau, y después de una conferencia mis-teriosa con su hija, fue á ver al Sr. de Rias, quetrabajaba en su biblioteca: la madre tenía los ojoshúmedos y radiante el rostro.

—Amigo mió,—dijo con voz conmovida,—Maríaestá algo indispuesta hoy; pero no es cosa grave,no es cosa grave. Por la timidez natural de una jo-ven no se ha atrevido á decir á usted ella misma...En fin, vaya usted á abrazarla.

—¡Cómo!... ¿Be veras, querida señora?—exclamóLionel.

—Si, amigo mió, vaya usted á abrazarla... eso laaliviará.

—Pero,—replicó Lionel,—¿acaso... padece... ó seafecta?

—¿Por qué se ha de afectar, amigo mió?—Tienela mejor salud de la tierra; no se afecta absoltrtE-mente nada, pero al fin es una circunstancia queasombra siempre un poco á una esposa joven, ¿ver-dad?... Vamos, vaya usted á abrazarla.

Lionel se apresuró á cumplir este agradable de-ber, mientras la señora Fitz Gerald recorría la bi-blioteca á pasos lentos y se daba aire suavementecon el pañuelo, perfumando el ambiente en derredorsuyo con las esencias más delicadas.

Pocos momentos después se reunían en la mesade familia tres personas completamente dichosas.La señora Fitz Gerald, orgullosa de su hija, la con-templaba con tiernos ojos; la señora de Rias, se-cretamente orgullosa de sí misma, manifestandocierta alegría y confusión completamente encanta-doras; Lionel admiraba á su esposa, que le pare-cía extremadamente interesante bajo aquel nuevoaspecto de madre en flor.

El importante acontecimiento que acababa deserl% comunicado oficialmente, causaba, por otraparte, al señor de Rias más de un género de satisfac-ción. No solamente halagaba á su legítimo orgullode familia, sino que despertaba al mismo tiempo ensu corazón movimientos de generosa sensibilidad:parecía que también debía poner término al primerperíodo de" matrimonio que Lionol había aceptadocon gusto, pero cuya terminación empezaba á desearardientemente. Este período había estado consa-

j grado, como era natural, á la diversión de la jovenesposa, y en particular á los placeres mundanos,que para una casada tienen el atractivo del frutoprohibido. La había llevado á los teatrillos con suprima de Moges; la había dejado saborear hasta elalba la embriaguez del cotillón, y la había permitidola caza á la carrera; en una palabra, la había feste-jado y mimado como enamorado y como hombregalante. Hasta la había acompañado en sus visitasde boda, aunque el círculo le había parecido des-mesuradamente extenso.

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Hacía mucho tiempo que el señor de Rias, comotodos los hombres de su edad, había perdido elgusto y la costumbre de muchos de estos placeresy obligaciones. Por su parte, rara vez hacía visitas,resignándose á las más necesarias, ó eligiendo lasmás agradables. En otro tiempo había sido fogosoguía de cotillón, pero ahora apenas podía imaginarque había desempeñado aquel papel juvenil, y lasreuniones, sobre todo aquellas en que so bailaba,so le habían hecho soberanamente insoportables.Pasaba las noches en su círculo, cuando no las de-dicaba al estudio. Todavía iba al teatro, pero casisiempre como aficionado cansado, es decir, entrebastidores. Sostenido por la fuerza inicial de su pa-sión hacia su joven esposa, había recobrado mo-mentáneamente y con gusto la afición á algunosplaceres de su juventud. En su programa había en-trado esta fase aguda del matrimonio, pero no de-seaba que pasase al estado crónico, y empezaba ápensar en los medios de calmar y dar asiento á suvida conyugal, cuando la feliz indisposición de suesposa vino á resolver el problema con providen-cia! oportunidad.

Aún le quedaban ciertos temores, y de temer eraque su esposa, detenida de aquel modo en mediode la carrera, en plena fiesta, en el corazón delinvierno, se revolviese contra su destino y hastaintentase contrarestarlo. Engañábase en cuanto áesto: si él tenía su programa, su esposa tenía tam-bién el suyo, y lo que le sucedía estaba incluido enél: era el complemento previsto y hasta deseadode su traje de boda, de su dignidad de mujer; en elfondo de su equipo había entrevisto siempre unacuna. Lejos de pretender disimularse á si misma, ódisimular á las demás sus esperanzas maternales, lasexhibió por el contrario, y hasta le agradó exagerarlos síntomas con inocente orgullo. Renunció sin va-cilar á los paseos matinales, y desde aquel momentorecibió con bata suelta las visitas, arrellanada ennna butaca y afectando prematura languidez.

Todo esto pareció muy tranquilizador al señor deBiíis; aquella completa y amable resignación á tan..listera prueba, no le permitió dudar que habíaencontrado en la señorita Fitz Cecald el ideal quehabía soñado y que es el deseo del hombre: unamujer de su casa.

Muy satisfecho del presente, Lionel rnirabs conconfianza el porvenir. En efecto, ¿qué motivo po-dría alterar en adelante una unión cuyos lazos sehabían ido estrechando diariamente, estableciendomejor su armonía"? Nada podía temer de su esposa:hacía algunos meses que había aprendido á cono-cerla bien; sus sentimientos eran rectos y sinceros;no tenía más que instintos honrados, fortalecidospor la educación y los ejemplos que había recibidode ¡una madre intachable. Amaba á su marido y go-

zaba de cuantas ventajas necesitaba para agradarleó interesarle: encantadora á la vista, no lo eramenos en el trato, porque tenía mucho talento. Suúnico defecto era la evidente insuficiencia de sueducación intelectual, de su instrucción. Lionel ha-bía observado en muchas ocasiones que eran muyvagos los conocimientos de su esposa en historiay literatura; pero en su misma ignorancia habíaalgo gracioso, y el señor de Rias gozaba muchoante los extravíos de su erudición.

En cuanto á él, en vano se interrogaba severa-mente; no se veía culpable ni capaz de las accionesgeneralmente atribuidas á los maridos desgracia-dos por su culpa. Sin exagerar sus ventajas per-sonales, las conocía y fundaba en ella justos motivosde confianza: era digno del amor de una mujer, y nopodía dudar que había conquistado el corazón de lasuya: ¿porque faltas ó porqué torpezas podría ena-jenárselo alguna vez? Seguramente no se estrella-ría contra los escollos vulgares, ni tampoco tendríagran mérito en evitarlos, porque no le llevaba áellos ninguna de sus inclinaciones. No era avaro, yhabía arreglado con gran liberalidad la pensión desu esposa y el pié de su casa. Tampoco era hom-bre capaz de perder ni desmoralizar él mismo u wuesposa, llevándola á cenar á gabinetes reservados.No era ciego, y sabría alejar de su casa las intimi-dades peligrosas, en vez de llamarlas como tantosotros. Estaba curado de muchas cosas; amaba á sumujer, y además no sentía ninguna tentación dehacerla sufrir ultrajantes rivalidades. En una pala-bra, por su jiarte, como por la señora de Rias, so-lamente veía, después de maduro examen, garan-tías de tranquilidad, y de perpetua dicha. Con estasagradables reflexiones, se dedicó á organizar sunueva vida como la comprendía.

Hombre de costumbres elegantes, el señor deRias era al mismo tiempo hombre de estudio: erainstruido y literato. En otro tiempo se distinguió enla carrera diplomática, pero la abandonó brusca-mente para venir á habitar con su madre cuandoquedó viuda. Con objeto de ocupar una ociosidadque le pesaba y mortificaba, empezó a escribir ocul-tamente una importante obra literaria que le real-zaba á sus propios ojos, mientras esperaba le hon-rase públicamente: era la historia de la diploma-cia francesa en el siglo XVIII. Distracciones de unavida completamente externa habían interrumpidofrecuentemente aquel trabajo, pero Lionel esperabadedicarse á él con asiduidad cuando el matrimoniodiese mayor fijeza á su existencia, aumentando losatractivos de su hogar. Habiendo llegado este dia,se cumplió la promesa, y pasó una parte de su tiem-po recogiendo dalos en los archivos diplomáticos,clasificándolos y ordenándolos después en su biblio-teca. Para distraerse de esta seria ocupación, reco-

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bró con gusto algunas costumbres que se le habíanhecho indispensables y que le parecieron honrosa-mente conciliables con el estado matrimonial. Co-nocedor de los asuntos artísticos, y muy aficionadoá las cosas del sport, placíale seguir el movimientoparisién en sus incesantes y variadas manifestacio-nes, contemplándole al natural en los salones de sucirculo, en las tribunas de las carreras, y algunasveces en los saloncitos y bastidores de los teatros.

Entre tanto, esperaba impaciente su esposa en labutaca y él venía á buscarla con sincera y profundasatisfacción, porque aquel género de vida realizabasus esperanzas más ambiciosas: al entrar en su casale recibía un hermoso rostro risueño, una mujeratenta á librarle de los pequeños cuidados de lavida material, un hogar siempre brillante, floresconstantemente frescas, un asilo abierto á todashoras para los momentos de tedio y fatiga, en unapalabra, el encanto de una casa alegre, adornada,tranquila, uniéndose al interés de sus ocupaciones ydistracciones personales: tal era el matrimonio queel señor de Rias había imaginado siempre, y no eraél solo quien lo imaginaba así.

B;?°cindiendo de ciertos temores naturales, elo que la joven señora de P.ias pasó en la bu-

taca, fue delicioso, tanto para ella como para sumarido. Recibía muchas visitas: casi diariamente letraían noticias de la ciudad sus brillantes primas lasseñoras de Lauris, de Moges y de Estreny. Su madreno se separaba de ella más que para recorrer lastiendas y elegir los diferentes elementos de la ca-nastilla que después eran sometidos á la aprobaciónde la señora de Rias. La butaca y hasta ei suelo es-taban continuamente inundados do finos lienzos,telas de lana, encajes, cintas y eapuehoncilos deextrañas formas. Las señoras de Lauris, de Moges yde Estreny peroraban sobre aquellos artículos ydaban los consejos de su experiencia. A medio diallegaba el señor de Rias á aquel circulo de agrada-bles matronas, y redoblaba la animación. General-mente llegaba con los bolsillos y las manos llenasde cajitas y de misteriosos paquetes. Se desenvolvíatodo: admirábanse las alhajas, se repartían las flores,y se comían los bombones. En fin, todo era fiesta.

La llegada de la condesa Julia á fines del mes deAgosto dio á las circunstancias carácter más grave.Algunos dias después, pudo vérsela en la iglesia deSanta Clotilde teniendo en la pila bautismal al niñoLuis Enrique Patricio de Rias; y al dia siguientepartía con su labor de punto para su casa solariegade las inmediaciones de Cherburgo.

VI.

La señora de Rias se restableció con una rapidezque daba alta idea de su temperamento, y muypronto se presentó e i el boulevard en todo su

esplendor material, escoltada por una nodriza pro-venzal enyo extraño tocado y ojos negros desper-taban la profana atención de los transeúntes.

Lionel hubiese querido que su esposa amamantaseá su lujo, pero la señora Filz Gerald, á nombre dela salud y de la belleza do su hija, había opuesto áá este deseo algunos de esos especiales argumentosfemeninos á los que nada pueden contestar los hom-bros, por la sencilla razón de que nada entiendende ellos. Por lo demás, felicitóse al ver que la ma-dre se ocupaba con apasionada solicitud de su hijo;pero al mismo tiempo vio con sentimiento queaquella ocupación dejaba considerables ocios á laseñora do Rias. En realidad, no estaba obligado állenar aquellos vacíos, y pudo continuar durante eldia su vida acostumbrada, porque no es costumbreque los maridos acompañen á sus mujeres á sus vi-sitas y paseos diurnos, y en este punto creyó agra-dar á su esposa dejándola su independencia de lamisma manera que le agradaba conservar la suya.Desgraciadamente no sucedía lo mismo por las no-ches: ni el bien parecer ni la prudencia le permitíanconsentir que la señora de Rías recorriese sola losbailes y los teatros, y, naturalmente, después de loslargos meses de reclusión y de abstinencia que ha-bía experimentado, se habia manifestado en ellaviva recrudescencia de afición á estos espectácu-los. El invierno parisién era sumamente brillanteaquel año, y Lionel se consideraba feliz cuando lamisma noche no le ofrecía tres ó cuatro fiestas su-cesivas. Pero su esposa tenía seguramente derechoá algunas compensaciones, y, aunque cruelmenteseparado por aquella fiebre mundana de sus cos-tumbres y trabajos, ei señor de Rias, por cariño ypor justicia, se resignaba con amabilidad, al menosaparente, creía que aquello sería una crisis pasaje-ra, vj> tal vez esperaba en el fondo de su corazón quela Providencia, que le había socorrido con tantabondad en el invierno anterior, acudiría también ensu auxilio en esta nueva prueba.

En efecto, una mañana, cuando concluían de al-morzar, su esposa, que había estado notablementesobria y pensativa, se cubrió de pronto la cara conlas manos, y prorumpió en llanto.

—;Dios mió! querida mia, ¿qué tienes?—exclamóel señor de Rias corriendo hacia ella.

—Nada,—contestó sin dejar de llorar;—nada:quisiera ver á mamá...

—Pero, en fin, ¿qué tienes? ¿qué te sucede?—Nada... manda llamar á mamá, te lo ruego.En aquel mismo momento, la señora Fitz Gerald,

atraída sin duda por algún presentimiento, entrabaen el comedor. Sin darla tiempo para nada, su hijala llevó á un salón inmediato, en el que un momen-to después pudo oir Lionel un confuso dúo de mur-mullos plañideros y ahogados sollozos.

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264 REVISTA EUROPEA. 1 6 DE ABRIL DE 1 8 7 6 . N." 112

La situación era penosa para el señor de Rias;encogióse ligeramente de hombros, encendió un ci-garro y se puso á recorrer un periódico con dis-traídos ojos, esperando el resultado de la confe-rencia.

Al cabo de inedia hora, que le pareció muy larga,se abrió la puerta, saliendo sola la señora Fitz Ge-mid, con los ojos enrojecidos y la tez inflamada;prometió á su hija volver á verla durante el dia,cerró la puerta, y pasando delante de su yerno, en-volviéndose en sus pieles:

—Podría usted dispensarse de matar á mi hija,—le dijo.

Y salió majestuosamente.En situación tan delicada, el señor de Rias de-

mostró una vez más que tenía talento y corazón dehombre galante. Después de vencer, no sin trabajo,la íntima sublevación de su orgullo, entró en la ha-bitación de su esposa, que aún estaba llorando: ha-blóla el lenguaje de una razón á la vez tierna y jo-vial, la regañó un poco, la abrazó mucho, y con-cluyó por persuadirla de qije era una mujercitadigna de compasión seguramente, pero en últimocaso muy amada y medianamente dichosa. Cuando;i medio dia volvió la señora Fitz Gerald los encon-tró á los dos en un canapé, cogidas las manos ysonriendo á Luis Patricio, que hacía gimnasia pri-maria sobre la alfombra.

—No puedes imaginar, querida mia,—dijo jovial-mente Lionel á su esposa,—cuan dura ha estadoconmigo tu mamá esta mañana.

—Dios mió, amigo mió,—contestó la señora Fitzllerald, algo calmada por la escena de familia quese ofrecía á sus ojos,—pido á usted mil perdones...Convengo en que he hecho mal... pero verdadera-mente hay cosas que no tienen nombre... Si tratabausted de hacer de mi hija la colonizadora de una isladesierta... debía decirlo... Esas cosas se adviertencon anticipación... Pero en último caso, parece queeso le conviene, y, siendo así, nada tengo que decir.

—No, mamá, no me conviene,—exclamó la seño-ra de Rias,—pero he tomado mi partido.

—Bien, si has tomado tu partido, no hay nadaque oponer.

Lionel no creyó haber comprado demasiado caroal precio de aquella pasajera tempestad, un nuevoperíodo de reposo, de calma y de vida íntima, queparecía deber inaugurar aquella mañana. Veía yadesplegarse delante de él una serie de meses tran-quilos en seductor cuadro, cuyo centro ocupaba labutaca de su esposa.

Pero esto era un espejismo engañador, y no tardóen conocer que los mejores medios se gastan, y quelas mismas causas no producen constantemente losmismos efectos. La salud general de la señora deRias se había fortalecido tanto desde el año ante-

rior, que en esta ocasión pudo ocultar por muchotiempo al público su alteración accidental. A Tuerzade discreción y de heroísmo, continuó siguiendo elmovimiento elegante durante el invierno, pasó elverano en Trouville, por consejo de un médico com-placiente, y no adoptó el régimen de la butaca hastael último extremo, es decir, durante quince dias. Enuna palabra, pareció que, sin mal humor, sin enfadoy hasta con cierta alegría, trataba de demostrar áá las gentes que no se adelantaba nada con ciertoscálculos maquiavélicos.

El señor de Rias, sin dejar de encontrar á su es-posa muy espiritual, cayó en un estado moral próxi-mo al desaliento. Verdad es que le había dado unapreciosa niñila; pero el aumento de su familia, loscuidados que exigían los dos pequeñuelos, ¿calma-rían el ardor mundano de la madre y la fijarían alhogar? No se atrevía á esperarlo, y tenía razón. Laseñora de Rias dedicó á sus ocupaciones materna-les el tiempo que exigían; pero no por eso dejó decontinuar con mucho ardimiento el único género devida de que tenía nociones y que le parecía per-fectamente correcto ó intachable.

Lionel ensayó algunos paliativos; impuso cjfii'tasrestricciones, y para hacerlas aceptar sin ibarmu-raciones, tuvo la destreza de asegurarse la compli-cidad de su suegra. Con ocasión de una de esasventas caritativas en las que agrada á las mujereselegantes tener, en beneficio de los pobres, tiende-citas cuyo mejor adorno son sus honestos ojos, laseñora de Rias, invitada á figurar entre las gracio-sas vendedoras, solicitaba el permiso de su marido.

—Dios mió, querida, harás lo que gustes... ó me-jor dicho, lo que decida tu mamá. Veamos, señora,—añadió dirigiéndose á su suegra,—usted que en ma-teria de conveniencias tiene un tacto tan seguro,tan delicado, y, permítaseme que lo diga, tan ex-quisito, ¿qué opina de esto?

—Amigo mió,—contestó la señora Fitz Gerald,cogida por su lado débil,—hablando con franqueza,no me entusiasman esas exhibiciones. En mi tiem-po no se hacían... Verdad es que las jóvenes de hoyno son tan escrupulosas.

—Ya oyes lo que dice tu mamá, querida mia,—añadió el señor de Rias:—pues bien, te confieso queopino exactamente como ella, y que me causaríahorror ver el nombre de mi esposa impreso en unperiódico con galantes comentarios sobre su trajey belleza... En una palabra, no deseo que formesparte de lo que vulgarmente se llama todo Pa-rís. Y, mira, puesto que en este momento desem-peño el papel de tirano, quisiera borrar de la lista detus distracciones presentes y futuras todas aquellasque exponen á una señora á cierta inconvenientepublicidad... Veo que tu mamá me aprueba con losojos, y esto me anima...Querría suprimirla ruidosa

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N.° A. PULIDO. LA MUERTE CIVIL. 265

aparición en las carreras, y las clandestinas en losteatrillos escandalosos, el furor de las primeras re-presentaciones, los bailes de trajes, las comedias desalón; en fin... y ateniéndome siempre al buengusto de tu mamá, por regla general, todo lo quebusca y todo lo que se se permite tu prima la seño-ra de Moges...Y. hasta desearía, sino encuentro opo-cion, suprimir á la misma señora de Moges, quedecididamente ha pasado á ser de las que no se tra-tan... ¿verdad, querida señora?

—Ciertamente, amigo mió,—contestó la señoraFitz Gerald;—esa señora se lanza demasiado... Jlihija no es muy afortunada con sus primas... Excep-túo á la señora de Lauris, que es una perfección...pero la pobre duquesa me inquietaría bastante si yotuviese el honor de encontrarme en el puesto de sumarido.

—¡Oh! mamá,—exclamóla señora de Rias agobia-da por tanto sacrificio,—dejadme la duquesa. Ver-dad es que es un poco coqueta... pero ¡tan suave-mente!... y además ¡me gusta tanto!

—Si tanto le gusta,—dijo el sentir de Rias,—ledejaremos la duquesa.

No añadió que también le gustaba mucho á él,en lo que hubiese dicho la verdad.

Después de realizar en los placeres de su esposaesta especie de tamizado, Lionel no se sintió enrealidad mucho más feliz que antes. Su dignidad ysusceptibilidad de marido quedaban más garantidasbajo ciertos puntos de vista, pero su independenciapersonal continuaba muy restringida. En los límitesque le había trazado, la señora do Rias encontrabaaún un círculo de actividad mundana muy extenso,y, obligado á seguirla, paseaba por él, bajo su ha-bitual aspecto de gravedad y cortesía, con pro-fundo tedio.

OCTAVIO FEUILLET.(Continuará.)

BOSQUEJOS MÉDICO-SOCUIES PARÍ U MUJER.

LA MUERTE CIVIL.La enajenación es tanto más fre-

cut-tite y SUR formas tanto más di-versas, cuanto más civilizados estánlos pueblos, y es tanto más rara,cuanto menos ilustrados están.

i.

Hemos llegado á la cima de nuestro trabajo.No es ya en el seno de la sociedad, allí donde la

criatura dotada de razón se deja dominar por suspasiones y sus vicios, en donde nos encontramos;la decoración se ha transformado por completo, y

TOMO Vil .

otros son también los personajes que tenemos enescena.

En la soledad de los campos, muy apartado delmundanal ruido de las ciudades, y entre amena ysencilla floresta, se alza modesto y severo á la parun edificio.

Ningún ruido se percibe desde el exterior; unapaz y sosiego misterioso le envuelven, y convidaná visitarle.

Vamos á entrar, y de pronto el pavor sobrecogenuestras almas y paraliza nuestros pies.

Es que sobre el frontón de la puerta principalacabamos de leer una palabra fatídica, que des-pierta amargos presentimientos y llena de congojael corazón: la palabra MANICOMIO.

Deseamos avanzar, y una extraña incertidumbrenos mantiene como clavados en el mismo sitio.

Nada más natural. Entre el luga;1 que ocupamos yel dintel de aquella puerta parece que no hay másque unos cuantos pasos, y inedia, sin embargo, unabismo terrible: el mismo, que existe entre la razóny la locura.

Ahora nos reconocemos mutuamente; las perso-nas que nos rodean nos respetan y comprenden;las preguntamos y nos responden satisfactoriamen-te: más allá de esa entrada alientan sores que tie-nen la forma de criaturas humanas, pero nada más.

Enfrente de ellas sólo podemos sentir respeto,temor y piedad. Si las preguntamos, no nos respon-den, ó nos contestan disparates; si nos miran, escon extrañeza, como sorprendidas de que allane-mos su morada; y mientras las unas se reirán estú-pidamente de nosotros, posible es que otras nosacometan, si pueden y nos descuidamos.

Pero desechemos todo temor, y confiemos enque la buena dirección del establecimiento y la vi-gilancia de los empleados nos librarán de cualquierdisgusto.

El estudio que vamos á emprender es de los másnobles que pueden existir, pues nada hay tan ad-mirable como examinar á la criatura humana des-provista de razón.

Sólo conociendo esos infelices que tienen per-turbado taa apreciable estado, es como podremosapreciar lo mucho que vale disfrutar de su pose-sión.

La enajenación mental es una enfermedad de lainteligencia, y sus más notables estragos bullen, porconsiguiente, dentro de esa caja ósea donde palpitael cerebro y adonde jamás puede llevar el hombresu mirada.

Entráis en una casa de locos, esperáis ver suce-sos maravillosos ó disparatadas ocurrencias, y, sinembargo, de ordinario os encontráis sorprendidos

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con una calma envidiable, tío de otro modo que sila integridad mental más perfecta reinase entreaquel concurso de personas.

Unas pasean alegres; otras permanecen sentadas;á muchas se las ve taciturnas; á la mayoría anima-das y expansivas: todas parecen pertenocerse y ar-monizar entre si.

Y en realidad, en aquellos triviales actos, enaquellos pasatiempos, que cualquiera juzgaría de lavida ordinaria, se refléjala anarquía cerebral.

Por eso, cuando una persona quiera visitar unmanicomio y cerciorarse de. la locura de todos lospensionistas, es necesario quo vaya acompañadadel profesor encargado de su asistencia. Éste lahará fijarse en detalles que de otra manera pasa-fían desapercibidos, y que son la expresión de esosdelirios que hierven en los deshechos telares de larazón.

Procediendo de esta manera, es como podremossacar de un manicomio algo de provechosa ense-ñanza.

Y sólo así veremos igualmente que ese pequeñoasilo, emplazado sobre unos cuantos miles de piesde terreno, y al que limitan modestas paredes, esotro mundo análogo al grande que lo rodea, dondese agitan los mismos sentimientos y pasiones, losmismos vicios y virtudes, los mismos errores y des-gracias.

En los manicomios hay dioses ó seres quo secreen inspirados por Dios, como hay individuos quese creen poseídos del demonio; hay reyes podero-sos y reyes destronados; hay generales vencedoresv vencidos; hay unos que son ministros y otros queaspiran á serlo; hay grandes diplomáticos y polí-ticos de menudeo; hay tiranos que mandan y escla-vos que obedecen; hay hombres buenos y hombresmalos; unos que bendicen y otros que maldicen;unos que poseen los tesoros de Creso y otros quegimen su mortal desnudez; unos que se creen sa-bios y otros que todo lo ignoran; unos que vivenprendados de su esplendente belleza y otros quedetestan su fealdad; allí hay médicos, abogados,poetas, músico», estatuarios, ambiciosos, asesi-nos... etc., etc.

Y todo esto lo manifiesta el individuo al exterior,con fuertes colcres, con vigorosas y firmes pince-ladas, sin seducciones ni artificios.

¿Qué falta, pues, aquí? ¿Por qué llamamos locos áestos seres?

Falta la astucia y la perfidia que permiten ai hom-bre disimular sus pensamientos; falta la envolturaque tapa el interior del hombre cuerdo; falta esediscernimiento que establece la diferencia entre loreal y lo ficticio, entre lo que se desea y lo que seposee, entre lo que se forjan nuestras ilusiones y loque palpan nuestros sentidos.

Los deseos, los pensamientos, las aspiraciones,los empujes del alma, por decirlo así, están calca-dos sobre lo que palpita en la sociedad; pero apare-cen más visibles y desnudos de esa corteza que daal hombre su razón, y á la sociedad el señalamientode sus deberes.

111.

¿En qué consiste la locura?Todo el mundo, desde el más oscuro filósofo que

se pierde en la quinta esencia de las abstracciones,hasta el hombre más lego en la materia, respondesin vacilar á esta pregunta, diciendo que la locuraes la ausencia ó el extravío do la razón.

Es decir, en otros términos, que variamos depregunta, pues seguimos en la misma duda.

¿En qué consiste, ó qué es la razón?Henos ya metidos nada menos que en una de las

cuestiones más debatidas por los metafísicos, sobre .todo por esa pléyade do luminosos idealistas que,despreciando el estudio de la constitución anató-mica y la fisiología del hombre, como si estos estu-dios fuesen demasiado groseros para sus preclarasinteligencias, han movido y removido las funcio-nes cerebrales, creando abstracciones y ontologíasá placer.

La índole de nuestro trabajo y su extensión nosvedan en absoluto de exponer los pareceres quesobre la razón han vertido Kant, Krause, Fichte,Hegel y otros infinitos filósofos, cuyas doctrinas se-rían ininteligibles, y por consiguiente áridas paranuestras lectoras.

Vamos á exponer la razón tal como la comprendeel doctor Mata, cuya doctrina es mucho más clara,y en nuestro parecer más metida en la verdad, quecuantas predican los filósofos yoistas y aun noyoistas.

Larga es dicha doctrina, y si fuéramos á presen-tarla, no ya con la amplitud que de ella se ocupaen su Tratado sobre la razón humana, si que hastaen su obra de Medicina legal, nos ocuparía muchaspáginas; pero procuraremos sintetizar todo lo posi-ble sus conclusiones, aun á trueque de dar sólo unaligera idea de ella.

El doctor Mata niega que la razón sea unafacul-ta^mental de existencia concreta ó especial: la miracomo el resultado de un conjunto de faeultrtdes enperfecto ejercicio de su? funciones, y por consi-guiente como un estado del sujeto.

De aquí se desprende que para penetrarse de di-cho estado hay precisión de conocer las facultadesde las cuales es una consecuencia, y sólo de estamanera podremos decir con fundamento cuándo unindividuo está loco y en qué consiste su locura.

Del otro modo, ó sea admitiendo esa entidad es-

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pecial titulada razón, cuya ausencia ó presencia de-termina la locura ó la sensatez, nos veríamos obli-gados á mirar como cuerdos á muchos individuoslocos, y viceversa.

Efectivamente, hay sujetos dentro de los manico-mios que discurren con tanto acierto como pudierahacerlo la persona más sesuda, y sin embargo sonlocos.

Es porque en ellos su enfermedad no radica pre-cisamente en el modo de discurrir, en esa operaciónmental que constituye para muchos la razón, y síen otras facultades que, pervertidas en sus fun-ciones, encauzan al raciocinio, siguiendo toda laregularidad de un buen mecanismo intelectual, á losdelirios de lo falso.

Por ejemplo: una persona ve con los ojos de lacara otra que viene á asesinarla, y entonces se le-vanta si está sentada, echa á correr, grita despavo-rida, acude gente, los demás miran y no ven nada:es que nada existe.

Aquí la aberración principal de este sujeto es delos sentidos; la operación intelectual que determinael temor y la huida es lógica, está ceñida á todaslas reglas de un buen raciocinio.

Lo loco, lo absurdo seria que, una vez visto elasesino, acudiese á él para que le hiriese; pero cor-rer, gritar, estremecerse y pedir socorro, armandoun escándalo infernal en la casa, es tan natural,como que lo haríamos todos en caso de hallarnosindefensos y acometidos.

Por el contrario, hay individuos que percibenbien los objetos y discurren torpemente.

Citemos otro ejemplo:Pocas personas habrá en Madrid que no recuer-

den un distinguido escritor que se volvió loco hacealgunos años, y se llamaba Javier Ramírez.

Pues este desdichado escribía una vez á su ma-dre en un librito de papel de fumar, y la decía:

« Te escribo en este librito para que sepas lomal que aquí nos encontramos, pues ten presenteque hasta de papel de fumar carecemos.»

Hé aquí bien patente un trastorno de la facultadesreflexivas.

V sin embargo, los dos son casos de locura; pero¡qué diferencia entre uno y otro!

Si hemos, pues, de dar á conocer la locura comoes debido, y si hemos de impedir que los tribunalesjuzguen como criminales á desdichados enfermos,forzoso es olvidar por completo los desvarios y elu-cubraciones de todos esos filósofos que, al hablarde la libertad de albedrio y del estado responsablede la persona, han procedido sin verdadero conoci-miento de causa, es decir, sin estudiar en toda re-gla el cuerpo humano.

IV.

Dice el doctor Mata lo siguiente:1." En el hombre se observan movimientos mo-

leculares, ó sean de composición y descomposición,constituyendo lo que se llaman funciones de nutri-ción.

2." Obsórvanso también en él movimientos mus-culares, unos voluntarios, porque son los sometidosá su voluntad cuando está sano, y otros involunta-rios, porque se ejecutan sin que la voluntad del su-jeto pueda provocarlos ni impedirlos.

3.° Obsérvase igualmente que el hombre tienecinco sentidos, con sus órganos y nervios particu-lares, de los cuales se sirve para ponerse en rela-ción con todo lo que le rodea, y aun consigo mismo.

Estos sentidos son: la vista, cuyos nervios res-ponden á la luz; el oido, que responde á las ondu-laciones del aire; el olfato, que responde á las par-tículas odoríferas; el gusto, que responde á loscuerpos sápidos, y el tacto, con el cual apreciamoslas superficies, ángulos, temperatura, humedad yelectricidad de los cuerpos.

Este mismo tacto general no sólo nos pone en co-nocimiento de los cuerpos que actúan sobre la su-perficie exterior del nuestro, sino también de todolo que pasa al interior, en especial cuando el dolorse pronuncia.

4." Recogidas convenientemente las impresionesexteriores y aun las interiores por estos diferentessentidos, se trasmiten en seguida al cerebro, endonde vemos que el hombre tiene facultades parapercibir aquellas mismas sensaciones y formarseidea de ellas; de aquí un orden de facultades que sellaman perceptivas.

S.° Pero observemos asimismo que esas ideas ópercepciones concretas son comparadas entre sí, ócon otras, lo que da lugar á ideas más abstractas ógenerales, fundadas ya ea semejanza, ya en diferen-cias, ya, en fin, en relaciones de causa á efecto;todo lo cual constituye otro orden de facultades,

. también ideales como las anteriores, pero reflexivas.fi.° Además de todos estos fenómenos, observa-

mos ciertos impulsos instintivos, cuyo objeto es laconservación del ser y la reproducción de la espe-cie, al paso que hay otros que tienden más bien á lasrelaciones sociales, y de aquí los instintos y los sen-timientos.

Todo esto es lógico y sencillísimo; se ve y sepalpa, por decirlo así, en la persona, y creo que elhombre más negado lo comprende.

Ahora bien: como no escribimos los Bosquejosmédico-sociales para los sabios, pues si tuviéramosestas pretensiones, que no las tenemos, otro seríanuestro lenguaje desde el principio, otra la manerade tratar los asuntos y otras las consideraciones que

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sobre ellos se nos hubieran ocurrido, no desmenu-zaremos los resultados de este examen, como seríapreciso si nos propusiéramos dar aquí una explica-ción metódica y extensa de la razón.

f.os que sobre este asunto quieran profundizarmás su conocimiento, consulten las obras citadas yallí le hallarán expuesto con amplitud.

¡Nos expresamos de esto modo, porque si, efectode nuestra concisión, pudiera aparecer bastante im-pugnable esta doctrina, su importancia aumenta depunto cuando se la estudia detenidamente.

Sigamos.Los fenómenos todos citados constituyen activi-

'•idcs de la persona.Prescindiendo del modo de ser y número de las

¡res primeras, fijémonos algo en las otras, que sonde mayor interés en el asunto que tratamos.

Las facultades ideales, asi perceptivas como refle-xivas, constituyen e\. entendimiento, de donde sedesprende que esta os una voz do sentido colectivo.

Las facultades perceptivas son varias; tantas comoatributos distintos percibimos en los cuerpos.

Por ejemplo, la que nos hace percibir las varie-dades, la división de los objetos y de sus partes, lla-mada por esto mismo facultad analítica.

La que percibe las formas.La que percibe la extensión, ó el espacio que

ocupa.La que percibo el peso ó resistencia.La que percibe el colorido.La que percibe los números.Y asi sucesivamente.Pero en cada una de estas facultades perceptivas,

todas residentes en el cerebro, no sólo existe laatención de percibir ó formar la idea del cuerpo,sino también la memoria, ó sea la facultad de re-cordar la impresión anterior y prolongarla ó repro-ducirla durante más ó menos tiempo, la compara-ción, el raciocinio y la imaginación; es decir, queexisten en ellas todos los elementos que constitu-veii, según los filósofos, el entendimiento humano.

De donde se deduce que existen tantos entendi-mientos cuantas son las facultades perceptivas.

Por más que esto desagrade á primera vista,basta observar que cada sujeto ha nacido para dis-tinta cosa, para convencerse de la verdad que en-cierra.

Hay sujetos, por ejemplo, que son buenos músi-cos y no pueden ser buenos pintores.

Hay otros excelentes matemáticos que no puedenposeer bien los idiomas.

Otros, por el contrario, llegan á ser con facilidadconsumados políglotos y jamás serían medianosmatemáticos.

Vése, en otros términos, que cada individuo tienepropensión á diferentes cosas, dentro de las cuales

puede llegar á ser una notabilidad, al paso que nosirve para otras.

Lo cual prueba que existen estas diversas facul-tades, y que en cada una de ellas debe haber loselementos intelectuales indicados.

Si hubiera sólo un entendimiento común á todos,las variedades que hemos citado, y todo el mundoobserva con sólo fijarse en las personas, no existi-rían; bueno ó malo el entendimiento, el individuosería igualmente apto para todo.

Las facultades reflexivas son dos: la comparacióny la causalidad, con las cuales comparamos lasideas y apreciamos su relación de causa á efecto.

Ambas son generales, y lo mismo se ejercen so-bre un orden de ideas que sobre otro, y ademásellas son las que constituyen la reflexión, la con-ciencia ó el yo de los filósofos.

A tenor de lo que sucede con las facultades per-ceptivas, los instintos y sentimientos son varios yde diferentes naturalezas.

Así entre los primeros existen, por ejemplo, elde la conservación, el de la nutrición ó alimenticio,el de la reproducción, etc., etc., y casi todos nosson comunes con los animales.

Entre los segundos, ya más propios del hombre,como quiera que le sirven para sus relaciones so-ciales, hay, por ejemplo, el sentimiento de la glo-ria, el de la circunspección, el de la justicia, el dela benevolencia, el de la caridad, y otros varios queno es necesario detallar.

V.

lié aquí las facultades todas del hombre, ó, enotros términos, la maquinaria completa que, puestaen debido y armónico movimiento, constituye á lacriatura humana en su estado fisiológico, ó sea ensu estado normal.

Y decimos la maquinaria completa, porque la ra-zón, la conciencia, la voluntad y las pasiones de quese ocupan los filósofos, considerándolas muchascomo facultades aisladas, no son más que deriva-ciones de las dichas, estados ó movimientos delsujeto subordinados á las funciones de dichas facul-tades.

La razón, por ejemplo, como ya hemos dicho,está compuesta de la comparación y de la causa-lidad.

La conciencia no es más que la reflexión.La voluntad expresa el conjunto de deseos de

todos los impulsos del hombre, y tanto se ejercerespecto de los instintos y sentimientos, como delas demás facultades.

Las pasiones son estados exagerados de las apti-tudes, instintos y sentimientos del hombre que ne-cesitan vivamente ser satisfechos, porque si nó,hacen sufrir.

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H 2 A. P U L I D O . LA MUERTE C I V I L . 269

Compaginando detenidamente las citadas faculta-des, y analizando su influencia en lo físico y moraldel hombre, llega el doctor Mata á definir la razón,con relación al estado de cordura, diciendo do ellaque es:

El estado en que el hombre tiene el poder de di-rigir, por medio de sus facultades intelectuales re-flexivas y sus auxiliares, la realización de los im-pulsos ínleriores, con arreglo á las leyes del orga-nismo humano.

Cada uno de los términos de esta definición sopresta á un razonamiento en verdad satisfactorio, ypor el cual se llega á la persuasión de que, si noes exacta, por lo menos es una de las que mejordeben aceptarse.

El término principal de ella, el de más trascen-dencia social y jurídica, es el que el hombre puedadirigir voluntariamente sus acciones, y cuando eslono sea posible por las muchas causas que puedenimpedirlo, entonces tenemos la locura.

Luego la locura no es, en último término, másque un estado en el que el hombre no puede dirigirvoluntariamente sus acciones.

Ó si se quiero más extensa:Un estado en el que el hombre no dirige por me-

dio de sus facultades reflexivas y sus auxiliares larealización de los impulsos internos con arreglo álas leyes de la organización.

El modo ó manera como en el hombre se per-vierten sus facultades hasta obligarle á la realiza-ción de actos que repugnan á un buen sentido, loveremos después.

Por ahora nos limitamos á consignar que los pun-tos de partida de la locura pueden ser múltiples,como múltiples son las funciones que determinan elestado de razón.

VI.

La locura existe desde la más remota antigüedad.Débil la razón del hombro, tan débil como su

constitución toda, y comprometida á luchar con laspasiones y las preocupaciones, se comprende, singrandes esfuerzos, que muchas veces había de serderrotada, y por consiguiente lanzada en las caóti-cas esferas de la locura.

Pero si bien los desastres individuales y las pasio-nes arrastraron siempre muchos desdichados alabismo de su enajenación, es de notar que la histo-ria de la enfermedad que nos ocupa revela algo másgeneral que estos casos aislados, algo do más ínte-res para el filósofo que estudia los errores de lospueblos.

La locura, efectivamente, fotografía con exacti-tud los desaciertos ó pesadillas intelectuales de lahumanidad, cualquiera que haya sido su naturaleza.

Respetemos por completo la Historia Sagrada,

no obstante dentro de ella se encierren muchoscasos de alienación mental, que no dejan duda al-guna sobre su interpretación, y vayamos á edadesmás posteriores.

Dirijamos la vista á los tiempos heroicos de laGrecia, durante las épocas en que hacían furor lasescuelas filosóficas, ¡y cuántas veces los lugaresdonde se congregaban los sabios para discutir losarcanos de una soca y descarnada filosofía podíanmirarse como talleres de locura más que como cen-tros del saber!

Demos un gran salto, porque la extensión de unartículo no nos permite detallar mucho este exa-men, y busquemos la locura en la Edad Media, enesa época de las trovas y de las batallas, en la quelas serenatas, los torneos y las aventuras de laguerra, alternan con los sortilegios y los delirios dehidalgas fantasías, y vemos en medio de tanto qui-jotismo cómo la locura se colorea especialmentecon los matices del caballero andante, del enamo-rado trovador ó del nigromántico que busca los im-posibles.

Avancemos algunos siglos más, y entramos enplena edad moderna, la cual nos ofrece un estudioimportantísimo de la locura religiosa.

La lucha que venía observándose entre el cristia-nismo y el paganismo se hace más ardiente, másenconada.

En la tribuna eclesiástica, en las escuelas, en lasplazas y por todas partes se explican, más ó menosbastardeados, los misterios de la fe, y las contro-versias teológicas absorben los esfuerzos de lasmás privilegiadas inteligencias.

Lo sobrenatural y lo divino es el alimento cuoti-diano de todas las personas; y tanto se atracan deél, que concluyen sufriendo violentos retortijonescerebrales; y entóneos, desde el estúpido monarcaque se presta á una exorcizacion tan ridicula comoindecorosa para que le arrojen los demonios de sucuerpo, hasta el más ascético lego que cree conver-sar durante los desvarios de sus éxtasis contempla-tivos con las deidades celestes, el mundo se ve pla-gado de afectos nerviosos, de alucinaciones y lo-curas.

Y como estas preñeces intelectuales llevan sobresí las nebulosidades y místicas creaciones de lo in-comprensible, y como lodo lo misterioso ha con-movido y turbado siempre la inteligencia más quelas elucubraciones sobre lo que está al alcance dela razón y de los sentidos, de aquí que las doctri-nas teológicas hayan sido siempre las que más per-turbaciones han causado, y por ende las que máslocos han producido.

Esto es evidente, es indiscutible.La melancolía religiosa ha sido siempre la más

común de las enajenaciones mentales; y prueba de

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270 REVISTA EUROPEA. 1 6 DE ABRIL DE 1 8 7 6 . N.° 112ello es que los libros sagrados de todas las nacio-nes nos ofrecen infinitos ejemplos de esta locura.

En los tiempos antiguos, cuando multitud de sec-tas, y entre ellas la de los plilatónicos, ampliaronlas ideas religiosas con el culto á los astros y á losanimales, las enfermedades que surgían de estasabsurdas creencias fueron miradas como sagradas,y apreciadas de distinto modo según su manifes-tación.

líntre los enajenados, por ejemplo, unos eranalegres, atrevidos, temerarios, y predecían los su-cesos futuros.

Estos eran mirados con respeto; el pueblo loscreía felices, amigos y enviados de los dioses; se'os llamaba inspirados, y pasaban á los templos. jino sibilas ó sacerdotes encargados de consultar¡os oráculos.

Había otros cuya monomanía era reservada, tris-te y atormentada por temores y persecuciones reli-giosas, y se los consideraba como seres proscrip-tos y castigados por la cólera celeste.

Semejantes preocupaciones duraron mucho tiem-po, hasta que apareció el cristianismo colocando ála cabeza de las ideas religiosas la unidad de Dios.

Desde entonces la astrología, la magia, la sorci-liería y todos los recursos empleados por la cienciade las invocaciones, fruto en su mayor parte de losorfeistas, comienzan á declinar su preponderancia.

Los oráculos y las profecías de los templos sedesacreditan, y las sibilas y las vestales caducan,y les suceden firmes convicciones, ideas fijas sobre¡a existencia de los demonios, anunciados ya porPlatón y Sócrates.

El mundo de las ideas religiosas sufre una tras-forraacion notable, y la locura cambia de carácter.

El hombro, empapado en el poder de los espírituscaidos, teme ceder á las instigaciones del diablo, yde tal modo conserva tirante su imaginación estemiedo, que brecha su juicio y cae en la demonoma-nia, ó sea en la seguridad de ser poseso del de-monio.

Mientras la medicina no pudo conocer debida-.enle los trastornos de la razón enferma, y mién-

i,ras esta misma ignorancia conservó en la sociedadabsurdas y dañinas aberraciones, los desdichadosdemonomanos pagaron con su vida los extravíos deuna enfermedad.

¡Cuántas veces ciegos y apasionados tribunaleshan condenado ó muerte muchos infelices que me-recían la compasión de la sociedad y los cuidadosde la ciencia!

Consúltense algunas de las infinitas disertacionesteológicas compuestas desde el reinado de San Luisde Francia hasta el siglo XIV; que se lean esas fór-mulas clásicas que servían de norma para extirparla herejía, combatiendo los heréticos y discípulos

de Satán, y se verá cuántos monomaniacos han sidojuzgados herejes y combatidos como tales.

Es porque entonces que á los dioses, los semidio-ses y cuartos de dioses, los ángeles buenos y ma-los, se los suponía andando por la tierra, apoderán-dose tan pronto de unas personas como de otras, yplagando el mundo de zahones, saludadores, en-salmadores, brujos, hechizadores, endemoniados,adivinos, fantasmas, duendes, vampiros, brucólo-gos, redivivos, ánimas sueltas, etc., etc.; y enton-ces que las relaciones entre Dios y el hombre, entrola fe y el cusrpo, preocupaban con absurdas convic-ciones á los doctores cristianos y á los metafisicosmás esclarecidos, era muy fácil ver en un enfermoque padeciese de manía mística opuesta á la reli-gión, un hereje que convenía destruir á toda prisa.

Más aún: ante un recto criterio médico, ante unsevero examen de las facultades intelectuales y delo que pueden ofuscar la razón enferma, todos esoséxtasis divinos, que provocaban en el parasismo deuna contemplación profunda apariciones sobrena-turales, no son más que verdaderas alucinaciones óilusiones.

Vil.

Pero no continuemos sin antes hacer algunasaclaraciones que exige nuestra conciencia.

Tememos que se nos alcen en sentido de protestalos fanáticos católicos y los teólogos rutinistas, ca-lificándonos de hereje, y es necesario prevenirsecontra esta acusación.

Ya hemos manifestado en artículos anterioresnuestras ideas sobre la religión, y por consiguienteno debemos aparecer sospechoso á nadie; peroestamos ocupándonos de la locura, y donde veamossus extragos allí hemos de presentarlos.

Si las exageradas preocupaciones religiosas dealgunas épocas, hoy reckazadas por los mismos;Padres de la Iglesia (1), han causado infinitas en-fermedades mentales, fuérzannos á decirlo así laverdad del hecho y nuestros conocimientos sobrela materia.

¿Qué culpa tiene la verdadera religión cristianade que un visionario crea estar hablando con Dios,ni de que un iluso vea en un objeto cualquiera unadeidad sobrenatural? ¿Ni qué culpa tenemos los mé-dicos de que estos seres, venerados en épocas an-teriores, hayan sido empujados, por el sublimo ade-lantamiento de la ciencia, á un manicomio para quese les cure su alucinación ó su ilusión?

A Dios lo que es de Dios, y al César lo que es delCésar, dijo Jesucristo; y nosotros otorgamos á la

(11 Véanse los artículos de erudición eclesiástica publicados sobrela superstición en la Biografía univenit eclesiástica; las Tis/itucionr*de Teología pastoral. Madrid 1806, tomo n, pag. 35Í, y otras mucha*obra* r* ligio&as que se ocupan de la superstición.

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N.° 112 A. PULIDO. LA MUERTE CIVIL. 271religión lo que de derecho la corresponde, y com-prendemos dentro de la locura, y como tal estudia-remos lo que á esla enfermedad pertenece.

Pero adviértase que no porque asi pensemosvamos á cerrar indignados y furibundos contra tantorpes desaciertos y los que los cometieron: sinembargo de deplorarlos, los creemos disculpablesy hasta lógicos.

Y esto no porque haya entrado en nuestros pro-pósitos defender la religión, sino porque su historiaes la historia de todas las revoluciones y de todaslas reformas, lo mismo religiosas que políticas,científicas, comerciales y de todo género.

Cuando una escuela, un sistema ó una doctrinanueva, sea la que sea, trata de plantearse, es nece-saria la lucha; y una vez entablada ésta, si los ene-migos son muchos y poderosos, lo primero de todoes combatir, arrollar cuanto se oponga al prestigiode la doctrina naciente, pelear sin descanso y conpasión.

Después de conseguida la victoria, se piensa, serazona y se depuran los absurdos y desórdenescometidos en el fragor de la pelea.

Sin esta pasión, sin este esfuerzo desordenado dela idea, la victoria peligraría. ¿Qué importan lasvíctimas? Estas las hay siempre, y sobre ellas seasienta forzosamente y se consolida el fruto de to-das las revoluciones.

Nacida la religión cristiana en un modesto portal,perseguida cruelmente durante el Imperio romano,vigorosa siempre la herejía, su implacable adversa-ria, la cual tomaba distintos nombres según suspuntos de partida y los diferentes países en quepreponderaba, mucho más combatida á principio dela edad moderna por las predicaciones de infinitosreformadores, y amenazada de vez en cuando, y áveces hasta mutilada la integridad de la Iglesia porlos cismas, lógico era que la lucha por parte de losteólogos fuese titánica, que la pasión ofuscase lasinteligencias y que degenerasen los fervientes cató-licos en iracundos sistemáticos.

Ahora sigamos con la historia de la locura en susrelaciones con la religión, desde el siglo XV hastanuestros dias.

Los ligeros datos que expongamos los tomaremosde diferentes autores, pero muy especialmente dela bellísima obrado Calmeil (I), que recomendamos¡il examen y estudio de los hombres ¡lustrados.

VIII.

Existe una página notabilísima en la historia deFrancia que representa un admirable caso de alie-nación religiosa.

M) fíe la fofir cousiderte son» le poiiit de vue pattwlogique, filoxí)

ptúque, hmtoriquf- fi judien, hr, — Pscií».—CWz B. Raiüi.'re.— I8Ü5,

En Vaucoleurs (Lorena) nace de pobre y humildecondición una mujer llamada Juana de Arco, á laque desde sus primeros años se ve muy entregadaá las prácticas religiosas.

Tan ferviente era su pasión cristiana, y tan pro-fundos los éxtasis en que la sumergía su ascetismo,que, ya joven, cree escuchar la voz de divinidadesreligiosas, como San Miguel, San Gabriel, SantaMargarita y Santa Catalina, que la ordenan se apresteá la lucha, vaya al encuentro del Delfín y le obli-gue á levantar el sitio de Orleans para salvar laFrancia.

Juana de Arco no vacila; aquellas voces que ellaescucha proceden del ciclo, y es necesario cumplir:sus mandatos; la Francia, su patria idolatrada, pe-ligra, y hay que salvarla de los ingleses; y en estapersuasión siente desplegarse todo su ardor bélico.sus maravillosas facultades cerebrales se enarde-cen y se lanza con temerario valor á la pelea.

V entonces, aquella débil mujer se convierte enuna hermosa heroína de los combates, y cual ladiosa Belona, cubierta de fina y brillante armadura,infunde espanto y admira entre el fragor de la ba-talla.

Su mirada es rápida y penetrante como el relám-pago, su juicio discreto y acertado, su valor formi-dable, y su palabra tan elocuente como noble.

En el estruendo del combate alienta con entu-siastas y ardorosas voces á los guerreros, y hieresin compasión; en el reposo de la tregua prodigadulces y cariñosas frases al infeliz herido: en el uncaso es el ángel del exterminio: en el otro el ángelde la bondad.

Pues bien: este genio admirable, que perece en1431 entre llamas, cuando no contaha más que vein-tiún años de edad, más bien por encono de sus jue-ees^que por verdadera acusación, es, ante el juiciorecto de la ciencia, una monomaniaca, una infelizenajenada.

Las mortales inquietudes que sintió al ver supatria amenazada por los extranjeros, unidas á losdesvarios de su exaltación religiosa, alropellaronsu razón, salvó por casualidad un reino, apareciócomo soberbia capitana y se creó un nombre glo-rioso.

Hé aquí una monomanía que conduce á ¡a gloria.¡Cuántos notables ingenios habrán llegado á la

cumbre de su reputación arrastrados inconsciente-mente por una verdadera locura!

Siguió á este renombrado suceso otros que con-firman su importancia médica.

Apenas muerta Juana de Arco, aparecieron mu-chas jóvenes que so creyeron destinadas por elcielo á proseguir la obra de la heroína de Vauco-leurs.

La teomanía (manía religiosa) cundió bastante.

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272 REVISTA KüROTEA. 1 6 DE ABRIL PE 1 8 7 6 . N.°

Dos jóvenes de Paris también habían escuchadola voz de Dios que las ordenaba partir á la guerra,también sintieron inflamarse sus almas con el fuegode la libertad, pero los resultados no respondieroná sus propósitos.

Una de ellas, demasiado aferrada á que el espí-ritu de Dios la conducía, fuóentregada alas llamas,de las cuales escapó ia otra, después que la asegu-raron ser los demonios los que la alentaban, y sedeclaró arrepentida.

A tenor de estas dos hubo otras muchas.No habían trascurrido cinco años después de la

catástrofe de Juana de Arco, cuando en 1436 secreyó descubrir en el país de Vaud una clase dehombres adoradores del demonio, y de los que se•ocia se alimentaban con carne humana.

El grito de protesta que lanzó la sociedad fue es-pantoso. Se aseguraba que en los alrededores delierna, y de la Lausano principalmente, abundabanlos hechiceros, quienes, deseosos de agradar al de-monio, sólo aspiraban á ultrajar la moral y á come-ter crímenes de todas clases.

La autoridad temió esta efervescencia, y se creyóobligada á emprender pesquisas para castigar á losciudadanos sobre los cuales recaían sospechas.

Se cogieron centenares de infelices, fueron so-metidos al tormento por el juez de Boltingen y elinquisidor de Eude, y perecieron muchos de ellosen las llamas, después de declararse reos de loscrímenes que se les imputaban.

¿Puede admitirse como positivo este hecho mons-truoso?

Seguramente que si se atiende al testimonio delos inquisidores, de los magistrados, y aun las de-claraciones de muchos reos,lo admitiríamos sin va-cilar.

Efectivamente, gran número de estos infelices¡¡seguraban (4) pertenecer á una secta que jurabaobediencia al diablo, y entre otras prácticas y creen-cias absurdas, que no citamos porque sería exten-dernos demasiado, decían profesar la de exhumarlos cadáveres de los niños muertos por sus ceremo-nias, arrojarlos después en una marmita de aguahirviendo, separer sus huesos de la carne hechalíquida y potable, y con los restos todavía consis-tentes componían un ungüento que tenía mágicospoderes, como el de trasportar por los aires los su-jetos hasta donde quisieran.

Semejantes revelaciones, hechas por infinidad depersonas, algunas de las cuales sufrían resignada-mente su muerte, no podían dejar duda alguna á lasautoridades de aquellas épocas, en que los trastor-nos de la razón, y cuanto esta puede engañar y ha-cer ver al sujeto, eran completamente desconocidos.

(1) Nidvr. tu Malleo maleficoium.

Y esto no sucedía solamente en Francia; sucedíaen toda Europa, donde la lucha entre el cristianis-mo y el paganismo hacía fermentar la demonomaníay la teomanía.

Por eso, tanto durante los tres siglos que prece-dieron al reinado de Luis XIV, como en años poste-riores, las hogueras crepitaban con el tostamientode seres humanos, y las lenguas de fuego oscilabanal compás de aquellas gentes, que, ofuscadas por lafuerza de sus pasiones y de su misticismo ignorantey fanático, ya se convertían en locos antropófagos,ya en brujos, ó ya en dioses y santos.

¡Hecho notable y que revela más todavía la inter-pretación que venimos dando á estos desvarios! Eldoctor Edelin, de Soborna, se sacudo de aquellasabsurdas preocupaciones, asegura que el culto aldemonio era imaginario, reduee al silencio con sulógica y su elocuencia á los más afamados teólogos,califica de crueldad hacer morir á tanto desdichadoen las llamas, y cuando más tarde se le obligóá comparecer ante un tribunal para explicar elfondo de sus creencias, ya el doctor Edelin ¡estabaloco!

La misma monomanía que tanto había combatidose apoderó de su cerebro, y ante los jueces recono-ció (¡qué extraño es todo esto, y qué bien se explicaconociendo la razón humana!), reconoció que estabaen relaciones con el diablo, el cual le visitaba y lehabía convertido en un ser inmoral.

Este sorprendente lenguaje en un predicador dosu naturaleza, hacía tan indudable la locura, quelos jueces mismos, seguros de ella, no se atrevie-ron á condenarle á las llamas, y se limitaron á en-cerrarle en un calabozo, donde se consumieronpronto sus dias.

En 14S9 afirman los teólogos que el demonio hasentado su dominación entre los ciudadanos de Ar-tois, y se hacen las correspondientes prisiones.

Muchos de ellos aseguran asistir por las noches áreuniones secretas convocadas por el demonio; queallí se entregaban á los actos sensuales más impu-ros, y que por las mañanas se hallaban otra vez ensus domicilios y dentro de sus lechos, sin sabercómo habían sido trasportados.

Todo esto, como decía el doctor Edelin, y recuer-da Calmeil, no era más que efecto de los ensueños,fuertemente exaltados por las pesadillas dominan-tes, y que los individuos miraban como hechos au-ténticos y positivos.

¿Pero es posible esta ofuscación?—preguntaránnuestras lectoras.

Indudablemente que sí; y no sólo es posible, sinofácil, y lo lógico es que en aquella época sucedie-se así.

Pocos años después la demonomanía deja á loshabitantes de Arras (Artois); el olor á carne que-

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N.° 112 D. BERNARD. DESCUBRIMIENTO DE UNA CAVERNA. 273

mada debió ahuyentar al demonio, y este se mar-chó á otro sitio, á la Alemania.

El Papa Inocencio VIII promulgó en 1484 una bulaal mundo católico, en la que indicaba que la demo-nolatría había echado raices en Mayence, Treves,Saltzbourg, Bresne y otros puntos de Alemania.

La sociedad se estremeció con esta noticia; eldemonio estaba en las márgenes del Rhin,y comen-zaron á referirse los más horrendos crímenes, seexageró el poder de los maleficios heréticos, cuyainfluencia se extendía ya hasta la salud pública, á laturbación del equilibrio atmosférico, al desarrollode las epidemias... etc., etc.

En el trascurso de cinco años después de estapromulgación, más de cien mujeres de diferentescomarcas y distintas edades perecieron achichar-radas, asegurando que habían disfrutado de relacio-nes carnales con el demonio.

Las matronas mismas se vieron señaladas por elclamor público.

Ellas andaban con niños, y debían estar afiliadasal diablo, porque éste gustaba mucho de las cria-turas.

En Dann, en la diócesis de Bale, una matrona pe-rece abrasada por suponerla autora de cuarentaasesinatos en criaturas, y en Estraburgo se arroja áotra matrona a la hoguera.

Había entre los reos que entonces so quemabanalgunos llamados tempesíeros, porque se les supo-nía desarrollar tempestades.

Entreteníanse una tarde algunos aldeanos y aldea-nas en danzar en las inmediaciones de Bale, cuandofueron sorprendidos por una súbita tempestad queles obligó á interrumpir el baile.

Una desdichada, que no había sido admitida en ladiversión y se hallaba irritada por esto mismo, seacusó de haber provocado la tempestad para ven-garse.

«El demonio,—dijo ella,—ha querido secundarmis propósitos, y me arrebató por los aires hastadejarme en el vértice de la montaña. Allí practiquéuna excavación en la tierra, donde deposité la ori-na, y con este liquido se formó la tempestad.»

Esta cuitada murió en el fuego por hechicera.Otras muchas que se acusaron de provocar tem-

pestades, murieron también por condena de los in-quisidores.

En 1491 las monjas de un convento de Cambrayson poseídas del demonio.

Este suceso, citado por infinidad de autores an-tiguos y contemporáneos, se repitió en otros mu-chos conventos.

Los síntomas de la posesión eran evidentes.Las atacadas perdían el juicio y el recogimiento

propios de su profesión; corrían como alanos al tra-vés de la campiña, se lanzaban al aire, trepaban á

los árboles y se dejaban colgar como si fuesen ra-cimos; bailaban, gritaban, cantaban, daban aullidosy simulaban gritos de animales.

¿Cuál es la causa de esta pocesion? ¿Por dónde haentrado el diablo?

Se le pregunta al demonio, y éste responde quehabía invadido á las reclusas por una religiosa lla-mada Juana Pothiere, con la cual había tenido 434impúdicas confabulaciones en el claustro, desde laedad de seis años.

¡Qué horror! Hay que castigar á Juana Pothiere, yel tribunal la condena á morir en una prisión.

Conckiiüvá.)DR. ANOEL PULIDO.

DESCUBRIMIENTO DE UNA CAVERNA

¡>E PIEDRA l'l'UMENTADA

Cerca de Belfort se ha hecho un descubrimientoarqueológico importantísimo, que describe de estemodo el Dr. Bernard, médico de dicha localidad:

El °2 de Marzo, estando varios obreros extrayendomateriales de un terreno calizo jurásico para laconstrucción de un fuerte, hicieron estallar unamina. La explosión de la roca descubrió un pequeñoorificio correspondiente á una cavidad, cuya exten-sión y profundidad no podía apreciarse desde lue-go. Abriendo un poco más el orificio, se atrevieroná penetrar en su interior los obreros, provistos decandiles, y se encontraron en una vasta caverna,cuyo suelo, muy desigual y en declive, empezabatres metros más abajo de la abertura de entrada. Lasorpresa de los obreros, ya muy excitada, llegó á sucolmo cuando, al andar por aquel tenebroso antro,tropezaban con innumerables cráneos y osamentashumanas. No se encontró ninguna puerta, ningunaabertura, ninguna comunicación con el exterior;reinaba el silencio más profundo y la oseuridadmáscompleta; tampoco había indicio alguno de vidaorgánica.

Avisados los capataces primero y los ingenierosdespués, pudieron éstos contener el desorden de losobreros, que estropeaban algunos cráneos, sin sos-pechar la importancia científica del descubrimien-to. El día siguiente llegaron personas competentes,entre ellas el Sr. Parisot, alcalde do Belfort y autorde una obra de geología; M. Dietrich, presidente dela Sociedad de emulación de Belfort; M. Yundt, in-geniero jefe de puentes y calzadas, y Félix Volol,los cuales hicieron una minuciosa inspección.

El fondo hacia la izquierda presentaba un espec-táculo imponente, una especie de altar formado pormagníficas estalagmitas en columnas, sin las estac-

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274 F.KVISTA EUROPEA.- -16 ABRIL DE 1 8 7 6 . N.° 4 12

titas correspondientes, y semejantes á los mauso-leos de mármol blanco de una necrópolis. A la luz

de las lámparas este espectáculo era verdadera-mente mágico.

El aspecto do necrópolis no era una (loción, unefecto de ilusión, sino una realidad. Avanzando conprecaución en el laberinto de cantos amontonados,se observó cierto arreglo sistemático en forma dedólmenes. En las cavidades seminaturales, semi-arlificiales se veían cabezas enteras perfectamenteconservadas, cráneos rotos ó incrustados en las es-talagmitas, tibias, l'éinurs, húmeros y otros huesosde diferentes tamaños.

En otra parte de la caverna se han encontradocuchillos de sílex tallado, tres hermosos vasos debarro negro con dibujos y en forma de urnas, pare-cidos á los encontrados por M. Eduardo Dupont enla caverna do Furfoos, en Bélgica, pero en estado deintegridad perfecta. También se han encontradobrazaletes de piedra tallada.

En diferentes direcciones se veían galerías más ómenos accesibles, y en una de ellas una especie deaglomeración de dólmenes. Evidentemente era unaverdadera necrópolis de la edad de piedra puli-mentada.

Este descubrimiento era demasiado precioso parala ciencia para que no se tomasen en seguida lasprecauciones necesarias á su conservación. Dió-ronse órdenes para cesar por ahora los trabajos deexplotación de la cantera inmediata y para impedirel acceso á la multitud, ansiosa de ver una cavidadde 36 metros de largo por 10 de ancho y otros 10de alto, sin contar las cavernas laterales que se co-munican con la grande por medio de estrechas ga-lerías. Por diferentes indicios se puede conjeturarque estas cavernas secundarias son muy numerosasy se extienden á lo lejos formando un verdaderolaberinto.

M. Félix Volot, encargado oficialmente de la di-rección-de las investigaciones, ha emprendido yaalgunas, sacando pedazos de esqueletos de los in-crustados en las estalagmitas, y espera sacar unesqueleto entero. Ya tiene reunido un osario pre-cioso que permite útiles comparaciones y reflexio-nes sobre ciertas condiciones de la vida de loshombres prehistóricos.

Pero no se limita á todo esto el interés del des-cubrimiento, sipo que este envuelve un manantialdo informaciones sobre las edades lejanas, cuyahistoria trata de constituir la ciencia moderna.

Hasta el presente las primeras exploraciones nohan hecho descubrir más que una caverna funerariade la edad de piedra pulimentada, una necrópolisencerrada hace muchos siglos y que sólo revela deun modo limitado las costumbres de una época rela-livamente moderna en la historia del hombre. Pero

inducciones serias hacen esperar riquezas muchomás importantes que descubrirán las excavacionesque sistemáticamente se van á emprender. La posi-ción topográfica de la caverna, sentada on una delas capas inferiores del piso jurásico (terreno oolí-tico inferior, batoniano), sobre el límite exacto dela orilla del antiguo mar jurásico, enfrente de unamontaña squistosa del terreno de transición (devo-niano), hace esperar todo un mundo de riquezas pa-leontológicas de la época cuaternaria, de la épocaterciaria y aun de la época cretácea.

Nuestra imaginación, guiada por juiciosos razona-mientos, nos hace ver ya á algunos metros bajo elsuelo de la caverna, en el fondo de esas galenascasi verticales y por ahora insondables, cuyas fo-sas se ven entre los dólmenes sepulcrales y losmontones de cantos, así como en las galerías late-rales, inmensos yacimentos de las faunas cuaterna-ria y terciaria, y quizá (¿por qué nó?) el hombre delas cavernas, un verdadero troglodita. Tenemos ra-zones para buscar y grandes probabilidades de en-contrar.

Si estas esperanzas se realizan, se habrá conse-guido fijar un punto de la habitación del hombre enlas primeras épocas de su aparición, y suministradouna piedra para el futuro monumento de la geogra-fía prehistórica. Esta parte filosófica de la cuestiónenvuelve quizá un interés mayor y superior á todaslas demás consideraciones.

DR. BERNAP.D.(Revue scientijique.)

BOLETÍN DE LAS ASOCIACIONES CIENTÍFICAS,

Ateneo de Madrid.SECCIÓN DE LITERATURA V BELLAS ARTES.

8 DE A B I Ü L .

E L T E A T R O E S P A Ñ O L .

Después de dos rectificaciones de los señores Vi-dart y Revilla, en que cada uno de estos oradoresacentuó sus opiniones, favorables el primero y con-trarias el segundo al moderno realismo francés, selevantó el Sr. Va lera y pronunció un notabilísimodiscurso, en e! cual dio nuevas muestras do ese in-genio analítico, de ese gracejo ático y punzante, deesa copiosísima erudición que tanto distinguen lasobras del célebre hablista y académico.

El progreso y la civilización existen cada vez enmayor escala, decía el Sr. Valera; se progresa enlas ciencias, en las artes y en todas las manifesta-ciones del espíritu humano; la civilización no sepuede perder, porque no estamos en épocas en quepuedan temerse irrupciones de pueblos bárbaros.

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N.° 4 12 J . VALERA. EL TEATRO ESPAÑOL. 2 7 5

La moderna constitución de las sociedades, el dere-cho público internacional, las comunicaciones y losadelantos Lodos de la ópoca presente nos garanti-zan contra todas y cada una de las causas que pue-den producir el eclipse de la civilización. Verdades que hay dos ó tres cosas en que se detiene laley del progreso; pero estas no son más que excep-ciones, y en todo caso están justificadas por cir-cunstancias particulares, como, por ejemplo, lapoesía épica. Esta necesita para su inspiración gran-des épocas de renacimiento, esos tiempos en quelos pueblos despiertan de un gran sueño á la vidade la civilización, ó momentos históricos do los que>por conquistas ú otras causas, levantan a gran alturael poder, la influencia y el entusiasmo nacional delos pueblos; y claro es que no teniendo nada deesto las épocas modernas, cuyo espíritu se con-densa en el estudio, en el análisis y en la crítica, ycuyo progreso es lento y paulatino, sin sacudimien-tos ni conquistas, no puede existir ia poesía épica.

Fuera de esta y alguna otra excepción, creo quenadie puede negar la existencia del progreso y lacivilización que, lejos de debilitarse, se acentúancada vez más y no pueden perderse. Y siendo estoasí, ¿cómo se dice que el teatro está en decadencia?Puede admitirse que haya decadencia en la poesíaépica, que deba haberla en todas las manifestacio-nes de creencias y costumbres de otras épocas queen nada se parecen á las actúalos; pero la comediay el drama tienen carta de naturaleza en los momen-tos presentes, están intimamente ligadas á nuestromodo de ser y á nuestras costumbres, y no necesi-tan milagros ni supersticiones ni batallas ni con-quistas para florecer.

No hay un ideal, es verdad; no hay una aspira-ción única y unánime de las que, en tiempos remo-tos, han condensado toda la vida y toda la fe y todala tendencia de los pueblos; pero, en cambio, haymuchos ideales, y esto, lejos de sor perjudicial, esconvenentísimo, porque hay para todas las inclina-ciones, cada cual puede escoger el que guste, y elteatro tiene mayor riqueza, mayor variedad parasus manifestaciones.

Á propósito de lo que se ha anatematizado en estadiscusión la llamada inmoralidad del realismo fran-cés moderno, el Sr. Valera, sin defenderlo absolu-tamente en todas sus tendencias, hace una compa-ración extensa y detallada de esa inmoralidad y dela que se desprende, no solamente del fondo, sinotambién de la forma de la mayor parte de las obrasde los siglos XVII y XVIII, épocas que se citan en-frente de las modernas. Al efecto cita, analiza ycritica el Sancho Orlü de las Roelas, el Quijote deAbellaneda, La villana de Vallecas y las novelas dedoña María de Zayas, especialmente la titulada Elprevenido enyañado. Acerca de esta última se de-

tiene bastante el Sr. Valora, y después de referir,como puede y salvando las conveniencias, el argu-mento de la novela, verdadero conjunto de inmora-lidades y obscenidades, cita la moraleja que la au-tora pone en boca de uno de los personajes:«Gocemos y divirtámonos, amigas, que tiempo ten-dremos para arrepentimos;» y hace notar, por úl-timo, que esta obra está censurada y autorizada porla autoridad eclesiástica con la fórmula de no con-tiene nada contra la moral y la pureza de las cos-tumbres, y frases galantes para la autora.

La restringida ilustración de otros tiempos eraobstáculo casi insuperable á la poesía dramática,y, sin embargo, no se decía que el teatro estaba endecadeucia, porque realmente no lo estaba, y re-presentaba, como en todo, un progreso y un ade-lanto respecto de épocas anteriores. Hoy poseemosgrandes conocimientos cuya esíera se ensanchacada vez más, y estos grandes conocimientos nopueden monos de favorecer el florecimiento delteatro, como el de todas las manifestaciones del es-píritu humano.

No hay, pues, fundamento alguno para la deca-dencia de que se habla; no debo existir tal deca-dencia. Pero se dirá: la hay, aunque no deba ha-berla. Esto ya es otra cosa.

De que en los grandes periodos de la humanidadhaya épocas en que no se den, como en otras,ciertas manifestaciones, no puede deducirse quebaya verdadera decadencia. Hoy tenemos más ele-mentos que nunca para el florecimiento del teatro,y, sin embargo, no brillan los autores dramáticos.¿Por qué? Porque ahora no es tiempo de teatro. Es-tamos en una ópoca de agitaciones políticas y so-ciales; grandes problemas é intereses agitan á lahumanidad, y lodos los talentos convergen haciala preocupación general. Ahora no es tiempo deteatro" por la misma razón de que en la primaverano puede cogerse el trigo. Ya pasará esta época yvendrá otra, y como hay grandes elementos y lasiembra está hecha, recogeremos la cosecha deautores dramáticos. Y si no se recogiera, si se diese,como suele en la tierra, un año malo, no podríamosdecir todavía que habría decadencia, sino alternati-vas naturales. Un poeta nace cuando Dios quiere,no se forma en ningún laboratorio ni en escuelaalguna.

No contribuye tampoco á una decadencia que noexiste, otra de las causas que se citan. El génerobufo en nada se opone á la poesía. Que haya en laescena cascadas y puentes y pórticos alumbradospor la luna y hasta dragón chino, si el argumento dela obra lo requiere, ¿en qué se opone á las galas dela poesía y á la verdad de la obra? Que haya bailari-nas y comparsas agrupadas artísticamente alrede-dor de una fuente ó de un trono, ¿qué entorpecí-

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276 REVISTA EUUOPEA. 1 6 DE ABRIL DE 1 8 7 6 . N.° 112

miento pono al talento del poeta y á la idea moralde su obra? El espectáculo se combina perfectamentecon la poesía.

Se dice que los actores son malos; pero ¿los haríabuenos la protección oficial? Aquí se puede repetirla misma comparación de la cosecha, unas veces sedan más actores buenos que otras. Se dice que enEspaña no tenemos tantas y tan buenas actricescomo en Francia; es verdad, pero para esto hay ra-zones determinantes que, no por pertenecer á ciertogénero, son menos exactas. Aquí una actriz es unaseñorita como otra cualquiera, que vive con su fa-milia, y cuya vida en nada se diferencia de la de lasdemás jóvenes de la clase media, como no sea enque, en vez de dedicarse á los cuidados domésticosy labores de su sexo, tiene que aprender sus pape-les, asistir á los ensayos y salir por la noche á lastablas, generalmente bajo la vista y vigilancia de sumadre ó de su marido. En Francia no sucede estopor regla general; allí vina actriz vive independientey libre; tiene trato íntimo y diario con toda clase deartistas; generalmente sostiene una temporada rela-ciones íntimas con un banquero, otra con un lord,otra con un nabah de la india, y á veces con monar-cas extranjeros; gasta, derrocha, asiste á todas par-les, todo lo ve y todo lo sabe; y, naturalmente, deeste cúmulo de relaciones y de .roces, nacen cono-cimientos, enseñanzas ó ilustraciones que se tradu-cen en dominio de la escena, desembarazo, flexibili-dad para varios géneros, tipos y papeles, y esos mildetalles que tanto nos encantan en la actriz france-sa. ¿Cómo hemos de exigir esto á nuestras dignasactrices? Aquí no vienen kedives ni potentados, aquíno hay el demi-monde francés, aquí, afortunada-mente, estamos muy por debajo de ese brillanteoropel.

No pensaba, añade más adelante el Sr. Valera,tratar boy la cuestión de la protección oficial queconstituye, á lo que parece, el bello ideal de mu-chas personas para contener la llamada decaden-cia del teatro; pero, ya que de alguna manera hemanifestado mi opinión contraria á asta protección,al decir que no podría hacer buenos los malos ac-tores, diré algunas palabras sobre este asunto.

La protección oficial en la poesía lírica y en lapoesía dramática no puede conducir á ningún resul-tado positivo. Un ejemplo lo demuestra. Cuando laAcademia Española ó la Biblioteca Nacional hanabierto concursos para premiar obras de erudición,se han presentado tres ó cuatro obras y el fallo hasido considerado justo, aun por los mismos autoresdesairados, porque realmente se trata de obras quepueden ser apreciadas con exactitud y medido sumérito equitativamente; pero cuando esas mismasú otras corporaciones han abierto concurso parapremiar una oda ú otra poesía cualquiera, se han

presentado setenta ó cien obras, y la justicia delfallo se ha discutido por todos los medios imagina-bles, porque todos se consideran aptos para escri-bir una oda, porque todos creen que su poesía esla mejor, y porque no habiendo más criterio que eldel sentimiento para juzgar de las obras poéticas,ningún jurado puede tener absoluta confianza en supropio juicio.

Un tribunal nombrado por el Gobierno nunca po-dría tener la confianza de los autores, porque,aparte de los disgustos y divisiones á que sus fallosdarían lugar, y aparte también el inconveniente delas tendencias políticas que podría tener como ger-men de un sinnúmero de dificultades, siempre ha-bría de resultar que ese tribunal se equivocaríadiariamente, siendo silbadas por el público come-dias juzgadas por él favorablemente y vico-versa.¿Habría prestigio posible ni resultados de ningunaclase con este sistema?

El teatro puede vivir y vive perfectamente sin laprotección oficial que esterilizaría todos los esfuer-zos, crearía cada vez mayores dificultades, ahonda-ría las divisiones que ya existen en las esferas ar-tísticas y sería manantial inagotable de disgustos ysinsabores. Además, no podemos calcular adondenos llevaría la protección oficial á la literatura dra-mática. ¿Se quiere que, teniendo el Gobierno unaciencia oficial cuya enseñanza nos impone, y unareligión del Estado, cuya profesión quieren algunoshacer extensiva á los que tienen otra ó no tienenninguna, haya también un teatro oficial á cuyos mol-des y tendencias y prescripciones gubernamentalestengan que ceñirse todos los autores? Pues este se-ría el resultado de la protección oficial, y por esoes extraño que personas tan ilustradas y de opinio-nes tan liberales como los Sres. Revilla y Alcalá Ga-liano se decidan de una manera tan rotunda en fa-vor de la protección oficial al teatro.

La protección oficial es útil y conveniente, apli-cada á todo aquello que el público no paga. Unaobra de erudición, útilísima para la historia patria;una colección de estatuas de los principales perso-najes españoles, verdaderos monumentos de las glo-rias nacionales y bellísimo ornato de las poblaciones,son cosas que el público no costea directamente, ypor lo tanto, puede hacer el Gobierno, protegiendoal publicista y al escultor. Si España estuviera enel caso de continuar su espíritu aventurero de otrasépocas, y pudiese contribuir ai progreso de los es-tudios geográficos, nada más natural que el Go-bierno protegiera y subvencionara expedicionescientíficas al centro de África ó al Polo, como hacenotras naciones, porque eso no corresponde al pú-blico. Pero el teatro y los autores dramáticos, queno tienen ni pueden tener más juez que el público,se halla en el caso de no tener más protección ni

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N.° 112 D. BOUCHUT. HIPNOTISMO ESPONTÁNEO. 277

más guía, ni más dirección que la que el mismo pú-blico le señale.

¿Quiere esto decir que no haya mecenmjo, per-mítase la palabra? De ningun modo, pero en la es-fera particular é individual. ¡Ojalá tocara Dios, eldios de la inspiración, Apolo, en el corazón de tan-tos potentados como hay por esos mundos derro-chando oro ó atesorando calderilla, y le indujera áproteger, bajo un punto de vista artístico y conve-niente, la literatura dramática y todas las industriasy familias que viven del teatro!

El discurso del Sr. Valera, que dejamos extrac-tado, fue interrumpido varias veces por los aplau-sos de un numeroso auditorio que desde tempranollenaba los salones del Ateneo, ávido de oir al dis-tinguido académico.

MISCELÁNEA.

Hipnotismo espontáneo.

Trátase de una joven de diez años, que llevacinco meses de aprendiza en un taller de confecciónde chalecos de hombre. Después de un mes de tra-bajo asiduo, pero no exagorado, al coser unos oja-les perdió el conocimiento y durmió una hora. Vuel-ta en si, se puso de nuevo á trabajar y le repitió elaccidente. En los dias siguientes, cada vez que ledaban á coser ojales se reproducía el hipnotismo,pero cuando trabajaba en otra cualquiera clase docostura permanecía sin novedad. El doctor Bouchuttuvo conocimiento del hecho y quiso presenciarlo:se le dio á la joven trabajo de ojales, y apenas dioalgunas puntadas cayó pesadamente al suelo dormi-da por completo. M. Bouchul la levantó, observó lacatalepsia de los brazos y de las piernas, la dilata-ción déla pupila, la lentitud del pulso ó insensibili-dad completa. El sueño duró tres horas, y la jovenvolvió en si sin sentir nada de particular. Repitiósela prueba el dia siguiente, y el sueño no duró másque una hora. M. Bouchut se cercioró de que cual-quiera otra clase de costura no producía hipnotismoen la joven. La nevrosis de esta se halla, pues, ca-racterizada por sueño, anestesia y catalepsia. Es elhipnotismo de Braid, Esdaile y Azem; pero mientrasque este es experimental, es decir, un hecho deter-minado por el cansancio especial de la vista, queresulta de la fijeza de la mirada y de un estrabismovoluntario, el caso de M. Bouchut es un hecho dehipnotismo espontáneo. Pero el uno explica el otro,y probablemente sólo hay en ambos casos una exci-tación pasajera de ciertas regiones de los centrosnerviosos, por consecuencia de un desorden vaso-

motor de orden reflejo, desorden vaso-motor de-lerminado poruña excitación periférica.

* * *Influencia de los colores en los locos.

El doctor Ponza, médico del hospital de locos deAlejandría (Italia), acaba de pasar una nota muy cu-riosa á la Sociedad Médico-Psicológica de París, enla que consigna los hechos siguientes:

1." Un monomaniaco, de aspecto sombrío, cuyodelirio ofrecía un carácter taciturno, y que rara vezcomía por su gusto, fue encerrado en una habitaciónque sólo recibía luz á través de unos cristales rojos,y cuyas paredes se habían pintado del mismo color.Tres horas después so le veía alegre y risueño, ypidió que le diesen de comer.

2.° Otro monomaniaco, que estaba constante-mente con las manos crispadas tapándose la bocapara impedir la entrada del aire envenenado, y conel cual se habían empleado sin éxito diferentes tra-tamientos, fue encerrado también en la habitaciónroja, y al dia siguiente, después de un largo sueño,almorzó con apetito, mostrándose desde aquel mo-mento completamente curado.

3." Un loco bastante violento, al que había sidopreciso poner la camisa de fuerza, fue encerradoen una habitación pintada de azul, con cristales delmismo color, y al cabo de una hora se le encontrómucho más tranquilo.

4." Un enajenado que permaneció en otro apo-sento pintado de color de violeta, salió curado al diasiguiente.

El autor de esta nota cree que puede darseaplicación á los colores en muchos casos, talescomo los de corea, histerismo, epilepsia, eclam-psia, etc.

Segím el mismo, el color violeta está llamado áproducir grandes resultados.

Sabido es que dicho color ejerce una influenciamuy notable sobre los animales y las plantas. Losanimales engordan rápidamente bajo la acción de laluz violeta, y los vegetales so desarrollan extraor-dinariamente bajo campanas de cristal del mismocolor.

A juicio del P. Secchi, convendría situar al Le-vante ó al Mediodía las habitaciones de color quese destinasen á los enfermos.

Sabiendo que los rayos luminosos encierran pro-piedades electro-químicas, nadie se negará á acep-tar la idea de que pi edan tener eficaz aplicación enel tratamiento de ciertas enfermedades.

**#El vino de naranjas.

En las islas Canarias ha empezado á generalizarseentre los agricultores la confección de un vino de

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27iS REVISTA EUROPEA. 1 6 DE ABRIL DE 1 8 7 6 . N.°

naranjas, acerca del cual escribe el Sr. Castillo, delas Palmas:

«Se hace un jarabe con 40 lihras de azúcar y 12cuartillos de agua. Se cuecen además 40 libras decortezas blancas y esponjosas de naranja con 12('uarlillos de agua, y, por último, se esprime lacantidad suficiente de frutos para obtener 12 cuar-tillos de zumo.

«Hecha cada una de estas cosas, se une toda lamezcla, y agitándola en vasija de vidrio ó de made-ra, se deja por seis semanas en fermentación a latemperatura de 14 grados Reaumur, quedando el ta-pón algo flojo para que salga la espuma. Concluidala fermentación, se tapa bien por tres meses, al cabo.le los cuales se embotella.»

No todos los que han tratado de fabricar este vinoSian obtenido felices resultados, aun sirviéndose delmismo método y de iguales cantidades, lo cual debeatribuirse á las diferencíasele clima ó estación. Estomismo indica que por ahora el método expresadosólo debe aceptarse como ensayo.

Las cenizas de Colon.

Sabido es que el ilustre navegador genovés mu-rió en Valladolid el 20 de Mayo de 1506; pero, con-forme á su última voluntad, sus restos mortales fue-ron trasportados á Santo Domingo. Cuando la parleespañola de la isía pasó á la dominación francesa,los descendientes de Colon hicieron trasportar suscenizas á la isla de Cuba, donde fueron depositadasrn la catedral, y allí permanecen.

En estos últimos tiempos, y á instancias de la so-ciedad obrera de Genova, parece que se han hechogestiones para que se entreguen los restos del granColon á la municipalidad do su país natal.

VExplora.teur, al dar cuenta de este hecho, dice<jue el Gobierno do España ha contestado dando supermiso á la traslación, pero que en la isla de Cubahan surgido dificultades que harán imposible satis-facer el deseo de los genoveses.

Parócenos que VBxplorateur no está en lo ciertoal consignar la aquiescencia del Gobierno españolpara que salgan de sus dominios los restos del ilus-tre descubridor de América.

II Guarany.

En Barcelona, donde no es raro se conozcan yaprecien por el público antes que en Madrid las ópe-ras nuevas de los compositores contemporáneos,acaba de ponerse en escena II Gitarany, del maes-tro brasileño Carlos Gómez, el cual, después de an-dar de la ecca á la meca con su obra debajo delbrazo, como le sucede á todo compositor novel,pudo pasar el Rubieon de las dificultades teatrales,

gracias á la eficaz protección de la viuda Lucca, ac-tual poseedora de una de las casas editoriales másfuertes de Italia, y como tal, una verdadera poten-cia en los asuntos artistico-teatrales; y ha tenidopor fin el placer de verse en escena en diferentes

j teatros, y últimamente en el Liceo de Barcelona.! A decir verdad, no ha sido un éxito colosal, ni

mucho menos, el obtenido por el maestro brasi-! leño; pero su obra revela ciertas apreciables cuali-| dades que, bien dirigidas y aquilatadas en el estu-| dio, pueden llegar á producir excelentes resultados.! En algunos puntos, como en Barcelona, la obra sei ha puesto, después de pomposos anuncios, con más] pretensiones de las que sin duda abrigaba su autor,

y esto ha perjudicado bastante al éxito. Así y todo,este ha sido bastante estimable para un principiante.Tiene frases inspiradas y orquestación cuidada, si-quiera ambas cosas no sean perennes en toda laobra, pero sí revela en la mayor parte de las situa-ciones un gran conocimiento de la escena en suautor.

La generación espontánea.

El Dr. Tyndall ha leido en la Sociedad real de Lon-dres una Memoria sobre la misión óptica de la atmós-fera relativamente á los fenómenos de la putrefac-ción y de la infección. Ha sorprendido á sus oyentescomunicándoles mucho más de lo que indica el títulode su trabajo, porque ha demostrado, por mediode brillantes experimentos, que la generación es-pontánea es absolutamente imposible, y que si so-luciones expuestas al aire libre suministraban seresvivientes, era porque habían sido impregnadas delas partículas vivientes que flotan en el aire.

Se sabe hace mucho tiempo que el aire comple-tamente privado de partículas flotantes, por el fue-go, la acción de los ácidos ú otras causas, no pro-duce seres vivientes. Después se ha demostrado porlas investigaciones del Dr. Tyndall en 1868 y 1869que la filtración á través de la lana y de! algodón,clarificaba el aire tan eficazmente como el fuego, yque el aire así purificado no difundía la luz. Una cá-mara de cristal llena de aire purificado permaneceoscura aunque esté colocada delante de un vivo yconcentrado foco. No contiene nada que refleje ódisperse la luz, y, por lo tanto, se puede admitircomo un axioma que el aire que ha perdido su po-der de difundir la luz ha perdido también su facul-tad de producir la vida.

Los módicos do los hospitales saben ya que elaire que ha pasado por los pulmones no produceputrefacción, porque ya está filtrado y se le puedehacer entrar en las venas sin que resulten malasconsecuencias.

La importancia de todo esto acerca de la genera-

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EXPOSICIÓN NACIONAL DE BELLAS ARTES. 279

cion espontánea, es evidente. M. Pasleur ha decla-rado que la generación espontánea es una quimeray que, siendo así, será posible desterrar las enfer-medades parasitarias ó contagiosas; véase, pues, sies importante este asunto respecto de los fenóme-nos de la putrefacción y de la infección.

El De. Tyndall encuentra ahora que el aire puedehacerse ópticamente puro, dejándole simplementetres ó cuatro dias en una cámara cerrada sin agi-tarlo ni turbarlo. Todas las materias flotantes se de-positan, y el aire clarificado deja de trasmitir la luz;las soluciones que se colocan en él permanecen in-alterables, aunque se las deje durante meses, mien-tras que soluciones semejantes expuestas al aireordinario suministran bacterios al cabo de veinti-cuatro horas ó dos dias.

El número y la variedad de los experimentos deTyndall no dejan duda alguna sobre la exactitud desus conclusiones. Es evidente que tienen una granimportancia, pero los que creen en la generaciónespontánea no las aceptarán sin lucha.

(Athenewrn.)

***Exposición de Bellas Artos.

Como preliminar de los juicios que hayamos deemitir acerca de las obras presentadas en la Expo-sición de Bellas Artes que acaba de abrirse, debe-mos dar cuenta de la inauguración verificada el dia8 con asistencia de S. M. el Rey, el Gobierno, elcuerpo diplomático extranjero y corporaciones ofi-ciales.

El director de Instrucción pública Sr. MaldonadoMacanáz pronunció un erudito discurso, recordan-do los servicios que las bellas, artes deben á ladinastía que S. M. representa, y los que tienen queagradecer al protectorado artístico de la Iglesia.Citó los nombres de los artistas que han concurridoá este certamen, y manifestó que si este es menosnumeroso que otros anteriores, se debe á que almismo tiempo se celebran las Exposiciones de Parísy de Füadelíia.

S. M. el Rey contestó con un breve discurso, ma-nifestando su satisfacción por presidir, por primeravez en su reinado, una Exposición de Bellas Artes.

El número de obras presentadas asciende á S03cuadros, repartidos entre las diferentes clases depintura, dibujo, litografía y grabado en láminas, y31 esculturas. Entre estas hay algunas de un méritosobresaliente, como un Cristo de Valmitjana y ungrupo de Grajera.

Entre los paisajes y marinas que más nos han lla-mado la atención, figuran las de Haes, Urgellés yMonleon. Hay cuadritos de género, aceptables, deFranco v Torra. De historia el cuadro que más atrae

las miradas por su tamaño es el del Sr. Nin, querepresenta los cadáveres de Daoiz y Veíanle, de-positados on la cripta de San Ginés el 3 de Mayode 1808. También hay buenos grabados de Maura,Martínez y Padüla, y una numerosa colección deacuarelas del Sr. Serra.

S. M. el Rey adquirió en el acto dos cuadritos deValdivia, que representan corridas de toros en pe-queños pueblos de Aragón y Castilla.

* • * *

Nuevos descubrimientos.

M. Carlos Sumens acaba de presentar á la Socie-dad Real de Londres un instrumento con el cual sepuede determinar la profundidad de los mares, sinemplearla sonda.

—M. Crookes ha demostrado por medio de unaserie de investigaciones sobre la repulsión resul-tante déla radiación, que su radiómetro es ya sus-ceptible de aplicaciones prácticas en el dominio dela fotometría y que la luz puede ser pesada. «Sí,dice el Atheneum, los físicos sabrán con sorpresaque la luz ha salido de la clase de los impondera-bles. ¿Podrá llegarse á almacenar los rayos del soly enviarlos por toneladas á las regiones del Norte?»

—M. Goeppelsroeder ha pedido á la Sociedad deMulhouse la apertura de un pliego cerrado deposi-tado el 30 de Junio de 4875, en el cual decía: «Ocu-pándome hace seis meses déla acción de la corrientegalvánica sobre los cuerpos orgánicos, y principal-mente sobre los de la serie aromática, he obsevadoun gran número de reacciones electrolíticas de di-chos cuerpos, demostrando que por la electrólisisde los derivados del benjuí se forman materias co-lorantes, sea en el polo positivo, sea en el polonegativo. Estoy persuadido que con una pila queprodt&ca la electricidad económica, dispuesta parala electrólisis, se podrán fabricar colores á bajoprecio por medio de los diferentes cuerpos de laserie aromática.»

—En Kingston se ha experimentado á bordo delbuque de guerra Goschank una nueva lámpara sub-marina destinada á auxiliar los trabajos de extrac-ción de objetos procedentes del naufragio del Van-guará. Seis hombres han bajado con la lámpara yhan permanecido en el agua una hora-cuarenta mi-nutos; se han alejado á una distancia considerabledel foco luminoso, y sin embargo distinguían muybien multitud de cosas en el fondo del mar.

—Hace algún tiempo se están fabricando lápices*cuya escritura ó dibujos so pueden copiar como losde las tintas llamadas simpáticas y destinadas á esteuso. El modo de fabricarlos es el siguiente: Se haceuna pasta espesa con grafito en estado de lodo,kaolín finamente pulverizado y una solución muyconcentrada de azul de anilina, soluble en el agua;

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280 REVISTA EUROPEA.—16 DK ABRIL DE 1 8 7 6 . N.° 4 1 2

Idespués se prensa en forma de cilindros de 10 cen-tímetros de largo por 3 de ancho; se deja secar, yqueda el lápiz dispuesto para servir. En vez deUaolin se puede usar con ventaja la goma arábiga.

Necrología.

La Academia Real de Medicina de Bélgica acabade perder á su presidente, M. Vleminckx, que erauno de los médicos más eminentes de Bruselas.Pertenecía al Parlamento belga y había desempe-ñado un papel importante en la gran revoluciónbelga de 1830, que separó el país del yugo de losholandeses. Era libre-pensador y se le ha enterradocivilmente, hecho que se repite con demasiada fre-cuencia en Bélgica, donde las intransigencias cleri-cales están más exacerbadas que en otras partes, yproducen en la alta burguesía belga una reacciónmás acentuada de la que se experimenta de ordina-rio en medio del indiferentismo francés.

—El doctor Ricardo King, célebre como médicoy como explorador del Polo Norte, ha fallecido enInglaterra. Era fundador de la Sociedad Etnológicainglesa, introductor del estudio del hombre en In-glaterra y América, y autor de interesantes obrascientíficas, entre las cuales podemos citar La Expe-dición de Franklin, la Historia de los esquimales yotras.

—Ha fallecido en Paris el barón A. P. Seguier,miembro de la Academia de Ciencias.

—También ha fallecido en Francia el célebre in-geniero M. Thomé de Gamond, iniciador del pro-yecto de túnel submarino que debe unir á Francia éInglaterra.

—El dia 30 del mes último ha fallecido en Paris,á la edad de 74 años, el ilustre académico de la deCiencias, M. Balard, cuyo nombre va unido á mu-chos progresos y adelantos modernos.

#**Noticias.

El Círculo literario de Vich ha abierto un cer-tamen para solemnizar el primer aniversario dela inauguración del ferro-carril el dia 8 de Juliopróximo. Habrá cinco premios y cuatro accésitspara los asuntos siguientes:

I. Medidas que en el orden moral y material de-ben tomarse para que desde luego sea ventajosa áIR ciudad de Vich la línea férrea.—II. Influencia delferro-carril en la agricultura de la comarca deVich.—III. Conservación de cereales.—IV. Poesía ála inauguración del ferro-carril.—V. Poesía sobreasunto de libre elección.

Los trabajos han de remitirse á la secretaría de laSociedad antes del 25 de Junio.

—La Gacela de ¡orea (Estados-Unidos) dice que

en Belle-Plain existe una mujer que es evidente-mente la más pequeña que se conoce. Su estaturaes de 27 pulgadas y pesa 31 libras.

—A imitación de lo que se ha hecho en Paris seestán creando en Lyon y otras capitales importan-tes servicios médicos de noche.

Llamamos la atención del ayuntamiento de Ma-drid sobre este asunto.

—Se está tratando de organizar, por iniciativa deAustria, una expedición al polo Norte, en la cualtomarán parte Alemania, Austria, Rusia, Inglaterra,los Estados-Unidos y Suecia. Cada uno de estos Es-tados equipan un buque. El objeto de la empresa esel de explorar, bajo el punto de vista científico, lascomarcas y los mares descubiertos recientemente.

—El Dr. Richardson, de Londres, ha sometido alCongreso de Ciencias sociales de Brighton el planode una ciudad higiénica por excelencia que podríallamarse Higienópolis. Se compondría de 20.000 ca-sas construidas, según reglas determinadas, en unasuperficie de 4.000 acres, para contenor 10.000 ha-bitantes, ó sea 25 por cada acre. La elección delterreno, la construcción, la ventilación, todo estáexpresado en el plano del Dr. Richardson, que tam-bién indica el régimen sanitario. La mortalidadanual se calcula que no pasaría del 8 por 400.

—Se ha descubierto en las islas Azores un pre-cioso manuscrito relativo á la colonización de laAmérica del Norte en 1500 por emigrantes proce-dentes de Oporto, Aveiro ó isla Terceu-a. Esto do-cumento, escrito en 1570 por Francisco de Souza,había desaparecido á consecuencia del terremotode Lisboa de 1755, y el gobierno portugués se pro-pone publicarlo, porque arroja mucha luz sobre elasunto del descubrimiento de América.

—En Paris se acaba de establecer una Sociedadgeneral para el estudio y lapractica de la cremación,ofreciendo la presidencia honoraria á Víctor Hugo.

—Cerca de Santa Bárbara (California) existe elpié de viña más colosal que se conoce. El troncotiene cuatro pies de circunferencia en su base yhasta la altura de ocho pies. En este punto empie-zan las ramas que cubren una superficie de 4.000pies cuadrados. El año último produjo 12.000 librasde uva. Créese que tiene de 35 á 50 años. Es pro-piedad de una anciana española.

—Acaba de abrirse en Londres una Exposiciónartística de gran interés en el Museo de Kensington.Comprende todos los aparatos é instrumentos quepueden servir para demostrar los métodos científi-cos empleados en diferentes épocas, y constituye,por lo tanto, una historia viva y pintoresca de losprogresos realizados por el espíritu humano en eldominio de la ciencia.