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ISSN 1688-7247 (1969) Revista uruguaya de psicoanálisis (En línea) (XI 03-04)
Sigmund Freud médico
Danilo Perestrello
(Río de Janeiro)
Grande humanista, na mais lata acepção da palavra, humano,
humonissmo, Sigmund Freud foi eminentemente médico. (1)
Son pocos los grandes hombres que habiendo vivido mucho hayan tenido su
vida tan bien estudiada como Sigmund Freud.
Los motivos son varios.
El principal está dado por la excelente biografía de la cual es autor E. Jones
(2) Esta fue elaborada en condiciones poco comunes, ya que el autor había
recibido de la familia de Freud un riquísimo material biográfico, tanto oral —
pues “todos los miembros de la familia, incluso su extinta esposa, han
proporcionado todas las informaciones”— corno escrito: “más de dos mil qui-
nientas cartas de familia, la mayor parte de ellas escritas por el mimo Freud, y
entre las cuales se incluye una colección de veinticinco cartas, escritas entre
1876 y 1894 a Rosa, su hermana favorita”. Las más valiosas son “unas mil
quinientas cartas de amor que forman la correspondencia entre Freud y su
futura espesa, durante los cuatro años de noviazgo”, contándose también con
“una Crónica Secreta escrita entre los dos en esa época’. Además, el autor
1 D. Perestrello: Freud e a Medicina. J. Bras. Psiq. 13:4. 1964.
2 E. Jones: The Life and Work of Sigmund Freud. Basic Books. Inc. Publishers, N. York, 3 vols., 1953, 1955. 1957. (Versión castellana: Editorial Nova, Buenos Aires. 1959-1962).
REVISTA URUGUAYA DE
PSICOANÁLISIS
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estaba provisto de “las laboriosas investigaciones que realizaron Siegfried
Bernfeld y Suzanne Cassirer Bernfeld, con la ayuda de sus amigos vieneses,
sobre la vida de Freud y su ambiente en sus primeros años”.(*)
Sin embargo, la obra de Jones no se basa so-monta en informaciones y
documentos privados. El autor y Freud fueron amigos personales durante
treinta y un años, acompañando Jones a Freud hasta la muerte. Fue uno de los
discípulos de las primeras horas participando y siendo uno de los principales
protagonistas del movimiento psicoanalítico, circunstancias que lo colocaban
en constante contacto con el maestro que tanto empeño demostró en dicho
movimiento.
A esto se agrega el hecho de que la utilización de todo el material epistolar y
la decisión de dar a luz una biografía, fue un tanto a disgusto de los familiares
de Freud y del misma Jones, ya que a Freud no le agradaba verse expuesta y
su deseo era “no divulgar su vida íntima” más de lo que ya había hecho, “deseo
que la familia siempre respeté”. Por lo tanto, no se trata de una obra preparada
intencionalmente para divulgar al mundo otra vida más de un gran personaje de
la ciencia, sino que su publicación se imponía, entre otras razones, para des-
hacer “serias deformaciones y atentados a la verdad” surgidos en “numerosas y
falsas historias Inventadas por gente que nunca había conocido’ a Freud,
historias que iban integrándose en una leyenda mendaz”.
Otra condición poco común fue la conciencia que Jones tenía de la
posibilidad —o el peligrado embarcarse por el camino del “culto a los héroes” y
trazar un perfil de Freud “alejado de lo humano, ofreciendo de él una imagen
idealizada”. Declaró de hecho que si así lo hiciese, estaría profanando su
memoria y todo el respeto que siempre tuvo por Freud, porque atentaría contra
el amor a la verdad y la “extraordinaria integridad personal de Freud, uno de los
rasgos más destacados de su personalidad”.
Resultó, en consecuencia, una biografía con “propósitos más ambiciosos”
como el de ‘-hallar una correlación entre la personalidad de Freud y las
experiencias de su vida por un lado, y por otro, el nacimiento y desarrollo de
* De aquí en adelante lo que está entre comillas sin referencia especial, es extraído del estudio mencio-nado de E. Jones.
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sus ideas”. Biografía presentada en tres volúmenes, destinada principalmente a
estudiosos del psicoanálisis, con capacidad crítica suficiente como para juzgar
las opiniones o eventuales interpretaciones y no una biografía popular o
encomiástica. Biografía dirigida a lectores ya conocedores de pasajes de la
vicia del biografiado, narradas por él mismo en varios trechos de su obra, como
por ejemplo en la Interpretación de los Sueños (3) donde analiza varios
sueños propios con fines científicos de investigación y demostración, llevando
el análisis de algunos de ellos hasta casi sus últimas consecuencias. Biografía
para psicoanalistas que irían a examinar a la luz de su instrumento especifico
—el método psicoanalítico— los datos ofrecidos. Y que un año después de la
publicación del primer torno, antes de aparecer los otros dos, irían a confrontar
esos mismos dates con la correspondencia entre Freud y W. Fliess que en ese
entonces surgiría luz (4) en un volumen con ciento y cuarenta y siete cartas de
Freud entre 1887 y 1902, período importantísimo de su existencia.
Todo esto, más otras biografías serias y fidedignas, pero que cotejadas con la
de Jones poco agregan al conocimiento de la personalidad de Freud, —corno
la de Martín Freud, su hijo, revelando la vida íntima del hogar (5) o la de L.
Binswanger, evocativa y de lectura amena (6), para no citar sino estas dos—
permitieron que se tenga actualmente una imagen de Sigmund Freud bien
aproximada de la realidad.
Restaría un último argumento: E. Jones fue un psicoanalista, y de los más
lúcidos, circunstancia importante para confiar en la imparcialidad de su estudio,
si no fuera por el hecho que todos sabemos, de que los analistas nunca
terminan su análisis…
Es justamente sobre ese punto que quiero llamar la atención, porque no
obstante todo el esfuerzo y rigor en trazar una imagen lo más real posible de la
personalidad de Freud —disponiendo de una fuente de datos tan abundante—
tal vez algunos de sus aspectos hayan permanecido intocados o
3 S. Freud: The Interpretation of Dreams. Stand. Edit. vols. IV. y. The Hogarth Press, London, 1968. (trad. castellano López - Ballesteros, Edil. Americana, vols. VI, VII, Buenos Aires, 1943). 4 Sigrnund Freud’s Letter (letters, drafts and notes Wilhelm Fliess). Basic Books, Inc. Publishers, N. York, 1954. 5 M. Freud: Sigmund Freud: Man and Father. The Vanguard Press, N. York, 1958 6 L. Binswanger: Sigmund Freud: Reminiscenses of a Frienship. Grune and Straton, N. York and Lon-don, 1957.
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insuficientemente examinados. Es que para todo analista auténtico, Freud
represente el prototipo del psicoanalista, el protopsicoanalista, en toda la
acepción de la palabra, en sentido de primero, tanto cronológicamente corno en
importancia, de original, arqui, ejemplo, modelo. Siendo así, funciona como
recipiente de muchos residuos transferenciales que el analista no pudo eliminar
durante la larga elaboración de su análisis interminable.
Poco tiempo atrás, Van der Leeuw (7) recordaba que siendo el psicoanálisis
una especialidad nueva, es en gran parte, hasta hoy, la otra de un único
hombre, y que desde su inicio, el propósito de las Sociedades psicoanalíticas
ha si do preservar y desenvolver el trabajo de Freud. De la lectura de su trabajo
se concluye que el destino de una sociedad analítica depende mucho de la
solución de los conflictos entre sus miembros, y esto dependerá a su vez de la
imagen interna que cada uno de ellos tiene de Freud. Escribe Van der Leeuw:
“para sentirnos familiarizados y a gusto con el trabajo de Freud, se torna
necesario aceptar nuestra ambivalencia hacia él, a fin de poder manejarla” y
agrega:
“Desde el primer encuentro con el psicoanálisis, estamos emocionalmente
comprometidos: establecemos una relación emocional, queramos o no, con el
gran hombre. El hecho de él estar muerto no modifica mucho esta situación”.
Van der Leeuw se preocupa más con las varadas actitudes hostiles de los
analistas entre sí y preconiza la preservación del gran legado de Freud —el
psicoanálisis— a través del reconocimiento en sí mismos, por los miembros de
las Sociedades, de sus verdaderos mecanismos do defensa.
Deseo focalizar aquí no tanto la actitud hostil que el analista puede tener de
forma ostensiva o encubierta contra la obra de Freud, como —lo que hasta
cierto punto puede resultar ser lo mismo— la tendencia a la idealización que el
analista tiene en relación a Freud.
En cierto modo, la figura de Freud fue y será siempre idealizada, por más que
se lo evite, pues sería escapar de los límites de lo humano el exigir que no
fuera así. 7 P. J. Van der Leeuw: Tha Psychoanalytic Society. Int. J. Psycho-AnaI. 49. 160, 1968.
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Y para contribuir a esa idealización de manera poderosa está siempre viva el
ejemplo de su vida, grandiosa sin duda, toda ello de devoción al trabaja, o la
investigación, a la verdal, al ser humano, devoción que no decayó ni durante
sus dieciséis años de agonía —así se refirió Jones al período final de su vida—
pues fueron tantos los años de padecimiento y de atroces dolores debido al
cáncer que le destruía la boca, dieciséis años de numerosas intervenciones
quirúrgicas, soportando una prótesis que le resultaba inmensamente dolorosa y
que usaba
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para poder hablar, dieciséis años no obstante de intensa producción durante
los cuales escribió más de quince trabajos, algunos abriendo nuevos rumbos,
como el fundamental Inhibición, Síntoma y Angustia (8), hazaña que sólo fue
posible gracias a su sistemática negativa a ingerir drogas que le aminorasen el
sufrimiento, porque prefería —dijo él mismo— “pensar atormentado a no ser
capaz de pensar con claridad”, devoción —no está demás la insistencia— que
lo hizo trabajar con pacientes hasta un mes y medio antes de morir, y
dedicarse, hasta poco antes, a su mismo libro —su hermoso. Moyses y la Religión Monoteísta (9).
Añádase que diariamente en nuestra actividad clínica manejamos los
principios descubiertos por Freud, actuamos de acuerdo a sus enseñazas
básicas. Si tenemos una especialidad —y eso independientemente de la
dirección que adoptemos en nuestras teorías o técnica— se la debemos a él.
Por eso la inevitable idealización, fronteriza del temor a la ingratitud. Así,
ciertas afirmaciones del Maestro, sobre todo aquellas relativas a su propia
persona, son aceptadas sin mayor examen.
A mi entender, está dentro de esa situación su afirmación de su falta de
inclinación por la medicina.
Los lectores de Freud se admiran frecuentemente de sus vastos
conocimientos.
Su interés por la literatura, poesía y teatro clásicos, tanto como por las artes
plásticas, acostumbra estar presente en su obra. Numerosas veces se
encuentran en ella citas de frases latinas, referencias a la antigüedad griega, Al
lado de eso, su facilidad para escribir prende al lector de tal manera al texto,
que muchos de sus escritos son leídos como si fuesen novelas. La fluencia y
elegancia de la frase pueden sor apreciadas hasta en las traducciones
descuidados.
Esa suma de conocimientos universales, aliada al don de la palabra escrita
han llevado no pocas veces a pensar que Freud habría seguido un camino más
auténtico si se hubiese dedicado a otra actividad, corno por ejemplo la literatu- 8 S. Freud: Inibitions, Symtoms and Ansiety. Stand. Edil, vol. XX. The Hogarth Press, London, 1968 Tred. castellana López - Ballesteros, Edit. Americana, vol. XI. Buenos Aires, 1943). 9 S. Freud: Moses and Monotheism Stand. Edit. Vol. XXIII. The Hogarth Press. London, 1968, (trad, española Ramón Ray Ardid, vol. III. Edit. Bibliot. Nueva, Madrid, 1968).
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ra. ¿No fue gracias a sus trabajos que se le confirió el premio GOETHE de
literatura?
Por la extensión que adquirió el psicoanálisis en sus múltiples aplicaciones a
la sociología, antropología cultural, folklore, educación, por las brillantísimas
incursiones de Freud en esos sectores, se ha llegado a creer que en alguno de
ellos podría estar su vocación.
Es evidente que Freud se mostró superdotado en mucho más que un campo
del conocimiento; sin embargo, eso, por sí solo, no excluiría el hecho de haber
sido la medicina su real inclinación, sobre todo si se toma en cuenta un factor
de la más alta relevancia, que es el Zeitgeist en que vivió Freud, por cierto
distinto del nuestro. Richard Sterba, recientemente, en un magnífico artículo, lo
caracterizó de medo expresivo. Sinteticémoslo y comprenderemos fácilmente el
espíritu humanista que impregna la obra de Freud (10)
Durante el período cultural que ejerció decisiva influencia sobre Freud,
ciencia y humanismo eran inseparables. El creador y principal representante de
esa ciencia humanista fue un erudito alemán que vivió y trabajó durante el
período de la ilustración y comienzo de la gran expansión de la ciencia
moderna —Alexander, Barón von Humboldt, principal responsable por la
filosofía y espíritu del Sistema educativo en que se formé Freud, el mismo
Humboldt naturalista que emprendió una expedición a la América del Sur, que
recorrió Brasil, y que “con excepción de Napoleón Bonaparte era el hombre
más famoso de Europa (11): Fue él quién estableció el modelo básico de la
Universidad europea y que imprimió a los cientistas del Siglo XIX la ideología
que se conoce como idealismo clásico o humanista, ideología que prevaleció
durante los años en que Freud recibió su educación académica. El esta-
blecimiento responsable por esa educación clásica era el Gymnasium
humanista. Allí el griego y el latín ocupaban la mayor parte del tiempo y fuera
de eso se enseñaba algo de historia, matemática y alguna ciencia. Se
estudiaba latín durante ocho horas semanales, durante ocho años, y griego
durante seis años seis horas semanales. Los gymnasiasten miraban con
desprecio a los alumnos de la Realschu1e, los cuales no estudiaban griego y 10 R. Sterba: El Psicoanalista en un Mundo cambiante. Rev. Psicoanálisis, tomo XXV. Nº 3/4, pág. 657, Buenos Aires, 1968. 11 Humboldt, Alexander — Encyclopedia Britanica, vol. 11, Ed. 1951
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latín ni se dedicaban a los clásicos. Los gymnasiamten eran preparados para
formai- parte de la elite humanista (*). Sterba cita una frase que Robert
Waelder, ex-gymnasiasten, le dijo en sus primeros años de Norte-América:
“La enseñanza me resulta muy difícil aquí, porque no puedo usar una cita
clásica” y cree que la mala voluntad de Freud en relación a los Estados Unidos
obedecería a la discrepancia entre su formación humanista y la pragmática de
los norteamericanos.
Esa era la formación de los hombres de estudio en aquella época.
En respuesta a una carta que le escribí, R. Sterba asiera: “El Gymnasium era
obligatorio para todos los que deseaban ingresar en la Universidad. Claro que
Bruecke, Meynert, Bilbroth, Wagner-Jauregg, Breuer y todo aquél que cursaba
la Universidad, tenía que poseer la Gymnasialmatura o Abitur; Freud siempre
se enorgulleció del “rico sedimento de griego” como él llamaba, “adquirida en el
Gymnasium”.
Ciencia humanista… humanismo y ciencia dándose las manos, constituyendo
una ideología. Muy distinto de la actual era tecnológica, en que esas dos cosas
se excluyen entre sí y de la formación intelectual básica en nuestro continente,
en que aún mismo en el período en que la cultura francesa era el paradigma, la
formación humanística de este lado, siempre se mostró precaria.
R. Sterba llama la atención hacia el hecho de que Freud deploraba el cambio
cultural que se iba operando durante sus días, con el abandono progresivo del
humanismo clásico, y menciona la tristeza revelada en una carta (*) en la cual
escribía que parecía haber muerta “die Humanitaet”, palabra que en alemán
combino el humanismo con la preocupación del hombre por la humanidad.
Al igual que el humanista Alexander von Humboldt, jefe de misiones
diplomáticas, autor de notables contribuciones científicas a la botánica,
geología, metereología, el cientista Freud también fue un humanista.
Es que Freud no podría circunscribirse a un campo limitado; su inquietud * En varias líneas de ese resumen del artículo de Sterba, empleamos sus propias palabras.
* Carta de Freud a Lou Andreas — Salomé, in R. Sterba, obr. cit.
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intelectual y la necesidad interna de conocer más y más, lo- llevaban a explorar
nuevos territorios En el fondo él debía sentir aquello que Rainer Maria Rilke ex-
presó tan bien en una de sus bellas “Cartas a un Poeta” (12), esto es, que
“ninguna profesión tiene las dimensiones necesarias para las cosas de las que
está hecha la vida”; y a Freud se le podría aplicar la frase de su venerado
Goethe: “Vinimos a este mundo para inmortalizamos”.
Muchas veces, nuestra miopía toma como patrón nuestras propias
dimensiones, hacienda que juzguemos las excelencias y dotes extraordinarios
de los otros para ejecutar algún menester, como excluyentes de otras
inclinaciones y aptitudes que no pocas veces son hasta más desarrolladas.
Con todo, quién creó la leyenda de que la medicina no era su vocación, fue el
propio Freud con sus declaraciones y hasta Jones, que se reveló tan
excepcional biógrafo, acepté la afirmación.
Escribe Jones.”Puedo recordar como afirmaba, suspirando, en una época tan
lejana como 1910, que le agradaría poder retirarse de la práctica médica, para
dedicarse a la tarea de descifrar los problemas de la cultura y de la historia, el
gran problema do cómo el hombre ha llegado a ser lo que es”.
Hay que reconocer que esto constituye algo bastante común, incluso banal,
en la vida de grandes médicos. No es necesaria citar ejemplos de clínicos
ilustres que una vez que han dominado su especialidad se entregan a estudios
análogos, justamente por haber sentido la medicina de cerca, por haber lidiado
con el ser humano y participado del destino de muchas vidas. La rutina de la
clínica, —que por más creadora que sea, siempre tiene su rutina— lleva
frecuentemente al médico de larga experiencia y que no es mediocre, a ansiar
un estudio más tranquilo, aislado en su gabinete, a fin de indagar como el
hombre llegó a ser lo que es. Y cuando la clientela es muy numerosa, después
de un día de trabajo intenso, no obstante su auténtica vocación, dirá eso
suspirando.
Dirijámosnos, con todo, a Freud, y recordemos ese conocido parágrafo de su
autobiografía (13): “Si bien vivíamos en situación nada holgada, mi padre
12 R. María Rilke — Carias a un Poesía. Trad. portuguesa. portugalia Edit., Lisboa (sin fecha). 13 S. Freud: An Autobiographical Study. Stand. Edil., vol. XX. The Hogarth Press, London, 1968 (trad.
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insistía en que, en la elección de mi carrera, yo siguiera mis propias
inclinaciones. Ni por aquella época ni más tarde, por cierto, he sentido ninguna
predilección especial por la carrera de médico Lo que me dominaba era una
especie de curiosidad relativa más bien a las circunstancias humanas que a los
objetas naturales, y que no había reconocido aún la observación como el medio
principal de satisfacerse. Mi temprana familiaridad con el relato bíblico (en una
época en que no había aprendido casi el arte de leer) tuvo, como hube de
reconocerlo mucho más tarde, un efecto duradero sobre la orientación de mi
interés. Bajo la influencia poderosa de un niño bastante mayor qua yo, y que
llegó a ser político renombrado, llegué a sentir el deseo de estudiar leyes, como
él, y emprender actividades de tipo social (*) Al mismo tiempo, la teoría de
Darwin entonces en haga me atraía extraordinariamente, porque parecía
prometer un gran progreso para la comprensión del mundo, y fue el hecho de
haber oído el hermosa ensayo de Goethe sobre La Naturaleza, leído en alta
voz, durante una conferencia popular del Profesor Carl Brühl, exactamente
antes de abandonar el colegio, lo que me decidió a comenzar el estudio de la
medicina”.
Más tarde, ya con cuarenta y un años de actividad médica, escribió (14): “..
.mi autoconocimiento me dice que yo no he sido nunca un médico en el
verdadero sentido de la palabra... No tengo noticia de haber tenido en mis anos
temprano ansia alguna de ayudar a la humanidad doliente. Mi disposición
innata al sadismo no era muy fuerte de medo que no tuve necesidad de esta
inclinación que es uno de sus tantos derivados. Tampoco me dio nunca para
“jugar al doctor”. Mi curiosidad infantil buscó evidentemente otros caminos. En
mi juventud había sentido la incontenible necesidad de comprender algo de los
enigmas del mundo en que vivimos y contribuir en algo, acaso, a su solución.
Lo que más esperanzas parecía conceder en cuanta a la realización de esto
era inscribirme en la Facultad de Medicina… Ya había aprobado todos mis
exámenes médicos, pero no demostré ningún interés en hacer nada realmente
relacionada con la medicina hasta el día en que el maestro a quien tan
profundamente respetaba (se refiere a Bruecke, “la más grande de las
castell. López - Ballesteros, Edit. Americana, vol. XX, Buenos Aires, 1943).
* Antes Freud quiso ser militar. 14 S. Freud: Stand. Edit., vol. XVII. The Hogarth Press, London, 1968 (trad. cast. Edit. América, vol. XXI, Buenos Aires. 1944).
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autoridades que tuvieran influencia” en él) me hizo la advertencia de que en
vista de mis reducidas posibilidades materiales no me sería posible de ningún
modo dedicarme a una carrera puramente teórica. Así fue como pasé de la his-
tología del sistema nervioso a la neuropatología, y más tarde, baja la incitación
de nuevas influencias, llegué a ocuparme de las neurosis. Me siento poco
inclinado a creer, sin embargo, que mi carencia de auténtico temperamento
médico haya causado mucho perjuicio a mis pacientes. Porque no constituye
una ventaja muy grande paro los pacientes el que el interés terapéutico de los
médicos en cuanto a los métodos que emplean lleguen a alcanzar un tono
afectivo muy exagerado, hay más ventajas para ellos en que el médico realice
su tarco fríamente y, si es posible con precisión.”
Comentando la curiosidad en descifrar los enigmas de la naturaleza humana,
Jones recuerda que podrían haber sido tomados das rumbos: la especulación
filosófica o la investigación científica, y para explicar la senda científica elegida
por Freud, toma la “aguda sugestión” de Wittels, según la cual Freud habría
tenido una inclinación tan intensa por las especulaciones abstractas que,
temiendo verse dominado por ellas, procuró compensar la inclinación
dedicándose a los hechos científicos concretos. Corroboraría esa opinión una
afirmación que Freud le hizo a Jones cierta vez: “En mi juventud sentí una
poderoso atracción hacia la especulación y la refrené despiadadamente.”
No obstante parecerme bastante importante este comentario de Jones y
Wittels, quisiera retornar a los trechos de Freud trascriptos arriba, en los que
afirma no haber tenido ninguna inclinación por la medicina.
Nadie hasta hoy puso en duda la veracidad de la afirmación, o sea, nadie
dejé de creer en ella. Sin embargo, si un paciente se refiriese a su carrera en
esos términos, jamás diríamos en nuestro fuero íntimo que estaríamos ante
alguien sin vocación médica. La simple circunstancia de haber aseverado tal
cosa no bastaría para convencernos Esperaríamos naturalmente que surgiese
más material conectado con el terna y buscaríamos la trama inconciente de tal
afirmación. Sobre todo, tendríamos que conocer su personalidad global, sus
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ansiedades básicas, sus fracasos, sus triunfos, a fin de ubicar el tema dentro
de la totalidad y entonces recién juzgar su significado. Podría ocurrir, sin
embargo, que el paciente hubiese comparecido a una o dos consultas
solamente, y apenas tuviéramos de él otros datos, obtenidos en fuentes ajenas
a la situación analítica.
Es más o menos en esa condición que nos encontramos en relación a esas
declaraciones de Freud.
En primer lugar, ya nos llamaría la atención y nos haría dudar de la realidad
de la afirmativa, el hecho del paciente insistir tantas veces en decirnos que no
tenía real inclinación por la medicina…(*). Si Freud oyese repetitivamente estas
mismas declaraciones en boca de otra persona, no procedería de otro modo.
Tampoco es totalmente verídico que, ni en la época en que escogió la
profesión ni más tarde, no haya tenido ninguna predilección especial por la
carrera.
En su autobiografía, líneas después del trecho anteriormente citado, escribe:
“Los estudios propiamente médicos —excepción hecha de la psiquiatría— no
ejercían atracción sobre mí y retrasándome así en mi carrera, no obtuve el ti-
tulo de doctor hasta 1881”. Aquí ya fue hecha la excepción a la psiquiatría.
Ahora bien, para cualquier estudiante de medicina de hoy, y especialmente del
tiempo en que no existía el psicoanálisis, la psiquiatría es y era una especia-
lidad médica Y en los tiempos de Freud, muy médica. En aquella época, las
miras de los psi-quiatras no dirigían principalmente hacia los pacientes con
lesiones cerebrales o toxi-infecciones, hacia los cuadros llamados orgánicos.
Recuérdese que inclusive, cuando Freud quiso dar su mera contribución a la
psiquiatría en el sentido de una teoría amplia de las neurosis, escribió el
Proyecto (15), especie de psicopatología primitiva en la cual procuraba
visualizar los actos psíquicos correlacionándolos con las estructuras neu-
rológicas.
* Varias otras veces, fuera de las aquí citadas, Freud repitió eso. 15 S. Freud: Project for a Scientific Psychology. Stand. Edit., Vol. 1. The Hogarth Press, London, 1968.
(trad. eapañ., vol. III. Edit. Bibliot. Nueva, Madrid, 1968).
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Jones nos dice que “a diferencia de lo que ocurría con la clínica neurológica,
Freud sentía profundo interés en la clínica psicopatológica y agrega que lo que
observaba y descubría constituían fascinantes problemas intelectuales de por
sí, pero el interés que esto encerraba quedaba relegado a segundo plano frente
a su grandioso plan de formular una teoría comprensiva de las manifestaciones
neuróticas”.
Indudablemente, todo médico de alta envergadura que vislumbra más allá de
los casos clínicos que examina, es llevado inevitablemente a formular hipótesis,
teorías. ¿Qué decir, entonces, cuando este médico con “profundo interés” por
su especialidad, posee potenciales geniales? El espíritu superior vuela siempre
sobre lo particular, se encamino hacia lo general; encontrar en eso una falta de
inclinación para la carrera es negar que pueda haber genios con verdadera
vocación médica y afirmar que el espíritu investigador excluye al gran clínico.
Si nos detenemos en los dos trechos de Freud antes transcriptos, podremos
quitar el sentida que él quiso darles, casi línea por línea.
Así, en lo tocante al consejo que le habría dado Bruecke de dedicarse a la
clínica y abandonar el laboratorio, es elemental para todo analista que los
consejos no sirven para mucho, y que cuando el aconsejado los sigue es
porque en su fuero íntimo ya estaba dispuesta a hacerlo. Jones piensa sobre
ese particular que Freud independientemente de Bruecke, ya conocía su
situación financiera y sabía que no le permitía permanecer en las
investigaciones de laboratorio. Esa, no obstante, no parece ser todo, porque
fue Jones mismo quien declaró en otra parte que, en cuestiones de dinero,
Freud nunca fue ambicioso, que sus necesidades eran bien modestas Jones
cree que fue el intenso deseo de casarse y el no tener perspectivas de un
cargo oficial remunerado en el laboratorio, la que lo llevó a “seguir el consejo”
(*) Eso sin duda constituye una flagrante contradicción con la actitud asumida
más tarde en situación similar, cuando, en 1883 se le ofreció la oportunidad de
* Las comillas son mías, no de Jones.
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acompañar un paciente al extranjero. Lo que así ganaría de honorarios
“importaría la posibilidad de adelantar en un año integro el casamiento. Pero
significaría también abandonar el hospital para siempre y renunciar a
presentarse para optar al cargo superior. A pesar de la impaciencia de su largo
noviazgo, no vaciló en la elección y continué en su cargo”. ¿Cómo conciliar las
dos actitudes? El laboratorio que constituiría su vocación, él lo abandona, y
continúa en el hospital donde practica la clínica por la cual siente “aversión”?...
Aunque fuese realmente la situación financiera lo que lo obligó a dejar el
laboratorio —cosa poco verosímil— Freud más tarde, ya afirmado en la vida,
nunca volvió a ningún laboratorio, ni al de Bruecke ni a otro, y ni siquiera como
hobby, en algún momento de su vida, retorné a las investigaciones fisiológicas,
no obstante escribirle a su novia, poco después de haber abandonada el
laboratorio, en los siguientes términos: “pera quizá esta no sea definitivo”. Y
Freud sabía que la clínica y el laboratorio no eran incompatibles, ya que los fi-
siólogos de su tiempo, “Du Bois Reymond, Helnaholtz y Bruecke mismo,
habían alcanzado el titulo doctoral y algunos de ellas ejercían incluso la
medicina”.
Otro punto a ser enfocado es el referente a que su disposición al sadismo no
era muy fuerte, de modo tal de llevarla a la práctica médica. Cuesta creer que
se pueda leer este trecho y aceptarlo sin someterlo a crítica.
No le faltó oportunidad a Freud de revelar la mencionada disposición Soñó en
su infancia con ser militar y durante algún tiempo se complacía con la lectura
de libros sobre historia militar, habiendo “la guerra franco-prusiana que estalló
cuando tenía catorce años despertada en él aguda interés”. Además, se sabe
de su belicosidad cuando era niña; son conocidos los pasajes de sus luchas
corporales con el sobrino Hans, de quien sentía enormes celos y con quien
mantenía gran rivalidad; sobrino que era un año mayor que él, “después de sus
padres, la persona más importante para Freud en su primera infancia”. Debería
tener sus 14 años cuando, en una visita de Hans a su casa los dos “par-
ticiparon en un diálogo ante un público infantil, haciendo Sigmund el papel de
Brutus”. Freud llega a decir que las relaciones con su sobrino condicionaron el
desarrollo de su carácter: “Nos habíamos querido y nos habíamos peleado...
Un amigo íntimo y un odiado enemigo fueron siempre indispensables a mi vida
emocional., y con no escasa frecuencia… amigo y enemiga coincidían en una
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misma persona”. (16).
Es decir también que Freud “sentía un considerable horror a la sangre”,
sentimiento éste que prueba innegablemente que no había siquiera superado
este aspecto, circunstancia que conduce —según mi experiencia y
seguramente la de mis colegas— a muchos estudiantes de medicina con real
amor a la carrera médica, sedientas de lidiar con pacientes, a optar por la
psiquiatría, donde la sangre no aparece a no ser simbólicamente…
En cuanto a el hecho de no tener noticias de que en sus primeros años
tuviese algún desea de ayudar a la humanidad enferma y de no haber tampoco
“jugado al doctor”, cabe decir que es una afirmativa sin mayor valor. ¿No fue
Freud mismo quien nos enseñé que aquello que recordamos de nuestra
infancia tiene poca efecto sobre nuestras vidas, comparado can lo que no re-
cordamos? Sobresale, todavía, que cuando tenía 10 años, durante la guerra
austro-prusiana, habiéndolo llevado su padre “a ver cómo los soldados heridos
eran pasados del tren a los carros cargados de heno, para ser conducidos al
hospital, la lastimosa condición de los soldados le impresioné profundamente y
rogó a la madre que le diera ropa blanca que tuviera para hacer la que se
llamaba charpie, el percursor del algodón medicinal. Las niñas hacían esto
mismo en las escuelas y Sigmund pidió a sus maestros que se organizaran
también en las escuelas de varones, grupos para hacer charpie”. De eso,
Freud se olvidó…
En los dos trechos transcriptos, las contradicciones y equívocos se suceden
de tal forma que inexorablemente conduce a preguntarnos por qué será así.
Jones señala que la conferencia sobre el ensayo de Goethe —“La
Naturaleza”— que Freud dice haber oído “exactamente antes” de abandonar el
colegio, Freud, en otro lugar, declara “haber escuchado esta conferencia, tan
decisiva, después de abandonar el colegio”...
16 Autobriografía — obr. cit.
ISSN 1688-7247 (1969) Revista uruguaya de psicoanálisis (En línea) (XI 03-04)
Es que cuando hay equívocos y contradicciones, algo muy importante y
conflictivo sucede dentro del individuo Y Freud tenía una situación muy
conflictiva en relación a la medicina. En relación a la medicina y a la ciudad de
Viena.
Todas estas afirmaciones fueron hechas una vez ya entrado él en años,
datando la más antigua de 1910, cuando contaba con 54 años de edad.
Ciertamente fueron fruto de las numerosas incomprensiones que encontró en el
ambiente médico vienés, comenzando por el primer impacto al entrar en la
Facultad —coma relata en el ensayo autobiográfico— representado por la
sensación de inferioridad en relación a sus colegas par el hecho de ser judía;
informa que consiguió vencer esa preocupación pero que “esas primeras
impresiones universitarias (son palabras suyas) tuvieron la importantísima con-
secuencia de, una vez por todas, acostumbrarlo a figurar en las filas de la
aposición y fuera de la denominada mayoría compacta, datándolo de una cierta
autonomía de juicio”. (17).
Vemos así, claramente, que esa oposición persistiría en él en relación a la
medicina y muy reforzada —con mucha razón— si recordamos las profundas
decepciones que iría a sufrir posteriormente con los colegas médicos de Viena,
decepciones tan comprensibles si tenemos en mente que todo lo nuevo
despierta reacción y que lo nuevo que Freud revelaba hería profundamente el
narcisismo de los hombres!
Se impone el recuerda del episodio con la Sociedad Médica Vienesa a
propósito de sus comunicaciones al volver de la práctica con Charcot en París.
Aquello que Freud escribe a propósito, está lleno de equívocos y les hechos
están muy alterados. Esto es declarado por Jones. El episodio, sabemos, pasó
a la historia como habiendo sido Freud muy mal recibido por sus colegas, como
habiendo sido rechazada su afirmación sobre la existencia de la histeria en el
hombre. Dice Freud en la autobiografía:: “No he vuelto desde entonces a poner
los pies en la Sociedad de Médicas” Jones muestra como eso no es verídico,
ya que Freud volvió varias veces. Además, nadie dentro de la Sociedad negó
que existiese la histeria masculina, y hasta hubo quien declarase haber 17 Autobiografía — obr. cit.
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observado casos de hombres histéricos. Lo que fue puesto en duda fue la
histeria traumática de Charcot. Como subraya Jones, Freud era joven y
esperaba que los grandes maestros de Viena le brindasen una acogida
calurosa. Con todo, parece que fue acogido normalmente y en cuanto a otra
declaración suya, en la autobiografía, de que Meynert lo excluyó de su
laboratorio en el tiempo de su llegada de París, aquí también hay un equívoco:
fue muchos meses después, tal vez un año, ya que Meynert lo recibió muy bien
a su retorno a Viena.
Parece ser suficiente lo dicho para mostrar el enorme resentimiento de Freud
en relación a la medicina.
Es exacto, sin embargo, que los acontecimientos futuros no hicieron más que
reforzar la ambivalencia ya existente anteriormente.
Hay aquí un aspecto interesante: a los 22 años escribió a un amigo: “He
pasado a otro laboratorio y me estoy preparando para mi profesión más
adecuada —mutilar animales o atormentar a seres humanos— y me estoy
inclinando cada vez más a la primera de las alternativas”. Años antes, por lo
tanto, de dejar el laboratorio de Bruecke ya pensaba en “torturar a seres
humanos”... (18).
Aunque sea rápidamente, vale la pena tocar también el problema del análisis
profano Escribe Jones: “Se ha pensado alguna vez, que la cruzada en favor del
análisis profano surgía del resentimiento por la forma despectiva en que,
durante muchos años, había sido tratado por la profesión médica. En mi
opinión, hay muy poco de verdad en esta hipótesis”. A pesar de la opinión, todo
indica que sí y es Jones quien en su tercer volumen, abre el capitulo sobre el
tema con las siguientes palabras: “Dentro del movimiento psicoanalítico
internacional, y con la sola excepción del Verlag, el problema del análisis
profano fue el que despertó en Freud el mayor interés y cautivé más sus
emociones durante la última fase de su vida”.
Y no podría dejar de ser así, ya que el tema envolvía la profesión médica.
Sin entrar en el mérito de la cuestión, o sea, de saber si el análisis lego es o
no deseable, mi intento se limita a recordar que Freud inclusive se irrité con
Jones, pensando que éste no lo seguía en su cruzada y no solamente abogó y
propugné el análisis profano, sino que llegó hasta “la actitud extrema de 18 Carta a Wilhelm Knöpfmacher. In Jones, obr. cit.
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disuadir a los presuntos candidatos de estudiar medicina”, lo que por cierto no
se le podría ocurrir a nadie sensato
El argumento supremo era que el psicoanálisis sería con el tiempo
absorbido… por la medicina.
Parece fuera de duda que Freud, en general tan austero, no consiguió
mantener su sobriedad habitual en lo tocante a este problema, pues cerca de
un año antes de fallecer, se manifestó así: “El hecho es que no he repudiado
nunca mis puntos de vista en este problema (análisis profano) e insisto en ellos
ahora aun más intensamente que antes, frente a la evidente tendencia
norteamericana de transformar el psicoanálisis en una simple mucama (house maid) (*) de la psiquiatría”.
¿Y qué decir de su actitud en relación a la carrera de los hijos? Nos cuenta
su hijo Martín:
“La medicina como profesión estaba estrictamente prohibida por mi padre para
cualquiera de sus hijos” (19)
Lo que impresiona en todo esto, es que se ponga en duda la declaración de
su hermana Anna sobre su propósito de seguir medicina. Según ella, fue en
ocasión del viaje del aún adolescente Sigmund a Londres que se definió la re-
solución. A pesar de que el padre “lo consideraba demasiado blando de
corazón para esa tarea, él insistió diciendo: quiera ayudar a la gente que sufre”
(20). Jones dice que es casi seguro que esto no sea cierto. ¿Por qué? La única
explicación plausible y bastante verosímil a mi entender, es que Jones .se haya
identificado tan intensamente con Freud en ese particular, que tenga, como
Freud, expulsado de la conciencia todos los hechos que contradecían las
declaraciones sobre la falta de vocación.
Jones discute la fecha de ese viaje, como la del ya célebre recuerdo
* El subrayado es mío.
19 M. Freud: obr. cit. 20 Anna Freud Bernays: My Brother. Sigmund Freud. American Mercury, Nov. 1940, cit. in Jones,
obr cit.
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encubridor de Freud publicado como si fuera de un paciente (21) y vincula al
sector amoroso la elección de carrera, aunque lo presente apenas como
hipótesis.
Me perece indispensable el entrar en esos detalles y en otras más para ver el
problema en su totalidad. Como dice Jones, Freud siempre procuró preservar
su vida particular; más de una vez destituyó su correspondencia y siempre se
mantuvo reservado bajo muchos aspectos Habría que saber mucho más,
inclusive su relación con la madre, pues lo que se conoce son cosas muy
generales. El hecho, por ejemplo de haber sido la madre de Freud tuberculosa
durante la infancia de él, es apenas mencionado.
El perfil de la vida de Freud en su sentido global sin embargo, es más que
suficiente para afirmar que la medicina la atrajo poderosamente.
Al final de cuentas, somos analistas y si encontramos un agente de policía
que tiene dentro de si un delincuente que él está siempre dispuesto a perseguir
allá afuera, y este agente nos dice reiteradamente que su empleo en la policía
le vino en época de una situación financiera deplorable, obligándolo a aceptarlo
y que cuando pensó en cambiar de ocupación ya le era extremadamente difícil
o mismo imposible, apartándonos una serie de motivos aparentemente más
que razonables y justos; si encontramos en nuestra clínica a ese agente, jam4s
iremos a creer en su falta de inclinación por la carrera Para que él concuerde
can nosotros y sienta sus racionalizaciones, Son necesarios años de trabajo
con hora marcada, casi diariamente... Pero no por eso nos dejaremos envolver
hasta el punto de creer que fueron las influencias externas actuales que lo
condujeron a la policía. Principalmente si ese agente tuviera un gran éxito en la
persecución de criminales y si llegase a distinguirse entre los demás con
nuevos métodos de investigación de los crímenes y de la captura de
delincuentes.
El ejemplo elegido tal vez no sea el mejor, pero lo que quiero expresar es que
ninguna de nosotros buscó el psicoanálisis por casualidad, ninguno de
nosotros, médico, se matriculó en la Facultad de Medicina y permaneció en ella
21 S. Freud: Screen Memories. Stand. Edit., Vol. III, The Hogarth Press, London, 1968 (trad. castellana, Vol. XII, Edit. American, Buenos Aires, 1943).
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y prosiguió la carrera debido a circunstancias externas ocasionales.
Me parece tan banal, tan elemental ventilar este punto, y sin embargo, en
realidad, en lo que concierne a Freud nos olvidarnos de hacerlo.
La verdad es que la escuela en que, con amplia libertad de elección, Freud
espontáneamente se inscribió, fue la de medicina y que durante las ges años
acarició el sueño de ser profesor de la Facultad de Medicina de Viena, sueño
que a nosotros nos hace sonreír, ya que seria Freud quien honraría la cátedra y
no al contrario, como él sentía. La verdad es que toda su vida fue una negación
de las declaraciones que hizo sobre su falta de vocación
Desde temprano, todavía en la época en que era neurólogo, sus
diagnósticos, comprobados por la anatomía patológica, ya eran famosos, lo
que atraía médicos americanos a Viena para asistir a sus cursos. A menudo
nos olvidamos de que, antes de dedicarse al estudio de las psiconeurosis, dejó
notables contribuciones a la clínica neurológica. Poquísimos neurólogos saben
que, cuando aún hoy leen un trabajo sobre Afasia o Parálisis Cerebral Infantil,
al consultar las referencias bibliográficas, el Freud que allí figura no es ho-
mónimo del nuestro, sino él mismo, aún joven, cuando Privat-Dozent de la
Facultad de Medicina de Viena. El hecho de que actualmente, después de casi
un siglo, aún se mencionen esos trabajos, dice claramente de su valor de uno
de ellos dijo en la época el eminentísima Pierre Marie: “Esta monografía es
incuestionablemente la más completa, la más precisa y seria que hasta ahora
apareció sobre el confuso problema de la diplegia cerebral infantil acerca de la
cual tan poco se sabe”.
¿Y el “episodio de la cocaína”, cuando en aquella época casi le descubrió las
cualidades anestésicas? Más de una vez el joven Sigi estuvo al borde de la
celebridad, antes de dedicarse al estudio práctico y teórico de la vida psíquica
del hambre.
Sería fastidioso hacer una lista de sus varios trabajas en el sector
neurológico, incluso de aquellos de neurofisiología en animales, en su tiempo
de estudiante. En general, los que se refieren a eso hacen una dicotomía entre
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sus estudies de histofisiología nerviosa en animales y los posteriores, clínicos,
en el hombre. No ven estos últimos como una continuación natural de los pri-
meros y razonan como si los alicerces de una medicina de alto nivel no se
encontrasen en las disciplinas básicas estudiadas en los primeros años de
curso médico.
El sistema de la época de Freud, y todavía vigente hoy en día en la mayoría
de las Facultades de Medicina, de estudiar primero materias básicas y una vez
preparado el alumno en ese campo pasar al contacto con el paciente, ya co-
menzó, con la actual política de enseñanza integrada a ser substituido en
algunas Universidades norteamericanas de vanguardia por el estudio si-
multáneo de las materias básicas y clínicas, en un ir y venir de un campo para
otro, en un flujo continuo en las dos direcciones. Ambos campas son “medicina”
y solamente podrá existir esta dicotomía para aquellos que suspenden sus
estudios a nivel del College, sin ingresar en el ciclo profesional. Freud nunca
pensó en detenerse en medio del curso, que se sepa; su objetivo era terminar
la Facultad, hecho que no es negado ni por aquellos que creen que la medicina
le gustaba poco.
Además, en el pasado, “los papeles de médico e investigador de la
naturaleza iban frecuentemente asociados Pinel, quien también se dedicó a la
botánica, fue discípulo de otro excelente naturalista, Boissier de Sauvages, y
reemplazó a Cuvier en la sección de zoología de la Academia de Ciencias de
París” (22. Y este clima prolongóse hasta el tiempo de Freud.
Si se tratase sólo de ornar a la investigación, sus trabajos serian los estudios
de laboratorios con animales, jamás se extenderían con éxito al ser humano.
Solamente quien nunca frecuenté un hospital y nunca tuvo contacto con en-
fermos internados, puede creer que se pueda llevas a cabo con éxito estudies
neurológicos o de cualquier otra especialidad sin un vivo interés por el enfermo.
Fue el propio Freud quien nos posibilité saber que la esencia de la vocación
médica es justamente el interés por aquellas “circunstancias humanas” que 22 J.R. Sauri: Historias de Las Ideas Psiquiátricas. Ediciones Carlos Lohlé. Buenos Aires - México,
1969.
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tanto lo atraían, interés que converge hacia la necesidad de ayudar al próximo;
ésta, Freud la demostró sobradamente, procurando salvar en los pacientes
aquellas partes enfermas que él, al igual que todos nosotros, traemos dentro
nuestro, o, usando un lenguaje más apropiado, reparando en los enfermos
aquellas partes destruidas que todos llevamos en nuestro interior, resultado de
nuestra maldad.
De esta capacidad de reparación tenemos noticia no solamente dirigida
especialmente a la profesión médica, como en el episodio ya mencionado con
los soldados de la guerra austro-prusiana, como también en su infancia más
tierna, sea cuando ofreció a su padre una cama roja en reparación, sea
cuando, al haber manchado una silla consoló a su madre “con la promesa de
que llegaría a ser un grande hombre y le compraría otra”. Igualmente ilustrativo
es su recuerdo del libro que su padre les regaló, a él y a su hermana, con
sugerencia de romper las ilustraciones en colores, casa que hicieron. Tiempo
después, Freud relacioné este hecho con su afición por poseer libros.
En realidad se torna superfluo, casi ridículo, insistir en la capacidad de
reparación de Freud, cuando toda su vida misma fue una reparación —y con
qué éxito!— vida toda dedicada al ser humano.
Su enorme interés por el ser humano se evidencia por la propia investigación
y terapéutica que creó, cosa que sólo sería posible mediante una extraordinaria
dosis de empatía para poder sentir los profundos problemas de los otros,
penetrando en sus más recónditos sentimientos
Su extraordinario interés por el próximo lo llevó hasta a infrigir reglas técnicas
dictadas por él mismo, tratando gratuitamente, durante años, a un paciente —el
célebre Hombre de los lobos—y además de eso, proveyéndola de dinero para
sustentarse (*).
¿Qué más podemos desear para caracterizar un verdadero médico? Si, un
verdadero médico que no obstante su mucho saber, buscó humildemente
tratarse a sí mismo para poder tratar a los otros; desde el inicio de su
autoanálisis —que fue el análisis más largo del que tenemos noticia— hasta el
* Los hechos sobre Freud sin referencia especial, mismo cuando sea en nuestras palabras, y por lo tanto,
sin comillas, tienen como fuente la obra citada de E. Jones.
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fin de su existencia dedicó diariamente media hora, antes de acostarse, a la
investigación y elucidación de sus propios conflictos psicológicos.
La verdad que día tras día fue procurada por el investigador Freud, fue a
buscarla como auténtica médico, en sí mismo y en sus pacientes. Practicando
el psicoanálisis, terminadas las ocho o diez liaras de consultas, se ponía a es-
cribir y a repasar los casos clínicos hasta altas horas. Aún cuando el material
de que se ocupaba no era de pacientes, su fuente eran ellos mismos. Toda su
obra emana de hallazgos clínicos.
La declaración de que fue un profesional frío, carente de auténtico
temperamento médico, pierde valor. Pera solamente en sentido literal, porque
con una connotación diferente es hasta expresiva, y posee significado opuesto.
Es que, en lo que respecto a la medicina, Freud usaba sin saberlo, el
mecanismo de negación. Lo necesitaba
Tenía que negar su tendencia al sentimentalismo. Es casi cierto que, en su
convivencia can los enfermos, haya evitado que su interés terapéutico llegase a
alcanzar el tono afectivo exagerado a que aludió, que haya luchado contra eso
en aquella línea de conducta señalada por Wittels y Jones, de contrariar
algunas tendencias suyas. Según Jones, Freud decía que “de su madre le
venía su sentimentalismo, término especialmente ambiguo en alemán y que
debe tomarse en el sentido de denotar su vivo temperamento, con las
apasionadas emociones de que era capaz. El intelecto era únicamente suyo”.
Es casi cierta que Freud haya huido de ese sentimentalismo, para él femenino,
que lo hacía tener horror a la sangre y llevara al padre a considerarlo
demasiado blando de corazón para la tarea de médico, sentimentalismo que
procuró evitar —y lo consiguió— durante sus “diez y seis años de agonía”
durante los cuales demostró una voluntad de hierro y una excepcional dignidad
dentro de su sufrimiento.
No deja de ser significativo el haber prevenido Freud a los analistas sobre el
maleficio del furor sanandis, sentimiento que indudablemente lo debe haber
asaltado frecuentemente como para que pudiese conocerlo.
Toda la vida de Freud es un ejemplo de fortaleza de ánimo, de dominio de la
voluntad y confesar que se dejaba arrebatar por el sufrimiento humano sería
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demostrar debilidad.
Conocí más de una persona que se analizó con Freud, una de ellas
psicoanalista de renombre internacional. Cuando le pregunté sobre la técnica
de nuestro maestro, respondió que sería muy difícil definirla y que consistía en
un savoir faire freudiano todo especial; la descripción que hizo en breves
palabras no daba en absoluto impresión de frialdad, al contrario!
Parece que el clínico Sigmund Freud incorporé una actitud: la de hacer
prevalecer su intelecto contra el sentimentalismo “de la madre”.
Para confirmar este modo de ver, está la observación de Bernfeld a propósito
de que “en las autoconfesiones esparcidas en sus escritos, Freud aparece a
veces como malvado, parricida, ambicioso, mezquino, pero nunca enamorado
(salva por algunas alusiones, muy superficiales, a su mujer)” El podía
declararse parricida o vengativo, por tratarse de algo inconciente, fuera de la
esfera de su voluntad, pero no enamorado, lo que correspondería para él a una
debilidad de carácter. Es preciso recordar que Freud colocaba la moral fuera de
cualquier discusión. En carta a Putnan se expresó de la siguiente manera:
“Considero la moral algo evidente por sí misma… Jamás practiqué un acto vil”.
Su frase, que nos llena de admiración por su personalidad, se torna aún más
ponderable cuando conocemos la declaración de Jones de que “tres cualidades
de Freud le produjeron una gran impresión, impresión que se torné más
profunda can el correr de los años: su nobleza de carácter, su intenso amor a la
verdad, su coraje y determinación inflexible”.
No es de extrañar que Freud declarase no sentirse totalmente médico,
cuando sabemos dos cosas: una, que frecuentemente daba ‘amia impresión de
si misma, otra, que consideraba la medicina como algo demasiado elevado,
inaccesible casi. Aunque parezca paradojal que eso sucediese con Freud,
parece no haber dudas sobre el tema.
Veámoslo.
Relativo a sus exámenes en la Facultad, sus referencias son en sentido de no
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estar preparado, de enfrentarles bajo gran tensión, y si embargo, con
excepción de la Cátedra de medicina legal ‘en la cual fue aprobada con un
“satisfactorio”, en las otras, su calificación fue “excelente’. Acerca de tan buen
resultado, procura desvalorizarla diciendo que se debía a su memoria visual
que le permitió dar respuestas automáticas, reproducciones exactas —dijo él—
- del libro de texto que había consultado rápidamente a última hora. En otras
ocasiones tuvo actitudes semejantes Recuérdese que, sin ninguna ironía o
falsa modestia, cierta vez le retrucó a Jones, a propósito de una historia que
éste le narró de un cirujano que decía que si le fuese permitida presentarse
ante Dios, le mostraría un hueso canceroso para oír lo que tendría para decirle
al respecto. Freud informó que si se encontrase en situación similar “lo que le
reprocharía, principalmente, al Altísimo, seria el no haberme concedida un
cero-loro mejor”.
Se hace imprescindible transcribir el siguiente trecho de Jones, porque se me
ocurre que es la llave de todo el problema en cuestión: “Es difícil determinar
qué es lo que realmente significaba esta aversión (por la medicina). No era
seguramente una falta de respeto por la profesión médica, coma tal vez se
podía creer. Existen indicios, por el contrario, de que la miraba como una Tierra
Prometida —o para ser más exactos, como una Tierra Prohibida—, en la que
por alguna razón, no estaba destinado a entrar. Apenas pocos meses después,
en agosto de ~ en respuesta a un amigo que le aconsejaba transformarse en
médico corriente, escribía: Estoy enteramente de acuerdo contigo, y sin
embargo no puedo hacer lo que me recomiendas... No he estudiado bastante
para ser médico. En mi formación para la cari-era médica hay una laguna que
sólo penosamente fue llenada. Sólo he podido estudiar bastante como para
llegar a ser un neuropatólogo. Y ahora me faltan, no la juventud, pero sí el
tiempo y la indo-pendo-mis necesarios para compensar todo lo que he
salteado. El invierno último estuve muy ocupada, de modo que apenas pude
salir del paso con mi numerosa familia y no me quedó tiempo para estudiar. En
otras palabras, había a este respecto cierto sentimiento de inferioridad, que él
atribuye, sin ninguna razón, a deficiencia en sus conocimientos, e incluso a
incapacidad para el aprendizaje... él que era capaz de aprender de una manera
tan rápida y tan fácil. En una palabra, era más bien una condición de inhibición
que de incapacidad. Tal vez podría inferirse, de su observación, ya citada,
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acerca de torturar a seres humanos, alguna inhibición con respecto a tener que
enfrentarse con el sufrimiento físico, e incluso, algunas veces, como médico,
tener que acrecentarlo”.
Dos comentarios se imponen: el primero es que es casi increíble que Jones,
habiendo sido capaz de escribirlo, se haya dejado envolver por la supuesta
falta de vocación médica de Freud. Teniendo en mente este hecho, al leer a
Jones, aquí y allí nos sorprendemos con el clivaje que en él se establece sobre
ese particular. El segundo es la falta de consistencia de las razones alegadas
por Freud. Además de su extrema facilidad para adquirir conocimientos
nuevos, en la época de Freud, la enseñanza de graduación y posgraduación
eran hechas por medio de conferencias, de aulas teóricas y, a veces, de
demostraciones prácticas. Ahora bien, Freud llevó tres años frecuentando
hospitales, trabajando en los mojares servicios médicos de Viena que aquella
época constituían los mejores del mundo. Freud hizo lo que hoy llamamos
residencia y sin embargo se consideraba insuficiente! Tres años de residencia
siendo él un joven superdotado.
El rigor excesivo que tenía consigo mismo en el cumplimiento de sus tareas,
así coma sus ideales demasiado altos, lo colocaban, por cierto, en la condición
de satisfacerse únicamente con una performance singular.
Me pregunta también: ¿No habría en Freud —por su condición de judío y
perteneciente a una familia no destacada— cierto temor frente al status de
médico en la sociedad vienesa de fines del siglo XIX?
El último trecho de Jones demuestra inclusive a que altura ponía Freud a la
medicina, dentro de su escala de valores.
Pinel, cerca de un siglo antes afirmaba: “Es necesario conceder que en la
actual desorganización de casi todos los estados de la sociedad, la profesión
de médico es la que juega uno de los mejores papeles porque se sitúa
realmente en la naturaleza, y hoy en día es en el cuerpo médico donde hay
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reunido el mayor número de figuras de primera línea” (23). Y las cosas siguieron
siendo así hasta los días de Freud. ‘-Para la Ilustración —dice Saurí— el
status médico era quizá el más alto e importante” (24).
Es cierto, por otra parte, que Freud sentía emanar de su interior una fuerza
que lo llevaba hacia el máximo, hacia un plus difícil de definir, que él presentía
como empujándola a grandes realizaciones. A veces, se refirió a esto en tono
de broma, en momentos de grata irresponsabilidad, como a los 29 años,
cuando en una carta a su novia, le comunica haber destruido una correspon-
dencia antigua, diarios, anotaciones científicas y originales de sus
publicaciones, escribiendo frente a esto que sus biógrafas lamentarían
vivamente la falta de datos y diciendo que cada uno de ellos que construyese a
su antojo “la idea de la evolución del héroe...
Dentro de la misma tónica está otra carta, también dirigida a su novia, en la
que se lee: “Oh! qué maravilloso va a ser! Vendré con mucho dinero, me
quedaré mucho tiempo contigo, y voy a traer alguna cosa hermosa para ti, y
luego iré a París y llegaré a ser un gran savant y volveré a Viena con una gran,
gran aureolo. Después nos casaremos y yo voy a curar todos los enfermos nerviosos incurables, (*) y tu cuidarás de mí y yo te besaré hasta verte
contenta y feliz… Y desde entonces vivieron felices.”
Sin embargo, jamás se permitiría decir seriamente estas cosas.
Si no fuese por su autodisciplina y las pocas concesiones que se hola,
llevándolo a tener una imagen poco exaltada de si mismo, diría como el poeta:
“Eu sinto em mim o borbulhar do génio.” (25).
Todas estas natas que tienen como principal fuente la notable biografía de
Jones —ha que contiene todas las incisivas declaraciones de Freud acerca de
su falta de inclinación por la medicina— no representan sino un esbozo de
abordaje del problema, el cual podrá ser mejor desarrollado par otros colegas a
quienes mas ayude el ingenio y arte” (26) sobre un tema casi evidente por sí 23 R. Semelaigne: Les Grands Aliénistes Françaises. Steinhed. Paris. 1894 in J. R. Sauri: obr. cit. 24 J. R. Sauri: obr. cit. * El subrayado es mío 25 Castro Alves: Espumas Flutuantes. Obras Completas, Tomo I, 3a. ed., Comp. Edit. Nac. Rio de Ja-neiro, 1944
26 Camões: Os Luziadas. Canto I, y. 16.
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mismo pero que no es usualmente enfocado.
Por último, lanzando una mirada a la medicina contemporánea, no puedo
dejar de volver al recelo que Freud tenía acerca de que el psicoanálisis fuese
absorbido por la psiquiatría. Su temor era que el psicoanálisis pasase a figurar
en los tratados de psiquiatría como un simple capitulo, relativo a la terapéutica,
al lado de la quimioterapia, de los métodos biológicos, etc. Recelo vano, que
nos hace sonreír, ya que actualmente presenciamos una absorción, pero
justamente en un sentido apuesto. Y la absorción fue tal que no se puede
escribir una Historia de la Psiquiatría sin dividirla en antes y después de
Freud. La repercusión del psicoanálisis no fue sólo sobre la psicoterapia, del
moda como temía el maestro, sino que se llevó a cabo en un sentida distinto,
ya que no hay en nuestros días modalidad psicoterapéutica que no esté
impregnada de los principias psicoanalíticos. Y fue mucho más lejos. Incluso
aquellos psiquiatras demorados que rechazan esos principios, emplean sin
percibirlo conceptos del psicoanálisis. Lo que el psicoanálisis suscitó especial-
mente fue la dirección de ha psiquiatría en un sentido genético-dinámico. Son
raras hoy en día las corrientes psiquiátricas que no están orientadas en un
sentida biográfico-evolutivo, si es que las hay. Recojo aquí dos períodos de un
manual de orientación organicista con prefacio del super-organicista Kleist, jefe
de la escuela psiquiátrica neurológica: “Así como la tendencia somatológica
culminó en el sistema kraepleniano, la psiquiatría con orientación psicológica
predominante fue coronada por las ideas de Freud. El futuro de la psiquiatría
actual está en saber escojer eclécticamente lo positivo útil de ambas
direcciones como base de mutua complementación”. Y en otro pasaje: “No
obstante las continuas embestidas de sus detractores, la doctrina psicoanalítica
fue imponiendo los puntas básicos de sus ideas…” (27)
La orientación de la psiquiatría en el sentida afectivista y biográfico,
desligándose de la enfermedad para tomar como eje la personalidad del
paciente, constituyóse en el pensamiento dominante de la especialidad, refleja
27 J. Sole Sagarra y Karl Leonhard: Manual de Psiquiatría. Ediciones Morata, Madrid, 1953.
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directo de la escuela psicoanalítica.
¿Y qué decir de la medicina en general? Es exactamente la medicina que
está siendo absorbida poco a poco por el psicoanálisis. ¿No fue justamente
esto que presenciamos y continuamos viendo con el advenimiento de la
medicina psicosomática? Recordemos esta frase de Franz Alexander: “Se le ha
reservado a la parte más descuidada de la medicina, a la psiquiatría, la intro-
ducción de un nueva aspecto sintético en la medicina” (28). Y todos sabemos
que la psiquiatría a la que Alexander se refiere no es otra que el psicoanálisis.
Al paso y a medida en que el término psicógeno se vuelve anticuado, la
primitiva noción de enfermedad psicosomática cede lugar a la más adecuada a
los hechos, según la cual todas las enfermedades son psicosomáticas. Del
mismo modo se incrementan actualmente los estudios sobre la dinámica
inconsciente de la relación médico-paciente, no sólo en la psiquiatría o
medicina interna, sino en todas las especialidades médicas. Y con el estudio de
ese encuentro médico-enfermo se abre todo un horizonte nuevo para la
Medicina.
No hay duda que esa medicina integral, que hoy es privilegio de algunos
espíritus de vanguardia, se consolidará en el futuro. En ese futuro los médicos
tendrán que tener una sólida formación psicológica y somatológica, y podrán
estudiar los clásicos factores externos de la enfermedad, los físicos, los
químicos, los biológicas e, inclusive, los psicológicos, así como las diferentes
condiciones fisiopatológicas internas en función de la personalidad global del
paciente, en función de la persona, en términos de su dinámica
inconsciente, persona con todo su pasada y presente, configurando la
enfermedad, mera manifestación de la vida que reacciona a factores
desfavorables.
Esa es la medicina que vendrá, hija, o si se quiere, nieta del psicoanálisis. Y
que, estoy convencido, vendrá en un futuro cercano.
28 Franz Alexander: Aspectos psicológicos de la Medicina. Rev. de Psicoanalisis, nº 1, vol. I, 1943.
ISSN 1688-7247 (1969) Revista uruguaya de psicoanálisis (En línea) (XI 03-04)
Permítaseme, para terminar, volver a los últimos tiempos de la vida del
querido maestro con quien tanto convivimos sin conocerlo personalmente.
Él, que varias veces se refirió a su deseo de dejar Viena y radicarse en
Inglaterra, cuando el destino le reservó la suerte de buscar refugio en Londres
donde la recepción fue tan acogedora, pocos meses después confesaba en
carta a Eitingon:
“La sensación de triunfo por hallarme libre está demasiado mezclada a la de
pena, porque siempre sentí inmenso carilla por la prisión de la cual acabo de
salir”.
Referíase a Viena... En el fondo la amaba mucho, como también amaba la
Medicina, a pesar de todos los resentimientos; como todos nosotros, por más
resentidos que seamos, y por más reacciones que mostremos, en el fondo
siempre ama-mas a nuestras madres. Con una diferencia, solamente, que por
más que nos esforcemos para compensar esos resentimientos, jamás
conseguimos dar a ellas lo que Freud dio a Viena y a la Medicina!